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La política de Estados Unidos hacia Co-lombia ha llegado a un punto de infle-xión. Desde el inicio del Plan Colombiaen 2000, un programa multifacético parafortalecer la seguridad y la gobernabilidaden el tercer país más poblado de AméricaLatina, nunca había habido tanta incerti-dumbre sobre la naturaleza y el futuro delcompromiso de Estados Unidos con estepaís. El presidente Álvaro Uribe, reelegi-do el año pasado por una mayoría aplastan-te, mantiene un índice de 66% de apro-bación general, lo que lo convierte en unode los presidentes más populares de la re-gión. Ha reaccionado con alarma e indig-nación ante el cuestionamiento de Wash-ington sobre la conducta de su gobierno yla naturaleza de las políticas colombianas.Los más altos funcionarios del país —elministro de Defensa, el fiscal general, el vi-cepresidente y el propio Uribe— han des-filado sucesivamente y a toda velocidad porla capital estadounidense en los últimosmeses, defendiendo la causa de Colombiay buscando extender el Plan Colombia has-ta 2012 y, lo más importante, la aprobaciónpor parte del Congreso estadounidense deun tratado de libre comercio (tlc) entreambos países. Ambas iniciativas, pero es-pecialmente el tlc, han estado atrapa-

das en la controversia, víctimas de costososerrores políticos, tanto en Washington co-mo en Bogotá, así como de otras tenden-cias en Estados Unidos que tienen poco onada que ver con Colombia.

Algunos elementos de la encrucijada deColombia son fáciles de identificar. El go-bierno de Uribe enfrenta en el Capitolio loque un asistente republicano del Senado hacalificado como “una tempestad perfecta”:la otrora impenetrable mayoría republica-na fue derrotada en noviembre pasadocuando los demócratas reconquistaron elcontrol de ambas cámaras del Congreso; yel presidente George W. Bush, con quienUribe ha estado estrecha y entusiastamen-te alineado, es más impopular que nunca,en especial debido a la guerra en Irak.

Como si esto no bastara, los resultados dela guerra contra la droga (principal razónpor la cual Estados Unidos ha contribui-do con más de 5 600 millones de dólares,sobre todo para la ayuda antinarcóticos ymilitar a Colombia durante los últimossiete años) distan de ser extraordinarios:la ayuda ha mejorado notablemente laseguridad en todo el país, pero la purezade la cocaína en las calles de Estados Uni-dos ha aumentado y sus precios han baja-do. Según las cifras publicadas en junio

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Cynthia J. Arnson es directora del Programa Latinoamericano del Woo-drow Wilson International Center for Scholars en Washington, D.C.

La agonía de Álvaro UribeCynthia J. Arnson

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n material original de foreign affairs en español

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por la Oficina Nacional de Política para elControl de la Droga de Estados Unidos(U.S. Office of National Drug ControlPolicy), la cantidad de coca cultivada en Co-lombia durante 2006 aumentó por segundoaño consecutivo, pese a las cifras récord defumigación de cultivos, lo que ha incre-mentado las tensiones con los vecinos delpaís, en especial Ecuador. Más aún, el totalde hectáreas dedicadas al cultivo de coca entoda la región andina no ha disminuidodesde que el presidente Bill Clinton lanzó,en 2000, la fase actual de la guerra contrala droga. En el ámbito de los derechos hu-manos, casi todos los indicadores de vio-lencia —secuestros, asesinatos, masacres—se han reducido considerablemente. Em-pero, Colombia encabeza la lista mundialde sindicalistas que son asesinados cadaaño, estadística lo suficientemente preocu-pante como para haber adquirido un gransignificado a la luz del debate sobre el tra-tado de libre comercio.

