~~it~x~~a/~aci6nbiblio3.url.edu.gt/publiclg/lib/2016/etica/1.2.pdf · 144 ETICA APLICADA Y...

8
I " -' del actuar mor al 1 1,2,1 Ideal participativo y sociedad civil I Bibliografia: Cortina (1997), Etica aplicada y I democracia radical. Paginas (143-157), I Espana : Tecnos, J 9, IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL L EL IDEAL DEL PARTICIPACIONISMO EI hombre -los hombres concretos de carne y hu eso- son la me- dida, si no de todas las cosas, a1 men os de los sistemas sociales ' . Y si bi en es cierto qu e las estructuras sociales resultan ser geneticameme an- teriores a los individuos concretos, no 10 es menDS que las estructuras son transfo nnab les y d eben ser tran sformadas cuanda no res pet an a sus portadores, sino que los ahogan, como viene ocurriendo a 10 largo de la historia hum ana. La eual no significa hablar de utopias y revoJuciones totales, pero sf recorda!" que hay injllsticia mientras sean clespreciados «sistemati camente) ---es cl ec ir, por los sistemas- muchos, algunos, lin hombre de carne y hueso. Sin embargo, mediI' la injusticia no es facil si no contamo s can al- glm canon de medida, canon que resulta complejo encontrar en una 'epoca q ue rechoza la antropo logfa metaffsica ' y tambien la filosoffa de la his- loria: si no puede apelarse a una esencia del hombre ni taqtpoco a un progreso hist6 ri co en la emancipaci6n, i,d6ncie encontrar la medida de 10 justo? En capftulos anter io res hem os aludido a propuestas como las del ti- beraiisJl10 po lftico, el racionalisma crftico 0 10 que h emos lI amada un «socialismo clemocratico liberal », que conjugarfa los esfuerzos -en 10 que ala filosoffa hace- de una etica del discurso y de la aportaci6n de M. Walz er refe ricla a In separacion de esferas y los distintos modelos ele juslicia correspond ientes a elias. Desde este conjunto descubrfamos una 111(11/171(1 ('ol7CepcirJlI de hombre, que podr[amos caracterizar como un in- {el'locl/!or j'e/lido, facultaclo para decidir sabre la correcci6n de norma\ que Ie afectan, 1110l'ido pOl' il1lereses euya satisfacci6n da sentido a la ex istellcia de normas, capaeitado para lom ar decisiones desde la pers- pecli va de intereses gel7erali:ahlcs. Con ella se no s lTIu es tran los hom- , V...:r lambicn F. Sav.ller. Polflim paru Ali/adoI', Ariel, Barcelona, 1992. p. 110. ; Panl una concepci6n «postmoderna» de mewffsica, sin embargo. \'er J. Coni]!. £f Crl'IJllJndo de lei IJ!e!(1f!sica. 11431

Transcript of ~~it~x~~a/~aci6nbiblio3.url.edu.gt/publiclg/lib/2016/etica/1.2.pdf · 144 ETICA APLICADA Y...

I "

-'

~~it~x~~a/~aci6n del actuar moral 1 1,2,1 Ideal participativo y sociedad civil I

Bibliografia: Cortina (1997), Etica aplicada y I democracia radical. Paginas (143-157), I Espana : Tecnos, J

9, IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL

L EL IDEAL DEL PARTICIPACIONISMO

EI hombre -los hombres concretos de carne y hueso- son la me­dida, si no de todas las cosas, a1 men os de los sistemas sociales'. Y si bien es cierto que las estructuras sociales resultan ser geneticameme an­teriores a los individuos concretos, no 10 es menDS que las estructuras son transfonnables y deben ser transformadas cuanda no res pet an a sus portadores, sino que los ahogan, como viene ocurriendo a 10 largo de la historia hum ana. La eual no significa hablar de utopias y revoJuciones totales, pero sf recorda!" que hay injllsticia mientras sean clespreciados «sistemati camente) ---es clec ir, por los sistemas- muchos, algunos, lin hombre de carne y hueso.

Sin embargo, mediI' la injusticia no es facil si no contamos can al­glm canon de medida, canon que resulta complejo encontrar en una 'epoca que rechoza la antropologfa metaffsica' y tambien la filosoffa de la his­loria: s i no puede apelarse a una esencia del hombre ni taqtpoco a un progreso hist6rico en la emancipaci6n, i,d6ncie encontrar la medida de 10 justo?

En capftulos anter iores hem os aludido a propuestas como las del ti­bera iisJl10 polftico, el racionalisma crftico 0 10 que hemos lIamada un «socia lismo clemocratico liberal », que conjugarfa los esfuerzos -en 10 que ala filosoffa hace- de una etica del discurso y de la aportaci6n de M. Walzer refericla a In separacion de esferas y los distintos modelos ele juslicia correspondientes a elias . Desde este conjunto desc ubrfamos una 111(11/171(1 ('ol7CepcirJlI de hombre, que podr[amos caracterizar como un in­{el'locl/!or j'e/lido, facultaclo para decidir sabre la correcci6n de norma\ que Ie afectan, 1110l'ido pOl' il1lereses euya satisfacci6n da sent ido a la ex istellcia de norm as, capaeitado para lomar decisiones desde la pers­pecli va de intereses gel7erali:ahlcs. Con ella se nos lTIuestran los hom-

, V...:r lambicn F. Sav.ller . Polflim paru Ali/adoI', Ariel, Barcelona, 1992. p. 110. ; Panl una concepci6n «postmoderna» de mewffsica, sin embargo. \'er J. Coni]!. £f

Crl'IJllJndo de lei IJ!e!(1f!sica.

