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Ensayo
JOSÉ ALAMEDA,
DEL HILO DE ARIADNA AL
HILO Y SUMMA DEL
TOREO
Por José Francisco
Coello Ugalde.
Director del Centro de
Estudios Taurinos de
México, A.C.
Pepe Alameda –en realidad su nombre era Luis Carlos Fernández y López-
Valdemoro--, está considerado como uno de los grandes escritores
taurinos del siglo XX. Español de nacimiento, exilado a México al final de la guerra civil, en realidad se sentía esencialmente un poeta, como dejó
claro en su producción literaria. Ahora que caminamos hacia el primer
centenario de su nacimiento, que se cumplirá durante la temporada de
2012, puede ser el momento de conmemorar esa efeméride con la categoría que merece.
En este sentido, taurologuia.com se honra publicando uno de los
ensayos más completos que se han escrito sobre Pepe Alameda. Ha sido
elaborado por José Francisco Coello, historiador reconocido y Director del Centro de Asuntos Taurinos de México. Basado inicialmente en una
conferencia, el profesor Coello ha revisado el texto, incorporándole, entre
otras cosas, el correspondiente aparato crítico.
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Brindo esta “faena literaria” a D. Antonio Petit, responsable de “Taurología.com. Cuadernos de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo”, quien ha mostrado profundo interés por el acontecer de la fiesta de los toros en México. ¡Va por usted!
Luis, Carlos, José, Felipe, Juan de la Cruz Fernández y López-Valdemoro,
con este particular nombre, que permutó en José Alameda, se conoce a
uno de los personajes más representativos de la segunda mitad del siglo XX, no solo en el ámbito de la prensa escrita, la radio y la televisión donde
se dio a conocer como un cronista taurino de altos vuelos. También se le
recuerda como un hombre dueño de una cultura impresionante, capaz de
abarcar y de abordar cuanto tema pudiera desmenuzar en amenas
charlas, dada su capacidad de tribuno. Autor de varios libros sobre tauromaquia, desarrolló en los mismos un discurso de profundo
conocimiento, sustentado no solo en la diversidad de lecturas que lo
formaron. También en el cúmulo de ideas y teorías propuestas en lo
personal, y que hoy día al fin son reconocidas, sobre todo en España, país del que siendo originario, no le había hecho la debida justicia.
Bajo el tema: JOSÉ ALAMEDA, DEL HILO DE ARIADNA AL HILO Y SUMMA
DEL TOREO, se pretende dar uno más de los muchos perfiles dedicados a una de las figuras de las letras que acogió nuestro país desde 1940, por lo
que convierte a México en su segunda patria, espacio que decidió hacer
suyo hasta su muerte, ocurrida en 1990.
Y al etiquetarlo como hombre de letras no se está incurriendo en ninguna exageración, pero tampoco se le minimiza si gran parte de su fuente
creadora la dedico a la tauromaquia. Ensayista profundo, poeta mayor si
cabe la expresión, se dedicó a este género con una disciplina obsesiva,
por lo que son diversas las muestras de estilo refinado en décimas, sonetos y otros tantos poemas en prosa de invaluable calidad.
Autor de frases y sentencias más que reconocidas: Un paso adelante, y
puede morir el torero. Un paso atrás, y puede morir el arte. O esta otra: El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega. En su amplia
producción, deben estar otras tantas, así como aforismos y
planteamientos de profunda reflexión en los que siempre aplicó la fórmula
de Baltasar Gracián: Lo bueno si breve, dos veces bueno. Y es que también sus crónicas o sus editoriales, denominadas Signos y contrastes
eran modelos de atinada observación en espacio que no requería sino lo
contundente de sus precisas afirmaciones.
Comprometido con esas tareas dejó también un legado impresionante en crónicas taurinas publicadas en periódicos y revistas de prestigio nacional.
Bohemio, incorregible, pero responsable como pocos. De hecho una de
sus primeras grandes señales como ensayista se consigue cuando la
reconocida revista literaria El hijo pródigo publica su Disposición a la muerte, que es el gran acercamiento a la interpretación que, sobre este
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ejercicio esencial, debe ser
entendido no solo como
diversión popular. También
como una expresión de nuestro tiempo que, en tanto
anacrónica se acerca a los
territorios del sacrificio. De ahí
su polémico discurso que sigue siendo sometido a
encontradas diferencias entre
quienes de manera casi eterna
son sus seguidores y sus contrarios.
Entre Disposición a la muerte
y El hilo del toreo, se encuentra la summa de todo
su conocimiento, lo que nos
lleva a concluir que la
trayectoria entre ambas obras
fue la de una navegación perfecta, sin que faltaran
mares embravecidos y
furiosos en su contra. El
despliegue de ideas, pero sobre todo de un conjunto
macizo de teorías, le permiten
desarrollar en su aportación
bibliográfica, así como en su permanente quehacer periodístico, afinar un conjunto de ideas que, de alguna manera terminan concentrándose en su
obra más acabada: El hilo del toreo. De hecho, en la tauromaquia, en
cuanto recorrido milenario y secular, pero sobre todo en los últimos tres
siglos, se ha manifestado, de parte de algunos toreros, aconsejados por
amanuenses o consejeros experimentados, una profunda inquietud por legar lo mejor de su experiencia –summa al fin y al cabo-, que se va a
depositar en tratados donde se comprende la técnica y la estética de
avanzada.
En el caso de José Alameda, lo suyo fue proponernos una Tauromaquia
moderna, un tratado del toreo a pie puesto al día que se puede entender a
la luz de un discurso perfectamente articulado en donde esa
manifestación, anacrónica en cuanto tal ha avanzado a contrapelo de la modernidad, con sus consiguientes y puntuales precisiones que lo colocan
–como ya se dijo-, en un lugar de distinción. Si por alguna razón escogió
residencia definitiva en México, su raíz hispana no fue ajena a ese tardío
reconocimiento, que desde mucho tiempo atrás lo tuvo bien ganado en nuestro país.
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Antes de iniciar la lectura a esta conferencia, me parece oportuno incluir
un texto de Andrés Henestrosa, uno de los grandes autores vivos de las
letras mexicanas, quien parece darnos el exacto perfil de José Alameda.
No lo dice directamente, pero se respira.