Los problemas políticos internos queenfrenta Uribe se suman al complicadoescenario en Washington. Ya a finales de2006 un gran número de legisladores, go-bernadores y políticos locales, en su granmayoría perteneciente a los partidos queapoyan al presidente, fueron acusados porla Corte Suprema de Colombia y por laFiscalía General de colaborar con gruposparamilitares. Las acusaciones compren-den desde la financiación y dotación deequipos a dichos grupos hasta la filtraciónde nombres de personas destinadas a sereliminadas. El propio primo de Uribe, unsenador, y también el comandante de lasFuerzas Armadas y el ex jefe de Inteligen-cia Interna, han quedado envueltos en elescándalo. Una encuesta Gallup colombia-na de julio pasado muestra que los índicesde aprobación de Uribe, aunque todavía al-

tos, se han desplomado 10 puntos porcen-tuales en los últimos meses.El presidente to-davía mantiene una alta calificación tantoen Colombia como en el exterior por habermejorado la seguridad del país e impulsadoaltos niveles de crecimiento económico.Frente a todos los indicadores positivos,se divisan resquebrajamientos. La mismaencuesta Gallup revela que 72% de la opi-nión pública apoya los diálogos de pazcon los grupos paramilitares, que resulta-ron en la desmovilización de alrededor de31 000 combatientes desde 2003. Pero só-lo 48% aprueba la manera en que Uribe haconducido este proceso. Igualmente, lamayoría de la población apoya firmemen-te el manejo general de la economía, perodesaprueba la actuación frente a comple-jos problemas como el desempleo y el cos-to de la vida.

DOS R E LATOS OPU E STOS

Los funcionarios del gobierno expresansu impaciencia e incluso una sensación detraición por la crítica que reciben sus políti-cas. Ellos y otros sostienen que el escánda-lo parapolítico no habría surgido si Uribeno hubiera tomado la valerosa decisión deinvolucrarse en un proceso de paz con elmayor grupo paramilitar, las Autodefen-sas Unidas de Colombia (auc), cuyos líde-res han hecho extensas confesiones de suscrímenes, según la Ley de Justicia y Pazque rige en su desmovilización. Si bienesto es sólo parcialmente cierto —algunasde las revelaciones más perjudiciales pro-vienen de la computadora portátil recupe-rada de un importante comandante para-militar, así como de los testimonios de exfuncionarios del gobierno convertidos eninformantes—, el hecho real es que mu-cha menos gente ha muerto en Colombiacomo consecuencia de la desmovilización

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de los paramilitares. El espectáculo de loscomandantes de las auc tras las rejas, ofre-ciendo detalles que han permitido a losinvestigadores encontrar cientos de fosascomunes con los restos de las hasta ahorainnumerables víctimas, hubiera sido in-concebible tres años atrás, cuando se ini-ció el proceso de las auc. Algunas opinio-nes indican que el enfoque del Congresode Estados Unidos sobre los derechos delos sindicalistas colombianos no toma encuenta las mucho más graves y extensasviolaciones por parte de la guerrilla de lasFuerzas Armadas Revolucionarias de Co-lombia (farc). Sólo en junio pasado, du-rante una fallida operación militar, las farcasesinaron a 11 miembros de la AsambleaDepartamental, que mantenía como rehe-nes, además de miles de secuestrados, entreellos una ex candidata presidencial.

Comprender las razones por las cualesesta versión no se ha difundido en el Con-greso estadounidense requiere descubrirno sólo el otro lado de la historia, sino tam-bién la reciente participación del Con-greso en la política de Colombia. Los te-mas de derechos humanos —incluidos losaños de la connivencia entre los gruposparamilitares y las fuerzas armadas, la cri-sis que padecen los desplazados, y los nu-merosos casos ya referidos— adquierenmayor gravedad por la impunidad cróni-ca que caracteriza a la justicia colombianaactual. Estos temas constituyen preocu-paciones fundamentales tanto para losdemócratas liberales y moderados comopara los republicanos. Para los críticos deUribe, las sanciones contenidas en la Leyde Justicia y Paz —un máximo de ochoaños de prisión para quienes se suponehan cometido crímenes de lesa humani-dad— son harto benevolentes, y el escánda-lo parapolítico apenas revela cuán profun-

damente las redes criminales representa-das por las auc han penetrado las institu-ciones políticas colombianas. La relaciónde Uribe con los paramilitares se conside-ra sospechosa, más aún por la expansiónde las estructuras de tipo paramilitar co-nocidas, como Convivir, durante la épocaen que Uribe gobernó el Departamentode Antioquia. Peor aún, Uribe personal-mente escogió a Jorge Noguera, su jefe decampaña en la Costa Atlántica, para diri-gir el Departamento Administrativo de Se-guridad (das), la agencia interna de segu-ridad de Colombia. Según un antiguoasociado, actualmente en prisión, No-guera habría utilizado su cargo en el daspara filtrar a los grupos paramilitares losnombres de los sindicalistas y otras perso-nas que deberían ser asesinados.

