Instruccion pastoral sobre la vida

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“Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó…” Gen 1, 27

EL VALOR DE LA VIDA HUMANA

Queridos hermanos el magisterio de la Iglesia fiel a su misión de custodiar y defender el gran valor de la vida humana, continua hoy por hoy protegiéndola de frente al secularismo, al relativismo y a una cada vez más dispersa “cultura de la muerte”, que el Siervo de Dios Juan Pablo II condenó en diversos momentos.

Desde el primer capítulo del libro del Génesis se narra la maravillosa acción creadora de Dios, que crea todas las cosas, poniendo al hombre y a la mujer como coronación de su acción creadora. Al modelar Dios al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza les infunde su hálito divino y los colma de esa vida Espiritual y trascendente. En esta descripción del libro del Génesis se pone de manifiesto la sacralidad de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural , ya que es Dios quien directamente crea nuestra alma espiritual. En el origen divino del hombre, está la llamada a una vida plena, que va mas allá de su existencia terrena y que consiste en la participación de la misma vida de Dios, esta vocación tan sublime manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana, en donde la vida temporal es una parte integrante de la totalidad de la vida del hombre, ya que su plenitud de vida la tendrá en la contemplación del rostro misericordioso de Dios1.

El Siervo de Dios Juan Pablo II en la Evangelium Vitae y en la Redemtor hominis se expresa en estos términos diciendo que: “«La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término…»2. De aquí se deduce claramente que el primer derecho irrenunciable e inviolable de la persona y sobre el cual se apoyan todos los demás es el derecho a la vida; numerosos son los pasajes del Antiguo Testamento que dan razón de la prohibición de atentar contra el valor de la vida humana, por tener un origen divino, por ejemplo la condena y la maldición de Yahve a Caín ante la muerte de su hermano Abel (Gen 4, 8-11); y por otro lado la afirmación del libro de la Sabiduría que nos muestra que Yahve no creó la muerte, ni le gusta que el hombre se pierda, sino que por el contrario, premia a los buenos con una vida larga al ser Él la fuente de la vida (Sab 1,11; Dt 4,40; Prov 14,27).

Por otra parte en el Nuevo Testamento también son innumerables los pasajes bíblicos que muestran claramente el valor de la vida humana; Jesús mismo se presenta como Aquel que posee y que da la vida en abundancia, es decir la vida eterna. En diferentes páginas de los Evangelios nos encontramos con diversos pasajes en los cuales se muestra la Señoría de Jesús sobre la muerte y la enfermedad, al devolverles misericordiosamente la salud a muchos enfermos y la vida a algunos muertos, por ejemplo la resurrección de Lázaro en el evangelio de San Juan y la del hijo de la viuda en el pueblo Naín que se narra en el evangelio de San Lucas. De acuerdo con estas enseñanzas bíblicas, el Magisterio de la Iglesia enseña de manera categórica que toda vida humana es digna y sagrada, y este don de la vida, que Dios Creador y Padre ha confiado al hombre, exige que éste tome conciencia de su inestimable valor y lo acoja responsablemente. Ya que como sabemos todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural

1 Cfr. Evangelium Vitae 22 Cfr. Redemtor Hominis 13; EV 53

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escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. Y en el reconocimiento de este derecho se podrá fundamentar la convivencia humana y la misma comunidad política3.

“Jesús sanó a muchos enfermos con dolencias de toda clase…” Mc 1, 34.

EL CRISTIANO DE FRENTE A LA ENFERMEDAD

La enfermedad y el sufrimiento son dos realidades que han acompañado al hombre a lo largo de la historia y que se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud, al hacerlo entrever la muerte4. En el Antiguo Testamento el hombre vive la enfermedad como un castigo a causa de su pecado y por el cual se lamenta de frente a Dios, y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte implora su curación. La enfermedad le sirve al hombre para comenzar su camino hacia la conversión y el perdón de Dios que inaugura la curación. A la fidelidad del hombre a Dios corresponde el perdón de toda falta y la curación de toda enfermedad por parte de Dios5.