El poeta y los toros. Andrés Henestrosa. Si Manuel Rodríguez Lozano, en vez de darme aquel libro hubiera puesto en mis manos un boleto para ir a ver los toros, yo hubiera intentando ser torero o novillero, iguales cuando lo son grandes: sólo un gran novillero llega a gran torero: el gran torero es un gran novillero que creció. El gran novillo es el gran toro: el toro es un novillo grande. El autor de Azul, Rubén Darío, correspondía en mi sentir a Rodolfo Gaona, el autor del “par de Pamplona”. Y a cada una de las faenas que vi, o de las que tuve noticias, le busqué correspondencia con grandes páginas literarias. Cada torero tenía su equivalente en las letras, y al revés: cada escritor el suyo en la tauromaquia. Poetas rondeños y poetas sevillanos. La espada del torero es la pluma del poeta, y al revés: la pluma es par de la espada. ¿No se dijo que eran hermanas la pluma y la espada? Algunos las manejaron con igual pericia, sin estorbar la una a la otra. La pluma no embota la espada. La de escribir un soneto es tan peligrosa y mortal como el soneto de una faena: en las dos está de por medio la muerte, se juega la vida. Sortean la muerte, se juega la vida. Sortear la muerte, burlarla, jugar con ella al escondite son cosas propias de la literatura y de la tauromaquia. Como hay el gran torero menor hay el gran poeta menor. Lope, Góngora, Quevedo, grandes plumas, grandes espadas, autores de grandes páginas, de grandes faenas quería decir. ¿Por qué habría llamado Baltazar Gracián torero de la virtud a Séneca? ¿Y los grandes poetas y los grandes toreros menores cuál el ejemplo, o cuáles los ejemplos? Como no hay poetas ni toreros menores, y esa clasificación no pasa de ser una equivocada ocurrencia, no hay ejemplo ni ejemplos que poner. Lo que un poeta mayor no logró decir, viene un poeta considerado menor y lo dice, con lo que se equiparan. Un quite, una suerte bien logrados, bien dibujados, bien escritos, el torero considerado menor se equipara con el máximo: diestros, sabios, maestros: igualmente diestros, sabios y maestros los dos. Hay en la tauromaquia como los hay en la literatura poetas y prosistas: el poeta sería el sevillano y el prosista rondeño. Pero, ¿cuál es mayor? Iguales los dos. Cada uno en lo suyo, con tal de que salga victorioso del apurado y mortal tránsito. Todos los géneros literarios se dan en el toreo. Todos los recuerdos y las licencias también. La improvisación, la ocurrencia, inesperada, repentina como se da en las letras se da en los toros. De ahí la suerte que llevan el nombre de
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quien las inventó, de quien se le ocurrió: gaonera, chicuelina, sanjuanera, cordobesa. Hay metáforas, símiles; asonancias, consonancias; cuenta silábica; rima, ritmo, cadencia; reticencias, pausas, puntos suspensivos en los dos ejercicios: en el ejercicio de la pluma y en el ejercicio de la espada, las dos de acero. Con sangre y con tinta, dos cosas que son una sola y única cosa, se firman por esa rúbrica, las grandes páginas del poeta y del torero. ¿Qué quiso decir Federico Nietzsche cuando dijo: “Escribe con sangre y aprenderás que sangre es espíritu”. Pensaba en las letras, claro, pero, ¿no también en todo otro oficio, en el toreo, por ejemplo, que tanto tiene del mester literario por lo peligroso y de provocar a la muerte? ¿No fue el mismo poeta y filósofo alemán quien aconsejó vivir peligrosamente? Si Manuel Rodríguez Lozano en vez de convidarme a leer un libro me hubiera invitado a los toros, habría intentado ser novillero, que es como se llama al torero en ciernes. Tarde vi a Gaona, a Sánchez Mejías, a Belmonte; los vi cuando ya iniciado yo en las letras, lo que tanto monta, monta tanto. No fui el novillero que pude ser y me quedé novillero de las letras. Y como si Rodríguez Lozano lo adivinara me pintó novillero, no sé de cual de los corrales: si el de los toreros o el de los escritores, tan parecidos.[1]
Un paso adelante, y puede morir el torero. Un paso atrás, y puede morir
el arte; o: El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega, son a su vez, auténticas sentencias, rotunda aquella; con su toque de gracia
esta otra. En su amplia producción, deben estar otras tantas, así como
diversos aforismos y planteamientos de profunda reflexión en los que
siempre aplicó la fórmula de Baltasar Gracián: Lo bueno si breve, dos
veces bueno. Me refiero, y no puede ser otro que a José Alameda. Porque El toreo no termina en la muerte. Empieza en la muerte. A partir de la
muerte y por la evidencia constante de su posibilidad, crece el toreo.
Buena parte de la actual población mexicana guarda la memoria de un personaje que representó para su vida no solo recuerdo. También
conocimiento. Locutor formado en una época de suyo especial, sobre todo
por lo que fue y significó aquella transición de la radio a la televisión entre
la cuarta y quinta décadas del siglo pasado. Esa voz autorizada y peculiar pertenecía a uno de los hombres más cultos que he conocido, no solo por
su amplio bagaje de información sobre el planeta de los toros. Estoy
hablando de quien se formó y cultivo en torno a la cultura universal. Él es
José Alameda, español que convirtió a México en su segunda patria. Cumple con el difícil momento de superar un exilio francés para
modificarlo por su condición de transterrado en 1940, cuando los otros
españoles, ese enorme contingente derrotado por la Guerra Civil era
acogido por nuestro país apenas un año antes, pero comparte con este
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grupo peculiar y en esa alianza, se integra a uno de los frentes
intelectuales más vigorosos del siglo XX mexicano. Imposible olvidar,
entre otros a León Felipe, Luis Cernuda, Pedro Garfias, Manuel
Altolaguirre, Emilio Prados, Max Aub, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Buñuel y un largo etcétera.
El ciudadano español Luis Carlos José Felipe Juan de la Cruz Fernández y
López-Valdemoro (Madrid, 24 de noviembre de 1912; ciudad de México, 28 de enero de 1990) se convierte para la tauromaquia mexicana y el
ambiente social en José Alameda, para unos. En Pepe Alameda para
muchos, si cabe el síntoma afectivo y cariñoso que se le prodigaron,
aunque no faltara quien lo sometiera a juicios de valor; o peor aún, a juicios sumarios porque su cultura, finalmente su cultura despertaba
sospechas y desdén.
Quiero tomarme la libertad de llamar a esta una “conferencia magistral”, no tanto por apropiarme ventajosa o deliberadamente del término que
supone la exposición de un ponente reconocido por la justa acumulación
de sus experiencias. El giro, en todo caso, va por el personaje que nos
convoca y es él, en esencia, quien origina denominarla, con sobrada
razón, como de “magistral”, por lo que ese nivel tiene y adquiere a mi juicio esta participación frente a ustedes. Y es que ocuparse de José
Alameda no es cualquier cosa. El leit motiv de mis notas pergeñadas al
amparo de José Alameda en el recuerdo, me obligan conseguir un perfil, el
más aproximado a su realidad posible, al José Alameda de carne, hueso y espíritu, porque nos encontramos ante un hombre cultivado nada más y
nada menos que en la cultura universal que conocía como el que más. La
de toros, que es otra cultura, formó parte vital en su paso por estos
senderos.
