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Número 52 Noviembre 2007 Salvadme Reina La alianza entre el hombre y la creación

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Número 52

Noviembre 2007

Salvadme Reina

La alianza entre el hombre y la creación

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Resucitaremos:

¿sí o no?

P. João Scognamiglio Clá Dias, E.P.

10 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2007

COMENTARIO AL EVANGELIO – 32º DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Los saduceos cumplían las formalidades de la

Ley de Moisés, pero no creían en la resurrección

de los muertos: eran ateos prácticos. Por eso

trataban de tender trampas a Jesús, para

impedir la creencia en la inmortalidad del alma

y en la resurrección de los muertos.

I – LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

Afirma el Apóstol que Je-sús resucitó “como primicias de los que durmieron” (1 Cor 15,20). San Pablo no pierde la ocasión de acentuar la im-portancia de la resurrección fi-

nal a fin de animar a los corin-tios que había bautizado para que siguieran firmes en la fe, así como

también en el trabajo apostólico. Según él, sin esa fe, la tenden-cia sería la de adoptar un siste-ma de vida epicúreo, relativista

y libertino, de acuerdo a la expresión de Isaías: “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (22,13).

En el capítulo 15 de su Primera Carta a los Corintios, después de cali-ficar como “necio” al que se detiene frente al problema de cómo y en qué condiciones resucitan los muertos, trata de aclarar en forma muy sencilla y accesible la revelación sobre la iden-tidad sustancial de los cuerpos en esta vida terrena y los recobrados después del Juicio Final, a pesar de las enor-mes diferencias de propiedad y aspec-to entre el muerto y el resucitado.

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Resurrección de Jesús – Catedral

de Manresa (España)

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S

Noviembre 2007 · Heraldos del Evangelio 11

e le acercaron algu-nos de los saduceos, que niegan la resu-

rrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos de-jó escrito que si el hermano de uno muere dejando mujer, y éste no tiene hijos, su her-mano la tomará por mujer y dará descendencia al herma-no. Eran, pues, siete herma-nos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el

tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, tam-bién murió la mujer. Aho-ra bien, ¿de cuál de ellos se-rá esposa en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.»Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcan-cen a ser dignos de tener par-te en aquel mundo y en la re-surrección de entre los muer-

tos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como án-geles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrec-ción. Y que los muertos resu-citan lo ha indicado también Moisés en el pasaje de la zar-za, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Lc 20, 27-38).

a EVANGELIO A

La comparación la toma de la na-turaleza vegetal. De ésta, Pablo ha-ce una aproximación entre la muer-te del grano al ser sembrado, su pos-terior germinación y fructificación, con nuestro regreso a la vida en el día del Juicio. “Así también la resurrección de los muertos: se siembra en corrup-ción, y se resucita en incorrupción; se siembra en vileza, y se resucita en glo-ria; se siembra en debilidad, y se resu-cita en fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Cor 15, 42-44).

Nuestro cuerpo comparte los premios y castigos del alma

Más de un milenio después de es-ta proclamación de Pablo, el Doctor Angélico nos dejaría una rica y pro-funda doctrina sobre la esencia de tal revelación. Siempre teniendo en cuenta que el alma está unida al cuer-po como forma y materia, y “como el alma es específicamente la misma, pa-rece que debe tener también la misma materia específica. Luego, será el mis-mo cuerpo antes y después de la resu-

rrección. Así pues, será menester que esté compuesto de carne y huesos, y de otras partes de la misma clase” 1.

Nuestro cuerpo resucitará porque Dios lo quiso y lo determinó así, co-mo también por el hecho de ser par-te integrante de nosotros mismos, merecedor de los premios o los cas-tigos que quepan a nuestra alma en la medida en que haya participado en los méritos o las iniquidades de la misma. Por eso, “entre buenos y ma-los permanecerá una diferencia funda-da en lo que pertenece personalmente a cada uno […] y como el alma merece, por sus actos personales, ser elevada a la gloria de la visión de Dios o excluida por la culpa de la ordenación a dicha gloria, se sigue en consecuencia que to-do cuerpo se conformará según la dig-nidad del alma” 2.

