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LA CONCEPCIÓN DE LA LOCURA EN LAS NUBES DE JUAN JOSÉ SAER Y NADIE ME VERÁ LLORAR DE CRISTINA RIVERA GARZA Louise Vercruysse Stamnummer: 01302599 Promotor: Prof. dr. Ilse Logie Copromotor: Prof. dr. Maria Teresa Navarrete Navarrete Masterproef voorgelegd voor het behalen van de graad master in de richting Iberoromaanse Talen Academiejaar: 2016 - 2017

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LA CONCEPCIÓN DE LA LOCURA EN LAS

NUBES DE JUAN JOSÉ SAER Y NADIE ME

VERÁ LLORAR DE CRISTINA RIVERA

GARZA

Louise Vercruysse

Stamnummer: 01302599

Promotor: Prof. dr. Ilse Logie

Copromotor: Prof. dr. Maria Teresa Navarrete Navarrete

Masterproef voorgelegd voor het behalen van de graad master in de richting Iberoromaanse Talen

Academiejaar: 2016 - 2017

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Agradecimientos

Me gustaría agradecer a algunas personas que me han ayudado llevar a cabo esta tesina de

maestría. En primer lugar, debo expresar mis agradecimientos a la profesora dr. Ilse Logie, el

promotor de esta tesina, y a la profesora dr. Maria Teresa Navarrete Navarrete, el copromotor,

por guiar mis ideas, por siempre estar dispuestas a leer mis textos y por todas las sugerencias

valiosas. En segundo lugar, quería agradecer a mi familia por tener confianza en mí. Además,

agradezco a Elisabeth Ruelens por siempre responder a mis dudas, y a Pablo Vanneste por su

apoyo y por introducir este tipo particular de locura en mi vida. Finalmente, debo agradecer a

usted, estimado lector, por tomar tiempo para leer la tesina que le presento.

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Índice

Agradecimientos ......................................................................................................................... 3

I. Introducción ............................................................................................................................ 5

I.1 La locura como recurso literario para interrogar críticamente la historia ......................... 5

I.2 El corpus ............................................................................................................................ 7

I.2.1 Las nubes .................................................................................................................... 8

I.2.2 Nadie me verá llorar ................................................................................................... 8

I.2.3 El género de la nueva novela histórica ....................................................................... 9

II. Los espacios de la locura ..................................................................................................... 13

II.1 El manicomio ................................................................................................................. 14

II.2 La función del manicomio: espacio de conocimiento y de afrontamiento .................... 16

II.3 El manicomio como espacio de disciplina social .......................................................... 20

II.3.1 Foucault y su biopolítica ......................................................................................... 20

II.3.2 El manicomio como refugio del sistema de vigilancia............................................ 24

II.4 El papel de los personajes adentro de la institución psiquiátrica ................................... 26

II.4.1 La distribución del poder ......................................................................................... 26

II.4.2 La autoridad del médico .......................................................................................... 29

III. La representación del loco .................................................................................................. 32

III.1 El subalterno excluido .................................................................................................. 32

III.2 La locura como “error” y como “anormalidad” (Foucault) .......................................... 34

III.3 Glorificación romántica del loco .................................................................................. 37

III.4 La identificación y el tratamiento de la locura ............................................................. 41

III.4.1 La moralidad y la locura ........................................................................................ 42

III.4.2 La locura como expresión femenina/locura y género (‘gender’) ........................... 45

III.4.3 El lenguaje del loco ................................................................................................ 49

III.5 La zona gris entre la locura y la razón .......................................................................... 55

IV. Conclusión ......................................................................................................................... 58

Bibliografía ............................................................................................................................... 62

Obras primarias ..................................................................................................................... 62

Obras secundarias ................................................................................................................. 62

Fuentes en línea .................................................................................................................... 66

Número de palabras: 24320

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I. Introducción

I.1 La locura como recurso literario para interrogar críticamente la historia

La historia siempre se puede observar desde varias perspectivas. En las dos novelas

contemporáneas Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza y Las nubes de Juan José Saer

se utiliza esta posibilidad para describir eventos históricos a partir de las experiencias de figuras

que no se encuentran en el centro de los acontecimientos importantes y que no aparecen en los

libros de historia, pero que son esenciales para elaborar nuestra visión sobre estas épocas

pasadas. Las experiencias de una mujer rural, por ejemplo, pueden ser más interesantes para

aprender sobre el Porfiriato que una biografía de Porfirio Díaz. El tratamiento de las personas

subversivas y periféricas nos informa sobre el funcionamiento de la soberanía política y las

costumbres sociales en aquella época. El grupo de los subalternos en una sociedad es muy

diverso y en esta tesina nos enfocamos en un tipo específico, el loco. La gente que se considera

loca, se retira de la conformidad y de la normalidad. Con frecuencia, estas personas son

expulsadas de la sociedad o, en otros casos, se aíslan voluntariamente. La locura es un fenómeno

que estimula la imaginación, porque se relaciona con lo divino, con lo mágico, con lo artístico.

El loco es ingenioso, como Don Quijote, que es capaz de establecer relaciones en la vida

cotidiana que la persona sana no ve. Los locos, al contrario de otros tipos de subalternos como

los extremadamente pobres o los inmigrantes, generalmente no han nacido en un ambiente de

locura, pero llegan a la periferia social, al manicomio, por su naturaleza, a partir de experiencias

particulares o simplemente por casualidad. Este hecho vuelve interesante un estudio de la

interacción entre la sociedad y los enfermos mentales, y de la manera en que estos últimos

presentan una crítica a la normalidad a través de su locura. De igual manera, la elección del

“The madman, like other people, does not exist

alone. He both reflects and influences those

involved with him. He embodies and

symbolically transforms the values and

aspirations of his family, his tribe, and his

society, even if he renounces them, as well as

their delusions, cruelty and violence, even in his

inner flight.”

(Feder, 1980: 5)

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loco como personaje en una novela, al mostrar la Otredad frente a la conformidad, sirve para

criticar el poder que decide sobre la norma.

En esta tesina se propone investigar la concepción de la locura como instrumento de crítica

político-social en dos novelas históricas latinoamericanas: Nadie me verá llorar de Cristina

Rivera Garza y Las nubes de Juan José Saer. Ya existen algunos estudios sobre la locura en la

novela de Cristina Rivera Garza, desde varios puntos de vista. El artículo “Manicomio y locura:

revolución dentro de la Revolución Mexicana en Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza”

de Jungwon Park presenta un excelente estudio sobre el papel del manicomio como lugar de

negociación en la Revolución Mexicana. Otros estudios de la novela de Cristina Rivera Garza

analizan el discurso psiquiátrico1 o el uso de documentos históricos en la narración ficticia2.

Aunque estos artículos son muy útiles para considerar, la novedad de este estudio reside en la

inclusión de un análisis del espacio de la locura y la comparación con otra novela

latinoamericana, Las nubes. Esta última es una de las novelas menos estudiadas de Saer, pero

resultan muy interesantes algunos textos publicados, en particular el artículo “Entre el sentido

y la ilegibilidad: Las nubes de Juan José Saer como una narración dialéctica"3 de Magdalena

Perkowska, que hace resaltar el estilo típico de Saer y las características del género de la nueva

novela histórica en Las nubes. También utilizamos el estudio de Fernando Reati, que analiza el

espacio de la Pampa en la novela4 y el análisis narratológico de María Coira5. Sin embargo, el

estudio propuesto aquí se centra más en la representación de la locura en la novela de Saer, y

en su interacción con el espacio narrativo y el contexto socio-político.

Analizando dos novelas diferentes, que manifiestan varios casos de locura individualizados, se

aspira a llegar a una conclusión más general sobre la locura en la literatura latinoamericana, lo

que es en parte el interés de la literatura.

En primer lugar, estudiamos la locura como lugar físico, en la periferia de la sociedad. Este

espacio de la locura toma con frecuencia la forma del manicomio, como también es el caso en

las dos novelas estudiadas. Repasamos, por tanto, brevemente la historia del manicomio (II.1)

y describimos su funcionamiento adentro de la sociedad (II.2). La interacción del manicomio

1 Garonzik, Rebecca. (2014). “Deconstructing psychiatric discourse and idealized madness in

Cristina Rivera’s Nadie me verá llorar.” 2 Sandoval, Julia É.N. (2013). “Archivo, memoria y ficción” 3 Publicado en Logie, Ilse. (coord.) (2013). Juan José Saer: La construcción de una obra. 4 Reati, Fernando. (2000). “Las Nubes de Juan José Saer: Un viaje por la pampa hacia otra

metafísica de lo real”. 5 Coira, María. (2001). “Un preciso azar. A propósito de Las nubes de Juan José Saer.”

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con el mundo exterior se muestra esencial en este asunto, tal como la entrada de la disciplina

social adentro de la institución psiquiátrica (II.3). La teoría de Michel Foucault sobre la

biopolítica nos sirve para este estudio. También tocamos la dinámica interna, la distribución de

poder entre los personajes adentro del manicomio en las dos historias (II.4).

En segundo lugar, exploramos más detalladamente la locura de los personajes mismos (III.), y

cómo llegaron a este espacio periférico. La manera en que se concibe y se trata a los locos en

contextos diferentes revela mucho sobre las ideas y visiones que reinaban en aquellas épocas.

Por esta razón esbozamos la evolución de la concepción de la locura a través de los siglos, de

nuevo con la ayuda de los textos de Michel Foucault, y la medida en que podemos observar

esta teoría en las novelas (III.2 y III.3). A esto se añade el estudio de la identificación y el

tratamiento de la locura en las dos novelas, a partir de la relación entre la locura y la moralidad

(III.4.1), la feminidad (III.4.2) y el lenguaje (III.4.3).

Para estudiar el lugar que ocupa la locura en los contextos históricos y narrativos de las novelas

Nadie me verá llorar y Las nubes, es preciso analizar profundamente la representación de la

locura en las dos historias, pero también conviene estudiar diferentes teorías sobre la locura y

sobre la evolución de su percepción. El filósofo a quién se refiere con mayor frecuencia en

cuanto a la locura, es sin duda Michel Foucault. Su libro célebre L'histoire de la folie à l'âge

classique (1992) ha sido una obra indispensable en este estudio. Aunque nuestras novelas se

desarrollan después de la época clásica, Foucault destaca tendencias que continúan

posteriormente, y también prolonga su análisis en varias ocasiones hasta el siglo XIX.

Igualmente importante, sobre todo en la primera parte de la tesina, es el conjunto de sus

lecciones que ha recibido el nombre de Pouvoir psychiatrique (2003). Al lado de Michel

Foucault, utilizamos, entre otras, las teorías de Gaston Bachelard y Giorgio Agamben y la

excelente historia de la locura de Andrew Scull, Madness in Civilization (2015).

En lo que sigue, se comenta brevemente el corpus del estudio, con una descripción de las tramas

y del género de las dos novelas.

I.2 El corpus

Como ya hemos mencionado, las dos obras primarias que investigamos son Nadie me verá

llorar (1999) de Cristina Rivera Garza y Las nubes (1997) de Juan José Saer. Juan José Saer

(1937-2005) fue un escritor argentino que, en su obra, cuestiona la estabilidad de la verdad a

través de un juego de perspectivas, paradojas y observaciones críticas. Cristina Rivera Garza

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(1964-) es una escritora chilena que escribió su primera novela Nadie me verá llorar a partir de

su tesina doctoral. Intenta ofrecer otras verdades en sus novelas.

Las dos novelas históricas difieren en varios planos, tanto en cuanto a la trama como en cuanto

al cuadro espacio-temporal en que las historias se desarrollan. Se sitúan en países distintos y en

épocas diferentes. Cabe destacar que ambos textos evocan un período histórico turbulento. Los

marcos temporales coinciden, entonces, en su confusión y su polaridad. Otra semejanza que

presentan los dos libros es su temática. Ambos tratan de un manicomio, de manera que los

personajes principales son el psiquiatra y los locos. Además, las dos novelas se inscriben en el

mismo género: el de la “nueva novela histórica”. A continuación, discutiremos brevemente las

dos novelas e interrogaremos la teoría de la “nueva novela histórica” para ver en qué puntos

esta denominación se les es aplicable.

I.2.1 Las nubes

Las nubes presenta, en realidad, un relato adentro de un relato. El primer narrador es Pichón,

un argentino que vive en Paris. Ha recibido un documento de su amigo Soldi, del que la

autenticidad es cuestionable. Lo que Pichón empieza a leer, es la historia de un viaje a través

de la Pampa argentina en 1804, con el objetivo de llevar un grupo de enfermos mentales al

manicomio La Casa de Salud. El narrador es el doctor Real. La primera parte del libro evoca,

sobre todo, a la figura del doctor Weiss, el gran maestro del doctor Real, y el nacimiento y

hundimiento de la Casa. Estas experiencias se desarrollan durante la Guerra de Independencia

en Argentina (1810-1820), durante la cual los revolucionarios luchan contra los realistas y salen

victoriosos. Argentina resulta, en este período, un país caótico en busca de consolidación.

Los locos, que son presentados antes de emprender el viaje, difieren mucho en su tipo de

enfermedad. En la historia tienen todos más o menos la misma importancia. Como se espera de

una historia que se desarrolla en las primeras décadas del siglo XIX, la visión es más bien

romántica. Sin embargo, Saer aproxima su historia ficticia desde una perspectiva creativa, e

introduce, por ejemplo, varios anacronismos.

I.2.2 Nadie me verá llorar

La novela de Cristina Rivera Garza narra la historia de amor entre Matilda, una internada en el

famoso manicomio La Castañeda y el fotógrafo Joaquín Buitrago. La historia se desarrolla a

principios del siglo XX, durante el Porfiriato en México, que dio lugar a la Revolución

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Mexicana de 1910. Se focaliza sobre todo en la biografía de Matilda. Criada en el campo, donde

se cultiva la vainilla, Matilda tuvo que ir a la ciudad de México después de la muerte de su

padre. Comenzó por vivir en la casa de su tío Marcos, un médico con una gran fe en la necesidad

de la higiene, pero después se convirtió en trabajadora de una fábrica de cigarros, para acabar

en un burdel llamado sarcásticamente “La Modernidad”. Vivió por algún tiempo con su amante

Paul en Real de Catorce. Su historia termina en el manicomio, donde encuentra a Joaquín por

segunda vez, ya que en un proyecto anterior el fotógrafo ha tomado fotografías de ella en el

burdel y en este momento está creando una colección de fotografías de los internados en el

manicomio.

El Porfiriato es el nombre que se da a la dictadura de Porfirio Díaz, quien dominaba la vida

social, política y económica de México entre 1876 y 1910. Al inicio su gobierno llevó a una

pacificación interna de México, pero la autoridad presidencial de Díaz se extendió y su dominio

se mantuvo con elecciones amañadas, la supresión violenta de adversarios y la censura de la

prensa (Bryan, 1976: 653-654). El historiador Anthony T. Bryan (1976: 660) apunta que,

generalmente, diferentes matices de opiniones políticas fueron tolerados, si no se actúa en

contra del gobierno. Además, es la época del positivismo, que corresponde a una aproximación

científica y empírica de la locura.

I.2.3 El género de la nueva novela histórica

El objetivo de este apartado es definir la noción “nueva novela histórica” y determinar hasta

qué punto este género es de común denominador a las dos novelas. Este modesto estudio nos

ayudará a comprender mejor el funcionamiento de los libros, lo que permitirá una comprensión

más profunda de ellos.

En su conocido estudio, Seymour Menton explica que la “nueva novela histórica” es una

combinación de tres subtipos de novelas históricas: la novela histórica cómica, la documentada

y la inventada (Menton, 1993: 16). En Nadie me verá llorar se pueden distinguir claramente

estos tres aspectos. La novela incluye documentos históricos auténticos, a saber, los expedientes

clínicos en los cuales la historia se basa. La trama de la historia, al contrario, es una

ficcionalización de la realidad. El aspecto cómico está igualmente presente en la aproximación

irónica de la historia. La demostración paródica que Matilda y su amiga Ligia hacen del libro

Santa de Federico Gamboa (Garza, 1999: 160, 178), que narra la historia de una prostituta

ingenua que se enamora, es un buen ejemplo, como lo son también los nombres del burdel La

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Modernidad, y de su jefa, la Madame Porfiria (179). La novela de Juan José Saer es mucho más

ficticia que la de Cristina Rivera Garza. Hasta la existencia del manicomio es inventada. En Las

nubes, lo cómico reside en la representación de la Guerra de Independencia y su interacción

con el manicomio, y en el comportamiento de los locos. Los hechos históricos no ocupan una

posición central en la novela (Perkowska, 2013: 170). Sin embargo, Saer avanza la historia

como real al darle la forma de unas memorias del propio doctor Real, leídas no solamente por

el lector, sino también por el parisino contemporáneo que ha recibido el manuscrito de uno de

sus amigos argentinos. Es una narración encuadrada, e incluso se la presenta como un

manuscrito hallado, de origen desconocido. “El texto que te mando en el dísket me lo confió

una señora nonagenaria que, me parece, nunca lo leyó.” (Saer, 1997: 14). Este procedimiento,

que es por cierto muy común en la literatura más antigua, da a la historia un aire de

verificabilidad. Perkowska explica que la novela evoca “la pregunta sobre lo real y sus

construcciones textuales, sobre el ser y el parecer, sobre la engañosa indistinción (realista) entre

el pasado y la palabra que evoca […]’ (2013: 171). Para la crítica, significa que Las nubes

problematiza las fronteras de la “nueva novela histórica” (Perkowska, 2013: 171). Sin embargo,

en lo que sigue, descubriremos que cumple varias características del género.

A continuación, Seymour (1993: 20-25) añade que el género fue creado por Alejo Carpentier,

y enumera cinco características. La primera es la subordinación de la recreación mimética a la

representación de tres ideas filosóficas: la imposibilidad de conocer el pasado, la naturaleza

cíclica y la imprevisibilidad de la historia. La segunda característica es la distorsión de la

historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos. Este aspecto está muy presente en

Las nubes. En la historia, La Casa de Salud abrió sus puertas en 1802, pero, en realidad, el

primer hospital psiquiátrico sólo apareció en Argentina en 1854 (Perkowska, 2013: 178, cf.

Gnutzmann, 2002: 239-243). La tercera característica es el uso de personajes históricos

famosos. Otra característica es la referencia al texto propio, o la metaficción. Como en el caso

de Las nubes, leemos las memorias del personaje y se refiere en varias ocasiones al propio texto.

La quinta característica es la intertextualidad, como la han definido Bakhtin y Julia Kristeva.

