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INTELIGENC I A PEDAGÓGICA AL LLEGAR A ESTAS TIERRAS , LOS JESUITAS TRAJERON CONSIGO SU NACIENTE PRO-

Pilar GonzalboAizpuru

árriba:

Corredor.

ántiguo Colegio de San Ildefonso.

CONACULTA- uNAM-Gobierno de la

0iu4ad de México.

,~~ anterior:

~:falsa de San Andrés.

_'o .' ~. poJegio de San Ilde fonso.

YECTO PEDAGÓGICO Y LO ADAPTARON A LAS CONDICIONES PROPIAS DEL VIRREINA-

TO. Su LABOR NO SE LIMITABA A LA FORMACIÓN DE LAS ELITES PENINSULARES O

CRIOLLAS SINO QUE ABARCABA LOS GRUPOS POPULARES Y LOS TERRITORIOS DE

MISIONES . EN LA HISTORIA DE LA INSTRUCCIÓN TANTO PÚBLICA COMO PRIVADA EN

NUESTRO PAís ESTAS EMPRESAS EDUCATIVAS CONSTITUYERON UN MOMENTO FUNDA-

MENTAL Y DECISIVO . ¿CÓMO TRANSCURRíA LA VIDA EN EL INTERIOR DE LOS COLE-

GIOS? ¿CUÁLES ERAN SU ESTRUCTURA Y SU DISCIPLINA? ¿EN QUÉ MEDIDA LOGRA-

RON SUS PROPÓSITOS? ESTAS PÁGINAS NOS OFRECEN UNA IMAGEN VIVA DE LOS

TRABAJOS Y LOS DíAS EN ESTOS EDIFICIOS QUE SE HAN CONVERTIDO EN TESTIGOS

SILENCIOSOS DE NUESTRO PROPIO PASADO .

1 gn.cio de Loyol. vivió tiempo, tuchulento,

en la Europa que se conmovia con las críticas

de los humanistas y se enardecía ante la acti­

tud rebelde de los reformistas. La corrupcíón

del clero era escandalosa y la intromisión de

los monarcas atizaba la violencia. Ignacio,

como Lutero, veía la urgencia de una reforma,

que debería comenzar por la Iglesia, pero que

tenía como objeto final cambiar el mundo, y

cambiar el mundo significaba cambiar a los

hombres, convertir a los paganos, lograr el

arrepentimiento de los herejes, instruir a los

ignorantes y hacer que los crístianos vivie­

sen de acuerdo con el mensaje evangélico.

'"\ Los documentos fundacionales de la Compa­

ñía de Jesús se referian a esa misión e indica­

ban los cauces por los que Ignacio y sus pri­

meros compañeros pretendían cambiar el

mundo. La bula pontificia que autorizaba la

fundación resaltaba como objetivo principal "el

provecho de las almas" en la vida y la doctrina

cristianas, que se lograría con el ministerio de

la palabra, los Ejercicios espirituales, las obras

de caridad y la enseñanza de las verdades

cristianas a los niños y a los rudos. Quedaba

así definida la misión docente de la orden, a

la vez que se señalaba la amplitud de la tarea.

VINO VIEJO EN ODRES NUEVOS

Desde su llegada, en 1572, los fundadores de

la provincia procedieron a establecer una or­

ganización que les permitiese afianzar su po­

sición en una sociedad devota de los mendi­

cantes que los habían precedído. No era mo­

mento propicio para las innovaciones, de modo

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que los jesuitas novo hispanos repitieron el

mensaje evangélico que proclamaban en los

púlpitos los clérigos seculares y que exponian

los regulares en sus misiones y conventos.

Fieles defensores de la ortodoxia tridentina,

no sólo no modificaron los contenidos doctri­

nales sino que utilizaron un catecismo único

que los fieles debían memorizar en vez de

dístraerse con "peligrosos" relatos bíblicos o

compltjas explicaciones teológicas. Y, sin em­

bargo, se consideraron innovadores porque

emplearon métodos originales, que resulta­

ron ser eficaces en la instrucción infantil, en la

catequesis de los paganos y en la conversión

de adultos alejados de las prácticas religiosas.

Los Ejercicios espirituales fueron la inspira­

ción de las actividades jesuíticas en todos los

espacios y circunstancias.