Nació pobre mientras sus padres intentaban defender lo poco que de
nobleza se podía conservar, y aunque madrileño de nacimiento (calle de
Goya 47, duplicado), la familia se desplazó a Sevilla, cuando Luis Carlos
era apenas un niño. Pasado el tiempo, y al margen de sus amoríos, que fueron muchos, se inclinó… por una en especial: la soledad. Siendo ya un
hombre mayor sentenciaba: “… y el gusto por ella todavía me dura”.
Su arribo a México se registra con fecha 1º de marzo de 1940. Con 37 años de edad, una licenciatura en Derecho por la Universidad
Complutense de Madrid y amplios conocimientos en la traducción,
habilidad a la que se aplica bajo las órdenes de Jacques Soustelle,
antropólogo que dedica una buena parte de su obra a nuestro pasado indígena.
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JOSÉ ALAMEDA, o DEL HILO DE
ARIADNA AL HILO Y SUMMA DEL
TOREO, con este título particular,
tenemos ante nosotros a uno de los
personajes más representativos de la segunda mitad del siglo XX, no solo
en el ámbito de la prensa escrita, la
radio y la televisión donde se dio a
conocer como un cronista taurino de altos vuelos. También se le recuerda
como un hombre dueño de una
cultura impresionante, como ya se
dijo, capaz de abarcar y de abordar
cuanto tema pudiera desmenuzar en amenas charlas, dada su capacidad
de tribuno, o sosteniendo polémicas
siendo entre las más recordadas las
que mantuvo con Rafael Solana hijo y Carlo Cociolli. Autor de varios libros
sobre tauromaquia, desarrolló en los
mismos un discurso de profundo
conocimiento, sustentado no solo en la diversidad de lecturas que lo
formaron. También en el cúmulo de
ideas y teorías propuestas en lo
personal, y que hoy día al fin son
reconocidas, sobre todo en España, país del que siendo originario, no le
había hecho la debida justicia.
Y al etiquetarlo como hombre de letras no se está incurriendo en ninguna exageración, pero tampoco se le minimiza si gran parte de su fuente
creadora la dedicó a la tauromaquia. Ensayista profundo, poeta mayor si
cabe la expresión, se entregó a este género con una disciplina obsesiva,
por lo que son diversas las muestras de estilo refinado en décimas, sonetos y otros tantos poemas en prosa de invaluable calidad. También
sus crónicas en Estampa, Excelsior o sus editoriales, denominadas Signos
y contrastes, aparecidas en El Heraldo de México eran modelos de atinada
observación en espacio que no requería sino lo contundente de sus precisas afirmaciones.[2]
Comprometido con esas tareas dejó también un legado impresionante en
crónicas radiofónicas o a través de la televisión, tanto a nivel nacional
como internacional. Bohemio, incorregible, pero responsable como pocos. De hecho, una de sus primeras grandes señales como ensayista se afirma
cuando la reconocida revista literaria El hijo pródigo publica su Disposición
a la muerte,. [3], ensayo convertido en el primer gran acercamiento a la
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interpretación que, sobre este ejercicio esencial; el toreo, debe ser visto
no solo como diversión popular. También como una expresión de nuestro
tiempo que, en tanto anacrónica se acerca a los territorios del sacrificio.
De ahí su polémico discurso que sigue siendo sometido a encontradas diferencias entre quienes de manera casi eterna son sus seguidores y sus
contrarios, pero que en ambos bandos son legión.
Entre Disposición a la muerte y El hilo del toreo, se encuentra la summa [4] de todo su conocimiento, lo que nos lleva a concluir que la trayectoria
entre ambas obras fue la de una navegación perfecta, sin que faltaran
mares embravecidos y furiosos en su contra. El despliegue de ideas, pero
sobre todo el de un conjunto macizo de teorías, le permiten desarrollar en su aportación bibliográfica, así como en su permanente quehacer
periodístico, la afinación de un conjunto de ideas que, de alguna manera
terminan concentrándose en su obra más acabada: El hilo del toreo [5].
De hecho, en la tauromaquia, en cuanto recorrido milenario y secular, pero sobre todo en los últimos tres siglos, se ha manifestado, de parte de
algunos toreros, persuadidos por amanuenses o consejeros
experimentados, una profunda inquietud por legar lo mejor de su
experiencia –summa al fin y al cabo-, que se va a depositar en tratados
donde se comprende la técnica y la estética de avanzada. En el caso de José Alameda, lo suyo fue proponernos una Tauromaquia Moderna, un
tratado del toreo a pie puesto al día que se puede entender a la luz de un
discurso perfectamente articulado en donde esa manifestación, anacrónica
en cuanto tal ha avanzado a contrapelo de la modernidad, con sus consiguientes y puntuales precisiones que lo colocan –como ya se dijo-,
en un lugar de distinción no solo en México. También en España. Si por
alguna razón escogió residencia definitiva en estas tierras, su raíz hispana
no fue ajena a ese tardío reconocimiento, que desde mucho tiempo atrás lo tuvo bien ganado en nuestro país.
Ahora bien, tenemos ante nosotros a varios José Alameda:
El tratadista taurino, el humanista, el poeta, el periodista o el bohemio. De ese modo, entendemos también su propia filosofía, cuyo sustento le viene
de una muy bien planteada razón de la síntesis. Todas estas
circunstancias dan con la impronta vital de este hombre de características
singulares. Ninguno otro como él.
De Disposición a la muerte a El hilo del toreo podemos apreciar un sólido
bagaje consistente en el planteamiento no ya de simples hipótesis. Sí de
acabadas teorías que comprueban una vez más el propósito donde su formación queda de manifiesto. No es ningún improvisado, y él mismo
termina diciéndonos que a partir de sus lecturas de lógica, psicología,
ética, Spengler y su Decadencia de Occidente, Ortega y Gasset,
Kierkegard, Dilthey, Kant, Hegel, Balzac, Stendhal, Flaubert, Proust, André Maurois, Francois Mauriac, Dickens, Aldous Huxley, Goethe y otros
consigue ser lo que quiso ser. Pero con todo ese sustento, y siendo ya
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estudiante de derecho –aunque confiesa que era más de “café” que de
derecho-, se sincera diciéndonos:
Era yo poco asiduo a las clases, pues dela Universidad me gustaban más los pasillos que las aulas… y en un par de veladas, resumía increíblemente
en dos cuartillas, por su doble cara, toda la materia o asignatura, que
quedaba esqueletizada para que, en las horas de por medio hasta el
examen, me aprendiera aquella reducción extrema, casi a nivel de índice, a manera de poder recitarla sin titubeos.
