Inquisiciones – Jorge Luis Borges

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Libro de Jorge Luis Borges

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  • Este que llamo Inquisiciones (por aliviar alguna vez la palabra de sambenitos y humareda)es ejecutoria parcial de mis veinticinco aos. El resto cabe en un manojo de salmos, en elFervor de Buenos Aires y en un cartel que las esquinas de Callao publicaron. [...] Yo no ssi hay literatura, pero yo s que el barajar esa disciplina posible es una urgencia de miser. Primer volumen en prosa publicado por Jorge Luis Borges, Inquisiciones vio la luzen Buenos Aires en 1925, quedando en seguida desterrado oficialmente, junto con Eltamao de mi esperanza y El idioma de los argentinos, de la obra de su autor. En l,sin embargo, se encuentran ya gran parte de los temas y obsesiones recurrentes delmaestro argentino, as como el sello inconfundible de su estilo.

  • Jorge Luis Borges

    InquisicionesePub r1.0

    Moro 05.10.13

  • Ttulo original: InquisicionesJorge Luis Borges, 1925

    Editor digital: MoroePub base r1.0

  • PrlogoLa prefacin es aquel rato del libro en que el autor es menos autor. Es ya casi un leyente y goza delos derechos de tal: alejamiento, sorna y elogio. La prefacin est en la entrada del libro, pero sutiempo es de posdata y es como un descartarse de los pliegos y un decirles adis.

    Este que llamo Inquisiciones (por aliviar alguna vez la palabra de sambenitos y humareda) esejecutoria parcial de mis veinticinco aos. El resto cabe en un manojo de salmos, en el Fervor deBuenos Aires y en un cartel que las esquinas de Callao publicaron. All esos borradores y el quevers.

    Veinticinco aos: una haraganera aplicada a las letras! Yo no s si hay literatura, pero yo s queel barajar esa disciplina posible es una urgencia de mi ser. Salvo el ambiente del Quijote, delFausto criollo y hasta de tu prximo libro (si eres autor) nada conozco que sea digno de unainmortalidad de renombre. Slo hay xitos de amistad, de intriga, de fatalismo. Ojal este libroobtenga uno de ellos.

  • Torres Villarroel(1693-1770)

    Quiero puntualizar la vida y la pluma de Torres Villarroel, hermano de nosotros en Quevedo y en elamor de la metfora.

    Diego de Torres naci a fines del siglo diecisiete en una casa breve del barrio de los libreros deSalamanca y creci en la proximidad no en la intimidad de los libros, pues stos escasamente leatrajeron. Fueron sus padres gente ingloriosamente honrada, de larga y quieta arraigadura en elterruo salmantino. De chico fue pendenciero y dscolo; repas los latines obligatorios de entonces ya los trece aos pas a la Universidad, de cuyo estudioso fastidio le desvincularon despus audacestravesuras, que eran linderas con calaveradas posibles. Volvi a su casa y aprovech un atardecerpara escaparse de ella y de la mediana y encaminarse campo afuera, rumbo al Oeste. Alcanz tierralusitana y sucesivamente fue en ella aprendiz de ermitao, curandero, maestro de danzar, soldado yfinalmente desertor. Las persuasiones de la nostalgia lo devolvieron a su patria y a la serenidadfamiliar. Se adentr luego en el estudio de los diversos ramos de la alquimia, la mgica y laastronoma y dio a la prensa alguna adivinacin y almanaque. Obtuvo una ctedra que dej a los dosaos de ejercerla y vagamunde por la corte, padeciendo hambre duradera, hasta que un mdico secompadeci de su estado y le franque su mesa y sus libros. Una dichosa coincidencia lo acredit deastrlogo y sus almanaques rellenos de metforas y de coplas y acomodados igualmente, por sudejo burlesco, a la incredulidad alegre y a la supersticin vergonzante se difundieron por Madrid.Le abochorn su propio renombre y determin volver a su patria, donde gan por oposicin lactedra de geometra, en la que ofici dignamente, sin otra genialidad que la de arrojar a un chistosoun gran comps de bronce, gesto que puso en los espectadores, segn l mismo narra, miedoreverencial. Una ofensa inferida a un clrigo lo extra de Castilla y en Portugal sobrellev tres aosde tolerable destierro, que una enfermedad agrav y que aliviaron la conversacin y el amigable tratode caballeros portugueses. A su vuelta, pudo recabar el amparo de la duquesa de Alba. Ya unaanchurosa gloria de escritor era suya, gloria no atestiguada en fraternidad de colegas o rendimientode discpulos, pero s luciente y sonora en los doblones que le granjeaba su pluma. Cuarenta aoscontaba a esta sazn y vivi treinta ms, sin otras aventuras que las serenas de amplificar su obra, deleer a Kempis, a Quevedo y a Bacon y de sentirse vivir en la maciza certidumbre del contemporneorenombre y en la eventualidad de una futura fama.

    Fue de manifiesta llaneza en la habitualidad de su trato: comi de un mismo pan que sus criados,no despuli jams a ninguno ni en el vestir se apart de ellos.

    He logrado los hechos anteriores en su autobiografa, documento insatisfactorio, ajeno defranqueza espiritual y que como todos sus libros, tiene mucho de naipe de tahr y casi nada deintimidad de corazn. Sin embargo, hay en ella dos excelencias: su aparente Soltura y el ahnco delescritor en declararse igual a cuantos lo leen, contradiciendo el desarreglo de la agitada vida quenarra y la jactancia que quiere persuadirnos de nicos. Quiso examinar Villarroel la traza de suespritu y confes haberlo juzgado semejante al de todos, sin eminencias privativas ni especialfortaleza en lacras o cualidades: desengao que no alcanzaron ni Strindberg ni Rousseau ni el propio

  • Montaigne. Esa abarcadora y confesa vulgaridad de un alma, es cosa que conforta.Su obra breve en el tiempo, pues hoy est olvidada con injusticia fue larga en el espacio y la

    incompleta edicin pstuma hecha en Madrid por los aos de 1795, la reparte en quince volmenes.Todas las cosas y otras muchas ms estn barajadas en ella: tratados astronmicos, vidas de varonespiadosos, un Arte de colmenas, mucha desbocada invectiva, romances en estilo aldeano, entremeses,l a Anatoma de lo visible e invisible, los Sueos morales, la Barca de Aqueronte, el Correo delotro mundo, dos tomos de pronsticos y unos zangoloteados sonetos de cuya travesura de rimas esejemplar el que traslado:

    DESCRIBE ALGUNAS COSAS DE LA CORTE

    Pasa en un coche un pobre Ganapn,mintiendo Executorias con su tren,pasa un Arrendador, que en un vayvnse nos vuelve a quedar Pelafustn:pasa despus un grande Tamborln,llevando la carroza ten con teny pasa un simple Mdico tambinparando el coche por cualquier Zagun.Pasa un gran Bestia puesto en un Rocn,pasa como abstinente el que es Ladrn,pasa hacindose Docto el Matachn:todo es mentira, todo confusin,yo me ro de todo, porque al finmiro los Toros desde mi balcn.

    Torres Villarroel, en sus versos, no hizo sino metrificar recuerdos de aventadas lecturas,engalanndolos de rimas. (El que acabo de transcribir tiene fcil origen en el soneto de Quevedo A lainjusta prosperidad, en el de Gngora Grandes ms que elefantes y que abadas y aun en la stiratercera de Juvenal, por tan ilustre graduacin.)

    Pero la singularidad ms certera de Torres Villarroel estriba en el concepto de la prosa quemanifiestan sus escritos fantsticos. Es lo de menos la intencin risible que esgrimen y su virtud esten la atropellada numerosidad de figuras que enuncian, gritan, burlan y enloquecen el pensamiento.Ese ictus sententiarum, esa insolentada retrica, esa violencia casi fsica de su verbo, tienen suparangn actual con los veinte Poemas para ser ledos en el tranva.

    Atestigen mi aserto algunas oraciones entresacadas de los Sueos morales:Encendise el mozo yesca a los primeros relmpagos del ayre de la chula; le hizo cenizas el

    juicio y desmayado el valor del nimo: empezaron los terremotos de bragueta; los ojos de la niale menudeaban los sahumerios y el mozalbete qued zarrapastroso de palabras, zurdo de accionesy tartamudo de voces

  • Los racimos iban ginetes en los meollos y caballeros en los cascos: los vapores eraninquilinos de las calaveras, en infusin de mosto los sentidos, las almas embutidas en un lagar,nadando las fantasas en azumbres, alquilado el cerebro a los disparates, los sesos amasados conuvas, los discursos chorreando quartillos, las inteligencias vertiendo arrobas, las palabrashechas una sopa de vino, muy almagrados de cachetes, ardiendo las mexillas en rescoldo de tonel,abochornados los ojos en estos de via, encendidas las orejas en canculas de bodegn ydelirando los caletres con tabardillos de taberna. No cesaban las copas del licor tinto, blanco yde otros colores, de suerte que cada uno de los perillantes tena una borrachera ramillete. Unocanta un responso pasado por rosoli, otro hace relinchar un rabel, y finalmente toda la sala erauna zahrda de mamarrachos, un pasteln de cerdos y un archipilago de vmitos.

    Existe en Torres Villarroel un milagro, tan impenetrable y tan claro como cualquier cristal y es lapotestad absoluta que don Francisco de Quevedo hubo sobre la diestra de ese discpulo tardo.Sabemos de escritores que han arrimado su soledad a la imagen de otros escritores pretritos,sabemos del muriente Heine que fervorosamente individu su anhelo de Jud en las personalidadesde Yehuda ben Halevi y de Avicebrn lejansimo, ese piadoso ruiseor malagus cuya rosa eraDios. Pero cualquier ejemplo es inhbil frente a la omnipresencia de Quevedo en los retiramientosms huraos de la intelectiva de Torres. Quevedo es personaje principal de los Sueos morales;Quevedo escribe comentaciones de Sneca y las comenta Villarroel; Quevedo inspira con su Cuentode cuentos la vivaz Historia de historias que ste compuso y al Criticn de Baltasar Gracinpropone Torres adjudicarlo a las llamas por contener una animadversin contra su dolo. Sobre losdas y las noches de don Diego de Torres, sobre cada una de las pginas que traz, la sombra delmaestro pasa con la altivez de una bandada y con la certeza del viento. Torres, incrdulo estrelleroque crey en el influjo de los astros sobre la humana condicin pero no en sortilegios o demonologa,fue un enquevedizado. Torres, que cambi lunas por doblones y para quien la anchura estelar fue unaresplandeciente almoneda, fue posedo de un espritu y las metforas de un muerto hicieron deincantacin.

    El milagro estriba en la forma que ese aprendizaje supo asumir. Torres, hombre impotico, singravamen de estilo ni ansia de eternidad, fue una provincia de Quevedo, ms alegre y menos intensaque su trgica patria. Quevedo, a fuer de artista, fij alucinaciones, labr un mundo en el mundo ydebel sus propias imgenes; Villarroel desminti esa seriedad, prodigndolo todo, con el absurdogesto de un dios que desbaratase el arco iris en librrimas serpentinas. As recab su obra, que esconversadora y brozosa, pero cuyo rumor es algo as como la rediviva cotidianidad del maestro,como una extravagante y chacotera resurreccin.

