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La cara oculta de los Andes. Relación Sierra - Selva

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  • LA CARA OCULTA DE LOS ANDES. NOTAS PARA UNA REDEFINICIN DE LA RELACIN

    HISTRICA ENTRE SIERRA Y SELVA*

    Andreu Viola Recasens Antroplogo. Becario Investigador del Departamento de Antropologa

    Cultural e Historia de Amrica. Universidad de Barcelona.

    La clsica parcelacin acadmica de los grupos tnicos de los paises andinos entre

  • arqueolgica para la ceja de selva ', hay que aadir numerosas incgnitas sobre las pautas preincicas de ocupacin tnica del territorio en zonas de particular inters como los valles bolivianos, a causa de la intensa colonizacin lnka y de losmo- vimientos de poblaciones que provoc. As, sobre la cultura Mollo, cuya influencia en la ceja de selva parece ms que probable 3, o sobre grupos tnicos como los Chuis, los Yampar o los Cotas, que por su estratgica posicin en los valles pu- dieron haber jugado un papel de intermediarios, an es relativamente poco lo que srabemos en lo que se refiere a su filiacin tnica o a su relacin con grupos selv- ticos del piedemonte4.

    En cualquier caso, es bastante probable que futuras evidencias referentes a la demografa y a la complejidad social de los grupos que habitaron la ceja de selva puedan depararnos algunas sorpresas, como ha sucedido ya con las excavaciones c?n el Urubamba-Ucayali, cuyos resultados obligan a revisar determinadas ideas5. E3 propsito de estas pginas es, precisamente, contrastar algunos tpicos recu- rrentessobre lacejadeselva con las evidencias actuales aportadas por la arqueo- loga, la etnohistoria y la etnografa desde una perspectiva interdisciplinar.

    Una regin sin historia? Cuando Julio C. Tello intuy en 1923 la posible filiacin amaznica de la cultura

    Chavn, el ambiente intelectual del momento no pareci muy receptivo a tal propuesta: iricluso apasionados indigenistas como Uriel Garca rechazaron tal posibilidad6. La opinin de Garca sobre el Antisuyu merece ser recordada, en la medida en que sintetiza el imaginario de la selva que durante dcadas ha supuesto una inagotable fuente de prejuicios y estereotipos:

  • Las lites polticas de la costa peruana, dispuestas a imponer su proyecto ((ci- vilizador)> sobre el ((rstico>> altiplano y la p primitiva>^ selva, difcilmente podran haber aceptado una propuesta que vena a cuestionar el rol de la costa como eterna avanzada cultural del Per, y aun menos para atribuir un origen selvtico de la civilizacin.. . Sin embargo, el anlisis arqueolgico de las tradiciones cermicas del piedemonte ha confirmado la hiptesis de Tello8, reforzada por la inspiracin ama- znica de la iconografa zoomorfa de la cultura Chavng. La evidencia de tradiciones cermicas y agrcolas muy tempranas en la selva nos obliga a revisar, en la actua- lidad, el papel de las tierras bajas en el desarrollo cultural sudamericano lo. La ( de la selva en la prehistoria del continente es, hoy por hoy, insoste- nible. No deja de resultar sorprendente que, a la horade buscar influencias externas en el altiplano la arqueologa haya acudido antes a especulativas, y a menudo dis- paratadas, influencias mesoamericanas o transpacficas antes que a la inmediata zona de interaccin cultural constituida por el piedemontell. Sin duda, al etno- centrismo implcito en los clsicos esquemas difusionistas (que dividen el mundo en pueblos que civilizan y pueblos que han de ser civilizados), se une el problema de la falta de comprensin del ecosistema amaznico, que ha dado pie a una sis- temtica infravaloracin de su capacidad de sostenimiento de sociedades comple- jas12. Curiosamente, ni el rotundo conocimiento de los orgenes tropicales de la civilizacin en Mesoamrica (Olmecas y Mayas), ni an la evidencia de obras monumentalesde ingenieraprehispnicaen el trpico boliviano l3 han podidoderribar el prejuicio de una selva ((sin historia)).

