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Inquietudes sobre el hombre de hoy y su destino Timotes, estado Mérida, 1924. Médico. Psiquiatra. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela. Premio Municipal de Prosa. Una obra suya de especial mención es Lo psicológico y la enfermedad (1977). JOSÉ LUIS VETHENCOURT 513

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Inquietudes sobre el hombre de hoy y su destino

Timotes, estado Mérida, 1924. Médico. Psiquiatra. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela. Premio Municipal de Prosa. Una obra suya de especial mención es Lo psicológico y la enfermedad (1977).

JOSÉ LUIS VETHENCOURT

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Moises
Sello
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Inquietudes sobre el hombre de hoy y su destino

Dos preguntas y la Ley del doble movimiento

La ansiedad sobre el destino de la humanidad La tecnología y el espíritu humano La situación psíquica del hombre finisecular El fracaso espiritual de la civilización moderna y las contra-reacciones

La sexualidad santificada

La violencia como fin en sí mismo

Imágenes macabras e imágenes satánicas

Cambios en la patología mental de nuestra época

La familia

Breve alusión a los problemas éticos del mundo de hoy

Otros temas en la mira

Vivencias y reflexiones en el fin del siglo

El hombre contemporáneo y su destino

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Dos preguntas y la Ley del doble movimiento ME I M A GIN o que cuando alguien intenta reflexionar sobre el tema de la interioridad humana en un siglo que termina se coloca ante dos preguntas obligatorias: la una apunta a cuáles zonas de la psi­que debe prestar atención, si a la mentalidad consciente o a lamen­

te inconsciente, y respecto a esta última si el hincapié se hará sobre el inconsciente personal o sobre el colectivo. Junto con esto quizás se le exija que diferencie a lo psíquico puro de otros aspectos esencia­les de lo humano.

La otra pregunta lo coloca frente a un mayor compromiso; se

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trata de la necesidad de discernir entre las diversas clases, grupos, niveles, modos, y estratos de personas que forman la población de ese momento finisecular. La pre­gunta puede ser formulada pero la respuesta es casi imposible. No creo que al­guien se atreva a hablar por la inmensa variedad de grupos y subgrupos humanos

que componen una civilización. ¿De qué tipo de hombre se va a hablar?, ¿del hom­bre masa?, ¿del habitante medio?, ¿de las élites?, ¿del hombre del subdesarrollo?Y si pudiera delinear una clasificación ¿se atrevería a hablar en nombre de cualquie­ra de esas categorías? Entonces, según esto es imposible responder a la pregunta sobre la mente de la humanidad en un momento dado. Pero por lo menos sí se pue­de intentar una aproximación a las tendencias más peculiares que parecen flotar

en la atmósfera de un tiempo determinado, y éste es indudablemente un asunto que le pertenece con todo derecho a quien desee hacerlo.

Qué cosas, qué direcciones, qué propuestas, qué contradicciones, qué temores, qué esperanzas, qué fenómenos frecuentes caracterizan la atmósfera de un tiempo determinado. En este caso y a manera de lejana aproximación se puede intentar una selección de algunas, muy pocas características psíquicas y culturales en ese escenario. Entonces, quien así procede está autorizado a elaborar un catálogo des­

prejuiciado de lo uno y de lo otro, de una dirección y su contraria, algo así como eso que se llama "lluvia de ideas" sugeridas por su interesada atención a la época en que vive pero manteniéndose tranquilo ante la imposibilidad total de las respues­tas exactas. Sólo así se puede elaborar un catálogo, y eso es precisamente lo que voy a intentar a continuación.

Se trata de un catálogo en el cual estarán seguramente representados los

anhelos, los temores, las certidumbres, y las dudas de algunos entre los diversos

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niveles culturales que cohabitan en este fin de siglo y comienzo del otro, sabiendo perfectamente lo ficticio y, al mismo tiempo, lo necesario que es dividir el transcu­rrir histórico en años, siglos y milenios cuando en el fondo todo transcurrir es una

continuidad que carece de hiatos. Pero antes nos conviene a todos recordar una idea expresada por Jacques Maritain en su Filosofía de la historia. Allí propone este autor una especie de ley que llama Ley del Doble Movimiento; esta idea se refiere a que en cada momento de la historia coexisten movimientos hacia el bien, que van dirigidos al mayor perfeccionamiento y ascenso de la humanidad y movi-

Esta cuestión estalló en el último tercio de este siglo que ha sido el más siglo de todos los siglos. El siglo por antonomasia. El siglo más consciente de que es un siglo.

mientos hacia el mal, hacia el peligro, hacia el abismo, hacia la destrucción del hombre. Esto significa que debemos reconocer la existencia de corrientes opuestas en el transcurrir de la historia, lo cual nos aleja a la vez de cualquier optimismo a ultranza y de

cualquier pesimismo sistemático. Es reconocer en la historia la misma lucha entre el bien y el mal que se da en la interioridad de todo individuo cabal.

La ansiedad sobre el destino de la humanidad Permítaseme introducir las primeras características de la mente del hombre

actual con el siguiente preámbulo: son tantas las preguntas, tantas las incógnitas, tantas las certidumbres, tantas las incertidumbres y, por último, tantas las contra­dicciones en este fin de siglo -el siglo más consciente de sí mismo que jamás haya

existido-, que se hunde uno cuando pretende hablar de esto en un mar de confu­sión. Quizás sea esta confusión el reflejo preciso del verdadero estado en el cual se encuentra la atmósfera mental del hombre en el actual momento histórico y sería precisamente esa ausencia casi total de racionalidad global de lo humano la carac­terística más definitoria del fin del siglo XX.

Es como si esa cueva inmensa del humanismo, artificialmente iluminada con

las luces de la razón, ese inmenso invernadero que ha sido el humanismo de la Modernidad, estuviese plagado de exactas pero pequeñas certezas, además de una avalancha indetenible de grandes y pequeñas eficacias; todo ello en medio de una gran oscuridad en lo que se refiere a una verdad válida para todos, a la ausencia de una moral racional universalmente aplicable, a la duda sobre el sentido de la his­toria y de lo humano, pero sobre todo al no saber cuál va a ser la resultante final de

todas las contradicciones sociales, económicas y científicas que alberga nuestro momento finisecular. Hay, pues, en la hora presente, una total e inderrotable ansie­dad sobre el destino de la humanidad en el siglo próximo, ansiedad histórica que nunca jamás había existido, y que si existe hoy es porque las inmensas y poderosí­simas luces unidireccionales del hombre solitario le hacen creer que puede supe­rar con sus propios recursos la confusión, la incertidumbre y la contradicción de estos momentos tan oscuros y a la vez tan llenos de luces parcelarias. Tremenda

paradoja: por un lado las luces le dan la esperanza de asegurar el futuro y por el