  • La traduccin de un incidenteLa amistad une; tambin el odio sabe juntar. Dos nombres hermanados por una fraternidad belicosacomo de espadas que en ardimiento de contienda se cruzan son los de Gmez de la Serna y RafaelCansinos Assns. La discordia eterna del arte se ha incorporado en esos adversarios tcitos yentraalmente opuestos: en el madrileo tupido, espeso y carnal que sumergido en la realidad enesa enconadsima dureza que nombran realidad los castellanos quiere desamarrarse de ellamediante pormenores, grabazones y voluntariosos caprichos y en el andaluz, alto como una llamaradade amotinada hoguera e inhbil en el ademn como un rbol, cuyas palabras lentas y eficaces oyensiempre la pena.

    Entre ambos hombres y mejor an entre ambos espritus, vacil durante algn tiempo la mocedadliteralizada de Espaa. En la ajustada y casi carcelaria botillera de Pombo estableci Gmez de laSerna su conventculo, en tanto el sevillano junt a los suyos en el Colonial, caf de espejosabismticos que lejos de deformar la vida, la aceptan y repiten y comentan con insistencias generosasde salmo. Ambas reuniones se realizaban el sbado, ya superada la ritual media noche: circunstanciapropicia al fervor y a las divagaciones y achacable no a prestigio alguno de hechicera sino a la grancostumbre nocharniega del vivir espaol y a la provechosa y aprovechada ociosidad del consecutivodomingo. Ambas tertulias eran privativas; quien frecuentaba la una era exclaustrado religiosamentede la contraria y slo el admirable Eugenio Montes logr, mediante una destreza intelectual que fuevoceado escndalo entre sus compaeros, alternar su discutidora presencia en ambas banderas. Yomilit en la de Cansinos y an perdura en m la aoranza de la sabtica reunin y de los corazoneshoy sueltos cuya vigilia de poesa era unnime frente a la enredada ciudad, que arreciaba como unafuerte lluvia en los cristales del caf. Advertir el lector que estn situados en el pasado los verbos ycon ello quiero indicar que se ha desbaratado ya esa disputa, vehementsima hace cuatro o cincoaos. La indiferencia no ha rematado esa rivalidad. Las travesuras leves abaten las austeraslamentaciones; la greguera ha quebrantado el salmo y los paladeadores de apasionadas imgenesque fervorizaban antao junto a la sombra luminosa de Cansinos Assns, hoy aventuran chascarrillosen Pombo. A las veladas y a la orientacin de Cansinos ya de hombres graves que el desengaohizo ribereos del arte no acuden otros jvenes que yo, regresado eventual a quienes escondernmaana las leguas. Tal es el incidente; veamos luego la significacin que ste implica.

    Antes, quiero adelantar una salvedad. No es intencin de estos renglones el comparar, enmenoscabo de cualquiera de ellos, las personalidades verdaderas de los dos escritores. Son dospases muy distintos y enmaraados que distan un incaminado trecho el uno del otro, tan bravamenteincomparables como lo pueden ser, por ejemplo, la perfeccin de dejadez y hurao vivir que en todoarrabal porteo me agrada y la nerviosa perfeccin de codicia que alborota las calles cntricas. Yos muy bien que Gmez de la Serna es trgico en ese duro forcejear con su ndole reseca decastellano y en esa voluntad de fantasa que inflige a su visin. (Ramn, queriendo hacer laborfantstica, ha realizado la autobiografa de nosotros todos.) Yo s que en la rebusca de metforas quea Cansinos suele atarear, hay sospechas de juego. Pero la igualacin del escritor madrileo a latravesura y del sevillano a la trgica seriedad permanece inclume, pues corrobora la significacin

  • banderiza que en ellos ve la juventud y que rige su preferencia.En eso est lo sintomtico. La literatura europea se desustancia en algaradas intiles. No cunde ni

    esa diccin de la verdad personal en formas prefijadas que constituye el clasicismo, ni esavehemencia espiritual que informa lo barroco. Cunden la dispersin y el ser un leve asustador delleyente. En la lrica de Inglaterra medra la lastimera imagen visiva; en Francia todos aseveran cuitados! que hay mejor agudeza de sentir en cualquier Cocteau que en Mauriac; en Alemania seha estancado el dolor en palabras grandiosamente vanas y en simulacros bblicos. Pero tambin allgesticula el arte de sorpresa, el desmenuzado, y los escribidores del grupo Sturm hacen de la poesaempecinado juego de palabras y de semejanza de slabas. Espaa, contradiciendo su historia ycodiciosa de afirmarse europea, arbitra que est muy bien todo ello.

    No hablar de culturas que se pierden. La constancia de vida, la duradera continuidad de la vida,es una certidumbre de arte. Aunque las apariencias caduquen y se transformen como la luna, siempreperdurar una esencia potica. La realidad potica puede caber en una copla lo mismo que en unverso virgiliano. Tambin en formas dialectales, en asperezas de jerigonza de crcel, en lenguajesaun indecisos, puede caber.

    Europa nos ha dado sus clsicos, que asimismo son de nosotros. Grandioso y manirroto es el don;no s si podemos pedirle ms. Creo que nuestros poetas no deben acallar la esencia de anhelar de sualma y la dolorida y gustossima tierra criolla donde discurren sus das. Creo que deberan nuestrosversos tener sabor de patria, como guitarra que sabe a soledades y a campo y a poniente detrs de untrebolar.

  • El Ulises de JoyceSoy el primer aventurero hispnico que ha arribado al libro de Joyce: pas enmaraado y montarazque Valery Larbaud ha recorrido y cuya contextura ha trazado con impecable precisin cartogrfica(N. R. F, tomo XVIII) pero que yo reincidir en describir, pese a lo inestudioso y transitorio de miestada en sus confines. Hablar de l con la licencia que mi admiracin me confiere y con la vagaintensidad que hubo en los viajadores antiguos, al describir la tierra que era nueva frente a suasombro errante y en cuyos relatos se aunaron lo fabuloso y lo verdico, el decurso del Amazonas yla Ciudad de los Csares.

    Confieso no haber desbrozado las setecientas pginas que lo integran, confieso haberlopracticado solamente a retazos y sin embargo s lo que es, con esa aventurera y legtima certidumbreque hay en nosotros, al afirmar nuestro conocimiento de la ciudad, sin adjudicarnos por ello laintimidad de cuantas calles incluye.

    James Joyce es irlands. Siempre los irlandeses fueron agitadores famosos de la literatura deInglaterra. Menos sensibles al decoro verbal que sus aborrecidos seores, menos propensos aembotar su mirada en la lisura de la luna y a descifrar en largo llanto suelto la fugacidad de los ros,hicieron hondas incursiones en las letras inglesas, talando toda exuberancia retrica con desengaadaimpiedad. Jonathan Swift obr a manera de un fuerte cido en la elacin de nuestra humana esperanzay el Mikromegas y el Cndido de Voltaire no son sino abaratamiento de su serio nihilismo; LorenzoSterne desbarat la novela con su jubiloso manejo de la chasqueada expectacin y de las digresionesoblicuas, veneros hoy de numeroso renombre; Bernard Shaw es la ms grata realidad de las letrasactuales. De Joyce dir que ejerce dignamente esa costumbre de osada.

    Su vida en el espacio y en el tiempo es abarcable en pocos renglones, que abreviar miignorancia. Naci el ochenta y dos en Dubln, hijo de una familia prcer y piadosamente catlica. Lohan educado los jesuitas; sabemos que posee una cultura clsica, que no comete errneas cantidadesen la diccin de frases latinas, que ha frecuentado el escolasticismo, que ha repartido sus andanzaspor diversas tierras de Europa y que sus hijos han nacido en Italia. Ha compuesto canciones, cuentosbreves y una novela de catedralicio grandor: la que motiva este apuntamiento.

    E l Ulises es variamente ilustre. Su vivir parece situado en un solo plano, sin esos escalonesideales que van de cada mundo subjetivo a la objetividad, del antojadizo ensueo del yo al transitadoensueo de todos. La conjetura, la sospecha, el pensamiento volandero, el recuerdo, loharaganamente pensado y lo ejecutado con eficacia gozan de iguales privilegios en l y laperspectiva es ausencia. Esa amalgama de lo real y de las soaciones, bien podra invocar elbeneplcito de Kant y de Schopenhauer. El primero de entrambos no dio con otra distincin entre lossueos y la vida que la legitimada por el nexo causal, que es constante en la cotidianidad y que desueo a sueo no existe; el segundo no encuentra ms criterio para diferenciarlos, que el meramenteemprico que procura el despertamiento. Aadi con prolija ilustracin, que la vida real y los sueosson pginas de un mismo libro, que la costumbre llama vida real a la lectura ordenada y ensueo a loque hojean la indiligencia y el ocio. Quiero asimismo recordar el problema que Gustav Spillerenunci (The Mind of Man, pgs. 322-323) sobre la realidad relativa de un cuarto en la objetividad,

  • en la imaginacin y duplicado en un espejo y que resuelve, justamente opinando que son reales lostres y que abarcan ocularmente igual trozo de espacio.

    Como se ve, el olivo de Minerva echa ms blanda sombra que el laurel sobre el venero deUlises. Antecesores literarios no le encuentro ninguno, salvo el posible Dostoievski en laspostrimeras de Crimen y castigo, y eso, quin sabe. Reverenciemos el provisorio milagro.

    Su tesonero examen de las minucias ms irreducibles que forman la conciencia, obliga a Joyce arestaar la fugacidad temporal y a diferir el movimiento del tiempo con un gesto apaciguador,adverso a la impaciencia de picana que hubo en el drama ingls y que encerr la vida de sus hroesen la atropellada estrechura de algunas horas populosas. Si Shakespeare segn su propia metfora puso en la vuelta de un reloj de arena las proezas de los aos, Joyce invierte el procedimiento ydespliega la nica jornada de su hroe sobre muchas jornadas de lector. (No he dicho muchassiestas.)

    En las pginas del Ulises bulle con alborotos de picadero la realidad total. No la mediocrerealidad de quienes slo advierten en el mundo las abstradas operaciones del alma y su miedoambicioso de no sobreponerse a la muerte, ni esa otra realidad que entra por los sentidos y en queconviven nuestra carne y la acera, la luna y el aljibe. La dualidad de la existencia est en l: esainquietacin ontolgica que no se asombra meramente de ser, sino de ser en este mundo preciso,donde hay zaguanes y palabras y naipes y escrituras elctricas en la limpidez de las noches. En libroalguno fuera de los compuestos por Ramn atestiguamos la presencia actual de las cosas con tanconvincente firmeza. Todas estn latentes y la diccin de cualquier voz es hbil para que surjan y nospierdan en su brusca avenida. De Quincey narra que bastaba en sus sueos el breve nombramientoconsul romanas, para encender multisonoras visiones de vuelo de banderas y esplendor militar.Joyce en el captulo quince de su obra traza un delirio en un burdel y al eventual conjuro de cualquierfrase soltadiza o idea congrega cientos la cifra no es ponderacin, es verdica de interlocutoresabsurdos y de imposibles trances.

    Joyce pinta una jornada contempornea y agolpa en su decurso una variedad de episodios que sonla equivalencia espiritual de los que informan la Odisea.