Algunos asistentes republicanos delCongreso reconocen ahora que apenas con-sideraron las preocupaciones por los dere-chos humanos —con la excepción de losabusos atribuidos a las farc— durantelos seis años de su desempeño; tampoco lohicieron los funcionarios estadounidensesencargados de negociar el tlc. Más bien,el enfoque consistía en apoyar los progra-mas de seguridad y antinarcóticos de Uri-be. Para los demócratas del Congreso quehan trabajado durante mucho tiempo entemas coyunturales colombianos, los de-rechos laborales han sido una permanentepreocupación ligada a los derechos huma-nos. Éstos niegan categóricamente que suenfoque sobre los derechos sindicales estémotivado por el deseo de promover la agen-da proteccionista de la base sindicalistadel Partido Demócrata. “Cuando año trasaño un país ocupa el primer lugar como elsitio más peligroso del mundo para ser sin-dicalista —dice un funcionario demócra-ta de la Cámara— ello se nota.” Funda-

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mental para cualquier acuerdo comercial,dice el asistente de un senador que apoyael libre comercio, “debe ser la capacidadde los trabajadores para organizarse y noser asesinados”.

La profundidad de la actual polariza-ción en el Congreso indica que lo que amenudo ha sido descrito como un “con-senso bipartidista” sobre la política de Es-tados Unidos hacia Colombia era menosun consenso que una colcha de retazossostenida por débiles hilos. Clinton pudoreunir una coalición de apoyo al inicio delPlan Colombia en 2000 debido a que múl-tiples intereses y objetivos —la lucha anti-narcóticos, el desarrollo alternativo, elproceso de paz, los derechos humanos y laconsolidación democrática— tuvieron cabi-da dentro de la táctica de la big tent [grancarpa] que tanto lo popularizó. No obs-tante, con el tiempo —años que han atesti-guado el colapso de las negociaciones depaz con las farc, del surgimiento de ÁlvaroUribe con una plataforma de ley y orden, yde la reestructuración posterior al 11-S deuna política exterior de Estados Unidos entorno a la guerra contra el terrorismo— elPlan Colombia se ha identificado sobre to-do con sus aspectos contraguerrilleros y anti-narcóticos. Esta táctica satisfizo a algunosmiembros de la coalición bipartidista en elCongreso, aquéllos cuya principal preocu-pación era la detención del flujo de cocaínacolombiana a Estados Unidos. Pero otrosparecían distanciados, en especial aquéllospara quienes la defensa de los derechos hu-manos ha servido durante mucho tiempocomo piedra fundamental del debate sobreColombia en Estados Unidos.

LAS RAÍCE S D E LA POLÍTICA ACTUAL

Históricamente, la atención del Congresoa este tema ha surgido de la crítica post-

Vietnam a la política exterior de EstadosUnidos, crítica promovida por las fuerzasliberales. Éstas cuestionaban la necesidadde subordinar la conducta de un gobiernosobre sus propios ciudadanos a las preocu-paciones por la seguridad nacional. Lalarga tradición democrática colombianapermitió a Estados Unidos concentrar suatención en los sucesos promovidos duran-te las dictaduras militares del Cono Sur enlos setenta y en los regímenes centroame-ricanos en los ochenta. Pero pronto, lue-go que el gobierno de Bush padre lanzarala guerra contra las drogas en 1989, ésteredirigió su ayuda antinarcóticos a la poli-cía colombiana debido a las pruebas deconductas abusivas y a la corrupción en lasfuerzas armadas. Desde ese momento, ydurante casi una década más, la asistenciamilitar estadounidense estuvo limitada ala lucha antidroga, no a operaciones con-trainsurgentes. No obstante esta distin-ción —errónea, según algunos, dado quela guerrilla estaba involucrada en la pro-tección de los cultivos de coca y los labo-ratorios de procesamiento— se mantuvo,ya que pocos funcionarios estadouniden-ses creían que el Congreso o la opinión pú-blica apoyarían un mayor compromiso enla cada vez más brutal guerra contra la in-surgencia en Colombia.