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otro lo encandilan y le impiden la visión global. Hoy se habla del fin de la historia, de un eterno presente, de la interminable repetición novedosa de lo mismo, de vivir sólo para lo inmediato, en pocas palabras de un mundo con techo, de una inmensa retorta donde nada definitivamente nuevo habrá de ocurrir y mucho menos la esperanza utópica; pero no sabemos si esto no es más que una defensa mental de los grandes triunfadores del capitalismo tecnocrático y del mercado. Mercado y tecnocracia, redención tecnológica inmediatista e inmanentista y racionalidad del mercado. Sin embargo, los negros nubarrones de la insuficiencia, de la frustración de los pueblos, de los conflictos entre gigantes económicos, de los absolutamente inevitables y hoy en día aparentemente insolubles cuellos de botella en la exten­sión y profundización universal de la civilización tecnológica, hacen pensar que la historia en lugar de estar detenida más bien está represada, y que de un momento

a otro puede convertirse en un agitado y veloz torrente hacia la utopía, con todas las austeridades morales que ella implica o hacia una existencia plagada de horri­bles posibilidades en el sentido de la destrucción tecnocrática de la todavía indem­ne idea de lo humano y su común destino. O sea que el futuro puede depararle a la humanidad una altura espiritual que supere las estrecheces del humanismo, o un humanismo cojitranco, o la destrucción masiva del humanismo y de la espirituali­

dad en medio de una horrenda sociedad colmena. ¿Qué habrá de ocurrir? Eso nadie lo puede saber. Es muy factible, eso sí,

que el sistema de vida capitalista -que ha hecho de la maximización de las ganancias monetarias su único y fundamental ethos mediante la acumulación cada vez mayor de ventajas y la explotación libérrima de las desventajas de la inmensa mayoría- entrará en una crisis irreversible. Me atrevo a decir que esta­mos viviendo el último resuello del capitalismo tal como lo conocemos hasta aho­

ra. Existe, pues, un terror hacia el porvenir y a la vez una esperanza en el porvenir. Esta ambigüedad mental se halla presente dentro de una conciencia de

la historia como no la hubo jamás. Evitemos el escollo de relacionar unos con otros los diversos fenómenos que

he de mencionar y así estaremos más libres para detectar los ingredientes del momento finisecular.

La tecnología y el espíritu humano Se ha dicho: hoy en día las máquinas se parecen cada vez más a los hombres y

los hombres cada vez más a las máquinas. Cada progreso tecnológico resuelve un problema y a la vez crea otro problema. Estamos entusiasmados ante las posibili­dades de la técnica. Estamos muy asustados ante las posibilidades de la tecnolo­gía. Cada conquista técnica enriquece la eficiencia pero nos torna más dependien­tes. Cada esplendor tecnológico nos llena de admiración pero nos hace adictos. La

tecnología aumenta enormemente nuestras necesidades, es decir, nos trae nuevas y costosas necesidades. Incrementa todo un conjunto de necesidades menos una: la

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del espíritu. Cada goce tecnológico que disfrutamos se realiza muy frecuentemen­te, a costa de la intensidad de nuestro espíritu y de nuestra endeble moralidad.

La tecnología es una buena esperanza para la plenitud de lo humano. La tec­

nología es una amenaza para la humanidad. Acordémonos de la ley de los dos mo­

vimientos formulada por Maritain. La tecnología apresurará la marcha hacia la

espantosa sociedad colmena o la tecnología facilitará el ascenso hacia una vida

más plena, más libre y más solidaria. El hedonismo tecnológico, fascinante, hace olvidar al espíritu. Pero en otros lados de nuestra atmósfera mental, la tecnología provoca el resurgimiento de una cierta espiritualidad. De hecho está ocurriendo

que la preocupación ecológica o el temor inmenso ante la destrucción de nuestro

hábitat, ha traído un increíble amor a nuestra tierra, que en muchos se va convir­tiendo en una devoción religiosa de alcances netamente panteístas. No es sólo un

asunto práctico de sobrevivencia, es también un amor religioso y una tendencia a

la austeridad y a la racionalidad en el uso de la tecnología.

La situación psíquica del hombre finisecular La situación propiamente psíquica del hombre finisecular es muy difícil de re­

sumir. El psiquismo profundo del hombre actual es en gran medida el resultado de

la internalización de muchas formas de cultura-vida que existieron en la antigüe­

dad como integrantes de la realidad cotidiana y las cuales fueron sustituidas por las intensísimas realidades de la religión cristiana. Sustituidas y también repri­

midas, primero desde el exterior, después en la propia interioridad psicológica por obra de una muy profunda moral heterónoma. O sea, ello significa nada menos que

lo que era cultura-vida en la antigüedad se transformó en psique inconsciente,

siempre tentada de volver a ser cultura-vida. Cuántas herejías durante la Edad Media no fueron otra cosa que el intento de establecer un sincretismo entre la fe

cristiana y algunas formas de cultura-vida del paganismo. Recordemos el cataris­

mo en Francia y otros países en la Baja Edad Media que trajo, según Guy de Rou­

gemont, la religiosidad confusa del amor cortés que pretendía juntar lo cristiano

con la "dualidad" entre el bien y el mal, considerando a esto último como una esen­

cia que proviene desde la propia eternidad, o sea, desde lo que se llama la dualidad de los dos contrarios: Ormuz y Ariman (religión Persa antigua). El Romanticismo en el último cuarto del siglo XVIII y primer tercio del XIX ha sido el intento más co­

herente en plasmar una síntesis entre el cristianismo y lo religioso cósmico.

Para ilustrar la cuestión veamos solamente una pequeña lista de algunas de

esas formas de cultura-vida de la antigüedad del hombre, las cuales se encuentran

en este fin de siglo en trance de ser desreprimidas o sea liberadas y por consiguien­te provocando su aparición a la manera o con el estilo que puede permitir la con­ciencia de nuestra época. Podría estar ocurriendo entonces el proceso contrario, o

sea el paso de lo psíquico profundo a la exterioridad de la cultura-vida, diferente en

todo a la cultura culturalista de la burguesía modernista.

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Veamos la lista prometida: hablamos aquí de todos los terrores y exaltaciones frente a los dioses y los daimones. Las creencias animistas, los diversos tabús ple­namente conscientes, las deudas con los dioses, los sacrificios propiciatorios, con­

minatorios, y expiatorios; los mitos de creación, conservación, renovación y escato­

lógicos.

Las diversas modalidades de la sexualidad, hoy llamadas perversiones; la aso­

ciación de sexualidad y religiosidad como lo fueron los cultos a Astarté o Afrodita y los grandes cultos fálicos. Los repugnantes sacrificios humanos reales y simbóli-cos, las orgías y desenfrenos dionisíacos con su controlada periodi­

cidad, las religiones de misterios en las cuales existían toda una serie de ritos de muerte y renacimiento, entre ellos la devoración

de un dios con el fin de participar de su fuerza e inmortalidad. Los

trances inducidos por el consumo ritual de drogas alucinógenas. Las diversas formas de crueldad entre tribus, ciudades e imperios. Las danzas frenéticas, el arte no vivido a la manera culturalista de

la Modernidad, sino como símbolo del misterio e instrumento de la

liturgia; el orgullo de la sangre, de la casta, la presencia tremenda de la familia, la solidaridad dentro de la tribu o sea el goce pleno de

lo gregario. Más adelante, la presencia de las gens y las fratrías. La magia, la brujería, el culto de los muertos, el terror primitivo al padre y a la madre y, en fin, tantas cosas vividas plenamente con

goce y horror, las cuales conformaban diversas realidades sociales

Terminan los verdaderos hijos del

siglo con una estética confundida y confusa,

con la filosofia mirándose su propio

ombligo, con una especialización

exagerada, a manera de refugio, en pequeñas

certezas que contribuyen a poner

entre paréntesis la búsqueda de

una verdad unitaria.

y le señalaban direcciones al miedo, a la angustia y a la incertidumbre del vivir.

Todas esas cosas eran direcciones psíquicas, mundos estructurados, armazones exteriores, tramas significativas que protegían al hombre de la intemperie exis­

tencial. Se trataba del poder estructuran te de los mitos y de los ritos. La Modernidad, al debilitar en gran parte la fe del cristianismo, se colocó en

peligro frente a esas realidades psíquicas arcaicas que estaban desactivadas por la

experiencia de la fe en un Dios único y transcendente al mundo y por la autoridad

de la Iglesia, que definía muchas de esas manifestaciones como asuntos del enemi­

go malo o sea como diabólicas. Hoy por hoy, el debilitamiento de las proposiciones netamente humanistas de

la Modernidad se nos aparecen como pura racionalidad instrumental de esa civili­

zación urbano-industrial que ella misma produjo.