Imagínese lo que es reducir un tomo de Derecho Romano de seiscientas
páginas, a cuatro carillas de papel. Esta tarea era un nuevo ejercicio disciplinario, que por aprietos de circunstancia tenía que realizar y que
apuró mi sentido -¿diré estructural?- de la síntesis. Concluía así, por una
senda inesperada y escueta, la lección de disciplina que me habían dado
los jesuitas de Sevilla. Sobre aquellas referencias tan esquemáticas, bordada yo lo que bordar podía en torno a lo que me tocaba por sorteo en
el examen. Y así salía del paso. Pero déjenme decir que no abandonaba
luego la materia, si era de las que me parecían gratas o útiles a mi futuro
y aquel esquema me resultaba a la postre utilísimo, para ir poniendo
ladrillos sobre su armazón, de tal modo que todavía hoy, tras de un puente de tantas décadas, llevo en la palma de la memoria las
definiciones del Derecho Romano.
No se piense, sin embargo, que por no haber ejercido yo la jurisprudencia, ese esfuerzo haya sido vano, pues toda disciplina da cosecha. Recuérdese
que Stendhal, para apurar y definir su estilo, leía diariamente un
fragmento del Código Civil francés. La condensación verbal de una
experiencia bien conducida, por hombres sabios en lo suyo, es siempre valedera… y si las definiciones del derecho natural en prosa latina no
sirven directamente para hacer un soneto, la verdad es que, en el fondo,
ayudan. Créanmelo.[6]
Varios poetas mayores sirvieron como modelo a gran escala para fundir su propia creación en un conjunto de acabados versos que se publicaron en
diversas partes de su obra. Allí están Gustavo Adolfo Bécquer –su camino
de Damasco-, Federico García Lorca, Miguel Hernández.
Algún día tuve que recordar mis raíces. “Aquí, junto al mar latino / digo mi
verdad / siento en roca, aceite y vino / yo mi antigüedad”… Es la voz de
Darío –otro de los modelos-… Pero también está la de López Velarde,
porque yo había llegado del otro lado del mar, como “el correo Chouan, que remaba la Manchacon fusiles”. Y en la otra orilla me esperaba una
suave patria a la que no podía olvidar.[7]
Como podemos percibir, por López Velarde sentía particular afecto. Y es que gustó de llamarlo el sanjuanbautista del vanguardismo. Está entre
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Rubén Darío y Federico García Lorca, no sólo cronológica, sino
estéticamente.
Ellos son, por cierto, los tres poetas más inventores de su lenguaje. Los tres han sufrido también, cada uno a su modo, el castigo de la
popularidad. A los tres les han desgastado y envilecido su idioma lírico.
A Rubén, los seudopoetas de juegos florales.
A Federico, los poetastros flamencotes de “tablao”.
A Ramón, los empalagosos rimadores de provincia.
Pero el gran poeta es como el jabón, no se le puede manchar con nada,
porque su naturaleza lava la mancha.[8]
Y están también Pedro Salinas, pero sobre todo Pedro Garfias. En cuanto a
Pedro Salinas afirma en su libro Seguro azar del toreo: “Seguro Azar” es
el título de un libro de Pedro Salinas. El libro nada tiene que ver con los
toros. El título, sí, aunque el poeta no lo hubiera podido sospechar.
La reunión de esas dos palabras, en principio antagónicas –seguro azar-
es como la cifra verbal del toreo, con su tensión y su emoción de
antagonismo resuelto. Aunque sea resuelto un punto, para replantearse el
siguiente.[9]
Pero falta Pedro Garfias, otro poeta transterrado.[10] Si no, sirva de
ejemplo la “Oda a España”, creación del genial Alameda, pero con tintes y
tonos que se acercan al alma de Garfias: He de cantar también los litorales
azules de tu mapa,
donde se escucha el golpe de remeros
de la nave romana
y mitiga el dolor de tu costado la luz mediterránea…
Sigues teniendo hijos zahareños,
abeles y caínes en tu mata, de tu guerra intestina inacabable
sigue ardiendo la zarza,
y más habrá de arder si más le soplas.
Pero Dios guarde el fuego de tu llama,
donde tu propio corazón se quema. Áspera, dulce e inmortal España. [11]
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Todo esto parece remitirnos a las Poesías de la guerra española de Pedro
Garfias. En una de cuyas estrofas encontramos la afinidad de un ele mento
en este fino bordado:
Que hilo tan fino, qué delgado junco
-de acero fiel- nos une y nos separa [12]
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza. Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición, nuestras miradas.
Tengo la impresión, por tanto, de que estos versos parecen estar
convertidos en el sutil y cifrado mensaje poético que el salmantino envió
al madrileño estando ambos bajo el cobijo generoso de nuestro país, pero sin olvidar que su inspiración literaria habrían de forjarla sometidos al
principio de la nostalgia. Pero como vemos en un segundo plano, de una
construcción y arquitectura que habitó de manera semejante en sus
obras.
Entonces, ¿cómo se define el Alameda escritor?
Al descubrir la parte del
creador como poeta [13], además bastante inspirado,
con una construcción
equilibrada, magnética y
soberbia nos dice el autor:
Me puse a escribir
décimas. Décimas a lo
divino y lo humano. Por
puro deporte. Aquellos ejercicios decimales no
podían titularse más que
así, “Ejercicios Decimales”.
Luego, el soneto. Esto son
palabras mayores. En la
jaula de una décima puede usted meter un canario. El soneto es otra
cosa. Es la jaula de los leones. Con los que hay que luchar a brazo partido y a cuerpo limpio. Pero sobre todo con alma limpia. Sin trucos. Sin que la
retórica haga de las suyas.
Pero ¿qué entendemos por retórica? La retórica es un arte, el arte de decir. Un arte, en este sentido, es un conjunto de reglas, yo diría mejor,
de recursos para expresarse. Ahora bien, un recurso puede ser un medio
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legítimo, un instrumento limpio; o también un amaño, un artificio, una
suplantación. En este sentido último, en este mal sentido, es en el que
solemos aludirla, cuando la comparamos con la poesía. La retórica se
disfraza de poesía, es un astuto y poderoso engañabobos, el gigantesco gato por liebre de las letras. Sus mayores estragos los hace en el soneto,
su gran campo de cultivo. Siembra el concepto en el lugar de la intuición.
Y el hueco que Dios dispuso para las revelaciones, lo rellena de ideas, a
menudo seudofilosóficas. Es la gran usurpadora, la gran impostora, que no carece de talento, al contrario; pero es más peligrosa cuanto más
talento tiene, cuanto mejor sabe engañar con su manto ficticio.
