Introduccion La Era Del Imperio E. H

14
INTRODUCCIÓN La memoria es la vida. Siempre reside en grupos de personas que viven y, por tanto, se halla en permanente evolución. Está sometida a la dialéctica del recuerdo y el olvido, ignorante de sus deformaciones sucesivas, abierta a todo tipo de uso y manipulación. A veces permanece latente durante largos periodos, para luego revivir súbitamente. La historia es la siempre incompleta y problemática reconstrucción de lo que ya no está. La memoria pertenece siempre a nuestra época y constituye un lazo vivido con el presente eterno; la historia es una representación del pasado. PIERRE NORA, 1984[1] Es poco probable que la simple reconstrucción de los acontecimientos, incluso a escala mundial, permita una mejor comprensión de las fuerzas en acción en el mundo actual, a no ser que al mismo tiempo seamos conscientes de los cambios estructurales subyacentes. Lo que necesitamos, ante todo, es un nuevo marco y nuevos términos de referencia. Esto es lo que intentará aportar este libro. GEOFFREY BARRACLOUGH, 1964[2] I En el verano de 1913, una joven terminó sus estudios en la escuela secundaria en Viena, capital del imperio austrohúngaro. Este era aún un logro poco común entre las muchachas centroeuropeas. Para celebrar el acontecimiento, sus padres decidieron ofrecerle un viaje por el extranjero y, dado que era impensable que una joven respetable de 18 años pudiera encontrarse sola, expuesta a posibles peligros y tentaciones, buscaron un pariente adecuado que pudiera acompañarla. Afortunadamente, entre las diferentes familias emparentadas que durante las generaciones anteriores habían marchado a Occidente para conseguir prosperidad y educación desde diferentes pequeñas poblaciones de Polonia y Hungría, había una que había conseguido éxitos brillantes. El tío Alberto había conseguido hacerse con una cadena de tiendas en el levante mediterráneo: Constantinopla, Esmima, Alepo y Alejandría. En los albores del

description

La memoria es la vida. Siempre reside en grupos de personas que viven y, por tanto, se halla en permanente evolución. Está sometida a la dialéctica del recuerdo y el olvido, ignorante de sus deformaciones sucesivas, abierta a todo tipo de uso y manipulación. A veces permanece latente durante largos periodos, para luego revivir súbitamente. La historia es la siempre incompleta y problemática reconstrucción de lo que ya no está. La memoria pertenece siempre a nuestra época y constituye un lazo vivido con el presente eterno; la historia es una representación del pasado.

Transcript of Introduccion La Era Del Imperio E. H

INTRODUCCIN La memoria es la vida. Siempre reside en grupos de personas que viven y, por tanto, se halla en permanente evolucin. Est sometida a la dialctica del recuerdo y el olvido, ignorante de sus deformaciones sucesivas, abierta a todo tipo de uso y manipulacin. A veces permanece latente durante largos periodos, para luego revivir sbitamente. La historia es la siempre incompleta y problemtica reconstruccin de lo que ya no est. La memoria pertenece siempre a nuestra poca y constituye un lazo vivido con el presente eterno; la historia es una representacin del pasado. PIERRE NORA, 1984[1] Es poco probable que la simple reconstruccin de los acontecimientos, incluso a escala mundial, permita una mejor comprensin de las fuerzas en accin en el mundo actual, a no ser que al mismo tiempo seamos conscientes de los cambios estructurales subyacentes. Lo que necesitamos, ante todo, es un nuevo marco y nuevos trminos de referencia. Esto es lo que intentar aportar este libro.

