INTEGRACIÓN EN PSICOTERAPIA

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Integración en Psicoterapia 1 Integración en psicoterapia: Reflexiones y contribuciones desde la epistemología constructivista Guillem Feixas Universidad de Barcelona Luis Botella Universidad Ramon Llull El desarrollo histórico de la psicoterapia se puede narrar como una sucesión de propuestas de enfoques teóricos que comportan visiones distintas de los problemas humanos y de la forma de abordarlos psicológicamente (Feixas y Miró, 1993). Si atendemos al contenido de la mayoría de estos enfoques podríamos llegar a creer que cada uno es único, marcadamente diferenciado de los demás y supuestamente mejor. De hecho, cada uno ha desarrollado una terminología propia, de forma que el diálogo entre ellos resulta confuso. El problema va incluso más allá de la cuestión terminológica, dado que también las diferencias epistemológicas y de visión del mundo constituyen una barrera potencial para la comunicación entre escuelas. La forma tradicional de presentar y evaluar los diferentes enfoques psicoterapéuticos se ha centrado en sus aspectos formales y teóricos, tales como conceptos básicos, estructura de la personalidad, visión de la psicopatología o concepción del cambio terapéutico. Dicha presentación fomenta la visión de los modelos psicoterapéuticos como si se tratara de descubrimientos objetivos sobre el ser humano, evaluables en cuanto a su contenido de verdad y aislados de su contexto cultural y socio-político. Sin embargo, tanto las denominadas ciencias duras como la filosofía de la ciencia hace tiempo que reconocen la influencia del contexto social sobre sus teorías (véanse por ejemplo los trabajos clásicos de Kuhn, 1970, o las propuestas aún más radicales de Feyerabend, 1976). Una forma alternativa de abordar tales enfoques es atender a su naturaleza discursiva en cuanto que construcciones sociales, preguntándose por ejemplo en qué tipo de corriente filosófica, literaria y/o cultural pueden enmarcarse o cuál es el zeitgeist que explícita o tácitamente están revelando (Botella y Figueras, 1995). También resulta relevante preguntarse cuál es el papel de la adscripción a una u ©Luis Botella. All rights reserved.

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Integración en Psicoterapia

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Integración en psicoterapia: Reflexiones y contribuciones desde la epistemología constructivista

Guillem Feixas Universidad de Barcelona

Luis Botella Universidad Ramon Llull

El desarrollo histórico de la psicoterapia se puede narrar como una

sucesión de propuestas de enfoques teóricos que comportan visiones distintas de

los problemas humanos y de la forma de abordarlos psicológicamente (Feixas y

Miró, 1993). Si atendemos al contenido de la mayoría de estos enfoques

podríamos llegar a creer que cada uno es único, marcadamente diferenciado de

los demás y supuestamente mejor. De hecho, cada uno ha desarrollado una

terminología propia, de forma que el diálogo entre ellos resulta confuso. El

problema va incluso más allá de la cuestión terminológica, dado que también las

diferencias epistemológicas y de visión del mundo constituyen una barrera

potencial para la comunicación entre escuelas.

La forma tradicional de presentar y evaluar los diferentes enfoques

psicoterapéuticos se ha centrado en sus aspectos formales y teóricos, tales como

conceptos básicos, estructura de la personalidad, visión de la psicopatología o

concepción del cambio terapéutico. Dicha presentación fomenta la visión de los

modelos psicoterapéuticos como si se tratara de descubrimientos objetivos sobre

el ser humano, evaluables en cuanto a su contenido de verdad y aislados de su

contexto cultural y socio-político. Sin embargo, tanto las denominadas ciencias

duras como la filosofía de la ciencia hace tiempo que reconocen la influencia del

contexto social sobre sus teorías (véanse por ejemplo los trabajos clásicos de

Kuhn, 1970, o las propuestas aún más radicales de Feyerabend, 1976). Una

forma alternativa de abordar tales enfoques es atender a su naturaleza discursiva

en cuanto que construcciones sociales, preguntándose por ejemplo en qué tipo

de corriente filosófica, literaria y/o cultural pueden enmarcarse o cuál es el

zeitgeist que explícita o tácitamente están revelando (Botella y Figueras, 1995).

También resulta relevante preguntarse cuál es el papel de la adscripción a una u

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otra escuela (o a ninguna de ellas) en los procesos psicosociales de construcción

y negociación de la identidad individual y colectiva del psicoterapeuta,

concibiendo la identidad como un posicionamiento discursivo.

En este sentido, la pertenencia a una orientación teórica o escuela

determinada deviene una importante seña de identidad para muchos

psicoterapeutas. Así aparece reflejado consistentemente en la mayoría de

encuestas, en las que algunos profesionales indican su adhesión a algún enfoque

determinado. Esta adhesión tiene sin duda ventajas para el terapeuta. Un modelo

teórico no sólo proporciona una visión determinada de los problemas humanos y

de cómo intervenir psicoterapéuticamente en su resolución, sino también un

lenguaje y una estructura científico-social de apoyo (congresos, revistas,

sociedades, etc.) que ejerce un importante rol afiliativo en el desarrollo profesional

del psicoterapeuta.

Sin embargo, en las últimas décadas un número creciente de

psicoterapeutas prefieren no identificarse plenamente con ninguna escuela

concreta. En estos momentos parece que la tendencia de los psicoterapeutas a

definirse como eclécticos supera la adscripción a cualquier otra orientación

particular (véase Feixas y Miró, 1993, para una revisión de datos demográficos al

respecto). En uno de los estudios que integraban los datos a los que nos

referimos, Smith (1982) encontró que el 41% de los 415 psicoterapeutas

encuestados se autodenominaban eclécticos. Sin embargo, al matizar su

respuesta los encuestados escogían términos marcadamente dispares, lo que

refleja la variedad de significados que engloba esta etiqueta. En realidad el

eclecticismo puede entenderse más por lo que no es (no-adhesión a una escuela

concreta) que por lo que es. Por otra parte, el término ecléctico tiene algunas

connotaciones preocupantes, dado que en algunos casos implica combinar

técnicas epistemológicamente incompatibles de forma incoherente. La

pluralidad, no sólo de enfoques puros sino también de formas de práctica

ecléctica, refleja la diversidad actual de la psicoterapia y plantea nuevos retos.

Uno de tales retos es el de evolucionar hacia la exploración de un avance

común. Ello implica una transición desde posturas eclécticas hacia lo que se

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conoce en la actualidad como el movimiento integrador en psicoterapia; desde

formas de seleccionar teorías o técnicas psicoterapéuticas hacia el esfuerzo por

contribuir a una maduración y desarrollo cualitativo del campo de la psicoterapia

en un clima cooperativo de exploración de la integración. Nos referimos a

exploración de la integración para distinguir el movimiento integrador del sueño

unificacionista. En efecto, el movimiento integrador no pretende llegar a la fusión

de todos los modelos en uno, pretensión científicamente ingenua y éticamente

discutible por sus connotaciones totalitarias. Más bien aboga por la constitución

de un marco de diálogo que sustituya la lucha de escuelas por un contexto

cooperativo que permita encontrar propuestas integradoras más evolucionadas

que los enfoques existentes. Por otro lado, dicho movimiento trata de fomentar y

coordinar los esfuerzos por investigar los mecanismos de cambio descritos por

distintos modelos terapéuticos, a menudo con terminologías diferentes.

El planteamiento del reto de la integración se podría entender como una

muestra de la evolución del campo de las psicoterapias hacia estadios más

maduros de desarrollo. Norcross (1986) sugiere que la comunidad

psicoterapéutica ha ido evolucionando de un simplismo absolutista y dogmático

(Mi enfoque es el mejor por definición y los demás están equivocados) hacia el

relativismo (Cada enfoque funciona según el caso), con la esperanza de llegar al

compromiso ético con un enfoque desde el que evolucionar de forma no-

dogmática. Es decir, la adhesión a un modelo se debería fundamentar en una

elección personal y comprometida con su perfeccionamiento en lugar de en el

dogmatismo.

Sin embargo, a nuestro juicio tal compromiso con un modelo determinado

se hace difícil después de haber reconocido sus limitaciones y su valor relativo.

Una alternativa consiste en buscar soluciones más abarcadoras y evolucionadas,

que pretendan integrar aspectos de distintos enfoques en un intento de ir un paso

más allá que los modelos existentes. Como comentábamos en otro lugar (Feixas,

1992a), este avance pasa previsiblemente por el respeto a la diversidad de

concepciones del ser humano implícitas en distintos modelos terapéuticos, pero a

la vez implica generar propuestas integradoras que, siendo sucesivamente

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reemplazadas por nuevas alternativas, fomenten la evolución del campo de la

psicoterapia. Cada nueva alternativa genera preguntas que sugieren nuevos

interrogantes en lugar de respuestas definitivas. En la actualidad parece que el

movimiento que mejor refleja este espíritu es el que se articula alrededor de la

Society for the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI)--que cuenta con

una sección en España, la Sociedad Española para la Integración de la

Psicoterapia (SEIP). Aunque se trata de un marco de confluencia de propuestas

muy diversas, en su seno se promueve el diálogo y la exploración de

construcciones alternativas que integren las aportaciones ya existentes, en

detrimento del dogmatismo de escuela.

Siguiendo a Arkowitz (1991) en su escrito inaugural del Journal of

Psychotherapy Integration, entendemos que el movimiento integrador aglutina en

la actualidad esfuerzos en tres grandes áreas de trabajo: el eclecticismo técnico,

la integración teórica y el estudio de los factores comunes. Antes de describir la

aportación constructivista a cada uno de estos enfoques, sin embargo,

quisiéramos comentar brevemente los factores que han influido en la tendencia

hacia el eclecticismo y la integración en las últimas décadas y, particularmente,

cómo tales factores son plenamente coherentes con una concepción

constructivista de la psicoterapia. Nuestro intento en la primera parte de este

trabajo es demostrar como el constructivismo es perfectamente viable como

marco conceptual general para la exploración de la integración en psicoterapia,

dado que la actitud integradora caracteriza a la epistemología constructivista

desde su misma raíz.