La atención a las violaciones a los de-rechos humanos cometidas durante el con-flicto armado surgió poco tiempo antes dela llegada al poder del presidente Clinton.En 1993, un subcomité del Senado tomónota de “continuos abusos a los derechoshumanos a gran escala”, muchos de elloscometidos por el ejército colombiano a me-dida que ostensiblemente utilizaba la ayu-da antinarcóticos para fines de contrain-surgencia. Apoyado en un informe de laOficina General de Auditoría (General

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Accounting Office), que demostraba queni el gobierno colombiano ni el estadouni-dense tenían mecanismos adecuados para la“supervisión del destino final”. Para evitarla desviación del equipo de Estados Uni-dos y sin tocar ni un centavo de la ayuda,el Congreso exigía que el gobierno infor-mara a cuatro de sus comités antes de pro-veer ayuda económica o militar y les otor-gaba autoridad informal para bloquearla.El autor de esa enmienda —el senadordemócrata Patrick Leahy (Vermont)— através de los años ha sido un actor clave delCongreso en la relación con Colombia, vin-culando el entrenamiento militar de Es-tados Unidos con la conducta de los funcio-narios colombianos en el tema de derechoshumanos, y exigiendo cortar los lazos entrelos comandantes paramilitares y los miem-bros de las fuerzas armadas. Tras la victoriademócrata de 2006 en el Senado, Leahypreside actualmente el subcomité que su-pervisa la ayuda exterior y el Comité Judi-cial del Senado. Junto con la representan-te demócrata Nita Lowey (Nueva York),quien preside el comité correspondienteen la Cámara de Representantes, este añoha dirigido el esfuerzo para cambiar lasprioridades en lo que respecta al paquetede ayuda de Estados Unidos.

Finalmente, es probable que la asigna-ción de la ayuda para Colombia siga esteaño —cerca de 500 millones de dólares enfondos nuevos—, pero el equilibrio entre laseguridad y los objetivos de desarrollo cam-biarán. En junio, la Cámara de Represen-tantes votó por la transferencia del gruesode los recursos del Plan Colombia a pro-gramas de desarrollo rural y social, huma-nitarios, legales y de otras reformas. ElComité de Asignaciones del Senado haprocedido en igual forma, pero aún no estáclaro cuándo el Senado actuará en pleno,

si lo hace. Aun cuando los proyectos deley sobre erogaciones en el Congreso en-frentan después del receso de agosto unacomplicada agenda política, parece segu-ro que el paquete reflejará las nuevas prio-ridades del Congreso demócrata. Colom-bia es “un socio y aliado vital de EstadosUnidos”, dice un informe del Comité, queacompaña la legislación de este año. Peroha llegado el momento de redistribuirla “pa-ra ayudar al gobierno colombiano a concen-trarse en la justicia y el imperio de la ley,así como a combatir la pobreza subyacentey omnipresente, que es la raíz de muchos delos problemas en Colombia y en la región”.

E L COM E RCIO:

¿R E LACIÓN AS I MÉTR ICA?

Si se mantienen los fondos de este año, eldestino del tlc será mucho más incierto.A simple vista, poco de la relación comer-cial entre Estados Unidos y Colombia esun tema controvertido. Lo que se destaca,no obstante, es la gran importancia delmercado estadounidense para los exporta-dores colombianos, así como las asime-trías entre las economías de ambos países. Elpib de Colombia en 2006 (132 000 millo-nes de dólares) representa aproximadamen-te 1% del de Estados Unidos. Colombiaconstituye menos de 1% del total del co-mercio estadounidense y ocupa el lugar 29entre los mercados de exportación de aquelpaís. Mientras que en 2006 Colombia des-tinó 40% de sus exportaciones a EstadosUnidos, éste fue el proveedor de 26% delas importaciones colombianas.

