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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulante Gutiérrez 1

La construcción social de laadolescencia a través de la cultura

Academia Mexicana de Pediatría

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2 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulante Gutiérrez

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Academia Mexicana de Pediatría

La construcción social de laadolescencia a través de la cultura

Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez(Compilador)

Ciudad de México, 2015.

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Academia Mexicana de Pediatría, A.C.

Mesa Directiva2014-2015

Presidente/Director de Boletín y WebM. en C. Julio César Ballesteros del OlmoPresidente Honorario VitalicioDr. Lázaro Benavides VázquezVicepresidente/Director de ComitésDr. Arturo Perea MartínezSecretario General/Coordinador de ComitésDr. Raúl Villegas SilvaSecretaria AdjuntaDra. Dina Villanueva GarcíaTesorero/Coordinador WebDr. José Fernando Huerta RomanoEditor del BoletínDr. José Osvel Hinojosa PérezCoordinador EditorialDr. Manuel Gómez GómezDr. Luis Velásquez JonesCoordinador Cruzadas QuirúrgicasDr. Jorge Alamillo LandínDr. José Antonio Ramírez VelascoCoordinador AcadémicoDr. Javier Mancilla RamírezCoordinador de InvestigaciónDr. Miguel Ángel Villasis KeeverCoordinadora CEMESATELDra. Dina Villanueva GarcíaCoordinador Capítulo NoroesteDr. José Guillermo López CervantesCoordinador Capítulo NoresteDr. Víctor Javier Lara DíazCoordinador Capítulo OccidenteDr. José de Jesús Pérez MolinaCoordinador Capítulo CentroDr. Armando Quero HernándezCoordinador Capítulo SuresteDr. Sergio Romero Tapia

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Advertencia: el conocimiento de las ciencias clínicas está en constante cambio. Cuando hay nueva información disponible es necesario efectuar cambios en el tratamiento y uso de medicamentos. Se ha tenido cuidado en revisar que las dosis de los medicamentos recomendados y los esquemas de tratamiento sean los aceptados comúnmente al tiempo de la publicación. Se recomienda al lector revisar cuidadosamente el material incluido en las cajas de los medicamentos antes de su administración. Esto es especialmente importante en el caso de medicamentos nuevos o en aquéllos de uso poco frecuente.

La construcción social de laadolescencia a través de la cultura.

© Academia Mexicana de Pediatría, A.C.,Órgano asesor de la Secretaría de Salud,Montecito # 38, Oficina 3, Colonia Nápoles,Deleg. Benito Juárez, CP 03810,Teléfonos 90-00-23-89 y 90-00-32-89México, D.F. E-mail: [email protected]

Todos los derechos reservados. Ningunaparte de esta publicación puede ser reprodu-cida, almacenada en sistema alguno o trans-mitida por otro medio -electrónico, mecánico,fotocopiador, registrador, etc.- sin el permisoprevio por escrito de los autores.

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S.A. de C.V.

Tel: 8589-8527 al 32E-mail: [email protected]

Impreso en México / Printed in MéxicoNoviembre de 2015

Portada: Códice Borgia. Xochiquétzal y Xochipilli. Almas gemelas que representaban a los niños, a la juventud, a las flores, al amor, al erotismo y a la alegría, entre muchos simbolismos más.

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Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez(Compilador y colaborador)

• Doctor en Medicina, Pediatra, Endocrinólogo.• Ex Médico investigador de tiempo completo del Sistema Nacional

de Investigadores nivel 2, Hospital Infantil de México “Federico Gómez”.

• Fundador y Ex Jefe del Departamento de Medicina de Adolescentes, Hospital Infantil de México “Federico Gómez”.

• Miembro titular de la Academia Mexicana de Pediatría.• Miembro de la Sociedad Mexicana de Pediatría.• Investigador Asociado del Instituto Mexicano de Estudios Sociales,

A.C. (IMES).• Asesor temporal de la Organización Panamericana de la

Salud (OPS/OMS) y de la UNICEF en Programas de Salud y Adolescencia.

• Profesor Titular y Coordinador de los Diplomados de Salud de la Adolescencia, Sociedad Mexicana de Pediatría.

• Ex miembro del Comité de Adolescencia de la Internacional Paediatric Association.

• Secretario Adjunto del Comité de Adolescencia de la Asociación Latinoamericana de Pediatría (ALAPE).

• Miembro Fundador de la Asociación Latinoamericana de Obstetricia y Ginecología de la Infancia y la Adolescencia (ALOGIA).

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Coautores:

Brand-Barajas, Juan PabloPsicoanalista, investigador en la Universidad Intercontinental.• Juventud, identidad y rock n’roll.

Castells, PaulinoDoctor en Medicina, Pediatra, Psiquiatra. Director del Centro Médico Psicológico del Niño y de la Familia, Barcelona, España.• Una nueva forma de vivir la vida: salir de noche y dormir de día.

Chávez-Gutiérrez, María AntoniaDoctora en Sociología. Profesor investigador del Departamento de Desarrollo Social de la Universidad de Guadalajara, México. Miembro de la Red Jalisciense de Investigadores sobre la Juventud. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Miembro de la Asociación Jalisciense de Ciencias.• Globalización, impacto social en la educación y el empleo de los y las

jóvenes.

Dulanto Gutiérrez, EnriqueDoctor en Medicina, Pediatra, Endocrinólogo. Miembro Titular de la Academia Mexicana de Pediatría; Profesor titular del Curso de Medicina del Adolescente, Sociedad Mexicana de Pediatría; Fundador y Ex Jefe del Departamento de Medicina del Adolescente, Hospital Infantil de México “Federico Gómez”. Asesor temporal en Medicina del Adolescente, OPS-OMS.• La cultura y su participación en la construcción de la adolescencia y

juventud.

Feixa-Pampols, CarlesProfesor de antropología e historia de la juventud en la Universidad de Lérida, Cataluña, España.• Púberes, efebos, mozos y muchachos. “La juventud como construcción

cultural”.• “Tribus urbanas” y “Chavos banda” las culturas juveniles en Cataluña y

México.

Fernández-Ramírez, María EstelaSocióloga, Investigadora Titular de Tiempo Completo. Ex Directora del Instituto Mexicano de Estudios Sociales (IMES), México. Profesora de sociología, Facultad de Psicología, Universidad Intercontinental, México.• La realidad juvenil actual en México vista desde la demografía.• Aspectos sociales de los jóvenes en conflicto con la ley (jóvenes captados

por instituciones para menores infractores).

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Melgoza-Magaña, María EugeniaDoctora en Psicología, psicoterapeuta, profesora de la Universidad Intercontinental,miembro de la Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo; coordinadora del libro Adolescencia. Espejo de la sociedad actual. Ed. Lumen, México 2002.• Caminando con adolescentes- una mirada retrospectiva.

Mendoza-Carrera, EnriqueDoctor en Filosofía; psicoanalista, Ex Director de bioética de la provincia mexicana y América Central de la orden hospitalaria de San Juan de Dios; Presidente del Comité Provincial de Bioética, Ex Coordinador de comités hospitalarios en la Clínica Psiquiátrica San Rafael; Ex Director del Departamento de Prácticas Profesionales de la Facultad de Psicología, Área de la Salud.• La problemática cultural de los jóvenes: Una búsqueda de la resignificación

teórica y social del ámbito juvenil.

Salazar-Rojas, DiegoDoctor en Antropología Médica. Maestro en Salud Pública. Licenciado en Educación para la Salud. Profesor de la Escuela de Salud Pública Universidad de Chile. Consultor y Evaluador en Antropología Médica, Proyecto de Salud Integral del Adolescente, Área Oriente Santiago de Chile. Asesor OPS/OMS.• Padres e hijos gobernantes y gobernados, jóvenes y adultos: relaciones

intergeneracionales en occidente del siglo XXI.• Jóvenes. Liberación y transgresión: conservadores de la resistencia.

Serrano-Sánchez, Jesús AntonioEx Coordinador de Vinculación de Investigación del Área de Postgrado, Investigación y Educación Continua en la Universidad Intercontinental.• Ninis: Oportunidad y no problema.

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Prólogo

La adolescencia es un periodo vital del individuo que se sitúa entre la pubertad y la edad adulta, y cuyo rango de duración varía según las diferentes fuentes, aunque generalmente se enmarca su inicio alrededor de los 10 años, y su finalización a los 20 años. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adolescencia es el periodo comprendido entre los 10 y 19 años y está integrada dentro del periodo de la juventud –entre los 10 y los 24 años–. La pubertad o adolescencia inicial es la primera fase, comienza normalmente a los 10 años en las niñas y a los 11 en los niños y llega hasta los 15 años. La adolescencia media y tardía se extiende hasta los 19 años. A la adolescencia le sigue la juventud plena, de los 20 a los 24 años. Algunos autores consideran que la adolescencia abarca hasta los 21 años e incluso varios estudios recientes han extendido a la adolescencia hasta los 25 años de edad.

La OMS considera que la población mundial actual es de 7,500 millones de personas y estima que una de cada cuatro personas es un adolescente (para un total de 1,875 millones de adolescentes), 85% de los cuales viven en países pobres o de ingresos medios, y alrededor de 1.7 millones de ellos mueren cada año.

Desde hace décadas, el adolescente es visto erróneamente como un ser problemático, irreverente, irrespetuoso, idealista, inconstante, incomprendido, inconsciente, indolente, inestable, irascible, indestructible y muchos términos más, algunos más insultantes que constructivos y por lo cual es más cosificado como raro, anormal, fuera de lugar, por sus familiares e incluso por los propios médicos.

Durante décadas y hasta hoy, ha habido un gran abismo en el conocimiento del adolescente en la escuela pediátrica mexicana, en la que la adolescencia, como se marca líneas arriba, es un constructo y un término biológico con inicio y fin. Cuando se trata de valorarlo por su conducta en casa o en la escuela o sociedad, y más aún cuando está enfermo, el adolescente se convierte en tierra de nadie: después de los 15 años (en algunas instituciones se contemplan ya edades mayores) deja de ser adolescente para convertirse, por definición institucional, en un adulto. Pero como no es un adulto-niño, el médico de adultos es incapaz de valorarlo; y como es un niño grandote después de los 15 años, el médico de niños ya no lo verá más por definición institucional en detrimento de su bienestar en salud y enfermedad.

La adolescencia es principalmente una época de cambios. Es la etapa que marca el proceso de transformación del niño en adulto, es un periodo de transición que tiene características peculiares. Se llama adolescencia, porque sus protagonistas son jóvenes que aún no son adultos pero que ya no son niños. Es una etapa de descubrimiento de la propia identidad (identidad psicológica, identidad sexual), así como de la autonomía individual.

Ése es nuestro interés, que todos los personajes que giran alrededor de la vida de los adolescentes lo sepan.

Por fortuna para los adolescentes, hay tres escuelas muy bien definidas desde hace años que tienen el objetivo de capacitar para entender y la otra de estudiar, para comprender y capacitar, que al final del día se encaminan a que el adolescente sea entendido desde el punto de vista bio-psico-social como un ser humano integral, en desarrollo, un ser potencialmente productivo y transformador si lo sabemos encausar, un ser que necesita una identidad propia, un lugar y un

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espacio familiar, escolar y social adquirido con el ejemplo, y guía de sus padres o tutores y que busca ansioso y a gritos manifiestos con su conducta “anormal”.

Estas escuelas, y tengo que decirlo porque yo no estoy peleado con las formas de expresar el conocimiento, estoy a favor de difundirlo, representadas por la Dra. Enriqueta Sumano y el Dr. Enrique Dulanto, autor de este libro, y la del Instituto Nacional de Pediatría, han generado ya una corriente de médicos pediatras y personal para la salud, interesados en el conocimiento del adolescente; sólo mencionaré algunos académicos que hoy ya se destacan en el estudio profundo y el conocimiento del adolescente en sus diferentes facetas: La Dra. Elva Vázquez Pizaña, la Dra. Guillermina Mejía Soto, la Dra. Eréndira Sequeiros Loranca, la Dra. Corina García Piña, el Dr. Francisco Fernández Paredes, el Dr. Héctor Villanueva Clift, El Dr. Arturo Perea Martínez, el Dr. Jorge Trejo Hernández, el Dr. Xavier Novales Castro, Rocío Cárdenas Navarrete, Juana Serret Montoya, María del Carmen Laurel Morillón, Alicia Gorab Martínez y, por supuesto, el Dr. Arturo Loredo Abdalá todos en el D.F. y en otro frente en el interior de la República el Dr. Roberto Martínez y Martínez (QEPD), la Dra. Gabriela Bastarrachea y muchos más que escapan ahora a mi memoria y que hoy son una realidad que incide sobre la salud del adolescente al fomentar la capacitación de los tomadores de decisiones. Llama también la atención en tiempos recientes la formación de servicios de medicina del adolescente, pero integrados al servicio de psiquiatría en hospitales pediátricos, de perinatología y psiquiátricos a excepción de la Clínica del Adolescente del INP, siempre con la intención de abordar las patologías de referencia.

Esperamos que pronto la medicina preventiva sea la pauta para la capacitación moderna en medicina del adolescente.

Sabiendo que los adolescentes en el mundo y en México serán un verdadero problema de salud pública por lo antes referido, en los años venideros, en este grupo etario con una gran variedad de realidades socio-económicas y socio-culturales en las que viven, mismas que determinan de manera significativa sus posibilidades de desarrollo y su proyección hacia el futuro, el gran desafío es garantizar la satisfacción de sus necesidades y demandas; pero la realidad mexicana con 60% de la población viviendo en la pobreza, las expectativas y posibilidades reales a las cuales se enfrentan para el pleno desarrollo de sus capacidades y potencialidades particulares, se ven muy limitadas.

Hoy existen retos de todos los países para impulsar con más fuerza investigaciones sobre las diversas problemáticas que atañen a adolescentes y jóvenes, como son: el acceso a la educación por parte de todo adolescente, sin importar su condición económica y su condición de género; la fuerza de trabajo en potencia y los problemas futuros como la mala calidad del empleo y el desempleo, las adicciones y sus consecuencias para la salud futura; los mitos y tabúes sobre su salud sexual y reproductiva y sus consecuencias en la morbilidad y mortalidad de éstos, y el enorme problema de la violencia, entre otros.

Para el año 2050, la población mundial habrá aumentado 50%, es decir, el número de personas será de aproximadamente 9,300 millones. Para este tiempo 85% de la población se concentrará en los países más pobres. La variación más importante ha sido y será en el porcentaje que representan los niños y los adultos en el total de la población. Algunas explicaciones de esto se encuentran en el descenso de la fecundidad y en el número de hijos por mujer y, por otro lado, en el incremento de la esperanza de vida.

La población de adolescentes se concentra en ciudades medianas y grandes, encontrando que 57% de ellos se localiza en ocho entidades de la República Mexicana con áreas urbanas más densas. En otro enfoque, 50% de jóvenes se

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encuentra en siete de las 32 entidades federativas del país. La juventud en México es predominantemente urbana (localidades > 2,500 habitantes) en donde se ubica 61% del total, proporción más alta que la de la población total.

El reto social que implica este panorama demográfico es el de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de esta población, y crear las condiciones suficientes para el desarrollo de sus capacidades y planes de vida para el futuro.

Entendiendo el factor de riesgo como una característica o circunstancia cuya presencia aumenta la posibilidad de que se produzca un daño o resultados no deseados, las y los adolescentes por diversas circunstancias ambientales, familiares e individuales, frecuentemente desarrollan conductas que participan como factores de riesgo.

Las conductas de riesgo, que a su vez pueden constituir daños más comunes son: adicciones (tabaquismo, alcoholismo y drogadicción), exposición a ambientes peligrosos y violentos que asociados potencializan la probabilidad de que las y los adolescentes sufran accidentes, suicidios y homicidios, entre otros. Otras conductas de riesgo importantes son las relaciones sexuales sin protección, que pueden llevar a infecciones de transmisión sexual como el VIH/SIDA, y a embarazos no planeados. También la mala alimentación, que predispone a desnutrición u obesidad.

Vale la pena comentar que, si bien el potencial de desarrollo de los jóvenes es inmenso, éste se ve influenciado por muy diversos factores; y estamos ciertos que, en la medida que éstos sean favorables, serán un crisol para que los jóvenes encuentren los mejores caminos para su desarrollo integral. También estamos ciertos que en el mundo de hoy, sobre todo en el joven que vive en la pobreza y en comunidades aisladas, o en las dos, o incluso en el de buen nivel económico pero sin orientación y guía paterna, se ofrece, en los segundos, libertinaje y explotación de satisfactores vanales y en los primeros, inequidad, pobreza, desnutrición o sobrepeso y obesidad, falta de educación, muy pocas oportunidades de empleo, y en consecuencia, si los hay, sueldos ínfimos, y en todos, exposición a los factores enunciados arriba además de violencia en cualquiera de sus expresiones y al mercado ilegal de estupefacientes, factores que lo empujan a tomar decisiones fáciles que comprometen su salud y su vida con tal de ganar unos pesos y subsistir fácilmente, aumentando las posibilidades de tener una muerte prematura. Un triste panorama para el futuro de México.

Esta realidad cierta pero que ofrece un futuro incierto a nuestros jóvenes, nos ha estimulado a favorecer la divulgación de este documento que ofrece un cúmulo de experiencia e información a los lectores de todo tipo, estudiantes, adolescentes, padres de familia, maestros de escuela, médicos y toda persona interesada en el bienestar del adolescente. Ofrecerlo libremente y sin costo en la web, ayudará a que cientos y miles de lectores tengan esta valiosa información que les ayudará a comprender el qué y por qué del adolescente en México y el mundo.

Nuestra academia tiene un compromiso con el niño y ese compromiso es mejorar la instrucción y capacitación del personal dedicado a cuidar la salud infantil, difundir el conocimiento y que éste llegue a los estudiantes en formación en escuelas y facultades de medicina y áreas de la salud, a todo el personal que busca la felicidad de nuestros jóvenes, que viva con bienestar en salud y enfermedad. Lo único que no pretendemos es lucrar con el conocimiento de los académicos y de los profesores que trabajan en beneficio del niño, por esta razón, la distribución electrónica de este libro será absolutamente gratuita.

Para finalizar, apuntaré que en el tiempo que tengo de conocer al Dr. Enrique Dulanto, tal vez 15 años, de interactuar con él desde la Sociedad Mexicana de Pediatría en donde llevó por 20 años un curso muy exitoso de Medicina

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del Adolescente, siempre presto a colaborar en las conferencias a donde se le invitaba, con disposición, entrega, pasión y por supuesto erudición y sabiduría que cautivaba y que incrementa con la edad. Hoy, el Dr. Dulanto tiene lo que muchos quisieran tener, ese espíritu incansable por adentrarse en las comunidades para seguir aprendiendo del adolescente y para el adolescente, ese talento que tiene para conocer a las personas y no sólo eso, sino también descubrir los potenciales escondidos en esos muchachos que apenas saben hablar, pero que manifiestan sus necesidades y ganas de ser de mil maneras, y apoyarlos hasta hacer de ellos hombres de bien, profesionales talentosos, productivos para su sociedad. El maestro Enrique Dulanto sabe amalgamar con sabiduría su experiencia, talento, conocimiento, cultura, con un espíritu indomable de adolescente, para darnos elementos valiosos como lo es este libro que él ha cedido a la Academia para su difusión electrónica… a sabiendas de que no habrá regalías económicas.

Es un orgullo para mí, como Presidente de la Academia Mexicana de Pediatría, presentar este material que reúne el esfuerzo de connotados especialistas en el campo de los adolescentes, coordinados muy atinadamente por el Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez, fundador, entre otras cosas, del Servicio de Adolescentes del Hospital Infantil de México Federico Gómez.

¿Qué más podemos pedir? El tiempo nos dará la respuesta.

M en C Julio Cesar Ballesteros del OlmoPresidente de la

Academia Mexicana de Pediatría

México, D.F., Noviembre del 2015.

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Contenido

Página

Colaboradores .............................................................................................. 7

Prólogo ......................................................................................................... 9

Julio César Ballesteros del Olmo

Contenido .................................................................................................... 13

Dedicatoria especial .................................................................................... 15

Agradecimientos ......................................................................................... 16

¿Qué les queda a los jóvenes? ................................................................... 17

Presentación ............................................................................................... 18

Enrique Dulanto Gutiérrez

Capítulo 1. La realidad juvenil actual en México vista desde

la demografía ............................................................................................... 21

María Estela Fernández Ramírez

Capítulo 2. La cultura y su participación en la construcción de la

adolescencia y juventud .............................................................................. 40

Enrique Dulanto Gutiérrez

Capítulo 3. Púberes, efebos, mozos y muchachos.

“La juventud como construcción cultural” .................................................... 68

Carles Feixa Pampols

Capítulo 4. La problemática cultural de los jóvenes: una búsqueda

de la resignificación teórica y social del ámbito juvenil ............................... 99

Enrique Mendoza Carrera

Capítulo 5. “Tribus urbanas” y “Chavos banda” las culturas juveniles

en Cataluña y México ................................................................................ 145

Carles Feixa Pampols

Capítulo 6. Padres e hijos gobernantes y gobernados,

jóvenes y adultos: relaciones intergeneracionales en Occidente

del siglo XXI .............................................................................................. 159

Diego Salazar Rojas

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Página

Capítulo 7. Jóvenes. Liberación y transgresión:

conservadores de la resistencia ............................................................... 168

Diego Salazar Rojas

Capítulo 8. Juventud, identidad y rock n’roll ............................................ 182

Juan Pablo Brand Barajas

Capítulo 9. Una nueva forma de vivir la vida:

salir de noche y dormir de día ................................................................... 189

Paulino Castells

Capítulo 10. Globalización, impacto social en la educación

y el empleo de los y las jóvenes .............................................................. 203

María Antonia Chávez Gutiérrez

Capítulo 11. NINIS: oportunidad y no problema ...................................... 217

Jesús Antonio Serrano Sánchez

Capítulo 12. Aspectos sociales de los jóvenes en conflicto con la ley

(jóvenes captados por instituciones para menores infractores) ............... 223

María Estela Fernández Ramírez

Capítulo 13. Caminando con adolescentes una

mirada retrospectiva ................................................................................. 236

María Eugenia Melgoza Magaña

Índice de materias ................................................................................... 249

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Dedicatoria especial

El doctor Enrique Dulanto dedica el presente libro al doctor y profesor de pediatría Don Lázaro Benavides Vázquez, que recién en marzo del 2015 cumplió 101 años de vida, profunda y generosa como persona y como profesor de pediatría, siemprebondadoso con sus alumnos y compañeros del campo académico, compartiendosus dones y capacidades como ser humano, como profesionista y como un siemprecreativo y gran docente. En particular mi agradecimiento y afecto porque siemprehemos contado con su apoyo, consejo y cálida relación humana en torno a nuestrapreparación como pediatras y particularmente por que fue él quien les solicitó enel año de 1967 a los doctores Luis Rangel Rivera, Enrique Dulanto Gutiérrez, Alfredo Espinoza Moret y Luis Peñaloza fundar el Departamento de Medicina de Adolescentes en el Hospital Infantil de México Federico Gómez.También dedicamos el presente volumen a la memoria de los profesores de pediatría, maestros y grandes amigos Julio Manuel Torroella, la doctora Amapola Adell Gras y el doctor José Domingo Gamboa Marrufo, grandes médicos, pediatras reconocidos, entrañables amigos, dama y caballeros de gran integridad para las Instituciones Científicas, Académicas y Universidades a las que sirvieron. Profesores de pediatría quienes siempre desde las sociedades científicas que presidieron apoyaron a todos en su labor, y en particular a mí en la difusión sobre la atención a la salud del adolescente.A la Academia Mexicana de Pediatría como homenaje a los 64 años de su fundación y a la Sociedad Mexicana de Pediatría en ocasión de cumplir 86 años. Ambas instituciones merecen reconocimiento por su fecunda labor en la tarea de difundir el conocimiento de la pediatría en nuestro país y velar por los intereses en la salud de niños y adolescentes mexicanos.Igualmente nuestro reconocimiento al Instituto Mexicano de Estudios Sociales y a su fundador Luis Leñero Otero, por la labor de construcción del conocimiento sobre la realidad social de México a lo largo de más de medio siglo de trabajo en investigación, enseñanza, producción de textos y material referente para la acción e implementación de programas de desarrollo social en familia, adolescencia y juventud, salud reproductiva y género.A todos los adolescentes de nuestro país y de los hermanos países de Argentina, Colombia, Chile y Ecuador, escolarizados o no, que en nuestro trabajo como investigadores,profesores o consejeros nos han permitido conocerlos tal como son y el mundo que habitan, la sociedad en la que conviven y se forman y a la cual aportan con su diario trabajo en la construcción de nuestros países. Algunos de ellos con un espíritu muy lastimado, pero todos con una conciencia de fines muy clara, realista y una voluntad férrea miran al frente en sus labores como campesinos y en los oficios en los que pueden trabajar y colaborar en la sociedad urbana.

Júrica, Querétaro, 2015.

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Agradecimientos

El doctor Enrique Dulanto Gutiérrez agradece a todos los colaboradores y colaboradoras de este libro por la gran calidad de sus presentaciones siempre generosas, genuinas y sinceras, expresadas de una manera libre y sencilla.En especial al doctor Enrique Mendoza Carrera y a la maestra María Estela Fernández Ramírez por la lectura de los textos y las sugerencias, diálogo y discusión de los mismos.

Mucho agradezco también la amistad, el interés y el entusiasmo puesto en la publicación de esta obra al Médico Sergio Trejo Carapia, por las muchas horas de trabajo dedicadas en el procesador de textos para transcripción y compaginación del presente libro. Igualmente agradezco al Ingeniero Raúl Trejo Carapia su generosa y valiosa ayuda para leer y releer las galeras del texto definitivo de este libro.

Júrica, Querétaro, 2015.

La Academia Mexicana de Pediatria agradece al Académico Manuel Gómez Gómez por su colaboración en la edición inicial de este volumen.

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¿Qué les queda a los jóvenes?

¿Qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de paciencia y asco?¿sólo graffiti? ¿rock? ¿escepticismo?también les queda no decir amén,no dejar que les maten el amor,recuperar el habla y la utopía,ser jóvenes sin prisa y con memoria,situarse en una historia que es la suya,no convertirse en viejos prematuros.

¿Qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de rutina y ruina?¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?les queda respirar, abrir los ojos,descubrir las raíces del horror,inventar paz así sea a ponchazos,entenderse con la naturalezay con la lluvia y los relámpagosy con el sentimiento y con la muerte,esa loca de atar y desatar.

¿Qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de consumo y humo?¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?también les queda discutir con Dios,tanto si existe como si no existe,tender manos que ayudan abrir puertasentre el corazón propio y el ajeno,sobre todo les queda hacer futuroa pesar de los ruines de pasadoy los sabios granujas del presente.

Mario Benedetti

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Presentación

El hombre sólo tiene como única posibilidad seguir construyendo cultura.Sigmund Freud

Nos interesa en esta obra recalcar la importancia que el escenario cultural ha tenido en la historia de la humanidad y tiene, aun más que nunca ahora en la construcción social de la adolescencia y juventud. Para ello presentamos una serie de escritos, fruto de la investigación social y antropológica que describen a grandes rasgos cuáles son las peculiaridades que han caracterizado a estas etapas de la vida en los diferentes contextos culturales en diversas épocas de la historia social humana, por una parte, y por otra, el comportamiento social de los adolescentes y jóvenes de hoy, los denominados postmodernos.Los textos que se presentan llevan el propósito de que quien los lea tenga un mejor conocimiento a través de estos documentos de los factores condicionantes que cada sociedad a través de la familia, el sistema escolar y la época social histórica, marcan el desarrollo de la conducta social de los jóvenes como “generación”. El análisis se presenta desde diferentes ópticas y en ellas se relata cómo los jóvenes construyen socialmente su adolescencia y a través de contarnos cómo viven, se desarrollan, renuevan la cultura heredada, le dan un sentido valórico a su vida y las expresiones culturales con las que se manifiestan dentro del sistema socioeconómico en que viven.

Enrique Dulanto Gutiérrez

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“La ciencia no es una acumulación de verdades, sino una acumulación de propuestas sensatas hechas con el rigor de un método.”

Alfredo López Austin*

“La adolescencia representa un trastorno emocional interno y una lucha entre el eterno anhelo humano de aferrarse al pasado y el deseo, igualmente poderoso, de entrar en el futuro.”

Louis Kaplan**

* Arqueología Mexicana. Ed. Especial no. 60 enero de 2015.** Louise Kaplan. El adiós a la infancia. México. Ed. Paidós-Biblioteca de

Psicología, 1986.

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 21

Capítulo 1.

La realidad juvenil actual en México vista desde la demografía.María Estela Fernández Ramírez

0. Introducción

Al realizar el análisis demográfico de la población joven nos enfrentamos a un primer proble-ma, la definición de la etapa del ciclo vital del individuo durante la cual se considera joven. No podemos negar que existen diversas definiciones, sin embargo desde el punto de vista demográfico es importante atenerse a la disponibilidad de los datos, situación que de entrada limita el análisis.

Para el desarrollo de este trabajo encontramos datos referidos a la juventud que com-prenden diferentes grupos etarios. Por un lado, tanto los documentos del Consejo Nacional de Población (CONAPO) como el texto de Julieta Quilondrán (2004) basan su análisis en el grupo que comprende de los 15 a 24 años. Por otro lado, las Encuestas Nacionales de Juventud (ENJ) realizadas en 2005 y 2010 por el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ) hacen referencia a la población entre 12 y 29 años de edad. En cambio en los datos censa-les del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) encontramos grupos etarios que abarcan cada cinco años. Es por ello que las referencias encontradas en el texto no siempre corresponden al mismo grupo de edad. Hemos tratado de diferenciar la etapa adolescente de 10 a 19 años y la etapa juvenil de 20 a 25 años, en algunos casos hasta los 29 años.

En el concepto de juventud se entrecruzan en su límite inferior, los tiempos de transición entre la niñez y la adolescencia, y en el superior los de la adolescencia y de la edad adulta (Quilondrán, 2004). Sin embargo, tanto las definiciones de los dos extremos, como las de los intervalos constituyen elaboraciones de orden cultural alrededor de hechos biológicamente determinados. Lo que no nos cabe duda es que es en esta etapa en la cual el individuo ad-quiere determinadas habilidades que le permiten acceder y sobrevivir en el medio social al cual pertenece. También es en esta etapa en donde se toman decisiones trascendentales para su vida futura, como por ejemplo el ingreso al mundo laboral, la continuación de los estudios, la decisión de formar una familia, entre muchas otras. Los demógrafos hablan del ingreso a las principales transiciones vitales, que marcan, en gran medida, el éxito o fracaso de su existencia. Al mismo tiempo que el adolescente o el joven construye su identidad, debe tomar decisiones que comprometen su futuro.

En las siguientes páginas se realiza una breve presentación de algunos indicadores demográ-ficos que se consideran importantes para comprender el proceso vital de los y las jóvenes y sus proyecciones hacia el futuro inmediato. Es importante observar que las cifras ofrecen diversas y complicadas realidades en referencia con los adolescentes y jóvenes, de tal manera que para su análisis es imprescindible tomar en cuenta la caracterización tipológica que permita comprender sus procesos de vida, según lugar de origen, edad, sexo, nivel socioeconómico, escolaridad, tipo de familia, entre muchos otros.

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1. La dinámica demográfica

El estudio de la dinámica demográfica permite conocer los cambios en la estructura de la pobla-ción en un determinado momento histórico, así como sus posibles tendencias hacia el futuro. Es por ello que influye de manera importante en la atención que se presta, en cada época, a los diversos temas de población, muchos de ellos retomados como políticas públicas.

Gru

pos

de e

dad

Porcentaje

0.30.3

0.50.8

1.01.3

1.72.2

2.53.03.6

5.05.0

3.83.6

4.85.1

2.41.8

1.51.1

0.90.6

0.40.4

4.64.1

4.03.9

3.32.8

4.9

5.0

4.7

85 y más80-8475-7970-7465-6960-6455-5950-5445-4940-4435-3930-3425-2920-2415-1910-14

5-90-4

0.60.71.11.72.12.83.54.55.36.27.47.57.88.89.89.79.89.4

4.3

4.9

Fuente: Censo de Población y Vivienda 2010, INEGI.

54,855,231 57,481,307

Figura 1.1 Pirámide de la población mexicana en el año 2010. Población total de 112,336,538 habitantes.

Tres procesos que se dieron a nivel mundial en el siglo XX han afectado la dinámica demo-gráfica en México, y en muchos otros países, de manera importante:

• La caída de la mortalidad, de manera ininterrumpida desde los años 30.• El aumento de la esperanza de vida.• El descenso de la fecundidad a partir de los años 60.

Estos sucesos a su vez dieron lugar a procesos de cambio en la composición de la población, entre los que podemos mencionar:

1) Incremento considerable de la población (en números absolutos), sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. El acelerado ritmo del incremento de la población, impulsado en gran medida por el descenso de la mortalidad, trajo como consecuencia que quienes nacían sobrevivieran más tiempo que en el pasado.

2) En 1950 México contaba con cerca de 26 millones de personas, de las cuales casi ocho millo-nes eran adolescentes y jóvenes entre 10-24 años, representando 22% de la población total.

3) Para el año 2010 el país contaba con un poco más de 112 millones de personas, de las cuales 32 millones eran adolescentes y jóvenes de entre 10 y 24 años (28% de la población total) y 41 millones entre 10 y 29 años (36% de la población total).

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Mill

lone

s

45

40

35

30

25

20

15

10

5

0

18.7

34.337.8 38 38 40.6

1970 1990 1995 2000 2005 2010

10 a 14 15 a 19 20 a 24 25 a 29 10 a 29

Fuente: INEGI.

Figura 1.2 Población mexicana de 10 a 29 años de edad (1970-2010).

La presencia de lo que se ha llamado “inercia demográfica”, aunque la fecundidad baja, la natalidad aumenta ya que está ligada al tamaño de la población en edad reproductiva (Quilondrán, 2004). El rápido crecimiento demográfico del pasado propició una distribución por edades marcadamente joven, es decir, con una elevada proporción de niñas, niños, ado-lescentes y jóvenes. Los efectos de la reducción de la fecundidad se manifiestan después de muchos años.

Mill

lone

s

45

40

35

30

25

20

15

10

5

0

38.942.2 41.5

38.936.9 36.2

1970 1990 1995 2000 2005 2010

10 a 14 15 a 19 20 a 24 25 a 29 10 a 29

Fuente: INEGI.

Figura 1.3 Porcentaje que representa la población mexicana de 10 a 29 años de edad respecto a la población total de 1970 a 2010.

En los últimos 40 años el crecimiento natural de la población disminuyó de 3.2 a 1.1% anual frenando así el proceso que se venía dando desde los años 30 del siglo pasado.

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El crecimiento de la población joven (de 15 a 24 años) es más dinámico que los grupos de menor edad, ya que todavía se ve influido por la elevada fecundidad del pasado.

Más recientemente, la población mexicana transita hacia una estructura “más entrada en años”, proceso que en las próximas décadas se acelerará considerablemente (CONAPO, 2012).

La edad mediana de la población mexicana en 1950 era de 19 años, en las décadas siguientes se mantuvo por debajo de los 20 años hasta 1995 que los rebasó (21 años); en los comienzos del siglo XXI subió a 22 años y para 2010 a 26 años.

La edad media pasará de 29 años para 2010 a 31 en 2030 hasta alcanzar 38 años en el 2050.La población de 15 a 64 años incrementará su importancia en los próximos años.La población de menos de 15 años disminuirá de 34 millones de personas en 2010 a 33

millones en 2020 y a 29 millones en 2050.El grupo de adultos mayores (65 años y más) aumentará su tamaño de 7 millones en 2010

a 10 millones en 2020 y 23 millones en 2050.En la actualidad el número de personas que conforman el grupo de edad de 10 a 29 años

asciende a 41 millones: 22 millones de adolescentes entre 10 y 19 años y 10 millones de jóvenes de 20 a 24 años y 9 de 25 a 29 años. Su peso relativo se puede observar en el siguiente cuadro.

Cuadro 1.1 Distribución de la población de 10 a 29 años según grupo de edad.

Grupo de edad/años

% Respecto población total % Acumulado

% Respecto población

de 10-29 años

% Respecto población

de 10-24 años

10 a 14 9.7 9.7 26.9 34.315 a 19 9.8 19.6 27.1 34.620 a 24 8.8 28.4 24.3 31.125 a 29 7.8 36.2 21.6

Fuente: INEGI, Censo de Población 2010.

La relevancia de las y los jóvenes, de 10 a 29 años, dentro del contexto nacional destaca debido a varios factores, entre los que podemos señalar los siguientes:

Su importancia numérica, como ya se ha visto este grupo etario representa más de la tercera parte de la población total.

A los jóvenes que han sobrevivido hasta los 15-19 años les quedan por vivir 60 años o más en promedio (72 para los hombres y 80 para las mujeres). Veinte años más de vida en promedio que sus abuelos, cuando éstos eran adolescentes en los años 30. (Quilondrán, 2004)

El crecimiento importante que ha tenido esta población en los últimos años se prolongará durante los próximos 5 a 10 años. Es un grupo etario con una gran variedad de realidades socioeconómicas y socioculturales en las que viven, mismas que determinan de manera significativa sus posibilidades de desarrollo y su proyección hacia el futuro. El gran desafío que significa garantizar la satisfacción de sus necesidades y demandas. Las expectativas y posibilidades reales a las cuales se enfrentan para el pleno desarrollo de sus capacidades y potencialidades particulares.

En los próximos años alguna de las perspectivas, debido a la dinámica demográfica actual en cuanto al impacto de la presencia de la población juvenil será, por un lado, la estabilización durante algunas décadas del sector juvenil, y por el otro, el envejecimiento poblacional. Cada una de ellas con una serie de implicaciones para la convivencia familiar y comunitaria.

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 25

Estabilización del sector juvenil continúo hasta 2030, representando el grupo de entre 12 y 29 años aproximadamente 35% de la población total. (CONAPO, 2012) Entre las implicaciones de este proceso podemos mencionar las siguientes:

• Aumento de la población en edad laboral.• Aumento de la población en edad escolar de educación media, media superior y superior.• Aumento de la población en edad reproductiva.• Disminución de población dependiente de menores de 15 años.• Decrecimiento de la población juvenil hasta alcanzar en 2030 13.2% (15 a 24 años).

(CONAPO, 2012)• Envejecimiento poblacional. (CONAPO, 2012)• En 2005 había 25 adultos mayores por cada 100 menores de 15 años.• Para 2030 se calcula que habrá igual cantidad de adultos mayores que de niños.• En 2005 por cada 100 personas en edad de producir había 25 adultos mayores.• Para 2050 se estima que por cada 100 personas en edad de producir habrá 50 adultos

mayores.• Hacia el año 2010, por cada persona en edad no productiva hay dos en edad activa, y se

espera que esa favorable relación llegue a su punto de inflexión hacia la segunda década del presente siglo.

• En 2050, por cada persona en edad productiva habrá 0.6 que estará en edad no laboral, un aumento en la relación de dependencia derivado del envejecimiento demográfico en el que poco más de la mitad de la población dependiente estará conformada por adultos mayores.

2. Distribución de la población joven en el territorio nacional

La distribución de los jóvenes en el territorio nacional es resultado de la acción conjunta de las dinámicas de crecimiento natural y de la movilidad espacial de la población en las diferentes regiones y entidades del país. Estas dinámicas están vinculadas, de manera estrecha, con los procesos de desarrollo socioeconómico que tienen lugar en cada región. No podemos olvidar que estos procesos se han presentado de forma muy diversa dando lugar a grados de modernización distintos, y por ende a situaciones socioeconómicas contrastantes.

De manera similar al conjunto total de la población mexicana los adolescentes y jóvenes se distribuyen en el territorio nacional. Para el año 2010 la concentración de jóvenes en algunos estados y zonas era significativa, como podemos observar a continuación.

• Son ocho las entidades federativas en donde se concentra más de la mitad (53%) de la po-blación entre 12 y 29 años.

• Casi 45% de los jóvenes se concentra en seis de las 32 entidades federativas que conforman el país: Estado de México (13.7%), Distrito Federal (7.4%), Veracruz (6.6%), Jalisco (6.7%), Puebla (5.2%), Guanajuato (5.0%).

• La población de 15 a 29 años se concentra en 11 entidades (63%): Estado de México, Distrito Federal, Veracruz, Jalisco, Puebla, Guanajuato, Michoacán, Nuevo León, Chiapas, Oaxaca y Guerrero.

• En 13 entidades más de 80% de los jóvenes entre 15 y 24 años vive en zonas urbanas: Distrito Federal (99.7%), Nuevo León (93.1%), Baja California (91.4%), Coahuila (89.8%), Estado de México (86.7%), Morelos (86.6%), Colima (85.4%), Tamaulipas (85.1%), Quintana Roo (84.2%), Sonora (82.8%), Jalisco (82.1%), Tlaxcala (81.3%) y Yucatán (80.5%).

• En contraste hay entidades federativas en donde hasta 50% de su población joven vive en lo-calidades menores de 2,500 habitantes: Oaxaca (52.3%), Chiapas (52.2%), Hidalgo (50.8%), Tabasco (48.4%), Zacatecas (43.6%), Veracruz (40.5%) y Guerrero (40.2%).

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• La población de 15 a 24 años se concentra en las áreas urbanas en mayor proporción que la población total (74%).

Se encuentra entonces que la población adolescente y joven se concentra en mayor medida en urbes del país medianas y grandes. 57% de ellos se localizan en ocho entidades de la República Mexicana con áreas urbanas más densas. Una de las explicaciones del por qué las expresiones juveniles han sido mayores en las ciudades que en el campo tiene que ver con el hecho de que cuatro de cada cinco jóvenes residan en zonas urbanas.

Cuadro 1.2 Distribución de la población de 12 a 29 años y de la población total según tamaño de localidad y sexo (%).

Población

Tamaño de localidad en número de habitantes

Menos de 2,500 De 2,500 a 14,999De 15,000 a

19,999De 20,000 a

99,999

15 a 29 años 23 15 15 48Hombres 23 14 15 48Mujeres 23 15 15 47Población total 23 14 15 48Hombres 24 14 15 48Mujeres 23 14 15 48

Fuente: Censo de Población y Vivienda, 2010, INEGI.

3. Mujeres y hombres jóvenes

De acuerdo con los datos censales proporcionados por el INEGI a nivel población total existe en México una ligera proporción mayor de mujeres (51.2%) que de hombres (48.8%), dando como resultado que por cada 100 mujeres hay 95.93 hombres (índice de masculinidad).

La edad mediana para la República Mexicana, registrada en 2010 por el INEGI, era de 26 años, 25 para hombres y 26 para mujeres. Diferencia que resulta lógica si tomamos en consideración que la esperanza de vida entre las mujeres (77.9 años) era mayor que entre los hombres (75.4 años). Importante resulta resaltar en el cuadro siguiente las diferencias existentes entre los diversos estados, tanto en la edad mediana total y por sexo, así como en el índice de masculinidad.

Cuadro 1.3 Edad mediana e índice de masculinidad por entidad federativa según sexo. Población total México, 2010.

Estado

Edad mediana Índice de masculinidad

Total Hombres Mujeres

Estados Unidos Mexicanos

26 25 26 95.43

Aguascalientes 24 23 25 94.79Baja California 26 26 26 101.80Baja California Sur 26 26 26 104.44Campeche 25 25 26 98.31

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Continúa cuadro 1.3 Edad mediana e índice de masculinidad por entidad federativa según sexo. Población total México, 2010.

Estado

Edad mediana Índice de masculinidad

Total Hombres Mujeres

Coahuila 26 25 27 98.56Colima 26 26 27 98.48Chiapas 22 21 22 96.28Chihuahua 26 25 26 98.75Distrito Federal 31 29 32 91.69Durango 24 24 25 96.97Guanajuato 24 23 25 92.71Guerrero 23 22 24 94.40Hidalgo 25 24 26 93.15Jalisco 25 25 26 96.02México 26 25 27 95.09Michoacán 25 24 25 93.47Morelos 26 25 28 93.46Nayarit 26 25 26 99.45Nuevo León 27 27 28 99.44Oaxaca 24 23 25 91.73Puebla 24 23 25 92.02Querétaro 25 24 25 94.31Quintana Roo 25 25 25 103.20San Luis Potosí 25 24 25 95.11Sinaloa 26 26 27 98.90Sonora 26 26 27 101.27Tabasco 25 24 25 96.74Tamaulipas 27 26 27 97.81Tlaxcala 25 23 25 93.65Veracruz 27 25 28 93.62Yucatán 26 26 27 97.09Zacatecas 25 24 25 95.17

Fuente: Censo General de Población y Vivienda 2010, INEGI.

Con respecto a la población de jóvenes entre 15 y 24 años, para el año 2010 se reportaron

95.4 hombres por cada 100 mujeres, proporción muy similar a la encontrada a nivel nacional. Sin embargo, según estado y grupo específico de edad se presentan algunas diferencias por tomar en cuenta. (INEGI, 2010)

• Existe un relativo equilibrio por sexo en nueve entidades federativas (Campeche, Coahuila, Chihuahua, Estado de México, Sonora, Durango, Quintana Roo, Veracruz y Yucatán), donde hay entre 101 y 103 hombres jóvenes por cada 100 mujeres jóvenes en los cinco primeros estados y entre 98 y casi 100 hombres por cada 100 mujeres en los otros cuatro.

• En cambio, entidades como Aguascalientes, Puebla, Tamaulipas, Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nayarit, Colima, Sinaloa, Jalisco, Distrito Federal, Oaxaca y Morelos registraron un mar-cado déficit de jóvenes del sexo masculino, variando entre 91 y 93 hombres por cada 100 mujeres.

• Al desagregar la composición por sexo de acuerdo con el tamaño de la localidad se aprecian dife-rencias de mayor magnitud, afectando de manera más acentuada a los grupos de 15 a 19 años.

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28 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

• En las zonas rurales de Yucatán, Baja California, Coahuila, Tabasco, Guerrero, Baja Califor-nia Sur, Chiapas, Morelos, Sinaloa, Nuevo León e Hidalgo, el porcentaje de jóvenes varones excede considerablemente al de mujeres, alcanzando una relación de entre 112 y 133 hom-bres por cada 100 mujeres.

• Por el contrario, en las áreas rurales de Morelos, Zacatecas, Aguascalientes, Oaxaca, Guana-juato, Hidalgo, Puebla, Querétaro, Guerrero y Jalisco (caracterizadas por ser zonas expulsoras de población, especialmente hacia los Estados Unidos) existe un déficit de hombres jóvenes de 20 a 24 años, donde la relación es de entre 64 y 85 hombres por cada 100 mujeres jóvenes.

En su conjunto se refleja un desequilibrio entre los sexos en la población de 12 a 29 años de edad, que muestra casi un millón menos de hombres respecto de las mujeres. Esta diferencia es resultado del efecto ampliamente documentado de la migración nacional e internacional de los jóvenes, predominan-temente masculina. Aunque la edad promedio de los migrantes temporales es de 32.1 años, la población que se encuentra entre los 12 y los 34 años de edad representa 63.7% del flujo total. (CONAPO, 2012)

En la etapa de 12 a 14 años, el número de hombres es ligeramente superior al de las mujeres (101 por cada 100), lo cual corresponde al desequilibrio que proviene desde su nacimiento (ya que nacen un poco más niños que niñas). Sin embargo, para el grupo que oscila entre los 15 y 19 años, por cada 96 varones hay 100 mujeres, y la disminución se acentúa conforme aumenta la edad.

Las implicaciones de los desequilibrios, originados en la selectividad por sexo de los movi-mientos de la inmigración y emigración interna y externa pueden ser múltiples y variadas (ENJ, 2005). Afectan de diversa manera a hombres y mujeres, pero también a quienes se quedan y a quienes se van. Además de generar procesos demográficos que frecuentemente propician cambios en el comportamiento de la población en cuestiones como la nupcialidad, la natalidad, el trabajo, la escolaridad, entre muchos otros.

De igual manera la presencia de hogares con predominio de mujeres, y sobre todo de mujeres jóvenes tiene una repercusión en el desarrollo de la vida cotidiana. Fenómeno que tiene que analizarse a la luz de las grandes diferencias y desigualdades existentes todavía en el país debido a ser hombre o mujer.

La realidad de las y los jóvenes no es igual, tendemos a hablar de los jóvenes como si no existieran diferencias significativas por género. Sin embrego, al igual que las diferencias por zonas y regiones, las jóvenes tienden a encontrarse en una situación de menor acceso a oportunidades escolares y de trabajo, mayor pobreza, mayor discriminación, por mencionar algunos factores producto de la desigualdad entre hombres y mujeres.

4. Oportunidades diversas para los jóvenes

La situación del país, y de casi todos los países de América Latina, está marcada por grandes des-igualdades socioeconómicas entre las diversas regiones y los estados. La creciente tendencia hacia la pauperización y la polarización es una de las preocupaciones a nivel nacional e internacional.

Las desigualdades se traducen de manera importante en difícil acceso a servicios y oportuni-dades, no solamente para los adultos, sino también para los niños y jóvenes. Son, como menciona Kliksberg (2005), el contexto propicio para la acentuación de la discriminación.

Cuadro 1.4 Población ocupada según el nivel de ingreso, México 2013.

Nivel de ingresoen salarios mínimos (SM) % Población % Agrupado

Sin ingreso 8.36Hasta 1 salario mínimo 13.57 21.93De 1 hasta 2 SM 23.97De 2 hasta 3 SM 20.30 44.27

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 29

Continúa cuadro 1.4 Población ocupada según el nivel de ingreso, México 2013.

Nivel de ingresoen salarios mínimos (SM) % Población % Agrupado

De 3 hasta 5 SM 15.36 15.36Más de 5 7.34 7.34No especificados 11.09 11.09

Fuente: INEGI. Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Datos ajustados a los montos poblacionales de las proyecciones demográficas del CONAPO.

Como podemos observar en el cuadro anterior, la pobreza en México está ligada a altos niveles de desigualdades en la distribución del ingreso. El diferencial de ingresos entre los más ricos y los pobres es más de 25 veces, uno similar al existente hace 25 años en este país que hoy tiene casi 113 millones de habitantes. 10% de las personas con mayores ingresos obtiene 39.3% del ingreso total, mientras que 10% con menores ingresos solamente 1.4%. (CONEVAL, 2010)

Cuadro 1.5 Población por situación de pobreza en México, 2010.

Situación de pobreza % % Acumulado

Pobreza extrema 11.57 46.9Pobreza moderada 35.43No pobreza 53.1 53.1

Fuentes: INEGI 2010-CONEVAL. Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. Estimaciones del CONEVAL con base en el MCS-ENIGH 2010.

Como es de esperarse, la desigualdad socioeconómica se concentra principalmente en algunos estados como Puebla, Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, y Estado de México, son estados responsables del 40.3% de la desigualdad nacional. Pero la desigualdad al interior de los municipios mexicanos es frecuentemente más alta que entre las diversas entidades federativas, pues las diferencias en el índice de ingresos a este nivel llegan a 168%, siendo Guanajuato el estado que presenta mayor disparidad en los niveles de ingreso al interior de sus municipios.

Las desigualdades extremas en el acceso a oportunidades socioeconómicas son el contexto propicio para mantener y agudizar situaciones como la inferiorización de la mujer, la miseria de comunidades rurales e indígenas, la marginación de las personas mayores de edad y la discri-minación y marginación de muchos de los jóvenes. Kliksberg (2005) menciona como estos pro-cesos de desigualdad generan una sociedad con fracturas significativas que son propicias para el desarrollo de la exclusión social, la tensión y frecuentemente la intolerancia frente a aquellos grupos que pueden representar una amenaza. Los jóvenes, a pesar de representar una fuerza importante para el desarrollo del país, también representan un grupo marginado y excluido. (CONEVAL-UNICEF)

• Entre 2008 y 2010 la proporción de la población total con un ingreso insuficiente para ad-quirir los bienes y servicios que requiere para satisfacer sus necesidades alimentarias y no

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alimentarias pasó de 49 a 52%; entre la población de 0 a 17 años este mismo porcentaje se incrementó de 58.1 a 61%.

• Entre 2008 y 2010 las familias con niñas, niños y adolescentes tuvieron un crecimiento en la carencia de acceso a la alimentación y disminuyeron sus ingresos.

• La población infantil y adolescente enfrenta mayores niveles de pobreza que el resto de la población mexicana: en 2010, 46.2% de la población mexicana era pobre, porcentaje que aumenta a 53.8% entre los menores de 18 años.

• Se calcula que entre 35 y 40% de los adolescentes en México viven en hogares de extrema pobreza.

• La disparidad respecto a la situación de pobreza de niños, niñas y adolescentes es evidente cuando se analizan los datos por zonas geográficas, por pertenencia a grupos indígenas, por sexo y por grupos etarios. Son mayores los niveles en las zonas rurales, entre las poblacio-nes indígenas, entre las mujeres y los grupos de menor edad.

• La población infantil con presencia de mayores niveles de pobreza y vulnerabilidad es la de 0 a 5 años.

• 7 de cada 10 niñas, niños y adolescentes indígenas vivían en pobreza en 2010.• Mientras que 4.6% de la población de 0 a 17 años que vivía en las ciudades de más de 100

mil habitantes se encontraba en situación de pobreza extrema en 2010, entre la población de las localidades de menos de 2,500 habitantes este porcentaje se quintuplicaba, llegando a 26.6%.

• Mientras en el norte del país la incidencia de la pobreza entre niñas, niños y adolescentes era de 39.1%, en las entidades del sur y el sureste este indicador era de 69.3%: una diferencia de poco más de 30 puntos porcentuales.

• En los municipios de muy baja marginación 5.1% de la población infantil y adolescente se en-contraba en situación de pobreza extrema, pero en aquellos municipios con muy alto grado de marginación este porcentaje era 10 veces superior: 50.8%.

• A pesar de los avances registrados en materia de inclusión social, en 2010 un alto porcentaje de la población infantil y adolescente tenía insatisfechos sus derechos sociales.

• Tres de cada cuatro niñas, niños o adolescentes padecían alguna carencia social y uno de cada cuatro presentaba tres o más carencias sociales.

• 9.8% tenían carencia por rezago educativo; 29.8% por acceso a los servicios de salud; 64% por acceso a la seguridad social; 20.1% por calidad y espacios de la vivienda; 19.8% por servicios básicos en la vivienda, y 29.5% por acceso a la alimentación.

Como podemos observar, el análisis de la pobreza en la infancia y la adolescencia permite apreciar la coexistencia de múltiples dimensiones de desigualdad que afectan el cumplimiento de sus derechos. (CONEVAL-UNICEF, 2012) La probabilidad de que una niña, un niño o un adolescente sea pobres es relativamente mayor para las mujeres, los grupos de menor edad, para la niñez indígena, para los que viven en hogares amplios, de mayor tamaño, con una tasa de dependencia más alta, donde el jefe(a) de hogar es menos educado o de menor edad y donde hay menos personas que participan en el mercado de trabajo.

La consecuencia más grave es que la pobreza infantil y adolescente, en esta multidimensio-nalidad, tiene una mayor probabilidad de volverse permanente: sus posibilidades de reversión son limitadas y las potencialidades para su reproducción en el futuro son mayores, genera daños, por lo general irreversibles.

No es sorprendente entonces, que la exclusión social de la población de adolescentes y jóvenes se vea claramente reflejada en su estado de salud, en el acceso a los servicios médicos y escolares, en la capacitación para el trabajo, en las posibilidades de inserción al trabajo, sobre todo en el sector formal, entre otras posibles oportunidades para su desarrollo. La pobreza y la inequidad colocan a numerosas familias en serias dificultades para poder dar a sus hijos la infancia que desearían y que les corresponde. (Kliksberg, 2005)

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 31

35.0

30.0

25.0

20.0

15.0

10.0

5.0

0.0

18.0

1.6

32.3

25.3

30.7

18.4

6.7

23.1

1.5

7.8

17.5

Has

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Más

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2 y

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Más

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InformalFormal

Fuente: INEGI-STPS. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2013. Primer trimestre. Consulta interactiva de datos.

Figura 1.4 Distribución porcentual de la población joven ocupada por condición de formalidad en la ocupación según ingreso por su trabajo.

Según informes del IMJ (2011) a principios del nuevo siglo en el mundo había 88 millones de jóvenes sin empleo, lo que representaba 47% del total de desocupación, la probabilidad de no tener empleo es 3.8 veces mayor para los jóvenes de los países en desarrollo. Y aún entre la población joven ocupada, existen diferencias significativas en la distribución del ingreso como podemos observar en la siguiente gráfica. 17.5% de estos jóvenes no reciben ingresos por su trabajo, y 18% reciben un salario mínimo, siendo así que un poco más de la tercera parte de estos jóvenes ocupados o no reciben salario o reciben hasta un salario mínimo. El desempleo, subempleo y la pobreza de las familias se ligan de manera estrecha, llevan a carencias constantes en los diversos ámbitos de la vida cotidiana, afectando irremediablemente el desarrollo de los niños, adolescentes y jóvenes. Por ejemplo, la prevalencia de la desnutrición muestra diferencias evidentes según las realidades socioeconómicas. Mientras en 10% más rico de la población mexicana la prevalencia es de 4.6%, en 10% más pobre es 11 veces mayor, alcanzando el 47.6%.

5. Los jóvenes, la escolaridad y el trabajo

No cabe duda que los niveles de escolaridad de los jóvenes en la actualidad son más altos con respecto a la generación de sus padres. En los últimos 30 años, México ha logrado importantes avances en materia educativa. Sin embargo, sigue existiendo una escasa eficiencia terminal relativa y una tasa muy alta de deserción.

Los niveles de alfabetismo en la población joven de 15 a 29 años se han incrementado no-tablemente, pasando de 83.6% en 1970 a 98.5% en 2010. (INEGI-INMUJER, 2013) Porcentaje ligeramente superior entre las mujeres que entre los hombres. Sin embargo, en el grupo que comprende de los 10 a 24 años el analfabetismo entre las mujeres es todavía mayor que entre los varones.

En 2011, el porcentaje de asistencia a la escuela de niñas (98.4%) y niños (98.2%) de 6 a 11 años, es prácticamente la misma y alcanza la más alta proporción. Para el siguiente grupo

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32 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

de edad (12 a 14 años), el porcentaje de mujeres (94%) y hombres (92.8%) disminuye pero se mantiene por arriba de 90%.

Cuadro 1.6 Porcentaje de la población de 6 a 29 años que asiste a la escuela por grupos de edad y sexo.

Grupos de edad (años)

2005 2011

Hombres Mujeres Hombres Mujeres

6-11 97.7 97.8 98.2 98.412-14 92.1 92.5 92.8 94.015-17 63.9 63.5 71.1 72.118-24 29.3 26.3 33.5 31.625-29 7.1 5.6 7.8 6.4

Fuente: INEGI-STPS. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2005 y 2011. Segundo trimestre. Base de datos.

Como es de esperarse, conforme aumenta la edad de la población el porcentaje de asistencia a la escuela se reduce. Son múltiples los factores que condicionan este comportamiento, algunos quizá consideran que han concluido sus estudios y deciden no continuar o bien se incorporan al mercado de trabajo, ya sea formal o informal, o en el caso más frecuente de las mujeres, motivos relacionados con la etapa reproductiva. (INEGI-INMUJER, 2013)

• Entre los 6 y 17 años la asistencia de las mujeres es relativamente mayor en compara-ción con los hombres; situación que se invierte a partir de los 18 años en donde hay más hombres.

• En cambio una tercera parte de la población de 18 a 24 años va a la escuela, la diferencia por sexo es de dos puntos porcentuales menos entre las mujeres (31.6%) que hombres (33.5%), aunque las primeras registraron un incremento en el periodo 2005-2011.

• Entre los 25 y 29 años de edad, se espera que la población que declaró asistir a la escuela lo haga en algún nivel de la educación superior, pero es en este grupo etario en donde la proporción disminuye considerablemente tanto en ellas (6.4%) como en ellos (7.8%), la dife-rencia por sexo es de 1.4 puntos.

El tamaño de localidad es una variable indispensable para caracterizar las situaciones de disparidad que existen en el país. En 2011, conforme aumenta el tamaño de localidad incrementa el porcentaje de población que va a la escuela, hecho que se relaciona con los mayores recursos financieros, materiales y humanos que se destinan a las áreas más urbanizadas.

El promedio nacional escolar para los jóvenes entre 15 y 29 años se incrementó de 8.6 para el año 2000 a 10 en 2009, con diferencias entre la población adolescente de 15 a 18 años (9.2 años) y los adultos jóvenes de 20 a 24 años (10.8 grados). (CONAPO, 2010)

En el año 2010, 45.3% de los jóvenes reportaban tener un nivel de escolaridad por arriba de la secundaria, 36.5% secundaria, 9.3% primaria completa, 6.3% primaria incompleta y 1.7% declaraba no tener estudios. Dicha distribución muestra que 8 de cada 10 jóvenes cuentan con niveles de escolaridad correspondientes a la educación básica (primaria y secundaria terminadas) y superior a ésta.

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 33

Cuadro 1.7 Distribución porcentual de la población joven por grupo de edad según nivel de escolaridad 2010.

Grupo de edad

Sin instruccióna

Grados aprobados en primaria

SecundariabMedia

superiorc Superior1-3 4-6

Total 1.7 2.5 13.1 36.5 28.5 16.815-19 1.2 1.7 10.7 46.2 35.7 3.920-24 1.7 2.3 12.6 30.6 27.3 24.425-29 2.5 3.7 16.8 31.0 20.7 24.5

Nota: La suma en el nivel de instrucción es menor de 100 debido al no especificado.a Incluye a quienes solamente cuentan con estudios de preescolar o kínder.b Incluye a los que tienen estudios técnicos o comerciales con primaria terminada.c Incluye a los que tienen estudios técnicos o comerciales con secundaria terminada.Fuente: INEGI. Censo de Población y Vivienda 2010. Cuestionario básico. Consulta interactiva de datos.

Sin embargo, las diversas expresiones de desigualdad (social, regional o de género) siguen influyendo de manera importante en las diferencias en la escolaridad por estado y en el abandono escolar, como podemos apreciar en la siguiente gráfica.

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Baja

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Oax

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Sina

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Yuca

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Roo

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90.0

80.0

70.0

60.0

50.0

40.0

30.0

20.0

10.0

0

13.4

11.2

38.0

17.9

8.9

36.6

9.8

12.1

42.5

18.0

12.8

33.9

15.3

13.4

31.9

16.2

16.5

27.1

16.6

7.1

33.2

13.7

11.7

39.5

24.0

8.1

33.4

25.5

8.7

31.5

17.8

11.2

39.1

16.8

14.2

37.1

10.8

12.9

44.8

20.2

18.9

29.8

25.4

9.9

34.2

13.2

10.5

32.4

22.6

13.8

35.3

16.3

11.9

43.8

19.6

18.5

35.0

21.1

11.1

41.0

14.4

12.7

44.4

19.9

7.0

44.6

17.2

9.2

44.3

11.9

20.4

41.8

19.0

10.1

45.6

13.2

15.7

47.4

12.4

16.1

48.0

17.5

13.9

46.3

16.3

14.5

47.4

21.9

14.3

42.8

26.2

9.4

46.1

14.4

14.5

40.8

Razones económicas Razones familiaresRazones académicas

Fuente: Estimaciones de la SES con base en la Encuesta Nacional de la Juventud, 2010 INJUVE.

Figura 1.5 Porcentaje de jóvenes que no asisten a la escuela por razones económicas, académicas y familiares por entidad federativa, 2010.

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34 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

La situación económica determina en gran medida la asistencia a la escuela, seguida por las razones de tipo académico, seguramente ligadas a la falta de competencias, tanto de los propios alumnos como de los maestros, problema que el sistema escolar ha venido arrastrando en las últimas décadas. En este sentido, es de vital importancia reconocer que aunque el acceso a la escolaridad ha sido un gran logro a nivel nacional, no así el acceso al conocimiento. Y mucho menos a una formación que permita ligar el aprendizaje en la escuela con la realidad sociocultural en que se vive cotidianamente.

Cuadro 1.8 Población de 10 a 29 años de edad según situación educativa-ocupacional, 2010.

Grupo de edad Total

Situación educativa-ocupacional

Estudian y trabajan Sólo estudia Sólo trabaja

No estudia, ni trabaja

% Que no estudia ni

trabaja

% Que estudia y/o

trabaja

Total 36,195,662 3,962,549 14,048,808 10,365,125 7,819,180 21.6 78.412 a 15 8,622,613 1,015,777 6,825,332 261,800 519,704 6.0 9416 a 18 7,951,088 1,167,349 4,038,972 1,334,301 1,410,466 17.7 82.319 a 23 9,348,079 1,051,013 2,354,128 3,356,351 2,586,589 27.7 72.324 a 29 10,273,883 728,411 830,377 5,412,674 3,302,421 32.1 67.9

Fuente: Tuirán (2011) con base en INEGI 2010 y ENJ 2010.

Casi 100% de los jóvenes deja de estudiar antes de cumplir los 35 años. Únicamente 7.7% lo hace porque termina sus estudios. (INEGI, 2010 y ENJ, 2010)

• 40% de quienes dejan de estudiar lo hacen por falta de recursos suficientes o por tener que trabajar. Mientras que 12.4% lo hacen debido a que contrajeron matrimonio.

• Según los datos de la Encuesta Nacional de Juventud, aproximadamente 68% de los jóvenes, entre 12 y 19 años, que dejan de estudiar mantienen el deseo de continuar su educación.

• En las localidades rurales, el abandono de la escuela ocurre a edades más tempranas que en las ciudades, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres. Conforme aumenta la edad, se amplían las brechas entre ambos contextos, con diferencias de hasta 25 puntos porcentuales a favor de la población urbana.

• Particularmente en el ámbito rural, entre los 12 y 19 años, las mujeres abandonan la escuela a un ritmo más acelerado que los varones, abriéndose una brecha de hasta 10 puntos por-centuales entre los sexos.

• En el ámbito urbano, también son las mujeres las que abandonan más precozmente sus estudios, aunque con diferencias máximas de seis puntos porcentuales con respecto a los hombres.

• La mayoría de las mujeres que no estudian ni trabajan, en contraste con los varones, han iniciado su vida reproductiva.

De acuerdo con la ENJ 2010, los jóvenes que no estudian ni trabajan son personas de 12 a 29 años de edad que al momento de la entrevista no asisten a la escuela ni desarrollan acti-vidades para generar oferta de bienes y servicios. Sin embargo, dicha medición no refleja el carácter dinámico del fenómeno como dejar de estudiar un tiempo o tener entradas y salidas múltiples del mercado de trabajo, o la dedicación al trabajo doméstico, sobre todo en el caso de las mujeres.

• 21.6% de los jóvenes entre 12 y 29 años no estudia ni trabaja de los cuales: 26.6% no concluyó el nivel básico, 43.8% concluyó el nivel de educación básica o incluso incursio-

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 35

nó en el nivel medio superior dejándolo inconcluso, 18.6% concluyó el nivel medio supe-rior, y 11% aprobó algún grado de educación superior o incluso concluyó sus estudios en ese nivel.

• La proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan ha disminuido significativamente en ambos sexos de 1960 a 2010.

• En las localidades rurales y semiurbanas 35 de cada 100 hombres y 41 de cada 100 mujeres no estudian ni trabajan.

De acuerdo con las diversas encuestas de ocupación, existe una alta movilidad de jóvenes desde el punto de vista de su condición de actividad. De un trimestre a otro, pasan de estar inac-tivos o desocupados a trabajar o a estudiar, por ejemplo cerca de 84% de los jóvenes que están buscando empleo y 55% de los inactivos que no estudian, ya tienen experiencia laboral previa. (Tuirán, 2010) Datos que sugieren que los jóvenes no han permanecido inactivos o desocupados durante toda su juventud.

En la siguiente gráfica se ve reflejada la importancia de las labores domésticas y el cuidado de la familia para 13% de la población joven que no estudia ni trabaja.

Encuesta Nacional de Juventud 2010. Resultados generales.

Con respecto a la ocupación laboral, del total de jóvenes entre 12 y 29 años 50% se ubicaba en la Población Económicamente Activa. (ENJ, 2010)

• Las mujeres jóvenes activas se concentran en localidades más urbanizadas y las inactivas en las menos urbanizadas, para los hombres jóvenes este comportamiento es inverso.

• De la PEA joven, 86.6% está ocupado y 12.8% desocupado, cifra esta última muy por arriba de la tasa de desempleo abierta que afecta a los adultos, como podemos apreciar en la si-guiente gráfica.

11.010.09.08.07.06.05.04.03.02.01.00.0

10.19.2

4.93.7

3.2 3.1

6.7

2.72.12.6

15-1

9

25-2

9

20-2

4

40-4

4

35-3

9

30-3

4

55-5

9

50-5

4

45-4

9

60 y

más

Fuente: INEGI-STPS. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2013. Primer trimestre. Consulta interactiva de datos.

Figura 1.6 Tasa de desocupación de la población de 15 años y más por grupos de edad, 2013.

• 70% de los jóvenes con empleo trabajan sin contrato y 92% no tiene prestación adicional al salario.

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36 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

El desempleo no es el único problema al que se enfrentan las y los jóvenes en el ámbito laboral; al igual que otros sectores de la población, sufren la precarización que se ha presentado desde hace varios años en las condiciones de trabajo del país: bajos niveles salariales y cada vez menos prestaciones sociales, entre otras.

Los jóvenes mexicanos se insertan en un mercado laboral que, por lo general, les ofrece condiciones poco favorables para el adecuado desarrollo de sus potencialidades y capacidades individuales. Condiciones que son cada vez más difíciles para las mujeres, para aquéllos que viven en zonas rurales y para los jóvenes de menor edad.

6. Jóvenes y familia

La organización de la vida independiente, solos o en pareja, es un evento complejo que requiere recursos materiales de los cuales los más jóvenes generalmente carecen, muchos de ellos están todavía en su proceso de formación y por lo general los vínculos que tienen con el mercado de trabajo son aún precarios, como ya se observó en capítulos anteriores. Tanto el equipamiento y mantenimiento de una vivienda como los asuntos relacionados con la reproducción social, propia de la vida adulta, son particularmente complicados en esta etapa de la vida.

En las últimas décadas, tanto el incremento en los años de escolaridad de la población, así como las dificultades que encuentran los jóvenes para insertarse de manera favorable en el mercado de trabajo han sido razones para que posterguen la salida del hogar de origen, aun cuando ya se ha iniciado la vida conyugal y la trayectoria reproductiva, para lo cual, las familias han desarrollado diversas estrategias.

Los arreglos familiares de los jóvenes (de 12 a 29 años) se caracterizan por el predominio de las relaciones familiares. (INEGI, 2010 y ENJ, 2010)

• La mayoría de los jóvenes (56.2%) viven con ambos padres; en importancia le siguen los arreglos residenciales sólo con el padre o la madre (18.7%) y quienes han formado su propia familia (15.4%).

• Los jóvenes menores de 19 años que comparten residencia con ambos padres es mayorita-ria. Conforme aumenta la edad de los jóvenes disminuye la frecuencia de este tipo de arreglo y crece el número de hogares conducidos por los propios jóvenes: los jóvenes entre 20 y 29 años que han iniciado una vida independiente con su pareja, representan casi 30% de dicho grupo etario. Pocos jóvenes eligen vivir solos.

• Los adolescentes tienen mayor representación en los hogares nucleares, pues alrededor de dos de cada tres personas entre 15 y 19 años de edad forma parte de una unidad doméstica de este tipo, mientras que esta proporción se reduce a uno de cada tres entre los hogares extensos.

• Los jóvenes en México viven solos con una frecuencia baja (5.6%), siendo cuatro veces más frecuente en área urbana que en la rural. Y mayor el porcentaje entre los que tienen mayor edad (20-29 años 4.2%) que los de menor edad (12-19 años 1.4%).

• En mayor medida (60.7%) los hombres viven con ambos padres que las mujeres, ellas viven con su pareja en mayor proporción.

Como se mencionó con anterioridad, la mayoría de los adolescentes viven en familias que se encuentran en situación de pobreza. Ante la presión de las carencias, es frecuente cada vez más, encontrar situaciones que afectan el desarrollo de niños y adolescentes. Reconocemos que es importante y necesaria la convivencia y el apoyo familiar, sin embargo frente a situaciones de crisis surgen frecuentemente otro tipo de conflictos (violencia, falta de atención, depresión, etc.) que impiden que éstos se desarrollen, dando lugar a situaciones de riesgo para los jóvenes.

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 37

La edad promedio en la que los jóvenes dejan el hogar paterno es muy similar en ambos se-xos, entre los 17 y 19 años. (ENJ, 2010) Antes de los 13 años la salida del hogar es básicamente por motivos de estudio, más entre los hombres que las mujeres. Entre los 12 y los 13 años se asocia más la salida con la presencia de migración por motivos laborales.

Sin embargo, el principal motivo para la salida del hogar paterno sigue siendo el inicio de la vida en pareja. A partir de los 13 años entre las mujeres y de los 15 y 16 años entre los hombres. Alcanzando en ambos el punto máximo alrededor de los 19 años. La edad promedio de la primera unión de la población es de 15 años y más de 26.6 años en los hombres y de 23.8 en las mujeres.

100

80

60

40

20

0

88.0

62.957.1

4.62.70.6

40.0

11.1

32.2

15-19

20-24

25-29

Solteros Alguna vez unida

Actualmente unida

Nota: la suma en la situación conyugal es menor de 100 debido al no especificado.Fuente: INEGI, 2010.

Figura 1.7. Distribución porcentual de los jóvenes por grupo quinquenal de edad según situación conyugal, 2010.

El tránsito de la soltería a la vida conyugal que marca en el mundo simbólico el paso de la adolescencia a la edad adulta, ocurre para la mayoría de la población a partir de los 20 años de edad, como resultado de una paulatina postergación del inicio de la vida en pareja.

