JOSÉ MARTÍNEZ SÁNCHEZ De García Márquez a Juan Rulfo

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114 114 114 114 114 NOTAS 1. La pasión crítica 1. La pasión crítica 1. La pasión crítica 1. La pasión crítica 1. La pasión crítica H ace casi tres décadas salió a la luz pública el que sería texto de confluencia polémica en materia de crítica literaria des- pués de la obra lúcida de Hernando Téllez, herencia que con el tiempo se ha hecho imprescindible para la comprensión a fondo de la tradición literaria colombiana: Literatura y realidad, del escritor caldense Jaime Mejía Duque, quien por su osadía y agudeza conceptual debió esperar el momento propicio para que su obra empezara a calar hondo en los medios editoriales. La publi- cación de Rulfo en su lumbre y otros temas latinoamericanos (Bogotá, Planeta, 1998), coincide con la necesidad actual de asu- mir el texto literario con la pasión y el goce básicos de toda literatu- ra destinada a la madurez. Una vez aplacado el auge editorial y publicitario del boom latinoamericano, una suerte de vacío y endio- samiento de la oportunidad se apoderan de nuestra realidad litera- ria, a tal punto que la escritura de ocasión y el producto comercial cerraron el paso a la obra como arte en su sentido exacto, tanto más cuanto los roles del escritor aparecen desdibujados por la fama gratuita y la banalización de los géneros. Es en estos períodos de ingravidez cuando la crítica abre puertas a un público movido por el simple reflejo de la propaganda y devuelve al escritor el único lugar JOSÉ MARTÍNEZ SÁNCHEZ De García Márquez a Juan Rulfo Revista Casa de las Américas No. 262 enero-marzo/2011 pp. 114-120

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NOTAS

1. La pasión crítica1. La pasión crítica1. La pasión crítica1. La pasión crítica1. La pasión crítica

Hace casi tres décadas salió a la luz pública el que sería textode confluencia polémica en materia de crítica literaria des-pués de la obra lúcida de Hernando Téllez, herencia que

con el tiempo se ha hecho imprescindible para la comprensión afondo de la tradición literaria colombiana: Literatura y realidad,del escritor caldense Jaime Mejía Duque, quien por su osadía yagudeza conceptual debió esperar el momento propicio para quesu obra empezara a calar hondo en los medios editoriales. La publi-cación de Rulfo en su lumbre y otros temas latinoamericanos(Bogotá, Planeta, 1998), coincide con la necesidad actual de asu-mir el texto literario con la pasión y el goce básicos de toda literatu-ra destinada a la madurez. Una vez aplacado el auge editorial ypublicitario del boom latinoamericano, una suerte de vacío y endio-samiento de la oportunidad se apoderan de nuestra realidad litera-ria, a tal punto que la escritura de ocasión y el producto comercialcerraron el paso a la obra como arte en su sentido exacto, tantomás cuanto los roles del escritor aparecen desdibujados por la famagratuita y la banalización de los géneros. Es en estos períodos deingravidez cuando la crítica abre puertas a un público movido por elsimple reflejo de la propaganda y devuelve al escritor el único lugar

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que le corresponde: el de la escritura como voca-ción auténtica, sin el falseamiento característico deloficio inmediato. También aquí el crítico se mantie-ne en ese filo de navaja que es, por suerte, el juiciode valoración sobre una determinada producciónintelectual, llámese texto u obra de conjunto.

En Literatura y realidad, Jaime Mejía Duqueafronta con responsabilidad crítica el estudio deautores como Fernando González, León De Greiff,José Asunción Silva, Hernando Téllez y GabrielGarcía Márquez, al lado de escritores latinoameri-canos contemporáneos y europeos de la segundamitad del siglo XIX, sin olvidar el movimiento na-daísta y las implicaciones del «macondismo» en laproducción literaria posterior a la obra del escritorcosteño. Un libro que en su hora se debió leer conel entusiasmo de pocos y la prevención de muchosy que, no obstante, mantiene viva su esencia, surazón de ser en el desarrollo de nuestra historia másreciente, pues a la inversa de quienes conciben lalegitimidad crítica como una forma promocional,en cualquier caso ejercicio de la palabra sobre elvacío de la época, Mejía Duque incomoda, sugie-re, presenta derroteros múltiples y problemáticosrelacionados con los temas candentes de la culturaliteraria contemporánea.

Un ejemplo de sensatez y discernimiento es eltexto de Helena Araújo «¿Qué es la literatura?», enSignos y mensajes (Bogotá, Colcultura, 1976).Quizá por estar al margen de cierta resonancia in-terior –aquel rechazo al pensamiento sobre locreado en el lugar y tiempo justos del hecho edito-rial–, la escritora destaca la importancia del librocomo enfoque distinto, no oficial ni académico:

Mejía Duque, además de contemplar las letrasdesde su contexto histórico-social, descubre alos autores desde sí mismos, dando al suelo con

marfiles, bronces y mármoles. Según él «la lite-ratura no puede abandonar el contacto de loconcreto sino para renovarlo con mayor vehe-mencia». Bueno, después del destrozo operadopor una realidad que tacha de totalitaria, no dejamucho de literatura, aunque sí de crítica, de nue-va crítica. ¿Qué más pedir?

Por otro lado, se reserva el derecho a formularsu propio juicio sobre la obra de León De Greiff,sembrando la inquietud sobre el método de análisisempleado por el crítico:

Así, mientras describe con desparpajo las con-diciones histórico-sociales en que la obra se crea,carece de esa devoción estética que ha hechoeterno a Lukács. Esa devoción estética equivaleal otro lado de la crítica. Desde el otro lado elpoema es poema, el cuento es cuento y la novelaes novela, no fruto de una época, de una situa-ción, de una personalidad.

Ignoro si Mejía Duque leyó el texto de HelenaAraújo, pero ese libre discurrir por las ideas desdela escritura con el respeto y la certeza de que seestá ante un logro intelectual serio, es lo que justifi-ca la presencia del género. La crítica, que en reali-dad cumple una misión orientadora en un momentodado de la actividad artística, ha de ser tomadasiempre con beneficio de inventario, pero sin ella elcreador sería algo así como un ciego sin lazarillo,guiado en el peor de los casos por una intuiciónresbaladiza en la que no pocos autores anulan suproyecto. El propio Lukács, muchos años despuésde publicado alguno de sus trabajos teóricos, sedeclaraba crítico de sí mismo. Porque en esto, comoen la vida misma, todo está hecho de sustancia inter-cambiable, a condición de que detrás de la historia

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y de la obra esté un lector atento, dispuesto a so-meter el juicio a la veracidad de su búsqueda.

En Rulfo en su lumbre y otros temas latinoa-mericanos, Mejía Duque parece precisar aquellaobservación esbozada por la escritora colombiana amediados de la década de los años setenta en la se-gunda parte del ensayo sobre la obra del mexicano:

Y aunque sabemos que una obra literaria no pue-de ser descifrada de manera exhaustiva ni, muchomenos, reducida a un «reflejo» previsible de la ob-jetividad social en curso, es lo cierto que su apre-hensión seguirá siendo precaria si por reaccióncontra lo anterior, se la considera como un actopuro e incondicionado. Convendrá, pues, de to-dos modos, tener en cuenta las circunstancias deépoca y contexto, junto con algunas particulari-dades biográficas del autor ya que la obra ha sidocreada por un individuo claramente situado.

Lo que para otros analistas podría ser exceso dehistoricidad al abordar la obra de un autor determi-nado, en Mejía Duque es la manera personal deconquistar un espacio donde lo creado hunde susraíces, donde autor y sociedad se debaten en mo-vimiento constante. Es el procedimiento que con-fiere ciertos rasgos al escritor, quien se servirá solode aquellos datos externos indispensables para laconcreción de su objeto. Además del ensayo ex-plorativo sobre la narrativa de Juan Rulfo, el librorecoge títulos que permanecían por ahí dispersos oen las dos únicas –e inexplicablemente relegadas–ediciones de 1969 y 1972. ¿Por qué, tratándosede uno de nuestros ensayistas representativos, in-cluso fuera de Colombia, su obra anterior apenasempieza a encontrar los canales de difusión ade-cuados? Habrá que preguntar a los editores, aun-que también estos personajes, culturalmente pro-

gresistas en épocas pasadas, deban renacer de en-tre las toneladas de basura que circulan a diario enlos circuitos comerciales. Lo cierto es que MejíaDuque ha preservado su vocación ensayística conla fe del carbonero, retocando su obra, reflexio-nando sobre los aconteceres nacionales y latinoa-mericanos o atendiendo a la musa que, desde sumás temprana juventud, le presenta esa otra carade la misma moneda. Para el verdadero escritor, lapasión intelectual es trascendida y por tanto reali-zada a plenitud en el acto creador más arriesgado.El ensayo, por supuesto, comparte con la creaciónliteraria el talento y la necesidad de lo perfecto, esesello personal al que se llega después de una largatravesía por los universos de la escritura.