GEOFFREY BARRACLOUGH, 1964[2]

I En el verano de 1913, una joven termin sus estudios en la escuela secundaria en Viena, capital del imperio austrohngaro. Este era an un logro poco comn entre las muchachas centroeuropeas. Para celebrar el acontecimiento, sus padres decidieron ofrecerle un viaje por el extranjero y, dado que era impensable que una joven respetable de 18 aos pudiera encontrarse sola, expuesta a posibles peligros y tentaciones, buscaron un pariente adecuado que pudiera acompaarla. Afortunadamente, entre las diferentes familias emparentadas que durante las generaciones anteriores haban marchado a Occidente para conseguir prosperidad y educacin desde diferentes pequeas poblaciones de Polonia y Hungra, haba una que haba conseguido xitos brillantes. El to Alberto haba conseguido hacerse con una cadena de tiendas en el levante mediterrneo: Constantinopla, Esmima, Alepo y Alejandra. En los albores del siglo XX exista la posibilidad de hacer mltiples negocios en el imperio otomano y en el Prximo Oriente y desde haca mucho tiempo Austria era, ante el mundo oriental, el escaparate de los negocios de la Europa oriental. Egipto era, a un tiempo, un museo viviente adecuado para la formacin cultural y una comunidad sofisticada de la cosmopolita clase media europea, con la que la comunicacin era fcil por medio del francs, que la joven y sus hermanas haban perfeccionado en un colegio de las proximidades de Bruselas. Naturalmente, en ese pas vivan tambin los rabes. El to Alberto se mostr feliz de recibir a su joven pariente, que viaj a Egipto en un barco de vapor de la Lloyd Triestino, desde Trieste, que era a la sazn el puerto ms importante del imperio de los Habsburgo, y casualmente, tambin el lugar de residencia de James Joyce. Esa joven era la futura madre del autor de este libro. Unos aos antes, un muchacho se haba dirigido tambin a Egipto, en este caso desde Londres. Su entorno familiar era mucho ms modesto. Su padre, que haba emigrado a Inglaterra desde la Polonia rusa en el decenio de 1870, era un ebanista que se ganaba difcilmente la vida en Londres y Manchester, para sustentar a una hija de su primer matrimonio y a ocho nios del segundo, la mayor parte de los cuales haban nacido en Inglaterra. Excepto a uno de los hijos, a ninguno le atraa el mundo de los negocios ni estaba dotado para esa actividad. Slo el ms joven pudo conseguir una buena educacin, llegando a ser ingeniero de minas en Suramrica, que en ese momento era una parte no formal del imperio britnico. No obstante, todos ellos mostraban un inusitado inters por la lengua y la cultura inglesas y se asimilaron a Inglaterra con entusiasmo. Uno lleg a ser actor, otro continu con el negocio familiar, un tercero se convirti en maestro y otros dos se enrolaron en la cada vez ms importante administracin pblica, en el servicio de correos. Inglaterra haba ocupado recientemente Egipto (1882) y, en consecuencia, uno de los hermanos se vio representando a una pequea parte del imperio britnico, es decir, al servicio de correos y telgrafos egipcio en el delta del Nilo. Sugiri que Egipto poda resultar conveniente para otro de sus hermanos, cuya preparacin principal para la vida le habra podido servir de forma excelente si no hubiera tenido que ganarse el sustento: era inteligente, agradable, con talento para la msica y un consumado deportista, as como un boxeador de gran nivel de los pesos ligeros. De hecho, era exactamente el tipo de ciudadano ingls que podra encontrar y conservar un puesto en una compaa de navegacin mucho ms fcilmente en las colonias que en ningn otro lugar. Ese joven era el futuro padre del autor de esta obra, que conoci as a su futura esposa en el lugar en el que les hizo coincidir la economa y la poltica de la era del imperio, por no mencionar su historia social: presumiblemente en el club deportivo de las afueras de Alejandra, cerca del cual estableceran su primer hogar. Es de todo punto improbable que un encuentro como ese hubiera ocurrido en el mismo lugar o hubiera acabado en la boda de dos personas de esas caractersticas en cualquier otro perodo de la historia anterior al que estudiamos en este libro. El lector debera ser capaz de descubrir la causa. Pero hay una razn de ms peso para comenzar esta obra con una ancdota autobiogrfica. En todos nosotros existe una zona de