La Amortajada

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COLECCION RELATO LICENCIADO VIDRIERA Director de La colección Hernán Lara Zavala Consejo Editorill de La colección Emmanuel Carballo (México) Gonzalo Celorio (México) Ambrosio Fornet (Cuba) Noé Jitrik (Argentina) R. H. Morcno Durán (Colombia) Julio Ortega (Perú) COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL Dirección General dc Publicacioncs y Fom§nto Editorial §iiÉ i!ü)Ft NACIONAL AUTÓNOMA MÉxtco 2oo4 La amortajada María Luisa Bombal UNIVERSTDAT) DE MEXICO

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Bombal

Transcript of La Amortajada

  • COLECCIONRELATO LICENCIADO VIDRIERA

    Director de La coleccinHernn Lara Zavala

    Consejo Editorill de La coleccinEmmanuel Carballo (Mxico)

    Gonzalo Celorio (Mxico)Ambrosio Fornet (Cuba)

    No Jitrik (Argentina)R. H. Morcno Durn (Colombia)

    Julio Ortega (Per)

    COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURALDireccin General dc Publicacioncs y Fomnto Editorial

    iii!)FtNACIONAL AUTNOMA

    Mxtco 2oo4

    La amortajadaMara Luisa Bombal

    UNIVERSTDAT) DE MEXICO

  • Prinera edicin: 2004O D.R. UNrvrinsrDAo NAcroN,\L ALr:)No\l^ DE MxcoCiudad Universilaria. 04510, Mxico. l) FDkuccrN GtNrR^L DE PLrBI r.a.()Nrs y F()NrEN) EDrroRrar-

    Prohibida su reproduccin parcial o lolal por cualquier medio,sin aubrizacin escrita del titular de los derechos patrinroniales

    ISBN: 970-32-0472-4 (obra complet)ISBN:970-32 l5l2-2 (tomo l6)Impreso y hecho en Mxico

    INTRODUCCION

    oR SU SITUACIN CEOCRHCA Y SUS CONTIENDAS PoI-fTICAs. VTIHUELGAS CENF,RALES. COLPES MILITARES. DESAVENENCIAS

    entrc congrcsistas, Chile propici una literatura donde losraisajes, 1a lucha contra la naturaleza y los problemas socia-lcs k)maban papel principal. Dentro de esta tendencia y entrelas mujeres destac Marta Brunet, 1901, gracias a su fuerzatlrarntica y su deseo de ser una artista que abordaba escenascstrcnrecedoras. Los crticos caliticaron de magisljal Montq-tt eentro, 1923, comienzo de una larga tarea que dej ellcnra campesino por los conflictos urbanos y el anlisis in-lrospectivo. De tal suerte desbroz sendcros transitados porM (ilde Puig, Mara Carolina Creel, Magdalcna Petit. Culti-varrn diferentes gneros y no le hicieron ascos a la ima-gr nacin. Una de Ias ms notables y la rnejor cstudiada en elcxlrrniero fue Mara Luisa Bombal, nacida de una familial)crteneciente a la alta burguesa en Via del Mar, el 8 deiunio de 1910, quien al conocer los mltiples movimien-tos vanguardistas de su poca encontr frmulas peculiares,cortcs novedosos en el hilo narrativo, y desde estructurasy rccursos de corte realista.

  • A los doce aos y despus de morir su padre sali haciaPars con su madre. Estuvo casi una dcada. Le permiticursar materias humanistas en Ntre Dame de LAssomption,el liceo La Bruyre y La Sorbonne. Precoz y culta, a los sie-te aos escrihiri algunos versos. y a los quincc una pieza tea-tral elogiada por Ricardo Giraldes como producto de unaimaginacin prodigiosa. Y les ha succdido a otras autorasque en la adolescencia buscan dit'erentes maneras de expre-sar su creatividad e incursionan en varias disciplinas. MaraLuisa tom clases de violn con Jacques Thibaut e ingresen L'Atelier donde tuvo entre sus condiscpulos a Jean LouisBarault. Allrmaba que quiso scr actriz, pero sus verdaderasinclinaciones, su apego a la gramtica, el dominio de al me-nos tres idiomas, su liecuentacin a las conferencias quedictaba Paul Valry, y un gusto temprano por la lectura lallevaron definitivamente hasta las letras. Dijo:

    Mi vida literaria conenz con el enlbrujo de Andersen, conel hallazgo de Vicrri. de Knut Hamsum; con ese imposibledel amo Werthet, de Gocthc, csc mismo que se ira desdibu-jando con Ios aos, por su cstiratniento y retricai y con SelmaLagerlf, todos los nrdicos, puro ensueo y tragedia, entrebrumas y tentaciones.i

    ,Olvidara citar las fbulas gticas que tambin le dejaronhuellas?

    '"Mara Luisa Bombal: los podercs de la niebla", Ercill, 8, IX,1976, p.40.

    llrr lincs haba escrito un cuento y ganado un concurso;srrr crrrbargu, abandon el francs y retom el castellano, ensrr orrrririn cl ms hermoso y altancro de los idiomas, y partiir Slnliag() durante varios meses y dc all a Buenos Aires. Sesalle quc lue husped de Pablo Ncruda, f'undadorde la revis-ta( lrtrilud principio del novimiento vanguardista chileno,y sr e()llrcnta que incluso ocuparon la rnisma mesa de coci-ri rricntras escriban poemas dc Resitlencia en lo tierra y IXI t tiltinru nebla, el primer tcxto importante de esta mucha-( lrir c xlrcmadamente culta y con una capacidad singular parar t'lircronarsc con quien deba. Resultri detcrminante su vncu-lo con la clebre Victoria Ocampo, oligarca cuya posicinccorrinrica e intereses subjetivos le pcrrnitan tener amis-ti(lcon intelectuales de lapoca como Rabindranath Tagoretrrcrr lc dedic un libro. Ocarnpo, la prirnera latinoamericana,l rrrtda cn abrir puertas a lo quc hoy llamamos estudios delitincro. mantuvo siempre la mira puesta en Virginia Woolfy rlccidi emularla aunque se conocicron personalmente has-t l9-14. No parece demasiado aventurado pensar que Hogarthl'rcss hubiera sido un incentivo para embarcarla en aventu-rirs cditoriales. El caso es que Mara Luisa Bombal, con sur rrragcn plida, el pelo cortado a lo Clara Bow, boca de cora-zril rojo intenso y ojos inquisitivos dc cejas pobladas, tuvor..l lronor de gue su nouvelle fuera lanzada por la editorial( irlombo bajo la direccin de Olivcrio Girondo, 1934, y aco-gida para una segunda edicin cn Sir, 1935. Y cmo no sirrr de los propsitos manifiestos de la revista era revelar

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    nuevos valores y convertirse en campo donde florecieraninteligencias fiescas? Y cmo no, si la historia que dio ttuloal volumen, escrita acaso entre los veintids y veinticuatroaos de edad, debi sorprcnder al consejo editorial gracias asu redondez, su pericia para valerse de una prosa poticaque corriera sin tropiezos e involucrara a los lectores, susambigedades usadas con sabidura magistral que noterminan de contar lo contado, sus insinuaciones, sus doblesmensajes, sus paradojas, su erotismo que toca tcrrenos su-blimes, sus arpegios lricos puro ensuco y tragedias entrebrumas y tentaciones, como dira ella de los nrdicos que legrabaron una impronta poderosa. Nunca la abandon mien-tras sostuyo pluma para cscribir su obra corta y estricta. EIastnto de La ltina ebla, mty original entonces, habla deuna joven casada con un primo suyo, viudo y enamoradode la difunta. Y Iajoven anhela la correspondencia amorosa.Suea la pasin que la ayude a resistir su monotona cotidia-na, su falta de estmulos, la soledad ontolgica que padece-mos los seres humanos. Esos sueos cobran intensidad. seconlunden con unos das repetidos como cucntas del mismorosario y la neblina sc apodera no slo de la hacienda, dondeocurren la mayor parte de las accioncs, invade el espritumismo del personaje que se ahoga c inventa y confunde ycasi sc suicida sin que nadie lo advicrta.

    La amortajada, 1938, sali bajo el sello Ediciones Suqen aquellos sobrios tiraies con su colofn formando una fle-cha y portada y tipograla impecables, que slo aceptaban

    rlrlorcs y ttulos excelentes y que, a pesar de serlo, aumen-rrl)irn su prestigio al cngrosar el catlogo. All salieron larr(tuccin de Orlando hecha por Jorge Luis Borges, Lasr tyrrus de Espaa de Altbnso Reyes. La be nto de amor deI t.rrprrldo Marechal, Historia de wra pasin arSentina,lc liluar

  • expesionismo, cubismo, dadasmo, surrealismo. Mara Lui-sa Bombal comparta con Victoria Ocampo prcocupacionesrespecto al papel que desempeaba 1a muje ente silenciosocondenado a la dependencia econmica y a la vida cerra-da del mbito hogareo cumpliendo durante siglos el papelnico de madre y cnyuge y sin posibilidades de otros est-mulos; pero sabedora de quc un cuento de cinco cuartillaslogra decir ms que un ensayo de quinientas, no esgrimitesis. Mostr situaciones, dcvel ejemplos de seres debatin-dose consigo mismas. Esas angustias abonan escritos re-dactados en Argentina, parte mcdular de su produccin: Zaltima niebla. La entorrajada y "El rbol", 1939, sobre unaburguesita ignorante csposa de un hombre mayor que no leda los orgasmos que necesita ni hijos ni el afecto que merecey est pidicndo a griros. El hule sembrado en la calle extien-de sus ramas al vestidor, rcfugio lleno dc trajes y zapatos, lasombra de las hojas lustrosas impide ver la situacin sen-timcntal hasta que la municipalidad lo derriba porque susraces cuartearon la banqueta. Este hecho, lbrtuito en aparien-cia, ayuda a que entrc luz escondida tras los vidrios. y la luzacaba el matrimonio. Por el ajustado cmpleo de sus recursos,su aparente falta de retririca y la sutileza psicolgica conque se plantea la transfbrmacin dc la herona, es el relatode Mara Luisa Bombal ms antologado. Expone de nuevoalgo que haba descubicrto en su lectura temprana delWerther, la imposibilidad del amor Cosa que tal vez negaronlas experiencias de casada cuando sus objetivos cambiaron.

    Lo rlcrucstra una crnica, "Washington, ciudad de las ardi-lLrs ', 1943, analogas entre hombres que trabajan enajenados\r l) r- lsc a contemplar los ocasos y animales que hurgancl cr.istcd.

    l.)llir, que mantuvo siempre las maletas dispuestas parallr\rirlrsc en diferentes latitudcs, emprendi sus mejoresvrrlcs corazn adentro en la naturaleza l'emcnina que busca\rr ( ncr)ntrarlo su pedazo de felicidad. Se vali de un estilo f111,lr'rxlc tonran turno la puntuacin perf'ecta, la liase sinttica,los srlilcs como ocurrencias admirables, los adjetivos razo-rruLrs. las atmsferas pintadas en esfumino y una capacidadcrrlerrdida para describir la desesperacin y convertirla en

    l)iutc dcl destino asumido sin mayores alardes. Aprove-r lro los smbolos. Retom siempre sus obsesiones sobre el( i llrcnterio de la Recoleta, fundos atrapados entre follajeslrurrcdos, natas de musgo flotante estancadas en la superfi-, u t lc las aguas forestales, casas de piedra verdosa, estanques(l( linta, escaleras alfombradas con varillas de bronce en,'irrlir csoaln, rboles que disimulan el sol, amores desechos,

    'r r, rrlrrs. cabellos enretlados como sueos. nrujeres que con-

    vl lcn a los hombres en eies de su cxistencia y llcvan agujasill(licntcs que les laceran el alma, y sc pcinan frente a las lu-r rrs tlcl tocador para quc sus espejos lcs conflrmen su lindeza.

