Juan José Vega: Los Incas Frente a la Conquista

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LOS INCAS FRENTE A LA CONQUISTA ESPAÑOLA Escribe: Juan José Vega Se ha estimado comúnmente que la Conquista del Imperio de los Incas acabó con la ejecución de Atao Huallpa; 1 y así se enseña todavía. Pero no existe afirmación más equivocada. La verdad es que cuando el Inca fue ajusticiado en el garrote 2 por Francisco Pizarro en Cajamarca, las guerras de los caudillos incaicos contra los conquistadores aún no se habían iniciado. En efecto, con el anuncio de la ejecución de aquel monarca empezó la guerra. Los capitanes incaicos, muerto ya su señor, el Inca, se sintieron liberados de toda promesa de pasividad. Empezaron entonces las campañas militares de la Conquista del antiguo Perú; prolongado proceso realmente heroico de más de cien batallas; resistencia silenciada en la historia oficial; guerra que muchos peruanos todavía no aceptan como válida. LA CONQUISTA DEL IMPERIO DE LOS INCAS La Conquista tuvo dos fases. La primera contra los grandes capitanes de Atao Huallpa y la segunda contra Manco Inca 3 . En total fueron trece años de guerras implacables (1531- 1544). La Conquista del Incario fue, en verdad, una lucha en la 1 Nació en el Cuzco, hacia el 1497. Fue hijo predilecto de Huaina Cápac, quien "lo amaba mucho". Lo tuvo con Tuta Palla, nombre quechua de la princesa de Carangui, lugar cercano a Quito, por el Otabalo de hoy. Desde muy joven, Atao Huallpa estuvo en las guerras del norte, donde se relacionó con los más destacados yana-generales de su padre. Estos jefes guerreros, al acentuarse las diferencias de Atao Huallpa con su hermano, el recién reconocido emperador Huáscar, influyeron decisivamente en la marcha del pronunciamiento autonomista de Tumebamba; rebelión que tendría, entre otras metas, conceder a los yana-guerreros y los yanas en general un nivel social más elevado. Esto fue en 1529. 2 El garrote, que es un torniquete de estrangulamiento, era castigo para delincuentes, no para reyes. El Inca, en todo caso, debió ser degollado, por su alcurnia. 3 Hijo de Huaina Cápac, que dirigió a la aristocracia cuzqueña contra la dominación española, entre 1536 y 1544. Ver el último capítulo de esta obra. 1

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LOS INCAS FRENTE A LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Escribe: Juan José Vega

Se ha estimado comúnmente que la Conquista del Imperio de los Incas acabó con la ejecución de Atao Huallpa;1 y así se enseña to-davía. Pero no existe afirmación más equivocada. La verdad es que cuando el Inca fue ajusticiado en el garrote2 por Francisco Pizarro en Cajamarca, las guerras de los caudillos incaicos contra los conquistadores aún no se habían iniciado.

En efecto, con el anuncio de la ejecución de aquel monarca empezó la guerra. Los capitanes incaicos, muerto ya su señor, el Inca, se sintieron liberados de toda promesa de pasividad. Empezaron entonces las campañas militares de la Conquista del antiguo Perú; prolongado proceso realmente heroico de más de cien batallas; resistencia silenciada en la historia oficial; guerra que muchos peruanos todavía no aceptan como válida.

LA CONQUISTA DEL IMPERIO DE LOS INCAS

La Conquista tuvo dos fases. La primera contra los grandes capitanes de Atao Huallpa y la segunda contra Manco Inca3. En total fueron trece años de guerras implacables (1531-1544).

La Conquista del Incario fue, en verdad, una lucha en la cual cayeron combatiendo unos dos mil españoles. Contienda que registró varios triunfos incaicos sobre las armas hispánicas. Épicas campañas al final de las cuales Manco Inca llegó a formar un pelotón de caballería y una elemental arcabucería; larga lid que sólo habría de concluir luego del asesinato de aquel Inca, en Vitcos, a finales de 1544.

Esta guerra ha sido ocultada adrede, porque nada de lo que aquí he-mos dicho es nuevo. Al contrario, está en las miles de páginas de las crónicas del siglo XVI y en centenares de documentos de aquella misma etapa, escritos o dictados por los propios protagonistas,

1 Nació en el Cuzco, hacia el 1497. Fue hijo predilecto de Huaina Cápac, quien "lo ama ba mucho". Lo tuvo con Tuta Palla, nombre quechua de la princesa de Carangui, lugar cercano a Quito, por el Otabalo de hoy. Desde muy joven, Atao Huallpa estuvo en las guerras del norte, donde se relacionó con los más destacados yana-generales de su padre. Estos jefes guerreros, al acentuarse las diferencias de Atao Huallpa con su hermano, el recién reconocido emperador Huáscar, influyeron decisivamente en la marcha del pronunciamiento autonomista de Tumebamba; rebelión que tendría, entre otras metas, conceder a los yana-guerreros y los yanas en general un nivel social más elevado. Esto fue en 1529.

2 El garrote, que es un torniquete de estrangulamiento, era castigo para delincuentes, no para reyes. El Inca, en todo caso, debió ser degollado, por su alcurnia.

3 Hijo de Huaina Cápac, que dirigió a la aristocracia cuzqueña contra la dominación española, entre 1536 y 1544. Ver el último capítulo de esta obra.

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españoles e indios; fuentes históricas proscritas por la "historia oficial". Se trata, pues, de una guerra que se ha mantenido silenciada. En las fuentes primigenias (las únicas que usamos) abundan informes sobre batallas entre incaicos y españoles y sobre triunfos cuzqueños. La Conquista española fue, en realidad, el fruto de varias guerras y se logró en un dilatado y cruento ciclo, durante el cual brilló el valor de un pueblo que se resistió a la dominación extranjera, encarnizadamente, con un coraje sin límite y en dos eta-pas sucesivas. La lucha fue protagonizada primero por los mitimaes4

incaicos de Tumebamba y sus hijos; y luego, en el lapso mayor, por los cuzqueños imperiales. Contiendas que al final fueron decididas por la astucia de los capitanes invasores, esencialmente porque supieron engañar para desorientar y dividir constantemente al país agredido. Por ejemplo, si bien utilizaron desde un primer momento a tres mil indios nicaraguas, cunas, panameños, guatemalas y hasta méjicos, pronto reforzaron estos contingentes valiéndose de los propios caciques súbditos del Tahuantinsuyo5. En efecto, dejándose creer dioses en una primera etapa, hasta 1534, opusieron Cuzco a Tumebamba, es decir a la capital contra la principal metrópoli. Más tarde la tarea disolvente alcanzó aún mayor éxito, al ampliar y consolidar los españoles sus ofertas a los caciques no-incas, en el sentido de que los restablecerían en su autonomía y privilegios preincaicos. En ese momento la treta tuvo notable éxito y consiguieron la adhesión de numerosos régulos indígenas, enemigos del Cuzco y de la Tumebamba sublevada contra la ciudad imperial.

A la osada voluntad de aventura, sumaron los castellanos, como ya está dicho, la treta y la trampa, prácticas corrientes en aquellos tiempos y que el Occidente aplicó por igual en cada nueva conquista emprendida alrededor del mundo. En el Tahuantinsuyo los españoles, dotados de una experiencia guerrera de casi medio siglo en América, emplearon eficientemente una antiquísima máxima: dividir para vencer. Lanzando a unos grupos contra otros fueron

4 Los mitimaes eran colonos. Por tanto, no constituían una clase social como tanto se ha repetido. Mitimaes podían ser desde altos nobles orejones hasta modestos pastores. A través del sistema mitimae una colectividad se desplazaba casi en su integridad, de su provincia originaria a otra. Hubo mitimaes de dos clases. Los cuzqueños o incas, que marchaban a despojar y a ocupar una zona, y los provincianos, pertenecientes a etnías vencidas, que por motivaciones de orden interno (de seguridad o de carácter económico) salían a ocupar la zona que se les asignaba. Los cuzqueños se desplazaban con sus curacas y orejones, con sus yanas también, vale decir con todo su cuadro social. Los otros mitimaes expulsados emigraban también con sus caciques. Los del Cuzco mejoraban; los de provincias decaían. Al producirse la Conquista española, los mitimaes incas se defendieron reciamente. Los provincianos se aliaron a los misteriosos seres de ultramar, o empezaron a retornar a sus provincias. Los guerreros incas de guarnición recibían también el nombre de mitimaes, porque se quedaban para siempre en las provincias asignadas.

5 En quechua, tahua es cuatro y suyu región. El afijo ntin denota unión. Es así un nombre abstracto: Las Cuatro Regiones Unidas. El vocablo figura en antiguas crónicas indias, como la de Santa Cruz Pachacuti. Fue inicialmente divulgado en el habla castellana hacia 1558, por Juan Polo de Ondegardo. Bernabé Cobo apuntó en su crónica que este nombre había sido “puesto por los naturales”.

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destruyendo los dos núcleos del poder incaico, Cuzco y Tumebamba, separados entonces por cruenta guerra civil que se venía librando desde 1529 y que proseguiría mientras los españoles se posesionaban de la costa norte del Imperio; trasfondo que rara vez se menciona. La obra maestra de Francisco Pizarro, jefe de la Conquista española del Perú, tuvo varias etapas: primero la de ahondar esta lucha civil -en verdad rebelión contra panacas6-, dejando creer en la lejana capital incaica que era un emisario de los dioses para respaldar a la dinastía legitimada por el alto clero cuzqueño y afirmarla en el trono. Luego actuaría a fondo, combatiendo a favor de la rica panaca de Túpac Inca Yupanqui7,entre 1532 y 1535, cuyo eje era el Cuzco, y contra los generales de Atao Huallpa. Después habría de dividir esa panaca y a los Hanan cuzcos8, apelando hasta a la corrupción. Fue así como se atrajo a Paullo Inca9, e1 mayor aliado de los españoles, y a otros aristócratas aborígenes, como a Páscac Inca10, guerrero notable. Los españoles, pues, azuzaron los odios que dividían a las panacas imperiales y a las aristocracias Hanan y Hurin11, empeño exitoso hasta 1544.

¿Quién lo dice? Pues los mismos conquistadores españoles. A pesar de tan magníficas fuentes (las dadas por los vencedores; por los autores de la Conquista), hasta ahora solamente hemos tenido una historia reaccionaria, negativa y racista. Tendencia que, desgraciadamente, todavía domina en muchos círculos del país.

LA GUERRA CIVIL INCA

El azar, que también cuenta en la historia, dio a Pizarro una magnífica oportunidad. El Estado Imperial Incaico se hallaba muy dividido. En sangrienta guerra civil. Se enfrentaban por entonces Huáscar12, a la cabeza de las panacas cuzqueñas, entre ellas las de Túpac Inca Yupanqui y Pachacuti13, contra un vasto sector de los numerosos príncipes incaicos provincianos o semi incas rebelados. Los encabezaba Atao Huallpa. Contaban ellos con el apoyo de los guerreros más destacados y de ciertos sectores más bajos. El clero solar14 respaldaba a Huáscar.

La guerra fue a muerte y resultó atizada por la imprevista irrupción de los españoles, que hábilmente no se presentaron como conquistadores. Según los casos, aparecieron como salteadores, emisarios divinos y hasta libertadores, como sucedió respecto a los caciques de las etnías sojuzgadas por los Incas.

Desde su inicio, pues, todo este proceso de dominación fue factible merced a la ciega lucha entre Cuzco y Tumebamba; guerra sangrientísima que empezó en 1529, pero que hubo de extenderse entre 1531 y 1534, cuando los españoles trataban de sojuzgar al Imperio de los Incas.

Pedro Pizarro, soldado-cronista y paje de su tío el Gobernador del Pe-rú, escribió en su Relación del descubrimiento y conquista del Perú

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(1571: cap. x), que "si la tierra no estuviera divisa con las guerras de Guáscar y Atabalipa, tampoco no la pudiéramos entrar ni ganar", precisando luego que "si este Guainacapa fuera vivo cuando los españoles entramos en esta tierra, era imposible ganarse, porque era muy querido de todos sus vasallos".