Leídos en conjunto, los textos de Rulfo en sulumbre, nos transportan a estilos y conceptualiza-ciones dispares a través de una mirada propia: ladel ensayista que reconstruye, pincelada tras pin-celada, la vida y obra de cada autor con la distan-cia de quien conoce su ruta. El aspecto biográficose convierte aquí en recurso formal de un empeñomás ambicioso. De hecho, despierta la curiosidaddel lector, entregado por completo a una aventuraintelectual de la que saldrá fortalecido. La crítica,asumida con entero rigor en circunstancias de re-novación cultural (ascenso del boom, auge de lasizquierdas, etcétera), mantiene vivos los problemasfundamentales del escritor latinoamericano.

Muchas cosas han pasado desde la primera edi-ción de Literatura y realidad en 1969. A excep-ción de García Márquez y de un buen número denadaístas colombianos, los autores han desapareci-do: Juan Rulfo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges,entre los más representativos de la literatura contem-poránea, ya no hacen presencia física en los recintospúblicos. Sus cuerpos son ahora imagen viva en elrecuerdo de quienes un día presenciaron su odisea.

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Sí, Juan Rulfo se marchó con su depresión cró-nica –actitud que le sirve al ensayista para introdu-cirnos en una historia en la que el hombre Rulfo estestigo forzoso de la tragedia de su pueblo–, invictoen su postura ética ante el arte y ante la vida. Ejem-plo de síntesis viviente, su alma lírica jamás traicionóla grandeza de su cometido. Su obra es la capta-ción de esa fuerza imperecedera del alma popular,de la gente sencilla atrapada en los conflictos so-ciales del México erosionado por los períodos decrisis. Para hacer honor a su nombre, Carlos Fuen-tes escribe que Rulfo «cerró con broche de oro» laliteratura de origen campesino en el país de los az-tecas. A quienes piensan que la vida de un autor nodebe interferir en su obra, Rulfo en su lumbre... lesrecuerda que la obra del mexicano es el centro desu vida, tan esencial en contenido como cuajada enla vivencia. Esta valoración de la narrativa rulfianaindaga en la variedad de un pueblo de fantasmas yestablece contrastes entre la subjetividad del escri-tor y los coqueteos publicitarios. La documenta-ción histórica, el fragmento, la anécdota familiar yla cita oportuna (todo lo contrario a la manía reci-cladora que empalaga el pretendido ensayo acadé-mico), muestran a un Rulfo desencantado de la exis-tencia terrena donde el ruido y la demanda imponensu nombradía. Ahí están el niño, el hombre, el autorde ese comprimido estético-literario con sus vocesanónimas, y de paso esa «audacia intelectual» ras-treada por un escritor colombiano destacado porsaber auscultar el detalle más allá del comentariocaprichoso. Lo nuevo de esta edición es esa miradatotalizadora sobre uno de los autores cimeros de lanarrativa del siglo pasado en el Continente. Losdemás ensayos, a saber: «Narrativa y neocolonia-lismo en América Latina», «El boom de la narrativalatinoamericana», «Mito y realidad en Gabriel Gar-cía Márquez», «El otoño del patriarca o la crisis

de la desmesura» y «De nuevo Jorge Luis Borges»,tienen la opción de llegar al público hispanoameri-cano en el momento justo en que el ciclo de crea-ción se ha cumplido a cabalidad para los escritoresanalizados. Como textos problemáticos, corres-ponden hoy al acervo de la crítica literaria másexigente.

Tal vez en el pasado el editor de Literatura yrealidad consideró los textos de Mejía Duque unmodelo de fracaso ante el prestigio cada vez másarrollador del novelista costeño. En tal caso, su im-postura explicaría en parte la visión de desplieguede nuestra cultura literaria, sometida al tráfico deinfluencias y a la consabida maquinación de la ofer-ta y la demanda. Lo ocurrido en Colombia durantelas casi tres décadas posteriores a la publicaciónde estos ensayos (proliferación de concursos lite-rarios por fuera del interés editorial, aislamiento delescritor respecto a los grandes medios de irradia-ción cultural, etcétera), seguirá siendo objeto dereflexión a muchos niveles. Lo que al final resultóde dominio público fue el fracaso rotundo del edi-tor, a quien no pudo salvar ni la fama de GarcíaMárquez ni la presencia de nuevos autores en losestantes de las librerías.

Pero, ¿por qué la producción crítico-literaria sereconoce entre nosotros de manera tardía? Ni Gar-cía Márquez, sin duda el autor latinoamericano másprestigioso del momento, se apartó de esa vía a lahora de plantear diferencias. Solo que su crítica separece más a un juicio inquisitorial que al reconoci-miento de una tradición. El «fraude» a la nación sereproduce en la creencia de que el escritor ha de ser,por fuerza, un profesional de oficio, aunque al finaltermine convertido en el vendedor más grande delmundo. El caso Rulfo es asunto de principios. El casoGarcía Márquez revela la complejidad del autor rea-lizado en la obra y, paradójicamente, entregado a

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los poderes que una vez ironizó con el destello desu pluma. Como los personajes legendarios de susnovelas, rescatados del olvido por los prodigios deuna prosa descollante, el creador de Cien años desoledad exhibe su reblandecimiento como si se tra-tara de una excentricidad más del patriarca memo-rable. Más allá del bien y del mal, lo cual es apenasun decir, como hombre conserva las fisuras de unpaís en crisis. El ensayo dedicado a El otoño delpatriarca va acompañado de una nota aclaratoria.En ella se quiere salir al paso a las opiniones más omenos amañadas sobre el ejercicio de la crítica:

Este ensayo, posiblemente rudo para algunos, nopretende lo que en los bajos fondos polémicosllamarían «barrer» un libro. Sería nulo, además,semejante propósito pues carecería de la míni-ma seriedad tolerable. Tampoco se dirige a po-ner en entredicho la obra anterior de uno de losmayores talentos literarios con que contamos enAmérica Latina.

Ahí está Mejía Duque en su punto, a las puertasde un viaje que sorprende por el rumbo ascen-dente de sus descubrimientos. En eso consiste pre-cisamente su rigor: en llevarnos, como ocurre en laDivina comedia, a través de un mundo que no podíaser perfecto, haciendo el papel de la divinidad quereconoce el pecado por la práctica de los mortales.Cumplida la lectura, nos queda la sensación de ha-ber asistido a una verdadera cátedra de crítica, denecesaria crítica literaria.

La publicación de Rulfo en su lumbre y otrostemas latinoamericanos, hace justicia a uno de losintelectuales parcamente editados en Colombia. Des-pués de leer trabajos como «Isaacs y María: el hom-bre y su novela», «Bernardo Arias Trujillo: el dramadel talento cautivo», «Nueve ensayos literarios» y

«Momentos y opciones de la poesía en Colombia»,no nos abandona la convicción de que el desordenha rondado la casa. Quizá un criterio editorial y se-lectivo más adecuado permita en el futuro descubriral ensayista que muchos desconocen.

La narrativa

La expresión narrativa de Jaime Mejía Duque seinicia con La muerte más profunda (La Habana,Arte y Literatura, 2000) y continúa con dos relatosrecogidos en el libro Los pasos perdidos de Fran-cisco el Hombre (Valledupar, Fondo de Apoyo ala Difusión de la Cultura Vallenata, 2001).

En La muerte más profunda, la precisión y pro-fundidad en la mayoría de los cuentos aportan al des-pliegue argumental la madurez necesaria para que lahistoria trascienda a la mente del lector más allá dela simple enumeración de hechos en territorios di-versos. Aquí se revela un perfecto equilibrio entre larealidad cruda –aquella que sirve de materia prima ala producción literaria del país en la segunda mitaddel siglo XX–, y el punto de vista asumido por el au-tor sobre sus propios recursos. El cuento «Aquí noha pasado nada», lejos de delatar a un determinadosector social en pugna como si se tratara de un asun-to entre buenos y malos, ahonda en la radiografía deun país donde la barbarie de unos parece justificar lacrueldad de los otros. Con este giro el escritor sesitúa en la tradición cuentística inaugurada por Her-nando Téllez («Sangre en los jazmines», «Espuma ynada más») y continuada por García Márquez («Undía de estos»), naturalmente con una visión actual delas peculiaridades intrínsecas del conflicto. En «Aquíno ha pasado nada», militares y guerrilleros protago-nizan un episodio signado por el instinto de vengan-za, ese tánatos tan arraigado en las contiendas fratri-cidas de nuestra literatura.