En fin, hice mis Sonetos y Parasonetos y no voy a juzgarlos, ni a ellos, ni a los que quedaron fuera por no llegar a tiempo y que ya tomarán otro
tren, si es que pasa [14].
José Alameda lúcido, inteligente, dueño de la capacidad de asombro como tribuno, como literato de altos vuelos (aunque hay algunos obtusos que
no le quieren reconocer ese don), y entre algunas otras virtudes, poeta
mayor. Si Vicente Lombardo Toledano logró aplicar en Summa la máxima
de Baltasar Gracián, José Alameda lo hizo, sin desperdicio alguno en
buena parte de su obra.
La presencia de este madrileño de origen, que se hizo mexicano para
siempre, nos deja ver que entre sus múltiples actividades, también está
dedicado a ser guionista o locutor, o solo guionista, por lo que la huella alamediana es inconfundible hasta en los asuntos de sociales, política,
actualidad e incluso deportes. Como las grandes sinfonías, todo lo
abarcaba esta figura también seducida por la bohemia, que dejó escuela,
pero sin discípulos contundentes, ni continuadores de esa línea, hoy tan necesaria en el ambiente taurino, que lo único que viene manteniendo es
narradores de hechos, algunos de ellos incluso, sin estatura moral.
Desconozco las razones por las cuales José Alameda ni siquiera incluyó en
sus Memorias inconclusas este impresionante quehacer, el de guionista consumado, mismo que puede verse reflejado en el reciente y muy
admirable compendio de sus mejores trabajos reunidos en el DVD que la
Filmoteca de la UNAM ha dedicado a su trayectoria, plasmada en el
noticiero Cine Mundial.
¿Modestia?
¡Si todo en él era soberbia!
El José Alameda de carne, hueso y espíritu que muchos de nosotros
conocimos, nos recuerda a un hombre lleno, lo mismo de defectos que de
virtudes. Hoy lo evocamos en su faceta creadora, donde el legado de este recuento de Cine Mundial es nuestra mejor posibilidad de rememorarlo,
homenajeándole, aunque fuera adverso a los homenajes.
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Creo que nunca mejor resultado que, Los toros vistos por el noticiero Cine
Mundial (1955-1973), del que soy su productor, donde además de ser el
tercer disco DVD en la ya bien conocida serie “Tesoros de la Filmoteca de la UNAM” [15], es el mejor referente para mantener viva la memoria de
un hombre empeñado en defender con cultura, una muestra secular de
otra cultura de carácter popular como la taurina. Desde luego, mi
obligación moral, de larga amistad que mantuve con el “maestro” me orillaba a incluir numerosos trabajos, pero –y una vez más el tiempo-, fue
quien lo condicionó todo, por lo que tuve que hacer una selección, la
mejor posible, hoy al alcance de sus manos, de su vista, de su memoria,
con objeto de que quienes vivieron esos capítulos recuerden; y quienes no, sepan qué fue del toreo en buena parte de la segunda mitad del siglo
XX en opinión de don José, sin faltar, desde luego la inconfundible voz de
Alameda.
¿Nos toca, en algún sentido
hacer completas esas
Memorias…? Créanme, no es
fácil, pero hay que reconocer
que con ese trabajo, presentado a la
consideración de cineastas y
aficionados a los toros, lo
estamos logrando, y lo digo sin ningún recato. Hay que
admirar, aquí y ahora
completas esas memorias
con largo capítulo de 17 años ininterrumpidos (de
1956 a 1973), donde el
maestro se sometió a una
disciplina que ya no requería
pulir estilo alguno. Más bien sólo se preocupó en
trascender el perfecto
equilibrio marcado por el
tiempo, impuesto por la producción de noticieros
sujetos a 15 rigurosos
minutos; ese tiempo que ya
todos sabemos como pudo ser exaltado por la
irreverente, pero no por ello
inolvidable pluma de Renato Leduc en su soneto impecable. Aunque pocos
sabemos del también exacto poema de Fr. Miguel de Guevara, célebre autor del No me mueve, mi Dios, para quererte…, que va así:
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Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta;
Si a darlo voy, la cuenta pide tiempo,
Que quien gastó sin cuenta tanto tiempo,
¿Cómo dará sin tiempo tanta cuenta?
Tomar no quiere el tiempo tiempo en cuenta
Porque la cuenta no se hizo en tiempo,
Que el tiempo recibiera en cuenta tiempo, Si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta.
¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo?
¿Qué tiempo ha de bastar a tanta cuenta? Que quien sin cuenta vive, está sin tiempo.
Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta,
Sabiendo que he de dar cuenta del tiempo
Y ha de llegar el tiempo de la cuenta.
Y ya metidos en esta condición propia de Cronos, el dios del tiempo, de
José Alameda encuentro otra impecable muestra de su quehacer poético
en sus 4 LIBROS DE POESÍA, y en especial, en el tercero de ellos, el
poema en prosa Bajorrelieve del tiempo:
Entre el espacio habitado y el deshabitado, inaugura el bajorrelieve un
extraño y equívoco compromiso: el de un espacio vacío de materia que
está lleno de forma. Habitación desocupada donde siempre hay alguien.
Lo que vale no es lo que está o lo que se añade, sino lo que no está, el
hueco, el vacío, el no. Que es, a su modo, un sí.
Pero, ¿existe también un bajorrelieve del tiempo? Por lo menos, existe en
el tiempo. Transita junto a nosotros, aunque no todos lo veamos.
“Vivir es ver pasar”, ha dicho Azorín. Pero no todo pasar es un irse por
entero. Bien lo supo San Juan de la Cruz cuando nos dijo:
“Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura
Y yéndolos mirando, con sólo su figura, Vestidos los dejó de su hermosura”.
Aunque aquí el divino fraile ve lo que el paso de lo movible añade a lo
quieto, una demasía que es como un obsequiado altorrelieve. No la supresión de materia que va dejando huecos de la forma, la gracia
inquietante del que quitando pone la equívoca emoción del bajorrelieve.
El hueco como realidad en el espacio es un primer paso hacia la ausencia como realidad en el tiempo. Un paso que sólo puede darlo la lírica [16].
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Y de nuevo, otra vez sobre sus frases, sentencias o aforismos que, como
ya vimos al principio tienen –como dicen, decimos los taurinos-, “vitola”.
Así que Un paso adelante, y puede morir el torero. Un paso atrás, y puede
morir el arte, será porque lo dijo Arquímedes: Una mirada hacia atrás vale más que una mirada hacia adelante.
Otros aforismos suyos son la firme evidencia de esa enorme capacidad de
síntesis que siempre afloraron en el maestro.