    Es millonario de vocablos y estilos. En su comercio, junto al erario prodigioso de voces quesuman el idioma ingls y le conceden cesaridad en el mundo, corren doblones castellanos y siclos deJud y denarios latinos y monedas antiguas, donde crece el trbol de Irlanda. Su pluma innumerableejerce todas las figuras retricas. Cada episodio es exaltacin de una artimaa peculiar, y suvocabulario es privativo. Uno est escrito en silogismos, otro en indagaciones y respuestas, otro ensecuencia narrativa y en dos est el monlogo callado, que es una forma indita (derivada del francsdouard Dujardin, segn declaracin hecha por Joyce a Larbaud) y por el que omos pensarprolijamente a sus hroes. Junto a la gracia nueva de las incongruencias totales y entre aburdeladaschacotas en prosa y verso macarrnico suele levantar edificios de rigidez latina, como el discursodel egipcio a Moiss. Joyce es audaz como una proa y universal como la rosa de los vientos. De aqudiez aos ya facilitado su libro por comentadores ms tercos y ms piadosos que yodisfrutaremos de l. Mientras, en la imposibilidad de llevarme el Ulises al Neuqun y de estudiarloen su pausada quietud, quiero hacer mas las decentes palabras que confes Lope de Vega acerca de

  • Gngora:

    Sea lo que fuere, yo he de estimar y amar el divino ingenio deste Cavallero, tomando del loque entendiere con humildad y admirando con veneracin lo que no alcanzare a entender.

  • Despus de las imgenesCon el ambicioso gesto de un hombre que ante la generosidad vernal de los astros, demandase unaestrella ms y, oscuro entre la noche clara, exigiese que las constelaciones desbarataran suincorruptible destino y renovaran su ardimiento en signos no mirados de la contemplacin antigua denavegantes y pastores, yo hice sonora mi garganta una vez, ante el incorregible cielo del arte,solicitando nos fuese fcil el don de aadirle imprevistas luminarias y de trenzar en asombrosascoronas las estrellas perennes. Qu taciturno estaba Buenos Aires, entonces! De su dura grandeza,dos veces millonaria de almas posibles, no se elevaba el surtidor piadoso de una sola estrofa veraz yen las seis penas de cualquier guitarra caba ms proximidad de poesa que en la ficcin de cuantossimulacros de Rubn o de Luis Carlos Lpez infestaban las prensas.

    La juventud era dispersa en la sombra y cada cual juzgbase solo. ramos semejantes alenamorado que afirma que su pecho es el nico enorgullecido de amor y a la encendida rama sobre lacual pesa septiembre y que no sabe de las alamedas en fiesta. Con orgullo creamos en nuestrasoledad ficticia de dioses o de islas florecidas y excepcionales en la infecundidad del mar ysentamos ascender a las playas de nuestros corazones la belleza urgente del mundo,innumerablemente rogando que la fijsemos en versos. Los novilunios, las verjas, el color blando delsuburbio, los claros rostros de las nias, eran para nosotros una obligacin de hermosura y unllamamiento a ejecutivas audacias. Dimos con la metfora, esa acequia sonora que nuestros caminosno olvidarn y cuyas aguas han dejado en nuestra escritura su indicio, no s si comparable al signorojo que declar los elegidos al ngel o a la seal celeste que era promesa de perdicin en lascasas, que condenaba la Mazorca. Dimos con ella y fue el conjuro mediante el cual desordenamos eluniverso rgido. Para el creyente, las cosas son realizacin del verbo de Dios primero fuenombrada la luz y luego resplandeci sobre el mundo ; para el positivista, son fatalidades de unengranaje. La metfora, vinculando cosas lejanas, quiebra esa doble rigidez. La fatigamos largamentey nuestras vigilias fueron asiduas sobre su lanzadera que suspendi hebras de colores de horizonte ahorizonte. Hoy es fcil en cualquier pluma y su brillo astro de epifanas interiores, mirada nuestra es numeroso en los espejos. Pero no quiero que descansemos en ella y ojal nuestro arteolvidndola pueda zarpar a intactos mares, como zarpa la noche aventurera de las playas del da.Deseo que este ahnco pese como una aureola sobre las cabezas de todos y he de manifestarlo enpalabras.

    La imagen es hechicera. Transformar una hoguera en tempestad, segn hizo Milton, es operacinde hechicero. Trastrocar la luna en un pez, en una burbuja, en una cometa como Rossetti lo hizo,equivocndose antes que Lugones es menor travesura. Hay alguien superior al travieso y alhechicero. Hablo del semidis, del ngel, por cuyas obras cambia el mundo. Aadir provincias alSer, alucinar ciudades y espacios de la conjunta realidad, es aventura heroica. Buenos Aires no harecabado su inmortalizacin potica. En la pampa, un gaucho y el diablo payaron juntos; en BuenosAires no ha sucedido an nada y no acredita su grandeza ni un smbolo ni una asombrosa fbula nisiquiera un destino individual equiparable al Martn Fierro. Ignoro si una voluntad divina se realizaen el mundo, pero si existe fueron pensados en Ella el almacn rosado y esta primavera tupida y el

  • gasmetro rojo. (Qu gran tambor de Juicios Finales ese ltimo!) Quiero memorar dos intentos defabulizacin: uno el poema que entrelazan los tangos totalidad precaria, ruin, que contradice elpueblo en parodias y que no sabe de otros personajes que el compadrito nostlgico, ni de otrasincidencias que la prostitucin, otro genial y soslayado Recienvenido de Macedonio Fernndez.

    Una ilustracin ltima. Ya no basta decir, a fuer de todos los poetas, que los espejos se asemejana un agua. Tampoco basta dar por absoluta esa hiptesis y suponer, como cualquier Huidobro, que delos espejos sopla frescura o que los pjaros sedientos los beben y queda hueco el marco. Hemos derebasar tales juegos. Hay que manifestar ese antojo hecho forzosa realidad de una mente: hay quemostrar un individuo que se introduce en el cristal y que persiste en su ilusorio pas (donde hayfiguraciones y colores, pero regidos de inmovible silencio) y que siente el bochorno de no ser msque un simulacro que obliteran las noches y que las vislumbres permiten.

  • Sir Thomas BrowneToda hermosura es una fiesta y su intencin es generosidad. Los requiebros y cumplimientos fueronsin duda en su principio formas de gratitud y confesin del privilegio con que nos honra elespectculo de una mujer hermosa. Tambin los versos agradecen. Laudar en firmes y bien trabadaspalabras ese alto ro de follaje que la primavera suelta en los viales o ese ro de brisa que por lospatios de septiembre discurre, es reconocer una ddiva y retribuir con devocin un cario.Lamentadora gratitud son los trenos y esperanzada el madrigal, el salmo y la oda. Hasta la historia loes, en su primordial acepcin de romancero de proezas magnnimas Yo he sentido regalo debelleza en la labor de Browne y quiero desquitarme, voceando glorias de su pluma.

    Antes, he de narrar su vida. Fue hijo de un mercader de paos y naci en Londres en 1605, enotoo. De la universidad de Oxford obtuvo su licenciatura en 1629 y pas a estudiar medicina al Surde Francia, a Italia y a Flandes: a Montpellier, a Padua y a Leiden. Sabemos que en Montpellierdiscuti largamente de la inmortalidad del alma con un su amigo, telogo, hombre de prendassingulares, pero tan atascado en ese punto por tres renglones de Sneca, que todas nuestrastriacas, sacadas de la Escritura y la filosofa, no bastaron a preservarlo de la ponzoa de suerror. Tambin relata que, pese a su anglicanismo, llor una vez ante una procesin mientras miscompaeros, enceguecidos de oposicin y prejuicio, cayeron en excesos de sorna y de risotadas .Toda su vida fue impaciente de las minucias y prolijidades del dogma, pero no dud nunca en loesencial: en la aseidad de Dios, en la divinidad del espritu, en la contrariedad de vicio y virtud.Segn su propio dicho, supo jugar al ajedrez con el Diablo, sin abandonarle jams ninguna piezagrande. Ya doctorado, volvi a su patria en 1633. Se dio al ejercicio de la medicina y suinvestigacin y la literatura fueron los dos ojos de su alma. En 1642 la guerra civil asest su grito enlos corazones. Alent en Browne el herosmo paradjico de ignorar la insolencia blica,persistiendo en empeo pensativo, puesto el mirar en una pura especulacin de belleza. Vivi feliz yquietamente. Su casa en Norwick clebre por el doble regalo de su biblioteca erudita y de suespacioso jardn fue contigua a una iglesia, cuyo esplendor oscuro, hecho de sombra y deiluminacin de vidrieras, es arquetpico de la obra de Browne. Este muri en 1682 y la fecha de sucumpleaos fue aniversario de su muerte. A semejanza de don Rodrigo Manrique, dio el alma a quiense la dio, cercado de su mujer, de hijos y de hermanos y criados. Vivir gustoso el suyo, tramitado a lasombra de un generoso tiempo y slo sojuzgado a la diccin de esclarecidas voces.

    En Sir Thomas Browne se adunaron el literato y el mstico: el vates y el gramticas, paraexpresarlo con latina fijeza. El tipo literario prefigurado por Ben Jonson, en quien campean yatodos los signos de su clase: el atarearse con la gloria, la reverencia y la preocupacin del lenguaje,la urdidura prolija de teoras para legitimar la labor, el sentirse hombre de una poca, el estudio deotros idiomas y hasta la presidencia de un cenculo y el organizar banderas es manifiesto en l. Subelleza es docta y lograda. Latiniz con perfeccin y en ese sentido su actividad coetnea de Miltones comparable a la ejercida en Espaa por Diego de Saavedra. Supo de letras castellanas y hesealado en sus escritos nuestra expresin beso las manos (sustantivada por l y reemplazada poruna zeta la ese inicial) y las voces dorado, armada, noctmbulos y crucero. Nombra las Empresas

  • de Covarrubias y la Monarqua eclesistica del jesuita Juan de Pineda, al que censura el citar msautores en ese solo libro (mil y cuarenta!) que los necesarios en todo un mundo. Habl tambin laslenguas italiana, francesa, griega y latina y las frecuent en sus discursos. Fue novador, pero no asemejanza de los que siguen el asombro y el sacar de quicio al leyente; fue clsico, pero sinmimetismo apasionado ni rigideces de ritual. El gigantesco vocabulario de Shakespeare cay sobrel como una capa y su ademn fue fcil y noble bajo la blasonadora riqueza.

    Fue un hombre justo. La famosa definicin que del orador hizo Quintiliano vir bonus dicendiperitus, varn bueno, diestro en el arte de hablar, le conviene singularmente. La pluralidad de sectasy razas, que a tantos suele exacerbar, hall palabras de aceptacin en su pluma. Militaban en tornosuyo catlicos y anglicanos, cristianos y judos, motilones y caballeros. La serenidad benigna deBrowne unifica esos parcialismos. Escribi as (Religio Medici, 2):

    No me sobresalta la presencia de un escorpin, de una salamandra, de una sierpe. Enviendo un sapo o una vbora, no encuentro en m deseo alguno de recoger una piedra paradestruirlos. Dentro de m no siento esas comunes antipatas que en los dems descubro: nome ataen las repugnancias nacionales ni miro con prejuicio al italiano, al espaol o alfrancs. Nac en el octavo clima, pero parceme estoy construido y constelado hacia todos.No soy planta que fuera de un jardn no logra prosperar. Todos los sitios, todos losambientes, me ofrecen una patria; estoy en Inglaterra en cualquier lugar y bajo cualquiermeridiano. He naufragado, mas no soy enemigo del golfo y de los vientos: puedo estudiar oasolazarme o dormir en una tempestad. En suma, a nada soy adverso y mi conciencia medesmentira si yo afirmase que odio absolutamente a ser alguno, salvo al Demonio. Sientre los comunes objetos de odio, hay tal vez uno que condeno y desprecio, es aqueladversario de la razn, la religin y la virtud, el Vulgo: numerosa pieza de monstruosidadque, separados, parecen hombre y las criaturas razonables de Dios, y confundidos, formanuna sola y gran bestia y una monstruosidad ms prodigiosa que la Hidra. Bajo el nombrede vulgo no slo incluyo gente ruin y pequea; entre los caballeros hay canalla y cabezasmecnicas, aunque sus caudales doren sus tachas y sus talegas intervengan en pro de suslocuras.