Como veremos, la opinión del joven soldado de la Conquista fue com-partida por todos los que escribieron en tomo a la invasión española. El conquistador Diego de Silva y Guzmán, autor de la Crónica Rimada (¿1539?: verso 233), habría de señalar que al enterarse Pizarro de la guerra civil incaica: “El buen capitán sintió gran placer,/ pareciéndole ser favorable fortuna, /porque siendo Atabualpa y Guáscar a una,/ fuera dudoso poderlos vencer”.

El testimonio resulta valiosísimo, porque el autor de estos versos fue de los que peleó en el Descubrimiento y la Conquista, espada en mano; y tan valioso es como el criterio del propio secretario de Pizarro, Pedro Sancho de la Hoz, quien apuntaría enfáticamente: "...y se puede creer que si no fuera por la discordia que había entre la gente de Quito y los naturales y señores de la tierra del Cuzco y su comarca, no habrían entrado los españoles en el Cuzco ni habrían sido bastantes para pasar adelante de jauja". Así lo sostiene acabando su Relación de 1534.

El cronista Agustín de Zárate en su obra Historia del descubrimiento y conquista del Perú (1555: caps. I, XII) iba aún más lejos en sus apreciaciones, señalando que "... fue permisión divina que los españoles llegasen a esta conquista al tiempo que la tierra estaba dividida en dos parcialidades, y que era imposible, o a lo menos muy dificultoso, poderla ganar de otra manera".

En cuanto al "príncipe de los cronistas", Pedro Cieza de León, dijo en su obra Crónica del Perú (1551: Tercera Parte), que los españoles venidos a la conquista del Imperio de los Incas "no bastaran a defenderse de la multitud de los indios si no permitiera Dios que hubiese guerra crudelísima entre los dos hermanos, Guáscar y Atahualpa".

Joseph de Acosta, notable pensador español del siglo de la Conquista, afirmó en su Historia Natural y Moral de las Indias (1590, Lib. VII, cap. 28.°), que "la división entre los dos hermanos dio la entrada al Marqués don Francisco Pizarro".

Estas opiniones serían sustentadas, luego, por todos los sabios es-pañoles coloniales (con lo cual, de paso, también demostramos que ciertas tesis sobre la caída del Incario son el fruto de la historiografía criolla republicana; no de la hispánica). La causa esencial del hundimiento del Imperio, por tanto, radicó en las contradicciones internas de la propia sociedad incásica, habiendo sido la principal una autocracia escindida. La lucha a muerte –once batallas– entre el Inca legitimado y el Inca sublevado; enfrentamiento de dos de los

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hermanos más importantes entre los hijos que dejó Huaina Cápac15, y su natural secuela de tensiones dinásticas y rivalidades principescas fueron el ámbito propicio a la acción de la Conquista española.

LOS DOS INCAS PRESOS

Las circunstancias de la conquista fueron tan favorables a Pizarro que muchos de su tiempo veían en el caso "la mano de Dios". Que las cosas así sucedían "por permitirlo Dios".

La coyuntura más propicia al éxito español fue que los dos Incas ri-vales cayesen presos casi simultáneamente a mediados de noviembre de 1532. Huáscar cerca del Cuzco, en manos de las huestes ataohuallpistas; y Atao Huallpa en poder de los españoles. La coincidencia resultó singularmente decisiva en un Estado centralista en grado sumo. Ambos aristócratas trataron de salvar libertad y vida acatando a los españoles y ofreciendo inmensos tesoros. Uno en Cajamarca; el otro en Taparaco (Huánuco). Todo el Imperio quedó trabado. Atao Huallpa tenía preso a Huáscar, pero a la vez estaba cautivo de los españoles. Esta situación duró cinco meses.

Agustín de Zárate tomó conocimiento de estos hechos en 1543. En su crónica (1555: cap. LX, Lib. II) nos informa cómo tres emisarios de Pizarro que marchaban al Cuzco con su escolta ataohuallpista se cruzaron con Huáscar preso. Éste explicó a los tres barbados, a quienes creía emisarios de Viracocha16: "Que pues ambos [él mismo y Atao Huallpa] estaban en su poder y por esta razón él [Pizarro] era Señor de la Tierra, hiciese entre ellos justicia, adjudicando el Reino a quien perteneciese".

Cada uno de los dos hermanos prometió mucho oro a sus captores. Huáscar "tenía en su poder todos los tesoros y joyas de su padre con que fácilmente podía cumplir mucho más que aquél en lo cual decía verdad... Los capitanes que le llevaban preso hicieron luego saber, por la posta, a Atabaliba, todo lo que había pasado". Consecuentemente, Atao Huallpa mandó ejecutar de inmediato a Huáscar.

ALZAMIENTOS ANTI INCA

Pero no sólo Cuzco y Tumebamba se enfrentaron con trágica e implacable saña, mientras que los españoles se fortalecían, primero en la costa y luego en los Andes del Perú; ambas sedes de poder

16 El Incario marchaba al monoteísmo (Viracocha era el gran dios hacedor del mundo), en un proceso que se parece al de las sociedades orientales clásicas. Cantidad de leyendas y versos quechuas antiguos tal lo indican, y no vemos que los recopiladores de esas versiones (Garcilaso y Santa Cruz Pachacuti entre ellos) deformaran esos mitos por influencias occidentales. En cuanto al nombre del dios Viracocha, nos parece un arcaísmo, un vocablo perdido, como suele ocurrir en las religiones. Resulta absurdo creer en el significado de "grasa del agua" o lindezas por el estilo. Por otra parte, muchas antiguas crónicas identifican a Viracocha con el sol, como su repre-sentación. Cieza por ejemplo anotó esta relación (Tercera Parte, cap. 61.°).

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sufrieron graves guerras intestinas dentro de sus respectivas áreas de influencia. Los caudillos indígenas locales antiincas, actuando con ciega rebeldía, se convirtieron inconscientemente en instrumento de los invasores en la lucha de éstos contra los dos centros imperiales incaicos.

Indios contra indios, tal fue, en realidad, el eje de la conquista del Tahuantinsuyo; porque las guerras de la penetración castellana se desarrollaron, esencialmente, bajo la forma de sanguinarias campañas militares de unas confederaciones tribales contra otras. Alzamientos de curacas17 vasallos de cien etnías distintas contra los Incas. Atroz contienda. Primero fueron las guerras civiles entre Cuzco y Tumebamba, entre norte y sur, entre Hanan y Hurin, luchas que los españoles aprovecharon hábilmente. Luego se sumó una nueva anarquía, la que los castellanos supieron desatar y reforzar a través del atizamiento del ánimo levantisco de numerosos régulos indígenas provincianos contra el orden imperial. Estos caciques creían iniciar su propia guerra de liberación anticuzqueña. Un doscientos mil indios cayeron de este modo combatiendo entre sí, mientras Pizarros y Almagros descoyuntaban el Imperio, si nos atenemos a las referencias numéricas aportadas por los cronistas sobre los encuentros entre los ejércitos de las dos grandes panacas imperiales.

Tales han sido los factores fundamentales de la caída del Incario. La crisis dinástica incaica al momento de la conquista española, de por gravísima, no puede explicar sola todo el confuso proceso de desintegración estatal que sufrió el Imperio; así lo hemos apuntado desde 1960, en repetidas oportunidades. Primaron factores más profundos, propios de una sociedad imperial guerrera. A la pugna sucesoria entre los hijos de Huaina Cápac se agregó una circunstancia decisiva, detonante: la sublevación de los caciques, originada en la esencia misma del Imperio de los Incas; en su conformación multitribal o "multinacional", por lo demás, apenas estructurada. Ahora agregamos un nuevo y poderosísimo factor, sobre el cual hemos venido tratando en los últimos años: la rebelión de los yanas18 contra el sistema incásico. De los yana-guerreros en especial.

EL PROCESO IMPERIAL

Como todo Imperio, el forjado por los Incas fue un Estado constituido por diversas "nacionalidades", por señoríos separados a menudo por lenguas, dioses, costumbres, artes y tradiciones. Eran federaciones cuyas altivas aristocracias, vencidas poco tiempo atrás por los Incas, apenas si habían permanecido hasta entonces sujetas al Cuzco mediante la férrea autoridad imperial y el control de guarniciones incas, no sin problemas. Poco antes de la llegada de los españoles, varias de esas federaciones aborígenes se habían rebelado contra el Cuzco, dirigidas por sus aristocracias tradicionales, como ocurrió con Cañaris, Huancas, Chachapoyas, Cayambis, Punaeños y

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Pacamoros.

La verdad es que no existía sentimiento nacional único en ese océano social que se extendía desde Pasto hasta Arauco, con sus casi seiscientas lenguas y dialectos y con centenares de ídolos rivales entre sí.

FALSOS LIBERTADORES

Los formidables caminos y la imposición del quechua como segunda lengua a ciertos grupos superiores no bastaron para dar unidad a tantas colectividades en un corto lapso histórico. Al ser atacada la dominante organización incaica por los conquistadores, muchos de los caciques sometidos por los Incas a lo largo de la agitada historia imperial en sus últimos cien años, no vacilaron en dar su decidida adhesión a los cristianos, recién venidos. Éstos, además –insistimos en la idea–, ofrecían autonomía local a esos caciques no incas, fingiéndose dioses. Idea reforzada por el temor que generaban sus briosos corceles y los temibles disparos de sus arcabuces que ya habían actuado contra el poder de los Incas. Por eso numerosos caciques provincianos vieron en los españoles no conquistadores sino a libertadores. Presentándose como redentores, esos españoles se ganaron a los jefes de las pujantes confederaciones. Los Tallanes fueron los primeros y los siguieron los caciques de los Lampayecs, de los Huayacuntus, de los Huambos, de los Chimúes y tantos más19. Luego siguieron los Huancas, los Huailas, los Huamachucos; casi todas 1as etnías. Sólo algunas tribus no incas –especialmente las pequeñas– guardaron neutralidad, sin saber qué hacer en tan imprevista y singular situación. Los más combativos anti incaicos fueron los Cañaris, los Chachapoyas y los Huancas20.

La Conquista española tomó también la forma de una serie de guerras internas debidas a las insurrecciones regionales contra la nación inca conquistadora; tal sucedió sencillamente porque el Imperio se hallaba apenas incaizado. No existía –repetimos– conciencia nacional, ni podía haberla entre pueblos aborígenes tan distintos, que sólo el esfuerzo militar incaico había unido, entre 1470 y 1528, es decir, en medio siglo de continuo batallar. Los asentamientos de mitimaes puestos por el Cuzco e ciudades nuevas o remozadas como Huaitará, Vilcashuaman, Jauja, Caxas, Cochabamba, Pombo, Tambo Colorado, y algunas más, de poco si vieron en medio de tan violenta desestructuración. Miles y miles de mitimaes optaron por retomar a sus tierras en plena crisis de la Conquista. Los caminos se veían llenos de gente, como hormigas, según acredita Juan de Betanzos, en Suma y narración de los Incas (1551).

MUCHAS PATRIAS

El enorme Imperio se desintegró con relativa rapidez ante el ataque español porque hubo muchísimas "patrias" debajo de la aristocracia

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guerrera incaica. Como todo Imperio, el de los Incas contenía en su seno numerosas naciones, y lo que fue peor, mal ligadas, apenas unidas durante el breve período de sujeción imperial señalado. Por eso, si bien los Incas del Cuzco y los Incas de Tumebamba fueron un modelo de combatividad y resistencia por varios años, el Imperio en su conjunto fue "un coloso con pies de barro", como en la famosa metáfora bíblica. Es el propio Garcilaso21 quien reconoce esta flaqueza estructural del Estado que crearon sus bisabuelos, la debilidad de haber sido un Imperio constituido "por tanta variedad de naciones diversas y contrarias". Cieza de León, ahondó el estudio de esas naciones aborígenes, de esas "patrias" nativas, como las calificó. Los Incas no tuvieron tiempo para cuzqueñizar. Menos para incaizar.

Cabe reconocer que los estudios históricos tradicionales no ayudan en el Perú a ver las cosas con claridad. Primero, porque se evade el análisis de la Conquista (quizá porque esa etapa, con su descomunal violencia, es raíz de tantos problemas de hoy). Luego, porque se acostumbra pensar en términos falsamente homogéneos –en "indios"– sin considerar para nada la confluencia en el mismo territorio de cien o más etnías. Y esto confunde los conceptos, porque "indio" no sólo es término extranjero y equívoco, inventado para América por Cristóbal Colón, sino también un concepto errado por igualar falsamente lo disparejo: resulta tan absurdo –valga la comparación– como llamar "blancos" a todos los europeos en un estudio histórico, sin apreciar diferencias y rivalidades entre ingleses y franceses, o alemanes y rusos.