    Antes de escribirla, Mara Luisa comcnt la conccpcin,:ncral de La amortajatla cctn lorgeLuis Borges que vio di-Itr'rl su factura por algunos peligros inherentcs al plantea-llrt.nr() inicial. En una resc4. c(,nltcs3:

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  • Yo lc dije que ese argunento er de ejecucin imposible y quedos riesgos lo acechaban. igualmcnte morlales; uno, el oscure-cimiento de os hcchos humanos de l novela por el gran hechosobrehumano de l mucrta sensible y meditabunda: otro, eloscurecimicnto de cse gran hccho por los hechos humanos.La zona mgicade la obra invalidara la psicolgicao viceversa;en cualquier caso, la obra adolecera de una parte nservible.l

    XIV Pero Bombal sali adelante sin que nada sobre ni falte ensu propucsta, mczclando varias voces verbales, el narradortestigo, el monlogo, la vigilia delirante, develando Ia in_lbrmacin de manera gradual y rl sesgo como lo hacen loscuentistas expertos. Le atraa el enignta, no olvidaba hastaqu punto nos apoyamos en lo dcsconocido. Aseguraba quehemos organizado una cxistencia lgica sobrc un pozo demisterios. Adverta que los das queman horas, segundos,instantes. Alucinaba la nruerte. y Ilcg(r al ltimo prrafb sinhacer caso a un autor que sin duda respetaba.

    El argumento puede rcsumirsc en pocas palabras: Unamujer dentro dc su alad se aferra al pasado en lugar deolvidarlo. Mira, siente y oye lo que acontece en torno suyo,percibe colores, los detalles de su velorio, mientras recon-truye momentos singulares dc su vida, pasiones, desilusionesy angustias; lazos con sus hijos y con los hombres quc ocu-paron un Iugar lo sulicientemcnte importanle como pararecordarlos en el momento final. Desde el cuano donde yace.

    : Jorge Luis BorCtcs, 'Lil cnrortajada,, Sr,. vol. 8, nn.47.pp 80-81.

    l((.tlr\ttlr l s cntradas y salidas de cada uno y, como cuadrosI rItr r.\r( rrstas, rememora los momcntos de ardor, celos, gozoy ..ulr rrento que le depararon. En csos instantes de lucidez,r rro lrirrr rlc seguirle crccicndo las uas y cl cabello dentro(k. l;r lllrh, lc crece la sensibilidad aunque tal vez no puedavrr. rrrzrisjams pudo, establecer los lnrites exactos entrel,r vrvt rrciaonrica, laensoacin y larealidad.Ysc pregunta..r'r r l)r( .rso morir para sabcr cigrtas cosas' Tcrmina cuando fll, irrl,rrrr la caja rumbo a la lbsa. Todava escucha el crePitar,rr.r( r()l)clcdo de las mil burbujas del limo mientras un.,rr r'r rI rtc a base de recordarla desde nia le reza una especieri rt sxrnso.

    l:l vnculo con hallazgos surreales se estrecha en otralrtr' ir. "Las islas nuevas", I 939, con un deslumbrante ma-rrrrr rlcl lcnguaje, enfocando a una mujer tan etrea que le, rrlr'r las. Como siempre. la muertc sc abre paso entre lasl'rlrlrrls, es un enigma hecho dc malestar y estupor, y tam-I'rt'r srrrge la msica convcr(ida en cascada. Esa muerte, unr r rstl lras el que se obscrva la vida ms intensamente, hace

    x rrsrrr a Mara Luisa que tal vez despuis de f'allecer todos.rilrrros distintos caminos. Por cllo, por sus voces entre-, r rrraclas y su organizacin conlplcJa, La amortajad.t se ha,,r.rlalo entre las influencias rulfianas; pcro esajugada tuvo,rrrirs carambolas, Emmanuel Carballo, al corregir para ellirrrrlo de Cultura Econmica pruebas cle 1^ Historia de lall(rdtura hispanoamericano dc Enriquc Anderson Imbert,rlcscubri la existencia de csta obra poco conocida en nuestro

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    pas, se lo coment a Rulfb que prescntaba partes de su traba-jo en las sesiones del Centro Mexicano de Escritores cuandoambos eran becarios. Aade:

    ...1a ley de inmediato y cambi la estructura del Iibro. Estabaa punto de comcnzar Ia Semana Santa, y Juan, aquien Ie habanextrado la dentadura, aprovcch esos das para bocetar fe_brilmenle una nueva versi de la novcla. El personaje fun_damenlal, Susana San Juan, desaprcci y en su lugar surgicomo protagonsta PeJro Prmo..

    As, la escritora chilcna sirvi para quc el mexicano dierauna vuelta de tuerca; pcro haba otras coincidencias ademsde la temtica, Bombal y Rulfo son autores de poca pro-duccin concebida en lajuventud, como si hubieran venidoa contarnos con insistencia unas cuanta ancdotas que ilu-minan el mundo de cada uno. Demostraron que la calidadprevalece sobre la cantidad, respiraron las atmsferas de losnrdicos a los que admiraban muchsimo, hablaron de con-ciencias suspendidas entre la tierra y el cielo, eran mel-manos, tuvieron una fuerte educacin religiosa, y crean enlas nimas memoriosas, en la poesa fulgurante y en el pa-raso Terrenal que irrernisiblcmentc nos ved un ngel esgri-micndo su espada [1ancante.

    Beatriz Espejo Emnranul CarbJla. prokryoniskts lu literaturu nexicana.

    Ediorial Porra. S.A. Col. Sepan Cuanros". nrim. 640, Mxico, t994.p.419.

    LA AMORTAJADAMara Luisa Bombal

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    LUEGO QUE HUBO ANOCHECIDO, SE LE ENTREABRIERON LOS

    OJOS. OH, UN PoCo, MUY Poco. ERA CoMo sI QUISIERA MFrar escondida detrs de sus largas pestaas.

    A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se incli-naron, entoncest para observar la limpieza y la transparenciade aquella franja de pupila que la muerte no haba logradoempaar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sinsaber que Ella los vea.

    Porque Ella vea, senta.

    Y es as como se ve inmvil, tendida tloca arriba en el ampliolecho revestido ahora de las sbanas bordadas, perfumadas deespliego-que se guardan siempre bajo llave-, y se ve envueltaen aquel batn de raso blanco que sola volverla tan grcil.

    Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo uncrucihjo, vislumbra sus manos; sus manos que han adquiridola delicadeza frvola de dos palomas sosegadas.

    Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata de peloque durante su enfermedad se iba volviendo, minuto porminuto, ms hmeda y ms pesada.

  • Consiguieron, al fin. desenmaraarla, alisarla, dividirlasobre la frente.

    Han descuidado, es cierto, rccogerh.Pero ella no ignora que la nrasa sorrbra de una cabellera

    desplegada presta a toda rnujer cxtcndida y durmiendo unceo de misterio, un perturbador cncnlo.

    Y de golpe se siente sin un sola arruga, plida y bellacomo nunca.

    La invade una inmensa alegra, quc puedan admirarlaas, los que ya no la recordaban sino dcvorad por ftilesinquietudes, marchita por algunas penas y cl arc cortantede la hacienda.

    Ahora que Ia saben muerta, all estn rodcrndola todos.Est su hija, aquella muchacha dorada y clstica. orgullosa

    de sus veinte aos, que sonrea burlona cuando su madrepretenda, mientras le enseaba viejos retratos, que tambinella haba sido elegante y graciosa. Estn sus hijos, que parecanno querer reconocerle ya ningn derecho a vivi sus hijos, aquienes impacientaban sus caprichos, a quienes avergonzabasorprenderla corriendo por eljardn asoieado; sus hijos ariscosal menor cumplido, aunque secretamente halagados cuandosusjvenes camardas fingan tomarla por una hermana mayor.

    Estn algunos amigos, viejos amigos que parecan haberolvidado que un da fue esbelta y feliz.

    Saboreando su pueril vanidad, largamente perrnanecergida, sumisa a todas las miradas. como desnuda a fuerzade irresistcncia.

    El murmullo de la lluvia sobrc los bosqucs y sobre lacasa la mueve muy pronto a cntregarsc cuerpo y alma a esasensacin de bienestar y me lancola en que siempre la abis-m el suspirar del agua en las intemlinables noches de otoo.

    La lluvia cae, hna, obstinada, tranquila. Y ella la escuchacaer. Caer sobre los techos, caer hasta doblar los quitasolesde los pinos. y los anchos brazos de los cedros azules, caerCaer hasta anegar los trboles, y borrar los senderos, caer. 5

    Escampa, y ella escucha ntido el bemol de lao enmo-hecida que rtmicamente el viento arranca al molino. Y cadagolpe de aspa viene a tocar una tibra especial dentro de supecho amortajado.

    Con recogimiento sierle vibrar en su interior una notasonora y grave que ignoraba hasta ese da guardar en s.

    Luego, llueve nuevaDrentc. Y la lluvia cac, obstinada,tranquila. Y ella la escucha caer

    Caer y resbalar como lgrimas por los vidrios de lasventanas, caer y agrandar hasta el horizonte las lagunas, caelCaer sobre su corazn y empaparlo, deshacerlo de languidezy de tristeza.

    Escampa, y la rueda del molino vuelve a girar pesada yregular. Pero ya no encuentra en ella la cuerda que repita sumontono acorde; el sonido se despea ahora, sordamente,desde muy alto, corio algo lremeDdo que la envuelve y laabruma. Cada golpe de aspa se le antoja el tic-tac de unreloj gigante marcando el tietnpo bajo las nubes y sobre loscampos...

  • -"....-

    No recuerda haber gozado, haber agotado nunca, as,una emocin.

    Tanlos seres, tanlas preocupaciones y pequeos estorbosfsicos se interponan siempre entre ella y el secreto de unanoche. Ahora, en cambio, no la turba ningn pensamientoinoponuno. Han trazado un crculo de silencio a su alrededor,y se ha detenido el latir de esa invisible aneria que Ie gol-peaba con frecuencia tan rudamente la sien.

    A la madrugada cesa la lluvia. Un tazo de luz recorta elmarco de las ventanas. En los altos candelabros la llama deIos yelones se abisma trmula en un cogulo de cera. Alguienduerme, la cabeza desmayada sobre el hombro, y cuelganinmviles los diligentes rosarios.

    No obstante, all lejos, muy lejos. asciende un caden-cioso rumor.

    Slo ella lo percibe y adivina el resrallar de cascos decaballos, el restalla de ocho cascos de caballo que vienensonando.

    Que suenan, ya esponjosos y leves, ya recios y prximos,de repente desiguales, apagados, como si los dispersara elviento. Que se aparejan. siguen avanzando, no dejan de avan-zar, y sin embargo que, se dira, no van a llegar jams.

    Un estrpito de ruedas cubre por fin el galope de loscaballos. Recin entonces despicrtan todos, todos se agitana la vez. EIIa los oye, al otro exfremo de la casa, descorerel complicado cenojo y las dos banas de la puena de entrada.

    Los observa, en seguida, ordenar el cuarto, acercarse allecho, reemplazar los cirits consumidos, ahuyentar de sufrente una mariposa de noche.

    Es 1, 1.Allestde pie y mirndola. Su presencia anula de golpe

    los largos aos baldos. las horas, los das que el destino in-terpuso entre ellos dos, lento. oscuro, tenaz.

    -Te recuerdo, te recuerdo adolescante. Reouerdo tu pupilaclara, tu tez de rubio curtida por el sol de la hacienda, tucuerpo entonces, afilado y nervioso.

    "Sobre tus cinco hermanas, sobreAlicia, sobre m, a quie-nes considerabas primas

    -no lo ramos, pero nuesfios fundoslindaban y a nuestra vez llambamos tos a tus padres-reinabas por el terror.

    "Te veo correr tras nuestras piernas desnudas para fus-tigarlas con tu ltigo.

    "Te juro que te odibamrs de corazn cuando soltabasnuestros pjaros o suspendas de los cabellos nuestras mu-ecas a las ramas altas del pltano.

    "Una de tus bromas favorims era dispararnos al odo unsalvaje: hu! hu!, en el momento ms inesperado. No teconmovan nuestros taques de nervios, nuestros llantos.Nunca te cansaste de sorprendernos para colarnos por laespalda cuanto bicho extrao recogas en el bosque.

    -

    ^L--I

  • "Eras un espantoso verdugo. ! sin embargo, ejercas sobrenosotras una especie de fascinacin. Creo que te admirbamos.

    "De noche nos atraas y nos aterrabas con la historia deun caballero, entre sabio y notario, todo vestido de negro,que viva oculto en la buhardilla. Durante varios aos, nopudimos casi dormir temerosas de su siniestra visita.

    8 La poca de la siega nos procuraba das de gozo, das quenos pasbamos jugando a escalar Ias enormes montaasde heno acumuladas tras la era y saltando de una a otra, in_conscientes de todo peligro y como borrachas de sol.