sombra entre la historia y la memoria; entre el pasado como registro generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado, y el pasado como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo. Para cada ser humano, esa zona se extiende desde el momento en que comienzan los recuerdos o tradiciones familiares vivos por ejemplo, desde la primera fotografa familiar que el miembro de mayor edad de la familia puede identificar o explicar hasta que termina la infancia, cuando los destinos pblico y privado son considerados inseparables y mutuamente determinantes (Le conoc poco antes de que terminara la guerra; Kennedy debi de morir en 1963, porque era cuando todava estaba en Boston). La longitud de esa zona puede ser variable, as como la oscuridad y vaguedad que la caracterizan. Pero siempre existe esa especie de tierra de nadie en el tiempo. Para los historiadores, y para cualquier otro, siempre es la parte de la historia ms difcil de comprender. Para el autor de este libro, que naci a finales de la primera guerra mundial y cuyos padres tenan 33 y 19 aos respectivamente en 1914, la era del imperio queda en esa zona de sombras. Pero eso es cierto no slo respecto a los individuos, sino tambin a las sociedades. El mundo en el que vivimos es todava, en gran medida, un mundo hecho por hombres y mujeres que nacieron en el perodo que estudiamos en este libro o inmediatamente despus. Tal vez esto comienza a dejar de ser cierto cuando el siglo XX est llegando a su fin quin puede estar seguro?, pero, desde luego, lo era en los dos primeros tercios de este siglo. Consideremos, por ejemplo, una serie de nombres de polticos que han de ser incluidos entre quienes han dado forma al siglo XX. En 1914, Vladimir Ilyich Ulyanov (Lenin) tena 44 aos; Jos Vissarionovich Dzhugashvili (Stalin), 35; Franklin Delano Roosevelt, 30; J. Maynard Keynes, 32; Adolf Hitler, 25; Konrad Adenauer (creador de la Repblica Federal de Alemania despus de 1945), 38. Winston Churchill tena 40; Mahatma Gandhi, 45; Jawaharlal Nehru, 25; Mao Tse-tung, 21; Ho Chi Minh, 22, la misma edad que Josip Broz (Tito) y que Francisco Franco Bahamonde, es decir, dos aos ms joven que Charles de Gaulle y nueve aos ms joven que Benito Mussolini. Consideremos ahora algunas figuras de importancia en el campo de la cultura. La consulta del Dictionary of Modern Thought, publicado en 1977, arroja el siguiente resultado: Personas nacidas en 1914 y posteriormente 23% Personas activas en 1880-1914 o adultas en 191445% Personas nacidas en 1900-1914 17% Personas activas antes de 1880 15% Sin duda ninguna, aquellos que realizaron esa recopilacin transcurridas las tres cuartas partes del siglo XX consideraban todava la era del imperio como la ms significativa en la formacin del pensamiento moderno vigente en ese momento. Estemos o no de acuerdo con ese punto de vista, no hay duda respecto a su significacin histrica. En consecuencia, no son slo los escasos supervivientes con una vinculacin directa con los aos anteriores a 1914 quienes han de afrontar el paisaje de su zona de sombras privada, sino tambin, de forma ms impersonal, todo aquel que vive en el mundo del decenio de 1980, en la medida en que ste ha sido modelado por el perodo que condujo a la segunda guerra mundial. No pretendo afirmar que el pasado ms remoto carezca de significacin para nosotros, sino que nuestra relacin con ese pasado es diferente. Cuando se trata de pocas remotas sabemos que nos situamos ante ellas como individuos extraos y ajenos, como puedan serlo los antroplogos occidentales que van a investigar la vida de las tribus papas de las montaas. Cuando esas pocas son cronolgica, geogrfica o emocionalmente lo bastante remotas, slo pueden sobrevivir a travs de los restos inanimados de los muertos: palabras y smbolos escritos, impresos o grabados; objetos materiales o imgenes. Adems, si somos historiadores, sabemos que lo que escribimos slo puede ser juzgado y corregido por otros extraos para quienes el pasado tambin es otro pas. Ciertamente, nuestro punto de partida son los supuestos de nuestra poca, lugar y situacin, y tendemos a dar forma al pasado segn nuestros propios trminos, viendo nicamente lo que el presente permite distinguir a nuestros ojos y lo que nuestra perspectiva nos permite reconocer. Sin embargo, afrontamos nuestra tarea con los