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1 ¿Sedujo realmente el fascismo al campesinado? La atracción fascista y las oscilaciones políticas del campesinado europeo de entreguerras, 1919-1939 Francisco COBO ROMERO. Universidad de Granada. 1. Campesinado y urnas. Algunas reflexiones generales sobre el comportamiento electoral del campesinado europeo de entreguerras. El campesinado familiar se convirtió irrefutablemente en un protagonista político decisivo en la mayor parte de los regímenes europeos liberal-parlamentarios desde las postrimerías del siglo XIX y los comienzos del siglo XX, un periodo en el que la mayor parte de los estados-nación introdujeron sustanciales modificaciones en las leyes que regulaban la concesión del derecho al voto y el ejercicio del sufragio. Casi todas estas modificaciones confluyeron hacia una perceptible suavización de las restricciones en materia electoral que todavía prevalecían en la mayor parte de sus reglamentaciones, acelerando el reconocimiento del derecho al sufragio otorgado a la práctica totalidad de la población masculina (a excepción del Reino Unido, Holanda y Suecia) 1 . En suma, pues, la indiscutible inmersión del campesinado familiar en la política nacional, el carácter cada vez más determinante de sus inclinaciones electorales sobre la conformación de las coaliciones parlamentarias sostenedoras de los Estados liberales, y la multiplicidad de alianzas que sostuvo con un amplio y heterogéneo espectro de grupos sociales hacen pensar que muy pronto pasó a convertirse en un actor político crucial 2 . El estallido de la Gran Guerra convirtió en acuciantes las necesidades sentidas por los Estados beligerantes en todo lo referido a la férrea regulación del sistema productivo, suscitándose la adopción por parte de aquéllos de numerosas medidas de intervención sobre el funcionamiento global de la economía nacional y el papel que en el seno de la misma debía cumplir la producción agraria. Muchas de las mencionadas medidas se referían a la 1 Manuel Pérez Ledesma, “La conquista de la ciudadanía política: el continente europeo”, en M. Pérez Ledesma (comp.), Ciudadanía y Democracia, Madrid, Siglo XXI, 2000, pp. 115-147, vid. especialmente las pp. 135 y siguientes. 2 Una obra pionera en el análisis del comportamiento político y electoral del campesinado europeo se debe a Derek W. Urwin, From Ploughshare to Ballot Box. The Politics of Agrarian Defence in Europe, Oslo, Bergen, Universitetsforlaget, 1980. Véase también Actes du Colloque International, La politisation des campagnes au XIXe siècle: France, Italie, Espagne, Portugal, Roma, École Française de Rome, 2000. La importancia del campesinado intermedio en las disputas políticas surgidas en la Francia del periodo de entreguerras, y en la resolución de las múltiples crisis que pusieron en peligro la continuidad del sistema parlamentario, puede rastrearse en las siguientes obras: Laird Boswell, Rural communism in France, 1920-1939, Ithaca, Cornell University Press, 1998; Édouard Lynch, Moissons Rouges. Les Socialistes Français et la Société Paysanne durant l´entre-deux-guerres (1918-1940), Villeneuve d´Ascq, Presses Universitaires du Septentrion, 2002; y Robert O. Paxton, Le temps des chemises vertes. Révoltes paysannes et fascisme rural 1919-1939, París, Seuil, 1996.

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¿Sedujo realmente el fascismo al campesinado?

La atracción fascista y las oscilaciones políticas del campesinado europeo de entreguerras, 1919-1939

Francisco COBO ROMERO. Universidad de Granada.

1. Campesinado y urnas. Algunas reflexiones generales sobre el comportamiento electoral del campesinado europeo de entreguerras. El campesinado familiar se convirtió irrefutablemente en un protagonista político decisivo en la mayor parte de los regímenes europeos liberal-parlamentarios desde las postrimerías del siglo XIX y los comienzos del siglo XX, un periodo en el que la mayor parte de los estados-nación introdujeron sustanciales modificaciones en las leyes que regulaban la concesión del derecho al voto y el ejercicio del sufragio. Casi todas estas modificaciones confluyeron hacia una perceptible suavización de las restricciones en materia electoral que todavía prevalecían en la mayor parte de sus reglamentaciones, acelerando el reconocimiento del derecho al sufragio otorgado a la práctica totalidad de la población masculina (a excepción del Reino Unido, Holanda y Suecia)1. En suma, pues, la indiscutible inmersión del campesinado familiar en la política nacional, el carácter cada vez más determinante de sus inclinaciones electorales sobre la conformación de las coaliciones parlamentarias sostenedoras de los Estados liberales, y la multiplicidad de alianzas que sostuvo con un amplio y heterogéneo espectro de grupos sociales hacen pensar que muy pronto pasó a convertirse en un actor político crucial2. El estallido de la Gran Guerra convirtió en acuciantes las necesidades sentidas por los Estados beligerantes en todo lo referido a la férrea regulación del sistema productivo, suscitándose la adopción por parte de aquéllos de numerosas medidas de intervención sobre el funcionamiento global de la economía nacional y el papel que en el seno de la misma debía cumplir la producción agraria. Muchas de las mencionadas medidas se referían a la 1 Manuel Pérez Ledesma, “La conquista de la ciudadanía política: el continente europeo”, en M. Pérez Ledesma (comp.), Ciudadanía y Democracia, Madrid, Siglo XXI, 2000, pp. 115-147, vid. especialmente las pp. 135 y siguientes. 2 Una obra pionera en el análisis del comportamiento político y electoral del campesinado europeo se debe a Derek W. Urwin, From Ploughshare to Ballot Box. The Politics of Agrarian Defence in Europe, Oslo, Bergen, Universitetsforlaget, 1980. Véase también Actes du Colloque International, La politisation des campagnes au XIXe siècle: France, Italie, Espagne, Portugal, Roma, École Française de Rome, 2000. La importancia del campesinado intermedio en las disputas políticas surgidas en la Francia del periodo de entreguerras, y en la resolución de las múltiples crisis que pusieron en peligro la continuidad del sistema parlamentario, puede rastrearse en las siguientes obras: Laird Boswell, Rural communism in France, 1920-1939, Ithaca, Cornell University Press, 1998; Édouard Lynch, Moissons Rouges. Les Socialistes Français et la Société Paysanne durant l´entre-deux-guerres (1918-1940), Villeneuve d´Ascq, Presses Universitaires du Septentrion, 2002; y Robert O. Paxton, Le temps des chemises vertes. Révoltes paysannes et fascisme rural 1919-1939, París, Seuil, 1996.

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imposición de severos controles sobre los mercados de productos agrícolas. Las más perniciosas, desde el punto de vista del mantenimiento o la rentabilidad de las economías campesinas, contemplaban el recrudecimiento de las exacciones tributarias, el establecimiento de cupos sobre la producción, o el reiterado recurso a las requisas para lograr la satisfacción, a bajos precios, de las necesidades alimentarias de la población urbana. Una vez finalizado el conflicto, las convulsiones monetarias de la posguerra, y las medidas de normalización económica impuestas por los gobiernos, volvieron a perjudicar agudamente las economías de la mayor parte del campesinado familiar europeo-occidental. A lo largo de la década de los veinte se sucedieron varios periodos inflacionarios, que se tradujeron en el encarecimiento de los “inputs” e insumos requeridos por las explotaciones campesinas, o en la elevación desmesurada de los precios de los productos industriales, hasta situar sus índices en posiciones destacadamente elevadas con respecto a las alcanzadas por los índices de precios de los productos agrícolas. Sin embargo, la imparable tendencia hacia el desencadenamiento de una profunda crisis agraria deflacionaria de dimensiones internacionales3, que acabaría afectando desde mediados de la década de los veinte a la mayor parte de las agriculturas europeo-occidentales, provocó que colectivos cada vez más numerosos del campesinado familiar, situados al frente de modestas explotaciones volcadas al mercado, exigieran de sus respectivos Estados la adopción de urgentes medidas fiscales, monetarias o comerciales. Con ellas aspiraban al levantamiento de las deudas hipotecarias, la protección arancelaria de la producción agrícola nacional, la supresión de las restricciones impuestas a la exportación, la reducción de las cargas impositivas que gravaban la propiedad rústica, la disminución de los costos salariales y la contención de los precios de los productos industriales de los que se abastecían para la adecuada gestión de sus fundos. La creciente desazón provocada entre un campesinado crecientemente desprotegido, castigado o perjudicado por las estrategias empleadas por el Estado o por los partidos políticos en defensa de los intereses las clases medias y populares de la ciudad, acabó convirtiéndose en un poso de profundo resentimiento, difundido entre amplias capas de pequeños o medianos propietarios y arrendatarios rústicos que ocupaban importantes regiones agrícolas de la Europa occidental. En definitiva, el campesinado intermedio europeo del periodo posterior a la Gran Guerra diversificó aún más sus opciones electorales, contribuyendo así a la consolidación o al fracaso de las diferentes coaliciones interclasistas que se gestaron a lo largo de las décadas de los veinte y los treinta. El indiscutible protagonismo ejercido por el campesinado en el sostén o el abandono de las distintas alianzas políticas y parlamentarias que se constituyeron en aquel decisivo periodo, en función del grado de compromiso adoptado por cada una de ellas en relación con la defensa de sus particulares intereses, contribuyó poderosamente a su conversión en un actor político insoslayable4. Como trataremos de probar a continuación, el análisis comparado nos será de enorme utilidad a la hora de extraer algunas conclusiones, referidas, casi todas ellas, a la importancia capital que adquirieron los segmentos del campesinado intermedio de algunos países de Europa occidental en la gestación de las diferentes resoluciones adoptadas, durante el periodo de entreguerras, para hacer frente a las múltiples amenazas sufridas por el parlamentarismo liberal. Asimismo emplearemos un paradigma interpretativo relativamente novedoso, que tratará de señalar las relaciones causa/efecto existentes entre el grado de aproximación o alejamiento manifestado por los partidos del campo liberal, la socialdemocracia o el comunismo hacia la incorporación de las demandas del campesinado en sus respectivas agendas políticas, y las tendencias mostradas por este último y decisivo segmento social rural

3 Jakob B. Madsen, “Agricultural Crises and International Transmission of the Great Depression”, en The Journal of Economic History, 61, 2, (2001), pp. 327-365. 4 Véase al respecto: Gregory M. Luebbert, Liberalism, Fascism or Social Democracy: Social Classes and the Political Origins of Regimes in Interwar Europe, Oxford, Oxford University Press, 1991, pp. 277-285.

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o bien hacia el respaldo al parlamentarismo, o bien hacia el consentimiento o la adhesión prestados a las propuestas autoritarias, corporativistas o fascistas que se hallaban más decididamente dispuestas a favorecer los intereses de la agricultura, en el seno de un nuevo y utópico orden político de carácter ultranacionalista, antiliberal y antiparlamentario. En términos generales, podría afirmarse que los sucesivos deslizamientos políticos y electorales manifestados por campesinado intermedio durante el decisivo periodo de entreguerras –o bien hacia el centro burgués y parlamentario, o por el contrario, hacia las formaciones políticas de carácter crecientemente antiparlamentario y antiliberal que proliferaron por aquel entonces en casi toda Europa– resultaron altamente influyentes en la resolución, en uno u otro sentido, de la crisis generalizada padecida por el parlamentarismo y la democracia. Allí donde la mayor parte del campesinado familiar logró formar parte de una sólida alianza política con los partidos del centro liberal-burgués, resultó menos dificultosa la preservación del amenazado edificio de la democracia liberal, sobre todo si aquella alianza contó con el aval de una socialdemocracia comprometida con los intereses campesinos y con la defensa del parlamentarismo. Esto último pudo ocurrir, como pone de manifiesto el ejemplo de la Francia de la III República, o bien porque el campesinado intermedio se sintió recompensado por los partidos del centro burgués mediante la promulgación de medidas políticas que favorecían sus intereses y regulaban los mercados en su beneficio, o bien porque aquél decisivo segmento de la población rural (el campesinado familiar) en ningún momento se sintió amenazado por una izquierda –socialista y/o comunista– excesivamente vinculada a la defensa de los jornaleros agrícolas, o a la promoción de programas revolucionarios orientados hacia la colectivización de la tierra y la desaparición de la pequeña explotación agraria. Parece probado que la estructura social rural de la Francia de la III República fue evolucionando, a medida que progresaba la modernización agraria y el sector agrícola se insertaba cada vez más en los circuitos mercantiles capitalistas, hacia una relativa proletarización de aquellos micro-propietarios cuyas reducidas explotaciones resultaron ineficaces para hacer frente a los efectos de la crisis agraria y la superior competitividad de las grandes y medianas haciendas rústicas. No obstante, es necesario aclarar que la modernización y capitalización experimentada por la agricultura francesa durante las décadas finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se saldó con el triunfo indiscutible de la modesta explotación familiar, es decir, aquélla cuya superficie se hallaba comprendida entre las 5 y las 20 hectáreas y era cultivada generalmente de manera intensiva por los miembros de la unidad familiar campesina –pese a recurrir ocasionalmente a la contratación de mano de obra asalariada–. La figura preponderante del campesinado francés del primer tercio del siglo XX fue, sin lugar a dudas, el modesto granjero que, al igual que aconteciese con la mayoría del campesinado alemán de la época, asumía comportamientos económicos equiparables a los de un pequeño empresario agrícola. En medio de este contexto social predominantemente campesino, las tesis sostenidas por los socialistas y los comunistas franceses durante el agitado escenario político del periodo de entreguerras en torno a la expansión del capitalismo en la agricultura, y la profundización de las relaciones capitalistas de producción en el campo, se esforzaban en justificar, e incluso legitimar, la continuidad del campesinado propietario –o cultivador directo–, dada su importancia numérica y su elevada significación simbólica en los discursos predominantes del agrarismo. Así pues, las organizaciones sindicales estrictamente campesinas de inspiración izquierdista –socialista o comunista– que surgieron en Francia durante los años veinte y treinta trataron de agrupar tanto a los jornaleros agrícolas como a los pequeños propietarios, arrendatarios o aparceros, entendiendo que todos ellos compartían intereses comunes frente al egoísmo de los poderosos terratenientes capitalistas o la iniquidad de los grandes banqueros, prestamistas o intermediarios que saqueaban sus recursos. Prevaleció pues entre la mayor parte de la izquierda francesa, pese a la proliferación de

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intensos conflictos huelguísticos agrarios durante tres oleadas decisivas –1904-1908, 1919-1920 y 1936-1937–, una concepción unitarista del campesinado que evitó, sin lugar a dudas, una fractura aún mayor entre los estratos rurales de los pequeños propietarios agrícolas –o cultivadores directos– y la masa de los jornaleros. Los años veinte y treinta fueron decisivos para la definitiva conformación del comportamiento político del campesinado francés. La suscitación de constantes debates políticos entre los grupos representativos de los diferentes intereses económicos nacionales incentivó aún más la preocupación de los campesinos por su participación en los asuntos políticos, electorales y parlamentarios. Esto último se vio agudizado cuando los efectos de la crisis agraria de fines de la década de los veinte y comienzos de los treinta golpearon con fuerza a la agricultura francesa. Las agrias disputas en torno a si se debía seguir un modelo de acumulación capitalista basado en la potenciación de los sectores industriales más poderosos y competitivos, incluso sacrificando a la agricultura, o si por el contrario debía protegerse el sector agrícola a toda costa frente a las agriculturas más eficientes de otros países, dividieron ampliamente a la sociedad francesa. El campesinado volvió a ocupar un puesto decisivo en medio de este contexto, sobre todo cuando a partir de la década de los treinta la aguda deflación sufrida por los precios de los principales productos agrícolas volvió a colocarlo en una desesperada situación. Buena parte de los pequeños y medianos propietarios y arrendatarios rústicos experimentó una intensa atracción por las propuestas corporativistas y antiparlamentarias desplegadas tanto por el sindicalismo profesional de la burguesía agraria, como por las nuevas formaciones políticas del agrarismo ultranacionalista y fascistizado o las pujantes ligas fascistas situadas en su entorno más inmediato. Surgieron entonces algunas agrupaciones políticas y sindicales pro-campesinas claramente inclinadas hacia la adopción de posturas abiertamente corporativistas, antiparlamentarias y parafascistas, que pretendían transformar el Estado liberal en un instrumento burocratizado, centralizado y poderoso, instalado sobre una idílica exaltación de los valores rurales tradicionales y capacitado para defender adecuadamente los intereses de la agricultura nacional. Sin embargo, la formalización de una amplia alianza entre la burguesía industrial más progresista, los trabajadores urbanos organizados y una parte nada desdeñable del sindicalismo agrario católico y profesional, consentida a regañadientes por las clases propietarias y económicamente más privilegiadas, paralizó momentáneamente la rápida orientación hacia el corporativismo antidemocrático y antiparlamentario experimentada por algunas fracciones del campesinado desde los comienzos de la década de los treinta. Esta alianza, que se formalizó en torno al Frente Popular y los gobiernos que se sucedieron en el poder entre 1936 y 1938, supo articular adecuadamente los intereses económicos de muy diversos grupos sociales, pero sobre todo, supo incorporar las peticiones más importantes provenientes del campesinado, consistentes en la protección del mercado interior, el aseguramiento de precios remuneradores para los principales productos agrícolas y la instauración de mecanismos de negociación y control para evitar la depreciación de los más destacados cultivos de la agricultura francesa. Gracias a todo ello, fue posible, al menos parcialmente, la contención de las aspiraciones corporativistas, teñidas de componentes fascistas, exhibidas por algunos sectores de la sociedad rural francesa durante el transcurso del decisivo periodo de entreguerras. En aquéllos países europeo-occidentales en los que concurrieron algunas de las circunstancias descritas quedó allanado el camino hacia el afianzamiento o la exitosa defensa del sistema político de representatividad parlamentaria. En el extremo opuesto al paisaje político dibujado podemos entrever cómo allí donde no fue posible el entendimiento político entre las formaciones partidistas del centro liberal-burgués o la socialdemocracia, de un lado, y el pequeño campesinado asediado por las manifestaciones extremas de la crisis agraria, del otro, la hipotética inclinación manifestada por este último hacia el respaldo prestado a soluciones de tipo fascista o antiparlamentario pudo convertirse en determinante. Casi siempre que esto último acabó ocurriendo, el

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campesinado se sintió previamente seducido por las propuestas de profunda transformación liberal propagadas desde los discursos políticos del fascismo, el ultranacionalismo antiliberal, el autoritarismo o el corporativismo católico antiparlamentario, exaltadoras de la condición campesina y de un nuevo orden agrario y ruralista impregnado de profundas esencias tradicionalistas e idílicas. Allí donde el campesinado terminó inclinándose hacia la defensa del ultranacionalismo antiliberal, el corporativismo antiparlamentario o el fascismo, la atracción ejercida por los mencionados discursos entre sus componentes se vio casi siempre auspiciada y estimulada por la ineficacia mostrada por la socialdemocracia, o por los partidos del liberalismo clásico, a la hora de gestionar adecuadamente las políticas anti-crisis que aquel segmento de la población rural reclamaba con desesperada insistencia. Asimismo, casi siempre que el campesinado de pequeños propietarios o arrendatarios giró hacia el respaldo otorgado al fascismo o al corporativismo agrarista y antiparlamentario lo hizo como respuesta para conjurar la amenaza y el peligro que le inspiraban tanto el sesgo marcadamente pro-jornalero y/o revolucionario adoptado por la mayor parte de las organizaciones políticas de la izquierda comunista o socialdemócrata, como la manifiesta radicalización contenida en las declaraciones programáticas de esas mismas organizaciones en defensa de la colectivización de la propiedad de la tierra o la supresión de la pequeña explotación. Así pues, y en rotunda contradicción con aquel modelo de asimilación responsable de las exigencias campesinas puesto en práctica por la izquierda marxista y la mayor parte del centro burgués de la Francia de la III República, aparecen ante nosotros algunas otras experiencias políticas diametralmente opuestas. En casi todas ellas quedó trágicamente escenificado el estrepitoso fracaso cosechado por los partidos del campo liberal o la socialdemocracia en sus intentos por orientar, reconducir o neutralizar el creciente radicalismo campesino, preservando la fidelidad al parlamentarismo entre el extenso conjunto de pequeños propietarios o arrendatarios. En tales casos, la ineptitud del liberalismo burgués o de la izquierda marxista a la hora de incorporar las demandas del campesinado a sus agendas políticas terminó allanando el camino para que este último se aprestase a ofrecer su respaldo a alguna de las opciones de signo populista, corporativista, antiliberal o declaradamente fascista que se comprometieron abiertamente con la defensa de sus exigencias5 (véase el cuadro 1).

Cuadro 1. Correlación bivariada entre presencia de propietarios agrícolas y voto a las diferentes opciones políticas. Alemania, Francia e Italia, 1921-1936.

Magnitudes comparadas

Francia (1936) Comunistas Socialistas Comunistas/

Socialistas Izquierda Moderada

Derecha Moderada

Extrema Derecha

Props. Agrícolas/Voto +0,16 +0,21 +0,23 +0,23 –0,22 –0,24 Alemania (Julio, 1932) Comunistas

(KPD) Socialistas

(SPD) Comunistas/ Socialistas

Zentrum-(Z) (Católicos)

Derecha Nacionalista

(DNVP)

Extrema Derecha

(NSDAP) Props. Agrícolas/Voto –0,36 –0,37 –0,21 +0,11 –0,34 +0,34 Italia (1921) Comunistas Socialistas Comunistas/

Socialistas Republicanos Bloque

Nacional Fascistas

Props. Agrícolas / Voto (Regiones Norte) +0,21 –0,24 –0,12 –0,24 –0,25 –0,19

Props. Agrícolas / Voto (Regiones Centro) –0,09 –0,33 –0,31 +0,11 –0,03 +0,17

Props. Agrícolas / Voto (Regiones Sur) –0,26 –0,39 –0,41 –0,28 +0,10 +0,37

FUENTE: William Brustein and Marit Berntson, “Interwar Fascist Popularity in Europe and the Default of the Left”, en European Sociological Review, 15, 2, (1999), pp. 159-178. Props.: Propietarios. Elaboración propia.

5 Al respecto, Gregory M. Luebbert, Liberalism, Fascism or Social Democracy, op. cit., pp. 295-303.

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Aunque las propuestas políticas que se le ofrecían al campesinado durante el decisivo periodo de entreguerras fueron múltiples y enormemente variadas, los profundos problemas que afectaban a la agricultura en una etapa recesiva se conjugaron con el anhelo expresado por el campesinado intermedio en pro de la formalización de gobiernos estables, que adoptasen medidas corporativistas y de fuerte regulación de los mercados en su beneficio. Todo ello inclinó a muchos de sus integrantes hacia el respaldo a las propuestas fuertemente intervencionistas y declaradamente antipartidistas formuladas por el fascismo. El fascismo irrumpió en medio de los intensos conflictos sociales y electorales de la Europa de entreguerras como un poderoso instrumento ideológico y político portador de innovadores propuestas de transformación del viejo edificio liberal. Allí donde logró alcanzar el poder ocupando plenamente las instituciones del Estado, o donde logró entablar alianzas más o menos persistentes con los sectores representativos del autoritarismo, el tradicionalismo o el nacionalismo antiliberal, inspiró la puesta en práctica de unas específicas políticas orientadas hacia la conversión del sector agrario en una poderosa palanca para la cohesión social, el impulso de la modernización tecnológica, o el aseguramiento de la autosuficiencia alimentaria del conjunto de la nación, lograda mediante la asistencia técnica centralizada y la asistencia al incremento de la productividad. En tal sentido, el fascismo se convirtió en un poderoso factor de desestabilización liberal, pues contenía un discurso modernizador, corporativista y fuertemente ruralista que atrajo a multitud de campesinos dañados por la crisis o atenazados por el extremismo político y la combatividad de la socialdemocracia o el comunismo. El fascismo agrario contenía, al menos, los siguientes elementos, que lo convertían en una atrayente palanca política para un campesinado defraudado por la democracia o por la ineficacia de los partidos liberales tradicionales para hacer frente a los problemas que más le acuciaban: 1. Un discurso esencialmente ruralista, que ensalza al campesinado y sus valores como el más seguro portador de los valores culturales, demográficos o sociales indispensables para el mantenimiento de la pureza de la nación y de su esencia racial o espiritualista. 2. Otorgamiento de un papel esencial a la potenciación productiva del sector rural, sobre todo de cara a garantizar la suficiencia alimentaria y permitir la independencia económica de la nación, e incluso para posibilitar la puesta en práctica de estrategias ofensivas y expansionistas en el plano internacional. 3. Defensa de un fuerte intervencionismo estatal, a fin de preservar la marcha del sector agrario de los vaivenes de la oferta y la demanda. 4. Acentuado compromiso con la preservación de las estructuras agrarias preexistentes y decidida apuesta por el perfeccionamiento tecnológico de las explotaciones mediante la asistencia de los avances científico-técnicos y la colaboración del personal técnicamente cualificado en los conocimientos agronómicos. 5. Aplicación de una concepción corporativista a la organización de la sociedad rural para evitar los enfrentamientos de clase y hacer posible una dirección centralizada de la economía rural bajo la supervisión paternalista del Estado. 6. La incorporación de acentuadas concepciones militaristas en la puesta en práctica de las políticas agrarias específicamente fascistas, que llevaron a la introducción de férreas y jerárquicas estructuras asistenciales y supervisoras del sector rural para lograr un máximo de eficiencia en la productividad agrícola. 7. Progresiva subordinación del sector agrario y sus logros a las necesidades derivadas del preceptivo engrandecimiento del sector armamentístico y la capacidad militar de la nación en su conjunto. Puede afirmarse, por consiguiente, que el fascismo agrario de la Europa de entreguerras estuvo dotado de una indudable capacidad para hacer posible la modernización

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generalizada de la agricultura, instalada sobre una concepción centralizada, autoritaria y tecnocrática de la gestión de los recursos agrícolas y puesta al servicio de unos específicos planes de regeneración nacional, fuerte cohesión social y expansionismo militarista. Así pues, el fascismo agrario perseguiría la puesta en marcha del mito de la revolución agraria, en un sentido superador tanto de las propuestas modernizadoras del liberalismo como de aquellas otras sostenidas desde el totalitarismo comunista6. Teniendo en cuenta la capacidad seductora del fascismo entre amplios colectivos del campesinado intermedio de la Europa de entreguerras, merece la pena auscultar el grado de éxito que alcanzó en diferentes contextos nacionales a la hora de intentar su particularizada escalada al poder. Al inicio de la República de Weimar, una porción nada desdeñable del campesinado alemán estaba constituido por aquel tipo de modestos granjeros especializado en la producción agro-ganadera que, a medida que se agudizaban los más perniciosos efectos de la crisis agraria y se profundizaba en el endeudamiento de sus explotaciones, se fue radicalizando en sus posturas políticas, hasta generar profundos sentimientos de rechazo hacia los partidos del liberalismo clásico y sus obsoletas e ineficaces estrategias de movilización política y electoral. Casi todo parece indicar que la mayor parte del campesinado protestante alemán –e incluso significativas porciones del campesinado católico– giró acentuadamente, a medida que avanzaba la década de los veinte y se agudizaban los efectos depresivos de la crisis agraria, hacia el sostenimiento de posturas rupturistas con respecto al sistema de partidos vigente en Alemania, proclamando abiertamente su desconfianza hacia el parlamentarismo y las formaciones políticas del liberalismo clásico que, con creciente escepticismo, lo sustentaban. Este radicalismo antielitista y populista expresado por aquellas fracciones del campesinado alemán más severamente castigadas por la crisis agraria de posguerra fue eficazmente aprovechado por los nazis, quienes desde 1930 en adelante fueron ganándose el apoyo mayoritario de los pequeños propietarios protestantes del norte, el oeste y el sur, articulando un detallado programa agrario con fuertes tonalidades autárquicas, proteccionistas y pro-campesinas. Si bien sería una arrogancia interpretativa imperdonable afirmar que el campesinado fue el único artífice de la instauración del fascismo en Alemania, no es menos cierto que su radical politización durante los años veinte y comienzos de los treinta, así como su rápida evolución hacia el sostenimiento de posiciones antidemocráticas, corporativistas y antiparlamentarias, posibilitaron en muy buena medida el triunfo final del nazismo a partir del año 1933. El caso de Italia resulta muy significativo, sobre todo porque allí finalmente triunfó una alianza de carácter autoritario y antiparlamentario que acabó súbitamente con un sistema liberal maltrecho, el mismo que tras la derrota en la I Guerra Mundial se mostraba incapaz para poner freno a la creciente radicalización social y al descontento generalizado de la población. En el país transalpino la estructura social rural mostraba una mayor diversificación hacia los comienzos de la década de los veinte. Si para entonces había disminuido claramente el porcentaje significado por los jornaleros y los asalariados agrícolas, estos últimos continuaban constituyendo una porción muy relevante –situada en torno al 38,12 %– de la población activa agraria, preferentemente ubicada tanto en las comarcas de agricultura capitalista del norte como en aquellas otras con un claro predominio de la gran propiedad latifundista ubicadas en el Mezzogiorno. Las formas en que se produjo la modernización de la agricultura italiana fueron igualmente diversificadas y complejas. En las regiones industrializadas del norte emergió una agricultura intensiva en capital, volcada a la venta de sus excedentes en los mercados urbanos y especializada tanto en la producción agro-ganadera 6 Véase: Miguel Cabo, Lourenzo Fernández Prieto y Juan Pan-Montojo, “Fascism and modernity in the European countryside: a global view”, en Cabo, Fernández Prieto and Pan‐ Montojo (eds.), Agriculture in the age of fascism. Authoritarian Technocracy and Rural Modernization, 1922-1945, en prensa.