La situación conyugal que predomina en los jóvenes es la de solteros, de acuerdo con datos censales en 2010, 6 de cada 10 jóvenes (61.2%) se encuentran en esta situación conyugal; no obstante, conforme avanza la edad su proporción disminuye dando paso a un contingente de jóvenes casados o en unión libre (2 de cada 10 jóvenes entre 12 y 29 años viven con su pareja, de los cuales 65.1% son mujeres).

Mientras que 11.1% de los adolescentes de 15 a 19 años se declara casado o unido, esta proporción es de 40% en los de 20 a 24 y de 62.9% en los de 25 a 29 años. A nivel estatal, del total de jóvenes que actualmente vive con su pareja, la mayor proporción se encuentra en Cam-peche (28.9%), mientras que la cifra más baja está en Puebla (20.1%).

Entre los jóvenes que tienen de 25 a 29 años es donde se observa el mayor porcentaje (4.6%) de divorciados, separados o viudos. Destaca el hecho de que las mujeres jóvenes se declaran separadas, divorciadas o viudas en una frecuencia dos veces mayor que entre los hombres.

De los nacimientos reportados en 2012 (INSP, 2012), 72.9% fueron de madres de 15 a 29 años. Uno de cada seis nacimientos (16.4%) son de madres adolescentes de 15 a 19 años de edad, situación que por lo general además de representar un problema de salud, también repercute económicamente para la madre, con menores oportunidades educativas y laborales que contribuyen a generar un contexto de exclusión y de des-igualdad de género.

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38 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

35

30

25

20

15

10

5

0

16.4

30.2

17.5

26.3

15-19

7.6

1.9

25-2920-24 40-4435-3930-34

0.245-49

Fuente: CONAPO. Proyecciones de la población de México 2010-2050.

Figura 1.8 Distribución porcentual de los nacimientos por edad de la madre, 2012.

En los adolescentes, el inicio temprano de las relaciones sexuales sin la debida protección las expone a enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y/o de alto riesgo. De acuerdo con las cifras proporcionadas por la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 2012) 23% de los adolescentes (12 a 19 años) habían ya iniciado su vida sexual, cifra superior entre los varones (25.5%) que en las mujeres (20.5%). Del total de adolescentes sexualmente activos 14.7% de los hombres y 33.4% de las mujeres no utilizaron ningún método anticonceptivo en su primera relación sexual.

45.2% de las mujeres de 15 a 29 años de edad casadas o unidas declaró haber sido objeto de al menos un incidente de violencia por parte de su pareja durante su última relación. (ENDI-REH, INSP, 2012) Las situaciones de violencia frecuentemente se presentan desde el noviazgo sin que ellas o ellos lo perciban como tal. De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Juventud 2010, 26.3% del total de jóvenes de 15 a 29 años se encontraba en una relación de noviazgo al momento de la entrevista, sin vivir con una pareja, de éstos, 41.9% declararon que tuvieron al menos un episodio de violencia por insultos, burlas o críticas en su noviazgo actual; 27.3% fue-ron victimizados(as) por su novio(a) por medio de agresiones físicas como empujones, patadas, bofetadas, entre otras; 23.8% experimentó amenazas y 20.7% se les obligó a tener relaciones sexuales o a hacer cosas que no les gustan en la intimidad. Muchos son los datos que nos reflejan la realidad de los adolescentes y los jóvenes en México. Algunos corresponden a datos oficiales y otros a investigaciones de organismos de la sociedad civil. Sin embargo, en todos está presente el gran problema de la desigualdad social, reto que habría que asumir para los años venideros.

De acuerdo con las tendencias demográficas, la transformación de la estructura por edad de la población ha dado lugar a lo que se le ha llamado una “ventana de oportunidad demográfica” transitoria, que permanecerá abierta en el curso de las próximas dos décadas. En este periodo idealmente se pronostica que concurrirán las condiciones demográficas más favorables para el desarrollo económico en la historia contemporánea del país. La población en edad laboral au-mentará y la población de dependientes menores de 15 años disminuirá. Esta ventana se cerrará en la medida en que las presiones para atender las demandas del envejecimiento demográfico sean mayores.

Sin embargo, para lograr que esta ventana de oportunidades sea tal, es necesario que se tenga la capacidad para disminuir la desigualdad socioeconómica, crear los empleos necesarios, propiciar una mayor capacidad de ahorro de los hogares y proponer e implementar estrategias eficaces para la formación y utilización de los recursos disponibles, así como implementar polí-ticas sociales que busquen la real equidad de género y la inclusión de los diversos sectores en

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el proceso de desarrollo social y económico. Son los jóvenes quienes tendrán el papel predomi-nante en este escenario, y somos los adultos quienes tenemos la responsabilidad de crear las condiciones más favorables para el desarrollo de sus potencialidades.

Referencias

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Capítulo 2.

La cultura y su participación en la construcción de la adolescencia y juventud.Enrique Dulanto Gutiérrez

Cada generación tiene sus jóvenes y en el mejor de los casos, son precisamente los jóvenes los que le dan color y la definen.

Mario Benedetti

Introducción

Durante la sexta década del pasado siglo XX, el doctor en psicología y gran conocedor de los adolescentes, y psicoanalista Peter Blos se atrevió a afirmar lo que muchos antes de él sugi-rieron: que la adolescencia es una construcción cultural de la sociedad de la que forman parte y dentro de la cual han sido educados, escolarizados y tomado parte activa de la vida social.

Gran parte de la población entiende por cultura un enciclopedismo, la erudición o un alto nivel académico en la persona. Es decir, la cultura como el fruto adquirido de un amplio como excelente aprovechamiento del tiempo invertido en el proceso de escolaridad. No podemos negar que a más alto nivel de escolaridad con aprovechamiento hay mayor erudición y consecuentemente más amplio conocimiento que empleado adecuadamente traerá progreso en ciencias, arte, tec-nología, humanismo, lo que eventualmente podrá llevar a un mejor desarrollo social, renovación y creación de nueva cultura. Sin embargo, el término cultura tiene un significado muy diferente cuando es debidamente empleado en las ciencias sociales y humanas, a lo largo del presente trabajo lo iremos exponiendo.

¿Cuándo nació el término cultura?

Voltaire en su ensayo Las costumbres y el espíritu de las naciones ofreció de manera clara un panorama de lo que hoy entendemos por cultura, aunque no usó ese término. Voltaire basán-dose en hechos históricos, razones y costumbres que por ser señeras en la conciencia humana fueron perpetuadas para el futuro de la humanidad, las cuales dieron presencia y precedencia a muchos otros eventos formando tradiciones, ofreciendo pertenencia e identidad a las socieda-des humanas y sentando un precedente para explicar mucho de su quehacer social diario y el funcionar de las comunidades.

Para muchos autores fue a mediados del siglo XIX, en Inglaterra, cuando Tylor empleó por vez primera en sus escritos el uso de la palabra “cultura” en estudios sobre los pueblos primiti-vos y en esa época dio como definición: “Es la totalidad compleja que incluye el conocimiento, la creencia, el arte, la moral, la ley, la costumbre, y cualquier otro hábito y capacidad adquirido por el hombre como miembro de la sociedad”. Tylor nunca pretendió emplear el término como sinónimo de civilización. Tajonar cita en un escrito a Johann Gottfried Herder quien en su obra Las ideas acerca de la filosofía de la historia de las humanidades empleó el término culturas por primera vez y reconociendo con ello su pluralismo y unicidad. El mismo Tajonar cita que en la revista mexicana Vuelta en el año de 1992 apareció un artículo de Isaías Berlin cuyo título Árbol

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que crece torcido sostiene que Giambatistta Vico fue el primero en sostener en su obra Scienza Nuova que el hombre es el único capaz de descender a la interioridad de las mentes de otras épocas y otras costumbres mediante la penetración imaginativa, es decir estudiar las culturas.

¿Qué es la cultura? ¿Cómo definirla?

León Portilla nos deja saber que “El concepto de cultura en su sentido antropológico compren-de el conjunto de atributos y elementos que caracterizan a un grupo humano, así como cuánto se debe a su creatividad. En lo que concierne a aquello que lo caracteriza, sobresalen sus for-mas de actuar y de vivir, valores y visión del mundo, creencias y tradiciones. En lo que toca a su capacidad creadora son claves sus sistemas de organización social, económica y religiosa, sus formas de comunicación, adquisición y transmisión de conocimientos, adaptación del medio ambiente y aprovechamiento de sus recursos. En este sentido, lo que hace y crea un grupo humano es, en última instancia, cultura”.

Bonfil Batalla expresa claramente en el siguiente párrafo la importancia de la trascenden-cia histórica de la herencia cultural. “Pero lo que conlleva esa larga permanencia histórica es la posibilidad de que las sucesivas generaciones que la conforman construyan paulatinamente una cultura distintiva que entrelaza y da coherencia a todos los ámbitos de su vida. Se reconoce un pasado y un origen común, se habla una misma lengua, se comparte una cosmovisión y un sistema de valores profundos, se tiene conciencia de un territorio propio, se participa de un mismo sistema de signos y símbolos. Sólo con ello es posible aspirar también a un futuro común, y en esto descansa la razón para reconocer un “nosotros” y distinguirlo de los “otros”.

El concepto de civilización, que con frecuencia algunos confunden con el de cultura, es de acuerdo con León Portilla: “En su acepción antropológica no se contrapone a cultura, sino que es una forma más desarrollada de ella. En una civilización hay vida urbana, es decir, ciudades y formas más complejas de organización social, política, económica y religiosa, especialización en el trabajo y creaciones tales como precisos cómputos del tiempo, escritura, cuentos educativos y producción de lo que hoy llamamos arte.

La palabra civilización proviene de Civitas y Civis que significan Ciudad y Ciudadano. Que-da claro que cultura y civilización no son sinónimos. La civilización es gradual, es integrarse lentamente y por voluntad propia al ejercicio de una conciencia ciudadana ejerciendo a la vez obligaciones y derechos. Ciudadanía es participación activa con propósito y conciencia de fines en la construcción de la función ciudadana que permite que el desarrollo de la Politice-Política se traduzca en el arte de gobernar, formular y mantener y hacer viables las leyes que mantengan la convivencia y alcancen los fines propuestos y determinados por la ciudadanía.

Cultura es palabra de origen latino: Cultura, vocablo que deriva de “cultivo”. El significado es claro, fomentar, acrecentar, promover, es decir cultivar las cualidades personales dentro de un marco de referencia que incluye costumbres, prácticas que tienen un contenido simbólico y que permite la creación de un sentimiento de pertenencia que se comparte con los demás que forman el grupo, es un cultivar para lograr insertarse adecuadamente en el manejo de los sím-bolos comunitarios. En el sentido más amplio puede decirse que la cultura comprende todas las capacidades y costumbres adquiridas por los seres humanos en asociación con sus congéneres.

Cultura y civilización son dos términos que de alguna manera nos expresan, nos conducen a valorarnos como altamente dinámicos en la historia social de la humanidad.

¿Cómo nos apropiamos de la cultura?

La sociología considera que toda persona como miembro normal de la sociedad es necesa-riamente culta. Y este “ser culto”, es aprender a existir y vivir adaptándose a las pautas de comportamiento que son socialmente aceptadas y a reconocer aquéllas que no lo son. Es decir,

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es el producto consecuente de su personal proceso de socialización obligada desde la infancia hasta la muerte. La persona humana como ser social siempre se ha encontrado en medio de re-laciones sociales vinculares o no, y todas estas personas y su hacer individual o en convivencia social desarrollan la cultura que poseen y la enriquecen. Los humanos tenemos en la cultura un valor agregado que nace y se fomenta en grupo y que sumada con otros marca a la sociedad en su totalidad.

La cultura es un producto humano, está hecha por el hombre y en general puede decirse que todo lo que el hombre hace es parte de la cultura. El hombre es por naturaleza un animal social, productivo y creador y el sistema sociocultural que lo contiene es producción suya; así pues, la cultura es el producto humano y podemos afirmar en ese sentido que todo en la vida individual, de grupo, y todo en la vida de sociedad es un producto cultural. Entendida así la cultura, debemos tomar conciencia de que esta no puede ser patrimonio de ciertas clases sociales que han tenido el privilegio de años de escolarización.

La cultura no existe si no es entre humanos. Desde el punto de vista de las personas y de los grupos debemos comprender esencialmente a la cultura como hereditaria y a la vez como un proceso ambiental.

Hemos nacido en una cultura y ella nos rodea, es decir, que en ella estamos inmersos desde que nacimos. Esto tiene su importancia dado que la cultura se enseña y se aprende por nuestros vínculos con los mayores y la persona la deriva de sus antepasados y de sus contemporáneos, de la práctica de tradiciones familiares y populares en el barrio con las cuales nos familiarizamos desde niños, las valoramos porque las conocemos y aceptamos. El proceso de socialización es el medio por el que el individuo asimila la cultura de su sociedad. El recién nacido ya es persona humana y social cuando nace, pero se vuelve culto al asociarse con los demás. La herencia cultural no tiene nada que ver con la generación física o la transmisión biológica, si bien es a través de esta transmisión que el individuo recibe la capacidad potencial de absorber la cultura y volverse una persona culta.

Si las pautas de comportamiento son componentes irreductibles de la cultura y si estos se combinan en los roles, las relaciones humanas y las instituciones, no sería lógico en opinión de los sociólogos, incluir elementos materiales en la definición de cultura como podría serlo, por ejemplo: pelotas de fútbol, automóviles, refrigeradores, libros y aeronaves. Sin embargo, no habría que creer que la mera materialidad de estos elementos culturalmente producidos por el hombre son triviales. Todos ellos como muchos otros inventos humanos están ligados con la supervivencia de las personas y los grupos, por esto se les considera símbolos sig-nificativos del hacer humano, objetos, en sí mismos que la sociedad usa y valora. En otros escritos, estos objetos materiales creados por el desarrollo de la tecnología científica humana y tan necesarios para el desempeño de la vida personal y social son denominados vehículos de la cultura, ya que acarrean gran parte de la carga física de las funciones sociales. Son así productos de los individuos, de la sociedad que han sido inventados y confeccionados para responder a sus necesidades sociales. Fichter nos dice que es importante: “recordar que las técnicas de comportamiento asociadas a la producción y uso de los productos culturales, son en sí mismas parte de la cultura. Estas cosas materiales constituyen el ambiente artificial creado por el hombre, interpuesto entre las personas y el ambiente natural que afecta enormemente las pautas de comportamiento”.

Este mismo autor dice que la cultura es la configuración total de las instituciones que com-parten en común las personas de una sociedad. El término configuración para él indica la trama, la matriz y la red dentro la cual las instituciones relacionadas y coordinadas entre sí actúan en un sistema total. El pueblo comparte este sistema cultural, pero no en el sentido en el que todo individuo y grupo participe igualmente y lo haga todo exactamente en la misma forma. Hay roles sociales que no pueden ser desempeñados por ciertas personas de la misma manera, hay ins-tituciones que reclaman mucha mayor participación que otras.

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Se reconocen adjetivos a la cultura y se le propone para su estudio denominándolas como cultura autónoma, cultura impuesta, cultura apropiada, cultura enajenada.

Cultura autónoma: a esta puede reconocerse en aquellos grupos sociales que tienen el poder de decisión sobre sus propios elementos culturales: es capaz de producirlos, usarlos y reproducirlos. Buen ejemplo de ésta son la agricultura campesina y la producción artesanal de las comunidades campesinas y las etnias.

Cultura impuesta: se entiende como un conjunto de elementos culturales puestos en acción por el grupo, pero que no reconocen su origen en él, y donde el poder de decisión es influido o totalmente manejado por hábitos de consumo impuestos por la publicidad y la mercadotecnia, o por modelos de vida del sistema educativo o los medios de comunicación.

Cultura apropiada: los elementos culturales no pertenecen al grupo aunque éste los utiliza y se sirve de ellos, no tiene poder de decisión sobre ellos, tampoco los produce o reproduce con autonomía, un ejemplo de ello es la música juvenil que aturde en todas partes, hasta en los ejidos y casi en su totalidad es de importación y muy ajena al verdadero sentir de la expresión musical vernácula.

Cultura enajenada: aunque los elementos culturales siguen siendo propios, la decisión so-bre ellos es expropiada por elementos ajenos a la comunidad, quienes los popularizan aunque desvirtuándolos, tal es el caso de las danzas y comparsas de festividades religiosas en las que el país es tan rico y que desde hace años se han convertido, fuera de su ámbito y ambiente natural, en un espectáculo folklórico barato para turistas.

Por todo lo ya escrito, en mi opinión podemos definir para el presente libro la cultura como: el conjunto de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos por miembros de una socie-dad incluyendo sus modos pautados y repetidos de pensar, sentir y actuar. La cultura de una comunidad también puede ser definida como el conjunto de todos aquellos modos de ser que esa comunidad ha inventado para mantener la existencia a través de un modo de consensar y establecer los llamados pactos humanos.

¿Quién produce la cultura?

La cultura la creamos, la recreamos, producimos y reproducimos todos quienes en activo existi-mos dando un sentido a nuestra vida y somos parte de una sociedad, pensando, sintiendo, ac-tuando y colaborando como seres vivos con identidad y abiertos a un horizonte de colaboración creativa. Así, no sólo nos reconocemos e interpretamos, sino que reconocemos y tratamos de interpretar a los otros, nuestros semejantes y en particular a todos aquéllos que nos son signi-ficativos y con quienes nos identificamos o no, pero que son un referente durante las diversas etapas de nuestra vida.

En su sentido antropológico, la cultura es la manera en que una comunidad social o un grupo de población (en nuestro caso adolescentes y jóvenes) estructura y configura las relaciones so-ciales, las formas como se entienden y se interpretan a sí mismas, es también la manera en que las conductas resultantes del pensar, sentir, actuar y manifestarse de un grupo y de la persona son comprendidas e interpretadas por los diversos actores que conforman el escenario cultural.

Cada cultura tiene una ideología que sustenta, fomenta y modifica según sus experiencias de vida histórico-sociales así como de las necesidades y las realidades sociales y humanas que afligen a sus grupos de pertenencia. Así, la cultura es utilizada por la comunidad para poder interpretar su propia experiencia personal y grupal, es decir, el comportamiento general con el cual se manifiesta como un organismo vivo ante los diferentes retos que en su función social se presentan.

Los seres humanos somos en esencia seres simbólicos, semióticos y por lo tanto, somos una consecuencia de ese conjunto de códigos simbólicos que son el tesoro de cada cultura y ésta constituye una herramienta para llevar a cabo los propósitos humanos que cada ciclo de vida nos impone dentro de la cultura en que vivimos y dentro de los valores que le dan sentido a la misma.

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Es ésta una esencia que existe en los diferentes niveles de la conciencia personal y comunitaria que rigen la vida y que mantenemos y comprendemos a través de mandatos explícitos o implícitos.

Bonfil Batalla expresa lo anterior de la siguiente manera: “Cada individuo tiene su cultura, que puede diferir en ciertos aspectos de la cultura común de su sociedad, pero nunca al grado de llegar a ser una cultura diferente, porque entonces deja de existir la posibilidad de interactuar y convivir con los demás. “Cultura de lo real”, la que se sustenta en las circunstancias de la sociedad en la que se vive y a la que se pertenece, por una “cultura imaginaria” que se construye a partir de la aspiración de cambiar de realidad, que es muy diferente a la aspiración de cambiar la realidad”:

Todo este aprendizaje intergeneracional desarrollado por milenios en cierta medida ha logrado en cada época, y en la presente, poder mantener bajo control social las enormes variaciones en formas de expresión que como seres humanos hemos logrado imponer en el planeta y también que la conducta de los grupos sea previsible dentro de ciertos rangos aceptados por diferentes grupos humanos que predominan en diversas áreas geográficas.

Así, la cultura tiene como principal característica ser una creación humana, que se nutre y renueva a partir de su presencia misma, de vivirla y sentirla, es una forma de participación con identidad grupal, es creadora del mundo simbólico, las tradiciones y muchos conceptos en las que se mueve y encuentra sentido la vida humana. Mientras existan grupos humanos activos y creativos, la cultura de cada uno de esos grupos será renovada a partir de ellos mismos.

¿Desaparecen las culturas?

Cuando se habla de la desaparición de una cultura antigua quiere decirse que ha dejado de existir la totalidad de la gente que la creaba, vivía y utilizaba, o más frecuentemente que gra-dualmente fue absorbida por otra gran cultura. Nunca se ha podido evitar la penetración de una cultura por otra, ningún grupo humano o estado lo ha logrado a través de la historia; sin embargo de esas penetraciones han surgido mestizajes productivos y valiosos que son vínculo de identi-dad para los pueblos a lo largo de la historia social humana.

Frente a la presión desmedida que unas culturas obran sobre otras conocidas como originales, comúnmente los pueblos afrentados en su cultura se dedican en forma grupal o asociada con otros grupos a desatar una lucha simbólica, generalmente combinando todas las capacidades que consideran como una máxima expresión de la cultura propia. Desde luego que la supervivencia de la creatividad cultural que se encuentra en los orígenes de todo impulso de civilización será más fuerte, más sentida y más fecunda entre mayores recursos y diversificado sea el repertorio de la cultura original que corresponda a cada grupo humano amenazado, es decir, tendrá en su riqueza de elementos culturales más opciones reales de una posibilidad de resistencia eficaz y por consiguiente, de supervivencia.

En este último aspecto Iberoamérica y particularmente México, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil, que hoy tienen una gran cultura mestiza, son un buen ejemplo de la posibilidad mencionada, ya que el maridaje con la cultura que pretendió absorberlas totalmente, dio como fruto el mestizaje de la mezcla autóctona con la cultura mediterránea que fue impuesta por la conquista militar, espiritual a través de la evangelización y la escuela renacentista en el siglo XVI y por otra parte por la africana impuesta en el Caribe o Brasil por los esclavos negros traídos como mano de obra para el desarrollo de la economía regional desde el siglo XVI. Este fenómeno social se dio (el mestizaje) porque afortunadamente las culturas vernáculas eran tan fuertes y poderosas que no se dejaron absorber por el eurocentrismo y hasta hoy viven en fraternidad con los elementos europeos.

Bonfil Batalla en un afán por recuperar la mayoría de las culturas autóctonas y sus pro-puestas nos señala que para tener una cultura mexicana depurada debemos dar una nueva lectura y dimensión a ese maridaje entre la cultura mediterránea impuesta por la conquista y lo auténticamente mexicano y él lo expresa de la siguiente manera: “La historia nos ha legado

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cinco siglos de dominación colonial. Una de las herencias de las que debemos desembarazarnos inexcusablemente y cuanto antes, es la distorsión con que vemos nuestra propia realidad, al percibirla a través del tamiz de los prejuicios culturales propios de la no interrumpida ideología del colonizador. Esa percepción se finca en la devaluación del “otro”, el diferente, el dominado, y afirma la superioridad, la universalidad y la exclusividad de la cultura del dominador, heredero intelectual del colonizador”.

“Desmontar el andamiaje ideológico, sustento de la visión cultural del sector dominante en nuestras sociedades, resulta entonces una tarea prioritaria para sanear el ambiente intelectual (en el sentido amplio, no restringido), construir una visión auténtica de nosotros mismos y conducir el debate sobre nuestro futuro a partir de concepciones e identificaciones más próximas a la realidad”.

A mi modo de ver Bonfil tiene razón, pienso y creo que una mirada amplia, justa y sin prejuicios a la diversidad de culturas autóctonas vivas de nuestro país y a las de otras etnias que pueblan y se desarrollan en la actual indoamérica, se hace necesaria para entender la cultura mestiza que hoy practican grandes grupos campesinos de las diversas regiones que se visiten y se deseen estudiar; pero también, la de grandes masas que viven en conflicto y tratan de encontrar sentido a sus vidas y su función social en las megalópolis que ahora habitan.

El reconocer la diversidad de culturas autóctonas vivas que norman y dirigen la vida toda de grupos cobijados en el anonimato de las grandes ciudades, nos podrá permitir reconocer y valorar la grave problemática a la que se ven sometidos por la salvaje penetración de culturas impuestas por los medios masivos de comunicación, las familias, los adolescentes y jóvenes en ellas incluidos, y quienes han sido educados proverbialmente en las culturas vernáculas de origen, y a la vez se ven obligados a abrazar estilos de vida, valores, formas y actitudes de ser impuestas desde el exterior. El problema afecta en grandes ciudades y en la provincia toda a quienes aún creen, respetan y viven en la diversificación cultural, que se encuentra gravemente amenazada por quienes optan por ignorarla (imposible no reconocerla) para lograr imponer el nefasto criterio de la unificación o la uniformidad cultural en el país.

A esto último ayuda en un acto criminal que cercena buena parte de la riqueza cultural de la nación, tanto el estado a través del sistema nacional de educación, como la industria de la radio, comunicación y la de la imagen por televisión por una parte y por la otra, la obligada movilidad social no basada en un ascenso legítimamente ganado por la superación personal y a través de la asimilación de formas sociales que le permitan sin perder su cultura autóctona progresar, sino por la terrible afrenta que impone la migración obligada ante la ausencia de posibilidades de subsistir con un mínimo de dignidad en el campo y la provincia y obtener movilidad social tanto en el sentido horizontal como vertical. Al parecer en este asesinato en marcha desde hace tiempo de la diversidad cultural que poseemos, y que mucho costará al país en un futuro próximo, de la mano se encuentran las políticas gubernamentales, industriales, mercantiles y hasta religiosas, sin descartar las políticas partidarias que tienden en la mayoría de los estados nacionales a eliminar toda cultura que no coincida con el interés general, con el propósito implícito o la pretensión o el pretexto de crear un mercado, reforzar la unidad nacional, realizar una justicia social, convertirnos en un país democrático.

¿Quién y quienes nos inician en la cultura?

La unidad básica que conforma una sociedad es y ha sido en todas las culturas la familia. Todo lo relatado con anterioridad se inicia en la relación directa con la madre desde el embarazo mis-mo, y desde luego cuando la preñez es producto legítimo y deseado por una pareja funcional, el padre está presente y aumenta el valor de esta experiencia que beneficia al menor, es decir cuando su relación les permite reconocerse mutuamente con los mismos derechos y obligacio-nes, cuando lo mismo se entienden, se comprenden, se solazan y colaboran mutuamente en todas las funciones relacionales que como pareja sostienen y donde el compañero padre de

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este ser in utero toma parte en el regocijo y cuidados prenatales que benefician y protegen tanto a la madre como al producto.

Más tarde en el desarrollo de una familia bien integrada y funcional tanto padre como madre se reconocen con un mismo valor como persona y como padre o madre y a través de este hecho construyen conscientemente espacios de formación, educación humana conocidos como edades vitales (recién nacido, etapa neonatal, preescolar, escolar, pubertad, adolescencia, juventud, madurez, tercera edad y senectud) para las cuales todo padre y toda madre que reconoce en cada uno de sus hijos una oportunidad diferente para manifestarse a ellos(as) a través del amor, la protección y la promoción tendrán múltiples oportunidades de iniciar a los menores, desde la tierna infancia hasta la juventud, en los valores morales, religiosos, cívicos, culturales, relacionales que forman parte de las tradiciones personales y las convicciones particulares individuales y que como pareja sustentan, logrando así de manera eficaz, persistente y persuasiva instruir, lograr y supervisar el adecuado desarrollo de la cultura que se profesa por convicción y se desarrolla en la familia. Padres que saben el valor y dan trascendencia a su cultura, enseñan siempre el respeto a otras culturas y a quienes se manifiestan en ellas con pequeñas o grandes y múltiples diferencias a las que nosotros practicamos.

Un segundo grupo trascendental en la conservación y desarrollo de las culturas que son responsables de la formación escolar de los niños(as) son los profesores(as) desde el jardín de niños hasta la universidad o educación superior técnica. Desde épocas remotas en todas las culturas fundacionales (egipcia, mesopotámicas, indostanas, china, peruanas y mesoamerica-nas) las clases dirigentes tenían mayores posibilidades de supervivencia y lograr que sus hijos maduraran en el ejercicio de los sistemas escolares generalmente reconocidos de orientación religiosa o militar. Desde entonces la educación formal se consideraba aquélla otorgada dentro del seno de la familia y a las escuelas, fueran de carácter religioso o militar, se dejaban los as-pectos tecnológicos y rituales que acompañaban la formación de los estudiantes y que tenían una representación más fidedigna del sentir y proceder en comunidad. Si durante la Edad Media en las culturas europeas se abrieron los claustros universitarios, éstos no existían como la con-clusión de una larga y elaborada escolaridad previa. Durante el Renacimiento en nuestra cultura (hispanoamericana) fueron Vives, Nebrija y Vittoria quienes crearon fundamentos y reglas para la escolaridad, que no siempre llegó a los pobres y menos a las familias rurales. Entre otros significativos europeos recordemos a Erasmo y a Tomas Moro.

Durante la conquista de América por España fueron los franciscanos antes que nadie, y más tarde agustinos y jesuitas, quienes llevaron a cabo la transculturación de la población nativa de las diferentes sociedades sometidas en Mesoamérica. La historia del proceso escolar de nuestro país abarcó la infancia y juventud desde la apertura del Colegio Imperial de la Santa Cruz de Tlatelolco hasta la fundación del Colegio de San Pedro y San Pablo por los jesuitas. A finales del siglo XVIII la escolaridad como elemento trascendental para la formación cívica y la formación moral de la persona humana se propagó desde Francia por múltiples filósofos y los iniciados en la pedagogía. Sin embargo, no es hasta el siglo XIX en el segundo y tercer decenio de esa época, que los estados señalan el proceso educativo extrafamiliar como una obligación trascendental a la que se obligan estado y sociedad.

Este proceso nació como fruto del avance de las ciencias y la tecnología y para conservar de la manera más adecuada todas aquellas ramas del saber que participaban de la tradición humanista de la cultura europea. El estado pretendía y pretende aún que la escuela se convierta en un sitio de encuentro de múltiples familias que piensan, opinan, se manifiestan de manera muy diversa aun perteneciendo a una misma cultura, es decir la escuela es pues un crisol donde se funden y a la vez amalgaman múltiples formas de ser y participar culturalmente, pero donde los instructores de niños adolescentes y jóvenes son responsables no sólo de transmitir la materia particular que deben promover en la mente y en el actuar de los educandos, sino algo más importante, desarrollar un criterio en quienes los escuchan para entender, asimilar

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y practicar una teoría de cómo el estado desea y permite que se uniformen lo más posible las diferentes formas de participación de la cultura en que se practica, cuyo fin es uniformar o tratar de lograr la integración y la posibilidad de funcionar como grupo socialmente. La escuela no pretende imponer una sola forma de pensamiento o de juicio valórico respecto a la currícula que enseña, pero si acerca a la posibilidad de una mayor funcionalidad grupal. El sistema escolar tiene obligación de promover los valores cívicos, morales, sociales y relacionales más importantes de la cultura y hacer lo posible por lograr que funcionen dentro del concepto de civilización que el estado profese.

¿Qué entender por cultura ambiental?

Hemos dicho que la cultura es también ambiental y con ello queremos significar que ésta nos rodea durante toda la vida. Vivimos en una sociedad que es preexistente y nos guste o no, ve-nimos a encajarnos en ella. La cultura que en cada generación hemos heredado, es en la que como personas hemos aprendido a vivir. Es evidente y muy significativo que en el siglo XXI, cada mexicano que nace como en los siglos pasados, crece para ser mexicano, de la misma manera que un español, un escandinavo, o un chino nacen y crecen dentro de culturas que los convierten en españoles, escandinavos o chinos, pero nunca en mexicanos. El ambiente cultural en que vivimos y nos desarrollamos queda atrás de nosotros cuando morimos, pero así como mientras estamos vivos somos capaces por algún tiempo de podernos evadir del grupo social con el cual convivimos, no lo somos de evadirnos, aun estando solos, de la cultura de la que formamos parte. En esto poco meditamos.

El ambiente cultural es probablemente la influencia más fuerte en el comportamiento social de la gran mayoría de las personas, y esto es particularmente cierto durante la adolescencia y juventud. Pocas personas se percatan de que aun en la soledad, voluntariamente buscada y lograda tratando de alejarnos de todo y de todos por algún tiempo, seguimos pensando y actuando conforme a las pautas de comportamiento a las que se nos ha acostumbrado. Esto es explicable porque aunque no se esté consciente, las instituciones de la cultura forman nuestra personalidad social y nos llevan a los roles sociales que ejercemos y a los valores que aceptamos. Son ellas las que forman hábitos hasta en el modo de pensar y hacer las cosas, los valores sociales, y todas las formas de relación que en ocasiones nos son difíciles de realizar y aceptar.

Es necesario decir que toda cultura concreta existe sólo en el interior de la persona y a través de la convivencia entre los seres humanos. Paradójicamente ninguna persona resulta esencial para la cultura, porque la cultura preexistió a cualquier persona particular y tiene mayor perma-nencia en el ámbito social que cualquier ser humano.

Que la cultura ambiental nos persuada es un hecho particularmente interesante cuando estudiamos las poblaciones que resultan de la emigración. Hay entre ellas quienes volunta-riamente viven solos o con residentes originarios de los pueblos de adopción; por lo común, este tipo de emigrante se adapta mejor a la cultura de adopción y la vive sin perder la suya, es decir, la cultura vernácula. Mas hay otro gran sector de emigrantes que no pueden subsistir solos o en convivencia y libertad con los lugareños y voluntariamente se asocian preferentemente con paisanos del mismo origen para constituir “guetos”. Esto es evidente aun entre las poblaciones migrantes en Europa, para no hablar de lo que sucede con los mexicanos que emigran a Estados Unidos de Norteamérica o los bolivianos que emigran a Argentina o España. En concreto hay entre los emigrantes quienes no pueden vivir sin recrear esa “cultura ambiental” que les congrega y permite vivir y no tan sólo existir. En realidad puede decirse que un extranjero en su tierra de adopción, es decir, los trasterra-dos, rara vez o nunca llegan a perder completamente la cultura en la que originariamente fueron socializados.

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¿Para qué sirve la cultura?

La cultura existe con el fin de sistematizar la posibilidad de satisfacer las necesidades sociales de la persona; los medios para otorgar esta vía de satisfacción son las instituciones que abar-can desde la familiar, la educativa, hasta la política y la institución religiosa, todas igualmente importantes y trascendentes dentro de un sistema económico que tiene su razón de ser en un tiempo sociohistórico. Todo este engranaje cultural tiene como fin simplificar el comportamiento, proporcionar roles a niños adolescentes, jóvenes, adultos y aun ancianos, formas de relacionar-se y desde luego de entender la función del control social sobre la población. Una rápida mirada al hacer de las instituciones mencionadas y sus funciones nos revela su riqueza y lo valioso de su trascendencia en el desarrollo y permanencia de una cultura.

Para mejor entender, comprender y disfrutar de la cultura cualquiera que ésta sea, o la época que represente, vale la pena recalcar que cuando se estudia una micro o macrocultura se nece-sita conocer sus instituciones, aquéllas que tradicionalmente las sostienen, ya que en cada una de ellas hay un sinnúmero de detalles que tomar en cuenta y entender el relato que contienen, son hitos de la vida cotidiana de ese grupo y forman parte de los elementos que construyen la cultura. Entre otras citamos aquí las más significativas para entender a la persona y a su cultura.

La familia. Tipos, organización, funcionalidad, relaciones de parentesco. Las institucio-nes que velan por la vigencia de la organización social. Conformación, control, autoridad, poder, relaciones vecinales, formación de barrios, lo permitido y lo prohibido socialmente, funciones y actividades que prestigian o descalifican, participación ciudadana, patrones de subsistencia, formas de trabajo, organización laboral, producción, consumo, etc. Formas de recreación. For-mas de ocio y distracción, organización del tiempo libre, tipo de deportes y acceso que se tiene a ellos. Religión. Rituales o formas de representación de la fe, valores que los guían, creencias que enaltecen, la normatividad de las conductas morales, organización civil de las cofradías.

Instituciones que velan por el fomento y desarrollo de formas de educación. Com-prendidas como aquéllas que se dan por transmisión directa a través de la experiencia de vida compartida con la familia, trasmitida por el grupo social a través de la relación entre los mayores, los niños y los adolescentes, y por la que se otorga en la escuela en sus diversos grados y mo-dalidades de enseñanza y también aquéllas que velan por el fomento y procuran la atención a los problemas de salud. Cada cultura valora el proceso de salud y enfermedad, le da un valor a la vida, la enfermedad y la muerte y también tiene diferentes contextos de la relación del médico o su equivalente con el paciente. Los medicamentos empleados, su obtención y sus formas de uso varían de una cultura a otra, así como la presencia de conceptos mágicos y divinos en la práctica médica o en los ritos de práctica de sanación.

La cultura asigna también mucha atención al conocimiento, significado y procuración para todo aquello que favorece los eventos de la vida tales como el nacimiento, ritos de presentación e iniciación, pubertad, noviazgo, matrimonio, reproducción, muerte. De igual manera a ninguna cultura le pasa por alto el particular interés y significado personal y social de los diversos ciclos de vida que se registran durante la existencia y participación comunitaria. Así, se estudian la infancia, niñez, adolescencia, juventud, madurez, ancianidad y cómo aportar en cada ciclo de vida, afecto, educación, promoción, protección, formas de vinculación y apoyo, etc.

La cultura también cuenta con un vasto mosaico de formas de presionar o conducir el arreglo personal, la forma de vestir tanto en lo masculino como en lo femenino, y más aún, en cuanto a vestido y arreglo le otorga características de rango y oficio. Las influencias de rango son también visibles tanto en la forma del hábitat como en la selección de materiales con que se construye, los colores que se aplican para pintar los barrios y comunidades, la traza urbana y hasta en la forma en cómo se marcan y establecen las técnicas de tenencia de la propiedad y la herencia.

Finalmente, pero no menos importante y quizá la influencia más persistente de una cultura se da en las formas de alimentación, desde cómo se constituye la dieta, la composición de los

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platillos, el condimento, las creencias en torno a los poderes mágicos y divinos que son trasmi-tidos en aquello que se come o se bebe. Esto es en sí, aun hoy día uno de los baluartes de la cultura universal. A manera de compendio, a continuación expresamos cuáles son las funciones básicas de la cultura.

• La primera función de la cultura es ofrecer un esquema sistematizado de la conducta social en un gran número de gente, ayudando así a que no se vea obligado cada quien a construir su propia cultura. De esta manera las personas participativas en la sociedad no se ven obli-gadas rutinariamente a aprender de nuevo o inventar una manera de hacer las cosas.

Finalmente la cultura coordina los diferentes segmentos sociales de un grupo humano.• La cultura congrega, contiene e interpreta los valores de una sociedad y de esa manera pro-

picia que la misma reconozca y aprecie lo que tiene valor. La gente descubre a través de la cultura el sentido y la intención de la vida individual y social.

• La cultura es en sí la matriz de la solidaridad del grupo humano. Es por esta función que la persona se adhiere a las propias tradiciones culturales y religiosas y tiende a ser leal a otros que las comparten. Esto tiene una enorme trascendencia porque la gente que funciona socialmente a través de una cultura adquiere un sentimiento gregario para poder alcanzar objetivos comunes que le son necesarios. Es la esencia de la cooperación.

• Las culturas establecen las diferencias que permiten distinguir a unas de otras, así los mexi-canos nos podemos distinguir de los españoles, marroquíes, franceses o japoneses. La cul-tura caracteriza a un pueblo de una manera definitiva y más significativa que el color de la piel u otros rasgos fisiológicos. La cultura es más realista que las fronteras del territorio o políticas que en ocasiones determinan a los pueblos.

• La mayor importancia de la cultura es que, finalmente la cultura de una sociedad es el factor que predomina en la constitución y la formación de la personalidad social. Nos guste o no, el cuño cultural de la personalidad humana es tan fuerte que nadie puede escapar a él.

En los años 1950 Sorokin llamó a la suma de todas las pautas mencionadas cultura compor-tamental y sostuvo que su significado puede encontrarse en la cultura biológica. Esto significa que una sociedad puede identificarse por su “mentalidad cultural” y porque puede colocarse en algún punto de una escala que va de la cultura sensible (materialista, secular, empírica), a la cultura de las ideas (trascendental, sagrada, espiritual). Cada cultura se identifica por su sistema de significados, su núcleo de valores, ideología y ethos.

Adaptación a la cultura

Ya que existen múltiples factores de cambio, debemos reconocer que no hay una sola expli-cación que de manera holística y con un horizonte amplio nos aclare de manera completa y exhaustiva el porqué de la adaptación cultural. Podemos hablar en términos generales de dos amplios procesos a los que se les reconoce desde hace tiempo su participación de manera muy importante y aun determinante en procesos de adaptación cultural. Estos son conocidos como el proceso de difusión y el de convergencia. Si bien significan cosas diferentes, debemos recono-cer que actúan sinérgicamente y se les encuentra mezclados o amalgamados en todo proceso de desarrollo histórico de una cultura.

La difusión no significa otra cosa que las pautas de una cultura han sido comunicadas de una cultura a otra. Como todo fenómeno de competencia humana personal o grupal, algunas de estas pautas son aceptadas, en tanto otras son rechazadas. La difusión como proceso requiere de contacto directo o indirecto persistente y comunicación entre la gente que conforma diferentes grupos sociales.

La convergencia es un proceso diferente a la difusión, ésta se presenta cuando se da la alternancia o diversidad de pautas y cuando algunas de éstas se arraigan en los grupos que las

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aceptan y con ellos se conducen a cambios profundos en la matriz de la cultura original y a través de estos cambios aparecen culturas “nuevas” y diferentes de las que proceden. Las principales culturas del mundo han evolucionado y se han desarrollado así: difusión y convergencia. Son estas las explicaciones más racionales e importantes para entender y valorar la adaptación cul-tural; ejemplos remotos y reales se dieron en Europa, la cultura romana y en la convergencia de las culturas musulmanas, godas, judías que formaron la cultura española con la que se colonizó América; o la normanda, sajona y celta que formaron la cultura inglesa. Y otro tanto más, podemos decir de la cultural mexica, olmeca y maya que formaron la cultura mesoamericana, que hasta hoy es vigente en gran parte de México y Centroamérica y que después de la conquista entró en maridaje con la cultura española mediterránea.

Para Bonfil Batalla, uno de los grandes problemas de México es en cierta forma una actitud etnocentrista de grupos nacionales que se niegan a reconocer la presencia, el valor y vigencia de las diversas culturas nacionales y así lo expresa en el siguiente párrafo “el uso de la diferencia cultural por parte del poder y en su beneficio ha sido históricamente un obstáculo infranqueable para construir una relación democrática que incluya efectivamente a todos los individuos, grupos y pueblos que constituyen nuestras sociedades nacionales; porque en consecuencia, nos ha impedido formular un proyecto nacional inclusivo, en el que todos tengamos cabida; porque nos ha llevado a ignorar, despreciar o anular las potencialidades creativas de amplias capas de la población, las mayorías que forman el México profundo”, estoy en acuerdo total con su opinión, y además, agrega Bonfil “esta situación debe modificarse radicalmente para entrar al siglo XXI (el tercer milenio según la cuenta cristiana) con mayores posibilidades de elegir nuestras propias opciones y mantener el margen de autonomía indispensable en un mundo que avanza hacia una interrelación cada vez mayor. ¿Lo haremos como individuos aislados, unas cifras más de productores y consumidores, o como colectividades integradas que en esa condición se relacio-nan con las demás?”

Bonfil Batalla también advierte de los peligros que enfrenta el porvenir para una sociedad que no integra su diversidad cultural para dar la cara al futuro. El gran movimiento es la llamada globalización. Globalización de las comunicaciones, de los mercados, de los capitales y de la tecnología. También aquí la importancia de los estados nacionales se presenta disminuida: las decisiones que cuentan se toman en otra esfera, en la que pesan más los intereses trasna-cionales. Los estados nacionales tienden a formar bloques, nuevas alianzas para ocupar una parcela en la economía global. El mundo se achica, dicen: la comunicación es instantánea y no respeta fronteras. La informática, la biotecnología y otras tecnologías de punta son los nuevos dioses de la razón a quienes hay que aferrarse para seguir creyendo que el futuro está escrito y es uno solo. Qué tranquilidad es encontrar una nueva certidumbre. Pero sólo es posible a costa de olvidar la historia y cerrar los ojos ante todo aquello que pudiera poner un punto de duda, la más pequeña inseguridad.

Todos los grupos humanos siempre se han manifestado a los otros con diferencias culturales; las diferencias que posee cada cultura no las convierten ni en mejores ni en peores, en superiores o inferiores. Son ya centenares de estudios que provienen de antropólogos sociales y etnólogos que nos afirman que todas las culturas son enormemente importantes y valiosas y que simplemente son diferentes. Sin embargo, gran cantidad de población creadora de su cultura ignora su propia riqueza y se deja confundir y hasta alucinar con “cultura del desarrollo técnico” y la necesidad de ingresar a una cultura de consumismo buscando ante todo una posibilidad de superación económica que les permita vivirla. Hoy más que nunca Estados Unidos de Norteamérica como estado pretende que Occidente acepte la suya como la cultura de excelencia y por lo mismo la valida, la propaga e impone como modelo a seguir para todo el mundo. Continuamente recurre al truco de que la prosperidad económica de los países es prueba de su superioridad. Todo este concepto tan rebatible “de la unificación” y la “globalización” con la cultura norteamericana como símbolo de primacía y de ser tomada en cuenta como lo propone el estado norteamericano, ha

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empezado a ser rebatido en los últimos 25 años a través de la voz y escritos tanto de una pléyade de intelectuales humanistas de diferentes disciplinas de origen europeo, asiático, iberoamericano y norteamericano que descalifican semejante pretensión.

Similares argumentos han logrado crear en parte de la población y juventud iberoamericana tan poco afecta a conocerse y valorarse a sí misma y a reconocer como valiosa su cultura, grandes sentimientos de inferioridad y algunos de frustración por no alcanzar a pesar de su desmedido afán de llegar a ser “como ellos”; “los modelos del norte”. Lamentablemente, muchos que des-pués de hacer grandes esfuerzos, de migrar hacia el polo de su atracción, pasar sufrimientos inenarrables llegan a desarrollar de alguna manera algunos de los detalles que caracterizan al norteamericano común, tienen que sufrir finalmente no ser aceptados y la mayoría de las veces reconocer, no sin rencor, el no poder adaptarse e integrarse al medio.

Tomar una actitud de desconocimiento o superioridad ante las otras culturas es un etnocen-trismo que significa el desconocimiento de la cultura diferente a la mía o bien un acto reprobable en el que yo desconozco a los que son diferentes a mí, porque no tienen lo que yo tengo (en este concepto se comprenden desde las particularidades genéticas hasta los bienes materiales) todo aquél que no es como yo, es menos que yo, es atrasado, es incivilizado.

Los etnocentristas con esa actitud necia, intolerante no pueden llegar a conocer y mucho menos comprender él porque del comportamiento humano y menos intentar valorar y analizar el comportamiento de diferentes familias, núcleos de población y el de los jóvenes que pertenecen a barrios o ambientes sociales específicos, quienes también crean cultura y se manifiestan acti-vamente y en su hacer no ofenden a nadie y menos a otras culturas.

La adolescencia como grupo social emergente

El proceso de adolescencia desde siempre ha sido reconocido por la comunidad universal y ha estado ligado a la esencia cultural del grupo o la región geográfica que se revise. Cada cultura tiñe de diferentes características tanto los ritos de iniciación que marcan el inicio de la adolescencia como el desarrollo del proceso en sí. Las variaciones son amplias, pero en toda la simbología de que están revestidas se afirman las tradiciones y los mitos con que cada grupo da solidez a su función social. Es un rito de gran trascendencia social. A los iniciados(as) se les otorga y se les inviste de nuevas prerrogativas y expectativas, a todas con un claro significado: dejar la infancia atrás, aceptando la nueva etapa como un reto, una oportunidad para crecer y probar su capacidad de manera consciente, responsable y de desarrollar habilidades y otras facultades personales para ser reconocidos(as) al término de ella como preparados para desa-rrollar la vida adulta y ser incluidos en la sociedad adulta.

Esta etapa que otorga derechos a los iniciados también les demanda obligaciones. Todas ellas con el único fin de capacitarlos para la vida y el desempeño adecuado de su función comunitaria, aceptando y comprometiéndose en ideales y mandatos que son propios a generaciones pasadas y que según los adultos normativos son indispensables para mantener la vigencia de la cultura que dinamiza a la comunidad.

Rara vez los grupos adultos consultan a los jóvenes cómo renovar estos ritos de iniciación y compromiso con la comunidad. Más aún, muchos siguiendo el postmodernismo caótico ni siquiera exigen a los jóvenes compromiso alguno y otros más, y por eso en muchas ocasiones no les han apoyado a existir y encontrar sentido a la vida, no tienen punto de contacto humano con ellos y fracasan así en la función social para atraerlos y ayudarlos a formar parte activa de la sociedad.

Ninguna cultura ha practicado o practicó hasta la aparición de la cultura basada en la eco-nomía del consumismo y del desperdicio ritos de iniciación de la adolescencia para ofrecer y garantizar a los adolescentes una etapa de vida dedicada al ocio vano, la diversión irresponsable, ignorar o despreciar el estudio o la capacitación, o para convertirse en un grupo de oposición sistemática y sin objetivos claros o razones válidas frente a los adultos; es decir, los ritos de

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paso de la adolescencia nunca han promovido como conciencia de fines de esta etapa las con-ductas del abandonismo o hedonismo, la masificación irresponsable como forma de evasión de responsabilidades para con su grupo humano y la renuncia a ser por evolución personal un ser humano, individual que reconoce a los otros y que es capaz a través del desarrollo de la habili-dad vinculatoria de acceder a poseer un yo capaz de descubrir un tú y reconocerlo y llevarlo a pertenecer a un nosotros. La masificación y el nomadismo pleno de anomia son frecuentes en las generaciones de jóvenes que aparecieron después de los “jipis”. Las comunidades que han permitido el desarrollo de estas generaciones sin educación, creación de conciencia de fines, tienen hoy en ellos una clara muestra de la incapacidad social para ayudar a madurar a los jó-venes, orientándolos a encontrar su identidad, apoyándolos a construir un proyecto de vida; es también una clara evidencia de cómo la sociedad urbana carece de capacidad y diligencia para incorporarlos de una manera digna al sector laboral y el sistema productivo que el trabajo en cualquiera de sus múltiples formas representa.

La sociedad por muy largo tiempo consideró la adolescencia como un proceso ligado a la madurez biológica, al cambio de la silueta corporal y con esto la posibilidad de que los jóvenes contribuyeran con sus brazos al trabajo y con su vida a la defensa de la comunidad, a la vez que con su maduración sexual participar en la reproducción humana tan necesaria para la continuidad de la familia y la supervivencia del grupo social como tal.

Hoy día el concepto es distinto, desde el punto de vista teórico de las ciencias sociales y de la conducta. La adolescencia como etapa existencial de vida significa una oportunidad de maduración psicoafectiva y social bien reconocida; de acuerdo con Erickson, es una moratoria social, existencial. Los eventos de la pubertad (el desarrollo físico y la maduración sexual) son procesos biológicos con un control genético; la adolescencia es diferente de este proceso, tiene otro ritmo de desarrollo, “tiempos”, y secuencias diferentes al proceso biológico, porque tiene una regulación cultural y social. Se trata de un proceso de construcción social y por lo tanto, íntimamente ligado a la cultura del medio. Cambia el cuerpo, pero también cambia la mente, se tiene desde lo imaginativo y en ocasiones desde lo real, expectativas personales, metas sociales individuales y colectivas. La adolescencia de ellos o ellas es un tiempo que pertenece a ellos, no es un bien comunitario, o familiar para servir o satisfacer los fines predeterminados por los padres y las necesidades grupales, al menos así se ve y funciona en las comunidades urbanas, pero en las rurales y en el ámbito de las etnias la lectura de ser adolescente es muy diferente, perpetúa las milenarias costumbres y, quienes no están de acuerdo con ellas huyen de sus ho-gares o bien son sacados de la comunidad porque no aceptan su nuevo rol que es a la vez un molde muy arcaico. Esto no significa que avalemos el egoísmo de algunos adolescentes, pero significa desde mi punto de vista que los adultos importantes para ellos deben darles el “tiempo” para que vivan y se dé la adolescencia dentro de los márgenes de contención que se deben tener.

Hoy, para la mayoría de quienes están en edad de ser adolescentes, se trata de un desarrollo psicosocial de carácter autogestivo apoyado o no por la familia o por el grupo social. En efecto, el número de adolescentes que están en la comunidad solos, actuando sin acompañamiento emocional, carentes de diálogo, de guía y sin intereses compartidos con sus padres y su familia, es mucho mayor de lo que se cree. Habitan con los padres bajo un mismo techo, pero en distintos mundos emocionales, con una pobreza y aun carencia de diálogo que son alarmantes y a la vez sin un sentimiento de pertenencia. Una mayoría carece de todos estos diversos y tan necesarios apoyos, sin un andamiaje cultural sólido que los sostenga y son dejados en soledad para realizar tan pesada como necesaria tarea: la adolescencia.

La trascendencia de la adolescencia como evento esperado con orgullo y un sentimiento de renovación social para la comunidad en el grupo humano se dio de una manera general hasta hace no más de 60 años. Hoy esta etapa es sentida como una esperanza renovadora sólo en la población rural. Actualmente en las grandes urbes y centros urbanos de importancia se entien-de el evento como una calamidad más, se convierte en una preocupación familiar, escolar y en

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ocasiones hasta en problema social al que hay que temer, que tiene múltiples manifestaciones y muy pocas probabilidades de poderse contener, solucionar o poder controlar; es como algunos lo llaman “un mal necesario” que hay que aceptar.

Entender entonces el problema de la “cultura juvenil” que nace fuera de toda influencia familiar, es motivo razonable de preocupación y manejo entre ciertos grupos y motivo de gran preocupación para otros. Es necesario que los adultos entiendan y comprendan que la cultura juvenil tiene una explicación y una razón de ser y que querámoslo o no, los adultos tienen res-ponsabilidad en muchas de las manifestaciones que de ella hacen y con que se expresan y se perturban y nos perturban.

En el fondo los y las adolescentes de hoy y de ayer en todas las culturas tienen como obligación existencial que concretar tres pasos fundamentales en la tarea de convertirse en adultos, no es tan sólo un cambio de cuerpo y funciones como hemos dicho; tan sólo una etapa de adaptación o readaptación social circunstancial; se trata de algo más trascendente que tiene que darse como un proceso de maduración emocional, y desde lo imaginativo como casi todo el quehacer constructivo del adolescente, con apoyo y guía o sin él, en un campo de libertad vigilada o si se prefiere contenida en donde deberá preparase para la construcción de un proyecto de vida indi-vidual y/o colectivo dentro de la comunidad urbana o rural y esta trascendental tarea los obliga a definirse y cumplir las siguientes ya milenarias tres moratorias:

• Encontrar el sentido de la vida y darle a su vez sentido a la vida personal.• Elegir una forma de integración laboral en el grupo social, lo cual obliga en las sociedades

modernas a elegir una vocación u oficio y capacitarse para ejercerlo.• Resolver la forma de participación social en la conservación de la especie, procurando la

reproducción responsable a través del matrimonio. Mandato éste, hasta hoy casi obligatorio en todas las familias, aunque hay ya quienes optan abiertamente por la soltería, o la vida en pareja sin convenir en el matrimonio y finalmente hay quienes formando algunos de los tipos de pareja en boga, deciden o no, tener hijos.

Si el mensaje simbólico por milenios ha sido claro, los reclamos de los diversos proyectos de vida lo son también y están vigentes. Adolescencia es una etapa de preparación para asumir las condiciones que la cultura adulta y la comunidad imponen. Para que la adolescencia se dé, es necesario que la comunidad y la cultura imperante preparen y creen un escenario adecuado que será dado como propio a los adolescentes.

La cultura juvenil

El término cultura juvenil tiene medio siglo de haber sido empleado por sociólogos y antropólo-gos sociales o personas dedicadas al estudio de las comunidades y en particular del desempeño social adolescente y juvenil por primera vez. Otras personas se han referido a los modos so-ciales de desempeñarse de adolescentes y jóvenes como contracultura. Propiamente hablando creo que es más justo hablar de cultura juvenil, pues llevamos abiertamente 55 años de ver creatividad en todos los órdenes por parte de adolescentes y jóvenes así como una invención y reinvención de sí mismos en la forma de adaptarse y readaptarse a los sistemas sociales dominantes que se dan en sus culturas de origen, así como aquéllas que ellos mismos han inventado. Yo como profesor universitario, como investigador en torno a la vida del adolescente puedo encontrar en forma sorprendente grandes diferencias entre los alumnos de las últimas dos décadas del siglo pasado particularmente con las que han surgido y asisten a la educación media superior o las universidades. A mi entender y pese a que aprecio en mucho el esfuerzo y voluntad de los alumnos presentes considero que han perdido mucho con respecto a las dos décadas señaladas.

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A finales de los 50 y a principios de la década de los 60 del siglo pasado, Europa y Norte-américa tenían un número sorprendente de niños y adolescentes que intentaban ser ellos, tal parece que el mensaje a los padres norteamericanos y europeos (particularmente los ingleses, franceses, alemanes y escandinavos) era “déjenos ser”, “estamos hartos de tener adultos que nos dirigen”, este tipo de mensajes a través de diversas actitudes contra padres y profesores escolares y universitarios que culminaron con la famosa frase de la revolución juvenil francesa de 1968: “prohibido prohibir” a quienes contemplamos y escuchamos esta sentencia nos quedó claro que el oficio de padre y madre como el de docente tendrían que reinventarse de inmediato y a partir de entonces renovarse al menos cada 10 años. Esta revolución visible y silente de los años 50 e inicio de los 60 llegó a ser una realidad en España tanto como en Iberoamérica al inicio de los 70 logrando su apogeo desde 1980 hasta la fecha.

En México el detonador del nacimiento de un apartado social y su cultura juvenil nació con el movimiento estudiantil universitario de 1968. No quiere esto decir que no hubieran antes de esa fecha muestras de inquietudes juveniles en grupos de clase popular y media urbana y aun de clases altas en universidades (recuerdo y participé de los movimientos de renovación juvenil en la Universidad Iberoamericana que lamentablemente llevaron a varios valiosos jesuitas a ser castigados por las autoridades de la rectoría de esos años, terminando con esa etapa de toma de conciencia y responsabilidad cristiana de las clases sociales altas de nuestro país).

Nos guste o no, existe hoy día y bien diferenciada una cultura juvenil expresada a través de la música, la literatura, la plástica, el atuendo y el comportamiento social. Conocemos un sinnúmero de grupos humanos de adolescentes y jóvenes dedicados a la acción social, podemos afirmar que la mayoría de los adolescentes en todo lo que se comprometen, producen y hacen tienen fines positivos, y que si muchas veces fracasan en su empeño es debido particularmente a la intromisión y autoritarismo de los adultos.

Para entender el mundo adolescente hoy y su cultura se necesita reconocer que la adoles-cencia no es nueva en el mundo y producto de las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial, es necesario reconocer y repasar a través de la lectura y el estudio que cada generación ha hablado, escrito, cantado, bailado, vestido, pintado y creado propuestas y estilos de construc-ción arquitectónica, o inventado instrumentos y tecnología que han permitido con bases científicas progresar hasta el presente; en cada época, en forma diferente a las generaciones procedentes, los adolescentes, los jóvenes y los adultos han actuado y con ello han dejado huella de su paso y enriquecido el medio social. La participación de los adolescentes, jóvenes en la recreación y progreso de la cultura ha sido siempre importante y ha estado presente a lo largo de la historia social humana. Hoy la participación adolescente y juvenil en la tarea de crear y renovar o hacer una nueva cultura se da, pero se ve diferente.

La participación de las generaciones es tan importante en la renovación social que se les ha asignado los adjetivos de: generaciones conservadoras o generaciones renovadoras. Las primeras son aquéllas que con gran calidad mantienen lo recibido de los ancestros, pero su aportación ha sido poco original, y lo muy original se detecta en escasos grupos. Se consideran generaciones renovadoras aquéllas que modifican sustancialmente la cultura heredada en todos o al menos, una mayoría de los parámetros que hemos señalado para el estudio de la cultura y a través de su aporte creativo renuevan la dinámica social a través de las artes, las instituciones y movimientos políticos. Con frecuencia hay quienes niegan la existencia de una cultura juvenil; otros la afirman y analizan, le dan un valor y tratan de explicarla. Por lo general, los adultos se refieren a la cul-tura juvenil como una carente de valor intrínseco. Otros se refieren a ella como una subcultura de carácter transitorio y local -microcultura regional-. Si aceptamos que se le califique como tal estamos restándole valor, la estamos categorizando como dependiente o supeditada a otra cultura importante a la que reconocemos como oficial. Hoy muchos más se refieren a la cultura juvenil como movimientos sociales que se denominan “contracultura o culturas alternativas”. Esto último me parece más conveniente porque no las despoja del valor propio y de las característi-

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cas creativas que la singularizan y que manifiesta, aunque sea temporalmente, el sentir de los jóvenes frente a la autoridad establecida por familia, escuela y gobierno. Francamente pensamos que los adultos que descalifican a la cultura juvenil no le otorgan apreciaciones objetivas y es opinión general que sus detractores muchas veces actúan de manera visceral y como reacción ante la franqueza, violencia, ruido y desaprobación con la cual los jóvenes urbanos, la despliegan y atropellan el sentir tanto como los territorios de espacio social de otras generaciones que aún forman parte activa de la cultura general heredada.

Cada nueva generación está en capacidad y en su derecho de renovar la cultura heredada, quizá valga recordar que la persona humana tiene como obligación trascendente darle dinamismo a su existir, participar renovándose y renovando el ser humano no es por naturaleza un ser es-tático, sino uno en continua búsqueda de sí mismo, en interacción con los demás con y a través de la cultura y además dando, recibiendo y capturando con su acción participativa testimonios activos producto de su acción y de la de los demás. Es decir, construyendo una cultura dinámica enmarcada por lo general en un momento y sentido de la realidad social. Ya Freud claramente expresó que: “el hombre sólo tiene como única posibilidad seguir construyendo cultura”.

La renovación cultural aporta múltiples creaciones en cada generación; de ellas, la mayoría pasa al olvido rápidamente, pero aquélla que surge como un producto autentico, vivo y vincula-do al momento histórico, con seguridad que permanecerá como un testimonio vivo, que une a varias generaciones y cada una de ellas le da un color o un matiz propio a través de pequeñas y variadas modificaciones (por ejemplo, el fenómeno rock) sólo así puede entenderse, valorarse y aceptarse el enorme legado humano que por miles de años en todas las culturas y en particular en Occidente siguen estando presentes y teniendo influencia.

La cultura es suma, es participación creativa en libertad tanto en la vida personal como en la comunitaria, y esta prerrogativa es oportunidad concedida a todos los ciclos vitales y a todas las capas sociales que conforman la comunidad. Quienes en verdad se interesan en la adolescencia saben bien que lo anteriormente anotado es una realidad que se vive y se da en el mundo de la comunidad adulta y adolescente en ciertas clases urbanas en función de otros grupos adultos y grupos adolescentes de la misma comunidad a quienes llenan de descrédito y no reconocen capacidad y dignidad alguna, simplemente porque no piensan y actúan como ellos. En realidad, por lo general, las críticas nacen porque cada cultura profesa un marco valórico distinto. El ser “distintos” no debe significar jamás ruptura y enfrentamiento, debe cuando mucho suscitar diver-gencias, contrapunteo y deben terminarse en desacuerdos temporales, que lleven eventualmente a establecer rutas de conocimiento, entendimiento comprensión de las diferencias que separan a los grupos, pero también de resignificación de los lazos que entre ellas persisten. Sólo así, se podrá llegar a consensos verdaderamente enriquecedores donde se reconoce todo lo positivo, genuino y creativo que se puede encontrar en las culturas alternativas o en los movimientos “contracultura”.

Hoy día se acepta en todas las culturas un sistema de corrientes “contracultura” o de “culturas alternativas”, que inmersas en ellas distinguen el modo de ser, actuar y manifestarse de ciertos grupos, entre ellas está la cultura adolescente. Ésta agrupa las diversas formas de sentir, actuar y manifestarse de adolescentes y jóvenes. Es desde este espacio de cultura alternativa creada para sí que el grupo adolescente vive desde lo imaginario tratando de renovar la cultura, encontrar sentido a sus vidas y con sus vidas crear un marco cultural donde se organizan, se subdividen y reorganizan para reconocerse como un grupo “distintivo” dentro de la cultura general que viven en su momento histórico social.

Los jóvenes deben ser vistos como los probables renovadores de la cultura familiar, grupal, regional y si se puede de la nacional (esto depende de la calidad de la propuesta y el activismo a través de las redes sociales juveniles). Pero sucede que para ser renovadores tienen que contar con el apoyo y reconocimiento de sus padres o familia de origen, de los profesores en el sistema escolar en el que están insertos y de los espacios de reconocimiento y garantía que les

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den las autoridades comunitarias para manifestarse fundamentalmente a través de participación intelectual, la toma de decisiones que les conciernen, participación libre, fomentando la capaci-dad y programándose para el deporte, la música, las artes visuales y múltiples formas más de la participación comunitaria.

Por lo general esto no se da, pienso que todas las generaciones verdaderamente creativas, renovadoras (como movimiento cultural) obligadamente han tenido y tienen que ensayar ser y crear “fuera” del círculo familiar y escolar tradicional y oficial en el que han crecido; para ser renovadores la mayoría deberá congregarse en los denominados grupos de “oposición” que para estos fines crean y son reconocidos en los grupos sociales de jóvenes y jóvenes adultos.

Entre estos tipos de sitios y sin pretender crear una reforma o contracultura hay un grupo de jóvenes que se agrupan en bandas o tribus que congregan adolescentes y jóvenes y en ocasio-nes también las hay de niños y púberes. Tales agrupaciones son conocidas en el mundo urbano universal como metálicos, “eskts”, “punketos” y “darketos”, de los que hay múltiples subdivisiones y que por lo general siguen distintos modelos de grupos musicales de heavy metal.

A estas congregaciones acuden todo tipo de adolescentes y jóvenes en busca de identidad y “albergue socioafectivo”. No todas estas bandas o tribus son sitios de encuentro creativo y positivo, pero tampoco son como los adultos de diversos oficios y cargos los califican: Grupos de delincuentes y destructivos.

Para muchos mayores, le guste o no a la opinión pública sea ésta civil o religiosa, la banda, la tribu es un refugio y suele ser y darse en zonas habitacionales una especie de hogares alternos para muchos de ellos, son pues un mal necesario. Quienes nos hemos interesado en el “mundo de las bandas” sabemos que entre los que la forman hay marginados y personas pertenecientes a clases urbanas proletarias y aun de clase media; hay muchas y bien calificadas agrupaciones de chavos(as) que son productivas frecuentemente asociadas a la asistencia social y otras más que con éxito promueven el desarrollo artístico de sus miembros.

*Años atrás se inició en un parque público una reyerta juvenil en el centro de la república contra un grupo de adolescentes iniciales (14-16 años) denominados “emos”. Éstos derivan de una nueva moda de la denominada emotional core y en verdad no pueden ser calificados como tribu; la mayoría de quienes practican investigación social los califican tan sólo como un grupo modal, que con su pasividad y exacerbado sentimentalismo provocan a las auténticas tribus.

Francisco Gómez Jara mucho ha insistido en que el origen de las bandas puede entre otras causas encontrarse en el exceso de población, particularmente la marginada en las gran-des urbes, ya que esto en sí es un elemento desorganizador. Quienes vimos nacer después de los movimientos hippies en Europa y Estados Unidos de Norteamérica el fenómeno social de las bandas, sabemos bien que son movimientos que se gestaron y seguirán gestándose en función de la intolerable soledad y carencia de afecto expresado por la familia y que la sociedad postmoderna ha impuesto como estilo de vida a niños y adolescentes, tanto en “familias fun-cionales” sin dejar de insistir en lo que sucede en las muy abundantes familias disfuncionales existentes en todas las capas sociales de la población. Hoy como hace casi 50 años, los efectos socioeconómicos y emocionales que aparecieron en los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial no han terminado, tienen nuevos giros, nuevas expresiones, tan devastadoras o más por incomprensibles comparadas con aquéllas producidas por la guerra misma. Y éstos son los procesos macro y microeconómicos que son la perversa idea llevada a la práctica de la globalización, la famosa aldea global de Huxley, al fin puesta en marcha estrangulando eco-nómicamente y alterando la función a través de ese mecanismo de la familia en muy diversas culturas. Hoy, hogares (mal llamados así) y centros escolares no ofrecen marcos de seguridad y contención a los menores, una gran mayoría se encuentran solos, carentes de afecto sentido y expresado que pueda ayudarlos a organizar, integrar y favorecer desarrollo afectivo y espiritual que les garantice la construcción de una autoestima, un autoconcepto desde el cual se pueda

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soñar en seguir siendo y llegar siempre a ser; donde se vislumbre con todo el esfuerzo personal y colectivo puesto en acción con los pares -la generación- para descubrir, perseguir y fortalecer con sentido un proyecto de vida. Soledad, indiferencia, falta de afecto, violencia de todo tipo, ausencia de comunicación, son las características que campean en los hogares de muchos jóve-nes y adolescentes que en abundancia económica, pobreza tolerable o extrema son expulsados emocionalmente de sus hogares y muchos de ellos físicamente también, al mundo de la vida en banda donde la autoimagen, la más engañosa de las imágenes constituye uno de los elementos que les dinamizan y sobre la que se construye la existencia.

Son muchos y de diverso origen los estudios que nos dicen que en esta circunstancia la banda es un sitio de encuentro que hace que los jóvenes reacios a la racionalización, a la integración, con lo establecido socialmente porque lo sienten como un mandato coercitivo, encuentren una integración, al menos en “forma transitoria” y adquieran una función social; también estos estudios refieren mucha resistencia al estudio y al progreso en este tipo de jóvenes, quienes en esta etapa consideran a lo académico (sea esto ciencia o no) como un asunto coercitivo y restrictivo por la sociedad adulta. (Estamos hartos de escuela, datos, números, y de maestros incompetentes y sus rollos. -Es común este tipo de respuestas entre grupos de estudiantes que se inconforman y están en contra de todo y a favor de nada en las instituciones públicas y privadas de enseñanza media superior). En el fondo tienen mucha razón, no hay quien los escuche en sus necesidades emocionales, espirituales y sociales, viven en continua soledad. Ante esta problemática es absurdo que se pretenda tener adolescentes dispuestos a escuchar y a encontrar satisfactores en una enseñanza, la mayoría de las veces mediocre, de una serie de materias que guarda muy poca o ninguna relación con sus intereses vitales.

Por otra parte, el análisis de las bandas (estudios antropológicos sociales) caracteriza a la mayoría de ellas como el ámbito en que todo se desborda, el lugar donde “el ambiente”, “la neta” como lo expresan los muchachos(as) tiene como principal fin lograr desaparecer las reglas, en otras palabras es la exaltación de la ya célebre frase: “prohibido prohibir”. Esta irrestricta libertad que el grupo se otorga y otorga, suele manifestarse en diversos estallidos y sintonías dentro del grupo tales como la música que les congrega y les permite integrarse a un grupo “vivo y sentido”; otros lo hacen a través de graffiti, pintura, artes visuales; muchos más en la confección de joyería intrascendente pero creativa que brinda identidad grupal; finalmente, otros crecen y encuentran su escenario en el cultivo de destrezas físicas. La banda a todos les ofrece pertenencia, suele desarrollar el arraigo en ella y hasta crear vínculos de dependencia. En ella sus parroquianos se reconocen y fraternizan y estos lazos no están exentos de pasión afectiva. Compañeros siem-pre efectivos de toda banda o tribu lo son también: “el mitote”, “el perder el tiempo tratando de descubrir o dotar a la vida de un sentido mágico” y ensayar y permitir a sus miembros desarrollar creatividad que les afirme como necesarios para el grupo, les dé una existencia que les permita reconocerse como personas útiles en vías de lograrse como trascendentes y a la vez tener el tan necesario apoyo de “los otros” para obtener de ellos reconocimiento como personas y a sus pequeños o grandes logros con los que se afirman. Estoy de acuerdo con el filósofo Da Jandra que para rescatar a los jóvenes actuales es necesario promover un rechazo frontal a todo el aparato consumista y también en que el medio para alcanzar el éxito es que ese rechazo tiene que ir necesariamente permeado por una toma de conciencia y la conciencia no se puede dar si no se accede a la cultura profunda, a la alta cultura. Él sostiene que para poner en práctica esto habría que rechazar de manera clara y tajante la llamada literatura de Best Sellers, la lite-ratura gratuita, la televisión de pacotilla que se está haciendo. Pero me alegra saber también y coincidir con el pensamiento de Da Jandra que este rechazo no debe ser hecho con la violencia revolucionaria, sino “rechazarla porque nos origina un malestar que nos produce cierta náusea. Un malestar ideológico se convierte en náusea vital. Es algo inútil, no vale para nada, es algo que no me va a ser mejor y si se ha impuesto eso es porque no había otras opciones”. El rescate de los jóvenes sólo podrá darse alertando y alentando a los jóvenes al cultivo de sus propios

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dones y ayudándolos con verdadero y oportuno apoyo paulatinamente a desarrollar “una pasión creativa, pasión creadora”.