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Una frase de Sartre tomada como epígrafe y unadeclaración del personaje en «La muerte más pro-funda», orientan la atención hacia una circunstanciainmersa en un tiempo congelado: «Lo que se dicecontemplarlo de frente, nunca pude, pues con él laviolencia se iniciaba en la mirada». La crisis familiarpropiciada por el padre omnipotente y el enfrenta-miento armado, registrados en el primer cuento, ofre-cen dimensiones convergentes. Podríamos pensar quela una hace parte de la otra y que ambas, miradas enel escenario que les es propio, sirven de detonantesal desastre nacional de los últimos tiempos. Cuan-do ambas permanecen en el inconsciente del indivi-duo, llevado el asunto a un plano puramente sicoa-nalítico, comprendemos el carácter parricida quese incuba en el seno de la familia.

El sujeto, de hecho, «ha asesinado», así sea en eldevenir simbólico, a alguien que no es su padre. Yno lo es porque su reciedumbre estimula por la basela progresión de la venganza. La relación padre-hijo ya no será más aquel reino de afectividad com-partida. La figura idealizada, puesta de cabeza so-bre las demás relaciones interpersonales, abandonasu lugar en el tinglado de las representaciones. Enel cuento «La muerte más profunda», el joven con-vierte la palabra en fuego vivo. La conciencia acusaporque a su vez es acosada por el infierno del pa-sado. Su adolescencia no es otra cosa que la pala-bra recobrada y, ante el cadáver de su enemigo,elabora la compensación esperada.

Desde la primera frase, el protagonista «cierralos ojos» para ver. Cerrar los ojos es volver a sernegado, sentirse excluido, eternizarse en el retornoa la escena, donde la tiranía es presentada con loselementos puntuales del antihéroe: el caballo, lanoche superada por el valor del macho «pasado detragos», el rejo, etcétera. También la palabra y elacto son prolongación de poderes ancestrales. Los

demás seres que lo circundan permanecen bajo elyugo de la resignación y la obediencia. Ninguna ra-zón justifica, en la conciencia de las víctimas, el com-portamiento del padre, principio motor de las rela-ciones filiales. Derrumbado el pedestal sobre el quese construyen realidades sociales profundas, lo únicoque mantiene a flote la esperanza de la madre y delhijo es «La Muerte». Una muerte a fondo, en lofísico y en lo espiritual, para que la catarsis se rea-lice en la esfera sicológica:

Pero en estos lentos minutos que anteceden a sudesintegración, o que la inician, soy el privilegia-do testigo de su impotencia originaria bajo eloscuro bicho que se enseñorea de su cara: bor-dea los labios, un poco tumefactos, luego se paraa la sombra de las pestañas entrecanas.

Elevado a fronteras metafísicas, a la manera delos personajes de Dostoievski, el parricida no ac-túa guiado por el egoísmo de su herida, puesto quela madre, parte somática de la construcción edípi-ca, aprueba el deceso de quien tampoco ha sido«su esposo». La desintegración del núcleo comuni-tario, tomado este factor en beneficio sociológico,se suma a otras crisis, a otras muertes profundas dela colectividad nacional.

En cuentos como «La aldea de los carneros», «Elexperimento» y «Forastero», Mejía Duque exige dellector una concentración que no siempre logra man-tenerse, no porque aquel no acepte el juego previstopor el autor, sino porque este olvida la tensión inau-gural desde la concepción de una escritura que pre-fiere el detalle a la intensidad de la metáfora.

En cuanto a «Francisco el Hombre», realidad yleyenda provenientes de la costa atlántica colombia-na, como personaje se integra a ese grupo de textosliterarios basados en la tradición oral. Una historia

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que se multiplica hasta el infinito, o dos versiones deuna misma historia, según el alcance de la fantasía po-pular, abordan al joven «intemporal» en doble vía: lohistórico, delimitado por una época y unas circunstan-cias socioeconómicas en las que interviene el hombrereal, y la ficción narrativa en su versión estética. Elcomienzo de uno de los apartes nos sitúa en el contex-to: «Mediaba ya la tarde de aquel miércoles 23 dediciembre de 1914, cuando Francisco salió de Rioha-cha jineteando su burro colimocho». El componenteimaginario, al que la oralidad no puede sustraerse, al-canza su momento culminante cuando el músico, en-frentado al Maligno, ni siquiera es consciente de su

proeza: «El acordeón parecía tocar por su cuentapuesto que, aunque los dedos del ejecutante pare-cían moverse del modo ordinario, a Francisco le diola impresión, desde los primeros compases, de queesa actividad digital no era más que un simulacro».Siempre nos ha parecido que en este tipo de textos elpaís recupera un poco de su existencia compartida.Los pasos perdidos de Francisco el Hombre, contodo lo que de apreciación cinematográfica contie-ne, son también los pasos hacia un horizonte máscoherente de lo que Ángel Rama, en su curso sobreliteratura colombiana, concibió como edificación deuna cultura elevada al plano nacional y popular. c

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El colonialismo mental, uno de los legados más dramáticos dela era colonial en la América Latina, llevó a las clases domi-nantes de las nacientes repúblicas en la región a renunciar a la

posibilidad de producir conocimiento local. En esta visión, la pro-ducción teórica y el conocimiento local eran inútiles e innecesarios,pues existía un conocimiento universal, un pensamiento único, y estepodía importarse desde Europa. Bajo esta lógica, las universidadesse concibieron como centros de difusión de teorías ajenas a lasrealidades nacionales, y constituyeron urnas de cristal en medio dela efervescente dinámica social de comienzos del siglo XX. Paratener un testimonio de esta actitud, basta leer a uno de los exponen-tes más lúcidos del pensamiento conservador peruano, Víctor An-drés Belaunde, quien en 1930 escribe:

Que la juventud sea joven, esto es, desinteresada, alegre, llenade vida, extraña a los ajetreos y las impurezas de la realidad.Que la juventud viva para sí misma y para el claustro; al vivir así,servirá mejor al país, cuyo progreso estriba en la labor silenciosay útil de los laboratorios y de las clases, y no en la agitaciónpseudo idealista de las calles y de las plazas.1

Esto explica la ausencia de toda infraestructura local para la pro-ducción intelectual: bibliotecas bien dotadas, editoriales dispuestas

MÓNICA BRUCKMANN

José Carlos Mariátegui y laproducción de conocimiento local

1 Víctor Andrés Belaunde: La realidad nacional, Lima, Editorial V, [s. f.]. Revi

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a imprimir libros de intelectuales y científicos nacio-nales, carencia de políticas de fomento a la investi-gación, etcétera.

José Carlos Mariátegui concibió la labor peda-gógica de la prensa articulada a un proyecto cultu-ral más amplio que brindara los espacios y las he-rramientas para la reflexión, el debate, la polémicay la producción teórica, es decir, la producción deconocimiento local. Entendemos esta producciónteórica en Mariátegui como la capacidad de apro-piarse de una matriz teórica, en tanto conjuntoarticulado y coherente de ideas y conocimientospara el análisis de una realidad social específica enun momento histórico concreto. Este proceso escapaz de generar una comprensión más profundade la realidad local en sus aspectos generales perotambién en los específicos, al mismo tiempo queproduce nueva teoría y nuevo conocimiento. Nue-vo conocimiento que puede, en un camino inverso(de la realidad social a la teoría), incorporarse a lamatriz teórica más general, enriqueciéndola y pro-fundizándola. De esa forma, la producción de co-nocimiento no puede ser entendida en Mariáteguisolo como especulación teórica, sino profundamenteenraizada en la praxis, en su sentido más amplio:cultural, político, social. El conocimiento se crea en-tonces a partir de un esfuerzo de abstracción de losdatos factuales de la realidad social, esfuerzo deabstracción mediatizado por la apropiación de lamatriz teórica marxista, y regresa a ella, a la reali-dad social, para transformarla. Este segundo mo-mento, este camino de regreso de la teoría a lapráctica constituye lo que Marx llama concreto abs-tracto, que no es la misma realidad social instaura-da como punto de partida, sino que representa otromomento, una nueva realidad, diferente al haber sidotransformada por el conocimiento en su camino deregreso.