Los cuerpos de los justos se revestirán de gloria

La muerte no es sino un sueño prolongado (cf. Jn 11,11) y los ce-menterios, vastos dormitorios. Los que reposan en el polvo de la tie-

rra despertarán, unos para la felici-dad eterna, otros para las tinieblas y el castigo también eternos (cf. Dan 12,2). Los buenos, tan pronto como despierten, tendrán sus cuerpos en claridad. “Por la claridad del alma elevada a la visión de Dios, el cuer-po, unido al alma, obtendrá algo más, pues estará totalmente sujeto a ella por el efecto de la virtud divina, no sólo en cuanto a ser, sino además en cuanto a actos y pasiones, movimien-tos y cualidades corporales. Por con-siguiente, así como el alma se llena-rá de cierta claridad espiritual al go-zar de la visión beatífica, también, por cierta redundancia de la misma en el cuerpo, este último se revestirá a su manera de la claridad de la gloria” 3.

Además, los cuerpos de los bue-nos, en el instante de la resurrec-ción, gozarán de agilidad. “El alma, que unida a su fin último gozará de la visión divina, experimentará el cum-plimiento total de su deseo en todo. Y tal como el cuerpo se mueve según el deseo del alma, resultará que el cuer-po obedecerá absolutamente la indi-

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12 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2007

cación del espíritu. Por eso los cuerpos que tendrán los bienaventurados resu-citados serán ágiles. Y eso es lo que di-ce el Apóstol en el mismo lugar (1 Cor 15,43): Sembrado en flaqueza, resucita en fortaleza. Porque la flaqueza corpo-ral que experimentamos viene de que el cuerpo se siente incapaz de responder a los deseos del alma en los actos y mo-vimientos que le impone; flaqueza que entonces desaparecerá totalmente, por la virtud que desborda en el cuerpo al estar el alma unida a Dios. Por eso, en la Sabiduría (3,7) se dice también de los justos que correrán como chispas en la paja, no porque tengan que mo-verse necesariamente, puesto que al te-ner a Dios no necesitan nada, sino pa-ra demostrar su poder” 4.

El cuerpo glorioso se levantará es-piritualizado desde el polvo de la tie-rra, dotado de sutileza. “El alma que goza de Dios se unirá con Él perfectísi-mamente y será partícipe de su Bondad en sumo grado, de acuerdo a su propia medida; y de igual modo el cuerpo, que se someterá perfectamente al alma” 5.

La impasibilidad de los cuerpos gloriosos no permitirá la existencia de ningún defecto, dolor o mal. “El alma que goza de Dios lo tendrá todo en orden a la remoción de todo mal, no solamente actual, sino incluso el mal posible. Del actual, porque en am-bos no habrá corrupción, deformidad ni defecto alguno. Del posible, porque no podrán sufrir nada que los pertur-be, y por eso serán impasibles. Pero es-ta impasibilidad no hará exclusión de las pasiones esencialmente sensibles, porque usarán los sentidos para gozar lo que no repugna al estado de inco-rrupción” 6

Resurrección de los condenados

Los malos también resucitarán ín-tegros. “Las almas de los condena-dos poseen efectivamente una natura-leza buena, que fue creada por Dios; pero tendrán la voluntad desordena-da y apartada de su fin propio. Por tan-to, sus cuerpos, en lo que se refiere a la naturaleza, estarán reparados e ínte-

gros, puesto que resucitarán en la edad perfecta, con todos sus miembros y sin ningún defecto ni corrupción que hu-biera acarreado un fallo de la naturale-za o enfermedad” 7.

Las almas de los malos, cuando re-suciten sus cuerpos, quedarán sujetas a éstos. A diferencia de la situación de los bienaventurados, ellas serán carnales y no espirituales. “Como su alma estará separada voluntariamente de Dios y privada de su propio fin, sus cuerpos no serán espirituales, sino que su alma será carnal por el afecto” 8.

No experimentarán ni remota-mente la agilidad de los cuerpos glo-riosos. Por el contrario, de cierto mo-do estarán sujetos a la ley de grave-dad. “Tales cuerpos no serán ágiles ni obedientes al alma sin dificultad, sino

tadas por el Apóstol: “La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15,55).