Aclaremos este panorama con un caso que ilustra la rivalidad entre las "naciones" indígenas. Indios son, para la común historiografía, un chimú y un cuzqueño. Pero ésta es una absurda igualación: ¿Qué unía a sus dos sociedades? Nada. Tenían distintos dioses (empezando por Tacaynamo e Inti, en cada caso); distintas lenguas (quingnam y quechua imperial, respectivamente); distintas economías (agrícola–pesquera–proto mercantil uno; agrícola–pastoril el otro); distintas costumbres y psicologías (del litoral y los Andes en cada caso); distintas artes (basta mirar los "barrocos" murales policromados de Chanchán y las simétricas murallas pétreas del Cuzco para reparar en totales divergencias). Lo que es de mayor importancia aún, chimúes y cuzqueños tenían diferentes orígenes (yungas unos, quechuas otros), en territorios muy alejados entre sí. Por último –y esto era decisivo en aquel momento–, ambos pueblos tenían diversas aristocracias, y, por tanto, distintos jefes propios: Cajazinzín, el resentido reyezuelo costeño por un lado, líder disminuido de una vencida nobleza decadente, vasalla del Cuzco y, en el otro extremo, el Inca, omnipotente rey de reyes, emperador del mundo, conductor de una aristocracia guerrera andina, invencible hasta aquel momento, que había recortado gran porción de sus ancestrales privilegios a la nobleza chimú.

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Similares comparaciones pueden efectuarse entre cuzqueños y la más etnías o "naciones" integrantes del Imperio de los Incas22.

GUERRA ENTRE CONQUISTADORES

Desde esta perspectiva, la Conquista fue una guerra entre conquistadores. Entre los conquistadores españoles que llegaron a partir de 1528 y los conquistadores cuzqueños, que, algo antes, habían creado su Imperio, venciendo a innumerables etnías o naciones indias a partir de 1470. Naturalmente, no les fue difícil a los Pizarros y a los Almagros entenderse con los hijos y los nietos de los grandes señores regionales vencidos por los Incas. Por lo demás, los españoles, supuestos emisarios de Viracocha, anunciaron a estos caciques que se retirarían pronto. Que habrían de retornar a su lugar de origen, tras devolverles su sitial preincaico. A los Hanan–cuzcos

6 Panaca es la descendencia íntegra de cada Inca, salvo el hijo sucesor. Este último, desde que recibía la corona o mascapaicha, formaba su propia panaca o cápac ayllu (linaje real). Esas estirpes, que funcionaban a modo de cofradías, conservaban la momia troncal, los palacios y los muchos bienes. Por eso el nuevo Inca debía iniciar de inmediato alguna guerra para empezar a formar una propia riqueza en la cual amparar su alcurnia. El sistema impulsó la expansión señorial. Y aceleró la marcha de la sociedad hacia la gran propiedad privada, al acentuar el disfrute de grandes posesiones por la aristocracia orejona.

7 Ha sido llamado el Alejandro Magno incaico, pues este Hanan-cuzco fue el mayor conquistador de todos los Incas. Fundó Tumebamba. Falleció hacia 1490. Pachacuti fue su padre. Huaina Cápac su hijo. Durante su reinado afrontó varias sublevaciones y sufrió grave atentado cuando lo descalabró un “indio pobre” ollero, comprometido en una sedición (ver Sarmiento de Gamboa).

8 En estadios antiguos de la humanidad, casi todas las colectividades se dividieron en mitades. Sobre las causas existen varias teorías, quizá no excluyentes. Una de ellas afirma que los grupos superiores efectuaron esa división para alcanzar un mejor dominio. En todo caso, Bernabé Cobo confirma esta suposición para el pasado peruano, al sostener que "el intento de los Incas en tener así divididos en bandos Hurinsayas y Hanansayas y parcialidades [...] fue porque con esta división en alguna manera di-vidieron las voluntades para que no se hicieran los unos con los otros para levantar sediciones [...] como hombres de contrarios bandos y opiniones" (Historia, XII, cap. XXIV). En la capital incaica, los bandos fueron de Hanan-cuzcos y Hurin-cuzcos; hasta combates rituales había entre ellos, un tanto al estilo del actual Chiaraje de Kanas. El grupo Hurin contaba con un jefe propio, pero sin poderío frente al Inca, líder de los Hanan-cuzcos.

9 Hijo de Huaina Cápac. Enemigo de Manco Inca, fue el principal aliado de los españoles a cuyas órdenes puso decenas de miles de soldados y cargueros. En un inicio se llamaba Paullo Topa. Almagro lo reconoció como Inca, para enfrentarlo a Manco.

10 Páscac fue sobrino de Huaina Cápac, a quien sirvió en la guerra quiteña. Se lo puede considerar el salvador del Cuzco sitiado por Manco en 1536. Comandaba a "los indios amigos".

11 Los Hurin, más antiguos que los Hanan, fueron fundados por Manco Cápac. Ocupaban el lugar bajo de la ciudad, de donde vino su denominación (burin, bajo en quechua). Usaban el cabello largo. Su importancia se reavivó durante la guerra civil incaica, al vincularse a ellos el propio Huáscar, que renegó de su bando, el Hanan-cuzco. Los Hanan vivían en la parte de arriba de la ciudad. Usaban el pelo rapado. Se dice que tenían asiento a la derecha del Inca, pero esto no está muy claro. Fueron fundados por Inca Roca y reformados por el propio Pachacuti. Los del pueblo, los cuzcos plebeyos de la ciudad, vivían hacia el cerro Carmenga, al igual que los mitimaes y yanas de servicio.

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les mintieron igualmente, entre 1533 y 1534, manifestándoles que se marcharían apenas cumplida la misión divinal de restaurar en el trono a la dinastía legitimada.

Los españoles fueron así penetrando al Imperio en base de argucias. Auxiliaban a uno y otro bando según las conveniencias del momento. Aprovechando el caos, burlando a los jefes étnicos, minaron toda posibilidad de resistencia generalizada. Frente al arrojo de los cuzqueño que se lanzaban sin miedo contra el hierro y el fuego, pudo más la astucia de los peninsulares, quienes eran protegidos siempre por masas de indios aliados. Las energías incaicas se gastaron en la

12 Hijo de Huaina Cápac, fue príncipe de la más alta alcumia, aunque no nació de la Coya Imperial, pues fue habido con Rahua Ocllo. En el Cuzco, donde naciera hacia 1502, se educó al lado de varios de los más señalados de sus hermanos, que fueron más de cuatrocientos. En 1528, fallecidos casi simultáneamente el emperador su padre y el heredero legítimo Ninan Cuichi (víctimas de la peste de viruelas), surgió un vacío de poder, agravado por la cantidad de aspirantes a la sucesión. En esta coyuntura, el clero solar cuzqueño legitimó a Huáscar a fin de dar una solución a tal problema. El cronista Santa Cruz Pachacuti Yamqui llega a decir que en este empeño los sacerdotes casaron ficticiamente a Rahua Ocllo con la momia del recién fallecido Huaina Cápac. Pero esta decisión dejó insatisfechos a los deudos maternos de otros hermanos de alcurnia, como Túpac Huallpa, Atoc Supa, Paullo Inca y Manco Inca. Y también a Atao Huallpa, cuyo abolengo materno era muy inferior, pero quien había gozado del especial cariño del padre, más que cualquiera de ellos. Sea como fuere, instalado Huáscar en el trono (tiana), cometió desacierto tras desacierto, a consecuencia de que desconfiaba de todos los que lo rodeaban, incluso de su propia madre, a la que vejó. Los excesos de este Inca contra los de la Corte del Cuzco fueron tantos que hay lugar para sospechar un serio desequilibrio mental. A raíz de estos sucesos, las relaciones con su hermano Atao Huallpa se agriaron. Éste gozaba de bastante autonomía por el respaldo que le concedían los que habían sido yana-generales de su padre. La crisis estalló cuando Huáscar mató sin mayor razón a los emisarios que Atao Huallpa le enviaba desde Quito. Pronto el Inca rompió con su propio linaje, el de los Hanan-cuzcos, sin que mediara motivo razonable. Finalmente, se enemistó con el clero solar, institución a la cual le debía casi todo. Incluso llegó a insultar a muchos de los dioses. Por último, descuidó la entrega de suficientes privilegios a los yana-guerreros. Todos estos hechos, sucedidos en pocos meses, prepararon el camino para la sublevación de Atao Huallpa -apoyado por el ejército- y para las catastróficas derrotas que luego sufrieran los jefes militares que como Inca envió contra los alzados. Finalmente, lo capturó el plebeyo general Challco Chima. En esta coyuntura llegaron a Cajamarca los españoles.

13 Pachacuti trasformó el Reino del Cuzco en Imperio Incaico. Era un notable conquis -tador, y a la vez un organizador eficaz. Fue padre de Túpac Inca Yupanqui y abuelo de Huaina Cápac, Incas que continuaron su obra. En cuanto al nombre, mucho se ha divagado entre personas que desconocen el quechua, especialmente el clásico. En nuestro concepto, se trata de un vocablo arcaico, de significación perdida, al igual que Viracocha. Es imposible que un monarca se ponga así mismo un nombre catastrófico como se traduce el que llevó: "El fin del mundo, o grande destrucción, o peste, o ruina, o perdición o daño común", tal como registra el vocablo pachacuti Diego González Holguin (p. 270) en su vocabulario recogido a fines del siglo XVI. Esta traducción ha sido, no obstante, muy repetida.

14 El clero solar representaba la máxima jerarquía en la religión imperial. La cúpula de la superestructura con enorme poder político-militar como lo observamos nítidamente en el período 1536-1540. El Sumo Sacerdote, además, podía ejercer directamente como jefe militar. La imagen del Sol, heredada de Tiahuanacu, Huari y otros cultos, se veneraba en el Inticancha, que los españoles llamaron Coricancha.

15 Huaina Cápac nació hacia 1480 en Tumebamba, joven ciudad que su padre, Túpac Inca Yupanqui, había fundado sobre los escombros Cañaris, cerca de la actual Cuenca, al sur de Ecuador. Realizó siete grandes campañas; dos de ellas ampliando fronteras en los puntos

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lucha fratricida y contra otras naciones aborígenes y tribus rebeladas. Las de los españoles, en cambio, se aplicaron en objetivos muy concretos y perfectamente determinados: desestructurar la organización imperial y su ejército como tarea inicial.

INTERVENCIÓN POLÍTICO–MILITAR

Analizada así, la Conquista española fue una doble intervención político–militar. Primero, en las querellas y guerras dinásticas de las panacas incas. Segundo, en apoyo de las revueltas protagonizadas por las aristocracias regionales contra el Cuzco y contra

extremos del Imperio: Arauco y Pasto. Sofocó varias sangrientas insurrecciones de confederaciones tribales poderosas, pero practicando una acción de desarrollo económico (intercambios, caminos, puentes, nuevas artesanías, etc.) y una "política nupcial" a la vez. Esta última consistió en ampliar la costumbre de sus antepasados de realizar enlaces con numerosas princesas aborígenes locales en cada provincia, con lo cual alcanzó a tener entre cuatrocientos y quinientos hijos, según sostienen las informaciones del siglo XVI que tratan la materia. Desde luego introdujo reformas a fin de dar nuevas estructuras a un Estado que había crecido demasiado velozmente en el último medio siglo. Fue así como permitió el acceso de yanas ("pajes" o "esclavos") a cargos altos en la administración y al mismo ejército. No obstante, los cambios provocaron reacciones. En Tumebamba hubo fuerte oposición de la aristocracia orejona, pero el movimiento fue sofocado. Al final, en el propio Cuzco la poderosa panaca heredera de Túpac Inca Yupanqui liquidó a los Regentes que él había nominado, fortaleciendo el poderío de Huáscar, gobernador del Cuzco, uno de sus hijos predilectos.A partir de 1515 llegaron a Huaina Cápac los rumores sobre "el retorno de Viracocha, con sus hijos y su corte". Los creyó y• mantuvo esta posición hasta el final de sus días. Se trataba de los españoles, en distintos avances e incursiones a lo largo del Océano Pacífico. La expedición más audaz, la de Francisco Pizarro en 1528, llegó hasta el río Santa. Poco después murió Huaina Cápac, víctima de la peste de viruelas, en los finales de aquel año, frustrándose la conquista de Popayán (Colombia). En Tumebamba, donde había fallecido, murió también el niño que había nominado como heredero, Ninan Cuichi, "Arco Iris de Fuego". Huaina Cápac no fue conocido por su nombre totémico, sino por el apodo que se le dio al ascender al trono, "joven rey". Cápac significa rey en quechua.