Factores influyentes en la formación del movimiento integrador: una lectura constructivista

Aunque podemos encontrar ejemplos aislados de propuestas eclécticas

y/o integradoras desde los años treinta, el fenómeno del eclecticismo como hecho

diferencial en psicoterapia se consolida en la década de los setenta y, como

hemos comentado anteriormente, el movimiento integrador no toma forma hasta

los ochenta. En esta sección comentaremos los factores que han propiciado el

fenómeno contemporáneo de la exploración de la integración en psicoterapia

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según Norcross (1986), examinando su compatibilidad con una perspectiva

epistemológica constructivista.

1. Proliferación de enfoques psicoterapéuticos. La coexistencia de lo que a nuestro juicio (Feixas, 1992a) son

construcciones parciales de la realidad dota al campo de la psicoterapia de una

apariencia fragmentaria. Siguiendo la noción kelliana de fragmentalismo

acumulativo (véase Botella y Feixas, 1998) parece como si la psicoterapia

hubiese avanzado acumulando fragmentos de conocimiento parcialmente útiles y

válidos, desarrollados de forma independiente y competitiva, carentes de un

marco general que los hiciera compatibles. El hecho de contar en la actualidad

con más de 400 formas de tratamiento da una idea de la gran capacidad

generativa de la psicoterapia, como área de conocimiento, para crear

construcciones diferenciadas, pero también de la incapacidad para integrarlas

que ha derivado en el actual panorama de fragmentación.

Desde una perspectiva constructivista, se puede entender el desarrollo de

cualquier sistema de conocimiento (personal o científico/académico) como una

dialéctica entre diferenciación e integración, que conduce en el caso óptimo a una

situación de complejidad, pero no de fragmentación. La excesiva diferenciación

de los enfoques psicoterapéuticos actuales es comprensible como un intento de

maximizar la individualidad en detrimento de la comunalidad, ligado sin duda a

cuestiones económicas, socio-políticas y de divergencias ideológicas (filosóficas,

epistemológicas, metodológicas) entre los proponentes de cada uno de ellos. Sin

embargo, en contraste con la estrategia del fragmentalismo acumulativo, el

alternativismo constructivo (Kelly, 1969; véase Botella y Feixas, 1998) nos sugiere

abogar por construcciones de un nivel jerárquico superior, más amplias y

evolucionadas, que no supongan un modelo más a acumular. Aunque esta nueva

(re)construcción no nos aporte un nuevo fragmento de verdad terapéutica, puede

proporcionar una visión alternativa de las ya existentes. Con esta esperanza se

han generado la mayoría de esfuerzos en el seno del movimiento integrador.

2. Inadecuación de una forma única de psicoterapia para todos los casos.

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Hoy en día se da un consenso creciente acerca de que no existe un solo

enfoque que podamos considerar clínicamente adecuado para todos los

problemas, clientes y situaciones. De hecho, el motor que ha generado el

surgimiento de tantos nuevos enfoques es la insatisfacción con los modelos

existentes, la conciencia sobre su inadecuación en determinados casos. Este es

también el motor que mueve los esfuerzos eclécticos e integradores, aunque en

una dirección diferente. Si ninguna de las 400 propuestas terapéuticas existentes

ha conseguido demostrar su utilidad en todos los casos, no se trata de crear la nº

401 (aunque posiblemente ya exista al publicarse este trabajo) sino de plantearse

la cuestión desde otra perspectiva.

En los últimos años se va popularizando la posibilidad de explorar la

integración de los conocimientos y técnicas disponibles que, aunque parciales y

con valor limitado, puedan ayudarnos a comprender de forma más amplia y

precisa el proceso psicoterapéutico. Otra idea en el mismo sentido es la de

fomentar la flexibilidad teórica y técnica para adaptarse a cada caso concreto en

detrimento de la adhesión rígida a un modelo. La flexibilización que conllevan los

enfoques eclécticos e integradores reporta de por sí una mayor adaptación del

proceder terapéutico a las particularidades del cliente. De no ser así, en palabras

de Gordon Allport, "si tu única herramienta es un martillo, tratarás a todo el

mundo como a un clavo".

Desde una perspectiva constructivista, se puede entender la psicoterapia

como la génesis intencional de significados y narrativas que puedan

transformar la construcción de la experiencia de los clientes mediante un

diálogo colaborativo (Botella, en prensa; Kaye, 1995). Tales sistemas de

construcción de la experiencia, si bien están pautados por las formas

discursivo/narrativas aceptables socialmente, revisten un componente innegable

de individualidad. Así, es perfectamente previsible que ningún modelo único de

psicoterapia pueda responder al cambio de todos los clientes o en todas las

patologías. La psicoterapia, desde nuestra perspectiva, reúne componentes de

comunalidad en cuanto a los procesos de cambio (como propone la línea de

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investigación de los factores comunes) y, simultáneamente, de especificidad en

cuanto al contenido de dichos cambios.

3. Ausencia de eficacia diferencial entre las psicoterapias. A pesar de las diferencias teóricas entre modelos psicoterapéuticos y el

interés de sus proponentes por demostrar su superioridad relativa, la conclusión

que se extrae de la revisión de la literatura hasta el momento es que ninguna de

ellas sobresale claramente por encima de las demás (véanse Lambert y Bergin,

1992; Lambert, Shapiro y Bergin, 1986; Luborsky, Singer y Luborsky, 1975;

Smith, Glass y Miller, 1980). Tanto la investigación metaanalítica de Smith et al.

(1980), que incluía 475 estudios con más de 78 formas de psicoterapia, como

otras investigaciones más restrictivas inciden en la misma conclusión: no hay un

vencedor claro en la competición entre diferentes modelos psicoterapéuticos.

Resulta paradójico que modelos terapéuticos pretendidamente diferentes

(e incluso opuestos) resulten igualmente eficaces. La resolución de esta paradoja

pasa para muchos por la cuestión de la integración, tanto en lo que respecta a la

identificación de los factores comunes que afectan al éxito terapéutico como a la

complementariedad de la validez de unos enfoques con la de otros en un

esfuerzo de integración teórica y técnica.

Así mismo, dicha paradoja ha reorientado la investigación en psicoterapia

al análisis de los factores que contribuyen al cambio terapéutico. De entre estos,

Lambert (1986) cifra la contribución de las técnicas terapéuticas específicas en

sólo un 15% (véase Figura 1). Este reducido porcentaje debería hacernos

reflexionar sobre la importancia--quizá excesiva--atribuida a dichas técnicas en

los programas de formación de psicoterapeutas, así como sobre el papel de las

habilidades técnicas en la práctica clínica. En general, este énfasis en los

aspectos técnicos de la psicoterapia va en detrimento de los factores

relacionados con las variables del cliente, del terapeuta y de la relación

terapéutica. Sin embargo, estos parecen ser los factores que más afectan al

resultado global de la psicoterapia.

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Figura 1. Contribución relativa de los factores que influyen en el resultado de la

psicoterapia (Lambert, 1986).

Cambio Extraterapéutico

40%

Factores Comunes30%

Efecto placebo15%

Técnicas15%

La adopción de un marco epistemológico constructivista conlleva una

serie de implicaciones acerca de la relación de ayuda, plenamente coherentes

con lo antedicho. Como proponíamos en otros trabajos (Botella y Feixas, 1998)

la concepción de la relación terapéutica como interacción centrada en la co-

construcción de nuevos significados implica prestar mayor atención al lenguaje,

las narrativas, las metáforas y los constructos personales que se generan en el

diálogo entre terapeuta y cliente. De entrada, esto supone alinearse con los

enfoques que rechazan la visión del profesional como experto o como

administrador de técnicas, y lo destronan de su presunta posición de

objetividad. El enfoque constructivista contempla tanto al cliente como al

terapeuta como expertos que participan en una aventura común; el cliente tiene

una mayor experiencia acerca de las ventajas y limitaciones de su sistema de

significado, y el terapeuta posee más pericia en lo concerniente a las

habilidades facilitadoras del cambio en general (Feixas y Villegas, 1993). En

consecuencia, la terapia se convierte en una búsqueda caracterizada por la

colaboración y el respeto en pos de una revisión del sistema de significado

personal, que permita mantener a los clientes en su esfuerzo por anticipar y

participar de un mundo social que ellos también pueden ayudar a construir

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(Neimeyer y Feixas, 1997). En cierto sentido, la psicoterapia constructivista “no

tiene parangón en ninguna otra perspectiva contemporánea en cuanto a su

postura fuertemente autorreflexiva” (Botella, 1996, p. 246).

Concebir la relación de ayuda como una relación de experto a experto

implica que el cambio terapéutico no se deriva directamente de la aplicación de

una técnica específica, sino de la creación de una forma particular de relación

humana. Las técnicas no hacen nada al cliente; es más bien el cliente quien

hace uso de la técnica si ésta se ofrece en el contexto de una relación terapéutica

facilitadora del cambio.

En conclusión, si se adopta esta perspectiva no resulta sorprendente ni

paradógica la falta de eficacia diferencial. La paradoja sólo existe si se parte de

premisas opuestas a las que acabamos de exponer, como por ejemplo, que

"cuanto mejor es la técnica mejores son los resultados" o que "la investigación

comparativa de resultados puede determinar la técnica más eficaz para la

mayoría de los casos".