11431

144 ETICA AP LICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

bres como seres capaees de aUlonomfa, eapaces de proyeClos \'ilCl/es y dotados de un sentido de lajusticia.

Que con estas caracterizaciones no estemos bosquejando la esencia del hombre no significa que este no sea el tipo de racionalidad humana ganado de form a irreversible a traves de un proceso de evolucion social. De modo que sistemas sadafes que impidan el desarrollo de estas CQ­

pacidades rest/Ilan inhumanos. Y esta es -3 !TIi juicio- Ia raz6n ultima de esa crftica recurrente

que los defensores del part icipacionismo Ian zan contra los partidarios cle la democracia representativa: que no pe rciben que las caracterfsticas humanas a que he aludido se vean potenciacias por un s istema polftico de democracia representativa. Y, ciertamente, Bevan raz6n. Perc tam­bien habrfa que anadir, frente a aque lJos participaeionistas que identifi­ean sistema politico y sistema social , y ex igen realizar las c ua lidades mene io nadas en el sis tema politico porque -a su juicio-- no q uedan mas ambitos sociales publicos, que Ia soc iedad civil es tam bien dimen­si6n publica de la soc iedad y que en ella las personas pueden y deben ejercer su autonomla y defender intereses generalizables, teniendo una participaci6n soci al sign ifica tiva. ·

Realizar el ieleal participativo exige entonces cambial' e l concepto de sociedad civil legado par In herencia hegeliana, que ha puesto excJusiva­mente en manos del Estado la defensa de intereses universales y Ie ha do­tado, en consecllencia, de un prestigio moral que no merece, si, a fi n de cuentas, como se muest ra par las realizaciones, el Estado no es de hecho ellugar de intereses universales, sino de equilibria de intereses sec tori al ~s en con"flieto. Sectores de la sociedad civil - los que se interesen pOl' 10 UJ11-

versalizable- tendrfan entonees que asumir un protagonismo moral e ir expl ic itando, sacando a la luz publica, 10 que en la concienc ia moral de nuestro tiempo esra impifeito: que el mundo humano puede y debe ser algo mas que e l equilibrio de intereses sectoriales en confl icto. Y esta parece ser Ia exigencia de nuestro momenta, siguiendo el pendu lo de Ia historia.

2. EL PEND ULO DE LA HISTORI A'

Parece ser ley ele la historia que las preferenci as sociales vayail cam­biando pendularmente por causas tanto ex6genas como endogenas, de modo que -en 10 que ahora nos importa- en de:erminadas epocas se

.' Este apartac!o y los siguientes del presente cupftlll0 fi enen su origen en « La ctica de una nueva sociedad civ il; de los derechos a las responsabilidacles», S(I/ 1'('1"1"(1(' , n.'-' 95R ( 1993), pp. 423-436.

IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 145

perfil an marcadas preferencias por la vida privada mientras que otras se decant an por la vida publica. En estos cambios desempefia sin duda un papel esencial la decepcion que una y otra acaban produciendo a la hora de buscar una exi stenc ia plena, porque es la decepcion por la vida pri­vada la que nos lIeva a la vida politica y solo el desencanto de la poli­tica nos devuelve al interes por la sociedad civil.

Obv iamente, puesto que de preferenc ias soc ia les se trata, se en­cuentran en cada epoca cal ificadas con toda una carga de supuesta ra­cionalidad y et ica, ya que la opcion en bog a por la vida privada 0 por la vida polftica aparece a la opini6n puhlicada como mas racional y/o mas moral que su adversar ia y por eso los di sidentes son considerados como irracionales y, segun los casas, como inmorales .

Sinnumero de cronistas puede recordarnos como los dem6cratas ate­nienses de l Siglo de Pe ricles tenian por «idiota» a quien, abandonando la discllsi6n sabre la cos a publica en Ia asamblea , se retiraba a sus asun­ros privados, poryue renunc iaba a su condici6n de ciudadano. que era 10 mas que un hombre podia ser. Mientras que los siglos XVII y XVIII des­cubrieron que busc~lr los intereses privados es una forma legftima de conducta, que puede resultar preferible a participar en los asuntos pu­blicos. En definitiva -como recordabamos con Constant- son los po­bres quienes se ven obligados tambi en a gestionarse sus problemas pu­blicos, mientras que los ricas se dedican a Sll vida privada y pagan gestores que les lIeven los negocios publ icos. Asi naceria el ideal del gobiemo representativo frente al part icipativo: como una posibilidad, ofrecida por el creci miellto de la riqueza en el mundo moderno, de pagar gestores - representantes- que nos permitan dedicamos a 10 que -segun se de­cfa- verdaderamen te nos gratifica.

Claro que no neces itamos cronistas quienes vivimos los afios sesenta de nuest ro s iglo xx para recordar un nuevo cambia de signo en las pre­ferenc ias sociales. Los ideales de emancipaci6n empujaban a quienes de sea ban ll evar un a vida plenamente humana a comprometerse en Ia trans formaci6n de las estructuras a traves de la opci6n poiftica, rele­gando en ocasiones a un segundo plano aqueHa transformaci6n, de Ia que no s610 la BibEa, s ino fiI6sofos como Kant hablaban: Ia conversi6n del coraz6n~. Era la convers i6n del coraz6n cosa de la moral privada, in­timista; el cambio es tructural, cuesti6n de la moral pl,bli ca, y aunque ambas fueran en buena ley inseparables , Ia opd6n por el cambio de es­tructuras parecfa mas urgente por su alcance, m as digna por su preten-

.j I. Kant. Dil' Religion il1l1erhalh der GrCJI:ell der h/ossC'1I \lemon]f, VI.