17 Curaca es cacique en quechua. Era el jefe local, el enlace del pueblo con la autoridad imperial inca. Los curacas incas tenían graduaciones; el de máximo nivel era el Hunu. Sobre todos ellos estaba el Tocricoc. Muchas veces los curacas eran gente de fuera. O yana-curacas, plebeyos ascendidos por el Inca.

18 El yana fue el esclavo incaico. Pero esclavo entendido dentro de un estadio muy lejano de la Historia, institución propia también de los señoríos del Oriente Clásico (Egipto, China, Babilonia, etc.). En esta esclavitud la característica única era la total dependencia respecto a un señor: el Inca, un Apu, un Tocrícoc, un Curaca de nivel. Generalmente los yanas surgían de la guerra, aunque también emanaban del tribu de seres humanos. Ser yana no implicaba forzosamente realizar tareas físicas de servicio o de campo. No. Por el contrario, los yanas de calidad (hijos de curacas vencidos) ascendían a los más altos cargos, aunque siempre en servicio de alguien. Con boato. Yanas fueron sin duda todos los que en las ciudades realizaban un trabajo especializado, sostenidos por la aristocracia imperial. Artistas por ejemplo. Guerreros. Técnicos. Y los Quipucamayos, naturalmente. Había también yanas en "oficios bajos", como se les decía a las actividades a cargo del personal de servicio. Cieza de León llamó "criado perpetuo" al yana. Igual lo calificó de "cautivo". Garcilaso, que alguna vez aludió a la esclavitud en el Incario, dijo que el yana era "hombre que tiene la obligación de hacer oficio de criado". Hay numerosas noticias al respecto. Pero el Imperio de los Incas no constituía una sociedad esclavista. Porque los yanas eran una minoría. Marchaba sin embargo en esa dirección, dado que su número era creciente y se multiplicaban sus funciones. En las crónicas también aparecen llamados yanaconas y anaconas (cona o cuna es el sufijo de plural en quechua). El piñas era esclavo cogido en guerra.

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Tumebamba; rebeliones muy vigorosas a lo largo del siglo XVI que cobraron renovado impulso con la irrupción hispánica.

Fue en medio de estas circunstancias que se hizo factible que unos diez mil españoles, en oleadas sucesivas, conquistasen el dilatado Imperio de los Incas en sólo un decenio, no obstante extenderse el Estado incaico desde más arriba de la línea ecuatorial hasta muy al sur del río Maule23. Realmente, su dimensión y multiplicidad humana fueron los factores determinantes de su debilidad puesto que como Imperio joven, carecía de suficiente cohesión.

En verdad, la reducida cifra de conquistadores llamó siempre la atención, porque se había descuidado el estudio de la crisis interna que sufría la sociedad incaica. Y también porque olvidábamos que tal

19 Los Tallanes constituían una de las más importantes etnías costeñas del Imperio de los Incas. Fueron los mejores navegantes de América prehispánica y sus balsas las mayores embarcaciones del continente. Poblaban los actuales valles de La Chira y del río Piura. Nunca formaron un estado único; se gobernaban a través de ciudades-estado. A menudo las mujeres tenían acceso al gobierno; eran las llamadas capullanas. Habían sido conquistados por los Incas poco antes de la invasión española. Tenían su idioma propio; dioses distintos; artes locales. Y una engreída aristocracia nativa, que detestaba a los Incas, sus vencedores. En cuanto a los Ñanpallecs o Llanpayecs, se oponían por igual a los Incas y a los Chimúes, sus antiguos opresores. Los Huayacuntus vivían en las serranías de Piura; también se declararon contra los Incas de Tumebamba, lo mismo que los Huambos de Chota. En cuanto a los Huamachucos, fueron una de las bases para el avance español. No olvidemos que para los caciques de estas etnias, los españoles aparecían como "libertadores" que los desembarazarían de la sujeción cuzqueña.

20 Los Cañaris fueron los más ardorosos y constantes combatientes anti incas. Excelentes yana-guerreros, hasta habían integrado, junto con los Chachapoyas, la Guardia Imperial del Inca. Ambos actuaron también como chasquis y como informantes. En vista de que se hallaban repartidos como mitimaes por todo el Imperio, su acción resultó múltiple, incluso contra Manco Inca. En cuanto a los Huancas, constituyeron el más sólido reducto político-militar contra los Incas en el centro del Imperio. Libraron por su cuenta varias batallas contra el citado Manco.

21 Garcilaso Inca de la Vega nació en el Cuzco en 1539. Cronista mestizo, tuvo abolengo por vía inca y española. Escritor de brillante prosa, nos interesa sobre todo porque, gracias a sus concepciones cerradamente aristocráticas, se detiene bastante a describir las diferencias clasistas en la sociedad incásica; las que aprueba. En esta línea tan escasamente estudiada, es uno de los pocos hombres de su tiempo que brinda in -formación directa sobre los yanas, especialmente los de guerra. Como es natural, alude también a los sistemas de amortiguación de la explotación en el Incario, aunque a veces los exagera. Si nos atenemos a sus recuerdos de infancia y juventud es uno de los más tempranos cronistas (1550-1560). De allí el abrumador caudal de datos que sus obras contienen. Como historiador, sin embargo, siguió un curso diferente. Con todo, sus Comentarios Reales constituyen un clásico de la peruanidad y de América toda. Escribió varias obras más. Murió en Córdoba, España, en 1616. Pero sería injusto no recordar que en los Comentarios –sobre todo respecto a los temas incas– Blas Valera fue realmente un coautor, a juzgar por la dimensión de lo tomado y el valor de las informaciones.

22 El Imperio lo conformaban unas doscientas colectividades distintas, bajo el dominio de la nación de los Cuzcos, también llamados Incas. Era muy desigual el desarrollo de ellas. Sus

estadios históricos variaban desde el salvajismo de las etnías sujeta solo en vía de tributación a cambio de autonomía, hasta los grupos de una barbarie avanzada y el inicio de la civilización. Había grupos en el comunismo primitivo, otros en un régimen parecido al del modo asiático de producción y unos cuantos en los cuales habían aflorado los esclavos, todavía en porcentajes reducidos pero crecientes.

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clase de derrumbes se han producido incontables veces en la historia universal. Llenaría muchas páginas relatar los numerosos casos. Al respecto, quizás el ejemplo más categórico lo proporcione el formidable Imperio Persa. Abarcaba desde el Danubio hasta el Indo, pero fue destruido por un pequeño número de falanges de Alejandro. Ocurrió así merced a las tensiones internas que afrontaba Darío III Codomano, las cuales estallaron ante la irrupción del conquistador macedonio, quien lanzó contra los persas no sólo a sus soldados sino a todos los pueblos que éstos habían conquistado. Ejemplo no menos válido lo proporciona la misma España visigótica que, apenas en un par de años, fue conquistada desde Gibraltar hasta los Pirineos por sólo trescientos árabes, apoyados por algo más de cinco mil bereberes norafricanos. Las luchas internas de los "españoles" de aquella etapa frustraron esa vez una resistencia eficaz, pues tanto la aristocracia como el pueblo estuvieron divididos el año 711. En ambos grupos hubo una fracción poderosa a favor de los musulmanes invasores.

Aquí por igual se desintegró el Estado incaico. Los curacas levantados contra Cuzco o contra Tumebamba no midieron la trascendencia de su actitud. Como esos jefes étnicos carecían de una conciencia nacional única, cada aristocracia actuó conforme a lo que creyó conveniente en aquel momento, en pos de su patria chica, de su independencia local y, en especial, para recuperar parte de sus tierras, rebaños, palacios, tributos, mujeres y siervos que los Incas les habían tomado. La política no era aún una ciencia muy avanzada entre aquellos pueblos de sagrados señoríos. En cambio, gozaba de esplendor entre peninsulares, quienes procedían de un mundo en plena mentalidad lógica.

IDEAS Y MITOS

El Cuzco –y con él buena parte del Tahuantinsuyo– reconoció al principio como intocables dioses a los españoles, otorgándoles el nombre devino de Viracochas24 que aparece en numerosas crónicas de la Conquista y que aún subsiste en lugares apartados de los Andes. Los conquistadores, duchos en los más arteros menesteres de la guerra, mantuvieron el engaño de ser emisarios de un dios aborigen. En la pugna ideológica poco podían hacer indios que aún creían en deidades salidas del mar, contra hombres venidos de la Europa renacentista, cuyos ídolos eran el dinero y inteligencia. Era el enfrentamiento de la franca amoralidad política del Occidente del siglo XVI con un pueblo que aún se enorgullecía de antiguas y más sencillas formas de vida.

"El fin justifica los medios", era un pensamiento de Maquiavelo que se practicaba con naturalidad en el viejo mundo. Aventureros salidos uno de esos pueblos europeos fueron los que chocaron contra la relativa sencillez de las colectividades antiguas del Perú. No sólo se enfrentaron, pues, el hierro contra la piedra, el arcabuz a la honda, y el caballo a pechos y brazos. Los dos mil quinientos años de

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evolución histórica que separaban al Tahuantinsuyo de España se reflejaron, por cierto, en ausencia de rueda y alfabeto, de pólvora y acero, de corceles y navíos entre nuestros indios. Pero tan dilatado lapso de diferenciación cultural también se plasmó en una conciencia política de menor desarrollo; en una mentalidad más llana, menos capaz del complicado juego de intrigas y ardides, recursos que tanto cuentan en toda invasión; y nadie puede dudar que sin engaño español no habría prosperado la leyenda de “los viracochas”, tan útil a los Pizarro por tres años, hasta los finales de 1534.

El paso de los años ha reafirmado esta y otras convicciones iniciales, volcadas en la primera edición de La guerra de los Viracochas (1963). Es así como cada día se nota con mayor claridad la importancia de las contradicciones sociales del Incario en el proceso de la Conquista. Es necesario interpretar a fondo la lucha de clases en esa etapa histórica y ver a la Conquista como el detonante que hizo estallar tales contradicciones. El caso es notorio en múltiples circunstancias, como en la liberación astutamente concedida por Pizarro a los yanas en Cajamarca, por ejemplo.

Veamos algo en tomo a la composición de clases sociales en el Imperio.

LAS CLASES SOCIALES

El Imperio incaico tuvo una cerrada aristocracia, integrada por la casta de los orejones, todos de filiación o ascendencia cuzqueña. Debajo de esa casta se hallaba otro grupo social alto, menos privilegiado, el de las numerosas noblezas de las etnías provincianas. Enseguida, sosteniendo a esos dos grupos dominantes, se encontraba la gran masa plebeya de los hatunrunas25; estos tributarios eran esencialmente campesinos, pescadores y pastores. Por último, existía un pequeño sector: los yanas26. Eran éstos una clase de gran movilidad social. Dependían de un gran señor, del Inca principalmente. Gozasen o no de privilegios económicos, no estaban adscritos a ningún ayllu27 y carecían de una mínima independencia. Eran siervos sin libertad. "Esclavos" los han llamado varios tratadistas. Esclavos a menudo de muy alto nivel, al modo de los que existieron en ciertas civilizaciones orientales, parecidos a los que caracterizaban a 1as culturas que florecieron dentro del marco del llamado "modo asiático de producción".

La crisis estalló en la cúspide. El sangriento choque de las panacas imperiales (1529-1544) fue –como vimos– una lucha entre sectores de la más alta clase social incaica. Las menos ricas combatieron contra las más opulentas.

Esa lucha siguió durante la Conquista española, como se ve por 1as fechas, pero no fue el único enfrentamiento social interno. En este mismo lapso se produce el movimiento de liberación de los caciques de etnías, que es una lucha de estamentos: las noblezas provincianas

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sojuzgadas (siempre aristocracias) contra la nobleza imperial cuzqueña.