En su libro La producción del conocimientolocal: historia y política en la obra de René Zava-leta, Luis Tapia sostiene que la producción de cono-cimiento local siempre tiene un componente de pro-ducción de teoría. Este proceso, según el autor, sedaría a partir de lo que él llama la apropiación deteorías generales, que en el caso de Zavaleta lodenomina nacionalización del marxismo. Estoconsistiría en la apropiación, por la vía de la interio-rización, del marxismo como matriz teórica. En lamedida en que este cuerpo se convierte en una con-cepción del mundo interiorizada, se vuelve tambiénuna forma de pensar cotidianamente el conjunto derelaciones y experiencias en la vida cotidiana, y enla reflexión que se va haciendo sobre la sociedaden que se vive y sobre la que se investiga. La pro-ducción de un nuevo conjunto de categorías en elseno del marxismo se habría dado cuando, en algu-nas sociedades, ha habido procesos de apropia-ción intelectual de esta tradición y matriz, y estepensamiento se ha enraizado en el proceso y losproblemas locales, que a partir de ello habrían teni-do una mayor inteligibilidad. Para Tapia, los mássignificativos desarrollos de la teoría marxista se handado a través de grandes nacionalizaciones delmarxismo, como las que han realizado Lenin,Gramsci y Mariátegui.2

El proyecto editorial que Mariátegui construye enPerú desde su regreso de Europa, en 1923, repre-senta un intento claro por crear las bases materialespara la creación de conocimiento local. La propues-ta va más allá de la infraestructura universitaria y aca-démica. Podríamos incluso decir que es transaca-démica, ya que se plantea como un proyecto colectivoque incluye también a los propios actores sociales,

2 Luis Tapia: La producción del conocimiento local: his-toria y política en la obra de René Zavaleta, La Paz,Muela del Diablo, 2002.

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es decir, trabajadores, campesinos, estudiantes, ade-más de los intelectuales progresistas y de vanguar-dia. Para Mariátegui, la producción editorial y el li-bro están ligados al más alto índice de cultura de unpueblo, y como tal merecen un trabajo conjunto en-tre autores, editores y libreros y, principalmente, unapolítica de incentivo por parte del Estado.

La ausencia de una producción editorial adecuadapara tales fines lo lleva a plantear que el problemaeditorial es uno de los escollos más graves de lacultura en Perú:

El libro, la revista literaria y científica, son no soloel índice de toda cultura, sino también su vehícu-lo. Y para que el libro se imprima, difunda y co-tice, no basta que haya autores. La producciónliteraria y artística de un país depende, en parte,de una buena organización editorial.3

La revista Amauta representó, tal vez, el produc-to mejor logrado de la concepción de prensa y delproyecto editorial de José Carlos Mariátegui. Amautaquedó registrada en la historia del pensamiento so-cial peruano no solo como una publicación de granvalor en el debate de las ideas fundamentales en laconstrucción de la nación peruana, también repre-sentó un gran movimiento intelectual, artístico y polí-tico que dio contenido a este proceso.

Se convirtió así en el espacio articulador de ungran debate doctrinario, teórico, político y artísti-co, del cual participaron los elementos más avan-zados de la inteligentzia peruana, latinoamericanay mundial. Tendió un puente extremadamente im-portante entre Perú, la América Latina y el mundo.

Se propuso estudiar todos los grandes movimien-tos de renovación políticos, filosóficos, artísticos,literarios, científicos; «todo lo humano es nuestro»,señala parafraseando a Marx.

De esta manera, Amauta se define como un pro-yecto que, en el campo intelectual, no representasolo un grupo, sino un movimiento, un estado deánimo:

En el Perú se siente desde hace algún tiempo unacorriente, cada día más vigorosa y definida derenovación. A los factores de esta renovación seles llama vanguardistas, socialistas, revoluciona-rios, etc. La historia no nos ha bautizado definiti-vamente todavía.

Como declara Mariátegui, dentro de este movi-miento cabían discrepancias formales y diferenciassicológicas, sin embargo se ponía por encima de todoaquello que mancomuna y aproxima: la «voluntad decrear un mundo nuevo dentro de un Perú nuevo».

En este sentido, Amauta se reconoce como es-pacio donde ese movimiento intelectual y espiritualadquiere organicidad,4 como un proyecto colecti-vo con alcance fundacional. El debate que recogióla revista a lo largo de su existencia representó unmarco de referencia que tuvo profundas implica-ciones teóricas y políticas. La amplitud de la revistano significó falta de identidad; por el contrario, fueconsciente de su rol y su postura ideológica y, sinembargo, abre sus puertas a los más diversos temasy acepta en sus páginas posiciones discrepantes. Lapolémica se eleva, de esta forma, a la condición deinstrumento metodológico para esclarecer, profun-dizar y para producir conocimiento.

3 José Carlos Mariátegui: «El problema editorial», Temasde educación. Mariátegui total (edición conmemorati-va por el centenario de José Carlos Mariátegui), Lima,Editorial Minerva, 1994.

4 José Carlos Mariátegui: «Presentación de Amauta», enAmauta, No. 1, septiembre de 1926.

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1. Lo sólido que se desvanece1. Lo sólido que se desvanece1. Lo sólido que se desvanece1. Lo sólido que se desvanece1. Lo sólido que se desvanece

Escuchamos hablar, cada vez con más fuerza, de una vorágine,de un perpetuo devenir en todo orden de cosas que se hadado en llamar modernización y que nos parece característi-

ca de este tiempo. Un personaje de una novela escribe a su noviaque permanece en la provincia:

Estoy empezando a sentir la embriaguez en que te somete estavida agitada y tumultuosa. La multitud de objetos que pasan antemis ojos me causa vértigo. De todas las cosas que me impresio-nan, no hay ninguna que cautive mi corazón, aunque todas ellascautiven mis sentidos, haciéndome olvidar quién soy y a quiénpertenezco.

MARCO MARTOS

Lectura de Los ríos profundos,de José María Arguedas*

En 1978 hice un seminario sobre Arguedas en la Uni-versidad de Maryland y me esmeré en contextualizar suobra, bajo el supuesto de que era demasiado «andina» yque estudiantes de otras latitudes, con otros supuestossocio-culturales, no la entenderían bien o se sentirían pococoncernidos. Grave error. Casi de inmediato tres estudian-tes (uno de origen polaco, otro judío y el tercero chicano)terminaron de leer Los ríos profundos y su reacción fueprácticamente idéntica: se habían identificado con Er-nesto, sintiéndose tan «forasteros» como él, y compren-dían lo que significaba encabalgar la vida en dos mundoscon el riesgo de quedarse en ninguno. La terca adhesiónde Ernesto al universo quechua lo convertía –de algunaforma– en un héroe cultural.

ANTONIO CORNEJO POLAR

* Esta ponencia fue presentada en Limael 22 de abril de 1996 en el coloquiosobre la obra de José María Argue-das, organizado por el Proyecto Ibe-roamericano Periolibros, que auspi-cian la Unesco y el Fondo de CulturaEconómica. Salvo excepciones, no hasido modificada en su redacción.Re

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Quien escribió estas palabras no es contempo-ráneo nuestro. Vivió entre 1712 y 1778. Se llama-ba Juan Jacobo Rousseau, y fue el primero en usarla palabra moderniste en el sentido que tendríadespués, en el siglo XIX, y hasta hoy mismo. El per-sonaje de Rousseau asume la misma aventura queha marcado a millones y millones de jóvenes en tiem-pos posteriores: abandonar la vida campesina parair a habitar en una gran ciudad.

Marshall Berman, en un libro que se titula Todolo sólido se desvanece en el aire (Madrid, SigloXXI Editores, 1988), ha analizado la experienciade la modernidad, la variedad de ideas y de visio-nes que quiere hacer de los hombres y las mujerestanto los sujetos como los objetos de la moderni-zación. La gente quiere abrirse paso en la voráginey hacerla suya.

Como lo prueba de manera clara la cita de Rous-seau, la modernidad empezó hace siglos, y lo queahora vivimos no es sino la forma particular que asu-me en el siglo XX. Según Marshall Berman, en unaprimera fase la modernidad se extiende desde el si-glo XVI hasta finales del siglo XVIII; las personas queempiezan a experimentar la vida moderna apenas sisaben con qué se han tropezado; buscan a ciegas unlenguaje adecuado y casi no tienen la sensación depertenecer a una comunidad diferente en el seno dela cual les gustaría compartir esfuerzos y esperanzas.Una novela como Opus nigrum (1968), de Mar-guerite Yourcenar, ilustra bien los tropiezos y desa-comodos de quienes saliendo del espíritu medievalllevan en sí mismos los gérmenes de la modernidad.La Revolución Francesa, a partir de 1790, hace sur-gir abruptamente al gran público moderno que tienetodavía la sensación de vivir en dos mundos.

En nuestra época, el proceso de modernizaciónabarca prácticamente a todo el globo terráqueo, yla cultura de este modernismo consigue espectacu-

lares logros en el arte, la ciencia, el pensamiento,pero al mismo tiempo ha perdido la capacidad deorganizar y dar sentido a la vida de las personas.Lo anteriormente sagrado es profanado, lo sólidose desvanece en el aire. He aquí la gran paradoja:continentes más unidos por la ciencia y las comuni-caciones son cada vez más fragmentados y caóticos.Nuevas guerras tribales como las de Ruanda, perotambién la de Bosnia, sacuden al mundo. Si bien elposmodernismo no es sino una forma de mo-dernidad, vivimos, al mismo tiempo, una nuevaEdad Media, como lo vaticinó hace décadas Um-berto Eco.