    Fue en uno de aquellos locos mediodas, cuando, des_de la cumbre de un haz, mi hermana me precipit a traicinsobre una carreta, desbordante de gavillas, donde t venasrecostado.

    Me resignaba ya a los peores malos tratos o a las mscrueles burlas, segn tu capricho del momento, cuando repa_r que dormas. Dormas, y yo, coraje inaudito, me extenden la paja a tu lado, mientras guiados por el pen Anbal losbueyes proseguan lentos un itinerario para mdesconocido.

    Muy pronto qued atrs eljadeo desgarrado de la trilla_dora, muy pronto el chillido estridente de las cigaras cubriel rechinar de Ias pesadas ruedas de nuestro vehculo.

    Apegada a tu cadera, contena la respiracin tratandode aligerarte mi presencia. Dormas, y yo te miraba presa deuna intensa emocin, dudando casi de lo que vean mis ojos:Nuestro cruel tirano yaca indefenso a mi lado!

    .&t-..-*

    Aniado, desarmado por cl sueo, me pareciste de gol-pe inhnitamente frgil'l La verdad es que no acudi a muna sola idea de venganza.

    T te revolviste suspirando, y, cntre la paja, uno de tuspies desnudos vino a enredarse con los mos.

    Y yo no supe cmo el abandono de aquel gesto pudodespertar tanta ternura en m, ni por qu me fue tan dulce eltibio contacto de tu piel.

    Un ancho corredor abierto circundaba tu casa. Fue all dondeemprendiste, cierta tarde, un juego realmente original.

    Mientras dos peones hurgaban con largas caas las vigasdel techo, t acribillabas a balazos los murcilagos obligadosa dejar sus escondrijos.

    Recuerdo el absurdo desmayo de ta Isabel; todava oigolos gritos de la cocinera y mc ducle la intervencin de tupadre.

    Una breve orden suya dispers a tus esbirros, te obliga hacerle instantneamente entrega de Ia escopeta, mientrascon esos ojos estrechos, claros y fios, tan parecidos a lostuyos, to miraba de hito en hito. En seguida levant la fustaque llevaba siempre consigo y te atraves la cara, unas, dos,tres veces...

    Frente a 1, aturdido por lo imprevisto del castigo, tpermaneciste primero inmvil. Lucgo enrojeciste de gol-pe y llevndote los puos a la boca temblaste de pies acal'ez.a-

  • ---F

    -.dfl"

    -Fuera! -murmur sordamente, entre dientes, tupadre.Y como si aquella interjeccin colmara la medida, recin

    entonces desataste tu rabia en un alarido, un alarido desga-rrado, atroz, que sostena, que prolongabas mientras corrasa esconderte en el bosque.

    No reapareciste a la hora del almuerzo."Tiene vergenza", nos decamos las nias entre impre-

    sionadas y perversamente satisfechas. YAlicia y yo debimosmarcharnos cargando con el despecho de no haber podidopresencar tu vuelta.

    A la maana siguiente, como acudiramos ansiosas denoticias, nos encontramos con que no habas regresado entoda la noche.

    -Se ha perdido intencionalmente en la montaa o seha tirado al ro. Conozco a mi hijo...

    -sollozaba ta Isabel.

    -Basta -vociferaba su marido-, quiere molesurnos

    y eso es todo. Yo tambin lo conozco.Nadie almorz aquel da. El administrador, el campero,

    todos los hombres recorran el fundo. los fundos vecinos."Puede que haya trepado a la carreta de algn pen y se en-cuentre en el pueblo", se decan.

    A nosotras y a la servidumbre 1ue el acontecimiento li-beraba de las tareas habituales- se nos antojaba a cada ralo orllegar un coche, el trote de muchos caballos. En nuestra imagi-nacin a cada rato te traan. ya sea amarrado como un criminal,ya sea tendido en angarillas, desnudo y blanco, ahogado.

    Mienhas tanto, a lo lejos, la campana de alarma delaserradero desgajaba constantemen(e un rePetir de golpesprecipitados y secos.

    Atardeca cuando inumpiste en el comedor' Yo me ha-llaba sola, reclinada en el divn, aquel horrible divn de cue-

    ro oscuro que cojeaba, recuerdas?Traas el torso semidesnudo, los cabellos revueltos y

    los pmulos encendidos por dos chapus roiizas'

    -Agua -ordenaste. Yo no atin sino a mirarte ateno-

    rizada.Entonces, desdeoso, fuiste al aparador y groseramente

    empinaste lajana de vidrio. sin buscar (an :'iquiera un vasoMe arrim a t. Todo tu cuerpo despeda calor, era una brasa'

    Guiada por un singular deseo acerqu a lu brazo laextremidad de mis dedos siempre helados. T dejaste sbi'tamente de beber, y asiendo nis dos manos, me obligaste aaplastarlas contra tu pecho. Tu carne quemaba

    Recuerdo un intervalo durante el cual percibel zumbido

    de una abeja perdida en el techo del cua o.Un ruido de pasos te movi a desasirte de m, tan violen-

    tamente, que tambaleamos. Veo an tus manos crispadas so-

    bre la jana de agua que te habas apresurado a recoger'

    Despus...Aos despus fue entre nosotros el gesto dulce y terrible

    cuya nostalgia suele encadenar para siempre

    t110

  • "-!IF-

    /..-&.-

    12

    Fue un otoo en que sin tregua casi, llova.Una tarde, el velo plomo que encubra el cielo se des-

    garr en jirones y de nortc a sur corrieron lvidos fulgores.Recuerdo. Me encontraba al pie de la escalinata sacu-

    diendo las ramas, cuajadas de gotas, de un abem, Apenas sialcanc a or el chapaleo de los cascos de un caballo cuandome sent asida por el talle, arrcbatada dcl suelo.

    Eras t, Ricardo. Acababas dc llegar -el verano entero

    lo habas pasado preparando exmenes en la ciudad- y mehabas sorprendido y alzado en la delanrera de tu silla.

    El alazn tasc cl freno, se revolvi enardecido... y yosent, de golpe, en la cintura, la prcsi

  • =F

    -

    ,-.s.-3..----

    Te mir. Tu rostro era el de siempre; taciturno, perma-neca aieno a tu enrgico abrazo.

    Mi mejilla fue a estrellarse contra tu pecho.Y no ea hacia el hermano, el compaero, a quien tenda

    ese impulso: era hacia aquel hombre fuerte y dulce que tem-blaba en tu brazo. El vienro de los potreros se nos vino encimade nuevo. Y nosotros luchamos contra 1, avanzamos contra

    14 1. Mis tenzas aletearon deshechas, se te enroscaron al cuello.Segundos ms tarde, mientras me sujetabas por lacintura

    para ayudarme a bajar del caballo, comprend que desde elmomento en que me echaste el brazo al talle me asalt el te-mor que ahora senta, el temor de que dejara de oprimirmetu brazo.

    Y entonces, recuerdas?, me aferr desesperadamentea ti murmurando "Ven", gimiendo "No me dejes"; y las pala-bras "Siempre" y "Nunca". Esa noche me entregu a ti, nadams que por sentirte cindome la cintura.

    Durante tres vacaciones fui Iuya.T me hallabas fra porque nunca lograste que com-

    partiera tu frenes, porque me colmaba el olo a oscuro clavelsilvestre de tu beso.

    Aquel brusco, aquel cobarde abandono tuyo, respondi auna orden perentoria de tus padres o a alguna rebelda de tuimpetuoso carcter? No s.

    Nunca lo supe. Slo s que la edad que sigui a eseabandono fue la ms desordenada y trgica de mi vida.

    Oh,la tonura del primer amo de la primera desilusin!Cuando se lucha con el pasado, en lugar de olvidarlo! Aspersista yo antes en tender mi pecho blando, a los mismosrecuerdos, a las mismas iras, a los mismos duelos.

    Recuerdo el enorme revlver que hurt y que guardabaoculto en mi armario, con la boca del cao hundida en undiminuto zapato de raso. Una tarde de invierno gan el bos-que. La hojarasca se apretaba al suelo, podrida. El follaje 15colgaba mojado y muerto, como de trapo.

    Muy lejos de las casas me detuve, al fin; saqu el armade la manga de mi abrigo, la palp, recelosa, como a unapequea bestia aturdida que puede retorcerse y morder.

    Con infinitas precauciones me la apoy conha la sien,contra el corazn.

    Luego, bruscamente, dispar contra un rbol.Fue un chasquido, un insignilicante chasquido como el

    que descarga una sbana azotada por el viento. Pero, oh Ri-cardo, all en el tronco del rbol qued un horrendo boquetedesparejo y negro de plvora.

    Mi pecho desgarrado as; mi carne, mis venas disper-sas... Ay, no, nunca tendra ese valor!

    Extenuada me tend largo a largo, gem, golpe el suelocon los puos cerrados. Ay, no, nunca tendra ese valorl

    Y sin embargo quera morir, quera morir, te lo juro.

    Qu da fue? No logro precisar el momento en que empezesa dulce fatiga.

  • --t---

    5, ,fr.-.-*

    16

    Imagin, al principio, que la primavera se complaca,as, en languidecerrne. Una primavera todava oculta bajoel suelo invernal, pero que respiraba a ratos, mojada y olo-rosa, por los poros entrecerrados de la tierra.

    Recuerdo. Me senta floja, sin deseos, el cuerpo y elespritu indiferentes, como saciados de pasin y dolor.

    Suponindolo una tregua, me abandon a ese inesperadososiego, No aprelara maana con ms inquinael tormento?

    Dej de agitarme, de andar.Y aquella languidez, aquel sopor iban creciendo. envol-

    vindome solapadamente. da a da.Cierta maana, al abrir las celosas de mi cuarto repa-

    r que un millar de minsculos brotes, no ms grandes queuna cabeza de alfiler, apuntaban a la extremidad de todaslas cenicientas ramas del jardn.

    A mi espalda, Zoila plegaba los tules del mosquitero,invitndome a beber el vaso de leche cotidiano. Pensativa ysin contestar, yo continuaba asomada al milagro.

    Era curiosoi umbin mis dos pequeos senos prendan,parecan desear florecer con la primavera.

    Y de pronto, fue como si alguicn me lo hubiera soplad

  • --.-r.4.

    No me gustaban, sin embargo, las que el jardinero reco-ga para m, en el bosque. Yo las qucra heladas, muy hela-das, rojas, muy rojas; y que supieran tambin un poco a fram-buesa.

    Dnde haba comido yo tiesas as?"...La nia sali entonces al iardn y se puso a barrer la

    nieve. Poco a poco la escoba empez a descubrir una gran18 cantidad de fresas perfumadas y maduras que gozosa llev

    a la madrastra,.."sas! Eran sas las fresas que yo quera!, las frases

    mgicas del cuento!Un capricho se tragaba al otro. He aqu que suspiraba

    por tejer con lana amarilla, que ansiaba un campo demirasoles, para mirarlo horas enteras.

    Oh, hundir la mirada en algo amarillo!As viva golosa de olores, dc color, de sabores.Cuando la voz de cierta inquietud me despertaba im-

    portuna:

    -Si lo llega a saber tu padrel -procurando tranqui-lizarme le responda:

    -Maana, maana huscar esas yerbas que... o tal vez

    consulte a la mujer que vive en la barranca. ..

    -Debes tomar una decisin antes de que tu estado se

    vuelva irremediablc.

    -Bah, maana, maana...Recuerdo. Me senta como protegida por una red de

    pereza, de indiferenciai invulnerable, tranquila Para todo lo

    que no fuera los pequeos hcchos cotidianos; el subsistir, eldormir. el comer.

    Maana, maana, deca. y en esto lleg el verano.

    La primera semana de verano me llen de una congoja inex_plicable que creca junto con la luna.

    En la sptima noche, incapaz de conciliar el sueo melevant, baj al saln, abr la puerta que daba al jardn. t g

    Los cipreses se recortaban inmviles sobre un cielo azul:el estanque era una lmina de metal azul; la casa alargabauna sombra aterciopelada y azul.

    Quietos, los bosques enmudecan como petrificadosbajo el hechizo de la noche, de esa noche azul de pleni_lunio.

    Largo rato permanec de pie en cl umbral de la puertasin atreverme a enrar en aquel mundo nuevo, irreconocible.en aquel mundo que pareca un mundo sumergido.