instrumentos materiales habituales de nuestro oficio, trabajamos sobre los archivos y otras fuentes primarias, leemos una ingente bibliografa y nos abrimos paso a travs de los debates y desacuerdos acumulados de generaciones de nuestros predecesores, a travs de las cambiantes modas y fases de interpretacin e inters, siempre curiosos, siempre (as hay que esperarlo) planteando interrogantes. Pero no es mucho lo que encontramos en nuestro camino, excepto a otros contemporneos argumentando como extraos sobre un pasado que no forma parte ya de la memoria. En efecto, incluso lo que creemos recordar sobre la Francia de 1789 o la Inglaterra de Jorge III es lo que hemos aprendido de segunda o de quinta mano a travs de los pedagogos, oficiales o informales. Cuando los historiadores intentan estudiar un perodo del cual quedan testigos sobrevivientes se enfrentan, y en el mejor de los casos se complementan, dos conceptos diferentes de la historia: el erudito y el existencial, los archivos y la memoria personal. Cada individuo es historiador de su propia vida conscientemente vivida, en la medida en que forma en su mente una idea de ella. En casi todos los sentidos, se trata de un historiador poco fiable, como sabe todo aquel que se ha aventurado en la historia oral, pero cuya contribucin es fundamental. Sin duda, los estudiosos que entrevistan a viejos soldados o polticos consiguen ms informacin, y ms fiable, sobre lo que aconteci en las fuentes escritas que a travs de lo que pueda recordar la fuente oral, pero es posible que no interpreten correctamente esa informacin. Y a diferencia, por ejemplo, del historiador de las cruzadas, el historiador de la segunda guerra mundial puede ser corregido por aquellos que, apoyndose en sus recuerdos, mueven negativamente la cabeza y le dicen: No ocurri as en absoluto. Ahora bien, lo cierto es que ambas versiones de la historia as enfrentadas son, en sentidos diferentes, construcciones coherentes del pasado, sostenidas conscientemente como tales y, cuando menos, potencialmente capaces de definicin. Pero la historia de esa zona de sombras a la que antes hacamos referencia es diferente. Es, en s misma, una historia del pasado incoherente, percibida de forma incompleta, a veces ms vaga, otras veces aparentemente precisa, siempre transmitida por una mezcla de conocimiento y de recuerdo de segunda mano forjado por la tradicin pblica y privada. En efecto, es todava parte de nosotros, pero ya queda fuera de nuestro alcance personal. Es como esos abigarrados mapas antiguos llenos de perfiles poco fiables y espacios en blanco, enmarcados por monstruos y smbolos. Los monstruos y los smbolos son amplificados por los medios modernos de comunicacin de masas, porque el mismo hecho de que la zona de sombras sea importante para nosotros la sita tambin en el centro de sus preocupaciones. Gracias a ello, esas imgenes fragmentarias y simblicas se hacen duraderas, al menos en el mundo occidental: el Titanic, que conserva todava toda su fuerza, ocupando los titulares de los peridicos tres cuartos de siglo despus de su hundimiento, constituye un ejemplo notable. Cuando centramos la atencin en el perodo que concluy en la primera guerra mundial, esas imgenes que acuden a nuestra mente son mucho ms difciles de separar de una determinada interpretacin de ese perodo que, por ejemplo, las imgenes y ancdotas que los no historiadores solan relacionar con un pasado ms remoto: Drake jugando a los bolos mientras la Armada Invencible se aproximaba a Inglaterra, el collar de diamantes de Mara Antonieta, Washington cruzando el Delaware. Ninguna de ellas influye lo ms mnimo en el historiador serio. Son ajenas a nosotros, pero podemos estar seguros, incluso como profesionales, de que contemplamos con la misma frialdad las imgenes mitificadas de la era del imperio: el Titanic, el terremoto de San Francisco, el caso Dreyfus? Rotundamente, no, a juzgar por el centenario de la estatua de la Libertad. Ms que ningn otro perodo, la era del imperio ha de ser desmitificada, precisamente porque nosotros y en ese nosotros hay que incluir a los historiadores ya no formamos parte de ella, pero no sabemos hasta qu punto una parte de esa poca est todava presente en nosotros. Ello no significa que ese perodo deba ser desacreditado (actividad en la que esa poca fue pionera).