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como en el cultivo de determinados productos estrechamente ligados al florecimiento de una próspera industria agroalimentaria. Sin embargo, las regiones septentrionales de la Llanura Padana experimentaron un proceso de modernización agraria que concluyó con la ruina de numerosos colonos y pequeños propietarios o arrendatarios rústicos, así como con la permanencia de una abultada clase de jornaleros agrícolas desprovistos de cualquier posibilidad de acceso a la propiedad de la tierra. En torno a este último grupo social rural se gestaron poderosos instrumentos de reivindicación sindical, mayoritariamente respaldados por el Partido Socialista Italiano (PSI). Los conflictos rurales desencadenados en las haciendas capitalistas de la agricultura del norte se radicalizaron visiblemente tras la experiencia dramática de la Gran Guerra, pese a que la proporción de los asalariados agrícolas con respecto a los propietarios rústicos disminuyese a partir de entonces. El perceptible incremento numérico de los pequeños propietarios y arrendatarios registrado durante los años de la guerra, como consecuencia de las propiciatorias circunstancias de acceso a la tierra alentadas por la elevación de los precios agrícolas y la congelación de las rentas, discurrió paralelamente al empeoramiento de las condiciones de vida de los asalariados agrícolas y al súbito fortalecimiento de las ligas agrarias socialistas. Las violentas oleadas huelguísticas que sacudieron las regiones del valle del Po durante el periodo 1919-1920 provocaron un malestar creciente entre el conjunto de los cultivadores y los propietarios de la tierra. Todo parece indicar, pues, que la enorme capacidad reivindicativa de los jornaleros de las regiones del norte, unida a la radicalización programática de la poderosa Federterra y su decidida apuesta por la colectivización de la propiedad agrícola, coadyuvó al desplazamiento político de los medianos propietarios, así como de una importante porción de los arrendatarios y aparceros, inclinándolos hacia la defensa de posturas ascendentemente anti-socialistas y anti-jornaleras7. En este caso, la formalización de una amplia alianza que englobaba a la mayor parte de la burguesía agraria del note y del sur en estrecha connivencia con los estratos intermedios del campesinado más claramente opuestos a la combatividad de los jornaleros y a las propuestas de socialización de la propiedad agraria propaladas por los socialistas, posibilitó el rapidísimo despliegue de las ligas agrarias fascistas. Estas últimas se erigieron en el cortafuegos que pondría fin a la enorme capacidad movilizadora alcanzada por la Federterra, expulsando violentamente a los alcaldes y concejales socialistas instalados al frente de multitud de ayuntamientos rurales y declarando su firme voluntad de instaurar un modelo estatal de inspiración claramente corporativista, antidemocrático y totalitario. La España de la II República reúne características particulares, así como suficiente entidad explicativa, como para ser utilizada como laboratorio de análisis en la dilucidación de las complejas alianzas de clase que pudieron conducir hacia la puesta en práctica de una solución autoritaria, antiliberal y militarista que pusiese fin de manera abrupta a la acentuada crisis de dominación de las burguesías registrada durante el periodo de entreguerras. La expansión de cultivos como el olivar o los hortofrutícolas, estimulada por las estrategias de especialización agrícola implementadas para hacer frente a la crisis agraria finisecular, permitieron una más que adecuada adaptación de las unidades familiares campesinas a las nuevas formas de agricultura crecientemente comercializada e integrada en los mercados capitalistas. Tras la superación de la crisis agraria finisecular incluso creció el número de propietarios agrícolas a costa sobre todo del incremento registrado por los pequeños cultivadores. La íntima relación de este último fenómeno con aquel otro consistente en la profundización de las relaciones capitalistas de producción y explotación de la mano de obra en la agricultura, a lo largo del primer tercio del siglo XX, provocó el desencadenamiento de 7 Véase: Dora Marucco, “Note sulla mezzadria all´avvento del fascismo”, en Rivista di Storia Contemporanea, 3, 3, (1974), pp. 377-388 y Frank M. Snowden, “On the Social Origins of Agrarian Fascism in Italy”, Archives Européennes de Sociologie, 13, 2, (1972), pp. 268-295.

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amplias oleadas huelguísticas y de conflictividad laboral en la mayor parte de las comarcas agrícolas del mediodía o el levante. Estas oleadas conflictivas fueron especialmente intensas durante el denominado trienio bolchevista de 1918-1920 y durante la etapa republicana de 1931-1936. A lo largo de ambos periodos se fracturó definitivamente la pretérita unidad interna del campesinado. Tal fractura se materializó definitivamente en el transcurso del régimen republicano. Así pues, la severa crisis de hegemonía padecida por la patronal rural de numerosas regiones agrícolas españolas durante el periodo de entreguerras se intensificó notablemente en el transcurso de la II República. Dos factores esenciales se conjugaron en la gestación de la mencionada crisis. En primer lugar, debemos tener en cuenta la enorme conflictividad rural registrada entre 1931 y 1933 en buena parte de aquellas comarcas agrícolas con una fuerte presencia de jornaleros y pequeños propietarios o arrendatarios. Dicha conflictividad estuvo en buena medida suscitada por de la fortaleza de los sindicatos jornaleros y por los efectos de una legislación laboral de signo reformista que había favorecido enormemente las posiciones negociadoras de estos últimos en el mercado laboral. En segundo lugar, debemos considerar la progresiva derechización experimentada por importantes segmentos del campesinado de pequeños propietarios y arrendatarios agrícolas, motivada por el rechazo manifestado ante la legislación laboral reformista del primer bienio y espoleada por el creciente temor expresado ante la radicalización de los socialistas y sus constantes manifestaciones a favor de la socialización de la agricultura. Las alianzas políticas y electorales materializadas desde el año 1933 en las comarcas con una mayor presencia de pequeños propietarios y arrendatarios crearon un amplio frente patronal, que agrupó a estos últimos bajo la hegemonía y el liderazgo ideológico de la burguesía rural de los medianos y grandes propietarios agrícolas. Tal frente patronal trató de reconstruir el viejo orden agrario, caciquil y oligárquico durante el denominado «bienio negro» de 1934-1936. Al no conseguirlo plenamente, tras las elecciones de febrero de 1936 una destacadísima porción de la gran patronal rural, respaldada por amplias fracciones del campesinado de pequeños propietarios y arrendatarios inmerso en un proceso de franca derechización, comenzó a considerar la posibilidad de una solución militar, corporativista y autoritaria a la crisis agraria y a la progresiva pérdida de control sobre las condiciones de contratación de la mano de obra jornalera que venía padeciendo desde, al menos, el año 1931. Hechas las precedentes puntualizaciones, analicemos todo esto con más detalle a continuación. 2. La Francia de la IIIª República: la aproximación de los socialistas al campesinado y la fidelidad del mundo rural al parlamentarismo. En el caso de regímenes liberales instalados sobre un amplio consenso social en torno a la primacía y el carácter hegemónico del liberalismo parlamentario en la ordenación política de la Nación, tales como Francia, la integración de los campesinos en el sistema de partidos existente no resultó una práctica demasiado dificultosa. La existencia de agrupamientos partidistas interclasistas, así como la formación de densas redes de integración social en la esfera pública, tal y como correspondía a un país con una larga tradición republicana y laica, permitieron a los partidos republicanos y conservadores de las clases medias y la burguesía agraria la pronta y eficaz asimilación de las nuevas exigencias campesinas8. Desde la década

8 Cf. Robert Tombs, France, 1814-1914, Londres, New York, Longman, 1996, pp. 442-447; véase asimismo Jean-Marie Mayeur y Madeleine Rebérioux, The Third Republic from its Origins to the Great War, 1871-1914, Cambridge, Paris, Cambridge University Press, Maison des Sciences de l´Homme, 1987, pp. 61-65; Jean-Yves Mollier y Jocelyne George, La plus longue des Républiques, 1870-1940, París, Fayard, 1994, pp. 142-149.

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de los noventa del siglo XIX, los republicanos radicales9, por un lado, y el asociacionismo católico, por otro, junto con algunas formaciones republicano-conservadoras, integraron a la mayor parte del campesinado francés entre sus filas, sin que tal fenómeno provocase sustanciales alteraciones desestabilizadoras en el régimen político liberal imperante10. A pesar de todo, los fenómenos de segmentación interna campesina y de disolución de las formas de dominación social asociadas al patronazgo, impulsados por el proceso de modernización agraria posterior a la “crisis finisecular”, dieron paso al surgimiento de frecuentes conflictos protagonizados por la población rural sometida a una dinámica de proletarización. Amplios sectores del campesinado en vías de “asalarización” 11 se vieron de esta manera inmersos en periódicas disputas laborales con la nueva burguesía agraria, progresivamente instalada sobre determinadas especializaciones de cultivos altamente rentables y comercializados12. Esto último tuvo lugar con especial incidencia en extensas regiones del sur y el sudeste, así como en aquellas otras del Macizo Central y sus rebordes más orientales13. En el plano de las luchas políticas, fue en los comienzos del siglo XX cuando todos estos cambios condujeron al apoyo mayoritario de la población rural en vías de asalarización, o castigada por las estrategias empresariales de maximización del beneficio, a las propuestas políticas del radicalismo, del asociacionismo de inspiración anarquista o del socialismo14. De alguna manera, la polarización social emergente en el seno de las comunidades rurales como consecuencia de los efectos negativos de la crisis agraria finisecular, así como la progresiva fragmentación de la pretérita unidad hasta entonces existente entre los diferentes colectivos de la población

9 Acerca del compromiso de los radicales con los intereses rurales y campesinos véase Pierre Lévêque, Histoire des forces politiques en France, 1880-1940, París, Armand Colin, 1994, pp. 76-94. Véase también Serge Berstein, Histoire du Parti radical, Paris, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1988. 10 Cf. Pierre Barral, “L´agrarisme français: associations et politiques”, en Pasquale Villani (ed.), Trasformazioni delle società rurali nei paesi dell´Europa occidentale e mediterranea (secolo XIX-XX). Bilancio degli studi e prospettive di ricerca, Napoli, Guida editori, 1986, pp. 105-126 y Pierre Barral, Les Agrariens français de Méline a Pisani, Paris, Armand Colin, 1968. Consúltese asimismo M. C. Cleary, “Priest, Squire and Peasant: the Development of Agricultural Syndicates in South-West France 1900-14”, en European History Quarterly, 17, 2, (1987), pp. 145-163, y del mismo autor: Peasants, politicians, and producers: the organisation of agriculture in France since 1918, Cambridge, New York, Cambridge University Press, 1989; Pierre Lévêque, Histoire des forces politiques…, op. cit. El papel desempeñado por el asociacionismo rural católico sobre algunas regiones de Francia con una fuerte presencia de pequeños propietarios o arrendatarios en la integración política del campesinado dentro del proceso de construcción nacional puede verse en Caroline C. Ford, Creating the Nation in Provincial France. Religion and Political Identity in Brittany, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1993. 11 El término ha sido últimamente empleado con frecuencia en la historiografía sobre el desarrollo agrícola andaluz y español. Alude al proceso histórico de pérdida del campesinado de sus tradicionales medios de subsistencia provocada por la privatización de espacios agrarios de anterior aprovechamiento común o por la dificultad creciente para acceder, en arrendamiento o aparcería, al cultivo de la tierra. La exclusión del campesinado de sus tradicionales vías de acceso a los bienes y recursos agrarios condicionaría su exclusiva dependencia del salario, o “asalarización”, para garantizar su supervivencia. Cf. Manuel González de Molina, "Nuevas hipótesis sobre el campesinado y la Revolución Liberal en los campos de Andalucía", en Eduardo Sevilla Guzmán y Manuel González de Molina (eds.), Ecología, campesinado e Historia, Madrid, La Piqueta, 1993, pp. 267-308. Cf. Manuel González de Molina y Miguel Gómez Oliver (coords.), Historia contemporánea de Andalucía. Nuevos contenidos para su estudio, Granada, Junta de Andalucía, 2000. 12 Cf. Laura L. Frader, Peasants and Protest. Agricultural Workers, Politics and Unions in the Aude, 1850-1914, Berkeley, Los Ángeles, University of California Press, 1991 y Philippe Gratton, Les paysans français contre l´agrarisme, Paris, François Maspero, 1972. 13 El asociacionismo campesino surgido entre los métayers del Bourbonnais o los résiniers de las Landas, y los conflictos sostenidos contra una emergente burguesía que comenzaba a implantar prácticas de explotación del trabajo y la mano de obra plenamente capitalistas pueden seguirse en Philippe Gratton, Les luttes de classes dans les campagnes, París, Éditions Anthropos, 1971, pp. 116 y ss.; y pp. 255 y ss. 14 Al respecto véase Leo A. Loubère, Radicalism in Mediterranean France, 1848-1914, Albany, State University of New York Press, 1974.

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activa agraria, dio paso al surgimiento de movimientos huelguísticos y a la proliferación de sindicatos agrícolas antipatronales en numerosas regiones agrarias de Francia15. Las confrontaciones surgidas en el seno de la sociedad rural francesa durante las décadas finales del siglo XIX y las iniciales del XX, así como la inevitable disolución de las relaciones clientelares y de patronazgo derivada de la fuerte penetración de las relaciones capitalistas de producción, no sólo propiciaron el auge del sindicalismo revolucionario, o socialista y antipatronal, en determinadas comarcas del centro y el sudeste de Francia. Sino que igualmente contribuyeron a la expansión organizativa y al éxito electoral del socialismo reformista16. Los orígenes de la aproximación de los socialistas a la comprensión de las necesidades sentidas por la población agraria se remontan a las décadas finales del siglo XIX. Es más, podría afirmarse que durante el periodo que discurrió entre 1880 y el final de la Gran Guerra, en que se iniciaría una nueva etapa en las relaciones entre el socialismo y el campesinado francés, numerosas organizaciones políticas y sindicales de la izquierda se verían progresivamente abocadas hacia una sensibilización ante la problemática agraria. Y tratarían de extender su influencia entre la multitud de trabajadores agrícolas, pequeños propietarios y arrendatarios rústicos dispersos en multitud de comarcas predominantemente rurales. Los guesdistas del Parti Ouvrier Français (POF), quienes se autoproclamaban marxistas, habían aprobado en 1880 algunas declaraciones programáticas en las que se mostraban partidarios de la apropiación colectiva de la tierra y del subsuelo, así como de los instrumentos de trabajo agrícola. No obstante, desde 1882, a través de las resoluciones adoptadas en el congreso celebrado ese mismo año en Roanne, establecieron que “... el poder revolucionario central expropiará a los propietarios que no cultiven directamente la tierra”. Tal precisión fue incluida en el programa general del POF hecho público en 1883, en el que manifiestamente se exponía la defensa de la pequeña propiedad campesina. Esta adhesión de los marxistas franceses a los intereses específicos del campesinado quedó corroborada cuando en el congreso celebrado por el POF en Roubaix, el año 1884, se acordaron medidas concretas en defensa de los pequeños cultivadores. Entre otras exigencias formuladas ante los poderes estatales se aprobaron las siguientes: anulación de las deudas no hipotecarias, reducción en un 50 por cien de las deudas hipotecarias, supresión del impuesto territorial, distribución gratuita de semillas y fertilizantes químicos, y un largo etcétera. La oleada de huelgas desencadenada por los leñadores en 1891, que se extendió ampliamente por numerosos departamentos del centro y el centro-oeste tales como Yonne, Nièvre, Cher, Allier y Loir-et-Cher, reafirmó el interés de los socialistas del POF por la cuestión campesina. En su congreso de Marsella, celebrado en 1892, elaboraron un ambicioso programa agrario. Que se convertiría en arquetípico de las concepciones del socialismo francés en torno al campesinado, y su específica problemática en el seno de una economía crecientemente capitalista. Entre las principales conclusiones reflejadas en el programa agrario mencionado, cabe destacar las que a continuación mencionamos17. Con respecto a los obreros agrícolas y asalariados del campo, se exigía el establecimiento de un salario mínimo fijado por los sindicatos y los consejos municipales, y la creación de magistraturas que habrían de entender de los conflictos surgidos en las relaciones laborales rurales. Amén de la preceptiva concesión de superficies de tradicional 15 Un modelo de sindicalismo estrechamente vinculado a la “Confédération générale du travail” (CGT), y que, por tanto, asumió la doctrina del sindicalismo revolucionario, sería el encarnado por la “Fédération des travailleurs agricoles du Midi” (FTAM). Cf. George Duby y Alfred Wallon (eds.), Histoire de la France rurale, (4 vols.), París, Éditions du Seuil, 1976, pp. 526-529. Véase asimismo L. L. Frader, Peasants and Protest..., op. cit. 16 Cf. Leo A. Loubère, Radicalism in Mediterranean France…, op. cit. y Laura L. Frader, Peasants and Protest…, op. cit. 17 Cf. Philippe Gratton, Les paysans français contre…, op. cit. Véase asimismo Parti Ouvrier Français, Programme agricole du Parti Ouvrier Français (editado por Paul Lafargue). Lille, [1894?].

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aprovechamiento comunal, o de titularidad estatal, a familias campesinas sin tierra a cambio del pago de una renta, y la creación de una “caja de reparación” en beneficio de los campesinos pobres, financiada con un impuesto especial sobre las ganancias obtenidas por los grandes propietarios rústicos. Con respecto a los arrendatarios y aparceros, se proponía la reducción, llevada a cabo por comisiones de arbitraje, de la cuantía de las rentas estipuladas en los contratos de arrendamiento. Finalmente, con respecto al conjunto de pequeños propietarios agrícolas, se sugería que se impusiese a las “communes” (municipios) la prohibición de enajenar o privatizar los territorios sometidos a un tradicional aprovechamiento vecinal, así como la obligación por parte de aquéllas de destinar parte del excedente de sus presupuestos para engrosar y acrecentar la propiedad comunal. También se reclamaba la adquisición, por parte de los municipios, de maquinaria agrícola, para su puesta a disposición al servicio de los cultivadores a cambio de su precio de costo, la creación de asociaciones de pequeños cultivadores empeñadas en la compra de abonos químicos y, en fin, la impartición de cursos gratuitos de agronomía y de experimentación en las nuevas técnicas de cultivo entre los modestos propietarios rústicos. Desde una diferente aproximación estratégica, se puede decir que el balance extraído de los intentos de la Confédération générale du travail (CGT) por atraerse el apoyo de la mayoría del proletariado rural y los asalariados agrícolas, resultó más bien desesperanzador, cuando no abiertamente negativo. Desde 1902, durante la celebración del congreso “cegetista” que aquel año tuvo lugar en Montpellier, algunos dirigentes del sindicalismo revolucionario y numerosos representantes de las federaciones agrarias, o de las poderosas “bourses du travail” que operaban en los ámbitos predominantemente rurales, expusieron la necesidad de elaborar una estrategia de aproximación al campesinado francés. Sus propuestas surtieron efecto, pero el fuerte compromiso del sindicalismo revolucionario galo con la futura colectivización de los medios de producción, incluyendo la tierra, supuso en todo momento un serio obstáculo que dificultó una fluida comunicación entre el campesinado familiar y la organización “cegetista”. De alguna manera esto último influyó para que, desde 1913 en adelante, la débil presencia del sindicalismo revolucionario de la CGT entre el campesinado francés tocase a su fin. En beneficio, ahora, del nuevo impulso experimentado por la expansión electoral del socialismo tibiamente pro-campesino y reformista de la Section française de l´Internationale ouvrière (SFIO)18. La SFIO, aparecida en 1905, recogió el caudal de interpretaciones en torno al problema agrario francés desplegado por los marxistas y los guesdistas desde la década de los ochenta del siglo XIX. Durante la celebración del congreso de Limoges, el año 1906, en el que se produjo la reunificación de las distintas organizaciones y ramificaciones del socialismo francés previamente dispersas, numerosas federaciones rurales solicitaron insistentemente la discusión de un programa agrario en una futura convención del partido. Asumiendo de esta manera el carácter crucial revestido por la problemática que afectaba a extensos colectivos de asalariados agrícolas y pequeños propietarios, arrendatarios o aparceros en el seno de las principales disputas que se entrelazaban en el sobrecargado ámbito de la política nacional. En atención a esta creciente sensibilidad ante la cuestión agraria suscitada entre un considerable número de secciones rurales, el congreso celebrado en Toulouse en 1907 acordó el nombramiento de una comisión encargada de recopilar la información y las propuestas enviadas desde las diferentes federaciones. Responsabilizando a su vez a Compère-Morel en todo lo referido a la redacción final de un informe que debería discutirse en el próximo congreso del partido, a celebrar en Saint-Étienne el año 1909. En el transcurso de este último evento, la SFIO abordó de manera monográfica la cuestión campesina, propiciando de nuevo 18 Cf. Barbara Mitchell, “French Syndicalism: an Experiment in Practical Anarchism”, en Marcel v. d. Linden y Wayne Thorpe, Revolutionary Syndicalism. An International Perspective, Aldershot y Brookfield, Scholar Press, Gower Publishing, 1990, pp. 25-43, pp. 30-32.

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un debate en profundidad sobre la estrategia a seguir de cara a su aproximación al campesinado de los pequeños propietarios y cultivadores agrícolas. Sustancialmente, las posiciones teóricas defendidas durante las discusiones que rodearon la aprobación de una específica resolución en torno a los problemas que afectaban al campesinado de los pequeños propietarios o arrendatarios, no diferían de aquellas otras aprobadas por el POF a lo largo de las sucesivas reuniones congresuales que esta última formación política celebró en el transcurso de los años 80 y 90 del siglo XIX. En una línea de argumentación casi idéntica a la emanada de aquéllas primeras convenciones del socialismo marxista, durante el mencionado congreso de Saint-Étienne se dibujó un panorama menos fatalista en la evolución de la estructura de la propiedad de la tierra, aún cuando aún perdurase la convicción en torno a la inevitable concentración de la propiedad agraria como efecto inseparable de la expansión del capitalismo y la ineludible mercantilización del sector primario. En suma, pues, durante la reunión congresual de Saint-Étienne, la SFIO se volvió a mostrar partidaria de la defensa de los pequeños cultivadores directos y del campesinado francés en su conjunto, entendiendo que todos ellos formaban parte de los sectores sociales populares y de la población trabajadora. Al tiempo que defendió, por vía de las profundas convicciones expresadas por Compère-Morel, la específica senda del fomento del cooperativismo entre el campesinado francés de los pequeños propietarios agrícolas, entendido como la fórmula idónea para hacer frente a las poderosas corrientes del capitalismo agrario, y sus irrefrenables efectos en lo concerniente a la supuestamente impostergable concentración de la propiedad de la tierra19. Esta creciente receptividad mostrada por los socialistas franceses con respecto a los problemas que afectaban a los pequeños propietarios agrícolas, en una crítica etapa en la que el sector agrario estaba sometido a profundas convulsiones de carácter transformador, se tradujo en los notables progresos electorales que la SFIO comenzó a disfrutar en numerosos distritos mayoritariamente rurales y campesinos desde los inicios del siglo XX. En algunos departamentos del centro y de la región nororiental –como los de Cher, Nièvre, Lot-et-Garonne, Isère, Aube o Haute-Vienne–, o en algunas extensas comarcas de especialización vitivinícola del Midi –departamentos de Aude, Hérault y Pyrénées-Orientales–, en los que, desde las décadas finales del siglo XIX y los años iniciales del XX, habían tenido lugar importantes movimientos de protesta campesina en respuesta al deterioro generalizado de sus condiciones de vida motivado por los efectos depresivos de la crisis agraria finisecular, se registró incluso un acusado trasvase de apoyos electorales desde el radicalismo y el republicanismo hacia el pujante socialismo reformista20. Tras las convulsiones de la Gran Guerra, los socialistas de la SFIO abordaron la cuestión agraria de la Francia del periodo de entreguerras de manera parecida a como lo hicieron los comunistas21, aún cuando desistieron del convencimiento en torno al final irreme-diable de la pequeña explotación campesina. Puede decirse que incluso abandonaron en la práctica el análisis marxista sobre la evolución de la agricultura en el seno del capitalismo. Así pues, elaboraron un programa mínimo que se proponía la obtención de objetivos

19 Cf. J. P. Houssel (dir.), Histoire des Paysans Français. Du XVIIIe siècle à nos jours, Roanne, Éditions Horvath, 1976, pp. 360 y ss. . 20 Cf. Leo A. Loubère, Radicalism in Mediterranean France…, op. cit. ; véase asimismo, P. Houssel (dir.), Histoire des Paysans…, op. cit. . 21 Desde los distritos electorales predominantemente rurales, los militantes comunistas, enfrentándose en ocasiones a la rigidez doctrinal y los planteamientos ideológicos mayoritariamente obreristas defendidos por la dirección nacional, irían esbozando un programa agrario con acusados rasgos pro-campesinos. Y lo harían mediante una reinterpretación de la rica tradición ideológica del marxismo francés, considerando la pequeña explotación rústica como el instrumento de trabajo esencial del campesinado de modestos propietarios o arrendatarios, cuya preservación se tornaba indispensable para mantenerlos alejados de la omnipresente dominación capitalista. Cf. Philippe Gratton, Les paysans français…, op. cit. y Laird Boswell, Rural communism…, op cit.