    En sntesis, los datos disponibles tienden a presentarnos un panorama cultural precolombino en las tierras bajas mucho ms complejo de lo que se haba pensado, a lavez que se perfilan unas intensas relaciones con el altiplano desde fechas bastante remotas. Por otra parte, los indicios de la presencia de grupos selvticos en la sie- rra14 nos obligan a abandonar un esquema unvoco de relaciones sierra-selva en trminos de intrusiones invariablemente serranas en la selva; sin embargo, las implicaciones de un replanteamiento de este tipo adquieren incluso connotaciones ideolgicas. As, por ejemplo, es bien conocida la familiaridad de IaculturaTiwanaku con elementos amaznicos como la fauna15 o determinados alucingenos16. Estos

    8. D. Lathrap:

  • tiallazgos han sido interpretados como pruebas de la existencia de un archipilago vertical tiwanacota17. En cambio, la reciente hiptesis de una filiacin linguistica Arawak de la cultura Tiwanaku18 podra alterar drsticamente nuestra percepcin de dichacultura, pero es fcil suponer las resistenciasque tal reinterpretacin puede provocar, en la medida en que Tiwanaku es un innegable smbolo poltico en la sociedad boliviana: mito de origen del katarismo ayrnara, y smbolo nacional para cierta tradicin nacionalista que busca en el altiplano las esencias de la nacionali- dad boliviana.. .

    Si la concepcin de la selva como regin carente de historia y aislada ances- tralmente de los Andes ha perdurado tanto tiempo, an entrando en contradiccin con el registro arqueolgico e incluso con algunas evidencias etnogrficasig, hasido, en parte, a causa de ciertos estereotipos, reproducidos por cierta tradicin literaria, y ms recientemente, cinematogrfica. La propia denominacin de la selva durante In etapa republicana como el

  • cionalidad por contraste con el , su repulsin por el mestizaje entre indios y europeos, o su caracterizacin de Tiwanaku como
  • que la conceptualizacin como ,centrosde acopio de coca para su envo a la sierra, como , entre otras.. .29. La imagen de una frontera hostil generalizada a lo largo del piedernonte durante toda la etapa precolonial dista de poder ser probada arqueolgicamente. Ni an durante el Tawantinsuyu, que introdujo una intensa militarizacin de la regin (vinculada a la geopolitica Inka, que aptaba por redirigir la violencia interna del sistema contra su periferia30), podemos suponer que la ceja de selva fuera una frontera impenetrable: si as fuera, resultara absurdoque el Estado neo-Inkade Vilcabamba hubiera buscado refugio en una regin desconocida y hostil.. .

    Por otra parte, tenemos bastantes indicios de que incluso en los periodos de nixima hostilidad continuaron los intercambios a travs del piedemonte. Si este hecho nos sorprende es, en parte, por nuestra concepcin liberal del ), heredera de la de aquellos viajeros y cronistas del XVlll y del XIX que tomaban el comercio como ndice de civilizacin de los pueblos31, contraponindolo a la guerra como formas excluyentes de relacin inter-tnica: por contra, ambas categoras aparecen en ntima asociacin en el pensamiento de numerosas culturas sudame- r i c a n a ~ ~ ~ . La etnografa ha documentado que los ciclos de hostilidad intertnica de los pueblos amaznicos pueden suspenderse temporalmente para celebrar ((ferias comercia le^^>^^; otras formas de intercambio indirecto (el de los Kayap), ni siquiera requieren un cese de las hostil ida de^^^. Hay evidencias

    28. Uno de los primeros autores en dudar del carcter exclusivamente militar de estos asentamientos ha sido John Murra, cf.

  • de que los intercambios tambin continuaron durante el periodo colonial, an en coyunturas de abierta tensin, como en los valles orientales bolivianos durante las incursiones de Chiriguanos y Yuracars a principios del siglo XV1I3=, O en la (~fron- tera de guerra)) del Ucayali a finales del XVll136.

