La Cigarra No. 1 color

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La Cigarra es una revista literaria independiente hecha en Guadalajara, México. [email protected]

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r e v i s t a l i t e r a r i a

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Edición:Alexia HaltemanCarla Xel-HaJulio César Rivas Rubén Gil

Agradecimientos a Alejandro Cámara por su apoyo en la elaboración y difusión de este número.

La CigarraNúmero [email protected]

La Cigarra es una revista independiente hecha en Guadalajara, México. El contenido de los textos es responsibilidad de los autores.

Ilustración de portada e interiores: Guillermo Guarino

Dibujos de cigarras : José Clemente Orozco Farías

Febrero-abril 2013Impresos selectos

ISSN en trámite

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Hace tiempo nos reunimos para acordar el tema de esta edición. Durante una pausa, uno de no-sotros tomó un diccionario y casi por azar las páginas alumbraron lo siguiente: “El color es una cualidad de los cuerpos. Se cuenta entre las ideas simples […] En todo vemos un color, aunque nada veamos. Cuando nada vemos, decimos que son tinieblas, y las tinieblas son el color negro”.

Para tratar de describir un color es preciso auxiliarse de una experiencia previa. Ade-más es imposible definirle sin perder o ganar algo en ese intercambio de conceptos. No-sotros esperamos que esta edición de La Cigarra nos ayude a explicar qué es el color, y que aquello no sea nunca una respuesta obtusa, sino más bien un ente en movimiento para que los renglones de este y otros diccionarios crezcan de pronto casi sin quererlo.

Índice

4 | R

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Rojo y blanco Julia Piastro

El rojo es puro como una flor sobre un cactusEl blanco es perverso como un anuncio de crema anti-imperfeccionesEl rojo es limpio como una sandía embarrada en tu rostroEl blanco es sucio como las paredes impecables de los bancosEl rojo es inocente como el sexo entre dos enamoradosEl blanco es culpable como la castidad de un curaEl rojo es frágil como la tierraEl blanco es resistente como la indiferencia

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Una cuestión de perspectiva Melba sonderegger

Parpadeas. Lees estas líneas a conciencia. Ahora notas que no es arbitrario que esté conversando precisamente contigo. Dice Dennett que nada allá afuera existe realmente hasta que lo percibimos. Parpadeas de nuevo.

Envidio tu propósito instintivo de parpadear. Tú, visto está, propósito no tienes; es algo inevi-table y natural. Tus párpados se abren y cierran mecánicamente para lubricar el ojo que amable-mente te permite leer estas líneas. Yo, en cambio, no sabré jamás si Martha escribirá al pie de la letra —¿debería decir al pie de la voz?— lo que he deja-do grabado en estas cintas. No veré el grosor de la tinta en las letras, la formación de la caja, el color del papel, esos placeres sencillos. Por ello, sincera-mente, te envidio.

Al principio la memoria me daba tregua y podía ingresar a esa realidad de colores, formas y volu-men con la facilidad de antaño. Ese mundo que tú percibes abriendo los ojos, yo lo conseguía con los ojos cerrados, o mejor dicho, con la mirada vuelta al sueño. Martha, bendita sea, me conseguía pas-tillas para dormir a voluntad. Porque sabrás que, en la ceguera, el día y la noche son fronteras de in-vención tirana, en donde uno es obligado a comer cuando se tiene sueño e ir a dormir cuando se ha conseguido una fughetta perfecta en el piano. Pero en esa píldora que Martha ponía en mi mano radi-caba la auténtica fuga. En el sueño estaba conden-sado el titubeo naranja de los faroles, no sólo de aquellos que se plantaban adustos frente a la vieja casa, sino de todos los faroles que en mis noches

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había conocido. Soñaba con árboles de primavera, con frutos redondos como rocas, olorosos al tacto. También con carreteras infinitas y accidentadas, pintadas en acuarela entre montañas de brillan-tina. Sobre todas las cosas, me gustaba soñar con

la casa vieja; entonces atravesaba los largos pasillos sin tocar las pa-redes, subía escaleras sin llevar la cuenta de los escalones y llegaba al balcón que daba al mercado. Me asomaba y veía la multitud ruidosa, cargando bolsas de esto y bultos de aquello. Veía sus mue-cas, sus ceños fruncidos, sus car-cajadas, y yo también me reía con ellos.

Ahora dormir se ha vuelto un refugio somero desde que los sueños son la sucesión de imá-genes mal sintonizadas por una televisión a blanco y negro. Es porque se me olvidan los deta-

lles. No recuerdo el color original de los objetos, así que invento tonalidades de porcelana para la taza en la que bebo el café con leche que Martha me trae cuando el reloj gime seis veces. No sé si será a las seis de la mañana o las seis de la tarde. Sé

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que mueve las manecillas adrede para turbarme. Últimamente me sofoca con sus indicaciones: las hortensias son rojas, rojo es el color de la grana-da, no de las guayabas, que son amarillas… Martha no entiende, es muy joven aún, que sus colores no son los míos. Intenté explicarle con Wittgenstein sobre la relatividad de las percepciones, pero ella es partidaria del sentido práctico de las cosas y no está dispuesta a discutir con un viejo necio como yo.