En el Nuevo Testamento el ejemplo de la actitud que debemos de tener ante la enfermedad ya nos la ha dado Jesús, ya que desde el inicio de los evangelios y en diferentes versículos se narran hechos milagrosos que Jesús ha obrado en bien de innumerables enfermos, entre los que podemos mencionar esta el caso de la suegra de Pedro, la sanación de un leproso, la de un paralítico y otros más que el evangelista San Marcos nos presenta en su dos primeros capítulos; San Lucas en el capítulo nueve nos muestra como una mujer quedó curada de una hemorragia que padecía después de tocar el manto de Jesús, y como Él mismo les devuelve la vista a dos ciegos, etc.

En estos textos nosotros descubrimos la gran delicadeza y el grande amor con que Jesús se dirigía y sanaba misericordiosamente a los enfermos a tal punto que fue una de las misiones que hizo a su Apóstoles: “Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder sobre los espíritus impuros para expulsarlos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias”(Mt 10,1). En todas las curaciones que Jesús realizaba, había un anuncio del Evangelio y una invitación a la conversión y a la penitencia6. Podemos resumir con esta cita de Hechos de los Apóstoles: “Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo” ( He 10,38).

En este sentido siguiendo los mismos sentimientos del Señor todos los hombres estamos llamados a respetar a las personas que se encuentran en una situación especial: “todos aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea

3 Cfr. Dei Verbum 1; EV 2. 574 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 15005 Cfr. CEC 15026 Cfr. Salvifici Doloris 12

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posible”7. Ya que la vida de la persona tiene un valor sagrado incalculable independientemente del estado físico, psíquico o espiritual en que se encuentre. Sin embargo ante toda enfermedad, el hombre está llamado a vivir con la misma seguridad en el Señor y a renovar su confianza fundamental en Él, que « cura todas las enfermedades » , y al mismo tiempo unir su sufrimiento al sufrimiento redentor de la pasión de Cristo, ya que por su pasión y muerte en la cruz Cristo dio un sentido salvífico al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora8. Jesús sigue esperando hoy por hoy que el sufrimiento de la enfermedad nos sirva para que haciendo un alto en nuestras vidas, descubramos la necesidad de convertirnos y de retornar a la casa del Padre. El sufrimiento de la enfermedad tomado en este sentido nos une cada día más a nuestro Señor Jesucristo y deja de ser un castigo para convertirse en una gracia que puede dar frutos abundantes para nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

“... En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mi”(Mt 25,40)

LA EUTANASIA “PROVOCAR LA MUERTE”

En un mundo como el nuestro, en el que continuamente el hombre se empeña en vivir una vida como si Dios no existiera, y en donde el pensamiento relativista va apareciendo con más fuerza, la pérdida del sentido de Dios y del pecado se van haciendo cada día más patentes. Oscurecida por estas situaciones, en la conciencia de los hombres la “cultura de la muerte” veladamente se va introduciendo como una “falsa piedad” desvirtuando con esto la sacralidad original de la vida humana. Especialmente en el campo de la salud, los médicos se encuentran en una lucha constante entre la vida y la muerte; y no pocas veces se encuentran entre la espada y la pared con un sinfín de cuestionamientos sobre su actuar ético o moral de frente a la muerte inminente.

La medicina y los médicos, fieles a su vocación deben seguir defendiendo y custodiando la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural9 y no prestarse a realizar actos que lesionen la dignidad de la persona humana, desfigurando así su vocación original y su actuar ético, abreviando o alargando más de lo debido la vida humana. El personal de la salud y sus familias deben procurar que los enfermos terminales tengan una muerte digna de una persona, con todos los cuidados espirituales, médicos y familiares evitando todo abandono y usando para esto los nuevos adelantos médicos de los cuidados paliativos.

La EUTANASIA entendida no en su sentido original, sino como es entendida actualmente y es explicitado por el Magisterio de la Iglesia en la declaración Iura et Bona, es decir : “como una acción o una omisión que por su naturaleza o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor”, es moralmente inaceptable, pues «… Nadie, en ninguna circunstancia,

7 Cfr. CEC 22768 Cfr. SD 19 ; CEC 1505 9 Cfr. EV 4; DV 5

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puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» 10, al mismo tiempo la Declaración nos pone alerta diciendo que podría verificarse que el dolor prolongado e insoportable u otras razones de tipo afectivo o motivos diversos, induzcan a alguien a pensar que puede legítimamente pedir la muerte o procurarla a otros. Dicha súplica de los enfermos graves que alguna vez invocan la muerte no debe ser entendida como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto . Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros.