Ya hemos mencionado la novela Santa de Federico Gamboa, a la que se remite en Nadie me

verá llorar. En Las nubes también podemos detectar diferentes referencias intertextuales, sobre

todo a escritores clásicos. Los movimientos que Prudencio Parra, un enfermo, hace, es uno de

sus síntomas más destacados y refieren directamente a Zenón, como el doctor Real descubre de

repente.

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en la clase de filosofía, habíamos estudiado las Académicas de Cicerón […] Cicerón describe la

manera en que Zenòn el estoico mostraba a sus discípulos las cuatro etapas del conocimiento:

los dedos extendidos significaban la representación (visum); cuando los ponìa algo replegados

era el asentimiento (assensus), gracias al cual la representación se hace patente en nuestro

espíritu; después, con el puño cerrado, Zenón quería mostrar cómo por vía del asentimiento se

llega a la comprehensión (comprehensio) de las representaciones. Y por último, llevando la

mano izquierda hacia el puño, envolviéndolo con ella y apretándolo con fuerza, mostraba ese

movimiento a sus discípulos y les decía que eso era la ciencia (scientia). (Saer, 1997: 131).

El doctor Real también es un gran aficionado a Virgilio. “[…] y después de comer, desvestido

a medias para protegerme del frío, me metí en la cama y a la luz de una vela, antes de dormirme,

leí unas páginas de Virgilio.” (Saer, 1997: 135). La última característica según Seymour son los

conceptos de Bahktin de lo dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia. Podemos

observar distintos elementos paródicos, como hemos apuntado anteriormente. Para ilustrar lo

carnavalesco, “las exageraciones humorosas y su énfasis en las funciones corporales, del sexo

a la eliminación” (24), mencionamos las relaciones sexuales que la monja loca Teresita tuvo

con los soldados que acompañan la caravana en el viaje.

Esta enumeración de características muestra claramente que las novelas pertenecen al género

de la “nueva novela histórica”, lo que significa que también incorporan una visión posmoderna

sobre la historia. En su artículo “La Nueva Novela Histórica y Cultura Democrática en América

Latina”, Peter Thomas apunta que las nuevas novelas históricas expresan frecuentemente un

escepticismo con respecto a proyectos de modernización, y renuncian a la exposición de

conceptos de identidad nacional (Thomas, 1999: 13). La elección de los períodos históricos del

Porfiriato en México y de la Guerra de Independencia en Argentina está lejos de ser arbitraria,

dado que precisamente en aquellos momentos se establecieron proyectos de modernización y

de consolidación nacional. El formato de la “nueva novela histórica” conviene especialmente

bien para criticarlos. Por último, añadimos que no es sorprendente que se utiliza este género

para contar una historia de locos, teniendo en cuenta que el objetivo de la “nueva novela

histórica” es sobre todo el de crear “historias alternativas” (Wesseling, 1991: 113), desde la

perspectiva de los vencidos, que siempre han tenido una posición fuera de la historia oficial

(Thomas, 1999: 14). En Nadie me verá llorar se insiste en este aspecto. Después de la partida

de su amiga Ligia, Matilda se encuentra perdida, y, en ese momento, se refiere de nuevo a la

guerra civil, que significó la derrota para sus amigos rebeldes. “La guerra había terminado y

Matilda se encontraba, como siempre, en el campo de los vencidos.” (Garza, 1999: 186). El

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fotógrafo Joaquín, aunque no es un verdadero loco, también pertenece a la misma categoría:

“El hombre era un perdedor y, como ella, un miembro más de la legión de los derrotados.”

(Garza, 1999: 187).

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II. Los espacios de la locura

El espacio es uno de los principales elementos narrativos y es estudiado por diferentes teóricos

literarios, como Gaston Bachelard y más tarde el filósofo Michel Foucault. Acabamos de ver

que la elección de escribir sobre enfermos mentales desde el prisma de la “nueva novela

histórica” no es arbitraria. Queda claro que a los locos les corresponde un tipo de espacio

particular. Se encuentran generalmente en la periferia de la sociedad. Bachelard ha estudiado

los efectos psicológicos del espacio. En su estudio La poétique de l’espace describe la

interacción entre lo adentro y lo afuera. Filosóficamente, es la diferencia entre el ser, lo positivo,

y el no-ser, el polo negativo (Bachelard, 2001, 1957: 191). Más adelante aplica esta dialéctica

al individuo mismo. El ser del hombre es una espiral, en la que se encierra, y de la que se libera,

pero a la que siempre vuelve (Bachelard, 2001, 1957: 193). El manicomio es el espacio que

permite a los enfermos vivir en su locura. Adentro de los muros – que existen, por cierto, sólo

de manera metafórica en el caso del viaje en Las nubes – los locos se esconden adentro de sus

propias mentes. Este rasgo vuelve interesante estudiar los espacios para analizar las

características de la locura. Sin embargo, no son en ningún caso lugares en que reina una

libertad total. En este apartado examinaremos cómo son estos espacios en las dos novelas, y

cómo interactúan con los espacios más centrales, desde donde se distribuye el poder

disciplinario.

En las tramas de tanto Las nubes como Nadie me verá llorar, el espacio desempeña un papel

fundamental. Desde una perspectiva más amplia, los países – Argentina y México - en que se

desarrollan los eventos, determinan los climas políticos y sociales. Al nivel de la historia, la

psiquiatría resulta el espacio más llamativo en ambas novelas. Sin embargo, las dos historias

describen un camino a través de distintos lugares. En el caso de Nadie me verá llorar es Matilda

Burgos cuya vida la lleva desde Papantla a la casa de su tío Marcos Burgos en la Ciudad de

México, donde finalmente llega al burdel “La Modernidad”, y termina en el manicomio “La

Castañeda”, del cual huye con Joaquín, sólo para volver al final.

En Las nubes el manicomio es asimismo el punto de destino. Se describe el manicomio La Casa

de Salud, que se inauguró en la primavera del año 1802 (Saer, 1997: 19-21). Además, en la

historia de Saer, se contrastan dos espacios fundamentales: el espacio cerrado del manicomio,

en que reina una temporalidad cíclica, y el espacio abierto de la Pampa, que se evoca en la parte

principal de la historia. Contrariamente a otros estudios sobre Las nubes, no nos enfocamos en

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primer lugar en la Pampa, sino en el espacio del manicomio, porque permite una mejor

comparación con el lugar en Nadie me verá llorar. Sin embargo, no podemos negar la

importancia del espacio del viaje. En la lectura de Perkowska, la llanura funciona como un

personaje en la novela, y “las inclemencias climáticas […] obligaron a los viajeros a adentrarse

en la llanura donde fueron sometidos a las leyes imprevisibles de su espacio infinito” (2003:

174). El viaje a través de la Pampa es también un topos literario que hace pensar en la literatura

gauchesca, en que el espacio abierto forma el trasfondo de las aventuras del gaucho.

Históricamente la Pampa es el espacio del ‘Otro’, el ‘bárbaro’ al que se quiere civilizar.

Fernando Reati (2000: 281) apunta que la historia es, en realidad, probablemente una “parodia

del viaje por la Pampa propio de la tradición literaria argentina”. En estos viajes el colonizador

se encuentra efectivamente con el Otro. Reati añade que revela la pregunta central en toda la

obra de Saer, que es la de cómo comprender el universo del Otro (2000: 282). Se trata, por

consiguiente, de un espacio donde reinan distintos sistemas ordenantes, como lo es asimismo

el manicomio de Nadie me verá llorar. Además del bárbaro, este Otro es, por supuesto, también

el loco e incluso puede ser la mujer. En las novelas analizadas, todos estos tipos son presentes.

II.1 El manicomio

Para ver qué funciones tienen los manicomios, los lugares de los locos, en las dos novelas, es

preciso describir brevemente cuándo y en qué circunstancias nació el hospital psiquiátrico. Se

debe tener en cuenta que el surgimiento de los manicomios no corresponde al nacimiento de la

locura, sino que coincide con un cambio de percepción de la locura, como Foucault apunta:

Mais il n’est pas sûr que la folie ait attendu, recueillie dans son immobile identité, l’achèvement

de la psychiatrie, pour passer d’une existence obscure à la lumière de la vérité. Il n’est pas sûr

d’autre part que ce soit à la folie, même de manière implicite, que s’adressaient les mesures de

l’internement. (Foucault, 1992: 93)

Los primeros manicomios aparecieron en el siglo XV en los Países Bajos. Se expandieron y, en

el siglo XVII, surgieron también en el resto de Europa. Para las monarquías católicas europeas

todos los inadaptados sociales formaban una fuente de desorden y una amenaza política. Por

esta razón, en las nuevas instituciones se encerró no solamente a los locos, sino también a las

prostitutas, los mendigos y los vagabundos (Scull, 2015: 125-126). Cuando el doctor Real de

Las nubes visita el convento en que vive su paciente, la sor Teresita, observa que “la locura,

con su sola presencia, trastoca e incluso desbarata los proyectos, las jerarquías y los principios

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de la gente llamada cuerda” (Saer, 1997: 79). La locura desafía y quiebra el establecimiento y

no se deja dominar fácilmente en la vida cotidiana. Por eso, se prefiere internar a los locos.

Antes de la aparición del manicomio, los locos fueron una gran carga para sus familias. En

muchos casos los lunáticos fueron simplemente encarcelados en los desvanes o en los sótanos.

(Scull, 2015: 127-128). Saer refiere también a esta situación anterior, y explica que tener un

lunático en casa fue peor para los ricos que para los pobres.

Pero una de las pretensiones mayores de los poderosos, aquella que justamente quiere fundar la

legitimidad de su poder, es la de encarnar la razón, de modo que, en su seno, la locura representa

un verdadero problema para ellos. Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo

hasta los cimientos, y hace perder respetabilidad a sus ocupantes, lo que explica que en general

se escondan las enfermedades del alma como si fueran males oprobiosos. (Saer, 1979: 22).

Fue la costumbre de esconder y encerrar los locos en la casa hasta que aparecieron los primeros

manicomios. Tanto la Castañeda, de Nadie me verá llorar, como la Casa de Salud, el

manicomio descrito en Las nubes, estaban inspirados en los hospitales franceses.

La Casa se conformaba a un modelo que existía ya en Europa, y sobre todo en París, donde

varias instituciones de ese tipo habían sido fundadas en los últimos años, pero la arquitectura se

inspiraba en el convento, en el beguinage, en el retiro filosófico, con vagas reminiscencias de la

Academia y del Jardín de Epicuro, rechazando las cadenas, la cárcel, las mazmorras; un hospital

ideal para dar reposo y cuidado que, por sus características, no podrían por desgracia aprovechar

más que los enfermos ricos. (Saer, 1997: 20)

La Casa de Salud se fundó en 1802, y se volvió inmediatamente muy popular. El nombre del

manicomio ficcional refiere probablemente a las “Maisons de santé”, los manicomios privados

que se instalaron desde principios del siglo XVIII en Francia (Scull, 2015: 128). En realidad, el

primer manicomio sólo apareció 52 años más tarde en Argentina. Igualmente anacrónica es la

creación del manicomio como una comunidad donde los enfermos son residentes libres antes

que pacientes, fenómeno que estudiaremos con más detalles en el apartado sobre las relaciones

de poder. Saer esboza una historia creíble, que, después de un estudio más profundo, no resulta

posible en el contexto espacio-temporal de la historia. Cuestiona la posibilidad de conocer la

historia, que es la base filosófica de la “nueva novela histórica” y también una de las obsesiones

de Saer (Perkowska, 2003: 169-170). Perkowska (2003: 170) apunta también que los hechos

realmente históricos tienen un papel periférico en la novela de Saer. En este aspecto, Las nubes

difiere de la novela de Cristina Rivera Garza, que se fundó en documentos históricos que vienen

del manicomio real La Castañeda. Miramos a continuación la historia de este manicomio.

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En México, el Hospital de San Hipólito fue fundada en 1560 en la Ciudad de México por el

sevillano Bernardino Álvarez, como primer hospital psiquiátrico de las Américas (Viqueira,

1995: 364). Cerró sus puertas en 1910, el año en que nació en la misma ciudad La Castañeda

(Viqueira, 1995: 367), el lugar más emblemático de Nadie me verá llorar. La institución fue

inaugurada por el propio Porfirio Diaz, como manifestación del progreso que el presidente quiso

realizar en el país.

A pesar de los bombos y platillos con que don Porfirio había inaugurado la institución, todos

sabían que diez años de descuido y una revolución de por medio habían transformado a la

Castañeda en el bote de basura de los tiempos modernos y de todos los tiempos por venir. (Garza,

1995: 29).

El hospital fue construido para acoger a 1200 pacientes, pero al inicio sólo vivían 550 enfermos

en el edificio, de los cuales la mayoría venían del Hospital de San Hipólito, que en aquel tiempo

se había especializado en demencia, y del Hospital del Divino Salvador. Después de la

Revolución, en 1920, el manicomio recibió un mayor número de pacientes, lo que resultó en

una constante carencia de elementos básicos (Molina, 2009: 30-31).

II.2 La función del manicomio: espacio de conocimiento y de afrontamiento

“La guérison du fou est dans la raison de l’autre.” (Foucault, 2003: 540)

En Histoire de la folie à l’âge classique (1972), Michel Foucault describe la evolución de la

locura desde el fin de la Edad Media hasta el siglo XVII. En 2003 publica su estudio Le pouvoir

psychiatrique, basado en las clases que había dado en el Collège de France de 1973 a 1974.

Reaparecen en este curso ideas que ya había desarrollado en Histoire de la folie à l’âge

classique, pero que resultan mejor explicadas, y, al lado de esto, expone nuevos aspectos del

manicomio y del poder del médico, aspecto sobre el que volveremos.

Para entender el funcionamiento del manicomio en las dos novelas de nuestro corpus, tenemos

que sumergirnos en las obras de Foucault que tratan de la institución del hospital psiquiátrico.

En sus clases sobre el poder psiquiátrico, Foucault, basándose en Pinel, apunta que el

manicomio es un cuerpo institucional que, para funcionar bien, exige cierto orden, cierta

disciplina. Indica dos razones que explican esta necesidad de regularidad. Por un lado, el orden

permite la observación exacta. El médico sólo puede repartir su mirada neutra y sus

observaciones científicas de manera igual entre los pacientes en un ambiente bien organizado.

La disciplina es una condición para la objetividad, que constituye la base del conocimiento

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científico del médico. Por otro lado, es también la condición para una curación duradera del

enfermo. La terapia sólo puede surtir efecto cuando el poder es distribuido de modo controlado

(Foucault, 2003: 4-5).

Ya que la Casa de Salud se describe como una institución donde los pacientes tienen una gran

libertad, y en que el aspecto de retiro pacífico prevalece sobre el aspecto médico de la curación,

allí el orden y la disciplina no tienen tanta importancia. Foucault encontraría en esta falta de

disciplina la razón por la cual casi nadie se cura en el hospital del doctor Weiss. El médico, por

su parte, lo explica por la naturaleza de las enfermedades mentales.

En nuestra Casa de Salud, había a decir verdad muy pocos remedios. Según el doctor Weiss, de

las causas variadas que podían explicar la locura, las que provenían del cuerpo eran las más

improbables, y puesto que se trataba de enfermedades del alma, era en el alma donde había que

buscar la causa. (Saer, 1979: 30).

A pesar de la actitud relajada frente a los locos que reina en la Casa de Salud, el doctor Real

apunta que su mentor, el doctor Weiss, podía torturar a sus pacientes más frenéticos como

tratamiento (Saer, 1997: 27). También conviene observar que el doctor Real refiere en algunas

ocasiones a pacientes que han salido del manicomio, como la sor Teresita (Saer, 1997: 97), pero

no está claro en qué condiciones.

En La Castañeda, contrariamente a la Casa de Salud, la disciplina es omnipresente. En Nadie

me verá llorar, aparece bajo la forma del médico Oligochea. El tratamiento de sus pacientes no

parece ser tan opresivo y brutal, pero, en el documental “Crimen Psiquiátrico. La Castañeda.”

(2009) se revela que sí se trataba a los internados de manera inhumana. El hospital estuvo

sobrepoblado, y las curaciones fueron muy violentas, y tuvieron, por esta razón, más bien un

efecto contrario.

Foucault explica que la locura se concibió diferentemente en el siglo XVII: en aquel tiempo se

consideró como un error. (Foucault, 2003: 342). El manicomio funcionaba como lugar donde

se observa el error que cometía el loco, y se demostraba al paciente que no existía un correlato

en el mundo real de su convicción (Foucault, 2003: 130). En el siglo XIX el hospital psiquiátrico

evoluciona a ser un lugar de conocimiento (Foucault, 2003: 342). Se considera que es preciso

observar la caracterización, la localización y la región en que la explosión de fuerza, que es el

padecimiento mental, se manifiesta. Solamente con estas informaciones, el médico puede

establecer la terapia adecuada (Foucault, 2003: 10). El objetivo del psiquiatra es entonces

conocer la enfermedad exacta y afrontar al paciente con ésta (Foucault, 2003: 345). El doctor

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Oligocheo de Nadie me verá llorar sirve como un buen ejemplo. A principios del siglo XX

Eduardo Oligochea está obsesionado con el nombre apropiado de cada afección mental. Para

él, eso es el aspecto fundamental de su trabajo. En el capítulo “Todo es lenguaje” Cristina

Rivera Garza ha incluido varias fichas de pacientes reales del manicomio La Castañeda. Cada

ficha termina con nombres difíciles que diagnostican la naturaleza de la enfermedad: Imelda

Salazar, por ejemplo, padece “Demencia con Psicastenía. Delirio Religioso. Oligofrénicas.”

(Garza, 1999: 89). Las descripciones del doctor Oligochea y sus pensamientos se intercalan

entre esas fichas. Se muestra que sus juicios médicos y sus interpretaciones del comportamiento

de los pacientes, no son tan objetivos como quiere creer. Sigue el método positivista que se

impone durante el Porfiriato, pero “A veces, cuando se deja embargar por la desolación y se

olvida de sus libros, duda de la posibilidad de encontrar los nombres correctos para cada

padecimiento.” (Garza, 1999: 93). El encuentro del término adecuado de cada síndrome es el

único objetivo del médico. Desde su niñez está “[e]namorado de las palabras que designan a las

cosas para verlas de lejos y no tocarlas.” (Garza, 1999: 94). Una vez denominadas, las

enfermedades mentales que sufren los internados pierden su carácter amenazante. Sin embargo,

el médico no ve la irracionalidad y la arbitrariedad con que denomina las enfermedades. La

elección de las palabras se hace a partir de preferencias personales.