2. El momentáneo fin2. El momentáneo fin2. El momentáneo fin2. El momentáneo fin2. El momentáneo finde los paradigmasde los paradigmasde los paradigmasde los paradigmasde los paradigmas

El discurso político moderno hasta los años ochentase caracterizó por una preponderancia de la ideolo-gía. Rigoberto Lanz (en la revista Relea, Caracas,1995) señala que de la ideología se desprenden lamilitancia, la participación, el compromiso, el pro-yecto, una identidad colectiva, un sujeto centrado,un programa, unas alianzas, una voluntad política, unalucha de ideas y un partido o muchos partidos. Encambio, en lo que se ha dado en llamar el discursopolítico posmoderno, a la ideología se opone un pen-samiento débil; a la militancia, un individualismo nar-cisista; a la participación, un consumismo, sobre todotelevisivo; al compromiso, un todo vale; al proyecto,un instantaneísmo. El individuo posmoderno no bus-ca la identidad colectiva, es acto efímero que se guíapor las leyes del mercado, los llamados lobbies,los sondeos de opinión, los mercados de simpatíasy el consenso «massmediático».

La humanidad viene transformándose acelerada-mente. Lo que no se ha modificado es la suposición,en cada momento histórico, de que los cambios

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últimos son los definitivos. Ninguna idea muere deuna vez por todas. En el sentido más general, aque-llo que parece condenado hoy día puede ser para-digma mañana.

En el caso de la literatura, resulta imposible ne-gar que en proporción ocupa un lugar menor al quetenía en el siglo XIX, en el período afortunado enque escribía Balzac. Pero tampoco en la Antigüe-dad fueron muchos los que se acercaban a los es-critores. En la modernidad se ha creído en muchasocasiones que el periodismo, el cine o la televisión,y ahora los medios electrónicos, van a terminar conla literatura. Felizmente, ya se puede ver que la lite-ratura, como un pequeño jinete sobre un caballoveloz, puede montarse sobre los procedimientostécnicos más sofisticados.

3. José María Arguedas ayer y hoy3. José María Arguedas ayer y hoy3. José María Arguedas ayer y hoy3. José María Arguedas ayer y hoy3. José María Arguedas ayer y hoy

Desde hace décadas, en nombre de los cambiosque ocurrían en el mundo y en particular en Perú,se le ha reprochado a Arguedas expresar en susnovelas un mundo arcaico que no existe más. Aho-ra mismo resulta aleccionador leer el debate quesostuvo en 1965 con algunos científicos sociales ycríticos literarios en el Instituto de Estudios Perua-nos a propósito de su novela Todas las sangres.En nombre de una innegable modernización quevenía ocurriendo en Perú, se le exigía al novelista quese refiriese en sus ficciones a esa nueva realidad.Arguedas pudo defender los fueros de la imagina-ción, su radical libertad de escritor, pero prefirióresponder con las premisas de sus interlocutores.«Yo les puedo jurar» que he visto en el Cusco talcosa, fue su respuesta. Y finalmente hablaba con laverdad. (¿Acaso no es cierto que en ese entoncesy ahora mismo Perú tenía y tiene distintas velocida-des de desarrollo?). De otro lado, la literatura en

general, y la novela en particular, aparte de sus ro-les de goce estético y de entretenimiento, hasta esepreciso momento, estaba cumpliendo las funcionesque todavía no habían asumido las ciencias socia-les, como puede verse, aparte de Arguedas, en losrelatos de Enrique López Albújar y en las novelasde Ciro Alegría. Acostumbrados a esa realidad, losamigos y críticos de Arguedas consideraron quepodían orientar su escritura.

En años posteriores, en artículos periodísticos,textos publicados en revistas especializadas y en unlibro característico, Mario Vargas Llosa1 ha sos-

1 En el libro de Mario Vargas Llosa La utopía arcaica. JoséMaría Arguedas y las ficciones del indigenismo (Méxi-co, Fondo de Cultura Económica, 1996), se dice: «Es evi-dente que lo ocurrido en el Perú de los últimos años hainfligido una herida de muerte a la utopía arcaica. Seapositivo o negativo el juicio que merezca la informaliza-ción de la sociedad peruana, lo innegable es que aquellasociedad andina tradicional, comunitaria, mágico-religio-sa, quechua-hablante, conservadora de los valores co-lectivistas y las costumbres atávicas que alimentó la fic-ción ideológica y literaria, ya no existe. Y también, que novolverá a rehacerse, no importa cuántos cambios políti-cos sucedan en los años venideros. Las futuras utopías,si surgen, serán de otra estirpe. Vuelva la democracia o seconsolide el régimen autoritario, se mantenga la políticaeconómica actual o se modifique en una dirección social-demócrata o socialista, todo indica que el Perú se hallaencarrilado hacia una sociedad que descarta definitiva-mente el arcaísmo y acaso la utopía» [335]. A nuestrojuicio, como se ha venido diciendo a lo largo de esta expo-sición, el error de base de Mario Vargas Llosa está enatribuir a Arguedas un ideal que no tenía, anclado en elpasado. De otro lado, todo aquello que dijo Arguedascomo escritor o como hombre público, en las pocas oca-siones en que lo fue, está teñido de su visión artística delmundo que mal podemos juzgar como un programa po-lítico. Cuando en un libro sobre Arguedas, en un mismopárrafo se enumeran términos como «sociedad andinatradicional, comunitaria, mágico-religiosa, quechuaha-blante, conservadora de los valores colectivistas y las

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tenido la preferencia de Arguedas por una «utopíaarcaica». (Principalmente pueden consultarse de Var-gas Llosa La utopía arcaica, Cambridge, Centrode Estudios Americanos, Universidad de Cambrid-ge, 1977, y «José María Arguedas entre la ideologíay la arcadia», Revista Iberoamericana, Pittsburgh,Nos. 117-119, julio-diciembre de 1981). En esteúltimo texto escribió:

Entre mis autores favoritos, esos que uno lee yrelee y que llegan a constituir su familia espiritual,no figuran casi los escritores de mi propio país.Con una excepción: José María Arguedas. Es,entre los escritores peruanos, el único con el quehe llegado a tener una relación verdaderamentepasional como la que tengo con Flaubert o Faulk-ner o la que tuve con Sartre.

Como lo ha explicado Christian Guidecelli en uncoloquio realizado en Grenoble, en 1988 (en JoséMaría Arguedas, vida y obra, obra colectiva edi-tada por Hildebrando Pérez y Carlos Garayar, Lima,Amaru, 1991), Vargas Llosa relaciona el pensamien-to de Arguedas con la infancia andina y con el mitopersonal del paraíso de los amores infantiles. A Var-gas Llosa le parece que Arguedas está vuelto haciael pasado, no como una defensa del orden posco-lonial que obviamente fue monstruoso, sino porque

[é]l hubiera querido abolir las injusticias sin pri-var al indio de esa cultura hecha de conserva-ción de lo tradicional y transformación de lo fo-

ráneo en la que veía la mejor prueba de su fuerzacreativa y de su voluntad de resistencia. Era ensuma el carácter «arcaico», «bárbaro» de la rea-lidad india –lo tradicional y lo metabolizado de lacultura de Occidente– lo que Arguedas amaba ycon lo que se sentía profundamente solidario, nosólo porque conoció de niño y desde adentroesa realidad (lejanísima para cualquier escritorperuano), sino porque veía en ella la mayor proe-za llevada a cabo por el indio para no dejarsedestruir ni social ni espiritualmente.

Es cierto que Vargas Llosa no descarta el mesti-zaje cultural, pero lo ve desaparecer a través de laindustrialización. Podríamos preguntarnos tambiénsi esa realidad andina es tan lejanísima para cual-quier escritor peruano como él sostiene en una afir-mación al paso. Según Vargas Llosa, la extincióndel pasado quechua era algo a lo que Arguedasnunca se resignó y su obra es un esfuerzo por resu-citar y actualizar ese arcaísmo en una utopía litera-ria. Como hemos sostenido en otras ocasiones, elafecto raigal de Arguedas, que puede advertirse ensus cuentos, novelas y poesías, por la cultura andi-na, al revés de lo que piensa Vargas Llosa, estáasociado a la modernidad. El rasgo que podemosllamar antiguo en la producción arguediana es laelección de la literatura como vehículo de expre-sión, en lo que no se diferencia de su crítico nove-lista. Ahora bien, dentro de la literatura, Arguedasprivilegia la novela, que es el más moderno de losgéneros literarios. Un rasgo estructural moderno,en el sentido clásico, es que Arguedas hace una li-teratura de fronteras como se dice ahora.2 Y estocostumbres atávicas» pareciera, por la hábil redacción,

de un modo implícito, que Arguedas fue todo eso. Enespecial llamamos la atención sobre el par verbal «con-servadora de los valores colectivistas y las costumbresatávicas», que induce a pensar que lo colectivista estáíntimamente unido a lo atávico.