Lo que ahora queremos recalcar es que durante el largo período de la agresión española se produce, también, otra pugna social: la rebelión de los yanas, esa clase pequeña en número –pero muy importante–, constituida por "esclavos", término que usamos con las explicaciones registradas.

Ya en Cajamarca surgió este antagonismo. Durante el cautiverio del Inca se aprecia cómo ciertos yanas, privilegiados por los españoles, lucían –indica Cieza– "llenos de riqueza" y habrían luego de conspirar abiertamente contra el Inca. Los yana-guerreros, en especial, fueron favorecidos. Estos hombres, adiestrados exclusivamente para pelear, no vacilaron en ponerse a órdenes de los españoles; creyeron con eso asegurar su ascenso social.

Asimismo, conviene reparar que entre las razones que Manco Inca dio en 1536 para el gran levantamiento, estuvo el hecho de que los yanas: se habían hecho "muy soberbios y ricos" y ya no guardaban miramiento obediencia, ni respeto hacia la nobleza orejona. Los más temibles de esos vasallos rebelados eran sin duda los yana-guerreros que, inconscientemente, destruían su propia sociedad aborigen, creyendo liberarse del yugo inca.

Luego de señalar hechos ligados a la dominación, a la postergación sufrida por la aristocracia orejona y los daños a la colectividad incaica, Manco denuncia lo que podríamos llamar la insolencia adquirida por los yanas, los "esclavos" de pocos años antes. Los españoles –censuraba– "han allegado a si a los yanas [yanaconas] y a muchos mitimaes. Estos traidores antes no vestían ropa fina ni se ponían llautu28 rico. Como se juntaron con estos [los españoles], trátanse como incas: ni falta más de quitarme la borla29. No me honran cuando me ven".

Quien esto relató fue Cieza (1553: III, cap. 88.°), incaísta decidido, a quien sin duda desagradó el cariz adquirido por la lucha social de los yanas. Y sin duda alguna, lo del llautu o los finos mantos no eran sino parte de otros privilegios adquiridos por esos ex "esclavos" incásicos al vaivén de las guerras de la Conquista. Era el pago dado por los conquistadores a muchos de aquellos soldados de oficio, quienes veían a los Incas como "enemigos capitales", según define Cristóbal de Molina el Almagrista en su obra Destrucción del Perú (1553: 92). El enfrentamiento entre la nobleza imperial y las aristocracias pro-vincianas y de los "esclavos" yanas con estos dos grupos a la vez, no fueron sino dos de las facetas del choque de grupos sociales aborígenes durante la Conquista.Hubo más.

LOS YANA GUERREROS

En más de una ocasión hemos expuesto que bastantes de los más importantes jefes militares incaicos se opusieron a la aristocracia

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inca en varios momentos, entre 1532 y 1535. Ampliamos ahora una explicación. Sencillamente, los principales jefes bélicos eran plebeyos. No eran aristócratas, no pertenecían a la casta de los orejones. No existe una sola referencia documental que nos revele que los conductores militares de la prime etapa de la guerra de la Conquista (1531-1534) eran orejones.

Sucedía que el veloz proceso de expansión señorial del Cuzco obligó a usar plebeyos y nobles secundarios en los mandos del ejército. Runas cuzqueños y caciques de rango inferior, vale decir soldados no orejones, no aristócratas, fueron ascendiendo por sus méritos en las filas del ejército, gracias a las incesantes guerras expansivas incaicas, llegando a ser una proporción considerable. Tal ocurría sobre todo cuando eran yanas, personas adscritas de por vida al Inca o a unos pocos señores de alto rango. Estos yanas ascendieron hasta llegar a ser generales, muchas veces. En el Imperio incaico, tales yana-soldados desarrollaron una alta especialización en las artes bélicas, que no habían logrado los orejones. Es en el nivel de los yana-generales (Quizquiz, Challco Chima, Yucra Guallpa, Chaicari, Rumi Ñahui, etc.) que percibimos una tendencia rupturista con el Estado de los orejones; lo cual es explicable por una dependencia directa de clase máxima; dependencia que fue menor ya en el siglo XVI incaico por haber alcanzado esos yana-guerreros un nivel social alto. Esos yana-guerreros, en buena medida, fueron "esclavos", al igual que los yana-curacas o los yana-artistas. Término de esclavo que hay que entender con relativismo, dialécticamente. Esclavos eran también, por dar un ejemplo, los ministros del Sultán de Turquía o los jenízaros, sus mejores combatientes, tan temidos en Europa. Esclavos fueron también en un inicio los mamelucos de Egipto y muchos otros cuerpos especializados en las guerras. Cuerpos siempre levantiscos y que con frecuencia terminaron por adueñarse del poder.

Numerosos yana-guerreros–como apuntamos antes– dieron su respaldo a los españoles, aguardando ilusoriamente su auténtica liberación. Lo que ganaron, casi siempre, fue la muerte, bajo tan extraña bandera. Tal sucedió, verbigracia, con los miles que ayudaron a defender el Cuzco frente a Manco Inca en 1536 y 1537.

Como puede colegirse de lo dicho, la guerra civil inca fue producto de una violenta crisis. Esta se derivó del desmesurado crecimiento del Imperio, proceso que obligó a perfeccionar de modo casi inverosímil la maquinaria bélica y a entrenar a los hombres que la conducían. En medio siglo, los orejones cuzqueños pasaron del dominio de la estrecha faja comprendida entre los ríos Vilcanota y Apurímac, unos ciento ochenta kilómetros de largo por sesenta de ancho, hasta el control de un Estado imperial de unos cuatro mil kilómetros de largo. La superpoblación de la zona quechua matriz explica en parte esta veloz expansión señorial. Pero a la vez, los orejones –poderosos miembros de las panacas o linajes reales del

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entonces pequeño reino del Cuzco– tuvieron que mejorar el sistema militar y trasformar las estructuras anticuadas, a fin de convertir la guerra en un oficio.

Es la época histórica en que surgen especialistas en las ciudades. Va feneciendo la autosuficiencia aldeana; va insurgiendo la capa de los especialistas, de los oficiales (los que saben "oficios"). Entre estos oficios estaba el de la guerra, como resulta obvio. Al lado de otros: metalurgia, artes, alta cerámica, bordaduría, ingeniería, arquitectura, métodos nemotécnicos (quipus), etc. Sólo que la técnica de guerrear era más productiva.

Pues bien, todos esos oficios eran realizados comúnmente por los yanas. Los nobles tenían mucha altivez y riquezas para dedicarse a trabajar con sus manos; al igual que las aristocracias de otras partes del mundo en esta etapa del desarrollo social, reposaron en sus subordinados de nobleza menor y en servidores plebeyos y pajes seleccionados. Entre ellos destacaban los yanas. Pero el status legal de los yanas era de una clase que les daba ligazón eterna con su jefe o amo, aunque con posibilidades de ascenso. Según lo que enseñan las crónicas más acuciosas, entre ellas las de Cieza de León, el yana era el "criado perpetuo", el "siervo perpetuo", el "cautivo" (1553: II, 60.°; II, 18.°, etc.). Podía trabajar en todas las actividades, sobre todo las especializadas, incluyendo la administración. Pero los yanas más importantes fueron los guerreros. Si creemos al hoy tan mentado Juan de Betanzos, eran "individuos tomados como botín de guerra" (1551: 102), los que se hallaban obligados a combatir en favor de su nuevo amo, conforme a antiguas tradiciones, comunes en numerosos pueblos de la tierra. El Inca Garcilaso, a su vez, calificaba al yana tomo "hombre que tiene la obligación de hacer oficio de criado" (1613: VII, 24.°). De criado, sí, pero no en el sentido actual de la palabra –lo recalcamos– sino en el significado del siglo XVI: persona que debe la vida a otra, o la protección y el amparo.

Los Estados orientales han tenido frecuentemente este tipo de servi-dores y las reinas mismas habían sido a veces esclavas favoritas. Núcleos especiales de diversos Imperios orientales surgieron en esta vía que hoy nos parece tan singular.

Tema largo de tratar es el de los "despotismos orientales" pero no es este el lugar más adecuado para hacerlo y apenas si ofrecemos estas referencias muy genéricas para que se comprenda mejor la clase social de los yanas, que constituían no más del cinco por ciento de la población incaica, grupo de individuos que, siempre adscritos a su señor, a veces podían llegar muy alto según sus méritos, especialmente en la guerra. No eran orejones, pero podían ejercer altas funciones en la milicia.

Es a ellos que, sin duda, se refiere Garcilaso cuando, a partir de la tradición oral cuzqueña, habla de la existencia de una especie de "nobleza por nombramiento". Cierto que los yanas no eran nobles,

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pero sí ejercían ciertas funciones como tales, incluso cacicazgos. Y sobre todo, jefaturas militares.

De hecho, en la Conquista española, todos los jefes militares importantes de la primera etapa son yanas; y por eso no resulta extraño que esos plebeyos cuzqueños, como Quizquiz y Rumi Ñahui, acabasen enfrentándose a los orejones. El primero, que fue sin duda el mejor guerrero de su época, murió atravesado de un lanzazo por Guaypalcon, un orejón de alta estirpe, a quien no quiso obedecer en un asunto estratégico. Y Rumi Ñahui, mató a Cussi Yupanqui, el orejón de mayor jerarquía en el Imperio después de Atao Huallpa.

La insurgencia de la clase social de los yanas al lado de Atao Huallpa, nos parece un hecho irrefutable. Todas las crónicas, sin excepción, subrayan que el insurrecto de Tumebamba contó con el entusiasta respaldo de los jefes militares. Pero, lo reiteramos, entre ellos, cosa rara, no vemos ningún hombre de linaje. Resta, por cierto, establecer los límites y condiciones de esta colaboración, que fue intensa. Es probable que el caso tuviese que ver con el aniquilamiento posterior de las más ricas panacas cuzqueñas por los vencedores ataohuallpistas. Porque esos jefes yanas poseían ya enormes privilegios y seguramente anhelaban más, amparados en sus victorias y en los hombres que los seguían. Es del caso advertir que los indios temían mucho más a Challco Chima –alto jefe militar– que a Túpac Huallpa30, el Inca que había sido propuesto por la noble cuzqueña ante Pizarro para ocupar el trono del Tahuantinsuyo, luego de la ejecución de Atao Huallpa.

Todo esto se verá en detalle páginas adelante. Por ahora solamente remarcamos que la abrumadora presencia de yana-guerreros (esto es de profesionales de la guerra) en el seno del ejército de Atao Huallpa explica –a nuestro entender– las incesantes victorias de aquel príncipe rebelado contra el orden constituido en el Cuzco. Bajo Huáscar, en cambio, únicamente militaban generales orejones, hombres de linaje, quienes no se resignaban a la insurgencia de la nueva clase, minoritaria todavía, pero armada; aristócratas que tratarían de resistir la insurgencia de esos yana–guerreros, esclavos privilegiados, que seguramente buscaban un nuevo reparto de las riquezas del Imperio y la alteración de algunas de las formas tradicionales en la economía y en la política.

EL YANA –GUERRERO EN GARCILASO

El vigor de la institución de los yanas, en su nivel guerrero, habría de volcarse contra los Incas. El caso aparece muy bien narrado por Garcilaso, quien recordaba en España más de una historia oída cuando joven, en la casa de su padre, el temido Corregidor del Cuzco. El relato consta en la Segunda Parte de los Comentarios Reales (1613: Lib. I, cap. 41.°):

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"Otra virtud usaron los indios con los españoles, y fue que el indio rendido y preso en la guerra se tenía por más sujeto que un esclavo, entendiendo que aquel hombre era su dios y su ídolo, pues le había vencido, y que como a tal le debía respetar, obedecer y servir, y serle fiel hasta la muerte, y no le negar, ni por la patria, ni por los parientes, ni por los propios padres, hijos y mujer. Con esta creencia posponía a todos los suyos por la salud del español su amo, y si era necesario, mandándolo su señor, los vendía, sirviendo a los españoles de espía, escucha y atalaya; y mediante los avisos de estos tales, hicieron los cristianos grandes efectos en la conquista de aquella tierra. Creían de veras que estaban obligados a dar la obediencia y la obligación natural a la deidad del que en particular le había rendido y preso. Y así eran lealísimos sobre todo encarecimiento; peleaban contra los suyos mismos como si fueran enemigos mortales y no dudaban matar su propia parentela en servicio de su amo y de los españoles, porque ya lo habían hecho de su bando y habían de morir con ellos, cuando algunas cuadrillas de españoles corriendo el campo prendían indios y el capitán los repartía por los que no tenían indios de servicio, no quería el indio ir sino con el que le había preso; decía: ‘Éste me prendió, a éste tengo obligación de servir hasta la muerte'; y cuando el capitán le decía que era orden militar que los cautivos que prendían se repartiesen por los que no tenían servicio y que su amo lo tenía, que era necesario que él fuese a servir a otro español, respondía el indio: ‘yo te obedeceré, con condición que en prendiendo este cristiano a otro indio quede yo libre para volverme con mi señor; y si no ha de ser así, mátame que yo no quiero ir con otro'. Prometiéndole que sería así, iba muy contento, y él mismo ayudaba al español a prender y cautivar otros indios por volverse con su amo. Lo mismo era de las indias en el servicio y regalo de sus amos."