Hay vocablos por los que Eduardo Oligochea siente especial predilección. El adjetivo

“implacable”, por ejemplo; las sílabas de la palabra “delirio”, que, pronunciadas una tras otra,

le recuerdan las perlas artificiales de un collar. También le gusta el sonido del acento sobre la e

en el adjetivo “hebefrénica”, la sobriedad rotunda de la palabra “etiología”. Hay ciertos términos

que, en cambio, lo hacen sonreír con una arrogancia difícil de ocultar: los diagnósticos de

“imbecilidad”, “psicosis masturbatoria”, “susto”, “locura razonada”, entre otros. (Garza, 1999:

102).

El paciente depende de la mirada del médico, la instancia de poder, y de sus juicios. Las palabras

que el doctor Oligochea escoge, afectan desde luego a los enfermos porque los estigmatizan.

Para Matilda, la palabra “delirio” tenía una connotación negativa ya antes de su internación en

el manicomio.

Además de la pieza Enfermedad, Ligia y Matilda también montaron Cárcel, Hospital,

Neurastania y Reglamiento. Cuando Santos les suplicó que al menos usaran adjetivos o un

segundo nombre, como por ejemplo Delirio, Matilda le informó que en nada de lo que ellas

hicieran aparecería un vocablo tan ridículo.

- Esa palabra debería borrarse de los diccionarios – y dio por terminada la discusión.

(Garza, 1999: 178).

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En Las nubes, el manicomio La Casa de Salud no sirve en primer lugar para identificar las

enfermedades, sino que tiene por objetivo ofrecer a los que son rechazados de la sociedad un

lugar donde puedan descansar y ser ellos mismos. Se presenta, para utilizar un concepto

desarrollado por Foucault, como una “heterotopía”, denominación que el filósofo reserva para

los espacios que son demarcados por la sociedad y que constituyen utopías realizadas. Los llama

“contraespacios” (Foucault, 1984: 47). El convento, que fue la inspiración para la Casa de

Salud, es una verdadera heterotopía, porque cumple las características. Funciona con una

temporalidad distinta, que es firme y circular, y se aísla de la sociedad, pero al mismo tiempo

mantiene una relación con ella (Foucault, 1984: 48): los conventos pueden constituir el centro

de la comunidad, y fabrican cerveza y queso para los ciudadanos.

Cabe destacar que en Nadie me verá llorar se insiste también en algunas características

heterotópicas del manicomio. En el capítulo “Todo es lenguaje”, los párrafos que se encuentran

intercalados entre los expedientes de los pacientes, comienzan todos por la palabra “Adentro.”,

a la que sigue una descripción de lo que el doctor Oligochea experimenta en su hospital. De

esta manera se pone énfasis en las propiedades de contenedor del manicomio.

Sin embargo, las clínicas psiquiátricas son consideradas por Foucault como “heterotopías de

desviación” porque el comportamiento de las personas adentro es desviado en comparación con

la norma (Foucault, 1984: 47). Para que pueda ser considerado una heterotopía exitosa, el

manicomio carece de una apertura con el mundo externo. El personal y los médicos pueden

salir, pero los internados no.

Para Kevin Hetherington (1997: 26) los espacios periféricos son lugares de transgresión y de

resistencia a los sistemas disciplinarios. Apunta que “la presencia del loco actúa como una

transgresión del orden social en cualquier sitio que se encuentre” (Hetherington, 1997: 49).

Destaca que Foucault, en su teoría sobre las heterotopías, asocia la diferencia de estos lugares

con la Otredad, y que esta Otredad es, en efecto, el modo del desordenamiento, que caracteriza

a la heterotopía. Sin embargo, más que una quiebra del orden, la heterotopía marginal debe ser

considerada, según Hetherington, otra manera de ordenar, porque no existe ningún lugar que

esté libre de cierto ordenamiento (1997: 30-31). La heterotopía es, según él, una forma de

espacialidad que implica las ideas utópicas de orden y libertad (Hetherington, 1997: 12).

Mientras que la primera está presente en el manicomio La Castañeda, la segunda idea no está.

A continuación, estudiaremos cómo el orden aparece en el manicomio, tanto el orden de la

sociedad que lo rodea, como el ordenamiento alternativo adentro de la institución, donde la

desigualdad permite el buen funcionamiento del poder.

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II.3 El manicomio como espacio de disciplina social

II.3.1 Foucault y su biopolítica

Foucault ha estudiado los sistemas del poder en varios planos. Es, por supuesto, un asunto del

Estado. La instancia que gobierna tiene el poder, y en este apartado, por tanto, conviene prestar

atención a los sistemas políticos en las dos novelas, a través de la teoría de Foucault. En las

clases intituladas La naissance de la biopolitique, que Foucault dio en 1978 y 1979, desarrolla

uno de sus conceptos más importantes, el de la “biopolítica”. Como dice el nombre, y como

Foucault describe en esta cita, la biopolítica es el gobernamiento de la vida cotidiana del

individuo.

[…] “biopolitique”: j’entendais par là, la manière dont on a essayé, depuis le XVIIIe siècle, de

rationaliser les problèmes posés à la pratique gouvernementale par les phénomènes propres à un

ensemble de vivants constitués en population: santé, hygiène, natalité, longévité,

races… (Foucault, 2004 : 323)

Giorgio Agamben, quien ha elaborado el concepto de la biopolítica después de la muerte de

Foucault, ha desarrollado la noción de la “nuda vida”, con que refiere al vivir mismo. Esta

“nuda vida” ha sido el objeto de una “politización” generalizada en la modernidad. (Agamben,

1998: 17). El filósofo también ofrece una explicación más clara de la biopolítica.

[…] el decidido abandono del enfoque tradicional del problema del poder, basado en modelos

jurídico-institucionales (la definición de la soberanía, la teoría del estado) en favor de un análisis

no convencional de los modos concretos en que el poder penetra en el cuerpo mismo de los

sujetos y en sus formas de vida. (Agamben, 1998: 14).

Se ve que se trata de una transición de un tipo de poder a un nuevo funcionamiento del poder.

Foucault relaciona esta transición con la modernidad, y más específicamente, con el nacimiento

del liberalismo. Desde este punto, los individuos se vuelven el objetivo de las estrategias

políticas de la sociedad. La vida natural comienza a incluirse en los mecanismos del poder

estatal. (Agamben, 1998: 11). Según Foucault, más que una teoría ideológica creada en la

Ilustración, el liberalismo es una práctica. Se presenta como “un método de racionalización del

ejercicio del gobierno” (Foucault, 2004: 323). Como el sistema liberal es una condición para el

desarrollo de la biopolítica, es preciso investigar si este sistema se aplica en los contextos

espacio-temporales de las dos novelas. En el caso del Porfiriato existe alguna polémica. Los

críticos del porfirismo lo presentan como un sistema gubernamental conservador y opresivo,

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como una interrupción entre el liberalismo mexicano tradicional de antes y el liberalismo de la

Reforma y de la Revolución de 1910. Sin embargo, Bryan refiere al historiador Cosío Villega,

quien interpreta el Porfiriato como un período en que el progreso económico se impuso a la

libertad política, en contraste con el estancamiento económico de los gobiernos anteriores.

(Bryan, 1979: 657). Bryan (1979: 659) distingue una evolución de un liberalismo atómico hacia

un liberalismo orgánico, que nació en el Porfiriato, y que hace prevalecer las necesidades de la

sociedad sobre las del individuo. En efecto, tuvo lugar un crecimiento económico, pero no había

un desarrollo económico ni social (Bryan, 1979: 666). En esto Bryan coincide con Foucault,

quien explica que en el liberalismo siempre se intenta gobernar menos, y apunta también que,

al interior del liberalismo, la problemática de la sociedad aparece por primera vez (Foucault,

2004: 324). Este liberalismo, entonces, permitió el progreso de México, pero sin que aumentara

la libertad de los ciudadanos. De todas maneras, queda claro que fue un período esencial en la

historia de México, en que se provocó la configuración de la medicina científica y su entrado

en el proyecto de ordenamiento social de una nación heterogénea con un proyecto político

liberalista. (Sánchez, 2013: 53). En Nadie me verá llorar, se alude sobre todo a la fe

generalizada en el progreso. El deseo del progreso económico se combina con el deseo del

avance científico, que halla su mejor expresión en el positivismo. El doctor Oligochea comparte

este sueño de ciencia objetiva, aunque, como hemos visto, su método no siempre es muy

objetivo. Park destaca un lado positivo y un lado negativo del progreso en la historia. Desde su

perspectiva, “Rivera Garza […] revela el sistema de domesticación inherente al desarrollo tanto

destructivo como reconstructivo de la revolución” (2013: 66). Las ciencias se han desarrollado,

lo que se muestra en la obsesión del tío de Matilda con la higiene, un concepto bastante nuevo

en esta época. Al mismo tiempo, el nuevo sistema se caracteriza por una gran represión de los

subversivos. En la novela, el estado interviene directamente en la vida de Matilda Burgos, el

personaje principal, cuando la internan en el manicomio a causa de una desobediencia a unos

soldados. La omnipresencia del control, sobre todo en el manicomio, es una característica de la

biopolítica.

En Argentina, la verdadera época liberal sólo comenzó en 1880, el año que marca el período de

la “paz y administración” (Brown, 2011: 138). Es asimismo un período en que se persigue el

progreso económico en toda Latinoamérica. Después de la emancipación de España, los Estados

Unidos se convierten en el gran ejemplo y se instala el liberalismo. Sin embargo, Las nubes se

sitúa en los principios de aquel siglo turbulento, el siglo de las guerras de independencia, que

resultaron en la libertad con respecto a España, pero que dejaron el continente en un desorden

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total (Meade, 2016: 71). Las revoluciones se inspiraban en la Revolución francesa y en la

filosofía racional de la Ilustración. Ya a finales del siglo XVIII algunos comenzaron a exigir el

libre comercio. (Meade, 2016: 34). Por tanto, Argentina sólo se encontraba en la fase inicial de

la modernidad, y es prematuro hablar de un liberalismo ya consolidado. Sin embargo, el doctor

Weiss, personaje de Las nubes que fundó la Casa de Salud, es europeo, y conoció al médico

Real en Europa. Introdujeron de esta manera ideas científicas más progresistas y europeas en

Latinoamérica.

Además, otra característica de la época de la biopolítica es que el poder en estos tiempos

modernos del liberalismo ya no se distingue claramente. La modernidad supone procesos que

llevan al control disciplinario sobre la ambivalencia característica de la modernidad, pero este

control no es ejercido por una instancia específica. Los procesos modernos significan que los

mecanismos de control social se internalizan en el individuo mismo. Este obedece a una

disciplina autoimpuesta. El ideal de la sociedad es el ordenamiento espacial y la autodisciplina

de los sujetos en confinamiento (Hetherington, 1997: 12), que se puede realizar en heterotopías.

Sin embargo, el poder sigue siendo físico, como siempre es, porque se necesita un cuerpo que

ejerce el poder (Foucault, 2003: 15), como, por ejemplo, el poder del médico funciona a través

de su mirada objetiva. Esta teoría se aplica bien al poder tal como funciona en el manicomio de

Nadie me verá llorar. En esta novela, el doctor Oligochea no castiga a sus pacientes de manera

física, pero regularmente se pasea por los pasillos del hospital para controlar a los internados y

darles, si es debido, una reprimenda. Además, llama la atención que camina en la oscuridad.

Los internados no lo ven, por tanto, pero saben que en todo momento puede estar vigilándolos.

Eduardo avanza por sus pasillos y sus veredas guiado solamente por su memoria, sin necesidad

de linternas o de lámparas. Luego, como lo hace durante las primeras horas de la mañana, recorre

el interior de los pabellones tratando de no hacer ruido. Hay mujeres que duermen juntas y

abrazadas en el espacio raquítico de los colchones con el rostro pacífico de quienes han

encontrado finalmente un remanso de agua. […] (Garza, 1999: 96)

En Las nubes, la disciplina no está impuesta de un modo muy represivo en la Casa de Salud. El

doctor Real dice que el doctor Weiss es capaz de torturar a los enfermos, pero no podemos

deducir de la novela si, en efecto, lo hace. En lo que descubrimos del manicomio, el poder

biopolítico parece más bien débil. Considerando la teoría de Foucault, podemos observar que

esta ausencia de represión psicológica se debe a la situación política caótica de Argentina en

aquel momento. El manicomio no se inscribe adentro de un sistema económico o político fijo

y estable, sino que desempeña un papel en la interacción interesante entre tres actores, o sea,

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los realistas, los revolucionarios y las autoridades criollas locales. En realidad, ninguno de los

tres grupos se interesa por los locos, ni por el control sobre ellos. El doctor Real y el doctor

Weiss se encuentran en el mismo bando que los enfermos.

En cuanto a las autoridades, si bien algunas personas esclarecidas nos estimulaban, muchos

gobernantes, en general hombres de negocios, leguleyos, hacendados, eclesiásticos y militares,

casi todos ellos ávidos, oscurantistas y sin instrucción, nos vigilaban de un modo constante y

ponían toda clase de obstáculos a nuestro desenvolvimiento. (Saer, 1997: 27).

La facilidad con que obtuvimos en Madrid las autorizaciones necesarias para instalarnos puede

explicarse por el hecho de que la Corona consideraba que toda institución nueva que se fundara

en las colonias contribuía a consolidar su presencia en ellas. […] Por otra parte, convencidos de

que todo aquello de lo que no se ocupan no existe, los funcionarios pensaban que en América

no había locos cuyas familias pudiesen pagar para que alguien se ocupase de ellos […] (Saer,

1997: 33).

Pero no pocas veces rencores, rivalidades y conflictos de interés estuvieron a punto de

perdernos. Cuando empezaron las guerras de independencia, los revolucionarios nos acusaban

de realistas y los realistas de revolucionarios. Como nos habíamos instalado con una

autorización de la Corona, los gobernantes criollos nos acusaban de espionaje, y algunos

pretendían incluso que únicamente admitiéramos en la Casa a los enfermos provenientes de

familias adeptas a la causa de la revolución. (Saer, 1997: 35).

La sociedad argentina de Las nubes resulta internamente dividida, y cada grupo tiene sus

propios intereses y su propia opinión sobre el manicomio. El ejercicio de un poder disciplinario

por medio de los médicos es difícil en esta situación, porque falta un sistema consolidado.

La biopolítica es, en resumen, el poder característico de la sociedad moderna, que se liga al

sistema político del liberalismo. Se observa, por consiguiente, más claramente en Nadie me

verá llorar que en Las nubes. Es un tipo de poder invisible, aunque sigue expresándose

físicamente, en ciertas instancias que lo incorporan. Las autoridades en la institución del

hospital psiquiátrico, o sea los médicos, los enfermeros, los vigilantes, representan de este modo

el poder ejercido en toda la sociedad. En lo que sigue estudiaremos cómo el hospital puede

representar la resistencia al control disciplinario.

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II.3.2 El manicomio como refugio del sistema de vigilancia

El manicomio es una institución gobernada por las mismas estructuras de poder que se ejercen

en toda la sociedad. Sin embargo, en las dos novelas el hospital se presenta para algunos

pacientes como un refugio del mundo exterior opresivo. Es común que los internados, después

de ser liberados, regresan al manicomio. En Las nubes, el doctor Real describe que, después del

cierre del manicomio por las autoridades argentinas, algunos enfermos vuelven a vivir en las

ruinas. No encuentran un lugar apropiado en el mundo, y establecen su vida fuera de la sociedad.

Al parecer, después de la dispersión trágica de nuestros pupilos – lo buscamos sin resultado

durante semanas - dos de ellos volvieron al año siguiente y se instalaron en las ruinas, sin que

ninguna familia los reclamara. Hasta su muerte, los indios los veneraban y les traían de comer

todos los días. […] (Saer, 1997: 26-27).

Queda claro que, en este caso, el manicomio ya no existe y que, debido a ello, tampoco siguen

vigentes las antiguas relaciones de poder. Se construye una nueva jerárquica, en que los locos

reciben una posición superior a los indios.

Durante el viaje que emprendieron para ir al manicomio que todavía existía, uno de los

pacientes, el joven Prudencio Parra empieza rápidamente a mejorar. El “hospital ambulante”

(Saer, 1997: 114) es también un refugio para él.

Una sola explicación me parece posible: cada lugar fragmentario pero único del mundo lo

encarna en su totalidad, de modo que para el joven Parra su ciudad natal era la síntesis del

universo cuya enigmática complejidad él había tratado de desentrañar con la ayuda de lecturas

frenéticas y desordenadas, hasta perder un día la razón, así que, al alejarnos del escenario donde

había tenido lugar la experiencia destructora, el terror disminuía, pero cuando nos acerábamos

de nuevo, la proximidad de la ciudad cargada de ese pasado tan penoso lo hacía recrudecer.

(Saer, 1997: 134).

La ciudad caótica ha sido la fuente de su locura, de manera que su enfermedad se relaciona

inseparablemente con el lugar de origen.

En Nadie me verá llorar, Joaquín atribuye al manicomio la característica de ser un refugio: “El

manicomio, no se había dado cuenta hasta ahora, es su santuario. La guerra perpetua de la

ciudad lo cerca entero.” (Garza, 1995: 85). El hospital es para él una pausa de todos los impulsos

caóticos que le molestan en la ciudad. Además, el fin inesperado de Nadie me verá llorar cuenta

el regreso de Matilda Burgos a la Castañeda, después de haber huido con el fotógrafo. La vida

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con Joaquín no ha cumplido con sus deseos, y encuentra la calma en el orden disciplinario del

manicomio. En el hospital puede vivir tranquilamente, adentro de sí misma.

Pronto no quedará nada. Pronto podrá regresar a su refugio, a ese lugar sin puertas que Eduardo

Oligochea denomina locura. Una afección mental. El silencio. (Garza, 1999: 238).

“Déjame en paz.” -

Tú no eres el esposo de la vainilla -le dice-. Nadie me puede proteger; nadie puede velar mi

sueño. Yo sola hallaré la forma de escapar, Joaquín. Nadie me salvará. ¿No se da cuenta? (Garza,

1999: 240).

Cristina Rivera Garza (2009)6 apunta en una entrevista que, efectivamente, en algunos casos,

los pacientes regresan al manicomio después de ser puestos en libertad, porque no soportan la

pobreza en que acaban, o porque no consiguen un empleo.

Jungwon Park ofrece dos interpretaciones del título Nadie me verá llorar, que muestran bien la

doble interacción entre la institución psicológica y la sociedad externa. En la primera

explicación, el título refiere a sentimientos de soledad y pena de los sujetos “anormales” como

Matilda, que son alienados y reducidos a obstáculos en el progreso deseado del país. En esta

visión, el manicomio es un refuerzo del estado de exclusión, que provoca estos sentimientos.