De Jandra opina y concuerdo con él, que no podremos terminar con las bandas porque estamos inmersos en un sistema que todo lo restringe. Sí, restringe a todos, sin potenciar en el estado de derecho las individualidades, sometiendo a las grandes mayorías a normas y leyes que por muy sabias que parezcan desde el punto de vista de muchos adultos y de quienes con-forman el estado los jóvenes y una gran mayoría de la población no respeta y se revela abierta o silentemente contra ellas porque quienes las promulgan y promueven son los primeros en no respetarlas y cumplirlas. La juventud es reacia a la obediencia ciega y a aceptar la imposición de leyes, en gran parte porque están en el momento de tomar conciencia con plenitud del “quién soy”, en la búsqueda de cómo gestar su autonomía, la separatividad de los padres y de la familia y salir al encuentro del grupo de aquéllos que piensan y sienten como ellos. Para los jóvenes racionalizar es un estado de alergia, porque la considera según Da Jandra como una castración. Necesariamente en cualquier etapa de la vida toda racionalización restringe y para los jóvenes, la banda es la representación de lo no racional, es el desborde, pero no puramente lo irracional; ellos, dice Da Jandra sólo van en contra de la razón autoritaria y patriarcal, de lo rígido y repre-sivo, no de la razón natural. La banda depreda necesariamente todo el entorno patriarcal que oprime, es un grito, es una forma de hacerse sentir y estar presentes como grupo y lograr así en parte lo que no puede lograr como persona. Es una forma de protestar de lo natural ante la opresión urbana, criterio que todos compartimos. Como toda tribu (la banda es una especie de tribu) es necesario que ésta sea un sitio de encuentro de rituales, para muchos es un encuentro entre lo mágico y lo religioso; todos en ella como miembros se reconocen, se otorgan funciones y sobre todo socializan a través de ritos variados y sofisticados. Ahí está el ejemplo del Under ground church del mercado del “chopo”, fenómeno contemporáneo, donde no se está exento de repetir ritos de otras épocas, que eran una forma de paso de la infancia a la adolescencia como persona y como participantes a ser en lo inmediato o mediato según las circunstancias de cada grupo un participante responsable en la comunidad adulta.

Quienes vivimos y experimentamos los movimientos estudiantiles universales de 1968, nunca pensamos que en 2006 se reiniciara algo similar en Francia y en Bélgica y posiblemente desde ahí por contagio existencial a otros países y por pelear para los mismos fines que de manera injusta los limitan, es decir se repitiera la historia: Un ataque a la cultura de los adultos viejos, ya que considero que hay muchos adultos jóvenes, cercanos a los ideales de sus hijos, de sus empleados y de sus discípulos. Está por demás decir que este tipo de adultos se encuentran señalados, coartados y hasta excluidos en muchos aspectos de la vida pública y académica, y no son subversivos, sino que tienen un sentido y una percepción diferente de la realidad social que liga a los jóvenes y a los adultos al encuentro de una solución conciliadora e incluyente de tan distantes y a la vez cercanos puntos de vista que los mueven a crecer y a integrase socialmente. Para Da Jandra el movimiento del 68 y yo agrego el que se dio en Francia (2006) es un ataque a la cultura del poder, una “cultura de la gozación”, una imposición del Eros liberador sobre el Tanatos restrictivo, coercitivo y represor. Parecería que hay una nostalgia por aquel movimiento mítico de expresión en los jóvenes y adolescentes que si bien fue una epopeya que muchos sentimos, compartimos y vivimos en todo lo positivo, tampoco dejamos de reconocer que ese mito abrió las puertas a las adicciones, al imperio del rock y del graffiti y a la liberación femenina en muchos casos devastadora para todas aquéllas que no entendieron y aprovecharon correc-tamente el sentido de una nueva y sana femineidad. Para muchas familias y para la sociedad de los años 60 y 70 tanto como para muchos sectores de la población actual tan acostumbrados a ir, incluyendo a los adolescentes y jóvenes, en las rutinas ancestrales muchas de ellas sin utilidad real en el presente, esto fue y es un ultraje a las tradiciones y a la cultura occidental.

Esta apropiación del espacio social por los adolescentes para muchos adultos explícitamen-te significa que este “territorio” debe ser compartido en muchas funciones con la familia y los

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miembros de la comunidad, ya que el contenido de los preceptos que en ello se promulga, de lo que forman, debe ser “pactado” o estructurado entre los padres de familia, el ambiente escolar y la comunidad. Para otros adultos, adolescentes y jóvenes, por el contrario, este espacio debe por derecho ser concesionado con entera libertad a los adolescentes y jóvenes y los adultos no deben participar en él ni en su organización, ni de su dinámica, salvo los casos en que éstos son requeridos o invitados a participar por los jóvenes. La creación de un espacio de manifestación comunitaria para los jóvenes nos parece necesaria, pues se trata de un evento que demanda que el proceso de socialización externa de los adolescentes se logre de manera oportuna e integrada; el espacio necesita ser no sólo incluyente sino además que facilite la presencia en igualdad de oportunidades para todos los participantes; así, los hábitos, usos y costumbres de una cultura asumida deberá regular un flujo de variantes para que se dé de manera constructiva dentro de marcos de contención que tengan la propiedad de estar sólidamente construidos, si se puede que sean convenidos y reconocidos por las partes que van a actuar dentro de ellos y que a la vez para su adecuada función sean marcos flexibles. Se trata de construir un grupo que tenga características individuales fuertes y propias, que no represente una estereotipia idealizada que fácilmente se asimile a lo establecido, tal cual hoy se da en microgrupos, pero que muchos desean como un anhelo global.

Se trata de que una sociedad sana debe reconocer y apoyar con entusiasmo las mismas oportunidades y derechos a los diferentes grupos emergentes de cultura juvenil, concediéndoles, si es necesario, diversos tiempos para su maduración e inclusión social como juventud adulta; es decir, asimilables a la cultura adulta o disidentes, pero con una conciencia de que todos los grupos de una población son necesarios en el futuro del desarrollo comunitario.

Por otra parte, la comunidad que reconoce a la población adolescente y le impone la moratoria social con derechos y obligaciones que les demanda crecer como persona dejando atrás a la infancia, debe cuestionarse también y con toda honestidad responder: ¿Está consciente que es su obligación crear un espacio para ellos, otorgándoles desde un nuevo trato social hasta una serie de oportunidades y otras garantías para incluirse en la sociedad adulta como elementos contri-buyentes que poseen objetivos, metas y propósitos (proyecto de vida) para una inserción exitosa en el desarrollo comunitario, cuyo único fin es la búsqueda del equilibrio, buen funcionamiento y bienestar social?La comunidad adulta hoy debe ser responsable, reconocerse si no como directa creadora, sí corno corresponsable de la implementación y de la operación irrestricta de la “cultura de imagen” que gobierna y dirige el mundo social todo, y en particular de la población joven, y se traduce en un permanente bombardeo de estímulos e imágenes que gestan en los receptores multiaprendizajes de diferentes calidades y que en ocasiones (la mayoría) son contradictorios y por lo mismo producen confusión, desajustes tanto en la estructura interna personal, o crean contradicciones con la cultura escolar formal y la cotidiana en que está inmerso el adolescente en el ambiente extraescolar. Todo ello produce no sólo confusiones psicosociales sino frustración.

Hay actualmente quienes piensan que la adolescencia es un fenómeno modal de genera-ción espontánea; parece difícil que la conciban en su trascendente dimensión: la resultante de la experiencia psicosocial de las vida infantil en el seno de la familia, del campo escolar, y del barrio donde gestaron la infancia, ambiente que durante un largo tiempo aportaron e impidieron o tal vez ni siquiera generaron estímulos básicos para alentar la vida en todos los ciclos, pero particularmente necesarios en la infancia cuando se necesita aprender y sentir la necesidad de “engancharse” con el deseo de vivir y hacer la vida; cuando es trascendente recibir sin condición alguna afecto, guía, y apoyo; formación escolar y estímulos psicosociales y culturales para en-contrar significación a la vida, gusto por arriesgarse a vivirla, pasión por aprender a aceptarla y gozarla; estímulos todos que permiten desarrollar capacidades para aprender a percibir, pensar y sentir de una manera personal y, propia el mundo social, tratar de descubrir alguna forma de inserción y de colaboración con él. Cada generación emergente de adolescentes es un reflejo de su vida en la infancia, aunque no le guste al mundo adulto.

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La mayor parte del conocimiento que sobre la adolescencia urbana se tiene está construido sobre estudios psicosociales desarrollados en la cultura occidental. De todos ellos se aprende que la adolescencia tal cual hoy se conoce es una invención cultural de países altamente industrializa-dos quienes cada vez alargan el proceso en su dimensión cronológica porque para ingresar a la fuerza laboral se demanda de los jóvenes que estén más preparados técnicamente y con mayor tiempo de entrenamiento efectivo. Es decir, la adolescencia se prolonga, se aplaza su camino y esto no es un problema biológico ni tampoco de maduración psicológica, es un problema de desarrollo económico y de equilibrio social. La economía formal necesita de los brazos de los jóvenes, pero necesita también mantener a los adultos ya entrenados en la fuente de trabajo y además usufructuar su experiencia y madurez.

Esto explica parcialmente por qué la mayor desocupación está en el rango de los jóvenes así tengan éstos excelente capacitación. Se obliga así, al sector adolescente urbano y a los jóvenes que en él viven marginados a permanecer fuera del modelo laboral y de una ocupación real que no sea aquélla del mercado callejero o paralelo, sin embargo, a muchos se les condena a utilizar el tiempo en un ocio no productivo cuyo único fin es el consumismo; y, para quienes no tienen el capital para divertirse y “gastar la vida” mientras llega el momento de “integrarse al trabajo” para subsistir, suelen incurrir en una de las múltiples formas de vida de alto riesgo psicosocial sea éste vinculado al delito o no.

Después de todo lo comentado, ¿podríamos calificar como progresista o en retraso la cultura juvenil? Considero que esta apreciación es temeraria y prácticamente imposible de contestar. De-bemos aceptar la cultura juvenil, debemos reconocer lo valioso que en ella hay, debemos respetar sus enfoques de la vida y el sistema cultural en el que han sido educados hasta el momento en que su inconformidad con ella aparece. También debemos comentar y tratar de convencer aquello que nos parece nocivo y que de ninguna manera conviene a nadie que se extienda como estilo de vida, a esto como adultos, genuinamente interesados en ellos tenemos derecho y obligación de hacernos oír, más no imponer soluciones.

A muchos adultos les gustaría que lo que para ellos es seguridad, se diera como por arte de magia y nos dejara en un estado de “encantamiento” y en una falsa solidaridad con los adoles-centes. La verdad es que no tenemos una seguridad absoluta que ofrecer a los jóvenes, como ellos tampoco están seguros de lo que quieren, aunque sí saben lo que no quieren. La cultura que nos une a ambos dispone de la suficiente experiencia histórica y social como para no atreverse a hacer predicciones, ni triunfalistas ni catastróficas.

Hemos hablado ya de la contracultura o las culturas alternativas que definen a las múltiples formas de expresión de la cultura juvenil, hay muchas maneras de explicarlas. Agregamos ahora unos cuantos párrafos a propósito de lo que al respecto se ha investigado y se escribe en nues-tro país. En nuestro medio el escritor José Agustín ha publicado diversos y excelentes textos relacionados con este tema y de él cito los siguientes párrafos, que definen a mi juicio de una manera brillante qué es la contracultura y por qué se origina.

“La contracultura abarca toda una serie de movimientos y expresiones culturales, usualmente juveniles, colectivas, que rebasan, rechazan, se marginan, se enfrentan o trascienden la cultura institucional. Por otra parte, por cultura institucional me refiero a la dominante, dirigida, heredada y con cambios para que nada cambie, muchas veces irracional, generalmente enajenante, deshu-manizante, que consolida el statu quo y obstruye sino es que destruye, las posibilidades de una expresión auténtica entre los jóvenes, además que afecta la opresión, la represión y la explotación por parte de los que ejercen el poder, naciones, corporaciones, centros financieros o individuos”.

“Es un hecho que la contracultura surge cuando aumenta la rigidez de la sociedad y las autoridades pregonan que todo está bien, de hecho, casi inmejorable, porque para ellos, en la apariencia, así lo está. Sin embrago, el desfase, la verdadera esquizofrenia entre el discurso y la realidades es tan abismal que consciente o intuitivamente mucha gente joven lo percibe y por tanto desconfía de las supuestas bondades del mundo que ha heredado. Descree de las

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promesas y las metas de la sociedad y se margina, se apoya en jóvenes como él que viven las mismas experiencias y crea su propia nación, empieza a delinear modos distintos de ser que le permitan conservar vivo el sentido de la vida”. El sistema considera “que ser joven equivale casi a ser retrasado mental, no escucha razones ni planteamientos que se le hacen y en cambio sin soltar el garrote, presiona para que el muchacho acepte acríticamente lo que se le dice, para que sea dócil y se deje encausar por los bien pavimentados carriles de la carretera de las ratas. Si el joven no acepta, entonces se le regaña, se le desacredita, se le sataniza y se le reprime con una virulencia que varía según el nivel de pobreza e indefinición. La de la contracultura es una historia de incomprensiones y represiones”.

De acuerdo con Víctor Roura no existe una cultura adolescente y juvenil mexicana propia-mente dicha, cuando menos a lo que los grupos urbanos juveniles se refieren. Así dice: “cultura juvenil es lo que, desgraciadamente o de modo lamentable nos han enseñado la televisión y la radio fundamentalmente. De eso no me cabe la menor duda. Cultura juvenil significa música, baile. Cultura juvenil en México no significa lectura, no significa ir a la biblioteca, no significa asistir a ver una obra de teatro en el Galeón, no significa Scorsese ni Coppola. La cultura juvenil de nuestro país está casi circunscrita a lo que significa la música y la diversión, el jolgorio, las fiestas, los reventones. La cultura juvenil comprende desde la edad de la adolescencia hasta el principio de la adultez”.

Estoy en parte de acuerdo con lo que Roura manifiesta en esta opinión dada en 1996, pero podemos agregar que, la cultura juvenil de México tiene varias facetas y muy positivas si las estudiamos, encontraremos manifestación buena, tradicional sí, pero no carente de creatividad de grupos étnicos, grupos de jóvenes campesinos y desde luego que respecto a ciertos sectores urbanos. Reconozco que son las minorías quienes tienen una cultura juvenil, en que su entusiasmo lo dirigen de una manera equilibrada al repartir sus horas de estudio comprometido y creatividad técnica, literaria, en manifestaciones diversas de creatividad gráfica, musical y fotográfica con los de un ocio y tiempo libre en apetencias de deporte, lectura y análisis de la misma, buen cine, ópera, conciertos, ballet y obras de teatro, teniendo asimismo campo para actividades lúdicas de tipo fiesta y baile. Lamentablemente de la cultura adolescente y juvenil que emerge de edu-cación media superior y universitaria que participa en ocasiones con éxito nacional y aun en el extranjero pocos, muy pocos se ocupan de escribir y analizar su obra, por eso no se reconoce, mucho menos se habla de ello.

Roura afirma que “la cultura juvenil en nuestro medio es aceptada por la mayoría y entendi-da como el desfogue de lo que la niñez y adolescencia tienen pendiente en cuanto a diversión. Cultura juvenil es lo que subrayan nuestros comunicólogos: su procedencia viene de la diversión instantánea, fugaz, inmediata, de los adolescentes y casi adultos”. En mi opinión el alma que promueve la cultura juvenil está justificada en el pleno conocimiento de que lo normal en la ado-lescencia es gritar todo lo que se calló o aquello sobre lo que se impuso silencio en la infancia.

La anterior opinión de Roura es de alguna manera admitida por la mayoría de los explora-dores que desde 1960 a la fecha se han encargado de analizar las principales manifestaciones de la cultura alternativa de los jóvenes. Casi toda esta investigación se refiere a los episodios de los diferentes tipos de rock y música pop y sus variantes regionales que han sido puestas de moda en nuestro país y que al parecer seguirán en boga, ya que 50 años de preferencia juvenil por estos ritmos hablan de su permanencia sólida. La música bailable y las estridentes notas y acordes de ella, tanto como las monótonas tonadas de las baladas y rolas de los conjuntos han sido analizadas por los defensores y detractores sin poder llegar a un acuerdo sobre su verdadero y efímero o permanente valor; pero cito a un apasionado defensor de la juventud que además es poeta, y estoy de acuerdo con su sentir y la forma de expresarlo, Benedetti: “canción roquera pegajosa y vana, estribillos carentes de valor, monótonos que nada dicen, aletarga al oyente o enloquece con el estrépito de un ritmo ensordecedor. Los jóvenes no pueden ya externar su sensibilidad”.

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Por increíble que parezca todos somos conscientes de cuántos grupos de los años 60, 70, 80 y 90 tienen aún presencia, sus contingentes siguen vigentes aunque cronológicamente sean “viejos” y hasta en la pretendida justificación ante sus fans (ya viejos como ellos y la chaviza adherente) de ser jóvenes brincan, gritan y se fracturan y siguen adelante. Hoy muchos eventos de esta índole no sólo congregan a chavos y a chavitos, congregan a “maduros” y “veteranos” nostálgicos de una juventud pasada, que en ocasiones no se vivió, tan sólo se sintió pasar y donde algunos aún sueñan a destiempo darle sentido y revivirla.

Son múltiples los cronistas de la cultura musical juvenil que ayer como hoy afirman que asistir a un concierto masivo de rock o tocadas de los grupos más famosos es “jugársela” pues todos más o menos expresan que no sabrían si llegarán vivos de regreso a su casa, porque afuera estaba la fuerza represiva de la comunidad manifestada por la “julia”, y la “chota” dedicados a explotar a la ciudadanía a la salida de los conciertos de rock: Esto hasta la fecha es un reto, hay que aceptar el riesgo, pues asistir hasta hoy día al Auditorio Nacional o al Zócalo a escuchar y participar de estas celebraciones del ruido no están carentes de peligro, aunque la represión policíaca no esté presente, pero los peligros persisten para cronistas y asistentes a pesar de los recintos y la buena organización y están relacionados con los peligros con la conducta impulsiva, el descontrol y fanatismo de grupos de fervorosos asistentes, en toda celebración del ruido están presentes y activos.

Ejemplo de una “cultura juvenil” inventada por el poder oficial, la industria cinematográfica y de la televisión suelen ser películas, telenovelas y programas de diversión de corte juvenil donde muchos de los actores participantes no tienen ya la edad cronológica que corresponde a sus personajes y más aún tratan de dar vida a personajes que nunca han sentido, simplemente porque nunca los han vivido.

Por eso un repaso de las películas y telenovelas producidas en México, cuya temática es referente a los adolescentes y jóvenes, nos reveló que es repetitiva, monótona y aburrida; todas han creado estereotipos y por lo mismo acartonados de lo que es ser adolescente o joven. Siempre abordando los mismo problemas sean éstos personales, familiares o sociales, cambiando tan sólo los escenarios y diferentes tiempos -(1962-2000)- abordando ahora los problemas de burgueses, más tarde en los proletarios. Todo problema tratado es de relación humana y de confrontaciones entre padres e hijos, o entre diversas pandillas o bien entre cualquier símbolo de autoridad y los jóvenes. Roura lo describe así: “debido a la moldura de los medios de comunicación, se le llamaría cultura joven: al baile, los engaños, la hipocresía, los aceleres, los jóvenes que siempre querrán manejarse por sí mismos y la pagaban mal”. No hay película de rock mexicano en la cual los jóvenes no terminen arrepintiéndose, yendo a los brazos de los padres pidiendo perdón, incluso a la abuela Sara García. Los jóvenes se arrepienten en el momento en que se percatan de que ya son adultos. La cultura juvenil sola-mente les trajo un poco de diversión”.

Si bien la casi totalidad de las expresiones culturales de los jóvenes mexicanos urbanos es un producto de la penetración de cultura norteamericana: vestido, arreglo, música, graffiti, estilo de vida –hay desde las autoridades federales hasta las municipales, en los líderes políticos y de opinión hasta gran parte del profesorado de las escuelas a las que concurren los adolescentes, una complacencia casi absoluta de que ésta penetre y destruya lo mexicano, la familia en su gran mayoría también es complaciente y los canales nacionales de radio y televisión no sólo son complacientes sino que son abiertamente promotores y facilitadores de todo este proceso. Tal parecería que lo conveniente es dejar educar a la familia y escuela; pero más aún, que la educación familiar deja de ser personal, salir del patrón cultural mexicano que hasta hoy tiene mucho de qué enorgullecerse, para dejar de ser y soñar con llegar a ser diferente, aunque sea “gringo”, “gabacho”; esto no es nuevo en Iberoamérica.

En Argentina muchos adolescentes y jóvenes sueñan con otra identidad cultural -la mayoría a los orígenes europeos- dan la impresión de que no se gustan; en Perú, Ecuador, nadie parece

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estar contento con su identidad cultural; tampoco es nuevo, hay que recordar el estribillo haba-nero cubano que cuenta de aquel chavo negro “que quería ser blanco aunque fuera catalán”.

Mucho se ha escrito acerca de este tema de minusvalía y el sentirse poco adecuado en nuestras centenarias culturas. Entre los dedicados al tema en México como ser: José Agustín, Gómez Jara, Da Jandra, Romero, Monsiváis, para citar a los más célebres parece ser que la imposición oficial de una “cultura”, la represión a los movimientos juveniles que llevan el intento de modificar situaciones que a ellos atañen directamente –aunque la mayoría de ocasiones no son tales movimientos auténticamente juveniles, sino manipulados por intereses políticos, económicos y sociales de adultos, en nada comprometidos de manera honesta con la juventud y sus causas- son los causantes de tanta y diversa inquietud e inestabilidad por aceptarse y ser de una cultura. Benedetti con mayor claridad que algunos de ellos nos dice y coincide con ellos, en que “los gobiernos autoritarios suelen tener a sus servicios connotados psicológicos cuya fun-ción primordial es amortiguar, casi diríamos apagar la pujanza y la visión crítica de los jóvenes”.

En México esta contracultura fue entendida como una especie de rebelión y de resignación, una actitud resignada pero encorajinada de los jóvenes que no querían estar de acuerdo con la música que les estaban imponiendo. La contracultura en México ha sido, fue sobre todo una expresión literaria, no una actitud visible.

Víctor Roura dice que el grave problema de la juventud de México y para los mexicanos en general es que no hay política cultural explícita que marque rutas por la que niños, adolescentes, jóvenes y adultos transiten por sus diferentes etapas de vida y puedan encontrar, gozar la signi-ficación de la cultura mexicana. En materia de programas dirigidos el fomento cultural se hace lo que ordene, nos guste o no, el gobierno en funciones, esta terrible verdad difícil de digerir no puede ser rebatida –recuerden los dos últimos sexenios de gobierno-.

Para Roura “debería un instituto libre de cultura juvenil en donde pudiera llegar cualquiera y poder crear opciones culturales en cualquier zona del Distrito Federal. Lamentablemente pertenecer al club significa obedecer normas, estatus, leer (como hacen en el INJUVE y en el CREA) consignas del gobierno. Creo que la juventud debe ser libre y en México no lo ha sido nunca. ¿Habrá alguna sociedad contemporánea en que verdaderamente lo sea?, o es totalmente captada o es totalmente marginada”. El comentario anterior es fuerte, pero dibuja una realidad, esto dicho en 1994 y a 20 años de distancia sigue siendo una realidad vigente. La juventud y su creatividad no son reconocidas, oficialmente su pensar, su sentir, sus temores expresados en cualquier forma para ser tomados en cuenta tienen que contar con el aval oficial o de los grupos de poder empresarial.

Finalmente Roura califica a la juventud de México “como un mal paso” y lo dice de la manera siguiente: “en México la juventud casi no existe, la juventud es un mal paso, un puente endeble para pasar un río revuelto. Eres niño adolescente, luego la juventud son los bailes en la discote-ca, los reventones con tus amigos, las borracheras con tus cuates, los ligues en el colegio, pero cuando te das cuenta ya tienes un hijo y dices qué onda con mi juventud, ya no eres joven, tienes que cuidar una familia, y de pronto eres joven pero eres adulto”.

La mayoría de los textos leídos para desarrollar el presente escrito, señalan y coinciden con esa opinión que los adolescentes malgastan su vida, sin reparar en la trascendencia que ella tiene para su futuro próximo y aun para el lejano, y su existencia trascurre durante la etapa sin que la mayoría la valore y se preparen escolar y socialmente y ambicionen y logren concurrir a la educación superior con una bien expuesta conciencia de fines, pero más aún, tampoco por múltiples causas aquéllos que dejan de estudiar, se abocan a adquirir de manera formal una preparación adecuada para tener un asertivo inicio de su vida laboral, así llegan a la etapa de juventud con graves carencias, lo cual les impide una posibilidad de vida exitosa en tan decisiva etapa.

Es entonces como opina Da Jandra cuando “al darnos cuenta de que es muy difícil la so-brevivencia por la gran competitividad que hay, por la crisis económica, ideológica y el cacareo

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final de las utopías, los jóvenes llegan a finales verdaderamente extremos de búsqueda y, por desgracia, las drogas duras son el instrumento más a la mano. No hay un conocimiento profundo de lo sagrado, de lo ritual, se ha despreciado la cultura profunda, el arte…, entonces se aboca a una especie de tobogán, de deslizamiento por el espejear de la civilización de consumo y el modelo fundamental, es la cultura norteamericana. Cultura norteamericana en lo que tiene de tanática, de aparato digestivo: engullir todo y destruirlo, eyectarlo. Esa cultura que está bien representada por el Rap: “lo efímero, lo que nace y muere con el instante”.

Existen elementos para saber que los jóvenes europeos están interesados en todo lo que abarca su inmediatez y también, su porvenir, desde luego saben que cada día son menores sus oportunidades y que para tenerlas deben ser ellos excepcionales para disfrutar de una realización personal de vida. Mi vivencia es que tanto los jóvenes ricos como pobres de nues-tro país y de América toda, particularmente Brasil, Argentina y Chile y también Ecuador son juventudes muy carentes de oportunidades, creativos, pero enormemente abandonados por el sistema escolar y en gran parte por la familia. El mismo filósofo, Da Jandra nos dice: -“la juventud está en una fase muy dura pero con mucho deseo de competir y el peligro es que vemos a lo que ha llevado allá en Europa el intento de modelo que se nos va a imponer aquí. Ese modelo de competitividad, de buscar ser el número uno, tratar de vencer, en lugar de rescatar el concepto de lucha. Lucha, no para tener una gran casa, un buen auto o una mujer envidiable, sino lucha para ser mejores, tener la vida en la mano, como era en la filosofía pre-hispánica”-. La juventud mexicana está en una fase plena, de despegue. Es necesario cuestio-narse esto desde diferentes ángulos, porque nuestro despegue no es hacia la esencia, hacia la mexicanidad, es un despegue hacia la globalización de la cultura, cuyo centro hedónico es Estados Unidos; y en Estados Unidos dos focos: “Los Ángeles y Nueva York”. Yo añadiría a la expresión de Da Jandra que hay otros focos importantes que cuentan mucho para el grupo de “pirrurris” y “yupis” del comienzo del siglo XXI que en nuestro país son Miami, Cancún y hasta de vez en cuando Cabo San Lucas, sin dejar en el olvido las playas de Oaxaca y el sinigual Puerto de Acapulco. Yo veo en esta frase de Da Jandra una gran verdad, es cierto que todo el mundo postmoderno se mueve en base a la competitividad, sea puesto este cliché desde el parvulario a la Universidad y el Postgrado, pero si lo vemos bien, los que hoy somos viejos por edad cronológica, las consignas que se nos dieron en la educación cardenista y hasta las generaciones precedentes a los años de 1960 como discípulos de la universidad, este modelo de competitividad era una demanda y una exigencia aun en el postgrado y creo que un fenó-meno universal que se experimentaba en universidades europeas y norteamericanas. Pero dice bien que la competitividad no era un requerimiento para “ser mejor” con el par opositor, sino una forma de superación personal donde se privilegiaba, como él bien lo dice, el afán de lucha, lucha para el encuentro de la superación personal con los demás, había pues un sentimiento de pertenencia a una determinada generación y este compromiso era intelectual, emocional, y la esperanza de construir un México y una Europa de postguerra mejor.

A partir de este momento los jóvenes necesitan sus propios héroes jóvenes, y sin los héroes no puede haber mito y en toda hegemonía de los héroes hay una tragedia, pero el héroe es un eslabón necesario, que no se puede escapar como la única forma de vínculo entre las nuevas ideas y lo viejo profanado.

Lamentablemente la postmodernidad al menos en Occidente no ha podido crear héroes en los cuales depositar confianza y tener como ejemplo de identidad, tal como ocurrió a quienes empezamos la universidad en los años 50, hoy ni los deportistas parecen auténticos, mucho menos las pléyades nómadas que nos son recetadas sin piedad en el cine, los medios masivos de comunicación y en los desplegados comerciales, es cierto que todo está lleno de glamour y de bella apariencia, pero gran parte de los adolescentes, los jóvenes y los adultos y aun los viejos conscientes y con participación social sabemos que son figuras huecas sin validez alguna, que es una farsa.

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El rumbo que nuestra cultura tome en el futuro tendrá que ser uno que permita a los diferen-tes grupos de edad tener una oportunidad de vida sana y promisoria que le garantice el paso a la próxima etapa de su existencia con un sentido de identidad que es progresiva y abierta, para que a través del aprendizaje social de nuevas conductas, agregando nuevos procesos mentales pueda abrirse hacia una dirección de participación positiva con y en la comunidad, aportando siempre lo mejor de sí mismo y para ello será necesario que familias y educadores y la comu-nidad misma sea flexible e incluyente para todo aquél que desea participar, así sus puntos de vista sean heterodoxos.

Una tarea así, exige respetar los tiempos de maduración de cada persona y diferentes sec-tores, pues los ritmos y velocidad a los que se dan los cambios nunca en época alguna han sido iguales para las personas, tanto como para las comunidades. Una recomendación final: Si usted desea desde su disciplina ser útil a la causa adolescente y joven y cooperar en la solución de sus problemas de manera adecuada y oportuna, valore siempre la cultura original de los jóvenes; oriéntelos, guíelos hacia el encuentro de soluciones de manera conveniente, pero dentro de su cultura, con esto quiero decir, que no hay fórmulas mágicas que sirvan para todos, lo más eficaz es entender a la persona y sus circunstancias de vida y problemas personales dentro de la cultura familiar y del medio donde existe y vive diariamente.

Ninguna creación humana ocurre en el vacío, ni a partir de cero. Todo lo que hacemos, indi-vidual o colectivamente, de manera consciente o sin conciencia, lo hacemos a partir de lo que previamente tenemos: conocimientos, hábitos, recursos diversos, juicios de valor, relaciones humanas, creencias, ilusiones y fantasías.

La diversidad de nuestras culturas vivas y la presencia de dos matrices civilizatorias (la mesoamericana y la occidental) constituyen los recursos fundamentales con que contamos para crear ese nuevo proyecto, nuestro proyecto. El primer paso es construir la cultura de la pluralidad: un espacio en la cultura nacional (la que nos es común a tantos mexicanos) que nos permita admitir y valorar las diferencias. Es más que una cultura de la tolerancia; es la verdadera cultura de la democracia. Y no se compra, no se importa con divisas, se va forjando aquí, días tras día, con la crítica y la superación de nuestra herencia colonial, en el aprendizaje permanente de ver la realidad tal como es.

Alain Touraine opinó sobre los retos que tiene México (2007). “México es el país con más vida, con más iniciativa, con más imaginación y con más recursos culturales de América Latina, pero está completamente estancado”.

Qué gran verdad dicha por alguien que conoce, respeta y quiere a nuestro país; los que conocemos y amamos a México sabemos que lo que dice es más que cierto, sabemos las cau-sas, sin embargo los grupos de poder económico, político y religioso no desean el cambio y una educación escolar y familiar que incluye lo religioso, persiste obstinadamente en seguir formando mentes acríticas impidiendo que niños y jóvenes crezcan en libertad consciente para realizar los cambios que el país necesite en beneficio de todos.

Textos recomendados para ampliar la lectura

1. Agustín J. La contra cultura en México. México: Ed. Grijalbo; 1999.2. Arteaga M. Por los territorios del rock, identidades juveniles y rock mexicano. México: SEP -Causa

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Capítulo 3.

Púberes, efebos, mozos y muchachos. “La juventud como construcción cultural”.Carles Feixa Pampols

1. ¿Es universal la juventud?

“Nuestra sociedad está perdida si permite que continúen las acciones inauditas de las jóvenes generaciones”. “Estamos viviendo una época difícil. Sobre la juventud pesan buen número de interrogantes, de problemas de difícil solución. No hay trabajo. Los jóvenes llegamos a los 25 años y la vida estalla con flores de mil colores en nuestro interior. Queremos luchar, fundar una familia, ser felices. Pero no hay trabajo... somos una carga para la familia, llamemos a la puerta que llamemos, todo el mundo nos responde ¡Hay crisis! ¿Qué porvenir nos espera?”.A nadie le extrañaría leer estas frases en el periódico de esta mañana, escucharlas en el metro o en el supermercado. La primera podría haberla pronunciado el ministro de educación (inquieto por el creciente malestar estudiantil), el jefe de la policía (asustado por el descaro de los jóvenes ma-nifestantes), el padre de familia (atemorizado por la crisis de su autoridad) o el líder empresarial (quejoso del rechazo al trabajo industrial que manifiesta la nueva generación). Y sin embargo, la frase pertenece a una inscripción de más de 4,000 años, proveniente de una tabla encontrada en Ur, Caldea. La segunda podría ponerse en boca de cualquier joven en paro, líder estudiantil o militante de una organización de jóvenes postmodernos de los 80. Y sin embargo está entresa-cada de un editorial (traducido del catalán) de la revista de las Juventudes Comunistas Ibéricas de mi ciudad, fechado en julio de 1936, en los albores de la guerra civil española.

Nada más lejos de mi intención que predicar la eterna repetición de la historia, la secular per-sistencia de los problemas de los jóvenes. Por el contrario, a nuestro entender las citas sugieren la necesidad de afrontar el estudio diacrónico y transcultural de esa construcción que conoce-mos como juventud, con el objeto de escapar de planteamientos etnocéntricos y anhistóricos en nuestro intento por analizar la condición juvenil de nuestros días. Para aproximarnos a esta realidad utilizaremos un enfoque panorámico, que permitirá llevar a término un fugaz recorrido histórico-cultural por diversas sociedades y momentos que ilustran la enorme variedad con que se presenta ese complejo fenómeno que conocemos como juventud. Pero antes de iniciar este viaje, es preciso plantear algunas cuestiones teóricas de cariz más general.

Entendida la juventud como la fase de la vida individual comprendida entre la pubertad fisio-lógica (una condición natural) y el reconocimiento del estatus adulto (una condición cultural) se ha afirmado que constituye un universal de la cultura, una fase natural del desarrollo humano que se encontraría en todas las sociedades y momentos históricos, explicado por la necesidad de un periodo de preparación y maduración entre la dependencia infantil y la plena inserción social. Incluso se ha llegado a afirmar que las crisis y conflictos que caracterizan a este periodo serían también universales, en tanto que están determinados por causas biológicas propias a toda la especie humana. Estas teorías difundidas hoy entre pedagogos y psicólogos fueron formuladas de una manera explícita a principios del siglo XX por G. Stanley Hall, un psicólogo norteamericano en su monumental libro Adolescence, its Psychology and its Relations to Physiology, Anthropology,

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Sociology, Sex, Crime, Religion and Education (1904). Cuando Margaret Mead inició su trabajo en Samoa, allá por los años 20, estas teorías estaban muy en boga, y no ha de extrañarnos que su investigación se planteara con el objetivo explícito de rebatirlas. Mostrando la ausencia de conflictividad de las adolescentes samoanas, Mead vendría a desenmascarar la universalidad de las tesis de Hall: “La adolescencia no representaba un periodo de crisis o tensión, sino por el contrario, el desenvolvimiento armónico de un conjunto de intereses y actividades que maduraban lentamente” (Mead, 1985: 153).

El debate sobre la universalidad de la juventud ha seguido planteándose, aunque en otros términos. Por una parte, hay quien defiende que la juventud no es una fase natural del desarro-llo humano, sino una construcción cultural históricamente relativa. Tal es la tesis defendida por Gérard Lutte en su libro Sopprimere l’adolescenza? “La adolescencia no es un periodo natural y universal de la existencia humana, sino una fase cultural que aparece en ciertas sociedades en un determinado momento de su devenir histórico (...) Los etnólogos nos hacen conocer numerosas sociedades tradicionales en las cuales no existe la adolescencia. En estas sociedades, los mu-chachos y muchachas, en un periodo aproximadamente coincidente con la pubertad fisiológica, pasan directamente de la infancia a la edad adulta, asumiendo todos los deberes y derechos de los adultos. Este paso está a menudo, aunque no siempre, caracterizado por ritos de iniciación o de paso que no pueden llamarse adolescencia en el sentido que nosotros damos a este término, como una fase de desarrollo que dura muchos años y que se caracteriza por un estatus social diferente al del niño y al de adulto” (Lutte, 1984: 17).

Lutte, que ve la adolescencia como una fase de marginación y de exclusión social, con-sidera que es posible suprimirla con un cambio revolucionario de la sociedad que devuelva a los jóvenes su protagonismo. Por otra parte, José Luis de Zárraga (1985: 18), ha intentado rebatir esta tesis. Para él “la juventud es, en cualquier sociedad, y no sólo en las sociedades modernas, un proceso esencial, sin el cual no es posible la reproducción de los agentes so-ciales”. Sus críticas se dirigen tanto a la tesis del tránsito inmediato en sociedades primitivas como a la posibilidad de suprimir la juventud en una sociedad mejor organizada: “Hay que rechazar, por lo que respecta a las sociedades llamadas primitivas, el mito ingenuo del tránsito inmediato de la infancia a la condición adulta. Por una parte, se confunde el fenómeno, relati-vamente reciente, de la prolongación extraordinaria del periodo de tránsito, con la existencia misma del proceso de juventud... Por otra parte, se toman los ritos de paso con lo que estas sociedades marcan a veces el inicio del proceso como si en ellos se realizase inmediatamente la transición del niño al adulto confundiendo el signo que lo marca con el proceso marcado (...) La idea de que pudiera haber una sociedad mejor organizada en la que desapareciera el espacio de esa demora (la juventud) es no sólo utópica sino equivocada en su valoración. La demora no deriva fundamentalmente de las dificultades de la sociedad para integrar a los jóvenes -aunque en determinados periodos históricos como el actual esas dificultades pueden prolongar la demora necesaria-, sino del hecho de que tal integración sea un proceso social largo y complejo, tanto más cuanto más desarrollada es la cultura y más complejo el sistema de relaciones de la sociedad. La demora necesaria sólo desaparece, excepcionalmente, por efecto de guerras y revoluciones. En tales circunstancias, puede decirse que los jóvenes se hacen adultos inmediatamente, porque se ven forzados a asumir -como buenamente pueden, que suele ser malamente- el papel de adultos en sentido pleno, sin ninguna transición” (Zá-rraga, 1985: 12; 18).

Más que discutir en abstracto ambas teorías, resulta más interesante analizarlas a la luz de los datos etnohistóricos concretos que pasamos a reseñar. Hemos agrupado los estudios de caso en cinco tipos de sociedad, que corresponden a otros tantos modelos de juventud: los “púberes” de las sociedades primitivas sin estado; los “efebos” de las sociedades estatales antiguas; los “mozos” de las sociedades campesinas; y los “muchachos” de las sociedades industriales avanzadas. No pretendemos trazar un panorama evolutivo completo ni coherente, sino únicamente presentar

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algunos estudios de caso que sirvan para ilustrar la enorme diversidad con la cual se presenta, en el espacio y en el tiempo, la fase de la vida comprendida entre la infancia y la vida adulta.

2. Púberes. La juventud en sociedades primitivas

En el amplio abanico de sociedades “primitivas” -es decir, de sociedades segmentarias, sin estado-, no es fácil distinguir un modelo único de ciclo vital: de las pausadas transiciones de las adolescentes samoanas a las rígidas clasificaciones por clases de edad de algunas sociedades del África subsahariana, la duración y la misma existencia de la juventud es algo problemático. Lo único que comparten la mayoría de estas sociedades es el valor otorgado a la pubertad como linde fundamental en el curso de la vida, básico para la reproducción de la sociedad en su conjunto. Para los muchachos, la pubertad desencadena los procesos de maduración fisiológica que incrementan la fuerza muscular y que aseguran la formación de agentes productivos. Para las muchachas, la pubertad conlleva la formación de agentes reproductivos. Ambos procesos son esenciales para la supervivencia material y social del grupo. Ello explica que a menudo sean elaborados en términos rituales, mediante los llamados ritos de iniciación, que sirven para celebrar el ingreso de los individuos (casi siempre los muchachos, aunque también a veces las muchachas) en la sociedad, su reconocimiento como entidades “personales” y como miembros del grupo. A partir de ahí, las diferencias son notables: la iniciación puede coincidir con la puber-tad fisiológica o ser muy posterior; puede comportar el acceso a la vida adulta de pleno derecho o bien el ingreso en un grupo de edad semidependiente previo al matrimonio. Las diferencias dependen de múltiples factores, como las formas de subsistencia (caza-recolección, pastoreo, horticultura, agricultura intensiva) y las instituciones políticas (bandas, tribus, cacicazgos). En general, puede afirmarse que a mayor complejidad económica y política, mayores serán las posibilidades de una etapa de moratoria social equivalente estructuralmente a nuestra juventud.

2.1. La juventud en sociedades cazadoras-recolectoras. Las culturas basadas en la caza y en la recolección se fundamentan en general en un alto grado de igualitarismo social y de cooperación entre sus miembros. De todos los individuos (incluso de los niños) se requiere una contribución a las tareas colectivas, no porque se encuentren al borde de la subsistencia (pues disfrutan muchas veces una pausa de tiempo libre muy superior a la nuestra), sino porque de ello depende la integración de la comunidad. A pesar de que la edad (con el sexo) es el principio regulador de la división del trabajo, ello no funda necesariamente una jerarquización entre las edades. La temprana inserción en la sociedad suele comportar también una temprana madura-ción social. El caso de los pigmeos Bambuti, pueblo nómada que vive en la selva Ituri (Zaire), es quizá uno de los más significativos y mejor conocidos, gracias a la fascinante obra de Colín Turnbull, El pueblo de la selva, publicada en 1961, que rebatía gran cantidad de mitos difundidos sobre este pueblo de enanos. Los pigmeos que estudió (los Bambuti) vivían en los años 50 en pequeños campamentos itinerantes en bandas compuestas por unas 20 familias, y se dedicaban a recoger lo que la selva les ofrecía (animales cazados con red o lanzas, aves, frutos silvestres). En estas tareas coopera toda la población (incluyendo mujeres y niños). También la autoridad y la responsabilidad se reparten de manera equitativa, sin que existan instituciones jerárquicas. Por ejemplo cuando la banda decide trasladarse de un lugar a otro, incluso los niños participan en las discusiones y decisiones. Desde pequeños se integran en las actividades de los adultos. Sus juegos son una imitación de las rutinas de los mayores, y con ellos aprenden gradualmente a hacerlo. El fin de la infancia se celebra con el rito del elima. Se trata de una ceremonia que se celebra cuando una muchacha ha llegado a la pubertad, marcada por la primera aparición de la sangre menstrual. “El acontecimiento es un don para la comunidad que lo recibe con gratitud y regocijo. Ahora la muchacha puede ser madre, porque puede tomar marido orgullosamente y con derecho” (Turnbull, 1961: 195). En tal ocasión, la muchacha inicia un periodo de reclusión en una choza especial acompañada de sus amigas, y permanece ahí por un mes, incluyendo

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diversos festejos, al fin del cual se le considera ya una mujer madura. Para Turnbull el elima significa el ingreso a la edad adulta, tanto para las jóvenes como para los muchachos: “Para los pigmeos el elima no es un rito de pubertad consagrado a las jóvenes; es una celebración de la edad adulta y vale tanto para los varones como para las muchachas. En el caso de Akidinba y Kidaya habían sobrevenido ciertos cambios fisiológicos que las caracterizaban como mujeres, pero en los varones tales cambios no son tan evidentes por sí mismos. Tienen que demostrar su virilidad” (Turnbull, 1961: 207).

Esto lo consiguen de dos formas. En primer lugar, han de acostarse con una de las muchachas recluida en la cabaña del elima para lo cual ha de conseguir una invitación y burlar la guardia per-manente establecida por el grupo de muchachas: “El elima permite que los varones y las jóvenes lleguen a conocerse íntimamente y tales amistades desembocan a menudo en el matrimonio. Por otra parte, ofrece a los amantes la posibilidad para saber que no están hechos el uno para el otro y esto sucederá antes que se comprometan oficialmente” (1961: 197). En segundo lugar, han de matar un animal auténtico: “Es decir, no un animal pequeño, como podría hacer un niño sino uno de los antílopes más grande, un búfalo lo cual demostrará que no sólo es capaz de alimentar a su propia familia sino también de ayudar a la alimentación de los miembros más viejos del grupo” (1961: 207). Para Turnbull una vez que el individuo ha adquirido las capacidades económicas y sexuales de reproducción es admitido sin más dilaciones en el mundo de los adultos. A partir de ahora compartirá la caza con los mayores, participará en los debates y en los rituales, aprenderá las canciones y saberes tradicionales y podrá casarse. En cuanto a las muchachas, en la choza una pariente mayor y respetada les habrá enseñado las artes y habilidades de la maternidad, así como las canciones que entonan las mujeres adultas. Después de un mes de cánticos y festejos nuevos individuos están preparados para participar plenamente de los derechos y deberes de la comunidad. A pesar de su atractivo, la descripción de Turnbull no escapa a la tendencia a la idealización propia de una determinada visión del primitivo. Por otra parte, las investigaciones de diversos antropólogos marxistas franceses en sociedades africanas, como las de Meillassoux (1980) demuestran la existencia de relaciones de poder entre adultos y jóvenes en comunidades cazadoras-recolectoras.

Los esquimales nos ofrecen otro ejemplo de sociedad relativamente igualitaria en la que se da una temprana inserción de los jóvenes en la sociedad a través de la actividad económica. Esto es al menos lo que sugiere la autobiografía de Nathan Kanianak recogida por C.C Hughes (1964), que aporta datos sobre la socialización de un joven esquimal de la isla de Saint Lawren-ce (mar de Bering) entre los años 1930-1940 (momento en que la cultura esquimal padeció los primeros impactos aculturadores de la sociedad occidental). Según cuenta Nathan la obsesión de todo niño era ser lo suficientemente hombre como para poder participar en las expediciones de pesca y caza de su padre. A los seis años Nathan participa por primera vez en una de ellas: aunque no dispara, se siente ya un hombre y un verdadero cazador: “Se considera al niño un adulto en miniatura cuyas posibilidades están latentes y esperan sólo una apropiada tutela y atento adiestramiento para madurar” (Hughes, 1964: 395). Con la progresiva participación en las expediciones de caza, el camino hacia la edad adulta procede sin barreras relevantes y las relaciones con los adultos revisten cada vez un cariz más igualitario. Sin embargo, la institución escolar impuesta por la colonización rompe esta socialización y es vivida de manera traumática por Nathan, como una forma de infantilización social.

2.2. La juventud en sociedades horticultoras. Sabido es que la invención de la agricultura supuso una mayor inversión de trabajo humano y una pérdida de tiempo libre. No es de extrañar, por ello, que la relevancia económica de los jóvenes sea en estas sociedades fundamental. Sin embargo, con los excedentes aparecen los primeros signos de jerarquización social, y en ciertas ocasiones esto repercute en una desigual repartición del poder entre edades, los ejemplos de los primitivos cultivadores los extraemos de las culturas de la Polinesia, entre las más conocidas monografías antropológicas.

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Los Tikopia, habitantes de la isla homónima en el Archipiélago de las Islas Salomón, culti-vadores primitivos y pescadores, fueron estudiados por Raymond Firth cuando apenas habían iniciado el contacto con la cultura occidental (We The Tikopia, 1936). Como en el caso de los pigmeos y los esquimales Firth ve una temprana inserción en la actividad la razón de la rápida maduración social: “Esta pronta toma de contacto con la vida económica representa un meca-nismo educativo muy importante. Dado que el niño es llevado a participar gradualmente en los deberes del momento y es así introducido, casi de manera imperceptible, en una de las mayores esferas de la actividad futura. En consecuencia, no se determinan verdaderas fracturas de paso en la vida, el periodo del juego infantil, el periodo educativo de la infancia y la adolescencia y el periodo del trabajo adulto no se demarcan netamente como en las modernas comunidades urbanas”. (Firth, 1963: 137). Existe un rito de iniciación tribal que se celebra cuando el muchacho tiene entre 9 y 14 años mediante una operación análoga a la circuncisión pero que no comporta violencia física. Para Firth, el rito señala la definitiva asimilación del individuo en el grupo de los adultos y no el inicio de un periodo de reclusión y marginación, ni una institución que sanciona de manera violenta una neta demarcación entre jóvenes y adultos, ni tampoco una verificación de la virilidad y madurez mediante crueles sufrimientos físicos:

“La ceremonia, aunque ligada en cierta manera a la madurez fisiológica, es en esencia inde-pendiente de ella. El acento se pone sobre todo en el paso de un estatus social a otro: No es un rito de pubertad, es un rito de madurez. La clave de la institución es el conferimiento de privilegios sociales y no la asistencia en un momento específico del desarrollo orgánico (...) De un sólo golpe se hace consciente (al adolescente) de su posición en la comunicad, de su dependencia de los otros, de la subordinación a ellos como grupo y de su particular valor personal para ellos. Se le confiere un nuevo estatus, y su madurez se le hace manifiesta cuando, por ejemplo, se le admite ahora en las reuniones de los adultos y no se le prohíbe específicamente la relación sexual” (Firth, 1963: 408, 445).

El estudio más famoso de la juventud en una cultura primitiva es sin duda el de Margared Mead (Coming of Age in Samoa, 1928), tanto por la crítica a las teorías de G. Stanley Hall a las cuales ya hemos aludido, como por la imagen paradisíaca y armoniosa que la antropóloga traza de esas islas del pacífico. En Samoa la adolescencia sería, para Mead, un periodo libre de preocupaciones, sin responsabilidades y durante el cual se goza de escarceos amorosos y festivales. Durante la infancia niños y niñas se reúnen en grupos basados en vínculos de vecindad y parentesco. Uno o dos años después de la pubertad, varones y mujeres se reúnen en agrupaciones de edad (aumaga para los chicos y aualuma para las chicas), similares a las de los adultos y se les confieren privilegios y obligaciones definidas en la vida de la comunidad. Sus funciones serán diferentes para ambos sexos, pues mientras la organización de los varones cumple importantes tareas económicas y rituales (pesca, trabajar en la plantación, construir ca-sas, organizar los festivales de recibimiento a los visitantes...), la organización en las jóvenes es únicamente ceremonial. Para ellas es este un periodo de privatización y reclusión en las tareas domésticas. El carácter cooperativo de los trabajos masculinos contrasta con el carácter individual de las tareas femeninas (lavar, cocinar, tejer estores...).

A la aumaga se accede cuando el adolescente ha pasado la pubertad mediante el ofrecimiento que el cabeza de su familia (matai) hace al grupo de hombres adultos de una raíz de kava. A partir de ahora el joven entra a formar parte de un grupo de edad, cuyos integrantes permanecerán unidos de por vida y que es el encargado de asegurar la subsistencia de la tribu. Su organización refleja la estructura del consejo de ancianos (fono) a conseguir los títulos suficientes para poder entrar en él (empezando por el título de matai, cabeza de familia) dedicará el joven todos sus esfuerzos a partir de ahora. “Todos los años que median entre su incorporación a la aumaga y al fono son años de esfuerzos (...) para ser ubicado entre los señores de la aldea y separado para siempre de las actividades colectivas de los jóvenes” (Mead, 1985: 181-82), lo cual le permite abandonar las actividades de subsistencia. Sin embargo, esto no sucederá hasta que tenga 30 o

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40 años. Puede comprobarse, pues, que la transición a la vida adulta va asociada al estatus que confiere la adquisición de títulos. El matrimonio, por ejemplo, no comporta cambios importantes. Cuando se casa, la joven pareja se queda a vivir en la casa principal de uno de los cónyuges, recibiendo únicamente un cojín de bambú, un mosquitero y una pila de estores para su cama. En el caso de las mujeres Mead no observa diferencia entre las mujeres solteras y las mujeres casadas: “No se trazan líneas divisiones entre jóvenes casadas y solteras, sino entre mujeres adultas y adolescentes en lo que toca a la actividad industrial, y entre esposas de Matais y sus hermanas menores, en lo referente a cuestiones ceremoniales. La joven de 22 o 23 años, soltera aún, abandona su actividad despreocupada de la adolescencia. Es adulta, tan capaz como las jóvenes esposas de sus hermanos; se espera que colabore con ellas en las tareas de la casa” (Mead, 1985: 177).

Mead concluye que “la adolescencia no representa un periodo de crisis o tensión sino por el contrario, el desenvolvimiento armónico de un conjunto de intereses que maduran lentamente. El espíritu de las jóvenes no queda perplejo ante ningún conflicto... Vivir como una muchacha, con muchos amantes durante el mayor tiempo posible, casarse luego en la propia aldea cerca de los parientes, y tener muchos hijos tales eran las ambiciones comunes y satisfactorias” (1985: 153-54). A pesar de esta imagen idílica descrita por Mead, lo cierto es que a nuestro entender, el caso de Samoa pone de manifiesto los inicios de una jerarquización social en función de la edad, y la creación de un largo periodo de dependencia en el cual la notable contribución económica de los jóvenes va acompañada de un estatus de subordinación al poder de los Matais, que puede alargarse hasta los 30 o 40 años. Entre las muchachas, el periodo de adolescencia supone la reclusión en las tareas domésticas, en un contexto de dependencia familiar.

2.3. La juventud en sociedades pastoras. Entre las sociedades de pastores nómadas del África central y oriental encontramos los ejemplos más elaborados de sistemas de clases de edad, relacionados frecuentemente con una organización bélica, y en los que puede existir un periodo adolescente para los varones que se extiende desde la pubertad hasta los 25 o 30 años. Durante este periodo se encarga a los jóvenes la defensa del ganado y del propio grupo, contra los ataques depredadores de otras tribus. Con frecuencia la clase de guerreros es enaltecida simbólica y ceremonialmente, pero a nivel social es un grupo marginado: a nivel espacial, viven en grandes cabañas, fuera del poblado, no tienen derecho a casarse, ni los recursos económicos para hacerlo, y se les excluye del poder político.

Los masai, pastores neolíticos de substrato hamita, nos proporcionan un primer ejemplo (Ber-nardi, 1985). En el momento de la conquista europea, presentaban una estructura de grupos de edad muy marcada, especialmente entre los varones. Los masai pasaban por tres estadios a lo largo de su vida: niño, guerrero y adulto. Llegados a la pubertad los muchachos de un campamento forman un grupo de la misma edad, y visitan distintos campamentos donde recaudan regalos que entregarán a los adultos más influyentes para que organicen la ceremonia de su iniciación. El periodo de iniciación dura de tres a cuatro años, y tiene como punto culminante la circuncisión, que se realiza en el propio campamento. Una vez todos los chicos del grupo de edad han sido circuncidados, pasan por el rito definitivo, común a diversos poblados, que los convertirán en guerreros: el corte de los cabellos. Todos aquéllos que participan en estas ceremonias forman un grupo de edad de dos secciones, y tendrán un nombre común que a lo largo de toda su vida les permitirá mantener unos vínculos especiales. El grupo de los guerreros vive en un campamento en compañía de algunas muchachas, separados del resto de la sociedad. En cada campamento hay un máximo de tres grupos de edad. Los guerreros se dedican a defender el territorio de los poblados y a procurar el aumento de su ganado mediante robos y saqueos en los alrededores. El periodo de guerrero dura de 10 a 15 años a lo largo de los cuales pasarán por diversas cere-monias hasta que el grupo de edad sea sustituido por otro.

La estricta regulación de estos grupos y subgrupos cumple la función de conseguir la forma-ción y continuidad de un ejército siempre preparado y en pie de guerra. En pueblos dedicados

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exclusivamente al pastoreo, existe la ventaja de poder disponer de un excedente de mano de obra, pero también el inconveniente de tener que asegurar la defensa de un territorio de pasto amplio y extenso. Ambas condiciones hacen posible y necesaria la existencia de grupo de edad de los guerreros. En el caso de los masai, esta interpretación aparece como muy relevante: los jóvenes entre 15 y 30 años constituyen una fuerza de trabajo ex sedentaria al descender del norte para asentarse en sus territorios actuales, los masai tuvieron que conquistar y someter aquellos pueblos que se dedicaban a la agricultura. Al llegar los europeos, si reunían los gue-rreros de los diferentes poblados podían llegar a ser de 1,000 a 3,000 lanceros prácticamente invencibles en la zona. El estatus de guerrero tenía, sin embargo, algunas compensaciones que, en ciertos periodos no bélicos, podían considerarse como privilegios. En este sentido es muy significativo el caso de los kypsigis del África oriental, pueblo vecino a los masai y contra los cuales luchaban enérgicamente durante la estación seca (Balandier, 1975). Los kypsigis también estaban organizados en clases de edad, cada siete años un gran ritual celebrado por los ancianos debía consagrar a todos aquellos jóvenes de entre 14 y 21 años en el estatus de guerrero, que abandonaban siete años más tarde al finalizar los años de servicio militar para casarse y convertirse en padres de familia. Durante este periodo no realizaban trabajo alguno, no comían sino carne y recibían cada noche la visita de las muchachas más bonitas en su cabaña de guerreros donde todo les era permitido excepto la paternidad. Cuando sonaba la hora de adiós a las armas protestaban siguiendo la tradición, pues todavía querían seguir sir-viendo, pero muchos ya habían sido abatidos por las lanzas de los masais y el resto acababa cediendo a la vida adulta.

La Pax Británica cambio todo el panorama dado que las razias estaban prohibidas, ningún combate interrumpía a partir de ahora la noble vida de estos gallardos temerarios. Y, cuando al cabo de siete años los viejos acudieron para convertirlos en padres de familia no se sintieron dispuestos a cargar con tal responsabilidad y se negaron. Lo mismo sucedió al año siguiente. Y se hubiera podido suponer que serían guerreros hasta el fin de sus días si durante este tiempo los adolescentes no hubiesen crecido y con una edad de 17 a 24 años no de 14 a 21 como era lo normal, lanzaban la jabalina más lejos que ellos, sin embargo, estos adolescentes conservaban su estatus infantil, ordeñaban las vacas y obedecían a los adultos. La situación hasta que los más jóvenes se cansaron y se congregaron en el maquis para atacar los poblados y, en vez de luchar contra los masai, lanzaron las jabalinas contra los guerreros ociosos hasta que éstos le depusieron su actitud dilatoria, renunciando a los privilegios y cediéndoles el lugar. El asunto se arregló gracias a la intervención de los ancianos que al fin realizaron los ritos de paso.

Los ejemplos extraídos de sociedades pastoras en el tema de la organización por clases de edad, tema de gran raigambre en la historia de la antropología. Es necesario hacer algunos apuntes sobre él, aunque nos veamos obligados a caer necesariamente en la simplificación. Los grupos o clases de edad, que para algunas sociedades (sobre todo las africanas) son el princi-pio básico del sistema social, son organizaciones plurifuncionales, que pueden cumplir tareas económicas, políticas, sociales y religiosas. En palabras de Bernardi: “el motor de las clases de edad suele ser la iniciación de los jóvenes” (1985: 303). Aunque suelen durar toda la vida (para los varones), las clases de edad cobran especial relevancia en el periodo juvenil. Ya hemos visto la importancia que tenían en los casos de los masai y los kypsigis, vinculadas a las necesidades bélicas. Uno de los casos más conocidos es el de los Nuer, gracias a la clásica monografía de Evans-Pritchard sobre los nuer (1940), aunque se trata de un caso opuesto a los anteriores no tienen unas funciones específicas de guerrero como en otras tribus ni es muy manifiesta la diferencia entre una y otra clase de edad: “No existen tres categorías de edades diferentes de muchachos, guerreros y ancianos a través de las cuales pasen los grupos, pues un muchacho iniciado a la vida adulta permanece en esa categoría durante el resto de sus días. A los guerreros no les está prohibido casarse y no gozan de privilegios ni sufren restricciones diferentes de las de otros hombres adultos” (Evans Pritchard, 1977: 271)

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Los jóvenes suelen iniciarse entre los 14 y 16 años. Cada año se celebra una ceremonia ritual por la cual se inicia un grupo en cada aldea. Todos los muchachos son iniciados mediante una operación muy dolorosa (gar): con un pequeño cuchillo se les hace seis largos cortes en la frente que van de oreja a oreja. Después de las incisiones, los muchachos viven en un aislamien-to parcial y están sujetos a varios tabúes, es ésta una época de cierta licencia y salen de ella mediante un rito especial. El día de los cortes y del fin del aislamiento se hacen sacrificios y se celebran fiestas, que incluyen juegos licenciosos y canciones lascivas. Todos los chicos iniciados durante una serie de años pertenecen a un grupo de edad llamado ric. Cada periodo el hombre del ganado anuncia que va a separar los grupos y celebra una ceremonia en virtud de la cual todos los muchachos iniciados hasta entonces entran en un nuevo grupo, y todos los iniciados a partir de ese momento entran en otro (1977: 269 ss.). El autor contó la existencia de seis grupos de edad en el curso de su trabajo de campo, de los cuales, los dos más viejos contaban con muy pocos miembros. Cada grupo se subdividía a su vez, en diversas subsecciones.

La iniciación ha alterado el estatus del individuo. Pero según Evans Pritchard no se puede decir que la pertenencia a un grupo de edad determine de manera global el comportamiento, ni que haya diferencias entre los miembros de uno y otro grupo: “Al pasar de la niñez a la vida adulta se produce un cambio repentino de posición, pero las formas de comportamiento que diferencian estas dos categorías no distinguen a un grupo de edad de otro, pues los miembros de todos los grupos disfrutan por igual de los privilegios de la vida adulta” (1977: 272). La juventud no aparece como una categoría definida sino como una posición relativa en los sistemas de clase de edad, institución que se basa en la sucesión de las generaciones, como un mecanismo que asegura la reproducción diacrónica del sistema social en su conjunto: “La autoridad correspondiente a la veteranía de edad es insignificante, y los grupos de edad no desempeñan funciones administra-tivas, jurídicas o de dirección” (1977: 278).

El hincapié que hace Evans-Pritchard en el carácter igualitario de las relaciones entre las edades ha contribuido a difundir una imagen aconflictual de las relaciones entre las generaciones en las sociedades primitivas, como corresponde a la visión integrativa en que se basa su teoría funcionalista Meyer-Fortes, por ejemplo, ha afirmado que “las organizaciones por grupos de edad resuelven y movilizan al servicio de la sociedad las tensiones y conflictos potenciales entre las sucesivas y generaciones y entre padres e hijos” (Fortes, 1984: 117; ver también Eisenstadt, 1956). Esta visión, sin embargo, tiende a menospreciar el carácter conflictivo y desigual de las relaciones que fundan las tensiones que encubren. En muchas ocasiones sirven para legitimar un desigual acceso a los recursos, a las tareas productivas, a los deberes y derechos reconoci-dos. Podríamos interpretar los grupos de edad como categorías de tránsito muy formalizadas, equivalentes estructuralmente a nuestra juventud, ritualizadas simbólicamente mediante las ceremonias de iniciación, cuya función es legitimar la jerarquización social y económica entre las edades, inhibiendo el desarrollo de un conflicto abierto (pues los jóvenes acaban siendo adultos). Y asegurando la sujeción de los jóvenes a las pautas sociales establecidas.

2.4. La juventud en sociedades agricultoras. Resulta extremadamente difícil generalizar sobre la condición juvenil en la variada gama de culturas dedicadas a una agricultura intensiva de carácter sedentario, pues las estructuras sociales y el poder político se entrelazan con los modos de subsistencia a la hora de determinar la forma y la función del periodo juvenil. Sin embargo, cabe recordar que la aparición del Estado, y las formas de estratificación social que esto comporta, suele ir vinculada a la agricultura intensiva. Es por tanto probable que no nos encontremos con un mayor número de sociedades donde se dé un periodo juvenil más marcado, y una mayor jerarquización entre las edades. El caso del reino Abrón de Gyaman, al noreste de Costa de Marfil y Ghana, estudiado por Emmanuel Terray, nos ofrece un buen ejemplo. En este reino conviven unas comunidades campesinas de etnia Culingo con una asistencia militar de etnia Abrón sobreimpuesta y con esclavos cautivos de otras tribus productos de razias guerreras. En el caso de las comunidades agricultoras Kulango. Terray observa que su funcionamiento se

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basa en el poder que los viejos ejercen sobre las mujeres y los jóvenes, una dominación de ca-rácter económico y simbólico. Los jóvenes están sometidos a la autoridad que ejerce el cabeza de caserío, que es quien organiza el trabajo, distribuye la producción y acumulan determinados bienes de prestigio (joyas y vestidos): “La posesión de estos bienes es lo que define la condi-ción de anciano. Pueden ser considerados como tales todos aquéllos que sea cual sea su edad disponen de estos bienes, activa o potencialmente; dicho de otro modo: los jefes de caseríos y sus herederos. Al mismo tiempo serán considerados como jóvenes aquéllos que están excluidos de tal posesión. Pero por otra parte, la única función social de los bienes de prestigio es la de ser propiedad de los ancianos, y de manifestar materialmente su hegemonía de modo que el exceso de trabajo de los jóvenes sirve para producir los símbolos de su propia dependencia (...) Considero que la explotación de los jóvenes por parte de los viejos... se realiza el proceso de producción y apropiación de los bienes, y no tanto en el de los intercambios matrimoniales y las prestaciones concomitantes” (Terray, 1977: 131).

Esta clara explotación económica queda mistificada por su carácter transitorio dado que los jóvenes acabaran siendo ancianos: “La emancipación progresiva de los jóvenes es un obstáculo para percibir la explotación de que son víctimas” (1977: 156). Existe además, una especie de tribuno de los jóvenes que defienden sus intereses ante los cabezas de caserío, los jefes de más alto rango y los jefes aldeanos. Llevan el título de Nkwankwaahene, que viene a significar jefe de los jóvenes. Es elegido por los mismos jóvenes. Organiza las sesiones de trabajo colectivas a las cuales éstos son invitados periódicamente con el objetivo de realizar tareas de interés general, como el mantenimiento de los caminos, arbitra los conflictos entre los jóvenes y puede imponer multas. También los representa ante el consejo de jefes de caserío, que asiste al jefe de la aldea, e interviene en su nombre en todos los asuntos de la aldea. El enfrentamiento entre jóvenes y ancianos no se manifiesta únicamente de forma explícita y oficial, mediante estas controversias entre el Nkwankwaahene y los jefes de caserío, también se expresa de una manera más sote-rrada, en las acusaciones de brujería.

Otro hecho que en principio habría de agravar la condición de los jóvenes en la sociedad Kulango es el carácter matrilineal de las reglas de sucesión. En una sociedad en la que residencia y filiación sigan la misma línea (paterna, por ejemplo), el joven puede suponer que al trabajar para el anciano, trabaja también a largo plazo para sí mismo; puede esperar que un día sucederá a su padre y dispondrá, a su vez, de los bienes de prestigio que él ha contribuido a producir en su juventud. En cambio en una sociedad matrilineal, en la que el joven trabaja para su padre y suceda a su tío materno, no puede establecerse ninguna inversión a largo plazo, sino como una prestación desproporcionada, desprovista de toda contrapartida. Sin embargo, para Terray no se ha de exagerar esta diferencia mientras en una sociedad patrilineal la metamorfosis del joven en anciano se realiza de una manera progresiva, en la sociedad kulango la mutación es brusca. Por estas diferencias de ritmo no alteran el hecho de la metamorfosis. Que acabe sustituyendo a su padre o a su tío paterno no es una diferencia en sí fundamental. El efecto de todo ello es que los jóvenes se ven imposibilitados para ejercer una acción de carácter político a escala de la sociedad global, y los enfrentamientos quedan confinados a escala de las familias, los linajes y la comunidad local. La esperanza de llegar a ser jefe de familia amortigua la conflictividad social. Terray acaba analizando las relaciones entre jóvenes y viejos en términos de conflicto de clase (los unos constituirán la fuerza de trabajo, mientras que los otros detentarían el control de los medios materiales y simbólicos y de la producción). No hay que olvidar, sin embargo, que estas relaciones internas de las comunidades kulango se han de poner en relación con la dominación que, desde el exterior, ejerce la aristocracia Abrón con su exigencia de tributos, que salen del exceso de trabajo de los jóvenes.

El caso del reino Abrón pone de manifiesto a nuestro entender que a diferencia de sociedades cazadoras recolectaras, o incluso pastoras donde los jóvenes no pueden estar ausentes de la toma de decisiones por la importancia de su papel productivo o militar, en las sociedades agrícolas

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más estables puede ser que la acumulación de recursos por parte de los viejos pongan al joven completamente a su merced, como es el caso de muchas sociedades sedentarias africanas. Los mismos sistemas de clases de edad en lugar de interpretarse según los postulados funcionalistas como grupos corporativos, igualitarios y sin conflictos, pueden ser vistos como unas categorías muy formalizadas de tránsito, equivalentes estructuralmente a nuestra juventud, ritualizadas simbólicamente mediante los ritos de paso, cuya función es al legitimar una jerarquía social y económica que hace de los jóvenes una clase subordinada, así como de inhibir el desarrollo de un conflicto abierto en el seno de la propia sociedad entre jóvenes y viejos. En definitiva la asignación a los jóvenes de determinados roles sociales, postergando sus derechos de recono-cimiento adulto, parece que va unido a una estrategia general de jerarquización de la sociedad que está condicionada históricamente y que incluso puede ser cambiante en la misma sociedad, como veremos a continuación.

2.5. La juventud en el México indígena. El México “profundo” de las sociedades indígenas (como lo definiera Guillermo Bonfil, 1990) presenta numerosos paralelismos etnográficos con los ejemplos que acabamos de presentar. El mismo Bonfil afirma que “uno de los rasgos que con mayor frecuencia llaman la atención de los estudiosos de la vida indígena es el tratamiento benévolo y respetuoso que dan los padres a los hijos. Rara vez se educa mediante la violencia física. No se coarta la participación de los niños en la charla familiar. Hay un margen de tolerancia muy amplio para las experiencias sexuales premaritales que abarca, en ciertos grupos, la acep-tación de relaciones homosexuales durante la adolescencia (...) En general, se considera adulto al hombre casado, independientemente de su edad” (Bonfil, 1990: 61). En palabras de Lourdes Pacheco (1997: 100-101) “en las comunidades indígenas la etapa de la juventud prácticamente no existe. Se pasa de ser niño, perteneciente a una familia y dependiente de ella directamente, a ser adulto, responsable de una familia, ya sea de la propia o de la familia de sus padres”. En efecto, en muchas de las lenguas indígenas no existe una palabra que designe específicamente la etapa juvenil, ni instituciones o ritos espaciales para este grupo de edad. Cuando existe una denominación, acostumbra a ser sinónima de un estatus (la soltería) y tiene dos expresiones diferenciadas según el sexo. De hecho, los menores de edad (niños y jóvenes) han tendido a ser invisibles para la investigación antropológica, que ha centrado su mirada en los varones adultos:

“Hablar de lo indígena ha sido siempre nombrar a los dirigentes o chamanes, rezanderos o curanderos, artesanos o milperos, mayordomos o maceguales. El indígena de los textos etnoló-gicos casi siempre ha sido un hombre adulto... Pero hablar de lo indígena ha significado hablar muy poco de los niños indios; el discurso tampoco ha involucrado a los adolescentes y jóvenes, los que conforman la población del porvenir, lo mismo en términos económicos que culturales. No se ha considerado que también ellos podían tener inquietudes ante la situación de deterioro progresivo y constante de sus esperanzas de superación socioeconómica” (Acevedo, 1986: 7-8).

Los huicholes son un grupo étnico compuesto por unas 30 mil personas, que habitan la sierra madre occidental (estados de Nayarit y Jalisco). Son descendientes de los grupos chichimecas que poblaban el noroeste de México desde la época prehispánica. Durante los cinco primeros años de vida, los niños huicholes celebran el Tatei Nayeri, la fiesta en honor a los frutos de la tierra en la que los niños son presentados a los dioses. Cumpliendo las cinco fiestas se considera que el niño tiene mayores posibilidades de sobrevivir y se convierte en un muchachito. Deja de ser nonutzi (niño) para convertirse en uko (mayor). A partir de esa etapa los jóvenes son incorporados al trabajo cotidiano asignado a cada género: las muchachas aprenden las labores domésticas junto al resto de mujeres de la familia; los muchachos aprenden las labores del campo junto a los hombres. Los cantadores o marakames del grupo (adultos con poderes mágico-religiosos) deciden la ocupación de los jóvenes, predeterminándolos para realizar determinados trabajos: músico, cazador, curador, agricultor. Al ser un vaticinio divino, no pueden escapar de él, bajo la amenaza de enfermedades y desgracias. En cuanto a las muchachas, a partir de los ocho años se las considera mujeres y se las aparta para matrimonios acordados por los padres. En

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ocasiones un cantador viejo las puede pedir en matrimonio, lo que para los padres es un honor. De hecho las jóvenes carecen de individualidad, lo que se refleja en el hecho de que puedan ser intercambiadas: cuando una mujer comprometida decide escoger otro hombre y huir, su lugar es sustituido por su hermana. Si se acepta el matrimonio, que se hace efectivo en torno a los 15 años, se realiza una ceremonia de petición de mano: el futuro esposo debe acarrear leña durante cinco días a la casa de ella; al sexto día cierran el compromiso fumando un cigarro (el tabaco es símbolo de madurez sexual entre los hombres). Actualmente, en las comunidades huicholes en transición, las que se encuentran más cercanas a los asentamientos urbanos, el papel asignado a los jóvenes está siendo cuestionado por ellos mismos. Al llegar a la etapa de adolescencia, una manera de demostrar su inconformidad es huir de la casa paterna. Ello expresa la “doble cotidianidad” de la juventud huichol, a caballo entre la tradición cultural y la sociedad mayor:

“El paso de los huicholes por la tierra está interrelacionado con lo que ocurre en los cinco rumbos de su cosmogonía. Un huichol o una huichola joven tiene consigo la herencia cultural de la comunidad específica a la que pertenece y con ello reproduce la cultura huichol en concreto. Ser joven significa estar en el tránsito del aprendizaje de la identidad” (Pacheco, 1997: 111-2).