El dolor humano exige amor y participación solidaria, no la expeditiva violencia de la muerte anticipada. Por lo cual la encíclica Evangelium Vitae afirma que "la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de la persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio, en este sentido la eutanasia (en sus diversas formas), en su realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte11.

DISTANASIA U OBSTINACIÓN TERAPÉUTICA

De igual forma la DISTANASIA, entendida como la práctica médica que tiende a alejar lo más posible la muerte, prolongando la vida de un enfermo, anciano o moribundo, ya desahuciado, sin esperanzas humanas de recuperación utilizando para ello no sólo los medios ordinarios, sino tambien los extraordinarios a su antojo, con fines de experimentación médica o con fines económicos. La distanasia también se llama ensañamiento y encarnizamiento terapéutico, aunque sería más preciso denominarla obstinación terapéutica, es la aplicación de intervenciones quirúrgicas o medidas de resucitación u otros procedimientos no habituales a enfermos terminales cuyo fallecimiento se retarda por todos los medios.

Podría presentarse también que la distanasia sea la obstinación de los familiares que se aferran a mantener en vida a un ser querido, aun cuando la esperanza de recobrar la salud sea nula y la muerte sea inminente. En estas circunstancias, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares, sin embargo dicha renuncia a los medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte y el rechazo de la distanasia u obstinación terapéutica12.

10 Cfr. EV 5311 Cfr. EV 65-6612 Cfr. EV 65

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ORTOTANASIA O PRIVILEGIO TERAPÉUTICO

Actualmente el neologismo ORTOTANASIA está en boca de todos, tomando gran

importancia a partir de la iniciativa de ley denominada “Declaración de la ley de Voluntad

Anticipada” que en el DF y en algunos Estados de la República ha sido aprobada y que en el

Congreso del Estado se le ha dado entrada para su estudio en Comisiones. Este fenómeno parece

ser una práctica recurrente, en donde todo lo que se aprueba en el DF como signo de evolución de la

sociedad mexicana, tendría que ser aprobado en los otros Estados.

A este respecto el Magisterio de la Iglesia en su diversos documentos en sentido estricto no utilizan este neologismo, sin embargo se puede partir del siguiente texto que ya hemos citado anteriormente, que estriba del la Declaración Iura et Bona sobre la Eutanasia, de la Congregación Para la Doctrina de la Fe, del año 1980 y que se recoge en la Evangelium Vitae como sigue: “…En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales ...”13. La Ortotanasia como práctica médica que honra en verdad la dignidad humana y preserva la vida, rechaza los dos extremos de la Eutanasia y de la Distanasia, reconociendo el derecho que tienen los enfermos terminales o los enfermos con otra enfermedad incurable a la muerte digna o morir dignamente, sin abreviaciones innecesarias y sin sufrimientos adicionales, permitiendo que la muerte llegue de manera natural: “Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Y las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente”14.

La Ortotanasia aun cuando respeta la obligación que tiene todo enfermo de curarse y hacerse curar, valora sus circunstancias concretas y vigila si los medios terapéuticos a disposición que se le pretenden aplicar al enfermo son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría del paciente, con el fin de evitar caer en abreviaciones o alargamientos abusivos de la vida15, respetando así la dignidad de su persona aun cuando se encuentre es una situación disminuida por su enfermedad. En fin, si por ortotanasia se entiende el «derecho a morir dignamente», expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho a morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana, con todos los cuidados médicos adecuados, con las curas paliativas debidas y con la compañía de la familia, se puede decir que esta práctica médica es moralmente aceptable.