4. Reconocimiento de la existencia de factores comunes a las distintas psicoterapias.

El reconocimiento de la existencia de factores comunes que operan en la

mayoría de las psicoterapias, hayan sido o no explicitados por sus proponentes,

se hace cada vez más evidente. En este sentido, se va extendiendo cada vez

más la actitud de buscar los ingredientes comunes entre los enfoques en lugar de

centrarse exclusivamente en sus diferencias. Frank (1961) por ejemplo, planteó

que los métodos actuales de psicoterapia representan, con algunas variaciones,

actualizaciones de procedimientos muy antiguos de curación psicológica. Pero las

psicoterapias contemporáneas enfatizan sus diferencias para hacerse más

competitivas, de acuerdo con el contexto socio-económico mercantilista y liberal

de nuestra sociedad occidental, por lo que estas diferencias se exageran. En la

actualidad se reconoce, en virtud de los datos disponibles, que los factores

comunes explican hasta un 30% del porcentaje de la varianza del éxito

terapéutico (véase Figura 1). Si tenemos en cuenta que el porcentaje atribuible al

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terapeuta es sólo un poco superior al 40% constatamos el tremendo peso de

estos factores comunes en su contribución al cambio terapéutico.

En este sentido, cabe recordar que según la epistemología constructivista,

similitudes y diferencias son operaciones del observador, no características

"objetivas" de la realidad. Así, podría parecer que los psicoterapeutas hemos

empezado a desplazar nuestro punto de observación desde la defensa de las

diferencias y la novedad de determinados modelos terapéuticos hacia la

conciencia de los factores comunes. Este cambio no se basa en que los modelos

contemporáneos se parezcan más, sino que refleja nuestro cambio de

posicionamiento al observarlos. Como afirmábamos anteriormente, el énfasis en

la diferencia puede responder a intereses comerciales o políticos. Este nuevo

posicionamiento debería promover más la cooperación de terapeutas de distintas

orientaciones en la articulación de una base común, aspecto central del

movimiento integrador.

5. Enfasis en las características del paciente y de la relación terapéutica como principales ingredientes del cambio.

Son precisamente los datos sobre la contribución de distintos factores al

éxito terapéutico los que plantean el quinto factor influyente en el auge del

movimiento integrador. El reconocimiento de que la mayor proporción de

variancia del éxito terapéutico se debe a factores preexistentes del cliente obliga

a un replanteamiento de la cuestión. En efecto, no parece muy prudente dedicar

la mayor parte de nuestros esfuerzos al desarrollo tecnológico cuando este factor

explica, como hemos comentado anteriormente, un 15% del éxito terapéutico en

su estimación más favorable (véase Figura 1). Resultan mucho más lógicos los

esfuerzos de sistematización que permitan adaptar los recursos disponibles

dentro del campo de las psicoterapias a las necesidades del cliente. En este

sentido, hay que tener en cuenta, de forma preferente, cuestiones relativas al

cliente tales como, estilo interpersonal, disposición al cambio, red social y

afectiva, y otras variables relacionadas (véase Botella y Feixas, 1994, para una

revisión exhaustiva de los resultados de la investigación de eficacia de la

psicoterapia).

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El hecho empíricamente demostrado de que es al cliente a quien

corresponde la mayor contribución al total del resultado de la psicoterapia (véase

también Lambert, 1991) avala la noción constructivista de que la psicoterapia

no es un tratamiento que un técnico experto administra a un paciente pasivo,

sino una forma de relación que se ofrece al cliente para que éste se cambie

(pro)activamente a sí mismo. De hecho, los enfoques terapéuticos inspirados

en una epistemología constructivista parten de la premisa de que el cambio es

una operación que realiza el cliente de acuerdo con su patrón de coherencia y,

por tanto, dirigen sus esfuerzos a comprender dicho patrón y adaptarse a sus

características. Lo que se pretende es que el espacio terapéutico sea

altamente significativo para el cliente, y para ello hay que tener mucho más en

cuenta sus creencias, esquemas, narrativas y constructos que los del

terapeuta. Esta actitud se refleja en el hecho de que las técnicas más

características de estos enfoques tales como la técnica de rejilla (véase Feixas

y Cornejo, 1996), el escalamiento (véase Botella y Feixas, 1998) o la

reconstrucción de la experiencia inmediata (Guidano, 1991) se centren en

comprender con el mayor detalle posible la forma en que el cliente construye

los acontecimientos. Otros ejemplos también paradigmáticos de este

centramiento en el cliente son el análisis de la demanda (Villegas, 1992) y el

hecho de dejar que sea el cliente quien proponga las técnicas o procedimientos

a llevar a cabo en la terapia (p.e., Feixas y Neimeyer, 1997). 6. Factores socio-políticos y económicos. Finalmente, puede verse el movimiento integrador como una respuesta a

influencias sociales, políticas y económicas diversas. Especialmente en los

Estados Unidos donde la psicoterapia es financiada en parte por entidades

aseguradoras, existe una gran presión para mejorar la calidad y acortar la

duración de los tratamientos psicológicos.

Por otro lado, el hecho de que un problema pueda tratarse de formas tan

distintas según qué psicoterapeuta lo atienda no aporta ningún prestigio a nuestra

profesión. Si la diversidad existente en cuanto a enfoques y técnicas ya fomenta

una imagen de fragmentación entre los profesionales de la psicoterapia, resulta

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aún más incomprensible para el resto de la comunidad--incluyendo a los

responsables de decisiones políticas en centros de salud y de investigación, y a la

opinión pública en general. La imagen de una profesión donde impera la lucha de

escuelas, las descalificaciones mutuas, y en la que sus practicantes no son

capaces ni tan sólo de dialogar, nos resta credibilidad ante nuestros clientes y

ante la sociedad en general.

El espíritu integrador pretende sustituir este clima de enfrentamiento por la

cooperación entre escuelas y el esfuerzo común por hacer madurar nuestro

ámbito de conocimiento y práctica no necesariamente hacia una psicoterapia

unificada, pero sí hacia una coordinación más consensuada de los recursos

disponibles y de la experiencia acumulada durante décadas por los practicantes

de las distintas orientaciones.

Hasta aquí nos hemos ocupado de los factores que han influido en la

tendencia hacia el eclecticismo y la integración en los últimos años, vista desde la

perspectiva de la epistemología constructivista. A continuación describiremos

cada uno de los principales enfoques a los que ha dado lugar el movimiento

integrador (es decir, el eclecticismo técnico, la integración teórica y el estudio

de los factores comunes) haciendo hincapié en la aportación constructivista a

cada uno de ellos.

El Eclecticismo Técnico Esta tendencia del movimiento integrador se centra en la selección de

técnicas y procedimientos terapéuticos con independencia de la teoría que los ha

originado. Se caracteriza, por tanto, por un fuerte énfasis en lo técnico en

detrimento de la teoría, despojando a las técnicas de los supuestos teóricos que

las han generado.

El primer autor en formular esta posición fue Lazarus (1967), sin embargo,

a partir de los años setenta han sido varios los enfoques que han seguido esta

filosofía. Lazarus (véase el debate expuesto en Lazarus y Messer, 1991)

defiende este tipo de eclecticismo, entre otras cosas, porque ve en la integración

teórica un esfuerzo inútil. Según él, entre dos enfoques cualesquiera se pueden

encontrar similitudes, pero a costa de ignorar sus diferencias que a menudo son

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fundamentales. Según Lazarus se ha hecho un énfasis desorbitado en las

teorías, lo que ha conducido a una proliferación caótica de enfoques, cosa que la

integración teórica aún empeora más, por lo que se necesitan "menos teorías y

más hechos". Su propuesta enfatiza las técnicas como expresión de lo que los

terapeutas "realmente" hacen con sus clientes. Integrar técnicas permite

enriquecer la práctica empleando, sin ningún recelo, los hallazgos de

orientaciones teóricamente incompatibles. Para este autor existe un nivel de

observación básico en el que enfoques muy distintos, después de haberlos

despojado de su carga teórica, nos revelan fenómenos a considerar1. Es a este

nivel de observaciones de hechos clínicos donde se pueden integrar los recursos

técnicos disponibles.

La estrategia de este tipo de integración consiste en seleccionar la técnica

que se cree que funcionará mejor con un cliente o paciente concreto. La cuestión

clave es saber cuáles son los criterios con los que decidir cuál es la técnica

oportuna con un cliente determinado. La postura del eclecticismo intuitivo,

prevalente hasta los años setenta, consistía en seleccionar técnicas de forma

idiosincrásica, a juicio del terapeuta, de su intuición o experiencia anterior, o

quizás en función del último libro leído o taller de fin de semana al que ha

asistido. No existe en esta forma de eclecticismo ninguna base o lógica

conceptual transmisible sino que la decisión de qué técnica emplear radica en la

atracción subjetiva, la vivencia o la creatividad del terapeuta.

Eysenck (1970), por ejemplo, criticó severamente esta práctica caótica,

aún habitual en nuestros días, y que, de hecho, no forma parte de lo que

llamamos integración técnica. Al no suponer ningún tipo de avance conceptual ni

ninguna lógica integradora este tipo de eclecticismo no se considera parte del

1 El comentario crítico de Messer a la postura de Lazarus (véase Lazarus y Messer, 1991) utiliza argumentos epistemológicos constructivistas. Concretamente, Messer rechaza la propuesta de Lazarus por considerar que se basa en la postura del realismo ingenuo y que pasa por alto la imposibilidad de la observación para producir "hechos objetivos" por sí misma. Messer utiliza el argumento constructivista de que la realidad es una creación del observador para sugerir a Lazarus que lo que éste denomina "caos" se podría redefinir como "diversidad creativa" y dar la bienvenida a la fertilidad que conlleva, en lugar de intentar reducirlo o anularlo mediante una llamada al antiintelectualismo implícito en la renuncia a teorizar a favor de los "datos objetivos".