Como segunda interpretación, Park distingue una sensación agridulce que causa el encuentro

del manicomio, un lugar en que los “anormales” son protegidos de las opresiones y los estigmas

que sufren los locos en el mundo exterior. (Park, 2013: 68)

Además de razones socioeconómicas o personales, como el deseo de disciplina, los

anteriormente internados también regresan por razones políticas. En tiempos políticamente

turbulentos, el manicomio funciona como refugio de la persecución. Cristina Rivera Garza

(2009)7 ha deducido de los expedientes estudiados que eso ocurrió en repetidas ocasiones

durante la Revolución Mexicana.

Lo mismo aconteció en Las nubes. Durante la Guerra de Independencia, la Casa de Salud ofrece

refugio a un joven perseguido:

Desde hacía unos meses, en la Casa se encontraba internado un joven chileno enfermo de

melancolía, cuyo padre, por haber elegido la causa de España, había sido ejecutado bajo el cargo

6 Crimen Psiquiatrico (La Castañeda Parte 2/8), 5:16-5:29 7 Ibid., 2:18-2:33

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de alta traición en Valparaíso. Un espía del gobierno informó a un jefe militar de Buenos Aires

sobre la presencia del joven chileno en Las Tres Acacias, y el jefe militar sostenía que el doctor

y yo, pretextando su enfermedad, lo manteníamos en la Casa para protegerlo, que en realidad

no estaba enfermo sino prófugo, lo cual probaba según ese militar que, como algunos lo

sospechaban, éramos espías del rey de España. (Saer, 1997: 36-37).

Sin embargo, en este caso, no resulta posible mantenerlo a salvo. Los médicos son arrestados,

la Casa destruida, los enfermos se dispersan y el joven chileno acaba matado (37).

En el apartado sobre la función del manicomio, ya hemos mencionado que, para Hetherington

(1997: 49), este espacio funciona como una heterotopía que implica cierta resistencia al sistema

disciplinario exterior. También hemos concluido que el hospital no es una verdadera

heterotopía. Además, Hetherington considera la presencia del propio loco como el acto de

resistencia, porque representa el desorden que contrasta con el poder patriarcal (Hetherington,

1997: 27). No obstante, como acabamos de ver, el manicomio ofrece al loco la posibilidad de

resistir. Es, por tanto, una relación interdependiente. El loco necesita un espacio periférico para

expresar mejor su Otredad. El manicomio le da cierta libertad, adentro de sus sistemas

disciplinarios. Para Foucault, la libertad es un aspecto del control social, del mismo modo que

el control social está implicado en la libertad (Hetherington, 1997: 52).

II.4 El papel de los personajes adentro de la institución psiquiátrica

II.4.1 La distribución del poder

El control político impuesto por el sistema entra en la institución del manicomio y asume una

estructura característica. Como en todas partes, el poder en el hospital no es ejercido por una

persona (Foucault, 2003: 8). Sin embargo, existe una instancia interior al manicomio que

funciona como fuente de poder, que se ha podido crear por esta disimetría fundamental que

permite el orden disciplinario (Foucault, 2003: 5). Esta instancia es el médico. La cita siguiente

explica la correlación entre el poder de la autoridad individual y del sistema disciplinario.

L’individu n’est, me semble-t-il, que l’effet du pouvoir en tant que le pouvoir est une procédure

d’individualisation. Et c’est sur le fond de ce réseau de pouvoir, fonctionnant dans ses

différences de potentiel, dans ses écarts, que quelque chose comme l’individu, le groupe, la

collectivité, l’institution, apparaît. Autrement dit, ce à quoi il faut avoir affaire, avant d’avoir

rapport aux institutions, c’est aux rapports de force dans ces dispositions tactiques qui traversent

les institutions. (Foucault, 2003: 17).

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El poder puede funcionar en cada sistema en que existan dispersión, redes elaboradas, apoyos

recíprocos, y desequilibrios de potencial. El poder del médico no es el único poder que se ejerce.

Los guardias, por ejemplo, son puntos de apoyo a través de los cuales la mirada del médico se

extiende. (Foucault, 2003: 6). De la misma manera, los sirvientes son los puntos de apoyo más

bajos. Trabajan no solamente para el médico y para los guardias, sino que trabajan también para

los enfermos. Cumpliendo sus deseos y necesidades, pueden observarlos desde una perspectiva

distinta a la del médico (Foucault, 2003: 7). Todo este sistema de puestos adentro de la

institución asegura un funcionamiento táctico del poder (Foucault, 2003: 8). En la psiquiatría

ambulante evocada en Las nubes, el doctor Real tiene que contar aún más con sus puntos de

apoyo para controlar a los enfermos. Por el viaje desafiante, las relaciones de poder difieren

mucho de las que se dan en un manicomio estático. El guía Osuna asume, por ejemplo, un papel

esencial: “puesto que su trabajo consistía en llevarnos sanos y salvos a nuestro destino, y si

fallaba en eso, su susceptibilidad desmedida sufriría demasiado.” (Saer, 1997: 137). Más

adelante, el narrador utiliza las mismas palabras para descubrir su propia responsabilidad.

[…] es obvio que [los locos] constituían mi preocupación principal, y que ponerlos sanos y

salvos en manos del doctor Weiss estaba resultando, con los obstáculos que encontrábamos a

nuestro paso, menos simple de lo que habíamos imaginado. (Saer, 1997: 143-144).

La responsabilidad de los pacientes se divide entre todos los compañeros de viaje, e incluso se

menciona la tarea de los enfermeros, en el caso de Troncoso: “así que opté por dejarlo en

libertado, bajo la vigilancia cuidadosa de los enfermeros y de la mía propia.” (Saer, 1997: 150).

En cuanto al señor Troncoso, la autoridad del doctor Real es, en realidad, desafiada por el Ñato,

el asistente personal de Troncoso. Cuando el doctor Real entiende que Troncoso se ha ido, tiene

lugar la confrontación entre los dos poderes.

Cuando terminé leer esos dislates febriles y alcé la vista, pude comprobar indignado que el Ñato

me observaba con aire malévolo y satisfecho, dándome a entender con esa expresión que él y

Troncoso habían logrado por fin esquivar mi vigilancia tiránica. (Saer, 1997: 154).

Los intereses de los dos hombres coinciden en gran medida: quieren proteger a Troncoso.

Mientras que el médico parte de una conciencia medical y psiquiátrica de la condición del

enfermo, el Ñato tiene razones personales y sociales ya que es designado por la familia de

Troncoso. Estas dos autoridades tienen una desconfianza mutua y parecen incapaces de

colaborar.

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Además del poder disciplinario, que consiste en la mirada opresiva de la instancia poderosa,

Foucault también apunta otras formas de poder en el manicomio. Existe el poder de

colonización, que admite a los internados trabajar, pero todavía bajo un fuerte control

disciplinario. El trabajo se inscribe en el proyecto de la curación. La tercera forma es el poder

del modelo de familia. Es la práctica psiquiátrica que individualiza y que, por esto, es el modelo

más favorable para los enfermos (Foucault, 2003: 127). Sin embargo, en la Castañeda reina,

sobre todo, el poder disciplinario. El doctor Oligochea establece las reglas y vigila su

cumplimiento, como podemos observar en la cita siguiente. El médico da una reprimenda, con

la cual quiere presentarse en primer lugar como un hombre responsable y razonable frente al

fotógrafo, que, en este momento, ya se ha convertido en su único amigo.

-Matilda no puede seguir durmiendo en su cuarto, don Joaquín. Bien sabe usted que está

prohibido. -La voz del doctor Oligochea suena contenida pero triunfante-. Este lugar tiene sus

reglas. Piénselo bien. Le puede costar su trabajo, el mío.

[...] [Joaquín] [l]leva diecinueve días imaginando sin error la reacción del doctor. Su enojo

primero, y luego la calculada amenaza, el reto. Eduardo Oligochea es un hombre que pocas

veces deja pasar una oportunidad de ejercer su poder. (Garza, 1999: 157).

La Casa de Salud en Las nubes, al revés, parece seguir el modelo de la familia. El doctor Weiss

respeta mucho a los enfermos, y todos los internados son tratados como personas individuales.

cada enfermo era considerado como un caso único, con pertinencia y dulzura, en una cura de

larga duración que exigía, además de tiempo, espacio, ciencia y trabajo. La Casa de Salud

sustituía el hogar que los enfermos habían perdido (Saer, 1997: 20-21).

Únicamente en la última galería del último patio las puertas tenían llave. En las otras, incluida

la de mi maestro, esa protección era superflua. Vivíamos en comunidad con nuestros locos.

(Saer, 1997: 28).

En los trabajos domésticos, cada uno colaboraba según sus necesidades y según su deseo, y las

reparaciones, la pintura, la huerta y la jardinería, así como el mantenimiento del corral, que

estaba fuera del edificio […] y las tareas de la cocina, que ya he mencionado, se repartían, a

medida que la necesidad se iba haciendo evidente, entre los voluntarios que se presentaban, y

de los que no estaba excluido ni siquiera el doctor Weiss. (Saer, 1997: 31)

Además, como vemos en esta cita, se menciona que los enfermos se ocupan de las tareas

domésticas. Sin embargo, esta característica no implica necesariamente el poder de

colonización, porque, aunque el trabajo pueda ayudar a la curación del paciente, los enfermos

no están obligados a trabajar, y tienen, en el trabajo, el mismo estatuto que el propio doctor.

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II.4.2 La autoridad del médico

Foucault define el “poder psiquiátrico” como el poder que permite la imposición de lo real a la

locura en nombre de la ciencia médica (Foucault, 2003: 132). Ya hemos discutido un ejemplo

de este fenómeno en el apartado sobre la función del manicomio, a saber, los diagnósticos del

doctor Oligochea de Nadie me verá llorar. Foucault apunta que los médicos psiquiátricos

utilizan dos tipos de discursos en los que falta el cuestionamiento de la verdad. El primer tipo

es el discurso clasificatorio, o nosológico. La locura se concibe como una serie de enfermedades

posibles con propiedades características y se atribuye la enfermedad individual a una de estas

clases (Foucault, 2003: 132-133). Es claramente lo que hace el doctor Oligochea. El médico

Real también intenta determinar la enfermedad precisa cuando se encuentra con un nuevo

paciente. Sin embargo, no lo hace para colocar al enfermo en una categoría determinada, como

sí hace el doctor Oligochea, sino para comprenderlo mejor como individuo. En la cita siguiente,

el doctor Real acaba de descubrir que el visitante grosero del señor Parra es en verdad el

paciente esperado de Córdoba, el señor Troncoso.

Por su manera de conducirse, que delataba los síntomas inequívocos de la manía, no podía

tratarse más que del señor Troncoso […]. Una conducta habitual en este tipo de enfermos es

precisamente ese aire de superioridad que adoptan en presencia de sus médicos, y la táctica de

venir a mi encuentro sin darse a conocer de manera explícita para poner a prueba mi perspicacia

y aún, si fuese posible, mi total inepcia, un modo bastante corriente de presentarse. (Saer, 1997:

110).

El doctor Real explica qué síntomas destaca en el comportamiento de Troncoso, y desde ahí

concluye que se trata del enfermo esperado. Utiliza, por tanto, un método inductivo.

Al lado del discurso clasificatorio, Foucault destaca un segundo tipo, que se llama el discurso

fisiopatológico y refiere al discurso en que se relacionan los padecimientos mentales a las

propiedades orgánicas del enfermo. (Foucault, 2003: 133). Estos dos discursos funcionan como

los garantes de la verdad, de manera que la verdad de la práctica psiquiátrica no deba ser puesta

en duda cada vez de nuevo (Foucault, 2003: 133). El psiquiatra se convierte él mismo en la

ciencia, y acaba de ser un practicante de ella.

En cuanto al contacto directo con los enfermos, el psiquiatra impone su poder a través de

diferentes procedimientos disciplinarios. Somete, por ejemplo, a su paciente a la práctica de la

interrogación, a la extorsión de la confesión. De este modo, fija al individuo a la norma de su

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propia identidad. Lo conecta estrechamente a la identidad social y a la asignación de la locura

(Foucault, 2003: 234). El doctor Oligochea presta atención a lo que los enfermos dicen, y lo

incluye en los expedientes. Por ejemplo, la mitad del expediente de Lucrecia Diez de Sollano

de Sanciprián es escrita por la propia Lucrecia (Garza, 1999: 90), a lo que el médico añade que

tiene un “claro talento” y una “facilidad para interpretar por medio de la escritura cuanto

piensa”. También apunta que “parece una persona normal” (Garza, 1999: 92). Sin embargo, las

interrogaciones no siempre tienen el efecto deseado. Así, el médico no logra descifrar qué

enfermedad mental el fotógrafo Joaquín sufre, aunque ha tenido varias conversaciones

personales con él.

Joaquín no sólo ha logrado despertar la curiosidad ajena, sino también su interés científico. ¿Una

neurosis? ¿Un caso de melancolía incurable? ¿Un cuadro de esquizofrenia? El médico quiere

saber más, se le nota en los ojos, en su manera de alargar las sesiones de café vespertino con

preguntas complejas, preguntas para las que Joaquín rara vez tiene respuestas inmediatas o

lineales. […] Debe de haber un principio, un conflicto y, al final, una solución, o cuando menos

una moraleja. Pronto, sin embargo, se da cuenta que todo es inútil. Joaquín no habla sino al aire.

(Garza, 1999: 33-34).

Esta cita también muestra la predilección que el doctor Oligochea tiene para el orden lineal y

la claridad. Considera la enfermedad mental como una historia ficticia, lo que da prueba, de

nuevo, de su aproximación no científica de la locura.

Otro método disciplinario es, sin duda, el uso de medicamentos (Foucault, 2003: 234). Mientras

que, en Las nubes, se insiste en el tratamiento natural de los enfermos, en Nadie me verá llorar

sí se refiere a la administración de medicamentos, pero se limita a la descripción de enfermos

específicos. “Los furiosos, ayudados por cloroformo y sedantes, ganan sus propias batallas en

el páramo de los sueños y, al menos por unas cuantas horas, logran deshacerse del yelmo de su

violencia.” (Garza, 1999: 96).

A continuación, Foucault (2003: 251) apunta que, sea cual sea el método para llegar al

conocimiento psiquiátrico, siempre es imprescindible distinguir entre realidad y mentira, o

realidad y simulación. La cuestión de la veracidad de la historia de Matilda es muy pertinente

en Nadie me verá llorar. Para el doctor Oligochea no es nada más que una ficción, inventada

por una mujer loca, pero para Joaquín, las historias de su amante se han convertido en la esencia

de su propia vida.

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-Matilda sigue contando las historias de siempre -murmura como al descuido, buscando el tono

exacto de su complicidad anterior.

Joaquín lo observa con los ojos apagados y, sin contestar, dirige luego la mirada hacia un rincón.

Enciende un cigarrillo. Vuelve a verlo. Una sombra de antipatía le cruza el rostro.

- Tal vez son las únicas historias que tú sabes oír, Eduardo.

A las diez de la mañana, dentro del manicomio, las palabras del fotógrafo salen al aire con la

arrogancia de las balas. […]

- ¿De qué me está hablando, Buitrago? ¿Es que no leyó su expediente? Vea. Chancros sifilíticos.

Bubas. Placas en el labio inferior. Consumo de éter. ¿Y no ha notado su logorrea al hablar? Ésa

es su historia. La única historia. La historia real y no su romanticismo trasnochado, Joaquín. No

es que yo no sepa oír, lo que pasa es que usted está oyendo voces que no existen.

- La prueba de Wasserman salió negativa.

- Cierto. Pero todos los síntomas de Matilda indican demencia. […] No me vaya a decir que

cree en la veracidad de sus historias. […] ¿De qué me está hablando, Buitrago?

- De nada, Eduardo. En realidad no te estoy hablando de nada – antes de darle la espalda, todavía

con indecisión, Joaquín añade-: como todos ellos.” (Garza, 1997: 111-112)

Esta conversación entre los dos hombres ilustra la discrepancia, el choque de sus perspectivas

distintas. El médico ve con su mirada supuestamente objetiva, y sólo ve la enfermedad, mientras

que Joaquín mira como fotógrafo, y entra con facilidad en el mundo de Matilda.

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III. La representación del loco

III.1 El subalterno excluido

Después de nuestro análisis de la locura a partir de los espacios que ocupa, a saber, el

manicomio, nos enfocaremos en este capítulo en la percepción de los propios enfermos

mentales que aparecen en las dos novelas, y en el tratamiento de la locura. Comenzaremos desde

una perspectiva más general de la posición conceptual del loco dentro de la sociedad, para

continuar con los personajes de las historias. El estudio la Histoire de la folie à l’âge classique

(1992) de Michel Foucault nos servirá de ayuda para concebir la noción de la locura en los

períodos históricos de las dos novelas.

En 1966, Foucault describió su propia tesina doctoral como “simplemente la historia de lo Otro,

en relación con un orden epistémico establecido en el siglo XVIII” (Salcedo, 2015: 180). El

Otro, en este caso, son los pobres y los impotentes. En cierto sentido, las dos novelas que

estudiamos, son también historias de lo Otro, pero con elementos ficticios. En su artículo sobre

Nadie me verá llorar, Sandoval apunta que el uso de las partes de las historias clínicas reales

en la novela permite a Rivera Garza de dar una voz a los alienados (2013: 95). Los personajes

de Las nubes no han existido, pero, como Perkowska observa, en la novela son presentados

como reales, por ejemplo, en el prólogo, en que la historia se introduce como manuscrito

hallado. El nombre del médico, el doctor Real, también refiere a la supuesta veracidad (2003:

174-175). Saer no describe la historia de un subalterno real, pero del Otro en general a través

de las experiencias fantásticas de personajes ficticios.

Como hemos visto, los manicomios se expandieron en Europa en el siglo XVII. Esta evolución

se debe a una nueva sensibilidad a la miseria. La experiencia de lo patético ya no originó desde

una glorificación del dolor, sino que se insistió en la incapacidad del miserable de cumplir sus

obligaciones de ciudadano y se consideró al Otro como un efecto del desorden y un obstáculo

al orden (Foucault, 1992: 69). Cabe destacar que Foucault no se refiere solamente a los locos,

sino que señala que en aquel período se tomaban todos los tipos de miserables como uno grupo:

el grupo de los subalternos. Concibe su historia de la locura como una “arqueología de una

alienación” (Foucault, 1992: 94), y estudia la manera en que el hombre moderno ha alienado el

loco para que perdiera su semejanza y su familiaridad. Esta concepción del loco como el Otro

alienado fue la causa del gran confinamiento de los locos en el siglo XVII (Foucault, 1992: 94).