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precisos y concretos con los que fortalecer la posición económica y social de los más humildes propietarios y arrendatarios rústicos. Y que reclamaba la promoción de cooperativas, sociedades de socorro mutuo, e instituciones de enseñanza y perfeccionamiento agrarios. Inmersos, al igual que los comunistas, en la trágica experiencia de la guerra, los socialistas comenzaron a verse influidos por los discursos ideológicos del agrarismo, cargados de connotaciones exaltadoras de las supuestas virtudes del campesinado. Esta poderosa corriente interpretativa, que contaminó a la mayor parte de las organizaciones políticas del amplio espectro ideológico de la Francia de entreguerras, caló igualmente entre los nuevos cuadros dirigentes de la SFIO22. Así pues, el interés de los socialistas franceses por atraerse el apoyo electoral del campesinado de pequeños propietarios, arrendatarios o aparceros, se vio acrecentado en el nuevo marco político fraguado tras la conclusión de la Gran Guerra. Pero de manera significativa cuando tras la promulgación de la ley electoral de 21 de julio de 1927 fue restablecido el sistema de distritos uninominales mayoritarios a doble vuelta –scrutin d´arrondissement–23. Tal procedimiento, convertía en un elemento decisivo para alzarse con el triunfo en cada circunscripción al extremo cuidado en la designación de los candidatos. Unido, esto último, a la contemplación esmerada y atenta de los asuntos locales y su específica problemática en la elaboración de los discursos propagandísticos. Todas estas circunstancias provocaron, en cierto modo, una modificación en las estrategias electorales de la SFIO socialista. Que desde entonces se volvió mucho más escrupulosa en la presentación de candidatos auténticamente comprometidos con los intereses agrarios en aquellos distritos electorales mayoritariamente rurales, o con una fuerte presencia numérica y proporcional de componentes del campesinado familiar. En alguna medida, este sutil viraje en las tácticas propagandísticas empleadas en el seno de las circunscripciones preponderantemente rurales, reportó a los socialistas franceses unos indiscutidos beneficios electorales. Así lo probaba al menos el hecho de que, si bien en las elecciones del año 1919, y sobre un total de trece departamentos en los que la SFIO alcanzó el 30 por cien o más de los sufragios, en tan sólo cuatro de ellos el porcentaje de población activa agraria fuese superior a la media nacional, tal situación experimentase una profunda evolución durante la celebración de los comicios de 1928. El escrutinio arrojado en la consulta celebrada este último año, otorgaba ahora a los socialistas porcentajes de apoyo electoral superiores al 30 por cien en quince departamentos, de los cuales ocho reunían una proporción de población activa agraria muy por encima de la media nacional24. Esta constante asimilación, por parte de los socialistas franceses –junto con los comunistas25–, de las inquietudes y esperanzas que palpitaban entre amplios segmentos intermedios del campesinado de pequeños propietarios y sencillos labradores, permitieron que 22 Cf. Edouard Lynch, Moissons Rouges..., op. cit, pp. 120-128 y del mismo autor: “Le Parti socialiste et la paysannerie dans l´Entre-deux-guerres: pour une histoire des doctrines agraires et de l´action politique au village”, en Ruralia, 3, (1998). 23 Cf. Jean Paul Charnay, Les scrutins politiques en France de 1815 à 1962, Paris, Librairie Armand Colin, 1964, pp. 112 y ss. 24 Cf. Edouard Lynch, Moissons Rouges…, op. cit., pp. 148-153. 25 Desde los comienzos de la década de los veinte, los comunistas y su declarada política a favor del mantenimiento de la pequeña propiedad agraria y la protección de los intereses del campesinado más modesto, lograron éxitos electorales más que apreciables. Sobre todo en aquellos departamentos inscritos en la región central, tales como Cher (26 por cien del voto), Corrèze (20,6 por cien), y en menor medida en los de Allier, Nièvre y Dordogne. Asimismo, el voto campesino a los comunistas registrado en 1928 mantendría parecidos niveles a los ya logrados en los comicios precedentes de 1924, pues en las elecciones del primer año mencionado el departamento de Cher reportaría el porcentaje de voto comunista más elevado de todo el país –31,2 por cien–. Las significativas ganancias electorales alcanzadas por los comunistas en 1936 fueron posibles, en una medida muy alta, gracias al apoyo obtenido en los departamentos cuya población activa era mayoritariamente rural o campesina. En concreto, de un total de 15 departamentos en los que en 1936 el PCF obtuvo más del 20 por cien de los sufragios emitidos, en ocho de ellos –Lot-et-Garonne, Dordogne, Corréze, Cher, Allier, Gard, Vaucluse y Pyrénées Orientales– la mayor parte de la población activa estaba ocupada en el sector agrícola. Al respecto véase Laird Boswell, Rural communism…, op. cit.

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la SFIO experimentase un acusado desplazamiento, a lo largo del decisivo periodo de entreguerras, hacia su conversión en una formación política ampliamente representativa de los intereses de la Francia provincial26. Pese a todo lo anterior, tras la conclusión de la Gran Guerra los enormes progresos experimentados en la agricultura francesa mediante la introducción de innovaciones tecnológicas, la especialización de cultivos, la generalización en el uso de fertilizantes químicos o la intensificación de su vocación mercantil, acentuaron las tensiones sociales en el seno de los intereses agrarios. Pues fueron aquellos mismos los que, de una manera creciente, se enfrentaron en un agudo debate nacional a los de la gran industria fuertemente competitiva, racionalizada y organizada bajo criterios corporativistas y neo-capitalistas. Una profunda controversia galvanizó, pues, al conjunto de la sociedad francesa de los años veinte y treinta del pasado siglo. Y estuvo centrada primordialmente en determinar si la orientación preferente de la economía del país debería beneficiar a los intereses de la gran industria tecnificada y exportadora o, por el contrario, a aquellos otros de un sector agrícola con visibles dificultades para competir con las más avanzadas agriculturas del norte de Europa o de los Estados Unidos. Sus resultados polarizaron a la opinión pública, pero sobre todo afectaron profundamente a la formulación de los discursos políticos del sindicalismo agrarista, conservador y crecientemente corporativista en aquel momento predominante. Los efectos deflacionarios acontecidos con la llegada de la crisis internacional de fines de la década de los veinte y los comienzos de la década de los treinta, profundizaron aún más las tensiones entre agricultura e industria. Pero ante todo ahondaron las fisuras ya existentes entre las distintas fracciones de las burguesías y las elites políticas liberales. El sindicalismo profesional agrario francés de la Union centrale des syndicats agricoles –denominado, a partir de 1934, Union nationale des syndicats agricoles (UNSA) – evolucionó con gran rapidez durante el periodo últimamente mencionado. Y lo hizo a medida que se consolidaba el capitalismo agrario y se afianzaban las relaciones entre agricultura, industria y mercados urbanos en constante crecimiento. En síntesis, puede afirmarse que giró hacia el sostenimiento de posturas corporativistas y antidemocráticas, con las que pretendía una sustitución integral de las prácticas políticas tradicionales del parlamentarismo liberal y un profundo relevo de sus denostadas elites dirigentes. Pero de igual manera procuró la postergación y el abandono de las políticas pactadas de incentivación del crecimiento industrial y de la capacidad competitiva de la industria nacional. Como alternativa a todo ello, tal sindicalismo patronal, católico y corporativista, reclamaba una decidida presencia de los intereses agrarios en un nuevo Estado pretendidamente antidemocrático y autoritario. Hasta el extremo de exigir la constitución de un modelo alternativo de ordenación estatal corporativo y fuertemente centralizado, donde los intereses agrarios estuviesen firmemente representados y desde el que se pusiese fin de una manera contundente –si fuese preciso mediante el empleo de la violencia– a las organizaciones sindicales de izquierda que agrupaban a los jornaleros o a los campesinos más pobres. Tales propuestas emanaron del Parti Agraire desde su constitución verificada el año 1928, o desde las formaciones de Défense paysanne rápidamente extendidas durante los años centrales de la década de los treinta. Y todas ellas fueron ardorosamente defendidas por el Front Paysan que desde 1934 vinculaba la UNSA de Le Roy Ladurie a las organizaciones mencionadas27. No obstante la aparente unanimidad en torno a una estrategia unitaria de defensa corporativa de los intereses agrarios frente al Estado que, al menos supuestamente, revistió los primeros pasos del Front Paysan, pronto mostró visibles signos de

26 Cf. T. R. Judt, “Class Composition and Social Structure of Socialist Parties after the Frist World War: France´s Case”, en Enzo Collotti (ed.), Annali: L´internazionale Operaia e Socialista tra le due guerre, Fondazione Giangiacomo Feltrinelli, 1985, pp. 279-311, vid. especialmente las pp. 296-299. 27 Consúltese Robert O. Paxton, Le temps des chemises vertes..., op. cit. y del mismo autor: French peasant fascism…, op cit. También puede verse Kevin Passmore, From Liberalism to Fascism..., op. cit.

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resquebrajamiento. Muy probablemente motivados por el afloramiento de rencillas personales y desacuerdos ideológicos de mayor calado. En 1935, Henri Dorgères, respaldado por algunos otros líderes del sindicalismo conservador, se mostró contrario a la propuesta del Parti Agraire en torno a la constitución de un único órgano de representación política de los intereses campesinos y agrarios. Incluso el mismo Parti Agraire manifestó su recelo a la incorporación de las propuestas de organización corporativa del Estado que se habían erigido en el principal eje vertebrador de la poderosa Union nationale des syndicats agricoles liderada por Le Roy Ladurie. Hacia fines del año 1935, el sueño de la unidad campesina en torno a los principios del antiparlamentarismo encarnado en el Front Paysan prácticamente podría considerarse extinguido28. Si bien el respaldo otorgado por el campesinado intermedio de pequeños y modestos propietarios o arrendatarios a las propuestas antidemocráticas y rupturistas de la ultraderechista Défense paysanne siempre se reveló declaradamente minoritario29. Por el contrario, la incorporación por parte de los socialistas integrados en los gobiernos del Frente Popular de un programa agrario que satisfacía ampliamente los deseos de intervención estatal sobre el mercado de productos agrícolas, permitió desde 1936 el esbozo de una transitoria colaboración entre el Estado y una gran parte del campesinado familiar en defensa de la estabilidad del Parlamentarismo liberal. Gracias a las intervenciones del Frente Popular en materia de regulación del mercado de productos agrícolas, se pudieron lograr cotizaciones verdaderamente remuneradoras para los excedentes comercializados de determinadas especializaciones productivas30 (véase el cuadro 2).

Cuadro 2. Producción, comercio a y precios medios del trigo. Francia, 1925-1938.

Año Producción Importaciones b Exportaciones Precio

(En Francos por Qm.) (En millones de Tms.) 1925-28 c

1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935 1936 1937 1938

7,6 9,2 6,2 7,2 9,1 9,9 9,2 7,8 6,9 7,0 9,8

1,3 1,4 1,1 2,4 1,8 0,5 0,5 0,5 0,4 0,3 0,4

0,2 0,1 0,9 0,6 0,2 0,2 0,5 0,9 0,4 0,1 0,1

153 135 152 153 117 106 118 75

156 189 208

a Incluye el equivalente en grano del comercio de harina. b Parcialmente desde Argelia. c Promedio anual. Fuente: Statistique Agricole Annuelle, Années 1925-1938, y Michael Tracy, Agriculture in Western Europe. Crisis and adaptation since 1880, Londres, Jonathan Cape, The Trinity Press, 1964. Elaboración propia. Y especialmente los de aquéllas que se habían visto severamente afectadas por la crisis agraria de comienzos de los años treinta. A esto último debemos añadir la preponderancia de planteamientos teóricos y la adopción de comportamientos tácticos de defensa de los intereses campesinos –tanto de los más humildes propietarios como de los pequeños arrendatarios y

28 Cf. Gordon Wright, Rural Revolution in France. The Peasantry in the Twentieth Century, Stanford, Stanford University Press, 1964, pp. 52-53. 29 Hacia 1935, la “Défense Paysanne” “dorgèrista” declaraba agrupar a unos 35.000 adherentes. Cf. Robert O. Paxton, Le temps des chemises vertes…, op. cit., pp. 203-204. 30 Cf. République Française, Ministère de l’Agriculture (1925-1938), Statistique Agricole Annuelle; Michael Tracy, Agriculture in Western Europe. Crisis and adaptation since 1880, Londres, Jonathan Cape, The Trinity Press, 1964; Pierre Barral, Les Agrariens français…, op. cit. p. 246 y M. C. Cleary, Peasants, politicians, and producers…, op. cit., pp. 85-87.

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aparceros– en el seno de la mayoría de las formaciones partidistas de la izquierda marxista31. Así como la manifiesta debilidad de las expresiones de conflictividad rural protagonizadas por el tenue estrato de los asalariados agrícolas, casi únicamente circunscritas a los esporádicos episodios huelguísticos de los periodos 1903-1907, 1919-1921 y 1936. Sólo de esta forma podremos comprender aún mejor cómo alcanzaron un éxito suficiente los intentos por apartar al conjunto mayoritario del campesinado francés de una más que probable identificación con los postulados corporativistas, ultranacionalistas y antiparlamentarios sostenidos por el grueso de las fuerzas “agraristas” del sindicalismo rural predominante32. Aún cuando todo lo anterior constituye una prueba incontrovertible del decisivo papel jugado por el campesinado intermedio de pequeños propietarios o arrendatarios en la solución a la crisis padecida por el parlamentarismo en Francia durante el periodo de entreguerras. 3. La Alemania de Weimar: la indiferencia socialdemócrata hacia el campesinado familiar y el triunfo de la tentación fascista. En la Alemania de Weimar, tras la finalización de la Gran Guerra se produjo la súbita irrupción en el escenario de las luchas políticas de poderosas organizaciones de izquierda que agrupaban a un extenso conjunto de las clases trabajadoras urbanas e industriales. Tal fenómeno condujo hacia una situación altamente inestable, e incluso abiertamente prerrevolucionaria. El temor suscitado por el riesgo de una transformación radical del sistema capitalista y del Estado liberal sumido en una profunda crisis, unió transitoriamente, una vez más, al campesinado de los pequeños y modestos propietarios con la burguesía agraria de las regiones situadas al este del Elba33. Ambos grupos confluían en su temor a una posible colectivización de la tierra, aún cuando el campesinado se hallase asimismo profundamente molesto por las políticas de fuerte intervencionismo sobre los mercados agrícolas y de regulación de los precios (Zwangswirtschaft) aplicadas por los socialdemócratas. Y orientadas a garantizar el abastecimiento alimentario a bajo precio de la población industrial urbana34. Sin embargo, el progresivo deterioro de las economías campesinas a lo largo de la década de los veinte pronto puso fin a este fugaz “idilio”.

31 Por lo que respecta al sindicalismo rural impulsado por la SFIO socialista, no fue sino hasta 1933 cuando se fundó en Limoges la “Confédération nationale paysanne” (CNP), que agrupaba a diversas federaciones de sindicatos agrícolas, surgidas durante los primeros años de la crisis económica de fines de la década de los veinte en territorios y regiones con cierta tradición socialista entre el campesinado tales como la Garonnaise (Midi-Pyrénées). El programa del sindicato campesino socialista recogía las interpretaciones reformistas, y en defensa de los pequeños propietarios agrícolas, que habían sido elaboradas y defendidas por los guesdistas y la propia SFIO desde las postrimerías del ochocientos o a lo largo de los primeros años del siglo XX. Entre sus principales aspiraciones figuraban la moratoria en el pago de las deudas contraídas por los pequeños propietarios y arrendatarios, el aumento de los precios de los productos agrícolas, la creación de una “Oficina nacional del trigo”, seguro obligatorio contra accidentes para obreros agrícolas, pequeños propietarios, arrendatarios y aparceros, expropiación de tierras incultas, etcétera. Consúltese Edouard Lynch, “Le Parti socialiste et la paysannerie…”, op. cit.; Laird Boswell, Rural communism…, op. cit.; Edouard Lynch, Moissons Rouges…, op. cit.; Philippe Gratton, Les paysans français contre…, op. cit. Véase asimismo Parti Ouvrier Français (1894?), Programme agricole du Parti Ouvrier Français (editado por Paul Lafargue). Lille, [1894?]. 32 Cf. Jacques Kergoat, La France du Front Populaire, Paris, Éditions La Découverte, 1986; cf. asimismo Julian Jackson, The Popular Front in France defending democracy, 1934-1938, Cambridge, Cambridge University Press, 1988. Un análisis de las políticas pro-campesinas del socialismo y el comunismo francés en Laird Boswell, Rural communism…, op. cit. y Philippe Gratton, Les paysans français…, op. cit. 33 Cf. David Abraham, The Collapse of the Weimar Republic. Political Economy and Crisis, Princeton, Princeton University Press, 1981. 34 Cf. Robert G. Moeller, “Economic Dimensions of Peasant Protest in the Transition from Kaiserreich to Weimar”, en Robert G. Moeller (ed.), Peasants and lords in modern Germany: recent studies in agricultural history, Boston, Allen and Unwin, 1986, pp. 140-167.

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En efecto, una profunda desazón suscitada por las políticas de control de la producción agraria, la exacción de los excedentes productivos y la fijación de férreos controles a la exportación implementadas en la inmediata posguerra, prendió entre amplias capas de campesinos y granjeros –católicos o protestantes– de las regiones meridionales y suroccidentales de Alemania –Baviera, Hesse, Renania y Palatinado–. Y de manera especial en aquellos territorios en los que predominaba una estructura de la propiedad de la tierra donde las pequeñas explotaciones situadas entre las 5 y las 20 hectáreas ocupaban la mayor proporción de la superficie cultivada. En los denominados ámbitos geográficos, prevalecía una agricultura profundamente asociada a la especialización agro-ganadera. A la vez que sustentada en el cultivo de cereales-pienso para los animales de labor y en el aprovechamiento intensivo del ganado vacuno vinculado a la industria alimentaria de elaboración de productos lácteos o cárnicos. La frustración sentida por los campesinos de los mencionados ámbitos rurales ante la escasa efectividad de sus tradicionales ligas de intereses –Rheinischer Bauernverein, Bayerischer Christlicher Bauernverein y Bauernvereine– en el cumplimiento de sus más reiteradas demandas, condujo hacia la formalización de un extenso movimiento de protesta. Que posteriormente cristalizaría, o bien en el reforzamiento del Reichslandbund35, y su consiguiente incursión en amplias zonas con una fuerte presencia del campesinado católico, o bien en el surgimiento de nuevas fórmulas de asociacionismo campesino absolutamente inéditas hasta aquel entonces36. El temor al avance del socialismo, o el profundo rechazo a la política de controles sobre la agricultura, especialmente agudo en la Renania prusiana, patrocinó la creación, en marzo de 1919, de la organización denominada Freie Bauernschaft (Campesinado Libre). Desde su fundación, el Campesinado Libre pretendió convertirse en un inédito ensayo de corporativismo agrario, que hiciese posible la adopción, desde los ámbitos del asociacionismo campesino, de los modelos del sindicalismo de los trabajadores industriales urbanos. Persiguiendo la finalidad primordial de hacer prevalecer en el mundo rural los intereses de los productores y los cultivadores frente a las exigencias de los consumidores. En todo momento, el Campesinado Libre abogó por una estructura organizativa absolutamente independiente de los partidos políticos existentes, al tiempo que manifestó de una manera reiterada un profundo sentimiento antisocialista37. En medio de esta tensa situación, que rodeó a los principales protagonistas de la producción agraria durante los años inmediatamente posteriores al conflicto mundial, tuvo lugar la emergencia del sindicalismo agrario de carácter socialista y tradeunionista, encarnado en la Unión Alemana de Obreros Agrícolas (Deutscher Landarbeiterverband –DLV)38. El sindicato agrícola socialista lograría agrupar en sus filas, durante la agitada coyuntura de la inmediata posguerra, a un extenso colectivo de jornaleros y asalariados del campo en torno a las filas de la socialdemocracia alemana y los instrumentos de resistencia sindical adheridos al SPD. Sus orígenes han de remontarse hasta el año 1908, cuando la promulgación de la Ley de Asociación del Reich decretó la libertad de sindicación entre los trabajadores agrícolas –sin que esto último significase la completa erradicación de las restricciones legales al ejercicio de la huelga–. Pese a esto último, no fue sino hasta un año después cuando las uniones independientes de asalariados, en conexión con el Partido Socialdemócrata (SPD) acabarían constituyendo la primera organización de trabajadores agrícolas y forestales. Fue esta última agrupación sindical la que, desde 1913, adoptase la denominación oficial de Unión Alemana 35 El Bund se reorganizó en 1921, cuando el 1 de diciembre de ese mismo año se produjo la fusión entre la antigua Liga Agraria (Der Bund der Landwirte) y la recientemente creada Liga Rural Alemana (Deutscher Landbund). Desde entonces pasó a denominarse Reichslandbund. 36 Cf. Jonathan Osmond, Rural protest in the Weimar Republic. The free peasantry in the Rhineland and Bavaria, Nueva York, St. Martin´s Press, 1993, pp. 30-41. 37 Cf. Jonathan Osmond, Rural protest in the Weimar…, op. cit., pp. 31 y ss. . 38 Cf. Frieda Wunderlich, Farm Labor in Germany 1810-1945. Its historical development within the framework of agricultural and social policy, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1961, pp. 77 y ss.

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de Obreros Agrícolas (DLV según sus siglas en alemán). Desde muy pronto, la DLV se integraría en la federación socialdemócrata de sindicatos libres, pasando a engrosar la densa red de uniones sindicales que encuadraban a un amplio espectro de la clase obrera alemana. La nueva situación de permisividad gubernamental con respecto al asociacionismo de los trabajadores agrícolas y los pequeños cultivadores, instaurada desde 1908 en adelante, hizo posible asimismo la constitución, el año 1912, de un sindicato católico de trabajadores agrícolas, forestales y vitícolas (Zentralverband der Landarbeiter–ZV). Sus miembros fueron reclutados principalmente entre los obreros vitivinícolas de la región de Renania y los leñadores, resineros y trabajadores forestales de Baviera y el Harz. Esta última asociación sindical, desde muy pronto afiliada a la Federación de Uniones Sindicales Cristianas, agruparía a unos 3.776 miembros en 1913, que se elevarían hasta los casi 7.000 el año 191839. El final de la Gran Guerra trajo consigo la completa abolición de las restricciones legales y jurídicas que aún limitaban la libre actuación de los entonces reconocidos sindicatos de trabajadores agrícolas. Esto último, unido al generalizado clima prerrevolucionario que se expandió por la mayor parte del territorio alemán, y el deterioro permanente de las condiciones de vida en el mundo laboral –tanto en el campo como en los grandes núcleos urbanos industrializados–, posibilitó el súbito incremento en el número de adherentes y afiliados a los sindicatos de trabajadores agrícolas en aquel momento existentes. La mayor parte de las ganancias en la afiliación de los asalariados del campo al sindicalismo de clase, benefició al sindicato agrario socialdemócrata, que pasó de agrupar a unos 8.000 adheridos hacia la etapa final del conflicto, a reunir a nada más y nada menos que 695.695 afiliados durante el año 1920. Sin embargo, a partir de 1924, y una vez superado el periodo de agitación social y descontento generalizado frente a los perniciosos efectos de la hiperinflación de posguerra que tanto perjudicaron las rentas salariales del conjunto de los trabajadores y empleados agrícolas, las cifras de afiliación al sindicato agrario socialdemócrata experimentaron un permanente declive. Hasta el extremo que entre el año últimamente mencionado y el de 1929, la central sindical socialista contabilizó una exigua media de 150.000 adheridos. Cifra esta última escasamente significativa si tenemos en cuenta que, hacia 1925, Alemania contaba con casi 3,3 millones de asalariados agrícolas, y una población total empleada en la agricultura que rondaba los 14,4 millones de activos40. Pese a todo lo anterior, los socialdemócratas impulsaron sucesivas oleadas de protestas laborales en la agricultura durante los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Gran Guerra. Casi todas ellas motivadas por el permanente desfase registrado entre los índices de elevación de los precios de las subsistencias, y aquellos otros correspondientes a los salarios nominales percibidos por la mayoría de los empleados agrícolas41. La nueva situación de tolerancia oficial en lo tocante a la declaración de huelgas laborales, y la exaltación de las pasiones políticas que impregnó el ambiente socio-laboral de la Alemania de posguerra, se convirtieron en decisivos factores que propiciaron el aumento constante de la conflictividad en el campo. Todo ello, unido al deterioro generalizado de las condiciones de vida padecido por miles de trabajadores rurales, fomentó el despegue de una escalada de conflictos laborales en la agricultura que no cesó sino hasta el año 1924. Tras la estabilización del marco, y la contención subsiguiente de los precios, acontecida desde 1924 en adelante, los conflictos huelguísticos en la agricultura alemana comenzaron a decrecer de una manera constante. Aún cuando tal fenómeno deba ser imputado, por encima de todo, al cambio de estrategia adoptado por las principales uniones

39 Cf. Frieda Wunderlich, Farm Labor in Germany…, op. cit., pp. 77 y ss. . 40 Cf. Louise E. Howard, Labour in Agriculture. An international Survey, Londres, Humphrey Milford, Oxford University Press, 1935. 41 Cf. Shelley Baranowski, The sanctity of rural life: Nobility, Protestantism, and Nazism in Weimar Prussia, New York, Oxford University Press, 1995.

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campesinas de signo socialdemócrata que agrupaban a la mayoría de los trabajadores agrícolas sindicados. Desde el año 1918, pero sobre todo tras la elaboración de la Constitución de Weimar y la formalización de las principales instituciones laborales y de regulación de los mercados de trabajo, la República nacida en 1919 puso en marcha todo un complejo proceso legislativo. Este último estuvo orientado a la creación de un sistema de arbitraje laboral tutelado por el Estado, en el que se dispuso la representación democrática de las asociaciones patronales y el concurso de las más significativas uniones sindicales de asalariados y empleados. En consecuencia, mediante decreto de 23 de diciembre de 1918, quedó establecida la obligatoriedad en la suscripción, por escrito, de acuerdos laborales colectivos entre patronos y asalariados. En el ámbito de las relaciones laborales de la agricultura, la aplicación del mencionado decreto, y la posterior legislación que fue alumbrando el nacimiento del Consejo Económico Nacional, los Consejos Obreros y los Tribunales Laborales, posibilitaron el constante incremento del número total de trabajadores agrícolas beneficiados por la suscripción de convenios colectivos concebidos para la regulación de las diversas faenas del campo. Hasta tal punto que si en 1919, tan sólo unos meses después de la promulgación del decreto que ponía en marcha el sistema de convenios colectivos en la agricultura, el número de trabajadores agrícolas afectados por su implantación ascendía a unos 90.577, el año 1931 los asalariados del campo afectados por la negociación colectiva agraria ascendían al impresionante número de 1.715.848, es decir, el 52,11 por cien de la población asalariada agrícola total por entonces contabilizada. Como dijimos, el sindicato agrícola socialdemócrata se fue integrando progresivamente en la práctica de la negociación colectiva de las condiciones de trabajo y la fijación de la cuantía de los salarios. Abandonando, así, la inicial táctica del enfrentamiento huelguístico con la patronal, y adecuando su estrategia sindical al pacto social en defensa de la estabilidad del sistema republicano suscrito por el SPD con las principales formaciones políticas del centro burgués desde el año 1919. En consonancia con todo lo anterior, resulta obligatorio hacer mención del asimismo decisivo cambio de estrategia sindical emprendido por la DLV socialdemócrata a partir del año 1924, y una vez despejadas del horizonte las incertidumbres provocadas por la crisis económica de posguerra y los devastadores efectos de la hiperinflación monetaria del periodo 1920-1923. Así pues, tras la estabilización monetaria acontecida el año 1924, la DLV introdujo sustanciales modificaciones en su normativa estatutaria, y de manera especial en aquellas secciones de su articulado que regulaban el uso de la huelga como instrumento reivindicativo por excelencia. Se insertaron severas restricciones a las atribuciones inicialmente concedidas a los sindicatos locales o regionales para la convocatoria de acciones huelguísticas. Se estableció la obligatoria puesta en conocimiento del comité nacional del sindicato, con cuatro semanas de antelación al menos, de cualquier anuncio de huelga. Al tiempo que se conminó a todos los órganos de dirección a consumar hasta las más remotas posibilidades de suscripción de un compromiso de consenso con la patronal, antes de iniciar un conflicto huelguístico. Por último, se estableció que ninguna huelga podría ser convocada sin el respaldo de, al menos, las tres cuartas partes de los trabajadores agrícolas afectados42. En suma, pues, el sindicalismo agrario de corte socialdemócrata evolucionó muy prontamente hacia la adopción de estrategias conciliadoras, que contribuyeron sobremanera a la súbita disminución del número de conflictos huelguísticos registrados en el conjunto de la agricultura alemana. No obstante, y pese a desplegar un más que loable esfuerzo en pro de la institucionalización de un modelo regulado de relaciones laborales tutelado por el Estado, el sindicalismo agrario de corte socialdemócrata no logró desembarazarse de una etiqueta acusadamente pro-jornalera. Los socialdemócratas del SPD permanecieron ajenos a la problemática del pequeño campesinado, ignorando sus reclamaciones y considerando su inevitable extinción merced a su inveterada 42 Cf. Frieda Wunderlich, Farm Labor in Germany…, op. cit., pp. 105-108.