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movimiento integrador. Las propuestas de dicho movimiento integrador se

diferencian del eclecticismo intuitivo por seleccionar las técnicas basándose en

algún criterio definido. En nuestra visión de estos enfoques integradores de

carácter técnico (Feixas, 1992a) distinguimos entre los criterios meramente

pragmáticos, los de orientación teórica y los sistemáticos, esquema que

introducimos a continuación.

El eclecticismo técnico pragmático selecciona las técnicas teniendo

como criterio esencial y exclusivo el nivel de eficacia que han demostrado en su

contraste empírico. La aspiración de este tipo de integración es conseguir una

matriz tratamientos x problemas que dicte la técnica más eficaz a emplear para

cada caso concreto. Su orientación es fuertemente empírica. El modelo que mejor

representa esta aspiración es el de la moderna modificación (o terapia) de

conducta. Si bien en sus inicios la terapia conductual se identificaba con la

aplicación de los principios conductistas del aprendizaje, en la actualidad admite

una gran diversidad de técnicas, siempre que hayan demostrado su eficacia. Así,

nos encontramos con manuales de técnicas de terapia y modificación de

conducta (p.e., Caballo, 1991) que incluyen, junto a las técnicas tradicionales

basadas en el condicionamiento clásico y operante, la intención paradójica, la

terapia racional-emotiva, la cognitivo-estructural de Guidano y Liotti, la

hipnoterapia y la técnica de la silla vacía guestáltica.

En el eclecticismo técnico de orientación se seleccionan las técnicas de

acuerdo con los criterios que se establecen desde una teoría concreta. Es decir,

se combinan técnicas de origen diverso en función del cliente, pero siempre

según su conceptualización que se hace desde una orientación teórica particular.

Aunque en esta forma de integración la teoría tiene un papel determinante, no es

al nivel conceptual donde se da la integración, y aunque sea un dato a tener en

cuenta, tampoco es la eficacia empírica demostrada por la técnica lo que dicta su

adopción. Se trata de un eclecticismo al nivel de las técnicas guiado por la

coherencia con una teoría concreta en función del tipo de cliente. La terapia

cognitiva de Beck constituye un buen ejemplo de este tipo de planteamiento. Si

bien se dan muchos otros casos en los que los practicantes de un modelo

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adoptan una actitud ecléctica en cuanto a las técnicas a utilizar sin abandonar el

marco teórico de origen, en la terapia cognitiva es su propio creador quien

propugna esta actitud:

Situándonos en la teoría de la terapia cognitiva, podemos mirar a otros

sistemas de psicoterapia como una rica fuente de procedimientos

terapéuticos. Puesto que gran parte de su arsenal terapéutico se basa en

la sabiduría y enorme experiencia de sus creadores, estos procedimientos

pueden enriquecer la forma de aplicar nuestra propia modalidad de

terapia. En la medida que estos procedimientos sean congruentes con la

terapia cognitiva, la mejoran y consolidan como la terapia integradora.

(Beck, 1991, p. 197, cursiva en el original).

En el eclecticismo técnico sistemático se seleccionan las técnicas de

acuerdo con una lógica sistemática o esquema básico que indica cuáles emplear

en función del tipo de clientes. Se trata de una integración de técnicas, pero

guiada por unos esquemas conceptuales de carácter general acerca de la

naturaleza del cambio y de cómo producirlo terapéuticamente. La elección de una

técnica se hace en función del tipo de cliente, y la clasificación, tanto de técnicas

como de clientes, requiere una cierta elaboración teórica. El resultado es un

esquema conceptual que indica el tratamiento a elegir según el caso.

Uno de los ejemplos más destacados de este tipo de eclecticismo es el

trabajo de Beutler y colaboradores (p.e., Beutler, 1983; Beutler y Clarkin, 1990).

Su propuesta se basa en tres ingredientes extraídos de la revisión de las

investigaciones disponibles sobre las variables influyentes en el éxito terapéutico.

El primer ingrediente supone una sistematización de los modelos existentes en

términos de estilos terapéuticos o dimensiones bipolares de intervención:

directiva/no-directiva, centrada en el síntoma/centrada en el conflicto, etc. El

segundo implica una selección de variables del cliente, p.e., severidad del

síntoma, estilo de afrontamiento, potencial de resistencia o reactancia (ver

Beutler, 1992). El tercer componente de este modelo propone un emparejamiento

de estilos terapéuticos con variables del cliente. El modelo de Selección

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Page 16: INTEGRACIÓN EN PSICOTERAPIA

Integración en Psicoterapia

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Sistemática de Tratamientos tal como lo proponen Beutler y Clarkin (1990) se

divide en siete fases secuenciales:

1. Evaluación del paciente, su contexto cultural, diagnóstico, metas del

tratamiento, estrategias de afrontamiento, entorno (estresores y recursos

ambientales).

2. Evaluación de los posibles contextos, modalidades y formatos de tratamiento,

así como de la frecuencia y duración de este.

3. Evaluación de la compatibilidad y "encaje" entre terapeuta y paciente.

4. Métodos de inducción de rol para fomentar y mantener la alianza terapéutica.

5. Selección de metas focales de cambio (tratamiento orientado al conflicto o al

síntoma).

6. Selección del nivel de intervención y de las metas terapéuticas a medio plazo.

7. Conducción de la terapia.

La aplicación de estos criterios supone, por ejemplo, proponer las terapias

directivas como las más indicadas para clientes con bajo potencial de resistencia.

Una aproximación a esta propuesta combinatoria de enfoques terapéuticos con

tipos de cliente se presenta en la Tabla 1.

Tabla 1

Tipo de psicoterapia a emplear según el potencial de resistencia y estilo de

afrontamiento del cliente

Potencial de resistencia alto Potencial de resistencia bajo

Internalizador No-directiva

Centrada en el conflicto

(p.e.: psicoanalítica, rogeriana)

Directiva

Centrada en el conflicto

(p.e.: guestáltica)

Externalizador No-directiva

Centrada en el síntoma

(p.e.: paradójica, autoayuda)

Directiva

Centrada en el síntoma

(p.e.: conductual, cognitiva)

Aportaciones Constructivistas al Eclecticismo Técnico Pragmático

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Integración en Psicoterapia

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Puesto que aquí el criterio que guía la selección de técnicas es la eficacia,

la principal aportación del constructivismo terapéutico ha de radicar (a) en su

capacidad para generar técnicas terapéuticas, y (b) en que estas técnicas

demuestren empíricamente su eficacia. En cuanto al primer punto podemos

afirmar la fecundidad técnica del constructivismo, en cuanto a la creación de

procedimientos originales. Desde las terapias cognitivo/constructivistas (véase

Feixas, 1991, para las técnicas constructivistas sistémicas), se ha desarrollado la

técnica de rol fijo, la técnica de rejilla, el escalamiento, la adopción de

perspectivas, el análisis evolutivo, o el flujo de conciencia, entre otras. Es

importante reconocer esta fecundidad técnica puesto que si tenemos en cuenta la

inspiración epistemológica de los enfoques constructivistas, y su énfasis en las

actitudes más que en las técnicas, su capacidad de generación de

procedimientos concretos puede pasar fácilmente desapercibida.

De las técnicas mencionadas la que reviste mayor solidez empírica es la

técnica del rol fijo. Se trata de un procedimiento complejo diseñado por Kelly

(1955) en el que el cliente escribe una descripción de sí mismo

(autocaracterización) y luego el terapeuta la re-escribe de forma que permita la

exploración de otros esquemas alternativos. Se pide entonces al sujeto que

ejecute el nuevo rol en su vida cotidiana durante dos semanas con la debida

preparación y entrenamiento. Acabado este intenso período la nueva perspectiva

adquirida permite que el cliente, con la ayuda del terapeuta, reestructure algunos

de sus viejos esquemas supraordenados. En la actualidad se dispone de varios

estudios de caso detallados (ver Feixas y Villegas, 1993, para uno de ellos y una

revisión de la literatura). Además Karst y Trexler (1970) compararon esta técnica

con la terapia racional emotiva en el tratamiento de la ansiedad de hablar en

público, en un formato homogéneo de diez sesiones. En este estudio controlado

la técnica de rol fijo se mostró más eficaz. Aunque no dispongamos de trabajos

posteriores que repliquen estos resultados ni de otros estudios comparativos con

otras formas de terapia, este estudio muestra la posibilidad de investigar la

eficacia de procedimientos nacidos dentro del constructivismo. De hecho, el

prestigio empírico de la técnica de rol fijo se confirma por su inclusión en diversos

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Integración en Psicoterapia

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manuales de modificación de conducta (p.e., Rimm y Masters, 1974), enfoque

que hemos considerado anteriormente como ejemplo del eclecticismo técnico

pragmático.

Aportaciones constructivistas al eclecticismo técnico de orientación Hemos visto como en este tipo de eclecticismo se seleccionan las técnicas

que convengan a cada cliente de acuerdo con un marco teórico definido. Para

ello, la teoría en cuestión debe tener un alto nivel de abstracción y dejar abiertas

muchas posibilidades técnicas. Un modelo teórico que se haya comprometido

con un proceder técnico determinado limita enormemente las técnicas a

incorporar. Una de las teorías que goza de esta amplitud de miras y que estimula

la generación de alternativas es la terapia de constructos personales propuesta

por Kelly (1955), y revisada durante las dos últimas décadas (véase Botella y

Feixas, 1998; Feixas y Villegas, 1993; Winter, 1992) en las que ha experimentado

un gran auge.