Otro ejemplo nos lo ofrece la comunidad zapoteca de Shan-Dany, Oaxaca. Descendientes de una civilización prehispánica, los zapotecos son un ejemplo de “primitivización cultural” como efecto del impacto colonial. Ric es un muchacho de 27 años emigrado a Los Ángeles (Estados Unidos), pero que recuerda la “costumbre” de su pueblo, al que regresa en verano para la fiesta patronal.

“Al niño cuando nace le dicen badó, es nene. Y al poco tiempo ya le pueden decir kiísh, que quiere decir niño o pequeñito. Así sea mujer o hombre los llegan a denominar igual. Después de esto, a partir de cinco años [hasta los 20-25], les dicen binín nu-nay: está muy joven todavía. Es binín hasta el instante que no tiene las reacciones de un joven, que podría ser 25, 30, 35. Ya son buín-guul, o buín-ro, que es gente madura. Agu-ro ya está grande, ya podría ser de los 15 a los 30. Y el hombre cuando ya es viejo, a partir de los 60-70, ya les dicen buin-guul. La mujer llega a ser chap, desde que se define su sexo ya con su cabello y todo, desde los cinco años. Pueden recibir ese nombre hasta que llegan a perder la juventud, aun casadas les dicen chap. Hay mujeres que se llegan a casar y a veces se mueren y para decir “Todavía está joven”, ellos dicen: Chap nu-nay. Entonces uno se da cuenta que utilizan esa palabra para decir joven. Si es mujer madura le dicen gunan-gül. Y naan-gül es para la mujer cuando ya es viejita. Entonces esas palabras son las definiciones que le asignan a cada uno de ellos por sus edades. La socie-dad aquí, cuando empiezan a decir que un niño es joven, es desde el instante en que empieza a salir, desde que empieza a estar inquieto en su casa, y empieza a preferir amigos que son de fuera de la casa, empiezan a decirle: “Usted ya es un joven que sale, ya debe procurar trabajar más, tienes que darnos más dinero, asearse más, muy pronto va a querer casarse, tiene que procurar hacer su casa”. Y eso empieza a partir de los 14, 15, 16 años, que ya son jóvenes. Y si alguien se casa, aunque sea a los 18, aunque sea joven todavía, pueden nombrarlos ya, pueden dar servicios” (Ric).

Porfiria es una muchacha del pueblo describe la doble cotidianidad de la juventud indígena, a caballo entra la “costumbre” tradicional y el proceso de aculturación: “En esta comunidad, en este pueblo, cada quien tiene su costumbre, su forma de ser. Desde muy pequeños, nos enseñaron a hablar, y a educarnos, a mandarnos a la escuela. La mayoría de los jóvenes se hablan en za-poteco. En la casa no tienes un rato de descanso. Aquí para todo es el maíz: para el atole, para el téjate y el nixtamal. Luego lo llevamos al campo, para los mozos que están trabajando. Esto lo hacen las señoras, las muchachas. Cuando terminamos la primaria, dijo mi abuelito: ‘Ellas ya no van a estudiar, ellas van a echar tortilla, se van a dedicar a los quehaceres del hogar, los que deben hacer aquí’. Y mi papá le daba la razón. Le dijimos: ‘¡No, queremos estudiar!’. El caso es que un mes antes de que empezaran las clases, yo y mi hermana buscamos para ir a estudiar a Tlacolula. Cuando salimos de la secundaria él no estaba aquí, estaba en el norte, y por eso fue que nos volvimos a inscribir a otra escuela. Porque yo digo: si estuviera él ¡no hombre! Cuando

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llegó y vio nuestras calificaciones, pues se animó: “Ya me han demostrado que tienen ganas de seguir estudiando, pues adelante, yo las apoyo”. Y ya confía en nosotras. Antes era un poco más cerrado, y mis abuelitos decían: “¿De qué les sirve estudiar si se van a casar y el hombre las va a mantener?”. Ya uno tiene otra idea: “Estudien para que tengan algo en la vida y sean mejores que nosotros”. Mi mamá desde un principio es la que nos apoyaba más. Como no tejemos, porque los niños que tejen llegando de la escuela se ponen a tejer, es el oficio de ellos, las muchachas y los jóvenes también; los padres se dedican al campo y los hijos se encargan de tejer, de laborar los sarapes. Hay niños que a los nueve años ya saben, de chiquitos los empiezan a enseñar, les compran un telar, y empiezan poco a poco, de grandes ya saben. Mi hermano el mayor no se encuentra aquí, está trabajando en Estados Unidos. Los jóvenes de aquí se han ido mucho al norte. En este mes llegan bastantes del norte, por la fiesta patronal, Santa Ana. La costumbre en Santa Ana, antes de casarse, es ir a pedir la mano de la novia. La costumbre para tenerse un novio, es ir en la nochecita a hablar en la puerta, o se conocen en la calle, la mamá la manda a la tienda o a casa de la tía, y ya salen y se conocen. Entonces llevan cariño a la novia, como decimos aquí: después de que la van a pedir tres veces, la mamá le pregunta que cuando van a llevarle el cariño, y la otra mamá le dice que inviten a todos los familiares de ella para que se enteren de que su hija ya está comprometida, a la madrina de la muchacha también. Hacen una fiesta para que los padres de la muchacha reciban a los padres del muchacho, para traer el cariño de la hija” (Porfiria).

3. Efebos. La juventud en sociedades estatales

La emergencia del poder estatal, con sus procesos concomitantes de jerarquización social, divi-sión del trabajo y urbanización, posibilita la aparición de un grupo de edad al que ya no se reco-nocen la plenitud de derechos sociales de que disfrutaba con anterioridad, y al que se asignan una serie de tareas educativas y militares. La generación de un excedente económico permite que una parte de la fuerza de trabajo se dedique a actividades no productivas, y la mayor com-plejidad social obliga a los jóvenes -o a los varones de la élite- a dedicar un periodo de su vida a la formación cívico-militar. También conlleva, por otra parte, la aparición de toda una serie de imágenes culturales y de valores simbólicos sobre la juventud, que la aíslan del resto del cuerpo social. Lo decisorio, sin embargo, es la consolidación de determinadas instituciones para la edu-cación de los jóvenes, la más famosa de las cuales fue la “efebía” ateniense.

3.1. La juventud en la Grecia Clásica. La cultura griega clásica ofrece algunos testimonios, tanto relativos a instituciones como a ideologías en las cuales rastrean las raíces del moderno concepto de juventud. La primera noción que es preciso analizar es la de agoghé, institución militar para la juventud espartana (Bellerate, 1979). Esparta, que vivió su máximo esplendor militar entre los siglos VIII y VI a.C., era una sociedad rigurosamente jerarquizada, típicamente clasista y militarista. En este contexto, los jóvenes varones de la aristocracia participaban en una institución educativa militar que constituía una especie de noviciado social. El agoghé consistía en una serie de ejercicios institucionalizados que combinaban el aspecto de preparación para la guerra con el de formación moral (centrada en el concepto de virtud areté) y que incluía un periodo de aislamiento muy duro (que ha dado origen a la expresión “educación espartana”):

“El agoghé, relacionado con la preparación para la vida pública se articulaba por grupos divididos según la edad: el principal y de más larga duración era el constituido por los irenios (de los 16 a los 21 años) todo el tiempo se organizaba comunitariamente y era utilizado para una formación al servicio de la polis, aunque centrado en el endurecimiento físico así como el endu-recimiento o capacidad de autocontrol y resistencia, en el plano moral” (Bellerate, 1979: 129).

En Atenas, desde el siglo V a.c. apareció la Efebia. El término Efebo significa etimológicamente el que ha llegado a la pubertad, pero además al referirse al fenómeno natural a un sentido jurídico. La celebración y el reconocimiento público del fin de la infancia abrían un periodo obligatorio de

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noviciado social –la efebia- en el marco de las instituciones militares fundadas en el modelo es-partano, en las cuales permanecían los jóvenes atenienses hasta los 20 años. Con el tiempo, esta institución perdió su carácter militar para hacer hincapié en su aspecto educativo convirtiéndose en la institución que introducía a los jóvenes aristocráticos en el refinamiento de la vida elegante (Allerbeck & Rosenmayr, 1979: 160). La educación del ciudadano independiente, capaz de exponer sus opiniones con argumentos retóricos y lógicos y de conquistar una posición prominente en la sociedad requería que dispusiese de una fase de la vida para prepararse. Surge así la noción de Paideia (o educación), que en su vertiente sofista, socrática o platónica ofrecía una base sólida donde apoyar la idea de juventud y el carácter ambiguo del mito con ella vinculado, la idea de Paideia se vinculaba a las ideas de eros, amistad, reforma, etc. Como ciertos grupos de jóvenes podían dedicar su atención a la educación, a la cultura y a las innovaciones a ellas vinculadas, las “nuevas ideas” eran vistas como una cosa de la juventud. La dialéctica de la amistad y el eros delimitaban claramente las fronteras entre la juventud y la edad madura. De esta manera, el concepto específico de una fase de la vida se equiparaba con una función cultural determinada, la juventud pasaba a ser identificada con el deseo de cultivarse y de reformar la sociedad, la educación de los jóvenes -paideia- se convirtió en símbolo de cultura, sin más (Jaeger, 1968: 11).

Los filósofos griegos se hicieron pronto eco del carácter ambivalente de esta noción de ju-ventud que estaba surgiendo. Así, por ejemplo, Platón comentaba en su República, en términos que pueden parecernos muy actuales, el peligro que implicaba el culto al joven:

“El padre se acostumbra a hacerse igual al hijo y a temer a los hijos, y los hijos a hacerse igual a los padres y a no respetar ni temer a sus progenitores a fin de ser enteramente libres. El maestro teme a sus discípulos y les adula; los alumnos menosprecian a sus maestros y del mismo modo a sus ayos; y en general, los jóvenes se equiparan a sus mayores, y rivalizan con ellos de palabra y de obra, y los ancianos, condescendientes con los jóvenes, se hinchan de buen humor y de jocosidad imitando a los muchachos, para no parecerles agrios ni despóticos” (Platón, 1981, Vol. III: 85).

Por otra parte Aristóteles, en su Retórica, resumía los atributos de esta nueva contradictoria fase de la vida: “La juventud obedece, sobre todo, a sus necesidades fisiológicas, entre las cuales el placer sensual desempeña un papel específico. Es cierto que también domina la lucha por la posición social. Con todo, la juventud es orgullosa porque aún no fue humillada por la vida, y está llena de esperanzas, porque todavía no fue decepcionada... prefiere la compañía de sus coetá-neos antes que cualquier otro trato. Para la juventud el futuro es largo y el pasado breve. Nada lo juzga según su utilidad, todos sus errores se deben a exageraciones (...) Mientras la juventud es generosa y audaz, los viejos son cobardes y siempre temen lo peor. Todo lo consideran según su utilidad” (Aristóteles, citado en Allerbeck & Rosenmayr, 1979: 159).

Sensualidad, orgullo, esperanza, idealismo, generosidad, audacia, exageración... ¿No están acaso estos rasgos aún vigentes en la caracterización moderna de la juventud? Este mito de la juventud se reflejará también en el arte (en donde se representa al individuo como joven y varón, luchador, deportista o militar) y en la vinculación de los jóvenes a las nuevas ideas. Sin embargo, conviene no olvidar que la contraposición que hacen Platón y Aristóteles de los jóvenes y los viejos se ha de vincular al elogio que hacen del intermedio justo (el aureas mediocritas roma-no), es decir: el hombre de mediana edad, caracterizado en las teorías griegas de las edades como una síntesis de las cualidades de los jóvenes y de los viejos. En otras palabras: se trata de legitimar la denominación de los adultos sobre los otros grupos de edad. Vemos pues, cómo la emergencia del mito de la juventud va acompañada de la emergencia de la juventud como categoría social subalterna.

3.2. La juventud en la Roma Antigua. En los primeros tiempos de la República Romana, la pubertad filológica definía el paso del estado infantil a la edad adulta. Originalmente, la pubertad se entendía, en el sentido estricto como maduración sexual, parece que hasta Justiniano existió incluso un expediente de comprobación –la inscriptio corporis– en el caso de los varones, práctica

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abolida más tarde por impúdica. Cada año, el día de los liberari –el 17 de marzo– se reunían los pater y los miembros del consolium domesticum y se acordaba declarar púber a un miembro de la familia, lo conducían a la plaza pública y lo despojaban de la toga praetexta (el vestido de niño) y le imponían la toga virile, que señalaba su ingreso en la comunidad política como ciudadano.

“La verificación de la madurez fisiológica... comportaba inmediatamente el reconocimiento social de las mismas capacidades que los adultos... con la imposición de la toga virile se re-conocía oficialmente la edad púber, con sus consecuencias jurídicas de reconocimiento de la capacidad de actuar y en al caso de que el sujeto estuviera sub juris, de la personalidad jurídica. En cualquier caso, el joven había de prestar el servicio militar en defensa de la civitas, adquiriendo los derechos políticos que tal servicio comportaban... a los 17 años es ya un adulto que ofrece prestación como miembro de una sociedad adulta” (Giuliano, 1979: 445).

El joven podía participar en las elecciones, acceder a la magistratura, realizar negocios, enrolarse en la milicia, es decir, tenía los mismos derechos y deberes que los adultos. Es cier-to que la personalidad jurídica continuaba perteneciendo sólo al padre. Pero todos los hijos, cualquiera que fuera su edad, estaban desprovistos de ella y en caso de muerte del padre el hijo primogénito obtenía esta potestad sólo en el caso de que hubiera llegado a la pubertad. Durante el siglo II d.C., se producen en la sociedad romana una serie de mutaciones que dan lugar al surgimiento de la juventud entre los varones de las clases privilegiadas que hasta ese momento, según Giuliano, no habían pasado por ese periodo: expansión de la gran propiedad agraria; formación de grandes disponibilidades de capitales líquidos de origen financiero y comercial; acaparamiento de los recursos por parte de una minoría dominante, urbanización masiva y consiguiente cambio del centro de gravedad de la economía del campo hacia la ciudad, desarrollo completo de la esclavitud como relación fundamental de producción, etc. Es en este contexto en el que aparece la juventud. “La madurez social, que en los siglos V y IV a.C. se conseguía de manera inmediata con la pubertad a partir del siglo II, de hecho no se consigue plenamente hasta después de los 25 años, ello significa que el joven púber es reconocido sexualmente maduro para asumir la defensa de la patria pero no para gestionar con plenitud de juicio el propio patrimonio y la res pública” (Giuliano, 1979: 53) ideológicamente, las leyes que sancionan este cambio se presentan como una defensa de los jóvenes cuando de hecho están recortando su independencia. Giuliano atribuye el mayor control sobre los jóvenes como una forma de mantener dentro de límites tolerables el desafío de los cambios sobre los cuales los jóvenes podrían actuar de catalizadores o bien resistiéndose a ellos. De hecho, los jóvenes no aceptaron sin reaccionar la marginación impuesta. Su rebelión se pondría de manifiesto en las Bacanales que eran según Clara Gallini: “un conglomerado voluntario e involuntario de diversas corrientes de protesta social” (Gallini, 1970: 33), y que unían a jóvenes, mujeres y otros grupos marginados. La represión violenta de las Bacanales con el pretexto de eliminar las orgías y los cultos extranjeros, no sería otra cosa que la respuesta pública de los grupos dominantes amenazados en sus privilegios.

3.3. La juventud en el México prehispánico. Las grandes civilizaciones estatales presentes en México antes de la conquista ofrecen ejemplos equivalentes a la sociedad clásica, como se desprende de los datos recopilados por los “cronistas de Indias” (Sahagún, Durán, Zurita, Motolinia, etc). En el caso del imperio mexica, existían dos instituciones especializadas en la educación: el telpochcalli (o “casa de los jóvenes”) y el calmécac (o “hilera de casas”). En ambos casos, la formación de los jóvenes varones coincidía con la carrera militar y sacerdotal. Los muchachos entraban en las casas en el peldaño más bajo de la escala de grados militares o sacerdotales. El ascenso por cada grado se señalaba mediante diferencias en el peinado, las ropas y los adornos. Los miembros de cada grado se reunían en salas distintas del palacio o el templo, participando como grupo en la vida ceremonial y siendo escogidos para determinadas categorías de emplea-dos estatales (Carrasco, 1979). Su juventud consistía en un periodo de preparación y ascenso social previo al matrimonio.

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En cada distrito de México-Tenochtitlan había un telpochcalli. Los jóvenes plebeyos entraban en él antes de la pubertad (en torno a los 15 años), y mientras eran muchachos se encargaban de actividades serviles como barrer o recoger leña. Había dos tipos de educadores: el tiacauh (maestro menor), y el telpochtlato (maestro superior), quien tenía derecho a imponer castigos. El régimen del telpochcalli era duro: se hacía vida de cuartel (aunque comían en sus casas, dor-mían en la casa de los jóvenes). No ayudaban a sus padres en las tareas agrícolas o artesanas, pues realizaban trabajos para el estado: construir casas, realizar obras públicas como puentes o presas, cultivar las tierras comunales, etc. Entre los 20 y los 30 años los muchachos salían de la casa de los jóvenes para casarse, lo que requería el consentimiento del telpochtlato. Tras recibirlo, se celebraba una ceremonia de despedida en la que estaban presentes los parientes, compañeros, funcionarios y maestros. El joven era desposeído de su puñal, símbolo de perte-nencia al telpochcalli. Desde este momento podía casarse y recibir tierra del callpulli (linaje). El más conocido de los cronistas nos describe así la ceremonia: “Llamaban al mozo delante de todos y decía el padre: hijo mío, aquí estás en presencia de tus parientes, hemos hablado sobre ti; porque tenemos cuidado de ti, pobrecito, ya eres hombre, parécenos que será bien buscarte mujer con quien te cases, pide licencia a tu maestro, pa’ apartarte de tus amigos los mancebos, con quien te has criado: oigan esto los que tienen cargo de vosotros, que se llaman telpuchtla-toque (...) Entonces respondía el maestro de los mancebos: Aquí hemos oído todos nosotros, yo y los mancebos con quien se ha criado vuestro hijo, como habéis determinado de casarle, y de aquí en adelante se aparta de ellos para siempre: hágase como lo mandáis. Luego tomaban la hachuela y se iban, y dejaban al mozo en casa de su padre” (Sahagún, 1985: 78-82).

La actividad principal de los miembros del telpochcalli era hacer la guerra. Desde el nacimiento, la guerra era el principal destino de los varones. Al nacer se les cortaba el cordón umbilical y se enterraba en el campo de combate: se ofrecía al bebé un arco, una flecha y un escudo para que fuera valiente. Tras la pubertad, los jóvenes eran llevados al campo de batalla, primero como ayudantes pero luego como guerreros. Refiriéndose a una expedición de conquista, Tezozómoc explica que “no permaneció en México ni un solo joven mayor de 15 años, sólo se veían ancianos y niños”. En ocasiones especiales, como las grandes campañas de conquista, se llegó a movilizar a todos los varones de más de 10 años. En otros casos, como las llamadas “guerras floridas” (una especie de combates rituales), sólo acudían los menores de 24 años. Los alumnos del tel-pochcalli constituían pues en conjunto un magnífico ejército de reserva: solteros, sin economía propia, nada los retenía. Morir en combate era para ellos todo un honor. El éxito en la guerra determinaba sus posibilidades de ascenso social. Quienes conseguían capturar prisioneros se convertían en apresadores (yaqui tlamani), recibiendo reconocimiento en función de su origen tribal y el número de cautivos. Entre ellos se escogían los líderes de los jóvenes (teachcauab) y los jefes de las casas de juventud (telpochtlato). En compensación a la dureza de la vida guerrera, los jóvenes disfrutaban también de una vida disipada que sorprendió negativamente a los misioneros católicos, como nos recuerda el mismo Sahagún: “Cada día, a la puesta del sol, tenían por costumbre de ir desnudos a la dicha sala del cujcacali (casa del canto), para cantar y bailar: solamente llevaban cada uno una manta, hecha a manera de red, y en la cabeza ataban unos penachos de plumajes... Y si sabía el señor que alguno de ellos se encontraba borracho, o amancebado, o hecho adulterio, mandábale prender... ” (Sahagún, 1985: 143-44).

Los hijos de las familias nobiliarias no acudían a la casa de los jóvenes, sino que tenían una institución educativa específica: la escuela del templo o calmecac (tampoco los siervos y esclavos participaban en el telpochcalli, que era la escuela de los plebeyos). El calmecac era “el colegio donde los hijos de los reyes y grandes estaban recibidos, y donde los instruían en las cosas de la virtud y en las cosas de las armas y buena crianza” (ibid.). Sin embargo, ello no significa que la separación entre ambas escuelas estuviera basada exclusivamente en criterios estamentales, pues la escuela era un medio de ascenso social: algunos jóvenes que hubieran destacado en la milicia o en la religión podían llegar al calmecac aunque fueran plebeyos. Aunque la educación

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femenina suscitó menos interés por parte de los cronistas, hay datos para afirmar que existía una institución semejante al calmecac, y una maestra de las doncellas (ichpochtlatoque) encargada de su formación: las muchachas estaban consagradas al templo desde su más tierna edad, para permanecer durante un determinado número de años o para esperar su matrimonio. Dirigidas por las sacerdotisas de edad madura, vivían castamente, se ejercitaban en la confección de hermosas telas bordadas, tomaban parte en los ritos y ofrecían incienso a las divinidades. En cualquier caso, la juventud en la sociedad mexica aparece fundamentalmente como un proceso masculino vinculado a la militarización y a la jerarquización social, pero también como un espacio para la movilidad social basada en el mérito personal, que prefigura los rasgos de la moderna educación universal y obligatoria (Carrasco, 1979; Sahagún, 1985; Soustelle, 1955).

4. Mozos. La juventud en sociedades campesinas

En el amplio espectro de sociedades basadas en la producción agrícola y ganadera que ocupan un lugar subordinado en conjuntos estatales más amplios, la juventud acostumbra a coincidir con una etapa de semidependencia social, caracterizada por una precoz inserción laboral y por un estatus subordinado de los jóvenes en el seno de la familia. Dado el carácter doméstico de las unidades de producción y consumo, todo está en función de su reproducción material y moral. La dominación patriarcal del cabeza de familia sobre los grupos dependientes (mujeres, jóvenes y siervos), se expresa en los sistemas de herencia y en el control sexual. El concepto clave es el de “mozo”, que incluye tanto a los jóvenes solteros como a los criados y criadas. Paradójicamente, los jóvenes, que constituyen una parte fundamental de la fuerza de trabajo, no tienen ni prestigio ni poder. Como compensación, ocupan un lugar central en el espacio lúdico de la comunidad, y a menudo participan en muchos aspectos de la vida festiva, institucionali-zada mediante agrupaciones colectivas como las “mocerías”. En este apartado repasaremos ejemplos de la Europa de antiguo régimen y de sociedades campesinas contemporáneas.

4.1. La juventud en el Antiguo Régimen. En la Europa medieval y moderna (lo que se conoce como Antiguo Régimen) es difícil identificar una fase de la vida que se corresponda con lo que nosotros entendemos por juventud. De hecho, el tema de las edades de la vida fue muy popular en todo el periodo y ocupa un lugar relevante en los tratados pseudocientíficos de la Edad Media. Un testimonio esclarecedor nos lo ofrece el Grand Propriètaire de Toutes les Choses, una especie de enciclopedia de la época que reunía todos los saberes sagrados y profanos, publicado en 1556, según una compilación latina del siglo XIII. El libro distingue siete edades, que hace corresponder a los siete planetas, infancia, puericia, adolescencia, juventud, senectud, vejez y senilidad. Veamos lo que dice de la adolescencia y de la juventud.

“La tercera edad, que se llama adolescencia y comienza a los 14 años, acaba según Cons-tantino y su Viático a los 21 años, pero según Isidoro dura hasta los 28 y se puede extender hasta los 35 años. Esta edad se llama adolescencia porque la persona es bastante grande como para engendrar, ha dicho Isidoro. En esta edad los miembros están tiernos y aptos para crecer y recibir fuerza y vigor por el calor natural. Y, por ello la persona en esta edad crece tanto que consigue el tamaño dado por la naturaleza. Después sigue la juventud, que es la edad del medio y por ello la persona tiene su mayor fuerza, y dura esta edad hasta los 45 años según Isidoro o hasta los 50 según los otros” (citado en Ariès, 1973: 378).

La paradoja parece provenir de la dificultad de traducir a nuestra lengua los términos latinos que designan las siete edades. El mismo traductor al francés del Grand Propriètaire de Toutes les Choses reconoce sin ambages, en la edición de 1556 que “hay una mayor dificultad en francés que en latín, porque en latín hay siete edades con diferentes nombres mientras que en francés sólo hay tres: Infancia, juventud y vejez” (ibid.). Se observará que dado que la juventud significa edad del medio, no hay lugar para la adolescencia que se confunde con la pueritia. De hecho el francés medieval sólo conoce un nombre: infancia (cuyos sinónimos eran: valet, valeton, garçon,

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fils). Estas consideraciones terminologías así como otras basadas en la iconografía, servirán a Philippe Ariès para sustentar su tesis de inexistencia de la juventud en la sociedad del antiguo régimen:

“Nuestra vieja sociedad tradicional se representaba a duras penas la infancia, y todavía peor la adolescencia. La duración de la infancia se reducía a su periodo más frágil, cuando el peque-ño no se bastaba por sí solo; entonces el niño, apenas físicamente espabilado era mezclado lo más pronto posible con los adultos compartía sus trabajos y sus juegos, sin pasar por las etapas de la juventud que quizá existían antes de la Edad Media y que se han convertido en aspectos esenciales de las sociedades evolucionadas de hoy (...) Las clases de la edad del neolítico, la paidea helenística, suponían una diferencia y un paso entre el mundo de la infancia y el de los adultos, paso que se franqueaba mediante unos ritos de iniciación o gracias a una educación. La civilización medieval no percibía esta diferencia y no tenía, por tanto, esta noción de paso” (Ariès, 1973: 56; 312).

Para Ariès la precocidad de la inserción de los muchachos en la vida adulta pone de mani-fiesto en el modelo del apprentissaje (el aprendizaje) lo más común era que a los siete o nueve años, tanto los chicos como las chicas dejaran su hogar para ir a residir en casa de otra familia donde llevarían a cabo los trabajos domésticos y aprenderían los oficios y tareas, así como el comportamiento en las demás esferas de la vida, a partir del contacto cotidiano con adultos los aprendices estarían ligados a esta familia por un contrato de aprendizaje que duraba hasta los 14 o 18 años. Esta costumbre no era propia sólo de las clases populares, sino que según Ariès estaba extendida entre todos los estamentos sociales. Los adolescentes iniciaban su vida social lejos de su familia, donde aprendían con la práctica un oficio, las maneras de caballero o incluso las letras latinas. Esta práctica no se limitaba al ámbito profesional, sino que comportaba compartir la vida privada con la cual se confundía. Así pues, a través del servicio doméstico el maestro transmitía al aprendiz, y no a su propio hijo, todo el bagaje de conocimientos, experiencias prácticas y valores humanos que poseía. No existía, de hecho, la idea de segregación de niños y adolescentes a la cual estamos tan acostumbrados. En el antiguo régimen éstos aparecen siem-pre mezclados con los adultos en todas las situaciones (en el trabajo y en la diversión, incluso en las tabernas de mala fama). La vida (por ejemplo, la sexualidad) se aprendía en el contacto de cada día. Como escapaban muy pronto al control directo de la propia familia, gozaban de un grado de independencia muy alto que se correspondía con un débil sentimiento de cohesión familiar. La propia institución escolar, que hoy consideramos exclusiva de niños y jóvenes, acogía entonces a gente de todas las edades, y nadie se extraña de ello. Se consideraba normal que un adulto deseoso de instituirse se mezclara con individuos de un grupo de edad inferior y que un niño precoz asistiera a cursos con adultos. En las calles y locales que albergaban a las escuelas confraternizaban personas de todas las edades.

Esta visión, tan magistralmente dibujada por Ariès, que hacía hincapié en la inexistencia de la juventud como grupo en el Antiguo Régimen, ha sido criticada por algunos historiadores de la cultura popular, como Natalie Zemon-Davis y Maurice Agulhon, que han hecho referencia a las numerosas sociedades de jóvenes existentes en las comunidades rurales y en las ciudades, que tenían una importante función en la organización de las fiestas y de los juegos, y en el control de los matrimonios y de las relaciones sexuales. Zemon-Davis (1971), en concreto, ha estudiado las llamadas abadías de desgobierno (misrule abbeys) que eran organizaciones juveniles ex-pandidas por toda Europa, al menos hasta el siglo XVI, cuyas funciones eran de carácter social, de acción en el interior de la comunidad, sobre todo por su protagonismo en ciertas fiestas (las de tipo contestatario como el carnaval), así como de control de la moral sexual: de los adulterios (con las famosas cabalgatas del asno), de los matrimonios desiguales en edad o dinero (los cha-rivaris o cencerradas) y de la moralidad femenina (las rondas y cantos jocosos). Tenían también funciones frente al exterior de defensa de la identidad comunal (obligando a pagar rescates a los extranjeros que querían desposar a chicas del pueblo). Finalmente, tenían unas funciones

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internas al propio grupo de jóvenes para mantener una esfera de jurisdicción y autonomía en un mundo en el que todavía no estaban plenamente integrados. Estas abadías de desgobierno se van desestructurando a partir del siglo XVII y desaparecen prácticamente en el XVIII sobre todo por la acción de los poderes religiosos, civiles y políticos, que las consideraban subversivas.

Sin embargo, la existencia de estas organizaciones no descalifica las tesis de Ariès puesto que se trataba básicamente de grupos de jóvenes varones no casados y de hecho, más que de organizaciones juveniles podría hablarse de grupos de solteros. Otro testimonio en apoyo de la visión de Ariès es el caso del pueblo occitano de Montaillou a principios del siglo XIV, tan bellamente descrito por Emmanuel Le Roy Ladourie (1975), a partir de los registros inquisito-riales. El autor encuentra muy pertinentes las ideas de Ariès sobre la entrada precoz del niño en la vida de los adultos. A los 12 años los pastores Jean Pellisier y Jean Maury, calificados indis-tintamente como adolescentes o jóvenes, dejan el pueblo y se alejan con las ovejas hacia las montañas, empiezan a vivir su vida; otros entrarán como aprendices en casas de otros pueblos o en las ciudades (sobre todo las chicas). La transmisión cultural, en una sociedad sin escuela, se da en primer lugar por el trabajo en común: los niños recogen los frutos con sus padres; las chicas cortan el trigo con sus madres; incesantes chafarderas de adulto a joven marcan estas sesiones de trabajo en grupo. En la mesa la lengua tampoco para. No hay reparo en contar a los más pequeños los mitos cátaros prohibidos: “‘A los 12 años el hombre tiene ya la inteligencia del bien y del mal para recibir nuestra fe’, declara el propagador cátaro Pierre Authie. Los mismos inquisidores no dudan en condenar a aquellos jóvenes que apenas tienen 12 años, incluso a la muerte en la hoguera” (Le Roy Ladourie, 1975: 218, 220).

4.2. La juventud en la Europa rural. Algunas comunidades rurales europeas de este siglo insertas en sociedades complejas con centros urbanos ofrecen un modelo juvenil en muchos aspectos equivalente al sistema medieval. Sobre todo, en lo que hace referencia a la temprana inserción en la actividad económica y a la mezcla de los jóvenes con los adultos. Sin embargo, el carácter doméstico de la unidad de producción, señalado por autores como Chayanov como un aspecto esencial de la sociedad campesina. Determina una fuerte jerarquización en el seno de la familia, en la cual el joven suele tener un estatus subordinado y dependiente respecto del cabeza de familia. Puesto que todo está en función de la reproducción material y moral de las unidades domésticas de producción y consumo, se establece una dura denominación patriarcal sobre los grupos dependientes (mujeres y jóvenes) consolidada, por ejemplo, por los sistemas de herencia, así como por el severo control moral y sexual impuesto. Como vimos en el caso de ciertas sociedades basadas en la agricultura, aquéllos que constituyen la parte fundamental de la fuerza de trabajo (los jóvenes) ocupan una posición subalterna en lo que respecta a las relaciones de producción. Un ejemplo etnográfico, recogido por nosotros en un pueblo del Pirineo catalano-aragonés puede ayudarnos a ilustrar estas consideraciones.

Bonansa es un pueblo situado entre las cuencas del Isábena y el Noguera Ribagorzana, en la Alta Ribagorza de administración aragonesa y habla catalana. Actualmente cuenta con 50 habitantes, aunque a principios de siglo tenía unos 300. En la comunidad pueblerina tradicional el proceso de transición a la vida adulta estaba institucionalizado en el grupo de los “mozos”, al cual pertenecían los jóvenes hasta que se casaban y pasaban a ser cabezas de una casa. De hecho, como en el caso de la sociedad del Antiguo Régimen, el concepto de mozo más que a la noción de juventud alude al concepto de soltería, sin límite de edad (un soltero de 60 años continuaba siendo mozo). Conviene señalar que también se utilizaba este término para desig-nar a los sirvientes puesto que el estatus del servicio y la soltería tenían un mismo carácter de dependencia. En realidad, la inserción en la vida adulta era muy precoz. Tan pronto dejaban la escuela, los muchachos y muchachas se integraban en las tareas de los adultos, y eso solía ocurrir muy pronto entre los 12 y los 14 años. En las casas más pequeñas, a los 12 años los hijos podían empezar a trabajar como pastores y las chicas se ponían a servir en otra casa del

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mismo pueblo o de otra comunidad. Nos decía una informante: “Te acostumbrabas pronto a ser mozo, a hacer las cosas de los mayores. A partir de los 14 o 15 años ya eras mozo, hasta que te casabas que ya se acababa todo el misterio. Te colabas en una casa y ya sólo era trabajar y no parar nunca más” (Matilde).

Ser mozo equivalía pues, a acostumbrarse a hacer las cosas de los mayores, aunque en una posición subalterna. La lentitud del aprendizaje tradicional mantiene a los jóvenes mucho tiempo alejados de las tareas de prestigio, descartados de todas las faenas, que requieren el conocimiento de algún secreto (en el campo, el artesanado, la cocina, aprenden y trabajan siempre bajo la autoridad del un adulto). A los jóvenes se les reservan las tareas secundarias. Por otra parte, la subordinación al cabeza de familia se agrava por la dependencia económica: por su trabajo no perciben más que un poco dinero de bolsillo (que incluso si el padre quiere puede negárselo) Los padres permanecen amos de su prole tanto tiempo como quieren. Es por ello que el acceso del mozo al estado plenamente adulto se demora el mayor tiempo posible. A ello contribuye el mismo sistema de herencia indivisa y la estructura familiar que en él subyace. El heredero (o hereu) habrá de esperar a heredar para ocupar una posición de poder.

Antes se habrá de casar, aunque para ello habrá de buscar un buen partido acorde con los intereses de su casa (de ahí la extensión de los matrimonios arreglados, pues de casar bien al heredero depende la continuidad de la casa). En cuanto al segundón (o cabler), su posición es todavía peor, pues, además de al padre, está subordinado a su hermano mayor. Mientras la juventud del heredero consiste en la subordinación transitoria al padre hasta que ocupe su lugar y vuelva a iniciar el ciclo, al segundón sólo le resta esperar, quedarse en casa, convirtiéndose en mociello o tión (conco), casarse con una heredera (o pubilla) de otra casa, o bien emigrar. El mismo noviazgo, mediante el cual el joven ha de acceder al estatus adulto, está fuertemente condicionado por las restricciones de la comunidad, que se expresaban tanto por toda una serie de usos y costumbres institucionalizados como por una explícita prohibición de las relaciones prematrimoniales (los novios eran vigilados en todo momento).

Es cierto que había una serie de compensaciones como la participación en la organización de las fiestas (sobre todo el carnaval y la fiesta mayor), en las lifaras (juergas de tipo espontáneo), en diversos juegos o chanzas y en el baile dominical. Este se celebraba cada domingo y a él acudían los chicos y chicas casaderos del pueblo y pueblos vecinos, así como los mozos y mozas que estaban como sirvientes. Conseguir el permiso paterno para acudir al baile significa haber dejado la etapa infantil. El recuerdo de todo este mundo festivo sirve, en boca de los informantes, para mitificar el mundo de la juventud tradicional. La misma actitud de la comunidad ante los mozos es ambigua: se basa en la broma, en la jocosidad. Sólo con el matrimonio se adquiere respeta-bilidad. Es pues, esta contradicción fundamental en el estatus atribuido al joven lo característico de la sociedad campesina: a pesar de su prematura e importante contribución al trabajo agrícola o doméstico, esto no supone ningún reconocimiento social; son individuos desprovistos de todo poder en la comunidad. Aunque no es posible ahora profundizar en ello, es necesario decir que las transformaciones que sufrirá el mundo campesino en general (y los Pirineos en particular) a partir de los años 60, se socavarán los fundamentos de este modelo de juventud. La transición hacia un modo de producción capitalista y de mercado, la mecanización y la penetración de la cultura urbana, la emigración, alterarán el carácter de las relaciones intergeneracionales puesto que los jóvenes serán normalmente los primeros en padecer estos cambios (tanto en lo que respecta a su prematura emigración, como al impacto causado por los modelos urbanos). El tan atenuado problema de los solteros, por ejemplo, sería la manifestación de la crisis de todo sistema de vida.

4.3. La juventud en el México campesino. La situación del campesinado mexicano (los “indios desindianizados” de los que habla Bonfil, 1990) durante el periodo novohispano y la independen-cia es estructuralmente equivalente a la que acabamos de describir para la Europa medieval y rural. La utilización de los grados de edad como criterio de distribución del poder político puede ejemplificarse con el sistema de cargos anuales vigente en muchas comunidades tradicionales

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de indios campesinos de Mesoamérica. Todos los hombres tienen que participar en el sistema y todos tienen la oportunidad de ascender a los escalones superiores y alcanzar el estatus de ancianos o “principales”. El número de puestos es siempre mayor en los escalones inferiores (to-piles, recaderos de ceremonias, funcionarios, policías) que en los superiores (regidores, alcaldes y mayordomos). Generalmente el individuo alterna los cargos civiles y los religiosos y, después de ocupar un puesto, tiene un periodo de descanso durante el cual no participa activamente en la organización civil ni ceremonial hasta que vuelve a llegar el momento de ocupar un cargo superior. Los “mayordomos” son responsables de la organización de fiestas religiosas y corren con los gastos derivados de ellas, a menudo muy cuantiosos (el término “mayordomo” viene del gerente de la propiedad comunal: al principio las fiestas se financiaban con las propiedades comunales, pero fue convirtiéndose en una empresa individual). Las diferencias individuales de estatus tienden a coincidir con la edad y, a largo plazo, todos los individuos pasan por los mismos escalones. En algunos casos, como los grupos mixe y los chinantecas existe, junto a la escala, un sistema de grados de edad (Carrasco, 1979: 324 ss.).

Aunque el sistema de cargos tiene un origen prehispánico (en algunos casos los nombres de los cargos son los mismos que los que existían en el telpochcalli), en el periodo colonial aumenta su papel con una serie de cambios funcionales. En primer lugar, se produce un cambio simbólico: sigue el sistema de ganar prestigio mediante ceremonias, pero en lugar de ofrecer víctimas para sacrificios, se ofrecieron fiestas para los santos patrones y las vírgenes, que remplazaron a las divinidades del panteón prehispánico. En segundo lugar, se produce un cambio social: desaparece la nobleza como grupo diferenciado que heredaba el rango, la propiedad privada de tierras y los derechos exclusivos a los cargos. En tercer lugar, se produce un cambio político: en los niveles medio y alto de la jerarquía, la introducción del sistema español de administración municipal tuvo como consecuencia el gobierno dual, mezcla de elementos precolombinos e hispánicos. En cuarto lugar, se produce un cambio económico: decae la propiedad comunal que se utilizaba para financiar las funciones públicas y aumenta el patronazgo individual. Todo ello es consecuencia de un proceso de ruralización: unas sociedades antes estratificadas se convierten en comunidades igualitarias dentro de un sistema social más amplio, lo que se refleja en el sistema de edades (que instauran la desigualdad generacional dentro de la igualdad biográfica).

Un ejemplo etnográfico lo constituyen los zapotecos de Oaxaca, una antigua civilización estatal que tras la conquista vivió un proceso de ruralización. Don Román, un anciano zapoteco, nos cuenta cómo funcionaba la entrada en la vida adulta y el sistema de cargos cuando él era joven:

“Desde la niñez me dediqué a ayudar a mis padres, tanto en el campo como a trabajar la lana. Los jóvenes que nacieron entre los años 38, 40, hasta 50, su vida fue mucho más difícil que la de los jóvenes de ahora. Desde la edad de 10 años, yo ya iba a trabajar como jornalero en el rancho las Carretas... Las personas que son nativas de la población de Santa Ana, la costumbre es empezar a dar servicio desde la niñez, por decir algo a los 10 años. El mayor de vara se encarga de ir casa por casa: “Vine a comunicarle que su niño le toca participar con un tercio de leña en esta fiesta que viene”. A mí me tocó juntar leña y traerla acá, porque mi padre fue militar y él francamente no nos tuvo consideración: “¡Órale, vayan, porque ese es un servicio, para que se vayan dando cuenta de cómo se vive en una población!”. Eso se hacía en tres ocasiones (en tres fiestas). Y ya después nos toca dar también en tres ocasiones rajas de ocote, para participar en esta fiesta que viene en el mes de agosto. Posteriormente tenemos que apegarnos también a la religión, porque es una herencia que ellos nos están legando, pues: hacer el aseo en una esquina del atrio del templo y colocar una imagen... Ya después nos toca prestar servicio como auxiliar cuando ya tenemos una cierta edad de 16 años. Ese auxiliar se encarga de custodiar el palacio municipal, los edificios públicos y también dentro de la población hacemos rondines, calle por calle, como si fuéramos los que anteriormente se llamaban serenos en la capital, en Oaxaca. Los jóvenes pueden desempeñar cargos después de ser auxiliar. Yo un año estuve como auxiliar, y al otro, a los 17 años, ya me dieron mi primer cargo, como cabo 1º” (Don Román).

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Ric, el joven zapoteco emigrado a California, añade su visión del sistema de cargos desde la perspectiva que da la distancia y la formación escolar: “La sociedad aquí, cuando empiezan a decir que un niño es joven, es desde el instante en que empieza a salir, desde que empieza a estar inquieto en su casa, y empieza a preferir amigos que son de fuera de la casa, empiezan a decirle: ‘Usted ya es un joven que sale, ya debe procurar trabajar más, tienes que darnos más dinero, asearse más, muy pronto va a querer casarse, tiene que procurar hacer su casa’. Y eso empieza a partir de los 14, 15, 16 años, que ya son jóvenes. Y si alguien se casa, aunque sea a los 18, aunque sea joven todavía, pueden nombrarlos ya, pueden dar servicios. Cuando el joven se casa o se junta ya puede dar servicios. Lo importante es que ya tienen una mujer con quien vivir, en consecuencia pueden dar servicios. Los primeros cargos que un joven puede recibir estando soltero es ser auxiliar, es decir, velar por el pueblo, ir por las noches a dormirse a la presidencia municipal y salir a hacer las rondas a partir de las 11 de la noche, a ver si hay rateros, como vigilantes. Los segundos cargos ya podrían ser, cuando llegan a juntarse, diputados o auxiliares de un mayordomo. Su función es ayudar al mayordomo cuando el pueblo está en fiesta: llevan leña, llevan el nixtamal al molino, lo hacen masa... Es una prueba de que al estar juntados, el hombre puede desempeñar su papel y la mujer también. Es una promesa quizás ante Dios, de que apenas van a empezar la vida juntos, que esto les sirva y por esto es que van a ayudar al mayordomo que está festejando la fiesta de la patrona. Topiles, uno es el que toca la campana del templo y otro es el que le sirve al presidente municipal para hacer los mandados. Los siguientes cargos ya podrían ser vocales, los que tienen un poco de estudios secretarios, tesoreros, y así van subiendo. Los cargos más grandes ya son secretario, tesorero o presidente de diferentes agrupaciones que existen aquí. Van subiendo una especie de grados. El que ya ha sido presi-dente de un comité, puede serlo de otros, ya sea del museo, o de la casa del pueblo, de la luz eléctrica, del agua potable, de lo que sea. El último cargo que desempeña una persona madura y con mucha experiencia es ser presidente del templo, para que ya no vuelva a ser nombrado. Tienen que administrar los bienes de la iglesia, ver que el templo esté en buenas condiciones, y organizar sus fiestas, sus costumbres” (Ric).

5. Muchachos. La juventud en la sociedad industrial

¿Cuándo surge pues, esa realidad social que hemos venido a llamar adolescencia y juventud, en la sociedad occidental?, ¿cuándo se generaliza un periodo de la vida que se extiende entre la dependencia infantil y la autonomía adulta?, ¿cuándo se difunde la imagen y los estereotipos que hoy asociamos a la juventud? Sin duda, la civilización industrial tuvo mucho que ver con todo esto. Con un cierto tono metafórico, Frank Musgrove afirmaba que “el joven fue inventado al mismo tiempo que la máquina de vapor. El principal inventor de la máquina de vapor fue Watt, en 1765 el del joven fue Rousseau, en 1762” (Musgrove, 1964: 33). No hay duda del importante papel de Rousseau, enclavado en la irrupción del mundo moderno, en el descubrimiento del reino de la niñez y de la adolescencia, que entendía como unos estadios naturales de la vida, y cuyo panegírico se correspondía con su mito del buen salvaje como origen de la civilización. En el Emilio, el filósofo describe la adolescencia como una especie de segundo nacimiento, una metamorfosis, el estadio de la existencia en el cual se despierta el sentido social, la emotividad y la conciencia social. Frente al pervertido y despiadado mundo adulto, el autor opone el corazón, la naturaleza, la amistad y el amor, representados por la infancia y la juventud. Su insistencia sobre el carácter natural de esta fase de la vida, sobre la inevitabilidad de la crisis de la adoles-cencia, la necesidad de segregar a los jóvenes del mundo de los adultos, y la justificación de un asiduo control sobre sus vidas, tendría gran influencia en las teorías posteriores de psicólogos y pedagogos. (Lutte, 1992; Fischer, 1975)

5.1. La juventud en la transición al capitalismo. A pesar de todo, no es posible identificar el nacimiento de la juventud con una fecha precisa, ni confundirlo con el surgiendo de las teorías

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sobre este periodo de la vida. De hecho, como grupo social consistente y difundido entre las diversas clases sociales, no aparecería hasta este siglo, aunque podemos rastrear su origen en el largo proceso de la transición del feudalismo al capitalismo y a la industrialización, que abarca del siglo XVI al XIX, así como en las consiguientes mutaciones producidas en la familia, la es-cuela y la cultura. Ariès observa, por ejemplo, que a partir del siglo XVII el traslado de los niños a una casa ajena en apprentissage se empieza a poner en cuestión, y el retorno al hogar anticipa y se hace más frecuente. La familia, que hasta entonces no se había ocupado de la educación y promoción de los hijos desarrolla cada vez más un sentimiento de responsabilidad respecto a ellos y se convierte en un lugar de afectividad al tiempo que se nucleariza (Ariès, 1973: 252). La contrapartida es la progresiva pérdida de independencia de los hijos, la prolongación de su dependencia económica y moral respecto de los padres y el aumento del control y la autoridad de éstos sobre aquéllos (Flandrin, 1977). Conviene recordar que estos cambios afectan primero a la familia burguesa y más tarde se van extendiendo entre las otras clases.

La otra institución clave en este proceso es la escuela. A partir del siglo XV, con el desarrollo del comercio y la burocracia, deja de estar reservada a los clérigos para convertirse en un ins-trumento normal de iniciación social, que en muchas ocasiones sustituye al aprendizaje. Ya no se trata de la vieja escuela medieval, donde estaban mezcladas todas las edades y la autoridad del maestro era difusa. La nueva escuela responde a un deseo nuevo de rigor moral: el deseo de aislar a la juventud del mundo adulto, de someterla a un estricto control. Además, las edades se empiezan a separar. El proceso no se consumaría hasta finales de siglo XIX: “Una nítida delimitación de la adolescencia frente a la niñez pudo darse sólo con la difusión de los colegios secundarios iniciada a fines del siglo XIX” (Allerbeck & Rosenmayr, 1979: 169).

Ha sido John R. Gillis, en su libro Youth and History (1981), quien mejor ha trazado el de-sarrollo de la juventud en la sociedad industrial contemporánea. Para Gillis el descubrimiento de la adolescencia se produjo en las décadas que van de 1870 a 1990 y puede resumirse con la sentencia, difundida en la época entre educadores y padres, the boys will be boys (los mu-chachos serán muchachos). Este descubrimiento, fruto de la extensión de la educación en los niveles secundarios, se limitó en un principio a la burguesía. Es en la primera mitad del siglo XX (1900-1950), que él llama la era de la adolescencia, cuando este concepto se democratiza. Las teorías psicológicas y sociológicas sobre la inestabilidad y vulnerabilidad de la juventud sirven para justificar toda una serie de leyes que con el argumento de proteger a la juventud en realidad estaban recortando su independencia: “Cárceles y tribunales para jóvenes, servicios de ocupación y bienestar especializados, escuelas, todo esto formaba parte del reconocimiento social de un único estatus a aquéllos que ya no eran niños pero que aún no eran plenamente adultos” (Gillis, 1981: 133). Psicólogos como G. Stanley Hall (Adolescence, 1904) saludan de manera apocalíptica el descubrimiento de este nuevo estado de la vida, celebrando la exclusión de la adolescencia del mundo adulto como el hecho que coronaba los logros de la civilización ilustrada. También es en esta época cuando aparecen las primeras asociaciones juveniles modernas dedicadas al tiempo libre, como los vanderwögel en Alemania y los boy scouts en Inglaterra. Todo ello se refleja en la literatura, en obras como El nacimiento de la primavera de Frank Wetherting (1891) y Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil (1905). Las palabras de un reformador de la juventud alemán resumen esta nueva actitud: “La juventud, hasta ahora tan sólo un apéndice de la vieja generación... empieza a ser consciente de sí misma. Trata de crear una vida para sí, independiente de las normas convencionales. Se esfuerza por hallar un modo de vivir acorde con su naturaleza”.

Este descubrimiento no está carente de ambigüedad, pues si por un lado se saluda como una conquista de la civilización, por otro lado se subraya su carácter crítico y conflictivo. El mismo Hall, en su panegírico de la adolescencia, alertaba sobre los peligros que comportaba: “el gambe-rrismo y el crimen juvenil, los vicios secretos, parece no sólo que crecen, sino que se desarrollan más pronto en el mundo civilizado”. Esta ambivalencia se manifestaba en dos modelos opuestos

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que definían la imagen cultural de la juventud dominante en la época: la del conformista y la del delincuente. Se trataba, según Gillis, de dos reacciones de signo opuesto que el descubrimiento de la adolescencia estaba originando: conformismo entre los muchachos burgueses, delincuencia entre los proletarios. Mientras para los primeros la juventud representaba un periodo de moratoria social marcado por el aprendizaje escolar y el ocio creativo, para los segundos representaba a menudo su expulsión del mundo laboral y el ocio forzoso. En ambos casos supuso una pérdida de autonomía que no siempre fue aceptada pasivamente: “Parece, por tanto, que las imágenes del adolescente inocente y del delincuente juvenil violento formaron una inseparable dialéctica histórica durante la mayor parte de esta época. Ambos se originaron en el mismo periodo, ambos fueron proyecciones de las esperanzas y temores de las clases medias de la sociedad europea en lucha por mantenerse ante las sucesivas oleadas de cambio social y político. La noción de un estadio de la vida libre de responsabilidades era, para una civilización turbada, su sueño escapista; la visión de la degeneración de los jóvenes su pesadilla recurrente. Con el objeto de hacer realidad este sueño, impusieron a los jóvenes un conformismo y una dependencia que para muchos era inaceptable” (Gillis, 1981: 182).

5.2. La juventud en la guerra y la revolución. Las dos guerras mundiales supusieron una regresión del proceso de extensión social de la juventud. La movilización de los jóvenes varones en las trincheras, las penurias económicas de la postguerra suprimieron en gran medida las cos-tumbres asociadas a la fase juvenil, incluso en las capas sociales en las que en tiempo de paz habían sido habituales. El hecho pudo ser considerado por los afectados como una anomalía frente a un desarrollo natural. Entre los que vivieron su juventud durante la Guerra Civil Española, es corriente oír expresiones del tipo: “Nosotros no tuvimos juventud”, “Somos la generación de la juventud perdida”, como revela el siguiente testimonio autobiográfico de un joven de Lleida que hizo su “servicio militar” en 1937: “Nosotros enseguida fuimos hechos mayores. Porque cuando empezábamos a abrir un poco los ojos -porque entonces la juventud no era lo mismo que es ahora, que es más lanzada, entonces era más retraída, de costumbres mas de otra manera-, pues entonces vino la guerra, y nos encontramos con una situación muy absurda para nosotros, de violencia... Yo el 37 ya me fui al frente, con 17 o 18 años. Y allí ya se fastidió la juventud, y las costumbres de la juventud. Sólo eran añoranzas de cuando éramos jóvenes. Pasamos de jóvenes, de chavales, a mayores. La guerra nos cambió completamente... Los jóvenes de ahora que dan vueltas, dan brincos, dan saltos. Lo que me fastidia es la brutalidad con que lo hacen algunas veces. Pero si no, el divertirse lo envidio, que yo no lo pude hacer...” (Claudio).

El tránsito inmediato hacia la vida adulta puede interpretarse como una interrupción contra natura del ciclo vital. Pero también como la conquista por parte de los jóvenes de derechos sociales antes restringidos a los adultos. La imagen del “joven rebelde”, que bebe de antiguas tradiciones de inconformismo, puede manifestarse en el compromiso de los “milicianos” que marchan aguerri-dos al combate y en el trabajo más callado de las muchachas en la retaguardia. Muchos jóvenes vivieron la guerra y la revolución que la acompañó en el bando republicano como una liberación de las tutelas patriarcales que les oprimían, como una ocasión para sentirse protagonistas del devenir colectivo, observando cómo empezaban a tratarles como personas maduras, pues de ellos dependía la marcha de la guerra y de la revolución.

Para valorar hasta qué punto los procesos revolucionarios pueden cambiar la condición de los jóvenes, nos centraremos en el caso de la Nicaragua Sandinista, basándonos para ello en el libro de Gérard Lutte, Il n´y a plus d´adolescence! Les jeunes au Nicaragua (1984). El autor entrevistó a más de 40 jóvenes nicaragüenses, utilizando el método de las historias de vida, además de hablar con adultos responsables de instituciones, y de participar como observador en numerosos momentos de la vida cotidiana (trabajos, asambleas, fiestas, etc.). Para Lutte, en primer lugar, la revolución sandinista fue una revolución de los jóvenes. En efecto, los sucesos de julio de 1979, la gente de Nicaragua los conoce como la revolución de los muchachos, pues los combatientes antisomocistas en su gran mayoría contaban menos de 20 años y muchos se

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habían sumado a la guerrilla apenas salidos de la pubertad. El conflicto con las viejas fuerzas se percibía como un verdadero conflicto generacional, que enfrentaba a los muchachos con los guardias somocistas, los enseñantes conservadores, los poderosos comprometidos con el antiguo régimen, y los norteamericanos. En palabras de una muchacha de 21 años:

“El día de la victoria estaba muy emocionada, hasta lloraba y todo, porque nosotros, los muchachos, con pocas armas -una pistola del 22, a veces de juguete para engañar- habíamos vencido a toda esa gente, en su mayoría adultos, armados de tanques y aviones” (Lutte, 1984: 44).

El protagonismo de los jóvenes no se limitó a la lucha armada, sino que continuó en su participación activa en todos los aspectos del cambio de la sociedad: las grandes campañas de recogida del café y del algodón, vitales para el país; las campañas de alfabetización; la reforma de la escuela y la universidad; la asunción de la defensa del país por parte de las milicias populares frente a la contra, y el activo papel jugado en casi todos los aspectos de la reconstrucción política, social y cultural del país. En segundo lugar, la Revolución Sandinista ha supuesto una revolución en los jóvenes. Su participación en la conquista del poder y en la reconstrucción de la sociedad los ha cambiado, los ha hecho madurar como personas más independientes y autónomas. De las historias de vida se desprende que en la escuela y en muchas familias las relaciones entre jóvenes y adultos tienden a reestructurarse sobre un plano de mayor paridad. La amistad entre chicos y chicas, el comportamiento sexual, la actitud ante la religión y el tiempo libre, el gozo de vivir, los proyectos de futuro personal integrados en proyectos colectivos, los nuevos valores y la nueva personalidad de futuro personal integrados en proyectos colectivos, los nuevos valores y la nueva personalidad más solidaria, etc. Son todos ellos ámbitos en los cuales se percibe un cambio de rumbo. Cambio que apunta hacia la superación progresiva, a pesar de las dificultades, de la asimetría que caracteriza las relaciones entre los jóvenes y la sociedad. No es casualidad que una de las mayores polémicas que desató la instauración de la democracia en aquel país fuera la aprobación de la ley electoral que permite votar a partir de los 16 años de edad. A pesar del protagonismo de las nuevas generaciones en todo el proceso revolucionario y de la actividad responsable que demostraron en todo momento las fuerzas conservadoras (y algunos observado-res occidentales) argumentaron que los jóvenes de estas edades eran demasiado inmaduros para decidir el destino de su voto (aunque no lo fueran para ir a la guerra o a la cárcel). En realidad, la razón de fondo era el compromiso masivo de los más jóvenes del régimen salido del 19 de julio.

Todo ello demuestra, según Lutte, que “ha habido profundos cambios en la condición de los jóvenes en Nicaragua, que han tenido como efecto permitirles salir de su condición histórica de subordinación y marginación” (1984: 222). Lo cual no significa sin embargo, que la juventud haya desaparecido como tal en Nicaragua, pues, en apenas cuatro años de experiencia revolucio-naria, sólo es posible entrever ciertas tendencias de cambio, que chocan sin duda con muchos obstáculos. Obstáculos como el estado de guerra que vive el país (y que cuando se realizó su investigación era aún incipiente), una legislación que aún limita ciertos deseos juveniles, la de-pendencia económica y moral de muchos jóvenes y obstáculos de orden cultural profundamente enraizados en los comportamientos e ideologías colectivas que sirven para justificar el papel subordinado de los jóvenes en la sociedad. Para el autor en el futuro del régimen sandinista será crucial el ámbito de actuación que conceda a los muchachos y muchachas:

“Creo que a largo plazo la Revolución Sandinista tendrá éxito en la medida en que los jóve-nes continúen jugando el papel de protagonistas, en la medida en que las desigualdades entre jóvenes y adultos tiendan a desaparecer, en la medida en que la adolescencia desaparezca como condición de marginación y subordinación. Si fueron los jóvenes quienes derrocaron la dictadura y quienes hoy construyen la sociedad nueva ¿no han probado con creces la capacidad de participar, con plenitud, como adultos en la vida del país?” (Lutte, 1984: 229).

5.3. La juventud en la sociedad postindustrial. En los años 50, tras la postguerra, pareció imponerse en Occidente el modelo conformista de la juventud, el ideal de la adolescencia como periodo libre de responsabilidades, políticamente pasivo y dócil que generaciones de educadores

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habían querido imponer. En Alemania se hablaba de generación escéptica, en Italia de gioventù bruciata y en el Estado Español de juventud perdida para referirse a unos comportamientos de evasión que arrastraban las secuelas de la guerra y de la desesperanza (Fischer, 1975). Por otra parte, aparecía la inquietante imagen del rebelde sin causa, cuyo inconformismo no pasaba de ser una actitud estrictamente individual.

La Europa de los años 60 vive la emergencia del Welfare State, en un contexto económico de plena ocupación y creciente capacidad adquisitiva, ante la difusión de la sociedad de consu-mo y de los medios de comunicación de masas, con la escolarización masiva de los jóvenes y del nacimiento del teenage market, pareció que el modelo ideado por G. Stanley Hall llegaba a su culminación. Apareció entonces el concepto de cultura juvenil, como categoría autónoma e interclasista, empezó a tener éxito el culto a lo joven, y la juventud se convirtió en la edad de moda (Hall & Jefferson, 1981; Aranguren, 1982). Pero al mismo tiempo renace la imagen del joven inconformista y el miedo al vandalismo adolescente. En el año 1964 en Brighton, tienen lugar violentos enfrentamientos entre bandas de rockers y de mods. El Daily Mirror titula en primera página: “Los salvajes invaden la playa”; y denuncia “la infección moral que afecta a la juventud británica”, en forma de “miles de teenagers belicosos borrachos, ruidosos, sobre sus scooters”. A mediados de los años 60, el antropólogo francés Jean Monod, tras realizar el trabajo de campo entre los indios de Venezuela, lleva a término una investigación sobre los blousons noirs de la periferia parisina. En su libro titulado Los Barjots (1968), el autor observa que la imagen de las bandas de jóvenes, aspecto central del mito social de la juventud, reviste la misma ambivalencia que la representación dominante del plan (buen salvaje o bárbaro peligroso) la coincidencia de la aparición de estas discontinuidades generacionales, internas a la sociedad occidental en el preciso momento en que la civilización industrial acaba con los últimos reductos de las culturas exóticas, da pie a Monod para plantearse la siguiente pregunta: “¿Qué son los blousons noirs sino el reestablecimiento, sobre el eje vertical de los grupos de edades sucesivos de una diversidad que horizontalmente, en el plano geográfico, tiende a desaparecer? Lejos de ser un fenómeno patológico, las bandas de jóvenes responden a una secreta función equilibrante y tocan una alarma saludable al acudir en socorro de la amenazada diversidad” (Monod, 1971: 134).

Sin embargo, la llamada cultura juvenil dista mucho de ser homogénea para los autores agrupados en el Centre for the Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmigham (Hall & Jefferson, 1983) es preciso distinguir los orígenes históricos y de clase que definan el surgimiento de subcultu-ras específicas. Por una parte, las bandas juveniles que aparecen en la Gran Bretaña de postguerra (teddy boys, rockers, mods, skinheads) son expresiones de resistencia ritual de los jóvenes de la working class ante la hegemonía cultural de las clases dominantes. Por otra parte, las contraculturas que se inician a mediados de la década y que tienen su máxima expresión en el movimiento Hippie, y la extensión de la protesta estudiantil que culmina en mayo de 1968 son otras tantas formas de disidencia propia de los jóvenes de la middle class. Las primeras fueron vistas por las agencias de control social como nueva expresión de las formas tradicionales de gamberrismo, mientras que las segundas fueron analizadas como estrategias de subversión política y moral más organizadas.

En ambos casos, las culturas juveniles actuaron como metáforas del cambio social que se estaba produciendo en el periodo. Las nuevas formas de consumo, del uso del tiempo libre, de vestimenta, de atención a la cultura de masas, de relaciones entre los sexos y las edades que personificaban los jóvenes eran en realidad el reflejo de la crisis de la sociedad industrial clásica y de su formas culturales basadas en la ética puritana. Gillis (1981) vería en todo ello el signo de la “brusca terminación de la larga era de la adolescencia”, que habría recuperado la autonomía política y moral que había disfrutado con anterioridad a 1900. La antropóloga Margared Mead (1970) analizaría la brecha generacional (generation gap) como una característica central de la cultura contemporánea, en la cual los hijos tienden a reemplazar el papel de los padres como transmisores de la experiencia (ahora renovada constantemente). Y los teóricos de la contracultura (Marcuse, Rozak) anunciarían la emergencia de la juventud como vanguardia de la sociedad futura.

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A pesar de estas proclamas oportunistas, la aparentemente progresiva autonomía de la ju-ventud se trocaba en nuevas dependencias económicas, familiares y escolares, que se pondrían crudamente de manifiesto con el proceso de reestructuración socioeconómica iniciado por las sociedades occidentales a partir de mediados de los 70. La imagen cultural de la juventud volve-ría a estar marcada por el conformismo social, la desmovilización política y el conservadurismo moral. Las drogodependencias y la delincuencia formarían la punta de un iceberg, en la base de la cual se encontraría el crecimiento galopante del paro juvenil, y la consiguiente demora de la plena inserción social. Apalancados en casa y desencantados, la generación de los 80 aguardaría pacientemente en la cola de espera para entrar en la vida adulta. Con todo, la unilateralidad de esta nueva percepción social de la juventud menosprecia la diversidad de comportamientos que se dan en el mundo de los jóvenes y no tiene suficientemente en cuenta el contexto histórico diferente al de los años 60. Por esto fue mayúscula la sorpresa de los autocalificados “miembros de la generación del 68”, apoltronados en sus lugares de poder, cuando vieron cómo los jóvenes estudiantes de bachillerato, a los cuales habían acusado de pasotas, salían a la calle para rei-vindicar sus derechos a principios de este año 1987. Su propuesta iba más allá de las estrictas reivindicaciones académicas y se enmarcaba en una creciente sensación de malestar, ante un futuro de precariedad en el empleo, inadaptación del sistema educativo y dificultades para la emancipación. A las nuevas generaciones manifestaban así que no estaban dispuestas a cargar definitivamente con los costos de la crisis, y no se resignaban con la posición subalterna que les auguraban en el trabajo, la escuela y la familia.

Quizá no sea casualidad que la imagen que ha quedado en nuestra memoria de esa insólita movilización sea la del joven punk Jon Manteca arremetiendo contra las señales de tráfico. Tras la efervescencia de los años 60, las subculturas y contraculturas juveniles habían sido integradas, desarticuladas por el sistema, que encontró en ellas una fuente inagotable de productos de consumo, siempre que fuera capaz de vaciarlas de contenido contestatario. Las nuevas olas (de lo punk a lo heavy) representaban únicamente fenómenos de moda pa-sajeros, dictados por las industrias del ocio. Sin embargo, la “violencia simbólica” del joven vasco evocaba de nuevo el peligro del “retorno a la tribu”. De nuevo las lupas deformantes del mito social de la juventud se interponían en la comprensión de las actitudes cambiantes de los jóvenes.

5.4. La juventud en el México postrevolucionario. La Revolución Mexicana de 1910 y la construcción del México postrevolucionario en los años 20 ofrecen una situación semejante a la que acabamos de describir para Nicaragua y España. La guerra y el proceso de cambio político convirtieron a los muchachos y muchachas en protagonistas, los liberaron de las tutelas paren-tales. No sólo fueron jóvenes la mayor parte de guerrilleros zapatistas y villistas (también las Adelitas “soldaderas” tuvieron su protagonismo), sino que el discurso revolucionario se tiñó de un vocabulario “juvenil”, que equiparaba renovación política con renovación generacional. La Primera Guerra Mundial justifica la decadencia del modelo civilizatorio europeo y da pie para enarbolar la idea de un modelo civilizatorio “joven”, “nuevo”: el americano. Estas ideas pueden rastrearse en Ariel (1900) de J. Enrique Rodó (que tiene la significativa dedicatoria “A la Juventud de América”), El hombre mediocre (1913) de José Ingenieros, y La Raza Cósmica de José Vasconcelos. En México, el foro principal de las ideas “juveniles” lo representaba el “Ateneo de la Juventud”, fundado en 1909, y cuyo integrante más destacado, junto a Alfonso Reyes, será el abogado, poeta, político y filósofo José Vasconcelos. Participa como diplomático al lado de Madero en el triunfo de la Revolución Mexicana, para posteriormente exiliarse por un largo periodo. Regresa para ser Secretario de Educación Pública en los años 20. En varios países latinoamericanos es nombrado “Maestro de la Juventud”, por su mensaje y labor pedagógica edificante. El prolífico ensayista tiene una destacada preocupación por el imaginario juvenil emergente, dedicando La Nueva Generación (1929) y numerosas cartas y discursos a abordar el papel de los jóvenes en una América Latina incluyente. Su mensaje apela a un idealismo juvenil capaz del autosacrificio

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para lograr resolver la marginación, la explotación, la incultura y el falso patriotismo, para cons-truir una América Latina unida. El meollo de su discurso es ensalzar el espíritu transformador de los jóvenes, resaltando los valores redentores, por medio del dolor y sacrificio, de la “verdadera juventud”:

“Ustedes que son jóvenes deberán interrogarse sinceramente, y si es la felicidad lo que ambicionan, no vacilen, háganse cuerdos, desarrollen ingenio y fuerza y todos los tesoros del mundo llegarán a ser suyos (...) No estén cuerdos, ni un solo instante; batallen y forjen sin descanso; en patrias como éstas, no hacer es un pecado y todo lo demás es virtud. Obren en grande pensando en belleza. Suelten sus fuerzas como río desbordado, pero consciente de que mueve la tierra y fecunda inmensidades. Nadie podrá detener el impulso de una juventud unida y activa, generosa y libre. Usen su fuerza para derribar la tiranía del hombre, la tiranía de las instituciones, y la tiranía de los propios apetitos. (...) Los jóvenes que aspiran a dirigir pueblos y a redimir gentes, podrán conocer la pasión, pero no tienen tiempo para los deleites.” (Vasconcelos, citado en González, 2002: 78).

En este apartado repasaremos las transformaciones del México contemporáneo a través de la memoria biográfica familiar de un joven que llamaremos Ome Toxtli. Nuestro informante empieza recordando la “juventud” que tuvieron ocasión de vivir sus abuelos en el México rural de principios del siglo XX:

“Mi jefe cuenta que a mi abuelo le pegaban con un fuete para caballos, órale, ya bien curtidos. Y mi abuela materna me contaba que allá en su tiempo, [si iba] caminando por la calle ella de niña, y venía una persona adulta, aunque ella no la conociera, tenía que saludarla: “Buenas tardes señor ¿cómo está usted?”. Y si no la saludaba: “A ver niña ¿dónde vives?”. ¡Chin! Se la llevaba a su casa: “¡Esta niña no me saludó!”. Y enfrente del señor, así lo conocieran o no, su mamá le daba una cintariza: pas, pas, unas nalgadotas en las posaderas. Y dice la abuela que mucho más atrás su papá le contaba de su abuelo que a los niños los colgaban de las muñecas y así los dejaban una o dos horas tendidos al sol, castigos así de pesados... Pus es que a mi abuela materna le tocó la época cristera, la guerra de los cristeros, después de la Revolución. Porque para acabarla de amolar, mi bisabuelo era cacique de por allá de Hidalgo, tenía un rancho, le decían el rancho de Santa Catarina. Con la Revolución se lo trataron de quitar, pus nunca pudie-ron, porque armado hasta los dientes, con su gente y todo, repelían a zapatistas, a villistas. Mi abuela paterna sí participó en la Revolución, ella es mucho más vieja, murió a los 88 años, y no tiene mucho, en este año. Era como de 1900, y mi abuelo era de 1893. Ellos sí participaron más en la lucha. Le tocó a mi abuelo que a los 20 años ya estuviera en la guerrilla con los zapatistas. Porque mi abuela tuvo varios maridos, un poco descocada la vieja, ¿no? Y es que en tiempos de guerra... A los 16 años, me parece, se movió con un carrancista. Ella era soldadera, iba a la par con los soldados, con su carabina, sus carrilleras, el itacate (la comida) o lo que saqueaban. Más tarde anduvo con un villista, y siguió en la guerrilla igual, al norte, como era su pueblo, en Durango. Le tocó conocer incluso a Villa.” (Ome Toxtli).

Los padres de Ome Toxtli vivieron otra juventud, marcada por estilos juveniles que vienen del norte, como los pachucos. Octavio Paz les dedicó el primer capítulo de El laberinto de la soledad (1950). Es ya clásica la interpretación que hace de ellos como “uno de los extremos a los cuales puede llegar el mexicano”, respuesta distorsionada y hostil frente a una sociedad que los rechaza. Entre la cultura de origen y la de destino, entre los deseos de diferenciarse y de asimilarse, entre la infancia y la vida adulta, el pachuquismo le parecía una “solución híbrida” a la anomia social. Se implementan toda una serie de procesos de represión/asimilación, en lo que Paz ha visto la inevitable “redención” del pachuco. Pero al mismo tiempo la imagen se vuelve prestigiosa: el estigma se transforma en emblema. Y el estilo se difunde rápidamente por el sur de Estados Unidos, las ciudades de la frontera norte y la misma ciudad de México. El pachuco es el símbolo de un espacio/tiempo: la identidad mexicana en los inicios de la urbanización, de los procesos migratorios, de la cultura de masas:

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“En los 40, cuando mis padres eran bien morritos, había pachucos: pantalones bombachotes, con la cadena por acá, el sombrero de gánster, los saquísimos enormes, que te quedaban bien de los hombros, pero larguísimos, unas mangas así flojas, camisas blancas, con un lunar aquí pintado. Los pachucos eran pandilleros de los 40 pero al norte del país. Es una reacción de la mezcla de culturas, es el encontrón de las culturas, yo creo que surgió como consecuencia de las broncas fronterizas después de la revolución: la toma del Chamizal, luego que lo devuelven, que los villistas o los cristeros regresaban a los gabachos a su tierra a punta de plomazos y todo eso. Los pachucos cuidaban la frontera como nadie” (Ome Toxtli).