    Sbitamente, de uno de los torreones de la casa, creciy empez a flotar un estrecho cendal de piumas.

    Era una bandada de lechuzas blancas.Volaban. Su vuelo era blando y pesado, silencioso como

    la noche.Y aquello era tan armonioso que, de golpe, estall en

    lgrimas.Despus, me sent liviana dc toda pena. Fue como si la

    angustia que me torturaba hubiera andado tanteando en mhasta escaparse por el camino de las lgrimas.

  • -.{C

    Aquella angstia. sin embrgo.la scntde nuevo posada

    sobre mi corazn a la maana siguiente; minuto por minuto

    su peso aumentaba, me oprima' Y he aqu que tras muchas

    horas de lucha, tom' para evadirse, el mismo camino de la

    vspera, y se fue nuevamente, sin que me revelara su secreta

    razn de serIdntica cosa me sucedi el da despus, y al otro da'

    Desde entonces viY a la espera de las lgrimas Lasaguardaba como se aguarda Ia tormenia en los das ms a-

    dorosos del esto. Y una palabra spera, una miradademasiado

    dulce, me abran la esclusa del llanto'As viva. confinada en mi mundo fsico'El verano decliDaba. Tormentas jaspeadas de azulosos

    relmpagos solan estallar, de golpe, renedando los ltirossobresaltos de un fucgo de artificio'

    Una tarde, al aventurarme por el camino que lleva a tu

    fundo, mi corazn ernpez a latir, a latir; a aspirar e impeler

    violentamente la sangre contra las paredes de mi cuerPo'

    Una fuerza desconocitla atraa mis pasos desde el hori-

    zonte, desde all rlonde cl cielo negro y denso se esclareca

    acuchillado por descargas elctricas. alucinantes sealeslanzadN a mi encuentro.

    -Ven. ve, ven pareca gritarme, frentica' la tor-

    m9nta.

    -Ven murmuraba lucgo. ms bajo y plido.

    A medida que avanzaba me estimulaba un dulce y cre-

    cinte calor.

    Y segua avanzando. solamente para sentirme ms y msllena de vida.

    Corriendo casi, descend el sendero que baja a la hon-donada donde las casas se aplastan agobiadas por la madre-selva, mientras los perros suban, ladrando, a buscarme.

    Recuerdo que me ech extenuada sobre la silla de pa.jaque la mujer del mayordomo me ofreci en la cocina. Lapobre hablaba a borbotones...

    -Qu tiempol Qu humedad! Don Ricardo llegestatarde. Est descansando. Ha pedido que no lo despierrenhasta la hora de la comida. Tal vez se mejor que la seoritase vuelva a su fundo antes de que descargue el aguacero...

    Yo sorba el mate e inclinaba dcilmente la cabeza.''Don Ricartlo lleg esta rarde." Tan ligados nos hall-

    bamos el uno al otro. que mis sentidos me haban anunciadotu venida?

    No te molest, no. Conoca tus agresivos despertares.Me volv precipitadamente, balo las primeras gotas de lluvia.

    Pero a medida que le dejaba atrs, durmiendo, a mediovestir. en un cuarto con olor a encerrado, senta disminuir ladulce fiebre que me golpeaba las sienes.

    Tena las manos yertas, tiritaba de fo cuando me senta la mesa frente a mi padre enardecido... "Estaba escritoque me retrasaa sicrnpre. Tres veces haba sonado el gong.Si Alicia y yo no hacamos ms que 'flojear', mis hermanosy l trabajaban a la par de los peones... necesitaban comer asus horas. Ah, si nuestra madre viviera!..."

    2t)n

  • ,fr.--- -

    El da siguientc me lo pas esperndote Porque tuve Ia

    ingenuidad de pensar que volvas por m'Caa la tarde y estaba recostada en la hamaca cuan-

    do sent el latido avisador. Me incorpor, ech a andar y

    nuevamente empuj en m cse florecimiento de vida' Y eradetenerme y detenerse, tambin, estacionarse en m' esa ale-

    gra fsica. Y aletear otra vez con mpetu no bien apuraba22 el paso.

    Y as fue como mi corazn -mi corazn de carne- megui hasta la tranquera que abre al norte

    All lejos, a la extemiclad de una llanura de trboles'bajo un cielo vasto, sangriento de arrebol, casi contrael discodel sol poniente divis la silueta de un jinete arriando unatropilla de caballos.

    Eras t. Te reconoc de inmediato Apoyada contra el

    alambrado pude seguirte con la mirada durante el espacio

    de un suspiro. Porque, de golpe y junto con el sol, desapa-reciste en el horizonte.

    Esa misma noche, mucho antes del amanecer, soaba " Un

    corredor interminable por dondc t y yo huamos estrecha-

    mente enlazados. El rayo nos persegua, volteaba uno a uno

    los lamos -inverosmiles columnas que sostenan la bve-

    da de piedra; y la bveda se haca constantemente aicosdetrs sin lograr envolvernos en su cada'

    Un estampido me arroj fuera del lecho Con los miem-bros temblorosos me hall dcspierta en medio del cuarto

    O entonces, por fin, el aullar sostenido, el enorme cla-mor de un viento iacundo.

    Temblaban las celosas, crepitaban las puertas, me azo-taba el revuelo de invisibles cortinados. Me senta comoarrebatada, perdida en el centro mismo de una tromba mons-truosa que pujase por desarraigar la casa de sus cimientos yllevrsela uncida a su carrera.

    -Zoila -grit{ pero el tiagor del vendaval desmenuz 23mi voz.

    Hasta mis pensamientos parecan balanaearse, pequeos,oscilantes, como la llama de una vela.

    Quera. Qu? Todava lo ignoro.Corr hacia la puerta y la abr. Avanzaba penosamente

    en la oscuridad con los brazos extendidos, igual que las so-nmbulas, cuando el suelo se hundi bajo mis pies en unvaco inslito.

    Zoila vino a recogerme al pie de la escalera. El resto dela noche se 1o pas enjugando, muda y llorosa, el ro de sangreen que se disgregaba esa carne tuya mezclada a Ia ma...

    A la maana siguiente me hallaba otra yez tendida en laveranda con mis impvidos ojos de nia y mis cejas inge-nuamente arqueadas, tejiendo, tejiendo con luria, como sien ello me fuera la vida.

    El brusco, el cobarde abandono de su amante respondi aalguna orden perentoria o bien a una rebelda de su impe-tuoso carcter?

    --.'

  • 24

    ..{.{-L,

    Ella no lo sabe, ni quiere volvor a desesperarse en des-cifrar el enigma que tanto la haba torturado en su primerajuventud.

    La verdad es que, sea por inconsciencia o por miedo,cada uno sigui un camino diferente.

    Y que toda la vida se esquivaron, luego, como de mutuoacuerdo.

    Pero ahora, ahora que l est ah, de pie, silencioso yconmovido; ahora que, por fin, se atreve a mirarla de nuevo,frente a frente, y a travs del mismo risible parpadeo que leconoci de nio en sus momentos de emocin, ahora ellacomprende.

    Comprende que en clla dorma, agazapado, aquel amorque presumi muerto. Que aquel ser nunca le fue totalmenteajeno.

    Y era como si parte de su sangre hubiera estado alimen-tando, siempre, una entaa que ella misma ignorase llevardentro, y que esa entraa hubiera crecido as, clandesli-namente, al margen y a la par de su vida.

    Y comprende que, sin tener ella conciencia, haba espe-rado. haba anhelado furiosamente este momenlo.

    ,Era preciso morir para saber ciertas cosas? Ahoracomprende tambin quc en el corazn y en los sentidosde aquel hombre ella haba hincado sus races: que jams,aunque a menudo Io creyera. estuvo enteramente sola;que jams, aunque a menudo lo pensara, fue realmente ol-vidada.

    i---* -

    De haberlo sabido antes. muchas nochcs, desvelada, nohaba encendido la luz para dar vuelta las hojas de un librocualquiera, procurando atajar una oleada de ecuerdos. Yno habra evitado tampoco ciertos rincones del parque, cier-tas soledades, ciertas msicas. Ni temido el primer soplo deciertas primaveras demasiado clidas.

    Ah, Dios mo, Dios mo! Es preciso morir para saber?

    -Vamos, vamos.

    -Adnde?Alguien, algo, la toma de la mano, Ia obliga a alzarse.Como si entrara, de golpe, en un nudo de vientos encon-

    trados, danza en un punto fijo, ligera, igual a un copo de nieve.-Vamos.-Adnde?-Ms all.Baja, baja la cuesta de un jardn hmedo y sombro.Percibe el murmullo dc aguas escondidas y oye desho-

    larse helados rosales en Ia espesura.Y baja, rueda callejuelas de csped aba1o, azotada po

    el ala mojada de invisibles pjaros...,Qu fuerza es sta que la envuelve y la affebata'l Brusca

    y vertiginosamente se siente refluir a una superficie.Y hela aqu, de nuevo, tendida boca arriba en el amplio lecho.A su cabecera el chisporroteo aceitoso de dos cirios.Recin entonces nota quc una venda de gasa le sostiene

    el mentn. Y sufre la cxtraa impresin de no sentirla.

    I

    li

  • 26

    -.--.r.*}

    El da quema horas, minutos, segundos.Un anciano vienc a sentarse junto ella. La mira larga-

    mente, tristementer lc acaricia los cabellos sin miedo, y diceque est bonita.

    Slo a la amonajada no inquieta esa agobiada tran-quilidad. Conoce bien a su padre. No, ningn ataque re-pentino ha de fulminarlo. l ha visto ya a tantos seres aseslirados, plidos, investidos de esa misma inmovilidadimplacable, mientras alededor de ellos todo suspira y seagita.

    Ahora levanta la mano, traza la seal de la cruz sobe lafrente de su hija. No sola despedirla cada noche de idnticamanea?

    Ms tarde, luego de haber cerrado todas sus puertas, seextender sobre el lccho, volver la cara contra la pared yrecin entonces se echar a sufiir Y sufrir oculto, rebeldea la menor confidencia, a cualquicr ademn de simpata,como si su pena no estuviera al alcance de nadie.

    Y durante das, mescs, tal vez aos, seguir cumplien-do mudo y resignado la par(e de dolor que le asign eldeslino.

    Desde el principio de la noche, sin descanso, una mujer haestado velando, atendiendo a la muerra.

    Por primera vez, sin embargo, Ia amotajada repara cnellai tan acostumbrada es a verla as, grave y solcita,juntoa lechos de enfermos.

    -Alicia, m pobre hermana, ieres t! Rezas!Dnde creers que estoy? Rindiendo justicia al Dios

    terrible a quieD ofreces dia a da la brutalidad de tu marido,el incendio de tus aserraderos, y hasta 1a prdida de tu nicohijo. aquel nio desobediente y risueo que un rbol anollal caer y cuyo cuerpo se disloc entero cuando Io levantaonde entre el fango y la hojarasca?

    Alicia, no. Estoy agu, disgregndonre bien apegada a 27la tierra. Y me pregunto si ver algn da la cara de tu Dios.

    Ya en el convento en que oos ducamos, cuando sorMarta apagaba las luces del largo dormitorio y mientras,infatigable, t completabas las dos ltinras decenas delrosario con la frente hundida en Ia almohada, yo me escurrade puntillas hacia la ventana del cuarto de bao. Preferaacechar a los recin casados de la quinta vccina.

    En la planta baja, un balon iluminado y dos mozos quetienden el mantel y encienden los candelabros de plata sobre1a mesa.

    En el primer piso otro balcn iluminado. Tras la cortinamovediza de un sauce, esc era el balcn que atraa mis mi-radas ms vidas.

    El marido tendido en el divn. Ella sentada frente al es-pejo, absorta en la contemplacin de su propia imagen yllevndose cuidadosamente a ratos la mano a la mejilla, co-mo para alisar uria arruga imaginaria. Ella cepillando suespesa cabellera castaa, sacudindola como una bandera,perlumndola.

  • 2928

    Me costaba ir a extenderme en mi estrecha cama, bajola lmpara de aceite cuya mariposa titubeante defbrmaba ypaseaba por las paredes la sombra del crucifijo.