Ni siquiera estoy seguro de que mis colores fueran los mismos antes de que la neuropatía me sumiera en esta habitación a oscuras. ¿Cómo sa-ber si la idea que tienes de lo que debería ser la transparencia del agua es la transparencia que entonces yo vi? De niño me señalaron el cielo, me dijeron que era azul, y yo lo creí. No son más que embustes. Inventaron palabras para nombrar las cosas, de paso les inventaron colores, y luego au-mentaron la patraña con las tonalidades. Para mí la leche no es blanca, sólo me sabe fría o caliente. Y esas nociones, ahora lo sé, también son una menti-ra. ¿La nieve se sentirá así misma fría? No, la nieve

para sí misma tiene la temperatura ideal para ser nieve; son tus manos las que la nombran. Vamos posicionando los objetos con palabras según cómo los percibimos. Los sentidos nos engañan. Los cie-gos, los sordos y los obstinados lo sabemos; y el precio por abrir los ojos a esa realidad sin nombres nos sale muy caro. Es mejor que no lo sepas. Que tu rojo sea tu rojo y que el amarillo de los pensamien-tos de Martha sea lo que quiera.

Enciende la luz, que ya se hizo tarde. Ahora parpadea.

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Un hilo que se troza un tendedero cargado de ropa blanca que cede al viento

Casi a mitad de cielo paisaje de vidrio parvádicas vuelan algunas aves de franela desteñida

Coronaron de árboles los pájaros de canto los árboles la tarde

Cada rayo de luz saMuel bernal

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Hazle cuenco de boca de hocicos hazlo bestia que ya sólo queda criar gatos negros y olvidar sus nombres

Ya no remojes la prendadetén el cepillar de ese dientedeja en paz florecer a la cariesabísmate mejorque nos han abandonado las lluvias

Entre saltamontes y gusanosel día :el racimo de floreslas frutas muertas

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δ

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Cómo relumbran los maresmadrigueras en las nubes:un feliz acielizaje de topos y volcanes

Frente al marcada atardecer es del trigo

Se me hizo noche en tus ojos:cielo interiorcielo de flores negras

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Él como títere ingenuo que se desliza por la grisá-cea ciudad cortina, ella saco de huesos con vesti-gios de piel que apenas le toman la mano, marcan-do con debilidad aparente lo que considera suyo. Yo, qué puedo decir de mí, yo color verde botella como envidia, como sapo de algas derritiéndose bajo el sol, mientras los miro de reojo, mimetizada con una esquina, tomando a sorbos un café que me gusta y me regusta a pesar de la escena, pero que no logra consolarme un ápice, hundiéndome en la silla como si de una botella en el mar se tratara.

Miro, sólo miro, deseando encontrar un botón rojo en la pared, junto a esa lámpara que con mez-quindad arroja su luz sobre la mesa, un botón rojo que al ser pulsado me transporte sin escalas a una dimensión paralela, o que, en su defecto, abra en la

tierra una herida que me absorba y por completo me borre del mapa, y no sólo del mapa, también de la guía telefónica, del seguro social, de las listas, de las agendas, de la memoria. Pero no, él y ella como pulpos, entrelazando tentáculos, yo buscando un botón rojo que no está, ellos como en una isla don-de no existe nada más, yo que me observo las ma-nos y encuentro una mancha verde que comienza a extenderse piel arriba, piel abajo, piel adentro, izando un trono en el lagrimal.

Todo es verde, verde la sangre selva que arras-tra sus raíces en doloroso paseo de reina trasno-chada, en dolorosa tensión hasta llegar al meñique, a la diestra de la llaga de siempre, la llaga incura-ble, la llaga verde que se agita mientras sus ellos múltiples tentáculos se aprietan más y más, unos

Verde susan urich

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contra otros, como si buscaran arrancarse el alma. Él como semental con gríngolas sigue en su vorá-gine, ella responde como si fuera a tragárselo entre suspiro y suspiro; él no me intuye, no me sabe, no me extraña. Sigo mirando, me flagelo, me lastimo, me escurro hasta ser charco verde apenas visible en la entrada del local. Él, ella, sus ellos múltiples tentáculos se alejan, salen del bar, siento el peso en mi verde viscosa superficie, salgo al mismo tiempo que ellos, adherida, como una mancha, a las suelas de sus zapatos.