    El prrafo que acabo de traducir es significativo de la habitualidad de Browne, de lacotidianidad de su modo: cosa importante en un autor. Ella, y no aciertos o flaquezas parciales,deciden de una gloria. Diversamente ilustre es ste y ms potico que cuantos versos conozco:

    Pero la iniquidad del olvido dispersa a ciegas su amapola y maneja el recuerdo de loshombres sin atenerse a mritos de perpetuidad. Qu si no lstima hemos de otorgar alfundador de las Pirmides? Vive Erostrato que incendi el templo de Diana, casi estperdido el que lo hizo; perdonaron los siglos el epitafio del caballo de Adriano ydesbarataron el suyo. Vanamente medimos nuestra dicha con el apoyo de nuestros claros

  • renombres, pues los infames son de igual duracin. Quin nos dir si los mejores sonconocidos, quin si no yacen olvidados, varones ms notables que cuantos fueran en elcenso del tiempo? Sin el favor del imperecedero registro, el primer hombre sera tanignoto como el ltimo y la larga vida de Matusaln fuera toda su crnica. El olvido esinsobornable. Los ms han de avenirse a ser como si nunca hubieran sido y a figurar en elregistro de Dios, no en la noticia humana En vano esperan inmortalidad individuos, ogarantas de recuerdo, en preservaciones bajo la luna: es ilusoria su esperanza, hasta ensus mentiras allende el sol y en sus artificios prolijos para subir al firmamento susnombres. La diversa cosmografa de ese lugar ha variado los signos de constelacionescompuestas: pirdese Menrod en Orin, y Osiris en la Cancula. En los cielos buscamosincorrupcin y son iguales a la tierra. Nada conozco rigurosamente inmortal, salvo lapropia inmortalidad: aquello que no supo de comienzo, puede ignorar un fin; todo otro seres adjetivo y el aniquilamiento lo alcanza Pero el hombre es bestia muy noble,esplndida en cenizas y autorizada en la tumba, solemnizando natividades y decesos conigual brillo y aparejando ceremonias bizarras para la infamia de su carne. (Urn Burial,1658.)

    Narra Lope de Vega que encarecindole a un gongorista la claridad que para deleitar quieren losversos, ste le replic: Tambin deleita el ajedrez . Rplica, que sobre sus dos excelencias deenrevesar la discusin y de sacar ventaja de un reproche (pues cuanto ms difcil es un juego, tanto esms apreciado) no es otra cosa que un sofisma. No quiero persuadirme que la obscuridad haya sidoen momento alguno, meta del arte. Es increble que generaciones enteras se atareasen a sloenigmatizar La cesrea latinidad de Sir Thomas Browne y mi urgencia en justificarlo me llevan aesta reflexin.

    Hay una crtica idoltrica y torpe que, sin saberlo, personaliza en ciertos individuos los tiemposy lo resuelve todo en imaginarias discordias entre el aislado semidis que destaca y suscontemporneos o maestros, siempre remisos en confesar su milagro. As, la crtica espaola nosest armando un Luis de Gngora que ni deriva de Fernando de Herrera ni fue coetneo de HortensioFlix Paravicino ni sufri dura reduccin al absurdo en los escritos de Gracin. No creo en talesmonstruos y juzgo que la mayor grandeza de un hombre estriba en responder con su tiempo y enocuparse con los afanes y lizas que son populares en l. Browne alcanz a latinizar con excepcionaleficacia, pero el arrimarse al latn fue voluntad comn de los escritores de su poca.

    Es conjetura ma que la frecuente latinidad de su tiempo no fue un mero halago sonoro ni unaartimaa para ampliar el discurso, sino un ahnco de universalidad y claridad. Dos acepciones hay enlas palabras de las lenguas romances: una, la consentida por el uso, por los caprichos regionales, porlos vaivenes del siglo; otra, la etimolgica, la absoluta, la que se acuerda con su original latino ohelnico. (Conste que el ingls, en cuanto a repertorio intelectual, es romance.) Los latinistas delsiglo XVII se atuvieron a esta segunda y primordial acepcin. Su actividad fue inversa de la queejercen hoy los acadmicos, a quienes atarea lo privativo del lenguaje: los refranes, los modismos,los idiotismos. Contra sus dicharachos castizos traz la pluma de Quevedo, tres siglos ha, el doctoral

  • Cuento de cuentos y la carta que lo precede.Quiero tambin rememorar las razones que en lo ataedero a este asunto, dej don Diego de

    Saavedra Fajardo, en la estudiosa prefacin de su Corona gtica:

    En el estilo procuro imitar a los Latinos que con brevedad y con gala explicaron susconceptos, despreciando los vanos escrpulos de aquellos que afectando en la LenguaCastellana la pureza y castidad de las vozes, la hazen floxa y desaliada.

  • Menoscabo y grandeza de QuevedoHay la aventura personal del hombre Quevedo: el tropel negro y desgarrado que eslabonaron condureza sus das, el encono que hubo en sus ojos al traspasar con sus miradas el mundo, la numerosaerudicin que requiri de tanto libro ya lejano, la salacidad que desbarat su estoicismo como unaturbia hoguera, su ahnco en traducir la Espaa apicarada y cucaista de entonces en simulacros degrandeza apolnea, su aversin a lechuzos, alguaciles y leguleyos, sus tardeceres, su prisin, suchacota: todo su sentir de hombre que ya conoci el doble encontronazo de la vida segura y lainsegura muerte. Ya se desbarat y hundi la plateresca fbrica de su continuidad vital y slo debeinteresarnos el mito, la significacin banderiza que con ella forjemos. Aqu est su labor, con suaparente numerosidad de propsitos, cmo reducirla a unidad y cuajarla en un smbolo? La artimaade quien lo despedaza segn la varia actividad que ejerci no es apta para concertar la desparejaplenitud de su obra. Desbandar a Quevedo en irreconciliables figuraciones de novelista, de poeta, detelogo, de sufridor estoico y de eventual pasquinador, es empeo baldo si no adunamos luego confirmeza todas esas vislumbres. Quevedo a mi entender, fue innumerable como un rbol, pero nomenos homogneo.

    Hay un rasgo en su obra que puede ser de algn provecho para la conceptualizacin que buscis.Quiero indicar que casi todos sus libros son cotidianos en el plan, pero sobresalientes en losverbalismos de hechura. El Buscn es todo l un aprovechamiento de la esencia del Guzmn deAlfarache, esto es, de prometer la vida de un gran pcaro para historiar despus algunas travesurasde escolar y algunas malandanzas en la cuales, por lo comn, sale apaleado el hroe (procedimientopropio de moralistas que no contentos con censurar la picarda, quieren tambin contradecir suexistencia); los Sueos son reflejo de Luciano, en que la inventiva mustrase inhbil y necesitarecurrir a oraciones, a censos de heresiarcas y a incitadas apostrofes para terminar su dictado: laHora de todos tan alborotadsima de vida! no ejecuta el milagro jubiloso que los primerosincidentes amagan; la Poltica de Dios, pese a su bizarra varonil en desbravecer ambiciones, no essino un largo y enzarzado sofisma y el Parnaso espaol recuerda el juego de un admirable y doctoajedrecista que las ms veces no se empea en ganar. En cuanto a su Discurso de la inmortalidaddel alma es un resumen y alguna vez un literatizar de aejos argumentos doctrinales, siendo curiosoque el mejor alegato de Quevedo en pro de la inmortalidad no se halle en l, sino esquiciado breve yhondamente en una estrofa de grandioso erotismo. Me refiero al soneto XXXI de los enderezados aLisi en el libro que canta bajo la invocacin a Erato. En esa composicin el goce gensico esatestiguamiento de la eternidad que vive en nosotros:

    Alma, a quien todo un Dios prissin ha sido,venas que humor a tanto fuego han dado,mdulas que han gloriosamente ardido,

    su forma dejarn, no su cuidado;sern cenica, mas tendr sentido

  • polvo sern, mas polvo enamorado.

    Pero el mejor signculo de la dualidad de Quevedo est en la Espstola censoria que escribi alConde de Olivares y que despus, con justificada largueza, prodigaron tantas imprentas.

    Jams versos tan nobles altivecieron tanta cotidianidad espiritual. Iniciase Quevedoencareciendo su sinceridad temeraria y luego se dilata en fcil diatriba contra los mohatreros, contrael abajamiento del ejrcito, contra las comilonas, contra el lujo, contra las fiestas de toros. Losealado est en la forma que asume su polmica. No moteja la lidia de matanza intil y zafia, peropondera las leyendas que ennoblecen al toro, la aventura de Zeus, la gran constelacin que essimulacro de su hechura. Frente al charco de sangre y a la vergenza del dolor primordial, Quevedoensalza la fabulosa proceridad de la bestia

    Que un tiempo endureci manos Realesi detrs de l los Cnsules gimieroni rumia luz en Campos Celestiales;

    Por qual enemistad se persuadierona que su apocamiento fuese hacaai a las miesses tan grande offensa hicieron?

    Versos tan eminentes, como inaptos para alcanzar la compasin que se busca.Todo lo anterior es seal del intelectualismo ahincado que hubo en la mente de Quevedo. Fue

    perfecto en las metforas, en las anttesis, en la adjetivacin; es decir, en aquellas disciplinas de laliteratura cuya felicidad o malandanza es discernible por la inteligencia. El ejercicio intelectual eshbil para establecer la virtud de esas artimaas retricas, ya que todas ellas estriban en un nexo oligamen que aduna dos conceptos y cuya adecuacin es fcil examinar. La vialidad de una metforaes tan averiguable por la lgica como la de cualquier otra idea, cosa que no les acontece a los versosque un anchuroso error llama sencillos y en cuya eficacia hay como un fiel y cristalino misterio. Unpreceptista merecedor de su nombre puede dilucidar, sin miedo a huraas trabazones, toda la obra deQuevedo, de Milton, de Baltasar Gracin, pero no los hexmetros de Goethe o las coplas delRomancero.

    Una realzada gustacin verbal, sabiamente regida por una austera desconfianza sobre la eficaciadel idioma, constituye la esencia de Quevedo. Nadie como l ha recorrido el imperio de la lenguaespaola y con igual decoro ha parado en sus chozas y en sus alczares. Todas las voces delcastellano son suyas y l, en mirndolas, ha sabido sentirlas y recrearlas ya para siempre. Bien leconocen las ms opuestas y apartadas provincias de nuestro castellano, siendo igualmentesentencioso su gesto en la latinidad del Marco Bruto como en la jerigonza soez de las jcaras, barrosutil y quebradizo que slo un alfarero milagroso pudo amasar en vasija de eternidad.