En los 60 emerge en México otro estilo juvenil: los llamados “chavos de onda” (cuya vanguardia contracultural fueron los jipitecas, versión nativa de los hippies). A diferencia de los pachucos, la onda no tiene un origen lumpen sino clasemediero, no son trabajadores sino estudiantes, no surge en la frontera norte sino en el D.F. y otras ciudades provincianas, no tiene una dimensión local sino universal. El proceso de expansión responde a un momento de crecimiento económico y de crisis de hegemonía del priismo en el poder, que confluye en el movimiento del 68 y en la célebre ma-tanza de Tlatelolco. La onda se diluye en dos polos contrapuestos y/o complementarios: el activista y el expresivo. El primero dirigido a la protesta estudiantil, a la crítica de la dictadura priista (y a la larga, a la guerrilla urbana de Lucio Cabañas); el segundo dirigido a la contracultura, la música y la experimentación con alucinógenos. Ambos polos tienen sus fechas-clímax: el 68 (la matanza de Tlatelolco) para el activista; el 72 (festival de rock y ruedas en Avándaro) para el expresivo. Se trata de “acontecimientos míticos”, que se convierte en parteaguas no sólo de la historia colectiva, sino de la biografía individual. Lo significativo es que los estilos se convierten en estereotipos genera-cionales que trascienden los reducidos estratos estudiantiles y clasemedieros que les vieron nacer. El movimiento del 68 consigue atraer a estudiantes de vocacionales y escuelas profesionales, a jóvenes trabajadores que desfilan junto con los universitarios. Hasta el punto que ser joven se llega a identificar con rebeldía. “En ese tiempo ser joven era un delito. Ya ves lo que pasó en la película Rojo amanecer... A todos los jóvenes les estaba vetado existir. Mis jefes no eran estudiantes, pero eran jóvenes. No se vestían como comunistas, pero mi papá sí era consciente políticamente, a pesar de sus pocos estudios, y mi mamá también. Saben de qué lado están. Y sí les tocó ver parte de los desmadres de los estudiantes. En el 68 muchos estudiantes eran del proletariado... Hasta los niños bien le salieron a la conciencia, y con ellos los obreros, campesinos, amas de casa, colonos, el magisterio. De repente era un movimiento así, pesado” (Ome Toxtli).

En los 80, precediendo a la devaluación y la crisis, irrumpe en el escenario el estilo generacio-nal que definirá el México de los 80. Los chavos banda aparecen en la escena pública en 1981, cuando los Panchitos de Santa Fe envían a la prensa su célebre manifiesto en el que intentan responder a los estigmas de la prensa amarillista, que los presenta como vagos y delincuentes. El estilo pasa a ser el emblema de toda una generación de jóvenes mexicanos de ambientes urbano-populares, que se contrapone al estilo de la juventud burguesa, representada por los chavos fresa. La banda era “la expresión de una crisis”. A diferencia de los “olvidados”, los chavos banda parecen convertir el estigma de su condición social en un emblema de identidad. Es de nuevo Ome Toxtli quien relata el origen de los chavos banda: “En Neza siempre estuvo pesado en rol de los pandilleros. En Neza vas de día y pandilleros aquí, pandilleros allá. Neza pasó por varias etapas. Primero una disgregación total, cuando empezaban a llegar las gentes. Y los grupos de jóvenes, todos de provincia, campesinado, empezaron yendo a la ciudad a trabajar, a darle, y en el contacto con la ciudad aprenden otras cosas. Neza se ha de haber formado hacia el 65, y al principio no había bandas. Entonces no tenían nombres, por eso no eran bandas, sino que se conocían, sabían que a todos les gustaba el rocanrol, y ya. Ya tirados más para acá, a mediados de los 70, empezaron a haber grupos que empezaron a ponerse nombres entre ellos, a bautizarse. Hablar de todas esas bandas es hablar de un lugar a donde no podías entrar, y valía madres. Incluso cada banda tenía su propio código para entenderse. Al parecer la primera banda que hubo en el Distrito Federal fueron los Panchos de Santa Fe” (Ome Toxtli).

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5. Epílogo

En el fugaz viaje a través del tiempo y del espacio que hemos emprendido en este ensayo, nuestro objetivo principal ha consistido en ilustrar la moldeabilidad con que el fenómeno ju-ventud se ha manifestado en las diversas culturas y momentos históricos, no para propiciar actitudes evasivas, ni para fundar un nuevo mito del buen salvaje, sino para ayudar a com-prender, en nuestro presente, la diversidad de estilos de vida, valores y comportamientos de los jóvenes. Y para fomentar, también, una actitud de tolerancia para con ellos. Sirva como epilogo de este texto el testimonio de Félix, un joven punky de 21 años objeto de conciencia, que entrevisté en un barrio obrero de Lleida. Para él, el hecho de colocarse el pendiente no es una reminiscencia arcaica, sino una forma de manifestar su desacuerdo con el presente y también una estrategia activa para situarse ante el futuro. Un futuro que por si no ha quedado claro, todavía no está escrito:

“A mí hay gente en el barrio que me ven mal ¿Sabes por qué? Porque me pongo el pendiente, ¿qué quieres decir? Que me importa tres pimientos lo que piense la gente del pendiente. Me podéis tocar las pelotas todo lo que queráis, pues si en un momento quiero tener una estética que a mí me parece lógica a mi edad y a mis compañías y en el ambiente en que me muevo, pues yo no veo por qué no me voy a tener que sacrificar por una gota de sangre. Fue el flash de un día. Y luego te das cuenta de que ese flash de un día te va marcando. Este pendiente me ha marcado muchas cosas: el que no me vuelvan a atracar desde que lo llevo. ¡Fíjate qué tontería!, el llevarme a conocer gente. Me ha pasado en Zaragoza, el llevar la gabardina, las botas de militar, el pelo bien rapado e ir de punky total, llegar a la estación y lo primero que me encuentro son dos tíos que me piden la hora, empezamos a hablar, hacemos una relación y nos vamos de marchita, y nos fuimos de marchita tres días y dormí en casa de uno, ¡Y sin conocerlos! O sea, el llevar una estética ya te relaciona con otra gente, inconscientemente. Que me ha gustao una canción de los Sex Pistols me ha dao el punto y ya voy... Quieres provocar a cierta gente y relacionarte con otra cierta gente que va igual que tú. No sé, imagino que esto es el underground de ahora, lo que fue el “jipismo” de aquella época. Aunque ahora los punkies, ya salen como un producto de consumo, no son demasiado puros que digamos. Se está convirtiendo esto de la postmodernidad en otro punto de consumismo de esta sociedad. Pero es igual. La gente tiene mucha imaginación y saldrá otra cosa para romper los esquemas” (Félix).

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Capítulo 4.

La problemática cultural de los jóvenes: una búsqueda de la resignificación teórica y social del ámbito juvenil.Enrique Mendoza Carrera

(…) “Crear unidad es el nuevo ideal”.

“Estamos en camino hacia un humanismo de la unidad. La unidad no nos viene dada con nuestro ser, porque debido a la inteligencia, tenemos capacidad de dar diversas respuestas a cada estímulo, y ello nos “distancia” de los estímulos y nos obliga a elegir. La unidad debe ser creada por nosotros en cada momento con vistas a la realización del proyecto de vida que nos hayamos trazado. Si queremos configurar de forma sólida el humanismo de la unidad, debe-mos conocer a fondo en qué consiste ser creativo, qué exigencias plantea y qué frutos reporta”.

Alfonso López Quintás

Introducción

En las tres últimas décadas la producción oral y escrita que viene circulando en torno a las pro-blemáticas de los jóvenes, ha sido tal vez una de las más prolíficas de todos los tiempos de la historia contemporánea de nuestro país. Esta información sea bajo la forma de notas, informes, entrevistas, ensayos, estudios puntuales, congresos, encuentros, reportajes y programas de televisión y radio, en donde estos medios expresan la opinión de diferentes expertos, bien en forma de discursos, consejos o recomendaciones; lo cierto es que el interés por la juventud ha crecido de manera espectacular, tal vez, como no había ocurrido en los 200 años anteriores en México; sin embargo tales exacerbaciones, si bien dan una serie de manifestaciones del fenó-meno juvenil, no resuelven de fondo los diversos campos problemáticos que viven actualmente los jóvenes en torno a situaciones inéditas en la sociedad.

En esta inteligencia, cada discurso, ensayo o programa institucional es fácilmente advertible la matriz teórica e ideológica a la que en estricto sentido pertenece la elaboración que se realiza en torno a la juventud. Cada escuela teórica que emerge enfatizando diferentes perspectivas, nos presenta en forma sucinta la concepción que han elaborado respecto de la juventud, por lo tanto, día con día emergen novedosos paradigmas mediante los cuales se presentan diversas caracterizaciones y configuraciones, sobre lo que ha dado en denominarse la juventud o los jóvenes de nuestro país.

Este conjunto de esquemas teóricos, en efecto, aportan múltiples y novedosos elementos que se van descubriendo a partir de experiencias empíricas. En otros casos, se han limitado sólo a reforzar posiciones que ya existían en relación con la juventud y, en mucho menor medida, se brindan elementos globalizadores para entender mejor la composición, estructura y funciona-miento de ese sector que, según criterios demográficos, representa a poco más de 35% de la

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población existente en el país. En dichas elaboraciones, como hemos podido constatar en los estudios correspondientes, persiste la interrogante que justamente ha motivado a la mayor parte de estudios efectuados al respecto:

¿Qué es la juventud?

Para empezar a contestar a la pregunta, no basta con echar mano de las definiciones típicas que, desde distintos esquemas teóricos y en función a la necesidad de encontrar legitimaciones ideoló-gicas, nos proporcionan las escuelas de pensamiento que más han incidido en el estudio de este sector. A nuestro modo de ver, para responder con un poco más de objetividad a la interrogante, se precisa ir al encuentro aunque sea de manera somera de las condiciones bajo las cuales se produjo la emergencia de este actor social, que hoy por hoy, en su propio contexto y práctica, supera con amplitud cualquier paradigma en que se les pretenda encajonar deliberadamente.

Por lo tanto se requiere también acercamos a su genealogía, su hacer cotidiano y sus nece-sidades, que nos proporcionen las pautas para iniciar con la ubicación sociohistórica o las condi-ciones de producción bajo las cuales surge el concepto que identificamos como la juventud. No obstante resulta importante precisar que para contestar a la pregunta no basta con echar mano de las definiciones típicas que, desde distintos esquemas teóricos y en función a la necesidad de encontrar legitimaciones ideológicas, nos proporcionan las escuelas de pensamiento que más han incidido en el estudio de este sector.

Contexto general

Antes de iniciar una profundización del campo problemático que nos ocupa, conviene llamar la atención en el sentido de que la juventud, entendida como categoría demográfica, en tér-minos de sector social, conglomerado o bien como conjunto de personas situadas en la etapa intermedia entre la niñez y la edad adulta, ha estado presente a lo largo de la historia humana. Del estudio de sus principales características, formas de relación, necesidades, expectativas e intereses, se viene encargando de manera casi totalizadora la psicología en sus diversas vertientes disciplinarias, entre otras la psicología social, el psicoanálisis, el sociopsicoanálisis, el etnopsicoanálisis, etc. Erickson y Bloss, entre otros, efectuaron importantes contribuciones en relación con los conceptos de identidad y crisis de identidad que están presentes en el desa-rrollo de la personalidad adolescente o bien, en la etapa que denominan como de transición y formación de los jóvenes para su conversión a la edad adulta. Años más tarde, Françoise Dolto plasmaría en su obra, La causa de los adolescentes, valiosas reflexiones en torno a los jóvenes franceses herederos de lo que fue, en un sentido metafórico, la Primavera de mayo de 1968. Esta autora, con base en experiencias de consultorio y de un largo trabajo de investigación, examina los principales síntomas de los adolescentes de Francia, expresables básicamente en los altos índices de suicidios, drogadicción, fracaso escolar, intensa sexualidad y otros más que afectan de manera particular a los jóvenes en dicho país.

En los trabajos que nos acercan a éstos y a otros estudiosos hay dos elementos comunes que de hecho les hace coincidir en su interés por analizar a los jóvenes. El primer elemento tiene que ver justamente con las condiciones sociohistóricas bajo las cuales se produjeron sus respectivas reflexiones y el segundo corresponde con específicos periodos de crisis que mantienen en estado de convulsión a sus respectivas sociedades. En la época que Erickson presenta su obra: Socie-dad y Adolescencia, la humanidad se encuentra en franca recuperación luego de la prolongada Segunda Guerra Mundial; en igual sentido, cuando se publica la obra póstuma de Françoise Dolto, la geopolítica mundial se ha modificado de manera considerable, sobre todo porque la denominada Guerra Fría ha concluido, proceso que de manera simbólica aparece representado con la caída del Muro de Berlín, desvaneciéndose con ello además, el miedo colectivo que se

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vivió en el continente europeo por la amenaza nuclear. Revisemos a continuación, aunque sea de manera breve, el panorama histórico en que circula con mayor intensidad el conocimiento sobre los jóvenes, para después situar a éstos en el contexto correspondiente.

Perspectiva histórica

A partir de la Segunda Guerra Mundial surge, entre los llamados países industrializados, un creciente y desmesurado interés por recomponer sus economías, toda vez que se encuentran prácticamente destruidas por el reciente enfrentamiento. Para recuperarse de los estragos pa-decidos, las naciones que emergen más fortalecidas del conflicto bélico, tanto como las que ocu-pan el lugar de “los vencidos”, promueven una estrategia que apunta hacia dos direcciones: en primer término, hacia el uso intensivo de la ciencia y la tecnología en los procesos productivos, con lo cual se inauguran nuevas formas de relación y se establece una nueva división técnica del trabajo; en segundo lugar, hacia la redistribución de las regiones, lo que permite el fortale-cimiento del neocolonialismo y con ello, que los países menos desarrollados se conviertan en virtuales abastecedores de materias primas requeridas por los países triunfantes.

El énfasis en los usos intensivos de la ciencia y la tecnología aplicadas a los procesos productivos va a generar, por una parte la tecnocratización del trabajo intelectual y el gradual desplazamiento de la fuerza laboral en la medida que es reemplazada por sofisticados equipos de alta tecnología en los que sólo se requiere de la mano de obra más indispensable. Se produce lo que se dio en llamar una fragmentación de los roles de trabajo, creándose además un gran número de labores de escasos requisitos y un pequeño número de ellos altamente especializa-dos. Aunado a ello, se produce una reducción del pensamiento crítico y un estrangulamiento de la cultura, asignando a ambas estructuras el papel de simples piezas de la automatización. La imaginación, el subconsciente, los deseos, las fantasías y los sueños se programan y aniquilan.

La automatización redujo la cantidad de tareas no especializadas o semiespecializadas a una cifra insignificante, una disminución en la proporción de trabajadores no especializados, pero también trajo consigo el que la mayoría de los trabajos permanecieran insípidos y carentes de creatividad. Los trabajos complejos se redujeron a trabajo rutinario, que requiere de calificaciones limitadas. La mayor parte de trabajadores que se desempeñan en las oficinas, se dedican a mover papeles en forma autónoma. Los trabajadores de servicios, sector de más rápido crecimiento, logran ascender un poco más que los otros, pero a menudo, sin los beneficios de la protección sindical, salarios decentes o seguro social. La esperada “revolución del ocio”, que se anunció como recompensa para subsanar el desplazamiento laboral, no se logró consolidar sino hasta años más tarde. Aquellos trabajadores que tenían tiempo disponible, se dedicaron a buscar un nuevo trabajo.

Por otra parte, a nivel de América Latina el desarrollo tecnológico trajo consigo importantes repercusiones en sus respectivas economías, mismas que se tradujeron en crecientes desplaza-mientos de mano de obra tanto a nivel del campo como de las ciudades. En el caso de México, con el desarrollo de la llamada “Revolución Verde”, introducida durante la década de los 60, miles de campesinos debieron abandonar sus lugares de origen ante el desplazamiento de que fueron objeto cuando se generalizó la utilización de la tracción mecánica (tractores, sembradoras, rastrilladoras, y otros equipos). La agroindustrialización, es decir, el uso intensivo de tecnologías en los procesos productivos primarios ocasionó que miles de productores minifundistas abandonaran sus parcelas ante la dificultad para poder competir con aquellos productores que disponían de mejor maquinaria y equipo. En el caso de las urbes, la automatización del trabajo va a provocar en primer término subocupación, toda vez que miles de habilidosos artesanos son reemplazados primero por operadores semiespecializados y después por un reducido número de maquinistas y mecánicos especializados. Algunos años más tarde, el fenómeno del desempleo se incrementa en forma significativa, aunque ello no quiere decir que antes de que introdujera y generalizara la conducción científica y la producción en serie, el desempleo no existiera.

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Junto con la tecnologización de los procesos productivos primario y secundario, se acrecienta otro fenómeno que hasta nuestros días mantiene en situación crítica la economía del país, es decir, el de la concentración económica y política que detentan las empresas multinacionales o foráneas y ante las cuales el Estado adopta posiciones ambiguas y contradictorias: de condena en el discurso y de sumisa aceptación en la práctica, justificando esta posición en la presunta necesidad que se presenta a la economía en términos de volverla más competitiva.

Tal proceso de concentración económica, que se caracteriza entre otras cosas por favo-recer la industrialización en detrimento del sector agropecuario, la urbanización acelerada de las ciudades y el centralismo en la planeación de las decisiones, incidirá decisivamente en el surgimiento de numerosos conflictos sociales hacia los cuales el Estado responde con inusitada violencia. Durante los 60, época conocida como del “desarrollo estabilizador”, las protestas de la población en favor de mejores condiciones socioeconómicas se incrementan de manera espectacular (movimiento jaramillista, ferrocarrilero, de telegrafistas, telefonistas, médicos, obreros, estudiantil, entre otros).

Por otra parte, la tecnologización que favorece de hecho el no trabajo trae consigo otra clase de implicaciones, entre las que destaca el uso en sí mismo de ella por las clases dirigentes. La ampliación de la plusvalía se presenta con el incremento del denominado tiempo libre, las diver-siones y el esparcimiento quedan subordinadas a la lógica de la industrialización, como plantea Gómez Jara: “Esteriliza, al consagrarlo a su propio ocio sin capacidad creativa, el no trabajo”. Los valores asociados con el trabajo entran en proceso de descomposición y se establecen, circulando con mayor intensidad, otra clase de no valores o antivalores como los de “el placer”, “el éxito económico” y “el poder” por encima de todo y de todos. Se empieza a vivir una forma de sociedad de aglomeración creciente de individuos, con un ideal de conducta anónima e irresponsable ante los demás. Las ciudades se convierten en densas zonas pobladas con una agregación creciente de casas, calles, edificios y colonias en donde impera el “cada quien su vida” y en la que para poder subsistir se debe estar en permanente competencia no tanto con como en contra de los demás. Para progresar, de acuerdo con los parámetros socialmente acordados, se requiere “ser el más hábil” en la lucha por la vida. En otros términos el que mejor sabe imponerse y aplastar a los demás.

El resultado de todo ello, en términos del Doctor Leñero (1989), es la ley del más fuerte: la del acumulador de capital, la del acaparador de mercancías vitales, la del negociante de la vida misma (que lucra con el elemento vital: agua, alimento, espacio, ropa; con la sangre y con la salud humana y con el poder político. El individuo, sin caracterizarlo aún, se encuentra a la vez que “socializado”, integrado, cosificado, sometido a toda clase de presiones (lucha por la subsistencia) y coacciones (aparato normativo) presumible mente naturales que en lo esencial lo dominan pero que también lo sitúan en un estado de permanente ansiedad y soledad (sobre todo en lo que se considera su cuadro espacial, la casa, la ciudad y sus extensiones), segregado, aislado y desintegrado.

Arribamos a un modelo de progreso que anuncia prosperidad y amplios beneficios pero que sólo logran concretarse en grupos reducidos de la sociedad, mientras que la otra cara del progreso es la acentuación de las desigualdades sociales, y en su expresión extrema, al de una creciente población pauperizada, marginada, desvalida, incapaz de encontrar los apoyos y los recursos para su incorporación al “progreso”. Nos encontramos en una sociedad don-de el aislamiento al interior de los grupos que son básicos es cada vez mayor; en la cual el costo del progreso se traduce en desarticulación social no sólo a nivel de las clases y estratos sociales mejor favorecidos sino también entre los más pobres del país. De ese proceso de desarticulación y aislamiento al interior de los grupos básicos emergen, al principio de manera espontánea y posteriormente en forma más organizada, diversas expresiones de oposición y resistencia ante el modelo de progreso que por años promueven los grupos dirigentes del país. Esta emergencia, que no sólo se presenta en nuestro país, sino que está informalmente

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conectada con numerosas movilizaciones que se desarrollan en la mayor parte de países del mundo, anuncia la aparición de un nuevo actor social que demanda para sí un lugar en el escenario local e internacional.

Emergencia del actor juvenil

Para el caso de México y de América Latina, no faltará quien sostenga que la emergencia de los jóvenes como actores relevantes en los diversos procesos de cambio social que se han impulsado en nuestras sociedades, puede remontarse a la época en que en países como Argentina y México se produjeron importantes movilizaciones estudiantiles reivindicadoras de la autonomía universitaria (1918 y 1929) o también cuando en nuestro país se produjo una importante movilización de los estu-diantes del Politécnico en la década de los 50, y en ello cuentan con justificada razón, pero lo que pa-rece indiscutible es que dichas movilizaciones, que van a ser las primeras formas embrionarias de la acción juvenil organizada durante los 50 y los 60, adquirirán la forma de movimientos juveniles pero hasta después de la Segunda Guerra Mundial, concretamente en el contexto de tecnologización de los procesos productivos, cuando la industrialización y la urbanización se encuentran en pleno auge.

En su versión más extrema, las primeras apariciones en el entramado social de este actor al que hasta el momento nos seguimos refiriendo como los jóvenes, es representado por los de-nominados “pachucos” a quienes se refiere Octavio Paz (1984) en los siguientes términos: Lo que me parece distinguirlos del resto de la población en su aire furtivo e inquieto, de seres que se disfrazan, de seres que temen la mirada ajena, capaz de desnudarlos en cueros. Cuando se habla con ellos se advierte que su sensibilidad se aparece a la del péndulo, un péndulo que ha perdido la razón y que oscila con violencia y sin compás. Este estado de espíritu o de ausencia de espíritu ha engendrado lo que se ha dado en llamar el “pachuco”.

Los “pachucos”, que vienen a ser el antecedente de los denominados “cholos”, expre-san el síntoma inadvertido y pero también negado de una lucha generacional al interior de la sociedad. Se trata de un conjunto de seres que por vez primera y muy a su manera niegan la identificación psicoafectiva del adolescente con el adulto. Son una especie de pioneros de lo que Mendel denomina la impugnación adolescente y que se manifiestan contra el autoritarismo y la ideología dominante. La impugnación antiautoritaria y contra la ideología dominante (efectuadas desde lo implícito), se manifiesta a través de su ropa, su conducta y su lenguaje. En el pachu-co encontramos incipientes rasgos de la oposición juvenil antiautoritaria, se delinean también algunos elementos que ponen al descubierto la degradación del sistema Padre como centro de la Sociedad Patriarcal, abriendo la impugnación de la autoridad, ya se trate de la autoridad de los adultos, de los sistemas o del poder autoritario dominante. Por esa característica de impug-nadores implícitos, son objeto de toda clase de rechazos. Su conducta irrita a la sociedad y por ello los niega, persigue y califica como delincuentes.

Los rebeldes sin causa

Hacia la década de los 50, época de profundas transformaciones en el aparato productivo, incremento del éxodo rural hacia las ciudades, explosivo crecimiento poblacional y crecimien-to anárquico de las ciudades, la presencia de los jóvenes en el espacio urbano aumenta de manera considerable y con ello se da lugar a nuevas manifestaciones socioculturales que pendulan entre la incorporación fiel del modelo norteamericano de juventud que se promueve a través de una industria cultural consumida entre los sectores medios de la población, pero también el desarrollo de una serie de expresiones verbales y factuales a través de los que se prosigue con el cuestionamiento del modelo de desarrollo predominante. Los personajes centrales de la dramaturgia citadina van a estar representados por los denominados “rebel-des sin causa” mismos que clasifica el derecho mexicano como pandilleros o delincuentes.

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El rebelde sin causa es, al principio, una versión malograda del pandillero norteamericano que busca su identidad en el control del espacio inmediato y en la diferenciación con respecto a sus progenitores.

En otro momento, el pandillero popular se diferencia de los rebeldes sin causa en la medida que estructura una forma de comunicación peculiar y propia, en tanto que emprenden una larga batalla campal ya no sólo a nivel de pandilleros sino contra los propios padres. Los pandilleros juveniles, a los que Monsiváis calificó como “pequeñas tribus bárbaras” revitalizadoras del machismo y que supuestamente no llegaron a afectar los mitos predominantes sobre la juven-tud, en el fondo están expresando las principales contradicciones sobre las que se debate la sociedad de esa época.

El caos de las batallas callejeras es un claro reflejo de la lucha por supervivencia que se lleva a cabo al interior de la sociedad y de un modo de ser violento que el joven devuelve a la violencia del todo social. Aun cuando las batallas terminan casi siempre con el restablecimiento del orden, es decir, “el predominio del bien sobre el mal”, esta forma de rebeldía o de impugna-ción adolescente hacia el autoritarismo, expresa de manera actualizada la representación del poder sexista, el dominio por la mujer que es la constante en los núcleos familiares. Expresa una imperiosa necesidad de reconocimiento que es tradicionalmente negado por los adultos y demanda implícitamente afanes por ser respetados, sin importar que ello se consiga mediante el pleito callejero. La pandilla se convierte además en una forma de asociación informal con la cual se sienten identificados los jóvenes participantes. En la pandilla, versión embrionaria de lo que después será la banda, el joven percibe que puede vivir su identidad. Empieza a buscarse a la pandilla no tanto por lo que hace, sino porque se trata de un grupo informal de pertenencia que establece reglas propias de interacción, que están siendo elaboradas por los propios miembros, que no vienen de afuera como una cosa ajena.

Los jóvenes, calificados como “rebeldes sin causa” son tajantemente satanizados por la sociedad, lo que denotaba precisamente la rigidez y la arteriosclerosis del sistema económico, político y social del país que se instalaba en la intolerancia ante la emergencia de un accionar juvenil que lo pudo haber saneado. Los chavos, en palabras de José Agustín, fueron demostrados en todos los tonos y se llegó a extremos ridículos, como la campaña antirockanrolera a raíz de las supuestas declaraciones de Elvis Presley: “prefiero besar a tres negras que a una mexicana”. El rock se convierte en una válvula de escape frente a los prejuicios y las convenciones sociales, ante costumbres cada vez más rígidas y formales. Debemos señalar que este tipo de rockanrol, aun cuando ni remotamente llegó a convertirse en un vehículo representativo de una concepción de la vida, como ocurriría 10 años más tarde; proporcionaba constancias sobre formas de la vida juvenil: en las escuelas. Los ligues, las broncas callejeras y con los progenitores, gustos, diversión y mucha energía. La rebelión juvenil emerge y se reproduce aceleradamente como respuesta y mecanismo de defensa ante la rigidez y la intolerancia social, según indicamos, pero también ante la vaciedad de las propuestas de la sociedad cuyas metas visibles se dirigen hacia el culto por el dinero, el estatus, “el éxito social” y el poder, es decir una lucha descarnada por el poder.

De la rebeldía a la subversión

Durante los 60 la estabilidad y la paz social se lograban mantener a base de “macanazos”, pero resultaba indiscutible que para entonces el modelo de desarrollo se deterioraba rápidamente. Poco a poco la población constataba que la democracia en México era una cuestión más formal que real. Infinidad de problemas crecían sin que los dirigentes del país hicieran auténticos es-fuerzos por contenerlos: hambre y miseria en el campo, emigración hacia las grandes ciudades y a Estados Unidos, devastación ecológica, sobre población, adicción a la deuda externa, in-dustrialización distorsionada, crecimiento urbano anárquico y, por supuesto, injusta distribución de la riqueza.

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En ese contexto, que también se caracteriza por una virtual desaparición de las pandillas juveniles, la aparición de grupos de choque militares infiltrados en las escuelas para contener la disidencia estudiantil, y la demanda por escuelas de educación media superior que resultan insuficientes, las acciones juveniles apuntan de manera más decidida hacia la lucha, a veces directa y otras encubierta, contra las diversas formas de autoritarismo, injusticia y discriminación. Las instituciones que tradicionalmente habían funcionado para “preparar” a los jóvenes mientras logran acceder al mundo de los adultos, pasan por un profundo deterioro que es afín con el deterioro del modelo de desarrollo del cual se sentía orgullosa “la familia revolucionaria”: la institución familiar deja de ser el espacio por excelencia para que el joven construya su identidad; en la escuela, son cada vez más los rechazados que los que acceden al estudio; la escolaridad como canal de movilidad social, se vuelve un mito; en las empresas, se niega el empleo bajo argumentos ridículos como el de la falta de experiencia.

Hacen su aparición en el escenario nacional una diversidad de voces juveniles que entre algunos estudiosos se ha querido reducir sólo a los jóvenes de la denomina Onda o bien para referirse a los cientos de jóvenes que oyen rock y consumen marihuana. Sin embargo, también existen otras voces y manifestaciones culturales. No todos entendían ni les interesaba el rock, sino que se inclinaban más bien por la música tropical. El existencialismo sartreano se instala entre ciertos segmentos de los jóvenes de clase media; cobra amplia fuerza aquella frase que decía: “La vida no tiene sentido pero vale la pena vivirse”; la moda consiste en vestirse con pan-talón y suéter de cuello de tortuga rigurosamente negros. Los cafés existencialistas proliferan por diversos puntos de la ciudad. En materia de literatura, se organizan talleres que acogen a gente de todas las edades, pero en los que predominan los jóvenes.

Entre 1963 y 1964 se publica la revista Master y el libro La Tumba, novela de José Agustín que presenta por vez primera el fenómeno de los jóvenes vistos desde los mismos jóvenes. En esta novela se utiliza un lenguaje que rescata artísticamente las hablas de los muchachos, además de que venía cargado de una vitalidad, irreverencia y frescura que difícilmente se pueden dar cuando se es más adulto. Este fenómeno también constituye una manifestación cada vez más clara del papel protagónico que los jóvenes comienzan a tener. José Revueltas, por su parte, publica La Democracia Bárbara, trabajo en el que concluye que las prácticas democráticas mexicanas eran, en el mejor de los casos, “bárbaras”.

La nueva oleada francesa causa sensación en el cine y muchos jóvenes se desbordan a pre-senciar las películas de Godard, Truffaut y Resnais, aunque también se admira a Visconti, Fellini y Antonioni. En materia teatral, Alejandro Jorodowski introduce una nueva manera de referirse a la realidad con la puesta en escena de Fando y Lis, lo cual provoca que las “buenas conciencias” se escandalicen ante lo que denominan espectáculos efímeros. Lo que para entonces se conocía como el boom de la literatura latinoamericana, encuentra amplia aceptación entre los jóvenes porque los textos propician una nueva sensibilidad y tomas de conciencia de orden político y so-cial. En la poesía, además de Sabines, destaca Jaime García Terrés (Los reinos combatientes), José Emilio Pacheco (Los elementos de la noche), Gabriel Zaid (Seguimiento), Efraín Huerta (El Tajín) y desde luego Octavio Paz (Salamandra). La música que más aceptación tiene entre un amplio sector de los jóvenes, es decir, el rock es severamente reprimida. Por eso José Agustín (1993), “La policía llegaba, arrestaba a los muchachos que bailoteaban en los asientos y bebían coca-colas o limonadas, los maltrataba y los llevaba a las delegaciones policíacas en donde sus padres tenían que rescatarlos no sin dejar la dignidad de por medio, al soportar discursos moralistas y también buenas sumas de dinero, para facilitar las cosas”.

Todo está cambiando en esa década. Para empezar, el país cuenta con casi 35 millones de habitantes. La vida rural al viejo estilo se evapora rápidamente: los jóvenes campesinos emigran a las ciudades en busca de mejores oportunidades, otros son enviados a estudiar, para no “quedarse burros” como sus padres, los más aventurados se dirigen hacia Estados Unidos. En los centros urbanos aumenta la influencia del American way of life. Se modifican las formas

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y los estilos en materia de vestido: las faldas de las mujeres suben gradualmente, empiezan a utilizar zapatos de tacones altos y afilados, circulan las primeras pantimedias, los sostenes son grandes y duros, aparecen los brassieres sin tirantes y los bikinis “llegan para quedarse”. Los hombres abandonan los sombreros, los pantalones se angostan, los sacos ya no son cruzados, las corbatas se angostan y desaparecen las hombreras. La clase media crece en las ciudades.

Los jóvenes protagonistas de esa época reaccionan ante la imagen de lo que les presentan como México, oponiéndole la imagen de sus propios y bien marcados deseos. Los jóvenes se unifican para crear una forma de sociedad separada simbólicamente de la existente; una nación dentro de otra nación; para elaborar un lenguaje propio a partir del lenguaje. Emerge una corriente que se rehúsa desde posiciones no políticas a las concepciones institucionales y nos revela con elocuencia la extinción de un modelo de desarrollo y de una hegemonía cultural. Hegemonía que se nutrió de la visión gubernamental heredada de la Revolución Mexicana y que se concretó en el impulso de un nacionalismo revolucionario, que termina por fastidiar. Los jóvenes se declaran incomprendidos y los adultos se sienten “ultrajados”. La lucha generacional se manifiesta con mayor intensidad, aunque es resguardada por los cuerpos policíacos. La emergencia de ésta corriente juvenil, en estricto sentido y coincidiendo con Monsiváis, no toca los puntos vulnerables de la cultura dominante, pero si la subvierte. El denominado movimiento hippie, simboliza un peligro no minimizable, particularmente cuando se pronuncia por la liberación sexual y por la extinción de los respetos. Los lazos que alguna vez posibilitaron la unión de los jóvenes con la familia, la religión y la patria, amenazan con romperse y en algunos casos se rompen. Ello expli-ca la respuesta violenta que se instrumenta desde el Estado y que además valida la sociedad.

La subversión de la cotidianidad, parafraseando a Agnes Héller, desde la perspectiva juvenil, asume diversas representaciones: los jóvenes médicos descubren aterrados que trabajar para el gobierno o la iniciativa privada significa caer en explotación e incomodidades sin límite y se ponen en huelga y llevan a cabo manifestaciones para que el presidente los oiga y el pueblo se entere de sus demandas. El presidente en turno, ordena la represión y el aplastamiento del movimiento. En la Universidad Nicolaíta de Morelia y en la de Sinaloa los estudiantes deman-dan mejoramiento de la calidad educativa, a cambio de lo cual son sometidos por la fuerza y encarcelados. El movimiento hippie y la psicodélica alteran significativamente el paisaje social.

El rock se convierte en vehículo de expresión natural y más en la medida que se vuelve una especie de facilitador de la toma de conciencia y complejo contracultural. La introducción de religiones místico-esotéricas, de origen cristiano y oriental, socavan las bases y clientela de la hegemónica religiosidad católica. La marihuana es la droga común, desplazando al tequila y otra clase de bebidas del consumo popular. Se extiende el uso del pelo largo y el modo de vestir desaliñado entre los jóvenes, quedando atrás los cortes y la ropa convencional. Se produce una curiosa identificación, -enmarcada en el proceso de búsqueda de identidad- de los hippies mexicanos con algunos grupos étnicos, al grado de ponerse huaraches, cotones, camisas de manta, collares y colgandijos, brazaletes coloridos y demás. Repudian conscientemente los frutos de la civilización occidental, mostrándolo a través de su particular apariencia y en la expresión de ideas esotéricas y doctrinas de origen hindú. Pronto conforman un lenguaje propio, que se nutre del argot carcelario y de expresiones populares lanzando numerosos términos, lo que se conocerá como el lenguaje de La Onda, a veces sólo por jugar con las palabras, pero en otras ocasiones, las más, para hacer referencia a fenómenos, percepciones, modos de comunicación o estados de ánimo que no tienen equivalente con el lenguaje común del conjunto de mexicanos.

En ese proceso que va de la impugnación antiautoritaria perfilándose hacia la construcción de su propia identidad, entre los jóvenes identificados con el “hipismo”, se da un creciente interés por recuperar los elementos de la naturaleza; sostienen criterios morales más abiertos y propugnan la libertad en todas sus formas (...) “haz lo que quieras”, “Paz y amor”, “préndete, sintonízate y libérate”. Se busca el cambio de la sociedad a través de la expansión de la conciencia y la am-pliación de la percepción; se plantea el cambio por dentro, individual, pero también a nivel social.

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La corriente juvenil que emerge subvirtiendo lo cotidiano, desde luego que no logra articularse claramente, ni entre ella ni con otros sectores sociales, que padecen el autoritarismo, pero lo innegable es que aspiran a una transformación de la sociedad bajo un complejo de naturaleza cultural que los sitúa en el marco de la utopía, de una utopía entusiasmadora y entusiasta que denotaba la ingenuidad romántica de sus principales propuestas. Se expresaban con ruido a pesar de la creciente hostilidad y sin duda dejaron numerosas huellas y temas de reflexión que durante largo tiempo han quedado pendientes.

La sociedad mexicana, se escandaliza ante el horror de los greñudos sin rasurar y trata de detenerlos como mejor se pueda. Se inyectan cantidades masivas de repudio a través de los medios de comunicación electrónicos y las autoridades emprenden auténticas cacerías que con el tiempo coadyuvan a poblar las cárceles del país. Más tarde, aumentará la población reclusa con los cientos de jóvenes que son detenidos con motivo del movimiento estudiantil de 1968. Movimiento político y cultural en la medida que se convierte en resistencia a las decisiones de la autoridad y cultural en relación con diversas medidas: por su antiautoritarismo; en la manera que procede como movimiento de masas; por las fuerzas artísticas y literarias que libera, como veremos en el siguiente subinciso; porque es la primera vez que un movimiento urbano, que es esencialmente reivindicador de los derechos humanos y civiles, tiene como espacio humano a los sectores medios de nivel universitario que por entonces no contaban con participación política, salvo los casos aislados que mencionamos o bien que correspondían a demandas provenientes de grupos minoritarios de izquierda.

El 68 se percibió de diferentes maneras, sin que hasta el momento se logre consenso respecto de sus orígenes y contribuciones sociales o, existiendo acuerdo a nivel de pequeños grupos de intelectuales, por ejemplo en términos de que dicho movimiento fue un “parteaguas” en la historia contemporánea de México, esta conclusión no es compartida por la totalidad de analistas ni mucho menos al interior de los círculos del poder. Para Carlos Monsiváis (1993), “el 68 sintetiza diversas de las tendencias que ya estaban: rechazo al nacionalismo, la necesidad de una internalización cultural, el culto de las sensaciones a través de la música del rock, el hartazgo ante el horizonte tan cerrado y petrificado de la vida universitaria”.

Pablo Gómez (1993), por su parte, se refiere al movimiento más como un mito de anhelos juveniles que como un auténtico movimiento político con propósitos claros, cuando declara: El mito no difiere gran cosa de la versión oficial. Los estudiantes eran jóvenes, los jóvenes eran re-beldes, los rebeldes estaban en contra de la autoridad (padres, gobierno, etcétera) porque no les dejaban usar pelo largo y fumar marihuana, así que organizaron un gran desmadre en el que se la pasaban de fiesta la mayor parte del tiempo, lo que naturalmente incluía el atacar al Presidente de la República y a los cuerpos represivos del Estado... El mito del 68 se reduce en realidad a creer que hubo un triunfo donde se produjo una derrota. Montones de muertos y centenares de presos políticos que venían a sumarse a los preexistentes, es un saldo concreto, cuantificable y contundente de la represión que desató el gobierno contra el movimiento antirrepresión más importante de la segunda mitad del siglo.

En otros autores, como Joel Ortega, el 68 no se puede reducir a una simple batalla de la juventud por dejarse crecer el pelo, sino que debería entenderse como una lucha francamente anticapitalista. Algunos más, sobre todo a nivel de las autoridades, se percibieron como una acción subversiva en la que se utilizó a grupos de estudiantes sin que éstos tuvieran plena con-ciencia del peligro que entrañaba su actitud. Independientemente del gran cúmulo de literatura que aún falta por profundizar, en relación no sólo con el movimiento del 68 sino que incluya otras manifestaciones juveniles ocurridas durante la década a que nos venimos refiriendo, lo cierto es que la tormenta de los trastornos socioeconómicos, la tormenta que anuncia el fin el desarrollo estabilizador, soplaba sobre la sociedad en su conjunto.

Las tradiciones, costumbres y relaciones entre sexos y generaciones estaban seriamente afectadas y no había “vuelta de hoja”. Se constituye una categoría socioeconómica antiautoritaria

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cuyos elementos comunes de identificación, son básicamente tres: el primero corresponde con la dificultad para identificarse con los adultos, con lo cual se deja a los jóvenes expuestos a los deseos o a las angustias más arcaicas de la desocialización y con los riesgos inherentes a ello, como son las drogas, la violencia, entre otros. El segundo tiene que ver con la ausencia del joven hacia toda forma de inserción social. La escuela, en su versión más drástica lo rechaza, pero también lo aísla de la sociedad y lo separa de la realidad, obligándolo a vivir el final de su proceso de desarrollo en tanto joven como si fuera un infante sin poder alguno sobre los elementos de su existencia. Por último, el tercer elemento es lo que se ha denominado la desidealización del adulto y la sociedad de parte del joven.

De la subversión a la interpretación

México tenía en 1970, una población total de 48 millones 225 mil habitantes. En la ciudad de México se concentraban 6 millones 874,165 personas, es decir, 14.3% de la población total. El país contaba con 53 mil 89 escuelas y 11 millones 235 mil 68 alumnos. En nivel medio superior y superior, México tenía 1,261 escuelas y 606 mil 713 estudiantes con 47 mil 824 maestros, un promedio de 12.7 alumnos por maestro.

En la misma época, 23.7% de la población de 10 y más años era analfabeta, toda vez que 32 millones 334 mil 732 habitantes tenían 10 años y más y 7 millones 667 mil no sabían leer ni escribir. En la ciudad de México ese porcentaje se ubicó en 9.1%, puesto que de 4 millones 858 mil habitantes mayores de 10 años, 441 mil 615 eran personas analfabetas.

Durante ese año, 1970, había ocho millones de viviendas para 48 millones de habitantes, es decir, 5.8 habitantes por vivienda; 66% de las viviendas eran propias y el resto rentadas. 38.8% de las viviendas tenían agua entubada; 58.9%, electricidad y 41.5%, tenía drenaje.

Entre 1960 y 1970, el empleo se había elevado sólo en 14.3%, mientras que entre 1950 y 1960, el incremento fue de 37%. La agricultura representaba 7.9% del PIB, la industria de la transformación 22.5% y el total de servicios 55.3%.

La brecha entre las familias ricas y pobres se ensanchaba: en 1958, 5% más rico tenía ingreso 22 veces mayor que 10% de las familias más pobres; pero en 1970 esta relación llegó a 39 veces. Incluso en el periodo 1968-1977, en que la distribución global parecía mejorar, la brecha siguió aumentando: de 44 veces a 47, es decir, 5% de las familias más ricas tuvieron un ingreso promedio de cerca de 50 veces el recibido por 10% más pobre.

En este contexto económico, la década de los 60 inicia con otro absurdo e innecesario baño de sangre que el gobierno entrante lanza en contra de cientos de jóvenes manifestantes marchando, el 10 de junio de 1971, por una de las principales avenidas de la ciudad de México. En diversas universidades del país crece la inconformidad contra ese modelo de desarrollo que durante años ofreció atender las demandas básicas de la población menos favorecida y que sin embargo se tradujo en multiplicación acelerada de la marginalidad. En los centros urbanos se multiplican los denominados cinturones de miseria, es decir, centros de población que albergan a miles de emigrantes rurales en busca de mejores condiciones de vida que la propia ciudad no les asegura. Las denominadas conductas antisociales, entre las que destacan el pandillerismo, la drogadicción y los robos, se incrementan a pasos crecientes.

Un grupo radical ostentado que proviene del sector estudiantil, aunque también se nutre de jóvenes reclutados en colonias populares y en las llamadas ciudades perdidas, despliega una especie de contraofensiva armada contra los agentes y las instituciones encargadas de adminis-trar y procurar justicia. La guerrilla urbana y rural, con la aparición de diversos grupos armados, invade el escenario nacional por aproximadamente siete años demandando, entre otras cosas, la ampliación de las libertades políticas, una profunda distribución de la riqueza, mayor partici-pación en los procesos políticos y el aniquilamiento de la sociedad capitalista para dar paso al establecimiento del socialismo. Paralelamente al guerrillerismo, surgen en el noroeste del país

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las bandas de los denominados cholos, mismas que se extienden rápidamente hacia las ciudades del centro. Su irrupción en el escenario primero regional y después nacional impacta a grado tal que se desata una amplia campaña pública que los estigmatiza como drogadictos y delincuen-tes. Las instituciones de educación media superior son cada vez más insuficientes para atender la creciente demanda de aspirantes, por lo que los índices de rechazados se incrementan de manera notable y con ello la irritabilidad de jóvenes que anhelan continuar estudiando. En las empresas se niega la contratación de quienes no cuenten al menos con estudios de secundaria.

Aunado al surgimiento de la guerrilla urbana y rural cobra auge lo que se denominó la canción de protesta. Una gran cantidad de jóvenes, estimulados por el boom de la literatura y la emergencia al poder en Chile, de Salvador Allende, se identifican como latinoamericanista. Se aficionan por la música de Violeta Parra, Víctor Jara, Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Atahualpa Yupanqui, Inti lIIimani, Kilapayún y una diversidad de cantantes y compositores representantes de lo que se denominó el folklore latinoamericano. Proliferan en México las “peñas” donde se presentan cantautores como Óscar Chávez, Margarita Bauche, Guadalupe Pineda, Julio Solórzano, Amparo Ochoa, Guadalupe Trigo, Gabino Palomares, Silvio Rodríguez, Margie Bermejo y desde luego, Los Folkloristas.

El rock no se desvanece ni se contrapone a la música folklórica, sino que llega un momento en que se funden. La contracultura encuentra su principal medio de expresión en la revista de-nominada Piedra Rodante. La revista acoge diversas iniciativas relacionadas con temas sobre la sexualidad, la psicodélica, el rock y otros más que despiertan la irritación de algunos sectores conservadores. La Piedra es suspendida hacia fines de 1971, por disposición de la Secretaría de Gobernación. En este mismo año, pero hacia el mes de septiembre, se lleva a cabo el festival de Avándaro, provocando un auténtico escándalo nacional. El evento es calificado como “una orgía colosal”. La sociedad en su conjunto condenó a los chavos que compartieron la primera noche de su vida. El gobierno, por su parte, organiza un evento de “desagravio” para lo cual convoca a cientos de jóvenes que se dedican al excursionismo, con objeto de que realicen una ascensión al Popocatépetl y ahí se iza la bandera mexicana.

Surgen también las denominadas comunas en el campo y en las ciudades, que buscan alter-nativas de desarrollo al margen del sistema. Este fenómeno, pionero del ecologismo que como moda se instaura en nuestro país hacia mediados de los 80, trajo consigo el inicio de una verda-dera toma de conciencia ecológica inexistente en esa época. Con ello, proliferan las tendencias a canalizar la religiosidad natural a través de la meditación, el yoga y las doctrinas orientales, como el Budismo Zen. Aparece la obra de Carlos Castañeda, en la cual se revalora el conoci-miento mágico-ritual de los indígenas. También prolifera el cine en súper ocho milímetros, desde el cual un sector de los jóvenes produce temas sobre la realidad nacional, en particular se pone el énfasis en los problemas de la marginación urbana y rural. Jóvenes directores irrumpen en la cinematografía oficial imprimiéndole un sentido diferente al cine que se producía, como Arturo Ripstein (El Castillo de la Pureza, El Lugar sin Limites), Felipe Cazals (Canoa, El Apando), Jaime Humberto Hermosillo (La Verdadera Vocación de Magdalena), Salomón Laiter (Las Puertas del Paraíso), Alfonso Arau (El Águila Descalza), Miguel Litin (Actas de Marusia), entre otros.

Este conjunto de manifestaciones brevemente reseñadas, que mantienen en alerta a los grupos de poder ante el peligro de que se desborden otros sectores de la población, empiezan a llamar la atención de diversos estudiosos interesados por lo menos en conocer un poco más de cerca un problema social para el cual existen nulas alternativas de solución. Es así como desde una óptica psicológica y epidemiológica se realizan algunas investigaciones con objeto de en-contrar las características de sólo un segmento de los jóvenes que en ese momento constituyen el principal “foco de peligrosidad”, es decir, los farmacodependientes. Los estudios efectuados tienen como referentes teóricos una serie de cuadros clínicos que se han elaborado en algunos países europeos (Italia, Francia, por ejemplo), por lo que las propuestas para combatir la farma-codependencia se circunscriben al establecimiento de programas de “prevención” y rehabilitación

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mediante los que logra atenderse parcialmente la problemática pero no erradicarse. Más tarde, pero entonces recurriendo al enfoque que circuló por varios años para explicar el problema de la dependencia económica (el marginalismo), se realizan investigaciones desde las que se busca demostrar que lo juvenil en general no está asociado exclusivamente con la escolaridad, que la farmacodependencia está directamente relacionada con una “doble marginalidad” que enfren-tan los adolescentes. Al respecto, en un estudio sobre Adolescencia marginal e inhalantes, los investigadores responsables, sostuvieron que: “Paradójicamente los cinturones de miseria son marginales a una sociedad ideal, y dentro de ese mundo se margina al joven; a este fenómeno le llamamos doble marginalidad... a mayor marginalidad, mayor es la farmacodependencia, y a mayor inhalación, más intensa es la respuesta de la familia y de la comunidad con conductas represivas”. Según la corriente del marginalismo, la anormalidad o desviación social de los jóvenes adictos, es resultado de procesos situacionales interrumpidos en la familia, el barrio y el medio. Es decir, los responsables de que haya jóvenes adictos son, en primerísimo lugar las familias por no haber podido llevar a feliz término su adaptación a un sistema que se presenta sin fisuras, sin contradicciones. En segundo lugar el barrio o la comunidad, a la que se presenta como una estructura funcional ahistórica, por no saber integrar al joven a su dinámica de desarrollo. Sin dejar de reconocer, como años más tarde se demostrará, que la familia y el medio social juegan un papel importante, y en ciertos momentos decisivos, en la estructuración de la personalidad del joven, lo que tampoco puede dejar de reconocerse es que el propio sistema socioeconómico en el que éste se encuentra inmerso influye sobremanera en la generación de las llamadas anor-malidades, que la familia es una estructura reproductora de las contradicciones irresueltas en el plano de lo macro social, que las reacciones de oposición en su forma más extrema -como el caso de la farmacodependencia se dirigen hacia una estructura tradicionalmente rígida y autoritaria, así como también hacia la ideología dominante. La familia en efecto se convierte en el espacio simbólico al interior del cual ocurren las principales manifestaciones de oposición por parte del joven, empero dichas reacciones apuntan hacia destinatarios muy concretos: la autoridad y el sistema de normas predominante.

El abordaje de la problemática en tomo a la farmacodependencia desde este enfoque marginalista va a permear durante largos años las experiencias preventivas y rehabilitadoras que promueven diversas instituciones gubernamentales y no gubernamentales con jóvenes farmacodependientes (Centros de Integración Juvenil, Drogadictos Anónimos, Hogar Integral de Juventud, y otras más).

Por otra parte, hacia mediados de los 70, y sin que se haya resuelto el problema de la far-macodependencia, aparecen al noroeste del país los denominados cholos, quienes se van a distribuir rápidamente por el centro de la República. La emergencia de este nuevo segmento que proviene principalmente de los barrios urbanos marginados, coloca una vez más en jaque a la sociedad y lleva a efectuar nuevamente investigaciones, pero desde enfoques alternativos y más integradores. Uno de ellos es el que realiza, quien sostiene que: “Los cholos son así he-rederos de un sincretismo cultural y expresan una contradicción: ser marginales dentro de los marginales. En efecto: de alguna manera, los cholos son, entre los chicanos, lo que éstos son ante los anglos. Víctimas del más desarrollado proceso capitalista en el mundo, no forman parte integral de este sector que empieza a adquirir identidad y características propias, tal cual es el caso de los chicanos. Parte y discreción de dicho grupo, constituyen la escoria, la excrecencia social de dicho sector poblacional” (Villela: 1981).

En otro estudio, elaborado por Gustavo López Castro (1984), y desde el cual nos ofrece una visión diferente sobre las incipientes bandas juveniles del noroeste, que además difiere de los típicos análisis realizados por la psicología donde se califica el fenómeno de las bandas con base en la categoría de la desviación social, este autor nos proporciona otros elementos para comprender mejor el cholismo, cuando dice: el cholismo es más que una conducta socialmente desviada: es la manifestación exterior de un conflicto iniciado en Estados Unidos entre los sec-

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tores marginados de chicanos y mexicanos. En el occidente de México se puede afirmar que el cholismo es también un símbolo de un conflicto social debido a que ha surgido en colonias populares, barrios marginados y algunas zonas rurales, conflicto basado en la desigualdad social.

Independientemente de que coincidamos en algunas partes de los estudios realizados en esa época, para nosotros la manera como se analiza el problema de las incipientes bandas es de carácter parcial en la medida que se percibe la marginalidad juvenil como una cuestión aislada del desarrollo o bien sólo en términos de desviacionismo social. Al contrario de las elaboraciones presentadas creemos que el cholismo, junto con el surgimiento de otras bandas integradas bá-sicamente por jóvenes, son manifestaciones que remiten directamente a la crisis que se instala en la economía al finalizar los 70 y que van a resentir en forma más directa los propios jóvenes. Luego del boom petrolero que nos llevó a pensar en la posibilidad de convertimos en un país rico, con la crisis justamente del petróleo y el largo periodo de recesión económica al aproximarnos a los 80, los altos índices de desempleo extreman las condiciones para el surgimiento de nuevos problemas ante la insatisfacción de las necesidades juveniles. El fenómeno juvenil ya no puede concebirse como un asunto aislado del modelo de desarrollo que en esa época se encuentra en profunda crisis, sino más bien como producto estructural de la crisis económica. El cholismo y la emergencia de numerosas bandas juveniles es una clara evidencia de que el sistema económico predominante ha sido incapaz de ofrecer las opciones que permitan satisfacer las necesidades básicas de la población juvenil.

Por otra parte, es necesario destacar que los precursores de los chavos banda, en contrario a la percepción marginalista que circuló durante varios años, no se encuentran al margen del sistema, sino formando parte de éste, padeciendo los embates de la crisis (y de los adultos); asumiendo comportamientos que en cierta medida constituyen un modo particular de vida bajo condiciones adversas. Durante los primeros años de los 70, recordemos que la sociedad mexicana proviene de una prolongada experiencia de violencia instrumentada desde el mismo Estado, los jóvenes que se agrupan en torno a las primeras bandas reciben violencia del exterior, desde la propia sociedad, pero dicha violencia, curiosamente, se habrá de revertir hacia sus principales generadores, es decir, la sociedad y el Estado, mediante dos formas: hacia el exterior, es decir, enfrentamientos entre bandas, robos, violaciones y homicidios e igualmente hacia el propio joven, en el ejercicio de la farmacodependencia, en su expresión más descarnada. Esto ocasionará que se estereotipe a los chavos banda, igual que ocurrió con los “greñudos y barbudos” de los 60, presentándolos como sujetos peligrosos (lo cual los descalifica en tanto sector del actor juvenil), debido a su comportamiento impugnador o inconforme. Se les etiqueta por su imagen, empero se omiten los factores que originaron su nacimiento.

El fin de las utopías y el arribo a la década perdida

Al llegar a los 80 las autoridades declaran sin pudor que, en medio de un mundo que se deba-tía en la crisis, México obtenía índices espectaculares de crecimiento. Sí había carencias, éstas se debían a rezagos y finalmente todo era cuestión de enfoque: los insoportables pesimistas lo veían como un vaso medio vacío, los realistas como un vaso medio lleno que se colmaría con los beneficios del petróleo. No obstante, son los trabajadores quienes están padeciendo los efectos de una crisis que los gobernantes observan como algo lejano. La estrategia de crecimiento de la dependiente economía mexicana, fincada en la esperanza del capital extranjero, en subsidios al capital transnacional, en el espejismo del apoyo de la deuda externa, conjunto que había llegado a límites trágicos a finales de los 60 con alta concentración del ingreso, enorme desigualdad social y estancamiento económico, no sólo no se corrigió sino que se acentuó con la apuesta del petróleo.

La crisis económica que se mantuvo durante casi toda la década de los 80, es de carácter estructural, profundo, permanente, complejo, con crestas cíclicas distintas a las anteriormente conocidas, tuvo como consecuencia más visible un desempleo en aumento. Durante los primeros

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años de esta década se estimaba que entre tres y seis millones de mexicanos se encontraban desocupados. El índice de desempleo abierto se calculó en un 8% mientras que el índice de subempleo llegó a 50%. La inflación brincó hasta tres dígitos: 1982 cerró con la alarmante cifra de 100% de inflación, hasta colocarse en 1984 en poco más del 143%. La capacidad adquisitiva de los salarios mínimos se redujo de manera drástica, pasando de 96.70 en 1976 a 53.33 en mayo de 1984. Durante los primeros años de esta década, 10% de las familias con menores ingresos absorbió 1.08% del ingreso y 10% con mayores ingresos recogió 37.9%. El cierre de fuentes laborales, los despidos, el deterioro de las condiciones laborales, la sobreexplotación de quienes continuaban ocupados, fueron lo característico en esos años. Los monopolios y el Estado, sacaban provecho de la crisis arrebatando conquistas a los trabajadores.

En este contexto de crisis económica permanente, se producen grandes movilizaciones de inconformidad, la crisis política se empieza a mover de manera subterránea y la crisis social se expresa principalmente en el incremento de los índices de delincuencia y criminalidad. Es entre las capas de población más depauperadas donde los efectos de la crisis se resienten con mayor intensidad. La crisis del modelo de desarrollo puesto en práctica, incapaz de proporcionar pleno empleo a la población demandante, condena a la mayoría emigrante a engrosar un ejército in-dustrial de reserva que rompe las proporciones que alguna vez lo hicieron funcional. La demanda por habitación entre estos sectores, aunada a la proveniente del crecimiento de los trabajadores ya arraigados, coadyuva para que se intensifique lo que se conoce como crisis urbana, que llegó a convertirse en urbanización explosiva. El hacinamiento, la promiscuidad, la falta de acceso a fuentes seguras de agua, la carencia de instalaciones sanitarias, el incremento de la violencia, la prostitución, las drogas, el delito en general y demás manifestaciones de actitudes y conductas antisociales, son sólo algunas consecuencias sociales que genera, en nuestro país como en otras economías en procesos de desarrollo, la urbanización que se puso en marcha desde finales de los 60 e intensificó a partir de los 80.

La crisis económica no sólo significó mayor pauperización de los sectores de población trabajadora sino que también se tradujo en una especie de ensombrecimiento de la oposición juvenil, aunque surgieron otra clase de manifestaciones y prácticas.

En el plano cultural, aquella romántica y “utópica” idea del amor y la paz, que se propusieron los jóvenes de los 60 y parte de los 70, va llegando a su fin, parafraseando a John Lennon, el sueño terminó: un amplio segmento de los jóvenes se despeñó en las complacencias enaje-nantes, impersonales, de la llamada música disco, expresión de los jóvenes de los 80. Otros, llegaron a mostrar su relativa inconformidad mediante el rock progresivo o vía el ruidoso metal pesado (heavy metal). Es decir, se inclinan por una modalidad musical que según José Agustín (1992), con su estética ligada a la fantasía, a la barbarie, al erotismo, la muerte, los espectros y el satanismo, para bien o para mal era un reflejo del desolador paisaje moral de la pujante clase media del país. También los hay quienes se muestran eufóricos por el rock punk, modalidad ésta que refleja las agudísimas condiciones de opresión moral, cancelación de esperanzas e ilusio-nes y pobreza material en numerosos jóvenes que habitan en zonas deprimidas de las grandes ciudades. En ese rechazo, que tiene un corte más bien visceral hacia el sistema, terminan por simpatizar con la ideología del nazismo, recurren a las suásticas como su principal medio de identificación y provocación.

Se vive un periodo de marcada desesperanza, vacío, ansiedad, temor y miedo ante la incer-tidumbre que está provocando la crisis económica. En respuesta a ello, y para llenar de alguna manera la soledad por la que pasan amplios sectores de la población, aunque en otros como parte del ascenso a un estatus de presunto bienestar que pronto produce hartazgo hacia lo material, se reactivan las viejas escuelas esotéricas. El yoga gana numerosos adeptos y se consolida entre un segmento de la clase media. Aparecen las escuelas de meditación y con ello la llegada de los gurús que se vuelven frecuentes en México. Se introduce la dianética, los viejos sistemas de adivinación y la lectura del I Ching es materia obligada.

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La literatura que arbitrariamente se bautiza como de La Onda, es combatida con particular ferocidad. Decrece desde luego la producción de material impreso elaborado por aquel sector de jóvenes que buscó dirigirse hacia los jóvenes particularmente de José Agustín. Para contra-rrestar de alguna manera la hegemonía cultural impuesta por el sector de intelectuales ligados orgánicamente al aparato del Estado, se desarrolla una corriente que a nivel del teatro y la lite-ratura, gana amplios espacios al introducir Tepito Arte Acá y a través de la literatura que produce Armando Ramírez.

Por otra parte, aún en plena crisis, los dirigentes del país no detienen la estrategia moderniza-dora, misma que provoca importantes cambios en los patrones de consumo y comportamiento de ciertos sectores de la población que se traducen en una especie de culto por todo cuanto provenga del exterior. Es a nivel de los estratos socioeconómicos medio alto y alto donde presenciaremos con mayor nitidez los resultados de la modernización. En efecto, durante esta década dichos estratos muestran sin pudor su marcada preferencia por los automóviles del año y por la tecnología que se produce en Estados Unidos y Japón. Se aficionan por los vinos importados. Los tours hacia Europa, Los Ángeles, Nueva York, Houston y Las Vegas, se vuelven tan comunes como viajar a Acapulco, Vallarta o Ixtapa. Atenderse en Houston, jugar en las ruletas de Las Vegas, pasar las navidades en Vail, Colorado o simplemente ir a la frontera “por unos aparatitos”, se vuelve una nueva costumbre. En los jóvenes de nivel socioeconómico alto, se ponen de moda los denomi-nados “arrancones”, acompañados de fuerte consumo de licor y jugosas apuestas económicas. La policía en esos casos procuraba resolver los conflictos de manera cordial. En los menores de edad, se promueven los juegos electrónicos, -las famosas Chispas- y se instalan locales donde acuden a “divertirse sanamente”.

Paralelamente, entre un sector de la clase media intelectualizada se desarrolla una corriente femenil que va a lograr cierto nivel de expansión sobre todo a nivel cultural. En estricto sentido se trata de un movimiento, al principio desarticulado, que retoma del feminismo de Estados Unidos y de Europa, una serie de reivindicaciones de carácter emancipador. En esta época aparecen las primeras militantes feministas básicamente en el medio artístico e intelectual que avanza en la línea de promover la concientización en favor de los derechos de las mujeres. El denominado fenómeno de la liberación femenina es ya un hecho: se organizan diversos colectivos compuestos principalmente por mujeres radicalizadas que despliegan una ofensiva “contra los hombres”; se elaboran publicaciones, se emprenden estudios, se organizan discusiones, mesas redondas, conferencias y una diversidad de eventos en los que hay fuerte polémica sobre la desigualdad de las mujeres que viven en una sociedad calificada como patriarcal. La irrupción del movimiento feminista se expresa también en el campo de la política y en el plano profesional.

La creciente participación y presencia de las mujeres en estos ámbitos es otra realidad para la cual la propia sociedad carece de opciones. Las mujeres jóvenes con cierto grado de escola-rización son quizá las que cuentan con mayor presencia, lo cual se refleja en un número elevado de grupos feministas participando en instituciones de nivel medio superior y superior. La sociedad patriarcal es severamente cuestionada y, aunque no se logra extinguir el machismo, mediante los diversos movimientos protagonizados por mujeres se logra disminuir en cierta medida. Las luchas feministas, que se organizaban desde posiciones ultrarradicales hasta moderadas, van a contri-buir para que acunen profundos cambios culturales que son hasta el momento poco valorados.

Con el desarrollo del movimiento feminista, aparece también otro tipo de movimientos reivindi-cadores de derechos sociales y políticos. Uno de ellos es justamente el denominado “movimiento de liberación homosexual” o “movimiento gay”, que se plantea en términos generales el pleno respeto por aquéllos que tienen inclinaciones sexuales “no mayoritarias”. Constituyen también diversos grupos formales e informales para, desde esas instancias, desplegar acciones orientadas a sensibilizar al conjunto de la sociedad respecto al significado de sus preferencias sexuales, llamar la atención en torno a su condición de marginalidad en que se encuentran precisamente por observar un patrón diferente al de la población mayoritariamente heterosexual. Como en el

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caso del feminismo, elaboran publicaciones, establecen centros de recreación e intercambio de experiencias para grupos gay, organizan seminarios, conferencias, reuniones y toda clase de eventos donde se discute el fenómeno de la homosexualidad. Algunos grupos adquieren concien-cia de la situación de desigualdad que impera en nuestra sociedad y se vinculan al movimiento urbano popular que para entonces se encuentra en auge, así como a partidos políticos.

El movimiento gay logra importantes avances y de alguna manera contribuye a la estimu-lación de los estilos “unisex”, la popularización del uso del arete, el retorno al pelo largo y en el desarrollo de un tipo de literatura sin precedentes en el país, con la publicación de El Vampiro de la Colonia Roma realizada por Luis Zapata. Este auge sin embargo, se verá interrumpido por el esparcimiento de la paranoia que crece en tomo al problema del SIDA, el cual en un principio se asoció con homosexuales, pero que posteriormente, por las investigaciones realizadas, se amplió a nivel de la población heterosexual. En términos generales, la población homosexual va a seguir siendo objeto de discriminación, afectación de sus derechos humanos y de toda clase de chistes que los denigran.

Durante esa década, en México y en el mundo se vive un clima anímico de progresiva oscuri-dad. Se impone como prioridad la preservación del sistema. Se despliega una creciente ofensiva en tomo a lo que se denominó el “fin de las ideologías”, pero sobre todo de las utopías. Para los dirigentes del sistema, por fin de las utopías se va a entender todo aquel movimiento que apunta hacia el cambio estructural o social mediante formas violentas. Para los propagandistas de la modernización, el fenómeno de las llamadas luchas de clases corresponde a un sistema ideológico superado, y cuyo certificado de defunción se representa simbólicamente con la “caída del muro de Berlín”. Se acaba con las esperanzas de los cambios profundos que están latentes en múltiples actores sociales dispuestos a morir por llevar a cabo dichos cambios.

La progresiva oscuridad, el desencanto, la frustración colectiva, la sensación de soledad, la polarización creciente de la sociedad y la ausencia de opciones para volver más llevadera y tolerable una realidad que termina por asfixiar, van a contribuir en su conjunto para que se incre-menten las tendencias evasivas a través de drogas como la cocaína, el alcohol, los tranquilizantes o estimulantes; aunque también mediante la televisión, el cultivo del conformismo y el desinterés por todo aquello que implica tomar conciencia para cambiar la sociedad. El fenómeno de crisis económica, política y social al que nos hemos referido, contribuye decisivamente para que se multiplique la falta de credibilidad hacia las instituciones básicas en que se apoya y reproduce el sistema. Se deja de creer en la iglesia, en el gobierno, en los partidos políticos, en el ejército, en los industriales, en las leyes. Hay una especie de pérdida de metas vitales, una cancelación de ideales; ya no hay motivos para luchar. Esta oscuridad y pérdida de credibilidad se va a reflejar en la “producción cultural” que para entonces prolifera de manera creciente y termina por intro-ducirse en las preferencias de un sector de los jóvenes. Se popularizan las figuras demoníacas, emergen nuevos espectros y monstruos. Se busca el placer por el placer mismo, el sexo sin erotismo, mecánico y banal, pero también se incrementa la violencia sin límites en las películas, en los programas televisivos, en los videojuegos. Se vive una época de plena fetichización de la tecnología, ¡Las utopías han muerto, vivan las utopías!

Protagonistas de la década perdida

Al finalizar los 70, pero sobre todo en plena década de los 80, corresponde al denominado movi-miento punk dar cuenta del estado de ánimo que permea al conjunto de la sociedad. Numerosas bandas integradas básicamente por adolescentes y jóvenes de los barrios urbanos populares y zonas marginales, aparecen en el escenario capitalino. Por el rumbo de Santa Fe y Tacubaya, los habitantes manifiestan profunda preocupación, pero sobre todo miedo, ante la emergencia de la legendaria banda de “Los Panchitos” quienes echan a andar una serie de violaciones, asaltan en las fiestas del rumbo, arman batallas cámpales, se defienden con material plástico y

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líquido para enfrentar a los miembros de otras bandas, pero también a la policía preventiva. De acuerdo con las versiones que entonces circularon, “Los Panchitos” se metían a las escuelas y raptaban jovencitas, las obligaban a inhalar cemento y después las violaban. Secuestraban autobuses y saqueaban bebidas alcohólicas, cigarros y toda clase de inhalantes “baratos”.

En respuesta, ante este conjunto de transgresiones del “orden social”, las autoridades endu-recen sus clásicas medidas e inician diversas redadas para aprehender a cientos de “Panchitos”. Asimismo, les fincan diversos cargos entre los que destacan: asalto, robo, violación y asociación delictuosa. Las redadas, detenciones y procedimientos violentos, casi bárbaros, que se utilizan bajo el supuesto de que sólo a través de “castigos ejemplares” se logrará contener la delincuencia juvenil, son insuficientes para evitar que por diversos puntos del área metropolitana surjan nue-vas bandas. En los medios de comunicación colectiva se estimula la paranoia contra los grupos juveniles. Desde diversos foros se llama enérgicamente la atención de las autoridades para que apliquen la ley con todo rigor, toda vez que se les percibe como auténticos delincuentes.

Nuevamente, entre algunos círculos de intelectuales e investigadores se suscita un amplio interés por estudiar la multiplicación de las bandas juveniles en las urbes. Monsiváis (1984), se contagia del interés que dicho fenómeno ha despertado y dice de ellas: Yo no veía un fenómeno tan interesante como el de las bandas y tampoco un fenómeno mitificado tan rápidamente y tan proclive a una distorsión muy significativa, y si las bandas se dejan rodear de todo este lenguaje de articulistas, donde se les dice que expresan el rencor social o expresan el disgusto contra una sociedad incomprensiva o que expresan la insatisfacción del desempleo, etc., acabarán siendo más muestrarios sociológicos que formas vivas. Ese es el principal problema que yo creo que actualmente enfrentan, la rápida mistificación, porque yo creo que es uno de los pocos fenó-menos originales que han surgido en una ciudad tan colonizada, tan llena de limitaciones. Es uno de los pocos fenómenos realmente vivos, se presenta como un fenómeno nuevo, dinámico que tiene grandes posibilidades de uso político, y a este panal de rica miel de significaciones y connotaciones sociológicas han caído toda suerte de cursilerías interpretativas que me parece, están entorpeciendo la comprensión interna misma del fenómeno de las bandas.

Pero, no se trata sólo de estudiar el fenómeno de las bandas para proceder a elaborar mues-trarios sociológicos, como refiere Monsivaís, sino de introducirse en las profundidades de un fenómeno que sólo está reflejando las contradicciones de una formación social en permanente deterioro, pero que también nos coloca ante el germen de otras alternativas de organización, participación y expresión de un conjunto de jóvenes que están viviendo lo que Roberto Merlo: denominó la reversibilidad de las elecciones y el desencanto afectivo.

En forma paralela al desarrollo de las bandas, emerge también una categoría de jóvenes a quienes se les identifica con el peyorativo de yupie, porque constituyen una copia, por cierto mal realizada, del joven norteamericano “exitoso”, pero que sin embargo encarna al neoindividualis-mo. Son de hecho el anverso de la moneda, la otra expresión de la crisis y de la modernidad que no sólo se caracteriza por producir jóvenes banda sino también un tipo muy especial de jóvenes situados en los niveles medio alto y alto de la escala social. Los denominados yupies van a ocupar durante buen tiempo un importante lugar en la escenografía urbana, tanto por su manera peculiar de diferenciarse del resto de los jóvenes mexicanos como por el carácter relativamente escandaloso que le imprimen a gran parte de su comportamiento. El yupie mexicano, en términos generales, se caracteriza por su escaso compromiso con los demás: la vida tiene un sentido marcadamente individual y hay que disfrutarla ahora; es altamente temeroso para establecer relaciones duraderas y trascendentes; retrasa su incorporación al mundo propiamente adulto, prolongando su estancia en el nido materno; adopta actitudes de indiferencia ante los problemas sociales y, cuando even-tualmente se suma a la realización de alguna tarea altruista, lo hace más bien porque el ayudar se convierte en una moda. Para el yupie, el tema de la crisis es sólo un fantasma que acecha a quienes no han sabido aprovechar adecuadamente las oportunidades que ofrecen un modelo de desarrollo abierto para todos los que estén interesados en sumarse a la modernidad.

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Se trata de un segmento de la juventud urbana que realiza sus estudios en instituciones edu-cativas de tipo privado, tanto del país como del exterior. De acuerdo con Luis Miguel Aguilar, (1986); “Vienen de un postgrado en el extranjero para integrarse a las casas de bolsa, ensanchar su fortuna en el negocio de las computadoras, como una demostración de que el subempleo trabajo por hobby es perfectamente detentable”.