II

La necesidad de una perspectiva histrica es tanto ms urgente cuanto que en estos finales del siglo XX mucha gente est todava implicada apasionadamente en el perodo que concluy en 1914, probablemente porque agosto de 1914 constituye uno de los indudables puntos de inflexin naturales en la historia. Fue considerado como el final de una poca por los contemporneos y esa conclusin est vigente todava. Es perfectamente posible rechazar esa idea e insistir en las continuidades que se manifiestan en los aos de la primera guerra mundial. Despus de todo, la historia no es como una lnea de autobuses en la que el vehculo cambia a todos los pasajeros y al conductor cuando llega a la ltima parada. Sin embargo, lo cierto es que si hay fechas que no son una mera convencin a efectos de la periodizacin, agosto de 1914 es una de ellas. Muchos pensaron que sealaba el final de un mundo hecho por y para la burguesa. Indica el final del siglo XIX largo con que los historiadores han aprendido a operar y que ha sido el tema de estudio de tres volmenes, de los cuales este es el ltimo. Sin ninguna duda, esta es la razn por la que ha atrado a una legin de historiadores, aficionados y profesionales: a especialistas de la cultura, la literatura y el arte; a bigrafos, directores de cine y responsables de programas de televisin, as como a diseadores de moda. Me atrevera a decir que durante los ltimos quince aos, en el mundo de habla inglesa ha aparecido un ttulo importante cada mes libro o artculo sobre el perodo que se extiende entre 1880 y 1914. La mayor parte de ellos estn dirigidos a historiadores u otros especialistas, pues, como hemos visto, ese perodo no es slo fundamental para el desarrollo de la cultura moderna, sino que adems constituye el marco para una serie de debates apasionados de historia, nacional o internacional, iniciados en su mayor parte en los aos anteriores a 1914: sobre el imperialismo, sobre el desarrollo del movimiento obrero y socialista, sobre el problema del declive econmico de Inglaterra o sobre la naturaleza y orgenes de la revolucin rusa, por mencionar tan slo algunos. Por razones obvias, el tema que se conoce con ms profundidad es el de los orgenes de la primera guerra mundial, al que se han dedicado ya varios millares de libros y que contina siendo objeto de numerosos estudios. Es un tema que sigue estando vivo, porque lamentablemente el de los orgenes de las guerras mundiales no ha dejado de estar vigente desde 1914. De hecho, en ningn caso es ms evidente que en la historia de la poca del imperio el vnculo entre las preocupaciones del pasado y del presente. Si dejamos aparte los estudios puramente monogrficos, podemos dividir a los autores que han escrito sobre este perodo en dos categoras: los que miran hacia atrs y los que dirigen su mirada hacia adelante. Cada una de esas categoras tiende a concentrarse en uno de los dos rasgos ms obvios del perodo. Por una parte, este perodo parece extraordinariamente remoto y sin posible retorno cuando se considera desde el otro lado del can infranqueable de agosto de 1914. Al mismo tiempo, paradjicamente, muchos de los aspectos caractersticos de las postrimeras del siglo XX tienen su origen en los ltimos treinta aos anteriores a la primera guerra mundial. The Proud Tower, de Barbara Tuchman, exitoso relato del mundo antes de la guerra (1890-1914) es, tal vez, el ejemplo mejor conocido del primer gnero, mientras que el estudio de Alfred Chandler sobre la gnesis de la direccin corporativa moderna, The Visible Hand, puede representar al segundo. Tanto desde el punto de vista cuantitativo como del de la circulacin de sus trabajos predominan los representantes de la primera tendencia apuntada. El pasado irrecuperable plantea un desafo a los buenos historiadores, que saben que no puede ser comprendido en trminos anacrnicos, pero conlleva tambin la fuerte tentacin de la nostalgia. Los menos perceptivos y ms sentimentales intentan constantemente revivir los atractivos de una poca que en la memoria de las clases medias y altas ha aparecido rodeada de una aureola dorada: la llamada belle poque. Naturalmente, este es el enfoque que han adoptado los animadores y realizadores de los medios de comunicacin, los diseadores de moda y todos aquellos que abastecen a los grandes consumidores. Probablemente, esta es la versin del perodo que estudiamos ms familiar para el pblico en general, a travs del cine y la televisin. Es totalmente insuficiente, aunque sin duda capta un aspecto visible del perodo que, despus de todo, puso en boga trminos tales como plutocracia y clase ociosa. Cabe preguntarse si esa versin es ms o menos intil que la todava ms nostlgica, pero intelectualmente ms sofisticada, de los autores que intentan demostrar que