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Arrojé miradas a las practicantes del negocio más redituable del municipio. Una red de lentejuelas, mejillas rubí y tacones rasca suelos coloreaban la acera de la zona de tolerancia. Elegí apresurada-mente, para que mi duda no provocara mi vuelta.

Pensé en todas las bocas que alimentaba con aquellas caderas ceñidas por una cinta de tela ce-reza.

—El de costumbre está lleno, en la siguiente avenida da vuelta a la derecha, y a tres cuadras en la calle John Red. El hotel es La Colorada.

Conducía lentamente viendo sus piernas san-guíneas rosarse e irritarse una con otra.

Con un cosmético carmesí entonaba sus labios que seguían a Sandro dramatizando Yo te amo en la amplitud modulada. Imaginé la huella carmín

anillando mi falo: nada estético. Centelleos escar-latas disparados por su cabellera rayaban mi vis-ta. Su espeso aroma de moras y fresas; sus senos venosos y los riachuelos de sangre en sus ojos me revelaron una mancha menstrual en el asiento. Mi cuello se endureció y mi rostro subió su tono.

—¿Cómo puede alguien cambiar sus fluidos sexuales por dinero? —musité con indignación.

—¿Qué?, ¿mande?De su bolso sustrajo una botella de vino y la va-

ció en sus encías, colmando su lengua y derraman-do fermento por su cuello.

—No te escuché —con su voz insoportable-mente nasal—. ¿Quieres merlot?

El líquido alcohólico violáceo resbalando en-tre sus mamas flojas me encendió los músculos.

Don Toro Ángel guadaluPe díaz

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Llegando a un semáforo frené y bajé del auto. La luz de alto tamizó la escena. Abrí la portezuela y empuñé el rostro inmundo; de un tirón destrocé el puente nasal contra el pavimento.

Tus labios de rubí, de rojo carmesí parecen murmurar mil cosas sin hablar…

Machaqué las uñas carmín sobre la banqueta hasta que se disolvieron en sangre. Arranqué fal-da y bragas que compartían el mismo tono textil. Extirpé los labios con mis dientes… Al cambiar la luz a siga me debilité, ascendí y seguí conduciendo.

… total, que más me da, ya sé que sufriré pero al final tendré tranquilo el corazón.

Hasta que un encendido amanecer me obligó a buscarla de nuevo.

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Hacer con las manos irene Vega

Que no haya palabra en la poesía,sólo poesía sin palabra que la traicione

Que no esté yo en mí Sino apenas siendo siempreApenas construyéndome

Que desaparezcan la libertad y la Justicia

Pero que el pan no escaseePero que el agua se conserve límpiday cáliday cierta

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Que no mueran el sol ni la hierba Ni los cuerpos mojados y desnudos Desnudos y mojados bajo el sol/ sobre la hierba Detengan el placer que se procuran

Que sea substancia, que sostenga,No luz sino color que seala imagen querápida,Ante mis ojos pasea

No luz, sino color que sea.

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Fragmento Vde Papá y los colores héctor hernÁndez Montecinos

Mamá hace cosas extrañas. ¿Quieres un color? ¿Lo quieres? Pues ve a buscarlo al río. Allá hay muchos. Ve. Los niños te acompañarán. ¿No es así niños? Pues vayan ahora. Ahorita. Entonces yo corría a toda velocidad. Le ganaba a los niños en llegar al río. Quería ser el primero en ver los colores. Co-rrer más rápido que todos y que cada color fuese apareciendo. Corría. Corría. Corría y pensaba en cómo serían los colores. Llegaba al borde del río y ahí me paraba. Miraba hacia atrás y ninguno de los niños venía. Pasaban las horas y nadie más. Yo miraba a lo lejos. Los niños se habían ido. Volvió cada uno a los restos donde habitaba. Troncos hue-

cos. Debajo de las piedras. Vísceras secas. Huesos apolillados. No querrán ver los colores acaso. Se lo pierden. No les contaré cómo son. Me sentaba a esperar a que los colores asomaran. Las horas se-guían llegando. Flotaban en las aguas del río. Qué lindas se veían. Una a una. Redonditas y risueñas. Pero cada una estaba resguardada por un animal. La hora de la puesta del sol venía con un gato de un solo ojo. La hora del atardecer con un perro que aullaba a la primera estrella. La del crepúsculo con una serpiente que se mordía la cola. La del ocaso con un escarabajo que empujaba al resto de las constelaciones. Las miraba avanzar lentamente.