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creencia en el implacable cumplimiento de las leyes económicas capitalistas. La socialdemocracia alemana careció, durante todo el transcurso de la etapa de Weimar, de un auténtico programa agrario que recogiese las aspiraciones del pequeño campesinado asediado por las deudas y las perniciosas políticas comerciales seguidas por los gobiernos del centro burgués, por cuanto se enajenó el hipotético apoyo que pudiese haberle prestado aquel importante segmento de la población rural43. Una vez superado el efímero periodo de crecimiento y expansión económica que se prolongó durante los años 1924-28, las dificultades surgidas de una nueva crisis internacional en el mercado de productos agrarios, volvieron a indisponer a buena parte del campesinado familiar con sus tradicionales aliados del centro-derecha burgués y nacionalista. Sin duda alguna contribuyó a la agravación del mencionado desencuentro el desencadenamiento de circunstancias adversas, entre las que destacó el progresivo endeudamiento en que se vio inmersa la mayor parte de las modestas explotaciones regentadas por granjeros especializados, asimismo inscritos en un modelo de aprovechamiento agro-ganadero intensivo44. Sin menospreciar el determinante papel jugado por la intensa deflación experimentada por los precios de los productos agrícolas desde los años centrales de la década de los veinte. Además, el campesinado intermedio hubo de sufrir, desde 1927 en adelante, una imparable erosión de las cotizaciones alcanzadas por sus productos en los mercados nacional e internacional. Principalmente acentuada en aquellas variedades resultantes de sus predominantes especializaciones productivas. La mencionada reducción de las cotizaciones en el mercado interno de los productos agrícolas estuvo originada por la intensificación de las importaciones de alimentos. Al propio tiempo que se vio alentada por las políticas de defensa de la competitividad instauradas durante la mayor parte de la década de los veinte. En tal sentido, resulta obligado mencionar la estrategia arancelaria aplicada por los sucesivos gobiernos del “centro burgués” (Bürgerblock) que se sucedieron entre 1925 y 1927, asistidos por el respaldo del ala más conservadora del DNVP45. Consistente en la reiterada suscripción, en el mencionado espacio temporal, de acuerdos bilaterales con países netamente exportadores de productos alimenticios. Con la puesta en práctica de tales acuerdos, se pretendía favorecer e incentivar la exportación, hacia aquellos países con los que se habían 43 El efímero acercamiento de los socialdemócratas a las sensibilidades y las inquietudes políticas del pequeño campesinado pronto se vio frustrado, pues tras la conferencia del SPD celebrada en Breslau el año 1895 quedaron casi definitivamente arrinconadas las voces que clamaban por la elaboración de un programa agrario sinceramente volcado hacia la defensa de los intereses de la pequeña explotación campesina. Triunfaron una vez más los postulados eminentemente ortodoxos y las interpretaciones kautskystas acerca de la orientación preferentemente obrerista del partido, sobre todo cuando el sector mayoritario de inspiración marxista denunció la esterilidad de las tímidas campañas de agitación entre el campesinado y reafirmó sus postulados en torno a la indefectible ruina de la pequeña explotación agraria frente la mayor eficacia productiva y la indiscutible supremacía de la gran explotación capitalista. Al respecto véanse las siguientes aportaciones: Eduard David, Sozialismus und Landwirtschaft, Berlin, Verlag der Socialistischen Monatshefte, 1903; Herman Lebovics, “«Agrarians» versus «Industrializers». Social Conservative Resistance to Industrialism and Capitalism in Late Nineteenth Century Germany”, en International Review of Social History, 12, 1, (1967), pp. 31-65; Karl Kautsky, La cuestión agraria, Madrid, México D. F., Siglo XXI, 1974, [1899]; Karl Kautsky, La politique agraire du Parti Socialiste, París, V. Giard et E. Brière, 1903; Gilbert Giddings Benjamin, “German and French Socialists and the Agrarian Question”, en The Journal of Political Economy, 34, 3, (1926), pp. 349-376; William Harvey Maehl “German Social Democratic Agrarian Policy, 1890-1895, Reconsidered”, en Central European History, 13, 2, (1980), pp. 121-157. Sheri Berman, The Social Democratic Moment. Ideas and Politics in the Making of Interwar Europe, Cambridge, Massachusetts, London, Harvard University Press, 1998. 44 Cf. “Indebtedness (not including Charges for Annuities and Pensions to Relatives) on 1st. July in each year, in Reichsmarks per hectare of cultivable area. Germany, 1924-1930”, en International Institute of Agriculture, The agricultural situation in 1930–31. Economic commentary on the international yearbook of agricultural statistics for 1930–31, Roma, Treves, Treccani, Tumminelli, 1932. 45 Cf. Larry E. Jones, German Liberalism and the Dissolution of the Weimar Party System, 1918-1933, Chapel Hill, Londres, University of North Carolina Press, 1988.

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suscrito, de numerosos productos industriales generados por los subsectores de la producción manufacturera tecnológicamente más avanzados, así como intensamente dependientes de los mercados externos. A cambio, eso sí, de permitir la importación de materias primas y alimentos procedentes de los países con los que se habían signado los pactos comerciales de referencia. Tales procedimientos, propiciaron la virtual saturación del mercado interno alemán de productos cárnicos o derivados lácteos altamente competitivos y a bajo precio, que provocaron el hundimiento de las cotizaciones en el mercado interno de aquellos productos sobre los que se hallaba especializado un amplísimo segmento de campesinos y granjeros independientes cada vez más endeudados. Todo este modo de proceder, en el que se hallaban comprometidas importantes formaciones políticas tradicionalmente vinculadas a la defensa de los intereses del campesinado alemán, indispuso crecientemente a este último con el DVP (Deutsche Volkspartei), el DNVP o con el mismo Reichslandbund. Y en medio de tan enrarecida atmósfera, en noviembre de 1927, destacados líderes de la Thüringer Landbund–TLB (Liga Rural de Turingia) propusieron a la dirección nacional del Reichslandbund la formación de una candidatura nacional independiente en representación de los intereses agrarios de cara a la celebración de las inminentes elecciones de 1928. La dirección del Reichslandbund, que mantenía firmes lazos con la estructura organizativa del DNVP, rechazó tal propuesta. Por lo que la creciente desafección de numerosas ligas campesinas con respecto a las tradicionales estructuras partidistas del centro-derecha burgués, una vez que a sus ojos estas últimas hubieron verificado su probada insolvencia para defender de manera eficaz los perjudicados intereses de extensos segmentos de la población rural de granjeros independientes, condujo a las primeras de manera indefectible por una senda de radicalización. Que culminó en la definitiva separación de los representantes de las ligas agrarias de Turingia y Hesse respecto del grupo parlamentario adscrito al DNVP. Materializada la deserción, el 17 de febrero de 1928 Franz Hänse y Karl Friedrich Döbrich, pertenecientes ambos a la Liga Rural de Turingia, y en unión con Wilhelm Dorsch, a su vez adscrito a la Hessischer Landbund–HL (Liga Rural de Hesse), anunciaron públicamente su intención de crear un partido agrario independiente. Tal propósito se hizo realidad el 8 de marzo de 1928 mediante la constitución del Christlich-Nationale Bauern- und Landvolkpartei (CNBLP) –también conocido como Landvolk–. Casi al mismo tiempo, desde el seno del Bayerischer Bauernbund– (BBB) surgía desde el 8 de febrero de 1928 el denominado Deutsche Bauernpartei–DBP (Partido Campesino Alemán)46. El anunciado deterioro de las economías domésticas de numerosísimos campesinos y granjeros se vio agravado por los efectos perniciosos de la crisis de 1929. La fase depresiva entonces inaugurada no solamente provocó el desplome de los precios de numerosos productos abastecidos por el campesinado alemán. Sino que asimismo provocó el incremento hasta extremos insoportables de los niveles de endeudamiento de las pequeñas y medianas explotaciones rústicas47. Paralelamente a todo ello, se asistió al desencuentro entre la mayor parte del campesinado y el conjunto de formaciones políticas del centro burgués que tradicionalmente había contado con su respaldo. La desmembración del DNVP48 y su viraje hacia la defensa de posturas ultranacionalistas –sin abandonar del todo su compromiso con la política arancelaria en defensa de las especializaciones de cultivos de la burguesía rural y los Junkers adoptada por los gobiernos de fines de la década de los veinte–, acentuaron el

46 Cf. L. E. Jones, “Crisis and Realignment: Agrarian Splinter Parties in the Late Weimar Republic, 1928-1933”, en Robert G. Moeller, R. G. (ed.), Peasants and lords…, op. cit., pp. 198-232, vid. pp. 204-207. 47 Véase Robert Lorenz, The essential features of Germany’s agricultural policy from 1870 to 1937, Nueva York, Columbia University, 1941. 48 Cf. A. Chanady, “The disintegration of the German National People´s Party, 1924-1930”, en Journal of Modern History, 39, 1, (1967), pp. 65-91. Cf. asimismo Larry E. Jones, German Liberalism and the Dissolution…, op. cit.

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descontento de los campesinos con la república de Weimar y con los partidos políticos de la derecha y el centro-derecha tradicionales49. La formación de nuevos partidos de intereses o netamente pro-campesinos, atrajo la adhesión electoral de buena parte del campesinado de las regiones del norte y el oeste hacia aquellos inéditos agrupamientos partidistas. Haciendo patente, así, su animadversión contra las “nocivas” políticas agrarias y arancelarias defendidas por las formaciones políticas del centro burgués y el nacionalismo antirrepublicano. Eso era, al menos, lo que se ponía de manifiesto cuando en las elecciones de 1928 el Landvolk cosechaba en torno a 600.000 votos. Que pronto se convertirían en un millón cien mil en las elecciones de 1930. Y a través de los que alcanzó una “nutrida” representación en el Reichstag de 19 diputados. Junto al Landvolk, el Deutsche Bauernpartei–DBP conquistaría también en las elecciones al Reichstag de mayo de 1928 un considerable registro de sufragios, contabilizado en torno a los 480.00050.

Cuadro 3. Correlación entre las distintas categorías de la población activa agraria y el voto a los partidos políticos y coaliciones electorales. Schleswig-Holstein, 1919-1932

Partidos y Coaliciones Electorales

Año Electoral

Pequeños Campesinos o Granjeros

2 – 20 has. (Kleinbauern)

Medianos Propietarios Agrícolas

20 – 100 has. (Grossbauern)

Jornaleros de los latifundios ≥100 has.

Socialistas y Comunistas (SPD, USPD, KPD) Demócratas (DDP) y Landespartei Conservadores y DNVP Landvolk NSDAP y Landvolk NSDAP

1919 1921 1930 1932 1919 1921 1919 1921 1930 1932 1930 1930 1930 1932

– 0,97 – 0,98 – 0,92 – 0,80

+ 0,89 + 0,80

– 0,70 – 0,19 – 0,60 – 0,80

+ 0,59

+ 0,79

+ 0,43 + 0,85

– 0,43 – 0,45 – 0,43 – 0,40

+ 0,52 + 0,34

– 0,34 – 0,04 – 0,49 – 0,40

+ 0,26

+ 0,45

+ 0,26 + 0,49

+ 0,88 + 0,95 + 0,92 + 0,83

– 0,94 – 0,77

+ 0,76 + 0,02 + 0,61 + 0,83

– 0,64

– 0,82

– 0,43 – 0,89

FUENTE: Rudolf Heberle, “The Ecology of Political Parties: A Study of Elections in Rural Communities in Schleswig-Holstein, 1918-1932”, en American Sociological Review, 9, 4, (1944), pp. 401-414 Casi paralelamente al efímero éxito de los partidos netamente agrarios e independientes, desde mediados de la década de los veinte, el partido “nazi” –Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP) – fue perfilando un discurso netamente populista, que denunciaba la incapacidad de los partidos tradicionales para hacer frente a los problemas económicos que afectaban de manera creciente a importantes y extensos colectivos sociales intermedios de las ciudades y el campo (Mittelstand)51. La aportación de una imagen de dinamismo y decidida voluntad de resolución de las dificultades que más directamente afectaban al campesinado, así como de absoluta independencia y total ausencia de compromisos con las formaciones políticas tradicionales, atrajeron a buena parte del campesinado del norte y el oeste, e incluso a pequeñas porciones del campesinado católico de los distritos rurales del sur, del lado de los “nazis” a partir sobre todo del año 193052. El 49 Cf. Larry E. Jones, “Crisis and Realignment…”, op. cit. Vid. asimismo J. Osmond, Rural Protest in the Weimar Republic..., op. cit. 50 Cf. Gustavo Corni, La politica agraria del nazionalsocialismo, 1930-1939, Milán, Franco Angeli, 1995. 51 Cf. E. J. Feuchtwanger, From Weimar to Hitler. Germany, 1918-33, Londres, Macmillan Press, 1995. 52 Cf. Oded Heilbronner, “The Failure that Succeeded: Nazi Party Activity in a Catholic Region in Germany, 1929-32”, The Journal of Contemporary History, 27, 3, (1992), pp. 531-549. Del mismo autor, consúltese:

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partido de Hitler obtuvo importantes ganancias en las elecciones de 1928, fecha en la que en las comunidades rurales –generalmente inferiores a los 2.000 habitantes– del Geest (Schleswig-Holstein) la proporción de votos otorgados al NSDAP se situó en torno al 15,9 por cien del total, habiendo sido tan sólo del 2,4 por cien en esa misma región cuatro años antes53. Pero, sin lugar a dudas, la pujante ascendencia de los apoyos electorales rurales prestados a los “nazis” se vio notablemente auspiciada por el recrudecimiento de la crisis agraria registrado en la recta final de la década de los veinte y los años iniciales de la de los treinta. Fue entonces cuando la mayor parte del campesinado protestante de las regiones agrícolas con una declarada especialización agro-ganadera y una indiscutible vocación mercantil, comenzó a sentirse exasperadamente impotente ante el hecho de la constante reducción que experimentaban los precios de sus excedentes. Pues fueron precisamente las cotizaciones de mercado registradas por los productos cárnicos y lácteos, así como los derivados de otros numerosos esquilmos ganaderos, las que padecieron una más acusada disminución a lo largo del corto periodo reseñado. Como demuestra el hecho de que si bien los precios del trigo y el centeno evolucionaron desde un índice 100, en 1928, hasta otros de 91 y 74, respectivamente, en 1932, los del vacuno, los cerdos y la mantequilla lo hicieron, en idéntico lapso de tiempo, desde un índice 100 hasta otros de 53, 52 y 58 respectivamente54. El campesinado de pequeños propietarios y humildes granjeros especializado en un modelo de agricultura intensiva llegó a ser consciente, pues, de la incapacidad exhibida en la resolución de sus demandas tanto por los partidos del “centro burgués”, como por aquellas otras formaciones fragmentarias transitoriamente volcadas en la defensa de los intereses agrarios durante los años finales de la década de los veinte55. Además, acentuó su desconfianza hacia una socialdemocracia que permaneció intolerablemente pasiva frente las “Catholic plight in a rural area of Germany and the rise of the Nazi party”, Social History, 20, 2, (1995), pp. 219-234. 53 Cf. E. J. Feuchtwanger, From Weimar to Hitler…, op. cit., pp. 201-202. Consúltense también Michèle Le Bars, Le mouvement paysan dans le Schleswig-Holstein 1928-1932, Berne, Francfort-s.Main, Nueva York, Editions Peter Lang, 1986 y Rudolf Heberle, From Democracy to Nazism. A Regional Case Study on Political Parties in Germany, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1945. 54 Cf. Michael Tracy, Agriculture in Western Europe: challenge and response, 1880-1980, Londres, Nueva York, Granada, 1982. Véase, asimismo, “Index numbers of the Prices of Agricultural Products Placed on Sale in Germany, 1911-1934”, en International Institute of Agriculture, The World Agricultural Situation in 1933-34. Economic commentary on the international yearbook of agricultural statistics for 1933-34, Roma, Treves, Treccani, Tumminelli, 1935. 55 No obstante, es preciso señalar cómo en algunas regiones de predominio de la gran propiedad, donde la clase terrateniente de los Junkers continuaba disponiendo de importantes resortes de poder político y conservaba casi intactas las tradicionales formas de dominación y patronazgo sobre la población asalariada agrícola, se produjo una suerte de “refeudalización” de las relaciones sociales y laborales durante la República de Weimar. Allí, pues, el temor a una pretendida “reforma agraria” impulsada por los socialdemócratas, y el estallido de violentos conflictos huelguísticos en 1919, fueron inclinando a los Junkers hacia el respaldo electoral prestado a las opciones políticas más declaradamente nacionalistas, antidemocráticas y antisocialistas. Esto propició el resurgimiento de discursos políticos con un marcado acento ultraconservador entre la minoría dominante de los Junkers, y favoreció el fortalecimiento de las prácticas de clientelismo electoral que condujeron hacia una adhesión mayoritaria de los jornaleros, cada vez más resentidos por la ausencia de políticas arbitradas en su beneficio desde el Estado, en defensa de los postulados políticos del “nazismo”. Asimismo, ha sido comprobado un “perceptible” grado de correlación entre el voto nazi y la clase de los jornaleros agrícolas situados en poblaciones rurales de pequeñas dimensiones, donde las actitudes de deferencia patronal, y el rechazo mostrado hacia los socialdemócratas y sus políticas de contención salarial, se configuraron en factores determinantes para el alineamiento de los asalariados agrícolas con las propuestas seudo revolucionarias y populistas del fascismo. Al respecto véanse Shelley Baranowski, “East Elbian Landed Elites and Germany's Turn to Fascism: The Sonderweg Controversy Revisited”, European History Quarterly, 26, 2, (1996), pp. 209-240, y Shelley Baranowski, The sanctity of rural…, op. cit.; Jürgen W. Falter, “How Likely Were Workers to Vote for the NSDAP?”, en Conan Fischer, The rise of national socialism and the working classes in Weimar Germany, Providence, R.I., Berghahn Books, 1996, pp. 9-46, p.39; y Jürgen W. Falter, Hitlers Wähler, Munich, Beck, 1991.

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políticas deflacionarias y comerciales adoptadas por los débiles gobiernos que se sucedieron desde 1930 en adelante56. Durante el año 1932, hastiado de la palabrería lanzada por las organizaciones políticas tradicionales y de su manifiesta ineptitud, comenzó a prestar atención a las proclamas cargadas de demagogia y populismo pregonadas desde el NSDAP de Adolf Hitler. Esta última formación política desplegó, durante el periodo 1924-28, intensos esfuerzos en la definición de una estrategia deliberadamente separada del resto de los partidos conservadores y nacionalistas que apelaban a la defensa de las más puras manifestaciones de la identidad alemana, empleando un lenguaje innovador y agresivo y apartándose de la etiqueta meramente Völkische de la que hacían gala tanto el DVP como el DNVP, e incluso el BVP (Bayerische Volkspartei)57. Cuando a partir de 1928, la crisis agraria comenzaba a golpear con fuerza entre el campesinado protestante –y católico– de las regiones del norte, el sur y el oeste, el partido “nazi” redefinió su política con respecto a la agricultura58. Empezó a mostrarse como un sólido partido independiente, respaldado por fórmulas organizativas y de movilización popular absolutamente inexploradas hasta entonces. Las mismas que le conferían una aureola de dignidad, autosuficiencia y radical independencia con respecto a la plétora de formaciones políticas más o menos implicadas en el parlamentarismo, el juego de alianzas o los compromisos políticos supuestamente cargados de venalidad y corrupción59. Inicialmente obtuvo logros electorales más bien modestos. Sin embargo, entre 1930 y 1932, el partido “nazi” se configuró en el gran partido representativo de los intereses de extensas porciones del campesinado protestante –e incluso de parte del católico– de las regiones de agricultura capitalista del norte y del oeste, y en menor medida del sur. El año 1930 procedió a la reformulación de sus propuestas en torno a la gestión estatal de la agricultura nacional y la incentivación del sector primario. Y en el Programa Agrario aprobado en marzo de aquel mismo año, hizo pública una serie de compromisos que lo vincularon mucho más íntimamente con la defensa de los intereses del campesinado de pequeños propietarios y granjeros de amplias regiones agrícolas del país. En el mencionado Programa, los “nazis” proclamaban la inaplazable necesidad de poner fin al proceso de creciente endeudamiento campesino, mediante la disminución de las tasas e impuestos que gravaban las explotaciones, y la reducción de los tipos de interés en los préstamos otorgados a los cultivadores y granjeros.

56 Véase al respecto: José R. Díez Espinosa, Sociedad y cultura en la República de Weimar. El fracaso de una ilusión, Valladolid, Universidad, 1996, pp. 376-379. 57 Cf. Ian Kershaw, Hitler, 1889-1936, Barcelona, Península, 1999; E. J. Feuchtwanger, From Weimar to Hitler…, op. cit.; y Ferrán Gallego, De Munich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945, Barcelona, Plaza y Janés, 2001, pp. 182-183. 58 Cf. Gustavo Corni, Hitler and the peasants: agrarian policy of the Third Reich, 1930-1939, Nueva York, Oxford, Munich: Berg Publishers, 1990. 59 Cf. K. R. Holmes, “The Forsaken Past: Agrarian Conservatism and National Socialism in Germany”, en Journal of Contemporary History, 17, 4, (1982), pp. 671-688.

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Cuadro 4. Algunas correlaciones entre diferentes categorías sociales o confesionales y el voto a distintos partidos políticos. Alemania, 1920-1933.

Grupo social o confesional 1920 1928 1930 1932 (A) 1933 SPD

Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

-48 11 -18 6

-14

-66 22 -44 23 -39

-66 18 -35 23 -36

-66 13 -41 31 -44

-62 15 -42 31 -48

KPD Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

-07 29 -26 8

-19

-25 59 -63 29 -57

-21 66 -68 30 -62

-17 71 -70 27 -63

-26 69 -69 32 -68

Z/BVP Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

92 -16 23 -20 23

92 -18 24 -22 24

93 -24 30 -25 29

93 -20 25 -21 23

93 -14 17 -16 16

DDP Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

-46 -16 8

22 -16

-47 -15 -12 46 -39

-32 -17 -1 35 -27

-35 -15 00 29 -22

-34 -13 -11 43 -36

DVP Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

-56 -3

-26 39 -37

-50 8

-32 41 -47

-40 9

-35 39 -45

-28 -5

-14 35 -34

-32 20 -23 40 -44

DNVP Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

-59 -24 39 -37 55

-43 -22 12 -14 38

-36 -13 -3 -2 26

-47 -21 3 2

23

-55 -17 00

7 17

NSDAP Católicos Trabajadores No Cualificados Profesionales independientes Empleados y Trab. Cualific. Campesinos

- - - - -

-09 -13 11 5 -6

-53 -15 9

-12 8

-71 -36 46 -42 47

-55 -46 59 -52 63

KPD. Partido Comunista Alemán. SPD. Partido Socialdemócrata Alemán (Mayoritario). DDP. Partido Democrático Alemán. Z/BVP. Zentrum (Partido Católico del Centro)/ Partido Bávaro del Pueblo. DVP. Partido del Pueblo Alemán. DNVP. Partido Nacional del Pueblo Alemán. NSDAP. Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Partido Nazi). FUENTE: Jürgen W Falter, “The Social Bases of Political Cleavages in the Weimar Republic, 1919-1933”, en Larry Eugene Jones y James Retallack (eds.): Elections, Mass Politics, and Social Change in Modern Germany. New Perspectives, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 371-398. (A). Elecciones de 31 de julio de 1932. Asimismo, la cúpula dirigente del NSDAP anunciaba su inquebrantable voluntad por la puesta en marcha de un ambicioso plan de actuaciones en materia de regulación de las transacciones internacionales de productos agrícolas. Procediendo inmediatamente a la

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elevación de las barreras arancelarias para los principales productos de la agricultura nacional, asegurando la existencia de precios remuneradores en el mercado interno para los principales cultivos de la agricultura alemana, o fomentando la constitución de cooperativas de productores y distribuidores orientadas hacia la eliminación de los especuladores e intermediarios60. Como consecuencia de esto último, su indiscutible imagen de partido cohesionado, fuertemente jerarquizado y altamente eficaz, unida a su discurso interclasista y seudo revolucionario, permitió al NSDAP atraerse la fidelidad de muy diferentes grupos sociales y confesionales. Entre los que se encontraba, en una proporción nada desdeñable, el campesinado intermedio protestante de las regiones donde predominaba una agricultura intensiva y volcada al comercio tanto interno como externo. En alguna medida, pues, su atractivo político rompió con las tradicionales fronteras de clase y religiosas que habían definido el mapa político y la distribución de los apoyos electorales entre los grandes campos de fidelidad ideológica existentes desde la finalización de la Gran Guerra y la proclamación de la república de Weimar. 4. La Italia pre-fascista: maximalismo socialista y derechización campesina. El conjunto de la agricultura italiana experimentó en el largo periodo comprendido entre 1870 y 1914, y como respuesta a las exigencias de adaptación a los nuevos mercados suscitadas por la “crisis finisecular”, todo un rosario de profundas transformaciones. Casi todas ellas convergieron en una intensa remodelación de los componentes de la estructura social agraria, y por ende, en un proceso de aceleración de las fracturas y los enfrentamientos entre los diferentes segmentos de la población rural. Ambos resultados comenzaron a registrarse desde los albores del siglo XX, aún cuando conocieron una inusitada aceleración tras la finalización de la I Guerra Mundial. En efecto, fue durante el excepcional periodo que rodeó a la Gran Guerra y su trágica conclusión, cuando confluyeron distintas circunstancias históricas que precipitaron la culminación del proceso de segmentación interna del campesinado italiano de extensas regiones agrícolas del centro y el norte capitalista. Este último fenómeno propiciaría la gestación de intensos realineamientos en el seno de la población agraria de los pequeños propietarios, arrendatarios o modestos aparceros. Desembocando todo ello, finalmente, en el respaldo progresivo prestado por una considerable proporción de los colectivos rurales mencionados a las propuestas fascistas de resolución de los graves problemas suscitados por el proceso de modernización agraria, e intensificación de la conflictividad huelguística, desencadenado en la Italia de posguerra. Así como en la gestación de un amplio frente rural reaccionario, antiizquierdista y antisocialista, integrado por la mayor parte de los segmentos campesinos aludidos, y articulado en respuesta a la intensificación de la conflictividad y la actividad huelguística desplegada por los jornaleros adscritos a las ligas socialistas en una coyuntura especialmente turbulenta. Pero analicemos todo esto con algo más de detalle. Por un lado, y al calor de las excepcionales circunstancias provocadas por el prolongado conflicto bélico, durante los años 1915-21 creció considerablemente el número de propietarios agrícolas, al tiempo que se aceleró el fenómeno de acceso a la explotación directa de la tierra por diferentes vías. Las extraordinarias circunstancias generadas por el conflicto mundial desencadenaron una masiva transferencia de la riqueza rústica y del valor generado por los excedentes comercializados de la producción

60 Cf. John Bradshaw Holt, German Agricultural Policy, 1918-1934. The Development of a National Philosophy Toward Agriculture in Postwar Germany, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1936, pp. 185-188. Cf. asimismo Gustavo Corni, Hitler and the peasants…, op. cit.