La formulación de este modelo terapéutico no implica el uso de ninguna

técnica específica sino que se centra en la conceptualización de los procesos de

construcción del cliente. Su mayor empeño radica en describir los procesos de

cambio posibles y en trazar mapas que permitan entender dónde se halla el

cliente, hacia dónde quiere ir y el camino más factible a seguir. Estos mapas

indican la estrategia más adecuada para generar un cambio, y la técnica se elige

en función de esta estrategia. Así, en la terapia de constructos personales, las

técnicas se escogen en función de estrategias de cambio que se derivan de la

conceptualización clínica de los procesos de construcción de la persona.

Lógicamente, esta conceptualización se basa en la teoría de constructos

personales que a su vez se inspira en la epistemología constructivista, de forma

que la selección de las técnicas viene determinada jerárquicamente por

cuestiones clínicas, teóricas y en última instancia epistemológicas.

En un sentido más específico, hemos propuesto en varias ocasiones los

mecanismos de cambio postulados por la teoría de constructos personales como

modelo integrador (Botella y Feixas, 1998; Feixas y Villegas, 1993). En uno de

sus trabajos, Kelly (1965/1969) apuntó ocho mecanismos implicados en el

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Integración en Psicoterapia

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cambio de los sistemas de construcción. Posteriormente, otros autores (p.e.,

Neimeyer, 1987) han elaborado estos mecanismos como estrategias

terapéuticas. La exposición detallada de estas estrategias y técnicas excede los

propósitos de este trabajo, pero las hemos sintetizado en la Tabla 2. Tal como se

expone en Botella y Feixas (1998), existen otras estrategias terapéuticas a

considerar, como la rigidificación/aflojamiento (tightening/loosening) y la inducción

del rol de observador, para las que también se presentan algunas técnicas. A la

vista de este planteamiento podemos estar de acuerdo con la conclusión de Karst

(1980) según la cual la terapia de constructos personales es teóricamente

consistente pero técnicamente ecléctica.

Tabla 2

Estrategias y técnicas articuladas en la propuesta integradora de Feixas y

Villegas (1993) y Botella y Feixas (1998).

Estrategias Técnicas

1. Cambio de polo del constructo Uso de la autoridad investida (uso

de la influencia social del terapeuta

para despatologizar

Uso de la experimentación

(focalización verbal, dramatización,

asignación de tareas)

2. Aplicación de otro constructo del

repertorio del cliente Reformulación del síntoma

Reformulación del contexto del

síntoma

Técnicas circunspectivas (p.e.

brainstorming)

3. Articulación de constructos no-

verbales Rotulación

Asociación libre

Focalización temporal (focusing)

Análisis de sueños (interpretación,

integración, autoproducción)

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Integración en Psicoterapia

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Trabajo artístico creativo

4. Contraste de la consistencia interna

del sistema de constructos Confrontación

Disputa racional

5. Contraste de la validez predictiva del

sistema de constructos Contraste de hipótesis

Uso de la experimentación

6. Variación del ámbito de conveniencia

de un constructo Uso de las metáforas del cliente

Reconstrucción metafórica

7. Alteración del significado de un

constructo Reconstrucción cognitiva

Cambios en la red semántica de

implicaciones

8. Creación de nuevos ejes de

construcción Terapia de rol fijo

Análisis existencial

Aportaciones constructivistas al eclecticismo técnico sistemático En esta forma de eclecticismo se seleccionan técnicas de acuerdo con una

lógica sistemática o esquema básico que indica las técnicas a emplear según el

tipo de clientes. Vimos en un apartado anterior como el enfoque de Beutler se

basa en resultados de investigaciones para sustentar su propuesta. Igualmente

Winter (1990, 1992) ha investigado las características del cliente que hacen

aconsejable aplicar psicoterapias introspectivas o bien extraspectivas. Según

Rychlak (1968), mientras las primeras sitúan su énfasis en la construcción del

cliente y fomentan la auto-exploración (p.e., psicoterapias dinámicas), las

segundas se basan en el marco que propone el terapeuta y utilizan

procedimientos directivos (p.e., terapia de conducta). Hemos resumido en el

esquema que sigue los criterios que Winter propone para seleccionar a los

clientes para un tipo u otro de terapia.

Tabla 3.

Esquema para la selección de clientes según la propuesta de Winter (1990,

1992). (Tomado de Feixas, 1992a).

Clientes para psicoterapias Clientes para psicoterapias

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Integración en Psicoterapia

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introspectivas extraspectivas

sistema de constructos laxo

baja consistencia lógica

los constructos relacionados con los

síntomas son poco centrales

construyen sus problemas en

términos psicológicos

el terapeuta es visto como alguien

distinto al médico

sistema de constructos rígido

alta consistencia lógica

los constructos relacionados con los

síntomas son centrales

construyen sus problemas en

términos médicos o somáticos

el cliente equipara el terapeuta al

médico de cabecera

La Integración Teórica En este enfoque se integran dos o más psicoterapias con la esperanza de

que el resultado de esta fusión resulte mejor que cada una de las que se partió.

Como su nombre indica, el énfasis se sitúa en la integración de los conceptos

teóricos de las psicoterapias, aunque también las técnicas quedan integradas en

virtud de esta síntesis teórica.

Ya desde las primeras propuestas en los años treinta y cuarenta, los

intentos de integración teórica se han centrado en gran medida en la combinación

de los enfoques psicoanalítico y conductual. En la década de los cincuenta, en el

contexto del acercamiento de algunos psicólogos académicos de Yale al

psicoanálisis, se da la primera aportación realmente significativa en esta línea por

parte de Dollard y Miller (1950). Estos autores presentan un ambicioso intento de

sintetizar ambas teorías en cuanto a su concepción de la neurosis y de la

psicoterapia con la meta de articular una teoría unificada. En su elaborada

propuesta, Dollard y Miller no sólo explican el principio del placer en términos de

refuerzo, y la represión en términos de inhibición de respuesta, sino que formulan

una compleja teoría acerca de la dinámica del conflicto y la ansiedad en la

neurosis. A su vez, proponen formas de tratamiento integradas, que se avanzaron

a muchas de las propuestas posteriores, más conocidas.

A pesar del enorme valor conceptual y terapéutico de esta primera gran

propuesta integradora, el zeitgeist o clima de la época no permitió que se le diera

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Integración en Psicoterapia

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una buena acogida. Al inicio de los años cincuenta no soplaban vientos

favorables a la integración (como soplarían poco después) sino que, muy al

contrario, la lucha de escuelas llegaba a su punto más álgido. Hubo que esperar

hasta los años setenta para un clima más propicio. En esa década el modelo

conductual tenía ya establecida firmemente su identidad y su relevancia dentro

del campo terapéutico, y además empezaba a desarrollar una apertura hacia los

procesos cognitivo-simbólicos (p.e., Bandura, 1969). Por otro lado, aparecieron

algunos formatos de terapia psicoanalítica que enfatizaban la fijación de metas, el

trabajo sobre un foco terapéutico, así como los acontecimientos y procesos

presentes. Además, los enfoques humanistas, sistémicos y los propiamente

cognitivos, que entraron en la escena terapéutica en la segunda mitad de este

siglo, también propiciaron propuestas integradoras. Fueron varias las que

aparecieron en los 70, y muchas más a partir de los 80. A continuación

comentamos un ejemplo de las que integran dos teorías, y otro de las que tienen

un espectro más amplio. Al primer caso lo denominamos integración híbrida, y al

segundo integración amplia (Feixas, 1992a).

En la integración teórica híbrida se combinan las teorías y prácticas

correspondientes a dos enfoques terapéuticos ya establecidos. Normalmente, se

parte de dos enfoques que se consideran complementarios y se intenta

seleccionar los aspectos teóricos y las técnicas más útiles de cada uno en un

marco teórico híbrido común.

En la actualidad el enfoque que mejor representa este planteamiento

híbrido, quizás en parte por ser heredero de los clásicos esfuerzos citados más

arriba por integrar el psicoanálisis con el conductismo, es la terapia psicodinámica

cíclica de Paul Wachtel (p.e., 1977; 1992). Discípulo de Dollard y Miller, Wachtel

se formó como psicoanalista y posteriormente tuvo la oportunidad de observar el

trabajo de algunos de los terapeutas de conducta más reconocidos. Considera

que la perspectiva psicodinámica y su énfasis en el insight como mecanismo de

cambio es insuficiente en la mayoría de casos, y que hay que prestar atención a

los componentes actuales que favorecen las fantasías y conflictos inconscientes.

En contraste con la visión psicodinámica clásica respecto al papel causal de los

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Integración en Psicoterapia

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conflictos infantiles, la de Wachtel es cíclica, en el sentido de que los problemas y

los síntomas son el resultado de círculos viciosos que se mantienen en la

situación actual. Si bien reconoce que la experiencia temprana favorece

determinada predisposición (y, por tanto, aumenta la posibilidad de aparición de

determinadas conductas), se centra en los aspectos actuales del círculo vicioso.

Esta concepción integrada de los problemas neuróticos conlleva notables

implicaciones para la práctica de la psicoterapia. Desde esta visión cíclica del

problema resulta lógico pensar que hay que intervenir primero en los factores

actuales que lo mantienen para producir el cambio para promover después la

comprensión de la persona acerca de su conflicto, y de su participación en las

condiciones actuales para su mantenimiento. Pero el mérito de la propuesta

terapéutica de Wachtel no radica sólo en el hecho de combinar técnicas de

acción con técnicas de insight, sino en el hecho de postular los procedimientos

conductuales como fuente de nuevos insights a la vez que éstos pueden generar

nuevas conductas.