Las exportaciones de Colombia a Es-tados Unidos —sobre todo petróleo cru-do, carbón y café— se han expandido rá-pidamente en la última década, creciendo116% entre 1996 y 2006. Las exportacionesde Estados Unidos a Colombia —sobre

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todo de maíz, partes de maquinaria y má-quinas procesadoras de datos— tambiénhan crecido, aunque a niveles más mo-destos, generando un déficit comercialcon Colombia que supera los 2 500 mi-llones de dólares. Los proponentes deltlc señalan que según las estipulacionesde la actual Ley Andina de PreferenciasComerciales y Erradicación de Droga(Andean Trade Preferences and DrugEradication Act, atpdea), más de la mi-tad de las exportaciones colombianas aEstados Unidos ingresan libres de im-puestos, mientras que Colombia aún man-tiene aranceles sobre gran variedad deproductos estadounidenses entre los quese incluyen bienes de capital, manufac-turas y numerosos productos de consu-mo. Por lo tanto, con el tiempo, un tlceliminaría las desventajas competitivasde los inversionistas estadounidenses.Los analistas de la Agencia de EstadosUnidos para el Desarrollo Internacional(U.S. Agency for International Develop-ment, usaid) explican que, entre otroselementos, las mayores transferenciasestadounidenses de tecnología a los sec-tores colombianos clave de servicios ten-drían como resultado un incremento enla productividad colombiana en general,contribuyendo a lo que un funcionariode la usaid calificó como el “valor tangi-ble en la promoción de la productividadeconómica y la reducción de la pobre-za” del tlc. Los funcionarios colombia-nos y el propio Uribe trabajan acelera-damente en lo que consideran un brevemarco de tiempo —los últimos tres añosde su gobierno— para consolidar los avan-ces en seguridad con una alianza econó-mica con Estados Unidos que permiti-ría a Colombia alcanzar la prosperidaden el largo plazo.

E L E NTOR NO E STADOU N I D E N S E

Dejando a un lado los argumentos objeti-vos, la dificultad consiste en que el tlc seha convertido en un sustituto para otrostemas y es caldo de cultivo para intensosdebates. Por una parte, el acuerdo estácondicionado a lo que un funcionario delDepartamento de Estado calificó comoun “estado opresivo de resentimientos yreciente demostración de fuerza” entre losdemócratas del Congreso. Por la otra, estáatrapado en el resurgimiento del populis-mo económico en Estados Unidos, temaque repercutió en las elecciones de no-viembre de 2006, produjo significativosavances democráticos en el Congreso yresuena como parte de un debate nacionalmás amplio sobre los ganadores y los per-dedores en el proceso de globalización.Sin duda, la importancia simbólica deltlc trasciende sus beneficios económicos,y en ello radica buena parte de la dificul-tad tanto para quienes lo apoyan comopara sus opositores.

Para el gobierno de Uribe y sus segui-dores en Colombia y en Estados Unidos,el tema es, a fin de cuentas, cómo este úl-timo trata a sus aliados más fuertes: si losaños de trabajo duro, de intensos sacrifi-cios y de mutuo compromiso —con obje-tivos como la erradicación de la coca, elfreno de la violencia y la contención de lasguerrillas— serán o no premiados con laalianza estratégica que simboliza el tlc.“Lo que los demócratas están diciendo”,señaló el representante republicano JerryWeller, integrante del Subcomité de Co-mercio de la Cámara, “es que Colombiano está lista para un acuerdo y nosotrosles avisaremos cuándo lo esté.” Y agregó:“Uribe es nuestro mejor amigo, nuestromás fuerte aliado y nuestro socio másconfiable en toda América Latina. [...] A

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aquel que se asocie con Estados Unidos,se le respetará. Es por eso que la ratifica-ción [del tratado] es tan importante”.

Para los demócratas del Congreso, sinembargo, la falta de colaboración biparti-dista sobre los temas comerciales durantelos seis años en que fueron minoría ha em-ponzoñado el clima en el que se desen-vuelve el debate del libre comercio. “Du-rante seis años”, manifestó un prominentefuncionario de la Cámara, “tratamos devincularnos con estos temas, y el gobiernono quiso trabajar con nosotros.” Según fun-cionarios, tanto republicanos como de-mócratas, la Casa Blanca y el predominiorepublicano en la Cámara mantuvieronuna y otra vez a los líderes demócratasalejados de las discusiones sobre asuntoscomerciales clave, en apariencia prefirien-do culparlos por el fracaso de las iniciati-vas comerciales para hacer ver al PartidoDemócrata como un elemento hostil ha-cia el sector privado.