'"' Los miembros del cabildo de la ciudad, los

prelados y algunos vecinos prominentes ha­

bían solicitado el establecimiento de la Com­

pañía en la Nueva España, atraídos por la

fama que había alcanzado en Europa en poco

tiempo. Las solicitudes, como los documentos

relacionados con la fundación, caían en am­

bigüedades al referirse a la evangelización de

los indios y a la necesaria asistencia a los es­

pañoles, pero éstas eran plenamente compa­

tibles con los planes de los jesuitas, que espe­

raban atender cuantas necesidades espirituales

y educativas apreciasen en los habitantes del

virreinato. Su estrategia consistió en atraerse

primero a la población urbana, ganar protec­

tores para sus fundaciones y extender des­

pués su actividad hacia regiones alejadas.

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Arriba y página s'iguiente:

Antiguo Colegio de San lldefonso.

CONACULTA -UNA.M-Gobierno de la.

Ciuda.d dP. México.

Abajo:

Marcas de fuego de diversos colegios

jesuitas.

Museo Nacional del Virreinato.

CONAGULTA-I NA H.

IH< Hombres de su tiempo, los jesuitas de la

provincia mexicana pusieron en practica el

principio renacentista de la educación por

el ejemplo, con el que se justificaba la aparen­

te incongruencia de su humildad ostentosa.

Rechazaron honores, evitaron recibimien­

tos solemnes y celebraciones en su honor,

renunciaron a las comodidades en el aloja­

miento provisional que se les ofreció, ini­

ciaron modestamente su apostolado en los

espacios que les prestaron, y procuraron que

tales signos de austeridad y sacrificio fueran

conocidos por todos los fieles . Pronto con­

taron con patrocinadores que les proveye­

ron de solares, materiales para la construc­

ción de sus casas y donativos con los que

sustentar escuelas y templos. Sabían muy

bien que difícilmente podrian gozar de in­

dependencia en su ministerio si no dispo­

nían de la base económica para sustentarse

y por ello aseguraron la solvencia de sus

fundaciones y cancelaron las que no reci­

bieron las aportaciones necesarias. Al igual

que franciscanos, dominicos o agustinos, los

jesuitas dependían de los donativos de los fie­

les, pero a diferencia de los mendicantes, no

requerian limosnas para su sustento coti­

diano, sino que recibían considerables bie­

nes fundacionales con los que erigían sus

colegios y mantenían sus actividades do­

centes y sacerdotales. Mientras aquéllos es­

taban obligados por su regla a pedir limosna

siempre, los jesuitas fueron excelentes ad­

ministradores, que invirtieron exitosamente

los caudales recibidos e hicieron prosperar

sus propiedades rurales.

IH' La primera actividad docente de los jesui­

tas recién llegados, antes incluso de tener un

alojamiento propio, fue la catequesis callejera

en días festivos. Los niños de las escuelas

acompañaban el cortejo con el canturreo del

texto del catecismo, en una tonadilla que llegó

a considerarse inseparable de la presencia de

los jesuitas en la capital. En vista de la nume­

rosa concurrencia y de la diversidad de los

oyentes, salían varias doctrinas: para niños,

adultos, negros e indios. Cumplían así con el

precepto fundacional de instruir a los niños

y a los rudos, a la vez que mostraban a la po­

blación que no pretendian dedicarse en ex-

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clusiva a los hijos de los criollos, sino a toda

la población.

IH' La educación escolarizada siempre fue gra­

tuita, al igual que la administración de los sa­

cramentos, y ésta fue una de las razones por

la que los templos jesuíticos no se erigieron

como parroquias, que estaban autorizadas a

cobrar "obvenciones" (cuotas fijas por los ser­

vicios religiosos) a los feligreses como apoyo

a su economía. A diferencia de los colegios

fundados, las residencias, que carecían de ren­

tas propias, dependian de auxilios inmediatos

de los fieles, lo que recordaron los jesuitas de

Veracruz al provincial, al menos en una oca­

sión: "aquí estamos hechos unos frailes, vi­

viendo de limosna".

IH< Aunque su principal interés y especiali­

dad era la enseñanza de la gramática latina,

que constituía el ciclo de Humanidades, tam­

bién enseñaron "primeras letras" en aquellas

ciudades novohispanas en las que era insu­

ficiente el número de los maestros particula­

res, de modo que una gran parte de los ha­

bitantes del virreinato que aprendieron a leer

lo hicieron en colegios jesuíticos. En ellos

utilizaron como cartilla elemental el catecis­

mo de la doctrina cristiana del jesuita Jeróni­

mo Ripalda y como segundo libro de lectura

un catón cristiano, cualquiera entre los va­

rios redactados por otros miembros de la or­

den. La prosperidad de algunas ciudades y el

interés creciente por la lectura contribuye­

ron a impulsar el establecimiento de escue­

las privadas y públicas, lo que permitió que

los colegios cerrasen las suyas y que se pro­

dujera una proporción inversa entre estudios

superiores y escuelas de primeras letras. Fi­

nalizado el siglo XVI, con menos de 30 años

de actividad, los 11 colegios establecidos, con­

taban con seis escuelas de primeras letras y

ocho con cursos de humanidades; cien años

más tarde, eran 17 colegios con diez escuelas

elementales, II de humanidades, tres de artes

o filosofía y tres facultades de teología. En

1767, el año de la expulsión, sumaban 22 co­

legios, siete escuelas de primeras letras, 20 de

humanidades, 12 de artes y diez de teología.