Como este que suena a relámpago, a catástrofe: “La guerra. La guerra de
España, que no era de España, porque era en realidad la guerra mundial
que empezaba en España y parecía querer acabar con España”.
Respecto a la madre ausente decía: “Por muchos años que alcance el
hombre y por mucho que endurezca, siempre conserva en lo íntimo,
aunque sea muy al fondo, el espectro del niño que fue… Mientras la madre vive… El día en que nuestra madre muere, aunque sea muy lejos, se
muere también nuestro niño espectral, por muy al fondo que esté”.
Y este otro, que nos acerca una vez más al asunto taurino: “El temple no
lo descubrió (Juan) Belmonte, sino Goethe: Como el astro: sin apresuramiento, pero sin retraso.
Volvamos una vez más a las profundidades de la tauromaquia, eje central
de su producción literaria y pensante.
Nuestro personaje deja un legado de 11 obras esenciales que, como ya se
dijo parte de su Disposición a la muerte y concluye en El hilo del toreo.
Ahí, la impronta de José Alameda es más que evidente. Otros aportes suyos los vemos en trabajos donde analiza lo mismo la tragedia del toreo
[17]. que su sentido providencial a lo largo de los siglos.[18] .También se
impuso explicar lo que para él significaban no lo toreros ortodoxos.
Tampoco los iconoclastas. Sí los heterodoxos.[19]
José Alameda produce una nueva, fresca Tauromaquia en tanto tratado
para explicarnos, con ojos de siglo XX lo que significaba el arte torear,
pero también su indispensable e imprescindible técnica, nociones ambas
que felizmente superaron la etapa primitiva de aquellos otros tratados que pusieron a la consideración de profesionales y público en general José
Delgado, Francisco Montes, Rafael Guerra entre 1796 y 1897; o lo que
publica Federico M. Alcázar hacia 1936 como Tauromaquia moderna. Mero
intento, apenas una leve insinuación del cambio que, casi cincuenta años después, Alameda habría de culminar rotunda y felizmente. Es por esa
sencilla razón que, cuando El hilo del toreo vio la luz pública en Madrid el
año de 1989, y se hizo entender sobre todo entre un conjunto muy
cerrado de intelectuales, así como de periodistas españoles que creyeron que solo lo teorizado por ellos poseía valor, se dieron cuenta que el
planteamiento de Alameda enriquecía, sin más, el horizonte de postulados
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que hacían falta para entender no sólo la evolución. También el devenir y
el porvenir de un espectáculo que ha transitado en medio de la
prosperidad, pero también sometido a difíciles momentos depresivos.
Todo eso supo verlo, entenderlo y trascenderlo José Alameda, al grado que hoy día, su obra está siendo valorada en su justa dimensión, y es una
fuente esencial para soportar cualquier buen trabajo que se precie en
explicar histórica, técnica o estéticamente el curso de la tauromaquia. Es
más, un continuador de esa línea, de ese “hilo” en los aspectos teóricos y que incluso ha ido más allá en el análisis crítico ya planteado como
escuela por Alameda, es José Carlos Arévalo, actual director de la revista
6TOROS6, quien ha abrevado la obra del propio José Alameda,
reconociéndola ya como fuente indispensable. Y aquí un ejemplo del citado periodista:
Las corridas de toros siempre respetaron celosamente el rito. Pero el
toreo es una de las artes más evolutivas. La lidia ya codificada en tres tercios absolutamente definidos, la de los tiempos de Paquiro, nada tiene
que ver con la lidia actual. Es posible que ni los aficionados más
conocedores supieran seguirla, comprenderla, sentirla, si pudieran verla
hoy tal como era ayer. Pero no la cambió el rito, que permanece
inalterable, ni los reglamentos posteriores, que la sometieron a ley, sino el arte del toreo. Es decir, las historias que el hombre es capaz de contar con
un toro: su actitud ante el peligro, su capacidad para trocar la violencia
del animal en una cadencia estética impuesta por su sabiduría y por su
sentimiento.
Pero viene aún algo muy importante: Ni Joselito, ni Belmonte, ni
Manolete tuvieron que cambiar una coma de los reglamentos a los que
sucesivamente se sometieron para que las corridas, siempre iguales, fueran distintas. ¿Quién le impuso a José la regeneración, por él
ordenada, de la suerte de varas para que abriera el camino hacia un
mayor repertorio del toreo de capa? ¿Le protestaron las cuadrillas cuando
les ordenó abandonar el ruedo durante la faena de muleta? ¿Qué reglas
rituales contradijo Belmonte para hacer del toreo un acto dramático más estético? ¿Qué ley hubiera tenido potestad para impedir el toreo
versificado en series de Manolete, ese hallazgo que transformó y amplió
hasta en su misma esencia la faena de muleta?[ 20].
Y a todo esto, ¿qué nuevas teorías propone José Alameda tomando como
referencia su libro clave del Hilo del toreo?
Primero que todo, existe una propuesta que considera el entorno de la historiología, que cubre con acierto al realizar profundas reflexiones sobre
el significado de algunas de las obras esenciales en la que nos hemos
fundado y formado quienes somos afectos a la tauromaquia. De ese modo
plantea que:
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El origen del toreo no puede
estar en vagos antecedentes sin
conexión histórica con nuestro
presente. El criterio está en la continuidad. En el “hilo”. Todo
lo que no pertenezca a esta
concatenación de sucesos, no
es historia del toreo. La historia del toreo empieza aquí,
justamente en esta dicotomía.
Europa elimina al toro.
Por el contrario, España no sólo
lo mantiene, sino que lo
fomenta.[21]
Por lo tanto, el toreo es español
porque nace en España, pero
nace de la guerra. Ahí comienza
su preocupación estableciendo un recorrido histórico y analítico
sobre cada uno de los
acontecimientos que va
poniendo como telón de fondo, pero colocando como
protagonistas a cada uno de los
diversos personajes de ese
enorme recorrido en el que aparecen nobles y plebeyos. De
estos últimos plantea que les
suele llamar “clásicas” a la
Tauromaquia de Pepe-Hillo y a
la de Paquiro.
Pero el toreo, entonces, apenas estaba empezando. Si tenemos esto en
cuenta, debemos comprender que Hillo y Paquiro no pueden ser los
grandes clásicos, son simplemente los grandes primitivos.[22]
Por lo demás, sugiero la placentera lectura de El hilo del toreo donde
Siguiendo el hilo del toreo como por una senda, llegamos al punto en que podemos volver la vista para contemplar un panorama pleno de vitalidad
–de figuras y de acción.