    Alicia, nunca me gust mirar un crucifijo, t lo sabes.Si en la sacrista emplcaba todo mi dineo en comprar es-tampas era porque me regocijaban las alas blancas y espu-mosas de los ngeles y porque, a menudo, los ngeles separecan a nuestras primas mayores, las que tenan novios,iban a bailes y se ponan brillantes cn el pelo.

    A todos afligi 1a indiferencia con que hice mi primeracomunin.

    Jams me conturb un retiro, ni una prdica. Dios mepareca tan lejano, y tan severo!

    Oh, Alicia, tal vez yo no tenga alma!Deben tener alma los que la sienten dentro de s bullir

    y reclamar Tal vez sean los hombres como las plantas;no todas estn llamadas a retoar y las hay en las arenasque viven sin sed de agua porque carecen de hambrientasraces.

    Y puede, puede as, que las nuertes no sean todas igua-les. Puede que hasta dcspus de la muerte todos sigamosdistintos caminos.

    Pero reza, Alicia, reza. Me gusta ver rezar, t lo sabes.Qu no dara, sin embargo, mi pobre Alicia, porque te

    fuera concedida en tierra una partcula de la felicidad quete est reservada en tu cielo. Me duele tu palidez, tu triste-za. Hasta tus cabellos parecen habrtclos desteido las penas.

    Recuerdas tus dorados cabellos de nia? Y recuerdasla envidia ma y la de las primas? Porque eras rubia te admi-rbamos, te creamos la ms bonita. Recuerdas'

    Ahora slo queda, cerca de ella, el marido de Mara Gri-selda.

    Cmo es posible que ella tambin llame a su ho: elmarido de Mara Griselda!

    Por qu? Porque cela a su hermosa mujer?, porquela mantiene aislada en un lejano fundo del sur?

    La noche entera ella ha estado extraando la presenciade su nuera y la ha molestado la actitud de Alberto: de esteho que no ha hecho sino moverse, pasear miradas inquietasalrededor del cuarto.

    Ahora que, echado sobrc una silla, dcscansa, duer-me tal vez, qu nota en l de nuevo, de extrao... deterrible?

    Sus prpados. Son los prpados los que lo cambian, losque la espantan: unos prpados rugo\os y secos. como si.cerrados noche a noche sobre una pasin taciturna, se hu-bieran marchitado, quemados desde adentro.

    Es curioso que lo note por primera vez. O simplementees natural que se afine en los muertos la pcrcepcin de cuan-to es signo do muerte?

    De pronto aquellos prpados baios comienzan a mirarlafamente, con la insondable lijeza con que miran los ojosde un demente.

    )

  • Me costaba ir a extenderme en mi estrecha cama, baiola lmpara de aceite cuya mariposa titubeante deformaba ypaseaba por las paredes la sombra del crucifijo.

    Alicia, nunca me gust mirar un crucifijo, t lo sabes.Si en la sacrista empleaba todo mi dineo en comprar es-tampas era porque me regocijaban las alas blancas y espu-mosas de los ngeles y porque, a menudo, los ngeles separecan a nuestras primas mayores, las que tenan novios,iban a bailes y se ponan brillantes en el pelo.

    A todos afligi la indiferencia con que hice mi primeracomunin.

    Jams me conturb un retiro, ni una prdica. Dios mepareca tan lejano, y tan severol

    Oh, Alicia, tal vez yo no tenga alma!Deben tener alma los que la sienten dentro de s bullir

    y reclamar. Tal vez sean los hombres como las plantas;no todas estn llamadas a retoar y las hay en las arenasque viven sin sed de agua porque carccen dc hambientasraccs-

    Y puede, puede as, que las mucrtes no sean todas igua-les. Puede que hasta dcspus dc la mucrte todos sigamosdistintos caminos.

    Pero reza, Alicia, reza. Me gusta ver rezar, l lo sabes.Qu no dara, sin embargo, mi pobre Alicia, porque te

    fuera concedida en tierra una partcula de la felicidad quete est reservada en tu cielo. Me ducle tu palidez, tu triste-za. Hasta tus cabellos parecen habrtelos desteido las penas.

    Recuerdas tus dorados cabellos de nia? Y recuerdas

    la envidia ma y la de las primas? Porque eras rubia te admi-rbamos, te creamos la ms bonita. ,Recuerdas?

    Ahora slo queda, cerca de ella, el marido de Mara Cri-selda.

    Cmo es posible que ella tambin llame a su hijo: elmarido de Mara Giselda!

    Por qu? Porque cela a su hermosa mujer?, porquela mantiene aislada en un lelano fundo del sur?

    La noche entera ella ha estado extraando la presenciade su nuera y la ha molestado Ia actitud de Alberto; de estehijo que no ha hecho sino moverse, pasear miradas inquietasalrededor del cuarto.

    Ahora que, echado sobre una silla, descansa, duer-mc tal vez, qu nota en l de nuevo, dc extrao.. deterrible?

    Sus prpados. Son los prpados los que lo cambian, losque la espantan: unos prprdos rugoso\ y secos. como sl.cerrados noche a noche sobre una pasin taciturna, se hu-bieran marchitado, quemados desde adcntro.

    Es curioso que lo note por primera vez. O simplementees natural que se afine en los muertos 1a percepcin de cuan-to es signo de muerte?

    De pronto aquellos prpados bajos cornienzan a mirarlafijamente, con la insondable fijeza con que miran los ojosde un demente.

    2928

  • ----.4-

    0h, abre los ojos. Alberto!Como si respondiera a la splica, los abre, en efecto...

    para echar una nueva mirada recelosa a su alrededor. Ahorase acerca a ella, su madre amortajada, y la toca en la frentecomo para cerciorarse de que est bien muerta.

    Tranquilizado, se encamina resuelto hacia el fondo delcuarto.

    Ella lo oye moverse en la penumbra, tantear los muebles,como si buscara algo.

    Ahora vuelve sobre sus pasos con un retrato ertre lasmanos.

    Ahora pega a la llama de uno de los cirios la imagen deMara Criselda y sc dedica a quemarla concienzudamente,y sus rasgos se distienden apaciguados a medida que la bellaimagen se esfuma, se parte en cenizas.

    Salvo una muerta, nadie sabe ni sabr jams cunto lohan hecho sufrir esas numerosas eligies de su mujeq rayospor donde ella se evade, a pesar de su vigilancia.

    No entrega acaso un poco de su belleza en cadaretrato'No existe acaso en cada uno de ellos una posibilidad decomunicacin?

    S, pero ya el fuego deshoj el ltimo. Ya no queda msque una sola Mara Griseldal Ia que mantiene secuestradaall en un lejano fundo del sr-rr.

    Oh, Albe no, mi pobre hijo!

    Alguien, algo. la toma de la mano.

    -Vamos, vamos...

    -,Adnde?-Vamos,Y va. Alguien, algo la arrastra, la gua a travs de una

    ciudad abandonada y recubierta por una capa de polvo deceniza, tal como si sobre ella hubiera delicadamente soplado

    una brisa macabra.Anda. Anochece. Anda.Un prado. En el corazn mismo de aquella ciudad mal-

    dita, un prado recin regado y fbslbresccnte de inscctos.Da un paso. Y atraviesa cl doble anillo de niebla que lo

    circunda. Yentra en las lucirnagas, hasta los hombros, como

    en un flotante Polvo de oro.Ay. Qu fuerza es sta que la envuelve y la arrebata?Hela aqu, nuevamcnte inmvil, tendida boca arriba en

    el amplio lecho.Liviana. Se siente liviana. Intnta moverse y no puede.

    Es como si la capa ms secreta, ms prof'unda de su cuerpose revolviera aprisionada den(ro dc ottas capas ms pesadasque no pudiera alzar y que la retiencn clavada, ah, entre elchisporroteo aceitoso dc dus cirios.

    El da querna horas, minutos, segundos.

    -Vamos.-No.Fatigada, anhela sin embargo. desprenderse de aquella

    partcula de conciencia que la manticne atada a la vida, y

    3lJO

  • 32

    --G-

    dejarse llevar hacia atrs, hasta el profundo y muelle abismoque siente all abajo.

    Pero una inquietud la mueve a no desasirse del ltimonudo.

    Mientras el da quema horas, minutos, segundos.

    Este hombre moreDo y enjuto al que la fiebre hace temblarlos labios como si le estuviera hablando. Qu se vaya! Noquiere orlo.

    Ana Mara, levntate!Levntate para vedarme una vez ms la entrada de tu

    cuarto. Levntate para esquivarme o para herirme, para quitar-me da a da la vida y la alcgra. Pero ilcvntare, levntate!

    T, muerta!T incorporada, en un breve segundo, a esa raza impla-

    cable que nos rnira agitarnos, desdeosa e inmvil.T, minuto por minuto cayendo un poco ms en el

    pasado. Y las substancias vivas dc que estabas hecha, se-parndose, escurrindose por cauces distintos, como ros queno lograrn jams volver sobre su curso. Jams!

    Ana Mara, si supieras cunto. cunto te he querido!

    Este hombrel Por qu an amortajada le impone su amor!Es raro que un amor humille, no consiga sino humillarEl amo de Fernando la humill siempre. La haca sen-

    tirse ms pobre. lio era la enf'crmedad que le manchaba

    la piel y le agriaba el carcter lo que lc molcstaba en 1, nicomo a todos, su desagradable inteligencix, altanera y po-sitiva.

    Lo despreciaba porquc no er{ tliz. porque no tenasuerte.

    De qu manera sc impus

  • -":IF

    jams. Pero escuchaba, cscuchaba atentamente lo que sushijos solan calificar de celos, de manas.

    Despus de la primera confidencia, la segunda y la ter-cera afluyeron naturalmente y las siguientes tambin' peroya casi contra su Yoluntad.

    En seguida, le fue imposible poner un dique a su incon-tinencia. Lo haba admitido en su intimidad y no era bastante

    34 fuerte para echarlo.Pero no supo que poda odiarlo hasta esa noche en que

    l se confi a su vez.La frialdad con que le con( aquel despertar junto

    al cuerpo ya inerte de su mujer, la frialdad con que le ha-bl del famoso tubo de veronal encontrado vaco sobre elvelador!

    Durante varias horas haba dormido junto a una muertay su contacto no haba marcado u carne con el ms levetemblor.

    -Pobre Ins! deca-. An no logro explioarmc elpor qu de su resolucin. No pareca triste ni deprimida.Ninguna rareza aparentc tampoco. De vez en cuando, sinembargo, recuerdo habcrla sorprendido mirndome fija-mcnte como si me estuviera viendo por primera vez. Medej. Qu me importa que no f'uera para scguir a un amante!Me dej. El amor se me ha cscurrido, sc me escurrir siem-pre, como se escurrc el agutr dc cntre dos manos cerradas.

    "Oh Ana Mara, ninguno de los dos hemos nacido ba-jo estrella que lo prcscrvc...

    -Dijo, y ella enrojeci como

    si Ie hubiera descargado a traicin una bofetada en plenorostro.

    Con qu derecho la consideraba su igual?En un brusco desdoblamiento lo haba visto y se haba

    visto, l y ella, los dos junto a la chimenea. Dos seres almargen del amor, al margen de la vida, tenindose las manosy suspirando, recordando, envidiando. Dos pobres. Y comolos pobres se consuelan entre ellos, tal vez algn da, ellos j5dos... Ah no! Eso no! Eso jams, jamsl

    Desde aquella noche sola detestarlo. Pero nunca pudohuirlo.

    Ensay, s, muchas veces. Pero Fernando sonrea indul-gente a sus acogidas de pronto glaciales; soportaba, im-perturbable, las vejaciones, adivinando quizs que luchabaen yano contra el extrao sentimiento que la empujaba hacia1, adivinando que recaera sobre su pecho, ebria de nuevasconfidencias.

    Sus conlidencias! Cuntas veccs quiso rehuirlas l tam-bin! Antonio, los hijos; los hijos y Antonio. Slo ellosocupaban el pensamiento de esa mujer, tenan derecho a suternura, a su dolor.

    Mucho, mucho debi quererla para escuchar tantos aossus insidiosas palabras, para permitirle que le desgarrase as,suave y laboriosamente, el corazn.

    Y sin embargo no supo ser dbil y humilde hasta lo[timo.

    I

  • -Ana Mara, tus mentiras, deb haber fingido tambincreerlas. Tu marido celoso de ti, de nuestra amistad!