el paraso perdido tal vez no se habra perdido de no haber sido por algunos errores evitables o accidentes impredecibles, sin los cuales no habra existido guerra mundial, Revolucin rusa ni cualquier otro aspecto al que se responsabilice de la prdida del mundo antes de 1914. Otros historiadores adoptan el punto de vista opuesto al de la gran discontinuidad, destacando el hecho de que gran parte de los aspectos ms caractersticos de nuestra poca se originaron, en ocasiones de forma totalmente sbita, en los decenios anteriores a 1914. Buscan esas races y anticipaciones de nuestra poca, que son evidentes. En la poltica, los partidos socialistas, que ocupan los gobiernos o son la primera fuerza de oposicin en casi todos los estados de la Europa occidental, son producto del perodo que se extiende entre 1875 y 1914, al igual que una rama de la familia socialista, los partidos comunistas, que gobiernan los regmenes de la Europa oriental [1*]. Otro tanto ocurre respecto al sistema de eleccin de los gobiernos mediante eleccin democrtica, respecto a los modernos partidos de masas y los sindicatos obreros organizados a nivel nacional, as como con la legislacin social. Bajo el nombre de modernismo, la vanguardia de ese perodo protagoniz la mayor parte de la elevada produccin cultural del siglo XX. Incluso ahora, cuando algunas vanguardias u otras escuelas no aceptan ya esa tradicin, todava se definen utilizando los mismos trminos de lo que rechazan (posmodernismo). Mientras tanto, la cultura de la vida cotidiana est dominada todava por tres innovaciones que se produjeron en ese perodo: la industria de la publicidad en su forma moderna, los peridicos o revistas modernos de circulacin masiva y (directamente o a travs de la televisin) el cine. Es cierto que la ciencia y la tecnologa han recorrido un largo camino desde 1875-1914, pero en el campo cientfico existe una evidente continuidad entre la poca de Planck, Einstein y el joven Niels Bohr y el momento actual. En cuanto a la tecnologa, los automviles de gasolina y los ingenios voladores que aparecieron por primera vez en la historia en el perodo que estudiamos, dominan todava nuestros paisajes y ciudades. La comunicacin telefnica y radiofnica inventada en ese perodo se ha perfeccionado, pero no ha sido superada. Es posible que los ltimos decenios del siglo XX no encajen ya en el marco establecido antes de 1914, marco que, sin embargo, es vlido todava a efectos de orientacin. Pero no es suficiente presentar la historia del pasado en estos trminos. Sin duda, la cuestin de la continuidad y discontinuidad entre la era del imperio y el presente todava es relevante, pues nuestras emociones estn vinculadas directamente con esa seccin del pasado histrico. Sin embargo, desde el punto de vista del historiador, la continuidad y la discontinuidad son asuntos triviales si se consideran aisladamente. Cmo hemos de situar ese perodo? Despus de todo, la relacin del pasado y el presente es esencial en las preocupaciones tanto de quienes escriben como de los que leen la historia. Ambos desean, o deberan desear, comprender de qu forma el pasado ha devenido en el presente y ambos desean comprender el pasado, siendo el principal obstculo que no es como el presente. La era del imperio, aunque constituya un libro independiente, es el tercero y ltimo volumen de lo que se ha convertido en un anlisis general del siglo XIX en la historia del mundo, es decir, para los historiadores el siglo XIX largo que se extiende desde aproximadamente 1776 hasta 1914. La idea original del autor no era embarcarse en un proyecto tan ambicioso. Pero si los tres volmenes escritos en intervalos a lo largo de los aos y, excepto el ltimo, no concebidos como parte de un solo proyecto, tienen alguna coherencia, la tienen porque comparten una concepcin comn de lo que fue el siglo XIX. Y as como esa concepcin comn ha permitido relacionar La era de la revolucin con La era del capital y ambos con La era del imperio y espero haberlo conseguido, debe ayudar tambin a relacionar la era del imperio con el perodo que le sucedi. El eje central en tomo al cual he intentado organizar la historia de la centuria es el triunfo y la transformacin del capitalismo en la forma especfica de la sociedad burguesa en su versin liberal. La historia comienza con el doble hito de la primera revolucin industrial en Inglaterra, que estableci la capacidad ilimitada del sistema productivo, iniciado por el capitalismo, para el desarrollo econmico y la penetracin global, y la revolucin poltica francoamericana, que estableci los modelos de las instituciones pblicas de la sociedad burguesa, complementados con la aparicin prcticamente simultnea de sus ms caractersticos y relacionados sistemas tericos: la economa