Los yupis no se integran al mercado laboral sino al desempleo millonario y no hay nada me-nos adaptado socialmente que la demarcación de sus territorios con todo y veto policíaco. No hay mayor indigencia urbana que esa posibilidad de empezar hoy una singles party en alguna discoteca de lujo, continuarla más tarde en el Magic de Acapulco, dormir en casa de alguien, regresar al día siguiente en avión privado y armar otra fiesta íntima en una discoteca privada de Bosques de Las Lomas. Los espacios urbanos del yupi incluyen California o Houston y Vail, Colorado, haciendo esquina con Vallarta.

La crisis económica, pero sobre todo el modelo de modernización mediante el cual ocupare-mos un lugar entre les países desarrollados, también produce en forma ampliada un tipo de joven en especial situación crítica, según la caracterización de Luis Leñero, cuyos rasgos centrales y diferenciadores de otros segmentos ya referidos, se expresan en los siguientes términos:

a) Tenemos en primer lugar, jóvenes en situación crítica por el hecho de vivir en una civiliza-ción en crisis y/o en decadencia. En este sentido podríamos decir en términos amplios, que la juventud actual está en situación crítica por definición.

b) En segundo lugar, tenemos una afirmación de juventud en situación crítica referida a nuestra población marginada y pobre que, en términos generales, vive en condiciones de subsistencia cotidiana, castigada por la pérdida adquisitiva de los ingresos, y por la proletarización creciente, en las que ningún trabajador recibe lo correspondiente al esfuerzo de su participación productiva.

c) Encontramos un tercer grupo de jóvenes en situación crítica que lo son debido a la des-orientación conductual, en la cual se incluyen desde quienes sufren el abandono y el desinterés de los adultos hasta quienes padecen adicciones perjudiciales a sí mismos y a los suyos, y que son como una bofetada hacia los mismos adultos, que han dado lugar a ello. La desilusión y el desencanto juvenil ante la expectativa frustrada de lo que pueden aportar, así como el aislamiento de la familia, son algunas de las más importantes situaciones críticas de nuestra juventud, y que se manifiestan con la crisis de las relaciones humanas y comunitarias.

d) Un cuarto grupo de jóvenes en situación crítica, lo constituyen aquellos jóvenes identifica-dos como minusválidos (tanto física como mentalmente). No estamos preparados para promover adecuadamente a la juventud minusválida, pues debido a la reducción en la tasa de mortalidad, muchos de los niños que sobreviven a una enfermedad o a la desnutrición grave, lo hacen ya afectados por un daño irreversible y viven en condiciones sumamente difíciles.

Por otra parte, algo que nos llama la atención es que la producción de investigación que se realizaba en el primer quinquenio de la década perdida pone el énfasis de manera exclusiva en el fenómeno de las bandas. En cambio, se carece de estudios donde se profundice en torno a las experiencias estudiantiles que cubrieron un largo periodo de la historia urbana. Tampoco se analiza la experiencia de los grupos guerrilleros, integrados básicamente por jóvenes que pro-venían de centros educativos de nivel medio superior y superior y de barrios urbano populares. Menos aún se detienen los analistas a estudiar la problemática representada por los cientos de jóvenes discapacitados, ni en los jóvenes desempleados y subempleados. La crisis económica, como se indicó en un trabajo colectivo realizado por investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), “no es meramente coyuntural, sino que implica a la formación social en su conjunto, y sus fundamentos se encuentran desde el origen mismo del modelo de desarrollo que genera a la juventud actual”.

En este sentido, la problemática que enfrentan los jóvenes que son producto de la propia crisis, no es posible ni correcto delimitarla exclusivamente a los comportamientos de jóvenes farmacodependientes ni sólo centrarla en las bandas. La crisis económica impactó también a los

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jóvenes que habiéndose incorporado a la educación media superior, propedéutica y terminal, así como de nivel superior, acabaron por ser expulsados del sistema escolar, es decir, recordemos que la eficiencia terminal en las instituciones de nivel superior es de 50% y en las de medio superior alcanza al 68%.

Sin duda, en la expulsión de los jóvenes estudiantes intervienen diferentes factores, según veremos en el capítulo sobre problemática juvenil, empero lo que deseamos dejar claro es que los estudios relativos a la juventud rechazada o expulsada del sistema educativo, son aún insu-ficientes. La crisis igualmente repercutió a nivel de los jóvenes que lograron acceder al mercado laboral, ya sea en las empresas privadas, las instituciones gubernamentales o los servicios y fueron despedidos sin mayor explicación, cancelando con ello la posibilidad de acumular expe-riencia para poder moverse en itinerarios cambiantes del mundo del trabajo y colocándolos en virtual estado de emergencia, por no contar con recursos económicos para atender las propias necesidades y las del grupo familiar de pertenencia. El desempleo y subempleo juvenil no constituyen un caso aislado ni observan un carácter temporal, sino que se requiere estudiarlos para encontrar opciones que eviten su crecimiento. Pero los analistas tampoco han reparado en su conocimiento específico. Insistimos, la experiencia de los jóvenes que debieron tomar las armas como un medio para lograr un mayor número de libertades políticas, inexistentes en esa época, sigue pendiente de análisis y síntesis. No podemos aceptar aquellas “explicaciones” que en su momento se proporcionaron, reduciendo la lucha de los guerrilleros urbanos a un acto de simple desesperación y radicalismo llevado a cabo por “grupos minoritarios”. Los jóvenes que se aventuraron a tomar las armas, jugaron un papel importante en la apertura de procesos democráticos que permitieron, por ejemplo, el reconocimiento legal de los partidos políticos que actuaban en la “ilegalidad”; otra contribución importante tiene que ver con el reconocimiento de los derechos humanos, que va a tomarse en serio hacia mediados de los 90; asimismo, el mo-vimiento por ellos impulsado va a contribuir para que se produzcan importantes modificaciones de los códigos penal y civil.

Se precisa en consecuencia, efectuar análisis del radicalismo que caracterizó la lucha de este sector de la juventud. La crisis impactó también a los jóvenes que debieron emigrar de sus lugares de origen ante la falta de oportunidades de progreso en sus respectivas localidades y sin embargo, tampoco se cuenta con investigaciones sobre la realidad de estos emigrantes que no sólo enfrentan el conflicto de la discriminación en Estados Unidos, sino la del propio rechazo en nuestro país. La crisis repercutió también en los jóvenes que carecen de prestaciones sociales, en los que intentaron suicidarse y en los que padecen alguna discapacidad o minusvalía. Pero en torno a todos ellos no parece existir demasiado interés por conocerlos, como en cambio sí ocurrió a nivel de intelectuales y analistas sociales, quienes se maravillaron con el fenómeno de las bandas y llegaron a expresarse como “fenómenos realmente vivos”, sin preguntarse si ¿los demás actores en los fenómenos sociales no eran entidades vivas?

Así, al margen de las diversas interpretaciones que se realizaron en tomo al fenómeno de las bandas, ya desde una perspectiva culturalista o bien desde el enfoque psicologista; lo que nos interesa destacar es que durante este periodo de amplio auge de la expresividad juvenil que retoma de los jóvenes de los 60 el espíritu impugnador contra el autoritarismo, dejan de ser los niños crecidos o bien los adultos con menos años que éstos para convertirse en protagonistas centrales de una serie de movimientos reformadores, calificados por algunos como contestatarios y que obligan a la sociedad adulta a voltear los ojos hacia ellos.

El protagonismo juvenil durante los sismos del 85

La crisis está teniendo repercusiones importantes en la dinámica de los sectores sociales que se encuentran en condiciones desfavorables frente al proceso de modernización que a toda costa llevan a cabo los dirigentes del país. Ello obliga a la creación de frentes amplios

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entre los sectores populares, desde los cuales se despliegan importantes y crecientes movi-lizaciones que tienen por objetivo la defensa de la economía popular, durante 1983 y 1984 se desarrollan a nivel nacional y local paros cívicos que tuvieron un reducido impacto. Pero ante el endurecimiento de las medidas aplicadas por el régimen, las organizaciones populares optan por continuar resistiendo a la defensiva. Las excepciones estarán representadas por el movimiento ecologista, el de los damnificados por los sismos de 1985 y el estudiantil, que resurge hacia finales de 1986.

En tales momentos el país atraviesa por una fase de convulsionamiento social, cuyas ma-nifestaciones concretas se localizan en el movimiento magisterial protagonizado por la Coordi-nadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE); en el movimiento de trabajadores democráticos que se rigen por el apartado “B” de la Ley General de Educación. El sindicalismo universitario; el movimiento urbano popular, bajo la forma de luchas inquilinarias, organizaciones de colonos, solicitantes de vivienda y diversos servicios; el ecologismo, que se opone a la des-trucción de la naturaleza, pugna por la defensa de los parques y áreas verdes, protesta contra los agentes contaminantes y luchan por la recuperación de los medios naturales de producción y subsistencia; el feminismo y las mujeres colonas, las primeras luchando por la despenalización del aborto y contra la discriminación sexista, en tanto que las segundas, se movilizan por guarderías, desayunadores escolares, tiendas CONASUPO, talleres de salud y nutrición, cooperativas de producción y consumo, así como por su reconocimiento sectorial.

Ocurren también importantes movimientos a nivel municipal en las zonas conurbanas de la ciudad de México, donde la población realiza manifestaciones de protesta contra la imposición de candidatos a las presidencias municipales, denuncias contra alcaldes corruptos, para exigir servicios públicos, etcétera. En términos de los grupos eclesiales de bases, que de hecho desde los 70 vienen participando activamente en numerosos movimientos de los sectores populares, su presencia hacia mediados de los 80 es altamente significativa en la medida que diversos sacer-dotes progresistas vinculan la religiosidad con la resolución de problemas sociales y económicos que aquejan a los sectores populares.

En cuanto a los jóvenes, en varios puntos de la ciudad no sólo continúan proliferando nú-cleos de jóvenes que han sido excluidos del medio laboral, rechazados de la institución escolar y literalmente expulsados de la familia. Los núcleos juveniles siguen rechazando su integración a la sociedad que se ha predeterminado para ellos, las normas imperantes y cualquier autoridad ajena al grupo de pertenencia e identificación. Algunos grupos ubicados en colonias periféricas y del suroeste de la ciudad constituyen el Consejo Popular Juvenil para la resolución de sus pro-blemas y la defensa de sus derechos políticos. Desde los grupos eclesiales de base se estimula también la organización de los jóvenes en figuras asociativas tanto formales como informales, teniendo por objetivo el de promover la autogestividad juvenil.

En otros casos, la organización de los jóvenes se articula con los procesos de pastoral y asistencia social que impulsa la Iglesia Católica y las Iglesias Protestantes. Los partidos políticos, interesados por ampliar su base social, muestran particular interés por el ascenso que está co-brando la organización juvenil autónoma y constituyen sus respectivas seccionales, con el claro propósito de vincularlas. Con los sismos de 1985 en la ciudad de México que tuvieron resonancia nacional e internacional, según nos refiere Leñero: aparece una generación de jóvenes nacidos a finales de la década de los 60 y principios de los 70.

Se trata de una generación que reacciona contra la anterior, es decir, la del 68, a la cual Leñero califica como idealista e ideológica, y lo hará de una manera realista y muy concreta. Son jóvenes que van a pensar en términos de la vida cotidiana. Los estudiantes e intelectuales dejarán de lado la retórica de la generación anterior, mientras que los del sector popular y campesino se convertirán en una población inmigrante que, en la práctica, busca acomodo en la nueva sociedad urbana.

Sin que compartamos totalmente la perspectiva del autor, lo cierto es que los jóvenes enarbolan demandas y promueven proyectos autónomos con un carácter concreto. Ello se va a reflejar de

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hecho en la conformación de organismos juveniles propios, cuyos planteamientos reivindicatorios se dirigen hacia la atención de sus principales problemas económicos (empleo), políticos, como mayor participación en las decisiones sociales (mejor educación), culturales (espacios propios para la libre recreación, la creatividad, etc. El realismo ciertamente caracteriza gran parte de la movilización juvenil, por ello los encontraremos apoyando a los damnificados de los sismos de 1985; organizando “tocadas” en sus respectivos barrios; impulsando proyectos de autoempleo; ayudando a los jóvenes farmacodependientes; efectuando eventos deportivos, en fin, participando en los espacios de su particular cotidianidad.

A nivel de las colonias populares, desprovistas de los servicios más elementales, sin asfal-to, sin agua potable, sin vigilancia, las microciudades, que han organizado los chavos banda, siguen siendo el refugio natural que aloja a poco más de medio millón de jóvenes reunidos en grupos de 20, 30 o 50 para realizar una diversidad de actividades: beber alcohol, consumir drogas, robar ocasionalmente, ejercer libremente el sexo; aunque también se reúnen con el afán de ser y parecer distintos al prototipo de jóvenes que se acuña desde el discurso oficial. La leyenda negra los continúa persiguiendo: son las infames turbas que descienden sobre las zonas burguesas, para violar, matar y rasgar con navajas la producción plástica de pintores como Tamayo o Hockney.

Se consolida esa masa juvenil de las ciudades mexicanas que ha visto varias veces Mad Max, Blade Runner, Escape de Nueva York, Los Guerreros y cientos de videoclips que en su afán por reivindicar el rock de los 70, para convertirlo en vehículo de una particular manera de percibir y vivir el mundo, termina por adulterarlo y justificar la emergencia de corrientes rocke-ras de claro sentido comercial que se proyectan en los medios de comunicación colectiva. Son los encargados de intensificar el barroquismo del caló, pero también de crear otros códigos de comunicación para alejar a los que perciben como intrusos. Los que desertan de la educación media básica sin distinguir ni a los héroes oficiales, ni al presidente en turno, aunque sí a la mayor parte de personajes televisivos. Ante la falta de héroes con los cuales identificarse, crean sus propios héroes: enalteciendo la figura de algún futbolista, boxeador, músico, etc. Mantienen cierta indiferencia hacia la política, a la cual la califican como “una porquería”.

En el marco de proliferación de los chavos banda, también se produce la reemergen-cia del movimiento estudiantil. En dicho resurgimiento tiene especial significación la lucha contra el desastre natural, contra la apatía que se instala en los jóvenes durante el primer quinquenio de los 80 y la corrupción gubernamental que protagonizaron miles de jóvenes capitalinos a raíz de los sismos de 1985, entonces se organizaron espontáneamente brigadas de jóvenes en colonias y escuelas que, en medio de la tragedia, hicieron sentir la fuerza de su presencia organizada, el fruto del trabajo colectivo y tuvieron el control momentáneo de la ciudad de México.

El movimiento estudiantil que resurge hacia mediados de 1986, es preciso entenderlo como parte de la respuesta juvenil ante la crisis. Además, según lo señalamos para el caso de las agrupaciones populares, como un conjunto de esfuerzos orientados a la búsqueda y creación de alternativas frente al desempleo, la inexistencia de espacios de expresión y participación, la entrega al extranjero de la riqueza socialmente generada, la constante agresión policíaca, la imposibilidad o dificultad de acceso y permanencia en el sistema educativo. Tales elementos van a marcar la irrupción de un tipo de jóvenes formados en la acción, la reflexión, la reconquista de la imaginación, sin esperar a que las soluciones vengan por sí mismas, sino aventurándose a buscarlas y tampoco estando dispuestos a aceptar pasivamente las agresiones naturales ni mucho menos las cometidas por la política gubernamental de ese momento.

Con la reemergencia del movimiento estudiantil de 1986, se asiste de alguna manera al desarrollo de un nuevo tipo de rebelión juvenil que tiene, en los estudiantes universitarios y preparatorianos, una voz y un canal que se atreve a decirle al sistema: Basta, con una extraor-dinaria vitalidad, cuidando su fuerza, reconociendo el terreno y disputando desde su espacio un

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proyecto de nación radicalmente distinto, comprometiéndose socialmente con una alternativa de liberación nacional inaplazable.

La búsqueda de la resignificación teórica y social del ámbito juvenil

Hasta poco antes de los 60 y aun en la actualidad de principios del siglo XXI, aunque en me-nor medida, los jóvenes se percibieron como objetos pasivos, conformistas e inexpertos para participar en la toma de decisiones. En esta visión influyeron sobremanera las concepciones predominantes que redujeron a la juventud como una etapa de formación a cuyo término el individuo se incorporaría a la vida adulta, repitiéndose dicho patrón de generación en genera-ción. Sin embargo, es precisamente durante la postguerra, pero sobre todo con la masificación de la educación que la socialización del individuo deja de ser función y dominio exclusivo de los progenitores y de la escuela, para dar lugar al desarrollo de una nueva relación en la cual los jóvenes van a jugar un papel protagónico de primer orden, no sin diversas vicisitudes como las que referimos en la primera parte de este trabajo. La juventud en su acepción más general, deja de ser una simple abstracción homogénea para situarse como actor que busca superar los papeles socialmente asignados en términos de fuerza laboral de reemplazo o fuerza dinámica de un tipo de cambio social que es conducido por los adultos.

Señalamos también que el crecimiento económico de la postguerra, acompañado de fenó-menos de crisis recurrentes, la explosión demográfica, la urbanización acelerada de la población, pero también su rejuvenecimiento generaron las condiciones para la emergencia de amplios sec-tores medios y populares, donde lo juvenil como concepto y práctica social adquieren un sentido, una intencionalidad y significado diferente. Retomemos en esta parte la perspectiva histórica, analizando los principales componentes que intervinieron en la conformación del actor juvenil.

Reconformación del actor juvenil

En Estados Unidos, los jóvenes articulan sus demandas específicas con aquéllas confrontadas a una realidad que les afectó de manera fundamental aunque diferenciada: el movimiento en contra de la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles de los negros, el movimiento chicano. Era un ambiente donde la exaltación de la libertad devino utopía definitoria del comportamiento y ponderó la construcción colectiva: es el planteamiento de la libertad sexual, la “píldora” que exor-ciza atávicos temores en la sexualidad, la búsqueda de opciones colectivas en el terreno afectivo, el compromiso político amenizado por Bob Dylan o Joan Baez, el cuestionamiento a la frivolidad plástica del American way of life, la confrontación cabalística con la droga, o la trascendental alte-ración de las relaciones entre géneros que se inserta y reconstruye en el discurso feminista, pero también incluye la presencia masiva de jóvenes impermeabilizados a la actitud crítica que tornan-do los ojos repiten insulsas canciones al ritmo de los Beach Boys (Valenzuela; 1988).

En este marco, aunado a las condiciones prevalecientes en las décadas que referimos, van a surgir un conjunto de expresiones o manifestaciones socioculturales de los jóvenes de nuestro país que trascenderán el ámbito de lo familiar, lo laboral, hasta irrumpir el campo de lo social.

En la sociedad mexicana el concepto elaborado respecto al joven se vino empleando para referirlo a una fase transitoria del proceso de desarrollo vivenciado por los jóvenes de manera genérica. A partir de las principales expresiones juveniles ocurridas durante los 60, el concepto se delimita tomando como base las actitudes y comportamientos de los sectores medios, inclu-yendo a los estudiantes, así como a los jóvenes pertenecientes a los sectores populares que se benefician con la masificación de la educación media superior y superior. Más adelante, el concepto se vuelve extensivo hacia los jóvenes que habitan en zonas marginadas y, para referirlo con lo ambiguo que ello implica, hacia a todos los que, según De La Madrid; (1986): constituyen la fuerza dinámica que permite avanzar a la sociedad.

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Desde finales de los 50 se genera en el país, aunque todavía en forma embrionaria, una rearticulación político-social de la cual emergen diversos grupos que asumen como propuesta teleológica, proyectos en los que se involucran cambios sociales de tipo radical. Es hasta des-pués del 68 cuando tal rearticulación adquiere significados específicos: en las escuelas de nivel medio superior y superior, se organizan diversos grupos activistas, afiliados a distintas matrices político-ideológicas (trotskistas, guevaristas, maoístas, leninistas, etc., quienes pugnan por llevar a cabo transformaciones de la sociedad que finalmente deriven en la instauración del socialismo.

Los jóvenes ubicados en barrios urbano populares se multiplican entre aquéllos que contraen nupcias a temprana edad y de manera prematura deben incorporarse al mercado laboral (aunque la condición de nupcialidad no sea necesariamente la principal causa para su ingreso al mundo del trabajo, toda vez que en los 60 integrarse antes de cumplir la “mayoría de edad” era algo “natural” e incuestionable), de aquéllos que se integran a la escolaridad formal como mecanismo a través del cual tendrán una súbita movilidad social ascendente, de los que combinan de manera heroica ambas actividades y de los que se encuentran inactivos (desempleados y subempleados).

La emergencia del actor juvenil, con todo y lo polémico que puede resultar la siguiente afir-mación, adquiere significado, cobrando voz y deviniendo en símbolo a partir de los movimientos estudiantiles que se gestan durante los 60. Esto lo decimos considerando que en los barrios ur-bano populares, los jóvenes de la época mencionada pasan por un proceso que denominaremos convencionalmente como adultecimiento prematuro; sus actividades orbitan en lo fundamental, en torno al mundo del trabajo, participando como obreros o empleados en el comercio y los ser-vicios; deambulando por las calles; asociándose informalmente; delinquiendo o convertidos en sujetos privilegiados de la llamada nota roja. A nivel de las zonas rurales, el joven campesino se encuentra literalmente incorporado al mundo de los adultos: trabajando la tierra, emigrando hacia la capital o a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de sobrevivencia. Claro que de las experiencias vivenciadas por jóvenes populares, en un contexto diferente, se irá conformando de manera global el actor juvenil, pero lo que sí queremos enfatizar es que la emergencia del actor juvenil ocurre a partir de los movimientos estudiantiles que se desarrollan entre los 60 y los 70. Este nuevo actor del conglomerado social va a modificar sustancialmente espacios de su mundo social, subjetivo, utópico, de vida cotidiana e irrumpe en campos anteriormente reservados sólo para los adultos a cambio de lo cual sigue recibiendo trato de adolescente y de preciudadano. De las luchas estudiantiles, pero sobre todo de las expresiones contra culturales durante los 70, se van a nutrir las experiencias que presenciaremos a nivel de las bandas juveniles, otorgándole sentidos y significados diferentes, desde luego.

Hacia los años 70, el actor juvenil deviene en nuevo protagonista del escenario nacional, delimitando gran parte de su hacer y sus experiencias por la acción colectiva que ocurre ya no sólo en las escuelas, sino que trasciende otros contextos: los barrios, las colonias, las zonas marginadas. Un considerable número de jóvenes que ha visto frustradas sus iniciativas de cambio social en el espacio de la escuela, se plantea la vinculación con otros actores sociales que para entonces se manifiestan en contra de las políticas desarrollistas implantadas por las autoridades del país (electricistas, telefonistas, campesinos, entre otros). Algunos más son reclutados por organizaciones políticas interesadas en ampliar su base social (principalmente partidos políticos que no cuentan con reconocimiento legal) e incorporados a sus respectivos proyectos con ob-jeto de que impulsen políticas de penetración en fábricas, colonias, ejidos, zonas marginadas y empresas de servicios.

La mayor parte de estos jóvenes que han optado por vincularse con sectores populares, se convierten en auténticos militantes de las organizaciones que los han afiliado. En la práctica política que llevan a cabo con los sectores populares, van a presentarse situaciones como las siguientes: a unos los absorbe la cotidianidad del trabajo, otros se asimilan a la estructura de instancias partidistas y algunos más se “pierden” en relación con los objetivos específicos para los cuales fueron “adoctrinados”. Más tarde, una considerable cantidad de estos “tránsfugas”

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de las organizaciones políticas, o que tuvieron destacada participación en las luchas estudian-tiles, reaparecen en diversos movimientos sindicales, de colonos, campesinos y en el seno de las famosas bandas juveniles. Por su parte, las jóvenes mujeres que se agruparon en torno al feminismo, también reaparecerán en colonias y barrios urbano populares promoviendo diversos proyectos sociales, pero ya desprovistos del contenido feminista con el que inicialmente animaron la organización popular.

Con la repercusión de la crisis, que impacta severamente a los sectores medios y populares hacia la segunda mitad de los 70, cerrándose las expectativas de movilidad y ascenso social, incrementándose la presión hacia una multiplicada incorporación de los miembros del núcleo familiar al mercado laboral y aumentando el desempleo hasta alcanzar la exorbitante cifra de cuatro millones de desempleados, de los cuales la mayoría corresponde a la población en edad de trabajar, regresar a la escuela para seguir fungiendo como estudiante, constituye una posibilidad o cuando menos evita la confrontación inmediata del estudiante con la incertidumbre laboral. En ese contexto de crisis económica, el concepto de joven se amplía notablemente para incluir o incorporar a los jóvenes proletarios y subproletarios que están siendo expulsados de las empresas, por las políticas de ajuste que se han instrumentado, como a los que no consiguen acceder al aparato productivo: aparecen masivamente los chavos banda en el centro del país y los cholos en el noroeste. Surge el joven de las colonias populares y de los barrios marginados con demandas que probablemente hoy percibimos como limitadas, en tanto que su planteamiento implícito y explícito se dirige hacia el rechazo de las normas sociales imperantes, pero que en su momento fueron fundamentales en la incipiente resistencia que llevaron a cabo los jóvenes populares.

Las bandas se organizan como movimiento contracultural de resistencia presentando de-mandas que derivan de la propia realidad vivenciada: desempleo, autoritarismo, persecución y represión policíaca, ausencia de espacios democráticos para la participación, la pobreza, el desencanto afectivo y la ausencia de modelos sólidos de referencia. Es en los barrios urbano populares y marginados donde este sector de la totalidad juvenil construye sus rasgos definitorios mediante los cuales se agrupa y encuentra su particular identidad: organización sustentada en el predominio territorial, utilización del cuerpo y la vestimenta como elementos de identificación, diferenciación, códigos lingüísticos compartidos, búsqueda de espacios de poder y la unidad como recursos de resistencia. Una variante de las bandas, es decir los grupos punks, también logran trascender pero en función de un discurso y una práctica que son contradictorias: asumen una visión crítica de su realidad manifestado en ciertas posiciones antiautoridad, antiguerras, antinuclear; pero junto con ello, asimilan y reproducen un discurso altamente enajenante, que se expresa en el consumo de una pseudocultura compuesta por resabios del nazismo.

Esta serie de ambivalencias en las actitudes y comportamiento, los jóvenes populares, sin embargo, es preciso entenderlas en el marco de un sistema social en crisis, con altos grados de descomposición, vacío y desolado; en el contexto de respuestas que surgen de su aprendizaje cotidiano y de las posibilidades que prefigura su realidad potencial. Con la aparición de los jó-venes populares, en sus distintas vertientes, ya no se está solo ante la presencia de un reclamo juvenil aislado ni mucho menos intransigente, como fue calificado durante los 60 cuando se dijo que los jóvenes participantes en el movimiento estudiantil del 68 eran seres “inmaduros”, “mani-pulados” y “procomunistas”; sino de un reclamo ampliado que se dirige hacia la sociedad en su conjunto para demandarle que satisfaga necesidades insuficientemente atendidas o que se han postergado por privilegiar un modelo de desarrollo concentrador de la riqueza y excluidor de los más necesitados. El joven popular demanda respuestas concretas porque padece y enfrenta necesidades igualmente concretas e inaplazables. Algunos analistas del fenómeno juvenil que toma por objeto de estudio al joven popular analizan las demandas de éste como inmediatistas, contestatarias, fragmentadas, limitadas e inorgánicas. Dicha calificación del reclamo juvenil, con el respeto que nos merece, nos parece que es equivocado porque se pierde de vista la lógica que observa la constitución del sujeto social concreto: por ejemplo, que la conformación de actores

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sociales en la perspectiva del cambio social surge en contextos específicos donde lo reivindicador deviene en eje articulador de sujetos con carencias afines y concretas; en un segundo momen-to, pero como parte del proceso de aprendizaje que desde la práctica permite avanzar hacia la configuración de la conciencia colectiva, se promueve entonces la organización, que puede ser formal o informal, desde un enfoque implícito que favorece la más amplia participación y crea-tividad de sus miembros; en otro momento, aunque condicionado por el nivel de consolidación que viene logrando la organización, avanzan hacia la articulación con otros sectores sociales que observan condiciones similares de opresión y explotación. En ese proceso, que no es lineal sino multilineal y que tampoco se reduce a un solo proceso, es probable que los esfuerzos, las iniciativas y acciones previstas en relación con la posibilidad de acceder al cambio social se desvíen, modifiquen o se frustren; también puede suceder que las demandas se mediaticen y los dirigentes, finalmente sean cooptados, pero ello hasta el momento ha sido inevitable y si no habrá que remitirse al análisis del movimiento sindical que en sus loables esfuerzos por alcanzar la democratización de sus respectivas estructuras organizativas, devinieron en mediatización, en el mejor de los casos, o bien las desarticularon, en su versión más drástica.

En el apartado anterior nos referimos a la genealogía de los jóvenes desde su ubicación sociohistórica. Durante el recorrido efectuado, procuramos destacar los principales elementos que en estricto sentido los van diferenciando de los sectores sociales básicos que configuran a la sociedad mexicana de la postguerra; asimismo, procuramos destacar los principales ele-mentos coadyuvantes en su conformación como un nuevo actor social significante. El énfasis se procuró colocar en la revisión de las expresiones y demandas concretas de una población que fue relegada por los adultos y por la sociedad, justificando dicho comportamiento marginador en la serie de percepciones globalizadoras que se elaboraron respecto al papel que corresponde jugar a los jóvenes en sociedades como la que vivimos. En igual sentido, se intentó recuperar la mayor parte de contribuciones elaboradas desde la especificidad de los jóvenes en relación con los procesos de transformación-ajuste ocurridos en el país y en términos de las experiencias concretas que han obligado a mirar eso que se conoce como el fenómeno juvenil, desde enfoques más integrales que con base en los típicos análisis parciales llevados a cabo por las diversas escuelas de pensamiento dedicadas al estudio del sujeto juvenil.

A través de la revisión efectuada encontramos, además, una cantidad considerable de posi-ciones, en algunos casos contradictorias y en otras complementarias acerca del fenómeno juvenil, destacando cuatro enfoques teóricos analíticos: el psicológico, el antropológico, el biológico (o genético) y el sociológico. Y dentro de estos enfoques, una diversidad de corrientes entre las que se encuentran la psicogenética, la teoría de la imitación, la teoría de las subculturas, el conflicto cultural la delincuencia situacional, la teoría psicopática, la delincuencia neurótica y la del etiquetamiento. Sin embargo, lo que menos encontramos son estudios multidisciplinarios e integrales a través de los cuales sea posible ya no digamos caracterizar, sino por lo menos explicar el origen, funcionamiento, composición y necesidades concretas de los jóvenes en condiciones sociohistóricas específicas.

Enfoques clásicos del fenómeno juvenil

En los enfoques teórico analíticos existentes, se nos ha dado cuenta, de acuerdo con cada disciplina científica, de las principales características que rigen o están presentes en el proceso de desarrollo que observan los jóvenes en su devenir como adultos. De igual forma, se propor-cionan múltiples “evidencias” explicatorias respecto de tal o cual comportamiento desviante en relación con las reglas socialmente establecidas. En términos de su percepción sobre lo juvenil, tenemos que desde el punto de vista biológico, la juventud se percibe como un soporte de la continuación de la especie humana en sociedad y en el mundo. Para la psicología, el periodo de la adolescencia (a la cual difícilmente admite como juventud) representa una etapa en la vida

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individual caracterizada por la aparición de los procesos formativos de la personalidad. La an-tropología considera a la juventud como un estado intermedio entre la infancia y la adultez, cuyo fin y principio es marcado por un mecanismo de ascensión social llamado rito de paso. Mientras que para la sociología, la juventud debe dejar de entenderse como una simple abstracción ho-mogénea, para asumirla como una categoría social. Es decir, a causa del papel que se le asigna, no puede ser vista por su potencialidad de reproducción en el trabajo, o como simple fuerza latente de cambio social, toda vez que por esas razones, la juventud ocupa (o se le confiere) un estatus incompleto respecto al de los adultos, que se fundamenta en la fuerza por no tener acceso al poder, o en el saber, al no poseer el conocimiento.

En cuanto a los comportamientos y las actitudes atípicas desviadas, anormales, rebeldes, críticas, transgresoras, que en diversos periodos han asumido los jóvenes de determinado estrato socioeconómico y/o por segmentos, es decir, por subconjuntos diferenciados del propio conjunto juvenil, en las ciencias sociales se vienen explicando a partir de los planteamientos que provienen de científicos norteamericanos y europeos. En tanto que nuestros analistas siguen asumiendo dichos enfoques de manera acrítica y aplicándolos mecánicamente sin considerar las caracte-rísticas de la realidad social mexicana y la propia especificidad de los jóvenes.

El pandillerismo o la delincuencia juvenil (en algunas de sus manifestaciones, y por referimos sólo a una vertiente de la problemática global en la que se encuentran inmersos los jóvenes, es reducido a factores biológicos y sociopsicológicos, teniendo un peso predominante lo biológico-psicológico. Así tenemos que, desde el enfoque del conductismo, el pandillerismo en tanto compor-tamiento “desviado” es aprendido por la interacción entre personas en un proceso de comunicación verbal y gestual. En la perspectiva de las subculturas, se culpabiliza a los jóvenes por no incorpo-rarse al consumismo que promueve la industrialización. La corriente del delincuente situacional considera que el joven suele transgredir la normatividad social a partir de una decisión personal consciente, de acuerdo con su experiencia personal-social de conflicto, es decir, escoge ser un trasgresor, así como otros que optan por ser médicos, carpinteros, etc. Para los representantes del conflicto cultural, los orígenes de la delincuencia se encuentran en los conflictos subculturales entre subgrupos constituyentes de sociedades altamente diferenciadas. Lo que en otros términos quiere decir que, las sociedades modernas están compuestas por una multitud de subculturas, cada una de las cuales tiene su propia definición de conducta legal que funciona eficientemente para cada una de ellas en particular. La delincuencia entonces surge porque algunos subgrupos son más poderosos que otros e imponen sus patrones de conducta y sus códigos legales a los demás grupos menos poderosos. En la perspectiva psicopática, sustentada en el la tesis freudiana de que los hombres tienen fundamentalmente instintos antisociales reprimidos por el superyó, el sujeto trasgresor es un hombre carente de superyó, e insuficientemente socializado, es decir, nos encontramos ante sujetos gobernados por sus impulsos (el “id”), en cuya satisfacción encuentran placer. A nivel de los representantes de que se conoce como la delincuencia neurótica, plantean que los individuos anormales pertenecen a los sectores medios cuyas familias presentan síntomas de neurosis y tensión, por lo cual el joven neurótico, cuya actividad transgresora es una manera de expresar su conflicto no resuelto y dar salida a su ansiedad.

En esta apretada síntesis que ofrecemos, es evidente que sólo se toman en cuenta las perspectivas relacionadas con la problemática de la delincuencia cuya expresión más nítida se centra en los jóvenes que por diversos motivos han incurrido en transgresiones sancionadas en la normatividad social. Pudiera en consecuencia resultar poco válida y cuestionarse que los enfoques descritos se refieren sólo a planteamientos elaborados para explicar actitudes y com-portamientos de tipo criminal, y que no necesariamente son aplicables para explicar otra clase de desadaptaciones ni mucho menos los procesos de cambio que experimenta la juventud en su conjunto. Sin embargo en la experiencia particular de la sociedad mexicana, cuando aparecen los llamados comportamientos desviantes, diversos analistas e intelectuales locales, se apoya-ron en esta clase de perspectivas para cuestionar, por un lado e intentar explicar por otra parte

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algunos comportamientos expuestos por los pachucos, los rebeldes sin causa, los hippies, los guerrilleros, los farmacodependientes, los chavos banda, es decir, se emplearon como justifica-dores de la estigmatización aplicada a todos aquéllos que, según dichos enfoques, se desviaban de las normas sociales. Además, no hay que olvidar que estos jóvenes, fueron reiteradamente señalados bajo la etiqueta de “delincuentes”.

Por otra parte, en términos de los análisis efectuados respecto al desarrollo y las características centrales que marcan el denominado proceso de transición hacia la edad adulta, los conocimientos generados por las ciencias sociales son similares a las proposiciones que antes presentamos a propósito de la delincuencia. Para empezar, el psicoanálisis proporciona importantes aportes acerca de los procesos psicoevolutivos presentes durante la adolescencia; empero, los estudios realizados por los seguidores de Freud, tienen la limitante de fundamentar sus principales tesis en contextos analíticos muy cortos y las investigaciones clínicas ofrecen datos sin duda interesantes pero que no trascienden en forma significativa, con las excepciones correspondientes, como es el caso de Françoise Dolto, por ejemplo.

Ahora bien, en la perspectiva psicoanalítica encontramos otra limitante y es la de que sus postulados se pretenden aplicar a todo tipo de sociedad, o bien a toda clase de sector social. Lo que soslaya la perspectiva del psicoanálisis es que gran parte de sus investigaciones y explicaciones sobre el desarrollo de la personalidad, es decir, la anormalidad en los procesos mentales individuales y su repercusión en la conducta social fueron reflejo o manifestaciones de condiciones de producción imperantes en la época y de un determinado proceso de desarrollo. El psicoanálisis en ese sentido tendría que revisar sus principales tesis, adecuándolas a la serie de cambios que están ocurriendo a nivel mundial y a los contextos específicos en los que se inscriben los procesos constitutivos de la personalidad.

Esta universalidad de los procesos constitutivos en términos del desarrollo de la personalidad serán puestos en duda por la escuela antropológica que representa Margaret Mead, así como Ruth Benedict, y otro bloque de antropólogos relativistas, cuando establecen que cada cultura influye en sus miembros para seguir un tipo de comportamiento determinado que resulte acorde con las reglas implícitas en el denominado “patrón cultural” convenido socialmente.

La escuela antropológica ha cuestionado sobremanera los conceptos universales que se han generado en tomo de la adolescencia, fundamentando sus interpelaciones en investigaciones sobre las ceremonias puberales que realizaron entre grupos humanos del África Central. En cuanto a otras perspectivas, es de señalar que no hace mucho se mantuvo la visión de la juventud como etapa biológica en la vida individual, la cual también se redujo a simples abstracciones teóricas que resaltaron su ausencia de participación social, y en consecuencia su reconocimiento, provocado principalmente por su comparación entre la edad de los adultos y de los jóvenes, y que en dicha comparación los jóvenes ocuparon un lugar secundario en el entramado social. Difícilmente se admitía la idea de los jóvenes como un sector social distintivo, con manifestaciones, presiones y prácticas sociales propias. Antes al contrario, frecuentemente se les estigmatizó, según cons-tatamos en los periodos evolutivos presentados en la sección precedente.

Relectura integral del fenómeno juvenil

Al realizar el análisis desde una perspectiva integral, en la cual se consideran sin duda algunos planteamientos proporcionados por las diversas escuelas teóricas, lo primero que deseamos destacar, coincidiendo con Rocheblave, es que lo juvenil necesitamos aprender a reconocerlo como un fenómeno, al interior del cual se van a encontrar reacciones, formas propias de defensa contra el estado de indiferenciación a que han sido reducidos y en contra de la posición ambigua y “marginal”. Aprender a reconocerlo como un hecho que está directamente relacionado con el aumento creciente de los jóvenes en nuestra sociedad, a saber 23.3%, es decir casi la tercera parte de la población total del país. En este sentido, lo juvenil es preciso abordarlo como un con-

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cepto íntimamente vinculado al desarrollo de la vida moderna, lo cual no supone que en otras épocas, éstos no existieran en tanto categoría poblacional. En el mismo orden de ideas, para poder avanzar mejor en la comprensión del fenómeno juvenil, necesitamos dejar de percibirlo como fase intermedia entre la niñez y el periodo adulto; superar los típicos criterios demográ-ficos que lo sitúan sólo en un rango determinado de edad, ocupando un espacio geográfico y cuya especial labor es la de fungir como eslabón natural de la especie humana.

Es igualmente necesario revisar y superar la caracterización que durante décadas per-meó a la sociedad en términos de concebir lo juvenil sólo como una fase de preparación (o formación, se diría después), puesto que, no obstante persistir en dicha idea, la preparación es una etapa típica del proceso de desarrollo de los jóvenes, sólo que está respondiendo a otras motivaciones y ya no depende exclusivamente de las instituciones sociales a quienes se encomienda tal función (la familia y la escuela). De acuerdo con la revisión de la evolu-ción juvenil, podemos anticipar la hipótesis de que la formación se encuentra estrechamente ligada a otra serie diferenciada de unidades sociales estructuralmente inciertas, en planos de la realidad social donde los jóvenes encuentran severas limitaciones de reconocimiento, bajo argumentos como el de la inexperiencia en tanto miembro de la sociedad. Ello entonces está implicando que se prolongue la fase o el periodo juvenil y que se organicen institucio-nes cuya función básica es la de amoldar y educar a los futuros ciudadanos. De ahí que el Estado haya creado una diversidad de modalidades educativas de carácter propedéuticas y terminales para preparar a los jóvenes mientras se incorporan al mercado laboral. En términos de la familia, la dimensión formativa se traduce en lograr que se tengan “buenos hijos”; para las empresas, que sean “buenos trabajadores” y, para las organizaciones religiosas, que se convierta en “buen cristiano”.

Cuando retomamos la evolución juvenil en los últimos 40 años, se constata que la situación ha cambiado de manera considerable. Con sus respectivos matices, observamos un proceso tal vez discontinuo pero no por ello menos significativo de subversión de los hijos contra las formas de vida, los pensamientos y los prejuicios anticuados que permearon durante décadas la percepción y práctica de los jóvenes, es decir, de oposición abierta hacia la idea de formación imperante y distribuida en las instituciones referidas.

Es claro que la expectativas de los jóvenes por alcanzar una mayor movilidad social ascen-dente se siguen depositando en la escolarización prolongada; que los anhelos por acceder a la emancipación económica, se siguen centrando en la idea de incorporarse al mercado laboral y que la internalización de los valores transmitidos desde el núcleo familiar coadyuvarán a forjar al buen ciudadano y ejemplar hijo. Sin embargo, esa es sólo una lectura que encubre lo que está sucediendo en la práctica concreta del fenómeno juvenil. Las evidencias aportadas en la primera parte, nos revelan amplias y diversificadas modalidades de oposición juvenil en contra de las estructuras, los procesos de preparación y formas de vida de la sociedad, en particular de la adulta: ya sea que las manifestaciones de oposición hayan provenido de los pachucos, los rebeldes sin causa, los universitarios del 68, del 71 y del 86, o de otros actores relevantes, lo cierto es que el joven de nuestros tiempos ha dejado de creer que la escuela, la familia y la religión son las principales instancias de las cuales obtiene elementos básicos para poder incidir en la sociedad. También nos revela que la formación ha dejado de ser territorio exclusivo de estas instituciones para convertirse en un proceso mediado por distintas unidades y agentes sociales con quienes interactúan los jóvenes. El rechazo hacia la escuela, cuyos signos más notables son los elevados índices de deserción y reprobación; la creciente multiplicación del llamado sector informal de la economía, hacia el cual concurren numerosos jóvenes “inexpertos”, la adopción de toda clase de héroes transitorios, la baja participación en los procesos electorales y la cada vez menor concurrencia hacia los templos y otros más son claros indicios del desarrollo de una brecha (o lucha) generacional que se ha instalado desde hace 40 años. Pero, ¿a qué se debe la confrontación entre jóvenes y adultos?

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Lo juvenil como ruptura generacional creadora

El movimiento de las generaciones ha sido objeto de estudio y análisis por parte de varios científicos sociales, (Dilthey, Comte, Marías, Jansen, Mendel y otros). Con sus respectivas va-riaciones, estos analistas coinciden al señalar tres aspectos importantes para la existencia de una generación: “Una cierta dimensión temporal, un determinado contexto histórico y un estilo de vida” (Jansen; 1977). Continuando con la misma idea, los miembros de una generación viven al mismo tiempo y se relacionan, distinguiéndose de otra por el rasgo específico de la edad; la dimensión espacial de la generación está determinada por el sitio y las circunstancias que la ro-dean (contexto histórico) y, los miembros de cada generación observan al mundo con su propia visión, mas ésta no es estática, toda vez que los individuos tienen diferentes significaciones e interpretaciones del mundo.

Trasladando esta aproximación a las diversas manifestaciones que se identifican en los llamados “pachucos”, pasando por los estudiantes del 68 hasta los propios chavos banda, han elaborado visiones particulares y dinámicas del mundo, en contextos sociohistóricos específicos entrando en conflicto con comportamientos colectivos de diferente edad y en circunstancias de cambio también específicas. Este conjunto de protagonistas se convierte entonces en una especie de reordenadores de lo juvenil, pero también de lo social, en la medida que resignifican estruc-turas y modos de vida, en creadores de espacios propios y de comportamientos diferenciados. Claro que dicha resignificación presupone que sean tratados en términos marginales y que se abra una pugna con quienes no comparten su visión del mundo.

Al ser tratados en términos marginales, se desarrolla una tendencia natural por agruparse con los iguales, a fin de constituir una especie de frentes comunes para contener los embates (estigmatización, estereotipación, segregación) de los grupos, organismos e instituciones crea-das desde la sociedad adulta. La forma que adquiere la organización juvenil es diversa y está en función del contexto en el cual emerge. Así, podemos encontrar desde formas asociativas de carácter informal, cuyo objetivo es limitado, hasta aquéllas cuyos propósitos se dirigen al logro de cambios estructurales más amplios, en articulación sin duda con otras fuerzas sociales que registran similares condiciones de opresión. Al producirse la organización juvenil, en sus diversas modalidades, se aviva la tensión intergeneracional en la medida que los jóvenes han dejado de responder a los patrones socialmente establecidos, pero muy en particular a las modalidades de agrupación previstas por los adultos (sociedades de alumnos, clubes deportivos, etc. Pero también, algo crucial que ocurre con la dinamización de lo organizativo, es que los jóvenes establecen nuevos mecanismos de relación y participación, en los que tiene poca cabida el autoritarismo.

Señalamos anteriormente que para Mendel, la juventud es una especie de clase ideológi-ca antiautoritaria, cuyas raíces se localizan en la identificación del niño con el padre y con la ideología inherente al discurso del poder. Otro autor, desde una perspectiva diferente, sitúa la rebeldía juvenil contra la familia como “una poderosa fuerza emanada desde el inconsciente: la rivalidad del hijo con su padre del mismo sexo”. No obstante, y más allá de los enfoques centrados exclusivamente en el campo de la psique, creemos que la ruptura juvenil anticipa el desarrollo de nuevas formas de relación, que pasan por el ámbito de la familia, la escuela, la religión, la empresa, y se inscriben en la construcción de una nueva forma de cultura, cuyo estilo conlleva la ruptura de los patrones culturales existentes. La rebelión, que optamos mejor por conceptuar como subversión juvenil de la cotidianidad, se constituye en un medio para la creación, obtención e intercambio de nuevos valores y concepciones propias de la cultura.

Ahora bien, es claro que en la revisión histórica ofrecida, y en la cual presentamos una diversidad de manifestaciones protagonizadas por jóvenes de diferentes generaciones que trascendieron lo cultural para situarse en lo político, no lograron consolidar una concepción que permeara a la totalidad del sector juvenil; es igualmente cierto que la concepción de la juventud experimentó múltiples modificaciones, sobre todo cuando los comportamientos propiamente

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juveniles se institucionalizaron, y la búsqueda de una nueva cultura terminó por confinarse en la oscuridad. Pero lo innegable, en los periodos analizados, es que las experiencias juveniles, vivenciadas en las respectivas generaciones, se convirtieron en serios cuestionamientos de las estructuras y de los grupos de poder no sólo a nivel del país sino del mundo. Tampoco se puede negar el enorme potencial de cambio que lograron introducir los jóvenes en una sociedad que solamente los ha concebido en términos de objetos socializantes, reproductores de la especie humana y fuerza de reemplazo del aparato productivo.

Los legados o consecuencias de las manifestaciones concretas de los jóvenes protagonistas de las últimas cuatro décadas, lograron (y logran) trascender el ámbito de lo familiar. Se estructuran y consolidan como auténticos movimientos juveniles (estudiantiles, políticos, culturales, etc., según lo refiere Gómez Jara) que avanzan en contra del autoritarismo imperante, representado en el contexto familiar por la no identificación del hijo con los típicos modelos de identidad-autoridad; en el plano escolar y laboral porque el joven se encuentra en situación de total carencia de poder en el aula y en el centro de trabajo; en el plano social por la carencia de espacios propios y el encasillamiento social de que son objeto. Frente a ello, los jóvenes con plena conciencia de su autoridad social y en respuesta a las condiciones estructurales de crisis por las que atraviesa la sociedad mexicana desde los 70, deciden labrar su destino, con base en sus propios esfuerzos, aunque se equivoquen. Asumen diversos tipos de conductas opcionales o alternas con significa-ciones propias, desde luego contrarias a las expectativas de vida impuestas por la sociedad, por los adultos, recreando además imágenes y prácticas que provienen desde lo juvenil, rechazando todo aquello que viene impuesto como sistema de comportamiento.

Por último, hasta el momento, la concepción que predomina en torno a los comportamientos de los jóvenes, desde luego de aquéllos que se han “desviado” de la normatividad, establece que la conducta juvenil, por su inexperiencia, se caracteriza por su poca creatividad. Sin embargo, en la revisión que ofrecimos, existen amplias evidencias que revierten tal aseveración. Sin ánimo de abundar en este punto, baste con señalar la producción literaria, musical, cultural, que se aportó entre finales de los 60 y mediados de los 80. O bien, habrá que remitirse a los múltiples proyectos de ocupación y autoempleo que proliferaron en los 80 ante la falta de fuentes laborales fijas y remuneradoras. Aunque igualmente podríamos remitir las experiencias de apoyo y solidaridad que se volcaron en ayuda de la población damnificada durante los sismos de septiembre del 85.

Búsqueda de nuevos modelos de identidad

Las demandas que lanzan desde su propio contexto los chavos banda, que llegaron a ser mitifi-cadas por algunos analistas y cuestionadas por otros, es preciso analizarlas, para luego poder ex-plicarlas, no desde su sentido estrictamente semántico ni sólo en términos de la problemática que expresan. A nuestro modo de ver, y parafraseando a Roberto Merlo, las demandas de los chavos banda por sí mismas no son la realidad ni tampoco constituyen el problema básico de estudio. En un mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir, lo que existe siempre está relacionado. No podemos simplemente referimos al actor juvenil (ya en su expresión estudiantil, proletaria, campesina, popular) si desconocemos el mundo adulto con el que interactúa y viceversa.

A menudo, continuando con Merlo, no existe un problema juvenil, es decir, un problema circunscrito al chavo banda, sino un problema de la sociedad y de los adultos (los empleadores, los educadores y los padres de familia); un conflicto de relación entre los sujetos centrales de ésta que se manifiesta a través de aquel punto del sistema al que denominamos joven (pachuco, rebelde sin causa, hippie, guerrillero, chavo banda, delincuente, por ejemplo). En las demandas del actor juvenil, entonces, cuando las analizamos desde su contenido y no sólo en términos de la forma, lo que vamos a encontrar son manifestaciones de conflictos sin resolver.

Para empezar, qué significado puede tener la frase: “cuando no hay futuro cómo puede haber pecado”. Desde una perspectiva limitada, el enunciado connota una simple verbalización contra el

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sistema. Sin embargo, al analizarla en relación con la sociedad y el contexto específico donde se produce, dicha frase puede adquirir diversos significados. Uno de ellos, “cuando no hay futuro”, nos remite al hecho de lo que alguna vez fueron las identificaciones totalizadoras (esforzarse para progresar, ser alguien, etc.) que llenaron las existencias pero que sin embargo ya no se creen posibles y por ello se formula la incertidumbre respecto del futuro. Otro significado posible es el del desencanto frente a las grandes propuestas que desde la sociedad se ofrecen para que el joven elija la que mejor corresponda con sus afanes de progreso. Pero dichas propuestas, ante el largo y sinuoso camino que el joven debe recorrer para alcanzarlas, son simplemente inalcanzables, reservadas para sectores minoritarios, luego entonces no todos alcanzan la meta con lo cual se produce desencanto, pero también en búsqueda de nuevos modelos de identidad. Y a propósito de la identidad, según indicamos en el recorrido histórico, el modelo de referencia que durante décadas se ofreció al joven para que lograra constituirse en entidad autónoma, viene experimen-tando múltiples fragmentaciones, por lo cual se experimenta confusión y necesidad por encontrar respuestas que conlleven a la construcción de la propia identidad, tomando de donde se pueda partes aisladas que ya no se encuentran únicamente en la familia sino con los pares, es decir, con los iguales: los amigos de la esquina, de la calle, del barrio, del comité activista, de la comuna, del hoyo funky, de la pandilla, de la banda). Las posiciones neomoralizantes y pseudocientíficas, perciben “el ligue”, “el agasajo”, “el apañe”, “el viaje”, “la bronca” y otras más, simples transgre-siones súbitas, consignas contestatarias e inorgánicas del acontecer juvenil. Difícilmente logran entender estos modos de interacción como ocasiones para vivenciar la identidad en construcción. Otro posible significado de la frase que nos sirve de base para las reflexiones anotadas, “cuando no hay futuro...”, la podemos relacionar con aquello que Merlo denomina la inconsistencia de los estatus sociales. “Hoy, cuenta el que sabe cambiar de trabajo, el que, no obstante la crisis sabe, cambiando de empleo, encontrar ocupaciones determinadas, al menos definidas por un tiempo. Hoy uno estudia, pero después la profesión que va .a ejercer, muchas veces, no tiene nada que ver con los estudios realizados. Esto conlleva una dificultad de identificación del ser social que a menudo desorienta a los sujetos”. Por diversos estudios efectuados sobre los chavos banda, sabemos que un número considerable de ellos debieron interrumpir sus estudios de nivel medio básico y medio superior, porque los contenidos de la educación recibida no sólo guardan poca relación con su especificidad juvenil sino que tampoco mantienen correspondencia con las ocupaciones semicalificadas y calificadas que realizan, cuando eventualmente se incorporan al mundo del trabajo. En consecuencia, una de sus opciones apunta hacia la incorporación en el denominado sector informal donde en principio no se requiere credencial, se encuentran ocupa-ciones determinadas y se puede cambiar de actividad. Entonces, ¿para qué estudiar?

“Cuando no hay futuro, cómo puede haber pecado”. Revisemos ahora la segunda parte de la frase: “cómo puede haber pecado”, continuando con las reflexiones realizadas por Merlo: Hoy cualquier joven puede volverse un desadaptado (pecador, delincuente, drogadicto) es decir, en un trasgresor del orden social. La posibilidad de convertirse en desadaptado se fundamenta en el contenido de la primera parte del enunciado, la ausencia de futuro.

Por otra parte, es necesario destacar que los chavos banda, en contrario a la percepción mar-ginalista que circuló durante varios años, no se encuentran al margen del sistema, sino formando parte de éste, padeciendo los embates de la crisis (y de los adultos), asumiendo comportamientos que en cierta medida constituyen un modo particular de vida bajo condiciones adversas. Durante los primeros años de los 80, recordemos que la sociedad mexicana proviene de una prolongada experiencia de violencia instrumentada desde el mismo Estado, los jóvenes que se agrupan en torno a las bandas reciben violencia del exterior, desde la propia sociedad, pero dicha violencia, curiosamente, se habrá de revertir hacia sus principales generadores, es decir, la sociedad y el Estado, mediante dos formas: hacia el exterior (enfrentamientos entre bandas, robos, violaciones y homicidios) e igualmente hacia el propio joven (farmacodependencia, en su expresión más descarnada). Esto ocasionará que se estereotipe a los chavos banda, igual que ocurrió con los

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“greñudos y barbudos” de los 70, presentándolos como sujetos peligrosos (lo cual los descalifica en tanto sector del actor juvenil), debido a su comportamiento impugnador o inconforme. Se les etiqueta por su imagen, empero se omiten los factores que originaron su nacimiento.

El papel de las instituciones de educación superior en la promoción de valores de identidad ética y social en los jóvenes

En el pleno de todas las expresiones sociales y sus complejidades, en el último cuarto del siglo XX hubo extraordinarios avances en la tecnología electrónica, particularmente en computadoras y en comunicaciones manifestadas universal y palpablemente en todo el mundo en las computadoras personales, a través de la Internet y en los teléfonos celulares. Estos avances han sido tan rápidos y cambiantes que aun desde una perspectiva estrictamente espiritual podrían llamarse milagro-sos. Simultáneamente con este milagro tecnológico ha habido una acogida global a los valores y principios de la democracia y a las economías capitalistas de mercado y del libre comercio. Juntos estos cambios y avances simultáneos comúnmente se llaman globalización y justamente en la década de los 90 se empieza a asentar en México el fenómeno del paradigma económico, en términos de paradigma único y se empieza a desplazar el pensamiento de identidad nacionalista a un pensamiento global. La globalización es el resultado de factores económicos, que hoy más que nunca determinan las decisiones políticas, jurídicas y bioéticas; sin embargo a menudo juegan un papel en detrimento de los intereses de las personas y por ende de sus grupos sociales. La confluencia de todos estos factores a nivel mundial, si bien puede representar una inercia econó-mica en la que el mundo esta insertada en la actualidad y de la que difícilmente podemos ignorar, también es cierto que las universidades deben esforzarse por analizar y sintetizar los factores que están siendo subyacentes a tales decisiones, cuestiones que estarían presentes en ese interés de conocimiento de una comprensión plena de actos éticos, morales y dignos de la persona humana, en la búsqueda de una humanidad para con otra humanidad, pero sin duda comienzan a introducir otra gama de problemáticas, de pertenencia y identidad.

Por ello las universidades tienen como finalidad formar hombres y mujeres en las diferentes disciplinas profesionales, tratando de mostrar el profundo vínculo entre la ciencia y el interés de conocimiento, que brinden respuestas ante las grandes problemáticas que tienen los jóvenes, de autoestima, de identidad y pertenencia social. En este sentido no hay que olvidar que una educación auténtica debe presentar una visión completa y trascendente de la persona humana y educar la conciencia de las personas, vinculando la enseñanza de profesiones, con los valores y dignidad que conlleva su articulación en el Currículum Universitario, es decir desde la base de una filosofía de la educaciòn, una ética y moral, diferenciada, pero con infinitas conjugaciones, como la bioética y la teología, la filología y la historicidad de los textos y contextos sociales y un modelo educativo que forme la personalidad humana, puntualizando la confirmación de la formación de la conciencia, ante la ciencia y ante la vida.

Sobre todo, tenemos la conciencia de que México es un país de jóvenes. Según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO), en México viven más de 25 millones de jóvenes de entre 12 y 24 años. Cada año se incorporan cerca de dos millones de jóvenes al padrón electoral como nuevos votantes al cumplir los 18 años y 11.2 millones de jóvenes en México ya forman parte de la población económicamente activa; por lo que este sector demográfico tiene una enorme presencia en el país. El poder de acción y la capacidad de cambiar el país que tienen en este momento, los jóvenes de México; es de tal magnitud que es urgente que tomemos conciencia de ello y que cultivemos el potencial de los jóvenes en beneficio de nuestra sociedad. Necesita-mos ofrecer a los futuros líderes mexicanos, la formación humana y académica que les permita enfrentar las exigencias de un mundo cada vez más integrado y competitivo.

No obstante, la exigencia de tales elementos de cambio, requieren confrontarse con la moral pública, la cual exige luchar contra el corporativismo y el gremialismo excluyentes. Los gremios

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a veces no sólo luchan por obtener servicios o prestaciones, sino por impedir que otros los ten-gan. Dicha lógica gremialista llega a ser muy excluyente; por ejemplo, en la educación superior para que no aumente la competencia, persiste el miedo de enseñar lo que saben. El cual es disimulado, pero incita a una política excluyente que no únicamente reproduce una sociedad construida con grandes exclusiones sino que apoya las nuevas políticas al respecto. Apoya al elitismo en nombre de la lucha contra el populismo. También apoya la exclusión en nombre de la lucha por un saber de excelencia para pocos y con pocos. La lucha contra el populismo excluyente tradicional, neoclásico, neoliberal, es esencial por la democracia: La confrontación contra el elitismo en la educación es esencial por los valores éticos, políticos y científicos de la democracia (González Casanova, 1997). Es decir, la lógica de las universidades es una lógica articulada de gremios y corporaciones elitistas que psicológicamente se enfrentan a los excluidos. Así, los mejor educados pueden convertirse en una clase cerrada en sí misma, sin una tarea educativa proporcionada a su formación. Se hacen ineficaces. Los menos educados se encuentran con una tradición que está más allá de sus medios. Ellos no pueden mantenerla.

Sabemos que la promoción y adopción de valores es una tarea difícil y que los resultados posiblemente no los veamos en el corto plazo. Pero también estamos convencidos de que éste es el mejor momento para iniciar la construcción de nuevas reglas de convivencia social que nos permitan convertirnos en una sociedad más exitosa, dentro de un contexto global que presenta exigencias y retos para todos, es menester ocuparnos de una enseñanza educativa y empezar a dejar la enseñanza cognitiva, empezar a gestar una reforma del pensamiento.

Las universidades e instituciones de educación superior no solamente son lugares en don-de se producen y transmiten conocimientos; son organizaciones del conocimiento en donde la convivencia entre estudiantes, el ejemplo de los profesores, la forma en que se organiza admi-nistrativamente la institución, la manera en que están diseñados sus mecanismos de evaluación, de cumplimiento de las normas y de sus valores son parte fundamental de la formación social y humana del estudiante y de quienes colaboran en la institución.

Principalmente, los estudiantes acuden a las universidades para obtener una serie de cono-cimientos e instrumentos intelectuales y técnicas prácticas que les servirán para desarrollarse en el ámbito profesional. La convivencia cotidiana con otros estudiantes y con los profesores; así como la interacción con una serie de normas académicas y administrativas, además de los valores propios de la institución, hacen que el proceso de aprendizaje incluya, además de los conocimientos académicos, principios de convivencia social, de relación con la autoridad y de participación en las decisiones que contribuyen a formar la personalidad de los estudiantes.

El aprendizaje en las universidades en este sentido, es una experiencia intelectual y profe-sional, pero también personal, social y ética. La práctica cotidiana de valores éticos y de integri-dad es esencial para que las universidades cumplan con su función educativa y de formación humana. Los procesos de integración de conocimiento en una organización puede ser definida como la adopción, por parte de todos sus miembros, de principios éticos y de honestidad, bajo el elemento clave de la constancia, para que estos principios se mantengan día con día en todas las decisiones de la institución. La integridad seguida así en las universidades mexicanas tiene que ver con valores múltiples, pero también con acciones específicas. La identidad observada en lo ético es al mismo tiempo un valor y una práctica cotidiana. No se trata solamente de conocer y entender en qué consisten los valores; se trata principalmente de aplicarlos en todos los procesos de la experiencia educativa de la vida universitaria y del desarrollo profesional. Durante el tiempo que pasa un estudiante en la universidad, los valores y las reglas de la institución influyen en mayor o menor medida en su personalidad. El estudiante está expuesto a un ambiente social y a una serie de reglas escritas y no escritas (la “cultura” de la institución), bajo los cuales va a interactuar con otros estudiantes y profesores.

Esos códigos al formar parte de una comunidad compartida se significan en una cultura de constitución axiológica, van a contribuir a que el estudiante construya un esquema de prioridades

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en el que se establezcan nociones acerca de lo que es sustancial y aquello que no lo es; entre lo que le parece benéfico y deseable y lo que es dañino e inconveniente; entre sí es mejor ser egoísta o sentir esa revivencialización necesaria para tener esa empatía con los demás seres humanos.

Las universidades que mantienen reglas y valores orientados por criterios de conocimiento humano integrado y una posición ética, generalmente obtienen mejores resultados académicos y crean un ambiente en el que alumnos y profesores están satisfechos de pertenecer a ellas, lo que les permite además conservar y reclutar a los mejores catedráticos y estudiantes, elevando su prestigio frente a la sociedad. Las universidades son espacios sociales de formación personal, profesional, intelectual y ética para quienes las integran. Para que puedan cumplir adecuadamente con su misión, estudiantes, profesores, directivos y todos los que conforman una universidad deben asumir su responsabilidad individual como parte de un proyecto de formación integral de personas. Para ello, es necesario instituir la democratización de la educación, entendiéndose ésta en una lógica unida a la del sufragio, y con ello la demanda prioritaria del pueblo mexicano, de los padres de familia y de los jóvenes. Por democratización de la educación entendemos la extensión de los conocimientos básicos y especializados a capas crecientes de la población. Esa extensión de la educación no sólo debe preocuparse por mantener, sino por aumentar, la calidad de la educación.

Quienes legítimamente se preocupan por aumentar la calidad de la educación no deben usar las pruebas de calidad para una política de exclusión. Deben y pueden usar las pruebas de calidad junto con los nuevos sistemas educativos, que permitan a la vez alcanzar esa mayor calidad y educar a una población creciente de beneficiarios de la educación, que con el sistema actual ven cerrados los puestos de su porvenir y de su vida.

En efecto, antes de que se acumule la demanda insatisfecha de educación y venga la inminente e inevitable explosión de los excluidos, es necesario preguntarse cómo podemos realmente organizar un sistema educativo a la altura de nuestro tiempo: Los intereses creados, académicos y extraacadémicos, con antiguos prejuicios y espíritus gremiales o de élites, han impedido el desarrollo de los sistemas abiertos de enseñanza, que actualmente habría que decir son los sistemas más desarrollados en la pedagogía mundial (González-Casanova, 1977). En este sentido, podemos y debemos organizar una nueva universidad, superior a la universidad tradicional, tanto en sus formas estructurales, como en la enseñanza de pequeños grupos y en el horizonte de la enseñanza de inmensas poblaciones.

Es decir, la orientación de un pensamiento donde la educación superior comparta la nece-sidad de crear una red de redes de todas las universidades e institutos de educación y cultura superiores, deben tener una finalidad común en la idea de producir recursos didácticos, libros, folletos, videos, instrumentos, Internet, e-mail y sistemas interactivos a distancia, para con ello, abrirnos de lleno a las puertas de la Universidad del Siglo XXI.

Dicha Universidad no será de masas; tampoco será de élites; será una universidad de redes, seminarios, talleres, lecturas, de talleres de análisis, de grupos de observación, de laboratorios de experimentación, de profesionistas e investigadores, de educación a distancia, de jóvenes que en términos de una conciencia y responsabilidad social, van afirmando su proyecto de vida a través de la profesión elegida, determinando de esta manera un cauce de satisfacciones expresadas en una división social del trabajo, sea en clínicas, hospitales, empresas, fábricas, escuelas, universidades y numerosas casas o centros de cultura.

Estarán entonces gestando su preparación y con ello su participación social y por ende educativo a las nuevas generaciones, para aprender a extender y relacionar sus experiencias y cultura y enseñar posteriormente tanto las ciencias como las humanidades, las técnicas y las artes.

La red de redes universitarias nos permitirá realizar una política que bajo el lema practicable de “Mejor educación para más”, logre con verdadera seriedad ambos objetivos, optimizando los rendi-mientos de las instituciones ya existentes, las inversiones y gastos para la producción de su capital humano y de una competitividad que contribuya a realizar y potenciar las capacidades individuales,

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colectivas y sociales, armonizando el desarrollo de las capacidades individuales con el desarrollo y la superación de las potencialidades de una colectividad. Desde luego que esta armonización es precisamente uno de los retos más importantes de los tiempos presentes, tratando de pensar en sumar, más que en dividir esfuerzos y elaborar conjuntamente una cultura de la responsabilidad que dé cauce a una cultura de una ética del desarrollo, que se signifique en torno a las tareas sustantivas de la universidad hacia el logro de un desarrollo humano integral y sostenible.

Al respecto diferentes autores han enfatizado en sus escritos en torno a la educación superior, la insistencia de una inteligencia, para lograr nuevas formas de innovación, crecientes en número de matrícula y calidad, que consiste en enlazarse y armonizarse con el entorno educativo de las IES. Manifestando que éste es uno de los desafíos de la universidad contemporánea, pretendien-do lograr una relación más estrecha con los procesos de liderazgo y de transformación social, enfatizando para tal fin una misma calidad de universidad y un ámbito similar de oportunidades. Es decir en una significación holística, en donde la homogeneidad de sus partes componga un todo ordenado y nos brinde una universidad Mexicana que puede tener múltiples nombres en las diferentes regiones del país, pero tiene una personalidad avalada por los mismos elementos de calidad educativa, intentando con ello generar nuevas formas de trabajo con los sectores sociales, ámbito en donde se genera conocimiento de otro tipo, distinto al que se hace en la universidad, haciendo énfasis con estas acciones de atender a un nuevo papel de atención a los procesos de transformación social desde la especificidad de la academia.

No obstante, dentro de esta búsqueda la universidad ubica una reflexión de sí misma, de sus procesos, de sus proyectos institucionales, de una autoconciencia de su responsabilidad, de la generación de su identidad y de sus valores, para darle un estatuto de mayor nivel ético, histórico y social. En esta inteligencia, la reiterada búsqueda de fortalecimiento, de capacidad propositiva de las universidades, se inscribe en generar nuevos vínculos con el mundo del trabajo, que hagan superar las crisis, tanto de la educación, como del sector productivo, del decaimiento de los paradigmas, de las insuficiencias explicativas, que generen creativamente otras propuestas, que den pasos al conocimiento de sumar más esfuerzos a la innovación académica, cultural y tecnológica, en la intención teleológica de educar y por consiguiente de incorporarse a las actividades productivas y por tanto de desarrollo de la sociedad. En este conjunto de intencio-nalidades habría que destacar que la ciencia, sigue siendo un reto fundamental, pero su avance se convierte en algo que va más allá del conocimiento académico y de la actividad académica, y sigue conservando el estatus de la actividad productiva del país.

Conclusiones

Primeramente es necesario mencionar la importancia que tiene la conformación de las culturas juveniles, el contexto de quiebres institucionales y vaciamiento del discurso político, cuyos efec-tos visibles son los de un extrañamiento de los jóvenes frente a las dimensiones formales de la política y una tensión entre las formas de hacer frente a la falta de institucionalidad, o planteado en otros términos, al desencuentro entre las nuevas generaciones y el conjunto de instituciones que operan con marcos que no logran incorporar las transformaciones sociopolíticas y culturales en el contexto de la globalización y de la modernización política.

Los procesos de incorporación del joven a la sociedad. Consignados en la Encuesta Nacional de la Juventud (ENJ: 2000) tienen que ver con los procesos actuales que el joven experimenta para adquirir el estatuto adulto que idealmente siempre se ha propuesto como una incorporación plena e integral a la sociedad. No es extraño para nadie que este proceso se ha ido complejizando en función de los cambios que se producen a nivel mundial, regional, nacional y local. Las transformaciones en la familia (debido entre otras razones, a la incorporación de la mujer a los mercados de trabajo); el aumento de los niveles de escolaridad y su relación inversa-mente proporcional con las opciones de empleo (que influyen en la menor movilidad social que

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representa el paso por la escuela); la diversificación de los mercados de trabajo (y su correlativa ampliación de los sectores ocupados en la informalidad); los nuevos intereses que diversos sec-tores encontraron en participar social y políticamente vinculados a causas ciudadanas concretas (en sustitución de la participación en organizaciones políticas tradicionales). Todos ellos son, entre otros, factores que han influido para romper el significado del circuito ideal propuesto para la inserción de los jóvenes a la sociedad; es decir, familia-escuela-trabajo-participación.

La frontera final del ser joven, que consiste en la emancipación, se está diluyendo, dado que las cuatro condiciones para lograrla de una forma social típica (independencia económica, autoadministración de los recursos disponibles; autonomía personal y constitución de un hogar propio) tienen cada vez mayor dificultad para cumplirse. Si estas consideraciones generales las complejizamos cruzándolas con criterios de género y origen social o región de pertenencia, las situaciones pueden exponenciarse de tal manera que se tendría un panorama de lo más hetero-géneo en los procesos por los cuales actualmente los jóvenes transitan aspirando a convertirse en adultos.

En relación a los aspectos demográficos y económicos. Existen en el mundo 6,100 mi-llones de personas que demandan servicios de alimentación, agua, salud, educación y vivienda; asimismo, la satisfacción de necesidades como el vestido, entretenimiento, comunicación o es-parcimiento. El consumo de bienes y servicios ha crecido mucho, de tal forma que esta variable no solamente define los patrones económicos sino también los estilos de vida; sin embargo, el acceso a éstos es diferencial, ya que la demanda de los servicios es alta y la oferta, o bien no existe o es de muy baja calidad. La satisfacción de las necesidades se ve entorpecida, sobre todo, por la disparidad en el desarrollo de las diferentes naciones.

En el mundo, el ingreso per capita (IPC) más bajo es de 100 dólares (Etiopía), mientras que el más alto es de $38,000 (Suiza). México se encuentra en el lugar 33 con 4,400 dólares. 75% de la población está concentrada en las zonas más pobres del planeta, sin embargo 75% del consumo se encuentra en el otro 25% de la población. En el ámbito mundial, adolescentes y jóvenes (10 a 24 años de edad) representan la cuarta parte de la población; alrededor de 1,700 millones de personas se encuentran en este grupo de edad, de los cuales 85% viven en los países en desarrollo.

En México la población de este grupo de edad se ha incrementado considerablemente a partir de la segunda mitad del siglo XX en números absolutos. En 1950, la población total de México era cerca de 25.7 millones de personas y la población adolescente y joven era de casi ocho millones, la cual representaba alrededor de 31% de la población total (22% la población adolescente y 9% la población joven). De acuerdo con el censo 2000, en México 21.3% de la población es adolescente. Viven 29.7 millones de adolescentes y jóvenes (20.7 millones de ado-lescentes entre 10 y 19 años de edad; nueve millones de jóvenes de 20 a 24 años de edad). En cuanto a la proporción de adolescentes en el resto de la población hay poca variación de 1950 a la fecha; para este año los adolescentes representaban 22.23% de la población total; en 1980 fue de 25%, y para el año 2000; 21.26%. Sin embargo, el incremento en números absolutos ha sido de casi 250%. Esto significa que si en 1950 había alrededor de ocho millones de adolescentes y jóvenes, para el año 2000 tenemos cerca de 30 millones (70% adolescentes y 30% jóvenes).