2 Tal vez el aporte crítico más valioso de las últimas déca-das en este punto específico sea el de Antonio CornejoPolar, alrededor de la «heterogeneidad», que comparte

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debe ser entendido en dos sentidos: de un lado elsocial, puesto que algunas de sus novelas, en espe-cial la última, El zorro de arriba y el zorro de aba-jo, y muchos de sus relatos, tratan de la proble-mática de la migración; y de otro se expresa comoun escritor perfectamente bilingüe, como VladimirNabokov, como Emil Cioran, como Bashevis Sin-ger, como nuestro poeta César Moro.

Alguien puede pensar que todos estos escrito-res, si bien bilingües y absolutamente modernos, seexpresan en lenguas occidentales que tienen muchoporvenir, mientras que el quechua es una lengua enextinción. Tocamos aquí un asunto polémico en elque hay que intervenir con mucho cuidado, y así lohacemos. Sabido es por los especialistas, aunqueno todos lo dan por un hecho consumado –por ejem-plo, Alfredo Torero no participa de las opinionesmayoritarias– que el quechua está disminuyendo entérminos porcentuales el número de sus hablantesen Bolivia y Perú. Existen estudios para Bolivia queaseguraban que de proseguir las actuales tenden-cias el quechua desaparecerá, ahí, en un plazo de cienaños. Pero justamente en Bolivia, a partir de la pre-sidencia de Evo Morales, se está revirtiendo la ten-dencia. Recientemente, en el Congreso de Perú, lalingüista Martha Hildebrandt ha recordado el argu-mento de la extinción del quechua y del aymara paraoponerse a la enseñanza de esos idiomas aboríge-nes, que es lo que reclaman todos los parlamenta-rios de origen cusqueño.

Lo que Arguedas pedía como intelectual, y ex-presaba como creador literario en este asunto, es elderecho a la diversidad. En ese sentido, yendo acontracorriente de las opiniones de tantos, lo que

quería era preservar la cultura andina y preservar susidiomas. A la luz del tiempo que vivimos y de lo queviene ocurriendo en el mundo, también este asuntoespecífico, podemos analizar los puntos de vista deArguedas, para ver si son arcaicos, como creen al-gunos, siguiendo a Vargas Llosa, o son modernos yposmodernos, como nos parecen a nosotros.

Es cierto que los idiomas nacen, crecen, se repro-ducen y mueren, pero es verdad también que el hom-bre puede influir en esta marcha; la mejor manera dedefender un idioma es difundiéndolo. Y eso es lo quepedía Arguedas para el quechua. Si el Estado de Is-rael, en 1948, estuvo en capacidad de elegir comolengua oficial el hebreo, un idioma que prácticamen-te había desaparecido, con mucha mayor razón pue-de Perú, si lo desean sus gobernantes y su pueblo,detener la paulatina decadencia del quechua.

Se sabe ahora que en el tercer milenio las len-guas con mayor número de hablantes en el mundoserán el inglés, el español, el ruso, el chino y el ára-be. Las otras antiguas lenguas francas, el alemán, elfrancés, el portugués, cederán la primacía que tu-vieron en el pasado. Se conoce también que la len-gua mayoritariamente elegida como segunda por unmayor número de personas en el mundo será, comoahora mismo, el inglés. ¿Anula eso la voluntad delos hablantes de cada uno de los idiomas minorita-rios de preservarlos y difundirlos? De ningún modo.

En 1995, en un encuentro realizado en Arequi-pa, organizado por IPAE [Instituto Peruano deAdministración de Empresas], gracias al satélite in-tervino John Naisbitt, uno de los teóricos de lascomunicaciones, quien hizo ver que tendencias apa-rentemente contradictorias son complementarias enlas comunicaciones lingüísticas planetarias. De unlado existe una innegable preponderancia del inglés,pero de otro, hay una firme voluntad de los hablan-tes de otras lenguas de preservar su cultura, mante-

con «transculturación» la preferencia de los críticos yque es superior a «mestizaje» u otros semejantes, mane-jados en todos estos años.

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niendo sus idiomas. Dos casos conocidos, que citóNaisbitt, son los del francés, un idioma que conservasu fisonomía y que inventa palabras para los térmi-nos extranjeros; de parecida manera, el islandés,que solo tiene doscientos sesenta mil hablantes, vuelvepropias, traduce, las palabras de otros idiomas, enespecial los tecnicismos. (Véase el XI CongresoNacional Gerencia para el crecimiento, Lima,IPAE, 1995).

4. Arguedas mañana4. Arguedas mañana4. Arguedas mañana4. Arguedas mañana4. Arguedas mañana

Se puede escuchar con frecuencia, en las aulas uni-versitarias, cómo los jóvenes juzgan que Mariáte-gui, Arguedas y Flores Galindo pertenecen al mis-mo horizonte cultural: el pasado. Y tienen razón sies que buscan en estos autores, como lo hacían losintelectuales que polemizaron con Arguedas en1965, una clave del presente. El Perú de hoy no esel que estudió Mariátegui, ni tampoco el que ex-presó Flores Galindo; es bastante diferente tam-bién al que vivió Arguedas. Sin embargo, podemosestar convencidos de que los tres escritores cita-dos, y en particular Arguedas, perdurarán.

Creemos que ya no se leerá a Arguedas, en susficciones, para conocer, sociológica o antropológi-camente, una porción de la realidad peruana. Se leleerá por la intensidad lírica de sus relatos, por laviva presencia de la transculturación en cada una desus páginas. En especial nos parece que Los ríosprofundos es la porción privilegiada de la obra ar-guediana. Esta novela tiene algo moderno por com-pleto que no se daba en las ficciones del siglo XIX: labúsqueda de identidad de un grupo de adolescentes.Tal era también el asunto subyacente en Las tribula-ciones del estudiante Törless (1906), de RobertMusil, o Retrato del artista adolescente (1914),de James Joyce. Hay otro tema que está en la entra-

ña del libro que es preocupación de ahora, y que loserá aún más en el próximo milenio: la complementa-ción entre el hombre y la naturaleza, la necesidad deconsiderar la tierra como casa de todos.

Hay un pasaje que llama particularmente la aten-ción en Los ríos profundos y que expresa, en suentrelínea, al Arguedas amante de la modernidad,del progreso, como se decía antes, y a la vez iden-tificado con la naturaleza:

El puente del Pachachaca fue construido por losespañoles. Tiene dos ojos altos, sostenidos porbases de cal y canto, tan poderosos como el río.Los contrafuertes que canalizan las aguas estánprendidos en las rocas y obligan al río a marcharbullendo, doblándose en corrientes forzadas. So-bre las columnas de los arcos, el río choca y separte; se eleva el agua lamiendo el muro, preten-diendo escalarlo, y luego se lanza en los ojos delpuente. Al atardecer, el agua que salta de las co-lumnas forma arcoiris fugaces que giran con elviento. Yo no sabía si amaba más al puente o alrío. Pero ambos despejaban mi alma, la inun-daban de fortaleza y de heroicos sueños. Seborraban de mi mente todas las imágenes pla-ñideras, las dudas y los malos recuerdos. [JoséMaría Arguedas: Obras completas, Lima, Edi-torial Horizonte, 1983].

Esa alianza de poesía y prosa, de intenso lirismoy dramatismo, ha convertido a Arguedas en un casoarquetípico de nuestras letras; y a un clásico lo leenlos nuevos lectores con nuevos ojos, así creemosque ocurrirá en el próximo milenio. Arguedas ya haasociado su nombre a César Vallejo, el Inca Gar-cilaso, Guamán Poma de Ayala, y constituye conellos algo de lo más característico de la historia dePerú. c

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Ha transcurrido un año desde aquel 12 de enero cuando latierra sacudió a Port-au-Prince, la zona metropolitana y susalrededores. El año 2010 estuvo cargado de toda suerte de

peripecias (huracán, borrasca, cólera, elecciones) que vinieron a com-plicar la vida ya difìcil de la población. Y, para colmo, el año 2011 seabre de nuevo con un sismo de otro género: el retorno de Jean-Claude Duvalier a Haití. Efectivamente, en el curso del pasado mesde enero, los haitianos, incrédulos, vieron aterrizar en el suelo haitianoal digno representante de la dictadura duvalierista desplomada bajoel impacto de la resistencia popular en febrero de 1986.