146 ETICA APLICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

s ion de uni versal idad. i,C6mo no ver en toda esta historia un esquema­tieo relato de «buenos y malos», cuya fidelidad conviene investigar?

Y conviene investigarlo porque, al hila de la Modernidad, las dos caras de la moneda social - 10 publico y 10 privado- se han ido iden­tificando respectivamente con 10 polftico-estatal y con la soeiedad ci­vil, repartiendose ademas entre elIas una serie de rasgos que fu eron ca­racterizandoles en el pensar de las gentes.

En efecto, olvidando que Ia sociedad civ il nacio con anterioridad a la sociedad burguesa' , hizo fortuna el concepto hegeli ano de sociedad civil burguesa y vina a identificarsele con 1a sociedad civil sin mas. Se tratarfa entonces en ella de una di mension socia l caracterizada por ras­go: como los siguientes : individu aii smo, privacidad, mercado inmise­ricorde con los debiles, plural ismo de intereses y ex istencia de clases'. leoma optar por una sociedad semejante s in incurrir en inmora lidad, si es que la moralidad se mide por el triunfo de la solidaridad , la igualdad y Ia satisfaccion de intereses universalistas?

Por Sll p arte el Estado, igualmente pens ado desde el concepto tra­zado por Hegel, represelltaba el lugar en el que se d~fienden il1feres~s universales, 10 cual presta siempre un toque de morahdad. Pero adem as la vida polftica se iba rev istiendo de eualidades tan deseables moral­mente como las siguientes: 1) recordando Ia distinci6n aristotelica en· tre actividades que tienen el fin en sf mismas y las que persiguen un fi n externo a ellas, se vino emendiendo Ia polftica como e l tipo de activi· dad que , no s610 es desinteresada en la medida en que e l polftico re­nuncia a intereses egofstas. s ino que su propio ejercicio es ya felic itante. lleva consigo su propia recompensa, tiene e l fin en sf mi sma. Y bueno es recordar en este punto como Aristoteles identificaba la fe lic idad con el tipo de actividades que tienen el fin en sf mismas, ya que la obtenci6n de tal fin -el disfrute que se obtiene del ejerc ic io mismo- desplerta por sf mismo e l deseo de seguir realizandolas7

• 2) Y. c~ertam.ente . el es· fuefzo mismo en Ia lucha, llevado a cabo con companeros 19ua lm ente comprometidos , parece ser ya una forma de vida feliz, mientras q~e la obtenci6n del cambio que can e l esfuerzo se prelencie es secunclano y, par atra parte , pertenece a un tiempo futuro, del que ya posibl cmenle cl comprometido no tenga noticia. De 10 que sf tendd notic ia es de su pro· pia transformaci6n, de su propio desarrollo personal y del de sus com-

~ J. Keane, Demo("l"ocia y so{"i('dod {"il·il. A!i.mz<l, Madrid, 1992 , pp. 5! ss. b S. Giner. £11.\"0)"0.'· cil·iles. Peninsula, Barcelona, 19::;7, cap. 2. 1 F. Cubells. £1 milo del C({'/"I/(1 re{()rIIO Y olgullos de sus deril'{l("iollt'.\· docfrjlllllt's ('II

la/ilosoffo griego, Anales del Seminario de Valencia, Valencia. 1967, pp. 94 ss.

lDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 147

paiieros, en la medida en que se esfuerzan par conseguir un senti do del des in teres y la justicia~.

Estas son sin duda algunas de las razones que han llevado a cierlOs sectores que podrfamos calificar de «progresistas» a optar por la activi· dad polftica en determinados momentos y, aun mas, a preferir una de· mocracia participativa frente a una representativa.

Sin embargo, el ultimo capftulo d e nuestra historia no es este, sino mas bien -segun dicen- el del retorno a la vida privada, par esa inexorable ley del pendulo preiiada de decepciones que, conse­cuente con los desencantos causados par la polftica, aconseja a los individuos racionales consagrarse modestamente al cultivo del pro· pio huerto y dej aj· a representantes e lec tos el cultivo de las grandes extens iones poifticas. Y e n este capftulo oc urre que, asf como en el an te r ior el privatista era inmoral y el polftico se conducfa moral­mente, ah ora el privatista, no es que sea mas a men os moral, sino que obra como un ser rac ional, mientras que e l que opt a por Ia polftica obra racionalmente solo si a traves de ella busca tambien Sli prm/e· eho privado. Porque el problema no pareee estar ya en la moralidad o la inmoral idad de las ope iones, sino en la rac ionalidad de las elee­ciones, habi da c uenta del mundo que nos rodea. Y en este orden de cosas cabe decir «tonto el pe nultimo», es decir, tonto el que todavla sigue en el capftulo penu!timo de la novela, empeiiado en una trans· for mac ion de 10 publico desde intereses universales. EI pobre aun no se ha ente rado de que e l servicio a la polftica s610 es racional si de el se obtiene provecho priv ado.

Como habra podido apreciar el leetor al hilo de esta esquematiea his­tori a de buenos y maios, de racionales. irracion ales y vuelta a empezar, la ley del penduio es inexorable, pero - qu isiera afiad ir ahora- no nos devllelve en su inercial balanceo a! punto de partida, sino a un punta an­terior modfjlcado, porque en los sucesivos movimientos algo hemos ida aprendiendo. LY que hemos aprendido en el punto en que nos encon­tramos?

3. EL DESENCANTO POLiTICO

La decepc i6n que ha Ilevado a buena parte de la poblaci6n -tam­bien de 1<1 poblaci6n comprometida- a clesconfiar de la fuerza trans-

, o. Hirschm,ll1 , Il/ lerCS primdn y occit)1I jJlihlica . F.C.E. Vl cxico. 19R6. cap. V.