La población de adolescentes se concentra en medianas y grandes urbes del país, encontrando que 57% de ellos se encuentra en ocho entidades de la República Mexicana con áreas urbanas más densas (bono poblacional). En otro enfoque, 50% de jóvenes se encuentran en siete de las 32 entidades federativas del país. La juventud en México es predominantemente urbana (localidades >2,500 habitantes) en donde se ubica 61% del total, proporción más alta que la población total. Las y los adolescentes incrementan en número absoluto continuamente, sin embargo, su proporción con respecto al total de la población tiende a la baja, debido a la disminución de la tasa de fecundidad, así como al efecto del crecimiento económico y de los programas de planificación familiar y de la migración continua de la población desde poblaciones menores de 15,000 habitantes hacia zonas

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urbanas en búsqueda de mejores oportunidades sociales y económicas. El reto social que implica este panorama demográfico es el de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de esta población, y crear las condiciones suficientes para el desarrollo de sus capacidades y planes de vida para el futuro.

Los efectos en el futuro serán de una menor proporción de población económicamente activa, que tendrá una carga social cada día mayor y que requerirá tener mejor condición productiva y mayor ingreso per capita que los adultos actuales. La población dependiente se redujo de 47.5% en 1970 a 31.9% en 2002; el grupo de 15 a 64 años de edad se incrementó de 48 a 63%, y el grupo de mayores de 64 años de edad aumentó un punto porcentual.

En este sentido los datos demográficos se presentan en una perspectiva de la transición epidemiológica, la cual nos permite realizar inferencias de las condiciones sociales, patrones de desarrollo y de necesidades en salud de este grupo poblacional en México. Los datos se presentan atendiendo a la demanda y disponibilidad de servicios de salud, el impacto de la educación, las oportunidades de empleo, el rol en la familia y el bienestar. Otros aspectos importantes presentados incluyen la educación sexual y la salud reproductiva, y los relacionados con el SIDA/VIH como pandemia en este grupo de edad. Los hallazgos presentados revelan que la secuencia tradicional de variables, en la explicación de la transición epidemiológica, no puede seguir manejándose como hasta ahora y nos sugieren de manera imperativa la necesidad de perfilar las necesidades de salud de la adolescencia desde un enfoque holístico, con énfasis en la promoción de estilos de vida sana que favorezcan un desarrollo justo y equitativo y que además ayuden a enfocar la respuesta social organizada. Para los resultados de la información recabada fue necesario establecer diferentes variables que permitieran una revisión lógica y cronológica de los datos, por lo que se tomaron en cuenta los siguientes puntos: aspectos demográficos, con un enfoque internacional, para aterrizar en México, estructura familiar, escolaridad, empleo, salud de los adolescentes, sexualidad y reproducción, fecundidad, factores de riesgo, morbilidad y mortalidad.

En consecuencia vamos a seguir este ordenamiento para establecer esta lógica relacional. Por lo tanto, en cuanto a la estructura familiar en México se ubica entre 35 a 40% de adolescentes viven en hogares de extrema pobreza. La gran mayoría viven en familias con madre y padre y 26.6% han salido del hogar paterno. Entre adolescentes de 15 a 19 años de edad, 1.5% son jefes de familia (hombres 2.3% y mujeres 0.7%). 63.9% del total de jóvenes en este mismo grupo de edad viven en hogares nucleares y en hogares extensos, 33.2%; de los hogares extensos, 30 de cada 100 son monoparentales y, de las familias nucleares, son monoparentales solamente 14%. El CONAPO identifica al menos 12 tipos de grupos familiares y 22% de la población de adolescentes viven en hogares monoparentales con prevalencia de la madre. Aunque los jóvenes en México viven solos con una frecuencia baja (1.1%) esto en el área urbana es cuatro veces más frecuente que en la rural, lo que significa que las y los adolescentes en México salen de sus casas con la intención directa de vivir en pareja o en asociación con otras personas. En cuanto al estado civil de las y los adolescentes, existen más mujeres solteras menores de 14 años de edad en áreas urbanas (95%), que en áreas rurales (77%). Entre adolescentes de 10 a 15 años de edad 99% son solteros y en los de 16 a 20 años de edad, hasta 1 de cada 10 se encuentran ya en unión; entre las mujeres este porcentaje aumenta hasta tres veces más con relación a los hombres, en este mismo grupo de edad.

En relación con la escolaridad la Encuesta Nacional de la Juventud (ENJ) señala que entre los 12 y los 14 años de edad no acuden a la escuela 11.6% de adolescentes; de los 15 a los 19 años de edad no acuden 41.3%, y que al llegar a los 19 años de edad más de 75% de jóvenes ha abandonado la escuela por motivos económicos y falta de acceso en su localidad, principalmente. El promedio de escolaridad en México es actualmente de 7.7 grados, cerca de tres veces más que en 1960. Se prevé que en una década más el promedio será de nueve grados. La desigualdad en los niveles de escolaridad alcanzados entre la población joven que reside en localidades rurales respecto a la que reside en las ciudades es de 6.5 y 9.2 años, respectivamente. En México 97%

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de las y los adolescentes saben leer y escribir, la población general ha incrementado su nivel de instrucción y la brecha entre hombres y mujeres es nula, no así entre adolescentes indígenas en los cuales el analfabetismo puede llegar a 9% entre las mujeres. El problema de la asistencia a la escuela es la necesidad de preparación más especializada en los centros de trabajo. Solamente 53% de la población menor de 19 años de edad asiste a la escuela; de los jóvenes de 10 años de edad acude 95%, pero de los mayores de 15 años de edad solamente 17%. Cuando los ado-lescentes cumplen 19 años de edad, han abandonado la escuela cerca de 89% de ellos, lo hacen por problemas económicos de la familia y la sociedad, lo que es seguido del abandono escolar, además de la forma en la que ellos se desempeñan cuando son económicamente inactivos y en otros casos se distribuyen de la manera indicada en el siguiente cuadro:

Cuadro 4.1 Actividad principal de la población económicamente inactiva adolescente y joven.

Grupos (años) PEI

Estudiar Labores domésticas

Total Hombres Mujeres Total Hombres Mujeres

12-14 90.3 79.0 81.5 76.6 4.2 0.4 7.815-19 64.4 55.6 67.5 47.5 20.0 1.1 32.720-24 43.5 23.5 48.6 15.6 51.7 1.9 67.3Total 63.5 56.1 70.9 46.5 22.1 0.9 35.8

Fuente: INEGI, XII Censo Nacional de Población y Vivienda, 2000.

Sin duda una de las situaciones más importantes de los jóvenes es incorporarse al mundo del trabajo, cuestión que a pesar de ser siempre una de las tópicas más prometidas por los go-bernantes, es una de las promesas más incumplidas, en donde el joven es remitido a un ejército industrial de reserva, con una marcada subvaloración de la mano de obra y del estatus social. La entidad oficial reconoció que los jóvenes son el sector más afectado por ese flagelo pues triplican la tasa de desempleo abierto (2.3%) que afecta a los adultos. De los 33.6 millones de jóvenes de entre 12 y 29 años, 16 millones tienen un empleo, pero el 70% de ellos trabajan sin contrato y 92% no tienen ninguna prestación adicional al salario. Además ocho millones se encuentran en busca de trabajo y entre los desocupados casi 33% tienen estudios de bachillerato y licenciatura.

El promedio de ingreso mensual de los jóvenes que trabajan es de 1.6 salarios mínimos mensuales, lo que permite ver el grado de exclusión económica en el cual se encuentra este sector. El informe recuerda que el Consejo Nacional de Población (CONAPO) advierte que de las oportunidades de desarrollo que tengan los jóvenes actualmente dependerá el futuro del país. CONAPO explica que en el 2030 los jóvenes de hoy entrarán en edades avanzadas y el acelerado envejecimiento demográfico podría llevar a un empobrecimiento de la población por la falta de oportunidades.

Justamente por ello el empleo configura en la actualidad a los adolescentes para formar parte importante de la población económicamente activa. Cada año se agregan al mercado de trabajo personas menores de 20 años de edad y para el año 2000 los hombres menores de 19 años de edad que participan ya en el campo laboral son cerca de 44% del total de ellos y las mujeres 24% de ellas, en total 35.8. De la población económicamente inactiva de adolescentes 56% se dedica a estudiar, a labores domésticas 22%; entre las mujeres que no estudian 32.7% se dedican a labores del hogar, mientras que de los hombres lo hacen solamente 1.1%. La tasa de participación en el campo laboral varía de acuerdo con la edad, sin embargo, es de notar que 8% de adolescentes de 12 a 14 años de edad ya se encuentran en el mercado de trabajo

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siendo esto más notorio en los hombres. En adolescentes de 15 a 19 años de edad la tasa de participación promedio es de 35% pero sigue siendo 2:1 hombre mujer la razón de participación.

El que los adolescentes participen en los procesos productivos tiene implicaciones diversas en cuanto a la calidad del trabajo que asumen. La calidad del trabajo desde nuestra perspectiva de salud debe contar con los siguientes atributos: tener jornadas de trabajo acordes con la edad del sujeto, contar con un salario equitativo, tener derecho a la seguridad social, tener normas básicas de seguridad e higiene acordes con la ley, y contar con prestaciones adicionales. Por lo tanto, para hacer frente al desempleo en este sector, instituciones públicas y privadas organizan programas de apoyo a empresas juveniles y bolsas de trabajo, aunque reconocen que la solución es generar empleos.

La Sexualidad y reproducción, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) (1975) define la salud sexual como la integración de los elementos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor. En cuanto a la salud sexual y re-productiva, la edad promedio de la iniciación de la vida sexual activa es de 15.4 años; para el área rural 13.8 y para el área urbana 16.7. Existe una correlación directa entre el promedio de escolaridad y el inicio de la vida sexual activa. Como resultado de estas prácticas, ocurren más de 25,000 embarazos anuales en madres menores de 19 años de edad, que terminan en aborto y constituyen cerca de 10% del total de los embarazos. El uso de método anticonceptivos, en general, se ha incrementado hasta en 22% o más, sin embargo, entre jóvenes y adolescentes estas cifras son menores y con prevalencia del uso del preservativo. La diferencia entre área rural y urbana en ocasiones es hasta de 20 puntos porcentuales, sobre todo en estados como Oaxaca y Guerrero; la demanda insatisfecha en el área urbana es hasta de 8% y en el área rural hasta de 22.2%.

Por lo tanto existe una correlación estrecha entre la tasa de fecundidad y la prevalencia del uso de métodos anticonceptivos (Guerrero 3.2 de tasa de fertilidad versus 52% uso de an-ticonceptivos; Baja California, 2.1 de fertilidad versus 77% de uso de anticonceptivos). Entre la población adolescente se estima que durante el año 2000 ocurrieron en el país cerca de 366,000 nacimientos en madres de menos de 19 años de edad, lo que representa 17% del total de naci-mientos y una tasa específica de fecundidad de 70.1 por 1,000 mujeres de ese grupo de edad. A pesar de que durante los últimos seis años el número de nacimientos se redujo en poco más de 10%, la prevención del embarazo no planeado en las adolescentes continúa siendo un desafío prioritario en salud reproductiva.

Adicionalmente, la demanda insatisfecha entre las mujeres unidas de 15 a 19 años de edad es la más alta de todos los grupos y representa más del doble del valor estimado para el resto de las mujeres. La fecundidad de las mujeres de 15 a 19 años de edad ha descendido en México desde la década de los 70. La proporción de mujeres de 15 a 19 años de edad que procrea al menos un hijo (a) disminuyó de poco más de 1 de cada 7, en 1975, a 1 de cada 12 en 1990, y a 1 de cada 14 en 1999. En 1975, las adolescentes registraban una tasa de fecundidad de 130 nacimientos por 1,000 mujeres, valor que disminuyó a 81 en 1995, y a 72 por 1,000 en 1999. Sin embargo, la velocidad de descenso de la fecundidad de este grupo no ha sido tan rápida como en los otros segmentos de edad. Por ello, su contribución a la tasa global de fecundidad ha venido creciendo, al pasar de 11.1% en 1975 a 14.5 en 1999.

El embarazo en las adolescentes es aún preocupante, no sólo por los riesgos que tiene una fecundidad precoz para la salud de la madre y de su descendencia, sino también porque las pau-tas de procreación en la adolescente pueden limitar las oportunidades de su desarrollo personal.

Por lo que corresponde al Índice de desarrollo relativo al género: El índice de desarrollo re-lativo al género (IDG), que utiliza las mismas dimensiones que el índice de Desarrollo Humano (IDH), es decir: esperanza de vida al nacer, logro educacional y producto per capita pero introduce un ajuste para capturar las desigualdades de género. Este indicador permite aproximarse a la

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medición de las asimetrías entre los sexos y permite apreciar las posibilidades diferenciadas de hombres y mujeres en el desarrollo de sus capacidades y potencialidades.

El último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre desarrollo humano calculó el IDG de un total de 144 países. México ocupó la posición 50 en la clasificación mundial, con un IDG 0.775. En 1997 se realizó un análisis del IDG de las 32 entidades federativas del país, identificándose que el IDG es inferior al IDH en todas ellas, lo que revela que el progreso de las mujeres en materia de desarrollo humano está a la zaga del registrado por los hombres. Situación que debe considerarse en el proceso evolutivo de las y los adolescentes.

En cuanto a los Factores de riesgo. Entendiendo el factor de riesgo como una característica o circunstancia cuya presencia aumenta la posibilidad de que se produzca un daño o resulta-dos no deseados, las y los adolescentes por diversas circunstancias ambientales, familiares e individuales, frecuentemente desarrollan conductas que participan como factores de riesgo. Las conductas de riesgo, que a su vez pueden constituir daños más comunes son: adicciones, (tabaquismo, alcoholismo y drogadicción), exposición a ambientes peligrosos y violentos, que asociados potencializan la probabilidad de que las y los adolescentes sufran accidentes, suicidios y homicidios, entre otros. Tal vez entre los estudios más relevantes son los que realiza la Funda-ción de Investigaciones Sociales, A. C. (FISAC), que generan una gran actividad en cuanto a las cuestiones de prevención, mediante publicaciones y seminarios- talleres de manera incesante.

Otras conductas de riesgo importantes son las relaciones sexuales sin protección que pue-den llevar a infecciones de transmisión sexual como el VIH/SIDA y también a embarazos no planeados. También la mala alimentación, que predispone a desnutrición u obesidad. La falta de información veraz y oportuna en el marco de una educación sexual con enfoque de género, incluyendo masculinidades y femineidades, al no existir genera comportamientos de riesgo, como los accidentes automovilísticos, heridas por arma de fuego, falta de percepción de riesgo para adquirir algunas infecciones de transmisión sexual (ITS) o para provocar un embarazo no planeado, consecuencia ésta generada por no usar protección (condón femenino o masculino), por no tener sexo seguro (sexo no penetrativo).

De igual forma, muchos de estos embarazos terminan en abortos inducidos, con los con-secuentes efectos en la fertilidad futura de la adolescente. La epidemia del SIDA en México es predominantemente sexual, toda vez que este tipo de transmisión ha sido la causante de casi 90% de los casos acumulados de SIDA. La epidemia se concentra fundamentalmente en el grupo de HSH, con poco más de 50% del total de casos acumulados, pero con una tendencia ascendente, en los últimos años, en los casos de tipo heterosexual.

La relación de casos de SIDA entre hombres y mujeres es de seis a uno, en tanto las personas de 25 a 34 años de edad constituyen el grupo más afectado, con 41.6% de los casos registrados en adultos. En 1999, el SIDA ocupó el lugar 16 como causa de muerte, con una tasa de 4.3 por cada 100 mil habitantes. Sin embargo, la población más afectada por la epidemia ha sido la población de 25 a 34 años de edad, en la que el SIDA representó la cuarta causa de muerte en hombres y la séptima entre las mujeres.

Existe evidencia de que el manejo adecuado de las ITS disminuye en 50% la transmisión sexual del VIH. Por tal motivo, todas las ITS se incluyeron, desde 1997, para integrar lo que hoy se conoce como el Programa Nacional para la Prevención y Control del VIH/SIDA e ITS. La OMS estimó que en México ocurren anualmente siete millones de casos nuevos de ITS curables: tricomonas (3.39 millones de infecciones), clamidia (1.92 millones), gonorrea (1.36 millones) y sífilis (0.24 millones).

El riesgo que suponen las relaciones sexuales, sin protección, para las y los jóvenes queda de manifiesto en las tasas elevadas de ITS y embarazos no planeados. La iniciación temprana de sus relaciones sexuales representa un factor de riesgo adicional, ya que la tasa de cambio de pareja sexual es más elevada entre las y los jóvenes de 15 a 24 años de edad. La prevención de las ITS y de los embarazos no planeados constituye una parte fundamental de la salud sexual,

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por lo que la información clara y precisa de cómo evitar estos riesgos debe ser accesible a toda la población. Se ha demostrado que la utilización de anticonceptivos y condones es más constante si esta información se recibe antes de la primera relación sexual, es decir, en la preadolescencia, además de que no promueve el inicio más temprano de las relaciones sexuales.En ausencia de vacunas efectivas contra las ITS, incluyendo el SIDA, la forma efectiva para evitar el riesgo de infecciones es el uso del condón. El uso correcto y constante del condón protege entre 90 a 95% de la transmisión de ITS, incluyendo el SIDA. Aunque existen evidencias de incremento del uso del condón, especialmente entre HSH y trabajadoras del sexo comercial, para controlar el crecimiento de estas infecciones, es urgente aumentar el uso adecuado del condón en otras poblaciones, especialmente entre las y los jóvenes.

En cuanto a la salud mental: los problemas de salud mental se han incrementado drásticamente en las últimas décadas; los datos disponibles indican que los problemas mentales están entre los que contribuyen a la carga global de enfermedades y discapacidades. Los niños y adolescentes, entre otros, constituyen un grupo que vive en condiciones o circunstancias difíciles que los ponen en riesgo de ser afectados por algún trastorno mental. Se reporta que la depresión, los intentos suicidas y la ansiedad, se encuentran entre los trastornos más frecuentes. Asimismo, la falta de escolaridad ha desencadenado factores precipitantes de conductas antisociales.

El suicidio en adolescentes adquiere cada vez mayor interés para los profesionales de la salud, y el reconocimiento de los factores de riesgo asociados, de las opciones de tratamiento y de las estrategias de prevención se revelan como aspectos esenciales en el manejo global. Son más los adolescentes que las adolescentes que logran morir, pero son más las adolescentes que lo intentan. Se ha identificado que tras cada suicidio conocido hay 50 intentos que no se logran detectar y, por supuesto, no se toma ninguna medida de apoyo para los que lo realizan. En 1989, Stillion, McDowell y May propusieron un modelo de la trayectoria del suicidio, que comprende cuatro categorías de factores de riesgo que contribuyen al pensamiento suicida: los aspectos biológicos, los psicológicos, los cognitivos y los ambientales que pueden influir en la idea suicida, ya sean directamente o afectándose entre sí para dar el comportamiento autodestructivo.

Durante el periodo de 1970 a 1994, la tasa de suicidios en ambos sexos pasó de 1.13 por 100,000 habitantes en 1970 a 2.89 por 100,000; en 1994 aumentó 156%, con mayor fuerza para la población masculina 21%. En términos de la mortalidad proporcional, el suicidio pasó de 0.11 a 0.62% de todas las defunciones. Los porcentajes de variación más elevados en la tasa de mortalidad por suicidio se observaron en las poblaciones de mayor edad (más de 65 años) y en la más, joven (menor de 19 años). En el grupo de edad de 15 a 24 años el suicidio en términos absolutos es raro, pero desde mediados del siglo tiene una tendencia a aumentar paulatina y progresivamente, pasando a constituir un problema de salud pública.

En cuanto a adicciones según datos de la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA) de 1998, 10% de las y los adolescentes fuman y, de acuerdo con datos del Consejo Nacional Contra las Adicciones (CONADIC), actualmente se registran 122 defunciones diarias en la población en general, relacionadas con el consumo de tabaco. Existen 14 millones de fumadores, de los cuales más de 70% se iniciaron antes de los 14 años de edad, y el universo de fumadores pasivos es de 48 millones de personas. 75% de los estudiantes empezaron a fumar antes de los 15 años de edad, siendo el promedio de 13 años para los hombres y 14 años para las mujeres. 9% de los hombres y 4% de las mujeres empezaron a fumar antes de los 11 años de edad.

El consumo de drogas ilegales también es común. Se calcula que alrededor de 4% de los hombres de entre 12 y 17 años de edad han probado alguna droga en su vida. Las drogas consumidas con mayor frecuencia son los inhalables y la marihuana y, en menor proporción, la cocaína y las pastillas psicotrópicas. 40% de la población reporta que en su familia se consumen alcohol y otras drogas. En el bachillerato, 7% de la población reportó haber fumado marihuana en los seis meses anteriores y 2% ya había probado la cocaína (figura 1). 20 entre 1976 y 1997, en los estudiantes de educación media y media superior, se observa un incremento importante

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en el consumo de la cocaína, pasando de 0.5 a 4%, respectivamente. El consumo de marihuana el año anterior a la encuesta fue de 3.2% y el de cocaína de 2.7%.

Las cuestiones referentes a la nutrición las necesidades de nutrimentos durante la adoles-cencia se incrementan por existir aumento de la tasa de crecimiento y cambios en la composición corporal, que son diferentes para cada sexo. La Encuesta Nacional de Nutrición 1999 arroja los siguientes resultados, de acuerdo con los grupos de edad estudiados y que incluyen a la población adolescente: en el grupo escolar (5-11 años de edad) existe una elevada prevalencia de sobrepeso en la población. Una de cada cinco personas de este grupo poblacional presenta sobrepeso u obesidad, los que se presentan con mayor frecuencia en las zonas urbanas. Otro problema importante en este grupo de edad es la anemia, con una prevalencia en el ámbito nacional similar a la de sobrepeso y obesidad. Se encontraron consumos dietéticos deficientes de vitamina A y zinc, y consumos adecuados o elevados de proteínas y ácido fólico. Los resul-tados de las determinaciones de micronutrimentos indican deficiencias importantes de hierro, vitaminas A y zinc, y consumos adecuados o elevados de proteínas y ácido fólico. Los resultados de las determinaciones de micronutrimentos indican deficiencias importantes de hierro, vitamina E, vitamina C, zinc y vitamina A, y en menor medida, de ácido fólico. En resumen, en este grupo de población los principales problemas de nutrición son el sobrepeso, la anemia y la deficiencia de varios micronutrimentos.

En el grupo de mujeres en edad fértil (12 a 49 años de edad) que incluye a la población adolescente menor de 19 años de edad, los hallazgos de la encuesta mostraron prevalencias elevadas de sobrepeso y obesidad en mujeres en edad fértil. Otro problema importante fue la prevalencia de anemia. Se encontraron consumos dietéticos deficientes de zinc, vitamina A, hie-rro, folato y vitamina C. Los resultados de las determinaciones bioquímicas de micronutrimentos indican deficiencias importantes de hierro, zinc y vitaminas E y C y, en menor medida, deficiencia de ácido fólico. No se encontró deficiencia importante de vitamina A.

Las causas de los daños a la salud más importantes de mortalidad en adolescentes de 10 a 14 años de edad son los accidentes y los tumores, así como las enfermedades congénitas. Entre adolescentes de 15 a 19 años de edad, la muerte es igualmente por accidentes y violencias, tumores en menor cuantía y epilepsia. Entre las causas accidentales y violentas figuran como principales componentes los accidentes de tránsito y el suicidio; entre los tumores, el linfoma y la leucemia. Estas causas cuentan con pocos recursos asignados para su tratamiento y, sin embargo, constituyen más de 80% de los casos de muerte que son prevenibles.

En cuanto a la morbilidad los anuarios señalan que en el periodo de 1990 a 1999 las primeras cinco causas de enfermedad en el grupo de 5 a 14 años de edad fueron: infecciones respiratorias agudas, infecciones intestinales mal definidas y amibiasis; a partir de 1995, el rubro “otras hel-mintiasis” ocupa el cuarto lugar, y la ascariasis el quinto. El siguiente grupo de edad corresponde al periodo de los 15 a los 24 años, en el cual las cinco primeras causas de enfermedad fueron: infecciones respiratorias agudas, otras infecciones intestinales mal definidas, la amibiasis y otras helmintiasis; el quinto lugar lo ocupa la otitis media aguda. A pesar de que las ITS y la infección por el VIH/SIDA no ocupan los primeros lugares de morbilidad, de acuerdo con el Sistema de Vigilancia Epidemiológica, al 31 de diciembre de 1998 se habían reportado más de 4,500 casos de SIDA entre la población de 15 a 24 años de edad, de los cuales 626 tenían entre 15 y 19 años al momento del registro. Se acepta que existe subregistro en la notificación de ITS, a pesar de ello se conoce que la mayor frecuencia de infecciones de transmisión sexual en 1999 correspondió a la candidiosis urogenital, con una tasa de 136.4 casos por 100,000 habitantes, y la tricomoniasis urogenital, con 108.8 por 100,000.

El reconocimiento de que las y los adolescentes en México tienen necesidades de salud a pesar de su baja mortalidad es importante, pero la realidad es que falta información más amplia sobre el estado de salud de este grupo poblacional. Es necesario redefinir indicadores, mejorar los sistemas de información y reorientar la atención hacia las áreas de prevención y psicosociales.

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Mortalidad. La mayoría de las causas de muerte en adolescentes son evitables en casi 45% de los casos, debido a que de los 10 a los 19 años de edad la población sufre riesgos adicio-nales quizá por la vitalidad propia de este grupo, por lo que las acciones se orientan al control de las causas más importantes, combatiendo los factores de riesgo. En el escenario de la salud y enfermedad de México desde hace un cuarto de siglo los accidentes se ubican entre las 10 primeras causas de muerte en la población general, con una tasa en el año 2000 de 36.4 por 100,000 habitantes. En el grupo de la adolescencia temprana, de 10 a 14 años de edad, para el año 2000 se presenta como primera causa de muerte los accidentes de vehículo y de tránsito, con una tasa de 17.1 por 100,000 habitantes; en segundo lugar se encuentran las agresiones y suicidios, con una tasa de 15.2; en tercer lugar los tumores, en particular las leucemias (tasa de 9.1); le siguen en tercer y cuarto lugar, respectivamente, la muerte por causas congénitas, por parálisis cerebral y por otros síndromes paralíticos y la infección respiratoria, la insuficiencia renal, la infección respiratoria aguda y las diarreas.

Para 1999 el peso de los accidentes aumenta de 44% en la población de 10 a 14 años de edad, a cerca de 60% del total de defunciones del grupo de 15 a 19 años, con una tasa de 45 por cada 100,000 habitantes de este grupo de edad. Del capítulo de accidentes y agresiones, destacan en primer lugar las categorías de accidentes de transporte y agresiones. Aunque al igual que en escolares, los accidentes son el principal daño al que está expuesta la población adolescente, la diferencia importante estriba en que en este último grupo los accidentes están determinados por las diferentes formas de violencia fuera del hogar, situación que se potencializa con la actitud psicológica del adolescente ante el mundo y la forma de enfrentarlo, por lo que se requiere una educación amplia y persistente en la búsqueda de modificar estilos de vida y exposición a riesgos.

Entre adolescentes el modelo de transición epidemiológica que tiene relación con los estilos de vida, el desplazamiento paulatino de las enfermedades infecciosas y parasitarias es coincidente. En estas estadísticas de mortalidad se evidencian tres fenómenos importantes para la transición epidemiológica; el primero de ellos tiene relación con la aparición de violencias, accidentes, ho-micidios y suicidios, efectos en la salud derivados del medio ambiente social, tránsito, urbanismo y conductas de riesgo y estilo de vida de las y los adolescentes; en el segundo hacemos énfasis en la lenta transición de las infecciones respiratorias agudas, de las diarreas y la desnutrición como problemas mencionados en las causas de mortalidad que corresponden necesariamente a aspectos sociales y económicos englobados en la pobreza; y en tercer lugar el grupo de pade-cimientos tumorales, congénitos, que pueden tener relación con la polución del medio ambiente.

En estos aspectos México cuenta con un bono demográfico, producto de la disminución del grupo poblacional dependiente infantil y el incremento de la población en edad productiva, que se estima reditúe en una ventana de oportunidad demográfica transitoria que se estima duraría tres décadas, después de la cual se vería reducida por un incremento en la población económi-camente dependiente a expensas esta vez de la población envejecida. De tal forma el país tiene la oportunidad y el compromiso de realizar una intervención planificada e inteligente en este grupo poblacional cuyo potencial redituará en un desarrollo social y económico importante. De no ocurrir así, la información que arrojan las diferentes fuentes sobre la situación demográfica de la adolescencia, hace tomar en cuenta dos acepciones. La primera, que puede ser positiva desde el punto de vista económico, la reducción de la proporción de la población menor de 15 años de edad, ya que potencialmente existen menos dependientes de esta edad para la población económicamente activa. La realidad es diferente pues la polaridad social y económica hace que el menor de 15 años de edad no solamente no dependa de un adulto sino que aquél se incorpora al mercado de trabajo en desventaja laboral. La segunda acepción es que la reducción de la proporción de adolescentes generará en los 30 años un déficit de población económicamente activa, de la que dependerán cada día más personas mayores de 64 años de edad. Por lo tanto, el bono demográfico tiene que ser aprovechado durante las siguientes tres décadas para mejorar las condiciones socioeconómicas de la población en función de la adolescencia de hoy. ¿Qué

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perspectiva tenemos? A cada año que aumenta la población existe un mayor abandono escolar, un incremento del desempleo y menores oportunidades de acceso a los servicios en general. La posibilidad de que la población mejore se vuelve difícil y por lo tanto el enfoque de la transición epidemiológica debe centrarse en el momento actual en la polaridad socioeconómica, más que en la mortalidad. Este escenario pone de relieve la necesidad de mejorar la calidad de de los adultos del futuro en diferentes puntos, incrementando su estado de salud, su capacitación y preparación, sus oportunidades de trabajo y, finalmente, su ingreso per cápita. Adolescentes y jóvenes constituyen una fuente de riqueza invaluable y no solamente fuente de daños a la salud como calamidades sociales que hay que combatir con “buenas maneras”; la adolescencia, de manera genérica, es una esperanza social y representa el desafío de los adultos en la actualidad, pues brindarles las oportunidades que requieren para el desarrollo pleno de sus potencialidades exigirá desplegar esfuerzos importantes. Esta gran parte de la población, al igual que la sociedad, tiene características muy heterogéneas, ella, dependiendo de su origen social y de su economía actual, tiene una gama diversa de acceso a los servicios, sin embargo, el uso de los servicios depende en gran parte de la forma de consumo de su medio social. Existen desigualdades graves entre adolescentes más acentuadas que en el resto de la población; la forma de morir y de vivir dice mucho de sus carencias y de sus necesidades.

La variedad de patrones de transición epidemiológica la podemos ver a medida que avanza-mos de lo rural a lo urbano, de hombre a mujer, de niño a adolescente, con un colorido diverso y pensando siempre que ellos tienen su propia lucha en el interior de los grupos sociales y que, indefectiblemente, avanzan y llegan a pesar de todo. Las acciones en salud tienen que orientarse en diferentes esferas, la primera de ellas es vencer las causas prevenibles con el concierto social de la respuesta organizada; la segunda, hacer atractiva la atención con un cambio de paradigma de servicios fijos a servicios que se ofrezcan en las escuelas y los centros de trabajo; el tercer nivel de respuesta es el cambio de enfoque, pasar de la simple atención a la salud a la atención enfocada no sólo a riesgo sino a resiliencia y desafío, fortalecer la economía y la producción, romper los ciclos de repetición entre las generaciones de paternidad adolescente.

Como corolario final, la aplicación de programas de salud a través de indicadores firmes y validados, debe generar un alto desarrollo social, vencer la polaridad económica educando y previniendo el abandono escolar, así como mejorando la oferta académica en jóvenes y en adultos, vencer las barreras de género para evitar que los hombres se conviertan paulatinamente en desempleados y buscadores de violencia. La sociedad debe pensar en la juventud como una inversión social efectiva, describir toda la escala de temas que les son interesantes para que se vean incluidos en la discusión social, que se sientan interesados en su futuro y cuidar de equilibrar los temas de su atención en el resto de la sociedad.

En este momento se debe describir la salud enfermedad de las y los adolescentes desde el enfoque de la transición epidemiológica, basados en la situación actual del proceso salud enfermedad, con la finalidad de desarrollar adecuadamente mecanismos participativos de vigi-lancia de la salud y de sus efectos. El componente demográfico de la transición epidemiológica cobra especial importancia para el análisis del grupo poblacional adolescente, dado que es un factor determinante para la previsión de las acciones que deberán tomarse en el futuro no sólo para programar la atención, sino para desarrollar el potencial del capital humano que puede ser aprovechado o desaprovechado.

Dada la importancia que representa este grupo poblacional para el desarrollo del país, se hace necesario un abordaje holístico, a través del cual se haga frente a los riesgos a los que se encuentran expuestos, y que principalmente se dividen entre aquéllos nuevos, propios de la modernización y urbanización a los que se encuentran sometidos, y aquéllos del rezago, que aún se encuentran presentes. Es por ello que a través de este análisis se hace una invitación no solamente a continuar con la caracterización de este grupo poblacional, sino para el diseño creativo e inteligente de programas de intervención concretos que tengan tanto la capacidad de

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disminuir las amenazas como de aprovechar este potencial dinámico y creativo que caracteriza a este grupo poblacional.

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Capítulo 5.

“Tribus urbanas” y “chavos banda” las culturas juveniles en Cataluña y México.Carles Feixa Pampols

“Pasas por cantidad de movidas culturales y estéticas. Te quedas con algunas ¿no? Yo he pasado, pues yo qué sé: “jipis”, “jevis”, “punkis”... Más que movidas son gustos musicales que relaciones con una estética, una filosofía. Al final te das cuenta de que todas las estéticas inten-tan romper con una sociedad cantidad de podrida. Todo lo que sale en contra de algo es espejo de ese algo. O sea, una sociedad que salen grupos cantidad de decadentes, pues eso será por algo, quizás es un espejo de lo que obliga la sociedad”.

Félix

“Muchos no se consideraron, muchos no se consideran, y muchos no se van a considerar nunca punks. Cuando uno hace una cosa que no es normal de repente te dicen: “¡tú eres bien punk, ñero!”. Hay diferentes formas de responder. Muchos dicen: “¡estás güey!”. Muchos se voltean y la hacen de pedo: “¡Chinga a tu madre!” Yo acostumbro a decir: “Yo soy un don nadie, m´hijito. No me vayas a comparar con nada”. Y es que para muchos no es la vida, y para muchos sí: para unos es más un apoyo moral estar con la banda que estar en su casa, es como una familia para ellos”.

Ome Toxtli

¿Qué une y qué separa a estos dos muchachos, catalán uno y mexicano el otro, cuyas historias de vida recogí durante la realización de sendos trabajos de investigación, de quienes me convertí en amigo y confidente?, ¿por qué ambos pertenecen a bandas, se apasionan por el rock, visten de manera poco corriente, hablan un argot peculiar y formulan un discurso contracultural?, ¿qué hace que, con un océano de por medio, en medios ecológicos y sociales tan diversos, se identi-fiquen como punks y compartan un universo simbólico semejante? El presente artículo tiene por objeto sondear algunos caminos para el estudio antropológico de la juventud urbana. Para ello se relatan dos experiencias sobre el terreno realizadas en Cataluña y en México.

Antropología y culturas juveniles

“La generación joven ha formado su propia sociedad, relativamente independiente de la influen-cia de los mayores” (Whyte 1971: 19).

“¿Qué son los Blouson noirs sino el reestablecimiento sobre el eje vertical de los grupos de edades, sucesivos de una diversidad que horizontalmente, en el plano geográfico, tiende a des-aparecer?” (Monod 1971: 13).

La despreocupación de los antropólogos por el estudio de la juventud no puede alegar falta de precedentes en la historia de la disciplina. Es sabido que diversas monografías sobre pue-

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blos primitivos se centraron en temas como la adolescencia, el ciclo vital, los ritos de paso y las organizaciones por clases de edad (Mead 1986; Bernardi 1985). Y también debería saberse que dos notables etnografías urbanas tienen por objeto las bandas juveniles en la metrópolis contem-poránea. Me refiero a los estudios clásicos de William Foote Whyte (1971; orig. 1942) sobre los street corner boys bostonianos de los años 30, en la mejor tradición de la escuela de Chicago; y al de Jean Monod (1971; orig. 1968) sobre los blousons noirs parisinos de los años 60, en una perspectiva estructuralista. Desde entonces, un sinfín de monografías antropológicas se han ocupado de las bandas juveniles, aportando ricas descripciones sobre sus comportamientos y valores, aunque a menudo se han centrado en sus aspectos más desviados y marginales, y no siempre han conseguido vincular lo microsocial con lo macrosocial.

En los últimos años, los autores de la escuela de Birmingham han propuesto el concepto de “subcultura” como estrategia para comprender de manera más compleja los variados estilos vitales de los jóvenes (Hall & Jefferson 1983; Hebdige 1979). En la Gran Bretaña de la postguerra la emergencia de teds, mods, rockers y skinheads no puede interpretarse como un fenómeno de desviación, ni tampoco como la generación de una cultura juvenil interclasista, sino como una muestra de “resistencia ritual” de los jóvenes de la clase obrera británica ante la hegemonía im-puesta por la cultura dominante, una “solución simbólica” a problemas que permanecen irresueltos en la cultura parental. A pesar de la indudable riqueza de las aportaciones de esta escuela, son del todo pertinentes las críticas suscitadas: los estudios subculturales se han centrado más en lo desviado que en lo convencional, más que en los adolescentes de clase obrera que en sus coetáneos de clase media, más en los muchachos que en las muchachas, más en el “pequeño mundo” del ocio juvenil que en el “gran mundo” de las instituciones adultas (Murdock & Mc Cron 1983; Amit-Talai & Foley 1990). Es necesario contextualizar las manifestaciones juveniles “es-pectaculares” en el estudio de los diversos segmentos que componen el mundo de los jóvenes, y de sus relaciones (de integración o conflicto) con la sociedad más amplia.

Un primer esfuerzo en esta dirección debe ir dirigido a la tarea de clarificación conceptual en torno al concepto de culturas juveniles. En un sentido amplio, las culturas juveniles refieren el conjunto de formas de vida y valores, expresadas por colectivos generacionales en respuesta a sus condiciones de existencia social y material. En un sentido más restringido, señalan la emergencia de la juventud como nuevo sujeto social, en un proceso que tiene lugar en el mundo occidental desde finales de los años 50, y que se traduce en la aparición de una “microsociedad” juvenil, con grados significativos de autonomía con respecto a las instituciones adultas, que se dota de espacios y de tiempos específicos. Mientras el concepto de banda (con una connotación peyorativa marcada por su origen policial) sugiere desviación, marginalidad y segregación de las instituciones, el de culturas juveniles pretende integrar tanto lo desviado como lo integrado, lo marginal y lo normal, la (relativa) autonomía y la (contradictoria e inestable) vinculación con las estructuras familiares, educativas, comerciales, estatales y laborales. Hablo de “culturas” y no de “cultura”, para describir mejor su diversidad y heterogeneidad (en el tiempo, en el espacio y en la estructura social). Hablo “culturas” y no de “subculturas” -que técnicamente sería más correcto- para evitar la connotación desviacionista de este segundo término.

Es el plano de las condiciones sociales las culturas juveniles se construyen con materiales provenientes de las identidades generacionales, de género, clase, etnia y territorio. Desde esta perspectiva interactúan con las culturas parentales (las normas de conducta y valores presentes en su medio social de origen) y con la cultura hegemónica (la distribución del poder, a escala, de la sociedad más amplia). En el plano de las imágenes culturales se traducen en estilos más o menos visibles que a manera de “bricolaje” integran elementos materiales e inmateriales he-terogéneos, provenientes de la moda, la música, el lenguaje, el comportamiento no verbal, etc. Estos estilos tienen una existencia histórica concreta, son a menudo etiquetados por los medios de comunicación de masas y pasan a atraer la atención pública durante un periodo de tiempo, aunque después decaigan y desaparezcan (también son corrientes los revivals). A pesar de que

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los estilos se han identificado a menudo con “uniformes” más o menos estereotipados, conviene precisar que lo importante aquí es la forma en que los atuendos y accesorios son apropiados y utilizados por los propios jóvenes en la construcción de su identidad individual y colectiva, proceso que dista mucho de ser mimético y mecánico.

Las culturas juveniles no son homogéneas ni estáticas: las fronteras son laxas y los intercam-bios entre los diversos estilos numerosos. Los jóvenes no acostumbran a identificarse siempre con un mismo estilo, sino que reciben influencias de varios, y a menudo construyen un estilo propio. Todo ello depende de los gustos estéticos y musicales, pero también de los grupos primarios con quien el joven se relaciona. En una perspectiva etnográfica, puede ser útil el concepto de microcultura, que describe el flujo de significados y valores manejados por pequeños grupos de jóvenes en la vida cotidiana, atendiendo a situaciones locales concretas. En este sentido la banda sería una forma de microcultura emergente en sectores urbano-populares. Evitando el uso tradicional, asociado a determinadas actividades marginales, el concepto haría referencia a los grupos informales de jóvenes que de las clases subalternas localizadas, que utilizan al espacio urbano para construir su identidad social, y que corresponden a agrupaciones emergentes en otros sectores sociales (palomillas de clase media, fraternidades estudiantes, etc.). Cada banda puede caracterizarse por un determinado estilo, aunque también puede ser producto de la mezcla sincrética de varios estilos existentes en su medio social. El término contracultura, finalmente lo utilizaremos para referirnos a determinados momentos históricos en que algunos sectores juveniles expresan de manera explícita, una voluntad impugnadora de la cultura hegemónica, trabajando subterráneamente en la creación de instituciones que se pretenden alternativas (Hall & Jefferson 1983; Feixa 1992; Wulf 1992).

Así pues, las culturas juveniles hacen referencia a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente en la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el área del ocio, o en espacios intersticiales de la vida institu-cional. Se trata de una construcción simbólica, y por tanto ilusoria, pero que refleja problemáticas reales. En línea con la escuela de Birmingham, propongo considerar a las culturas juveniles como “metáforas” del cambio social, que acentúan como “espejos deformantes” que reflejan (de manera distorsionada) las contradicciones de una sociedad cambiante, en términos de sus formas de vida y valores básicos. Por ejemplo, en la Gran Bretaña de los 50, la emergencia de teds y rockers expresaba de manera espectacular el nacimiento del estado de bienestar y del mercado adolescente. En Estados Unidos de los 60, la emergencia de los hippies reflejaba las potencialidades y los límites del “sueño americano”. En la Italia de los 70, los indiani metropolitani exploraban la crisis de la política y anunciaban el desencanto. En la Rusia de los 80, los neformal-niye grupirovki (grupos informales) responden al proceso de cambio inducido por la perestroika (conviene señalar aquí que los estilos occidentales aparecidos a lo largo de tres décadas emergen de golpe mezclados con tradiciones autóctonas, como nihilistas y bohemios). En la Alemania de los 90, la explosión skinhead revela oleadas de pánico social frente al extranjero, que a menudo se traducen en ataques racistas, así como los problemas surgidos con la reunificación (lo único que hacen los jóvenes, en este caso, es hacer manifiestas tendencias latentes en el conjunto de la sociedad). En todos los casos las expresiones juveniles espectaculares surgen en momentos de agudos cambios sociales para los respectivos países. Expresando los conflictos sin llegar a resolverlos, representan los cambios en el teatro de la hegemonía social (a veces en forma de comedia, pero otras veces en forma de tragedia).

En este artículo pretendo ilustrar este recorrido teórico a través de la crónica de dos expe-riencias de campo. La primera refiere al fenómeno de las llamadas “tribus urbanas” que tuvo lugar en España tras la muerte del General Franco, y sobre todo a lo largo de los años 80. La segunda describe el fenómeno de los “chavos banda”, que emergió en México en los años 80, a pesar de contar con precedentes en la organización social de las barriadas urbano-populares de la metrópolis.

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“Rondan tribus urbanas”

“Crecieron entre el cemento de la gran urbe y son náufragos del asfalto. Sonoros nombres, eti-quetas de punkies, heavis, mods, rockers que los guarecen en la caliente seguridad de su tribu respectiva. En ocasiones el hacha de guerra es desenterrada para teñir de sangre un mundo lleno de música (...) Dominios, zonas de tránsito, territorios en disputa, el otro mapa de una ciudad desconocida y cotidiana, donde imperan otras leyes, otros valores” (“Tribus 85: morir en la chupa puesta”. Triunfo, abril 1984: 31) “Bueno, la juventud de los 80 es la que nació a finales de los 60... y en aquella época hubo un crecimiento demográfico muy alto, una bestiada... o sea, esta juventud se encontrará que hay mucha gente para un solo lugar de trabajo. La gente está un poco colgada, intentan ir haciendo la suya para no quedarse tirados. Por eso rondan muchas tribus urbanas... Al no tener trabajo, no se han podido adaptar a la sociedad y se crea un grupo para pertenecer a alguna clase de sociedad ¿no?” (Quim)

En 1984 empecé a recoger historias de vida de jóvenes de mi ciudad (Lleida, una localidad media del interior de Cataluña), con el objeto de elaborar una tesis de licenciatura en antropología, que presenté en la Universidad de Barcelona en 1985, corría el año internacional de la juventud, y hacía poco tiempo que había interrumpido en el escenario un nuevo sujeto social, bautizado con una significativa etiqueta: “Tribus urbanas”. Los medios de comunicación pronto dedicaron gran atención al fenómeno: campañas de pánico moral (como la que siguió a la muerte de un joven mod a manos de un rocker) se combinaban con la apropiación comercial (como los reportajes en que se anunciaban las tiendas en donde comprar los atuendos de cada tribu). Un teddy boy de Zaragoza escribió una carta al director para recordar que “las únicas tribus que existen en el mundo son las de los negros de África”. Pero un punk minusválido (“el Cojo”) se hizo famoso gracias a la televisión por destrozar una farola con su bastón, en las masivas manifestaciones estudiantiles de 1987, lo que suscitó el siguiente comentario a cargo de un columnista: “Los so-ciólogos deberían dar alguna explicación de este fenómeno africano y subdesarrollado”.

Al principio las tribus urbanas no me parecían un objeto de estudio relevante. Como construcción ideológica, lo imaginario y lo real se mezclaban sin solución de continuidad, y el fenómeno distaba de ser mayoritario. Si las expresiones juveniles “marginales” sólo podrían ser entendidas en el contexto más amplio de las variadas identidades generacionales, era preciso estudiar la cultura juvenil en su conjunto (incluyendo los sectores “integrados”). Sin embargo, a lo largo del trabajo de campo las tri-bus urbanas volvieron a interesarme. Por una parte los actores utilizaban en las entrevistas diversas etiquetas para autodefinirse y para definir a otros jóvenes. Algunos respondían a identidades étnicas y de clase previas (los pijos -jóvenes de clase media, en general estudiantes, obsesionados por el consumo y la moda-, se contraponían a los golfos -inmigrantes de suburbio, generalmente parados). Otras etiquetas remitían a modelos más universales: reminiscencias del pasado (hippies), revivals (mods) y nuevas creaciones subculturales (punks postmodernos). Los modelos originados en otro tiempo y lugar (la Gran Bretaña de los 60 y 70), no eran trasplantados miméticamente; se adaptaban a nuevas funciones y se mezclaban con influencias autóctonas (la cultura gitana, el nacionalismo catalán). En algunos casos se daban curiosos procesos de inversión simbólica. Por ejemplo los mods ya no son obreros rivales de los rockers, sino que agrupan mayoritariamente a jóvenes de clase media atraídos genéricamente por la cultura sixties; el estilo skinhead, originalmente proletario y rebelde, ha acabado por atraer a adolescentes burgueses, algunos ultraderechistas y racistas. En cualquier caso, lo interesante era constatar cómo las tribus urbanas eran tomadas por muchos de mis informantes como un emblema generacional: aunque en realidad pocos jóvenes se comprometieron globalmente con ellas, la imagen predominante era que “rondan muchas tribus urbanas”, vistas como una metáfora la crisis, la recreación simbólica del desencanto político que siguió al fin del franquismo, de la falta de trabajo y de expectativas vitales para los jóvenes.

Por otra parte, la observación participante me permitió confirmar la importancia de los espacios de ocio en la estructuración de estos grupos. Un posterior trabajo de historia oral me ayudó a

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trazar la historia de estos espacios (Feixa 1990). Para las generaciones de postguerra, el paseo por la calle mayor de la ciudad era la forma mayoritaria -y casi única- de ocupación de tiempo libre. La costumbre se llamaba “hacer la noria” y consistía en dar vueltas arriba y abajo, siempre por la misma calle, bajo la atenta mirada de los adultos. Aunque en los 50 aparecen guateques (fiestas privadas de adolescentes), sólo a mediados de los 60 con las primeras discotecas, los jóvenes disponen de un espacio propio alternativo al paseo. Pero no será hasta 1975, coincidiendo con la muerte de Franco, cuando la joven generación se apropia de un territorio urbano donde imperan “otras leyes, otros valores”: en el barrio antiguo de la ciudad nace la “zona de vinos”. Al principio son los jipis autóctonos (tardíos con respecto a Europa) los que acuden a algunos viejos bares donde los precios son bajos y sin que nadie les moleste pueden escuchar música, vestir de manera informal y fumar hachís colectivamente. A medida que el público empieza a ser más numerosos, se van abriendo otros pubs donde los fines de semana se congregan miles de jóvenes. El ambiente es espectacular, sobre todo en verano, cuando acuden los temporeros de la fruta (Lleida es una región agrícola).

La zona de vino aparece como el territorio juvenil por excelencia, un espacio neutral donde coexisten estilos muy diversos, una especie de lugar sagrado para las distintas tribus. Pero la masificación llega a un punto en que algunos sectores empiezan a querer diferenciarse, y crean sus propios locales de encuentro fuera de la zona. Los primeros en irse son los “progres”, en su mayoría estudiantes de izquierda con influencias contraculturales, que acuden a diversos pubs abiertos a la zona baja de la ciudad, donde se puede oír jazz, rock progresivo y nova cancó (cantautores catalanes). Paralelamente se empiezan a abrir, en la zona “alta” burguesa -en la llamada “calle del dólar”- una serie de locales de precios más altos y estética más comercial pubs, discos, disco-bares, terrazas, campanearías- que atraen al vasto sector de los pijos -muchachos de clase alta que visten de marca y escuchan música tecno. En tercer lugar, aparecen dispersos por la ciudad locales de nuevo cuño, agrupados bajo la etiqueta de postmodernos. Se trata de grandes superficies (antiguos almacenes) rehabilitados con una arquitectura “dura”, en donde se acude a beber y mostrarse, donde predominan estéticas “espectaculares” (punks, mods) y rock vanguardista. Finalmente, en la zona de vinos se produce un proceso de especialización: algunos locales se cierran como consecuencia de persecución policial y de la llegada de la heroína; otros convocan a parroquias diferenciadas (hardcores, hevies, rockabllies, acrátas, feministas, etc). El caso más llamativo es “La Casa de la Bomba”, un antigua bar de barrio que se ha convertido en sede de la escena mod local, que publica un fanzine y que organiza cada año un festival llamado The Walrus Weekend, que atrae a mods motorizados de todo el país e incluso del extranjero.

Así pues, la emergencia de las tribus urbanas es un proceso paralelo a la aparición en el espacio urbano de unas zonas y locales especializados en el ocio juvenil. No se trata, en general, de grupos con base territorial, organizados según el modelo de la banda, sino de “estilos” más difusos y personalizados. Aunque algunos de sus miembros habiten en los barrios obreros de la periferia, el lugar de agregación es el centro urbano y en particular los locales de “la movida” (el ambiente juvenil). Cada joven puede identificarse con un estilo de manera más o menos intensa, pertenecer sucesivamente a varios, adoptar alguno de los signos exteriores, compartir la amistad de sus componentes. De hecho, sólo tiene existencia real como “mapas mentales” para orientarse en la interacción cotidiana con otros jóvenes. Los “disfraces” no acostumbran a llevarse en el lugar de estudio o trabajo; son sobre todo para el fin de semana, cuando se acude a la zona de vinos al caer la tarde, y a medianoche se inicia el “vía crucis” por los diversos locales “postmodernos” (la noche es, sin duda, el tiempo de las tribus). Aunque existe una cierta rivalidad, las peleas son muy raras. Para acabar, me gustaría aludir algunos cambios experimentados del 85 para acá: los estilos más directamente vinculados a la crisis y protagonizados por jóvenes obreros, (punks, heavies) han perdido la hegemonía en manos de otros estilos que, aunque también de origen obrero, remiten a otra época (los años 60) y son retomados por jóvenes de clase media (mods, skinheads), poniendo de manifiesto nuevas metáforas sociales (el consumo, el racismo).

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“Puros chavos banda”

“La violencia en la ciudad de México, perpetrada por cerca de 20 mil bandas continúa hacien-do de las suyas, ante la complacencia de la policía que no puede erradicarla en su totalidad (...) Muchachos desorientados, que enviciados con la droga y el alcohol, cometen los mismos asaltos a mano armada, que atracos a diversos negocios y hasta casas habitación, así como violaciones y que son causantes del terror que viven los habitantes de todas las colonias, que ya en conjunto, son los enemigos número uno de la sociedad” (“Cayó la banda más brava de Iztapalapa”, ¡Cuestión policiaca! 2-9-91). “El ambiente transforma totalmente las ideas, la gente. No es lo mismo deprimirte aquí (en Neza) que deprimirte en el Distrito Federal). Ver el asfalto a donde van miles de coches, gente para aquí y para allá. Todo ese ritmo de vida te hace pensar en otras cosas. Allá no puedes ver una pinta como aquí, insignias punks “quién sabe qué ban-da”... La relación más directa siempre la he tenido con puros chavos banda, porque en realidad no puedo vivir con gente diferente ¡Sería imposible! Conocí muchas bandas porque casi a todos les gustaba el rock y de ahí cada quien en su barrio tenía su gente. Casi cada quien tenía su banda” (Diana)

En septiembre de 1990 llegué a la ciudad de México con el objeto de llevar a cabo una investi-gación de campo sobre la juventud mexicana. Después de estudiar a los jóvenes de mi ciudad (en realidad, mi propia juventud), pretendía conocer otras formas de ser joven. Suponía que en México los jóvenes empezaban muy pronto a trabajar, que se casaban y eran padres a temprana edad y que las culturas indígenas tenían formas específicas de organizar el ciclo vital. No imaginaba que las modas occidentales tuvieran excesiva influencia. Esperaba encontrar, eso sí, grandes masas de jóvenes en términos demográficos. Pero no imaginaba encontrar nada parecido a las tribus urbanas. De ahí mi gran sorpresa al oír hablar de los “chavos banda”. Según mis informantes, se trataba de jóvenes de ambientes urbanos-populares, a menudo desocupados u ocupados en la economía sumergida, que tenían las esquinas de sus barrios como espacio vital y que sentían pasión por el rock. Parecía que los había a millares en toda la periferia del Distrito Federal. Pronto vi “pintas” en algunas paredes y empecé a leer noticias y reportajes en que casi siempre eran presentados como drogadictos y delincuentes. Algunos retratos me recordaban el discurso de los conquistadores europeos sobre los indios: los chavos banda eran bárbaros (por regirse por otras costumbres y vestir otros atuendos), paganos (por impugnar la autoridad y la religión), salvajes (por violentos) y primitivos (por inmaduros e incivilizados). Pero también existían intelectuales que analizaban el fenómeno en términos positivos, como expresión de protesta y presagio de cambio.

Los chavos banda aparecen en la escena pública en 1981, cuando “Los Panchitos” de Santa Fe envían a la prensa su célebre manifiesto en el que intentan responder a los estigmas de la prensa amarillista, que los presenta como vagos y delincuentes. El estilo pasa a ser el emblema de toda una generación de jóvenes mexicanos de ambientes urbano-populares, que se contrapone al estilo de la juventud burguesa, representada por los chavos fresa. Mientras la imagen de los chavos banda se asocia a un determinado contexto ecológico (la colonia popular), una forma de vestir (mezclilla y chamarras de cuero), una música (el rock en sus diversas variantes), una actividad (la economía sumergida), una forma de diversión (la tocada), un lugar de agregación (la esquina), una fuerte rivalidad con la “tira” (la policía) y una pasión por la música (el rock); la imagen de los chavos fresa, en cambio, alude a otro contexto ecológico (los barrios residenciales o de apartamentos), una forma de vestir (según los cánones de la moda comercial), una música (el pop edulcorado y algo de música mexicana), una actividad (el estudio), una forma de diversión (la discoteque), un lugar de agregación (la Zona Rosa, los locales de moda). Mientras los chavos banda tienden a agruparse en estructuras colectivas compactas, permanentes, a menudo de base territorial, que tienen la calle como hogar; los chavos fresa constituyen medios socioculturales más difusos, más individualizados, con agrupaciones coyunturales, cuyo origen no es territorial sino escolar o de ocio, y no se reúnen en la calle sino en las casas o bares. Mientras los chavos

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banda han sido estigmatizados por la cultura dominante como rebeldes sin causa, violentos y drogados, los chavos fresa han sido vistos como conformistas, pasivos y poco peligrosos.

La banda parecía haber surgido de la nada. Era “la expresión de una crisis” (como más tarde vi escrito en una pared de Neza). Sin embargo, tenía notables precedentes en la historia de la juventud mexicana. Pronto me hablaron de “Los Abuelos” de la banda, “Los Pachucos”, un estilo juvenil surgido en los Ángeles en los años 40 entre jóvenes hispanomexicanos, que más tarde se difundió a otras ciudades de la Frontera Norte y del centro del país. Y de los “padres” de la banda, “los chavos de onda”, el movimiento juvenil surgido a fines de los 60, que en México incluyó a jipitecas, a estudiantes politizados -que padecieron la matanza del 68- y a jóvenes “rocanroleros” de origen popular, que vivieron en el festival de Avándaro de 1973, su particular Woodstock, y que más tarde, tras la represión que sufrió el rock mexicano, se refugiaron en los llamados “hoyos fonquis” (locales clandestinos para oír música en vivo). Esta evolución estilís-tica se refleja en el argot característico de los chavos banda -el “caló”- que mezcla elementos provenientes de orígenes diversos: el lenguaje pachuco, el lenguaje de la onda, las lenguas indígenas, los argots marginales, que al mezclarse con expresiones inventadas por los chavos, se convierte en un sociolecto incomprensible para el extraño (Hernández 1989; Reguillo, 1990; Urteaga 1992; Valenzuela 1988).

El estilo punk juega, en la última década, un papel de vanguardia parecido al jugado por los jipitecas respecto de la Onda: es el corazón simbólico de la identidad juvenil emergente. Al prin-cipio los punks reflejan directamente la crisis y la decadencia: la autodestrucción y la violencia simbólica es su emblema, que se refleja en el vestuario (literalmente se visten en las basuras), su baile (el pogo), y en la actitud vital (drogas, tatuajes, alfileres y cuchillos). A mitad de la década, coincidiendo con la emergencia de la sociedad civil mexicana que sigue al terremoto del 85, se pasa de la autodestrucción a la construcción: el “la neta no hay futuro” se matiza con propuestas creativas (fanzines, radio), con formas políticas de resistencia (colectivos) que conectan al mo-vimiento con la tradición contracultural. Al mismo tiempo, el estilo se comercializa y se difunde despojado de su carga contestataria. Como luego me contó un chavo:

Las primeras informaciones del movimiento punk llegaron por la Zona Rosa. Se empezaron a formar grupos burgueses, de chavos que si tenían lana para hacer un grupo, chavos fresa. Empezó a llegar información de Inglaterra, y aquí empezó a haber boutiques de punks. Luego el movimiento empezó a difundirse hacia los barrios, pero los barrios lo retomaron como lo que era la realidad, marginal, y ya empezaron a haber varios punks aquí en Neza, en Santa Fe, en Iztapalapa. Nos parábamos los pelos y las chamarras con estoperoles y los pantalones rotos, una camisa de leopardos, una chamarra de piel negra con unas insignias que decían “La neta no hay futuro”, “Nadie es inocente”, siempre retomando a “Los Sex Pistols”, porque ellos fueron los que iniciaron todo esto, siempre llegaba a las tocadas con las cadenas así amarradas, unas esposas. A México había llegado la crisis y la devaluación, y la onda era: “si el sistema me destruye, yo me autodestruyo con drogas y violencia”. Con el tiempo la banda se fue volviendo muy pacifista, como que ya agarró otra terapia. Ya había llegado algo de noticias de España, de Eskorbuto, de la Polla Records, del Vómito Social, del RIP. Y grupos de Inglaterra, el hardcore: no guerras, no armas. También llegaron noticias de un grupo de Tijuana que se llamaba Solución Mortal. Ese grupo traía otras influencias: era el reverso del punk, de autodestruirte. Ahora decían no a la guerra, no a las drogas, no a los juguetes bélicos (“El podrido”).

Mi primer contacto directo con los chavos banda fue en el Chopo, el santuario donde se congre-gan cada sábado. Desde hace más de 10 años, millares de muchachos y muchachas de aspecto extravagante acuden religiosamente, desde todos los puntos de la metrópoli, a una colonia popular situada detrás de la estación de trenes, no muy lejos de la tristemente célebre plaza de las Tres Culturas. En una calle desangelada, rodeada por fábricas y postes eléctricos que recrean un esce-nario suburbano, surge un hormiguero humano tan bullicioso como bien organizado. En la calle de acceso, recostados sobre el muro, los viejos jipitecas ofrecen sus artesanías. Ya dentro del mercado,

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el colectivo punk se distingue por su indumentaria y por su número. En la hilera central los meta-leros venden camisetas, gadgets y casetes con música heavy metal. En el resto de puestos, otras bandas -rockers, nuevaoleros, progres, psicodélicos- ofrecen todo tipo de fanzines, discos, pósters, cintas piratas, colgantes, tatuajes, pulseras, vestidos, cadenas, etc. En torno a tres hileras -unos 150 puestos- dos millares de gentes desfilan en forma de noria. Algún espontáneo monta también su parada y propone el trueque de discos. El ambiente es familiar: muchos se conocen y saludan, en una complicidad renovada cada semana que contrasta con el anonimato de la gran metrópoli.

“El Chopo es un foco de infección en esta ciudad”: son palabras de Ome Toxtli, un chavo punk de 26 años de edad que conozco en el tianguis. Lo primero que me pregunta cuando le digo que vengo de Cataluña es si soy partidario de la independencia de España. Pronto descubro de dónde viene su insólita visión universal: conoce a la perfección un “chingo” de grupos de rock vascos y catalanes. Vive en Ciudad Nezahualcóyotl, una enorme ciudad, dor-mitorio de varios millones de habitantes, situada en la periferia del D.F. gracias a su amistad podré introducirme en ese barrio mal afamado y conocer a los componentes de su banda, Los Mierdas Punks. En Neza York (como la llaman los jóvenes) las bandas surgen como un producto casi “natural” del medio ambiente: en cada calle, cuadra o colonia existe al menos una. Pero pocas son tan conocidas como Los Mierdas. Nacida en 1982 de la alianza de tres bandas anteriores, fueron los primeros en superar una estricta ubicación territorial para exten-derse por casi toda Neza. En su época de esplendor, hacia 1985, llegaron a contar con 600 miembros, que se agrupaban en “sectores”. La historia de la banda refleja la trayectoria de toda una generación. Surgió con un discurso autodestructivo, fruto de la lectura que se hacía del movimiento punk desde el suburbio de un país sometido a una fuerte crisis económica. El discurso se expresaba en una imagen y actitud agresiva, peleas con otras bandas, consumo de drogas y una danza frenética (el pogo). Pero en un segundo momento evolucionó hacia un discurso más “político”, basado en el intento de generar alternativas culturales (colectivos musicales, cooperativas fanzines, campañas contra la tortura). Los Mierdas Punks pasaron a denominarse Movimiento Punk (MP) y a organizarse en colectivos. En 1985, tras el sismo que conmovió a la ciudad, la banda confluyó con el poderoso movimiento urbano popular en la reivindicación de mejoras sociales para la juventud. La creación del BUN (Bandas Unidas de Neza) fomentó la colaboración entre bandas y permitió canalizar esas energías, aunque posteriormente volviera otra etapa de reflujo.

Cuando entré en contacto con Los Mierdas, los tiempos gloriosos habían pasado: los funda-dores de la banda ya eran mayores (algunos se habían casado y casi todos trabajaban); pero nuevas generaciones volvían a encontrarse en la esquina y a identificarse como punks. Para ellos la banda representa un modelo de sociabilidad entre la familia y el mundo laboral, que or-ganiza el espacio y el tiempo de la vida cotidiana. En primer lugar, la banda organiza el espacio, al dotar a los jóvenes de identidad local (a menudo la emergencia de bandas, señalada siempre con pintas, precede a las identidades barriales), al concederles una “esquina”, al relacionarlos con otras bandas y territorios, al semantizar diversos sitios urbanos (la pared donde se pinta un mural, el “hoyo fonqui”, el tianguis del Chopo). En segundo lugar la banda organiza el tiempo al llenar la jornada diaria de actividades significativas (el encuentro en la esquina, el “cotorreo” -diversión- el nomadeo por el barrio, el trabajo en la economía sumergida, el consumo de droga -sobre todo inhalantes químicos-); al dar sentido a la semana en función del sábado, cuando se acude al Chopo durante el día y por la noche a la “tocada” (concierto espontáneo en la calle o en un local); al organizar el ciclo vital mediante ritos de ingreso (la novatada, la pelea, la “carrilla”) y de salida (el matrimonio, el trabajo estable, la emigración al “gabacho”, la cárcel o la muerte violenta); en definitiva al dotar a los jóvenes de una conciencia generacional que los ubica en la historia.

El estilo de los chavos banda es un producto sincrético donde se mezclan múltiples tradi-ciones culturales. Por un lado, aquéllas provenientes del exterior, como la música y la estética, que se difunden a través del Chopo, de los fanzines, de la radio, y de algún joven que se fue de

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“bracero” (emigrante ilegal) al “gabacho” (Estados Unidos). Por otro lado, aquéllas que reflejan las condiciones sociales de generación, género, clase, etnia, y territorio. La identidad generacional se afirma frente a la generación de los padres (algunos fueron “rebeldes sin causa” y vivieron el 68) y la de los primeros rocanroleros (que en los 70 crearon las primeras bandas, precedente de las actuales). La identidad de clase expresa las condiciones de vida de los sectores urbano-populares mexicanos, y también se opone a las condiciones de vida de las áreas residenciales de clase media. La identidad de género expresa una determinada vivencia de la masculinidad (que corresponde al modelo del varón adulto mexicano), pero también deja un cierto espacio para las expresiones femeninas (hay bandas de “puras chavas” con nombres tan insolentes como “Castradoras”, “Viudas Negras”, y provocativos grupos de punk-rock como “Virginidad Sacudi-da”). La identidad étnica expresa el universo cultural de la segunda generación de emigrantes indígenas y campesinos a la ciudad. La etnicidad se entiende también como una afirmación de la mexicanidad frente a lo “gabacho”, apropiándose de elementos culturales chicanos (como los murales) y prehispánicos (“Cuahutémoc fue el primer punk”). La identidad territorial, finalmente, expresa la vinculación a un espacio local (la colonia, la esquina), a través de la oposición de las bandas del Distrito a las del Estado de México, y de las de la capital con las norteñas.

Como dicen los chavos, la banda es como una “segunda familia” y una “escuela de la vida”. Pero esto no significa que los jóvenes provengan de hogares rotos o sea casi analfabetas. La mayor parte de chavos que conocí no mantienen relaciones especialmente conflictivas con sus padres, y han permanecido en las instituciones educativas un periodo similar al de sus coetáneos. Tampoco es verdad que sean improductivos (la mayoría trabaja o ha trabajado en la economía informal) ni que su actividad principal sea la delincuencia (si las más de 20,000 bandas que la policía reconoce fueran criminales, el D.F. sería irrespirable). De hecho, los vecinos están acos-tumbrados a que los chavos y chavas se junten en la calle. A veces colaboran en la organización de fiestas, en el arreglo de calles. Incluso se sienten protegidos frente a los “tiras” (la policía). La banda, en suma, forma parte del paisaje habitual del barrio. Además, es tenida en cuenta por las organizaciones populares, por las corporaciones del Gobierno, por los medios de comunicación y por el mercado.

Los chavos banda son, a la vez, producto y productores. Producto de un espacio y de un tiempo específicos (los barrios populares del México urbano en una década de crisis). Productores de artefactos culturales (formas de sociabilidad, música, espacios de ocio, argot, elementos de cultura visual, tatuajes, etc.). En este sentido, se mueven en el cruce de dos grandes instancias: las culturas parentales (la mayoría de sus padres son indígenas y campesinos emigrados a la ciudad) y la cultura hegemónica (medios de comunicación, organismos del gobierno, policía). En este cruce, la integración suele predominar al conflicto abierto con las instituciones. Por ello los desafíos se sitúan fundamentalmente en el plano simbólico: la contestación puede ser un disfraz que esconde los valores de la cultura tradicional (Cano 1991). Pero ya sabemos que los disfraces no siempre son inofensivos: los poderes siempre desconfiaron del carnaval. Y eso es lo que hacen los chavos y chavas banda: teatralizar en la escena pública las contradicciones del México contemporáneo.

Vidas de punk

Uno de los resultados de mis investigaciones sobre el terreno ha sido la elaboración de historias de vida. A menudo se niega la capacidad de los jóvenes, en particular de los que se agrupan en bandas, de elaborar un discurso coherente sobre su experiencia vital. Mi experiencia, por el contrario, es que, cuando se les deja hablar, el relato de muchos de ellos es tan rico en la forma como jugoso en el contenido. Las historias de vida pueden servir para informar sobre la vida co-tidiana de los jóvenes y el sentido de sus opciones estilísticas, en el contexto de un lenguaje que es expresión de una determinada forma de vida. Siguiendo la propuesta de Franco Ferraroti

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(1981) de “leer una sociedad a través de una biografía”, presentaré a continuación algunos frag-mentos autobiográficos de dos de mis mejores informantes en las investigaciones reseñadas.

Félix es el seudónimo de un joven punk, que tenía 24 años cuando lo entrevisté en un barrio obrero de Lleida en 1985. En aquel entonces estaba en paro, se acababa de declarar objetor de conciencia, militaba en la CNT (sindicato anarquista), colaboraba en distintas iniciativas culturales (radio libre, fanzines) y llevaba un pendiente. Ahora ya no es punk, pero regenta un bar musical muy popular en la zona de vinos (por cierto, el local se llama “El paso”).

Ome Toxtli es el seudónimo de un chavo punk de 24 años, miembro de Los Mierdas Punks de Neza, que entrevisté a los largo de 1991 en México, tras conocerlo un sábado en el Chopo. Como Félix estaba en paro (o trabajando en la economía sumergida), tocaba en un grupo hard-core, se declaraba ácrata, había participado en actividades autosugestivas, y llevaba varios alfileres colgando. Aunque estén recogidas en momentos y lugares diferentes, las historias de vida pueden servir para contextualizar los fenómenos descritos con anterioridad. Por ello las presento en forma de diálogo, de manera que los ecos de las voces resuenen, creando polifonías.

(Félix) Nosotros, los de clase baja, tenemos dos puntos: convertirnos en un macarra o en un idealista. Por las circunstancias, la basca de aquí de Lérida suelen ser todos los macarras. Tienes que estimularte con muchas otras cosas, con algo que sea agradable para poder subsistir. Al final tienes que pisar por huevos, pero si pisas al más fuerte y no pisas al compañero, pues mejor, que esos están pisándonos siempre. Con mis padres es muy fuerte, es un cambio de cultura total y, bueno, mientras a mi madre le gustan las flores de Estrellita Castro, pues a mí los Sex Pistols, ¡Y ya me dirás qué tiene que ver una cosa con la otra!... Conflictos religiosos he tenido con mi madre muchísimos: El estar en mi habitación, poniendo la radio, Radio 3, por la mañana. Y la pongo a toda hostia, porque ponen Siniestro Total. Y mi madre gritando: “Quítame eso, que esto es mi casa, que tal, que cual!”. Y bueno quito eso, y al rato que ella pone la tele y yo gritándole: “¡Quita eso, que tal, que cual!”. Y al final los dos gritando, a ver quién pone más alto, yo la radio y ella la tele ¡Ese es el único conflicto religioso que hay en mi casa!

(Ome Toxtli) En Neza siempre estuvo pesado el rol de los pandilleros. Cuando yo hacía mis vacaciones escolares en la secundaria, íbamos a la Victoria de las Democracias a ver a mis abuelos, y qué cambiazo: mirabas para todos lados y no veías ni a un solo pandillero, hasta en la noche. En Neza vas de día y pandilleros aquí y pandilleros allá. Incluso yo cuando iba a la primaria me decían: “¡cuídate, porque ése es marihuano!” Yo los veía con el pelo larguísimo, un chaleco de mezclilla, sus pantalones de mezclilla entubados, embarrados en las piernas, unos zapatos mocasines de gamuza, con sus bandas tejidas de colores. La tradición rocanrolera de Neza pasó por varias etapas. Primero una disgregación total, cuando empezaban a llegar las gentes. Y los grupos de jóvenes, todos de provincia, campesinado, empezaron yendo a la ciudad a trabajar, a darle, y en el contacto con la ciudad aprenden otras cosas. Neza se ha de haber formado hacia el 65, y al principio no había bandas. Entonces no tenían nombres, por eso no eran bandas, sino que se conocían, sabían que a todos les gustaba el rocanrol, y ya. Ya tirados más para acá, a mediados de los 70, empezaron a haber grupos que empezaron a ponerse nombres entre ellos, a bautizarse. Hablar de todas esas bandas es hablar de un lugar a donde no podías entrar, y valía madres. Incluso cada banda tenía su propio código para entenderse. Al parecer la primera banda que hubo en el Distrito Federal fueron los Panchos de Santa Fe. Incluso hay una leyenda: esos güeyes nomás eran tres, y se llamaban Francisco, y por eso que “Los Panchitos”. Poco a poco se fueron haciendo fama de locos, que se les va juntando gente, hasta que eran un resto, tuvieron un apogeo enorme, los reportajes de la televisión bien amarillos, les caían razias, mucha gente estaba en la cárcel. Prácticamente eran presos políticos, porque ellos estaban haciendo actividad política, cuando la televisión y el amarillismo les decían que eran rateros, drogadictos, malvivientes, etcétera.