La integración teórica amplia se diferencia de la híbrida no sólo por

contemplar más de dos teorías, sino por articular distintos aspectos del

funcionamiento humano como los cognitivos, emocionales, conductuales e

interpersonales. Estas propuestas integradoras combinan un amplio abanico de

enfoques, y se nutren de las aportaciones de muchas psicoterapias. Muy a

menudo se basan en los avances de la psicología cognitiva y/o social, lo que

permite la elaboración de enfoques con mejor conexión entre psicología

académica y psicoterapia. Dada su complejidad y amplitud, la descripción de

alguno de estos enfoques escapa las posibilidades razonables de una descripción

sintética. Sólo cabe mencionar alguno de ellos como ejemplo. La psicoterapia

holista de Rosal y Gimeno (1989) cumple los requisitos de integración amplia al

combinar aportaciones de autores tan diversos como Assaglioli, Berne, von

Bertalanffy, Carkhuff, Desoille, Egan, Feldenkrais, Frankl, Gendlin, Janov, Kelly,

Lowen, Maslow, May, Moreno, Perls y Rogers, entre otros. Su enfoque articula

los aspectos cognitivos, emocionales y corporales de la práctica terapéutica, y

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Integración en Psicoterapia

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supone una alternativa al fragmentalismo acumulativo mencionado con

anterioridad.

Aportaciones constructivistas a la integración teórica híbrida Como ejemplo constructivista de combinación de dos teorías sugerimos

las aportaciones de Procter y Feixas (Feixas, 1990; 1991; 1992b; Feixas, Procter

y Neimeyer, 1992; Procter, 1981, 1985) que realizan una integración de la teoría

de los constructos personales con el modelo sistémico. Este esfuerzo integrador

tiene un doble interés al vincular no sólo dos teorías de origen distinto, sino por

articular el ámbito individual con el familiar. Así, su enfoque de la psicología de los

constructos familiares permite conceptualizar tanto los fenómenos intrapsíquicos

como los interaccionales/sistémicos.

Procter y Feixas parten de la conceptualización kelliana del sistema de

construcción como sistema jerárquico de significado formado por constructos

bipolares. Sin embargo, estos autores enfatizan el hecho de que la creación y

posible reconstrucción de los constructos personales se da en un contexto socio-

afectivo, frecuentemente el entorno familiar, que tiene sus propias reglas de

construcción. De esta forma se puede hablar de sistemas de significado

compartidos, o de sistema de constructos familiares (Procter, 1981), como

marcos de significado que se van negociando mediante la interacción familiar.

Kelly (1955) llamó relación de rol al proceso mutuo de anticipación que un

miembro de la familia hace de los procesos de construcción de otro (p.e., la forma

que un padre construye cómo su hija lo ve a él). En la familia, estos procesos de

anticipación mutua y su validación o desconfirmación configuran la construcción

del problema y delimitan su posible solución. Al tener en cuenta las visiones de

los agentes validadores del portador del síntoma se posibilita no sólo que cambie

su sistema de significado personal sino también el contexto de significación

familiar.

Aportaciones constructivistas a la integración teórica amplia Hemos escogido la reciente propuesta de Héctor Fernández-Alvarez

(1992) para ilustrar este tipo de integración, no sólo por su originalidad sino por su

conocimiento de algunos de los intentos más destacados en este ámbito

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Integración en Psicoterapia

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(Greenberg y Safran, 1987; Guidano y Liotti, 1985; Horowitz, 1991; Mahoney,

1991). Fernández-Alvarez (1992) toma como punto de referencia la psicología

cognitiva atendiendo a su doble vertiente, la que considera los procesos humanos

como procesamiento de la información, y la constructivista (o cognitivo-social) que

concibe al ser humano como agente (pro)activo en la construcción del significado.

El planteamiento teórico de este autor articula las aportaciones

constructivistas de Feixas y Villegas (1993), Guidano (1991) y Mahoney (1991)

con el saber psicodinámico sobre el inconsciente y con el procesamiento

emocional (Greenberg y Safran, 1987), a la vez que contempla algunos aspectos

interaccionales. De esta forma, describe la experiencia en su carácter

constructivo, es decir, como proceso en el que se elaboran una serie de

estructuras de significado. Particular interés merece la descripción de la evolución

de estas estructuras de significado a través del tiempo, y las influencias

circunstanciales en esta evolución. Así, vemos cómo el niño se inserta dentro de

un guión paterno, y que sólo posteriormente se halla enfrascado en la tarea de

construir su propio guión personal, idea muy conectada al pensamiento de Adler y

al de los existencialistas. Este guión personal constituye una trama en la que se

forjan las estructuras de significado, y en función de la cual se van organizando

jerárquicamente. Además de por la diferenciación jerárquica, las estructuras de

significado se distinguen por su rigidez o flexibilidad, y por su grado de desarrollo

hacia la complejidad, aspectos todos ellos ya contemplados por Kelly.

La cuestión del desarrollo es central en la obra de Fernández-Alvarez, y,

en consecuencia, presenta un esquema evolutivo de los niveles de complejidad

del self de gran interés. Este esquema constituye una descripción de las fases del

ciclo vital en términos de la evolución de las estructuras de significado. A su vez,

el autor destaca el potencial teórico de este esquema para conceptualizar los

problemas clínicos.

En la parte más práctica de su aportación, Fernández-Alvarez (1992)

describe distintas modalidades de cambio, también desde una óptica

evolucionista. Todo ello le permite adentrarse en la comprensión de la vivencia de

sufrimiento que tiene el paciente y en los mecanismos que le llevan a solicitar una

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Integración en Psicoterapia

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psicoterapia. En este terreno práctico, el análisis de la demanda constituye un

elemento esencial, que permite diferenciar distintos tipos de abordaje

psicoterapéutico. Dependiendo, pues, de la demanda y del tipo de problema

Fernández-Alvarez aporta elementos para proponer una tratamiento breve,

intermedio o sin limite de tiempo, así como para seleccionar determinado tipo de

técnicas.

Los factores comunes

La búsqueda de factores comunes supone la identificación de aquellos

ingredientes que comparten la mayoría de las psicoterapias. En contraste con las

otras formas de integración, que trabajan en la combinación de las diferencias, el

enfoque de los factores comunes se centra en las similitudes que aparecen entre

distintos modelos. Estas similitudes pueden ser tanto clínicas como teóricas. Los

defensores de este enfoque de integración sostienen que las aparentes

diferencias entre los constructos teóricos o las técnicas de las distintas

psicoterapias esconden similitudes esenciales. La finalidad implícita de este

enfoque es la identificación de los factores que operan en el cambio psicológico

en las distintas terapias, lo que nos permitiría construir una conceptualización

más amplia de la psicoterapia, más allá de posicionamientos dogmáticos y con

mayor eficacia práctica. En efecto, la finalidad principal de este enfoque es

identificar los factores, o combinación de ingredientes, que resulten de mejor

pronóstico para el cambio terapéutico. Una vez hallados estos componentes,

podrían servir como punto de partida para la elaboración teórica. El resultado

final, con todo, no sería una teoría unificada, sino un marco conceptual

supraordenado que permitiese dar sentido a diferentes forma de práctica que,

aún así, comparten procesos comunes subyacentes.

Sin duda, los hallazgos recientes de la investigación de resultados han

contribuido a justificar y fomentar este enfoque. Nos referimos concretamente a la

conclusión (comentada con anterioridad) de que no existe una eficacia diferencial

entre las psicoterapias y a la apreciación de que los factores comunes explican el

doble de varianza (30%) que las técnicas terapéuticas (véase Figura 1). De

hecho, el enfoque de los factores comunes inició su desarrollo bastante antes de

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Integración en Psicoterapia

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la eclosión de la investigación en psicoterapia. Al igual que en la integración

teórica, encontramos propuestas de factores comunes ya en los años treinta, a

las que siguieron algunas aportaciones muy notables. Pero no es sino hasta los

años setenta y ochenta que aparecen contribuciones más sistemáticas y

numerosas, a la par de un creciente interés por parte de psicoterapeutas e

investigadores.

Uno de los primeros artículos sobre factores comunes fue el de

Rosenzweig (1936), que señalaba algunos elementos que a su juicio podían

explicar la efectividad de distintas psicoterapias: la capacidad del terapeuta

para inspirar esperanza y para proporcionar una visión alternativa (y más

plausible) del self y del mundo. Kelly (1969) coincidió en apuntar también a esta

cuestión precisando que esta visión alternativa debía (a) dar cuenta de lo que el

cliente considera crucial en su visión del problema, y (b) sugerir alternativas de

acción factibles.

Ya en los años cuarenta, Alexander y French (1946) propusieron la

noción de experiencia emocional correctiva como un proceso común a todas

las psicoterapias consistente en:

( ) re-exponer al paciente, en circunstancias más favorables, a

situaciones emocionales que no pudo manejar en el pasado. El paciente,

para que se le pueda ayudar, debe vivir una experiencia emocional

correctiva adecuada para reparar la influencia traumática de las

experiencias previas" (pág. 66).

Este concepto básico sigue siendo central en algunas formulaciones recientes

(p.e., Arkowitz y Hannah, 1989; Brady et al, 1980).

Pocos años después, los estudios de Fiedler (p.e., 1950) tuvieron una gran

influencia reforzante para el argumento de los factores comunes. Se pidió a

terapeutas de distintas orientaciones y niveles de experiencia que describieran los

componentes que consideraban ideales para una relación terapéutica. Resultó

que los terapeutas expertos de distintas orientaciones coincidieron más entre sí

que los principiantes de su propia escuela. En otro estudio en el que se utilizaron

puntuaciones de sesiones terapéuticas Fiedler encontró resultados similares. La

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Integración en Psicoterapia

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relación terapéutica establecida por expertos de una orientación se asemejaba

más a la de los expertos de otras orientaciones que a la de los principiantes de la

propia. Aunque las psicoterapias estudiadas fueron sólo la psicoanalítica, la

adleriana y la no-directiva, y a pesar de que no se tuvieran en cuenta los

resultados, estos estudios contribuyeron a fomentar el desarrollo del enfoque de

los factores comunes.