Resultaría difícil encontrar una mejor versión sobre los inicios de los esclavos de guerra, de esos yanas que tanto dieron que hacer a Huáscar Inca primero y luego a Manco Inca durante la Conquista española; pero no se crea que esto es algo especial. Muy por el contrario, ha sido fórmula más o menos general en el resto de la sociedad universal, sólo que muy poco se había estudiado estos asuntos en el Perú.

Lo mismo podríamos sostener alrededor de los mitos incas y su utili-zación por los conquistadores.

EL MITO ENGAÑOSO

Todos los conquistadores europeos usaron a su favor los mitos de las naciones que fueron conquistando entre los siglos XV y XIX. El proceso es notorio en América, África Negra y Oceanía. En el Perú la convicción religiosa que más los favoreció fue la del eventual retorno de Viracocha, el dios principal. Éste –según la mitología inca– se había retirado a fondo del mar con sus hijos y su cortejo tras la creación del mundo y así lo recuerdan crónicas como la de Diego de

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Molina. No obstante, a veces había reaparecido el dios, como al momento del ataque de los Chancas al Cuzco. En esa oportunidad el príncipe Inca Rípac tomó el nombre del dios y así venció a los Chancas y ascendió al trono.

La evolución del mito puede ser analizada en cinco fases sucesivas así como su utilización por los conquistadores:

Los primeros rumores sobre el divinal regreso de Viracocha surgieron a raíz de las difusas versiones aportadas desde muy lejos sobre navegantes de extraños poderes ("torres flotantes", por ejemplo, porque así veían a las carabelas). Las noticias corrieron de boca en boca, partiendo de rudos balseros de allende las fronteras imperiales, pasando a través de toscas narraciones de hordas y tribus primitivas. Esta etapa cubrió de 1513 a 1526 y las descripciones aludían en verdad a las primeras incursione: de Vasco Núñez de Balboa, de Pascual de Andagoya y del propio Pizarro éste en su primera y fracasada expedición; las tres en el Océano Pacífico entre Panamá y Colombia. Y esas confusas narraciones aborígenes –aderezadas por la imaginación– también aludirían a Hernando de Magallanes por el sur del actual Chile y a la presencia del aventurero portugués Alejo García, quien remontó el río de La Plata, el Paraná y el Paraguay, llegando a convivir un tiempo con los chiriguanos selváticos, enemigos de los Incas en los linderos del Incario.

La segunda fase convirtió el rumor en realidad: Pizarro y Bartolomé Ruiz aparecieron en las costas del norte del Imperio. Con su presencia confirmaron aparentemente lo sospechado por los indios. El comportamiento falsamente pacífico y muy cordial de los descubridores acrecentó la falaz idea en la costa. El propio Huaina Cápac sufrió el impacto de la noticia, desconcertándose. Pero los supuestos viracochas "desaparecieron" otra vez rumbo a Panamá (primer semestre de 1528).

La tercera fase (1531-1533) fue la surgida al empezar la irrupción española; tuvo dos variantes: Tumebamba y Cajamarca en el norte se mantuvieron escépticas, mientras el sur y especialmente Cuzco creyó desde un principio en el mito del retorno de Viracocha y de sus hijos. La distancia que media entre las cordilleras meridionales y el mar septentrional impidió una verificación de la realidad.

Un cuarto período cubre desde los finales de 1533. Se expandirá la versión que los extraños seres, que tanto favor parecían hacerle a las panacas cuzqueñas más importantes, no eran dioses, pero sí enviados de Viracocha, representantes de este dios. Fue con esta aureola semidivina que los españoles ingresaron al Cuzco, tras fieros combates contra los yana-generales de Atao Huallpa, pero en armonía con Manco, el principal representante de la nobleza cuzqueña, caído en el señuelo de contar con tan valiosa colaboración para batir a los ataohuallpistas.

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La quinta y última etapa fue la del desengaño en 1534: "son peores que diablos supays", denunció Manco Inca.

El mito del retorno de Viracocha y de su inicial confusión con Pizarro consta en decenas de informaciones y la registran todas las crónicas indígenas del siglo XVI: Guaman Poma31, los Quipucamayos, Santa Cruz Pachacuti y Titu Cusi. No obstante, algunos historiadores contemporáneos, inexplicablemente, han querido negar validez a esta remozada leyenda, absolutamente lógica en pueblos incásicos de extremada religiosidad, que creían a pie juntillas que el Inca era descendiente del Sol. La leyenda, con variantes, se repitió en innumerables sitios del Antiguo Perú y del continente (incluidos los aztecas respecto a Quetzalcoatl). Por lo demás, esa convicción religiosa inicial de los costeños y de los Incas de sur consta tempranamente en los informes entregados por los pilotos de los conquistadores a Gonzalo Fernández de Oviedo, en época tan temprana como 1534.

Como bien se ha dicho, los dioses aborígenes, fueron singulares '`aliados" de los conquistadores, porque éstos –gracias a su mentalidad lógica, no mítica– pudieron usar a su antojo las leyendas locales americanas.

A lo largo de esta obra analizaremos sucintamente las cinco fases de mito, deteniéndonos más en la tercera, porque allí su uso por los españoles quebró al Incario, marcadamente en 1533.

LA CRECIENTE TUMEBAMBA

Otro aspecto cuya investigación deberá ser ampliada en nuevos estudio: es el relativo a la creciente importancia que iba adquiriendo Tumebamba en el norte del Imperio de los Incas.

En aquella región acampaba Inca Yupanqui, más conocido como Pachacuti, precursor de la expansión imperial, hombre de los tiempos en que en esas tierras sólo se exigía ocasionales tributos a sus antiguos habitantes, los Cañaris, tras sorpresivas incursiones. Fue su hijo Túpac Inca Yupanqui, quien conquistó definitivamente la región, destruyó la antigua capital Guapnondelig e hizo mitimaes a tantos de los Cañaris de tal modo y en tal dimensión que se los hallaba en casi todo el territorio inca; de tal forma se disgregó a esa nación. En el paraje de la arrasada metrópoli erigió –sobre quince mil cadáveres– la ciudad inca de Tumebamba, con colonos cuzqueños; entre estos mitimaes hubo distinguidos miembros de todas las panacas cuzqueñas. En esta Tumebamba inca, ciudad filial del Cuzco, nació y murió Huaina Cápac, hijo de Túpac Inca Yupanqui. En Tumebamba, fue que Huaina Cápac enterró la placenta en la cual vino al mundo y allí se avecindó la mayor parte de la panaca de su descendencia, llamada por mayor precisión Tumebamba Ayllu. Esta ciudad de sangre cuzqueña nucleaba, asimismo, muchos miembros destacados de la panaca de Pachacuti, en la cual crecería Atao

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Huallpa. Como con acierto lo recuerda Garcilaso, la panaca de Inca Yupanqui, el remoto precursor, estuvo estrechamente ligada a la de Pachacuti.

Tumebamba habría de cobrar renovada vigencia hacia 1520. Porque fue el sitio donde la institución militar, nucleada sobre la base de los yanaguerreros, empezó a remecer la estructura imperial aristocrática.

En el capítulo 22° de la Miscelánea Antártica (1586), crónica de Ca-bello Valboa32 se informa que, al final de las guerras de Huaina Cápac, ya se había iniciado el desplazamiento político-militar de los engreídos orejones por fieles yana-guerreros, al interior de la panaca tumebambina. Asimismo, cómo había brotado la indignación de gran parte del sector aristocrático que veía a los yanas como "desleales" y –cosa señalable– como "alegosos" por sus continuadas reclamaciones por mejores derechos ante Huaina Cápac. El Inca concedió mercedes a esos jefes guerreros yanas, al extremo tal que disgustó a Mihi, orejón que ejercía la jefatura suprema del ejército, decidiendo éste retirarse de Tumebamba para regresar al Cuzco, portando la imagen del Sol, seguido de tres mil orejones selectos. Para este linajudo Mihi –siempre en la narración del cronista Cabello– los yanas eran " la escoria del mundo", con lo cual sin lugar a dudas daba a entender que se trataba de guerreros de pobre y baja condición, sin casta, sin linaje, por más que fuesen cuzqueños en buena proporción. Hubo posterior reconciliación entre el Inca y la nobleza orejona, pero sólo a costa de un notable reparto de bienes.

Todos estos hechos trasuntan febriles tensiones entre las clases so-ciales incaicas.

Fue en Tumebamba donde se produjeron otros sucesos políticos. más trascendental de ellos fue la trama y estallido de la sublevación del príncipe Atao Huallpa contra Huáscar, el Inca legitimado en el Cuzo. Llamamos Inca legitimado a Huáscar por la aceptación que a su mando dieron las instituciones locales, el clero en especial, aun cuando su mayor derecho a la sucesión no estuviese nunca del todo nítido.

OTROS TEMAS IMPORTANTES

Asimismo, entendemos que es preciso ampliar las todavía borrosas nociones alrededor de las disensiones entre lo Hanan y lo Hurin; y también lo relativo a los privilegios de clase ostentados por las panacas, sobre todo los linajes más ligados a la religión y preferentemente cuzqueños; factores ambos que debilitaron por buen tiempo una resistencia unitaria la invasión hispánica.

También será imprescindible profundizar en el rol de las nuevas ciudades ibéricas como centros militares y no sólo de poder político; y paralelamente analizar la desintegración de varias de las más destacadas urbes incaicas, como Vilcashuamán, Pachacámac, Jauja,

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Tambo Colorado Incahuasi, Guánuco, Pombo, Caxas, Huaitará y Cajamarca, que se despoblaron33; proceso negativo en el cual jugó un papel determinante retorno de los mitimaes a sus lugares de origen, a sus "patrias" diversas. Rebelados ya contra el yugo incásico, en el vendaval de la Conquista española, ellos tomaron camino de retorno.

Habrá también que reivindicar la magnífica lucha de los hasta hoy menospreciados “chunchos”, pobladores del Antisuyo que, merced a una organización no-señorial, carecieron de clase social superior, uno de cuyos fragmentos está siempre predispuesto a aliarse con invasores con el fin de conservar privilegios. Esos chunchos –que aun hoy se defiende en rincones de lo que fuera el Antisuyo– son nuestros pieles rojas o nuestros araucanos, gracias a su perseverante pelea secular. Lo cual demuestra que aquí, como en otras tierras, combatieron mejor a los españoles las colectividades que carecían de ejército, que no eran militaristas, que jamás habían conquistado a nadie. Que carecían de aristocracia, de clase nobiliaria, de señoríos. Que vivían en una etapa jefista, esto es que solamente poseían líderes temporales, sin bienes. Jefes que sólo gozaban del altivo privilegio moral de dirigir sus tribus en épocas de riesgo. Durante guerras, especialmente.

Será necesario estudiar más a fondo la pesada mita34, el despótico régimen tributario, la férrea dominación sobre acllas y mamaconas35

y el sistema policlasista de los mitimaes.

Los efectos de la devastadora peste de viruelas de 1528 –dejada por los españoles del Descubrimiento– es otro asunto que inexcusablemente debe ser estudiado a fondo para entender la fragilidad de muchos cuadros dirigentes incas en 1532.