Las interacciones humanas tambiénhan desempeñado un papel que complicala situación. Uribe es sumamente admira-do como servidor público comprometidoy austero, pero ha cometido pequeños, ycostosos, errores frente al Congreso. Du-rante una visita a Washington en el pri-mer semestre de 2007, saludó calurosa yefusivamente a los miembros republica-nos del Comité de Relaciones Exterioresde la Cámara que lo han apoyado, pero semostró frío y retraído con los miembrosdemócratas presentes, entre ellos el nuevopresidente del Comité. En otra ocasión,en mayo pasado, montó en cólera duranteuna cena privada con miembros del Con-greso y sus funcionarios, acusando al di-rector de una prominente ong estadouni-dense de derechos humanos de ser unmentiroso y simpatizante de la guerrilla

por cuestionar los vínculos de su gobiernocon el paramilitarismo. A medida que elexabrupto circuló en el Congreso, le diocredibilidad a aquellos que expresan sualarma por la propensión de Uribe a atacara sus críticos internos como “compañerosde viaje” de la guerrilla, una acusación congraves consecuencias en Colombia.

Aparte de las percepciones y los resen-timientos, el error del gobierno estadou-nidense al no incluir inicialmente fuertesprotecciones laborales y ambientales enel tlc con Colombia —así como en losacordados con Perú y Panamá— ha sidoenormemente costoso, y quizás de mane-ra irremediable. Desde la llegada al po-der de Bush en 2001, el comercio inter-nacional ha experimentado en generalmárgenes de apoyo cada vez menores enel Congreso. Aun cuando los republica-nos controlaban la Casa Blanca, la Cá-mara y el Senado, la renovación de la au-toridad presidencial para negociar tlcfue aprobada por tan sólo un voto. ElTratado de Libre Comercio Centroame-ricano (Central American Free TradeAgreement, cafta), que incluía estipu-laciones laborales y ambientales elabora-das con toda intención, fue aprobado porla Cámara en 2006 por apenas dos votos,y sólo porque los líderes de la Cámaramantuvieron abierta la votación durantecasi una hora con el fin de juntar los vo-tos necesarios para su aprobación (vale lapena acotar que, en el Senado, los dosprincipales candidatos demócratas parala nominación presidencial de 2008, Hi-llary Clinton y Barack Obama, votaronen contra del cafta). Que en este am-biente la Casa Blanca lograra negociarotros tlc con Colombia, Perú y Panamásin fuertes protecciones laborales y am-bientales sólo puede describirse como un

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hecho profundamente torpe o sorpren-dentemente arrogante.

El descenso del apoyo político para lostratados de libre comercio transita a con-tracorriente con el surgimiento del popu-lismo económico entre los políticos deEstados Unidos, en particular los demó-cratas. Sandra Polaski, ex representanteespecial del Departamento de Estado pa-ra Asuntos Laborales Internacionales yactualmente especialista en comercio delCarnegie Endowment for InternationalPeace [Fundación Carnegie para la Paz In-ternacional] en Washington, ha tratado deexplicar las tendencias más generalizadasen la economía estadounidense que están enla base de la creciente oposición al librecomercio. “La concentración de la rique-za en la cúpula de la sociedad estadouni-dense se ha disparado a niveles nunca vis-tos desde la década de 1920”, escribe. Almismo tiempo, los salarios medio y pro-medio de los trabajadores estadouniden-ses se han estancado o disminuido. Asi-mismo, se han reducido las prestacionesde salud y pensiones, víctimas de un “co-lapso gradual del consenso político inter-no en Estados Unidos a favor de un creci-miento integral”. Según la mayoría de lasversiones, la inseguridad económica queperciben los estadounidenses fue un fac-tor determinante para los avances demó-cratas en el Congreso en las elecciones denoviembre de 2006, con una gran mayo-ría de nuevos legisladores que atribuyeronsu triunfo a haber tomado una “posiciónvehemente contra la agenda comercialerróneamente formulada por el gobier-no”. En una carta fechada en enero de2007 dirigida a Charles Rangel, presiden-te del Comité de Medios y Arbitrios dela Cámara (House Ways and MeansCommittee), 39 de los 42 nuevos demó-

cratas afirmaron haber ofrecido a sus elec-tores “alternativas reales y significativas” alos “acuerdos que acaban con el trabajo”,como el cafta.