148 ETICA APLICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

formadora de la actividad polit ica podrfa deberse a causas como las si­guientes:

I ) L a corrupci6n que, al parecer, se produce porque la actividad politica no satisface por si misma a los politicos de oficio, en el sen­tida mencionado de la praxis aristotelica que tiene el fin en sf m isma yes por su mismo ejercicio felic itante, y pOl' eso quienes se dedi­can a ella buscan tambien la promocion de su fortuna pri vada. Por decirlc con Hirschm an, «la corrupci6n pliede concebirse como una respuesta a un cambia de los gus tos; se compensan con gananc ias materiale:::. las perdidas experimentadas en 1a satisfacci6n producida por la accian en aras del interes publico»'!, Cosa que es hu man a­mente comprensible, pero no esta de recibo pOI-que la vida polftica clecfa legitimarse precisamente por la busqueda de 10 universal , y de ahf Ie venfa la supe ri oridad moral freme a la eco n6mi ca y frente a otras opciones «particul ar istas» de la soc iedad c ivi l. POl' eso, si la organizac ion de 10 pllblico degenera en patrimonia li smo, en mane­jar bienes PLlblicos con fines privados, pierde la politica toda su le­g itimidad.

2) Pero tam bien pierde su credibilidad, porque el c iudadano empieza a percibi r que tan manipulado es en la vida politica como e n las otras que se dicen privatistas, que no es mas sujeto de deci s iones en una que en las otras.

3) Por otra parte, cuando la politica toma este derrotero, e l publico empieza a dudar seriamente de que la creacion de riqueza, que se dice es el fin cle una accion privada como la economica, sea moralmente in­ferior a la busqueda de poder, que se revela paulatinamente como la meta exclusiva de la accion poHrica . En definitiva, (,110 puede la c reacion de riqueza favorecer a todos, mientras que las luchas par e l poder solo be­nefician a quienes 10 conqui stan? lfl.

4) A roclas estas razones para la decepcion an~e 10 polftico se une la nefasta experiencia del estati smo, vivida por los Ham ados paises del Este. Sin el tejido de L1na sociedad c ivil el individuo se sienre inerme ante un Estado omnipotente: solo eI Estaclo existe , no cuentan el indi­vicluo ni la sociedad il.

5) Y, por ultimo, cabrfa recordar que la vivenc ia cle los ciudadanos de 10 politico como protagonistas no pas a de la accion de depositar un voto en las limas, con 10 cual, a pesar de las proclamas de S li autonom fa

" A. O. Hirschman. 0[1. !"if., pp. 137· [38. \1 . Ibfd., p. 143. <I Ver, pOl' ejemplo, J. Keane , op. Cif., cap. 6.

IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 149

y soberanfa, se sabe irrelevante en 1a democracia representativa. Hasta el punto de que buena parte de la lite ratura sociopolitica en los ultimos tiempos trata de inquirir que motivos pueden inducir a los ciudadanos a VOlar, cuando el coste de hacerlo, pOl' mfnimo que sea, todavia es supe­rior al beneficio.

Todas estas, y otras mas", pueden ser razones para este camb io de preferencias hac ia 10 pri vado que marcan nuestro momenta, y es de ley reconocer que son razones de peso. Pero, si todavia somas seres inteligentes (cosa de la que cabe dudar), no son razones para retornar ala sociedad civil como lugar de 10 privado, sino a ot.ra cosa, que es de 10 que quisiera tratar a conrinu ac ion. Porque , como afirma N. Lopez Calera, «entregarse incondicionalmenre en manos del Estado .puede ser caer en las redes de un proceso de sustanci alizac i6n negati va del Estado, como el que se esta produc iendo en los ultimos ti empos. En­tregarse en manos de la sociedad civ il es volver a que las relaciones funda mentales de 1a vida colectiva sean determinadas por minorfas po­seedoras del gran capital y de los mas importantes medios de produc­cion»!.' . Por eso prev iene contra las propuestas neoliberales de un Es­tado mfnimo que, en definitiva, dejarfan e l poder en manDS de un a sociedad civil como la descrita, y sug iere la necesidad de un Estado democratizado. Confiar en e l seria preferible a confiar en la soc iedad civil, por una parte, porque los poderes estatales son mas iOf"alizables que los privados, si cometen en·oresl~ y, por otra parte, porque el Es­tado ooza de mayor raci onalidad grac ias a su legitimidad democnitica. o _ De ahi que proponga L6pez Calera conferir a l Es tado una hegemonJa relati vaL~ .

Ciertamente la propuesta es importante y rompe la inadmi sible di­cotomia «0 soc iedad civil 0 Estado». Sin embargo, la opcion a favo r del Estado que Yo, el Estado presenta descansa en un a propuesta que -a mi juic io- resu lta diffcil de compartir: la de recuperar la fun ci6n de paradigma moral que e l Estado tllvO en algunos c1asicos de la fi-

I ~ Vel" C. Dfaz. La politica como jllslic;a Y {Jlldo!", Madre Tierra. M6stales, \992. pp. 51 ss. .

" N. L6pez Calera, Yo, l'I Eswdo. p. 114. Para nuestro autor, e[ Estado se su~tanc\a­liza nCl!;ltivamclltc cuanda adquicrc una funci6n .WSf(lIlCia/isru, cllanda se canv\crte en sus!an;ia, cs dcci r. cllanda valc en sf, par si y para sf. Una susl<lnc ia!izaci6n positiva. por el C011l ralO, consislirfa en «rcl"undar» un Estado prorundamente dcmacni.tico. compra· mctido con lIna dcmocmcia econ6m ica y social. Dc un Estada semejantc se acupa Lopez Calera sohre todo en la parte III del cilado libra.