Esta reunión que FOKAL (Fondation Connaissance et Liberté)llevó a cabo en el día de hoy, cuando se conmemora el veinticincoaniversario de la victoria popular contra la fuga del presidente y elderrocamiento de una de las dictaduras más largas de nuestra his-toria, provoca reflexiones; el reloj de la historia parece retroceder,puesto que Jean-Claude Duvalier ha regresado tranquilamente comosimple ciudadano a esta tierra de Haití. La indignación, la cólera, elsentimiento de impotencia, de fracaso se han apoderado de un buennúmero de ciudadanos, quienes calibraron ese retorno no por susrepercusiones –políticas, que no son tan importantes–, sino sobretodo por su fuerte carga simbólica, su valor ético y moral. Tene-mos que señalar también que al propio tiempo se ha manifestado

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Haití: Reflexiones en tornoal 7 de febrero de 2011

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el deseo de conocer mejor el fenómeno del duva-lierismo y del período recién vivido por el pueblohaitiano.

No nos hagamos ilusiones. Las mujeres y loshombres que actualmente tienen unos setenta añosde edad lo único que habrán conocido durante todasu vida es el reino del duvalierismo y de la transi-ción. Un joven que en 1957 tenía doce años, aun-que sufriera la dictadura, lo único que habrá escu-chado de ella es lo que le decían sus mayores, o lahabrá vivido furtivamente con los ojos de la infan-cia; lo mismo que Ana Frank vio el nazismo a tra-vés de la ventana de su habitación. Esos mucha-chos vivieron con las libertades sitiadas, las miradasllenas de angustias, con preguntas que nadie se atre-vía a responder con claridad, para protegerlos, paraprotegerse. Era mejor no saber. Esa generación hacrecido con un conocimiento de esa época, frag-mentado en pequeñas porciones, como trozos deuna verdad inconclusa.

Por otra parte, la generación de los jóvenes demenos de treinta y cinco años no conoció ese pe-ríodo sombrío de nuestra historia, vivió la explo-sión y la euforia de la transición que, sin embargo,se alarga de manera desesperante. Frente a unacrisis global de nuestra sociedad, frente a las incer-tidumbres de la salida de la crisis, frente a las des-viaciones y dificultades que se acumulan y a unaineficacia irritante, determinados grupos –felizmen-te de forma minoritaria– hablan de regreso a la dic-tadura y a tiempos mejores. No obstante, hay quedecirlo así, Haití no es la excepción, ya que nosencontramos con esa misma actitud en muchos otrospaíses con salidas difìciles de las dictaduras.

Ese retorno nos pone de cara a una realidad in-quietante: la comprobación de una ausencia dememoria. Impresión tanto más fuerte cuanto haceapenas tres días Jean-Claude Duvalier, impertur-

bable, declaraba con soberbia: «He iniciado el pro-ceso de democratización... cuando me tildan de ti-rano, me dan ganas de reír [¡han escuchado bien!]porque la gente sufre de amnesia». Reavivó en to-dos nosotros la exigencia de que la memoria tieneque estar presente. No puede faltar... Si no se co-noce el pasado, no se puede entender el presente.Sin comprensión del presente no contamos con lasherramientas para transformarlo, para hallar «eseotro mundo posible». Revisitar los últimos cincuen-ta años de historia a partir de un «nosotros» no esuna simple revisión de los hechos, es ejercer la me-moria de manera distinta, mirar cabalmente nuestravida de pueblo, no como una revisión de lo que fuesino de lo que viene. Es un paso indispensable paraconstruir un futuro distinto. Estamos llenos –o va-cíos– de memoria.

Debemos estar vigilantes porque hasta hoy la his-toria del duvalierismo presentada de manera ahis-tórica, superficial, constituye –salvo para pequeñoscírculos de universitarios, de militantes, de asocia-ciones de derechos humanos, de víctimas– un grandesconocimiento para la mayoría de los haitianos,un tabú difícil de transgredir pese al gigantesco es-fuerzo de una lucha incesante de determinados sec-tores para recuperar esa memoria. Hasta el pre-sente no tenemos ningún lugar de recordación.Ningún memorial, ninguna esquela con los nombresde los desaparecidos y asesinados, no tenemos pla-za pública ni calle que nos enseñe y nos impregnede las acciones y del espíritu de esa época. Inclusoel Fuerte Dimanche, ese lugar cumbre del horror,fue arrasado desde 1994. Pocos protagonistas hanescrito autobiografías, memorias, textos de acusa-ción, confesiones, defensas, testimonios, etcétera,que, en cierta medida, pudiesen garantizar la trans-misión de conocimientos tanto de hombres comode hechos. Felizmente, desde hace algún tiempo

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varias publicaciones parecen prolongar determina-das investigaciones escritas durante los peligrososaños sesenta, setenta o e incluso ochenta, lo mismoen Haití que en el extranjero. En realidad, alrede-dor de ese período se abre urgentemente para to-dos nosotros un campo de trabajo de conocimien-to, de difusión, de sensibilización en nuestrasescuelas, universidades, en el seno de toda la po-blación. Hay que promover la historia oral, en vistade que muchos de los protagonistas y testigos, tan-to del lado del poder como de la resistencia, mue-ren a diario frente a nuestros ojos, llevándose parasiempre esclarecimientos importantes sobre esesegmento de historia.

No podemos olvidar y sufrir de amnesia en lotocante a ese trozo de historia de la dictadura du-valierista. A la vez continuidad y cambio en com-paración con los regímenes anteriores, apareció enun momento de profunda crisis estructural y ha des-truido el modo de funcionamiento del Estado e ins-taurado nuevos mecanismos de dominación paramantener el sistema político tradicional, regir el sis-tema de relación con las demás fuerzas del poder,con la sociedad civil y a nivel de las prácticas quesignan las relaciones interoligárquicas. Con la adop-ción del terrorismo de Estado, los aparatos repre-sivos han alcanzado una hipertrofia inusitada en to-tal detrimento de las instituciones jurídicas o civiles,brutalmente relegadas y desmanteladas. Una gigan-tesca y omnipotente maquinaria de terror se abatiósobre toda la sociedad mediante la aplicación sis-temática de arrestos, desapariciones, secuestros,torturas, exterminio de dirigentes y militantes, ani-quilamiento de las organizaciones revolucionariasmás combativas, intimidación. Alcanzó a todos: sin-dicalistas, activistas, militantes políticos o sociales,estudiantes, trabajadores, campesinos, artistas yotros.

A partir de la desestructuración del ejército y delfuncionamiento del cuerpo de los tonton macoutes,que llegó a contar con unos cuarenta mil hombres,a través del mercenariado, la corrupción o la mani-pulación ideológica, el duvalierismo pudo no soloejercer un control efectivo sobre todo el territorio,sino también aplicar con sistematicidad la intimida-ción política. El monopolio de la violencia y tam-bién el monopolio del juego político explican elmantenimiento durante un tiempo tan prolongadodel poder opresivo sobre el pueblo.

Tampoco podemos sufrir de la amnesia de igno-rar que esa maquinaria infernal del duvalierismo, enel contexto de la Guerra Fría y de la victoriosa Re-volución Cubana, recibió todo el apoyo de las po-tencias extranjeras, en particular de los EstadosUnidos.

El resultado de esas políticas es conocido: el au-mento de la polarización económica y de la granconcentración de los ingresos, el empobrecimientoprogresivo de importantes sectores sociales y ladualidad social, y una dependencia creciente de lacomunidad internacional. Fueron años de oscuri-dad, de silencio, y para muchos de miedo, de to-que de queda, de poblaciones sitiadas en su intimi-dad, dentro de sus hogares. Fue el terror vividosobre el telón de fondo de los tonton macoutes yde absoluta preminencia de los valores grotescosde la dictadura. No podemos dejar de recordar lamáscara de la dictadura en los hechos más anodi-nos de lo cotidiano: es ahí, tras la cortina con la luzapagada para no atraer las bandas de los tontonmacoutes; es enseñar a los niños respuestas salva-doras para en caso de que; es no escuchar ciertasemisoras de radio, no hablar de temas prohibidos otararear canciones clandestinas; es la angustia cuan-do se escucha el ronroneo lúgubre de los DKW(marca de auto alemana que utilizaban los ma-

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coutes); es el riesgo que se corre cuando se asiste alos cenáculos literarios; es el control estricto en lospuntos de comprobación a la entrada de las ciuda-des de provincias, aún más riguroso en las visitas alcampo... La dictadura ha querido imponer a los ciu-dadanos el hábito de escuchar en silencio, de ca-llarse si quiere sobrevivir, de mirar a distancia sinintervenir para no buscarse problemas.