    "Por qu no haber aceptado esta inocente invencintuya si halagaba tu amor propio? No. Prefera perder tenenoen tu afecto antes que parecerte cndido.

    "Ms que mi mala suerte fue, Ana Mara, mi torpeza laque impidi que me quisieras.

    36 "Te veo inclinada al bordc de la chimenea, echar cenizassobre las brasas mortecinas; te veo arrollar el tejido, cerrarel piano, doblar los peridicos tirados sobre los muebles.

    "Te veo acercartc a m, dcspeinada y doliente:

    -Buenas noches, Fernando. Siento haberle hablado an

    de todo esto. La verdad es que Antonio no me quiso nunca.Entonces, a qu protestar, a qu luchar? Buenas noches

    y tu mano se aferraba a la ma en una despedida intermi-nable, y a pcsar tuyo tus ojos me interrogaban, implorabanun desmentido a tus ltimas palabras.

    Y yo, yo, envidioso, mczquino, cgosta, me iba sin des-plegar los labios ms quc para murmurar: "Buenas noches".

    Sin embargo, mucho me ha dc ser perdonado, porquemi amor te perdon mucho.

    Hasta que te encontr, cuando se me hera en mi orgullodejaba automticamente dc amar, pero no perdonatrajams.Mi mujer habra podido decrtelo, ella que no obtuvo de mni un reproche, ni un recuerdo, ni una flor en su tumba.

    Por t, slo por t, Ana Mara, he conocido el amor quese hunrilla, resistc a la ofcnsa y perdona la ofensa.

    Por t, slo por t!Tal vez haba sonado para m la hora de la piedad, hora

    en que nos hacemos solidarios hasta del enemigo llamado asufrir nuestro propio msero destino.

    Tal vez amaba en t ese pattico comienzo de destruc-cin. Nunca hermosura alguna me conmovi tanto como esatuya en decadencia.

    Am tu tez marchita que haca resaltar la frescura de tuslabios y la esplendidez de tus anchas cejas pasadas de moda,de tus cejas lisas y brillantes como una fanja de terciopelonuevo. Am tu cuerpo maduro en el cual la gracilidad delcuello y de los tobillos ganaban, por contraste, una doble yenternecedora seduccin. Pero no quiero quitarte mritos.Me seduca tambin tu inteligencia porque era la voz de tusensibilidad y de tu instinto.

    Qu de veces te obligu a precisar una exclamacin, uncomentario.

    T enmudecas, colrica, presumiendo que me burlaba.Y no, Ana Mara, siempre me creste ms fuerte de lo

    que era. Te admiraba. Admiraba esa tranquila inteligenciatuya cuyas races estaban hundidas en lo oscuro de tu ser

    -Sabe qu hace agradable e ntimo este cuarto? Elreflejo y la sombradel rbol arrimado a la ventana. Las casasno debieran ser nunca ms altas que los rboles

    -decas.0 an:

    -No se mueva. Ay que silencio! El aire parece de cris-tal. En tardes como sta me da micdo hasta de pestaear

    37

    I

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    .-rF

    --.C,

    Sabe uno acaso dnde terminan los gesios? iTal vez si le-vanto la mano, provoque en otros mundos la trizadura deuna estrella!

    Si. te admiraba y te comprenda.Oh Ana Mara, si hubieras querido, de tu desgracia y

    mi desdicha hubiramos podido construir un afecto, unavida; y muchos habran rondado envidiosos alrededor denuesra unin como se ronda alrededor de un vedadeoamor. de la felicidad.

    Si hubieras queridol Per

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    --F

    qu to Fernando? Yo quiero una lechuza. Esa. No, sa no.Esta otra...

    Y Fernando accedi como acceda siempre cuando Anitase le colgaba de una manga y lo miraba en los ojos. Portemor de caer en desgracia ante la nia, halagaba siempresus malas pasiones. La llamaba: Princesa, y apedreabajuntocon ella las pequeas lagartas que se escurran horizontalespor las tapias del jardn.

    Fernando detuvr los caballos, apoy la escopeta contrael hombro y apunt a la lechuza que desde un poste los ob-servaba. confiada. sin moYcrse.

    Una breve detonacin par de golpe el inmenso palpitarde las cigarras, y el pjaro cay fulminado al pie del poste.Anita corri a recogerlo. El canto de las cigarras se elev denuevo como un grito. Y ellos reanudaron la marcha.

    Stbre las rodillas dc la nia, la lechuza manrena abier-tos los ojos, unos ojos redondos, amarillos y mojados, fijoscomo una amenaza. Pero, sin inmutars, la nia sostena lamirada.

    -No est bien mucrta. Me ve, Ahora cierra los ojospoquito a poco... Mam. mrn, los prpados le salen deabajo !

    Pero ella no la escuchaba sino a mcdias, atenta a Ia masavioleta y sombra, que, desde el fondo del horizonte, avan-zaba al encuentro de carruaje.

    -iNios, a subir el toldo! Ura (ormenta se nos vieneencima.

    Fue cosa de un instantc. Fue slo un viento oscuroque barri conlra ellos, ramas secas, pedregullo e insectosmuertos.

    Cuando lograron transponerlo, la vieja armazn delbreak temblaba entera, el cielo se extenda gris y el silencioera tan absolu(o que daban desecls de rent

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    --

    -rrfl,

    -Tia esa lechuza; trala he dicho, que te mancha elvestido.

    El puente? Cuntas horas erraron en su busca. No sabe.Slo recuerda que cn un determinado momento ella ha-

    ba ordenado: "Volvamos".Fernando obedeci en silencio y emprendi aquel in-

    terminable regreso duranlc el cual la noche se les echencima.

    La llanura, un monte, otra vez la llanura y otra vez unmonte.

    Y la llanura an.

    -Tengo hambrc murmuraba lmidamente Alberto.Anita dorma. rccostada contra Fcrnando, y la felicidad

    de Fernando era tan evidente que ella procuraba no mirarlo,presa de un singular pudor.

    Bruscamente uno dc los caballos rcsbal y se desplomlargo a largo.

    Dentro del coche sc hizo un breve silencio. Luego, comosi revivicran de golpe, los nios se precipitaron crrche abajo,prorrumpiendo en gritos y suspiros.

    Fernando habl por lin.

    -Ana Mara, estoy perdido desdc hace horas -{ijo.Los nios corran cn la oscuridad del campo.

    -Aqu debe haber llovido -- -hiliaba Albcrro hundidohasta la rodilla en un lodaz-al.

    Apremiado por Fcrnando el caballo se ergua tamba-leantc, caa y se volva a alzar relinchando sordamente.

    -Ana Mara, ms vale no seguir el viaje. Los caballosesto extnuados. El coche no tiene faroles. Esperemos queamal\czca.

    -Anloniol -haba gemido ella, sintindose de pronto

    muy dbil.Instantneamente Fernando golpc las manos para reu-

    nir a los nios dispcrsos.

    -Nos vamos! Nos vamos! Y Fredl i,Dnde estFred? Fred!, Fred !

    -iHu, hu! -g t una voz, micntras. i lo lejos. un puntode luz se encenda y apagaba.

    -Se ha llevado la linterna sorda y est jugando a lalucirnaga - rxplicaron los hcrmanos.

    Recuerda cmo ech pie a ticrfa y se intern rabiosaentre las zarzas, mal segura sobre sus altos tacones.

    -Fred, nos vamos. Qu haces ah?lnmvil ante un arbusto cuyas ranras mantena alzadas,Fred, por toda respuesta le hio una sei misteriosa. Y comosi le conrunicara un secreto. fij contra el fango el redondelde luz.

    Entonces ella vio. egada h tierrir. una enorme cine-raria. Una cineraria de un azul oscurr, violento y mojado, yque temblaba levemente.

    Durante el espacio de un segunrlo el nio y ella per-manecieron con la vista fija en la flor. que pareca respirar.

    De pronto Fred desvi la luz y la ttrica cosa se hundien Ia sonrbra.

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    =' lF

    Por qu persisti en ella la imagen azul y fra? Porqu sus carnes se apretaban temblorosas mientras volvahacia el cochc apoyada en el hombro de Fred? Por qu habadicho suavemente a Fernando:

    -Tienes razn. Es peligroso seguir el viaje. Esperemosque amanezca.Como si hubieran orlo una orden. los nios estiraron

    las mantas.Distingue an como cn sueos a su hijo Alberto que se

    acerca para taparla, que lc pcga un coscorrn a Fred, paradormir, solo, contra clla y bajo el mismo abrigo.

    Nunca, no, nunca olvid el terror quc los sobrecogi aldespertar

    Un paso ms y aquella noche habran desaparecidotodos. El coche estaba detenido al borde de la escarpa. Yall, en lo hondo, dcbajo de una espcsa neblina, y encajonadoentrc las dos pendicntes, adivinaron, corriendo a negrosborbotones, el ro.

    Desde aquel da memorable ella haba vigilado a Fred, in-quieta, sin saber por qu. Pero el nio no pareca tener con-ciencia de ese sexto sentido, quc lo vinculaba a la tierra y alo secreto.

    Y aun cuando fue un muchacho insolente y robusto losigui cuidando como a un ser delicado. Slo porque derepente, y en el momento ms incsperado, sola mirarla conlos ojos pueriles y gravcs dcl nio misterioso de ayer.

    -No lo niegues -sola decirle Antonio- es tu prefe-rido, le perdonas todo.

    Ella sonrea. Era cierto que le pcrdonaba todo, hasta larudeza con que se desprcnda dc ella cuando se inclinabapara besarlo.

    Y cmo olvidar aquella pequea rnanr) que durante tresdas y tres noches, en el cuarto de una clnica, se aferr a lasuya sin soltarla? Durante tres das clla no haba comido ydurante tres noches haba dormitado scntada al borde dellecho, torturada por esa mano vida de Fred, que le trasmitael sufrimiento y la obligaba a hundirse, junto con 1, en lapesadilla y el ahogo.

    Poco a poco, sin advertirlo, ella se haba acostumbrado a sufastidiosa presencia.

    Abominaba el deseo que brillaba en los o.jos de Fernan-do, y sin embargo la halagaba cse irreflexivo homenaje co-tidiano.

    Ahora recuerda, como en una ltima confldencia, a Bea-triz, la ntima amiga de su hija. Recuerda su pattica voz decontralto. Apenas saba cantar, pero cuando ella la acompaabaal piano, lograba sobreponer su torpeza. Tena en la gargantacierta notade terciopelo, grave y tierna a la vez, que su voluntadprolongaba, amplicaba, solbcaba dulcemente. Recuerda elotoo pasado y sus nochcs sin luna, estri

  • -F-

    -{.fl, -&b---

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    Por qu la mira fijamcnte y no la besa? Por qu?Recin entonces, ella ve sus propios pies. Los ve fea-

    mentc erguidos y pucstos all, al extrcmo de la colcha, comodos cosas ajcnas a su cuerpo.

    Y porque vel cn vida a muchos muertos, la amortajadacomprende. Comprcnde que en el cspacio de un minutoinasible ha cambiado su ser. Que al levantar Femando losojos haba hallado a una estatua dc cera en el lugar en queyaca la mujer codiciada.

    Cuantos entran al cuarto se mueven ahora tranquilos, semueven indiferentes a ese cucrpo de mujer, lvido y remoto,cuya carnc parece hecha dc otra matcria que la de ellos.

    Slo Fcrnando sigue con la mira l'ija en ella; y sus labioslemhlorosos parcecn r'st arlrcullrr su pen\amtenlo.

    -Ana Maa, cs posible! iMc descansa tu muerte!"Tu muerte ha extirpado de raz csa inquietud que da y

    noche me azuzaba a m, un hombre de cincuenta aos. trastu sonrisa, tu llamado de mujer ociosa.

    "En las noches fias dcl invierno mis pobres caballosno arrastrarn ms entre tu fundo y el mo aquel sulky conun cnf'ermo dentro, tiritando dc Iro y mal humor. Ya no ne-cesitar anegar la angustia en que me suma una frasc, unreproche tuyo, una mezquina actitud ma.

    "Necesitaba tanto dcscansar, Ana Mara. Me descansatu muerte !

    "De hoy en adelante no mc ocuparn ms tus problemassino los trabajos dcl Iundo, mis intereses polticos. Sin miedo

    a tus sarcasmos o a mis pensamientos reposar extendidovarias horas al da, como lo requiere mi salud. Me interesarla lectura de un Iibro, la conversacin con un amigo; estre_nar con gusto una pipa, un tabaco nuevo.