LOS CUIDADOS PALIATIVOS

Antes de hablar de estos cuidados paliativos es preciso distinguir al enfermo incurable del enfermo grave o en etapa terminal a quien generalmente se le aplican estos cuidados. Las personas

13 Cfr. Ibídem14 CEC 227815 Cfr. IB 25; EV 65

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que padecen una enfermedad incurable (como el SIDA), son aquellas que aun son susceptibles a intervenciones terapéuticas que pueden ayudar a tratar su enfermedad, a hacer más lento su avance y a vivir una vida más tranquila. Por el contrario los enfermos graves o en etapa terminal son aquellos en los cuales las intervenciones terapéuticas especificas para su enfermedad no tienen ya el efecto deseando, o bien su efecto es nulo, siendo posibles sólo aplicarles las curas ordinarias y las curas paliativas o sintomáticas16.

El enfermo grave o terminal debe ser ayudado a vivir sus últimos días con dignidad, acogiendo con conciencia la llegada inevitable de la muerte, ya que al mal y al sufrimiento físico se agrega el drama psicológico y espiritual de la separación que el morir significa y comporta para el enfermo. En esta situación el enfermo debe ser sostenido por la certeza de la fe y rodeado del respeto y de los cuidados que merece toda vida humana y aquellos que le deben proporcionar los médicos, las enfermeras y sus familiares, independientemente de que se encuentre en la fase final de su existencia terrena17.

La Medicina paliativa o los cuidados paliativos son aquellos tratamientos a favor del enfermo que: mitigan, suavizan o atenúan, son los remedios que se aplican a las enfermedades incurables para mitigar su violencia y aliviar su agudeza. En este sentido por tanto “el uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable”18.

En fin, La Medicina paliativa o los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada, una forma civilizada de entender y atender a los pacientes terminales, opuesta principalmente a los dos conceptos extremos de la distanasia y la eutanasia, es una nueva especialidad de la atención médica al enfermo terminal, por lo cual estos cuidados deben ser alentados principalmente en aquellas Instituciones que tienen la responsabilidad de la salud de la población19.

CONCLUSIÓN

Queridos hermanos, de frente a un mundo que parece haber perdido el sentido de la dignidad del hombre, el Magisterio de la Iglesia quiere hacer sentir su voz en cada una de nuestras conciencias para que defendamos la vida humana en todas las circunstancias y en todas las condiciones, desde su concepción hasta su muerte natural. De igual forma rechaza todas aquellas ideas “moderninstas” que en nombre de una falsa libertad defienden y proponen legalizar ciertas prácticas inmorales que van en contra de la dignidad de la persona humana.

En este sentido, se ha hecho habitual escuchar en los diversos discursos hablar de los derechos humanos: derecho a la salud, a la familia, al trabajo, a la atención médica, etc. Sin embargo esta preocupación por los derechos humanos resulta falsa e ilusoria si no se defiende con

16 Cfr. FAGGIONI Maurizio Pietro, La Vita Nelle Nostre Mani, Manuale di Bioetica Teologica. Edizioni Camilliane 2006 Pag. 299.17 Cfr. Pontificio Consiglio della Pastorale per gli Operatori Sanitari 1995. “Carta degli Operatori Sanitari” No 115-11618 CEC 228019 Cfr. CEC 2280

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la misma determinación el derecho a la vida como el derecho primario y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona20. Todos los Cristianos y todas las personas de buena voluntad estamos llamados a defender la vida del inocente y a poner especial atención a las personas que se encuentran disminuidas por la enfermedad o por otras causas, al mismo tiempo esforzarnos por construir un mundo más justo y mejor vivible en el cual se establezca la primacía del ser sobre el haber y el de la persona sobre el de las cosas, de igual forma todas las Instituciones, en especial las Instituciones de Gobierno y las Instituciones Médicas fieles a su vocación de procurar el bien común para todos los hombres, han de tutelar en todos sus trabajos el derecho sobre el cual se fundarán todos los demás derechos, es decir el derecho fundamental e irrenunciable a la vida.

Dios nuestro Señor y nuestra madre la Virgen de Guadalupe nos concedan por esta defensa continua de la vida humana, alcanzar la paz y la tranquilidad que necesitamos en nuestra Arquidiócesis y en todo México.

Fraternalmente en Cristo

+ Héctor González Martínez Arzobispo de Durango

20 Cfr. Christifideles Laici 38 8