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agraria61. Asimismo, la guerra generó amplias expectativas para el enriquecimiento y el ensanchamiento de los patrimonios de muchos arrendatarios, que empleaban generalmente a los miembros de sus propias unidades familiares en las labores de cultivo y explotación de sus reducidos fundos62. Este fenómeno de acceso a la tierra de un elevado número de arrendatarios y pequeños propietarios, tanto en las regiones de agricultura capitalista del norte como, en mucha menor medida, a lo largo de extensas regiones con una poderosa presencia de la aparcería instaladas en el centro de la península italiana, contribuyó a una notable difusión de la propiedad privada agraria.63. Pero lo más significativo del fenómeno apuntado fue que el trasvase masivo registrado en la propiedad de la tierra de uso agrícola, durante el periodo inmediatamente posterior a la finalización de la Gran Guerra, benefició primordialmente a los pequeños propietarios ya existentes. Al tiempo que convirtió en nuevos propietarios a una ingente cantidad de asalariados o campesinos pobres64. Indiquemos, por último, que el 45 por cien de la superficie total de tierras adquiridas en este vigoroso proceso de transferencia, se concentraba en las prósperas regiones de agricultura capitalista del norte y el centro del país65. Precisamente allí donde con más fuerza arraigaron en ese mismo periodo tanto las ligas fascistas concebidas para hacer frente a la radicalización de los jornaleros, como la fulminante propagación de las huelgas agrarias del Biennio Rosso de 1920-1922. En el intento explicativo de las hipótesis precedentes, comenzaremos nuestro periplo por la sucesiva radicalización de los conflictos rurales acaecidos en las distintas regiones agrícolas de Italia, dirigiendo nuestra mirada hacia el escenario de las persistentes luchas sostenidas por los aparceros de las regiones centrales. Lo acontecido en las regiones de predominio de la aparcería, a lo largo del extenso periodo que discurrió entre los comienzos del siglo XX y la implantación del Estado fascista a partir del año 1922, merece una atención especial. A este respecto, deben ser destacados los profundos efectos que la modernización agraria, y los esfuerzos de adaptación llevados a cabo por extensos colectivos campesinos vinculados a un aprovechamiento de la tierra en régimen de aparcería, ocasionaron sobre la intensificación del conflicto rural en las comarcas en que esta última forma de cesión de la tierra se erigía en predominante. Y, por supuesto, resulta obligatoria la mención a la emergencia de las particulares bases sociales de apoyo al fascismo que las mencionadas fisuras propiciaron. En efecto, la “mezzadría” –o aparcería–, como sistema particularizado de acceso al uso y explotación de la tierra, continuó afirmándose en algunas regiones del centro

61 Consúltense al respecto las siguientes obras: Arrigo Serpieri, La Guerra e le Classi Rurali Italiane, Bari, Laterza y Figli Editori; New Haven, Yale University Press, 1930, y del mismo autor: La struttura sociale dell’agricoltura italiana, Roma, Edizioni Italiane, 1947. 62 Cf. Emilio Sereni, La questione agraria nella rinascita nazionale italiana, Turín, Giulio Einaudi editore, 1975, pp. 99-116. 63 El número de propietarios que cultivaban sus propios terrenos se elevó desde, aproximadamente, el 1.100.000 existente en 1911 –y que suponía un 21,21 por cien del total de activos agrarios de acuerdo con los datos corregidos por Arrigo Serpieri– hasta los 2.300.000 registrados en 1921 –que significaban un 35,6 por cien respecto al total de los mismos. Véanse al respecto Charles S. Maier, Recasting Bourgeois Europe. Stabilization in France, Germany and Italy in the Decade after World War I, Princeton, Princeton University Press, 1975, pp. 311-312. Asimismo puede consultarse: Arrigo Serpieri, La Guerra e le Classi..., op. cit. 64 Más concretamente, debe señalarse que durante la inmediata posguerra un millón de hectáreas –sobre un total de 16,5 millones de hectáreas cultivadas– pasó a ser propiedad de unos aproximadamente 500.000 pequeños cultivadores directos, muchos de ellos antiguos aparceros o arrendatarios que, beneficiados por las recientes circunstancias que facilitaron la adquisición masiva de tierras, se convirtieron así en nuevos propietarios agrícolas. Esto último debe deducirse, cuando menos, del hecho demostrado consistente en que 750.000 hectáreas, del mencionado millón transferido en el mercado en beneficio de la constitución, o ampliación superficial, de explotaciones agrícolas de pequeño tamaño, fuesen a parar a manos de unos 350.000 campesinos que ya eran propietarios. Mientras las 250.000 restantes convirtieron en nuevos modestos propietarios a otros 125.000. Cf. Istituto Nazionale Economia Agraria, La distribuzione della proprietà fondiaria in Italia, Vol. I., Roma, Fausto Failli, 1956, pp. 230-232. 65 Consúltese Arrigo Serpieri, La Guerra e le Classi..., op. cit.

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de Italia tales como Toscana, Umbría o Las Marcas, durante las décadas iniciales del siglo XX. Paralelamente al registro del mencionado fenómeno, el acrecentamiento de las desavenencias de intereses entre aparceros y propietarios, impulsado por las tensiones derivadas de la constante transformación hacia una agricultura comercializada que estaba teniendo lugar en amplias comarcas agrícolas del centro del país, provocó importantes oleadas huelguísticas que se prolongaron por dos periodos cruciales. Situados, el primero de ellos, entre 1902 y 1906, y el segundo, entre 1919 y 1920. En numerosas ocasiones, tales conflictos fueron respaldados por la Federazione Nazionale dei Lavoratori della Terra66 (Federterra) de inspiración socialista67. Esta integración política de los aparceros más perjudicados por el proceso de transformación del sistema de la aparcería tradicional en el ámbito de la cultura política del socialismo reformista68, se vio reforzada durante las coyunturas de especial conflictividad registradas en las regiones de predominio de la mezzadría. La oleada de conflictos sostenidos por las ligas agrarias de inspiración socialista contra la patronal que tuvo lugar entre 1919 y 1920, se vio acuciada por el progresivo malestar campesino, derivado de la cada vez menos tolerada vigencia de los tradicionales contratos de aparcería. Teniendo en cuenta que estos mismos tratados acentuaron de manera súbita los perjuicios ocasionados sobre los intereses de los pequeños aparceros, al mantener intactas una serie de prestaciones que les obligaban a efectuar crecientes desembolsos, en medio de una coyuntura marcada por las tensiones inflacionistas posteriores a la finalización de la Gran Guerra69. Las pugnas se saldaron con la suscripción de multitud de nuevos contratos de aparcería, que ahora contemplaban casi en su integridad las demandas formuladas por los mezzadri. Y en los que casi siempre se consignaban nuevas cláusulas encaminadas a lograr el incremento de las prestaciones aportadas por los propietarios de la tierra. El apoyo prestado por los socialistas a los intereses de un vasto colectivo de aparceros de las regiones septentrionales y centrales de la península italiana, se saldó con el creciente éxito electoral obtenido por el Partito Socialista Italiano (PSI), y su perceptible plasmación en los resultados obtenidos por aquél en las elecciones municipales de 192070. Aún cuando la alianza entre aparceros y ligas socialistas vinculadas a la Federterra resultase más bien efímera, pues las segundas deseaban, ante todo

66 El sindicato agrícola de inspiración socialista se constituyó durante el congreso celebrado en Bolonia, en noviembre del año 1901. 67 Cf. Giorgio Giorgetti, Contadini e proprietari nell´Italia moderna, rapporti di produzione e contratti agrari dal secolo XVI a oggi, Turín, Einaudi, 1974, pp. 413 y ss. Cf. Francesco Bogliari, Il movimento contadino in Umbria dal 1900 al Fascismo, Milano, Franco Angeli Editore, 1979. La información se puede completar a través de las siguientes obras: Luigi Preti, Le lotte agrarie nella Valle Padana, Torino, Einaudi, 1955 y Sigfrido Sozzi, “La prima agitazione sindacale agrícola nel Cesenate (1900-1903)”, en Renato Zangheri (a cura di), Le campagne emiliane nell´epoca moderna. Saggi e testimonianze, Milano, Feltrinelli, 1957, pp. 249-265. 68 En las elecciones legislativas celebradas el año 1919, los socialistas alcanzaron porcentajes de apoyo electoral cifrados entre el 62 y el 76 por cien de los sufragios en algunos distritos predominantemente rurales de la Toscana. Cf. Marco Sagrestani, “Los campesinos en las elecciones legislativas en Toscana (1900-1919)”, en R. A. Gutiérrez; R. Zurita y R. Camurri (eds.), Elecciones y cultura política en España e Italia (1890-1923), Valencia, Universitat de València, 2003, pp. 157-164; vid. especialmente las pp. 160 y 163. 69 Cf. Francesco Bogliari, Il movimento contadino..., op. cit., pp. 152-179. Consúltese también Frank M. Snowden, The Fascist Revolution…, op. cit. 70 Entonces, en el conjunto del país, los socialistas obtuvieron la representación mayoritaria en un total de 2.162 ayuntamientos –“comuni”– sobre un número global de 8.059, así como el control de la dirección política de 25 de las 69 provincias entonces existentes. Particularmente en Toscana, región de especial predominio de la aparcería, los socialistas se alzaron con el control político de 6 de los 8 consejos provinciales, así como de 149 ayuntamientos sobre un total de 290. Cf. J. Baglieri, "Italian Fascism and the Crisis of Liberal Hegemony 1901-1922", en Stein U. Larsen, y Bernt Hagtvet (eds.), Who Were the Fascists. Social Roots of European Fascism, Bergen and Oslo, Universitetsforlaget, 1980, pp. 319-336. También puede consultarse al respecto Douglas J. Forsyth, The crisis of liberal Italy. Monetary and financial policy, 1914-1922, Cambridge, Cambridge University Press, 1993.

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y en última instancia, la conversión, en futuras explotaciones colectivas, de la totalidad de las tierras cedidas en régimen de aparcería. No obstante, durante el periodo que discurrió entre 1915 y 1922, aproximadamente, también se produjeron cambios apreciables en la estructura social agraria de las regiones de predominio de la aparcería tradicional. Las favorables circunstancias que prevalecieron durante el transcurso de la Gran Guerra, sobre todo aquéllas que tenían que ver con la elevación de los precios de los productos agrícolas, la congelación de las rentas, o las mayores disponibilidades de empleo en la agricultura derivadas de una persistente demanda de productos alimenticios, operaron en beneficio de una gran cantidad de pequeños y modestos aparceros. Muchos de ellos pudieron fortalecer su capacidad de ahorro, y aprovechar en beneficio propio la relativa pérdida de rentabilidad experimentada por las grandes explotaciones deficitariamente gestionadas por un segmento social de ricos propietarios, a veces poco apto para hacer frente a los nuevos retos de una agricultura competitiva y modernizada. Este conjunto de circunstancias, redundó en la extensión de un fenómeno de adquisición de nuevas parcelas y acrecentamiento de los patrimonios rústicos, que repercutió positivamente en la conversión en nuevos labradores propietarios de un destacado número de pequeños aparceros. En este nuevo contexto, la Federterra experimentó desde la celebración, en junio de 1919, de su Vº Congreso, acontecido en la ciudad de Bolonia, una visible radicalización de sus propuestas. Desde entonces los socialistas reclamaron la completa restitución de la tierra a los trabajadores agrícolas, exigiendo a los propietarios su obligatoria cesión en arrendamientos colectivos a favor de los jornaleros y los más humildes aparceros. Sin embargo, en la consecución de tan ambicioso propósito, tropezaron con la forma de cesión del uso de la tierra en régimen de aparcería, tan extendida entre amplias comarcas agrarias de las regiones de agricultura capitalista del norte y el centro de la península. Consecuentemente, pusieron en marcha un vasto plan de reivindicaciones huelguísticas centradas en torno a la modificación de los contratos de aparcería vigentes. Con la finalidad de convertirlos en simples contratos de arrendamiento puramente capitalistas, convirtiendo así a la inmensa mayoría de los aparceros en meros prestatarios de fuerza de trabajo, inmersos en una relación contractual con los propietarios de la tierra de carácter eminentemente monetario y capitalista. Se perseguía, pues, la obtención del mayor número posible de concesiones en beneficio de los aparceros, con la esperanza depositada en el progresivo abandono en la gestión de las haciendas por parte de sus propietarios –desmotivados ante la constante disminución de su rentabilidad–, y en su posterior cesión en arrendamiento colectivo a beneficio de los “mezzadri” y los trabajadores asalariados71. Sin embargo, con el empleo de tales tácticas los socialistas chocaban frontalmente con las pretensiones, persistentemente acariciadas por un colectivo cada vez más extenso de sencillos arrendatarios y aparceros, de afianzamiento y preservación de las condiciones que garantizaban la propiedad individual de sus humildes explotaciones. Al mismo tiempo que se enemistaban con un denso colectivo de peones y braceros agrícolas que se estaban beneficiando de un proceso de conversión en pequeñísimos propietarios o arrendatarios, tras verse aupados por las favorables condiciones de acceso a la tierra que concurrieron al inicio de los años 20. Junto a todo lo anterior, la multitudinaria presencia de las ligas agrarias socialistas comenzó a exigir, al conjunto de los patronos y cultivadores directos de la tierra, el cumplimiento de las prácticas de contratación de la mano de obra jornalera que venían siendo utilizadas desde los años finales del siglo XIX y los iniciales del XX. Los poderosas uniones sindicales de obreros agrícolas de signo socialista recurrían, con una frecuencia cada vez mayor, a la imposición sobre los patronos del cumplimiento de los denominados 71 Cf. Renato Zangheri (a cura di), Lotte agrarie in Italia. La Federazione nazionale dei lavoratori della terra, 1901-1926, Milano, Feltrinelli, 1960, pp. 305-326. Vid. asimismo: Gregory M. Luebbert, Liberalismo, fascismo o socialdemocracia..., op. cit., pp. 516-517.

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“collocamento di classe” e “imponíbile di manodòpera”. Al entender que aún se erigían en eficaces instrumentos, de cara a lograr una justa y equitativa distribución de las ofertas de empleo entre los asalariados del campo. Pero a partir de ahora las “ligas” operaron con renovado ímpetu, y con un reiterado recurso a la utilización de acciones antipatronales, ofensivas y huelguísticas verdaderamente contundentes. El primero de los procedimientos de contratación mencionados (“collocamento di classe”) constreñía a los patronos a extraer a los trabajadores agrícolas que necesitasen en la realización de las faenas exigidas por sus explotaciones de entre los inscritos en listados de jornaleros demandantes de empleo. Tales listados eran periódicamente elaborados por las Càmere del Lavoro, o por las oficinas locales de colocación, asimismo controladas por las ligas socialistas. Por su parte, el llamado imponíbile di manodòpera permitía el cálculo del número de jornaleros asignados a cada explotación que obligatoriamente habrían de ser contratados por el titular de la misma, en función del tipo de cultivo, o de las labores cuya realización había sido contemplada como estrictamente necesaria e imprescindible. Ambas modalidades de contratación, conferían a los socialistas y sus disciplinadas ligas la estricta regulación de los mercados laborales, además de la acumulación de un inmenso poder en todo lo referido a la fijación de los salarios, la duración de la jornada laboral, o la distribución de las ofertas de empleo en beneficio de sus adheridos. La contundente ofensiva desplegada por las ligas socialistas propició el alistamiento en las ligas fascistas de muchos pequeños y modestos aparceros, arrendatarios y propietarios, que de esta manera comenzaban a prestarles su confianza al concebirlas como seguros baluartes frente a las amenazas colectivistas difundidas por las primeras. Pero es que, además, el avance del “escuadrismo fascista” prendió incluso entre algunos jornaleros en situación de paro, que no compartían los métodos expeditivos empleados por las ligas socialistas. Pues muchos de ellos se sentían crecientemente defraudados y perjudicados por los contraproducentes efectos que provocaba su desaforado enfrentamiento con la patronal agraria, o por el retraimiento en la contratación practicado por esta última como respuesta a la incontenible agresividad de los sindicatos jornaleros adscritos a la Federterra. Además, los pequeños propietarios, los medianos arrendatarios y aparceros, y el conjunto de los cultivadores directos que habían prosperado al calor de las favorables condiciones económicas, y de acceso a la propiedad de la tierra, que acompañaron al transcurso de la Gran Guerra y su finalización, sintieron amenazado su tradicional control sobre el mercado de trabajo. Al tiempo que padecían constantes agresiones contra sus intereses, auspiciadas por la excesiva capacidad reivindicativa exhibida por unas poderosas ligas socialistas respaldadas, desde al menos el año 1920, por la representación izquierdista mayoritaria existente en numerosos ayuntamientos. En consecuencia, las agrupaciones fascistas comenzaron a crecer, estimuladas por las fracturas que se venían produciendo en el seno de la sociedad rural de numerosas comarcas agrícolas del norte y el centro de Italia al calor de la modernización agraria. Pero, por encima de todo, aprovechando la contraposición de intereses cada vez más aguda surgida entre los distintos estratos del sistema predominante de la aparcería. Todas estas circunstancias multiplicaron la capacidad de seducción y la influencia notable ejercida por el programa agrario de los fascistas –quienes desde 1921 propugnaban el reparto de la tierra y la consagración del respeto escrupuloso al principio de la propiedad privada agraria–, sobre una cada vez más extensa gama de colectivos rurales. En cuyo seno se encontraba una multitud de pequeños propietarios o arrendatarios aferrados a sus reducidos predios, y un nada despreciable conjunto de jornaleros damnificados por los efectos desprendidos de las contundentes estrategias de confrontación, ensayadas con reiteración por las ligas agrarias socialistas. Incluso el amplio estrato de capataces agrícolas (fattori), que tradicionalmente venían ejerciendo la representación de los intereses patronales en el sistema de la “mezzadría”, se dejó seducir por los cantos de sirena del fascismo. La mayoría de los grupos rurales mencionados se sintió paulatinamente cautivada por la simbología y los

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rituales furiosamente anti-izquierdistas exhibidos por las ligas fascistas. Y acabó identificando la virulencia de sus ataques contra los huelguistas y los representantes municipales socialistas, con el firme valladar que deseaba anteponer a cuanto amenazase su nuevo estatus, o la posibilidad de un seguro e inmediato ascenso social72.

Cuadro 5. Violencia fascista y predominio de relaciones de producción en la agricultura. Italia, 1920-1921* (En tantos por cien)

Región Violencia crónica

Violencia recurrente

Violencia esporádica

Número de casos (N)

Norte Capitalista 53 16 31 100 % (32) Centro con predominio de la aparcería 28 36 36 100 % (14) Sur Latifundista 16 16 68 100 % (25) TOTAL (N) N (71)

* La ‘Violencia crónica’ se refiere a la contabilización de 14 o más incidentes violentos (o bien dos o más incidentes violentos por mes) en cada provincia, a lo largo del periodo comprendido entre Noviembre de 1920 y Mayo de 1921; la ‘Violencia recurrente’ se refiere a la contabilización de 7 a 13 incidentes violentos (o, al menos, 1 incidente por mes) durante el mismo periodo; la ‘Violencia esporádica’ se refiere a la contabilización de menos de 7 incidentes por mes, incluyendo aquellas provincias en las que no se registró violencia alguna durante el periodo señalado (un total de 6). Fuente: Dahlia Sabina Elazar, “Electoral democracy, revolutionary politics and political violence: the emergence of Fascism in Italy, 1920-21”, en British Journal of Sociology, 51, 3, (2000), 461-488, p. 472. En el sur, pero sobre todo en las comarcas agrícolas de predominio jornalero de la región de Apulia, el malestar creciente que se extendió entre los asalariados, como consecuencia del agravamiento de sus condiciones de vida y trabajo a raíz del desencadenamiento de los procesos inflacionarios de posguerra, se tradujo asimismo en un incremento de la conflictividad rural. Desde el desencadenamiento de las enérgicas huelgas de los años inmediatamente posteriores a la conclusión de la Gran Guerra, que en ocasiones desembocaron en la ocupación de las grandes fincas en manos de los poderosos arrendatarios capitalistas, los jornaleros aplicaban inflexiblemente las exigencias ligadas al imponíbile di manodòpera y el collocamento di classe. Provocando de esta manera, en multitud de ocasiones, una profunda animadversión entre los ricos propietarios y arrendatarios. En este contexto de fuerte enfrentamiento social, las ligas fascistas prestaron un servicio inexcusable a los grupos sociales rurales vinculados a la gran propiedad. El ejercicio de la violencia fascista contra los jornaleros sindicalizados y los ayuntamientos controlados por el PSI, sirvió a los grandes propietarios y arrendatarios de las regiones agrícolas del sur (Calabria, Apulia, Campania, etcétera) para reforzar sus posiciones de dominio sobre los mercados laborales y las prácticas de contratación de la mano de obra jornalera. A la vez que los auxilió en su propósito de contención del avance imparable de las ligas socialistas73. En suma, pues, la pléyade de minúsculos propietarios, arrendatarios o aparceros que accedieron a la propiedad de numerosos fundos de reducidas dimensiones, y en menor medida el colectivo de jornaleros beneficiados por las condiciones que facilitaron el acceso a la tierra, constituirían un abigarrado segmento de la población rural en los años de la inmediata posguerra. Todos ellos comenzaban a aproximar sus intereses en torno a la defensa instintiva del principio de propiedad, y el acceso privatizado al uso y explotación de la tierra. En el marco de la crisis agraria posterior a la Gran Guerra, el aumento de la capacidad combativa de los jornaleros vinculados a las ligas agrarias socialistas, unido a las intensas fisuras surgidas en el seno del campesinado como consecuencia del avance del capitalismo en la agricultura 72 Cf. Frank M. Snowden, The Fascist Revolution…, op. cit. y Paul Corner, Fascism in Ferrara, 1915-1925, Oxford, Oxford University Press, 1975. 73 Cf. Fank M. Snowden, Violence and Great Estates…, op. cit.

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italiana de las primeras décadas del siglo XX, auspició la aparición de agudos realineamientos sociales. Estos realineamientos acabarían rectificando, profundamente, los contornos del modelo sobre el que se edificaron las alianzas de clase existentes en el ámbito de la Italia rural de preguerra. A todo lo anterior cabría añadir el rosario de repercusiones que sobre la conflictividad rural de posguerra provocó el incremento del número de propietarios. O la consiguiente aceleración de las relaciones contractuales y laborales establecidas entre todos aquéllos y el conjunto de los jornaleros agrícolas. De manera muy especial en las regiones de agricultura capitalista septentrionales, pero asimismo en las regiones del centro que estaban conociendo un amplio fenómeno de capitalización y mercantilización de su sector primario. Tal aceleración en la frecuencia de las relaciones laborales, registrada en una etapa acusadamente inflacionaria y en presencia de un mercado laboral muy escasamente regulado, condujo indefectiblemente hacia una intensificación de los enfrentamientos huelguísticos sostenidos entre cultivadores –pequeños, medianos o grandes– y jornaleros. La mayoría de los conflictos rurales de aquella época nacían de las discrepancias sostenidas entre patronos y asalariados en materia de fijación de la cuantía de los jornales, acerca de la duración de la jornada laboral, o sobre el reparto de las ofertas de trabajo y el reconocimiento patronal de los sindicatos agrícolas jornaleros y las ligas agrarias socialistas. En medio, pues, de una coyuntura económica adversa que dificultaba el normalizado desenvolvimiento del sector agrícola, los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Gran Guerra –el denominado Biennio Rosso– contemplaron el desencadenamiento de sucesivas y frecuentes oleadas huelguísticas. En su inmensa mayoría, las referidas oleadas huelguísticas estuvieron localizadas en las regiones de agricultura capitalista del norte, y en una cuantía muy inferior en aquellas otras del centro y el sur74. En regiones con una fuerte presencia de braccianti y salariati, y de modo muy particular en aquéllas del tercio septentrional peninsular donde el desarrollo de una agricultura capitalista había propiciado un incremento en el número de pequeños propietarios o arrendatarios frecuentemente enfrentados a los primeros, el número de afiliados agrícolas a los sindicatos de izquierda, y sobre todo a la Federterra, creció de manera impresionante75. Junto a todo ello debemos unir algunos otros factores que coadyuvaron poderosamente a la intensificación de la conflictividad rural en la Italia de posguerra, y que merecen un análisis algo más detallado. Uno de ellos fue el regreso a la aplicación de normas reguladoras de las relaciones laborales en el campo altamente beneficiosas para los jornaleros, y a las que ya hemos hecho referencia aún cuando de forma harto somera76. Un segundo elemento, asimismo decisivo en la intensificación de los conflictos en la agricultura italiana de las regiones capitalistas del norte, estuvo íntimamente asociado a la puesta en práctica de una

74 Cf. Arrigo Serpieri, La Guerra e le Classi…, op. cit. 75 En un amplio número de provincias situadas en el valle del Po, el sindicato agrícola socialista de la Federterra conoció un incremento espectacular de afiliación tras la conclusión del conflicto mundial. Tal fue el caso de la provincia de Bolonia, donde al finalizar el año 1919 había unos 70.000 inscritos en las comarcas rurales –que se convirtieron en 71.000 el año 1921– y otros 16.000 en la capital provincial. En el conjunto del país, la Federterra contaba en 1920 con unos 800.000 inscritos. Cf. Anthony L. Cardoza, Agrarian Elites and Italian Fascism. The Province of Bologna, 1901-1926, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1982 y Guido Crainz, “Presencia y ausencia de los movimientos campesinos en Europa”, en Manuel González de Molina (ed.), La Historia de Andalucía a debate. I. Campesinos y Jornaleros, Barcelona, Anthropos, 2000, pp. 303-318, vid. las pp. 310-311. Véase también Renato Zangheri (a cura di), Bologna, Roma-Bari, Laterza, 1986, p. 103 y Renato Zangheri (a cura di), Lotte agrarie in Italia..., op. cit.; Charles S. Maier, Recasting Bourgeois Europe…, op. cit.; Guido Crainz, Padania. Il mondo dei braccianti dall´Ottocento alla fuga dalle campagne, Roma, Donzelli Editore, 1994 y Franklin Hugh Adler, Italian industrialists from liberalism to fascism: the political development of the industrial bourgeoisie, 1906-1934, Cambridge, New York, Cambridge University Press, 1995. 76 Cf. Franco Cazzola, Storia delle campagne padane dall´Ottocento a oggi, Milano, Bruno Mondadori, 1996. Puede consultarse asimismo: Frank M. Snowden, “On the Social Origins of Agrarian Fascism in Italy”, en Archives Européennes de Sociologie, vol. XIII, 2, (1972), pp. 268-295.