II – LA TRAMPA DE LOS SADUCEOS

Nuestra fe católica nos hace es-perar con fortalecida esperanza es-ta maravillosa realidad, revelada por Cristo Jesús y explicitada por la Iglesia infalible. Pero esta doctrina no era conocida así en la Antigüe-dad; la ignoraban sobre todo los pa-ganos y muy especialmente ciertas corrientes filosóficas de Grecia. No es difícil comprender la razón por la cual se habían creado obstáculos contra la posibilidad de que hubiera resurrección.

Ante todo debemos considerar la constatación histórica, en la vida diaria, acerca de los muertos: ¿cuá-les de ellos regresan a la vida? Si va-mos más al fondo del problema, en-contramos la lucha entablada en el interior de cada hombre entre sus malas inclinaciones y su conciencia. Dado que la criatura humana es un monolito de lógica, si admite la re-surrección de los cuerpos como pre-mio o castigo eternos en proporción a los méritos o culpas, se verá en la obligación de cumplir las leyes mo-rales contra su propia concupiscen-cia. Una batalla que, sin la gracia de Dios, siempre termina mal. Pues bien, éste fue justamente el resulta-do que obtuvieron los pueblos de la Antigüedad, habiendo llegado algu-nos filósofos a defender la tesis de la materialidad del alma y su muerte concomitante a la del cuerpo.

Origen del partido de los saduceos

Bajo el imperio de Alejandro Magno (356-322 a.C.) hubo un enor-me empeño por helenizar y coloni-zar el territorio perteneciente a los hebreos. La clase más acaudalada del pueblo elegido fue la más afecta-da por la influencia extranjera, y po-

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Al resucitar,

nuestro cuerpo

merecerá los

premios o castigos

que quepan a

nuestra alma

que graves y pesados, en cierto modo insoportables para el alma, tales como son las mismas almas que se apartaron de Dios por desobediencia” 9.

Estarán todavía más sujetos al do-lor y el sufrimiento que nosotros en esta vida terrena, pero sin corrom-perse nunca en nada, además que las respectivas almas serán “atormenta-das por la privación total del deseo na-tural de la bienaventuranza” 10.

Y por el hecho de que sus almas estarán excluidas de la luz del cono-cimiento divino, estos cuerpos serán “opacos y tenebrosos” 11.

La muerte triunfará sobre estos desdichados. Resucitarán para ser arrojados en la muerte eterna. No se aplicarán en ellos las palabras de Isaías (25,8) y de Oseas (13,14) ci-

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co a poco se transfor-mó en una especie de aristocracia sacerdo-tal, dando origen al partido de los sadu-ceos.

Los miembros de este partido, exactos cumplidores de las formalidades de la Ley, en realidad eran incrédulos y relativistas en ma-teria moral. Reducían al mínimo las exigencias dogmáticas y no temían profesar errores crasos inspirados por el mundo pagano. Por ejemplo, llegaban a oponerse a la existencia de los ángeles, y, peor aún, no acep-taban siquiera la existencia de las al-mas separadas de los cuerpos. Nega-ban incluso la providencia de Dios, como también su acción sobre los acontecimientos. Eran ateos prácti-cos y a pesar de revestirse con las ce-remonias del culto de la religión ju-daica, no pasaban de ser unos semi-paganos. No es difícil concebirlo, ya que hoy en día tropezamos no po-cas veces con personas de la misma mentalidad y hundidas en las mis-mas convicciones.

A pesar de que los saduceos eran un número proporcionalmente muy reducido, la pésima influencia que ejercían sobre el pueblo era muy con-siderable debido a su situación so-cial. Su nombre se origina de la pala-bra hebrea ( ), o sea, justo. Tal vez ellos mismos, por arrogancia, eligieron ese nombre, o se los dieron otros en son de burla.

Los saduceos formaban una fuer-te corriente opuesta a los fariseos. Los dos partidos componían el cua-

dro político, social y religioso en vi-gor durante la vida pública del Di-vino Maestro. A pesar del carácter enteramente pacífico, ordenado y en extremo caritativo de la acción de Jesús, estas corrientes – agre-guemos además el sanedrín, los es-cribas y los herodianos – se alterna-ban encarnizadamente para tender-le alguna trampa de la cual pudiera sobrevenir su prisión y sentencia de muerte. Aquí tenemos el turno de los saduceos con su mofa llena de escepticismo.