    Poco duran los valientes,mucho el verdugo los gasta

  • ocurre en una de sus composiciones burlescas, y lo lapidario en ella no es excepcin.Fue don Francisco un gran sensual de la literatura, pero nunca fi todo su dictado a la

    inconsecuente virtud de las palabras prestigiosas. Estas palabras, testificando la doctrina deSpengler, son hoy las que sealan disparidades en el tiempo y lejana en el espacio; en los comienzosdel siglo XVII fueron aquellas por las cuales el mundo manifestaba su lucida riqueza en monstruos,en variedad de flores, en estrellas y en ngeles. El poeta no puede ni prescindir enteramente de esaspalabras que parecen decir la intimidad ms honda, ni reducirse a slo barajarlas. Quevedo lasmenude en estrofas galantes y el no poder echar mano a ellas en sus composiciones jocosas motivtal vez el raudal de metforas y de intuiciones reales que hay en su burlera. Le atare mucho loproblemtico del lenguaje propio del verso y es lcito recordar que fingi en uno de sus libros unaltercado entre el poeta de los picaros y un seguidor de Gngora (esto es, entre un coplero y unrubenista), tras el cual se evidencia que su desemejanza est en emplear el uno voces ilustres y elotro voces ruines y plebeyas, sin existir entre ambos el menor contraste ideolgico. El conceptismola solucin que dio Quevedo al problema es una serie de latidos cortos e intensos marcando elritmo del pensar. En vez de la visin abarcadora que difunde Cervantes sobre el ancho decurso deuna idea, Quevedo pluraliza las vislumbres en una suerte de fusilera de miradas parciales.

    El gongorismo fue una intentona de gramticos a quienes urgi el plan de trastornar la frasecastellana en desorden latino, sin querer comprender que el tal desorden es aparencial en latn y seraefectivo entre nosotros por la carencia de declinaciones. El quevedismo es psicolgico: es elempeo en restituir a todas las ideas el arriscado y brusco carcter que las hizo asombrosas alpresentarse por vez primera al espritu.

    Quevedo es, ante todo, intensidad. No descubri una sola forma estrfica (proeza lograda dehombres cuya vala fue incomparablemente menor: verbigracia, Espinel); no agreg a universo unasola alma; no enriqueci de voces duraderas la lengua. Transverber su obra de tan intensa certitudde vivir que su magnfico ademn se eterniza en una firme encarnacin de leyenda. Fue un sentidordel mundo. Fue una realidad ms. Yo quiero equipararlo a Espaa, que no ha desparramado por latierra caminos nuevos, pero cuyo latido de vivir es tan fuerte que sobresale del rumor numeroso delas otras naciones.

  • Definicin de Cansinos AssnsDirase que la literatura desde la lontananza en que ensay su balbuceo heroico hasta su millonariaactualidad haba prestigiado con su gracia todas las profesiones humanas, todas las variedades de laempresa del yo. El sutil clamo de los pastores y las horrendas armas de Marte, los rufianes yazotacalles en el claro Satiricn y en la sentenciosa y mezquina novela picaresca, los marineros enlas narraciones de Marryat, los visionarios en la escritura dolorosa de Dostoievski, la copia deejercicios todos en esas apaisadas enciclopedias o prontuarios de la vida total que en el siglo pasadoreunieron Thackeray, Balzac, Samuel Butler, Zola y Galds, semejaban haber fijado ya cada tipohumano, sin consentir otra posible aadidura que la de motivaciones distintas o la de personajesforasteros como los embarcados por Rudyard Kipling en Bombay. Quedaba sin embargo, un tipohumano por literatizar y es un decoro del andaluz Cansinos Assns el haberlo expresado conperfeccin incorregible. He aludido al propio poeta. Los poetas, hasta hoy, slo manifestaban de suvivir lo llanamente comn: las malandanzas o deleites de una empresa amorosa, la alacridad alcomenzar primavera, la meditacin de la muerte. Si alguna vez aludan a su actividad de cantores, eratan slo para anticiparse inmortalidad a semejanza del horaciano aere perennius o para prometerla alos ungidos por su milagrosa palabra develadora de los aos. Encubran su noble individuacin deescritores y comentaban su universal destino humano, sencillamente. No as en la obra de CansinosAssns. El agua especular de la palabra lrica, tras de haber reflejado todas las actitudes y todas lasciudades de los hombres, torna en l a su manantial y espeja el nacimiento de su propia graciaambiciosa. El divino fracaso de Cansinos es la perfecta confesin de todo escritor. Estn all, fijadaspor ilustres imgenes que son como clavos de oro, la congoja del tema inagotable como la lunaduradera y el temor de un arte ms joven y la insolencia de la ajena hermosura y la sensualidadverbal y la ambicin de persistir con leves palabras en el mundo macizo y la aoranza de otras arteso sencillamente del ocio y los remordimientos de una escritura sin fervor como un gesto litrgico y elesencial fracaso y la terrible media luz de la gloria posible que se nos ofrece como un halago y queluego hemos de cumplir como cualquier otro deber. Todo ello est gustosamente eternizado en suspginas y tambin la envidia an intacta y el temor de la fama clarividente. Introducir un tema nuevoen las letras acredita de ingenio; introducirlo y darle precisin decisiva es poderosa ejecutoria. Todonovador ha de sujetarse a que sus mejores versos los recaben labios ajenos y es milagrosasingularidad de Cansinos el haber cerrado la rbita completa de su arte y que en l sean a un tiempola balbuciente primavera y el verano magnfico y la serenidad otoal.

    No es sta la nica hazaa de su pluma. Quiero sealarlo tambin como el ms admirableanudador de metforas de cuantos manejan nuestra prosodia. La metfora de Cansinos no es spera yarrojadiza como en el pretrito Villarroel y en el actual Lugones; es espaciosa y amplia y suparadigma menos dudoso est en los narradores rabes o en los grandes latinistas del mil seiscientos.Imgenes que no solicitan nunca su objeto con la derecha urgencia del dardo, pero que a fuer deinevitables lazos abarcan la seal, trazando curvas y rodeos en el despejo fcil del aire. Imgenesque manifiestan un sentido agudo del tiempo y que son alusivas de las cosas que lo atestiguan reloj, sombra alargada, latido, ocaso, luna infiel y de la estacin vernal y la noche que son

  • costumbre generosa de su decurso cclico. Imgenes preclaras que van de lejana a lejana como esaslneas alucinadoras que organizan el espacio estelar en semejanzas de caballos y hroes.

    Notoria es asimismo la audicin de las clusulas de Cansinos. Su largo y lacio ritmo no tienenada de forense o gestero, es ms bien ritmo de plegaria o quejumbre. Para alcanzar la jerarqua deprimer prosista espaol, slo le falta una circunstancia: la austeridad. Se encaria con todo tema, lomira demasiado y es indeciso en los adioses.

    Ha realizado una obra numerosa en que la hermosura es nica y suelta y que slo nominalmentepodemos clasificar en novelas, crticas y salmos. Toda ella es un pattico salterio y una anunciacinrepetida. Es conocedor de muchos lenguajes entre ellos, del hebreo y del arbigo y hay un lugaren sus escritos en que se jacta de poder saludar a las estrellas que mejoran su soledad, en onceidiomas clsicos y modernos. En el coloquio es admirable la gustacin de su espritu. La sombra lorodea a l no le desplace tal vez enfatizar esa sombra pero es indesmentible que la gente no haretribuido con justiciera nombrada la belleza que informa todas sus pginas, fiel y continua en sumilagro como la belleza de una mujer. (Su Candelabro de los siete brazos libro inicial quemanifestaron las prensas en mil novecientos catorce indica y prefigura, si bien de modoatrabancado y gravoso, los ms de los sujetos y el blando estilo que alcanz luego a desplegardoctamente.)

    En esta nuestra vida, donde rigen infamias como el dolor carnal, son inmerecedores de nuestraindignacin lacras veniales como el injusto repartimiento de gloria. No quiero banderizar en pro deCansinos ni desquitar con admiracin vocinglera la indiferencia innumerable del mundo; quieroprometer a quienes examinen sus libros, la ms intensa y asombrosa de las emociones estticas.

  • AscasubiHay gozamiento en la eficacia: en el amor que de dos carnes y de trabadas voluntades es gloria, en elponiente colorado que marca bien la perdicin de la tarde, en la diccin que impone su signatura alespritu. Plausible es toda intensidad, pero tambin en muchas irresoluciones hay gusto: en el quererque no se atreve a pasin, en la vulgar jornada que el olvido har sigilosa y cuyo gesto es indeciso enel tiempo, en la frase que apenas es posible y que no enciende una seal en las almas. De estacategora es el desaliado placer que ha ministrado a mi curiosidad Ascasubi.

    S u Santos Vega es la totalidad de la Pampa. Las aventuras interminables que cuenta, parecensucederse en cualquier parte ms al oeste, ms al sur, al filo de ese entregadizo camino, detrs deaquella polvareday hasta mutuamente se ignoran con la soltura de las incidencias de un sueo. Suritmo es indolentsimo y descansado: ritmo de das haraganes en cuyo medimiento son intiles losrelojes y que mejor se aviene con el decurso cudruple de las estaciones prolijas y con el tiempocasi inmvil que rige el manso perdurar de los rboles. Su pulso es pulso de recordacin. Sabemos,en efecto, que si bien Ascasubi comenz su escritura en el Uruguay el ao cincuenta, slo en Parslleg a ultimarla en ambos sentidos del verbo , ya en los declives querenciosos de una vejezconversadora y tristona. En leyndolo, se nos escurre ms de una vez el hilo flojo y negligente delbendito relato y slo reparamos en el tono del narrador. Un tono de seor antiguo queconcienzudamente dice las elles y en cuya sala oscurecida se herrumbra alguna espada honrosa. Tonode caballero unitario en quien persisten conmovedoras palabras del fenecido lxico criollo:mandinga, godo, mequetrefe, guayaba, negro trompeta, poderosos y esas tiesas figuras del panamargo del destierro y del altar de la patria . Eso, en las ocasiones levantadas. En la habitualidadde su vivir lo veo diablo y ocurrente, lleno de grave sorna criolla, capaz de conversar un truco conpausada eficacia y de alcanzar y merecer la fraternidad de cualquiera.

    Hace algunos renglones dije de su obra capital que era desdibujada y borrosa como unaensoacin. Los escasos lugares que contradicen mi aserto ya estn en las antologas. Hay una pinturadel alba en que la consabida gracia gaucha y una imprevisible gracia espaola felizmente se adunan:

    Vena clariando al cielola luz de la madrugaday las gallinas al vuelose dejaban cair al suelode encima de la ramada

    Y embelesaba el ganaolerdiando para el rodeo,como era un lindo recreover sobre un toro plantaodir cantando un venteveo.

  • En cuyo canto la fieraparece que se gozara,porque las orejas paramansita, cual si quisieraque el ave no se asustara

    Y los potros relinchabanentre las yeguas mezclaosy all lejos encelaoslos baguales contestabantodos desasosegaos.

    Famosa fue tambin su descripcin de la correra hostil de los indios, descripcin alucinadora enla que adems de la indiada la pampa arisca y abismal arremete, con su alimaa, con sus vientos, consus lunas salvajes:

    Pero al invadir la Indiadase siente, porque a la fijadel campo la sabandijajuye adelante asustaday envueltos en la manguiadavienen perros cimarrones,zorros, avestruces, liones,gamas, liebres y venaosy cruzan atribulaospor entre las poblaciones.

    Entonces los ovejeroscoliando bravos toreany tambin revoloteangritando los teruteros;pero, eso s, los primerosque anuncian la novedcon toda seguridcuando los pampas avanzanson los chajases que lanzanvolando: chaj! chaj!