    Si bien estos datos nos permiten cuestionar la tpica imagen de una eterna hos- tilidad transandina, no debemos por ello adoptar una imagen idlica, tan estereo- tipada y ahistrica como la anterior, segn la cual las relaciones entre andinos y amaznicos siempre fueron < c . . .armoniosas, de unidad en la diversidad, de recono- cimiento y aceptacin del otro y de sus valores, de cooperacin mutua, creadoras de una Comunidad Panindgena, modelo de una participacin de dos sociedades en una unidad.. . ,,37. Evidentemente, las interpretaciones esencialistas tienden adis- torsionar la realidad. Pero de la misma manera en que resulta ingenuo pensar que lacompeticin por unos mismos recursos y10 territorios jams cre hostilidades, tam- bin resulta absurdo pensar que no se establecieran alianzas polticas y relaciones econmicas de simbiosis a partir de la necesidad y disponibilidad de recursos es- casos (sal, objetos metlicos en la selva/coca y madera en el altiplano.. .).

    Curiosamente, el indio selvtico es una figura recurrente del folklore panandino ' (bailes de (

  • estrategias alternativas como el comercio, la transhumancia o el intercambio: inclu- so M ~ r r a ~ ~ ha reconocido posteriormente la existencia de complejas redes de co- mercio en el Ecuador precolombino, mucho mejor conocidas en la act~a l idad~~.

    Si bien es evidente que las extremas condiciones ambientales andinas imponen severas restricciones a las estrategias agropecuarias, no por ello debemos consi- derar el control vertical como una respuesta

  • su existencia, vagamente aceptada por Murra en 1 97249 (ms como una excepcin que como una generalidad), es hoy indiscutible: incluso se ha podido documentar la existencia de especialistas en intercambios de larga distancia en la costa perua- na50, y especialmente en Ecuador, donde los (
  • tencia, entre grupos del piedemonte como los Campa o los Piro, de ((especialistas)) en intercambios con las tierras altas y de lugares especficos de intercambio, de- limitados r i t~almente~~. Asimismo, la tradicin de encuentros comerciales de cierta periodicidad con grupos de la sierra, est documentada por fuentes etnohistricas: en algn caso, estas (
  • del narcotrfico, algunos autores han idealizado el movimiento de campesinos altiplnicos hacia las tierras bajas pasando por alto algunos de sus efectos ms dramticos. As, Del PinoG1 considera un ((malentendido)) el problemade laadaptacion biolgica de los migrantes en el Madre de Dios, concluyendo que se trata de un mito generado por los campesinos que abandonan las colonias para justificar su fracaso. Romero Bedregal, por su parte, minimiza el problema destacando el
  • defensas, tambin han provocado efectos devastadores entre ellos: en 1933, una epidemia de malaria en el valle de la Convencin acab con la vida de unos 7.000 campesinos de procedencia a l t ip ln i~a~~. Por si fuera poco, la tuberculosis, las parasitosis, deshidrataciones, anemias e incluso las picaduras de serpiente, com- pletan el pattico cuadro de la situacin actual de los colonos en el trpico69. Todo ello confirma la existencia de un ((umbral de adaptacin fisiolgica,) para las pobla- ciones andinas en sus desplazamientos a la selva70.

    Llegados a este punto, podemos pensar que la frontera ecolgica de la ceja de selva tambin fue, en parte, una (