    "S, volver a gozar los humildes placeres que la vidano me ha quitado an y quc mi amor por t me envenenabaen su fuente.

    "Volver a dormir. Ana Mara, a dormir hasta bienentrada Ia maana, como duermen los que nadie ni adaapremia. Ninguna alegra. pero tampoeo ninguna amar_gura.

    "S, estoy contento. ya no necesitar defenderme contraun nuevo dolor cada da.

    "Me sabas egosta, verdad? pero no sabas hasta dndeera capaz de llegar m egosmo. Tal vez dese tu muerte,Ana Mara.

    El da quema horas, minutos, segundos.Muy entrada la tarde, llega, por lln, el hombre que ella

    esperaba.El vaco que hacen alrcdedor de su cama le previene

    que se cncuentra en la casa y que espcra tal vcz en la habitacin contigua.

    Durante un espacio tle tiempo que le parece intermi-nable, nada altera el silencio.

    Apoyado contra el quicio dc la puerta, adivina. depronto, a su marido.

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    )

  • 50

    Lo han dejado solo, dueo y seor de aquella muene. Yall est inmvil, concentrando fuerzas para poder afrontarlacon dignidad.

    Ella empieza entonccs a remover cenizas, retrocediendoentremedio hasta un tiempo muy lejano, hasta una ciudadinmensa, callada y triste, hasta una casa donde lleg ciertanoche.

    A qu hora l No sabra decirlo.Ya en el tren, extenuada por cl largo viaje, haba recli-

    nado la cabeza sobre el hombro de Antonio. El ramo deazahares prendido a su manguito alentaba una azucaradafragancia que la mareaba ligeramente y le impeda prestaratencin a cuanto le murmuraba su joven marido.

    Pero importaba? No repeta acaso lo que le cont yauna, dos y muchas veces'l

    ...Que ella teja, no haca sino tejer en la veranda decristales que abra sobre el jardn... y que la suerte habaquerido que el fundo de 1, aquella negra selva inculta, nodispusiera de un solo camino transitable; que as, de pasopor un camino prestado, pudo admirarla, tarde a tarde, du-rante un ao... que un pesado nudo de trenzas negras do-blegaba hacia atrs su cabeza, su pequea y plida frente.Aquella primavera, como para tocar su mejilla, un rbolentraba al aposento, sus ramas cargadas de flores y deabejas... y era fcil para l acecharla entonces: no necesitabatan siquiera bajarsc del caballo... que apenas el inviernoacort los das, cobr audacia y fue a apoyar la frente contra

    los vidrios, y que, largo rato, desde la oscuridad de la noche,sola abismarse en la contemplacin de la lnrpara, del fuegoen la chimenea y de aquella muchacha silenciosa que tejaextendida en una Iarga mecedora de paja. A menudo, comosi lo presintiera all agazapado tras la oscuridad, ella le-vantaba los ojos y sonrea distradamente, al azar Sus pupilastenan el color de la miel y despcdan siempre la mismamirada perezosa y dulce. La nieve alcte una vez sobre sus 5lespaldas de intruso; en vano pesaba sobre el ala de susombrero, y se le adhera a las pestaas. Enamorado ya,perdidamentc, continu a pcsar de todo, gozando de esasonrisa que no iba dirigida a 1...

    El ramo de azahaes prcndido a su manguito, su malsanoaroma que la adormeca, le quitaba Iuerzas para reaccionarviolentamente y gritarle: "Te equivocas. Era engaosa miindolencia. Si solamente hubieras rirado del hilo de mi lana.si hubieras, malla por malla, deshecho mi tejido... a cadauna se enredaba un borrascoso pensamiento y un nombreque no olvidar".

    En aquella fra alcoba nupcial, cuntas veces, al volver delprimer sueo, intent traspasar el espeso velo de oscuridadque se le pegaba a los ojos.

    Su corazn lata azorado. Era tan profunda aquella oscu_ridad. No estara ciega?

    Estiraba los brazos, palpaba nerviosamente a su alre_dedo se aprestaba sofocada a saltar del lecho. cuando una

  • ='.-

    -{r ,tu.----

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    mano de fuego se le Posaba sobre el seno, la tumbaba nue-vamente hacia atrs. Y como si viniera a tocarle una heri-da, el gesto de aquclla mano imperiosa la tornaba dbil ygimiente, cada vez.

    Recuerda que permaneca inmvil, anhelando primero de-tener, luego desalentar con su pasividad cl asalto amoroso; ypermaneca inmvil hasta durante el ltinxr, el definitivo beso.

    Perc cierta noche sobrevino aquello. aquello que ellaignoraba.

    Fue como si del centro de sus entraas naciera un hil-viente y lcnto escalolro quejunto con cada caricia empezaraa subir. a crccer, a evolverla en anillos hasta la raz de loscabellos, hasta empuarla por la garganta, cortarle la res-piracin y sacudirla para arrojarJa finalmente, exhausta ydesembriagada, contra el lecho rcvuelto.

    EI placer! Con quc era eso el placer! iEse estreme-cimiento, ese inmcnso alctazo y ese recaer unidos en lamisma vergcnzal

    Pobrc Antonio, qu cxtraeza la suya ante el rechazocasi inmediatol Nunca, nunca supo hasta qu punto Io odia-ba todas las nochcs en aquel monrento.

    Nunca supo quc noche tras noche. la enloquecida niaque estrechaba en sus brazos, apretando los dientes con iraintentaba conjurar el urgcnte cscalotio. Que ya no lucha-ba s!o contra las clricias sino contra eJ temblor que nochea noche hacan brotar. inexorables, en su carne.

    Amance, baba pensado clla. cuando la criada abri laspersianas a su primera maana de casada, tan escasa era laIuz que penctr en la fra estancia.

    Sin embargo su marido la requera desde fuera.

    -Levntate.Recuerda como si fuera hoy el jardn cstrecho y sin flo-

    rcs, tapizado de musgo sombro y cl estanque de tinta sobrecuya superficie se recort su propia imagcn envuelta en elIargo peinador blanco.

    Pobre Antonio. .Qu gritaba?

    -Es un espejo, un espcjo grandc para que desde el bal_cn te peines las trenzas.

    Ah, peinarse eternamcntc las trenzas a esa desolada luzde anancer!

    Mir afligida el paisaje que se reUejaba inverticlo a suspies. Unos muros nuy altr's. Untr casa de piedra verdosa.Ella y su marido como suspcndidos entre dos abismos: elcielo, y el cie)o en el agua

    -Lindo. verdad l Mira, lo rompes y se vuelve a arma...Riendo siempre, Antonio agit el brazo para lanzar con

    violcncia un guijarro que all ahajo iuc a hcrir a su desposadacn plena frente.

    Miles de culebras tbslbrescentcs cstallaron en el estan-que y ei paisaje que haba dentro se rctorci, y se rompi.

    Recucrda. Asindoso de Ia balaustrada de hicno forjado.haba cerrado los ojos, conmovida por un miedo pueril.

    -El fin del mundo. As ha de ser. Lo he visro.

  • -d{3 .3.-*,-

    Aquella casa incmoda y suntuosa donde haban muerto lospadres de Antonio y donde l mismo haba nacido, su nue-va casa. recuerda haberla odiado desde el instante en quefranque la puerta de entrada. Qu distinta del pabelln demadera fragante cuyo luminoso interior invitaba a espiar porlos cristales!

    Tal vez tuviera algn parecido con la vieja casa de su54 abuela en la ciudad de provincia donde pas su primera

    infancia, donde residi durantc el invierno y se present ensociedad.

    Pero dnde estn la sala de billar, el costurero, eljardncon olor a toroniil?

    Aqu, ni una sola chimenea -y horror! el espejo delvestbulo trizado de arriba abajo-, largos salones cuyosmuebles parecan definitivamentc enfundados de ri.

    Recuerda que erraba de cuarto en cuarto buscando envano un rincn a su gusto. Sc perda en los conedores- Enlas escaleras esplndidamente allombradas, su pie choca-ba contra la varilla de bronce de cada escaln.

    No lograba orientarse, no lograba adaptarse.

    Invariablemente, a la cada de la tarde, Antonio instalabaa su mujer en el lbndo del cup, le cubra las rodillas conuna piel y se recostaba a su lado.

    Jams llegaron, sin ernbargo, hasta la casa de la madrinaparaltica que dormitaba pegada al brasero de plata. Y lavieja sobreviviente de esa familia extinguida los esper, en

    vano, tarde a tarde, junto al t servido -y baj a reposar con

    los suyos sin conocer a la que iba a continuar su raza.

    -Iremos maana -suspiraba el enamorado maridoapenas el coche franqueaba el portal-, hoy djame mirarte,djame quererte.

    -Y vagaban al azar.As, recin casada, trab conocimiento con aquella ciu-

    dad inmensa, callada y triste.Al final de sus estreohas oalles, divisaban siempre las

    escarpadas montaas. La poblacin estaba ceroada de gra-nito, como sumida en un pozo de la alta codillera, aisladahasta del viento.

    Y ella, acostumbrada al eterno susurrar de los trigos, delos bosques, el chasquido dcl ro golpcando las piedras erguidascontra la corrientc, haba empezado a sentir miedo de ese si-lencio absoluto y total que sola despenarla durante las n(rhes.

    La persegua la imagen del mundo que vio destrozarseel primer da en el estanque. Aquel silencio se le antojaba elpresagio de una catstrole.

    Tal vez un volcn ignorado de todos acechaba, muy cer-ca, el momento de aniquilar.

    Haba anhelado entonces rcfugiarse cn algo que le fuera fa-miliar. en un gesto. cn un recuerdo.

    Extraaba su cuerpo disfrazado de vestidos nuevos, suscabellos mal peinados. Pero Zoila, por qu la habra criadotan haragana? Por qu no le habra enseado a apretar supesada cabellera?

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    Da a da aplazaba el deseo dc abrir sus maleas parabuscar, retratos, objetos, una prenda cordial. EI fro, un froinslito Ia estaba volviendo cobarde, sin iniciativa y sus de-dos transidos no atinaban ni a anudar un lazo de cinta.

    Trataba de pensar en cuanto haba dejado haca tan sloun par de meses. Entornaba los ojos procurando evocar uncuarto tibio, y no lo vea sino revuelto por la precipita-cin de la partida: el gran saln de fiestas donde temblabanlas lgrimas de cristal de las araas y donde, coD las trenzasrecogidas por primera vez, bail cierta noche locamentehasta el amanecer, y no lo enconlraba sino en aquella tardegris en que su padre le haba dicho: "Chiquilla, abraza a tunovio".

    Entonces ella se haba acercado obediente a ese hombretan arogante... y tan rico, se haba empinado para besar sumejilla.

    Recordaba que al apartarse, la haban impresionado elrostro gmve de Ia abuela y las manos temblorosas de supadre. Recordaba haber pensado en Zoila y en las primasque presenta con el odo pegado a la puerta. Y haber sentidoasimismo la solicitud con que la haban rodeado duranletantos aos.

    Y no; ya no era capaz sino de evocar el temor que sehaba apoderado de ella a partir de ese instante, la angustiaque creca con los das y el obstinado silencio de Ricardo.

    Pero cmo volver sobre una mentira? Cmo decir quese haba casado por despecho?

    .t-----

    Si Antonio... Pero Anlonio no era el tirano ni el ser aDo-dino que hubiera deseado por marido. Era el hombre enamo-rado, pero enrgico y discreto a quien no poda despreciar.

    Un da, al fin, como si despertara de su embriaguez de amor,su maido la haba mirado largamente; una rnirada inquisi-dora, tierna.

    -Ana Mara, dime. .alguna vez llegars a querermecomo yo te quiero'l

    Dios mo, aquella humildad tan digna! A ella se le ha-ban agolpado las lgrimas a los o.jos.

    -Yo te quiero. Antonio, pero estoy triste.Entonces l haba continuado con el mismo tono razo-

    nable y dulce.

    -Qu debo hacer para que no csts triste? Si la casano te gusta la transforrnar a tu antojo. Si te aburres, solaconmigo, desde mana veremos gcnte. Daremos una granfiesta; tengo muchos amigos aqu.