IJ Ibid .. p. 25. ., Ibrd .. p. 1\0.

150 ETICA APLICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

losofia polit ica". iEs en el Estado donde tenemos que buscar las ener­gias morales , 0 es mas bien en aquellos lugares en que se brega por intereses uni versalizables, aunque se trate en nucleos de ia sociedad c ivil ?

Antes de responder a esta pregunta conviene quebrar un hechizo: conviene quebrar la inercia de esas monotonas secuenc ias <<je) rey ha mueflo, viva el fey!», «j Ia sociedad civil no es fiable, pongamonos en manos del Estado!», ({j Ia devoci6n al Estado ha muerto, viva la socie­dad civil !». Porque, a 10 mejor, al rey no sucede otro rey; "10 mejor, a la muerte de la devocion pOl' 10 politico no sucede I" devocion pOl' una particularista sociedad civil. A 10 mejor es tiempo de enterrar a Hegel junto can sus dos esquematicos conceptos de Estado universali sta y 50-

ciedad civil particularista y, despues de pronunc iada la oracion funebre, que al cabo se 1a merece, reconocer que el Esrado es necesario, pero no ellugar sagrado monopolizador de 10 universal, que 10 plihlico no se identifiea con 10 po/ft;co y que 10 sodedad civil encierra de heel/{) y de derecho un fuerre potencial de universalismo y solidaridad.

Y recordar, por ultimo, que uno y otro sonposi/Jles por los hombres concrelos , uno y otro estan 01 servic;io de Ins hombres COl1crelOS. De ah! que, como afirma Carlos Diaz, s in una cnnversir5n del cora:/in mal 10 tengan los tiempos que corren para engendrar un nuevo Estado, LIll a so· ciedad civil nueva 17

4. ADl6s A HEGEL: EL POTENCIAL ETiCO DE LA SOCIEDAD CIVIL

Que sociedad civil y Estado son dos dimensiones ineludibles de la organizaci6n social es una afirmaci6n de la que ya pacos dudan . Y en este senti do recuerdo con simpatfa la correcci6n que se vieran obliga· dos a hacer a tad a prisa los editores del colectivo l.Rej7ujo 0 Retorno de /a Sociedad Civil?, ya que la imprenta escribi6 como pri mera parte del tftulo: «Sociedad civil 0 Estado», con 10 clial nuestros amigos pa­redan plantear lIna cruda disyu nti va entre Ia anarq ufa 0 e l Lev iatan 's. Corregida Ia errata, cambi6Ia «0» por una (Y», que es 10 que ha pasado

l~ Ibid ., p. 82. l' C. Diaz, La Pvlflieu COlllO jllslieia y pudor, pp. 167- I 74. l~ AAVV, Sociedad cil'i/ y £stado. iRcjlujo () rt'lOmo tic III soci"dad dl'il? Fundil­

ci6n F. Ebertllnstituto Fe y Secularidad, Madrid. 198H.

IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 151

en definitiva en nuestro momento, en el que bien pocos apuestan, al menos expresamente, por una anarqufa descarnada 0 pOl' un Estado to­talitario.

En este, pues, como en muchos Ou"OS campos, estamos hoy par la complementariedad, mas que por las unilateralidades. Sin embargo, no todos los modos de complementar son iguales ni nacen de la misma fuente de energfas; par eso quisiera yo ahora llamar la atenci6n sabre un curioso hecho, y es el de que hoy en dia relevantes autores tenidos par progresistas ~si es que estas calificaciones siguen valiendo para algo~ pongan Ia esperanza de lograr una mas autentica democracia en una re­vitalizaci6n de la sociedad civil.

En efecto, un autor del calibre de M. Walzer nos recuerda que los hombres no somas s610 polIticos, 0 producrores, 0 consumidores 0 miem­bros de llna naci6n, como qu isieron las ideologfas polilicistas, econo­micisl<lS, capitaiistas 0 nac ionali stas. EI homhre es ante todD miemhro de Lilla socia/ad dril, que alcanza clesde la familia, la amistad 0 la ve­cindad, la Iglesia, Jas cooperativas 0 los movimientos sociales, a todo aquel «cspacio de asociaci6n hum ana sin coerci6n y al conjunto de la trama de relaciones que llen an este espacio», de suene que su perte­nencia a 1<1 sociedad civil es el mkleo coordinador de los restantes 1'as­gos. (.C6mo lograr una democracia autentica sin tener en cuenta este ser meramente social del hombre? Si bien es cierto -concluira nuestro au­tor~ que s610 un Estado democratico puede crear una sociedad civil de­mocnltica, no 10 es menos que s610 una soc iedad civ il democratica puede mantener lin Estado democratico; y este ultimo factor ha sido olvidado tn exceso pOl' los buscadores de una democracia autentica "'.

En un tono no muy diferente a1 de Walzer se pronuncia A. Gorz a traves de esas SLiS propuestas ut6picas, de las que autores mas modera­dos tralan de ex traer sugerencias «realistas» . En 1a plurna de Gorz se transforma la sociec/(ld ddt en un reino no estatal de cooperacion vo­luntaria en tre individuos y grllpos iguales, que han side liberados del trabajo soc ialmente necesario, y el ESfado, en aquella esfera de instilu­eiones jenlrquicas obligaLOrias, que son necesarias para cOOl'dinar y ser­vir efectiva y eficazmente a la soc iedad civiP'. Con 10 cllaiia comple­mentarieclad entre ambos mas pone su confianza en la sociedad que en el Estado y haec de este ultimo un garante y serv idor de la sociedad civil.