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destacada estrategia socialdemócrata. La mencionada táctica perseguía la defensa de los intereses jornaleros a través de la presencia de sus representantes en las instancias administrativas de ámbito local, comarcal o regional. Esto último llevó a los socialistas italianos a plantear una dura batalla por la conquista de los “comuni” (ayuntamientos). Pues, desde las instancias del poder municipal, pretendían facilitar la imposición a los patronos de aquellas medidas defendidas por los trabajadores agrícolas para garantizar el pleno empleo –o cuando menos la distribución equitativa de las ofertas de trabajo–77. Los años 1919 y 1920 fueron especialmente prolíficos en lo que al desarrollo de las huelgas agrícolas se refiere. Durante el primero de los años mencionados, el total de huelguistas contabilizados en el sector agrario superó ampliamente el medio millón, hasta alcanzar el millón al siguiente año 192078. La oleada huelguística desencadenada en numerosas regiones del próspero norte, y la insistencia de los socialistas en el empleo de los “comuni” para potenciar las posiciones negociadoras de los jornaleros, aceleraron el fenómeno de descomposición de la pretérita unidad del campesinado. Ante el empuje de la fuerza reivindicativa de los braceros del campo, respaldados por los ayuntamientos de mayoría socialista y de una poderosa organización sindical defensora del principio de colectivización de la tierra, los mezzadri, los affittuari y los pequeños propietarios, se mostraban cada vez más inquietos. Pero sobre todo, comenzaban a manifestar un profundo malestar por la progresiva pérdida de posiciones e influencia sobre las tradicionales prácticas que reglamentaban, en su beneficio, la contratación de los jornaleros. Casi todos ellos, pues, empezaban a defender con coherencia creciente objetivos tales como la intervención del Estado en la contención de las disputas laborales. Así como la eliminación de los ayuntamientos controlados mayoritariamente por los socialistas, la defensa corporativa de la propiedad agraria, el derecho incuestionable al uso privado de la tierra, y el fin inmediato de las huelgas en el sector rural79. Y lo cierto es que, en la formulación de todos estos deseos, se sentían respaldados de una manera progresiva por las ligas fascistas y los “squadristi” de ultraderecha. Entre los sectores intermedios del campesinado se fue revelando una sensación de rechazo al enorme poder reivindicativo alcanzado por los jornaleros. Los aparceros, pequeños propietarios y arrendatarios, se mostraban visiblemente molestos ante la influencia expansiva alcanzada por la Federterra, y desde luego muchos de ellos no veían con buenos ojos las exigencias salariales y de contratación planteadas por los jornaleros sindicados. Incluso en el seno de los colectivos de jornaleros, las duras imposiciones exigidas por las ligas socialistas, y la severa aplicación de estrategias reivindicativas que provocaban una enorme tensión entre la mayoría de los pequeños propietarios y arrendatarios rústicos, alejaron a muchos trabajadores agrícolas de la obediencia a los sindicatos izquierdistas. Pues estos últimos forzaban la adopción de medidas coercitivas en el planteamiento de los conflictos laborales, impidiendo en muchos casos una necesaria flexibilidad en los pactos que hiciese posible la asimilación, por parte de los propietarios y cultivadores, de la mayor parte de las exigencias planteadas por

77 En las elecciones municipales y provinciales celebradas en noviembre de 1920, los socialistas del PSI se afirmaron políticamente mediante el triunfo logrado en el 65 por cien de las “comunas” de Emilia, el 52 por cien de las de Toscana, el 32 por cien de las de Lombardía, el 30 por cien de las de Umbría, y el 29 por cien de las del Piamonte. En términos generales, referidos a una contabilización de alcance nacional, el PSI alcanzó, como indicamos más arriba, el control sobre el 36,2 por cien de las provincias y el 26,5 por cien de los ayuntamientos. Cf. Guido Crainz y Giacomina Nenci, “Il movimento contadino”, en P. Bevilacqua (ed.), Storia dell´agricoltura italiana in età contemporanea, Vol. III: “Mercati e istituzioni”, Venecia, Marsilio Editori, 1990, pp. 597-668. Deben consultarse también: J. Baglieri, "Italian Fascism and the Crisis…”, op. cit. y D. J. Forsyth, The crisis of liberal Italy..., op. cit. 78 Cf. Guido Crainz, Padania. Il mondo dei braccianti..., op. cit. 79 Cf. Alfred Szymanski, “Fascism, Industrialism and Socialism: the Case of Italy”, en Comparative Studies in Society and History, 25, 4, (1973), pp. 395-404.

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los sindicatos de izquierda. La reiteración en torno a una táctica de confrontación basada en la intransigencia, no solamente agravó los efectos del desempleo, o la negativa contumaz de numerosos cultivadores a la admisión de las propuestas emanadas de las ligas agrarias de izquierda. Sino que de alguna manera suscitó la receptividad de muchos colectivos de jornaleros y asalariados agrícolas a los postulados en defensa de la “paz social”, y el acceso a la tierra en beneficio de toda la población rural, insistentemente proclamados por los fascistas80. Evidenciando así, la gradual receptividad que empezaban a gozar los mensajes difundidos por las uniones fascistas, o la creciente simpatía despertada por sus tácticas a la hora de lograr la contratación de un mayor número de jornaleros en demanda de empleo81.

Cuadro 6. Composición socio-profesional del Fascismo Italiano (En porcentajes) Muestra Grandes

Props. Agrícolas

Campesinos

Jornaleros Hombres de Negocios

Profs., Empleados Públicos y Pequeña Burguesía

Trabs. cualificados

Trabs. poco cualificados

Estudiantes

PNF (1) PNF (2) PNF (3) Squadristi (4) Squadristi (5)

– 1 5 4 2

12 3 7 0 13

24 – 3 0 c25

3 3 – 3 5

22 c36 c54 29 15

10 c12 c8 13 8

16 25 18 5 c22

13 16 2 46 10

PNF: Partito Nazionale Fascista; (1): Italia, 1921; (2): Udine, 1922; (3): Reggio Emilia, 1922; (4): Bolonia y Florencia, 1921-22; (5): Provincia de Bolonia, 1922; c: circa. Fuente: Michael Mann Fascists, Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press, 2004, p. 377. Pero fueron asimismo los grandes propietarios agrícolas del norte y del sur los que, aliados de igual forma a los pequeños y medianos propietarios o arrendatarios, y a un heterogéneo conjunto de clases medias urbanas damnificadas por los efectos de la crisis económica de posguerra, prestaron una atención cada vez mayor a las propuestas antidemocráticas, autoritarias y demagógicas vertidas por los fascistas. La enorme capacidad resolutiva, o el violento despliegue de medios con el que rodeaban sus propuestas los enardecidos “squadristi”, permitió que amplios sectores sociales urbanos intermedios, así como extensas capas de la burguesía agraria en connivencia con multitud de pequeños propietarios y arrendatarios, se sintieran inmediatamente seducidos por el lenguaje ultranacionalista y antiizquierdista del fascismo en ciernes. Forjándose así, un denso conglomerado de apoyos sociales que hizo suyas las propuestas por aquél expresadas acerca del necesario fortalecimiento de la autoridad estatal, la inevitable extirpación del “decrépito parlamentarismo liberal” y, cómo no, la violenta contención del avance, supuestamente imparable, del socialismo revolucionario y la conflictividad rural y urbana desplegada por los sindicatos de izquierda82.

80 Cf. MacGregor Knox, To the Threshold of Power, 1922/33. Origins and Dynamics of the Fascist and National Socialist Dictatorships, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 317-320. Véase asímismo: E. Spencer Wellhofer, “Democracy and Fascism: Class, Civil Society and Rational Choice in Italy” en American Political Science Review, 97, 1, (2003), pp. 91-106. 81 Cf. Michael Mann, Fascists, Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press, 2004, pp. 116-118. 82 Cf. Lawrence Squeri, “Who Benefited from Italian Fascism: A Look at Parma´s Landowners”, en Agricultural History, 64, 1, 1990, pp. 18-38.

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5. España. La deriva antirrepublicana y corporativista del pequeño campesinado83. En España, la breve e intensa vivencia política democrática de la II República se desenvolvió en medio de un agitado panorama de luchas agrarias y cambiantes alianzas electorales, protagonizadas por la burguesía rural, el campesinado intermedio y los jornaleros. También aquí, al igual que ocurriera en otros países de Europa Occidental, las constantes derivas experimentadas por las preferencias electorales de un campesinado numéricamente muy significativo84, castigado por la crisis de los 30 o asediado por la asfixiante combatividad de los poderosos sindicatos jornaleros socialistas o anarquistas, resultaron determinantes en la configuración de las diferentes coaliciones parlamentarias que sustentaron a los distintos gobiernos. En numerosas comarcas agrarias españolas en las que, a la altura de los 30, aún prevalecía la presencia de un importante segmento de modestos labradores enfrentado a una cuantiosa población jornalera, la llegada del régimen de la II República precipitó una particular aceleración del ya iniciado proceso de politización de todos ellos. Sobre el régimen democrático inaugurado en 1931 confluirían toda una serie de circunstancias que, como analizaremos más adelante, habrían estimulado el profundo distanciamiento político registrado entre el colectivo de los jornaleros y la mayoría del campesinado de pequeños propietarios, arrendatarios y aparceros. Los jornaleros, fortalecidos en su capacidad reivindicativa en los mercados laborales por eficacísimos instrumentos políticos y sindicales, se atrincherarían en el respaldo electoral otorgado al socialismo reformista de inspiración marxista, asimismo comprometido con una avanzada legislación laboral y con la Reforma Agraria. El campesinado intermedio, hostigado por los efectos deflacionarios de la crisis agraria mundial, por la elevación de los costos salariales, por la estricta aplicación de la legislación laboral reformista y por la intensa actividad huelguística ejercida por los jornaleros anarquistas o socialistas, acusaría, al sentirse seducido por los reclamos corporativistas de la gran patronal, un fenómeno de tibia derechización política. En aquellas extensas comarcas agrícolas con una fuerte presencia de jornaleros donde proliferaron los choques huelguísticos entre estos últimos y quienes los contrataban, el campesinado de pequeños propietarios o arrendatarios pudo haber escenificado una suerte de paulatino e irreversible alejamiento del “centro-izquierda reformista y burgués”, al que habría conferido su respaldo en los comicios del año 1931. Tal distanciamiento estuvo motivado por la frustración, experimentada por ese mismo campesinado, ante la incapacidad mostrada por los partidos del republicanismo progresista para satisfacer sus perentorias exigencias en torno a cuestiones tan decisivas como: la mejora de sus contratos de arrendamiento, la protección arancelaria de los mercados internos, la paralización de la Reforma Agraria, la modificación o supresión de la legislación laboral, la neutralización de los vigorosos sindicatos jornaleros y el cese de las intromisiones practicadas por los alcaldes socialistas en sus esporádicos pactos laborales con los asalariados. El profundo malestar político padecido por el campesinado familiar de las provincias castellano-leonesas, aragonesas, extremeñas, castellano-manchegas o de la Andalucía oriental

83 El presente capítulo se enmarca dentro de la labor desarrollada en el seno del proyecto de investigación: “LA MEMORIA DE LA GUERRA CIVIL, LAS «CULTURAS DE LA VICTORIA» Y LOS APOYOS SOCIALES AL RÉGIMEN FRANQUISTA, 1936-1950”, HAR2009-07487 (subprograma HIST), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y cuyo investigador principal es el profesor Francisco Cobo Romero. 84 Según los datos aportados por Pascual Carrión, hacia 1930 existía en España un total aproximado de 1.700.000 pequeños propietarios (el 94’94% del total), que poseía el 32’67% del total de la riqueza rústica catastrada, mientras que tan sólo unos 17.000 grandes terratenientes (el 0’97% de del total de propietarios) acumulaban el 42’05% de la misma. Completaban la estructura socio-laboral agraria los alrededor de un millón novecientos mil obreros agrícolas y los aproximadamente 500.000 arrendatarios y aparceros. Véase: Pascual Carrión, Los latifundios en España. Su importancia. Origen. Consecuencias y solución, Barcelona, Ariel, 1975, (2ª edición), p. 109; Manuel Tuñón de Lara, Tres claves de la Segunda República. La cuestión agraria, los aparatos del Estado, Frente Popular, Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 35-36.

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ante la puesta en marcha de la Reforma Agraria, o frente a la aplicación de las leyes laborales pro-jornaleras inspiradas por la coalición republicano-socialista, comenzó a materializarse desde 1933 en adelante. La manifestación más perceptible de esto último consistió en la progresiva huída del campesinado intermedio de la fidelidad inicial mostrada a los partidos del centro-izquierda, culminada con su paulatina adhesión a la defensa de los postulados corporativistas y antiparlamentarios sostenidos por la derecha católico-agrarista en proceso de franca “fascistización”. 5.1. «Éxito jornalero» versus «derechización campesina» La crisis agraria de fines de los años veinte y comienzos de los treinta repercutió muy desfavorablemente sobre el subsector de exportación de productos agrícolas. La caída de los precios de mercado de los principales excedentes agrarios, unida a la elevación de los costes de producción y al ascenso de los salarios pagados a los jornaleros85, provocaron la pérdida de rentabilidad de numerosísimas explotaciones y el descenso generalizado del beneficio empresarial. Tal situación no afectó exclusivamente a los medianos y grandes propietarios o arrendatarios agrícolas, sino asimismo a una extensa pléyade de pequeños y modestos cultivadores86. Estos últimos, definitivamente orientados hacia una agricultura rentabilista, capitalista y mercantilizada, recurrían con frecuencia cada vez mayor al mercado de trabajo para contratar mano de obra jornalera absolutamente imprescindible en la realización de algunas faenas agrícolas –siembra, escarda, siega, riego, poda de árboles y vides, cava de pies de olivo, recolección de frutos y aceituna, etc. –. En medio de una coyuntura adversa, en la que la elevación de los costes salariales agravaba aún más los efectos depresivos causados por la deflación de los precios de las cosechas, los únicos recursos aún disponibles por los cultivadores agrícolas con los que hacer frente a la caída de sus beneficios consistían en la mecanización de algunas faenas, la mutua cooperación, el abaratamiento de los jornales y la sobreexplotación de la mano de obra asalariada. Tales recursos resultaban absolutamente incompatibles con el espíritu y la finalidad perseguida por las leyes laborales pro-jornaleras, hasta el extremo de concitar entre la práctica totalidad de los cultivadores una actitud de irreductible rechazo a su aplicación. La intransigencia patronal chocó frontalmente con la fortaleza numérica de los inscritos en los sindicatos jornaleros socialistas, provocando el desencadenamiento de una imparable espiral de conflictividad huelguística que alcanzó su cenit el decisivo año 1933. En este marco de crisis agraria la apuesta del socialismo por el cumplimiento de las leyes pro-jornaleras, por el aumento de las ofertas patronales de empleo y por la Reforma Agraria le reportó la confianza de un abultadísimo conjunto de asalariados. Casi desde el momento mismo de su constitución en 1930, y muy especialmente desde la promulgación de las leyes laborales del año 1931, la FNTT socialista creció espectacularmente entre los jornaleros de todo el país. En un brevísimo plazo de tiempo alcanzó un éxito aplastante en las comarcas agrarias donde se concentraba una importante masa de asalariados que sufría el implacable azote del desempleo y los bajos jornales pagados en el campo. Su influencia se expandió con una pasmosa celeridad allí donde predominaba una agricultura comercializada y asentada sobre un desigual reparto de la propiedad de la tierra, o donde prevalecía un tipo de cultivos intensivos que requerían temporalmente el concurso de una considerable cantidad de

85 Migue Ángel Gutiérrez Bringas, “Un intento de reconstruir una variante del nivel de vida del campesinado: los salarios agrícolas en España, 1756–1935”, en Ricardo Robledo (ed.), Preactas del VIII Congreso de Historia Agraria, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1997, pp. 73–90, p. 77; Albert Carreras y Xavier Tafunell, Historia económica de la España contemporánea, Barcelona, Crítica, 2003, pp. 255-256. 86 Manuel González de Molina y Miguel Gómez Oliver (coords.), Historia contemporánea de Andalucía. Nuevos contenidos para su estudio, Granada, Junta de Andalucía, 2000, pp. 342-346.

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mano de obra asalariada. Sus efectivos –jornaleros en un 80 por ciento– se agolparon sobre el extenso arco de las regiones agrícolas centro-meridionales y sudorientales de Castilla La Mancha, Andalucía, Extremadura, Levante o Murcia, pasando de los 28.811 afiliados del año 1930 a los 451.377 contabilizados en 193387. En Andalucía la FNTT creció por casi toda su extensión geográfica, incluso a costa de debilitar los tradicionales bastiones de predominio anarquista de las campiñas de Córdoba y Sevilla88. Con un poderoso sindicato agrícola socialista comprometido con su defensa, la aplicación de la legislación laboral pro-jornalera promulgada a lo largo del año 1931 suscitó un agudo incremento de las tensiones sociales en el campo. Pero sobre todo, y esta es una afirmación que todavía hoy continúa siendo recibida con elevadas dosis de escepticismo, dañó la precaria rentabilidad de la pequeña explotación y perjudicó las estrategias económicas de mutua colaboración, o de búsqueda de complementos salariales, tradicionalmente ensayadas por el campesinado familiar de pequeños propietarios y arrendatarios. La denominada Ley de Términos Municipales privaba a los grandes propietarios del recurso a la contratación de trabajadores “forasteros”, hurtándoles así la posibilidad de continuar instrumentalizándolos en la desarticulación de las huelgas campesinas y la contención de los salarios. Pero además de todo ello la ley de Términos debió dañar las modestas economías de los pequeños propietarios y arrendatarios89. Sobre todo porque les impidió que continuaran desplazándose periódicamente hacia las comarcas agrícolas con abundancia de ofertas laborales, en busca de un empleo con el que complementar los ingresos obtenidos del cultivo de sus pequeños fundos90. Pese a todo, fueron fundamentalmente los grandes patronos agrícolas los más lesionados por los efectos de su aplicación, hasta un extremo que les condujo a reclamar, y a conseguir, la absoluta derogación de tan denostada norma91. Los Jurados Mixtos del Trabajo Rural, encargados de la fijación de los salarios, del establecimiento de la duración mínima de los contratos o de la regulación de la jornada laboral, fueron objeto asimismo de interminables disputas entre la patronal y el sindicato jornalero socialista. Estos órganos de arbitraje desbarataron las tradicionales formas de dominio ejercidas por la patronal agrícola sobre la mano de obra jornalera, a la vez que pusieron en manos de esta última –a través sobre todo del nombramiento de presidentes inclinados a la defensa de sus intereses– una valiosa herramienta con la que contrarrestar el

87 Manuel Redero San Román, “La implantación de la U.G.T. en la II República (1931-1936)”, en Julio Aróstegui (coord.), Historia y Memoria de la Guerra Civil. Encuentro en Castilla y León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1988, Vol. I., pp. 171-193, p. 182; Gregory Luebbert, “Social Foundations of Political Order in Interwar Europe”, en World Politics, 39, 4, (1987), pp. 449-478, véase la p. 471. 88 Jacques Maurice, El anarquismo andaluz..., op. cit., pp. 29-59. 89 En el otoño de 1932, incluso la Unión de Agricultores salmantina, una liga de pequeños propietarios y arrendatarios que agrupaba al campesinado intermedio de la provincia, elevó sus protestas ante el Ministro de Agricultura para impedir la aplicación de la Ley de Términos. Véase Mary Vincent, Catholicism in the Second Spanish Republic. Religion and Politics in Salamanca, 1930-1936, Oxford, Clarendon Press, 1996, p. 195. En las comarcas agrícolas andaluzas con un extenso censo de pequeños campesinos que acudían temporalmente a las fincas de los medianos y grandes propietarios para ser contratados, la Ley de Términos fue duramente contestada. Al respecto véase José Manuel Macarro Vera, Socialismo, República y revolución en Andalucía (1931-1936), Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000, pp. 136-145. 90 En abril y junio de 1932, una amplia representación de los patronos agrícolas de Mancha Real (Jaén), acompañados de algunos jornaleros, reclamaban del Gobernador Civil la derogación de la Ley de Términos, argumentando que provocaba el aumento del paro agrícola al impedir que muchos trabajadores encontrasen empleo en las fincas de otros términos municipales. Véase “La Mañana”, 27 de abril y 11 de junio de 1932. 91 Véase: Fernando Pascual Cevallos, Luchas agrarias en Sevilla durante la Segunda República, Sevilla, Diputación Provincial, 1983; Mario López Martínez, Orden público y luchas agrarias en Andalucía. Granada, 1931-1936, Madrid, Ediciones Libertarias, 1995; y Francisco Cobo Romero, Labradores, campesinos y jornaleros. Protesta social y diferenciación interna del campesinado jiennense en los orígenes de la Guerra Civil (1931-1936), Córdoba, La Posada, 1992.

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desempleo agrícola, elevar los salarios y disminuir la jornada92. Como acabamos de apuntar, la existencia de presidentes acusados de “manifiesta parcialidad”, así como la inclinación de aquéllos a favorecer las posiciones de los jornaleros, actuaron como elementos coadyuvantes al alza generalizada de los salarios agrícolas durante los años 1931 y 193293. Esta última circunstancia debió perjudicar las ya debilitadas economías de aquellos pequeños propietarios o arrendatarios que recurrían a la contratación estacional de mano de obra94. Todo parece indicar, pues, que los Jurados Mixtos no fueron denigrados únicamente por la gran patronal, sino igualmente por algunos estratos de campesinos modestos, perjudicados por la ventajosa posición alcanzada por los jornaleros en la negociación de las bases del trabajo agrícola95. La denominada Ley de Laboreo Forzoso confería a las Comisiones de Policía Rural –conformadas por representantes obreros y patronales– plena capacidad para la asignación obligatoria de jornaleros a los propietarios, cualesquiera que fuesen el tamaño o la importancia de sus explotaciones96. Ello provocó, como era de esperar, un gran número de protestas patronales97. También en este caso cabe deducir que la ley en cuestión perjudicó seriamente las economías familiares de un buen número de pequeños propietarios y arrendatarios. En numerosas localidades jiennenses, por ejemplo, las Comisiones Locales de Policía Rural imponían jornaleros en situación de desempleo incluso a los modestos labradores. Algunos de ellos se quejaban del hecho de tener que admitir mano de obra jornalera durante la recolección de la aceituna, impidiéndoseles de esta forma el tradicional recurso a la ayuda mutua entre grupos familiares próximos, o entre vecinos, tan practicado en las comarcas agrícolas con una abundante presencia de la explotación familiar campesina98. En la provincia de Sevilla, el Gobernador Civil se quejaba en 1932 de que las Comisiones locales de Policía Rural estaban sembrando el odio político en las poblaciones rurales99. Pero la realización más importante de las Cortes del primer bienio republicano consistió en la aprobación, en septiembre de 1932, de la Ley de Reforma Agraria100. Para dejar constancia del furibundo rechazo a tan decisiva norma, la patronal salmantina se negó aquel año a realizar las labores de siembra, exhortando a hacer lo mismo a los pequeños propietarios y arrendatarios atenazados por un infundado temor a la colectivización de sus

92 Eduardo Sevilla Guzmán, La evolución del campesinado en España. Elementos para una sociología política del campesinado, Barcelona, Península, 1979, pp. 84-85. 93 Francisco Cobo Romero, Labradores, campesinos…, op. cit., pp. 160-180. 94 La aplicación de numerosas bases de trabajo que contemplaban elevaciones salariales para los jornaleros provocó serios problemas a la ya mermada rentabilidad de las explotaciones sostenidas por una gran cantidad de pequeños propietarios de las comarcas cerealícolas castellano-leonesas. Véase Mary Vincent, Catholicism in the Second…, op. cit., pp. 194-195. 95 Al parecer, en la provincia de Sevilla durante el año 1931, el importe de los jornales agrícolas fue superior al valor del total de los productos cosechados, al menos según se desprende de las manifestaciones hechas por el gobernador civil de la provincia. Véase El Liberal, Sevilla, 11 de enero de 1932. En la provincia de Albacete, con una economía netamente agrícola, los salarios pagados a los jornaleros se duplicaron, merced a la actuación de los Jurados Mixtos, durante el primer bienio republicano. Véase: Manuel Requena Gallego, “Los Jurados Mixtos de Trabajo en la provincia de Albacete durante la II República”, en Historia Social, 33, (1999), pp. 97-110. 96 Véase: “Decreto Ley de 7 de mayo de 1931 sobre Laboreo Forzoso de tierras por causa de utilidad pública”, Gaceta de Madrid, 8 de mayo de 1931; “Ley de 23 de septiembre de 1931, de autorización al Gobierno para decretar el Laboreo Forzoso de tierras”, Gaceta de Madrid, 25 de septiembre de 1931. 97 Véase La Mañana, 24 y 27 de septiembre y 17 de noviembre de 1932. Véase Boletín Oficial de la Provincia de Jaén, 15 de abril de 1932. 98 En algunos pueblos de la provincia de Jaén, los alcaldes socialistas prohibían a los pequeños propietarios agrícolas el comienzo de las faenas de recolección de la aceituna hasta tanto no contratasen a un determinado número de jornaleros en paro, aplicando así estrictamente los criterios de la Ley de Laboreo Forzoso. Véase “La Mañana”, 21 y 31 de diciembre de 1932. 99 Véase Fernando Pascual Cevallos, Luchas agrarias..., op. cit. . 100 Gaceta de Madrid, 21 de septiembre de 1932.

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tierras101. Quizás, para lo que aquí nos interesa, el aspecto más controvertido de la Reforma Agraria consistiese en la inclusión de dos cláusulas expropiatorias que afectaban tanto a las superficies cedidas sistemáticamente en arriendo, independientemente de su tamaño (apartado 12 de la Base 5ª), como a las que formaban parte de los denominados “ruedos” (apartado 10 de la misma Base), integrados por las fértiles tierras próximas al caserío de los pueblos agrícolas. La última de las modalidades de incautación referidas debió alarmar a los pequeños propietarios de las provincias minifundistas del tercio peninsular septentrional, donde predominaban unos términos municipales de reducida extensión en los que se veía amenazada de expropiación una proporción muy elevada del total de sus tierras102. De alguna manera, la ley de Reforma Agraria contribuyó a que una considerable proporción de pequeños propietarios o arrendatarios contemplase con angustioso recelo al régimen republicano, y comenzase a sentirse seducida por las soflamas anti-socialistas propaladas por el conservadurismo o la derecha agrarista y católica103. Los negativos efectos provocados por la legislación laboral y la Reforma Agraria sobre las castigadas economías del campesinado intermedio quizá motivasen el surgimiento entre muchos de sus componentes de actitudes de progresiva desconfianza hacia los gobiernos social-azañistas y sus específicas políticas agrarias. La combatividad de los jornaleros, el alza de los salarios o las más controvertidas cláusulas contenidas en la ley de Reforma Agraria debieron hacerles girar gradualmente en sus preferencias políticas, hasta alinearse con las propuestas de paralización de la Reforma y parcial abolición de la legislación pro-jornalera defendidas por la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y el Partido Republicano Radical104. 5.2. Fragmentación política campesina y polarización del voto rural Entre los años 1931 y 1933 se sucedieron toda clase de conflictos en la agricultura de cuantiosísimas poblaciones rurales105. Fueron convocadas varias huelgas generales para 101 Manuel Tuñón de Lara, Tres claves..., op. cit., p. 85; Eduardo Sevilla Guzmán, La evolución del campesinado..., op. cit., p. 96; Vincent, Mary, Catholicism in the Second…, op. cit., p. 195. 102 Se consideraban objeto de expropiación las tierras situadas a menos de dos kilómetros de distancia del casco de los pueblos con menos de 25.000 habitantes, siempre y cuando su propietario poseyese en el mismo término municipal tierras con una renta catastral superior a las 1.000 pesetas y no las cultivase directamente. Véase: Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 251-252; Gaceta de Madrid, 21 de septiembre de 1932. 103 Mary Vincent, Catholicism in the Second…, op. cit., pp. 193-199; Luis Teófilo Gil Cuadrado, El Partido Agrario Español (1934-1936): Una alternativa conservadora y republicana, Tesis Doctoral Inédita, Madrid, Universidad Complutense, 2006, pp. 220-224. 104 Nigel Townson, La República que no pudo ser. La política del centro en España (1931-1936), Madrid, Taurus, 2002, pp. 239-247. 105 Según Malefakis, quien aporta los datos recogidos por el Ministerio de Trabajo, el número de huelgas agrarias en todo el país fue de 85 el año 1931, 198 en 1932 y 448 en 1933. Los datos aportados por el propio sindicato agrícola socialista indican que, entre abril de 1930 y junio de 1932, las distintas uniones sindicales de la FNTT participaron en unas 925 huelgas agrarias. Véase: Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 355 y 362. Pese a todo, pensamos que los conflictos laborales realmente registrados en la agricultura debieron ser muchos más. Nosotros hemos contabilizado, en tan sólo cuatro provincias andaluzas Córdoba, Granada, Jaén y Sevilla), unas 220 huelgas en 1931, 246 en 1932 y 389 en 1933. Véase: Luis Garrido González, Riqueza y tragedia social. Historia de la clase obrera en la provincia de Jaén (1820-1939), Jaén, Diputación Provincial, 1990; Francisco Cobo Romero, Labradores, campesinos…, op. cit.; Manuel Pérez Yruela, La conflictividad campesina en la provincia de Córdoba (1931-1936), Madrid, Ministerio de Agricultura, 1979; Fernando Pascual Cevallos, Luchas agrarias…, op. cit.; Diego Caro Cancela, Violencia política…, op. cit.; Mario López Martínez, Orden público…, op. cit.; Mario López Martínez y Rafael Gil Bracero, Caciques contra Socialistas. Poder y conflictos en los ayuntamientos de la República. Granada, 1931-1936, Granada, Diputación Provincial, 1997, pp. 223-230; Aurora Bosch, “Sindicalismo, conflictividad y política”, en A. Bosch; A. M. Cervera; V. Comes Iglesia y A. Girona, Estudios sobre la Segunda República, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1993, pp. 261-272; Carlos Hermida Revillas, Economía agraria y agitaciones campesinas en Castilla la Vieja y León: 1900-1936,

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protestar contra la negativa patronal al cumplimiento de las bases del trabajo o para quebrantar su actitud de boicoteo a los Jurados Mixtos. El fortalecimiento de los sindicatos jornaleros se unió pronto al control mayoritario que los socialistas comenzaron a ejercer sobre una gran cantidad de ayuntamientos repartidos por toda la geografía nacional106. El socialismo pasó a identificarse preferentemente con la defensa de los intereses de los asalariados agrícolas, desatendiendo en buena medida sus iniciales preocupaciones por la situación de los pequeños propietarios o arrendatarios. Tan incondicional alianza le reportó indudables éxitos electorales en las circunscripciones mayoritariamente jornaleras, al tiempo que debió enajenarle el concurso político que, al menos de manera efímera, debieron prestarle en las constituyentes de 1931 los pequeños propietarios y el campesinado intermedio.