La objeción de los saduceos

Se le acercaron algunos de los saduceos, que niegan la resurrec-ción, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si el hermano de uno muere dejan-do mujer, y éste no tiene hijos, su hermano la tomará por mu-jer y dará descendencia al her-mano. Eran, pues, siete herma-nos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la to-mó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murie-ron también sin dejar hijos. Fi-nalmente, también murió la mu-jer. Ahora bien, ¿de cuál de ellos será esposa en la resurrección?

Porque los siete la tuvieron por mujer.»

Sobre estos versículos afirma Fi-llion: “La cita de los saduceos era exacta en cuanto al sentido. Esta pres-cripción, que no era particular a los judíos, puesto que también se la en-cuentra en varios pueblos antiguos co-mo los egipcios, los persas y los hin-dúes, y todavía hoy entre los circasia-nos, es conocida bajo el nombre de Ley del Levirato, una ley que regula el matrimonio entre cuñados y cuña-das. Su objetivo era conservar la rama primogénita de cada familia e impedir la excesiva transmisión de los bienes a otro. No estaba limitada a los herma-nos del marido muerto sin hijos, sino que también se extendía a los parien-tes cercanos, como sabemos por el li-bro de Rut (3, 9-13). No era estricta-mente obligatoria, pero el que se ne-gara a cumplirla tenía que someterse a una ceremonia humillante (Dt 25, 7-10; Rut 4, 1-11). Pese a que en tiem-pos de Nuestros Señor ya había caído en un descrédito que iría aumentando con los años, seguía vigente en Pales-tina. […]

“Esta breve narración, vivaz y rápi-da, es un modelo de casuística refina-da. Sus autores daban por hecho que la cuestión recién propuesta a Jesús lo pondría seguramente en un gran

La muerte no es sino un sueño prolongado

(cfr. Jn 11,11), y los cementerios, vastos

dormitorios

Cementerio de Nettuno (Italia)

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Moisés y la zarza ardiente – Basílica Paray-le-Monial (Francia)

Jesús empleó un episodio de la vida de Moisés para refutar la cita utilizada por los saduceos

14 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2007

aprieto. ¿Cómo podrá r e s p o n d e r esta deductio in absurdum? ¿No pa-rece haber herido de muerte el dogma de la resurrección de los cuerpos, pro-bando que origina dificultades insolu-bles? Aunque no hubieran sido más que dos matrimonios, la cuestión se plantearía del mismo modo (en aras de la verdad, algunos rabinos la pro-pusieron y la habían resuelto dicien-do que en tal caso la mujer, en la otra vida, le pertenecería al primero de los dos maridos. Zohar Gen. 24, 96); pe-ro al multiplicarlos de esta manera, los saduceos logran resaltar más la objeción” 12.

No obstante, podríamos asegurar con certeza que una inteligencia su-perficial e inconsistente se evidencia al juzgar los acontecimientos y al pro-pio ser humano a partir de las sim-ples apariencias visibles, sin elevar-se nunca a lo invisible. Para esta clase de gente, Dios es como un semejante y la eternidad, si acaso existe, no más que una prolongación del mundo ac-tual. No podría esperarse otro tipo de objeción de un libertino para jus-tificar su relativismo.

Es increíble la semejanza del dis-curso de los saduceos con el razo-namiento de ciertos filósofos actua-les y de otros tiempos. Las oposicio-nes al dogma de la resurrección que han surgido a lo largo de la Historia son tan numerosas, que si fuéramos a

catalogarlas todas, la colección sería interminable.

Respuesta del Divino Maestro

Jesús les dijo: «Los hijos de es-te mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dig-nos de tener parte en aquel mun-do y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mu-jer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.»