    Pero ella mova de un lado a otro la cabcza murnurando:

    -No, no...Ahora le era odioso cl tono de Antoio, ahora una sorda

    afliccin remontaba en ella. Qu le estaba proponiendo?Organizar toda una existcncia all, en ese fondo de mar, sinfamilia, entre amigos llamantes y servidores desconocidos?

    -Tal vez extracs ciertas diversiones. Har vcnir delfundo un par de alazanes e ircmos al Pargue, por las ma-anas. Ana Mara, habla, dimc: qu quieres?

    --.-E'

  • --

    ,.-.f At-i-

    58

    Se haba aferrado al brazo de su marido deseando hablar,explicar, y fue aqu donde su pnico, rebelde, salt por sobretodo argumento.

    -Quiero irme.l la mir intensamente. Nunca haba visto ella palidecera nadie. Desde ese momento supo Io que era: una blancurainslita afilando cl pmulo, una cara inmvil donde sloviven los ojos, brillantes y fijos.

    Y fue as como Antonio la dcvolvi a su padre, por untiempo.

    Ay, no se duerme impunemente tantas noches al lado deun hombre joven y enamorado.

    Un desaliento se haba apoderado de ella al reanudar suantigua existencia. Parecalc estar repitiendo gestos quehubiera agotado ayer de todo inters.

    Eraba del bosque a la casa, de la casa al aserradero,sorprendida de no encontrar ya razn de ser a una vida quese le antojaba completa. Es posible que en algunas semanasnuestros sueos y nuestras costumbres, cuanto pareca formarparte de nosotros mismos pueda volvrsenos ajeno! Bajo eltul del mosquitero su cama le pareca ahora estrecha, fra;estpido

    -de un mal gusto que la humillaba- el papel salpi-cado de nomeolvides que tapizaba el cuarto. Cmo pudovivir all tanto tiempo sin cobrarle odio?

    Cierta noche so que amaba a su marido. De un amorque era un sentimiento extraamente, desesperadamente

    dulce, una ternura desgarradora que le llenaba el pecho desuspiros y a la que se entregaba lacia y ardorosa.

    Despert llorando. Contra la almohada, en la oscuridad,llam, entonces despacito: "Antonio !"

    Si en aquel instante hubiera tenido el valor de no pronun-ciar ese nombre, otro fuera tal vez su destino.

    Pero llam: Antonio, y en ella se haba hecho la singularrevelacin. 59

    "No se duerme impunemente tantas noches al lado deun hombrejoven y enamorado". Necesitaba su calor, su abra-zo, todo el hostigoso amor que haba repudiado.

    Record un lecho amplio, desordenado y tibio.Aor el momento en que aferrado a sus trenzas como

    para retenerla, Antonio se aprestaba a dormir Unas sacudidasmuy leves contra su cadera venan a anunciarle, entonces,que su marido se desprenda poco a poco dc la vida, resba-laba en la inconsciencia. Luego aquella sien abandonadasobre su hombro de mala esposa empczaba a latir fuerte-mente como si toda la sensibilidad de ese cuerpo afluyera yfuera a golpear ah.

    Una gran emocin, un gran respeto la conmovan ahoraal pensar con qu generosidad sin lmites l le entregaba susueo.

    Y anhel besar esa sien confiada de Antonio, que erade noche la parte ms vulnerablc de su ser.

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    Mes a mes, la ausencia -l tard en acudir al persistente lla-

    mado de la familia; reclamaba tiempo paa su herida fueacrecentando el arrepentimiento, la sed amorosa.

    Caa el otoo, en la casa de la abuela adan los primeroshraseros cuando Anronio se dign venir.

    Recuerda. Llegaba exhausta del fundo y no atin tansiquiera a arreglar sus trenzas deshechas, su tez fatigada.Entr directamente al sombo escritorio donde su maridola esperaba fumando.

    -Antonio!Cmo ests?

    -replic una voz tranquila, desco-nocida.

    Muy poca cosa consigue resucitar de aquella entrevistaque ahora sabe dcfinitiva.

    Reconsidcra y nota que de su vida quedan, como signosde identilicacin, la inflexin de una voz o el gesto de unamano que hila en el espacio la oscura voluntad del destino.

    Qu absurda, qu lejana dehi parecerle a Antonio, enaquel momento, la pasin que abrig po la muchacha ahoradcspeinada y flaca que sollozaba a sus pies y le rodeaba lacintura con los brazos.

    La cara hundida en la chaqueta de un hombrc indife-rente, clla buscaba el olor. la tibicza del fervoroso maidode ayer

    Recuerda y siente an sobre la nuca una mano perdo-nadora que la apartaba, sin ernbargo, dulcenente...

    Y as fue luego y sicmpre, sicmpre.

    Vivieron en el fundo que ella indic, el que le habadado su padre por dote. Pero Antonio guard su selva negra,conserv su casa y sus intereses en la ciudad.

    Un tono tcil, amable, pero jams en l la alusin, elgesto que la permitiean rehabilitarse. Sin esfuerzo se habadesprendido del pasado que a ella la haba hccho esclava. yde noche su abrazo era fuerte an, tierno, s, pero distante.

    Entonces haba conocido la peor de las soledades; la 1que en un amplio lecho se apodera de la carne estrechamenteunida a otra carne adorada y distrada.

    Su primognito no consigui devolverle cl amor ni elespritu de Antonio.

    La enfermedad y 1a rnuerte tampoco crearon entre ellosla amarra del dolor

    Pero ella haba aprendido a refugiarse en una familia,en una pena, a combatir la angustia rodendose de hijos, dequehaceres.

    Y eso acaso la salv de nuevas y funestas pasiones.Eso? No.

    Fue que, a pesar de todo, durante su juventud entera notermin de agotar los celos, cl amor y la tristeza de la pasinque Antonio le haba inspirado.

    1, en cambio, la enga tantas veces!Su vida galante suba hasta clla en una ola de annimos

    y delaciones. Hubo un tiempo en que desdcosa, aunquedolorida, rehua las confidencias, amparada en su catego-ra de mujer legtima, segura de que ello representaba una

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    oleccin, un puesto de honor dctinitivo en el corazn distantede su marido.

    Hasta el da aquel...Fue una maana. Retrasada a causa de sus largos cabe-

    llos, desde el cuarto de bao consideraba a travs de la puertamedio abierta, el dormitorio en desorden, cuando Antonioentr inesperadamente do vuelta de la caza. Creyndose solo,

    62 mantena el sombrero echado sobre la oreja y masticaba unaramita de boj. Segundos despus, al aceruarse al velador paradepositar Ia cartuchera, su bota tropez con una chinela decuero azul.

    Y entonces, oh cntonces -

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    de la aguja ardiente que le laceraba sin tegua el corazn.Durante aos, hasta el agotamiento, hasta el cansancio.

    "Sufro, sufro de ti...", empezaba a suspirar un da cuando,de golpe, apret los labios y call avergonzada. Aqu seguirdisimulndose a s misma que, desde haca tiempo, se forzabapara llorar?

    Era verdad que sufra; pero ya no la apenaba el desamorde su marido, ya no la ablandaba la idea dc su propia des-dicha. Cierta irritacin y un sordo rencor secaban, pervertansu sufrimiento.

    Los aos fueron hostigando luego esa irritacin hasta laira, convirtieon su tmido rencor en una idea bien determi-nada de desquite.

    Y el odio vino cntonces a prolongar el lazo que la unaa Antonio.

    El odio, s, un odio silencioso que en lugar de consumirlala fotificaba. Un odio que la haca madurar grandiososproyeclos. casi sremprc ahorlados en mezquinas venganzas.

    El odio, s, el odio, bajo cuya ala sombra respiraba, dor-ma, rea; el odio, su fin, su mejor ocupacin. Un odio quelas victorias no amainaban, quc cnardecan, como si laenfurcciera encontrar ln poca resislcncia.

    Y ese odio la sacude an ahora que oye acercarse al maridoy lo ve arrodillarse junlo a ella.

    l no la ha mirado. Casi instantneamente hundc la caraentre las manos y desploma medio cuerpo sobre el lecho.

    Largo rato as, inmvil, parece lejos de su mujer muerta,considerar algn ayer doloroso, un mundo infinito de cosas.

    EIla siente con repugnancia pesar sobre su cadera esacabeza abonecida, pesar alldonde haban crecido y tan dul-cemente pesado sus hijos. Con ira se pone a examinar porltima vez esa cuidada cabellera castaa, ese cuello, esoshombros.

    Repentinamenre la hiere un detalle inslito. Muy pega_da a la oreja adyierte una arruga, una sola, muy fina, tanfina como un hilo de telaraa, pero una arruga, una verdaderaarruga, la primera.

    Dios mo, aquello es posible? Antonio no es inviolable?No. Antonio no es inviolablc. Esa nica, imperceptible

    arruga no tardar en descolgrsele hacia la mejilla, dondese abrir muy pronto en dos, en cuatro; rnarcar, por fintoda su cara. Lentamente empezar luego a corroer esa be_lleza que nada haba conseguido alterar, y junto con ella irdesmoronando la arrogancia, el encanto, las posibilidadesde aquel ser afortunado y cruel.

    Como un resorte que se quiebra, como una energa queha perdido su objeto, ha decado de pronto en ella el impulsoque la ergua implacable y venenosa, clispuesta siempre a mor-der. He aqu que su odio se ha vuclto pasivo, casi indulgente.

    Cuando l levanta la cabeza, ella advicrte asombradaque llora. Sus lgrimas, Ias primeras quc le ve vertir resbalany resbalan por sus mejillas sin que atine a enjugarlas, sor-prendido por el arrebato de su propio llanto.

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    I

  • -rF

    Llora, llora al fin! O puedc que slo llore su juventudque siente ida con esa muerta, puede que slo llore fracasoscuyo recuerdo logr durante mucho tiempo aventar y queafluyen ahora inaplazables junto oon el primer embate. Peroella sabe que la primera lgrima cs un cauce abierto a todaslas dems, que el dolor y quizs tambin el remordimientohan conseguido abrir una brecha en ese empedernido cora-

    6 zn, brecha por donde, en lo sucesivo se infiltrarn con laregularidad de una marea que leyes misteriosas impelen agolpear, a roeq a destruir

    De hoy en adelante, por lo menos, conocer lo que im-porta llevar un muerto en el pasado. Jams, no gozarjamsenteramente de nada. En cada goce, hasta en el ms simple-una luna de invierno. una noche de fiesta- cierto vaco.cierta extraa sensacin dc soledad.

    A medida que las lgrimas brotan, sc deslizan, caen, ellasiente su odio retraerse, evaporarse. No, ya no odia. Puedeacaso odiar a un pobre ser, como ella dcstinado a la vejez ya la tristeza?

    No. No lo odia. Pero tampoco lo ama. Y he aqu que aldejar de amarlo y de odiarlo siente deshacerse el ltimo nu-do de su estructura vital. Nada le importa ya. Es como sino tuyiera ya razn de ser ni ella ni su pasado. Un granhasto la cerca, se sicnte tambalear hacia atrs. Oh esta sbi-ta rebelda! Este deseo que Ia atormenta de incorporarsegimiendo: "Quiero vivir. Devulvanme, devulvanme miodio!"

    -Vamos...Del fondo de una carretera, ardiente bajo el sol, avanzan

    a su encuentro inmensos remolinos de polvo. Hela aqu arro_llada en impalpables sbanas de fuego.

    -Vamos. vamos.

    -Adnde?-Ms all.Resignada, reclina la mc.jilla contra el hombro hueco

    de la muerte.Y alguien, algo, la empuja canal abajo a una regin

    hmcda de bosques. Aquella lucecita, a lo lejos, qu es?Aquella tranquila lucecita? Es Mara Griselda, que seapresta a cenar. Junto con el crepsculo ha pedido la lmparay ha hecho disponer el cubierto sobre la mesa de mimbre dela terraza. Junto con el crepsculo los peones abrieron lascompuertas para regar el csped y los tres macizos de clave_linas. Y del jardn sumergido sube hacia la solita aunaolade fragancia.

    Las falenas aletean contra la pantalla encendida, rozanmcdio chamuscadas el blanco mantel.

    Oh Mara Giselda! No rengas miedo si sobre la es_calinata los perros se han erguido con los pelos erizados;soy yo.

    Secuestrada, melanclica, as te veo, mi dulce nuera.Veo tu cuerpo admirable y un poco pesado que soportan unaspiernas de garza. Veo tus tr