Además había tres internados para indios,

con escuela pública, ocho seminarios o con­

victorios, como residencia de estudiantes, y

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el noviciado de TepotzotIán. Mientras los je­

suitas se libraban de lo que consideraban una

pesada carga, se elevaba el nivel promedio de

instrucción, con el aumento de los cursos de

humanidades, artes y teología. Los números

son bastante expresivos en cuanto a la evolu­

ción del nivel cultural de los novo hispanos.

1", Por lo regular, las clases de los más pe­

queños, que se consideraban más ingratas y

de menos lucimiento, se encargaban a los

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hermanos estudiantes o coadjutores. La más

destacada especialidad de los colegios fue el

ciclo de Humanidades, destinado a la ense­

ñanza de la gramática latina, ya que el propio

Ignacio había advertido en las Constitucio­

nes que para el estudio y la práctica de la teo­

logía era necesario "especialmente en estos

tiempos, cognición de letras de humanidad':

IR< Las escuelas de la Compañía introdujeron

cambios pedagógicos que apenas comenza-

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En estas páginas:

Antiguo Colegio de San n defonso.

cONAcULTA-uNAM-Gobierno de la

Ciudad de México.

ban a difundirse en Europa. Durante su es­

tancia en la Sorbona, Ignacio había captado

las novedades del modus parisiensis, que lue­

go adoptó en el Colegio Romano, que se pusie­

ron a prueba en todas las casas de la orden y

que se reglamentaron en la Ratio atque ins­

titutio studiorum. Ésta debería cumplirse en

todas las escuelas para alumnos seglares, in­

dependientemente de los reglamentos relati­

vos a internados y al noviciado de la orden.

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De acuerdo con él, y siempre con su flexibi­

lidad característica, se establecieron los ca­

lendarios, horarios, lecturas, grados y méto­

dos pedagógicos que constituyeron las

verdaderas innovaciones. En contraste con el

desorden medieval, el nuevo sistema imponía

un método estructurado y regulaba las activi­

dades de maestros y alumnos en las aulas, e

incluso fuera de ellas. El concepto mismo de

la gradación en los estudios, según las edades

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y los conocimientos, era ya un considerable

cambio, expresado en la palabra clase, que

había usado por primera vez Erasmo de Rot­

terdam. Además, los jesuitas establecieron

horarios de estudio y de recreo, calendario de

actividades, cursos, exámenes y vacaciones.

Los cursos comenzaban el 18 de octubre, fies­

ta de san Lucas, con un acto solemne de inau­

guración al que acudían los padres de los

alumnos y otros invitados. Las clases se im­

partian en la mañana y en la tarde, con un

descanso a mediodía.

fH' De acuerdo con principios pedagógicos re­

nacentistas, se consideró esencial la educa­

ción por el ejemplo, lo que pudo interpretar­

se como la necesaria virtud de los padres y de

los maestros y como la espontánea función

difusora de conocimientos y formas de com­

portamiento a partir de grupos selectos de in­

dividuos mejor instruidos y más sólidamente

formados. De ahí que, al programar sus acti­

vidades, los prefectos debieran considerar la

posible influencia de sus educandos sobre

masas más amplias de población a las que no

habrian podido llegar los pocos sacerdotes y

hermanos que llegaron a integrar la provincia

mexicana de la Compañía. Formar a futuros

sacerdotes, maestros, o incluso jóvenes ca­

ciques o principales indígenas, era, pues, la

mejor inversión. En cambio la instrucción

elemental, aunque siempre impregnada de

principios religiosos, exigía un gran esfuer­

zo no muy rentable en términos de difusión

del mensaje renovador cristiano.