El fracaso espiritual de la civilización moderna y las contra-reacciones Algunas cosas muy importantes que pasaron con la juventud después de la

última guerra, y otras que están pasando ahora, pueden ser consideradas como

expresión de un des balance de la psique, propio del fracaso espiritual de la civiliza­

ción moderna y modernista. La Modernidad, al debilitar gravemente la espiritua-

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lidad cristiana y al barrer con el intento romántico de lograr un difícil sincretismo entre el panteísmo y el monoteísmo transcendente, dejó un gran vacío espiritual. Porque repito, la Modernidad triunfó estruendosamente en lo que se refiere a la

eficacia de la tecnología y de sus organizaciones burguesas, pero al fracasar en sus

propuestas espirituales y entre ellas, la de una moral autónoma universal compa­tible con la libertad del individuo, le puso un techo al mundo.

La cultura culturalista de la burguesía no compensa ni la cultura-vida de la Antigüedad ni la experiencia cristiana de la transcendencia total. Hoy en día ya no

La conciencia humana, sin ser sobrenatural, es por lo menos transnatural o sea que ocupa un lugar intermedio entre la ciega sabiduría infusa del vegetal y del animal porunladoyel

se espera de las ciencias exactas que respondan al por qué y al

para qué del ser; la pura teoría del big bang inicial no satisface a nadie y la física misma en sus análisis últimos de la materia ha

entregado la guardia. La ciencia actual comienza a ser tecnología

aplicada para lograr nuevos avances tecnológicos. Pero la ciencia

ha renunciado a las últimas preguntas sobre el Ser porque com­prendió muy bien que no estaba hecha para eso. Más adelante

regresaré sobre estos puntos.

Entonces, este fracaso espiritual de la Modernidad dejó de lado

misterio sobrenatural otras formas de vida profunda y significativa, o sea lo propio de la porelotro. naturaleza de lo psíquico puro, de lo humano y lo divino. Es obvio

que el capitalismo tecnocrático triunfante no compensa esta falla y si la compensa, pues es a costa de los goces más profundos del vivir convirtiéndonos en niños lige­

ramente robotizados, consumidores compulsivos e impulsivos de artefactos,

modas y pasatiempos.

En esta situación no ha de extrañarnos la aparición de las contraculturas juve­

niles de los años 50 y 60, hoy domesticadas por el consumismo en el proceso de

haber convertido el rito que las animaba en diversión y puro frenesí.

No debe extrañarnos pues que semejante desbalance existencial haya produ­

cido en las últimas tres décadas de este siglo una emergencia o salida de aquellas

formas de cultura-vida sustituidas y reprimidas otrora por la religión cristiana. Es

como si algo se estuviera reactivando en lo profundo para llenar el vacío espiritual y psíquico causado por el fracaso moral de la burguesía modernista. Hemos de

temer que esta reactivación de cosas psíquicas profundas fuera del contexto social que las regulaba, se ha incrementado con el fracaso del socialismo y ¿qué es este

fracaso del socialismo sino un fracaso ético? La única explicación de este fracaso es

el derrumbe de toda una ética en aras del consumismo, al pecado de la tiranía, al

absolutismo ideológico y a una desatada voluntad de poder de la burocracia cen­tralizadora. Todos éstos son problemas morales.

Pero hay algo más: el fracaso económico del liberalismo moderno en resolver el

problema de la pobreza, agravada ahora con las dificultades crecientes para satis­

facer el consumo tecnológico imprescindible y disfrutar así del alienante goce tec­

nológico. Esta es también una realidad evidente. La alienación actual, expresada

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en el hedonismo tecnológico, se hace cada vez más costosa y para algunos es ya imposible el acceso a la calmante alienación, lo cual, después que se hace todo lo imaginable para exasperarla mediante la publicidad y el efecto demostración, tie­

ne que ser algo muy explosivo. Y la explosión puede ocurrir de tres maneras, a

saber: primera, un incremento de la espiritualidad religiosa o de la espiritualidad

puramente moral o en cualquiera de sus formas; segunda, una revolución política,

y tercera, la reactivación de lo psíquico profundo. La primera salida está ocurrien­do, pero no es lo que marca este fin de siglo. La segunda se encuentra actualmente

invalidada por razones que todos conocemos, y la tercera está ocurriendo desde

hace varias décadas con una violencia creciente.

De seguir la hipótesis de la conversión de cultura-vida en potenciales psíqui­

cos latentes, habremos de concluir que los creadores del psicoanálisis y de la psico­logía profunda -Freud y Jung- precedidos por varios autores románticos, se

toparon con una mente en extremo cargada, actuando a la sombra y con una con­ciencia estragada en el seno de un orden burgués eminentemente racionalista. Es,

de hecho, como si se hubieran encontrado con una especie de Atlántida psíquica sumergida que ya empezaba a moverse. Ellos serían los primeros testigos del

movimiento de reconversión de los potenciales psíquicos latentes en formas de

vida más intensas.

La cultura culturalista, hecha de bellas e interesantes ficciones, no reemplaza ni al mundo ni al rito ni al ceremonial profundo ni al trance ni al frenesí ni al éxta­

sis descendente. Es verdad que el teatro griego en sus inicios fue un puente entre el

mito y la cultura culturalista; pero en todo caso la dosis de esta última en las civili­

zaciones antiguas era sumamente pequeña comparada con la integral y abarcati­

va cultura-vida de esas épocas; ésta era vida directa en acción, justificación e

intensidad vivencia! y en tanto se vivía no era llamada "cultura" sino deber, drama, sacrificio, orgía, expansión de la vida, emoción y embriaguez.

Pero los antiguos mitos jamás resucitarán en la misma forma, aun cuando es

posible que algunos potenciales psíquicos latentes estén haciendo su aparición en

este escenario tumultuoso del siglo XX. Pareciera que lo emergente es básicamente de naturaleza dionisíaca. Dionisos es en la psique el rival de Cristo, pues él es el

dios del renacimiento aunque no de la resurrección. Se renace en este mundo cir­

cular presidido por la gran diosa, en cambio se resucita en otro mundo que no tiene

nada en común con el ser profundo de este mundo psíquico revelado en la embria­

guez tóxica, en el trance y en la orgía.

Lo dionisíaco es la fuerza transgresora por excelencia y su aparición es súbita.

Lo dionisíaco barre con las normas establecidas y produce una máxima exaltación

de la vitalidad que busca el estar fuera de sí en el trance logrado. Cierta música actual es eminentemente dionisíaca. Lo dionisíaco es afín con el desenfreno, el fre­

nesí, la embriaguez, la orgía y ciertas formas del crimen. Se conjura oyendo ciertos

sones musicales y consumiendo drogas y así se revela para el cofrade de Dionisos el

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verdadero ser de este mundo. Es comprensible que lo dionisíaco se manifieste tam­bién en esta etapa como el culto a lo satánico. Dionisíaca es también la desnudez pública carnavalesca como en Río de J aneiro, el goce intenso de lo gregarfo y el

aullido. La frecuente combinación de droga, alcohol, música, violencia, ruido y gre­

garismo en la conducta de una gran parte de la juventud actual puede entenderse

como el anhelo de vida intensa para liberarse de la escualidez de un mundo con

techo y para romper el muro y la condición asfixiante de la ciudad contemporánea. Los campesinos de todas las épocas siempre tuvieron un lado dionisíaco para esca­par de la monotonía de la vida campestre; hoy el fenómeno ha estallado en las ciu­

dades. Los recursos tecnológicos de la velocidad, el peligro y el enorme ruido

envolvente de la música tecnológica (amplificadores a todo volumen, baterías

estridentes y guitarras eléctricas) son aliados inigualables de la exaltación de los

impulsos dionisíacos.