Giorgio Agamben, que ya hemos citado en el apartado sobre la biopolítica, observa que la

excepción es un elemento indispensable de la soberanía. La norma no es un hecho supuesto,

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sino que es creado sólo por el soberano, que decide qué es una situación normal (Agamben,

1998: 28-29, cf. Schmitt, 1941: 44-48). Agamben apunta que “lo que se cuestiona en la

excepción soberana es […] la misma condición de posibilidad de la validez de la norma jurídica

y, con ésta, el propio sentido de la autoridad estatal. El soberano, por medio del estado de

excepción, “crea y garantiza la situación” […]” (Agamben, 1998: 29). En otras palabras, el

sistema disciplinario necesita individuos excluidos para consolidar su política. Agamben

precisa también que el ser excluido siempre mantiene una relación con la norma.

Matilda Burgos, el personaje principal de Nadie me verá llorar, se muestra incapaz de entrar

en el estándar de la vida moderna, y se distancia cada vez más del orden oficial. Huye de la casa

de su tío, que propone la importancia de la higiene, se junta con un grupo de anarquistas, que

van claramente en contra del orden establecido, y se convierte en una prostituta por razones

económicas. Este último acto, la venta de su propio cuerpo, es completamente anti-higiénico

(Park, 2013: 59-60). El momento en que niega servicios sexuales a unos soldados, Matilda se

opone directamente a la biopolítica de las autoridades disciplinarias, porque demuestra control

sobre su propio cuerpo. El sistema ordenante la considera como un ser peligroso y amenazante

que no acepta, y la mujer se encuentra internada en el manicomio (Park, 2013: 60). “La “tonta”,

la “puta” y la “loca” son nombres con los que Matilda es catalogada y que le son impuestos

para identificarla como contra-modelo del “buen ciudadano”.” (Park, 2013: 60). Sandoval

(2013: 103) apunta en su artículo “Memoria y ficción en Nadie me verá llorar de Cristina Rivera

Garza” que, en efecto, el manicomio La Castañeda era un medio de exclusión para todos

individuos que se consideraban peligrosos para la sociedad e incapaces para interactuar

socialmente. Aconteció frecuentemente que las personas sanas fueron encerradas sin

justificación. Corresponde con la tesis de Agamben, que dice que la exclusión es el elemento

más esencial de la soberanía, en este caso, del poder de Porfirio Díaz y de sus partidarios.

Las personas internadas en el manicomio, entonces, no están todos locos y la encarcelación del

personaje de Matilda se debe probablemente más a su desobediencia frente a la autoridad

porfirista que a su estado mental. Conviene preguntarnos si vemos esta tendencia también en el

caso de Las nubes. Una primera diferencia es, sin embargo, que los “anormales” no son

enviados al manicomio por las autoridades estatales, sino por sus propias familias. Son con

frecuencia familias ricas, que pueden destinar dinero a la Casa de Salud, y que tienen algún

interés en el mantenimiento de su buen nombre. Se puede adivinar que tener un miembro

“anormal” en la familia, puede causar la exclusión de toda la familia. Mientras que en Nadie

me verá llorar los motivos para internar a un ciudadano son con frecuencia de carácter político,

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en Las nubes se percibe motivos sociales. No obstante, en Las nubes, todos locos que

emprenden el viaje al manicomio, parecen tener una verdadera enfermedad mental.

Posiblemente esta observación se debe también a la intervención del médico en la selección de

los internados. Mientras que el médico Oligochea parece considerar a todos los enfermos que

recibe en su manicomio como “locos”, incluso a Matilda, el doctor Real en Las nubes somete

a sus pacientes potenciales a una investigación profunda antes de admitirlos. Además, la familia

intelectual y acogedora del joven Prudencio Parra, en la casa de quien el doctor Real se aloja

cuando espera en Santa Fe a los otros enfermos, se interesa más por el bienestar del joven

enfermo, que por su reputación.

III.2 La locura como “error” y como “anormalidad” (Foucault)

Antes de profundar aún más en nuestro análisis en cuanto al funcionamiento del loco en las dos

novelas, conviene estudiar la percepción de la locura en general en los períodos en que se

desarrollan las historias. En la historia que Foucault hizo sobre la locura, destaca que el

concepto del loco como individuo alienado que debe excluirse de la sociedad, es bastante nuevo.

Antes del siglo XVIII, la locura se consideró como un error o una ilusión, que perteneció al

mundo natural. No era preciso separar a los individuos que presentaban un error mental, salvo

cuando se volvieron peligrosos (Foucault, 2003: 343). El doctor Real, personaje de Las nubes,

alude al hecho de que, antes de la construcción de la Casa de Salud, los locos no fueron

considerados como una clase aparte.

A decir verdad, hasta que llegamos el doctor Weiss y yo a tratar de curarlas, esas enfermedades

no parecían existir entre las clases superiores de América, que es lo que corresponde inferir el

silencio que imperaba en todo el continente sobre el tema, al menos que, no existiendo la ciencia

capaz de identificarlas, esas enfermedades hayan sido tomadas como rasgos normales del

temperamento, lo que podría explicar quizás muchos hechos incomprensibles de nuestra

historia. (Saer, 1979: 21).

El espacio terapéutico, donde la locura puede revelarse como ilusión, era, en primer lugar, la

naturaleza. Los médicos prescribieron terapias como el viaje, el descanso, el paseo y el retiro

en el campo (Foucault, 2003: 343-344). Estos propósitos hacen pensar inmediatamente en la

historia de Las nubes. Como hemos visto, el gran viaje a través de la Pampa ha mejorado al

enfermo Prudencio Parra. Además, queda claro que, durante esta estancia en una zona de

naturaleza, la locura se expresa sin restricciones. El señor Troncoso, un paciente que sufre

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ataques maniacos y fases de melancolía consecutivos (Saer, 1997: 110-111), se vuelve más loco

y su agitación aumenta.

Un signo inequívoco de que su estado empeoraba no era solamente la actividad frenética y sin

ninguna finalidad práctica que ejercía todo el tiempo, de día y de noche, […] casi no dormía,

sino también el hecho de que su aspecto exterior, vestimenta, barba, cabellera, se iba

degradando, y ya casi no se cambiaba de ropa ni se afeitaba, y ni siquiera se lavaba […]. Siempre

había unas burbujitas de saliva espumosa en la comisura de sus labios. (Saer, 1997: 148).

El señor Troncoso sólo vive en la realidad de su locura. Incluso se considera a sí mismo como

el líder de la empresa y desarrolla su propio programa político, en el que ha incluido que el rey

sea destronado, la matanza de las autoridades de Roma y la federación de las tribus indígenas

de América (Saer, 1997: 149-150). El viaje no ayuda a Troncoso a mejorar. La agravación de

su estado agitado es seguida por una fase de melancolía y pasividad. La relación entre el viaje

y la locura nos hace recordar las aventuras del hidalgo más famoso, Don Quixote. Durante el

largo viaje su locura se ha expresada en varias ocasiones, pero las aventuras también han tenido

cierto efecto terapéutico, ya que vuelve a encontrar la razón, una vez regresado en casa.

A partir del siglo XVIII, se empieza a concebir la locura como el contrario de la conducta

normal y regular, y ya no como un error. Desde la nueva perspectiva, los locos no siempre son

curables. Pueden fácilmente recaer en un estado de locura (Foucault, 2003: 344). En el siglo

XVIII también surge el debate entre los médicos (reduccionistas) que opinan que la locura es,

en realidad, una enfermedad física, y los médicos que distinguen una clara separación entre lo

físico y lo mental, en la que se sitúa la locura. El médico francés Philippe Pinel, también

discutido por Foucault, perteneció al segundo grupo de médicos, y cuestionó toda base orgánica

de la locura (Scull, 2015: 210-211). En Las nubes, el doctor Weiss se une a la opinión de Pinel,

aunque no de manera muy severa, como queda claro en esta cita.

Un puñado de médicos que eran a la vez pensadores afirmaban que, de ciertas enfermedades

del alma, como algunos filósofos de la antigüedad lo habían entrevisto, y aun cuando factores

corporales podían ser a veces determinantes, había que buscar la causa no en el cuerpo sino en

el alma misma. El doctor Weiss había ido de Ámsterdam a París con el fin de confirmar esa

observación. (Saer, 1997: 19).

Las curas morales, que estuvieron de moda antes, ya no se consideraban efectivas. La locura

era más bien una cadena perpetua y cruel (Scull, 2015: 229). A principios del siglo XVII, los

alienistas difunden la idea de que la locura, o al menos las enfermedades nerviosas, eran una

consecuencia inevitable de la civilización, porque, argumentaban, los bárbaros no sufrían este

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tipo de enfermedades. Es una visión Rousseaueana. Con el avance de la civilización, la vida se

hizo más compleja e innatural, lo que resultó en agitaciones tanto en el cuerpo como en la

mente. La pérdida de las restricciones impuestas por instituciones tradicionales como la Iglesia,

y los numerosos excesos cotidianos provocaron un aumento rápido de enfermedades mentales

(Scull, 2015: 224). En la mitad del siglo XIX, los intelectuales estaban de acuerdo en el

planteamiento de Henri Girard de Cailleux, que la locura es el producto de la sociedad. El

alienista Pliney Earle también notó el paralelo continuo entre el progreso de la sociedad y el

número de locos (Scull, 2015: 226-227). Alexander Morison sigue esta teoría, cuando observó,

alrededor de principios del siglo XIX, que la locura estaba poco presente en Latinoamérica.

(Scull, 2015: 228). Esta aserción nos hace pensar en la observación del doctor Real, personaje

de Las nubes, que dice que las enfermedades mentales parecían no existir antes de la llegada de

él y del doctor Weiss. También podemos detectar la visión alienista que acabamos de discutir,

en el mejoramiento del personaje Prudencio Parra, que el doctor Real relaciona directamente

con el alejamiento de la ciudad (Saer, 1997: 133-134).

En los años sesenta y setenta del siglo XIX, los alienistas fueron fuertemente criticados, y en

1857 Bénédict-Augustin Morel avanzó una alternación a la teoría alienista, a saber, la idea de

que los locos no eran víctimas de la civilización, sino que eran simplemente seres inferiores

(Scull, 2015: 242). Consideró la locura como el producto de la degeneración, que va

progresivamente hasta el punto cero de la naturaleza humana (Foucault, 2003: 540). Siguió la

teoría de Jean-Baptiste Lamarck, que enfatizó que características adquiridas, como la

borrachera, son heredadas por la generación siguiente. Es el precio del pecado que debe estar

pagado por las generaciones futuras. La degeneración va de la locura hasta la idiocia y la

esterilidad, para acabar con la extinción final de estos seres inferiores (Scull, 2015: 242-243).

Los alienistas se acostumbraron fácilmente a esta teoría, en gran parte porque esta percepción

explicaba por qué se curaban pocos pacientes. La cura se consideró imposible, y esta falta de

diagnóstico no se recaía en la incapacidad de los médicos (Scull, 2015: 244).

El período en que se desarrolla la historia de Las nubes corresponde principalmente con la fase

de la primera teoría de los alienistas. Explica por qué el doctor Real no es muy propenso a

considerar la locura como hereditaria:

Había algo muy triste en esos dos hermanos separados del mundo por la misma pared

infranqueable de la locura; si era hereditaria, su demencia sólo podía provenir de la rama paterna,

puesto que dos madres diferentes los habían traído al mundo. Tal vez lo que habían heredado

no era la locura, sino una común fragilidad ante la aspereza hiriente de las cosas, o tal vez,

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diferentes en todo uno del otro, el ir y venir fugitivo de lo contingente los había hecho atravesar,

por una inconcebible coincidencia, el mismo corredor secreto en el que, sin saña pero sin

compasión, espera la demencia. (Saer, 1997: 120).

Sin embargo, en Nadie me verá llorar se sugiere en algunas ocasiones que la degeneración de

la familia de Matilda repercute en su locura. El padre de ella, Santiago Burgos, un sembrador

de vainilla, es un gran aficionado al alcohol y demuestra su gran inestabilidad mental durante

el equinoccio de la primavera de 1900:

En la punta del palo, treinta y cinco metros por encima de sus cabezas, Santiago Burgos danzaba

como loco y, a pleno pulmón, repetía las imprecaciones que la familia y la comunidad papanteca

sólo le habían escuchado en los momentos más tórridos de su dipsomanía. El gobierno tenía la

culpa de todo. El beneficio tenía la culpa de todo. (Garza, 1999: 77-78).

Estos hechos parecen tener interés psiquiátrico y se recuperan en el expediente de Matilda:

Hay o ha habido en su familia algún individuo nervioso, epiléptico, loco, histérico, alcohólico,

sifilítico, suicida o vicioso: Su padre era alcohólico y su madre, aunque no se embriagaba,

también tomaba sus copas. Su padre falleció a causa del alcohol y a su madre la asesinaron.

(Garza, 1999: 71).

Cabe destacar que el solo miembro de familia al que se refiere explícitamente en conexión con

una enfermedad psicológica, es su padre, que fue un alcohólico. Hoy en día no se considera el

alcoholismo como hereditario y tampoco existe alguna indicación en la novela que Matilda sea

alcohólica. El expediente quiere manifestar, por tanto, la presencia de una debilidad mental en

la familia.

A continuación, conviene estudiar en qué medida los personajes de las dos novelas tienen un

punto de vista romántico de la locura. Observamos que no todos los personajes consideran la

locura como una degeneración, sino como una manifestación casi divina.

III.3 La glorificación romántica del loco

Las nubes se desarrolla durante el romanticismo europeo, que se expandió a Latinoamérica y

que asumió un papel fundamental en la lucha para la independencia y en la formación de las

naciones. Los psiquiatras románticos, como los poetas románticos, se oponen en primer lugar

contra las teorías de Kant. Para ellos, la locura ofrece una experiencia privilegiada que permite

traspasar los límites de la razón crítica. Es una manera de descubrir verdades que sobrepasan el

empirismo racional (Thiher, 2004: 169). El médico alemán Reil, que ha publicado obras en la

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última década del siglo XVIII y en los primeros años del siglo XIX, observa que los locos caen

en un estado singular disyuntivo y considera la locura como una ruptura entre el mundo interior

y el mundo exterior. La psiquiatría debe ser, para él, una ciencia de lo particular absoluto.

(Thiher, 2004: 171). Esta concepción del loco parte, en primer lugar, de un interés en la persona

misma, que ya no se concibe simplemente como un peligro para la sociedad que debe ser

eliminado o, al menos, escondido. El cambio de mentalidad comenzó en el neoclasicismo, con

el doctor Pinel, que también tenía una gran estima para la singularidad de los locos, y creó en

la importancia de escuchar la voz de los pacientes. Fue un método para recuperar la razón, que

puede vencer la locura (Thiher, 2004: 150).

Podemos decir que el personaje del doctor Weiss se encuentra entre estas dos visiones. Vale a

la razón, como es un científico moderno, y también tiene mucho respeto para los locos. “Si bien

no parecía establecer ninguna distinción entre sanos y enfermos, era a los enfermos a quienes

trataba con mayor probidad; parecía considerar que les debía más respeto que a los sanos.”

(Saer, 1997: 24). Su estimación de los locos se acompaña con cierto desdén de los sanos.

La escena en que se glorifica más claramente a los locos, o más bien a uno loco en particular,

es, sin embargo, el episodio en que los indios son fascinados por el señor Troncoso, después de

la escapada de este último de la caravana del doctor Real. Los indígenas bárbaros lo contemplan

con una mezcla de miedo y adoración.

Troncoso, a pie, arengaba a un semicírculo de indios a caballo que lo escuchaban, fascinados e

inmóviles. Apenas la vi tuve la impresión de que esa escena duraba desde hacía horas. […] La

indiferencia del caballo contrastaba con la atención profunda que los indios le prestaban a

Troncoso el cual, en cambio, ni siquiera los miraba […]. (Saer, 1997: 156-157).

Cabe destacar que esta escena representa un encuentro entre dos tipos del Otro, por los que se

intrigan los románticos. Antes del viaje, se presenta el grupo de jinetes subalternos que siempre

acompañan a Troncoso. Ellos también tienen una perspectiva romántica en cuanto al señor loco,

y lo consideran como un genio. El médico atribuye esta visión a la simplicidad de los hombres,

y a la falta de conocimiento científico.

Los supuestos prestigios de su persona que los subyugaban, actividad incansable, fuerza física

[…] y sobre todo iniciativa constante para renovar la actividad en mil direcciones diferentes, de

las cuales muchas eran contradictorias entre sí y aun excluyentes […] que esos hombres simples

consideraban como los rasgos de una originalidad grandiosa y magnética […]. (Saer, 1997: 114)

El doctor Real registra un cambio físico en la persona de Troncoso, causado por su fuga.

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[…] y ya lo único que brillaba en su cuerpo […] eran los ojos desorbitados y brillantes,

desmesuradamente abiertos […] sucios y enmarañados, lo que le daba el aspecto de un animal

salvaje, como si con la pérdida de la razón estuviese perdiendo también todos sus atributos

humanos. (Saer, 1997: 157).

Troncoso no sólo vive en su locura, sino que también se convierte en un bárbaro. Su

comportamiento es tan anormal que ya no es humano. Se deshumaniza al loco, y lo considera

como otra especie, algo entre el animal y el humano. No es una observación despreciativa del

doctor Real, sino que contempla a Troncoso con curiosidad. Tampoco considera los animales

como seres inferiores, ya que, en una ocasión anterior elogió a los animales en sus

descripciones. La vista de los animales salvajes le recuerda a la “imposibilidad que tenemos de

ponernos en su lugar, de imaginar lo que pasa en ellos por adentro” (Saer, 1997: 140). Es el

mismo sentimiento de incomprensión que tiene frente a Troncoso.

Para Fernando Reati, el viaje en sí mismo va hacia una dimensión metafísica. El mundo de la

locura presenta otro nivel de experiencia. Se relaciona el delirio con la clarividencia. Ambos se

refieren al Otro, e implican un viaje “desde un aquí a un allá: un ‘alienado mental’ es

precisamente aquel que se ha convertido en Otro al ‘delirar’, apartándose del camino

acostumbrado y emprendiendo un viaje en otra dirección” (Reati, 2000: 283). La idea de que

los locos tienen acceso a un mundo que es invisible e incomprensible para los “normales”, se

vincula con la interpretación romántica del loco como genio. Según la lectura de Reati, toda la

novela exhibe una visión romántica de la locura.

Cabe añadir que el personaje la monja Teresita también fue idolatrada por el jardinero del

convento, pero en este momento no sabía que era la locura la que provoca en ella sus teorías

sobre el sexo y no Dios. Por eso no podemos considerarlo como un tipo de glorificación del

loco, sino como una veneración religiosa.