En nuestra vida terrenal, debido a la mortalidad, la existencia de la su-cesión es indispensable para la per-petuación de la humanidad, a raíz de

del Espíritu, en el conocimiento y el amor de Dios, viéndolo cara a cara. Los corazones y las inteligencias es-tarán unidos en las castas delicias de la caridad perfecta, sin ninguna nece-sidad del matrimonio. “Porque los ca-samientos se hacen para tener hijos; los hijos vienen por la sucesión, y la suce-sión por la muerte; por tanto, donde no hay muerte no hay casamientos” 13.

No está de más insistir en que nos equivocaríamos creyendo que la re-surrección es un acontecimiento ex-clusivo de los cuerpos de los justos. No se debe creer “que únicamente re-sucitarán los que son dignos, o los que no se casen, sino que también resuci-tarán todos los pecadores, y no se ca-sarán en la otra vida. Además, el Se-ñor, para estimular nuestras almas a que busquen la resurrección gloriosa, no quiso hablar más que de los elegi-dos” 14.

Después de la resurrección los cuerpos de los elegidos serán “ange-lizados”, sin sujetarse ya a las leyes de la materia ni de la animalidad, co-mo dijimos antes. Así queda paten-te cuánto debemos evitar el peca-do, “pues, si vivís según la carne, mori-réis [la muerte eterna de resucitar pa-ra ser arrojado al infierno en cuerpo y alma]. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Rom 8,13).

Dios no ha creado nuestros cuer-pos directamente, como hace con las almas. En este sentido somos hijos de los hombres, expuestos a todas las fragilidades inherentes a nuestra na-turaleza hasta la muerte. Como “hi-jos de la resurrección”, seremos hi-jos de la omnipotencia divina, la cual restaurará nuestros cuerpos de forma inmediata, sin siquiera el concurso de nuestros padres terrenos.

Ahí tenemos lo equivocados que estaban los saduceos con sus falsos e infundados argumentos. Cuando el hombre se aleja de Dios y de su Revelación, siempre crea sistemas de pensamiento obscuros, estrechos y obtusos.

Sergio

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Es increíble la

semejanza del

discurso de los

saduceos con el

raciocinio de ciertos

filósofos actuales

lo cual el matrimonio será una exi-gencia hasta que se complete el nú-mero de los elegidos.

Ahora bien, la eternidad, como ex-celente imagen de Dios, no admiti-rá la muerte, y los bienaventurados vivirán exclusivamente en las leyes

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Resurrección de los muertos – Museo

Cluny, París

Después de haber revelado la resurrección de los cuerpos,

el Divino Maestro defiende

claramente la inmortalidad del

alma

Noviembre 2007 · Heraldos del Evangelio 15

La inmortalidad del alma

«Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en el pasaje de la zarza, cuando lla-ma al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Ja-cob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él to-dos viven».

En estos versículos el Divino Maestro defiende claramente la in-mortalidad del alma, después de ha-ber revelado la resurrección de los muertos. Las Escrituras ofrecen otros pasajes todavía más explícitos sobre la resurrección (Dan 12,2; Is 26,19) que Cristo podría haber enunciado, pero empleó el ejemplo de la vida de Moisés para refutar la cita al Levira-to (Dt 25,5-6) hecha por los mismos saduceos.

Si el hombre, al morir, se preci-pitara en el vacío, aniquilándose su ser, todas las promesas de la Escritu-ra también caerían en el vacío. Dios no reduce jamás a la nada a sus cria-turas. Las formas pueden ser muda-bles, pero las substancias permane-cen. Nuestros cuerpos no son como envoltorios de nuestras almas. Éstas pueden desprenderse de ellos, dejan-do de emitir a nuestros sentidos las manifestaciones de su existencia, pe-ro seguirán viviendo en la venganza o en el amor de Dios, en las tinieblas o la Luz eternas.

“Si Dios se define como ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Ja-cob’ y es un Dios de vivos, no de muer-tos, entonces quiere decir que Abrahán, Isaac y Jacob viven en alguna parte; si bien, en el momento en que Dios habla a Moisés, ellos ya hayan desaparecido hace siglos. Si existe Dios, existe tam-bién la vida en la ultratumba. Una co-sa no puede estar sin la otra. Sería ab-surdo llamar a Dios ‘el Dios de los vi-vientes’, si al final se encontrase para reinar sobre un inmenso cementerio de muertos. No entiendo a las personas (parece que las hay) que dicen creer en Dios, pero no en una vida ultraterrena.