La sexualidad santificada Se acepte o no la reactivación actual de los potenciales dionisíacos, es un hecho

claro el cambio de la época en relación con el sexo. La liberación sexual es la resul­

tante de varias condiciones históricas que ahora no vamos a tratar de analizar. En todo caso la nueva relación con el sexo es un ingrediente importante de la psique

del hombre finisecular. Me parece que la novedad del asunto tiene un aspecto cuantitativo y un aspecto cualitativo. El aspecto cuantitativo tiene que ver con la

permisibilidad de la conducta sexual y la precocidad con que se presenta. En este

sentido va a la par con la liberación de la mujer, pues es precisamente la sexualidad de la mujer la que ha cesado de estar reprimida en el grado en que lo estuvo en los

últimos siglos. El aspecto cualitativo es quizás el más interesante y se relaciona con la osten­

tación sexual contemporánea que me parece más un asunto de orgullo yoico y no

tanto de necesidad sexual propiamente dicha. El varón siempre combinó el sexo

con el orgullo. Hoy muchas mujeres se convierten en exhibicionistas sexuales sim­

plemente para vender su imagen. Es ésta, pues, una sexualidad más yoica que pro­piamente instintiva. Otro aspecto cualitativo que ofrece la sexualidad de este fin

de siglo es el develamiento de la tradicional intimidad del hecho sexual, lo cual sig­nifica que se persigue destruir la intimidad de este aspecto tan importante de

nuestro vivir. Se desea mostrar todas las formas de la genitalidad como si en ello no

hubiera riesgo alguno. Dejando aparte los intereses comerciales por vender películas y programas de

televisión, pareciera que se da aquí la nostalgia de un Paraíso Terrenal de la des­nudez, especie de santificación de la genitalidad. Algo así como la absolutización del sexo en lo que pareciera una desesperada atadura a la vida más primitiva en

forma de religiosidad sexual. Verdaderamente una sacrosanta genitalización del

mundo y de la vida. Me abstengo de emitir algún juicio de valor respecto a seme-

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jan te aspiración. Sólo recordaré que la relación sexual siempre fue un asunto muy privado, salvo en el caso frecuente de las orgías de la Prehistoria y la de la Roma

Imperial en su decadencia. Hoy por hoy pareciera que se está presentando una

fuerte tendencia a la "orgía" en niveles sociales económicamente altos.

La violencia como fin en sí mismo Es verdad que la historia de la humanidad es el reinado de la violencia. Nada

tiene esto de nuevo. Lo que sí parece un asunto psíquico del momento actual es, específicamente, la centralidad de las formas más aparatosas de

la violencia en el espectáculo cinematográfico y en los programas

de televisión. En la narrativa de siempre -empecemos con Homero- la vio­

lencia se da dentro del contexto de un argumento pasional (gue­rras, venganzas, expansiones territoriales, rivalidades, odios,

envidias, etc., etc.). La violencia forma parte de la vida, pero la

Tremenda paradoja: por un lado las luces dan la esperanza de

asegurar el futuro y por el otro lo encandilan

y le impiden la visión global.

novedad en este asunto radica en ubicar la vida en el contexto de la violencia, o sea,

en inventar primero las más impactantes escenas de violencia como la finalidad principal, y luego construir un argumento cualquiera que de alguna manera con­

duzca al espectador a esas demostraciones de crueldad y destrucción mediante las

cuales se desvaloriza la vida de los miles de muertos en el cine y la televisión y se banaliza su muerte hasta un nivel increíble.

Esto es lo raro del asunto, pues se trata de una violencia desgajada, sin contex­to, sentido, argumento o razón vital. En ese tipo de escenas la violencia de la

máquina parece ser uno de los goces principales. Estamos saturados de persecu­

ciones en automóvil y de destrucción de decenas de ellos en una sola película. En

muchísimas ocasiones el verdadero protagonista de la violencia supercruenta es la

máquina misma cuya fascinación parece venir de la eficientísima acción destructi­

va del artefacto. ¿Cuál es el origen del enorme goce del espectador por este tipo de violencia por la violencia? ¿Es acaso la catarsis de las fantasías sádicas más prima:

rías reactivadas por las frustraciones, desgajamientos y soledades en el seno de lo

multitudinario, propias del gigantismo de la ciudad contemporánea? ¿Es la pro­yección de la propia criminalidad en el espectáculo de masas para reservarse

entonces el sujeto la necesidad de castigo? ¿Es la avidez de intensas y a la vez pri­

mitivas formas de vida para transcender la banalidad de la existencia? Es decir,

¿se trata de la necesidad de una vida más intensa en situaciones personales en las

cuales la reflexión y la vida apenas existen? De otro modo dicho, ¿es la afirmación de la propia indigencia psíquica median­

te la destrucción del otro? Esto es, la afirmación de quien soy mediante la destruc­ción o el sometimiento imaginarios de quien no soy o sea del otro. ¿Es acaso una

salida para la envidia? Son todas preguntas que podemos formularnos ante este

fenómeno tan particular caracterizado como el situar la vida dentro del contexto

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de una violencia intensamente disfrutadEt. Pn h1gar de contemplar una auténtica narración y gozar y sufrir por delegación de esa vida junto con la violencia inevita­ble incluida en su contexto.

Imágenes macabras e imágenes satánicas Creo que el lector estará de acuerdo conmigo en lo increíble de la profusión de

películas cinematográficas que exhiben las más horrendas imágenes de cadáveres agresivos, de vampirismo y de satanismo. De igual forma ha habido un renaci­

El futuro puede depararle a la humanidad una altura espiritual que supere las estrecheces del humanismo.

miento de la brujería y de las artes adivinatorias. Esto contrasta

con el descreimiento religioso que flota en la atmósfera del siglo, ya que el positivismo todavía reinante ha afirmado al materialis­mo como la única interpretación válida del mundo y de la vida. Es como si para mucha gente la única manera de romper el muro que ha impuesto el materialismo científico, fuese apelar a las imáge-

nes macabras, las historias de posesión diabólica y la magia. ¿ Y no pudiera ser también que ante el tedio vital, ante la repetición de lo mismo, ante la rutina bien regimentada, ante la soledad y la falta de comunicación, sean necesarias las imá­genes de horror para que "resplandezcan" las obras de la cotidianidad? Es como imaginar lo infernal para que la vida cotidiana, considerada por mucha gente como un relleno soso para preparar algunos ratos buenos y protegerse de los malos, brille así como algo mil veces preferible que el infierno.

Esto no explicaría la creciente fe en la magia negra ni en las artes adivinato­rias, que por supuesto no son la misma cosa. Creo que en el caso de estas últimas se manifiesta una necesidad de control del destino, de tener alguna certidumbre sobre la existencia individual con base en los fenómenos de videncia. Hay aquí la búsqueda del antiguo piache o del chamán. Aquí tenemos clara la reactivación en este fin de siglo de potenciales humanos reprimidos que intentan reponer formas

de creencias animistas ante la ausencia de la fe en un Dios vivo y transcendente. Al habitante pasivo de este fin de siglo lo angustia sobremanera que las diversas for­mas de sufrimiento que lo aquejan o puedan aquejarlo sean solamente la obra del azar de la naturaleza material. Como siempre, se prefiere la causalidad mágica que tiene un sentido o sea un para-qué, a la indiferente casualidad o sea al terrible azar sin sentido. El azar, que definimos como la interferencia casual de series cau­

sales independientes las unas de las otras, hace sentir al ser humano -como géne­

ro- que se encuentra absolutamente solo en un universo sin sentido en el cual él viene a ser -como género, repito- solamente "una ridícula aventura del protoplas­ma", del todo contingente, como si hubiera podido no existir.