Contrariamente a Las nubes, Nadie me verá llorar es sobre todo un retrato de la locura en pleno

positivismo. Sin embargo, en esta historia también entra en juego una visión muy romántica del

personaje del fotógrafo Joaquín Buitrago. Cabe observar que está interesado en todos los

subalternados de la sociedad, ya que su primero proyecto fue tomar fotografías de prostitutas,

pongamos por caso el primer encuentro con Matilda, y después se dedica a retratar a los locos

en La Castañeda. A partir de este momento comienza su obsesión con Matilda. Lleva a cabo

una investigación exhaustiva para descubrir todo su pasado, y desea oír todas sus historias.

Consigue empezar una relación amorosa con ella, e incluso, llevarla a su casa heredada. Cuando

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Matilda toma la decisión de regresar al manicomio, muestra que sabe que el amor de Joaquín

por Matilda consiste sobre todo en glorificación del Otro, y dice: “Tú querías a una loca en tu

casa para que la casa fuera distinta.” (Garza, 1999: 241). A Joaquín esta frase le confunde.

“¿Para qué lo forzó a escudriñar las imágenes veladas de su vida?” (Garza, 1999: 241).

En una entrevista, la autora Cristina Rivera Garza (2009) apunta que al principio reinaba una

visión romántica de la locura en la Castañeda en el sentido que se considera la locura como una

forma de resistencia8. Es, según ella, una razón de los malos tratamientos de los internados.

Para Joaquín, Matilda representó probablemente un modo de resistencia a la sociedad

disciplinaria, como fue también la elección de la profesión del fotógrafo frente a la profesión

de su padre, que fue médico. En Madness in Literature, Feder (1980: 203) apunta que el ideal

racional de la civilización occidental siempre ha sido impugnado por el instinto humano, que

se opone a la objetividad excesiva. Esta tendencia anti-racionalista empieza a cuestionar

verdaderamente y, a veces, a rechazar los conceptos tradicionales a partir del siglo XIX. El

conjunto de personajes en Nadie me verá llorar se divide en dos grupos: los que persiguen el

objetivo porfirista del progreso incondicional y los que atacan esta visión, sea directa o

indirectamente. Este último grupo consiste, en primer lugar, en los revolucionarios anarquistas,

como Cástulo Rodríguez y Diamantina. Su vida es una lucha constante por la libertad de

México, y los contratiempos que encuentran son causados por el propio Porfirio. Cuando

Diamantina huye y Matilda se vuelve completamente inmóvil por tristeza, a Cástulo “[l]a

inmovilidad absoluta de la mujer lo hizo maldecir una vez más a don Porfirio” (Garza, 1999:

164). De manera indirecta los grupos de las prostitutas y de los locos también rechazan al

progreso racionalista de la dictadura. Al grupo aprobando del Porfiriato pertenece el tío Marcos,

que denunció la huelga de los mineros de la Cananea Consolidated Copper Company y llamó

las exigencias de los huelguistas “[u]n caso de locura colectiva” (Garza, 1999: 156), y simpatizó

con las medidas duras que el régimen: “La Gran Causa. Cadáveres en exhibición. Marcos

Burgos aplaudió las medidas drásticas empleadas por el presidente Díaz para proteger el futuro,

las buenas costumbres, la soberanía de la nación.” (Garza, 1999: 156-157). El médico del

manicomio, el doctor Oligochea, también forma parte de este grupo, lo que manifiesta su

percepción de la locura. No presenta una visión muy romántica de los locos. Los considera

inferiores a los sanos y, en este punto, corresponde con los alienistas de la segunda mitad del

siglo XIX.

8 Crimen Psiquiatrico (La Castañeda Parte 3/8); 0:54- 1:15

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III.4 La identificación y el tratamiento de la locura

Concluir que una persona está loca, se puede hacer con varias razones y, con ellas, se muestra

cuál es la visión de la locura que está siendo manejada. En los períodos históricos de las dos

novelas, los motivos para expulsar a alguien a la periferia de la sociedad no son solamente de

carácter médico. Para revelar los motivos que aparecen en Nadie me verá llorar y Las nubes,

nos concentraremos en este capítulo en una pregunta recurrente en la novela de Cristina Rivera

Garza, ¿cómo se convierte uno en un loco? (Garza, 1999: 17).

En este capítulo, conviene recordar que, aunque es cierto que las dos novelas comparten la

presencia de distintos aspectos de la concepción de la locura, que serán discutidos en seguida,

existe una diferencia importante en cuanto a la perspectiva narratológica. Mientras que Nadie

me verá llorar presenta un retrato verosímil del manicomio real La Castañeda, y describe

eventos que eran posibles, Las nubes retrata un manicomio inexistente y un tratamiento de los

locos que es anacrónico. Con el médico Pinel, se empezó a tratar a los locos de una manera más

humana en el fin del siglo XVIII, pero la filosofía de los médicos en la Casa de Salud va aún

más lejos. Consideran el manicomio como un convento, un retiro y se oponen, por tanto, a la

idea del manicomio como una institución cerrada y demasiado represiva. La imagen del

manicomio ambulante se une a esta consideración. Hemos visto que el doctor Real diagnostica

a sus pacientes con más precaución que el doctor Oligochea de Nadie me verá llorar, y se limita

a veces a simplemente denominar los síntomas sin llegar a una conclusión final. Mentalmente

divide a los enfermos a base de la gravedad de la locura, en vez de a base del tipo de enfermedad.

Eran sor Teresita y Troncoso los que, ya antes de la partida, me preocupaban porque, a diferencia

de los otros, resultaban difíciles de manejar en razón de que como ocurre a menudo con cierta

clase de locos, en lugar de encerrarse en sí mismos, creían con fervor en la legitimidad de su

locura y, queriendo a toda costa imponérsela al mundo, militaban por su locura. (Saer, 1997:

144-145).

El tratamiento de los locos, lo que se destaca sobre todo durante el viaje, parece consistir en

dejarlos expresar su locura en un ambiente seguro. En el manicomio, los médicos intentan vivir

en paz con los enfermos y no insisten en las relaciones verticales. Esta filosofía es parecida a la

de la anti-psiquiatría, que surgió en Europa en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Este

movimiento se basa en la crítica de la violencia del poder psiquiátrico (Foucault, 2003: 41).

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En lo que sigue, estudiaremos cómo las dos novelas manifiestan relaciones relevantes entre la

locura y la moralidad, la feminidad y el lenguaje.

III.4.1 La moralidad y la locura

En ambas novelas se relaciona la locura con la moralidad, y esto se realiza desde varios

enfoques. En primer lugar, investigaremos qué papel asume la moral en el diagnóstico de la

locura, y cómo la moralidad también ha entrado en la terapia de los pacientes. En segundo lugar,

miraremos cómo la noción de la moralidad está también sujeta a cambios.

Para mostrar la entrada de la moral en el sistema de padecimientos mentales, cabe apuntar

brevemente la evolución de la clasificación de las enfermedades mentales en las épocas de

nuestras novelas. Los alienistas del siglo XIX opinaban que la locura podía ser parcial y afectar

a algunas partes de la mente. Para este tipo de enfermedades inventaron las monomanías, como

la ninfomanía, la cleptomanía y la dipsomanía (Scull, 2015: 244). Al lado de estas manías,

también introdujeron nuevos conceptos como la “insanidad moral”. Con este término se

denomina a la condición en la que el paciente pierde su capacidad de razonar y demuestra una

perversión morbosa de afecciones e impulsos naturales anulándose los dictámenes de la

moralidad. Scull añade que estas doctrinas no se aplicaron fácilmente en la práctica psiquiátrica

(2015: 263-265). Sin embargo, en nuestras novelas, vemos que los nombres de enfermedades

utilizados por los alienistas, aparecen en gran número en los diagnósticos del doctor Oligochea

de Nadie me verá llorar. En cuanto al personaje Lucrecia Diez de Sollano, por ejemplo,

concluye que sufre de “dipsomanía” y distingue un “fondo de insanidad moral” (Garza, 1999:

93). Matilda Burgos también recibe el diagnóstico de “Locura moral.” (Garza, 1999: 110). El

término de la moral insanity fue explicado por primera vez por el médico James Crowles

Prichard (Augstein, 1996: 311, 314) como un tipo de enfermedad mental. La describe como el

malfuncionamiento de las partes del cerebro que dirigen las facultades morales y emotivas

(1996: 311), pero, en la práctica, la enfermedad se confundió a veces con el egoísmo (Augstein,

1996: 332). Su teoría sobre la locura moral expresó más bien su opinión de que la moralidad

del hombre moderno era débil, y no su deseo de separar claramente los locos de los sanos

(Augstein, 1996: 341). De nuevo, constatamos que la diagnosis del médico se forma en gran

medida a partir de su juicio subjetivo en vez de su opinión científica, lo que recuerda al

personaje del doctor Oligochea en Nadie me verá llorar.

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Como hemos dicho, Matilda fue internado en La Castañeda porque se negó a ofrecer favores

sexuales a algunos soldados del Porfiriato. Esta desobediencia a instancias autoritarias, como

los soldados, de un régimen político que aspira a difundir nociones como la objetividad y la

razón, es un acto obviamente rebelde. La resistencia al sistema disciplinario no es aceptada, y

el concepto de la locura moral permite al gobierno apartar al subversivo. Aunque parece ser un

poco contradictorio, el rechazo de los soldados no fue la sola razón para considerar a Matilda

como inmoral, el hecho que trabajó como prostituta fue también una prueba de su inmoralidad.

La autora misma, Cristina Rivera Garza, también examina el uso del término de la “insanidad

moral” en su tesina y en algunos artículos. Observa que fue el diagnóstico principal para las

enfermedades mentales de mujeres en México, que no responden a las normas sociales y

religiosas, mientras que en los Estados Unidos y en Europa, el término ya no había caído en

desuso a principios del siglo XX. La noción de la ‘insanidad moral’ tiene como consecuencia

que todos los que tienen tendencias adulteras o exhibicionistas o que actúan demasiado

apasionadamente son categorizadas como ‘locos’ (Sánchez-Blake, 2014: 17 y Rivera Garza,

2011: 123, 126). En Nadie me verá llorar se elabora sobre la percepción de la profesión de la

prostituta en el siglo XIX.

Admitir el ejercicio de la prostitución, además, conduciría a hombres y mujeres a la ruina. A los

primeros por legitimar su degeneración moral, y a las segundas por no aceptar un trabajo

honrado. La salud pública, el crecimiento de la nación y la mera posibilidad de sobrevivencia

de la humanidad dependían de la erradicación del oficio más antiguo de la Tierra. Su única

alternativa para evitar el contagio, tanto físico como moral, consistía en perseguir la prostitución

como un crimen contra las buenas costumbres y la salud de la nación. (Garza, 1999: 161).

Uno de los elementos más llamativos de esta cita es que se concibe la moralidad como algo que

puede ser contagiado. La inmoralidad es, en el México porfirista, tan peligrosa como las

enfermedades más contagiosas. En Histoire de la folie à l’âge classique, Foucault observa que

todas las culturas inscriben la sexualidad dentro de un sistema de retraimiento, pero que la

sociedad occidental difiere de otras porque es la cultura la que, en los últimos siglos, ha

introducido la sexualidad en la división estricta entre la razón y la no-razón y, además de eso,

entre la sanidad y la enfermedad, entre lo normal y lo anormal (Foucault, 1992: 103). Queda

claro que se concibe la prostitución como una forma enferma de la sexualidad, y muchas

prostitutas se internan tanto en hospitales generales, como Foucault menciona (1992: 103),

como, más tarde, en los manicomios.

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Emil Kraepelin hizo una nueva clasificación simplificada en la que distinguió dos tipos básicos:

la demencia praecox, una condición permanente e incurable, y la psicosis maniacodepresiva,

una enfermedad que a veces decrece. Más tarde Eugen Bleuler añadió la esquizofrenia al

sistema de clasificación (Scull, 2015: 263-264). Aunque hemos observado que el doctor

Oligochea utiliza una gran variedad de nombres de enfermedades, cabe apuntar que también se

refiere a tipos de demencia. Imelda Salazar sufre, según él, de una “Demencia con Psicastenía”

(Garza, 1999: 89).9

Al mismo tiempo, la conciencia moral del siglo XIX también llevó a una nueva aproximación

de los internados en los manicomios. Con el psiquiatra Pinel, a quién ya hemos referido, la

psiquiatría empieza a tener en cuenta la moralidad de sus acciones, y rechaza poco a poco las

terapias inhumanas del siglo anterior (Foucault, 1972: 158). La definición de la terapia de la

locura es, según Pinel, “el arte de controlar y domar […] el alienado, por poniéndolo en la

dependencia estrecha de un hombre que, por sus calidades físicas y morales, sea apto para […]

cambiar la cadena viciosa de sus ideas” (Foucault, 2003: 10, cf. Duchenne, 1864: 5). Este trato

ya no implica curas físicas duras, pero da mucho poder al médico. Es el tratamiento moral el

que fue desarrollado por los ingleses y rápidamente adoptado por los franceses. (Foucault, 2003:

10). Para Foucault, el tratamiento moral ya no es la mejor manera para tratar a los enfermos

mentales. Opina que este método simplemente hace de la internación el medio principal de la

represión y de la sumisión (Foucault, 2003: 540-541).

En Las nubes, la moralidad, sin duda, está presente en el diagnóstico de Sor Teresita como loca,

pero no se enfatiza en la novela, porque la extrañeza de su comportamiento no sólo reside en

su sexualidad desenfrenada. Sin embargo, es interesante ver cómo las normas sociales y morales

cambian durante el duro viaje.

[…] nosotros […] íbamos como adormecidos, hombres y mujeres, civiles y soldados, creyentes

y agnósticos, […], cuerdos y locos, igualados por esa luz aplastante y ese aire ardiente y

embrutecedor que borraban, reduciéndonos a nuestras lánguidas e idénticas sensaciones,

nuestras diferencias. […] la monjita, siempre rodeada por su guardia de soldados, muchos de

ellos casi enteramente desnudos, con apenas un calzón […] que por sus roturas dejaba ver ciertas

partes del cuerpo que hubiese sido más prudente mantener ocultas […] incluso parecía

respetable en comparación con las mujeres, que solían pasarse […] con los senos al aire y a

veces completamente desnudas. […] El viaje, prolongándose más de lo habitual, nos había

9 El diccionario de Medicina VOX define la psicastenia como “Todo trastorno psíquico caracterizado por producir angustia, inhibiciones, duda, indecisiones, obsesión y fobias” (versión en línea, consultado 03/05/2017).

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incitado, de un modo imperceptible, a crear nuestras propias normas de vida […] (Saer, 1997:

169).

Las costumbres que se consideran anormales y amorales en el mundo civilizado, se vuelven

normales en la Pampa, en el espacio del Otro. La norma se presenta como un conjunto de reglas

artificiales que son conservadas por los que reinan sobre la sociedad, y, por tanto, es variable.

III.4.2 La locura como expresión femenina/locura y género (‘gender’)

Al lado de una moralidad desviada, existe otra característica que lleva más fácilmente al

diagnóstico de “loco”. Es el otro tipo de “Otro” el que asume un papel importante en cuanto a

la determinación de la locura y que aparece en nuestras dos novelas. Nos referimos a la mujer.

Como hemos visto anteriormente, la mujer es glorificada en ciertos momentos, pero en este

apartado discutiremos cómo la mujer es rechazada por la sociedad, y cómo es la relación entre

la mujer y la locura. Lo femenino ha sido asociado “con la naturaleza más que con lo cultural,

con lo irracional más que con lo racional, con lo caótico más que con el orden, con lo físico

más que con lo mental, y con lo incontrolable y lo peligroso más que con lo estable.” (Sánchez,

2013: 55). Elaine Showalter, autora de The Female Malady: Women, Madness, and English

Culture, 1830–1980, apunta que la teoría darwiniana ––que puede influenciar a los personajes

de Nadie me verá llorar pero no a los de Las nubes–– considera la locura como el resultado de

un defecto orgánico y una mala herencia (Sánchez-Blake, 2014: 10, cf. Showalter, 1988: 18).

La psicología del hombre se controla por la mente, mientras que la de la mujer se origina en los

órganos reproductivos. Las enfermedades mentales, según esta teoría, ocurren frecuentemente

cuando las mujeres intentan competir con los hombres o cuando quieren asumir otras funciones

distintas a las maternales (Sánchez-Blake, 2014: 10-11). La historia de Matilda muestra la

presencia de esta teoría, de esta visión de lo femenino, durante el Porfiriato. Cristina Rivera

Garza incorpora la perspectiva de la mujer en la novela, lo que la permite criticar su represión

en el México porfirista y en el México actual. La modernización de México no incluyó la

emancipación de la mujer. Matilda cuestiona los modelos tradicionales de los géneros. Recibió

una formación de enfermera, idea de su tío Marcos Burgos, y practicó este conocimiento cuando

el rebelde herido, Cástulo Rodríguez, aparece de repente en su cuarto. Cuando huyó de la casa

de su tío, Matilda llegó al burdel por problemas financieros. En esta situación desfavorable, no

se mostró obediente a la supremacía de los hombres del Porfiriato. Y eso, como hemos visto,

fue la razón de su internamiento. Sánchez-Blake (2014: 17) observa que la locura de Matilda,

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y de otras internadas en La Castañeda, fue descritas en términos vagos y ambiguos como

“delirio religioso” y “celo irracional” y el diagnóstico persistente de “insanidad moral”.

Además, Sánchez-Blake (2014: 13-14) reconoce en la novela de Cristina Rivera Garza técnicas

discursivas posmodernas, asociadas al lenguaje de la locura, que dan voz a los marginales.

Apunta que en los años ochenta y noventa del siglo pasado, las escritoras latinoamericanas

escriben para denunciar la represión doméstica y política. Sus obras forman parte de la

resistencia de género que se opuso a las dictaduras y denunció las injusticas de género.

Esta perspectiva de lectura, que estudia la locura desde una perspectiva femenina, se aplica

fácilmente en el caso de Matilda, personaje en Nadie me verá llorar. Es menos evidente en el

caso de Las nubes, también porque esta obra está escrita por un autor masculino. Sin embargo,

nos parece muy útil un estudio del personaje femenino de la novela, sor Teresita. Los eventos

que se centran en ella, y la locura de su persona, también se pueden leer como una expresión

crítica, e incluso sarcástica. En lo que sigue, discutiremos los dos personajes por separado.

La sexualidad histérica de sor Teresita

Sor Teresita es el único personaje femenino en Las nubes, y, por tanto, constituye la única

visión de la mujer desde la perspectiva de los otros personajes. La historia que el doctor Real

oye en primera instancia sobre Sor Teresita, es que fue violentada por el jardinero del convento.