LA NOBLEZA INCA COLABORACIONISTA

A fin de conservar sus privilegios muchos aristócratas incas se aliaron a los españoles, quienes los llamaron "indios amigos". Cuando el ataque al Cuzco en 1536, fueron capaces de organizar a treinta mil vasallos para defender a los españoles sitiados36. Los principales de esos colaboracionistas fueron Paullo Topa, Páscac Inca, Guallpa Roca, Inquill y Guáipar. El primero de ellos –que llegó a Inca con Almagro– fue muy alabado. Cierta vez lo calificaron como "el gran pilar deste reino". Gracias a su traición conservó y aumentó tributarios, tierras y mercedes.

LA INDIFERENCIA CAMPESINA

Una de las causas de la Conquista fue también la indiferencia inicial d gran parte del campesinado. Los campesinos estaban hartos de guerra como lo recuerdan varios escritores de aquel tiempo. Pero había más. El régimen de explotación, muy verticalizado, los hacía ver con poco aprecio a sus mandones étnicos y a los de la jerarquía incásica imperial. Peor considerarían a quienes, arma en mano, representaban el orden. Alrededor de este punto existen varios

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datos. Por ejemplo, es útil leer una de las referencias del licenciado Antonio de la Gama, en una de las primeras cartas largas escritas sobre el Perú que se iba conquistando en 1533. Tiene fecha 10 de octubre y allí se expresa que los del Perú "son acostumbrados a servir la gente común a los señores y gente de guerra y maltratados dellos". Luego se los compara con el despotismo ejercido por los mamelucos turcos sobre los moros pobres. No son escasas las referencias de esta naturaleza.

La descomunal violencia de la Conquista española hizo sin embargo que luego, en la Colonia, muchos sectores campesinos abandonasen actitud anti inca a fin de colaborar en los movimientos de resistencia.

Esto a pesar que el campesinado dio al Incario los trabajadores obligatorios rotativos (mitayos) y que con su esfuerzo se construyeron los espléndidos templos y palacios que todos admiramos. Los campesinos entregaban también cuotas de yanas y de mamaconas, así como de niños. Y por cierto, parte de sus cosechas se hallaban destinadas al Inca y al Sol. Por eso no tuvieron interés en defender al Estado inca, sobre todo en 1os primeros tiempos de la Conquista, tarea que le cupo más bien al ejército. Pero la genocida dominación hispánica hizo variar criterios y hasta los recuerdos.

LOS OLVIDADOS

Otro eje de nuestro libro es la reivindicación de los que pelearon. Por ello, al margen de la historia oficial incaica, que también la hubo y que sólo consagró monarcas y príncipes, debemos rescatar grupos y hombres de otras clases sociales. Así, a diferencia de Huáscar Inca y de Atao Huallpa, representantes de la alta nobleza, seres endiosados y bastante ajenos a los padecimientos de la colectividad inca, hubo guerreros, sacerdotes y amautas que lucharon hasta morir defendiendo a los pueblos agredidos. Es el caso de varios de los tan mentados yana-generales como Quizquiz, Rumi Ñahui, Challco Chima, Yucra Guallpa, Chaicari y nueve más; es también el de Sana, Sumo Sacerdote de Pachacámac–quemado vivo– y de Azarpay, la Sacerdotisa Mayor del Oráculo de Apurímac que se suicidó para no ser ultrajada, entre muchos otros. Es también, por cierto, el caso de los cien mil soldados anónimos, de sangre cuzqueña, que cayeron combatiendo en trece años de batallas contra España.

Esta nueva actitud de la historiografía debe también relievar el he-roísmo de los generales aristocráticos, que destacan esencialmente en el período de Manco Inca, entre quienes estuvieron Quisu Yupanqui, Tisoc inca, Illa Túpac, Puyu Huillca, Páucar Huaman y Rampa Yupanqui, los que lucharon hasta dar la vida. Igual que Vila Uma37, el Sumo Sacerdote.

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La "historia oficial" debe ser superada, de una vez por todas, para abrir paso a la verdad. También en lo que se refiere al pasado incaico.

ALGO SOBRE EL EJÉRCITO INCAICO

Lo primero que debemos desmentir es su número y especialmente la pretendida desproporción entre españoles e indígenas. Gracias a los "indios amigos" (caciques de etnías enemigas del Cuzco, principalmente) los conquistadores contaron siempre con masas de combatientes, que asoman en las propias descripciones españolas de las batallas con los Incas. Sólo para salvar al Cuzco, Hernando Pizarro llegó a contar con treinta mil de esos "amigos", tal como lo recogería el Anónimo Almagrista (1548:396). Pero no menos señalable es otro factor; a causa del estadio histórico incaico y de la ausencia de grandes animales de carga (la llama porta poco y es lentísima, inútil para una guerra), todos los abastecimientos se movilizaban "a lomo humano" (la mitad de los cargueros eran mujeres, además). Como bien se sabe, no conocían la rueda; no había carretas, por tanto. Alimentos, agua, leña, ropa, carpas, repuestos, etc., tenían que ser cargados por hileras interminables de servidores (mitayos básicamente, que seguían a los aristócratas guerreros y a los yana-guerreros. Todos los altos jefes iban en andas o literas o hamacas, según los casos; pues bien, cada uno de estos medios de transporte requería de equipos de dieciséis a treintidós hombres, a causa de los turnos. Por otro lado, para cada hondero se necesitaba un cargador de piedras redondeadas especiales, calibradas para el efecto. Debemos, pues, librarnos de las engañosas versiones sobre las multitudes de soldados; había muchedumbres, sí, pero esencialmente de auxiliares, de ayudantes, de colaboradores de los soldados. Así ocurrió, además, en todas las sociedades equivalentes. Por último, aunque esto pueda parecer absurdo, la superioridad numérica estuvo, muchas veces, al lado de los españoles, gracias a sus cuantiosos aliados aborígenes, merced a los curacas sublevados contra los Incas; y gracias a los yanas, a los negros de guerra, a los moros, a los indios traídos de fuera del Perú (Nicaraguas, etc.) y hasta a los bandidos pumaranras38, asimilados por Pizarro a las huestes invasoras, como lo denunciaría Guaman Poma. Fue en neta inferioridad numérica que Manco Inca – ejemplo– habría de ganar la batalla de Orongoy a las fuerzas españolas en los fines de 1538 tal como lo podemos verificar en varias relacione de aquel tiempo, marcadamente en la Guerra de Salinas, de Cieza (cap. 88º.).

Las armas incaicas, por otro lado, eran muy variadas; pero se trataba, no lo olvidemos, de un equipo calcolítico39, donde las piezas de metal no abundaban, aunque todos los jefes las tenían, así como los cuerpos selectos. Y ese metal era raramente bronce; por lo común se trataba de cobre, a veces mejorado con una suave aleación. Y respecto a las armas resulta básico indicar que lo más grave para las huestes incaicas fue la aguda escasez de flecheros. Resultaba inevitable la carencia de esos guerreros porque la costa y

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la sierra del Perú jamás han producido maderas flexibles y largas para fabricar arcos; los arcos procedían de algunas etnías periféricas del Imperio (los Chunchos, por ejemplo) y aun así en cantidades li-mitadas; agreguemos que cuando la desestructuración producida por la agresión española, esas colectividades tropicales, tributarias de los Incas, se apartaron del sistema del Cuzco y de Tumebamba, por años, hasta que Manco Inca las reincorporó en parte. Asimismo, por similares razones, las huestes incaicas carecían del temido veneno de flechas.

23 El río Maule, al sur de Santiago de Chile actual, es señalado comúnmente como frontera sur del Imperio. El error proviene esencialmente de Garcilaso, que nunca supo mucho del Collasuyo. Lo cierto es que los caminos incaicos llegan hasta muy cerca de Concepción, a unos cuatrocientos kilómetros al sur de la actual capital chilena.

24 Nombre que se dio a las españoles en las partes centrales y meridionales del Imperio de los Incas desde 1528. Es denominación que subsiste todavía en inumerables pueblos apartados de los Andes y en varias de las etnias selváticas contemporáneas para designar a "los blancos" y "los mestizos". Fue vocablo muy usado en el siglo XVI, especialmente por cronistas indios. La creencia en un origen divinal de los conquistadores ha sido evaluada y analizada por muchos estudiosos, como el filósofo César Guardia Mayorga, precursor de los estudios de religión incaica (1958).

25 El hombre del pueblo, plebeyo, campesino. Hatun es grande en quechua; runa significa gente. Es como decir "las mayorías". Constituían más del noventa por ciento de la población. Los yanas no estaban comprendidos entre los hatunrunas.

26 Al hablar de los esclavos yanas nunca se debe descuidar que los había de servicio común (cocineros, barredores, lavanderos, cargueros, etc.) y de condición elevada (quipucamayos, ciertos curacas, camayocs) y algunos en la cúspide social, como los yana-generales.

27 Ayllu, según Juan Polo de Ondegardo, era "la comunidad", "la otra gente", distinta a "los caciques y principales". Ésta fue la acepción que primó en el castellano desde el siglo XVI. Pero también puede significar linaje, parentela, familia.

28 Llauto fue una insignia aristocrática a manera de gorro, formado con cordones grue-sos de lana de colores llamados pillos. Los Ilautos que Garcilaso vio más eran "de mu-chos colores y del ancho de un dedo, y poco menos gruesa". Esta trenza "rodeaba a la cabeza y daban cuatro o cinco vueltas y quedaba como una guirnalda".

29 La borla fue un adorno frecuente en el Incario. Era de lana de distintas calidades y diversos colores, cada una con su uso específico. Algunas de ellas se llamaron puyllu, thirinka y chimppu y todavía se usan en ropa folklórica antigua. Especial fue el caso de la borla como insignia de señorío, la cual se prendía en el llauto, aunque jamás sobre la frente. Tampoco podía ser de "color encarnado". Porque la borla roja sobre la frente era la mascapaicha, insignia suprema de autoridad imperial, especie de corona. Solamente el Inca podía usarla.

30 Túpac Huallpa fue uno de los numerosos hijos de Huaina Cápac. No sabemos cómo salvó la vida cuando las feroces matanzas dispuestas por Cussi Yupanqui en el Cuzco en los finales de 1532. Desde sus diversos refugios, los Hanan-cuzcos sobrevivientes señalaron a ese niño –tendría unos 12 años– como el príncipe de mayor linaje. Sus mayores lo llevaron a Cajamarca a fin de que diera pleitesía a los supuestos emisarios o hijos de Viracocha. A causa de un error propagado el siglo XIX, varios historiadores le siguen dando el nombre de Toparpa.

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Debemos añadir que a causa de la marcada composición de castas en la sociedad incásica, los plebeyos, campesinos incluidos, estaban prohibidos de usar y aun llevar armas, salvo los que el Inca escogía para el servicio castrense.

Por último, largo sería tratar en torno a las nefastas influencias de la religión en la guerra. Mencionemos que los Incas combatían únicamente en las semanas de luna llena, lo cual limitaba su acción a un veinticinco por ciento. Tampoco peleaban de noche.

BATALLAS Y VICTORIAS

31 Guaman Poma nació en plena Conquista española en Sondondo, Ayacucho, creemos que hacia 1540. En su Nueva Coronica dio una versión propia del Incario, desde una posición de modesto noble aldeano. Su descripción fue muy distinta a la de Garcilaso, que trascribe la tradición imperial cuzqueña. Rasgos propios luce también al tratar de la agresión hispánica y nos proporciona prístinas descripciones indígenas del conquistador. Hombre de inteligencia excepcional, se dio cuenta que el hecho de la sujeción hispánica era irreversible; que la reconquista ya no era viable. Que había que luchar por la raza vencida desde nuevas perspectivas. Fue el primero en fijarse en los indios pobres y en asumir su defensa, desde el pueblo mismo. Autodidacta genial, puede ser estudiado como precursor: a) del derecho a la tierra; b) de la educación universal; c) de las interpretaciones económicas de la historia; d) de la jornada laboral; e) de la reivindicación india; f) de la libertad de los esclavos; g) de las ciencias de la comunicación (uso de dibujo y caricatura); h) en cierta forma, de la independencia; i) de la teología de la liberación. Ya anciano anduvo de mendigo en Lima. Su rastro se pierde por serranías ayacuchanas hacia 1615.

32 Cabello Valboa es el cronista mejor informado de las guerras y conspiraciones del norte del Imperio. Es, asimismo –junto con Cieza y Garcilaso–, de los que más trascendencia conceden a las luchas de las clases sociales y de los estamentos en el momento de la Conquista española.