fH' El ciclo de Humanidades constaba de tres

grados, que podían subdividirse, según el

nivel de los estudiantes, en cinco: mínimos,

pequeños, medianos, mayores y retórica; es­

te último era opcional. Los temas y lecturas

estaban programados para todos los días de

clase. El inicio, una vez superada la etapa

de aprendizaje de lectura, escritura y arit­

mética elemental, podía hacerse alrededor

de los ocho a nueve años y la terminación,

por lo tanto, de 13 a 14. Muchos jóvenes, por

decisión de sus padres o por su propia inep­

titud para cursar estudios superiores, aban­

donaban en ese punto su formación intelec­

tual, mientras que los más interesados

podían pretender graduarse como bachilleres

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en Artes, que ya era una facultad universita­

ria, si bien podía cursarse en los mismos co­

legios. Se exigía aprobar un examen "de su­

ficiencia" para obtener el grado en la Real y

Pontificia Universidad de México, la única

institución autorizada para expedir titulas

académicos universitarios.

fH' También era propio de la pedagogía re­

nacentista el hincapié en la disciplina, no

ya como recurso para mantener el orden si­

no por su valor en sí misma como fOljadora

del carácter. Muchas de las normas sobre

horarios, silencios, formación de filas, distri­

bución del tiempo, recreos, ejercicios físicos

y responsabilidades materiales, se destina­

ban a ejercitar a los jóvenes en la práctica

de la disciplina. Como instrumento coactivo

se mantenían los castigos, que fueron el mé­

todo pedagógico universal durante los siglos

anteriores, pero el recurso de los azotes se li­

mitaba en lo posible y se compensaba con los

estimulas honorificos como el otorgamiento

de medallas y diplomas, la aparición en el

cuadro de honor y la posición variable en los

asientos de los salones de clase según el

rendimiento y el cumplimiento de las tareas.

fH' Las tareas extraescolares fueron otra no­

vedad, mediante la cual se pretendía al mis­

mo tiempo reforzar el aprendizaje de lo es­

tudiado en las horas de clase y limitar el

tiempo disponible para el esparcimiento. La

primera parte de la mañana se dedicaba a la

revisión de tareas. Igualmente se afianza­

ban los conocimientos mediante la exposi­

ción oral, los debates o "combates" por equi­

pos y los exámenes periódicos. Los recreos

eran obligatorios y debían dedicarse ajuegos

al aire libre, para lo cual los colegios dispo­

nían de patios interiores. Los alumnos más

afines a la orden, o con expectativas de in­

gresar al noviciado, pasaban parte de las va­

caciones en alguna casa de recreo, como la

finca de Jesús del Monte, en las cercanías

de la ciudad de México.

HS Pero la educación no se impartía tan sólo

dentro de las aulas ní se limitaba a los cono­

cimientos académicos. Difícilmente hubieran

creído que cambiarian el mundo a fuerza de

formar buenos latinistas. Se entendía que

educar era formar buenos cristianos: entrenar

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Diego JoséAbad. Tornado de Galerie

iIlustrée de la Compagnie de Jésus,

París, 1893.

Colección ManuelArangoAl'ias.

Biblioteca Franc'isco Xavier

Cla.vigero/ UlA.

a los individuos para que desempeñasen con

éxito su función en la sociedad y para que

se resignasen con su suerte los menos afortu­

nados. Los Ejercicios espirituales eran el fun­

damento de la espiritualidad j eSUÍtica y el mo­

tor de su compromiso docente. Adaptados los

Ejercicios a distintas condiciones y circuns­

tancias, proporcionaban las claves para el de­

sarrollo personal y para el fomento de la pie­

dad, una piedad que exigía manifestaciones

externas de ortodoxia y prácticas de devoción

comunitaria. Escolares, ex alumnos, hombres

y mujeres cercanos o ajenos a la orden, prac­

ticaban los Ejercicios varias veces en su vida.

GUÍados por el librito que escribió su funda­

dor, los jesUÍtas daban vuelo a su imaginación

para conmover a los ejercitantes con impre­

sionantes escenas de las penas del infierno y

estremecedores ejemplos de la brevedad de la

vida. Las clásicas meditaciones del principio y

fundamento, las dos banderas y los binarios

orientaban la meditación hacia un ascetismo

que parecía racionalmente justificado. Las

Congregaciones Marianas constituyeron otro

recurso formativo destinado a los más desta­

cados entre los estudiantes y los más perseve­

rantes entre los antiguos alumnos y los simples

simpatizantes de la Compañía. Los congregan­

tes escuchaban sermones, practicaban obras

de caridad y devociones, promovian activida­

des culturales como la impresión de textos clá­

sicos, y se preparaban para las responsabili­

dades de mando que posiblemente tuvieran

que desempeñar, mediante las elecciones in­

ternas y las discusiones sobre asuntos de go­

bierno y administración.