Después de esta experiencia, la madre superiora

había podido observar en sor Teresita los signos de una perturbación más fuerte que de

costumbre, sin, sin embargo, llegar a imaginar en ningún momento que esos leves estados de

agitación, esa inestabilidad atenuada pero constante, esos pasajes súbitos de la risa a las lágrimas

y esa devoción excesiva al Crucificado, exacerbados por el drama sórdido que le tocaría vivir,

terminarían precipitándola en la demencia. (Saer, 1997: 81)

En nuestra época, estos síntomas –“estados de agitación”, “inestabilidad”, “pasajes súbitos de

la risa a las lágrimas”– recibirían probablemente un diagnóstico de síndrome bipolar, pero a

principios del siglo XIX se utilizan, entre otros, los cuatro tipos de afección que forman la

clasificación del médico célebre Philippe Pinel: “manía, melancolía, idiocia y demencia”

(Vásquez Rocca, 2012: 414). Cuando el doctor Real visita el convento, queda claro que Teresita

no está adaptada a la norma del convento. El médico admite que ejerce cierta atracción sobre

él:

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Había también en esa presentación de su persona tan plácida y recatada, una tentativa de

seducción, muy eficaz por otra parte, y al fin de cuentas innecesaria, porque debo confesar que

su presencia energética y vívida […] supo captar de inmediato mi simpatía. (Saer, 1997: 83).

Observa que “había algo cómico en el contraste entre la crudeza de la monjita y el recato

excesivo de la madre superiora” (Saer, 1997: 87). Sin embargo, el elemento realmente cómico

de la historia ocurre más tarde, cuando el doctor Real descubre que, en realidad, fue sor Teresita

la que abusó del jardinero y no al revés. El caso divide a los ciudadanos. El doctor López, el

médico local, y también una pequeña parte del clero creen en la palabra del jardinero, pero

la Iglesia se negaba a admitir que la conducta de la monjita, puesto que la hipótesis de una

intervención del demonio había sido rechazada, se debiese a causas por decir así naturales

aunque inexplicables y prefería, tal vez con el fin de que el pecado de alguien exterior a la Iglesia

explicara los hechos, sostener la culpabilidad del jardinero. (1997: 89-90)

Para el clero en general, por tanto, no es realmente una cuestión de verdad, sino que es una

cuestión de mantener la reputación de la Iglesia intacta. Cabe destacar que antes de la

incidencia, la opinión pública tampoco fue favorable para la monja, porque mantiene contactos

con “mujeres de mala vida” (Saer, 1997: 92). Aunque “todo el mundo reconocía en ella una

práctica auténtica de la caridad” (1997: 92), se difunden rumores sobre ella.

Algunos afirmaban haberla visto fumando un cigarro, sentada a la puerta de un rancho,

conversando y riendo con dos o tres rameras. Otros decían que no se negaba a tomar una caña

[…], e incluso había dos o tres que pretendían haberla visto una vez […] jugando a la taba con

algunos gauchos y soldados […]. (1997: 92)

En estas historias que la gente local divulga, sor Teresita muestra sobre todo un comportamiento

que no es apropiado para una mujer, ni mucho menos para una monja. A veces actúa más como

un hombre que como una mujer. El doctor Real hace la misma observación durante el viaje,

pero no la desaprueba, sino que explica su comportamiento en función de la doctrina de la

locura a la que se adhiere.

orinaba de parada como un hombre […] yo había podido observar en sor Teresita una tendencia

a asumir una conducta varonil como si, en su búsqueda incesante de la fusión entre el amor

divino y el humano, quisiese también reunir los dos sexos en su propia persona. (Saer, 1997:

166).

Aunque no es discutible que la monja padece una enfermedad mental, queda claro que Las

nubes enfatiza bastante en la anormalidad de la mujer, que se comporta en cierto sentido como

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un hombre, dentro de la Iglesia y en el rechazo de ella por la comunidad local, porque su

comportamiento no se inscribe en la norma.

La resistencia feminista de Matilda Burgos

La imagen que hasta ahora hemos esbozado de Matilda Burgos, el personaje principal de Nadie

me verá llorar, es la de una mujer que, después de una infancia, en parte idílica entre las plantas

de vainilla y en parte difícil por la dipsomanía y la muerte de su padre, llega a la gran ciudad

donde sigue su propio camino en contra de la norma y de las expectaciones de los otros.

Descubre el amor con el revolucionario Cástulo Rodríguez y su amiga Diamantina, y conoce el

lado subversivo de la sociedad porfirista. Desde este momento no acepta que le quiten su

libertad. Después de la partida de Diamantina y Cástulo, comienza a trabajar en una fábrica de

tabaco, y se vuelve independiente. Es despedida porque ha ayudado a una colega enferma, y

consigue trabajo como prostituta. Y, como última etapa, se vuelve loca. Es la única manera de

guardar su libertad en un contexto de represión política y social para todos los que no juegan

los papeles predeterminados. Ese es su caso cuando deja de ser una ama de casa o una enfermera

que sólo divulga la idea progresiva de la higiene. Foucault (1972: 531), en el último capítulo de

Histoire de la folie à l’âge classique, propone que la noción de la libertad es una característica

inherente a la locura. Las imágenes del sueño, del error y de la ilusión constituyen la locura, y

llevan asociadas alguna libertad. La locura, apunta Foucault, sólo es posible cuando, alrededor

de ella, existe un espacio de juego, permitiendo al loco hablar en el lenguaje de su propia locura.

Detalla que no se trata de una libertad ilimitada, precisamente porque se encuentra adentro de

una institución reglada y controlada.

Liberté obstinée et précaire à la fois. Elle demeure toujours à l’horizon de la folie, mais dès

qu’on veut la cerner, elle disparaît. Elle n’est présente et possible que dans la forme d’une

abolition imminente. […] La liberté du fou n’est que dans cet instant, dans cette imperceptible

distance qui le rendent libre d’abandonner sa liberté et s’enchaîner à sa folie […]. (Foucault,

1972: 532)

Desde esta perspectiva, podemos entender el reingreso de Matilda después de su estancia en la

casa de Joaquín Buitrago. Es lo contrario de lo que opina Jungwon Park, que dice que al final

de la historia, Matilda “se autodegrada como demente”, lo que significa “la victoria final del

poder institucional” (2003: 66-67). Considera que su actitud es irónica. Se establece como un

modo de ofrecer una resistencia, ya sea fragmentaria y desorganizada, frente este poder.

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La unión con Joaquín en matrimonio significaría el reingreso de los mecanismos disciplinarios

(Park, 2003: 67), y esto es inaceptable para Matilda. Aunque podemos argumentar que Matilda

nunca ha entrado verdaderamente en el sistema oficial, a pesar de los intentos de su tío Marcos

Burgos, parece plausible que es, en efecto, la mayor razón para el regreso al manicomio. Park

explica que el matrimonio con Joaquín le daría derechos y deberes ciudadanos, y exigiría un

comportamiento dócil y una internalización de la prohibición y la subordinación. Joaquín la

conmociona cuando la presenta como su esposa a Arturo Loayza, un amigo de la familia de

Joaquín. Los pensamientos de Matilda que siguen, muestran que está cansada de todas las

miradas de los hombres que desean su cuerpo femenino o que intentan razonar a su feminidad.

Los ojos del nuevo amante, Joaquín, siempre la seguirían. Es un fotógrafo y siempre está

observando el mundo desde su cámara.

Cuando Matilda Burgos se les une en la sala, el fotógrafo la presenta como su esposa. […] Los

ojos abatidos y la piel amarillenta de Matilda indican que se encuentra en uno de los días

entristecidos. Ante sus miradas inquisitivas y amorosas, Matilda añora más que nunca vivir en

un universo sin ojos […]. Las miradas masculinas la han perseguido toda la vida. Con deseo o

con exhaustividad, animados por la lujuria o por el afán científico, los ojos de los hombres han

visto, medido y evaluado su cuerpo primero, y después su mente, hasta el hartazgo. […] Su

sueño es pasar inadvertida. Por eso no dice en voz alta lo que está pensando: “Yo no soy la

esposa de nadie, Joaquín”. (Garza, 1999: 236).

El diagnóstico de Matilda como demente, se basa en gran medida en el hecho de que no entra

en los estándares femeninos. Tampoco desea ser una esposa obediente, y, por eso, vuelve

voluntariamente al manicomio. Allí, como Foucault apunta, encuentra una libertad mayor,

aunque es una libertad limitada por la mirada del médico.

III.4.3 El lenguaje del loco

La manera particular en la que hablan los locos sirve también para diagnosticarlos, y, al mismo

tiempo, puede ser una consecuencia del diagnóstico y del rechazo por parte de la sociedad de

estas figuras. Además, el lenguaje permite a los subalternos criticar la norma y resistir al orden

establecido.

Desde la época de los griegos antiguos, se relaciona la locura con el lenguaje. Conciben la

locura como una ruptura del logos. Esta visión está presente en concepciones posteriores. Para

los humanistas, por ejemplo, el logos representa la supremacía de la especie humana sobre otras

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especies, y, por consecuencia, la lengua define la comunidad humana. Más tarde, los

psicoanalíticos consideran al hombre como un animal enfermo, porque es forzado a través del

lenguaje, a ser parte de la cultura (Thiher, 2004: 161). El habla desempeña, por tanto, un papel

esencial en el tratamiento psicoanalítico.

Nuestras dos historias se prestan bien a un análisis de la locura a partir del lenguaje, porque en

el caso de varios personajes, la manera de hablar constituye el síntoma más sobresaliente de su

locura. El joven Prudencio Parra, el primer paciente que encontramos en Las nubes, “había

caído desde hacía algunos meses en un estado de estupor intenso que a decir verdad era el punto

culminante de una serie de ataques que con el tiempo fueron volviéndose cada vez más graves.”

(Saer, 1997: 63). Uno de los síntomas que demuestran el agravamiento de su estado es que deja

poco a poco de hablar.

[…] sus discursos vehementes fueron haciéndose cada vez más deshilvanados y carentes de

convicción […] las exclamaciones habían dado paso a frases incompletas y dubitativas […] la

rigidez de sus expresiones y la inmovilidad blanda de sus miembros. Al final sólo abría la boca

para responder, únicamente con monosílabos, alguna pregunta que se le dirigía. (Saer, 1997: 67)

Los dos últimos pacientes que el doctor Real recibe son los hermanos Verde. Sus enfermedades

parecen consistir en dos tipos de afasia. El hermano mayor solo dice una sola frase, mientras

que el otro hermano (Verdecito) interrumpe su propio discurso con todo tipo de ruidos bocales.

El enfermo […] era un hombre de unos treinta años, llamado Juan Verde […]. El hombre pasaba

todo el tiempo de un silencio dubitativo a una conversación demasiado vehemente y animada,

que tenía la extraña particularidad de estar constituida por una sola frase, que repetía todo el

tiempo cambiando de entonación y acompañándola con las expresiones faciales y los ademanes

más diversos, como si estuviera manteniendo con su interlocutor una verdadera conversación

en la que, a medida que van cambiando las frases que se profieren, van cambiando los

sentimientos y las pasiones que las motivan. […] no era ni siquiera una frase, ya que no tenía

verbo, y consistía en la expresión “Mañana, tarde y noche” […]. (Saer, 1997: 117).

Esta expresión repetida muestra una afasia de las facultades mentales del habla, pero también

da prueba de otros procesos mentales atascados. La cuestión que se plantea es qué significa para

él esta frase, que sólo contiene referencias temporales. Su hermano consigue decir otras cosas,

pero continuamente interrumpe a sí mismo.

Verdecito, al contrario de lo que ocurría con su hermano mayor, podía mantener una

conversación más o menos ordinaria, y su repertorio de frases era bastante variado, aunque sus

conceptos y temas resultaban todavía un poco pueriles para la edad que tenía y […] manifestaba

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una tendencia […] a hacerse repetir varias veces las frases que se le dirigían. Pero lo que

dificultaba el intercambio verbal con él era su costumbre de producir continuamente toda clase

de ruidos con la boca, gritos, gruñidos, estornudos, hipos, toses, tartamudeos, ventosidades

bucales y, en los momentos de gran excitación, imprecaciones dirigidas no se sabía bien a quién,

y hasta aullidos y alaridos. (Saer, 1997: 119).

El personaje del señor Troncoso también tiene un modo particular de hablar, que evidencia su

locura, y que ha ayudado al médico Real a identificar al visitante como su paciente.

optó por reírse de mí de una manera infantil y, debo confesarlo, como ocurre a menudo con

ciertos locos, bastante comunicativa, limitándose a repetir, con aire amable y cómico, las últimas

palabras de las frases que yo iba pronunciando, o a proferir, como única respuesta, que aún hasta

al señor Parra lo hicieron reír, palabras que no tenían ninguna relación lógica con la última

palabra de mi frase, pero que rimaban con ella. (Saer, 1997: 111)

El doctor Real destaca las capacidades comunicativas y poéticas de Troncoso, aunque no es

capaz de mantener una conversación normal. También lo considera como un cómico que actúa.

De este modo, las observaciones del médico relacionan la locura con el arte, con el espectáculo.

Matilda, el personaje principal en Nadie me verá llorar, tiene también una relación perturbada

con el habla y la lengua. Al final de la novela, cuando vive con Joaquín fuera del manicomio,

queda claro que, en realidad, desea el silencio, como el personaje Prudencio Parra de Las nubes.

Cuando regresa al manicomio, no sólo huye de las miradas masculinas, sino también encuentra

el silencio.

Si pudiera descansar, si pudiera callar. Las palabras salen a borbotones durante sus días

exaltados. No puede contenerlas ni disuadirlas y, todas a la vez, la obligan a tartamudear.

Algunas frases quedan inacabadas para siempre, interrumpidas por la marea de otras similares.

(Garza, 1999: 238).

- Ya no tengo ganas de hablar, Joaquín – le dice.

- Así es como uno se vuelve loco, ¿no es cierto?

- Tal vez. Cada quien encuentra su modo – concluye. (Garza, 1999: 239).

Se puede observar que la combinación de “días exaltados” y días silenciosos constituyen la

locura de Matilda. Sin embargo, para Joaquín, es el abandono de la exaltación y el silencio final

que es el síntoma de la locura.

Agamben (1998: 17) apunta que el hombre es el ser que posee el lenguaje y hace una

comparación interesante entre el lenguaje y la “nuda vida”. Observa que el viviente posee el

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lenguaje, mientras que suprime y conserva en él mismo la propia voz, de la misma manera que

vive en un estado, del que aparta su propia “nuda vida”. Con esta teoría, podemos argumentar

que el silencio de Matilda y de Prudencio Parra enfatiza la exclusión de la sociedad. No tienen

una vida integrada en una sociedad disciplinaria y, en consiguiente, sólo pueden expresar su

“propia voz”, que se realiza en “discursos vehementes” (véase la cita sobre Prudencio Parra) y

en las palabras que “salen a borbotones durante sus días exaltados” (en el caso de Matilda). Sin

embargo, este tipo de discurso choca con la norma social, y los “anormales” dejan de hablar.

El lenguaje es un instrumento detenido por los poderosos, como también demostramos en el

capítulo anterior, en el análisis del discurso del doctor Oligochea, personaje en Nadie me verá

llorar. Denomina las enfermedades y determina de esta manera cómo se perciben los enfermos

en la realidad externa. Toda la historia que Matilda cuenta sobre su propia vida, es nada más

que una ficción para el médico, y confirma su estado de locura. Históricamente, es solo con el

psicoanálisis de Freud, que se extendió en el mismo tiempo en el que Nadie me verá llorar se

desarrolla, que el médico empieza a conceder valor a las palabras del paciente, porque Freud

ha descubierto que la memoria, y las ideas olvidadas pueden ser la causa de la enfermedad

(Hurtado Díaz, 2016: 50). Laura Kanost (2008: 303) apunta que la intención de Cristina Rivera

Garza fue, en efecto, utilizar los documentos oficiales, no solamente para reconstruir las voces

perdidas, sino para manifestar la perdida misma y el silencio. El lenguaje de los locos difiere

obviamente del lenguaje normativo, como en el caso de los hermanos Verde, o sea que lo que

dicen los locos es rechazado, el lenguaje de los enfermos confirma y refuerza la exclusión.

Sin embargo, es preciso añadir que, antes del silencio definitivo de Matilda, utilizó la lengua

como medio de resistencia a los sistemas disciplinarios. En el período en el que vive en la casa

de Joaquín, los dos amantes construyen una farsa para presentar al doctor Oligochea cuando los

visita. Matilda y Joaquín son vistos como locos por Eduardo Oligochea, y por el espectáculo

paródico muestran su conciencia de esta interpretación del médico. Exageran su visión de ellos

para burlarse de su autoridad y de sus inexactitudes (Kanost, 2008: 313).

[…] En el rostro de Eduardo aparece una mueca, el reconocimiento, la imposibilidad de

reaccionar ante su burla. Cuando Joaquín aparece ataviado con una túnica de organza que deja

entrever sus piernas flacas y el sexo colgando entre las piernas, Eduardo Oligochea da un brinco.

- Es que estamos muy locos, doctor – dice Matilda mientras le da cuerda al fonógrafo y extiende

sus brazos para empezar a bailar con Joaquín. Sus pasos son grotescos, la manera en que se

besan también.

- ¿No vas a tomar notas, Eduardo? – le pregunta el fotógrafo -. Somos todo un caso.

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En lugar de incorporarse y salir indignado de la casa, Eduardo da ligeros sorbos y los observa

cuando una sonrisa se asoma.

- He visto casos peores – los reta. (Garza, 1999: 231).

Como brevemente hemos discutido en la introducción, no es la primera vez que Matilda exhibe

una actuación paródica. Cuando residió en el burdel La Modernidad, Matilda y su amiga Ligia

entretenían los visitantes con una parodia del libro Santa de Federico Gamboa, que cuenta la

historia de una prostituta que se enamora de un cliente. Las dos mujeres se burlan de este

personaje, pero, más tarde, las historias de ellas mismas se vuelven iguales que el cuento. Ligia

se va primero, y después Matilda conoce a Paul Kamàck, se enamora de él y lo sigue a las minas

de Real de Catorce. Tanto en su vida como prostituta como en su vida como demente, representa

una farsa de ella misma. La referencia intertextual a este libro, que es incluido en la novela de

manera irónica, es una de las mejores indicaciones de la “nueva novela histórica” en Nadie me

verá llorar. Cristina Rivera Garza no sólo construye una historia a partir de los expedientes que

ha estudiado, sino que incluye elementos paródicos de manera que la novela permita varias

interpretaciones.

