José Manuel Balmaceda (1839- 1891) fue uno de los ...

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Presidente José Manuel Balmaceda en el Consejo de ministros del 7 de enero de 1891. Óleo de Pedro Subercaseaux. Al centro está el presidente Balmaceda (Museo Histórico Nacional). José Manuel Balmaceda (1839- 1891) fue uno de los personajes más interesantes y complejos de la historia de Chile. Su brillante carrera política se vio coronada en 1886 con la mayor distinción que puede recibir un hombre público en el país, cuando fue elegido Presidente de la República ALEJANDRO SAN FRANCISCO: Profesor del Instituto de Historia y de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile, miembro del Consejo de la Red Cultiral UGM.

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Presidente José Manuel Balmaceda en el Consejo de ministros del 7 de enero de 1891. Óleo de Pedro Subercaseaux. Al centro está el

presidente Balmaceda (Museo Histórico Nacional).

José Manuel Balmaceda (1839-

1891) fue uno de los personajes

más interesantes y complejos

de la historia de Chile. Su

brillante carrera política se vio

coronada en 1886 con la mayor

distinción que puede recibir

un hombre público en el país,

cuando fue elegido Presidente

de la RepúblicaALEJANDRO SAN FRANCISCO: Profesor del Instituto de Historia y de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile, miembro del Consejo de la Red Cultiral UGM.

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Balmaceda y la Guerra Civil de 1891

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El hombre “llenó La Moneda”, al decir de Emilio Rodríguez Men-doza, y si existían los mejores augurios para su administración: el país estaba con una situación económica envidiable, producto de la riqueza del salitre; había una república consolidada con treinta años de continuidad institucional (en contraste con las demás naciones del continente que habían experimentado guerras civiles o cambios constitucionales); el sector liberal que apoyaba al gobernante se veía firme frente a la alternativa política conservadora. Y, en una cifra digna de consideración, Balmaceda obtuvo 324 de los 330 electores que lo llevaron al gobierno, mayoría poderosa que ilustraba sobre la situación política nacional.Ya en pleno ejercicio del cargo Balmaceda inauguró una práctica notable que ha destacado Rafael Sagredo en sus investigaciones: el gobernante viajó al norte y sur de Chile a reunirse con personas de distintas provincias y situaciones, en un hecho inédito y lleno de significado. El Presidente de la República, habitualmente confinado a la capital, irrumpía como una figura política nacional y era capaz de “llevar el Estado” a las zonas más apartadas, lo que transformó a Balmaceda en un personaje popular y admirado. Todo parecía marchar por buen camino.

Chile al borde del abismoSin embargo, había un área que el gobernante descuidó o no supo manejar adecuadamente: la política, su relación con los partidos y específicamente con el Congreso Nacional. En efecto, Balmaceda perdió apoyos importantes en tanto llegó al poder, como eran sus cercanos compañeros de las leyes laicistas, Augusto Orrego Luco e Isidoro Errázuriz; luego se distanció de otros grupos dentro del liberalismo así como de los miembros del Partido Nacional donde radicaban figuras tan importantes como Agustín Edwards y Pedro Montt. El Partido Radical recelaba de la intervención electoral del Ejecutivo, mientras los conservadores eran adversarios tradicionales del ex ministro de Domingo Santa María.Así llegó Chile a 1890, un año crucial en la historia. En esa época Balmaceda – tras haber perdido el apoyo de la mayoría parlamen-taria – tomó una de las decisiones más originales y peligrosas de su gobierno: convocó a un gabinete de naturaleza presidencial y que integraba a un militar en sus filas, el General José Velásquez en la cartera de Guerra. Con ello los militares ingresaban a la política, en un contexto marcado por la polarización creciente, que no se revertiría durante todo el año. Sea por razones estrictamente po-líticas, por afectos y desafectos personales o bien por la creciente odiosidad de la prensa, gobierno y oposición vieron como sus posi-ciones se distanciaban cada vez más, mientras el país ingresaba a un dramático despeñadero. En diciembre los diarios balmacedistas y congresistas llenaron sus páginas de advertencias, anunciando la llegada de una dictadura, una revolución o una guerra civil. Chile estaba al borde del abismo.