En este mismo sentido el frecuentísimo encasillamiento egoísta de las perso­nas en la inmensa, hacinada, competitiva y agotadora ciudad contemporánea, pro­

voca a menudo que cada quien se valga de los maravillosos artefactos que produce la tecnología contemporánea, para establecer con ellos una intimidad afectiva que

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sustituye la necesidad de relaciones con otras personas, por cuanto el individuo está seguro de la compañía fiel de la cosa: ésta lo acompaña como una extensión de su ser. Las cosas de la tecnología, automóviles, computadoras, cámaras fotográfi­

cas, aparatos de televisión y radio, objetos artísticos y aparatos de música, etc., etc.,

vienen así a reforzar la soterrada patología narcisista de algunos y el egoísmo com­

pensatorio de los más, en este mundo moderno que ha consagrado el más desafora­

do individualismo.

Cambios en la patología mental de nuestra época El intenso libertarismo actual de las personas, la liberación sexual, la revolu­

ción de los adolescentes, la democracia política, la conciencia sobre los propios

derechos, la cultura juvenil autónoma, la crisis del principio de autoridad, la per­misibilidad paterna, la indiferencia frecuente de los padres sobre el destino moral

de sus hijos, la crisis de la moral heterónoma, la ausencia de una moral autónoma de aplicación universal, la psicoterapia y los grandes progresos de la psicofarmaco­

logía están produciendo algunos cambios en la patología mental. Las enfermeda­

des como la histeria disociativa, ciertas formas de la esquizofrenia y las neurosis obsesivo-compulsivas, han bajado de frecuencia y en cambio los trastornos severos

de conducta, el narcisismo, las toxicomanías, las neurosis fóbicas, las conductas francamente antisociales, las alteraciones sexuales, las depresiones psicógenas y

reactivas y el suicidio de adolescentes, parecen haber aumentado. Tengo la impre­

sión, por mi experiencia como psicoterapeuta, que han aumentado las neurosis

fóbicas, tales como la agorafobia o temor a los espacios abiertos, la fobia al cáncer y la fobia al SIDA.

Han aumentado los problemas relacionados con la incompatibilidad matrimo­nial, con el adulterio, y en general los sufrimientos normales relacionados con los conflictos matrimoniales provenientes de la contradicción entre la realización per­

sonal y los deberes conyugales y paterno filiales. Es muy difícil tratar de discutir

aquí la relación entre los cambios sociales, políticos, culturales, científicos y fami­liares que enumerábamos al comienzo, con los cambios en la patología mental;

pero es obvio que la disminución de la represión sobre el sexo, la mayor permisibili­dad de los padres y la ausencia de una educación severa, traen como consecuencia la disminución notoria de la histeria, las neurosis obsesivas compulsivas y la

depresión melancólica. En lo que respecta a las toxicomanías, los trastornos carac­

teropá ticos, las personalidades antisociales, el narcisismo y las desviaciones

sexuales, la cuestión tiene mucho que ver con la indiferencia paterna, el exceso de permisividad y el afán de éxito personal de la madre y el padre.

Lafamilia En un escrito sobre el fin del siglo no pueden dejar de mencionarse algunos

aspectos de la vida familiar, aun cuando lo sea de modo muy sucinto. Por lo menos

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podemos apuntar los rasgos más característicos de la vida familiar del presente. Aparte de la cada vez más inevitable fragmentación de la familia extendida en la

ciudad contemporánea, no así en los sectores consolidados de las urbanizaciones

marginales, inciden los siguientes factores en la familia actual, es decir, en las rela­

ciones entre los cónyuges y la de éstos con los hijos.

Primero, el trabajo de ambos padres por necesidades económicas. Segundo, la

mujer contemporánea vive hoy, además de sus tradicionales polaridades de madre y compañera, una tercera posibilidad de su ser, constituida por el aspecto profesio­nal-intelectual; esto ha traído como consecuencia un incremento del poder de lo

femenino. Pareciera que a la mujer contemporánea le está costando mucho mante­

ner el equilibrio entre estos tres polos o sea el maternal, el amatorio y el intelec­tual-profesional. En innumerables casos de realización femenina este aumento

del poder de la mujer trae como consecuencia una disminución en ella misma del poder de la madre. Entonces, se presentan dificultades en la crianza de los niños y en la relación afectiva con estos.

Tercero, hoy en día se presentan frecuentes conflictos morales entre la ética de

las funciones parentales, la ética de la libertad y la plena realización tanto del

padre como de la madre; igualmente se presentan conflictos morales entre los pro­

yectos y mutuas realizaciones de ambos cónyuges. Igual ocurre en el seno de las

parejas entre los deberes de la fidelidad y la permisibilidad e incluso la estimula­ción de una sexualidad exasperada, tomada por ciertas corrientes sexológicas,

como la justificación central de la existencia.

En consecuencia, las relaciones entre los sexos dentro del matrimonio se

encuentran altamente problematizadas en una gran cantidad de casos. Es difícil

en este momento escribir sobre el porvenir de este tan interesante asunto.

Breve alusión a los problemas éticos del mundo de hoy Sólo podré mencionar aquí lo que a mi juicio es más fundamental. Si bien la

ética es un asunto social, repercute grandemente en la estructura mental del in­

dividuo. Para una inmensa mayoría de personas no existe hoy en día un código

moral universal. Prácticamente no existe una verdadera jerarquía en la escala

de eso que se llama-impropiamente- "los valores". La Modernidad ha fracasado en el establecimiento de una moral racional autónoma y universal como sustitu­

to de la moral heterónoma, la cual, mal que bien funcionaba en la cristiandad oc­

cidental.

Hoy el acento moral tiene que ver con dos cosas: por un lado el subjetivismo y el

relativismo, y por el otro las éticas sectoriales que son los compromisos morales de los integrantes de una institución con el sólo propósito de contribuir al logro de sus

objetivos. En ese caso es bueno lo que le conviene a la organización, a la empresa, al

partido, y es malo lo que no les conviene. Es, pues, una ética instrumentada y fun­

cionalista.

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En el plano individual las personas tienden a pensar y actuar dentro de una moral de conveniencia. Es bueno aquello que me conviene, es malo lo que no me conviene. En ese sentido la guía reside en el grado de bienestar mental y social, sin

entrar a considerar el enorme culto a la imagen de sí mismo. En el fondo, nuestro

sentido de la autorrealización persigue no la apertura de nuestra entidad, sino su

cerrazón como cosa pulida, perfecta y admirable. En muchos casos la realización

conduce a una cierta cosificación del "sí mismo". Flota en el ambiente el célebre "vale todo" en la consecución de los fines que como individuos nos proponemos.

En asuntos de ética, opinan algunos tratadistas de hoy, hay

que tener presente la mezcla de un elevado economicismo con el

hedonismo o ética del puro placer. Toda crítica a los comporta­

mientos éticos del presente es descalificada ipso facto con el mote

ridiculizante de moralismo. Claro que existe el moralismo como una deformación sospechosa o tartufiana de la preocupación por la moral, pero no toda crítica a las insuficientes éticas de la actua­

lidad puede ser tildada de moralista. A veces, sobre todo en las éli­

tes intelectuales y estéticas, algunos que descalifican la conve­niencia de una moral universal gritan contra la inmoralidad y la

corrupción cuando les tocan sus intereses. En el fondo del proble-

Sólo así se puede elaborar un catálogo, y

eso es precisamente lo que voy a intentar

a continuación. Se trata de un catálogo

en el cual estarán seguramente

representados los anhelos, los temores,

las certidumbres, y las dudas ..

ma moral contemporáneo se halla la desinserción de los individuos del ámbito de una serie de absolutos sociales, cuya muerte en unos casos y su debilitamiento en

otros, ha provocado una admirable pero riesgosa libertad. Esta cuestión estalló en el último tercio de este siglo que ha sido el más siglo de todos los siglos. El siglo por

antonomasia. El siglo más consciente de que es un siglo.