poltica clsica y la filosofa utilitaria. El primer volumen de esta historia, La era de la revolucin, 1789-1848, est estructurado en torno a ese concepto de una doble revolucin. Esto llev a la confiada conquista del mundo por la economa capitalista conducida por su clase caracterstica, la burguesa, y bajo la bandera de su expresin intelectual caracterstica, la ideologa del liberalismo. Este es el tema central del segundo volumen, que cubre el breve perodo transcurrido entre las revoluciones de 1848 y el comienzo de la depresin de 1870, cuando las perspectivas de la sociedad inglesa y su economa parecan poco problemticas dada la importancia de los triunfos alcanzados. En efecto, bien las resistencias polticas de los antiguos regmenes contra los cuales se haba desencadenado la Revolucin francesa haban sido superadas, o bien esos regmenes parecan aceptar la hegemona econmica, institucional y cultural de la burguesa triunfante. Desde el punto de vista econmico, las dificultades de una industrializacin y de un desarrollo econmico limitado por la estrechez de su base de partida fueron superadas en gran medida por la difusin de la transformacin industrial y por la extraordinaria ampliacin de los mercados. En el aspecto social, los descontentos explosivos de las clases pobres durante el perodo revolucionario se limitaron. En definitiva, parecan haber desaparecido los grandes obstculos para un progreso de la burguesa continuado y presumiblemente ilimitado. Las posibles dificultades derivadas de las contradicciones internas de ese progreso no parecan causar todava una ansiedad inmediata. En Europa haba menos socialistas y revolucionarios sociales en ese perodo que en ningn otro. Por otra parte, la era del imperio se halla dominada por esas contradicciones. Fue una poca de paz sin precedentes en el mundo occidental, que al mismo tiempo gener una poca de guerras mundiales tambin sin precedentes. Pese a las apariencias, fue una poca de creciente estabilidad social en el mbito de las economas industriales desarrolladas que permiti la aparicin de pequeos ncleos de individuos que con una facilidad casi insultante se vieron en situacin de conquistar y gobernar vastos imperios, pero que inevitablemente gener en los mrgenes de esos imperios las fuerzas combinadas de la rebelin y la revolucin que acabaran con esa estabilidad. Desde 1914 el mundo est dominado por el miedo y, en ocasiones, por la realidad de una guerra global y por el miedo (o la esperanza) de la revolucin, ambos basados en las situaciones histricas que surgieron directamente de la era del imperio. En ese perodo aparecieron los movimientos de masas organizados de los trabajadores, caractersticos del capitalismo industrial y originados por l, que exigieron el derrocamiento del capitalismo. Pero surgieron en el seno de unas economas muy florecientes y en expansin y en los pases en que tenan mayor fuerza, en una poca en que probablemente el capitalismo les ofreca unas condiciones algo menos duras que antes. En este perodo, las instituciones polticas y culturales del liberalismo burgus se ampliaron a las masas trabajadoras de las sociedades burguesas, incluyendo tambin (por primera vez en la historia) a la mujer, pero esa extensin se realiz al precio de forzar a la clase fundamental, la burguesa liberal, a situarse en los mrgenes del poder poltico. En efecto, las democracias electorales, producto inevitable del progreso liberal, liquidaron el liberalismo burgus como fuerza poltica en la mayor parte de los pases. Fue un perodo de profunda crisis de identidad y de transformacin para una burguesa cuyos fundamentos morales tradicionales se hundieron bajo la misma presin de sus acumulaciones de riqueza y su confort. Su misma existencia como clase dominadora se vio socavada por la transformacin del sistema econmico. Las personas jurdicas (es decir, las grandes organizaciones o compaas), propiedad de accionistas y que empleaban a administradores y ejecutivos, comenzaron a sustituir a las personas reales y a sus familias, que posean y administraban sus propias empresas. La historia de la era del imperio es un recuento sin fin de tales paradojas. Su esquema bsico, tal como lo vemos en este trabajo, es el de la sociedad y el mundo del liberalismo burgus avanzando hacia lo que se ha llamado su extraa muerte, conforme alcanza su apogeo, vctima de las contradicciones inherentes a su progreso. Ms an, la vida cultural e intelectual del perodo muestra una curiosa conciencia de ese modelo, de la muerte inminente de un mundo y la necesidad de otro nuevo. Pero lo que da a este perodo su tono y sabor peculiares es el hecho de que los cataclismos que haban de producirse eran esperados, y al mismo tiempo resultaban incomprendidos y no