Carl Rogers contribuyó también, aunque de forma indirecta, al argumento

de los factores comunes al defender que la psicoterapia era efectiva no tanto por

el empleo de técnicas sino por el tipo particular de relación humana que se

establece con el cliente. Su trabajo con las características empáticas, la calidez y

la consideración positiva incondicional de la relación ha tenido amplias

repercusiones en la investigación y conceptualización posterior (p.e., Truax y

Carkhuff, 1967). Hoy en día, respecto a las condiciones facilitadoras rogerianas,

la investigación indica una relación compleja con los resultados de la terapia. Si

bien parecen fomentar el seguimiento del tratamiento terapéutico, no queda

suficientemente demostrado que contribuyan unilateralmente a la mejora del

cliente. La evaluación de tales condiciones facilitadoras se complica por el hecho

de que dependen de la percepción del cliente, y de que parecen ser fenómenos

más complejos de lo que se tradicionalmente se ha considerado.

A partir de la década de los sesenta aparecen varias obras que proponen

la psicoterapia como un proceso de influencia social y de persuasión genérica, en

contraste con las creencias más establecidas de la época que enfatizaban los

efectos técnicos específicos. El enfoque de los factores comunes ha recibido

mucha atención en las últimas dos décadas, pero el trabajo de Frank (1961)

permanece como punto de referencia fundamental hasta nuestros días. Otras

aportaciones han venido a complementar su trabajo, y entre ellas merece una

mención especial la obra editada por Marvin Goldfried (1982) que recoge,

además de su propia aportación, las de los autores más relevantes del momento.

En particular, la propuesta de Goldfried sugiere que donde resulta más

prometedora la búsqueda de ingredientes comunes es a un nivel intermedio entre

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Integración en Psicoterapia

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la teoría y la práctica, al nivel de las estrategias utilizadas por terapeutas de

distintas orientaciones.

La documentada revisión de Kleinke (1994) recoge nueve propuestas de

factores comunes, con un total aproximado de una treintena de tales factores,

que hemos sintetizado en la Tabla 4.

Tabla 4

Propuestas de factores comunes (adaptado de Kleinke, 1994)

Autor/es de la propuesta

Factores comunes propuestos

Jerome Frank Relación de confianza emocionalmente significativa

con una figura de ayuda

Marco de curación

Fundamento racional, esquema conceptual o mito

Ritual

Judd Marmor Relación cliente-terapeuta

Confianza del cliente en el terapeuta y expresión de

sentimientos

Aprendizaje cognitivo

Condicionamiento operante

Experiencia emocional correctiva

Modelado

Sugestión y persuasión

Ensayo y práctica de competencias

Atmósfera de apoyo

Nicholas Hobbs Relación terapéutica segura

Descondicionamiento de la ansiedad generada por

otras figuras

Transferencia

Internalización del locus de control

Desarrollo de un sentido aceptable de la vida

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Marvin Goldfried Experiencia correctiva

Feedback

John Paul Brady Relación terapéutica segura

Expectativas de éxito del cliente

Estrategias de incremento de la sensación de control

Desarrollo de conductas adaptativas

Puesta en práctica de tales conductas

Autocontrol

Toksoz Karasu Experiencia afectiva

Dominio cognitivo

Regulación conductual

Hans Strupp Creación de un contexto interpersonal

Aprendizaje terapéutico

William Stiles,

David Shapiro y

Robert Elliot

Factores del terapeuta

Conductas de participación activa del cliente

Alianza terapéutica

Lisa Greencavage

y John Norcross Características del cliente

Cualidades de los terapeutas

Procesos de cambio

Estructura del tratamiento

Relación terapéutica

De entre todos los factores comunes propuestos, la alianza terapéutica

merece un comentario más detallado. La noción de alianza terapéutica (o alianza

de trabajo) tiene su origen en la obra de Freud, si bien la definición del término

como tal se debe a Greenson (1965). Tal como la definió este último autor,

consiste en la capacidad y motivación del cliente a trabajar en la resolución de su

problema, fomentada por el terapeuta y la interacción entre ambos. Bordin (1979)

amplió la definición de Greenson y sugirió tres componentes de la alianza de

trabajo: (a) acuerdo respecto a las metas, (b) acuerdo respecto a las tareas, y (c)

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Integración en Psicoterapia

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desarrollo de un vínculo emocional entre terapeuta y cliente. Más allá del marco

psicoanalítico, la alianza de trabajo se ha reconocido como factor importante en

todas las modalidades terapéuticas; de hecho, hoy en día parece ser el mejor

predictor de cambio terapéutico identificado en la investigación en psicoterapia.

El estudio metaanalítico de Hovarth y Symonds (1991) a partir de 24

investigaciones, permite concluir que la alianza terapéutica está

significativamente relacionada con el resultado de la psicoterapia. Los factores del

cliente que afectan en mayor medida al establecimiento de la alianza de trabajo

son los vinculados a la calidad de sus relaciones interpersonales. Así, los clientes

con relaciones personales más conflictivas tienden a presentar dificultades en el

establecimiento de una buena alianza. En cuanto a las variables del terapeuta,

Kivlighan (1990) encontró que la alianza se debilita cuando el terapeuta coloca al

cliente en un rol pasivo (por ejemplo solicitando información u ofreciendo apoyo

emocional) y se refuerza mediante aquellas intervenciones que fomentan la

confrontación con aspectos conflictivos. En cuanto a la experiencia y competencia

del terapeuta, parecen mejorar la alianza terapéutica en sus aspectos de acuerdo

respecto a las metas y tareas, pero no necesariamente en cuanto al vínculo

afectivo con el cliente.

Con todo, estas propuestas de integración a partir de los factores comunes

no están exentas de críticas. Haaga (1986) examina algunas de ellas, y sugiere

que cada modelo estudie la utilidad de otras técnicas para enriquecerse,

fomentando así el desarrollo intra-escuela, por lo que no considera oportuno el

camino hacia una integración.

Aportaciones constructivistas a los factores comunes Como afirmábamos anteriormente, una de nuestras concepciones de la

psicoterapia es la de la génesis intencional de significados y narrativas que

puedan transformar la construcción de la experiencia de los clientes mediante

un diálogo colaborativo (véase Botella, en prensa; Kaye, 1995). En este

sentido, los problemas psicológicos se pueden concebir como resultado (a) del

bloqueo en los procesos discursivos, narrativos y relacionales de construcción

del significado de la experiencia y (b) del fracaso de las soluciones intentadas a

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Integración en Psicoterapia

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dicho bloqueo. Teniendo en cuenta lo antedicho, hemos formulado

recientemente una propuesta de conceptualización constructivista/narrativa del

proceso terapéutico inspirada en factores comunes a dicho proceso a través de

diferentes orientaciones (Botella, en prensa).

Nuestro intento radica en la elaboración de un marco metateórico

constructivista/narrativo que permita comprender el proceso terapéutico

trascendiendo a la orientación teórica del terapeuta e integrando algunos de los

factores comunes propuestos por autores anteriores. Este marco se basa en la

investigación del proceso terapéutico que venimos llevando a cabo mediante la

aplicación de metodologías cualitativas de análisis de narrativas a un tipo de

episodios de cambio intra-sesión que hemos denominado Transformación

Narrativa Dialógica (TND) (véase Botella y Pacheco, 1999). En términos

generales, tales episodios de cambio se dan en todas las modalidades y

orientaciones terapéuticas, y consisten en la siguiente secuencia:

(a) Un marcador dialógico introductorio por parte del cliente, por ejemplo, "Esto

me recuerda a algo" o "Te voy a contar lo que me sucedió" inicia la

elicitación de la narrativa de identidad. También es habitual que el cliente

explique una narrativa a solicitud del terapeuta, p.e. "Háblame de lo que

ocurrió la primera vez que experimentaste ese sentimiento". Para que se

considere el discurso del cliente como una narrativa de identidad, el cliente

debe estar incluido en ella como personaje. Es decir, no se consideran las

narrativas que explican algo sobre alguien (aunque lo explique el cliente) si

él está ausente como personaje.

(b) La narrativa se elabora: el cliente narra su historia y el terapeuta interviene

(o no) durante este proceso.

(c) Diálogo terapéutico sobre la historia que el cliente ha narrado. Este diálogo

suele tomar la forma de comentarios (o preguntas, o intervenciones) del

terapeuta a la narrativa del cliente, y comentarios del cliente a los

comentarios del terapeuta.

(d) Un cambio en el tema de la narrativa indica el final del episodio; este

cambio suele adoptar una forma conversacional similar al marcador

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Integración en Psicoterapia

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dialógico introductorio (p.e., esto me recuerda otra cosa). Cuando una

narrativa se sigue de otra que elabora el mismo punto se considera un

ejemplo de narrativas encadenadas, y se analizan ambas narrativas como

una sola.

Si bien en cada caso el contenido del episodio de TND es diferente, el

proceso parece ser similar en términos genéricos. Concretamente, en la

aplicación a la terapia familiar sistémico/constructivista hemos identificado un

patrón consistente, formado por las siguientes etapas (véase también Fruggeri

1992; Sluzki, 1992):

(1) Co-construcción de la alianza terapéutica: Básicamente se trata de

la fase inicial de la relación terapéutica, en la que resulta fundamental negociar

un acuerdo sobre las metas y las tareas implícitas en la terapia, así como

desarrollar un buen vínculo emocional con la familia.