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Me acomodaba en un arbusto y seguía esperando a los niños. La hora del anochecer estaba acom-pañada de un búho que comenzaba a profetizar. La hora de la umbra venía con un león a punto de despertarse. La de las pesadillas con una cabra de tres cabezas. Y la medianoche con un toro que era la misma noche. Unos pájaros que no decían nada me observaban. No se movían. ¿Estarán esperan-do también los colores? ¿Serán un color? ¿Qué es un color? ¿Estarán esperando a los niños? Hacía frío y una brisa comenzaba a empujarme. El río es lindo. Me gusta el río. Qué lindos son esos juncos. Son suaves. Se oyen. Las estrellas se reflejan en el agua. Brillan. Coge una de las piedras mágicas. Có-gela. Pero yo sólo veía las estrellas en el río. Toma una de ellas. Esas piedras son mágicas. Te encan-tarán. Estiré mi mano hacia una de las estrellas que refulgían en el río. Tomé el charquito de agua y ahí estaba la estrella. Ya ves. Esa piedra es mágica. Ahora pide un deseo. Pero yo no sabía lo que era el deseo. ¿Qué es lo que quieres? ¿En qué sueñas? Papá. Papá y los colores. Eso le dije a los juncos.

Se reían. Se reían más fuerte. Perdían el equilibrio de tanto reírse. Entonces uno de los pájaros habló. Ven. Vamos a ver los colores. Nos internamos en el bosque. Gracias juncos. Gracias piedras mágicas. Te voy a enseñar algo. No debes contárselo a na-die. Será el secreto más grande de nuestras vidas. Avanzábamos cada vez más. Yo sentía que alguien nos iba siguiendo pero no decía nada. Escuchaba el musgo sobre las piedras. ¿Veremos los colores? ¿Volveré a ver a papá? El pájaro se me acercó y me susurró algo al oído. ¿Papá vive en aquella mon-taña? ¿El río se lo llevó hasta allá? Esperaré que la luna se llene y me iré con ella. Llevaré agua de flores y tortillas. Iré donde papá y los colores. Le contaré muchas cosas. Soy casi un hombre pero también casi soy una mujer. Mamá dice que esa montaña es un volcán. Lleno de coyotes hambrien-tos. Te saltan encima y te devoran el aire. Con sus patas amasan tu cuello hasta triturar los huesos. Luego hacen lo mismo con la piel. Meten su hocico en tu cuello y se lo llevan. Eso me dice mamá y grita de espanto. No sabrá que me voy a buscar a papá.

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Sigo esperando a que la luna se llene. Hace frío y tarda. Miro las estrellas. Son tan poquitas. Casi to-das han muerto. Mamá dice que es culpa del vol-cán. Que cuando respira hacia adentro les arran-ca el fuego. Cada vez que te encuentres en el cielo con esas estrellas que caen es que el volcán las está devorando. No vayas nunca al volcán. Es perverso. Está lleno de coyotes y de animales carroñeros. Les gusta comerse la muerte de uno. No vayas a ese volcán. No vayas nunca. Fui. Los colores me traje-ron de regreso a casa.

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En el amanecer brumoso después del incendio, mientras los soldados se repartían oro y plata del saqueo, Tito Flavio ascendió de regreso al tem-plo. Sin escolta, sin cabalgadura, sin gladius; sólo cubierto por la autoridad imperial del manto púr-pura apareció frente al pórtico tenebroso y derrui-do. Los escombros aún ardían en algunas zonas, humo y brasas se elevaban en torbellinos, rastros sangrientos relucían por doquiera que miraba. El césar lamentó la devastación. Intentó postergarla desde que el levita adulador le enteró del tesoro guardado allí, si bien él no volvía en búsqueda de un esplendor semejante a los que la tropa medía sobre balanzas.

Al pasar el umbral que desmoronaba polvare-da, Tito evocó ocasiones anteriores, cuando, insa-

tisfecho con los augurios institucionales, se aden-tró en las sombras de los misterios bárbaros. En la juventud, su púrpura se internó en la nevada selva germana para leer el destino en el relampagueo de las runas. Durante la reciente campaña egipcia, su púrpura ingresó bajo la esfinge para entrever la suerte en los destellos esmeraldinos de la tabla hermética. Ahora no iba tras de palabrería hueca o de artefacto mágico, la nueva meta era un resqui-cio directo al porvenir.

Luego de la batalla, la arquitectura alegórica del templo se convirtió en un laberinto de ruinas. A Tito le sirvieron poco las previas descripciones para dirigirse a la habitación recóndita. Debió abrirse un camino a lo largo de pasillos aplastados por la bóveda. Recorrió una confusión de claustros

Púrpura en el santuario Krsna sÁnchez

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colapsados, puertas bloqueadas y columnas caí-das. En medio del patio inferior, la débil ilumina-ción de una grieta reveló a un querubín de ciprés; tenía el rostro carbonizado y carecía de alas. Vestía una mitra cubierta de inscripciones desdibujadas, advertencias en griego y latín para que los extran-jeros se abstuvieran de seguir adelante. El césar no detuvo su marcha. Las inscripciones le indicaban el rumbo exacto con fin de comprobar, precisa-mente, que él no era extranjero en esa tierra, sino dueño suyo como de Oriente. Y acaso pronto del mundo entero.