“No es necesario, sin embar-go, pensar que la vida más allá de la muerte comience sólo con la resu-rrección final. Aquello será el momen-to en que Dios, también, volverá a dar vida a nuestros cuerpos mortales” 15.

III – CONCLUSIÓN

Hoy en día el mundo vive frustra-damente en busca de placeres nuevos, a fin de saciar la sed de infinito que ar-de en la médula del alma humana. Si los hombres pudieran oír un acorde de esa música celestial que arrebató en éxtasis a san Francisco, o contem-plar por un momento fugaz el rostro de Dios, algo que llevó a san Silvano a sentir repugnancia frente al rostro de los hombres, comprenderían que las

cipal motivo de su muerte se centra-ba en la doctrina elaborada por Pla-tón en su obra Fedón, en la que ex-plana largamente la inmortalidad del alma. Séneca, en su genialidad, resu-me el acto en esta frase: “Ferrum fecit ut mori posset, Plato ut vellet”: El hie-rro (el cuchillo) hizo que pudiera mo-rir; Platón, que lo quisiera.

Si los mismos paganos, cuando eran fieles a la razón, llegaban a es-tas conclusiones, ¿por qué los bauti-zados habremos de seguir los errores de los saduceos?²

1) Suma contra los Gentiles 4, 84.2) Idem, ibidem, 4, 86.3) Idem, ibidem.4) Idem, ibidem.5) Idem, ibidem.6) Idem, ibidem.7) Suma contra los Gentiles 4, 89.8) Idem, ibidem.9) Idem, ibidem.10) Idem, ibidem.11) Idem, ibidem.12) L.-Cl., FILLION. Vida de Nuestro

Señor Jesucristo, Madrid: Editorial Voluntad, 1927. T. IV, p. 95-96.

13) SAN AGUSTÍN, apud Sto. Tomás de Aquino, Catena Aurea.

14) BEDA apud ibidem.15) CANTALAMESSA, Raniero.

Echad las Redes. Ciclo C. EDICEPI C.B., 2001, p. 346.

Sergio

Hollm

ann

1)2)3)4)5)6)7)8)9)101112

¡Si los hombres

pudieran

comprender que las

delicias del Cielo

son purísimas,

eternas y opuestas

a las de la Tierra…!

delicias del Cielo son purísimas, eter-nas y opuestas a las de la Tierra.

Séneca, comentando el suicidio de Catón, concretado con el auxilio de un puñal, para huir de las considera-ciones de una Roma que había per-dido la libertad, afirma que el prin-

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V

Gu

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vo

Kra

lj

irgen Nicopeia,Vos llevasteis en el vientreA Jesucristo Nuestro Señor.

De Vos el Hijo de Dios nació de la carnepara la salvación de los hombres,

Vos seguisteis Su misiónen la alegría de Canáy en el dolor bajo la cruz.

Misericordia concedida a todo el género humano,Vos Lo acogisteis cadáver, en los brazos.Vos, Iglesia inmaculada,en el nuevo parentesco con Juan,Lo saludaste resucitado.Ahora Vos vivís junto a Él en la gloria de la Trinidad.

Acoged, Propiciadora de victoria,la humilde oración de vuestro pueblo,confirmad la Fe,sustentad la Esperanza,reavivad la Caridad.

Mirad benignamente a la humanidad, postrada en el pecado,al inicio del nuevo milenio.Mostrad en el Crucificado resucitado misericordia y alegría.Proteged vuestra Iglesia en todas las circunstancias,felices o adversas.

Socorrednos a nosotros pecadoresahora y en la hora de nuestra muerte.Guíanos al Padre,en el Hijo, por el Espíritu Santo.Virgen Santa, es a Vos nuestra súplica.Escuchad a vuestros hijos e interceded por ellos. Amén.

(Cardenal Angelo Scola. Patriarca de Venecia)

Icono de la Virgen Nicopeia (propiciadora de victorias, en griego)

Basílica de San Marcos, Venecia