La resistencia a la instalación y al funcionamientode esta maquinaria infernal ha sido constante. Hayque acordarse. No podemos olvidar a todos aque-llos que murieron y de los que nadie se acuerda. Losque desaparecieron porque tuvieron arranques dedignidad, porque un esbirro duvalierista codiciaba susbienes, porque caminaban por la calle en el momen-to en que tomaban un tap tap, un taxi, jóvenes dedieciocho, diecinueve, veinte años salvajemente fusi-lados o lentamente consumidos en las mazmorras dela muerte en el Fuerte Dimanche, los sótanos delPalacio Nacional, los Cuarteles Desalines o en innu-merables prisiones privadas. Hace falta recordar aquíque si muchos ciudadanos cayeron víctimas del azar,o porque se hallaban en el lugar y en el momentoequivocados, muchos otros de todas las capas so-ciales habían escogido deliberadamente, en un he-roísmo cotidiano, combatir en las más diversas trin-cheras con valor, determinación y convicción... en laprensa, la Iglesia, la educación, la administración, losorganismos de la sociedad civil, las asociaciones dedefensa de los derechos humanos, el exilio, la crea-ción intelectual y artística. Cayeron pléyades de pa-triotas, ciudadanos, intelectuales e idealistas. Comosolía repetir Gérard Pierre-Charles, «ellos (los dicta-dores) han destruido una generación, se han llevadoa los mejores». Los mataron porque se les atravesa-ban y pensaban de manera diferente. Se negaban aaceptar lo inaceptable y la indignidad... No pode-mos olvidar que construyeron la resistencia con su

acción y su palabra. Pagaron muy caro su esperanzaen el advenimiento de un Estado de derecho en Hai-tí. Únicamente reclaman justicia y existir en la memo-ria. Son verdaderos héroes de carne y hueso queamaban profundamente la vida y que, en circunstan-cias heroicas y por una opción consecuente, dieronsu vida por la nación. No debemos actuar como siesos hechos fueran ya cosa conocida. Debemos ex-plicitarlos, divulgarlos, darlos a conocer a todas lasgeneraciones de haitianos. Todos esos hombres ytodas esas mujeres, a pesar de su ausencia física,también cantaban el 7 de febrero de 1986 «Lè lalibere Ayitii va bel o…. Ou a tande...».

¡Y henos aquí, llegados al período posduvalie-rista! El impacto de la dictadura lo vivimos con in-tensidad y esto obliga a interrogarla y a conocerlapara comprender nuestra difícil salida de la dicta-dura. ¿Por qué asistimos a una transición tan larga?¿Cuáles son los factores de bloqueo? ¿Cuáles sontambién las bazas, las palancas y las posibilidades?Mi propósito aquí no es volver a entrar en un aná-lisis exhaustivo de las causas de esa difícil salida, apartir de los factores estructurales, u otros como lainstitucionalización, la corrupción, la emigración denuestros recursos humanos, etcétera. Solamentequeremos recordar que el hombre y la mujer son elmotor de todo proceso de democratización. Du-rante más de un cuarto de siglo, gracias a sus me-canismos de dominación ideológicas y sus prácti-cas terroristas, el duvalierismo ha podido impregnarprofundamente sus propios valores a la sociedadque inerva todo el cuerpo social y se ha interioriza-do en amplias capas de la población. La puesta enpráctica por cada ciudadano de una dramática es-trategia para sobrevivir físicamente y no resultarmolido ha contribuido, en el curso de esta dictadu-ra de larga duración, a transformar la sicología delos individuos.

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Cuatro factores que han hipotecadoCuatro factores que han hipotecadoCuatro factores que han hipotecadoCuatro factores que han hipotecadoCuatro factores que han hipotecadola transiciónla transiciónla transiciónla transiciónla transición

Por haber promovido una sociedad del miedo, elduvalierismo ha desarrollado una cultura del mie-do que se ha transformado y convertido en uno desus legados más sólidos. Hay varios textos y entreotros, la novela de Danny Laferrière La chair dumaître (La carne del amo), que han descrito ma-gistralmente los aspectos de esta nueva cultura quelos individuos vehiculan desde principios de los añossesenta. Han crecido en una atmósfera donde lavida en todas partes está en vigilia. Más allá delas clases sociales, una generación entera está trau-matizada y le han inculcado la filosofía de la bús-queda en una vida sin problemas, sin compromisode ningún tipo, dado que su costo es demasiadoelevado. Esta cultura del miedo ha sido el terrenode descomposición que ha reforzado la tendenciaal individualismo y al rechazo de las solidaridadescolectivas. El compromiso de otrora ha cedido elpaso al repliegue hacia la esfera privada.

El segundo factor íntimamente ligado, pero quees a la vez diferente del primero, y que toda la po-blación ha interiorizado, es el de la cultura de ladesconfianza en las relaciones sociales. Esta des-confianza en el otro, en todo lo que es diferente onuevo, se injerta en nuestro antiguo fondo históricodel cimarronaje y se instala incluso entre amigos,compañeros. Está claro que esa cultura hace muydifíciles los intercambios francos, las discusionesfructíferas y no favorece de ninguna manera las cons-trucciones comunes.

Un tercer factor, de pesadas consecuenciaspara nuestra nación, se refiere a la ruptura en elpensamiento histórico, político y social de lanación, facilitado por la ausencia de tradición deuna cultura escrita. A pesar del esfuerzo constante

de muchos sectores y de ciudadanos conscientespara evitar ese corte en la transmisión de valores,esta fractura cuyos daños son difíciles de medir,existe. Todavía estamos sufriendo fuertemente lapolítica instaurada por la dictadura mediante el fé-rreo control ideológico, la desaparición, el asesina-to, la intimidación, el exilio o el éxodo de los acto-res políticos, de los intelectuales, profesionales,profesores en particular al nivel de la primaria y lasecundaria. Todos aquellos que consciente o incons-cientemente tienen interés en mantener el status quollevan a cabo un esfuerzo sistemático en ese senti-do con miras a destruir aquel pasado.

El cuarto factor es la interiorización del sen-timiento del fracaso. No voy a evocar esta fraserepetida hasta la saciedad sin medir todo su alcan-ce: «doscientos años de fracaso». Todavía en elcurso de esta semana Jean-Claude Duvalier se dael lujo de comprobar el fracaso de sus seguidores.Está claro que no se puede avanzar sin hacer elbalance, sin una revisión constante de los objetivosy las acciones y sin complacencia alguna reconocerlos errores cometidos... pero tampoco podemosconstruir nada con la carga de un sentimiento cons-tante de fracaso. Los logros importantes obtenidosse banalizan al cabo de cierto tiempo. Y rápida-mente se olvidan y se deja de valorar cuánto hacostado cada espacio conquistado al precio de san-gre y de lágrimas.

Actualmente esta situación tiene dos caras. Porun lado, están aquellos –vivos o muertos– que hanconsagrado su vida para dar cuerpo al nacimientode un nuevo Haití y quienes, frente al sentimiento deun eterno recomienzo o de un retroceso constante,alimentan ese sentimiento de fracaso, e incluso deculpabilidad. Por otro, está la joven generación, conuna actitud de crítica, saludable por demás, querechaza en bloque todo cuanto se ha hecho, con

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recriminaciones; habla de un fracaso cuyo peso caepor entero sobre las generaciones precedentes.Semejante actitud elimina la responsabilidad de losautores, coloca en el mismo saco a verdugos y víc-timas, a responsables y combatientes, y favoreceque tengamos esa herida abierta en nuestra socie-dad: la impunidad.

Atención: evitemos alimentar entre nosotros unanueva división intergeneracional. Es hora de queaprendamos a revindicar nuestros valores y no des-truirlos, a enriquecernos con las experiencias pasa-das para avanzar por un camino en el que aprenda-mos generación tras generación a edificar sobre lossedimentos anteriores que lleven a la acción.

En este veinticinco aniversario de la caída del duva-lierismo tenemos que decir NUNCA MÁS; las in-

certidumbres de la difícil situación que actualmentesacude al país lo exigen. Para parafrasear a BertoltBrecht, «No podemos olvidar que el vientre de labestia que parió al duvalierismo está fecundo toda-vía». En ese camino de la construcción de una naciónsoberana, de un Estado de derecho y de justicia, losartesanos de ese Nunca más tienen el deber de for-mular las preguntas de gran valor práctico pero tam-bién de importancia teórica cardinal. Debemos cons-truir nuestra memoria, reforzar la identidad colectiva yedificar un proyecto nacional a partir de la espe-ranza, y necesariamente, del sueño y de la utopía.

Port-au-Prince, FOKAL, 5 de febrero de 2011

Traducido del francés por Lourdes Arencibia Rodríguez

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