Foucault apunta que, durante todo el siglo XIX, la simulación de los locos ha sido un problema.

Refiere a esta simulación como una mentira, ya que la locura simula a la locura. Con este

proceso, los locos responden al poder psiquiátrico que no cuestiona la verdad, sino que

cuestiona la mentira. (Foucault, 2003: 135). En Las nubes el doctor Real observa que “la

experiencia [le] ha demostrado muchas veces lo difícil que resulta saber cuál es la percepción

exacta que los locos tienen de la realidad, lo que explica […] que para mucha gente locura y

simulación sean casi sinónimos” (Saer, 1997: 160).

El personaje del señor Troncoso no simula la locura, sino que simula ser una persona sana. Es

otra estrategia para cuestionar la autoridad del médico. Mientras que Matilda y Joaquín se

burlan del doctor Oligochea, Troncoso hace ver que no necesita un médico y envuelve al doctor

Real en cuanto al reconocimiento del paciente.

Una conducta habitual en este tipo de enfermos es precisamente ese aire de superioridad que

adoptan en presencia de sus médicos […]. En su gesto había también una tentativa, bastante

hábil por otra parte, por disimular su locura, como esas personas que han bebido y, para que no

se note del exterior, tratan de adoptar las poses que ellos creen más naturales […] (Saer, 1997:

110).

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La pretensión de ser superior es una muestra de su locura, porque inversa la jerárquica social.

Por esta actitud pone de manifiesto este orden entre el médico y el paciente.

Lillian Feder enfatiza que el lenguaje de los locos es sobre todo simbólico. Dice que “las

variedades de comunicación entre los locos incluyen la mudez, la violencia y el suicidio, tanto

como los símbolos verbales y pictóricos” (1980: 33-34). Y todas estas maneras de expresión

dan prueba de una experiencia interna muy variada y compleja. Los gestos simbólicos del joven

Prudencio Parra, personaje en Las nubes, que expresan las cuatro etapas del conocimiento de

Zenón, son un claro ejemplo de una vía de comunicación que difiere del lenguaje verbal. Al

lado de esto, muestra que Saer también incluye elementos intertextuales. Para sor Teresita, el

sexo es el modo de comunicación con el que transmite fuerzas místicas. El jardinero del

convento fue acusado de abuso sexual, mientras que, en realidad, fue Teresita la que “lo sometía

a una especie de violencia” (Saer, 1997: 91). Sor Teresita utiliza el sexo para conseguir la unión

del hombre y de Dios.

según la monjita, Cristo le había ordenado varias veces consumar la unión carnal con la criatura

humana, y la unión divina con el Espíritu Santo, para alcanzar de esa manera la perfecta unión

con Dios, ya que después de la resurrección y la subida al reino de los cielos, el principio divino

y el elemento humano de Cristo, que se habían reunido en la Encarnación, estaban de nuevo

separados, y mientras que el primero se había instalado a la diestra de Dios, el segundo se hallaba

disperso entre los hombres (Saer, 1997: 94).

Comunica su fe en forma escrita, en el Manual de amores. En este manuscrito describe su

delirio místico y la pasión entre ella y el jardinero en una mezcla de prosa y poesía. El doctor

Real observa que “los enfermos mentales, cuando poseen cierta educación, tienen casi siempre

la tendencia irresistible a expresarse por escrito, intentando disciplinar sus divagaciones en el

molde de un tratado filosófico o de una composición literaria” (Saer, 1997: 94). Otro ejemplo

que sostiene esta observación, es el señor Troncoso. Proclama su programa político en partes

escritas que diariamente manda al doctor Real (Saer, 1997: 149). La afirmación incluso se

extiende al personaje principal de Nadie me verá llorar. Cuando finalmente ha regresado al

manicomio, Matilda empieza a expresarse en escritos en que mezcla de manera confusa sus

propias experiencias con comentarios políticos. De un lado, “la tendencia irresistible a

expresarse por escrito” evoca reflexiones sobre la asociación del loco con el genio, que es un

debate celebrado hasta hoy en día. De otro lado, podemos interpretar las menciones de estos

escritos como un tipo de metatextualidad. El personaje de Matilda Burgos se origina por la

investigación de textos provenientes del manicomio La Castañeda por Cristina Rivera Garza, y

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sus escritos establecen en cierto modo un puente entra la historia ficticia y la historia real. En

el caso de Las nubes, las experiencias del doctor Real también se presentan en la forma de un

manuscrito auténtico, leído por Pichón.

III.5 La zona gris entre la locura y la razón

La locura se vincula más con las mujeres que con los hombres y más con las figuras amorales

que con los ciudadanos obedientes y piadosos. La locura se expresa en varios casos por un uso

extraordinario del lenguaje. Estas observaciones -sobre el lenguaje en menor medida- muestran

que la locura se opone a la norma social en lugar de a la norma médica, y es, como las normas

sociales, bastante arbitraria. Hemos visto, desde varias perspectivas, que la internación del

personaje Matilda se debe a su comportamiento desviado, sin ser necesariamente enfermo. La

arbitrariedad está representada también por otro personaje en Nadie me verá llorar, a saber, el

fotógrafo Joaquín. Es la figura en el medio de la razón y la locura. De un lado, entra

sistemáticamente en el manicomio sin tener una función práctica allí, a pesar de tomar

fotografías - pero sólo lo hace en el inicio de la historia. De otro lado, es un adicto a la morfina,

como lo son también algunos internados. Oficialmente los drogadictos, por tanto, son tratados

en el manicomio, pero Joaquín no. Sin embargo, el doctor Oligochea mentalmente separa este

tipo de enfermos de los otros locos, porque vienen de grupos sociales aceptables, han tenido

vidas “normales”.

[…] Eduardo Oligochea] sólo lo observa con desapego. Toxicómano. Morfina. 50 centigramos

al día. A últimas fechas el manicomio ha sido invadido por una nueva camada de locos. […]

Los toxicómanos forman un grupo aparte. Son, por lo regular, aunque no todos, oficinistas,

farmacéuticos, estudiantes de leyes o de medicina. Gente como él. (Garza, 1999: 97-98).

En Las nubes, el doctor Real comparte sus reflexiones sobre la naturaleza de la locura con los

lectores. La cita siguiente nos presenta la perspectiva moderna del médico. En ella, explica que

todo el mundo posee una potencialidad de locura. La distinción entre razón y locura es, por

tanto, más bien una escala que dos categorías separadas.

Hay mucha gente que piensa que la locura es contagiosa: si lo es, lo es menos porque, en

presencia de un loco, los que lo rodean adquieren sus mismos síntomas que porque la locura es

tan corrosiva que, alterando a los que deben convivir con ella, hace surgir en ellos síntomas

propios que en tiempos normales seguirían dormidos, […]. (Saer, 1997: 151).

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En una ocasión anterior, cuando el doctor Real habla con el jardinero que ha sido convencido

por las ideas de la sor Teresita, concluye: “El caso del jardinero prueba con claridad un hecho

muchas veces observado: nada puede llegar a ser más contagioso que el delirio.” (Saer, 1997:

96). Incluso antes del viaje aventurado el médico creía en la contagiosidad de la locura.

Sin embargo, si la presencia de un loco provoca la locura, la razón de los médicos se cuestiona.

En Madness in civilization, Scull evoca el fenómeno del médico que se vuelve loco en su propio

manicomio (2015: 231). En Las nubes, el doctor Real establece una conexión extraña con su

caballo en el momento en el que se encuentra solo en la naturaleza salvaje y silenciosa de la

Pampa, y tiene su propia experiencia de locura. Experimenta la sensación de que su caballo

entiende el universo mejor que el hombre. Este pensamiento cambia toda su percepción del

mundo que conoce, como si se encontrara en otra dimensión. Concluye que, en este espacio del

Otro, la Otredad engendra la locura: “[…] mi conciencia, rebelde, persistía, susurrándome: “Si

este lugar extraño no le hace perder a un hombre la razón, o no es un hombre, o ya está loco,

porque es la razón lo que engendra la locura”.” (Saer, 1997: 143).

Opina, por tanto, que en la Pampa una experiencia objetiva es imposible. La definición de la

locura que Feder (1980: 5) propone, postula que es “un estado en que los procesos inconscientes

predominan sobre los conscientes hasta tal punto que los controlan y determinan las

percepciones y las respuestas a la experiencia que […] son confusos e inapropiados”. El doctor

Real ha tenido, entonces, una experiencia que toca a su subconsciencia y que engendra una

reacción subjetiva. Cuando explica su experiencia al doctor Weiss, este último:

adoptó una expresión grave y reflexionó un buen rato antes de contestar: “Entre los locos, los

caballos y usted es difícil saber cuáles son los verdaderos locos. Falta el punto de vista adecuado.

En lo relativo al mundo en el que se está, si es extraño o familiar, el mismo problema de punto

de vista se presenta. Por otra parte, es cierto que locura y razón son indisociables. (Saer, 1997:

143).

En su artículo sobre Las nubes, María Coira apunta el problema de la distinción entre los locos

y los cuerdos como uno de los más importantes temas en la novela. La destaca tanto en los

comportamientos de algunos personajes como en los pensamientos del doctor Real (2001: 119).

Como hemos observado en el apartado sobre el lenguaje, los locos, por ejemplo, el Señor

Troncoso, simulan la sanidad, y ponen en duda la posibilidad de una diagnosis correcta. Revela

una problemática que no es nueva en la obra de Saer, o sea, el cuestionamiento de los límites

de la percepción de la realidad (Coira, 2001: 121).

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Se puede observar que la locura no está muy lejos de la razón, dependen la una de la otra. La

locura no es libre de la razón, y en la razón está presente la locura. Esta interacción es

investigada en las dos novelas. Ambas contemplan la arbitrariedad de la locura, y la entrada de

la irracionalidad en la racionalidad durante el Porfiriato y durante el período de las nuevas

ciencias que el doctor Real y el doctor Weiss han traído desde Europa, épocas en las que prima

la objetividad.

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IV. Conclusión

Ambas novelas cuestionan la frontera entre la locura y la razón y muestran de esta manera que

la identificación del loco no resulta fácil o unívoca. Sin embargo, aunque estas obras tratan en

gran medida los mismos temas, difieren en algunos puntos. En lo que sigue, apuntamos algunas

de las diferencias y también esbozamos unas observaciones concluyentes.

Para descubrir la concepción de la locura, es preciso estudiar el método del médico. Según

Foucault, la tarea del médico consiste en identificar objetivamente la enfermedad mental. El

doctor Oligochea de Nadie me verá llorar lo ve como su misión, e incluye todo lo que sabe de

los enfermos en los expedientes médicos. En este proceso, sólo ve lo que expresan sus pacientes

como síntomas de su locura, y no concede valor al contenido de las historias de, por ejemplo,

Matilda Burgos. Los médicos de Las nubes, al contrario, consideran a los locos como personas

únicas, y en su testimonio, el doctor Real presta atención a la significación de los puños cerrados

del joven Prudencio Parra, por ejemplo, y en las doctrinas tanto de sor Teresita como del señor

Troncoso. Es una distinción importante entre el tratamiento de los pacientes por parte de los

médicos en ambas novelas.

Sin embargo, en las dos novelas, los médicos resultan ser las autoridades superiores. Y ambas

historias muestran que la locura concierne a los poderes políticos y sociales. Queda claro que,

aunque se encuentran en la periferia de la sociedad, los locos también son sometidos a la

disciplina social. La biopolítica entra en el manicomio en la forma de la institución del poder,

el médico. Es más bien el caso de un sistema político represivo, como el Porfiriato en Nadie me

verá llorar, que en el contexto de un país en vías de consolidación como en Las nubes. Este

hecho se explica también porque el concepto de la biopolítica manifiesta una correlación con

el nacimiento del liberalismo, que exigió una nueva forma de poder. Foucault apunta que el

manicomio precisa orden y reglamentos para funcionar bien, o sea, para que el médico pueda

observar a sus pacientes con una mirada objetiva. No obstante, la cientificidad no está siempre

presente en el método del doctor Oligochea de Nadie me verá llorar. Parece diagnosticar más

desde su intuición que desde las pruebas médicas. Por retratar al médico de esta manera, Cristina

Rivera Garza cuestiona la objetividad de la psiquiatría a principios del siglo XX. Recordamos

que el estudio científico de los enfermos mentales sólo se hizo a partir del siglo XIX.

En el análisis hemos prestado atención al espacio de la locura, porque informa sobre la relación

entre el loco y la sociedad. Generalmente los enfermos mentales son enviados al manicomio.

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En la época del Porfiriato, son con frecuencia las autoridades las que colocan a las personas

disidentes en una institución psiquiátrica, como le sucede a Matilda Burgos en Nadie me verá

llorar. En Las nubes la colocación es la decisión de la familia, y los médicos deciden si, de

verdad, se trata de un loco. Sin embargo, ambas novelas muestran que a veces el manicomio se

presenta como un refugio al que el loco se dirige voluntariamente, por razones políticas o

personales. El manicomio no es, por tanto, unívocamente represivo y horrible, y su relación con

el mundo exterior es igualmente ambigua. Tiene características de la heterotopía porque se

encuentra en la periferia de la sociedad y se presenta como una isla de resistencia, pero, al

mismo tiempo, no está a salvo de las estructuras del poder que reinan en las partes más centrales.

Cuanto más fuerte este sistema de poder, tanto menos el loco tiene la posibilidad de expresar

su Otredad. El manicomio ambulante de Las nubes permite a los enfermos vivir su locura,

porque se encuentran en un doble espacio de Otredad: no sólo en el espacio de la locura, sino

también en el espacio antiguamente conocido como el de la barbarie.

Es, por cierto, sólo a partir del siglo XVII cuando se empieza a ver a los locos como una

amenaza para el orden establecido. De esta visión surgió la voluntad de no incluirlos en la

sociedad. Esta decisión, que provoca una división en la sociedad, ayuda a reforzar el

establecimiento, como apunta Giorgio Agamben. Internarse en un manicomio puede ser la

consecuencia de un comportamiento desobediente, como muestra la historia de Matilda. Es

colocada a principios del siglo XX porque ha negado favores sexuales a unos soldados. Su

diagnóstico como loca se debe también a la inmoralidad de su profesión de prostituta. Es una

de las muchas mujeres reales que han recibido el diagnóstico de “locura moral”.

Antes del siglo XVIII y del confinamiento de los locos, se recurría a la naturaleza y a los viajes

para curar a los locos de sus errores mentales. En Las nubes se combina este recurso con el

tratamiento más tardío, o sea, la internación. El viaje a través de la Pampa fue beneficioso para

el joven Prudencio Parra, aunque aumentó el estado frenético del señor Troncoso y de sor

Teresita. En la vida de Matilda Burgos de Nadie me verá llorar, la partida del campo para la

ciudad la llevó a un camino que finalmente terminó en el manicomio. Sin embargo, en la novela

su locura no es entendida como una consecuencia de la ciudad, sino que, según el diagnóstico

del doctor Oligochea, como una herencia de su padre.

En las novelas observamos una semejanza entre el personaje principal de Nadie me verá llorar,

Matilda Burgos, y el único personaje femenino de Las nubes, sor Teresita. En los casos de las

dos mujeres, la locura fue determinada en base a un comportamiento sexual indeseable. La

primera trabajó como prostituta y la segunda convenció al jardinero del convento para tener

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relaciones sexuales con ella. Tanto Matilda como Teresita dan prueba de una desobediencia

hacia otro sexo, y no se inscriben dentro de la norma femenina. La internación de mujeres por

tales razones pasó con frecuencia en los siglos XVIII y XIX, y, sobre todo en Nadie me verá

llorar, podemos distinguir una crítica a este fenómeno de represión femenina en sociedades

machistas.

Otro fenómeno que tienen en común ambas novelas, es que los locos exhiben una relación

alterada con el medio específicamente humano que permite la construcción de una sociedad, o

sea, el lenguaje. Para algunos, es el síntoma más saliente de la locura, por ejemplo, para los

hermanos Verde de Las nubes. Otros, como el joven Prudencio Parra de Las nubes y Matilda

Burgos, caen en un estado de melancolía y desean el silencio, que es interpretable como una

protesta a las autoridades que no los escuchan. También encontramos otro tipo de rebelión en

las novelas: los espectáculos paródicos de Matilda y la historia irónica de sor Teresita.

La concepción de un fenómeno, como la locura, raramente es unívoca en un determinado

tiempo y espacio, aunque siempre existen tendencias notables. En la novela de Saer se encuentra

una mezcla de ideas de diferentes épocas que convergen. Los personajes del doctor Weiss y del

doctor Real son hombres internacionales que han traído ideas modernas europeas a una

Argentina en vía de consolidación. Sin embargo, la imagen de su Casa de Salud no sólo es

anacrónica en la Argentina, sino también en la Europa de aquella época. En La Castañeda, y,

en particular, en el internado Matilda también confluyen distintas visiones de la locura. Los

diferentes personajes que la rodean son las encarnaciones de ideas modernas y tradicionales, de

filosofías que soportan a Porfirio Díaz pero también de otras que lo resisten.

Las dos novelas manifiestan en diferentes maneras la arbitrariedad del concepto de la locura, y

el estudio de la percepción de este fenómeno revela más sobre las tendencias existentes en la

sociedad que del estado médico de personas concretas. Y, por eso, sigue siendo interesante este

tema para criticar algunas de estas tendencias. La locura se vincula con la subjetividad y es una

amenaza para la objetividad. Sin embargo, la visión exterior de la locura, y, por tanto, su

tratamiento, tampoco resultan objetivos. Y parecen ser aún menos razonables en un período en

que se alardea de la objetividad y se intenta desarrollar las ciencias. De esta forma, escribir

sobre la historia desde el punto de vista de la locura, es poner en cuestión la veracidad de nuestra

visión del pasado. El cuestionamiento de la estabilidad del pasado y de la posibilidad de

conocerlo es, por tanto, característico al género de la “nueva novela histórica”. Se consigue esta

crítica por la combinación de hechos históricos y documentos reales con historias ficciosas, por

la incorporación de elementos cómicos e irónicos y por el cambio de perspectiva con respecto

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a otras novelas históricas. Todas estas características de la “nueva novela histórica” están

presentes en las dos novelas. Para estudios futuros, sería interesante ampliar el corpus y analizar

el uso y la concepción de la locura en otras novelas contemporáneas latinoamericanas.

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Definición palabra “Psicastenía”, diccionario Vox, marca registrada por Larousse Editorial.

Consultado el 3 de mayo de 2017

http://www.diccionarios.com/detalle.php?palabra=psicastenia&dicc_93=on