credos. La guerra mundial tena que producirse, pero nadie, ni siquiera el ms cualificado de los profetas, comprenda realmente el tipo de guerra que sera. Y cuando finalmente el mundo se vio al borde del abismo, los dirigentes se precipitaron en l sin dar crdito a lo que suceda. Los nuevos movimientos socialistas eran revolucionarios, pero para la mayor parte de ellos la revolucin era, en cierto sentido, la consecuencia lgica y necesaria de la democracia burguesa que haca que las decisiones, antes en manos de unos pocos, fueran compartidas cada vez por un mayor nmero de individuos. Y para aquellos que esperaban una insurreccin real se trataba de una batalla cuyo objetivo slo poda ser, fundamentalmente, el de conseguir la democracia burguesa como un paso previo para alcanzar otras metas ms ambiciosas. As pues, los revolucionarios se mantuvieron en el seno de la era del imperio, aunque se preparaban para trascenderla. En el campo de las ciencias y las artes, las ortodoxias del siglo XIX estaban siendo superadas, pero en ningn otro perodo hubo ms hombres y mujeres, educados y conscientemente intelectuales, que creyeran ms firmemente en lo que incluso las pequeas vanguardias estaban rechazando. Si en el perodo anterior a 1914 se hubiera contabilizado en una encuesta, en los pases desarrollados, el nmero de los que tenan esperanza frente a los que auguraban malos presagios, el de los optimistas frente a los pesimistas, sin duda la esperanza y el optimismo habran prevalecido. Paradjicamente, su nmero habra sido proporcionalmente mayor en el nuevo siglo, cuando el mundo occidental se aproximaba a 1914, que en los ltimos decenios del siglo anterior. Pero, ciertamente, ese optimismo inclua no slo a quienes crean en el futuro del capitalismo, sino tambin a aquellos que aspiraban a hacerlo desaparecer. No hay nada nuevo o peculiar en ese esquema histrico del desarrollo socavando sus propios cimientos. De esta forma se producen las transformaciones histricas endgenas y siguen producindose ahora. Lo que es peculiar durante el siglo XIX largo es el hecho de que las fuerzas titnicas y revolucionarias de ese perodo, que cambiaron radicalmente el mundo, eran transportadas en un vehculo especfico y peculiar y frgil desde el punto de vista histrico. De la misma forma que la transformacin de la economa mundial estuvo, durante un perodo breve pero fundamental, identificada con los avatares de un estado medio Gran Bretaa, tambin el desarrollo del mundo contemporneo se identific temporalmente con el de la sociedad burguesa liberal del siglo XIX. La misma amplitud del triunfo de las ideas, valores, supuestos e instituciones asociados con ella en la poca del capitalismo indica la naturaleza histricamente transitoria de ese triunfo. Este libro estudia el momento histrico en que se hizo evidente que la sociedad y la civilizacin creadas por y para la burguesa liberal occidental representaban no la forma permanente del mundo industrial moderno, sino tan slo una fase de su desarrollo inicial. Las estructuras econmicas que sustentan el mundo del siglo XX, incluso cuando son capitalistas, no son ya las de la empresa privada en el sentido que aceptaron los hombres de negocios en 1870. La revolucin cuyo recuerdo domina el mundo desde la primera guerra mundial no es ya la Revolucin francesa de 1789. La cultura que predomina no es la cultura burguesa como se hubiera entendido antes de 1914. El continente que en ese momento constitua su fuerza econmica, intelectual y militar no ocupa ya esa posicin. Ni la historia en general ni la historia del capitalismo en particular terminaron en 1914, aunque una parte importante del mundo abraz un tipo de economa radicalmente diferente como consecuencia de la revolucin. La era del imperio, o el imperialismo como lo llam Lenin, no era la ltima etapa del capitalismo, pero de hecho Lenin nunca afirm que lo fuera. Slo afirm, en su primera versin de su influyente panfleto, que era la ms reciente fase del capitalismo[2*]. Sin embargo, no es difcil entender por qu muchos observadores y no slo observadores hostiles a la sociedad burguesa podan sentir que el perodo de la historia en el que vivieron en los ltimos decenios anteriores a la primera guerra mundial era algo ms que una simple fase de desarrollo. En una u otra forma pareca anticipar y preparar un mundo diferente. Y as ha ocurrido desde 1914, aunque no en la forma esperada y anunciada por la mayor parte de los profetas. No hay retomo al mundo de la sociedad burguesa liberal. Los mismos llamamientos que se hacen en las postrimeras del siglo XX para revivir el espritu del capitalismo del siglo XIX atestiguan la imposibilidad de hacerlo. Para bien o para mal, desde 1914 el siglo de la burguesa pertenece a la historia.