Un portento. Por las gradas que llevaban al pa-tio superior, Tito Flavio vio verterse un río en que confluían el cobre fundido de los dinteles y el es-carlata derramado por las víctimas. Adentro de ese patio consumaron la mayor parte de la masacre; inmerso en la luz espectral de los fuegos fatuos, Tito atravesó impávido entre incontables cuerpos desmembrados, revueltos y calcinados. En un ni-cho oscuro, pendiendo de un cuello lívido, brilló un zafiro que escapó a la rapiña. Grabadas sobre la

joya destacaron cuatro letras en que el césar leyó el nombre que no se pronunciaba, el nombre del pa-trono del templo; apelativo adecuado para un dios caprichoso y severo que, sin atender a los siervos que prometió redimir, se asqueó nuevamente de su casa y la entregó por segunda vez en la misma fecha que la primera.

Atrás de unos enormes racimos desprendidos de los pámpanos dorados que colgaban del techo, Tito encontró la puerta al primer recinto santo. Partes del velo que le tapaba sobrevivieron a las llamas, jirones espectrales de una cortina entrete-jida de blanco, azul, grana y carmesí. Si recordaba bien las explicaciones de Josefo, el velo represen-taba el cosmos urdido con tierra, viento, fuego y agua. Presente tal imagen en el ánimo, el césar se ufanó de penetrar con su púrpura a través de los desgarrones multicolores del universo.

El recinto santo, donde los días selectos se reunía el pueblo elegido, supuestamente guarda-ba la trinidad de reliquias que personificaban la potestad divina sobre lo terrenal. Sin embargo los

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tres altares yacían desmantelados después que les arrebataran los emblemas; de las reliquias queda-ban fragmentos esparcidos por el piso. Tito Flavio pasó por encima de los restos benditos; pisoteó los cristales de las ánforas y sus huellas se marcaron con óleo; aplastó el trozo ceni-zo de uno de los doce panes y le-vantó un resoplo de gris; pateó el único brazo sobreviviente de los siete del candelabro áureo y el brazo se alejó girando y des-tellando. Él los consideraba a todos como signos de bienes terrenales que ya poseía: pla-cer, abundancia y honor; creyó conveniente transponerlos con desprecio para llegar ante la puerta definitiva de la recámara central.

Un milagro. El velo que le cubría permaneció inmune por completo a la destrucción,

una tela delgada y diáfana porque así de sutil se consideraba la barrera infranqueable entre lo hu-mano y lo divino. Nadie jamás cruzaba ese velo, a excepción en el jubileo del ayuno, cuando el sumo sacerdote se careaba con su Señor. En ese momen-

to de resolución, el césar requi-rió una declaración valerosa. Como arengando al ejército exclamó: “El vulgo espera a que la vida le descubra sus secretos, pero hay un individuo entre la minoría, el águila que se eleva victoriosa, a él le son revelados los misterios antes que caiga el velo”. Sin más apartó de un ti-rón la delgada cortina y su púr-pura irrumpió en el enigma.

El segundo recinto santo, el santo de santos, consistía en una habitación estrecha que nada contenía. No albergaba el fulgor del arca de la alianza,

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no albergaba la penumbra del ídolo oncocéfalo. La superficie de los muros estaba desnuda de símbo-los, la extensión del suelo desierta de objetos, el espacio total exento de formas; por ello semejaba una vía libre a los abismos del hado. Únicamente Tito desentonaba parado en medio de aquel va-cío. Él ignoraba si requería propiciar la revelación mediante rito o himno, pero confiado en la auto-ridad imperial que le revestía, imaginó obligatoria la comparecencia sobrenatural. Por tanto supuso suficiente aguardar.

Con la mirada como extraviada en el horizon-te esperó el súbito chispazo profético. Esperó la progresiva iluminación premonitoria. Esperó el más tenue titilar providencial. No ocurrió. Quizá, lo consideró Flavio preocupado, a diferencia de Odín y Toth, el dios de las cuatro letras juzgó ina-propiado dar auspicio al conquistador. Entonces, al bajar decepcionado la vista, notó que su púrpura palidecía porque el tejido exhalaba el color como un moribundo el aliento. Lucía morado ya y ante los ojos sorprendidos se volvió violeta, luego lila y

continuó disminuyendo la tonalidad hasta dejar el tejido blanco y deslucido. La túnica imperial pare-ció el hábito sobrio de los anacoretas.

El mensaje fue evidente para Tito Flavio. Le decía que el imperio podría cubrir la extensión en-tera de la tierra, pero en Jerusalén, en el interior de una pequeña habitación, siempre se difumina-ría su poderío, puesto que pertenecía a un reino de otro mundo, uno imposible de conquistar por me-dio del asedio. En aquel momento, Tito sintió que de su conciencia se borraba la retórica briosa, en las fuentes del tiempo se diluían los lares, a dema-siada distancia se evaporaba Roma, entre la niebla matutina se desvanecían las legiones. Enseguida presintió que de permanecer ahí él mismo peligra-ba esfumarse.