Los demócratas recién elegidos no es-tán solos cuando expresan su preocupa-ción por la creciente desigualdad en Es-tados Unidos y sus consecuencias en laspercepciones de los beneficios de la glo-balización. En febrero pasado, el nuevopresidente de la Junta de la Reserva Fe-deral de Estados Unidos, Ben S. Bernan-ke, pronunció un importante discurso enel cual comentaba que la “creciente desi-gualdad no es un suceso reciente sino queha perdurado por lo menos durante tresdécadas, o tal vez más aún”. Prosiguió di-ciendo que “la tendencia de largo plazohacia una mayor desigualdad observadaen los salarios reales es también eviden-te en las medidas generales de bienestarfinanciero, tales como el ingreso real delos hogares”. En julio, la presidenta de laCámara Nancy Pelosi y otros dirigentesdemócratas se reunieron en un foro sobre“Globalización, outsourcing y el Trabaja-dor Estadounidense”, en el que se hizo pú-blica una investigación que demostrabaque las ganancias agregadas de la globali-zación han sido considerables en EstadosUnidos, pero que la distribución desigualde los beneficios contribuía a la presiónpolítica en favor del proteccionismo. Laprensa citó a George Miller, presidente delComité sobre Educación y Trabajo, quienobservó que “el comercio podría no ser larazón, o la principal razón” de la pérdida deempleos en Estados Unidos, pero el puebloestadounidense “piensa que sí lo es”.

En la primavera pasada, la nueva re-presentante comercial de Estados Unidos,Susan Schwab, firmó las paces con elCongreso. Ella y un grupo bipartidista de

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miembros de la Cámara que supervisanlos asuntos comerciales presentaron enmayo una “Nueva Política de Comerciopara Estados Unidos”, que contenía nue-vas normas laborales y ambientales y exi-gía programas más efectivos de EstadosUnidos para ayudar a los trabajadores enlas industrias perjudicadas por el comer-cio internacional. Las estipulaciones seincorporarán a los tlc con Perú y Pana-má, que probablemente avanzarán cuan-do el Congreso se reúna después del rece-so de agosto. No obstante, Colombia hasido diferida, a la espera de “pruebas con-cretas de resultados perdurables en la rea-lidad”. Según una declaración conjunta enjunio de la presidenta de la Cámara Nan-cy Pelosi, del líder de la mayoría StenyHoyer, del presidente del Comité de Me-dios y Arbitrios Charles Rangel y del pre-sidente del Subcomité de Comercio San-der Levin, “todos nosotros consideramosa Colombia como un aliado crucial en laregión, que merece nuestro compromisoactivo”, pero “existe una preocupación ge-neralizada en el Congreso sobre el nivel deviolencia en Colombia, la impunidad, lafalta de investigaciones y juicios y el papelde los paramilitares. Temas de esta natu-raleza no pueden resolverse sólo con pala-bras en un tlc. [...] En consecuencia, nopodemos apoyar el tratado con Colombiaen este momento”.

LAS TAR EAS PE N D I E NTE S

A fin de cuentas, la aprobación de estetratado con Colombia dependerá de có-mo se desenrede la complicada maraña deasuntos objetivos y subjetivos que pesasobre sus espaldas. El gobierno de Bushno ha logrado hasta ahora articular unavisión estratégica sobre por qué el acuer-do favorece tanto a Estados Unidos como