Cuadro 7. Las fluctuaciones del voto entre la izquierda y la derecha. Andalucía, 1931-1933. (1931 = 100)

Distritos Electorales

Izquierda y Republicanos de Izquierda (1)

Derecha, Centro-Derecha, Autoritarios y Fascistas (2)

Otros (3)

19314 19334 Diferencia (%) 1931-33

19314 19334 Diferencia (%) 1931-33

19314 19334 Diferencia (%) 1931-33

Andalucía OR. 100,00 80,40 –10,95 100,00 214,29 +27,04 100,00 21,36 –16,09 Andalucía OCC. 100,00 75,99 –10,39 100,00 118,17 +8,24 100,00 118,89 +2,15

ANDALUCÍA 100,00 78,50 –10,66 100,00 151,09 +17,63 100,00 56,21 –6,97

Andalucía OR.: Andalucía Oriental – Almería, Granada, Jaén y Málaga (con respecto al total de la población activa agraria: Campesinado familiar, 40,4 %; Jornaleros, 48,1 %). Andalucía OCC.: Andalucía Occidental – Cádiz, Córdoba, Huelva y Sevilla (con respecto al total de la población activa agraria: Campesinado familiar, 22,1 %; Jornaleros, 69,6 %). Fuente107: Javier Tusell y otros (1982); Javier Tusell (1971); William J. Irwin108 (1991); “El Debate”: Cómo votó España en las elecciones de noviembre de 1933, domingo, 2 de febrero de 1936; (1) Agrupación al Servicio de la República, Acción Republicana, Partido Republicano Radical-Socialista, Republicanos Revolucionarios, Partido Socialista Obrero Español, Partido Comunista de España. (2) Partido Republicano Radical, Derecha Liberal Republicana, Acción Nacional, CEDA, Agrarios, Falange Española de las JONS. (3) Republicanos Federales, Republicanos Autónomos, Independientes, etc. (4). Números índices, 1931=100. Elaboración propia. Madrid, Universidad Complutense, 1989; M. P. Ladrón de Guevara Flores, La esperanza republicana. Reforma agraria y conflicto campesino en la provincia de Ciudad Real (1931-1939), Ciudad Real, Diputación Provincial, 1993; Francisco Moreno Gómez, La República y la Guerra Civil en Córdoba (I), Córdoba, Excmo. Ayuntamiento de Córdoba, 1982; Eduardo Sevilla Guzmán, La evolución del campesinado…, op. cit.; Maurice, Jacques, El anarquismo andaluz…, op. cit., pp. 347-357. 106 Los alcaldes de socialistas favorecían, en períodos de huelga, la paralización de las faenas agrícolas en sus respectivos términos municipales, mostrando asimismo una absoluta connivencia con aquellos jornaleros que coaccionaban a los esquiroles o cuantos desoían los llamamientos al cese de la actividad laboral. A su vez, practicaban la detención de aquellos labradores o modestos propietarios que se negaban a cumplir las Bases en materia salarial, o que desobedecían los dictámenes de las Comisiones de Policía Rural estipulando la realización obligatoria de determinadas labores o la aceptación de jornaleros en situación de desempleo. De igual forma, dictaban bandos para garantizar que la mayor parte de los jornaleros en paro fuesen colocados, previa su extracción de la Bolsa de Trabajo, impidiendo la discriminación practicada contra aquellos que pertenecían al sindicato agrícola socialista. Con mucha frecuencia amonestaron a cuantos pequeños labradores se negaban a contratar a los jornaleros previamente asignados, o a los que pretendían llevar a cabo las labores de recolección en sus propiedades según los usos y costumbres de cada lugar, recurriendo al tradicional concurso de sus vecinos. Véase "La Mañana", 11 y 26 de junio y 18 y 31 de diciembre de 1932; véase también: "La Mañana", 8 de marzo de 1933; Mario López Martínez y Rafael Gil Bracero, Caciques contra Socialistas…, op. cit., pp. 196-197; Ronald Fraser, Escondido. El calvario de Manuel Cortés, Valencia, Instituciò Alfons el Magnànim, 1986, p. 131. 107 Javier Tusell (et alii.), Las Constituyentes de 1931: unas elecciones de transición, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1982; Javier Tusell, Las elecciones del Frente Popular en España, Madrid, Edicusa, 1971. 108 William J. Irwin, The 1933 Cortes Elections. Origin of the Bienio Negro, New York and London, Garland Publishing, 1991, pp. 292-333.

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Tal y como sugiere el contenido del cuadro 7, desde 1933 las derechas católicas y el republicanismo conservador afianzaron mucho más intensamente sus posiciones electorales en aquellas provincias andaluzas en las que se concentraba la mayor parte del campesinado familiar, es decir, allí donde un significativo porcentaje de pequeños propietarios y arrendatarios concurría a los mercados laborales enfrentado a una considerable masa de jornaleros. Buena parte del campesinado intermedio se vio agredido por la difícil coyuntura económica nacional e internacional y comenzó a culpabilizar a las izquierdas, y a la mayoría del republicanismo progresista, de las amenazas contenidas en el articulado de la Ley de Reforma Agraria, del intrusismo de los alcaldes socialistas en sus relaciones con los jornaleros y del carácter antieconómico y sectario de la legislación laboral reformista. Como consecuencia de todo ello, giró hacia una defensa instintiva de sus más arraigadas prácticas y comenzó a encauzar su voto hacia el respaldo a las opciones corporativas, tradicionalistas y agraristas propaladas por unas derechas católicas anti-socialistas y ascendentemente antirrepublicanas. Quizás también, empezó a recelar cada vez más de un régimen democrático que había permitido la proliferación de fuertes sindicatos jornaleros de izquierda, había impulsado una Reforma Agraria percibida como “socializante” y expropiatoria y había consentido la aplicación de medidas de signo anticlerical responsabilizadas del irreparable resquebrajamiento padecido por el orden rural tradicional. Cuadro 8. La polarización electoral de los jornaleros y el campesinado intermedio109. Coeficientes de

Correlación resultantes de las variables comparadas. Provincia de Jaén, 1931-1936.

Variables Comparadas Coeficientes de Correlación

Elecciones a Cortes 1931 1933 1936

Jornaleros y Voto a la Izquierda o al Centro-Izquierda + 0.53 + 0.73 + 0.88 Pequeños Propietarios o Arrendatarios y Voto a la Derecha o al Centro-Derecha + 0.55 + 0.71 + 0.87 Jornaleros y Voto a la Derecha o al Centro-Derecha – 0.55 – 0.71 – 0.87 Pequeños Propietarios o Arrendatarios y Voto a la Izquierda o al Centro-Izquierda – 0.53 – 0.73 – 0.88 Fuente: Boletín Oficial de la Provincia de Jaén, 1931-1936; Archivo de la Diputación Provincial de Jaén; Archivo del Congreso de los Diputados (Madrid); BIRA: Censo campesino de la provincia de Jaén. Diarios: “El Pueblo Católico”, “La Mañana”, “Democracia”, “El Socialista”, “La Provincia”. Elaboración propia. El aludido fenómeno cuenta con un indudable respaldo empírico en las comarcas de predominio del pequeño campesinado católico de las regiones del tercio septentrional, en las que persistía una estructura de la propiedad de carácter minifundista110. Sin embargo, recientes análisis han puesto de manifiesto que el acentuado alineamiento político del campesinado intermedio con las posturas corporativistas y tibiamente antiparlamentarias de la derecha agrarista y católica también fue constatable en las comarcas andaluzas orientales,

109 Se ha empleado la técnica del “coeficiente de correlación rxy”, formalmente conocido como Coeficiente de Correlación Producto-Momento de Pearson, o sencillamente Coeficiente de Pearson, para establecer la existencia e intensidad de asociación entre dos variables o series de datos. Véase Charles H. Feinstein y Mark Thomas, Making History Count. A primer in quantitative methods for historians, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp. 76-86. Asimismo, se ha empleado el “Censo de campesinos”, cuyos apartados “C” y “D” incluían a los pequeños propietarios y arrendatarios de aquellas provincias sobre las que se decretó la aplicación de la Ley de Reforma Agraria de 1932. 110 Véase: William J. Irwin, The CEDA in the 1933 Cortes Election, PhD Dissertation, New York, University of Columbia, 1975, pp. 164-186; María Concepción Marcos del Olmo, Voluntad popular y urnas. Elecciones en Castilla y León durante la Restauración y la Segunda República, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1995, pp. 236-249; Ricardo Robledo, “El campo en pie. Política y Reforma Agraria”, en Ricardo Robledo (ed.), Esta salvaje pesadilla. Salamanca en la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2007, pp. 3-51.

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donde aún persistía una más que destacada representación numérica de pequeños propietarios y arrendatarios (véase el cuadro 8)111. No parece demasiado descabellado pensar que las clases medias rurales se mostraron, al menos desde 1933, contrarias al avance del socialismo, al que culpabilizaron de una situación de creciente desorden público y del aumento de la conflictividad huelguística que se propagó por casi toda la agricultura del país. Incluso algunos jornaleros, probablemente los trabajadores fijos y los denominados “pegaos” de las cortijadas y los latifundios del sur112, orientaron su voto hacia las derechas, respondiendo así a las coacciones que los ricos propietarios debieron ejercer sobre ellos. Pese a lo anterior, puede que este escoramiento derechista del campesinado experimentase un levísimo retroceso en las elecciones de 1936, una vez que el arrinconamiento, verificado desde 1935, de las iniciativas social-católicas concebidas para beneficiar a los pequeños arrendatarios o a los yunteros extremeños113 terminase por empujar a muchos de ellos hacia un nuevo apoyo electoral prestado a los republicanos de izquierda114. 5.3. La fuga del voto campesino y el debilitamiento del centro-izquierda burgués Desde el inicio del régimen republicano los socialistas mostraron una sincera voluntad por mejorar el nivel de vida del campesinado de pequeños propietarios, arrendatarios o aparceros. Sin embargo, sus reflexiones teóricas en torno al carácter de la pequeña explotación y el pertinaz pesimismo con el que juzgaban su histórico devenir115, provocaron un temprano debilitamiento de los compromisos inicialmente suscritos con aquél colectivo rural. Argumentaban que hasta tanto no hubiese culminado la muy pronosticada extinción de la pequeña explotación campesina, condenada a sucumbir frente al empuje imparable y la superior competitividad de la gran propiedad mecanizada, no quedaba otra solución que considerar a los humildes arrendatarios y aparceros como trabajadores rurales, pertrechados con la tierra como único instrumento de trabajo. No obstante, mientras todos ellos

111 Francisco Cobo Romero, De campesinos a electores. Modernización agraria en Andalucía, politización campesina y derechización de los pequeños propietarios y arrendatarios. El caso de la provincia de Jaén, 1931-1936, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003; Fernando Ayala Vicente, Las elecciones en la provincia de Cáceres durante la II República, Badajoz, Editora Regional Extremeña, 2001. 112 Los denominados “pegaos” de los cortijos y grandes heredades, es decir, los trabajadores fijos al servicio de los grandes propietarios latifundistas, fueron víctimas del empleo de diversas coacciones por parte de sus empleadores, y quizá giraron hacia la defensa de los partidos de la derecha agrarista y católica. Véase: Eduardo Sevilla Guzmán y Paul Preston, “Dominación de clase y modos de cooptación del campesinado en España: la Segunda República. (Primera parte)”, en Agricultura y Sociedad, 3, (1977), pp. 147-165. 113 El profundo revés sufrido por la fracción social-católica de la CEDA y la frustración de las iniciativas legislativas del ministro Giménez Fernández a favor de los arrendatarios y los yunteros se unió a la pésima gestión del problema triguero llevada a cabo por los ministros de la Minoría Agraria –Velayos y Martínez de Velasco–, en perjuicio de los pequeños productores de las regiones predominantemente cerealícolas. Todo ello tuvo un evidente coste electoral para las derechas agraristas. Véase: Malefakis, Edward, Reforma agraria…, op. cit., pp. 400-405; Luis Teófilo Gil Cuadrado, “Hacia una república conservadora: el programa político del Partido Agrario Español”, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V., Historia Contemporánea, 18, (2006), pp. 187-206, véanse las pp. 195-196. 114 Véase: José Velasco Gómez, La Segunda República en Málaga, Málaga, Ágora, 2008; Fernando Romero Romero, Alcalá del Valle. República, Guerra Civil y represión, 1931-1946, Granada, Tréveris, 2009. 115 Véanse al respecto las resoluciones adoptadas por la Federación Internacional de Trabajadores de la Tierra (F.I.T.T.) –creada en 1920–, en el congreso celebrado en Estocolmo el mes de julio de 1931. Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, Memoria. II Congreso, 17 de septiembre de 1932, Edición facsímil, Jaén, Universidad de Jaén, 2000, pp. 357-361 y 378-379.

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subsistiesen serían susceptibles de ser atraídos a la órbita del socialismo, gracias a las ofertas ejemplarizantes del cooperativismo y a la sustancial mejora de sus contratos116. Por su parte, los pequeños partidos de la izquierda burguesa –Acción Republicana y el Partido Republicano Radical-Socialista principalmente– dieron reiteradas muestras de apoyo a la puesta en marcha de una completa reestructuración del sector agrario, con la que pretendían dotar de una firme base social al régimen democrático. Todos ellos estaban convencidos de la urgente necesidad de acometer iniciativas legislativas de profundo calado, que hiciesen posible un reparto más igualitario de los recursos agrícolas y cooperasen a la configuración de un segmento de pequeños propietarios o arrendatarios reconfortado, optimista y dispuesto a incrementar la productividad y la rentabilidad de sus explotaciones. Para ello era necesario mejorar las condiciones en las que se llevaba a efecto el aprovechamiento de sus tierras. Abogaban, pues, por una sustancial reducción de los arrendamientos, querían resarcir a los arrendatarios de los gastos desembolsados en la mejora de las tierras que cultivaban y pensaban que había que facilitarles el acceso a la propiedad de las mismas. Confiaron asimismo en la puesta en pie de instituciones de crédito que auxiliasen al pequeño campesinado y se mostraron dispuestos a promover la creación de escuelas técnicas que lo capacitasen para el desarrollo de una práctica agrícola eficiente y rentable. Además, tanto los radical-socialistas como los azañistas estuvieron comprometidos desde el primer instante con un proyecto de Reforma Agraria que parcelase los latifundios, garantizase el acceso del pequeño campesino al cultivo y aprovechamiento de la tierra y contribuyese a la dinamización del sector agrario mediante su modernización técnica y su parcial mecanización117. El compromiso de los radical-socialistas con la defensa de los intereses específicos de la clase media-baja rural cobró un perfil más nítido con la creación, en abril de 1932, de la denominada Alianza Nacional de Labradores, una iniciativa que nunca gozó de suficiente arraigo. Inspirada por Félix Gordón Ordás, fue concebida como una organización exclusivamente profesional, que se proponía agrupar a los “arrendatarios, colonos, aparceros, pequeños propietarios y ganaderos” para contrarrestar el extremismo de los socialistas. Mediante su constitución, los radical-socialistas se proponían mejorar la condición económica del campesinado a fin de robustecer la existencia de una clase de cultivadores prósperos y esforzados, que dotase de estabilidad política al medio rural y lo preservase de los extremismos provenientes tanto del agrarismo tradicionalista como del sindicalismo de inspiración marxista o anarquista118. La alianza parlamentaria que los socialistas mantuvieron con los republicanos de izquierda durante el primer bienio se tradujo en la promoción de algunas medidas para aliviar la penosa situación de los pequeños propietarios, arrendatarios y aparceros. Los primeros gobiernos social-azañistas llevaron a cabo una meritoria labor en la dirección apuntada, y entre los meses de julio y octubre de 1931 dictaron dos importantes decretos que permitían revisar los contratos de arrendamiento –a los solos efectos de la reducción del precio– y solicitar el aplazamiento en el pago de la renta. Otras medidas venían a prohibir la rescisión de los contratos de arrendamiento –excepto por la desatención del cultivo o el impago de la renta–, con el propósito de contrarrestar la temida oleada de desahucios que podría desencadenar una propuesta de Reforma Agraria que perjudicase a las tierras indirectamente cultivadas119. Además, socialistas y azañistas se comprometieron a promover la elaboración de leyes destinadas a la definitiva abolición de los denominados “foros” y “rabassas”, aún 116 Al respecto consúltese: “Los trabajadores de la tierra. (Texto taquigráfico de los discursos pronunciados en la Casa del Pueblo de Madrid en la mañana del día 22 de octubre por los camaradas Trifón Gómez y Lucio Martínez)”, Véase El Obrero de la Tierra, noviembre de 1933 (Semana preelectoral). 117 Véase Juan Avilés Farré, La izquierda burguesa y la tragedia de la II República, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, pp. 101-103 y 189-196. 118 Juan Avilés Farré, La izquierda burguesa…, op. cit., pp. 191-192. 119 Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., p. 200.

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cuando poco o nada se hiciese al respecto de esto último a lo largo de casi toda la República120. De hecho, el proyecto de Ley de Arrendamientos defendido por el ministro de Agricultura, Marcelino Domingo, estipulaba el carácter irredimible de la aparcería (de la que la rabassa era una específica variedad) y le otorgaba un trato de inferioridad frente al arrendamiento121. Parecidos y pobres resultados conocieron las gestiones orientadas a la restitución a los ayuntamientos de las tierras comunales y las “corralizas”122, que desde el siglo XIX fueron usurpadas o privatizadas por las pujantes oligarquías locales. Los socialistas de las regiones del norte –Navarra123 y Aragón124, sobre todo–, cosecharon rotundos fracasos en sus pretensiones por lograr la devolución de las “corralizas” a los ayuntamientos, para que éstos procediesen a repartirlas a beneficio de los jornaleros y los muy pequeños propietarios o arrendatarios125. Apenas casi nada se consiguió, asimismo, en todo lo concerniente al rescate de bienes comunales y tierras de propios que históricamente habían beneficiado a los humildes campesinos y a los pequeños propietarios o arrendatarios de cada localidad126. Pero lo peor de todo fue la tónica de descoordinación e ineficacia que presidió los debates parlamentarios encaminados a la aprobación, en cumplimiento de lo preceptuado por

120 En Cataluña, algunos decretos del gobierno central sobre revisión a la baja de las rentas de la aparcería perjudicaron a los rabasaires en pleno proceso de presentación de solicitudes ante los juzgados, durante el año 1931. Véase: Albert Balcells, El problema agrario en Cataluña: la cuestión rabassaire, 1890-1936, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1980, pp. 134-136; Miguel Cabo Villaverde, O Agrarismo, Vigo, A Nosa Terra, 1998, p. 206 y A integración política do pequeno campesiñado: o caso galego no marco europeo, 1890-1939, Tese de Doutoramento, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1999. 121 Albert Balcells, El problema agrario…, op. cit., pp. 153-154; Jordi Pomés, La Unió de Rabassaires. Lluís Companys i el republicanisme, el cooperativisme i el sindicalisme pagès a la Catalunya dels anys vint, Barcelona, Publicacions de l’abadia de Montserrat, 2000. 122 El término designa aquellas extensiones de terreno de muy diferente tamaño pertenecientes originariamente al común de los vecinos de una localidad y tradicionalmente aprovechadas por los jornaleros y campesinos pobres. Los procesos desamortizadores condujeron, a lo largo del siglo XIX, a la venta y privatización de las “yerbas y aguas” de los mencionados terrenos comunales. En la mayor parte de las corralizas privatizadas se produjo la enajenación de los aprovechamientos, aún cuando quedase exceptuado de la privatización el terreno sobre el que se asentaban. Pese a que muchos corraliceros legalizaron su situación jurídica mediante la inscripción de sus tierras en los Registros de la Propiedad, el campesinado de muy pequeños propietarios y jornaleros siempre reclamó la restitución de este patrimonio a los pueblos, pues consideró que tales apropiaciones se hicieron de manera fraudulenta y constituyeron un expolio del patrimonio vecinal. Véase: José Miguel Gastón,¡Vivan los comunes! Movimiento comunero y sucesos corraliceros en Navarra (1896-1930), Tafalla, Txalaparta, 2010; Emilio Majuelo Gil, Luchas de clases en Navarra (1931-1936), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989, pp. 59-60. 123 Véase: Emilio Majuelo Gil, Luchas de clases…, op. cit., pp. 59-60 y 191 y Emilio Majuelo Gil, La II República en Navarra. Conflictividad agraria en la Ribera Tudelana, 1931-1933, Pamplona, Pamiela, 1986; El Obrero de la Tierra, 4 de marzo de 1933; José Miguel Gastón Aguas, Justicia y tierra: conflictividad agraria en Peralta durante la Segunda República, Tafalla, Nafarroa, Altaffaylla Kultur Taldea, 1995; Martin Blinkhorn, “Land and Power in Arcadia: Navarre in the early twentieth century”, en Ralph Gibson and Martin Blinkhorn (eds.), Landownership and Power in Modern Europe, New York, Harper Collins Publishers, 1991, pp. 216-234. 124 La desamortización de bienes municipales y “corralizas de propios” en algunas comarcas aragonesas puede verse en Alberto Sabio Alcutén, Tierra, comunal y capitalismo agrario en Aragón (1830-1935), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2002, pp. 320-335. 125 En algunos pueblos de la comarca zaragozana de “Las Cinco Villas”, donde históricamente se habían registrado manifestaciones de protesta colectivas a favor de la recuperación de los comunales a beneficio de los jornaleros y campesinos pobres, todavía a mediados de 1933 continuaban suscitándose disputas en torno a esta cuestión. Véase: Víctor Lucea, Dispuestos a intervenir en política. Don Antonio Plano Aznárez: Socialismo y Republicanismo en Uncastillo (1900-1939), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2008, pp. 234-237. 126 Tan sólo a fines de junio de 1936 dieron comienzo las sesiones parlamentarias para la discusión del ansiado proyecto socialista que debía culminar en la “Ley de Rescate de Bienes Municipales”. Véase: El Obrero de la Tierra, 4 y 11 de julio de 1936; Martínez Gil, Lucio, Aspectos de la vida rural en España, Madrid, Gráfica Socialista, Biblioteca Tiempos Nuevos, 1935, pp. 48-50; “Rescate de bienes comunales. Discurso del secretario de la Federación, camarada Zabalza, en las Cortes, al discutirse la totalidad del proyecto”, en El Obrero de la Tierra, 11 de julio de 1936.

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la Ley de Reforma Agraria, de una específica ley de arrendamientos. En el proyecto inicial auspiciado por la coalición social-azañista se recogían algunas de las reivindicaciones largamente acariciadas por el colectivo de los arrendatarios. En aquel proyecto se contemplaban, entre otras, las siguientes disposiciones: disminución del precio del arrendamiento para que no excediese el 5 por ciento de la renta catastral; restitución al arrendatario, en caso de rescisión del contrato, del valor de las mejoras introducidas en los predios; establecimiento de un plazo mínimo de seis años para la duración de los contratos y derecho de retracto a favor del arrendatario en el supuesto de la venta de la finca. Asimismo, se estipulaba una importantísima vía de “acceso a la propiedad”, consistente en la prerrogativa, otorgada al arrendatario que viniese cultivando la misma tierra durante más de veinte años, de obligar al propietario a vendérsela a un precio veinte veces superior al líquido imponible127. La importancia del proyecto se veía acrecentada en la medida en que debería beneficiar a miles de arrendatarios situados en aquellas provincias para las que no había sido prevista la aplicación de la Ley de Reforma Agraria, al menos en lo relativo a la expropiación de tierras y el asentamiento de campesinos. Cuando en julio de 1933 se sometió a discusión parlamentaria el proyecto de arrendamientos presentado por el ministro Marcelino Domingo, los obstáculos para su aprobación aparecieron por doquier. La apatía de los diputados azañistas se unió a las profundas vacilaciones en torno a la defensa de los pequeños arrendatarios que mortificaban a los radicales. También medió la sempiterna fragmentación padecida por los radical-socialistas y la escasa sensibilidad hacia estos asuntos revelada por la mayoría de todos ellos –en una significativa proporción provenientes de distritos urbanos–. Muchas de las mencionadas cláusulas fueron modificadas por la presión de los diputados de la minoría agraria, quienes se proponían poner fin a una generalizada situación de impago de las rentas y acabar con las incertidumbres sobre su precio que causaban una desastrosa desvalorización de la tierra128. La desidia –o la incompetencia– de los diputados azañistas y el cansancio acumulado tras largas e ininterrumpidas sesiones terminaron por aliarse con las profundas fracturas que aquejaban a los radical-socialistas. Todo este cúmulo de adversidades acabó dando al traste con las pretensiones más reformistas del proyecto de ley en cuestión129. Pero lo peor de todo fue que la precipitada caída del gobierno de Azaña, en septiembre de 1933, arruinó las posibilidades de aprobación de una ley de arrendamientos que habría contribuido a reforzar el “maridaje” político débilmente esbozado entre el republicanismo progresista y los intereses de un significativo número de pequeños arrendatarios. Tampoco se pusieron en marcha por parte de los gobiernos social-azañistas políticas específicas encaminadas a asegurar la rentabilidad de la pequeña explotación agrícola, tales como la creación de instrumentos bancarios130 orientados hacia la concesión de créditos

127 Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 312-316. 128 Ricardo Robledo señala que la Ley de Arrendamientos de 1935, aprobada bajo los auspicios de un gobierno de centro-derecha, trató de poner fin a la situación de impago de la renta a la que condujeron los decretos a favor de los arrendatarios dictados en 1931 por los gobiernos social-azañistas. De alguna manera, las derechas agraristas devolvían la confianza al importante colectivo de propietarios (grandes, medianos e incluso pequeños) que practicaban el arrendamiento sistemático de sus tierras. Véase: Ricardo Robledo, “El campo en pie…”, op. cit., pp. 27-32. Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 112-113. 129 Véase: Nigel Townson, La República que no pudo…, op. cit., pp. 214-215; Juan Avilés Farré, La izquierda burguesa…, op. cit., pp. 264-266; Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 313-316. 130 Todavía a la altura de los meses finales del año 1933, el Comité Nacional de la FNTT continuaba reclamando la urgente constitución de un Banco Nacional Agrícola. Entre las resoluciones adoptadas por el máximo órgano del sindicato agrario socialista en su reunión de 9 y 10 de septiembre de aquel año se encontraba la siguiente: “El Comité de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra declara que es de urgente necesidad la creación del Banco Nacional Agrícola, aunque a ello se opongan los informes que emita la Banca privada”, véase “Reunión del Comité Nacional de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra”, en El Obrero de la Tierra, 16 de septiembre de 1933. Pero lo peor de todo es que esta misma reclamación la seguía haciendo el

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blandos o préstamos hipotecarios ventajosos, con los que aquélla pudiese hacer frente de manera exitosa a los efectos depresivos causados por el incremento de las deudas, el alza salarial o la disminución del valor de las cosechas131. Y desde luego no hubo una política clara de regulación de los mercados, consistente en la imposición de precios de garantía, la suscripción de ventajosos pactos comerciales con el exterior, la aplicación de medidas proteccionistas o la ordenación regulada de los centros de distribución y consumo en beneficio del mantenimiento de cotizaciones verdaderamente remuneradoras para el conjunto de los modestos cultivadores132. Desde tales perspectivas puede entenderse mejor la dispersión y la parcial reorientación que experimentó el voto del campesinado familiar, al transitar desde una inicial posición de lealtad con los partidos de la izquierda o el centro-izquierda hacia otra de progresivo distanciamiento con respecto a los mismos, probablemente motivado por la frustración experimentada por aquél ante las decisiones –o las omisiones– en materia de política agraria adoptadas por estos últimos. Las preferencias electorales de numerosos arrendatarios y pequeños propietarios debieron iniciar en 1933 un éxodo vacilante e irreparable, que las condujo desde el apartamiento de la fidelidad inauguralmente otorgada a los partidos republicanos de la izquierda y el centro-izquierda133, hasta un acercamiento y un respaldo en ascenso dispensados a la derecha católico-agraria y el republicanismo más conservador (véase el cuadro 9)134. Cuadro 9. Coeficientes de regresión entre distintas variables y las principales tendencias ideológicas.