  • salto cualitativo, en la medida que acometi tentativas de colonizacin de la selva con una intensidad sin precedentes (expediciones militares, colonizaciones masi- vas, trasladode poblaciones.. .). Laconsolidacin del Tawantinsuyu supuso un intento de asimilar los sistemas regionales de coordinacin econmica entre sierra y selva (basados tanto en los archipilagosverticalescomo en el intercambio), posiblemen- te anteriores a la expansin Wari, en un mecanismo supraregional centralizad^^^. Esta asimilacin supuso, de hecho, la transformacin de una ((verticalidad fsica)) como la que haban venido manteniendo los grupos tnicos, en una
  • bajas, en tanto que amenazaban territorios vitales para los grupos del piedemonte, provocaron una respuesta crecientemente hostil. Paralelamente a la militarizacin de la regin, el Estado lnka introduce una ruptura en la percepcin andina de los grupos selvticos: de la imagen tradicionalmente ambivalente (se admiraba al selvtico, por ver en l un (
  • debemos ver en el modelo toledano una consumacin de las aspiracin lnka de romper la autosuficiencia economica y la autonomia polticade los ayllusg4. A su vez, los criterios fiscales coloniales y los requerimientos de mano de obra para la mita minera contribuyeron a erosionar las lealtades de los colonos, rompiendo la solida- ridad entre ayllus y enclavesg5.

    Por lo que a la selva se refiere, los efectos de la conquista fueron devastadores. En primer lugar, el impacto epidemiolgico sobre los grupos amaznicos fue de una inusitada intensidad: las estimaciones demogrficas ms minuciosas nos sugieren una poblacin amaznica precolombina mucho ms elevada que las que se haban venido manejando, en base a una falta de documentacin histrica, abusivas extrapolaciones temporales y a partir de infundados clculos sobre la capacidad de sustentacin demogrfica del hbitat amaznicog6. La enorme mortandad entre las poblaciones selvticas, que presumiblemente alcanz ndices sensiblemente su- periores a los de otras reas del continenteg7, tuvo traumticos efectos para los grupos tnicos, que optaron por una estrategia de supervivencia basada en el repliegue hacia zonas ms remotas, la intensificacin del nomadismo y la dispersin y fisin de los grupos, acompaadas de una intensa hostilidad mutuag8, que desintegr las redes de intercambios inter e intraselvticas. Esta hostilidad se vi reforzada por la prctica de las (, espoleando a algunos grupos a lanzarse sobre otros a la captura de esclavosg9.

    Sin embargo, un elementoclave paraexplicar la traumticadesarticulacin social entre lasierra y laselva es laasimilacin y/odesintegracin de aquellos grupos tnicos que haban jugado un papel de intermediarios entre ambos mundos, ejerciendo de &nias bisagra,,Io0. Algunos de estos grupos, como los panatahua, haban jugado un rol de mediadores entre la sierra de Hunuco y el Bajo Huallaga, son extermi- nados por las epidemiasto1 ; en otroscasos, se produce un proceso de (, o que asimila a estos grupos a la sierra aislndolos de la selva (Guayacundos, Paltas y Malacatos, de origen Jbaro)Io2, mientras que otros, como los Amo y Yurakar de Cochabamba, que haban vivido a ambos lados del piedemonte, huyen de los valles por la presin colonial y se retiran al corazn de la selva rompiendo sus vnculos con grupos v a l l u n ~ s ~ ~ ~ . Parece evidente que el

    94. Murra,

  • ((paradigma)) de los atomizados, arcaicos y hostiles grupos de selva no es conse- cuencia de ningn ((estado natural)), sino de un intenso proceso histrico de mili- tarizacin de la regin y de (~primitivizacin~~ de sus habitantes, provocado por la presin (territorial, bacteriana, etc.) del sistema colonial.

    Las evidencias de contactos culturales entre sierra y selva disponibles en la actualidad nos obligan a replantearnos cuestiones como la complejidad social de los grupos amaznicos precolombinos y su aportacin al desarrollo de lacivilizacin en los Andes, as como su relacin con las tnias de las tierras altas. La dualidad esencial entre pueblos de sierra y selva, establecida por el discurso colonial a partir de tipologas ms morales que etnogrficas104, se ha visto reproducida por cierta tradicin acadmicalo5, y, paradjicamente, por los propios movimientos tnicos andinos y amaznicos cuya indiferencia recproca ha sido bien visible durante las ltimas dcadas en paises como Per y Bolivia. Este olvido de un patrimonio his- trico comn, reproduce, aunque sus actores no sean conscientes de ello, los efec- tos de la desestructuracin colonial.

    104. M. Taussig: c