I~ M. Walzcr. «La idca de socicdad civil» . Deha{s. n.~ 39 (1992). p. 37. " J. Keanc, 01'. 61 .. pp. 113- 114.

152 ETiCA APLICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

Par ultimo, 1. Habermas, como dlJimos, recurre expresamente al mundo vital y a la posibilidad de crear en el potentes redes de asociaciones que se orieJ1lell pOl' intereses unil'ersalistas para quedar con la tranqUllidad de que la izquierda no marxista todavia tiene un papel que c1ese~penar, que,es pre­cisamente el de fomentar esas redes~'. Y es que la teona habem1asJana de la sociedacl - recordemos- distingue entre los campos de acci6n media­tizaclos par el dinero (la economia), por el poder aclministrativo (la poli­tical y par la solid arid ad (mundo vital), apuntando que los d,os pnmeros quedan mediatizados en buena ley por Ia r~ci~nahdad, estrateglca, rnlen­tras que el ultimo esta regido por la comUnICatlva. l,Como poner la espe­ranza de democratizaci6n solo en mecanismos politicos que, aunque ne­cesitados basicamente de iegitimidad, estan en manos de quienes se mueven par la busqueda y conservacion del poder? Es: pues, desde elmulldo vital desde donde es preciso recordar al pocler po/weD que se leg/lima pOI /n­

trreses Ifl1h'ersalislas; es, pues, dcsc/e el munc/o vital desde donde habrfa que reco,.dar 01 sistema ceonamieo que est6 (II servicio de los q{eetac/as22

Se trata, pues, de fomentar la formacion cle redes social ~s en el mundo de la vida, preocupadas par intereses universalizables, que lI1fluyan en la for­macion democfCitica de Ia voluntad de los ciudadanos; redes, por otra parte, que recllerden al sistema polftico SlI obJigacion de universalidad, pero que no intenten conquistarlo. .

Cierto que el concepto de munclo vital es sumam.el:te ambl.guo y que, pOl' supuesto, no coincide can la topica soc iedad Cl~tl hegeiIana, ~ntre atras razones, porque no incluye el munclo econ6mlco; pero 10 mlsmo sucede en el caso de Walzer a de Gorz, entre mu chos otros, Par otra parte, el concepto mismo de sociedad civil encierra sie~1pre grande.s am­biguedades, en primer lugar, porque los conceptos soctales ev~luclOnan historicamente y no quedan acufiados de una vez por todas -I glial que Ie ocurre al concepto de Estado--, pero tambien porque, al referirnos a e lla, incillimos a la vez solidaridad y autogestion, ini ciativa pnv~da y concurrencia~\ el mundo sin coercion estatal y el mundo de coacClOnes facticas iNo quiere esto clecir que el recurso a la so~iedad ~i:il pOl' parte de autores como los mencionados, mas que a la socledad clvIi en su con­junto como lin elemento identificable en la real~da~ soc ial, nos I~emite a esos reducros eticos de esperallzo , que 110 se de.JOIlI17strumentalr:or pOl'

!I J. Habermas, Fakli:ilti! IIl1d Gelwl/g, Sllhrkamp. Frankfurt. 1992. pp. 600 ss.; ver capItulo 7 del presente libro.

!: J. Conill. <<Erica del capiralismo)). : ; F. Ran!!eon, «Societe civile: histoire d'un mOl)" en J. Chevalier (cd.), La .'Weihe

ci\'i/e, P.U.F.-Paris, 1986, pp. 31-32.

\ IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 153

el dinero, pero tampoco por el poder polftico? iNa es una sed de soli­":daridad y universalidad no saciada par el hombre economico ni par el hombre politico 10 que nos Beva a esos lugares sociales en los que solo tiene sentido la solidaridad: a los grupos primarios, como la familia a los amigos, a los secundarios, como escuelas, iglesias, asociaciones de­sinteresadas y movimientos sociaIes?~~. iNo estamos reconociendo en definitiva que aqueBos mundos en que la mediaci6n del poder -sea eco­nomico 0 polftico-- es tan necesaria como Ia luz del dfa, no pueden ser la fuente origin aria de una moral de la solidaridad y la universalidad?

Sf, por supuesto, de una moral hobbesiana, centrada en el egofsmo; tambien de una moral colectivista, como la que engendraron hegelia­nismo y marxismo, perc no de una moral empefiada en reconocer a cada hombre -persona- que es un fin en sf mismo, 10 cual es imposible sin solid arid ad. Yes precisamente de esta ultima de la que -al menos ver­balmente- dicen nutrirse nuestras democracias.

Por eso seria bien positivo que, en 10 que hace al Estado, abando­nara el halo sagrado que Ie circllnda, como si fllera en exclusiva ese lu­gar de 10 universal que no es: serfa bien positivo que 1a polftica dejara de comerciar con la mfstica. viendo si por race se Ie contagia alga de numinosidad con que cubrirse sus fal los, y que dejara la salvaci6n de los hombres para quien pueda regalarla2

\ serfa bien positivo que el. mundo polftico se reconvirtiera. como el industrial 0 el agrario. y se limitara a proveer de 10 que realmente puede ofrecer: ser e l garante de los dere­chos de los ciudadanos, 10 cual significa no solo proteger los derechos polfticos y civiles, sino empefiarse en 1a tarea de justicia distributiva que conviene a los derechos economicos, sociales y cu lturales, y facilitar a