Otros temas en la mira Quisiera haber podido hablar de las relaciones del hombre finisecular con la

estética y el arte, que quizás sean en este momento el único asidero espiritual que

para la mayoría de las élites permanece en pie. En igual forma me hubiese gustado

hacer algunos comentarios breves sobre la relación entre el hombre finisecular y la

represión del dolor por las pérdidas, de su relación con el lujo, el consumismo y la masificación de las modas. De los fugaces ídolos del presente, de la extinción de los grandes maestros; esa clase de genialidad parece haber desaparecido. De la coexis­

tencia presente entre una notable veneración del progreso y las dudas sobre el mis­

mo. De la vertiginosidad de la vida actual, pero de una vertiginosidad de lo mismo. El temple de lo vertiginoso con su ritmo frenético pero sin cambios verdaderos.

Este siglo termina con la extinción de las ideologías omniabarcantes, con el triunfo del capitalismo y su lógica del capital financiero. Con el alejamiento, quién sabe por cuánto tiempo, de ciertas direcciones hacia la utopía. Con grandes inte­

rrogantes sobre el destino de la justicia distributiva para las inmensas mayorías.

Con la esperanza en la redención tecnológica y al mismo tiempo con el temor de

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que la técnica, en manos de los centros del poder, provoque una tristísima muta­ción humana, lo cual quiere decir para mí: una conciencia desprendida de los altos fines de la vida y a la vez resignada a un solo fin concreto que lo abarca a él y a su

labor o sea: un discreto estado de robotización con posibilidades hedonistas.

Presencia nuestro fin de siglo la crisis del paradigma de las ciencias exactas,

incluida la microfísica, como instrumento para la comprensión total del mundo y

de la vida. A cambio de tal paradigma están surgiendo otros que toman en cuenta la mente cósmica como realidad fundante, el sentido, la finalidad y las experien-

Hemos de temer que esta reactivación de cosas psíquicas profundas fuera del contexto social que las regulaba, se ha incrementado con el fracaso del socialismo y ¿qué es este fracaso del socialismo

cias místicas de lo que llaman la conciencia unitaria. Yo diría que

son paradigmas panteístas. Terminan los verdaderos hijos del

siglo con una estética confundida y ~~onfusa, con la filosofía mirán­dose su propio ombligo, con una es¡Jecialización exagerada, a

manera de refugio, en pequeñas certezas que contribuyen a poner

entre paréntesis la búsqueda de una verdad unitaria. Pareciera que la tendencia del momento es hacia un ser humano

con la mente compartimentalizada, lo cual significaría vivir ale­jándose de la propia unidad, con éticas y sistemas de interpreta-

sino un fracaso ético? ción paralelos y a veces francamente contradictorios. Pero que, eso

sí, soporta y asume la contradicción, mientras muchísima gente se mueve en una

especie de isotermia valorativa. Se piensa que las diversas manifestaciones de la

vida tienen el mismo valor si son genuinas, así como pasa con las revistas ilustra­das. Existe el temple de la frivolidad ilustrada pero eso sí, bien ilustrada; es una fri­

volidad lúcida, es otra vez el dandismo como manera de vivir, es dejarse estar y flotar gozando de la propia imagen. Es concederle a la moda un atributo casi onto­lógico.

Se vive también en el momento y para el momento pero no como manifestación de lo eterno, tal como lo buscan algunas corrientes de la espiritualidad, sino como

instantes de lo secular. He aludido muy someramente a lo que se llama hoy la pos­

modernidad, algo tan evanescente que los mismos creadores del concepto no saben

cómo definir. Estoy pensando que la tal posmodernidad no existe realmente y que es más bien el invento de unos filósofos ávidos de nuevas tesis para contrarrestar su inmensa decepción.

Vivencias y reflexiones en el fin del siglo No es una luz tranquila. No se parece a una luz natural que permita cerrar los

ojos y meditar. Son muchos focos de luz que encandilan y oscurecen la conciencia más íntima.

Son muchas las proposiciones contrapuestas. Cada una compite con las otras. Entonces tantas y tan poderosas luces al mismo tiempo causan el efecto contrario

pues son como muchos reflectores unidireccionales que producen haces compactos

de luz en el seno de una densa oscuridad global. Es ésta una manera de enceguecer

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en medio de tanta luz centelleante; demasiada simultaneidad de luces súper espe­cializadas, cada una con su pequeña razón de ser. Y en medio de todos esos haces de luz repito, una lóbrega oscuridad para el espíritu.

Digo con Erich Kahler que existe hoy en día una "saturación de las superficies

de la mente" y "la universal captación de la discontinuidad". Este nuestro siglo XX

que ha sido a la vez portentoso e inmensamente trágico.

El hombre contemporáneo y su destino Desde que el hombre es hombre, o sea, desde que tuvo conciencia de sí mismo

pudo dar testimonio de la naturaleza y manejarla, lo cual quiere decir que fue capaz de objetivarla. Pero también ocurrió otro asunto esencial relacionado con el tiempo y el espacio, que en pocas palabras se reduce a lo siguiente: el animal vive en el tiempo y en el espacio, pero el hombre vive el tiempo y vive el espacil°l. Pero al ser esto así los puede objetivar, o sea, los coloca como objeto de su pensamiento e imaginación.

El hombre, pues, construyó a la vez su propio mundo material, afectivo, moral, social y religioso. Enseguida de que todo esto empezase a ocurrir, el hombre de una u otra manera, se formuló tres grandes preguntas que son: ¿por qué hay mundo?, ¿cómo es el mundo en el cual habito?, ¿para qué existe este mundo? Todo el tiempo maneja las tres preguntas y lo puede hacer porque la conciencia humana, sin ser sobrenatural, es por lo menos transnatural o sea que ocupa un lugar intermedio entre la ciega sabiduría infusa del vegetal y del animal por un lado y el misterio sobrenatural por el otro.

Durante miles de años el ser humano, para poder sobrevivir, manejó levemen­te el "cómo" o sea el comportamiento regular del mundo. En cambio sus preguntas sobre el por qué y el para-qué del inmenso cosmos se constituyeron para este ser consciente de sí mismo y de aquello que lo rodea, en una esencial obsesión. En este

empeño fue inevitable que acompañara a estas interrogantes sobre el cosmos con las mismas preguntas dirigidas a sí mismo, o sea por qué él era; cómo era y para qué era. Así surgió de inmediato la maravilla de la deificación de ese mundo y la creencia total en su propia inmortalidad. Atinó a darse cuenta de que los animales no mueren sino que pasan a ser otra vez la corriente de la vida. En cambio él, como ser consciente de sí mismo moría pero no se extinguía y así sabiéndose inmortal se

acercó como persona imperecedera al misterio de lo divino. Le fue fácil entonces la

tentación de deificarse a sí mismo en el curso de esta vida mortal, y ya sabemos el daño que han causado a lo largo de la historia estas soberbias autodeificaciones. Al mismo tiempo durante siglos y siglos el ser humano avanzaba en el conocimiento y aprovechamiento de los comportamientos regulares de la naturaleza, o sea el "cómo es"y se comporta nuestro mundo.

Así llegamos a este momento de la historia entre la búsqueda religiosa y filosó­fica del "por qué" y el "para qué" de este cosmos limitado y de nosotros mismos por

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una parte, y por la otra el gigantesco éxito científico del "cómo" es el mundo de la naturaleza, y el de nuestro propio cuerpo. Estallan la tecnología y las ciencias exac­tas, o viceversa. Estas ciencias exactas, valga decirlo, que en la mayor parte de los

casos podemos definir como el manejo matematizable y por tanto demostrable y transmisible de algo que no se llega a conocer plenamente, pero eso sí, en el seno de un artefacto del todo conocido. Esto quiere decir que salvo los casos de las ciencias descriptivas, las demás ciencias exactas son fatalmente ciegas para conocer la últi­ma realidad de lo que estudian en sus experimentos absolutamente exactos.