Por su riqueza de formas de vida, el toreo es espejo del mundo. Muchos lances, muchos trances del toreo pueden ayudarnos como síntesis a
explicar en abreviatura ciertos dramas y ciertas sorpresas de la vida.[23]
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Allí se encontrarán desde los ya conocidos José Delgado y Francisco
Montes, pasando por Pedro Romero, Francisco Arjona, “Lagartijo” y
“Frascuelo”, “El Guerra”, Gaona, Belmonte y Joselito”, sin dejar de mencionar toreros y faenas emblemáticas o paradigmáticas de “Chicuelo”,
“Armillita”, Domingo Ortega, Carlos Arruza, Silverio Pérez, “Manolete”,
hasta desembocar en Antonio Ordóñez.
Y aquí la última cita sobre esta obra, cuando Alameda se ocupa de uno de
los temas que, entre los aficionados a los toros es una auténtica
declaración de guerra: el tema de cargar la suerte. Esta es su
consideración:
Podríamos decir que cargar la suerte es llevarla al punto de conjunción de
toro y torero, en que la suerte se precisa, se define y toma estructura. El
punto de apoyo de la suerte, el gozne desde el cual se desarrolla. Porque cargar la suerte no es poner un pie adelante, es afirmarla y ahondarla allí
donde naturalmente se produce…[24]
O para entenderlo a partir del verso magistral de Jaime Sabines:
Los amorosos
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
El más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan,
Los amorosos son los que abandonan,
Son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar, No encuentran, buscan.
Es decir, que lo que nos está diciendo Alameda en su interpretación sobre
“cargar la suerte”, no es otra cosa que una utopía, es Los amorosos de
Sabines; es la siempre sabia expresión de Lope de Vega, a propósito de dos de sus versos geniales cuando nos dice:
“…es algo que se aposenta en el aire / y luego desaparece…”; o como
concluyera magistralmente Pepe Luis Vázquez, el torero rubio del barrio de San Bernardo, en Sevilla: “El toreo es algo que se aposenta en el aire /
y luego desaparece…”
Es el delirio de Francisco de Quevedo en
Amor constante más allá de la muerte.
Alma a quien todo un dios prisión has sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado, Médulas que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
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Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, más polvo enamorado.
¿No les parece que estas aproximaciones a la poesía son, en buena medida, manifestaciones de cada uno de sus creadores que a su vez se
acercan a explicar, desde su atmósfera, lo que para el toreo es “cargar la
suerte”?
* * * * * * * * * *
Del hilo de Ariadna al hilo del toreo hay todo un laberinto creativo,
porque partiendo del argumento mitológico que si bien, lo toma como
referente o punto de partida
sobre la creación de la tauromaquia en cuanto tal,
apenas está insinuado en su
obra; Alameda prefiere citar el
caso del baño de Florinda como detonante no sólo de una
guerra.[25] También del toreo,
y a través del toreo llega al
otro extremo del hilo, que además logró que nunca se
rompiera por lo más delgado de
alguna inestabilidad teórica de
su parte. Todo en él fue
argumentar y sustentar con magistral conocimiento de
causa un doctrinal taurómaco al que no dejó enredarse en su natural
anacronismo, sino que lo puso al día. Tan es así que, sin temor a
equivocarme El hilo del toreo es la última pero más vigente versión de la tauromaquia, por la que pasaron los Arquitectos del toreo moderno,[26]
sometidos a la Historia verdadera de la evolución del toreo[27] versión
preliminar de El hilo…, donde se impuso a la dura, extenuante, y también
gozosa tarea de legar ese compendio teórico del que venimos hablando.
Pues bien, no quise tratar aquí solo al personaje que llenó un gran espacio
en la comunicación por radio, televisión y prensa escrita, oficio que
desempeñó de forma permanente por cerca de cincuenta años, y en esa permanencia, inevitable para él, no pudo dejar de caer en la tentación de
la parcialidad, de dejarse llevar por lo acrítico de ciertas etapas donde le
era conveniente no juzgar, no poner al servicio de su profesión la crítica
como instrumento por y para la verdad, y que la verdad, nuevamente con
la ayuda de Lope de Vega, “es algo que se aposenta en el aire / y luego desaparece”. La verdad, desde el punto de vista histórico se apuntala, por
lo menos en cinco fundamentos: la verdad como correspondencia o
relación; la verdad como revelación; la verdad como conformidad a una
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regla; la verdad como coherencia; y la verdad como utilidad. Por lo tanto,
su explicación es harto difícil en términos de que un ente en lo particular,
pero también en lo general la pueda creer como tal. Pero puede caerse
también en la ambivalencia de si es verdad “absoluta” o verdad “relativa”, y como esos menesteres son asuntos de compleja manufactura, y no
asunto a tratar hoy, aquí con ustedes, recuperemos el hilo del toreo, en la
persona de José Alameda.
Quizá por eso, y tomando partido por la sensata posición de no pelear con
nadie, desde su trinchera fue capaz de repudiar a cierta prensa que llamó
“terrorista”. Un mal ejemplo y un mal antecedente de esto, ocurrió con
Carlos Quiroz “Monosabio”, importante periodista de finales del siglo XIX, y primeros 30 años del XX, quien va de una posición privilegiada, hasta
llegar a la del desprestigio total, debido a sus métodos poco honestos de
manejarse en un medio que le descubre inclinaciones descaradas, al
escribir infinidad de notas en función del ingreso percibido, creando verdaderos elogios en algo que no lo merecía, y notas discriminatorias si
el aludido no era espléndido o capaz de soltar dinero conforme a la
exigencia del redactor. Así pasó con el Sr. José Julio Barbabosa, quien
tuvo que soportar una lapidaria reseña de sus toros, los toros de Santín,
en la crónica de la corrida del 11 de septiembre de 1921. Pero por otro lado, quienes se vieron halagados con sus apuntes, fueron los señores
Barbabosa, primos de aquel y dueños de Atenco, hacienda que visitó el
periodista en el mismo mes patrio, que además estaba revestido con la
magna celebración del centenario de la consumación de la independencia.
Continuando con el hilo de esta plática, no podemos olvidar tampoco al
hábil y disciplinado guionista. Sería injusto no hablar del comunicador o
del declamador alejado de las exageraciones, como puede comprobarse en un par de discos de larga duración donde queda recogida para la
posteridad su voz y su poesía. Estamos frente al maestro, al tratadista, al
poeta mayor que se hizo querer, también odiar. Él mismo decía: “Mientras
mi vida profesional y mi íntima formación literaria eran todo rigor y
disciplina, mi vida privada –a ratos, bastante pública- era cambiante, tornadiza, diversa e inestable”.