La guerra civil de 1891El 1° de enero de 1891 el presidente Balmaceda publicó un Manifiesto a la Nación donde resumía su visión sobre el conflicto político contra el Congreso, y se concentraba en dos ideas principales:El dilema entre el gobierno representativo (presidencial) y el parla-mentario. Balmaceda, obviamente, se pronunciaba por el primero, según era su comprensión del texto constitucional.

Ya en pleno ejercicio del cargo Balmaceda inauguró una práctica

notable: el gobernante viajó al norte y sur de Chile a reunirse con personas de distintas provincias y situaciones,

en un hecho inédito y lleno de significado.

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Respecto del Ejército y la Marina, esperaba que estas instituciones obedecieran “ciegamente” a su Jefe Constitucional, el Presidente de la República, frente a las numerosas insinuaciones del año anterior, que pedían expresamente la deliberación militar contra el gobierno.El gobernante concluía su documento de una manera directa y clara: “La hora es solemne. En ella cumpliremos nuestro deber”. La traduc-ción práctica era muy clara: “La situación es muy grave, llegaremos hasta las últimas consecuencias”.Los días siguientes fueron de una efervescencia creciente. Edito-riales incendiarios en la prensa, contactos con los uniformados para que tomaran una u otra posición, movimientos día y noche en La Moneda, temor a algo desconocido y grave en el ambiente. La mañana del 7 de enero dio la respuesta: en el puerto de Valparaíso se produjo el levantamiento de la Armada, que daba comienzo a la gue-rra civil. Chile, “la excepción honrosa de América del Sur”, llegaba a su momento de mayor vergüenza, frente a la incapacidad de la clase política de llegar a acuerdos permanentes en el tiempo.El gobierno, como respuesta, estableció una dictadura que censuró la prensa, llenó las cárceles y reprimió los movimientos de la opo-sición. La vida social prácticamente desapareció, mientras el país se militarizaba. Balmaceda se recluyó en La Moneda, contra lo que había sido su experiencia de los años previos. Los líderes oposito-res vivieron entre la clandestinidad y las cárceles, mientras un tono sombrío parecía inundar la patria entera. El odio político reemplazó

a la antigua normalidad y continuidad institucional, dejando a Chile en una pésima posición.Después de meses de combates pequeños y preparación para las batallas decisivas, los ejércitos de Balmaceda y de la oposición parla-mentaria se encontraron el 21 de agosto en los campos de Concón y el 28 de ese mismo mes en Placilla. La tierra se llenó de muertos, miles de soldados cayeron en la lucha, entre ellos los generales del Ejército del Gobierno, Barbosa y Alzérreca. El Presidente de la Repú-blica decidió deponer el mando en el General Baquedano, poniendo fin a la guerra civil.

El doloroso final de BalmacedaLa mañana del 29 de agosto, inmediatamente después de la derrota, José Manuel Balmaceda estaba asilado en la legación de Argentina en Chile, aunque su paradero era desconocido para sus partidarios y detractores. En esa misma jornada se produjo un hecho tan vergon-zoso como elocuente: las casas de los vencidos fueron saqueadas, como una manifestación clara de odiosidad y venganza por los meses de sufrimiento “bajo la dictadura”.Las tres semanas siguientes sucedieron lenta y penosamente para el hombre que poco antes gobernaba. Leyó periódicos, conversó con el hospitalario representante trasandino, José de Uriburu, preparó una eventual defensa frente a la acusación constitucional que se le haría con certeza. Tras pensarlo, Balmaceda decidió no

Balmaceda y sus Ministros: de pie General Velásquez, General Barbosa, Julio Bañados E., Guillermo Mackenna, José M. Valdés Carrera. Sentados: Pedro N. Gandarillas, Enrique S. Sanfuenfes. Presidente Balmaceda, Juan Mackenna.