    Tambin es vlido el diseo de una tupida cerrazn en el alba, con su ambiente resbaladizo y losrelinchos de caballos perdidos junto a las arboladas mrgenes de un gran ro limoso. Los tres cantos

  • que inician el poema son asimismo gustossimos y hechos de clara paz. Insuperada es su figuracindel cantor que va de rancho en rancho y que rescata la hospitalidad que le ofrendan, poblando depalabras la sencillez atenta de los atardeceres baldos y desplegando largas narraciones que sonsinuosas y primitivas y sueltas como la lazada en el aire. El Santos Vega que esos mendaces cantosprometen, parece aventajarlo a Martn Fierro por la espontaneidad de su trovar y por su ausencia deprotesta o quejumbre. Lstima que los ulteriores captulos desengaen la promisin y lo depriman enchacotas, invariadamente mezquinas y nunca levantadas por la varonil amistad que informa escenasparalelas del Fausto. sa es la tacha de Ascasubi: el sealar con sus eventuales hallazgos las dosobras artsticas que de su llaneza derivan y cuyas ramas jubilosas desgajan sombra funeraria sobrel.

    sa es tambin su gloria. Las forjaduras de Estanislao del Campo y de Hernndez slo fueronposibles por la prefiguracin de Ascasubi. El primero se honr en manifestarlo y su seudnimo y unacarta de La Tribuna (vase la edicin del Santos Vega hecha por La Cultura Argentina, pgina 19)y una lindsima verseada que Calixto Oyuela transcribe, lo patentizan con claridad generosa.

    Qu diferencia va de la labor de Ascasubi a la de sus continuadores? La que de la imbelleza vaa la belleza. Zanjn insuperable para Ja supersticin de los cultos y para el engreimiento de losvehementistas romnticos; dcil matiz para el artesano sincero que confiesa lo obligatorio deenseanzas y de disfraces y cuyo desengao sabe del carbn y el azufre que son verdico esplendoren el cohete.

    Difcil cosa es que un hombre invente a la vez la forma y la belleza de esa forma, ha discurridoAlain (Propos sur lEsthtique, pgina 103). Un criterio vulgar slo concede preeminencia alprofundizador; otro, diversamente equivocado, al iniciador. Muchos confunden lo asombroso y lonuevo, siendo suceso extravagante que entrambos se presenten en una misma obra artstica, pues lanovedad nunca es spera y en su principio muestra humilde impureza

    Todo arte es una prefijada costumbre de pensar la hermosura. La poesa gauchesca que acaso seinici en el Uruguay con las trovas de Hidalgo y que despus err gloriosamente por nuestra margendel ro con Ascasubi, Estanislao del Campo, Hernndez y Obligado, cierra hoy su gran rbita en lasvoces de Pedro Leandro Ipuche y de Silva Valds.

  • La criolledad en IpucheLa rbita del arte gauchesco ha sido siempre riberea del Plata y el ro innominado es como unarmonioso corazn en la interioridad de su cuerpo y sus estrofas clsicas, que nada saben del chaary del mistol, son decidoras del omb y la flechilla. Ya en el siglo pasado la pampa dijo su primitivagesta pastoril en el poema de Ascasubi, su burlera conversada en el Fausto y la previsin de unmorir en las andanzas del Martn Fierro. Hoy las cuchillas del Uruguay son canoras. En este lado lanica poesa de cuya hondura surge toda la pampa igual que una marea, es la regida por RicardoGiraldes. En la otra banda estn Silva Valds y Pedro Leandro Ipuche.

    Los versos de Fernn Silva Valds son posteriores en el tiempo a los compuestos por Ipuche yencarnan asimismo una etapa ulterior de la conciencia criolla. La criolledad en Silva Valds estinmovilizada ya en smbolos y su lenguaje, demasiado consciente de su individuacin, no sufre vocesforasteras. En Ipuche el criollismo es una cosa viva que se entrevera con las otras. La palabragauchesca en su diccin es una virtud ms y los sujetos que maneja no son forzosamente patrios. Msan: entre los motivos camperos suele conceder preeminencia a los que la leyenda no ha prestigiado.Su mayor decoro es el ritmo; su destreza en arrear fuertes rebaos de versos trashumantes, suinevitable rectitud de ro bravo que fluye pecho adentro, enorgullecindonos. Las otras eficacias quehay en su diccin varonil adjetivacin pensativa, justedad trpica, gracia de narrador pasanatropelladas y huidizas a flor de la preclara impetuosidad de su verbo. Esta omnipotencia del ritmoes ndice veraz de la nervosa entraa popular de su canto. No de otra suerte la lrica andaluza, tancallada de imgenes, se ostenta generosa en configuraciones estrficas y ha pluralizado su voz en lasole y en la soleariya y en la alegra y en la cuarteta y en la seguidilla gitana.

    Hay en Ipuche un sentido pnico de la selva. Tierra honda se intitula su mejor libro y el eptetoes decidor de un sentirse arraigado y amarrado a la tierra vivaz, de un echar dulces y anhelantesraces en la tierra nativa. Yo adjetiv una vez honda ciudad, pensando en esas calles largas querebasan el horizonte y por las cuales el suburbio va empobrecindose y desgarrndose tarde afuera;pero la palabra en boca de Ipuche equivale a muy otra cosa, y habla de un sentimiento casi fsico dela tierra que es grave bajo las errantes pisadas y en que est verbeneando un vivir atareado yprimordial. Esa conciencia de entrevero gozoso afirma su ms explcita realizacin en los Poemas dela luz negra y me recuerda siempre el verso de Lucrecio, donde la imagen de conjuntas ramadasesfuerza la otra imagen de los cuerpos que anud la salacidad:

    Tune Venus in sylvis iungebat corpora amantum

    Ipuche no es un atesta si bien en los Poemas de la luz negra ensancha la presencia operativa que,al decir de los telogos, le conviene a Dios en el mundo, en presencia esencial y se avecina alpantesmo. Su figuracin de Dios, como luz, est en los maniqueos que tambin disolvieron ladivinidad en almciga de almas y apodaban lcidas naves a la luna y al sol.

    Ipuche es un notable gustador de la dialogacin y sealadamente de la emulacin amistosa y del

  • compaerismo y del conjunto acuerdo en que se ayudan individualidades sueltas. Escasas son lascomposiciones suyas que mi corazn no ha sentido. Mi gratitud quiere hoy puntualizar la singularbeneficencia que hube de las poesas El corderito serrano, Mi vejez, La clisis, El caballo, Correrade la bandera y Los carreros. Su verso es de total hombra, sabe de Dios y de los hombres y se hamirado en los festivos rostros de la humana amistad y en la gran luna de la cavilacin solitaria.

    Una confesin ltima. He declarado el don de jbilo con que algunas estrofas de Tierra hondaendiosaron mi pecho. Quiero asimismo confesar un bochorno. Rezando sus palabras, me haestremecido largamente la aoranza del campo donde la criolledad se refleja en cada yuyito y hepadecido la vergenza de mi borrosa urbanidad en que la fibrazn nativa es apenas! una tristezanoble ante el reproche de las querenciosas guitarras o ante esa urgente y sutil flecha que nos destinanlos zaguanes antiguos en cuya hondura es lmpido el patio como una firme rosa.

  • Interpretacin de Silva ValdsInclinado el espritu junto a los gustossimos versos que ha adunado Fernn Silva Valds bajo elnombre de Agua del tiempo, he realizado en ellos la presencia de la belleza, vivaz e indesmentiblecomo la de la andariega sangre en el pulso. La he realizado con esa lmpida evidencia que hay en elnadador al sentir que las grandes aguas urgen su carne con impetuosa generosidad de frescura. Miempeo de hoy no es el de ponderar ese ro ni mucho menos el de empaar su clara virtud, sino el deinvestigar sus manantiales, sus captaciones y su fuente. Quiero apurar si es un estuario antiguo o unarroyo novel, si su camino ha sido corredizo a la vera de firmes academias o de plebeyos campos, sies bisoa su andanza o si hace largas noches que las constelaciones bajan a su cristal.

    Es indcil la empresa. El romanticismo tendencia oracionera, desvirtuada despus porhombres grrulos como Schiller y Hugo ha exacerbado la personalidad con tan ilgico tesn quean hoy se trata de materias estticas en tono igual al que se emplea en manifestar convicciones.Crticos hay que amparan el verso libre, no por hallarlo eufnico, sino por un borroso sentimiento dedemocracia. Otros, como Almafuerte, han querido borrar la distincin entre vocablos literarios einliterarios. Arbitrariedad tan absurda como la de un algebrista que intentase situar en la realidad lasraces pares de cantidades negativas o la de un fsico que recabase el don de transparencia para loscuerpos opacos. En cuanto a m, en este apuntamiento sobre Silva Valds no quiero dictar normas,sino inscribir observaciones. De las poesas ms gustadoras y perfectas que hay en su libro Elponcho, El mate amargo, El buey, El payador, El rancho elegir la ltima para desentraarla. Ensu decurso, admirable de continencia espiritual, de gesto criollo y de ritmo de zarandeo, el poetaequipara el rancho a un pajarraco hurao y a un gaucho viejo y memorioso. Las imgenes son nuevas,el comps es inusitado, el ambiente suyo sabe a palpable realidad y no a versos ajenos y sin embargoyo asegurara que no es el principio de un arte indito, sino la cristalizacin y casi la perdicin deotro antiguo. La singularidad de sus metforas es prueba de ello. Qu arte novel supo jams detraslaciones? En mis eventuales andanzas por la serie de ocho mil cantos populares que recopilRodrguez Marn y por las mil coplas patrias que ha enfilado, tras de un noble prefacio, Jorge M.Furt, he encontrado escassimas metforas. La propia lrica andaluza, tan amadora de la hiprbole,metaforiza con significativa parquedad y en lo ataedero a las sentencias figuradas que andan enboca del vulgo, son traslaciones ciegas en cuyo pretrito pasmo nadie repara. A un sentimiento nuevono le conviene la lnea curva de la imagen y s la derechura del cotidiano decir. En cambio, qugrato es entretejer guirnaldas de imgenes alrededor de un tema ya adentrado en la intimidad de lasletras! Basta cualquier comparacin perezosa para desgajar del cielo la luna y hacerla resbalar anuestras manos, trmula y alelada. Cabe rememorar aqu lo que Schopenhauer dijo de las alusioneserticas. Todos las desentraan en seguida, pues la materia suya es vivaz en toda conciencia. Deidntico modo, si El rancho de Fernn Silva Valds es bello y no asombroso meramente, ello sedebe a que generaciones de payadores han poetizado acerca de ese sujeto, acostumbrndonos apensarlo con devocin. Esa tapera que disea, es la misma junto a la cual con bblica sencilleztrabaron amistad Santos Vega y el santiagueo Tolosa y es la que Estanislao del Campo anheldurante la quietacin de la siesta, y es aquella en que Martn Fierro, harto de noche y de suicidio el

  • espritu, llor varonilmente y es tambin la que cant Elias Regules, dejndole un suspiro para queno estuviera tan sola y es el ranchito del cantar, dorado en la maana Pjaro de bandada es elverso, y en la garganta del cantor debern confluir muchas voces para que su canto logre hermosura.

    Silva Valds, literatizando recientes temas urbanos, es una inexistencia: Silva Valds, invocandoel gauchaje antiguo, por el cual han orado tantas obscuras y preclaras vihuelas, es el primer poetajoven de la conjunta hispanidad.

    spero privilegio del poeta, cuyo camino de perfeccin es calle de todos y que debe viajar aeternidad por el camino real que demasiadas msicas urgen; torpeza del poeta, cuyos versos msntimos y decidores de su entraa de sombra, nacern en labios ajenos.