Hoy día, a quince años de su ausencia, la estela de recuerdos crece y al
extrañarlo tanto, se debe, en buena medida, a su gran personalidad, pero también a la impresionante estela desplegada a partir de sus
imprescindibles obras literarias. Por eso, el enorme hueco que dejó, allí
sigue, y creo que seguirá mientras alguien no se fije esos claros fieles de
la balanza que lo caracterizaron, al margen de sus personales debilidades. Nadie es perfecto, pero él, intentó la perfección y, sin temor a exagerar, lo
consiguió. No estaba equivocado al decir de Bécquer “Yo no busco,
encuentro”, como después diría Picasso (que no hacía sino buscar).
Bécquer no traía propósitos, deliberaciones. Bécquer cantaba… Canta por siempre.
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Alameda, como Bécquer, encontró. Alameda, como Bécquer… canta y
habla, Alameda como Bécquer hablará por siempre.
--- --- --- [1] El Búho, suplemento de cultura de EXCELSIOR. Domingo 3 de mayo de 1987. [2] José Alameda: RETRATO INCONCLUSO. MEMORIAS. México, editorial océano, 1982. 143 p. Ils., fots., p. 41-42.
[3] Op. Cit., p. 93. [4] Ibidem., p. 94. [5] José Alameda: Seguro azar del toreo. México, Imprenta Monterrey, S.A., 1984. 92 p. Ils., fots., p. 7. [6] José Ramón Garmabella: DON JOSÉ, EL DE LOS TOROS. (Retrato concluso de Pepe Alameda). México, La Afición, Talleres Gráficos de Litográfica Impro, S.A., de C.V., 1990. 64 p. Ils., fots., p. 49: Luis Carlos Fernández y López-Valdemoro José Alameda fue parte de la emigración republicana española llegada a México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, al término de la guerra española. [7] Alameda: Retrato…, op. Cit., p. 93.
[8] José Ramón Garmabella: DON JOSÉ, EL DE LOS TOROS. (Retrato concluso de Pepe Alameda). México, La Afición, Talleres Gráficos de Litográfica Impro, S.A., de C.V., 1990. 64 p. Ils., fots., p. 50: Otros periodistas españoles en México. En cuanto a periodistas y escritores, quizá el pionero de la crónica taurina fue Luis Fernández Clérigo, padre del que después sería conocido como José Alameda. Vale también mencionar a Enrique Bohórquez, cronista del diario Esto y autor de argumentos cinematográficos sobre cintas
taurinas y de temas andaluces; Antonio y Eleuterio de la Villa: uno, Antonio, autor de sendas biografías sobre Belmonte y Manolete. El otro, Eleuterio, conocido por su seudónimo Juan de Gredos. Son también dables de mencionar Rogelio de Ubeda (Luis de Tabique), Félix Herce, Jesús Arraco, Agustín Linares y Manuel García Santos, quien aparte de haber colaborado en muchas publicaciones, se echó a cuestas la tarea de realizar con buen éxito la versión mexicana de la revista El Ruedo. Sigue la lista: Indalecio Prieto, antiguo ministro de la República Española, en el exilio escritor político de
alto vuelos, si bien en muchísimas ocasiones dejó sentada cátedra sobre toros y toreros; José Luis Mayral y Enrique Guarner, cronistas, hasta hace algunos años del desaparecido diario Novedades. [9] Carlos Fernández Valdemoro: “Disposición a la muerte”. En: El hijo pródigo, vol. VI, Núm. 20. Noviembre de 1944, p. 81-87. Edición facsimilar de El hijo pródigo, colección dirigida por José Luis Martínez.. México, Fondo de Cultura Económica, 1983. Vol. VI – VII (Octubre/Diciembre de 1944 y Enero/Marzo de 1945)., p. 115-121. (Revistas literarias
mexicanas modernas). [10] Summa: Reunión de datos que recogen el saber de una gran época. [11] José Alameda: EL HILO DEL TOREO. Madrid, Espasa-Calpe, 1989. 308 p. Ils., fots. (La Tauromaquia, 23).
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[12] José Alameda: 4 LIBROS DE POESÍA. I. Sonetos y Parasonetos. II Perro que Nunca Vuelve. III Oda a España y Seis Poemas al Valle de México. IV Ejercicios Decimales. Apéndice I: Primeros Poemas. Apéndice II: Tauro lírica Breve. México, Ediciones Océano, S.A., 1982. 239 p. Ils., p. [13] José Alameda: Crónica de sangre. 400 cornadas mortales y algunas más. México, Grijalbo, 1981. 195 p. Ils., fots. [14] José Alameda: El toreo, Arte Católico (con un apéndice sobre el motivo católico en la poesía taurina) y Disposición a la muerte. Prólogo del Licenciado Carlos Prieto [Vicepresidente del Casino Español y Presidente de su Comisión de Acción Cultural]. México, Publicaciones del Casino Español de México, 1953. 161 p. Ils., fots.
[15] José Alameda: Los heterodoxos del toreo (Con ilustraciones de Raymundo Cobo). México, editorial Grijalvo, S.A., 1979. 159 p. Ils., fots. [16] 6TOROS6 Nº 574, del 28 de junio al 4 de julio de 2005, p. 3. José Carlos Arévalo: “Libertad y tabú”. [17] Parece decirle así, Pedro a José.
[18] José Alameda: SEIS POEMAS AL VALLE DE MÉXICO Y ENSAYOS SOBRE ESTÉTICA. DE VELASCO A CUEVAS Y DE GOYA HASTA PICASSO Y DALÍ. México, B. Costa-Amic editor, 1974. 127 p. Ils., fots. [19] Alameda, Retrato…, op. Cit., p. 107-108. [20] José Francisco Coello Ugalde (productor): TESOROS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.: TAUROMAQUIA. colección de DVD´s, dividida en los siguientes temas: Vol. I: “Daniel Vela: 1941-1946”. (Año de edición: 2002). Vol. II: “Los Orígenes. Cine y tauromaquia en México, 1896-1945”. (Año de edición: 2003). Título 02 RTC DVD-3943. Vol. III: “Los toros vistos por el noticiero CINE MUNDIAL (1955-1973). Homenaje a José Alameda. (Año de edición: 2004). Título TFULO-03.
[21] Alameda: El hilo…, op. Cit., p. 20. [22] Ibidem., p. 87. [23] Ibid., p. 303. [24] Ib., p. 287. [25] José Alameda: La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo. México, Grijalbo, 1980. 109 p. Ils., retrs., fots., maps. [26] José Alameda: Los arquitectos del toreo moderno. Ilustraciones de Pancho Flores. México, B. Costa-Amic, editor, 1961. 124 p. Ils.
[27] José Alameda: Historia verdadera de la evolución del toreo. México, Bibliófilos Taurinos de México, Unión Gráfica, S.A., 1985.172 p. Ils. Fots.
© José Francisco Coello Ugalde/Taurologia.com
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