33 El Imperio Incaico tuvo una treintena de ciudades, que constituían colonias de mitimaes privilegiados del Cuzco. En este aspecto, como en tantos más, se adelantaron a los conquistadores españoles. Poco se ha estudiado el impacto de este ciclo urbano en el proceso de cambios del Perú incaico.

34 En su Historia del Derecho Peruano, Jorge Basadre precisó que los plebeyos de las aldeas incaicas pagaban tributo en tres formas: en trabajo, en productos y en seres humanos. En el aspecto laboral ese esfuerzo físico era entregado por el pueblo en mitas, esto es en turnos. La mita no es sino el trabajo obligatorio y rotativo que cada cierto tiempo se daba para el sostén del Estado, vale decir de las aristocracias. Garcilaso, siempre atento al verticalismo social, dice que ese sistema significó laborar todos por "su rueda o por linajes". Tal se "mandaba en todas las obras" (Lib. V, cap. XI). Esta opinión la confirman juristas como Ondegardo, Santillán y Matienzo. Mita en quechua significa turno.

35 Las acllas eran mujeres reclutadas en la adolescencia, en gran cantidad. Permanecían encerradas toda su vida, tejiendo ropa fina, fabricando chicha de calidad y –a veces– labrando algunos campos anexos a sus centros de reclusión. Debían, además, guardar virginidad, so pena de muerte. De todas esas imposiciones sólo se libraban cuando eran donadas por el Inca a un gran señor o a un yana calificado, puesto que ellas constituían el reservorio del sistema poligínico del Estado. Estos regalos se hacían con frecuencia y también por esto, aunque dudando, Garcilaso las llamó esclavas, a pesar de la veneración que profesaba al Incario. Acllas hubo en todas las ciudades del Imperio, enclaustradas en los llamados Ajllahuasis. Solamente en el Cuzco había más de tres mil. Las mamaconas eran las mujeres mayores encargadas de adiestrarlas y atenderlas. A pesar del enorme caudal de datos que existe, poco se ha estudiado el panorama femenino incaico, donde cabría también analizar a las coyas, pallas, ñustas, iñacas, sipas, tasques, capullanas, amazonas o guarmi-aucas, etc.

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La historia clandestina de la Conquista del Perú nos revela que el ciclo bélico presenta no menos de cien batallas y combates, que se irán viendo a lo largo de esta obra, con la requerida documentación del siglo XVI. Esa hermosa gesta incaica, ocultada dañinamente, contiene hasta varias victorias. Es el caso de Rumi Ñahui en Teocaxas; de Quizquiz en Cusipampa; de Quisu Yupanqui en Pampas, Parcos, Angoyacu, Jauja y Huarochiri; de Manco Inca en Ollantaytambo, Orongoy y Jauja; de Páucar Huaman en Pilcosuni. También alcanzaron otros triunfos, menores en importancia. Fue una epopeya que enorgullecería a cualquier pueblo, sobre todo si se considera la gigantesca disparidad en armamentos y estadios históricos en general.

FALSAS CIFRAS

Uno de los temas mejor promovidos por una historia falsamente hispanista (el buen hispanismo no miente) se refiere al número de conquistadores españoles. Debe subrayarse que disminuir exageradamente su cantidad ha sido una de las peores patrañas de tendencias colonialistas “nefastas y peligrosas”, como las calificara el literato y pensador Manuel Scorza en 1963.

Lo cierto es que los ciento sesenta y siete españoles que capturaron al Inca Atao Huallpa mediante un golpe de mano, apenas fueron la avanzada audaz de la penetración ibérica. Otros cien conquistadores –como se sabe– estaban en San Miguel de Tangarará. Pronto Almagro llegaría a Cajamarca, con ciento cincuenta españoles nuevos. Algo después lo hizo Pedro de Alvarado con más de quinientos. En los mediados de 1536 se acelera el proceso: llegan unos mil a fin de enfrentar a Manco Inca sublevado. Espinoza trajo unos doscientos en 1537; también llegaron grupos menores constantemente, atraídos por el botín del Perú. Un modo indirecto

36 El Anónimo Almagrista es quien da estos datos y muchos más (1548:396). En general, gran parte de la historia de la Conquista se halla en las versiones de los derrotados almagristas, empezando por las largas exposiciones dadas por Diego de Almagro el Mozo, hijo mestizo del caudillo español, que llegó a ser Gobernador del Perú. Cristóbal de Molina, precisamente apodado "el almagrista", es otro valioso informante con su crónica Destrucción de! Perú (c.1553).

37 En la serie larga de héroes quechuas destaca Vila Uma, Sumo Sacerdote y Capitán General a la vez. Hasta 1538 fue el principal colaborador de Manco Inca (ver último capítulo de esta obra. Al mismo remitimos para información sobre los demás personajes citados líneas arriba). Vila Uma había sido de la línea de Atao Huallpa, pero, por razones no precisadas, Manco lo mantuvo al frente del clero solar.

38 La sociedad incaica conoció cierto bandidaje marginal. Estos bandoleros, que no abundaban pero eran muy temidos, eran llamados pumaranras, tal como lo anotaron Guaman Poma y Diego González Holguín. Significaba esa denominación "el león de las cuevas", porque solían vivir en apartadas cavernas, sobre todo en los linderos del Imperio. El más famoso fue Chuqui Aquilla, del cual habla González Holguín (1608).

39 La ciencia histórica denomina actualmente período Calcolítico a la etapa que siguió al Neolítico, en la cual el cobre (calcos en griego) alterna con la piedra pulida. Entre los Incas, frecuentemente se mezclaba el cobre con un poco de oro o de plata para mejorarlo.

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de aproximarse a las cifras reales es a través de los españoles caídos en los combates y batallas. Hasta 1540, unos dos mil habían muerto luchando contra guerreros incas, según las extensas declaraciones de Diego de Almagro el Joven, que constan en el proceso instaurado a Rodríguez Barragán en 1542. Solamente Quisu Yupanqui, el mejor general de Manco, había matado unos quinientos, en sucesivas victorias. En las guerras civiles españolas, que se entremezclaron con las de la Conquista hasta 1544, perecieron miles; ese alto número de conquistadores peleaban a la vez contra el Inca. José Durand, que no puede ser tildado de incaista, afirma que entre 1535 y 1538 llegaron al Perú "unos cinco mil seiscientos veinte españoles", que él censó en las listas de pasajeros (revista Fanal). A lo dicho debe sumarse el crecido número de auxiliares. En primer lugar, dos mil "negros de guerra", semi entrenados, y más de cien moros y moriscos, también esclavos. Pero lo más decisivo fue el apoyo de los llamados "indios amigos". Los que inicialmente fueron traídos de fuera (Guatemalas, Nicaraguas, Kunas de Panamá, etc.) no pasarían de cuatro mil entre 1531 y 1534, pero los de aquí mismo fueron cientos de miles, sin pecar de exageración. Pensemos nomás en el apoyo masivo que daban los caciques étnicos alzados contra el sistema incaico (jefes chachapoyas, huancas, cañaris, etc.) y el aporte, igualmente cuantioso, otorgado por príncipes incaicos traidores, como Paullo Topa, Inquill, Páscac, Guáipar y tantos más. Algo de bibliografía existe ya en torno a estos aspectos.

Precisemos por último que buena parte de los conquistadores del Perú se fueron a otras tierras. Miles. Desde el Cuzco partieron, en sucesivos intentos, los que habrían de sojuzgar tierras y señoríos que pertenecen a lo que ahora son Bolivia, Argentina y Chile. Y desde Piura –desde Tangarará– se sujetó al Ecuador y luego, subsecuentemente, a Colombia, con refuerzos.

VERTICALISMO

La sociedad incaica, al igual que la huari y otras que la precedieron, fue vertical. Muy vertical. A nivel castrense la disciplina llegaba a obediencia ciega, a métodos que cuesta trabajo entender. Lo mismo sucedía dentro de la sociedad en su conjunto. Otra vez hallaríamos semejanzas del Incario con ciertas sociedades asiáticas, tema del cual fue Clements Markham40 el primero en ocuparse. La dominación española se benefició altamente con aquel sistema, como lo expresaría, mejor que nadie, Guaman Poma, el padre de las ciencias sociales peruanas.40 Sir Clements Markham, inglés, es uno de los más destacados peruanistas. Sabio y via-

jero, aprendió quechua y recorrió gran parte del Perú. Dejó varias obras inéditas, in -cluyendo vocabularios de la lengua de los Incas, así como una gramática. Tradujo al inglés numerosas crónicas del Perú. Sus trabajos de historia y sus aficiones eruditas de antropólogo, le dan, por otro lado, un sitio relievante. Además, a diferencia de casi todos sus compatriotas, tomó partido por el Perú cuando el conflicto con Chile. Había nacido en 1830; murió en 1916.

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TERMINOLOGÍA

Usamos el nombre de Tahuantinsuyo porque la usaron los Cuzcos, esto es los miembros de la etnía inca propiamente dicha. Así es como consta el nombre en cronistas indios como Santa Cruz Pachacuti y Guaman Poma; y también en el mestizo cuzqueño Garcilaso. A nivel general, también usamos la calificación de Imperio, para el reino de los Incas. Porque lo fue, al haber sido construido por la guerra y otros medios, sobre la base de la dominación de una etnía, la de los Cuzcos o Incas, sobre las demás, formándose así un estado multinacional. Rechazamos el término invasión, que pretenden algunos, dado que la invasión generalmente es pasajera, fugaz a veces. Por lo común no se convierte en conquista (piénsese por ejemplo en los anglo-norteamericanos en la Francia de 1944), mientras que la conquista suele ser prolongada, duradera. Se planea a largo plazo. Deja huellas que con frecuencia no se borran (idioma, religión, costumbres, colonización, etc.). A veces resulta definitiva. Todo lo cual no impide ver que toda conquista empieza con una invasión. Es su principio, pero nada más. Usamos también el vocablo Descubrimiento, porque desde una Historia Universal lo fue. El inicial capitalismo europeo, su pujante burguesía descubrió y conquistó cuantas tierras pudo, dando por primera vez un ritmo general a los acontecimientos y buscando crear un mundo a su imagen en todos los continentes. En cuanto a la ciudad del Cuzco, mantenemos este nombre. Si escribiésemos en quechua –lo cual hacemos a veces– podríamos quizás aceptar Qosqo, que posee una ortografía impronunciable en el idioma que ahora estamos usando (gentilicio ¿qosqoño?). Y no sólo es cuestión de la “q”; también la “z” fue puesta en las crónicas porque sonaba distinto que la “s” y Garcilaso bien lo sabía. Y no importa que en el castellano arcaico cuzco signifique perrito. De proceder con este criterio habría que cambiar casi todo. La palabra perú es pavo en portugués y lima es una fruta en castellano. China se traduce como hembra en quechua. La geografía del orbe registra cientos, miles de casos similares. Por otra parte cada idioma crea sus topónimos. Por eso es que decimos Londres y no London; Moscú y no Maskvá; Florencia y no Firenze; etc. Castellano y quechua, demás insistir, son dos idiomas diferentes. Muy distintos, además, en su fonética. Tanto que, lamentablemente el quechua no ha encontrado todavía un alfabeto que acepten todos los que siguen usando la gran lengua de la nación inca, creadora del Imperio Incaico.

Diremos por último que reivindicamos una fonética lo más cercana posible a la quechua. Diremos así Titijaja, por el famoso lago o Pariajaja, por la temida cordillera entre Jauja y Lima. Asimismo, mantenemos las palabras graves o llanas, tal como suenan en quechua. Verbigracia Pachacámac y no Pachacamac y Huarochiri y no Huarochirí. En muchos casos, sin embargo, poco hemos avanzado en dilucidar el significado y sonido de ciertos nombres, como por ejemplo el de Manco, que es del fundador del Cuzco y el del héroe

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principal de la guerra contra España. Bien pudo ser como se escribe, y sería el nombre totémico de cierta quinua finísima, al parecer extinta; o mankko, especie de feroz tejón fluvial de la alta selva. Mucho falta aún por investigar en torno a los patronímicos y los topónimos del Perú. En todo caso, cuando existe información, tomamos, las formas usadas por los cronistas e informantes indígenas.

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