Allí donde el artefacto es determinante, pues debe elegirse entre la posición y la velocidad de un ente físico, es cuando se ve claramente cómo la ciencia exacta, que es la física, viene a ser hija del artefacto; igual pasa cuando hay que escoger entre corpúsculo y onda como es el caso de la luz. En consecuencia, las ciencias exactas conocen perfectamente el comportamiento de aquello que jamás conoce­rán y no obstante han creado la maravilla indudable que es la casi in agotable pero eternamente impersonal tecnología. Por eso el experimento científico y la tecnolo­gía consecuente constituyen pues el manejo mensurable de algo cuya esencia no se llega a conocer en el seno de un artefacto que sí se conoce. También podemos decir con absoluta seguridad que lo que hoy en día se llama inteligencia artificial jamás tendrá conciencia de sí misma, es decir,jamás será persona. El homúnculo de la retorta del Fausto es imposible.

Los primitivísimos inventos tecnológicos de los primeros momentos de lo

humano y el triunfo de la tecnología en los últimos siglos responden pues al "cómo" del universo material. Cómo se comportan las cosas que son solamente eso: cosas; pero no nos dice nada del "por qué" ni el "para qué" de este Universo. Así son la astronomía, la física, la química, las matemáticas y algunas otras. El "cómo" empe­zó pues siendo puramente pragmático y es ya con las civilizaciones (la ciudad) que va enriqueciéndose lentamente en el conocimiento teórico hasta llegar a la ciencia

y la tecnología de la modernidad europea. De aquí parte el reduccionismo filosófico y la teoría materialista sobre el hombre y su destino. Y eso es justamente lo que ya no se sostiene a sí mismo. El "cómo" que creía haber devorado al "por qué" y el "para qué" está renunciando, ya en este fin de siglo, a tal pretensión. Ya no tiene ni la misión de verlo todo con la óptica de las ciencias exactas ni la posibilidad de enten­der el sentido del hombre y del mundo.

Tratándose en cambio de los estudios sobre el ser hum.ano corno tal y ya no sólo

de su corporeidad, las ciencias aplicables, ciencias de lo hum.ano, carecen total­mente de exactitud y no obstante nadie va a dudar de su valentía y de su inmensa utilidad. Y, ¿por qué, nos preguntamos, semejante limitación de las ciencias que versan sobre lo hum.ano propiamente tal? Porque lo hurn.ano,propiamente tal, res­ponde a una apasionada relación personal con el misterio del "por qué" y el "para qué", del Ser en su globalidad. Esta limitación se extiende también a la antropolo­

gía, al derecho, la sociología, la economía, la psicología en cualquiera de sus formas,

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el análisis del inconsciente personal, el análisis del inconsciente colectivo, la histo­ria, la gramática, la filosofía del conocimiento y otras más.

Por el otro lado, las ciencias exactas no se preguntan nada sobre el misterio; ellas comen y comen, rumian y rumian inocentemente. Gozan de seguridad. Son perfectas y a la vez metafísicamente ciegas. A mi juicio creo que debe quedar claro que la biología, la fisiología, el estudio minucioso del cerebro con sus neuronas y

sus circuitos, las ciencias médicas y todas las ciencias humanas que acabo de enu-merar con todo lo profundas, rigurosas y altísimamente útiles como pueden ser, no agotan ni cada una por su lado ni todas juntas la esencia o totali-dad de lo humano. En este sentido resulta un tanto inquietante el entusiasmo que ha producido el "completamiento del genoma humano". A estas alturas ¿quién puede pensar que la e·sencia y

completitud de lo humano ni como cuerpo ni como individuo, pue-da reducirse sólo a su genoma? El genoma tiene que ver en térmi­

Es reconocer en la historia la misma

lucha entre el bien y el mal que se da

en la interioridad de todo individuo cabal.

nos absolutos con el genotipo, pero durante la gestación intervienen también muchos factores extrínsecos que van formando el para tipo. Si colocamos el genoma en su sitio, su completamiento por la ciencia es en verdad algo importante, pero si pensamos que lo genético agota "el fenómeno humano", semejante entusiasmo puede resultar risible.

Otra cosa que está hoy en el mercado de la ciencia es la discusión sobre la clo­nación de embriones humanos. Permítaseme decir que nunca un sujeto humano

clonado será igual a su generador. No olvidemos que los gemelos univitelinos jamás son idénticos; desde la gestación ya comienzan a tener posiciones diferentes que van generando influencias paratípicas diferentes y esas influencias paratípi­cas diferentes se hacen inconmensurables en el proceso del parto y sobre todo a partir del parto, con el hecho de una serie de variables diferentes en el destino del uno y del otro, diferencias que se intensifican muchísimo más por obra y gracia de

las decisiones que vienen de su respectivo libre albedrío. Así es que no hay que hacer de esto una cosa tan temible o peligrosa, aun cuando lo que estoy diciendo no significa que esté de acuerdo con la clonación y muchísimo menos si ello va a ser usado para la creación de depósitos de órganos congelados, sin saber lo que esto significa.

Pero hablando de las ciencias exactas no podemos olvidar la importancia que

tuvo el siguiente acontecimiento científico: se trata que de repente, hace ya cinco décadas, un físico ruso nacionalizado estadounidense y con mucho talento, ideó la teoría del big bang para explicar el origen del universo. Esto fue recibido con estruendo por muchísimos científicos de la actualidad, algo así como un estallido triunfal.No pretendo describir la teoría de este científico. Él sostiene que en la nada absoluta y eterna -que no debemos ni siquiera imaginar como un inmenso vacío,

puesto que ello sería estar pensando en algún género de espacio previo-- se formó el

universo en menos de un segundo. Semejante estallido al expandirse creó el tiempo

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y el espacio que no existían; creó las distancias cósmicas, creó los nubarrones de materia-energía, luego las galaxias y por último las estrellas y sus planetas.

Según el uso espiritual que cada quien le dé a tal suceso, en el caso de que haya sido de esa manera, se puede incurrir en una inmensa necedad aunque se sea muy sabio, o también se puede ver en ello una cierta luz del por qué y el para qué de la creación divina del universo. Lo que quiero decir es que el cosmos material no se

mira a sí mismo ni tiene conciencia de sí mismo. El cosmos material energético que estudian las ciencias exactas es sólo un sirviente inagotable. Y tal concepción no es

Hay,pues,enlahora presente, una total e inderrotable ansiedad sobre el destino de la humanidad en el siglo próximo, ansiedad histórica que nunca jamás había·existido ...

dualista. El dualismo estará referido a la relación entre el hombre

consciente y libre y el Dios eterno, creador del hombre y transcen­dente al Universo, que es-apenas una parte de su creación. Es decir, se estará aceptando la existencia personal de un Dios increado, a quien le complació la creaci6.i1 de un universo finito como de hecho lo es, según nos lo dicPD. la física y la astronomía. Creación por amor de la naturaleza viviente y de la transnatura­leza humana que aspira, porque de verdad aspira en todos noso-tros, a una sobrenaturaleza o sea, al "por qué" y al "para qué" de

una eternidad sobrenatural en un estado de beatitud inimaginable en su ser real y que sólo puede vislumbrarse con la antigua y breve definición que dice así: beati­tud se llama a aquel estado de bienestar que no precisa de ningún otro bien. Fuera de este misterio de fe, el big bang, como origen autónomo del mundo cósmico y del alma humana, sería un gran absurdo por su enorme y espantosa petición de prin­cipio. Dios es persona, y es ése el escándalo de los escándalos del Misterio.