Elecciones a Cortes, 1933

Variables Izquierda Centro-Izquierda

Centro- Derecha Derecha

Mano de obra agrícola estacional 2.923 2.295 0.186 –.990 Minúsculos cultivadores agrícolas (≤ 1 ha.) 0.417 0.882 0.346 –1.106 Pequeña explotación campesina (1–10 has.) 0.720 3.235 1.168 1.250 Medianos propietarios (11–100 has.) –0.003 –1.159 –0.223 1.089 Grandes propietarios (más de 100 has.) –0.949 –0.155 –.0353 3.412

Fuente: Sara Schatz, “Democracy’s breakdown and the rise of fascism: the case of the Spanish Second Republic, 1931–6”, en Social History, 26, 2, (2001), pp. 145-165, p. 155. Elaboración propia. 5.4. El atractivo del mensaje corporativista y antirrepublicano de la derecha agrarista Para frenar el derrumbe de las viejas formas del patronazgo y la deferencia campesina, desde comienzos del siglo XX los discursos del agrarismo redoblaron sus componentes interclasistas y corporativistas. Diseñaron un idílico universo bucólico y rural donde se albergaban los principios morales y espirituales de la religión, la familia y el orden, secretario general de la FETT, Ricardo Zabalza, en su intervención ante las Cortes del día 1 de julio de 1936. Véase “Intervención de Ricardo Zabalza en la sesión de Cortes de 1 de julio de 1936”, texto reproducido por Manuel Tuñón de Lara, Tres claves…, op. cit., p. 210. Véase también: Luis Teófilo Gil Cuadrado, “Hacia una República…”, artículo citado, p. 196. 131 Véase Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit. p. 275. 132 Fueron las coaliciones radical-cedistas las que, a partir del año 1934, procedieron a una intensificación de las medidas legislativas tendente a poner fin a la constante caída de los precios de los cereales en el mercado interno. Véase al respecto: Jordi Palafox, Atraso económico y democracia. La Segunda República y la economía española, 1892-1936, Barcelona, Crítica, 1991, pp. 240-249. 133 En noviembre de 1933, las candidaturas socialistas y comunistas obtuvieron el apoyo del 22, 5 % de los votantes, mientras las de la izquierda republicana tan sólo alcanzaron el apoyo del 13,5 % de los votantes. Véase: Juan Avilés Farré, La izquierda burguesa…, op. cit., p. 302. 134 Véase Sara Schatz, “Democracy´s breakdown and the rise of Fascism: the case of the Spanish Second Republic, 1931-6”, en Social History, 26, 2, (2001), pp. 145-165, p. 155; Gregory Luebbert, “Social Foundations...”, artículo citado, pp. 471-472.

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considerados como elementos imprescindibles para hacer frente a la inmoralidad y la degradación propias de la vida urbana y el capitalismo individualista. El sindicalismo de cuño católico alcanzó éxitos muy perceptibles entre el campesinado desde la segunda década del siglo XX, construyendo una tupida red de cooperativas agrícolas y ahondando en un mensaje exaltador de la pequeña propiedad135. Pero su influencia se expandió asimismo entre un apreciable número de jornaleros, minúsculos propietarios y muy humildes arrendatarios136. Con la inauguración del régimen republicano, la ya muy densa red de sindicatos mixtos de inspiración católica que había ido solidificándose desde la segunda década del siglo XX retomó nuevos bríos. Quizás este último fenómeno se vio impulsado por la oleada de radicalización campesina que desencadenaron las políticas reformistas de regulación de los mercados laborales, la puesta en marcha del proyecto de Reforma Agraria, la crisis agraria internacional y el estrepitoso desplome de los precios del trigo acontecido a partir del año 1932. Todas estas circunstancias allanaron el camino al resurgimiento entre las derechas católico-agraristas de una estrategia política y un pensamiento de corte acentuadamente tradicionalista y antimoderno. Esta estrategia y este pensamiento, encarnados en la denominada Acción Nacional y posteriormente en la CEDA, se instalaron sobre la defensa del catolicismo más conservador, la exaltación de un agrarismo idealizado con el que hacer frente al carácter revolucionario y “colectivista” del socialismo y la sublimación de la pequeña propiedad como pilar sustentador de una armoniosa y divinizada sociedad rural. La conformación de numerosas Corporaciones y Ligas Agrarias de inspiración eminentemente pro-patronal y el temprano encadenamiento de muchas de ellas a la tupida red de secciones provinciales de Acción Popular y la Confederación Nacional Católico Agraria (CNCA), hicieron posible que el recio entramado del sindicalismo católico sirviese una vez más para garantizar la cooptación ideológica del pequeño campesinado. La acertada utilización por parte de Acción Popular-CEDA de la defensa de un catolicismo esencialista, llamado a contener el avance del ateísmo y hacer retroceder el “odio de clase” pretendidamente sembrado por las medidas laborales de la conjunción republicano-socialista, dotó de una enorme eficacia a las multitudinarias campañas antigubernamentales orquestadas por la derecha católico-agrarista durante los primeros años de la República137. El rechazo de la Reforma Agraria se convirtió desde el primer instante en uno de los componentes básicos del discurso anti-izquierdista empleado con pasmosa desenvoltura por la derecha católico-agraria y la propia CEDA. Esta última y la tupida red de organizaciones sindicales de la CNCA138 agrupada en su entorno expusieron sus propios puntos de vista acerca del modelo de reformismo agrario que anhelaban. Según manifestaban en un tono agrio y catastrofista, la ley de Reforma Agraria finalmente aprobada privilegiaba las pretensiones colectivistas de los socialistas, extirpaba de raíz la confianza de los productores, atentaba contra los sagrados derechos a la propiedad privada, provocaba la desvalorización de la riqueza rústica, desanimaba las inversiones en detrimento de la productividad e impedía el pleno arraigo de la pequeña explotación familiar. Para contrarrestar sus efectos, la dirección

135 Véase: Samuel Garrido, Treballar en comú. El cooperativisme agrari a Espanya (1900-1936), Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1996, pp. 48-59; y “El cooperativismo agrario español del primer tercio del siglo XX”, en Revista de Historia Económica, 13, 1, (1995), pp. 115-144; Emilio Majuelo Gil y Ángel Pascual Bonis, Del catolicismo agrario al cooperativismo empresarial. Setenta y cinco años de la Federación de Cooperativas navarras, 1910-1985, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1991. 136 Samuel Garrido, Treballar en comú…, op. cit., pp. 217-225. 137 Véase: Mary Vincent, Catholicism in the Second…, op. cit., pp. 180-183 y 192-196; Mario Lopez Martínez, Orden público y luchas…, op. cit., pp. 94-97; Leandro Álvarez Rey, La derecha en la II República: Sevilla, 1931-1936, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1993, pp. 298-302; Luis Teófilo Gil Cuadrado, El Partido Agrario…, op. cit., pp. 237-243; Sara Schatz, “Democracy´s breakdown…”, artículo citado, p. 155. 138 Juan José Castillo, Propietarios muy pobres. Sobre la subordinación política del pequeño campesino, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1979, pp. 374-376.

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nacional de la CEDA aspiraba a llevar a cabo un programa de reformas socio-económicas en la agricultura basado en los siguientes presupuestos: aseguramiento de un tipo de crédito agrícola “rápido y barato”; política comercial destinada a la obtención de precios remuneradores en los mercados; política de reforma agraria que crease pequeños propietarios y patrimonios familiares; fomento de la producción para elevar la riqueza agrícola y asegurar el desarrollo económico nacional; defensa de la propiedad privada y la explotación campesina; asentamiento campesino sobre las tierras mal cultivadas y mejora integral de las bases del arrendamiento139. La difusión de un programa de estas características debió resultar atractiva para una multitud de pequeños propietarios y arrendatarios predominantemente católicos de las regiones septentrionales de Castilla y León, Asturias, Aragón140 o La Rioja. Casi todas ellas se convirtieron en los más poderosos bastiones del éxito arrollador obtenido por la derecha agrarista, en coalición con el republicanismo moderado del Partido Radical, durante las elecciones de noviembre de 1933. En aquella ocasión, la CEDA exhibió en todo momento una imagen de partido interclasista, a la vez que articuló exitosamente un discurso agrario que sublimaba las esencias católicas y las virtudes espirituales del campesinado intermedio141. A todo ello añadió unas indiscutidas credenciales de partido comprometido con la defensa a ultranza de los intereses específicos del campesinado de modestos propietarios, arrendatarios o aparceros. Haciéndose eco de la galopante crispación manifestada por estos últimos ante los efectos deflacionarios de la crisis, la inseguridad provocada por las leyes laborales y la amenaza contenida en algunas cláusulas de la ley de Reforma Agraria, les anunció su intención de acometer medidas que ayudasen a mejorar la rentabilidad de sus explotaciones. Entre todas ellas destacaban las siguientes: reducción de impuestos, derogación de las leyes de Términos Municipales y Laboreo Forzoso, créditos baratos, creación de cooperativas y protección de los principales productos agrícolas de la competencia exterior142.

Cuadro 10. Las elecciones de 1933 en las provincias latifundistas con predominio jornalero socialista. Porcentaje de votos válidos obtenido por cada una de las candidaturas

Distrito Electoral Comunistas Socialistas Republicanos

de Izquierda Republicanos

de Centro Coalición

Antimarxista* Otras

Derechas Total

Cáceres 0,8 33,9 1,5 – 62,7 – 99.9 Granada 0,1 39,7 2,2 – 58,0 – 100,0 Ciudad Real – 30,9 – – 54,3 14,8 100,0 Jaén 1,9 43,1 – 0,4 54,1 – 99,5 Albacete 0,3 30,3 6,0 – 51,2 9,4 97,2 Badajoz 0,6 48,5 0,6 – 50,3 – 100,0

Fuente: William J. Irwin, The 1933 Cortes Elections. Origin of the Bienio Negro, New York and London, Garland Publishing, 1991 y The CEDA in the 1933 Cortes Election, PhD Dissertation, New York, University of Columbia, 1975. * Coalición mayoritariamente integrada por Radicales, Conservadores, Agrarios y Cedistas. Elaboración propia. La decidida apuesta de la derecha católica por el fomento de la agricultura y la defensa corporativa de los productores hizo posible que los candidatos “cedistas” alcanzasen sonoros éxitos en 1933, y no únicamente en las regiones de predominio del pequeño campesinado 139 José R. Montero, La CEDA. El catolicismo social y político en la II República, Madrid, Ediciones de la Revista de Trabajo, 1977, vol. II, pp. 166-167; William J. Irwin, The CEDA in the…, op. cit., pp. 69-83. 140 Véase: Luis Germán Zubero, Aragón en la II República. Estructura económica y comportamiento político, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1985, pp. 283-303. 141 Véase: Samuel M. Pierce, Political Catholicism in Spain´s Second Republic (1931-1936): The Confederación Española de Derechas Autónomas in Madrid, Seville, and Toledo, PhD Dissertation, Gainesville, University of Florida, 2007. 142 Véase: William J. Irwin, The CEDA in the…, op. cit., pp. 76-77.

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católico, sino asimismo en algunas provincias del sur peninsular con una fuerte presencia jornalera143 que habían prestado un sustancioso apoyo electoral a los republicanos de izquierda y a los socialistas en las consultas del año 1931 (véase el cuadro 10)144. Pese a que, durante el transcurso del primer bienio, los minoritarios y fragmentados partidos republicanos de izquierda promovieron la promulgación de medidas legislativas favorecedoras de los intereses de los pequeños propietarios y arrendatarios, no es menos cierto que el incondicional respaldo que otorgaron a la Reforma Agraria y a la legislación laboral pro-jornalera les privó del voto de la mayor parte de todos ellos. La CEDA y el catolicismo agrario no se quedaron a la zaga en la disputada conquista del apoyo electoral del campesinado familiar. De hecho, la alianza del catolicismo social con otras formaciones agraristas de carácter tradicionalista o monárquico hizo posible la puesta en pie de multitudinarias campañas de agitación, en las que se combinaba eficazmente la denuncia de la legislación anticlerical con el furibundo rechazo a las políticas de reformismo agrario de los gobiernos social-azañistas145. El clima de creciente tensión social y huelguística que caracterizó el periodo 1931-1933, el ruinoso desplome de los precios del trigo acontecido desde 1932 en adelante y los efectos perniciosos de la crisis agraria, se convirtieron en factores determinantes en la oscilación del comportamiento electoral del campesinado intermedio. Todos ellos acabarían facilitando su escoramiento hacia el respaldo otorgado a una derecha católico-agraria comprometida con la severa rectificación –cuando no la total abrogación– de la legislación laboral reformista, la paralización de la Reforma Agraria y la neutralización o el aniquilamiento de los socialistas y sus poderosos sindicatos jornaleros146. 5.5. A un paso de la guerra civil. Desolación campesina y “decantación golpista” de la burguesía agraria Los resultados electorales de febrero de 1936 revelaron la pírrica victoria alcanzada por las izquierdas. Izquierdas y derechas incrementaron sus respectivos apoyos electorales, en parte debido a la mayor participación –un 28 % de abstención frente al 32,6 % registrado en

143 En distritos con una fuerte presencia anarquista, como en la provincia de Cádiz, la derecha católica empleó un lenguaje catastrofista para dirigirse a los obreros agrícolas, culpabilizando a las agrias disputas laborales del primer bienio promovidas por la CNT y la FNTT, y al “odio de clase” que las envolvió, de la supuesta situación de marginación laboral, desempleo y miseria padecida por muchos de aquéllos. Véase: William J. Irwin, The 1933 Cortes Elections..., op. cit., pp. 155-156. 144 Véase: William J. Irwin, The CEDA in the…, op. cit.; Francisco Cobo Romero, De campesinos…, op. cit.; Tim Rees, “Agrarian power and crisis in southern Spain: the province of Badajoz, 1875-1936”, en Ralph Gibson and Martin Blinkhorn (eds.), Landownership and Power…, op. cit., pp. 235-253; Francisca Rosique Navarro, La Reforma Agraria en Badajoz durante la II República. (La respuesta patronal), Badajoz, Diputación Provincial, 1988, pp. 300-302; Fernando Ayala Vicente, Las elecciones en la provincia…, op. cit. . 145 La Minoría Agraria (que contó con la colaboración de importantes formaciones patronales agraristas y de la propia Acción Nacional) puso en marcha en octubre de 1931 una campaña para lograr la rectificación del proyecto constitucional y suprimir los artículos que hacían referencia a la separación entre Iglesia y Estado y al carácter aconfesional de la República. En estos actos –algunos de ellos multitudinarios como el de Palencia, que contó con la presencia de unas 20.000 personas– se conjugaba la denuncia del carácter anticlerical del gobierno con la reivindicación de los valores católicos y tradicionales del mundo agrario y campesino. Véase Luis Teófilo Gil Cuadrado, El Partido Agrario Español…, op. cit., pp. 221-224. 146 Fernando del Rey sugiere que existen indicios probatorios de la presencia, en las asociaciones patronales católico-agrarias de signo conservador, de una elevada proporción de pequeños propietarios que recurrían ocasionalmente a la contratación de mano de obra jornalera, y que se vieron negativamente afectados por la legislación laboral reformista y las intromisiones de los alcaldes socialistas en el mercado de trabajo agrícola. En otros casos provinciales ha sido detectado un fenómeno idéntico. Véase: Fernando Del Rey, Paisanos en lucha. Exclusión política y violencia en la Segunda República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 286-289; Francisco Cobo Romero, Labradores, campesinos…, op. cit., pp. 65-68.

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noviembre de 1933–. Las izquierdas recibieron unos 700.000 votos más que en las anteriores elecciones –en su mayoría provenientes de los anarquistas–, mientras que las derechas recolectaron unos 600.000 nuevos sufragios –aproximadamente la mitad de quienes habían votado a los radicales en 1933–. El cómputo final arrojó una situación muy próxima al empate técnico, pues de casi diez millones de votantes un 47,2 por ciento votó por el Frente Popular, mientras que un 45,7 por ciento lo hizo por las derechas. Las derechas volvieron a alzarse con un indiscutido triunfo en las regiones centro-orientales y del tercio septentrional donde abundaba la presencia del campesinado familiar católico, aún cuando obtuvieron significativos apoyos en otras muchas circunscripciones de la mitad meridional147. Incluso en algunas provincias del sur latifundista, con una sustanciosa presencia de pequeños propietarios o arrendatarios y con una arraigada tradición de voto socialista, se produjo una situación de virtual empate entre las candidaturas frentepopulistas y las del denominado frente antimarxista148. De hecho, la CEDA volvió a ser el partido más votado, al recibir el 23,2 % del total de votos emitidos frente al 16,4 % de los socialistas o el 19,6 % de los republicanos de izquierda149. En el panorama de las luchas agrarias, los meses que siguieron a las elecciones de febrero fueron testigos de un significativo cambio en las modalidades del conflicto jornalero. Comenzaron a menudear las coacciones dirigidas contra los patronos, las invasiones de fincas, las imposiciones de jornaleros en situación de paro, los desacatos a las autoridades, los alojamientos masivos y la deliberada disminución de los rendimientos laborales. Los ayuntamientos regidos por alcaldes de izquierda, en estrecha colaboración con las casas del pueblo socialistas, recurrieron en multitud de poblaciones a la imposición a los patronos de jornaleros en paro, quienes procedían a la realización de las correspondientes faenas y exigían con posterioridad el pago de los salarios devengados150. Tales prácticas incrementaron notablemente los costos de la producción, volviendo a comprometer la ya muy dañada rentabilidad de una ingente multitud de explotaciones agrícolas en manos del campesinado intermedio. Junto a ello, desde la primavera los dirigentes de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra (FETT) socialista conminaban a sus bases al empleo de cualquier medio, incluyendo los más enérgicos y contundentes, con el propósito de acelerar los trámites necesarios para el establecimiento de colectividades campesinas en las grandes fincas gestionadas por el IRA151. Y entre los meses de marzo y mayo, las directivas provinciales del sindicato exigieron la inaplazable ejecución de la Reforma Agraria152. Por esas mismas fechas un Partido Socialista radicalizado hipotecaba su respaldo parlamentario al gobierno, exigiéndole el exacto cumplimiento de la legislación laboral a beneficio de los jornaleros y la aceleración de la Reforma Agraria. Para sosegar los ánimos de los yunteros extremeños el Ministro de Agricultura –Mariano Ruiz-Funes– procedió durante el mes de marzo a la promulgación de toda una batería de disposiciones y decretos, 147 Véase: Juan Avilés Farré, La izquierda burguesa…, op. cit., pp. 388-390; José María Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 2006 – edición conmemorativa, (1ª edición, Barcelona, Ariel, 1968), pp. 523-526; Stanley G. Payne, La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Barcelona, Paidós, 1995, pp. 308-314; Javier Tusell, Las elecciones del…, op. cit., pp. 75-82 y 265-297; Juan J. Linz, Juan J. y Jesús M. De Miguel, “Hacia un análisis regional de las elecciones de 1936 en España”, en Revista Española de la Opinión Pública, 48, (1977), pp. 27-68, vid. p. 64. 148 Véase: Francisco Cobo Romero, “El voto campesino contra la II República. La derechización de los pequeños propietarios y arrendatarios agrícolas jiennenses”, en Historia Social, 37, (2000), pp. 119-142; Fernando Ayala Vicente, Las elecciones en la provincia…, op. cit. 149 Véase: Stanley G. Payne, La primera democracia…, op. cit., p. 312; Juan J. Linz, Juan J. y Jesús M. De Miguel, “Hacia un análisis regional…”, artículo citado, p. 34. 150 Véase, por ejemplo: Mario López Martínez, Orden publico…, op. cit., pp. 463-470. 151 Véase el artículo: “Colectivización”, en El Obrero de la Tierra, 1 de mayo de 1936. 152 Las resoluciones adoptadas en tales Congresos Provinciales pueden conocerse a través de El Obrero de la Tierra, 7 de marzo; 11, 24 y 25 de abril; 9, 22 y 30 de mayo; y 27 de junio de 1936.

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encaminada a satisfacer sus más perentorias exigencias153. Pese a la buena voluntad puesta en tal empeño no fue posible disuadir a varios miles de ellos para evitar que llevasen a efecto, alentados por la dirección de la FETT, una masiva y espontánea ocupación de tierras como la contemplada el 25 de aquel mes154. Con la esperanza puesta en contener la súbita radicalización jornalera, que se adueñó de las más importantes regiones latifundistas, el gobierno de Azaña dispuso nuevas medidas para colmar las demandas formuladas por el poderoso sindicato socialista. Aunque no fue rehabilitada la “odiada” Ley de Términos Municipales, se restituyó el preceptivo cumplimiento por parte de los patronos del turno riguroso, obligándoseles en muchas ocasiones a aceptar la contratación de obreros escasamente cualificados para las tareas agrícolas por el mero hecho de hallarse inscritos en las oficinas municipales de empleo155. Por si esto último no bastase, la mayoría de los jueces municipales y funcionarios que habían sido nombrados presidentes de los Jurados Mixtos durante el bienio radical-cedista fueron destituidos de sus puestos, y comenzaron a proliferar las sanciones “extraordinariamente onerosas” impuestas a los patronos que violaban las leyes laborales recién restituidas o incumplían los contratos de trabajo156. Por fin, el 18 de junio se decretaba la derogación de la Ley de Reforma Agraria de agosto 1935 y volvía a declararse en pleno vigor la de 1932157. Entre los labradores de todo tipo –incluyendo al campesinado de pequeños propietarios y arrendatarios– volvió a cundir el desánimo158. Menudearon por todas partes las denuncias sobre las desmesuradas peticiones salariales, el frecuente recurso jornalero a la premeditada disminución de los ritmos de trabajo o el dispendio que ocasionaban los alojamientos abusivos. La mayoría de las quejas giraba alrededor de las medidas pro-jornaleras que habían sido rehabilitadas, y a las que se acusaba de ser las responsables del ruinoso e insoportable encarecimiento de los salarios y de la muy extendida pérdida de rentabilidad ocasionada por el aumento de los costos de producción159.

153 Mediante el decreto de 3 de marzo de 1936 se reconocía a los yunteros de las provincias extremeñas el derecho a recuperar el uso y disfrute de las tierras de las que habían sido expulsados; el 5 se autorizaban asentamientos temporales en Badajoz, Cáceres, Cádiz, Salamanca y Toledo; el 14 se decretaban nulas las exenciones sobre las dehesas de pastos que las declaraban impracticables para el asentamiento de yunteros; ese mismo día 14 se ampliaban los beneficios del decreto de 3 de marzo a los labradores avecindados en los pueblos de las provincias limítrofes a las de Cáceres y Badajoz; y el 20, al amparo de la cláusula de “utilidad social” de la «Ley para la Reforma de la Reforma Agraria» de 1935, se autorizó al IRA para ocupar determinadas fincas radicadas en municipios con una elevada concentración de la propiedad, donde existiese un elevado censo campesino y una reducida superficie del término cultivada. Véase: Gaceta de Madrid: Diario Oficial de la República, 5, 11, 15, 17 y 28 de marzo de 1936; Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 422-423. 154 Se calcula que ese día entre 60.000 y 80.000 campesinos y yunteros de la provincia de Badajoz, amparándose en lo dispuesto por los decretos de 3, 5 y 14 de marzo, invadieron una ingente cantidad de fincas rústicas, para proceder a su señalamiento y posterior roturación. Véase: Juan García Pérez y Fernando Sánchez Marroyo, “La II República: nueva ocasión perdida para la transformación del campo extremeño”, en Juan García Pérez; Fernando Sánchez Marroyo y María Jesús Merinero Martín, Historia de Extremadura. IV. Los tiempos actuales, Badajoz, Universitas Editorial, 1985, pp. 991-1019, pp. 1.017-1.018; Francisca Rosique Navarro, La Reforma Agraria en Badajoz…, op. cit., pp. 302-306.; Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., p. 424; Francisco Espinosa Maestre, La primavera del Frente Popular. Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra civil (marzo-julio de 1936), Barcelona, Crítica, 2007, pp. 126-144. 155 Véase: Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., pp. 427-428. 156 Véase: Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., p. 425. 157 Gaceta de Madrid: Diario Oficial de la República, 19 de junio de 1936. 158 La derecha denunciaba que multitud de pequeños y modestos propietarios agrícolas se habían visto obligados a abandonar el cultivo al no poder hacer frente a los altos salarios agrícolas demandados por los sindicatos jornaleros. Véase: Richard A. H. Robinson, The Origins of Franco´s Spain. The Right, the Republic and Revolution, 1931-3936, Newton Abbot, David and Charles, 1970, pp. 268-269. 159 Véase: José María Gil Robles, No fue posible…, op. cit., pp. 626-627. Malefakis sostiene que no resulta exagerado afirmar que en los tres primeros meses del Frente Popular los salarios agrícolas casi se triplicaron. Véase: Edward Malefakis, Reforma agraria…, op. cit., p. 428; Francisco Cobo Romero, De campesinos…, op. cit., p. 144.

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Entre la mayor parte de la burguesía agraria de las regiones latifundistas comenzó a expandirse un estado de opinión absolutamente contrario a la persistencia del régimen republicano. Muchos de sus integrantes, quizás alentados por la extendida displicencia exhibida por el campesinado, comenzaron a ver con buenos ojos el ensayo de una solución de carácter militarista y golpista, que pusiese fin a la democracia parlamentaria y acabase de manera violenta con la capacidad reivindicativa de los jornaleros adheridos al sindicato agrícola socialista160. La dirección política de la CEDA y su principal responsable, José María Gil Robles, estuvieron al tanto de los preparativos de la conspiración militar que dio origen a la guerra civil, dando instrucciones precisas a las bases para que colaborasen con los militares golpistas cuando se iniciase el movimiento rebelde161. El triunfo del golpe militar del verano de 1936 y la constitución de los primeros órganos de gobierno en el seno de la denominada “España nacionalista” darían paso a la adopción de severas medidas represivas, que culminarían con el aniquilamiento de los sindicatos jornaleros de inspiración socialista o anarquista, la inmediata derogación de la legislación pro-jornalera y el restablecimiento de los tradicionales sistemas de absoluto dominio patronal sobre los mercados laborales agrícolas. Las primeras medidas de contrarreforma agraria dictadas por las autoridades del bando rebelde colmaron las aspiraciones de una extensa porción del campesinado familiar católico y gozaron del inquebrantable apoyo de los grandes propietarios latifundistas. Ambos sectores sociales pasaron a convertirse, pues, en los más firmes baluartes del Nuevo Estado162.

160 Véase: Tim Rees, “Agrarian power and crisis…”, op. cit., p. 248. 161 Paul Preston, The Coming of the Spanish Civil War. Reform, Reaction and Revolution in the Second Republic, 1931-1936, London and New York, Routledge, 1994, pp. 265-267; Samuel M. Pierce, Political Catholicism…, op. cit., pp. 181-183. 162 Véase Sara Schatz, “Democracy´s breakdown and the rise…”, artículo citado, pp. 156-157.