El césar huyó. Al salir le espantó el roce del velo diáfano, tropezó entre los restos de las reliquias, cayó encima de los cadáveres calcinados, bajó tam-baleando por las gradas ensangrentadas y corrió a lo largo de los claustros. Conforme se aproximaba a la salida, la túnica recobró poco a poco el tinte del

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molusco como el rubor pasado un desmayo. Pero hasta que Tito traspasó el umbral fue que el púr-pura resurgió a los rayos del mediodía. Un púrpura tan vivo que él se preguntó si el suceso insólito ha-bía sido una ilusión provocada por el encierro. Sin embargo no dio oportunidad a la vacilación. Llamó a los centuriones. Ordenó que llevaran los arietes. Mandó no perdonar ninguna piedra de pie sobre los cimientos del templo.

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26los puños llenos de sudor se dejan ver se aso-man del suéter azuldelunes más que azul-marino ¡Firmes ya! el lunes es un color debe ser “Mexicaaaanos al griiito de gueeee-erra ..y retieeembla en su ce-entro la tieeeeee-erra” plaf plaf plaf el centro de la tierra es una paleta de lava que se derrite “y el sonoro rugiiiiir del” ruaj argh la bandera es un dino-saurio comiéndose otro dinosaurio y ruaj el rojo argh ruag el blanco del medio es el ojo terrorífico ¡Saludar ya! ..la escolta dispara rayos láser el verde te mata el rojo te mata

Lunes en la urbana mixta Xel-ha lóPez

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27cuidado!! el blanco te desaparece ..maestra! ¡Sh! maestra! ¡Shhh! estoy parado en medio del patio tatán-tatán soy el elegido! estamos cerca del centro del universo y puedo sen-tirlo me derrito! argh el dinosaurio maestra cuidado! somos varios elegidos ¡Quietos y saludando a la bandera! mira mira los demás están paralizados por los rayos blancos y y y el interior de la tierra es amarillo está lleno de mostaza y todo eso ..pum pum pum nos han disparado pum estoy herido ¡100 “debo estar quieto”!

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El relato sin colores Mario Morales

Esta es la historia. Me encuentro en un museo, en una exposición de pintura. Al lado de mí están un viejo y su hijo, o probablemente su nieto. Luego de mirar largo rato un cuadro, el niño suelta una de esas preguntas que ellos suelen hacer, que de tan simples son verdaderamente complejas: ¿Se pue-de escribir un cuento sin colores?

La respuesta afirmativa del señor no pareció convencer del todo al pequeño. Ni a mí. El hombre había explicado al chico, luego de reflexionar un poco, que la escritura no precisaba del color para llevarse a cabo, mientras que en la pintura el color jugaba un papel esencial. Claro. Pero pienso que el niño se refería a un relato en el que verdadera-mente estuviera excluido el color. Es decir, que no sólo no se nombrasen uno o varios colores sino que

tampoco se los evocara. O sea, que si la narración hablaba de un árbol, éste no fuera verde. O que si se hablaba del cielo o del mar, éstos no fueran por fuerza azules.

¿Cómo se logra esto? ¿Cómo quitarle al len-guaje su capacidad de alusión? No es posible. Ha-blar de la noche y no implicar con ello la oscuridad, su invariable negrura; o eludir lo blanco de la nube, el color del café… son despropósitos.

Por supuesto que hay cosas que no tienen un color determinado, como un gato, el cabello o la ropa de alguien. Sin embargo, uno siempre termi-na completando lo que no está del todo explícito, como en las fotografías en blanco y negro, en las que podemos intuir lo rubio o lo castaño, los ojos claros o quizá oscuros. Adivinamos el color de la

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madera y podemos sospechar que una bufanda es roja (aunque luego tal vez podamos comprobar que era marrón).

Se me ocurre por ejemplo que un ciego narra una historia. Esa historia es carente de colores, evidentemente. Pero no para nosotros. Sería como la fotografía en blanco y negro, que el lector/espec-tador completa: “La obra se completa completan-do su lectura” (1958, p. 123), dice Ortega y Gasset.

El “relato sin colores”, que únicamente puede ser concebido por el invidente, cobra total senti-do sólo cuando es leído/completado/coloreado: si en él se nos habla de un conejo suave, peludo y tibio, éste terminará adquiriendo también las características de blanco, ojos rojizos y orejas rosadas que, aunque no están mencionadas, le son adjudicadas por el lector. Cabe la posibilidad también de jugar con la idea. Pedir al lector que en el relato se abstenga de atribuirle colores a los elementos nombrados, que trate junto con el au-tor de imaginar el mundo propio del ciego, en el que la luz no participa. Si bien resulta interesante

la idea, me parece improbable llegar a concebir tal realidad.