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entregarse, ya que sería juzgado de manera ignominiosa, no reci-biría un trato justo, sería vejado. También descartó escaparse, por cuanto huir como un fugitivo no se condecía con la dignidad presi-dencial que había ostentado. Optó, finalmente, por una alternativa dramática, pero que a su juicio se imponía como la única posible: el suicidio o, como le llamaba Balmaceda, su “sacrificio”.Con ello, pensaba, se detendrían las persecuciones sufridas por sus partidarios, ya que todo lo que ocurría era por odio o temor a él mismo. Tomada la decisión, esperó hasta cumplir el mandato presidencial original, que concluía el 18 de septiembre de 1891, mientras escribía numerosas cartas a sus familiares y amigos para despedirse de este mundo y dejar algunas instrucciones importantes. Famoso es, por ejemplo, su Testamento Político, en el cual hacía un análisis de la guerra, de la derrota, mientras au-guraba un pronto retorno de los balmacedistas a la vida política. Escribió otra carta notable a su ministro y amigo Julio Bañados Espinosa: “Escriba de la administración que juntos hemos hecho la historia verdadera. No la demore ni la precipite. Hágala bien”. Se despidió de su mujer pidiendo que educara a sus hijos cristia-namente y que no odiaran a nadie. Cuidó hasta el último detalle para despedirse de la vida que tantos dolores le había causado en sus últimos días.La mañana del 19 de septiembre Balmaceda se suicidó con un balazo en la cabeza. Terminaba así una historia que más bien se había transformado en tragedia. “Desgraciado, más le valiera no haber na-cido”, proclamó con los odios acumulados un periódico congresista al conocer el suceso, mientras otros medios anunciaban la maldición eterna para el ex gobernante. La historia, sin embargo, corrió por otro camino, y al poco tiempo Balmaceda – como ha explicado Rodrigo Mayorga – reemergió como una figura política relevante, un líder incluso popular, el ejemplo para sus sucesores liberales democráticos, un hombre desgraciado que había sufrido las injusticias de la política. En 1896 se desarrolló su funeral público en Santiago, en lo que cons-tituyó una verdadera apoteosis. Si Balmaceda había fracasado en la política en 1891, pasaba a disputar con enormes posibilidades de éxito una nueva partida: la de la historia. •

La mañana del 7 de enero de 1891, en el puerto de Valparaíso se produjo

el levantamiento de la Armada, que daba comienzo a la guerra civil. Chile, “la excepción honrosa de América del Sur”, llegaba a su momento de mayor vergüenza, frente a la incapacidad de la clase política de llegar a acuerdos

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Especimen del Billete de 10 Escudos Chilenos, con la figura del Presidente de Chile (1886 - 1891) José Manuel Balmaceda. En su anverso: El abrazo de Maipú de Pedro Suber-caseaux.

Alejandro San Francisco, La guerra civil de 1891. Tomo 1. La irrupción política de los mili-tares en Chile (Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2007); Tomo 2. Chile. Un país, dos ejércitos, miles de muertos.Trabajo que narra los aspectos principales de la génesis del conflicto político en el gobier-no del presidente José Manuel Balmaceda así como la guerra civil de 1891 y sus principa-les consecuencias. Plantea una visión histó-rica alternativa, enfatizando la importancia de la politización del Ejército y la militariza-ción de la política como factores cruciales en

el estallido del conflicto fratricida.Rodrigo Mayorga (editor), Lejos del ruido de las balas. La guerra civil chilena de 1891 (San-tiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2008).Libro interesante, escrito por seis jóvenes historiadores: Rodrigo Mayorga, Pablo Neut, Cecilia Morán, Claudio Vivanco, Soledad del Villar y Mariano Larraín. Los autores enfrentan temas muy interesantes, como la imagen histórica de Balmaceda, los ejércitos durante la guerra civil, el frente diplomático en 1891 o la situación del bajo pueblo durante el conflicto.

Julio Bañados Espinosa, Cartas del Destierro (Santiago, Centro de Estudios Bicentenario/Instituto de Historia, Universidad Católica de Chile, 2006). Edición de Pilar Vigneaux.Texto clave, con cartas originales y hasta hace poco tiempo inéditas del amigo y alter ego de Balmaceda, su ministro del Interior y de Guerra en campaña durante la guerra civil. Salido al destierro después de la derrota, Bañados escribió la gran obra histórica de los vencidos y escribió numerosas e interesantes cartas a su mu-jer desde Lima o París.

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