:l A. Llano, La 1/II{'I'a sel1sihilidad. Espasa-Calpe, Madrid, 1988. !j Creo que en iste. como en alros tantos pumos. estoy de acuerdo con C. Diaz, y que

las difcrencias procedcn m,\s bien del uso de los terminos . Como la polltica ha dado en ser 1.1 actividad de 10 publico-estatal, yo prefiero seguir utilizando en este sentido eller­mino «poilli ca», porquc si no la gente ellliende que cstamos atribuyendo al Estado tareas que en re;liidad nos parecen simplemente publicas. Creo que Carlos y yo canvenimos en que un medico, un juez 0 un profesor puede apoliar tanto;\ In lrans fomlaci6n de la res publica como pueda hacerlo un gobemante, pero las gentes no enrienden normalmente que la tarca del medico, el juez 0 el profesor sea polftica y, si se les invita a no encerrarse en la vida privada y enlrar ~n la poJ[tica, entiendcn que se Jes conmina a entrar en un par­tido polftico y a valorar como sociales s610 1:ls !areas que desempeoan los polfticos de oficio. Esto misma ocurre. (\ mi modo de vel'. can III mlstic,l. Sin duda la dimensi6n mls­li ca es fundamental para toda actividad humana, perc. clIanda se dice que es preciso unir mlstica y poHtica. hay una tcndencia malsana a enrender que Iii pQlftica estatal comporta un h;da saurado, cuasidivino. que hace de los politicos scmidioses y, en algunos casas, dioscs. Dt;kahf 111i resistcllcia n unir 10 mistico a 10 poJ[lica.

154 ETICA APLICADA Y DEMOCRAClA RADICAL

I ~ sociedad civil que desempeiia las tareas que a ella corresponden. Se­na el Estado, pues, un garante y facilitador. I.Cual es la tarea de una so­c iedad civil igualmente reconvertida?

5. ETICA DE LA SOCIEDAD CIVIL: DE LOS DERECHOS A LAS RESPONSAB ILIDADES

Segun los defensores del comunitarismo y seglin determinados sec­tares femml stas, el panorama moral de las sociedades «avanzadas» es desolador. Entre otras razones, pOl·que el credo liberal que nos asiste -y el sociali~ta no se~fa en esto sino su agudizaci6n- es [uente a 10 sumo de legalldad estncta, pero dificilmente de mornlidad.

Elliberalis~o, seg(m estos sectores crfticas, es una ideologfa social fund ada sabre pilares como individua, derecho y contraro, porque ve en cad a hombre c3.si exclusivamente un sujeto de derechos, entre los que c~enta su capac ldad de contratar; de ahf que construya una real idad so­Cial basada en la instancia, el rec urso, la impugnaci6n , Ia q uerella. la trampa legal y todo ese munclo de papeleo que lInos lanzan call1ra otros. Desde el podriamos imagi nar s in ·mucho esfue rzo nuevas m alaventu­ranzas, como las siguientes: jAy de! que desconozca SljS derechos, por­que no se Ie respetanl ni uno solo! jAy de quien no encuentre y pueda pa~ar a un buen abogado para defenderlos, porque sera como si no los tu vlera! Yes que los juristas -dice socarronamente MacIntyre- son los c1erigos de la democracia liberal.

C iel1amente, se este 0 no de acuerdo con las soluciones comunita­rias, mal 10 tiene el mundo contemporaneo en cuestiones de moralidad, ya que su aspiraci6n maxima en este ambito parece consis tir en cubrir unos mfnimos de derecho y justicia, probablemente porque estan tan le­jos de respetarse universal mente siquiera sea los dereehos humanos que ese minimo pareee un maximo. Pero, en cualquier casa, 10 bien cierto es que incluso para conseguir ese poco ---0 mucho, segu n se mire- hace falta bastante mas que un Estado garanle de los derechos, unas leyes transparentes, ~n cuerpo sabio de especiaiistas y una justicia efieaz, por­que 10 necesano es aqui claramente insufieiente. (,0 tiene fu erza bas­tante un mundo de leyes y recelos, de contratos y fi gu ras pennies, de querellas y recursos -un mundo a la defensiva- para respetar univer­salmente la dignidad humana? . Creo que la respuesta a semejante cuesti6n no puede ser sino neoa­

tl.va. Y no porque no sea necesario plasmar en leyes clanls toda exig:n­CIa que ayude a respe tarla, de modo que vaya cre,lndose conc iencia de

ICEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 155

que este es un nivel irrenunciable, sino porque un mundo de hombres a Ia defensiva es impotente incluso para asegurar unos mfnimos de justi­cia; para que hablar ya de la felicidad.

Sin la conversi6n del coraz6n de cada hombre concreto, sin su coo­vicci6n sentida del propio valor y del de cualquier otro hombre concreto, el orden jurfdico y politico es impotente incluso para defender unos mi­nimos de dignidad. Y esto es 10 que olvidaron cuantos, deslumbrados par la espectacular promesa de un cambia de estructuras, acabaron prac­ticando mas 0 menos conscientemente una inexistente escision entre 13 dimensi6n Intima y el munclo social externo, y esperaron del cambia de estructuras la aparici6n de un hombre nuevo.

No hay hombre nuevo sin conversi6n del coraz6n: ahf radica nues­[fa mas profunda autonomfa. Por eso incluso a los defensores de eticas de minimos, que parecen asegurar tan s610 una moral democdtica~/), se les escapa esa curiosa partfcula que revel a todo un mundo interior: cual­quiera que qu iera argumentar en serio -dice ApeJ- sobre la correc­ci6n de normas morales, ha de presuponer ya siempre una comunidad ideal de cOlTIunicaci6n; Los derecho5 en serio es el tftulo del conocido libro de Dworkin: una moral de la seriedad es la propugnada por E. Tu­gendhat~7 . Pero tamar algo en serio (,no es es una inali enable opci6n del coraz6n? i Y no es una opc ion positiva, mas que defensiva; llnJ opcion por asumir responsabilidades, no s610 por defender derechos?