  • Examen de metforasSu principio

    Los preceptistas Luis de Granada y Bernard Lamy se acuerdan en aseverar que el origen de lametfora fue la indigencia del idioma. La traslacin de los vocablos se invent por pobreza y sefrecuent por gusto, arbitra el primero. La lengua ms abundante se manifiesta alguna vez infructuosay necesita de metforas, corrobora el segundo.

    Algn detenimiento metafsico reforzar impensadamente ambas afirmaciones. El mundoaparencial es un tropel de percepciones baraustadas. Una visin de cielo agreste, ese olor como deresignacin que alientan los campos, la gustosa acrimonia del tabaco enardeciendo la garganta, elviento largo flagelando nuestro camino y la sumisa rectitud de un bastn ofrecindose a nuestrosdedos, caben aunados en cualquier conciencia, casi de golpe. El idioma es un ordenamiento eficaz deesa enigmtica abundancia del mundo. Lo que nombramos sustantivo no es sino abreviatura deadjetivos y su falaz probabilidad, muchas veces. En lugar de contar fro, filoso, hiriente,inquebrantable, brillador, puntiagudo, enunciamos pual; en sustitucin de ausencia de sol yprogresin de sombra, decimos que anochece. Nadie negar que esa nomenclatura es un grandiosoalivio de nuestra cotidianidad. Pero su fin es tercamente prctico: es un prolijo mapa que nos orientapor las apariencias, es un santo y sea utilsimo que nuestra fantasa merecer olvidar alguna vez.Para una consideracin pensativa, nuestro lenguaje quiero incluir en esta palabra todos losidiomas hablados no es ms que la realizacin de uno de tantos arreglamientos posibles. Slo parael dualista son valederas su traza gramatical y sus distinciones. Ya para el idealista la anttesis entrela realidad del sustantivo y lo adjetivo de las cualidades no corrobora una esencial urgencia de suvisin del ser: es una arbitrariedad que acepta a pesar suyo, como los jugadores en la ruleta aceptanel cero. Ninguna prohibicin intelectual nos veda creer que allende nuestro lenguaje podrn surgirotros distintos que habrn de correlacionarse con l como el lgebra con la aritmtica y lasgeometras no euclidianas con la matemtica antigua. Nuestro lenguaje, desde luego, esdemasiadamente visivo y tctil. Las palabras abstractas (el vocabulario metafsico, por ejemplo) sonuna serie de balbucientes metforas, mal desasidas de la corporeidad y donde acechan enconadosprejuicios. Buscarle ausencias al idioma es como buscar espacio en el cielo. La inconfidencia connosotros mismos despus de una vileza, el ruinoso y amenazador ademn que muestran en lamadrugada las calles, la sencillez del primer farol albriciando el confiado anochecer, son emocionesque con certeza de sufrimiento sentimos y que slo son indicables en una torpe desviacin deparfrasis.

    El lenguaje gran fijacin de la constancia humana en la fatal movilidad de las cosas es ladscola forzosidad de todo escritor. Prctico, inliterario, mucho ms apto para organizar que paraconmover, no ha recabado an su adecuacin a la urgencia potica y necesita troquelarse en figuras.

    Su inasistencia en la lrica popular

  • Esa apetencia de uniformidad justiciera que informa tantas opiniones, ha prejuzgado que la lricapopular no es menos numerosa de metforas que la culta. Dos causas discernidas colaboran en esaespecie: una esencial y la otra accidental. La esencial es la falsa oposicin que establecieron losromnticos entre la versificacin acadmica, considerada con falsa como una ineficaz jactancia detrabas, y la espontaneidad del pueblo. Este contraste tiene la rareza de ser ficticio de ambos lados.En el academismo cabe mucho fervor, y buena prueba de ello es que a las pocas de docto rebuscarsiguen las pocas barrocas. La imitacin erudita es invariable prlogo de los afligimientos verbales.

    La otra falacia estriba en suponer que toda copla popular es improvisacin. Pocos versos habrmenos repentizados que esos cantares pblicos que rebosantes de guitarra en guitarra, son rehechospor cada nuevo cantaor. De cada copla suelen convivir diversas lecciones, que ya no incluyen laprimitiva tal vez. La causa accidental es el vistoso y llamativo prestigio que para los literatizadosmuestra la imagen. En la eventualidad de algunas coplas metafricas, propaladas en demasa, se hacredo dar con el canon.

    Yo afirmo la infrecuencia de metforas en las coplas annimas. Lo pruebo con los ocho milcantares que recogi Rodrguez Marn y public en Sevilla el ochenta y tres.

    Donde son turbamulta los testigos, no han de faltar muchsimos que me desmientan, pero llevorazn en lo esencial. Apartando muchas hiprboles que luego manifestar, todas las traslacionespopulares estn en esas equivalencias sencillas que confunden la novia con la estrella, la nia con laflor, los labios y el clavel, la mudanza y la luna, la dureza y la piedra, el gozamiento de un querer y elviedo. Claras imgenes ante cuya lisa evidencia es dcil todo corazn y cuyo inicial pecado dehallazgo fueron ungiendo y perdonando los siglos.

    La poesa del pueblo, nada curiosa de comparaciones, se desquita en hiprboles altivas. Esto noes asombroso, pues hay una esencial desemejanza entre ambas figuras. La metfora es una ligaznentre dos conceptos distintos: la hiprbole ya es la promesa del milagro. Con esperanza casi literalmanifest el salmista: Los ros aplaudirn con la mano, y juntamente brincarn de gozo los montesdelante del Seor. Con esa misma voluntad de magia, con ese ahnco milagroso, dicen los cantaores(obra citada, 2):

    1599Cuando mi nia ba a misala iglesia se resplandece;hasta la yerba que pisasi est seca, reberdese.

    1513El naranjo de tu patiocuando te acercas a lse desprende de las floresy te las echa a los pies.

  • 1389Cuando bandandorosas y lirios ba derramando.

    Grandiosa hiprbole, ya sin ahnco de alucinacin, es esta que copio:

    2775Quisiera ser el sepulcrodonde te van a enterrar,para tenerte abrazadapor toda la eternidad.

    Quiero aadir alguna observacin sobre la parcidad de metforas en la poesa popular y elvocinglero alarde que hacen de ellas los literatos cultos. La aclaracin es fcil. Al coplista plebeyo,constreido por la costumbre no slo a ciertos temas sino a un manejo tradicional de esos temas, nopuede interesarle la metfora nueva, cuyo efecto ms inmediato es el azoramiento. Sorpresa y burlase le antojan sinnimos. Las anchas emociones primordiales dolor de ausencia, regocijo de unamor contestado, ensalzamiento de la novia son las nicas poetizables para su instinto. Le atae losobresaliente que hay en toda aventura humana, no las parciales excepciones. Al literato le interesasu vida, su costumbre de vida en funcin de desemejanza con los existires ajenos.

    El coplista versifica lo individual; el poeta culto, lo meramente personal. (Una psicologadesaliada suele confundir ambos trminos, pero ellos son contrarios. Dir un ejemplo. Lapersonalidad no colabora en el acto gensico, donde se manifiesta por entero la individualidad.)

    Su Ordenacin

    Allende la secuencia de traslaciones que ya legalizaron los preceptistas clsicos, he concertado lasiguiente ordenanza que a pesar de ser incompleta es apta para evidenciar la poquedumbre de loselementos que componen la lrica.

    a) La traslacin que sustantiva los conceptos abstractos Es artimaa de hombre sensitivo aquien lo aparencial y ajeno del mundo se le antoja ms evidente que la propia conciencia de su yo.Ejemplos:

    Palabras como remordimiento, gloria, cultura. La estrofa:

    Mas nos llevan los rigorecomo el pampero a la arena.(Martn Fierro)

    b) Su inversin: La imagen que sutiliza lo concreto

  • Es artimaa propia de insensuales y de meditabundos y es muy escasa an.Ejemplos:

    Las hojas soolientas y cansadas de sol.(Lenau)

    La estrofa:

    Y palomas violetas salen como recuerdosde las viejas paredes arrugadas y oscuras.(Herrera y Reissig)

    c) La imagen que aprovecha una coincidencia deformasEs artimaa muy vistosa y traviesa, ms eficaz para asombrar que para enternecer.Ejemplos:

    Los pjaros remando con las alas(Virgilio).

    La luna equiparada a un cero, a un girasol, a una jofaina, a un trompo, a una calavera, a un ovillo, aun semforo, a una pantalla, a una moneda, a un globo, a un as de oros.(Lugones).

    d) La imagen que amalgama lo auditivo con lo visual, pintarrajeando los sonidos oescuchando las formas

    Es artimaa tan usual que toda erudicin por indigente que sea puede ostentarse generosa enmostrarla. De paso, cabe recordar los dogmas que acerca del color de las vocales fueron propuestospor los simbolistas tal vez en pos de incitaciones de asombro y que tras de haber atareado laestupidez internacional de los doctos, fueron adjudicados al olvido.

    Ejemplos:

    Tacitum lumenluz callada(Virgilio).

    Voz pintada, canto alado(Quevedo, a un pjaro canoro).

    El esplendor sangriento que el da en alejndose lanza como una maldicin(Browning).

    El horizonte se ha tendido como un grito a lo largo de la tarde.(Norah Lange)

  • e) La imagen que a la fugacidad del tiempo da la fijeza del espacioEjemplos:

    Cuando su cabellera est dispuesta en tres oscuras trenzas, me parece mirar tres noches juntas(Las 1001 Noches).

    Una ltima noche, angosta como un lecho, leosa, rectangular y hmeda(J. Becher).

    f) La inversa: La metfora que desata el espacio sobre el tiempoEjemplos:

    El puente como un pjaro vuela encima del ro(Hlderlin).

    El acueducto, gran galope de piedra a travs de los campos(Ramn).

    Los arco iris saltan hpicamente el desierto.(Guillermo de Torre)

    g) La imagen que desmenuza una realidad, rebajndola en negacinEs artimaa predilecta de todos nuestros clsicos que abatieron a pura nadera la inestabilidad de

    las cosas.Ejemplos:

    Que pasados los siglos, horas fueron(Caldern).

    El hombre es nadera consciente de s misma(Julius Bahnsen).

    h) La inversa: La artimaa que sustantiva negacionesEjemplos:

    Por la oscura regin de vuestro olvido(Garcilaso).

    Habla el silencio all(Cervantes).

    eran tantos ausentes en el caf que a faltar una persona ms, ya no cabe

  • (Macedonio Fernndez).

    i) La imagen que para engrandecer una cosa aislada la multiplica en numerosidadConviene recordar aqu el pluralis maiestaticus de los telogos y la hechura plural del nombre

    Elohim que adjudica a Dios la Escritura. Plural es asimismo la voz behemoth que en el libro de Jobes la designacin de un monstruo temible.

    Ejemplos:

    Me arremeti el tropel de un borracho bostezador de bodegas(Torres Villarroel).

    Toda la charra multitud de un ocaso(J. L. B.).

    Pero es intil proseguir esta labor clasificatoria comparable a un diseo sobre papelcuadriculado. Ya he desentraado bastantes imgenes para que sea posible y casi segura lasuposicin de que cada una de ellas es referible a un arquetipo, del cual pueden deducirse a su vezpluralizados ejemplos, tan bellos como el inicial.