Es curioso que no seamos capaces de recor-dar la primera vez que vimos el color amarillo o la sensación que causó en nosotros lo rojo. Tampoco saber en qué momento exacto comenzamos a re-lacionar cierta fruta con el color naranja, y que no obstante ahora no podamos despojarle a nuestro mundo su naturaleza coloreada. Que nuestra ima-ginación no logre concebir, por ejemplo, un rojo-verduzco o un amarillo-azulado, porque sabemos que son más lógicas las combinaciones como ver-de-azulado o amarillo-rojizo.

Resulta interesante también pensar que aprendemos a dibujar incluso antes de aprender a hablar o escribir, y que por tanto somos capaces de comunicar a través no sólo de las palabras, sino que precisamos del color y de las representaciones gráficas. Picasso sostenía que las formas de expre-sión visual y verbal son idénticas. A él se le consi-deraba una especie de poeta que se manifestaba a través de la pintura. Pienso ahora en poetas como

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Lezama Lima, quien pudiera considerarse un pin-tor de poemas:

Un puente, un gran puente que no se le ve, / un puente que transportaba borrachos / que decían que se tenían que nutrir de cemento, / mientras el pobre cemento con alma de león, / ofrecía sus ri-quezas de miniaturista, / pues, sabed, los jueves, los puentes / se entretienen en pasar a los reyes destro-nados, / que no han podido olvidar su última parti-da de ajedrez (2002, pp. 34-35).

Poema pictórico sólo posible en la poesía, en la palabra, pero de imposible representación gráfi-ca. Tal como resultaría ocioso trasladar la pintura de Picasso al lenguaje escrito. Pero igualmente, poema-palabra y poema-pintura valiéndose de la expresión poética, yendo del lenguaje a la imagen y de la imagen al poema (visual y escrito).

El “relato sin colores” sería un relato incom-pleto, no por falta de información sino por falta de profundidad, de esencia poética. El fin del relato,

como del poema o de una obra pictórica, es produ-cir en el espectador un estremecimiento. El lector al final del relato debe llegar a la revelación estéti-ca; si no, el relato se queda en lo anecdótico, en la mera narración noticiosa, informativa.

El arte no quiere informar, quiere comuni-car. Según Wittgenstein, la poesía no cumple la función informativa del lenguaje, aunque utiliza como recurso al lenguaje mismo (2007, pp. 21-33). La poesía está fuera del ámbito de la filosofía o de cualquier otra forma de expresión lógica porque, como la pintura, puede contener lo que no es capaz de contener el lenguaje por sí mismo: la emoción, la agitación del espíritu….

Tan importante rol juega el color en la transmi-sión del hecho estético. Gran parte de las corrien-tes artísticas modernas tienen sustento (teórico o práctico, quiero decir, voluntaria o involuntaria-mente) en la teoría de los colores de Goethe. Para el alemán el color es mucho más subjetivo que la visión puramente física de Newton. Tiene que ver con la percepción individual del fenómeno físico

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y sus efectos sicológicos en el que observa. Así, el color azul puede ser descrito mediante su longitud de onda o su posición en el espectro visible, pero es más probable que pensar en tal color nos sugiera algo frío, o nos recuerde el cielo o el mar, antes que cualquier otra cosa.

La sicología de los colores supone que estos tienen efectos en los hombres y sugiere la vincu-lación de ciertas emociones o conceptos con de-terminada tonalidad. Esta teoría ha influenciado movimientos como el fovismo francés, que centra su atención en el uso libre de los colores y deja de lado elementos como la composición o el orden.

Otro movimiento pictórico que toma en cuen-ta el color y la geometría es la pintura abstracta. Wassily Kandinski, pintor y teórico ruso pertene-ciente a este movimiento dice sobre el color:

Es un medio para ejercer una influencia directa so-bre el alma. El color es la tecla. El ojo es el martillo templador. El alma es un piano con muchas cuer-das. El artista es la mano que, mediante una tecla

determinada, hace vibrar adecuadamente el alma humana (1989, pp. 44-45).

Los colores forman parte de nuestra percep-ción del mundo y sin ellos tendríamos una visión trunca, mutilada de la realidad. Sería como vivir en una película en grises, y todo sería solamente más o menos oscuro, más o menos luminoso, en lugar de verde o rojo, amarillo o marrón. No podríamos distinguir entre una manzana agridulce y una Gol-den Delicious. No tendríamos problema para ele-gir corbata, tal vez. Pero no podríamos tampoco advertir la sensualidad de unos labios rojos. Pro-bablemente no existiría el blues. Y no existirían poemas como este:

Paisaje inmóvil de cuatro colores, / de cuatro limpios colores: / azul, lavado azul de las montañas / y del cielo, / verde, húmedo verde en el prado / y en las colinas, / y gris en la nube compacta, / y ama-rillo.