1"< También tenían un evidente contenido

docente las representaciones teatrales, los

emblemas alegóricos, los certámenes poéti­

cos con temas religiosos, las mascaradas de

los estudiantes y las procesiones de las re­

liquias o en la exaltación de los santos.

1>« A partir de la última década del siglo XVI,

iniciaron las misiones en las remotas tierras

del noroeste, allá a donde no habían llegado

los evangelizadores de las otras órdenes regu­

lares. El misionero era un verdadero maestro,

que enseñaba a los indios nómadas a aprove­

char la tierra para cultivos, los entrenaba en

la ejecución de obras de riego, conservación

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y comercialización de sus productos, los

orientaba en la organización política y admi­

nistrativa de sus comunidades y los defendia

del avance de los colonos españoles, siempre

necesitados de mano de obra.

1><, También era maestro el encargado de lle­

var las "misiones temporales" a poblaciones

próximas a las ciudades, reales de minas y

haciendas de labor. Los hacendados sacrifi­

caban con gusto las jornadas de trabajo de

sus esclavos y sirvientes para que escucharan

los sermones y pláticas del jesuita misione­

ro, que fomentaba la docilidad y laboriosi­

dad de los trabajadores. Y tenían conciencia

de su responsabilidad docente los predicado­

res que exponían desde el púlpito sermones

catequéticos y morales y los confesores que

administraban el sacramento de la penitencia

a gente de todas las calidades y condiciones.

1", Siempre guiados por el afán de difundir

sus enseñanzas entre los individuos más in­

fluyentes de la sociedad, establecieron cursos

de teología moral, que llamaron cátedras de

casos, para instruir a los clérigos seculares

sobre la comprensión de complicados proble­

mas de conciencia. La casUÍstica se basaba en

un principio moderno y en cierto modo revo­

lucionario: la evaluación de circunstancias,

atenuantes o agravantes, aplicada a situacio­

nes en que el penitente reconocía haber co­

metido un pecado, quizá un hombre justo

que cometió un error por debilidad ocasional,

a diferencia del criterio medieval que lo cali­

ficaba de pecador y lo cargaba con penosas

penitencias. Lo que muchos ilustrados conde­

naron como escandalosa "manga ancha" de

los confesores jesuitas, no era sino un antici­

po de la modernidad atenta al individuo y

comprensiva 'de sus motivaciones.

1", Cuando casi todos los n.!:ñ0s habían apren­

dido el catecismo de labios de los jesuitas y a

partir de textos de la orden; cuando gran par­

te de los sacerdotes se habían formado con

ellos; cuando los universitarios habían cursa­

do humanidades en los colegios y los confe­

sores habían aprendido sus doctrinas; cuando

los personajes más eminentes de la corte vi­

rreinal habían pertenecido a las congrega­

ciones marianas y clérigos y laicos habían

hecho alguna vez en su vida los Ejercicios es-

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Anónimo.

Juan María de Salvatierra.

Siglo XVlll.

Óleo sobre tela. 1 04.5 x 72.5 cm.

Museo N a.ciona·l del Vúreillato.

CONACULTA-INAll .

(Detalle.)

Abajo:

Jerónimo de Ripalda. Toma,do de

Francisco Zambrano, S .. 1 y José

Gutiérrez Casillas, S. J (eds.),

Diccionario biobibliográfico

de la Compañía de Jésus en México,

1961.

Biblioteca Francisco Xavier

Clavigero{ U lA.

pirituales de Ignacio de Loyola, no era tarea

fácil erradicar la influencia de los jesuitas ni

podía limitarse al cierre de las escuelas. A tra­

vés de sus redes de influencia, el modelo je­

suítico había penetrado en todos los niveles

de la sociedad. Sin embargo, su éxito siempre

fue aparejado a un fracaso: ya que finalmen­

te era sólo una institución humana, su objeti­

vo de cambiar el mundo para crístianizarlo se

había reducido a una eficaz colaboración pa­

ra hacerlo más pragmático, más secularizado,

57

más instruido y más adaptable a las necesida­

des de los nuevos tiempos. t Iil ·s

PIlAR GONZALBO AIZPURU es doctora en historia por

la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora

investigadora en el Centro de Estudios Históricos de El

Colegio de México. Entre sus numerosas publicaciones

destacan el libro Familia y orden colonial. Además, es

autora de cuatro volúmenes sobre temas relacionados

con la historia de la educación colonial, y ha coordina­

do otros seis sobre la familia y la vida privada.