Quien tom a en serio el valor de lodos los hombres concretos se 5abe­siente responsable de ellos, y de ahi que se Ie abra un mundo bien dis­tinto al del cierecho, el recelo, la defensa, el contrato: ese mundo de la solidaridad positiva de guien se sabe ante su coraz6n responsable de cualguier otro.

Esre es el mensaje de quienes ven en el dialogo la forma de integrar justicia y soJiclarjdad~H. Pero tam bien el mensaje de cuantas/cuantos re­cllercial1, frente a las eticas centradas exclusivamente en 1a justicia, que la eonciencia de 10 justo es una forma de conciencia moral, perc no la unica, que en el mundo moral suena 1a voz de 1a justicia, pero tam bien «una Val diferente»: la voz de la compasion y el cui dado.

En este sentido se pranuncia C. Gilligan en su ya celebre trabajo In a Different Voice, recordando - con datos empfricos mas 0 menos dis-

:" K. O. Apc!. A Cortina. J. De Zan y D. Michel ini. Erica crJllwllicarim \" dem(}("ra-cia; v. D. Garcia-Marza, Efica de /0 .II/Sficia. .

:7 J. Conill, EI elligma del (Illimal jOl1fo.l'fic(J. cap. 6. ~. H:~bcrmas, ~duslicia, y solidaridad», en K. O. ApeJ. A. Cortina. J. De Zan y O .. \1i­

chelini, EI;co CO!/lwlic(lfil'O y dc/}/ocracia . pp. 175-2m::.

156 ETICA APLICADA Y DEMOCRACIA RADICAL

cutibles- que el modelo de progreso moral ontogenetico no es unico, tal como Kohlberg da a entender, sino que existe al menos tam bien un modelo «femenino», que s igue unas eta pas de desarrollo diferentes". Recurriendo a entrevistas sobre temas que afectan especial mente a las mujeres, como es el del aborto, disefia Gilligan un moclelo de desarro­llo moral , que sigue tambien tres estadios , como el de Kohlberg: prc­convencional, convencional, postconvencional. S610 que en el modele kohlberoiano estos tres niveles se determinan segun la madurez en la e formulacion de juicios de justicia, y en el modele de Gilligan tienen por referente Ia compasi6n y el cuiclado.

Parque los varones, en las democracias liberales, progresan mora1-mente cuando p,asan de tener por justa 10 que egofstamente les conviene (niveJ preconvencional) a tamar por referente las norm as de su sociedad (n ivel convencional), llegando a1 nivei maximo de madurez cuando son capaces de formular principios universalisras desrie los que critican las normas de su soCiedad (nivel postconvencional). Se entiende aqui que el proceso de personalizaci6n es el de individualizaci6n, y que un individuo esta mas maduro cuando mas independiente se sabe de las tramas soc ia­les, cuando mas aut6nomo es para sellar contratos. Las mujeres. por el contrario, macluran moral mente a1 tamar distintas actitudes en Ia compa­si6n y el cuidado. Porque, s i ell el primer nivel (preconvellcional) tam bien el egofsmo es el referente, en el segundo, cuando quieren insertarse en su sociedad para que las acoja (convencional), se ven obligadas a asumir las virtudes que la socieclad espera de ell as, y por eso se hacen responsables de la trama de relaciones que les es encomendada (padres, hijos, paJ'ien­tes enfennos). La maduraci6n no consiste entonces en un progreso en Ia individualizaci6n, sino en un progreso en asumir compasiva y cuidado­samente relaciones que deben ser protegidas por su vulnerabilidad: la mu­jer se s iente responsable de 10 vulnerable y debit, que ha de proteger.

Sin embargo, la fase suprema de maduraci6n no es la convencional, sino aquel nivel postconvencional en que una mujer toma conciencia de que ella tam bien es un ser tan digno como los rest an tes y esta d ispuesta a romper con las normas convencionales con lal de ser aut6noma. La madurez vendnl., pues, cuando aut6nomamen te se sepa responsable de Ia trama de relaciones en la que ella es una persona fundamental, por­gue no hay madurez sin autonomfa y no hay madurez sin compasi6n y sol idaridad pOl' 10 debil y vulnerable.

:0' C. Gillig,ln, III a Dijferellf Voice. Para las cr(( ica~ a!lrabujo de Gil!ig,m, vcr, por ejempio, A. Maihofer, «Anstitze zur Kritik des moralischen Universalismus». Femill;,\"­th,.che Srlldien,. ! (1988), pp. 32-52: S. Benhabib, Silll(J{illg rhe Self, Part. II.

IDEAL PARTICIPATIVO Y SOCIEDAD CIVIL 157

Creo que a 13 a ltura de nuestro tiempo las dos voces son comple­mentarias, porque no hay justicia sin compasi6n por 10 debil ni hay so­lidaridad si no es sobre las bases de la justicia.

La soc iedad civi l que necesitamos no es, pues, la que se mueve por intereses particularistas, como quelTfan autores como Hayek, sino la que desde Ia familia, Ia vecindad, Ia amistad, los movimientos sociales, los grupos religiosos, las asociaciones movidas por intereses universalis­ras, es capaz de generar energfas de solidaridad y justicia que quiebren los recelos de un mundo egofsta y a Ia defensiva. Una sociedad seme­jante sera imposible sin una moral creciente de las personas que Ia com­ponen, moral que hoy se expresa en 10 que, con mayor 0 menor fortuna, se viene denominando el auge de Ia «etica aplicada».