a Colombia. Ningún funcionario de ran-go ministerial o mayor ha dado prioridadal acuerdo, y los bajos niveles de populari-dad del presidente indican que su involu-cramiento personal es una desventaja másallá de los confines del Partido Republi-cano (que también cuenta con un núcleoque suele votar contra el libre comercio).Argumentar, como lo ha hecho el subse-cretario de Estado, R. Nicholas Burns,que Estados Unidos debe “cumplir [su]compromiso con el pueblo colombiano”,sin duda tiene resonancias en los colom-bianos molestos y ofendidos por la fuertecrítica de Washington. Pero el argumen-to parece sustituir un reclamo emocionalcon uno sólido. Mientras que la políticaexterior de Estados Unidos con frecuen-cia se vende al público como una políticabasada en valores y obligaciones morales,los políticos demócratas, interesados enayudar y no en dañar a Colombia, aún nocomprenden con claridad las razones porlas que este tlc podría ser beneficioso pa-ra los intereses de las economías de ambospaíses, tanto para sus sectores privados co-mo para sus trabajadores.

Así como no es correcto que los demó-cratas que se oponen al tratado castiguena Colombia por la arrogancia partidista ylos desaires sufridos durante seis años detotal control republicano de la Casa Blan-ca y del Congreso, tampoco parece acer-tado que los colombianos interpreten laacción del Congreso sobre el tlc única-mente como un referéndum sobre su país.Las preocupaciones por el asesinato desindicalistas colombianos y la impunidada su alrededor resultan bastante reales eimportantes, pero es igualmente serio elprofundo cuestionamiento que en Esta-dos Unidos se hace sobre los beneficiosdistributivos del comercio exterior, deba-

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foreign affairs en espaool · Octubre-Diciembre 2007 [ 59 ]

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te más amplio al cual Colombia contribu-ye en calidad de actor secundario. Las elec-ciones para el Congreso de Estados Uni-dos de noviembre pasado deberán servir—más allá de la inconmensurable sombrade Irak— como un llamado de alerta a loslíderes de ambos partidos políticos en elsentido de que el público estadounidensetiene una visión profundamente escépticasobre el balance entre ganadores y perde-dores en el proceso de globalización. Si enel pasado la sabiduría popular indicabaque “la marea alta hace ascender a todaslas embarcaciones sin distinción”, ya noparece tolerable que algunos se retiren enyates y otros en balsas de caucho.

Para que sobreviva el tlc, el presiden-te Álvaro Uribe y su gobierno necesitanexhibir una mayor voluntad para ejecutarreformas concretas que muestren resulta-dos. No toda la crítica proveniente delCongreso, en sí misma producto de un de-bate abierto y plural, tiene la intención deofender el orgullo o la soberanía, y el flu-jo permanente de visitas de alto nivel aWashington da la impresión negativa deque Uribe y sus más cercanos colabora-dores creen más en la necesidad de unmejor trabajo de ventas que en mejorasconcretas para sustentar su legado. Esurgente hacer un esfuerzo verosímil paraatender preocupaciones legítimas —en-tre ellas los derechos laborales y la impuni-dad— que, si son satisfechas, contribui-rán a hacer de Colombia un lugar mejorpara todos sus ciudadanos.

Las tareas en Washington no son me-nos críticas o urgentes. Sólo recientemen-te la administración Bush comprendió elerror de no haber incorporado en su polí-tica hacia América Latina los asuntos deinterés regional, lo que deterioró su capi-tal político en el hemisferio y, por lo tan-

to, buena parte de su credibilidad sobreasuntos latinoamericanos dentro del país.Los profesionales de la política exteriorcon interés de largo plazo en un compro-miso constructivo Estados Unidos-Amé-rica Latina necesitan hallar objetivos co-munes con los demócratas del Congresopara probar que el tlc tiene sentido tantopara Estados Unidos como para Colom-bia. La táctica de intimidación —que im-plica que una pérdida para Uribe ayuda alavance del presidente de Venezuela, Hu-go Chávez— probablemente será contra-producente en el clima ya polarizado entorno a la política exterior de Bush. Losobjetivos de largo plazo son más compli-cados; si los tlc pueden capear no una,sino las muchas “tempestades perfectas”de la política de Washington, los políticosde todo tipo deberán elaborar respuestasmás creíbles y equitativas a la pregunta de“¿quién es el beneficiado?”.ñ

Cynthia J. Arnson

[ 60 ] foreign affairs en espaool · Volumen 7 Número 4