Debo referirme a las relaciones de simpatía o de antipatía respecto al incre­mento de la religiosidad en el siglo que se avecina, y a la simpatía o antipatía res­pecto a la potencia mundanal para la producción de la cada vez más innovadora tecnología, al servicio, eso sí, de la tecnocracia, en el mundo del capital financiero que aspira a la globalización.

En verdad ni la más intensa religiosidad necesita pelearse con la tecnología, que en gran parte es hoy absolutamente indispensable. Puede sí cuestionarse la prepotencia de la tecnocracia y lo que pudiera ser su adoración por el poder de la técnica.Adoración que los tecnócratas saben muy bien incrementar con la seducto­ra propaganda del cine, la televisión, el Internet y quién sabe cuántas cosas más.

La tecnocracia no permite, o mejor dicho, intenta impedir por todos los medios a su alcance el silencio del espíritu. Lo más lamentable de este asunto es el mal uso del sexo y del desnudo con todo el daño que se puede hacer mediante la compulsiva genitalización de la propaganda televisiva. No voy a detenerme en este problema, que entre otras cosas puede causar una maduración peligrosa del sexo en varones y hembras menores de ocho años. Sí deseo hacer una breve alusión a las cataratas de violencia que saltan desde las películas de largometraje y sobre todo desde la

televisión.

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Como dije antes, no estoy muy seguro de que eso sirva para hacer una catarsis de la violencia escondida en la psique de los espectadores, y me adhiero a los millo­nes de personas que claman ante los tecnócratas y ante los gobiernos para que se

modere o minimice tanto abuso, tanta falta de talento y tanto peligro para la psique.

Pero quiero volver a la cuestión de las posibles relaciones entre el tipo de glo­

balización tecnocrática que está en marcha y el posible incremento de la religiosi­

dad. Estoy seguro de que desde el campo de lo religioso vendrán quejas y hasta acusaciones,pero no disparos. En cambio, no estoy tan seguro de que en el campo de la tecnocracia, al verse cuestionada en su absoluta soberanía, no se presenten,

desde una avalancha de "santidad" monetaria hasta sutiles, democráticos y muy

largos sabotajes; usando hasta el cansancio los medios de comunicación. Los acompañantes del "cómo" -de hecho muy necesarios- son el arte y la poe­

sía. Esa es la glorificación de la inmanencia, aquello que edá quieto y conforme

consigo mismo. Pero el arte y la poesía no sólo glorifican la. substancialidad del cos­mos estelar y el de nuestro planeta, sino también la transitoria inmanencia de lo

humano en lo que respecta a su naturaleza pura, pero sobre todo a su dramática

transnaturalidad, la cual a menudo está en lucha, a veces terrible, con lo sobrena­tural. En todo caso, el ser humano con Dios o sin Dios tiene su propio mundo en el cual se realiza. No me refiero al mundo de las ciencias exactas, sino al mundo de las

pasiones y anhelos de la condición humana, con o sin religión. El mundo de las pasiones, del poder, de la propiedad, del sexo, del enamoramiento, del dinero y del

intelecto. Mundo denso, espeso a veces, glorioso a veces, e infernal a veces. El mun­do de la virtud, de la continencia y del crimen, de la justicia y la injusticia más atroz que arreció en Europa y en el resto del mundo con el advenimiento de la moderni­

dad. Es decir, "lo humano, demasiado humano".

Creo haber aclarado que el "cómo es el mundo", sobre todo el develado por la ciencia exacta, apenas toca muy ligeramente al "por qué" y al "para qué" del Uni­

verso y del ser humano, que siempre está por encima del simple saber del "cómo".

En este siglo del segundo milenio "d.C." las preguntas sobre el "por qué" y el "para

qué" han estado siempre aminoradas, arrinconadas y con frecuencia muy depre-. ciadas. Mejor dicho, en los últimos dos siglos el cientificismo del "cómo" ha sido el

gran triunfador, y ahora, en el siglo que se avecina, viviremos la complicada dialéc­tica entre la mundanidad de las glorias tecnológicas y la expansión gradual de una

intensa religiosidad. El "por qué" y el "para qué" de este mundo van a estar inten­

samente unidos. La ciencia exacta seguirá siendo respetada aunque también va a

ser muy fácil reconocer sus infranqueables limitaciones. El por qué y el para qué estarán arraigados en lo inefable y será entonces que podremos darnos cuenta de que en el puño del espíritu de un niño (si es que puede hablarse así) caben todas las galaxias del Universo con todos sus años luz y, no obstante, todavía queda en esa

mano una inmensa capacidad para el Misterio absoluto.

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Pablo Astorga libro 1, p. 363

Rafael Badell Madrid libro 3, p. 35

Asdrúbal Baptista libro2,p. 417 libro3,p.481

Crisanto Bello Paoli libro 3, p. 393

Ornar Bello Rodríguez libro 1, p. 391

Teolinda Bolívar libro 1, p. 99

José Manuel Briceño Guerrero libro 1, p. 489

Roberto Briceño-León libro 1, p. 125

Boris Bunimov-Parra libro3,p.133

Manuel Caballero libro 3, p. 453

Rafael Cadenas libro 2, p. 565

Elsa Cardozo de Da Silva libro 1, p. 429

Germán Carrera Damas libro 1, p. 459

Chi-Yi Chen libro 1, p. 49

Isaac Chocrón libro 2, p. 579

Simón Alberto Consalvi libro 3, p.13

Ornar Alberto Corredor libro 3, p. 297

Jorge Dugarte Contreras libro 3, p. 307

Francisco J. Faraco R. libro 2, p. 381

Adán Febres Cordero libro 3, p. 249

Humberto Fontana libro 2, p. 479

I ván González Viso libro 1, p. 273

Arnoldo José Gabaldón libro 3, p. 379

Alejandro Gutiérrez libro 2, p. 479

Elio Gómez Grillo libro 3, p.169

Moraima Guanipa libro 2, p.121

Martín Hahn libro 2, p. 13

Gustavo Hernández libro 3, p. 225

Bernardino Herrrera libro 3, p. 225

ÍNDICE DE AUTORES

Carlos Irazábal Arreaza libro 1, p. 305

Rodolfo Izaguirre libro 2, p. 107

Karl Krispin libro 3, p. 191

Ruth de Krivoy libro 2, p. 271

Elisa Lerne1: libro 2, p. 199

Gustavo Linares Benzo libro 2, p. 351

Belén Lobo libro 2, p. 35

Margarita López Maya libro 3, p. 73

José Rafael Lovera libro 1, p. 155

José Malavé libro 2, p. 221

Patricia Márquez libro 1, p. 221

Bernard Mommer libro 2, p. 529

Maritza Montero libro 3, p. 509

Alejandro Moreno libro 1, p. 65

Eduardo Ortiz libro 3, p. 419

Francisco Javier Pérez libro 1, p.19

Luis Pérez Oramas libro 2, p. 591

Sandra Pinardi libro 2, p. 49

Elías Pino Iturrieta libro 3, p. 343

Ramón Piñango libro 3, p. 527

Inés Quintero libro 1, p. 245

Gonzalo Ramírez libro 2, p. 171

Aníbal Romero libro 3, p. 107

Héctor Silva Michelena libro 2, p. 299

Enrique Urdaneta Fon ti veros libro 3, p. 323

Federico Vegas libro 1, p. 273

Ramón J. Velásquez libro 1, p. 335

Hebe Vessuri libro 2, p. 79

José Luis Vethencourt libro 1, p. 513

Luis Viana libro2,p.151

535

Page 24: Inquietudes sobre el hombre de hoy y su destinobibliofep.fundacionempresaspolar.org/media/1280386/vsxx_l1_19_con... · Cada esplendor tecnológico nos llena de admiración pero nos
Moises
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