    Hay libros que son como un sealamiento de la enteriza posibilidad metafrica de un alma o deun estilo. En castellano deben sealarse como vivas almcigas de tropos los sonetos de Gngora; laHora de todos, de Quevedo; los Peregrinos de piedra, de Herrera y Reissig; El divino fracaso, deRafael Cansinos Assns, y el Lunario sentimental, de Lugones. Un ordenamiento que bastase para lainteleccin total de las metforas que cualquier libro de los antedichos incluye sera tal vezaplicable a toda la lrica, y su escritura no ofrecera grandes trabas. Tal sistema slo parecerimposible a quienes niegan el infinito poder arreglador de nuestra inteligencia. A Eugenio Montes leregalo esta geomtrica soacin.

  • Norah LangeLas noches y los das de Norah Lange son remansados y lucientes en una quinta que no demarcar conmentirosa precisin topogrfica y de la cual me basta sealar que est en la misma hondura de latarde, junto a esas calles grandes del oeste con quienes es piadoso el ltimo sol y en que el rojizoenladrillado de las altas aceras es un trasunto del poniente cuya luz es como una fiesta pobre para losterrenos finales. En esos aledaos conoc a Norah, preclara por el doble resplandor de sus crenchasy de su altiva juventud, leve sobre la tierra. Leve y altiva y fervorosa como bandera que se realiza enel viento, era tambin su alma. En ese tibio ayer, que tres aos prolijos no han forasterizado en m,comenzaba el ultrasmo en tierras de Amrica y su voluntad de renuevo que fue traviesa y brincadoraen Sevilla, reson fiel y apasionada en nosotros. Aquella fue la poca de Prisma, la hoja mural quedio a las ciegas paredes y a las hornacinas baldas una videncia transitoria y cuya claridad sobre lascasas era ventana abierta frente a cielos distintos, y de Proa cuyas tres hojas eran desplegables comoese espejo triple que hace movediza y variada la gracia inmvil de la mujer que refleja. Para nuestrosentir los versos contemporneos eran intiles como incantaciones gastadas y nos urga la ambicinde hacer lrica nueva. Hartos estbamos de la insolencia de palabras y de la musical indecisin quelos poetas del novecientos amaron y solicitamos un arte impar y eficaz en que la hermosura fueseinnegable como la alacridad que el mes de octubre insta en la carne juvenil y en la tierra. Ejercimosla imagen, la sentencia, el epteto, rpidamente compendiosos. Y en esa iniciacin advino a nuestrafraternidad Norah Lange y escuchamos sus versos, conmovedores como latidos, y vimos que su vozera semejante a un arco que lograba siempre la pieza y que la pieza era una estrella. Cunta eficacialimpia en esos versos de chica de quince aos! En ellos resplandecen dos distinciones: cronolgica ypropia de nuestro tiempo la una y misteriosamente individual la segunda. La primera es la nobleprodigalidad de metforas que ilustra las estancias y cuyo encuentro de hermandades imprevisiblesjustifica la evocacin de las grandes fiestas de imgenes que hay en la prosa de Cansinos Assns y lade los escaldas remotos no es Norah, acaso, de raigambre noruega? que apodaban a los navospotros del mar y a la sangre, agua de la espada. La segunda es la parvedad de cada poesa, parvedadinevitable y esencial cuya estirpe ms fcil est en las coplas que han brotado a la vera de la guitarrahispnica y resurgen hoy junto al pozo, tambin oscuro y fresco y dolorido, de la guitarra patria.

    El tema es el amor: la expectativa ahondada del sentir que hace de nuestras almas cosasdesgarradas y ansiosas, como los dardos en el aire, vidos de su herida. Ese anhelo inicial informaen ella las visiones del mundo y le hace traducir el horizonte en grito alargado y la noche en plegariay la sucesin de das claros en un rosario lento. Tropos que he sopesado en mi soledad, porcaminatas y sosiego, y que me parecen verdicos.

    Con enhiesta esperanza, con generosidad de lejanas, con arcilla frgil de ocasos, ha modeladoNorah este volumen. Quiero que mis palabras encarecindola sean como las hogueras de cedro quealegraban en una fiesta bblica las atentas colinas y que anunciaban la luna nueva a los hombres.

  • Buenos AiresNi de maana ni en la diurnalidad ni en la noche vemos de veras la ciudad. La maana es unaprepotencia de azul, un asombro veloz y numeroso atravesando el cielo, un cristalear y un despilfarromanirroto de sol amontonndose en las plazas, quebrando con ficticia lapidacin los espejos ybajando por los aljibes insinuaciones largas de luz. El da es campo de nuestros empeos o denuestra desidia, y en su tablero de siempre slo ellos caben. La noche es el milagro trunco: laculminacin de los macilentos faroles y el tiempo en que la objetividad palpable se hace menosinsolente y menos maciza. La madrugada es una cosa infame y rastrera, pues encubre la granconjuracin tramada para poner en pie todo aquello que fracas diez horas antes, y va alineandocalles, decapitando luces y repintando colores por los idnticos lugares de la tarde anterior, hastaque nosotros ya con la ciudad al cuello y el da abismal unciendo nuestros hombros tenemos querendirnos a la desatinada plenitud de su triunfo y resignarnos a que nos remachen un da ms en elalma.

    Queda el atardecer. Es la dramtica altercacin y el conflicto de la visualidad y de la sombra, escomo un retorcerse y un salirse de quicio de las cosas visibles. Nos desmadeja, nos carcome y nosmanosea, pero en su ahnco recobran su sentir humano las calles, su trgico sentir de volicin quelogra perdurar en el tiempo, cuya entraa misma es el cambio. La tarde es la inquietud de la jornada,y por eso se acuerda con nosotros que tambin somos inquietud. La tarde alista un fcil declive paranuestra corriente espiritual y es a fuerza de tardes que la ciudad va entrando en nosotros.

    A despecho de la humillacin transitoria que logran infligirnos algunos eminentes edificios, lavisin total de Buenos Aires nada tiene de enhiesta. No es Buenos Aires una ciudad izada yascendente que inquieta la divina limpidez con xtasis de asiduas torres o con chusma brumosa dechimeneas atareadas. Es ms bien un trasunto de la planicie que la cie, cuya derechura rendida tienecontinuacin en la rectitud de calles y casas. Las lneas horizontales vencen las verticales. Lasperspectivas de moradas de uno o dos pisos, enfiladas y confrontndose a lo largo de las leguas deasfalto y piedra son demasiado fciles para no parecer inverosmiles. Atraviesan cada encrucijadacuatro infinitos. En la alta noche, al recorrer la ciudad que simplifican la dura sombra y nuestrorendimiento quejoso, nos hemos azorado a veces ante las interminables calles que cruzan nuestrocamino y hemos desfallecido apualados, mejor dicho alanceados y aun tiroteados por la distancia.Y en los alrededores del crepsculo! Acontecen gigantescas puestas de sol que sublevan la hondurade la calle y apenas caben en el cielo. Para que nuestros ojos sean flagelados por ellas en su enterezade pasin, hay que solicitar los arrabales que oponen su mezquindad a la pampa. Ante esa indecisinde la urbe donde las casas ltimas asumen un carcter temerario como de pordioseros agresivosfrente a la enormidad de la absoluta y socavada llanura, desfilan grandemente los ocasos comomaravilladores barcos enhiestos. Quien ha vivido en serrana no puede concebir esos ponientes,pavorosos como arrebatos de la carne y ms apasionados que una guitarra. Ponientes y visiones desuburbio que estn an perdnenme la pedantera en su aseidad, pues el desinters esttico delos arrabales porteos es patraa divulgadsima entre nosotros. Yo, que he enderezado mis versos acontradecir esa especie, s demasiado acerca del desvo que muestran todos en alabndoles la

  • desgarrada belleza de tan cotidianos lugaresHe mentado hace unos renglones las casas. Ellas constituyen lo ms conmovedor que existe en

    Buenos Aires. Tan lastimeramente iguales, tan incomunicadas en su apretujn estrechsimo, tannicas de puerta, tan petulantes de balaustradas y de umbralitos de mrmol, se afirman a la veztmidas y orgullosas. Siempre campea un patio en el costado, un pobre patio que nunca tiene surtidory casi nunca tiene parra o aljibe, pero que est lleno de patricialidad y de primitiva eficacia, puesest cimentado en las dos cosas ms primordiales que existen: en la tierra y el cielo.

    Estas casas de que hablo son la traduccin, en cal y ladrillo, del nimo de sus moradores yexpresan: Fatalismo. No el fatalismo rencoroso y anrquico que se esgrime en Espaa, sino el burlny criollo que informa el Fausto de Estanislao del Campo y aquellas estrofas del Martn Fierro que nohumilla un prejuicio de barata doctrina liberal. Un fatalismo que no detiene la accin, pero que se veen las lindes de todo esfuerzo el fracaso

    Quiero hablar tambin de las plazas. Y en Buenos Aires las plazas nobles piletas abarrotadasde frescor, congresos de rboles patricios, escenarios para las citas romnticas son el remansonico donde por un instante las calles renuncian a su geometralidad persistente y rompen filas y sedispersan corriendo como despus de una pueblada.

    Si las casas de Buenos Aires son una afirmacin pusilnime, las plazas son una ejecutoria demomentnea nobleza concedida a todos los paseantes que cobija.

    Casas de Buenos Aires con azoteas de baldosa colorada o de cinc, desprovistas de torresexcepcionales y de briosos aleros, comparables a pjaros mansos con las alas cortadas. Calles deBuenos Aires profundizadas por el transitorio organillo que es la vehemente publicidad de las almas,calles deleitables y dulces en la gustacin del recuerdo, largas como la espera, calles donde caminala esperanza que es la memoria de lo que vendr, calles enclavadas y firmes tan para siempre en miquerer. Calles que silenciosamente se avienen con la noble tristeza de ser criollo. Calles y casas dela patria. Ojal en su ancha intimidad vivan mis das venideros.

  • La nadera de la personalidadIntencionario.Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo: empeo a cuyarealizacin me espolea una certidumbre firmsima, y no el capricho de ejecutar una zalagardaideolgica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso probar que la personalidad es unatrasoacin, consentida por el engreimiento y el hbito, mas sin estribaderos metafsicos ni realidadentraal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura las consecuencia dimanantes de esas premisas, ylevantar sobre ellas una esttica, hostil al psicologismo que nos dej el siglo pasado, afecta a losclsicos y empero alentadora de las ms dscolas tendencias de hoy.

    Derrotero.He advertido que en general la aquiescencia concedida por el hombre en situacin de leyente a unriguroso eslabonamiento dialctico, no es ms que una holgazana incapacidad para tantear laspruebas que el escritor aduce y una borrosa confianza en la honradez del mismo.

    Pero una vez cerrado el volumen y dispersada la lectura, apenas queda en su memoria unasntesis ms o menos arbitraria del conjunto ledo. Para evitar desventaja tan sealada, desechar enlos prrafos que siguen toda severa urdimbre lgica y hacinar los ejemplos.

    No hay tal yo de conjunto. Cualquier actualidad de la vida es enteriza y suficiente. Eres t acasoal sopesar estas inquietudes algo ms que una indiferencia resbalante sobre la argumentacin quesealo, o un juicio acerca de las opiniones que muestro?

    Yo, al escribirlas, slo soy una certidumbre que inquiere las palabras ms aptas para persuadir tuatencin. Ese propsito y algunas sensaciones musculares y la visin de lmpida enramada que ponenfrente a mi ventana los rboles, construyen mi yo actual.

    Fuera vanidad suponer que ese agregado psquico ha menester asirse a un yo para gozar devalidez absoluta, a ese conjetural Jorge Luis Borges en cuya lengua cupo tanto sofisma y en cuyossolitarios paseos los tardeceres del suburbio son gratos.

    No hay tal yo de conjunto. Equivcase quien define la i