(2) Elicitación de las narrativas dominantes mediante el diálogo

terapéutico o técnicas como la autocaracterización (Botella y Feixas, 1998;

Feixas, Procter, & Neimeyer, 1993; Kelly, 1955), las preguntas circulares

(Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin, y Prata, 1980), el uso de metáforas o

documentos escritos tales como cartas, diarios o autobiografías (White &

Epston, 1980) o algunas variantes de Rejilla de constructos personales

adaptadas a su uso con familias (Feixas, Procter, & Neimeyer, 1993).

(3) Deconstrucción de las narrativas dominantes en cuanto a sus

dimensiones de relevancia terapéutica susceptibles de transformación.

(4) Fomento de la emergencia de narrativas subdominantes mediante

formas de conducción de la conversación terapéutica tales como centrarse en

soluciones (de Shazer, 1985; O’Hanlon & Weiner-Davis, 1989), la

externalización del problema y la identificación y exploración detallada de los

acontecimientos extraordinarios (White & Epston, 1990), estrategias de

aflojamiento o rigidificación narrativa y de inducción del rol de observador

(Botella y Feixas, 1998), técnicas de procedencia psicodinámica como la

confrontación y en general cualquier estrategia que conduzca a la

deconstrucción y reconstrucción de los discursos narrativos dominantes de la

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Integración en Psicoterapia

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familia. En algún caso, también el papel del equipo de supervisión resulta clave

en cuanto a la génesis de narrativas alternativas, especialmente si se utilizan

recursos técnicos como el equipo reflexivo (véase Andersen, 1991) o el uso de

material escrito como forma de comunicación con la familia.

(5) Validación de las narrativas alternativas: Tras haber accedido a

dichas narrativas subdominantes y haberlas convertido en figura (en lugar de

fondo) prestándoles la atención que merecen, el proceso continúa mediante su

validación en contextos diferentes y más amplios que el original. En principio,

mediante la co-construcción fomentada por el diálogo terapéutico y el uso de

instrumentos tales como la técnica de la moviola (véase Guidano, 1995), la

técnica de la pregunta curiosa (White y Epston, 1990), o las estrategias de

cambio propuestas desde la teoría de los constructos personales (Botella y

Feixas, 1998) se resaltan los aspectos terapéuticos de la narrativa

subdominante.

(6) Práctica de las narrativas alternativas mediante el uso de tareas o

prescripciones post-sesión. La finalidad de esta fase es la de resaltar la utilidad

de la nueva narrativa no sólo como marco de comprensión del pasado, sino

como fuente de acciones futuras.

(7) Fomento de la reflexividad: Esta fase coincide con la que en terapia

familiar estratégica se denomina finalización y reconocimiento de méritos. La

intención es que la familia se haga consciente de hasta qué punto han sido

capaces de reavivar sus procesos discursivos de atribución de significado a la

experiencia precisamente al hacerse conscientes de su propia discursividad.

En general, los principales objetivos terapéuticos de dicha secuencia son

(a) ayudar a los clientes a introducir cambios significativos en cualquier

dimensión de sus narrativas de forma que éstas reaviven su función de marcos

relacionales para la búsqueda de nuevas posibilidades y significados

alternativos que amplíen sus posibilidades de elección, y (b) ayudarles a

hacerse conscientes de la propia naturaleza discursiva, narrativa y relacional

de la experiencia humana, con la finalidad última de fomentar no una

sustitución sino una trascendencia narrativa (Gergen & Kaye, 1992). Tales

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Integración en Psicoterapia

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objetivos se resumen en la afirmación de Mook (1992) de que las familias que

acuden a terapia necesitan dos cosas: inteligibilidad y transformación.

La integración metateórica: una aportación innovadora desde el constructivismo

Si bien el principal problema de los eclecticismos técnicos es la posible

falta de coherencia entre las técnicas empleadas o las filosofías subyacentes a

las mismas, el problema de la integración teórica es la dificultad de unir teorías

que parten de visiones del ser humano y de sus problemas a veces radicalmente

diferentes. Este tipo de integración plantea la posibilidad de articular diferentes

teorías psicoterapéuticas bajo un marco común metateórico. Se trata de una

modalidad integradora muy reciente de la que se habla en pocos trabajos

(Villegas, 1990) y que a nuestro juicio se representa claramente en la Integración

Teóricamente Progresiva (ITP) de Neimeyer y Feixas (1990; Feixas y Neimeyer,

1991; Neimeyer, 1992). Esta propuesta integradora propone limitar la síntesis

teórica y técnica a aquellos enfoques que sean epistemológicamente

compatibles. De esta forma se restringe el intercambio y síntesis conceptual a los

sistemas que tienen axiomas filosóficos compatibles. Este intento de incorporar

sólo los conceptos y las heurísticas que son congruentes con su propio núcleo de

presuposiciones responde a una de las más extendidas objeciones hechas contra

la práctica integradora: la no explicitación de las bases epistemológicas sobre las

cuales se deben integrar varias teorías o terapias (Messer, 1986).

Los proponentes de la ITP sostienen que la epistemología constructivista

puede ser un marco metateórico idóneo para realizar esta integración por varios

motivos. En primer lugar, se puede observar una cierta tendencia constructivista

en el seno de distintos modelos (especialmente el cognitivo y el sistémico aunque

también en otros, véase Feixas y Neimeyer, 1991). Por otro lado, su alto grado de

abstracción y flexibilidad hace que Mahoney (1988) apueste en este sentido: "El

lenguaje y la estructura ofrecidos por la metateoría constructivista pueden ser

especialmente adecuados para facilitar los esfuerzos hacia una convergencia

transteórica" (pág. 307). Finalmente, el carácter multidisciplinar de la

epistemología constructivista, basada en aportaciones de lingüistas, filósofos,

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Integración en Psicoterapia

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biólogos, físicos, cibernéticos, filósofos de la ciencia, además de psicólogos, sitúa

al constructivismo en una buena posición para realizar esta integración

metateórica. Desde nuestra perspectiva, los cambios de la psicología hacia una

metateoría constructivista en los últimos 20 años ofrecen condiciones favorables

para el desarrollo de un modelo más abarcador del cambio psicoterapéutico, que

mantenga su coherencia filosófica y técnica. Reflexiones finales

Al intentar matizar las características diferenciales de los distintos tipos de

propuestas eclécticas e integradoras hemos pasado breve revista a algunas

propuestas representativas, sin pretender ser exhaustivos. A su vez, hemos

presentado un ejemplo de propuesta constructivista para cada tipo de modalidad

ecléctica e integradora (véase Tabla 5). Este esquema nos permite constatar la

fertilidad de la epistemología constructivista a la hora de generar propuestas2.

Tabla 5.

Tipos de enfoques eclécticos e integradores y aportaciones constructivistas (ver

referencias en el texto).

Tipo de eclecticismo/ integración

Ejemplo prototípico

Aportaciones constructivistas

Eclecticismo técnico

pragmático Modificación de

conducta

Variedad técnica (rol fijo,

rejilla, escalamiento, etc.)

Eclecticismo técnico

teórico Terapia cognitiva

de Beck

Terapia de Constructos

Personales

Eclecticismo técnico

sistemático Modelo de Beutler

y cols.

Propuesta de Winter

Integración teórica Psicodinámica Psicologia de los constructos

2 Tampoco aquí hemos querido ser exhaustivos. Para mencionar tan sólo una de las ausencias, diremos que el enfoque de los procesos de cambio humano de Mahoney (1991) nos revela también una enorme capacidad integradora teórica de gran amplitud, desde lo biológico a lo psicosocial.

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Integración en Psicoterapia

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híbrida cíclica (Wachtel) familiares (Procter, Feixas)

Integración teórica amplia Propuesta de

Rosal y Gimeno

Propuesta de Fernández-

Alvarez

Factores comunes Propuestas de

Frank, Goldfried,

etc.

Propuesta narrativa de Botella

Llegados a este punto nos preguntamos por qué el constructivismo resulta

tan fecundo en su esfuerzo integrador, mientras que otros enfoques dedican

todas sus energías al desarrollo intra-escuela. Se nos ocurren varias respuestas.

Nos permitimos retomar las conclusiones de un trabajo anterior sobre este tema:

Al realizar una reflexión epistemológica sobre la psicoterapia desde una

óptica constructivista aparece como inevitable hablar de integración. De

hecho, creemos que es en el terreno de la integración donde el

constructivismo tiene más que ofrecer a la psicoterapia (Feixas, 1992a, p.

106).

En efecto, el respeto a la diversidad de construcciones posibles de la

realidad terapéutica y, a su vez, el intento de producir construcciones cada vez

más evolucionadas y abarcadoras desemboca necesariamente en los temas que

caracterizan al movimiento integrador.

Concluimos, pues, destacando que la adopción de una epistemología

constructivista lleva a la integración con aportaciones que contribuyen

cualitativamente al desarrollo de las distintas líneas del movimiento integrador. Es

por ello que nos parece que la forma más coherente de ser constructivista es ser

integrador, a la vez que la postura más avanzada dentro de la integración es el

constructivismo. Reconociendo que lo que acabamos de decir no puede ser más

que una construcción personal, se nos plantea un dilema en nuestra trayectoria

profesional y epistemológica: ¿Somos constructivistas porque somos

integradores o somos integradores porque somos constructivistas? En último

término, probablemente ambos aspectos responden a nuestra estructura

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Integración en Psicoterapia

38

supraordenada como psicoterapeutas, que nos lleva a poner nuestras

concepciones teóricas al servicio del desarrollo de nuestros clientes y no a la

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