Paisaje inmóvil de cuatro colores / en torno

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mío / y en el agua. / ¡Y yo que esperaba / hallar, en el agua siquiera, / el mismo incolor que en mi alma!

Paisaje que no pasa nunca: / cierro los ojos y lo veo.

La lluvia afirmó sus colores / en vez de borrar-los.

Ya lo aprendí de memoria / y no puedo volver la página / para ver si encuentro / un paisaje, un pai-saje / en que el agua, / no copiando ningún color, / sea del color de mi alma. (Villaurrutia, 2006).

referencia bibliogrÁfica:

Hadot, P. (2007) Wittgenstein y los límites del lenguaje. Va-lencia: Pre-Textos.

Kandinski, W. (1989). De lo espiritual en el arte. México: Pre-mia editorial.

Lezama, J. (2002). “Un puente, un gran puente”. En El pabe-llón del vacío. Antología (pp. 34-35). México: Océano.

Ortega, J. (1958). Meditaciones del Quijote. Ideas sobre la no-vela. Madrid: Alianza Editorial.

Villaurrutia, X. (2006). “Incolor”. En Nostalgia de la muerte: poemas y teatro (pp. 45-46). México: FCE.

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abor

ador

esÁngel Guadalupe DíazDiciembre de 1988. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en turismo de la UdeG.

Héctor Hernández Montecinos1979. Santiago, Chile. Licenciado en Letras hispano-americanas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor en Filosofía, mención en Estética y teo-ría del arte por la Universidad de Chile. Escritor. Ha publicado antologías, poemarios y las primeras dos partes de su trilogía poética La Divina Revelación. En 2009 obtuvo el premio Pablo Neruda.acheache.blogspot.mx

Irene VegaJulio de 1991. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Ha pu-blicado en la revista Numen. Recientemente obtuvo el segundo lugar en el concurso de Embajadores de la Juventud de la Organización Mundial de Comercio, con el ensayo Liberalismo, multilateralismo y posmo-dernidad.

Julia Piastro 1989. Ciudad de México. Estudió Letras francesas en la UNAM. Poeta, editora y traductora. En 2012 parti-cipó en el Curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas, en colabo-ración con la Universidad Veracruzana. Actualmente trabaja como editora en Textofilia Ediciones.

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Krsna SánchezAgosto de 1988. Zamora, Michoacán. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG.

Mario MoralesEnero de 1989. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Fotógra-fo. Algunas de sus fotografías han sido publicadas en la revista Cuartoscuro.doble-eme.tumblr.com

Melba SondereggerMarzo de 1991. Xalapa, Veracruz. Estudiante de la Li-cenciatura de lengua y literatura hispánicas de la UV. Ha publicado en el suplemento cultural del periódico Milenio (2007) y en la revista electrónica PUC (2012).laremington.blogspot.mx

Samuel Bernal Martínez Octubre de 1988. Puerto Vallarta, Jalisco. Egresado de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Redactor creativo en una agencia de publicidad. En 2011 participó en el Taller de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas, en colaboración con la Universidad Metropolitana de Monterrey.@SamuelBM

Susan UrichAgosto de 1986. Maturín, Monagas, Venezuela. Tra-ductora e intérprete legal.

ierade.blogspot.commiconoenverso.blogspot.com@susanurich

Xel-Ha LópezOctubre de 1991. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. En 2012 participó en el Curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas, en colaboración con la Universidad Veracruzana. Actual-mente realiza un intercambio académico en la Univer-sidad de Lleida, España. @xelhashow

Ilustraciones:Guillermo GuarinoNoviembre de 1983. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en artes visuales de la UdeG. Ilus-trador, fotógrafo, encuadernador y elaborador de pa-pel reciclado artesanal.guillermoguarino.blogspot.mx

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Puntos de Venta

Guadalajara: Caligari (Juan Manuel #1406)

Funámbulo (Independencia #287a, Tlaquepaque)Geeks Stetika (Pedro Moreno #1034)

Laboratorio de Arte Jorge Martínez (Belén esquina Independencia)

Lluvia Café (Libertad #1748) Peregrino Café Bistro (López Cotilla #875-1)

Rendez Vous (Libertad #1903)Rojo Café (José Guadalupe Zuno #2027)

Xalapa:2288 (Av. Murillo Vidal #130)

La Rueca de Gandhi (Úrsulo Galván #65)

Culiacán:Café Marimba (Av. El Dorado #1203)

Ciudad Obregón:Cuarto Infinito (Durango #224)

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No. 1$30 pesos

febrero-abril 2013