(Félix) Yo al principio iba de niño normal, con pantaloncito corto y corbatita y tus zapatitos. Luego a los 13 o 14 años, cuando empiezas BUP y ya te enteras de las movidas, te empieza a gustar Deep Purple, Pink Floyd, Yes y todas esas cosas. Son poppies de los 60 y los 70, y

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lo más que te recuerda esa estética es una estética jipi, bueno, underground, no jipi, que lo jipi no me ha gustado nunca, sí, contracultura. Todo movimiento contracultural que sale nuevo, me gusta ver lo que hace, cómo se mueve, por qué está ahí. Me ha interesado lo skinhead, lo punk, lo mohicano, “Los Break”, cuando eran “Los negros del Bronx” que hacían lo que ahora es un deporte pijo, como el aérobic. A los 13 años no tienes nada definido. Te creas una estética según la gente con la que más te relacionas. Un estilo más o menos jipi, con tus tejanos, muñequeras, fulares, camisa, cantidad de cantarinas, historias así, me largué a los sanfermines. Luego me relacioné con la estética punk. Conocí gente en Barcelona que iban así y luego aquí salió “El Ruso”, “El Coco”, y montaron el Musical Sucs, un local para la movida. Pues esto es ir de marchito relacionarte con esa gente, fumando cañita, oyendo Kaká de Luxe, ver lo bien que se montan, también oír mucha Radio 3. Y así me metí en la movidilla.

(Ome Toxtli) Por aquel entonces eran todos bien Vicious, bien autodestructivos, bien tirados a la onda de cantar y droga y... El rol de ese tiempo era tal vez de competencia: a ver qué banda era más fachosa, más destructiva. No era tanto exhibicionista sino de convicción: si la sociedad me quiere destruir, no le voy a dar gusto, hasta yo mismo me destruyo. Y pas, se cortaban. Era una acción bien congruente para el contexto: me autodestruyo con las drogas, cortándome, aventándome patas... a mi compadre “El Chafa”, siempre metido en la onda de la política, de repente se le empezó a gestar en el coco una onda de movimiento cultural, de unión entre las bandas. Luego vinieron los sismos: el gobierno se quedó con gran parte de la ayuda que llegaba del extranjero, muy poca ayuda se destinó a los lugares pobres. Entonces se juntaron pandilleros, y hacen las brigadas para ofrecer ayuda: van de casa en casa pidiendo ropa, comida, alimentos. Incluso se dio una tocada de beneficencia para los damnificados, y el dinero se entregó a la co-misión encargada de eso. Se regresan y aquí organizan varios eventos: “¡Vamos a organizarnos como Bandas Unidas de Neza, para jalar juntos con otras bandas aliadas!”. Después de un tiempo de peleas ya se calman muchas de las fricciones, se calma la bronca con “Los Adanes” y “Los Fugitivos” y se quedan también en el BUN. Empieza a hacer un gran campo de paz entre todos nosotros. Las tocadas, con esos rollos de mucha onda política que empezó a surgir de repente, todos se empezaron a calmar. Volvimos a bajar al Chopo, empezamos a meter folletitos, volantes, hablando sobre el BUN, lo que éramos, cómo funcionaba. Los grupos vascos nos influyeron un resto. Nosotros andábamos en la onda autodestructiva, y cuando empezamos a oír a “La Polla Records” y a “Eskorbuto” fue todo un descubrimiento, empezaron a meter conciencia política, además en castellano, podíamos entender las rolas. Empezamos a oír “La Polla Records” en el 86.

(Félix) Antes en Lérida ¿qué había? Tres punkies. Y ahora los de “La Polla Records” se han puesto de moda, y salen punkies hasta debajo de las piedras.

¡Mira qué bonito, cuánto color! Pero te das cuenta de que es una basura, va de pastelona. Que a la mitad de la gente esa les importa un huevo si se hace una radio libre, un periódico alternativo, y todo lo que sea contracultura y underground, solamente en la estética y en el sonido, pero todo lo que sea moverse por debajo, nada. O sea, sacan las crestas, pero no se mojan los dedos. Ahora al Roxy van algunos pijines que me dan un asco... Pasas por allí y dices: “¡Joder! Esta gente es la que antes iba de mod, luego fueron de tecnopop, y ahora van de punkies porque han oído a “La Polla Records” hace un par de semanas”. No sé, imagino que esto es el underground de ahora, lo que fue el “jipismo” de aquella época. Aunque ahora los punkies ya salen como un producto de consumo, no son demasiado puros que digamos. Se está convirtiendo esto en post-modernidad en otro punto de consumismo de esta sociedad. Pero es igual. La gente tiene mucha imaginación y saldrá con otra cosa para romper los esquemas. Si te fijas, llevan muchos años intentando romper con la sociedad, con una estética, con una forma de vestir, con una música, una forma de escribir, una forma de pintar, de hacer fotografía... de mil cosas, una forma de vivir distinta para romper con todo lo que tienes atrás, y al final lo que tienes atrás te asimila, y vuelve a salir otra forma de contracultura. Fue el tango, los primeros dadás, los impresionistas... mil cosas. O sea, imagina que uno va de punk, otro de heavy, de rock, de dadaísta, de revolucionario

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de principio de siglo... un montón de personalidades puedes escoger, y si no te gusta ninguna, pues te inventas tú una, que es lo bonito.

(Ome Toxtli) El rol entre los punks era ser original: ponerle una garra, hacerle una rasgada, un cierre, que se viera único. “Los Mierdas” traían una estética bien propia: era una combinación entre mohicano y Sid Vicious. Incluso el hacer cosas hechizas: las hombreras, los picos, los tornillos, los pedazos de bota incrustados en la ropa, chamarras al estilo Mad Max, era parte de la estética mierdera. Cada quien hacía su estilo y su originalidad. Luego los punks del Distrito se volvieron bizarrísimos. Como que agarraron una combinación de todas las garras que había acá y allá e hicieron una sola. Hubo un tiempo en que empezaron a bajar al Norte, a Tijuana. Cuando regresan del Norte empiezan a traer ropa estampada de fábrica, es el pedo de vivir junto al gabacho, que allá ya te lo dan todo hecho. Al contrario del movimiento en toda la zona centro del país, que era ir por la ropa a los basureros, comprarla usada en los tianguis, que te la dieran regalada o robada, o hacerla tú mismo comprando la tela. De repente, que del Norte se vino como una moda, toda la gente lo usaba así. Los empezamos a ver a todos uniformados, todos se parecían a todos.

(Félix) A mí hay gente en el barrio que me ve mal. ¿Sabes por qué? Porque, me pongo el pendiente. Y el pendiente, ¿qué quiere decir? Que me importa tres pimientos lo que piense la gente del pendiente, ¿me entiendes?, no sólo el pendiente, todo lo demás. Y como yo paso mucho de la gente, ¿la gente qué no puede pasar de mí? Tiene que tocarme las pelotas, todo lo que puede. Pues ahí estoy yo para decirles: “Me podéis tocar las pelotas todo lo que queráis”. Pues si en un momento quiero sacrificarme por un poquito de dolor par tener una estética que a mí me parece lógica a mi edad y a mis compañías y en el ambiente en que me muevo, pues yo no veo por qué no me voy a tener que sacrificar por una gota de sangre. Además, el día que lo hice iba muy borracho y me tocó una tía que estaba buenísima. Fue el flash de un día. Y luego te das cuenta de que ese flash de un día te va marcando. Este pendiente me ha marcado mu-chas cosas: el que no me vuelvan a atracar desde lo que llevo, ¡fíjate qué tontería! El llevarme a conocer gente, me ha pasado en Zaragoza, el llevar la gabardina, las botas de militar, el pelo bien rapado y ir de punky total, llegar a la estación y lo primero que me encuentro son dos tíos que me piden la hora, empezamos a hablar hacemos una relación, y nos vamos de marchita. Y nos fuimos de marchita tres días y dormí en casa de uno. ¡Y sin conocerlos! O sea, el llevar una estética ya te relaciona con otra gente, inconscientemente. Que me ha gustado una canción de “Los Sex Pistols”, me ha dao el punto y ya voy... Quieres provocar a cierta gente y relacionarte con otra cierta gente que va igual que tú. “El Coco” iba muy normalito, nadie se metía con él. Y ahora va con una cresta, con toda la historia de militar y toda la pesca. Con este hombre fuimos a ver “La Polla Records” y es cuando se hizo la cresta. Un punto es la música pero, a la vez, el tío se relaciona con la gente que tiene la misma estética y provoca a unos señores.

(Ome Toxtli) El término “banda”: ahorita ya está como muy institucionalizado y hasta me cae gordo; más bien rocanrolear y ya. Neza ha tenido una tradición rocanrolera pero de años. Los más grandes, los que siempre rocanrolearon, ‘pus ya tienen 40 años, agarraron el rol desde jóvenes, respetados entre los de la misma banda, porque conocen más. Es como una escuela, se lo he dicho a muchos de la banda: que aquí nunca termina uno de aprender. Conocer algo no implica que tú te vuelvas altanero, o un patán, sino que, al contrario, tienes que seguir manteniendo un cierto grado de humildad a la hora de escuchar a los demás, porque vas a sacar algo bueno de ellos, y ellos a la vez van a aprender de ti, es recíproco. Todos aportamos algo. Incluso cuando la regamos, ahí nos tienes regañándonos. Y es que para muchos es más un apoyo moral estar con la banda que estar en su casa, es como una familia para ellos. Una vez hubo un pleito, en la misma borrachera y se fueron a las manos dos de la banda. Broncas que duran cinco, diez minutos y no se sueltan. Pesado. La pelea callejera aquí es muy masacrable. Y a lo último uno de ellos se impuso, en el suelo le dio unos golpes, y le dijo su apodo “Nomás para que veas qué marca”. Ya llegaron los demás, los separan, se los llevan. Luego, en el bar, mi compadre se soltó a llorar: “¡Qué gacho, la neta, nunca esperé que nos fuéramos a golpear así! Yo me rompo mi

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madre con cualquier güey, pero nunca con uno de la banda. La neta, como a mi familia, yo los respeto a todos ustedes. Son como mi segunda familia”.

“Tribus urbanas” versus “chavos banda”

A manera de balance, me gustaría proponer diversas reflexiones comparativas que se despren-den de mis dos experiencias de campo, señalando algunas convergencias y divergencias entre las construcciones sociales denominadas, respectivamente, “tribus urbanas” y “chavos banda”. Se trata sólo de un esbozo preliminar, que deberá completarse en el futuro con comparaciones más sistemáticas de los contextos sociales y de los imaginarios simbólicos en que surgen estos fenómenos.

En ambos casos, la emergencia de estilos juveniles espectaculares es paralela a la extensión de las crisis económicas y sociales de la década de los 80 y de sus epifenómenos (paro juvenil, devaluación monetaria en México, economía sumergida, “crisis de valores”). En ambos casos coinciden las expresiones simbólicas y musicales más visibles (las distintas vertientes del rock y sus mutaciones “duras”: punks, rockers, heavies). En ambos casos, se dan rupturas políticas o crisis de hegemonía (transición a la democracia y victoria del PSOE, en España, crisis de la hegemonía del PRI en México. En ambos casos, los medios de comunicación dedican grandes espacios al tema, combinando el discurso satanizado (oleadas periódicas de “pánico moral”) con el discurso publicitario y la apropiación comercial. En ambos casos se evita el agudo “conflicto generacional” de décadas anteriores, actuado la familia como colchón y la banda como com-plemento, más que como alternativa global de vida. En ambos casos los caminos emprendidos han sido plurales, incluyendo tanto “soluciones” autodestructivas (del vandalismo episódico a la droga) como “soluciones” constructivas (de la creación cultural al compromiso sociopolítico). En ambos casos se generan espacios urbanos (la zona de vinos, el tianguis del Chopo) que sirven como ámbito de intercambio, como “foco de infección” de los estilos. En ambos casos se generan circuitos comunicativos propios (música, fanzines, graffiti, argot, moda). En ambos casos hay momentos de convergencia con movilizaciones colectivas (la huelga de estudiantes del 86 y el movimiento anti-OTAN en España; el sismo del 85 y las elecciones del 88 en México). En ambos casos, finalmente, la hegemonía (al menos simbólica) la mantuvo durante la mayor parte de la década el estilo punk (verdadera metáfora de la crisis).

En cuanto a las divergencias, mientras la banda se ha convertido en un fenómeno masivo y persistente en ambientes urbano-populares de México, las tribus urbanas en España han sido un fenómeno relativamente minoritario y coyuntural. Mientras la banda es una estructura colectiva bastante continua, con liderazgo y rituales estables, que abarca buena parte de la vida cotidiana y de la trayectoria vital de los chavos, las tribus urbanas han tendido a ser agrupaciones inestables, sólo ocasionalmente colectivas, discontinuas, cuyos componentes raramente se comprometen en ellas globalmente. Mientras los chavos banda se ubican fundamentalmente en la periferia de las grandes ciudades y mantienen vínculos profundos con el territorio (cuya defensa es el motivo de conflictos endémicos con otras bandas igualmente territoriales), las tribus urbanas han tenido sobre todo como escenario el centro urbano, siendo los conflictos más episódicos que endémicos. Mientras los chavos banda se agrupan inicialmente en torno a la esquina o el barrio, las tribus urbanas se han articulado en torno a locales de ocio (bares, discotecas, zona de vinos). Mientras el atuendo de los chavos banda es para todo tiempo y lugar (de la familia al trabajo, de la jornada diaria al fin de semana), el de las tribus urbanas suele lucirse únicamente en los espacios de ocio, durante los fines de semana. Mientras los chavos banda obtienen casi siembre objetos y accesorios por vías autogestivas no mercantiles (trueque, artesanía, reutiliza-ción, préstamo) o parcialmente mercantiles (el Chopo), las tribus urbanas han tendido a ubicarse cada vez más en los canales comerciales habituales. Mientras la vinculación de la banda con las instituciones y las industrias culturales ha sido episódica y coyuntural, las tribus urbanas

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han establecido canales bastante duraderos de interacción con ellas. Finalmente, mientras la respuesta de los poderes ante el fenómeno ha sido en México fundamentalmente represiva (con razias y extorsiones masivas) y en menor grado integradora (con intentos de cooptación política o comercial), en España, al margen de la política antidroga, sólo ocasionalmente la actuación policial ha sido determinante (casos de los okupas y skinheads), predominando los intentos de neutralización comercial y consumista.

El balance de mi experiencia es que, aunque las culturas juveniles surjan de un determinado contexto social y nacional, se establecen múltiples vías de comunicación trasnacional, que hacen que jóvenes de lugares muy alejados se identifiquen con estilos semejantes. La adscripción a estos estilos no pasa de ser una adscripción simbólica. Pero la apropiación de los mismos pro-duce en cada lugar expresiones culturales diferentes, lo cual contradice las teorías que ven en las culturas juveniles una vía de homogenización a escala planetaria. La experiencia demuestra, también que los jóvenes de ámbitos subalternos, tanto en países periféricos como centrales, pueden estar marginados, pero no son necesariamente marginales. Mediante la adscripción a un estilo, la marginación pasa de ser un estigma a ser un emblema. Un emblema que les abre al exterior, que les da un lenguaje universal; lo cual contradice la caracterización tradicional de la cultura de la pobreza como una entidad cerrada. Gracias a las culturas juveniles, muchachos como Félix y Ome Toxtli pueden afirmar su precaria identidad en una época difícil.

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Capítulo 6.

Padres e hijos gobernantes y gobernados, jóvenes y adultos: relaciones intergeneracionales en Occidente del siglo XXI.Diego Salazar Rojas

Algo importante pero curiosamente poco visible, ha ocurrido entre los jóvenes nacidos entre los años 70 y 80 y los adultos nacidos entre los años 30 y 40. El paradigma de lo que ha ocurrido puede ser el proceso social de fines de los años 60 que enfrentó a Charles de Gaulle, hombre adulto que había sido parte de la generación en cuyo seno se produjo la Segunda Guerra Mun-dial y los jóvenes de 1968. Charles de Gaulle representaba quizás a una generación (la de Hitler y Stalin) que no había aprendido gran cosa de la historia europea, una generación que traicionó más de 2,000 años de cultura europea. La traición parece haber dejado huellas aparentemente invisibles al ojo desnudo y ecos casi silenciosos, pero que no por invisibles o silenciosos han dejado de manifestar consecuencias en la vida cotidiana de las naciones occidentales.

En las democracias occidentales, los momentos de elección de autoridades son aquéllos que permiten revelar en donde se hallan los grandes acuerdos intergeneracionales. Pero aparente-mente esta revelación no se produce debido a que un gran número de jóvenes se abstiene de votar. Sólo una minoría de los jóvenes hace uso de su derecho a voto: es un fenómeno que se observa en todos los países occidentales. Si se busca una explicación, ésta puede expresarse en hipótesis que aluden a diversos factores, por ejemplo al agotamiento de la democracia re-presentativa y al aparente fracaso de esta forma de gobierno para resolver los problemas de la ciudadanía. Otra hipótesis alude a la desilusión de los jóvenes con la conducta inconsecuente de los políticos. De acuerdo con la investigadora Anne Muxel (2001) la conducta política de los jóvenes es diferente de la de sus padres porque ellos se encuentran en un mundo político diferente del de éstos. Éstos vivieron la política de las grandes oposiciones: derecha/izquierda, Unión soviética/Estados Unidos, socialismo/liberalismo.

Al comienzo del Tercer Milenio, estas oposiciones se han debilitado. La Unión Soviética ha desaparecido, el socialismo se ha convertido en la Tercera Vía, algún liberalismo se ha tornado “compasivo”, algunas izquierdas se han “modernizado”. Sin embargo, si bien esta visión de Muxel parece acertada, la reacción francesa ante la posibilidad de que Le Pen llegara a la presidencia mostró que la antigua oposición izquierda/derecha sigue latente. Según las estadísticas 24% de los jóvenes franceses sin estudios superiores votó contra Le Pen. Muxel también alude a la concentración del paro entre los jóvenes y su exclusión de muchos espacios sociales como parte del complejo causal de la indiferencia de los jóvenes al sufragio. Según Muxel, en los años 60 y 70, el voto de los jóvenes era notoriamente diferente al de sus padres. Al comienzo del Tercer Milenio esto ya no es así. Los jóvenes europeos que votan no parecen estar interesados en cambiar la sociedad ni en expresar inconformismo. De nuevo Muxel parece estar pasando algo por alto: no parece haber notado la notoria participación de los jóvenes en las protestas contra las instituciones Bretton Woods en Seattle (denominada la primera rebelión mundial contra el

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neoliberalismo) y luego en Praga, Davos, Génova, y en cada lugar en que estas instituciones se han reunido en los últimos años. Pareciera como si la nueva forma de “votar” de los jóvenes que no asisten a las votaciones ordinarias se hubiera trasladado desde la formalidad del espacio político-administrativo de los procesos eleccionarios oficiales al terreno de la expresión de su voz (“voto” tiene la misma etimología que esta palabra) en las calles ante problemas que la cultura política no somete a votación formal. Recordemos que en ningún país el neoliberalismo ha llegado al poder por votación popular, pero si por imposición, por ejemplo, de dictaduras militares como en el Chile de Pinochet. Pero parece haber algo más profundo en la ausencia de los jóvenes.

Iniciemos esta búsqueda de algo más profundo en la conducta política de los jóvenes con algunos relatos típicos de los enfrentamientos entre adultos y jóvenes en el mundo occidental en la década de los años 60, cuando según Muxel los votos de jóvenes y adultos iban claramente en direcciones opuestas. En los 10 años que corren desde 1960 y 1969, millones de jóvenes de Estados Unidos, Europa, los países socialistas y América Latina hicieron oír masivamente su voz por primera vez en la historia occidental. La oposición al mundo adulto autoritario capitalista en unos (en Berkeley el Civil Rights Movement) y al mundo autoritario marxista en otros (la Pri-mavera de Praga) señala que hubo mucho en común en los acontecimientos de la Primavera de Praga, el Tlatelolco mexicano, la Córdoba de Pampillón, Woodstock, el Otoño Caliente italiano, y la Revolución de mayo en Francia.

En febrero de 1968, un documento conocido como “Las dos mil Palabras”, conmocionó al Partido Comunista checoslovaco y a la intelectualidad de Praga. El texto, elaborado por sectores jóvenes críticos del propio partido proponía reformas sustanciales: la introducción de mecanis-mos de mercado e iniciativa individual en algunos sectores de la economía, libertad de prensa, de disenso y crítica, y respeto del derecho de las personas por parte del Estado. El líder del movimiento, Dubcek, era partidario de una amplia discusión sobre la Checoslovaquia socialista y, en particular, de la revisión de las purgas stalinistas. En Polonia, en el mismo periodo, una importante movilización estudiantil ocupó el Politécnico de Varsovia. Aunque la policía aplastó la protesta, fue un importante antecedente de la constitución del sindicato independiente en los 70. En Belgrado, Yugoslavia, la movilización de marzo de 1968 concluyó con la aceptación de algunas reivindicaciones, apoyadas por el propio mariscal Tito. Sin embargo, el mundo adulto reaccionó con violencia y el 22 de agosto de 1968, las tropas del Pacto de Varsovia ponían fin a la experiencia reformadora en el campo socialista. Los modelos adultos clásicos de poder se impusieron intelectual y políticamente y frenaron la imaginación y la creatividad de los movimientos de los más jóvenes. Ocurrió igual en México.

En Francia, en mayo de 1968, bajo el gobierno gerontocrático de Charles de Gaulle, culminó toda una historia de descontento de los jóvenes contra el modo como los adultos franceses admi-nistraban el mundo de Francia. Los jóvenes estaban descontentos con muchas conductas adultas en la Francia de la postguerra, entre ellas con la concentración de la riqueza, la represión autori-taria (expresada en las normas de la vida sexual, los roles de género, las diferencias de clase, el sometimiento y veneración de las autoridades), y el auge de la sociedad de consumo destructora del planeta. El movimiento estudiantil terminó fundiéndose con el movimiento obrero, eternos niños rebeldes contra los padres castigadores del sistema socioeconómico. El movimiento no consiguió derribar el modelo económico, pero cambió la manera de pensar y de actuar de los franceses.

El 2 de octubre de 1968, en la Ciudad de México miles de estudiantes y residentes llenan la plaza de las Tres Culturas de la unidad habitacional Tlatelolco. Desafían al ejército y condenan la salvaje represión. Esto ocurre unos pocos días antes de la inauguración de las olimpiadas en una ciudad repleta de periodistas extranjeros. El ejército y la policía rodean a la multitud en un movimiento de tenazas. A una señal convenida, helicópteros, soldados y tanquetas disparan contra la multitud, dando lugar así a la masacre de Tlatelolco, en que los adultos gobernantes dejan más de 300 muertos y miles de heridos y presos. Con este despliegue de salvajismo, el gobierno adulto del PRI quería aislar y amedrentar a los jóvenes del movimiento estudiantil.

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Este es el tipo de acciones comunicativas entre adultos y jóvenes que han ido configurando la cultura de la desconfianza política en los jóvenes. Estos acontecimientos dejan huella en la memoria colectiva y se suman a otros acontecimientos similares de la misma década. En 1989, la masacre de Tiannamen, en China renueva la experiencia del trágico enfrentamiento de jóvenes y adultos en la lucha por hacer el mundo humano.

En ámbitos del comentario cotidiano es común que se escuche hablar de brecha intergene-racional y de problemas en las áreas de comunicación entre las generaciones jóvenes y adultas de nuestras sociedades. Esta observación abre la interrogación respecto del valor de verdad de esos comentarios. Se trata de comentarios sobre lo que ocurre en Occidente entre las personas nacidas antes de los años 80 y las nacidas en las décadas posteriores y especialmente entre aquéllas nacidas en los años 30 y 40 y las nacidas entre los años 50 y 70. Podríamos metaforizar este espacio histórico intergeneracional como el paso desde el Joven políticamente Creyente al Joven políticamente Escéptico y desde el Adulto socialmente Autorizado (tradicionalismo) al Adulto socialmente Desmitificado (postmodernismo). Si definimos “brecha intergeneracional” como la existencia de diferencias de fondo en la concepción de las cosas de la vida entre jóvenes y adultos, entonces es necesario examinar los indicios que parecen señalar en qué áreas se han producido estas diferencias. El psicoanalista francés René Kaës participa de la opinión que hay brecha intergeneracional en la cultura occidental, es decir sus conclusiones apoyan la noción de que ha habido un quiebre entre generaciones que se originó en la segunda mitad del siglo XX europeo. Este quiebre afecta la transmisión de la vida psíquica entre las generaciones. Un síntoma de este quiebre es el abandono generalizado de la participación en los sistemas políticos tradicionales europeos. Una razón probable para esta desilusión con los políticos clásicos sea la percepción que han generado las diversas formas de la violencia de Estado perpetradas por adultos de las generaciones nacidas en la primera mitad del siglo XX: Satín, Hitler, Mussolini, Ceaucescu, Milosevic, Pinochet (en Chile), Videla (en Argentina). Somoza (en Nicaragua), Trujillo (en la República Dominicana), y muchos otros tiranos (a menudo apoyados por figuras adultas de la política estadounidense) que han perseguido y asesinado a miles de jóvenes en el mundo moderno. Estos hechos criminales han producido efectos de ruptura entre las generaciones (entre otras cosas desprestigiando a la figura adulta), a la vez que también efectos de solidari-dad en la generación de vínculos intergeneracionales organizados por el dolor y la culpabilidad. Las dictaduras adultas occidentales han mostrado a los jóvenes que figuras paradigmáticas del mundo político creado por los adultos no son los portadores de la sabiduría y los campeones de los valores predicados a los jóvenes como “corrección social”, sino más bien los representantes del mal sobre la tierra. Los Padres míticos se traicionaron a sí mismos.

En el siglo XX, específicamente en los años 60, hubo dos grandes explosiones de rebelión contra la cultura adulta protagonizados por hombres y mujeres nacidos 20 años antes, en los años 40, los años en que el mundo político occidental estaba dominado por los crímenes políticos de Hitler y Stalin. Estas dos grandes rebeliones contra el HOMBRE y PADRE ADULTOS fueron la “generación beat” en Estados Unidos y los jóvenes que hicieron la Revolución de Mayo en Europa (porque esta revolución no sólo ocurrió en París).

El término “generación beat” fue creado por John Clellon Holmes y Jack Kerouac para describir a la gente joven que vivía en Nueva York a finales de los años 40. El término beat (derrotado) refleja la desilusión de los jóvenes estadounidenses de una sociedad agobiada por los fracasos de los adultos expresados en la depresión económica, la Segunda Guerra Mundial y la amenaza de la bomba atómica. Los beatniks celebran al ser humano despojado de todas las falsas mora-lidades, y que rechaza todas las posturas políticas por considerarlas intrínsecamente opresivas. Esta oposición a la política adquiere pleno sentido cuando se considera el momento histórico en Estados Unidos de esa época, cuando, en el campo de los mitos narcisistas, se dan cosas como la segregación racial en la patria de la igualdad, el anticomunismo represivo MacCarthista en la patria de la libertad, y la aplicación de técnicas como el electroshock o la lobotomía para tratar

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“enfermedades sociales” como la homosexualidad o el inconformismo en la patria del derecho irrestricto del individuo para ser lo que elija ser.

Como hecho paradigmático, con el movimiento beat, la droga irrumpe en la cultura estadou-nidense, entre otras cosas como secuela de la situación de un ejército en gran parte muy joven al que generales adultos inflamados de patriotismo drogaron con anfetaminas para asegurar su performance en las batallas de Vietnam (las anfetaminas explican el crimen de guerra de Mai Lai mejor que cualquier otra razón). El consumo de drogas ya instalado en la cultura beat aparece descrito con una sinceridad sorprendente en los escritos de los beatniks, como es el caso de William Burroughs, que escribe: “La intoxicación- el ‘mono’ que se aferra al cuerpo del drogadicto - es como la implantación de un ‘parásito’ extraño que termina por poseerlo y devorarlo, bajo la triple forma de la droga, por cierto, pero también de la sexualidad y el poder”.

El proceso de cambio cultural de los jóvenes estadounidenses en contra de la cultura adulta difundió el uso y abuso de las sustancias alucinógenas en Occidente, relacionándolas con la utopía política y cultural. La cultura y cultivo de la droga (como psicodelismo) expresa en el movi-miento beat la protesta en contra de las falsedades del triunfalismo postguerra y del puritanismo estadounidense. Esto sobre todo expresa, en escritores beats como Burroughs, Corso, Ginsberg o Kerouac, la protesta contra la sociedad adulta y los valores adultos de su tiempo. Ellos crean la contracultura, una manera de liberarse de cánones sociales ritualistas que habían demostrado su falsedad así como también su esterilidad y agotamiento.

El estilo de escritura beat, en oposición a la lógica aristotélica de la novela modernista, se constituye como un flujo de conciencia, de ideas y palabras que revelan imágenes; sin comas entre las frases o con sólo espacios en blanco entre ellas, frases que aceptan las asociaciones libres ritmadas por la respiración en el lenguaje. Eran expresión del llamado “psicodelismo”. La desilusión con las falsedades de la cultura anterior se expresa hasta el extremo del rechazo a repetir el acto parental (sobre todo masculino) del acto de la procreación tal como lo muestra Jack Kerouak en este poema en que llama a abandonar el cumplimiento de la función del PADRE:

Demando que la raza humanacese de multiplicar la especiesalude con una reverencia, y se retire.Ese es mi consejo.Y como castigo o recompensapor realizar esta peticiónrenaceré el último de los humanosoraré, lloraré, comeré, cocinaré...Y una mañana ya no me levantaré de mi estera.

Ante esta rebelión contra el Padre mítico, vemos que las relaciones intergeneracionales no pueden haber permanecido incólumes después de estos acontecimientos históricos en Europa y Estados Unidos. Sin embargo hay indicios claros de que eso no significa interrupción de la comunicación, pero si un cambio en el modo de comunicarse entre jóvenes y adultos. El modo abandona el estilo reverencial y adopta formas de desconfianza y recelo y a veces de franca irrespetuosidad. Entre los años 40 y los años 60 los jóvenes dejan de mirar a los adultos como la etapa superior del desarrollo humano, y en paradójica consonancia con esto, muchos adultos pasan a divinizar la etapa de la juventud y “juvenilizan” su estilo vestimentario y su arreglo personal.

En las décadas posteriores a los años 60 del siglo pasado, la transición demográfica, que involucra el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población en la mayor parte de los países, están transformando las relaciones intergeneracionales. El adulto mayor se transforma en una carga para la economía de la sociedad una vez que esta define como agotada su capacidad laboral y sobre todo productiva. También las nuevas técnicas de procrea-

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ción han estado e inevitablemente están cambiando las representaciones sociales del niño y de los hijos. Hay una transformación de las definiciones y reglas sociales que solían regir en el mundo de los vínculos intersubjetivos (Kaës 2001). No es lo mismo ser hijo de una mujer que aceptaba estoicamente todos los hijos que su pareja procreaba que ser hijo de una madre que ha elegido cuántos hijos tener, cuándo y en qué circunstancias tenerlos (por ejemplo casada, soltera, en unión libre).

Kaës llama la atención a un doble movimiento paradójico observado en la cultura occidental en el siglo XX: Su Majestad el Bebé y Su Majestad el Viejo (ambas son expresiones que usó Freud). En la sociedad occidental de la segunda mitad del siglo XX, el Viejo, el Anciano ha perdido su función de sabio, depositario de la memoria y de la historia. Sin embargo los adultos mayores han continuado dominando el mundo político, incluyendo el mundo político papal en la Iglesia Católica de Europa. Esto se ha dado dentro de un contexto de postmodernidad que ha dejado de creer en los Grandes Relatos (Lyotard) en que aún creían los nacidos antes de los años 50. Figuras de gran presencia cósmica como Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, el Rey Leopoldo de Bélgica explotador inmoral del Congo, y la larga lista de dictadores tercermundistas apoyados por adultos del mundo político estadounidense (campeones y guardianes de la libertad) traicio-naron todos los valores contenidos en esos relatos y demostraron que los procesos históricos los habían despojado de todo valor de verdad (si es que alguna vez lo tuvieron). Debido a esto el postmodernismo se declara anhistórico y amnésico.

Si definimos “comunicación intergeneracional” a la práctica de dos o más grupos de referir sus mensajes a un mismo marco de referencia, observaremos que hay tres áreas semiológicas que estaría mostrando paradigmáticamente dos fenómenos aparentemente antagónicos: dos que mostraría que existe comunicación intergeneracional (la herencia del maltrato y la conservación de las pautas del amor romántico entre los jóvenes) y otro que mostraría mala comunicación entre las generaciones (la persistencia del embarazo adolescente).

Recordemos que el maltrato infantil se define en términos de acciones, omisiones o negligen-cias intencionadas realizadas por adultos que lesionan los derechos y el bienestar de los niños, y que además amenazan su desarrollo físico, psíquico o social. Dentro de lo que conocemos del maltrato se halla el hecho de que los varones sufren más maltrato físico y negligencia y las niñas más abuso sexual y maltrato emocional. En cuanto a la prevalencia del maltrato, sabemos que en Estados Unidos ésta es de 15 por 1,000 niños, en Dinamarca (Copenhague) es de 2.7 por 1,000, mientras en España alcanza el nivel de 1 por 2,500. Las investigaciones muestran sostenidamente que las víctimas de maltrato infantil presentan mayor probabilidad de repetirse como víctimas, (por ejemplo como víctimas de violencia por parte de la pareja), mayor probabilidad de ser agresor en sus hijos, y mayor probabilidad de tener problemas de relación interpersonal.

Las investigaciones realizadas también muestran persistentemente que el maltrato se hereda de una generación a la siguiente: se ha observado que las personas que fueron niños maltratados presentan alto riesgo de ser maltratadoras de sus propios hijos. Un metaanálisis publicado en Lancet (2000) muestra evidencia de la continuidad intergeneracional del abuso infantil. El meta análisis reveló que el riesgo relativo de transmisión del abuso de una generación a otra es de 12.6 con un intervalo de confianza igual a 95% de: 1.82-87.2.

Estos hallazgos revelan que la práctica del maltrato forma parte de procesos de aprendizaje social, es decir de aprendizajes obtenidos por observación o por modelación. En el fondo, este tipo de aprendizajes no discursivos toman la forma de mimetizaciones con el entorno humano.

Para que esto ocurra es necesario que las generaciones sean capaces de influir unas sobre otras, es decir, las generaciones obviamente no aparecen como compartimentos sociales cerrados unos para otros. La información fluye de una generación a otra, y esto parece especialmente cierto en el caso de los conocimientos no discursivos como es el de las estrategias de maltrato. Si esto ocurre en áreas dolorosas como la del maltrato, no parece haber obstáculo para suponer que lo mismo ocurre con las prácticas de tipo positivo como las que demostró Bowlby en sus estudios

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sobre el apego. Estas últimas pueden resumirse metafóricamente en el axioma según el cual los niños desarrollan la capacidad de apego sintiéndose objetos de apego por parte de sus padres. En nuestro caso merece especial atención una forma del apego que ha formado parte de la vida de los jóvenes a pesar de todos los cambios culturales: el amor romántico. En la adolescencia, los jóvenes continúan repitiendo las pautas del amor romántico de sus padres, continuando así con las expresiones del apego transmitidas por sus padres (y a éstos por los abuelos).

En la verdad de las cosas, generalmente, en la tradición occidental más reciente, la relación de pareja se elabora más como “amor romántico” que como matrimonio. La expresión cultural de esta elaboración la encontramos en abundancia en la cultura popular: en las baladas y casi todas las canciones populares, en los textos, entre muchos otros, de los corridos mexicanos, los tangos argentinos, y los boleros, sin dejar de mencionar los aventureros amores románticos exhibidos en las telenovelas latinoamericanas. En las telenovelas el matrimonio, que sigue sien-do un “final feliz” preferido, es sólo la culminación poetizada de un “romance” en que el “amor” triunfa por sobre todo.

A contrapelo de las fantasías amorosas presentadas en las telenovelas, en América Latina, al año 1998, al menos uno de cada cinco hogares urbanos tiene jefatura femenina (CEPAL 1998) sin compañía romántica. Las familias con jefatura femenina suelen ser formadas por mujeres separadas o madres solteras, entre las cuales están las madres adolescentes (CEPAL 1998) o sencillamente mujeres que optaron por una maternidad sin pareja.

Los modelos de familia y de formación de pareja han estado cambiando drásticamente en Occidente, entre las generaciones, desde la década de los 60, y probablemente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde la década de los 60 la institución de la familia occidental ha experimentado grandes cambios (Fougeyrollas-Schwebel 1994), con un aumento en los modelos de familia disponibles. A diferencia de lo que era canon para las generaciones de la primera mi-tad del siglo pasado, actualmente “familia” está dejando de significar matrimonio para las clases medias y burguesas en Occidente y en Latinoamérica. Las parejas no casadas, las llamadas uniones consensuales, son ahora más comunes y los matrimonios formales son más frágiles aun cuando las personas se casan a edades más tardías.

Durante muchos años antes de los 70, las uniones consensuales fueron comunes en Suecia e Islandia. En la década de los 60 esta costumbre se extendió ampliamente fuera de Escandinavia (Kwak 1995). La aprobación social de este cambio cultural ha ido en aumento. El aumento en el número de uniones consensuales en Occidente se ha asociado a otros cambios tales como disminución del número de matrimonios formales, aumento en el número de nacimientos sin matrimonio de los padres, y aumento de la tasa de divorcio.

En Canadá, en las décadas más recientes (Bernier 1996), el número de matrimonios formales ha disminuido, a la vez que ha aumentado el número de uniones consensuales. En la década de los 90, en España, las personas pueden constituir familias sin casarse e incluso sin una unión heterosexual (Rivera 1994). Abundan las familias monoparentales que son consecuencia no sólo de la viudez, sino de la separación o del divorcio o por tener hijos sin matrimonio. Rivera (1994) predice que la familia monoparental y las parejas en unión consensual serán las formas de familia más comunes en el futuro.

En América Latina, las uniones consensuales no son una novedad, pero éstas siempre han tendido a concentrarse en los grupos más pobres. A comienzos de los años 90 (CEPAL 1994) aproximadamente dos de cada tres jóvenes con escuela primaria incompleta vivían en unión consensual, mientras que sólo uno de cada seis lo hacía en el grupo con 10 o más años de educación formal.

Entre los jóvenes europeos, la unión consensual es más común entre los más educados y parece ser una manera de probar las posibilidades de éxito con la pareja; en cambio en América Latina, la unión consensual parece ser más bien una forma de adaptación a la pobreza como modo de evitar entrar en compromisos con riesgo de no poder cumplirlos (CEPAL 1994).

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Roussel (1990) analiza la experiencia europea postmoderna del amor cuyo inicio sitúa en 1965. Esta nueva manera de experimentar el amor se caracteriza porque la familia pierde su valor emocional, y el sentimiento del amor se trivializa. Roussel (1990) plantea que la relación de pareja postmoderna se negocia cuidadosamente, los participantes no apuestan a su peren-nidad, y suelen estipular la relación más bien como una amistad sexual que como una unión formal o legal. En este mismo contexto es necesario recordar también que la conducta sexual en la pareja se ha independizado de la procreación de tal modo que, así como matrimonio deja a menudo de ser sinónimo de familia, la relación sexual deja de ser sinónimo de procreación. Esto tiene que ver, por lo menos en parte, con el fenómeno de los llamados “bebés-probeta”. El primer bebé-probeta fue producido en 1978; entre esa fecha y 1998, cerca de 200 mil bebés han sido concebidos en probeta. Así el amor deja de ser necesario para concebir un hijo. Otra alternativa de hacer esto sin “hacer el amor” es la inseminación artificial. Ahora es posible “hacer el amor” por otras razones.

Sin embargo, a pesar del abandono creciente de las tradiciones en la formación y la vida de pareja, se constatan algunas paradojas: Bozo (1995) afirma que, a pesar de la dramática dismi-nución del número de matrimonios formales en Francia en la década de los 90, la mayor parte de los hombres y mujeres todavía anhelan vínculos estables basados en el amor y la sexualidad. Bernier (1996) también señala que a pesar de la disminución de los matrimonios formales, la mayoría de las parejas todavía subordinan la relación sexual a una relación más profunda (Bernier 1996), a la vez que, contradictoriamente, los jóvenes manifiestan temor de los compromisos, y desilusión con los conceptos de matrimonio y de vida familiar.

Es posible percibir brecha en la concepción del matrimonio entre las clases medias de la pri-mera mitad del siglo XX y la de la segunda mitad. La infidelidad, como en todas las generaciones anteriores es uno de los grandes factores de riesgo del rompimiento, público o privado, de las parejas. Cuando se trataba de una relación de pareja conflictiva las parejas de antes de 1960 optaban generalmente por mantener las apariencias, mientras que las generaciones más nuevas hacen aceptación generalizada del divorcio o separación como manera de resolver problemas de pareja considerados graves. La extensión de los valores modernos de autonomía personal, libre elección de pareja sobre la base del amor romántico, y la creciente legitimación de la ex-presión de sentimientos y afectos, implica que se cortan los lazos cuando el amor se acaba, es decir cuando el costo personal de una convivencia conflictiva se hace superior a cierto umbral (CEPAL 1994). La representación social de la vida de pareja, marital o consensual, con la que la gente entra a formar pareja es resultado de un aprendizaje social a través de modelos parentales, modelos extrafamiliares, y de modelos representados en los medios de comunicación, en las revistas, los libros. Es un producto de “bricolaje”. Pero dentro de modelos muy innovadores de formación de pareja, sobreviven pautas muy conservadoras, como por ejemplo, el machismo y el rechazo a la infidelidad.

Un área de la vida cotidiana en que parece haber una importante brecha generacional es la del embarazo adolescente en las clases medias aunque ésta parece ser menor en los grupos más pobres. La pregunta básica en este tema es que, si el embarazo de una adolescente es problema, aún queda por aclarar para quién es problema y quién define que es problema.

En general en la práctica médica habitual se encuentra que los embarazos en mujeres entre 15 y 19 años, en condiciones adecuadas de nutrición, de salud y de atención prenatal, no pre-sentan riesgos mayores que los embarazos y partos que ocurren entre los 20 y 35 años. Este hecho revela que los riesgos biológicos asociados con el embarazo adolescente no se pueden atribuir a la edad de la embarazada sino a sus condiciones de vida. Esta hipótesis se refuerza considerablemente si tomamos en cuenta que el riesgo por embarazo en las adolescentes se concentra precisamente en los grupos más pobres de la población, que presentan condiciones inadecuadas de nutrición y de salud de la madre. Esto significa que la mortalidad y morbilidad materno-infantil asociadas al embarazo adolescente son más una manifestación de la desigualdad

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social y de la pobreza que enfrentan los grupos más desprotegidos, que una consecuencia de la edad a la que ocurren los embarazos.

El embarazo adolescente como problema es una profecía autorrealizatoria en el sentido que la cultura lo define como problema y al hacerlo crea condiciones para que sea problema. En cuanta creación cultural, en la definición del embarazo como problema se halla la pauta normativa, que asigna una sanción negativa al embarazo en la adolescencia. Esta sanción está dirigida contra la joven así como también contra quienes no supieron inculcarle los valores su-puestamente apropiados. La definición asume que el embarazo adolescente es consecuencia de un “comportamiento desviado”.

Esta valoración del embarazo adolescente como problema se origina en la cultura adulta de las clases medias y altas urbanas, cultura que ha sido asumida por la mayoría de los investigadores, dado que éstos pertenecen es esas mismas clases medias que definen las normas hegemónicas. Según esta cultura, la postergación del embarazo es parte de la moratoria psicosocial impuesta por el mundo adulto sobre los jóvenes (tal como ha sido definida por Erickson), es decir, la regla social según la cual las adolescentes no debieran tener relaciones sexuales en este periodo de la vida; y deberían esperar hasta ser maduras para establecer relaciones de pareja que conduzcan a una unión. Si se embarazan es porque algo falló en sus vidas y es necesario identificar el fallo y corregirlo. Sin embargo, la historia de la sexualidad en Occidente nos muestra que en otras épocas (y aún hoy) una adolescente sexualmente activa pero casada no era considerada “des-viada” y los adolescentes se demostraban lo suficientemente responsables como para asumir el matrimonio. En el contexto de este marco hegemónico se practica un concepto de “familia” ideal. La familia constituida por la madre adolescente y su hija o hijo es calificada de incompleta, desin-tegrada, disfuncional, o fracturada. Esta calificación no se corresponde plenamente con muchas realidades, entre ellas no se compadece con la situación de muchas adolescentes mexicanas de estrato pobre que viven su maternidad en grupos familiares extensos en los que conviven diversos parientes, los cuales suelen participar activamente en el apoyo a la maternidad de la joven. De esta manera, la familia extensa de esta madre adolescente se demuestra completa, funcional e integrada.

Lo peor de esta definición del embarazo adolescente como problema es el aspecto de profe-cía autorrealizatoria. Debido a que los adultos definen el embarazo adolescente como problema, ellos omiten de las pautas de crianza y educación de las niñas y niños la formación esencial para la maternidad y la paternidad. Además, el sistema escolar organizado por los adultos no está preparado para acoger a una madre adolescente (no tiene espacios apropiados para ejercer la maternidad, por ejemplo, para amamantar) y la adolescente encuentra problemas para emplearse si desea trabajar.

En resumen, en el control del embarazo adolescente parece necesario abrir un diálogo in-tergeneracional e intercultural que permita a los adultos conocer la realidad del amor de pareja entre los adolescentes para así comprender la cultura erótica de los jóvenes. Solo así será posible crear en conjunto con ellos pautas de verdadero control personal, más allá de la simple represión. Llegados a este punto, dejamos el resto de la reflexión a cargo de los lectores.

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Capítulo 7.

Jóvenes. Liberación y transgresión: conservadores de la resistencia.Diego Salazar Rojas

La adolescencia es una rebelión del cuerpo, y como toda rebelión, es trasgresora. Como toda trasgresión, la rebelión adolescente puede ser destructora o creadora. Normalmente tiene am-bas características. Este artículo examina parcialmente la trasgresión adolescente, que no di-fiere substancialmente de la rebelión adulta. En este contexto adquiere validez la paradójica hipótesis lacaniana (Zizek 1991) según la cual para que un valor sea un valor es necesario que sea transgredible, pues el valor sólo existe en el espacio del libre albedrío. Según esta hipótesis, la bondad mecánica o robótica como única posibilidad conductual no sería un valor.

Los jóvenes, más que ninguna otra edad, aspiran a la felicidad, es decir, a llenar su tiempo biográfico en forma eficaz y significativa, especialmente cuando su tiempo de vida está inundado de lo que ellos sienten como “problemas” (recordemos que ser joven es vivir estresado). Los “pro-blemas” son una de las experiencias clave en la vida de los jóvenes. Son instancias emocionales conflictivas para las que ellos no ven solución preestablecida. Uno de esos problemas puede ser la experiencia de la soledad tal como afirma haberla vivido el atleta alemán Andreas Neidrig (un “ironman” según las revistas de deportes). La soledad es un problema es cuanto plantea la pregunta respecto de cómo salir de ella en canto “espacio vacío en que me hallo”. Andreas Neidrig descubrió que una salida era consumir droga pues entonces sentía que abandonaba ese espacio al dejar de experimentarlo. La droga lo sacaba de allí, le daba esa clase de experiencia intensa que borra todo lo demás. El tiempo de soledad se llenaba de “otra cosa” mejor (el consumo de drogas es una de las tantas maneras que la diversidad de mundos comerciales adultos les ofre-cen a los jóvenes para llenar su tiempo biográfico). Una vez rehabilitado Neidrig reencuentra esa vivencia cumbre en la contemplación de un paisaje en Mallorca que lo hace sentir lo mismo que la droga, y llora de emoción por no saber qué hacer con esa emoción. Parte esencial de su proceso rehabilitador es su dedicación adictiva al triatlón: ciclismo, natación, maratón. Su necesidad de cariño y de trascender su sentimiento de soledad se ve satisfecha (o borrada) por la admiración de los seguidores de sus triunfos y por las prácticas que llenan el mismo tiempo biográfico que antes llenaban las drogas. Neidrig se rehabilitó desde ser un trasgresor drogadicto hasta ser un deportista exitoso convencional. Volvió al conformismo social protector y se incorpora al mundo de los éxitos deportivos convencionales. Ha regresado al seno de la sociedad.

La cultura occidental es ambivalente, ambigua, en lo que se refiere a salir de o entrar en el seno de la sociedad, es decir en lo referente al conformismo (donde fueres haz lo que vieres) y la disidencia (no ser uno más del rebaño). En este respecto, la cultura occidental probablemente confunde a los jóvenes con sus dobles, triples y múltiples estándares adultos. De la partida, lo que se tolera en los poderosos no se tolera a los más débiles. La mayoría de los grandes héroes culturales han atropellado, muchos de los valores oficiales, y sin embargo sus biógrafos han ocultado sistemáticamente este lado de sus vidas cuando lo atropellado son las normas morales oficiales. Las culturas modernas occidentales son ambivalentes, o más bien contradictorias (Wi-lliams 1998): presentan, por ejemplo, lo que Williams llama “la pasión irracional por la racionalidad

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desapasionada” cuyo modelo se halla en el culto a la ciencia y a la tecnología, y simultáneamente están practicando una publicidad irracional que configura la vida del consumo desde las apeten-cias más primitivas. Estas culturas mezclan prescripciones de orden uniformizado a la vez que propagan permisos para la diversidad, se esfuerzan por lograr el conformismo en las conductas políticas, consumidoras y de cuidado de la salud, especialmente a través de la educación uni-formizadora, a la vez que también estimulan la expresión de la individualidad y hasta el apoyo comercializado a la trasgresión en lenguaje, musical (como en el caso del Heavy Metal, el Rap y el hip-hop), vestimenta y conducta sexual (como por ejemplo la exhibición de la vida íntima a través de la prensa). Estas ofertas llegan a los jóvenes en forma “osmótica” a través del conjunto de la vivencia del “otro generalizado” como paradigma de lo que “está ocurriendo alrededor de mi mundo”. Es un caso del fenómeno de entrainment, que consiste en poner la conducta perso-nal de acuerdo con la conducta de otros sin conciencia de hacerlo, en un proceso de imitación inconsciente. Es como si fuera la consecuencia de un razonamiento tácito: “Si ocurre en la vida de otros es porque es posible; si es posible para otros, es posible también para mí”. Las normas son “blandas”, es decir están validadas sólo desde las emociones, es decir, los individuos sólo las sienten como válidas mientras crean en su validez. Si esta creencia desaparece o es débil, entonces aparece la transgresión.

Henry Giroux y su teoría de la resistencia ofrecen mucho para explicar la conducta transgre-sora. Muy consonante con la teoría del “malestar en la cultura” de Sigmund Freud, esta teoría afirma que en toda cultura existe siempre una tendencia a no cumplir con las normas, debido a que las normas no son verdades sino simplemente mandatos pragmáticos dirigidos a ordenar la vida social. Por lo tanto, en toda sociedad siempre hay individuos temporal o permanentemente resistentes a las normas. Entre los resistentes suelen estar los jóvenes.

Los jóvenes (los menores de 35 años) parecen haber cambiado al mundo occidental: un sín-toma, entre otros, de esta participación de los jóvenes en el cambio cultural occidental podría ser la llamada Revolución de Mayo en París en 1968. La Revolución de Mayo estuvo llena de actos transgresores y en sí misma fue una gran transgresión. Es casi un estereotipo interpretativo decir que la cultura occidental ha experimentado cambios profundos a partir de la década de los 50, y especialmente a partir de los años 60 en adelante, si bien es posible afirmar que estos cambios son sólo la última etapa en un proceso de cambios sociopolíticos emancipadores importantes en la cultura europea que se inician con la revolución francesa y que se intensifican progresivamente a partir del Romanticismo y explotan como movimientos Dadá y Surrealista, como pintura expresio-nista, o como música rock, entre otras muchas expresiones de cambio cultural. Sin embargo, en la década de los 60 la relación entre madres/padres e hijos todavía era patriarcalmente autoritaria y centrada en la obediencia de los hijos (Komen 1995) (y también de la esposa con respecto al esposo), lo cual significaba que la vida de familia estaba centrada en las figuras parentales y en la disimetría padres/madres>hijos. En los años 80 ya se constata un cambio importante en estas relaciones: el centro familiar se ha desplazado hacia los hijos; padres y madres muestran con mayor frecuencia respeto por las opiniones de los hijos, a la vez que éstos se relacionan de una manera más igualitaria con sus padres y con el mundo adulto (Komen 1995). Aparece una cultura familiar más permisiva en la que aparecen elementos liberadores como es el respeto a la opinión de los hijos en tanto hijos y de los niños en tanto niños. Esto viene a significar un debili-tamiento de la cultura familiar patriarcal prescriptiva. A lo largo del siglo XX, muchas obras cómo el cuadro Las señoritas de Avignon, la famosa novela El Amante de Lady Chatterley, los dramas Un tranvía llamado Deseo y Quién le tiene miedo a Virginia Woolf, las novelas de Jean Gênet, el llamado Teatro del Absurdo, y filmes cómo Rebelde sin causa, y La última tentación de Cristo expresan bien, entre muchas otras obras de la literatura y el arte, la nueva mentalidad, a la par creadora y transgresora, y al parecer creadora en la medida de la trasgresión.Los menores de 35 años parecen haber cambiado las reglas del juego social en Occidente en las décadas de los años 50 y 60. Hasta la década de los años 50, la cultura dominante premoderna occidental era

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fuertemente prescriptiva y todavía conservaba muchos rasgos de la época Victoriana: las posi-bilidades de estructuración y dinámica de la vida personal estaban fuertemente estereotipadas y restringidas desde la vestimenta hasta el lenguaje y la hologamia. Las personas nacían dentro de un sistema que les daba los problemas de elección de vida ya resueltos. En cambio la cultura teórica moderna de las personas occidentales u occidentalizadas de la segunda mitad del siglo XX está imbuida del trasfondo de la libertad para elegir el modo de vivir; esto se ha traducido a que las prescripciones en la cultura real de los habitantes de Occidente se han reducido a un mínimo. En un número enorme de gente no hay sentimiento de “prescripciones sagradas”. Una cantidad mayoritaria de personas parece sentir que el modo como hacen su vida personal no está determinado necesariamente por las reglas del mundo social en que nacieron o viven. Entre otras cosas han descubierto la libertad en la vida privada. También han descubierto que es posible huir, salir, de los mundos con que uno discrepa. Los roles prescritos son pocos y las prescripciones son más bien débiles. Como afirma el psicólogo Barry Schwartz, la modernidad ha propagado el concepto según el cual que las cosas se hayan hecho siempre de determinado modo no significa que necesariamente se deban seguir haciendo así (Schwartz 2000). Un número grande de personas occidentales opta por no seguirlas “haciendo como siempre”. Esto es una expresión de la “blandura” de las normas sociales.

Muchos jóvenes aprenden a elegir cosas de su vida desde niños o ven que otros eligen tales cosas. El supuesto de la nueva libertad individualista es que la autodeterminación es buena, que es bueno elegir lo que cada uno incorporará en su vida sin tener que considerar normativamente la opinión de otros por significativos que ellos sean para la persona (Schwartz 2000). Este prin-cipio, sin necesidad de llevarlo a su extremo, abre espacio para opciones transgresoras, que no siempre son contra la salud. Es así, por ejemplo, cómo Picasso elige derrumbar la pintura postro-mántica eligiendo el cubismo como nueva manera de pintar y obtiene la aprobación del mundo, “se salió con la suya”. Otra “trasgresión” saludable ha sido el proceso feminista de igualación de hombres y mujeres, en que las mujeres asumen roles que tradicionalmente fueron privativos de los hombres (aunque los hombres no sueñan siquiera con asumir roles que tradicionalmente han sido privativos de las mujeres).

La consecuencia del punto de vista individualista es que desaparecen los criterios absolu-tos respecto de cualquier cosa, en el sentido de nada es obligatorio si “yo no lo siento como obligatorio”. Tal como afirma Sartre, “el SER humano NO ES, se hace a sí mismo”, se elige a sí mismo. Una consecuencia similar en muchas personas es el debilitamiento de la aceptación, e incluso rechazo, de los valores que alguna vez fueron absolutos: la verdad, la justicia, la bon-dad, la santidad, y con ellos la virginidad, el vocabulario fino, la modestia en la exhibición del cuerpo, el sexo exclusivamente marital, la heterosexualidad, la ética social, etc. Desde los años 60 se produce la liberación sexual, la legitimación social de las diversas orientaciones sexuales, aparecen las canciones rock obscenas o simplemente “groseras” según los cánones clásicos, la exhibición cada vez más desinhibida del cuerpo en los filmes, el contenido imaginístico de MTV, el florecimiento del cine pornográfico, la manipulación mediática de la verdad, la tergiversación de la justicia, la explotación comercial de la bondad (becas Coca-Cola, Teletón como caridad co-mercializada, entre otros vuelcos valóricos. La música y la conducta obscenas de los Sex Pistols (Pistolas Sexuales) refleja muy bien la nueva época, tan bien como la refleja la pintura cubista de Picasso, las esculturas de Moore o de Giacommetti, la música neoclásica de Stravinsky o la música dodecafónica de Schönberg.

La aparición de los blue jeans fue una transgresión a las normas vestimentarias de la burguesía de los años 50 a 60. El blue jean fue originalmente una pieza de vestir obrera. Actualmente forma parte de todo guardarropa en cualquier grupo social. Y aquí surge una pregunta: Los blue jeans, ¿los imponen los jóvenes?, ¿o los imponen los adultos desde el comercio? Los blue jeans son un ejemplo clásico de cómo el comercio se apodera de la trasgresión para convertirla en nueva norma. Así es también como la cultura popular se apodera del mundo occidental en el siglo XX

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comercializada por el capitalismo estadounidense. Los dos productos más señeros de esta cul-tura popular son los blue jeans (o vaqueros) y la música rock. Ya a comienzos de la década de los años 50, Gottfried Benn, el más grande poeta alemán del siglo XX expresa el cambio de lo erudito/clase dominante a lo popular/clases dominadas en un conferencia afirmando “Hoy en día, yo aprendo de las revistas populares mucho más que de la filosofía, ajusto mi vida al periodismo mejor que a la Biblia, y siento que una canción de moda me dice más que una obra de Bach”. Gottfried Benn escribió esto en una conferencia dictada por él en la Universidad de Marburgo en 1951 y que llamó Problemas de la Lírica. Lo que Benn expresó ese año fue la percepción del proceso social ya iniciado de abandono de los monumentos culturales burgueses que estaban haciendo los jóvenes “popularizados” y liberados por la “popularización de la cultura”. Este pro-ceso fue entre personal y colectivo, pero su permanencia en el tiempo define la vida cultural de los jóvenes en la actualidad. Mientras tanto, la educación formal, dominada por los puntos de vista adultos, sigue estancada en el cumplimiento del paradigma cultural representado aquí por “la filosofía, la Biblia y las obras de Bach”.

Muchos de los grandes cambios observados en el siglo XX afectaron al cuerpo. La vida se vive como cuerpo individual. La cultura occidental del siglo XX parece haber liberado el cuerpo. Sin embargo esta cultura todavía pone énfasis en domesticar al “cuerpo excesivo y recalcitrante” (Williams 1998) de los niños y adolescentes. La enseñanza de las buenas maneras y del auto-control emocional es parte de este esfuerzo. El cuerpo civilizado contemporáneo continúa siendo un cuerpo domesticado, es decir un cuerpo literalmente sometido a los mandatos y prohibiciones culturales. La aparición de la sexualidad en la adolescencia requiere una segunda domesticación en los jóvenes, la cual es más o menos incompleta según la persona. Domesticación significa el reemplazo de la conducta regida por impulsos biológicos por la vida regida por hábitos social-mente comprometidos. Pero los conjuntos de hábitos socialmente comprometidos recorren una gama que puede ir desde un polo valórico a otro opuesto. Lo que es un “mal hábito” en un grupo subcultural puede ser un hábito permitido en otro grupo. Esto abre literalmente espacio vital para muchas cosas, incluyendo el ingreso de la droga. Hay oferta de espacio para vivir la disidencia. Esta oferta se siente como “experiencia osmótica” o entertainment.

Como ya hemos señalado, el proceso de domesticación de los seres humanos consiste en sustituir las regulaciones instintivas por las regulaciones sociales (Heller), es decir, como alega Norbert Elias, por la instalación de los hábitos de autocontrol prescritos por la cultura (Haroche 1993). El control de esfínteres es el paradigma de este proceso que se inicia con la enseñanza de ese control. Estas regulaciones sociales se expresan como la posesión de “buenos hábitos”. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se inicia un cambio en la historia de la domesticación de los seres humanos: poco a poco la domesticación comienza a ser vista críticamente como un proceso destinado a asegurar la dominación política de los individuos y se inician diversos esfuerzos por reivindicar lo instintivo, lo animal del ser humano, junto con la intensificación de la secularización del mundo occidental. El resultado de todo esto ha sido, en el siglo XX, la reincor-poración de la genitalidad (característica animal) como alternativa a la sexualidad (característica social) y del placer físico (rasgo biológico) como alternativa al refinamiento erótico (rasgo cultural). La recuperación de lo instintivo genera una cultura de la trasgresión en contra de las tradiciones culturales “desanimalizadoras” a la europea.

El consumo de drogas forma parte de la cultura de la transgresión occidental. La droga es fundamentalmente vida del cuerpo/mente. En este contexto, sin embargo, desde el punto de vista del estudio de la cultura, el problema de la droga no es “el problema”. El problema es la amplia oferta “osmótica” cultural de trasgresión o de diversidad expresada a través del muestrario de conductas o de modelos de conductas que incluye, entre otras muchas posibilidades efectivamente realizables, la práctica de las dictaduras asesinas en todo el mundo, la explotación empresarial anticristiana o protestante del hombre por el hombre, el consumo de droga comercializada por adultos codiciosos, la práctica del hooliganismo, la adhesión irreflexiva a la revolución sexual, la

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lucha por la legalización del aborto y de la eutanasia, la oferta de pornografía o de sexo filmado en vivo, el baile al compás de canciones con letras obscenas o simplemente “groseras”, el dis-frute con la exhibición de conductas criminales por parte de las dictaduras del siglo XX en todo el mundo, la aceptación y defensa de las masacres de judíos por parte de las elites adultas y cultas del nacionalsocialismo, los crímenes del régimen franquista en España y del Estalinismo en la Unión Soviética, la participación en la corrupción de las clases dominantes en nuestro siglo, el disfrute de la música rock, la práctica del punk, la lectura de la llamada “prensa amarilla” y de las revistas de escándalos, la incorporación al narcotráfico apoyado por la gente decente (tales como senadores honorables, magistrados justicieros, policías guardadores del orden), la participación en el consumo de drogas en la clase de los ejecutivos, la práctica (curiosamente perseguida) del streaking, el movimiento new age, la contemplación de los videos homosexuales o eróticos de Madonna, la aceptación de la conducta del ídolo musical Michael Jackson, la admiración por la conducta de la princesa Stephanie Grimaldi, la aceptación de los “vicios” de la familia real in-glesa, entre incontables otras posibilidades en la amplísima oferta de modelos transgresores en el “gran teatro del mundo” occidental. Paradójicamente, como apunta el sociólogo Ralph Linton al referirse a la CULTURA DE LA TRANSGRESIÓN (explotada por los adultos como industria, especialmente en el campo del entretenimiento) ocurre que “la sociedad prohíbe pecar y sin embargo provee a sus miembros de todo lo necesario para pecar”. Podríamos decir, desde la perspectiva de Linton, que la publicidad dirigida a los jóvenes los incita a ingresar en el mundo del “pecado atractivo” utilizando, por ejemplo, el “sexo-pecado” como anzuelo publicitario para incentivar el consumo de alcohol y de tabaco y de música de baile. Parece obvio que la cultura internacional occidental de los siglos XX y XXI ejerce presión social hacia la desviación, a veces incluso bajo denominaciones aparentemente inocuas como “originalidad”, “personalidad única”, o “distinción” (Gerdes 1972).

Los jóvenes latinoamericanos, norteamericanos y europeos viven en la cultura de la trasgre-sión, especialmente a través de su contacto con la cultura internacional rock que domina la vida cotidiana de la mayoría de los jóvenes especialmente en las ciudades. El aprendizaje de la cultura rock comienza muy temprano en la infancia, sobre todo a través del contacto con los músicos rock. Paradigmáticamente, en un proceso de tipo viral, los creadores y portadores de la cultura rock heredaron de los soldados estadounidenses que regresaban de Vietnam a reanudar vidas destrozadas en muchos sentidos, la práctica del uso y abuso de las drogas en Occidente. Este es uno de los aspectos transgresores más característicos de la cultura rock.

En la década de los años 50, fue un DJ de Cleveland (Estados Unidos) quien bautizó al Rock and Roll con ese nombre (el que luego fue reducido a simplemente rock): Alan ‘Moondog’ Freed. Freed dirigió la emisora WJW, de Cleveland (Estados Unidos). Cuando comprendió que surgía un nuevo estilo de Rhythm and Blues y que ese estilo tenía el potencial de impactar en negros y blancos por igual, decidió difundirlo activamente. Comenzó entonces a programar canciones de artistas de raza negra como Ray Charles y Little Richard, así como de músicos blancos que estaban creando en ese nuevo estilo: entre ellos Elvis Presley, Bill Haley, Jackie Brenston y sus Delta Kings. Ese nuevo estilo de hacer música anidaba textos contestatarios, era música política que declaraba con su insolencia y desparpajo el “malestar en la cultura” y la resistencia de los jóvenes a esa cultura.

La música rock nace como un medio de protesta en contra del mundo adulto que había trai-cionado gravemente los valores occidentales en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam. Esta manera de hacer música popular es una muestra de resistencia, es decir, nace de la resistencia normal y espontánea que generan los seres humanos contra toda cultura y en toda cultura. Pero también es una muestra de resistencia contingente al mundo consumista de Estados Unidos. Nace como expresión de la insolencia contra la reserva, de la grosería contra la finura, de la genitalidad contra el amor sublime, de la violencia contra el control político, y así por consiguiente, como reacción frente a un mundo adulto inconsistente y considerado como poco merecedor de respeto.

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La música rock elabora imaginativamente sobre todo la vida sexual. Es básicamente música para el encuentro sexual llamado baile de parejas. Es música para el cuerpo. La sexualidad humana es una experiencia corporal, pero es una experiencia corporal que los sujetos elaboran imaginativamente (en poemas, novelas, teleseries, canciones populares y baile, por ejemplo), debido al efecto de sus respuestas emocionales a las emociones eróticas. Por lo tanto, el control de este aspecto de la vida humana es un asunto de control de impulsos, es decir, de aplazamiento de la satisfacción cuando la satisfacción inmediata conlleva riesgos (de infección con venéreas, por ejemplo) o es considerada inapropiada (hacer el amor en público).

El enamoramiento, sobre todo el enamoramiento experimental, en nuestra cultura es la experiencia corporal que más marca la etapa de la adolescencia. Esta experiencia ocurre en el imaginario personal y social del cuerpo. Imaginario en este texto no significa inexistente. Los eventos que constituyen el imaginario existen como eventos corporales conscientes, es decir como experiencia. Sin embargo, el contenido imaginario es un contenido inventado, no tiene existencia sin el ser humano que lo imagina. Lo importante del imaginario es que su contenido no necesita ser “verdadero” para influir en el ser humano, es decir para tener eficacia simbólica. Por ejemplo, el contenido de las canciones del cancionero popular (como los textos de las ópe-ras) es imaginario pero puede influir fuertemente en los sentimientos y actitudes de los oyentes.

En cuanto elaboran imaginativamente la vida del cuerpo, los adolescentes experimentan el “espacio transicional” (Winnicott 1988; Jones 1992), que es en parte imaginario, en parte real, como el territorio por explorar y en donde encontrar pareja. La sicología del adolescente, como la de todo ser humano en cualquier edad, de acuerdo con Winnicott (1988), consiste en la elabora-ción imaginativa de la vida del cuerpo. En esta elaboración colaboran el adolescente, su familia y la comunidad. Por ejemplo, elaboran la genitalidad como baile, o como noviazgo.

La cultura popular y su forma particular, la cultura juvenil, también expresan imaginativamente la vida erótica del cuerpo creando “espacios transicionales” para vivir el cuerpo: recitales rock, discotecas, y lugares similares. En ese espacio, un cantante popular famoso entre los jóvenes de Latinoamérica canta para los adolescentes y adultos jóvenes con una gran audacia verbal ya habitual en la música popular desde los años 60. Lo que canta puede ser acertadamente interpretado como una incitación a, y preludio de, una relación sexual física entre los oyentes (a menos que creamos en la inocencia de las canciones eróticas):

“Me beberé tu sangre y me pondré tu piel,escribiré tu nombre en cada pared,no fue cosa de un día, ni dos ni tres,como el tigre a su presa te acorralé.Porque hueles a hierba,Porque sabes a selvaPorque alguien rompió el moldeNo hay nada igual.”

Suena audaz; sin embargo, como ocurre en el mundo adulto, en esta canción aparece el con-servadurismo clásico bajo la forma de la represión por el sempiterno temor a la mirada reprobatoria de los otros: el estribillo invita al más puro estilo antiguo “cuando nadie nos vea sube al desván”:

“Porque hueles a tierra,Porque sabes a hembra,Cuando nadie nos vea sube al desván”.

Este elemento de represión (vulgarmente “temor al qué dirán”) es reflejo de una cultura juvenil a pesar de toda conservadora, como es también conservadora la experiencia de la cristalización.

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Esta forma parte de la larga tradición occidental del amor romántico. La cristalización somete al amante a su amada así como somete la amante a su amado, en un acto de “transporte” en que el amante siente estar en “otro mundo”. Por esta experiencia el amante siente imaginariamente que puede “subir al desván” y olvidar las normas y vivir sólo de acuerdo con la regla de su amor. Es la noche de amor clandestina de Romeo y Julieta. Romeo entra en la habitación de Julieta cuando “nadie los ve”. Dentro de todo esto, los versos que Romeo dedica a Julieta dan prueba del estilo de discurso que expresan la cristalización y el transporte y siempre dan por supuesto que el ser amado es el único que ocupa las horas eróticas de la persona amada. La monogamia es el supuesto básico del amor romántico clásico.

Dentro del ámbito de la cultura occidental, y a consecuencia de la característica de saludable que tiene la adaptación a la vida convencional, la creación de ese espacio transicional en que los hombres y mujeres adolescentes se encuentran, semirreales, semiimaginados, es parte de lo que la OMS define como salud sexual: la integración de los aspectos somáticos, afectivos, intelectuales y sociales del ser sexuado, de modo tal que de ello derive el enriquecimiento y el desarrollo de la personalidad humana, la comunicación y el amor. De acuerdo con esta definición se puede afirmar que los elementos básicos de una sexualidad sana son el reconocimiento de la aptitud corporal de todas las zonas del cuerpo para sentir, recibir y dar placer, la aptitud para disfrutar de la actividad sexual de acuerdo con una ética personal y socialmente consensuada y la ausencia de temores, sentimientos de vergüenza, culpabilidad y creencias infundadas que inhiban o perturben las relaciones sexuales. Los elementos conservadores reaparecen una y otra vez: el final feliz de la mayoría de las teleseries y filmes románticos es el matrimonio convencional.

Un ejemplo de visión típicamente rock y sin embargo sumamente conservadora del ser amado se muestra en la letra de la siguiente canción del cantante argentino Charly García. En ella una vez más la poesía popular “sublima” la relación erótica como “sinfonía” y armonía de sonidos pero sin innovar en cuanto al antiguo tema monogámico de “somos yo para tí y tú para mí”:

La noche que nos fuimosen ese trenpersiguiendo sonidosquizás porqueestábamos al ladoestábamos en nada.Y que mi amor lo tenga,que no olvidaré.Por cada beso tuyoyo te darétodos esos sonidosque olvidaré.La noche fue testigo,los ecos, los amigos,y éste que fue tuyomi refugio fue.Sé mi, sé mi nena,sé mi, sé mi nena,sé mi nena,sé mi nena ya.Todo esto es un misteriocomo el papelque tiene esas notasde la pared.

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Cambiamos todo el díaen esta sinfonía,todas esas palabrasno digas por qué.Sé mi, sé mi nena,sé mi, sé mi nena,sé...sé mi nena ya.

Todas estas letras muestran los significados imaginados de la persona amada imaginada más que vivida. Estos significados cumplen con el axioma constructivista según el cual “el significado no está en las cosas sino en la persona que experimenta el significado”. Este axioma constituye una verdadera definición del origen del imaginario. Es necesario hacer notar aquí cuán conservadora es la práctica del amor romántico en la vida de jóvenes en apariencia sumamente transgresores (Charly García fue joven también).

Los adolescentes, especialmente si han crecido en un ambiente familiar introspectivo, desarro-llan el sentido del significado o propósito de las cosas. Estar enamorado es una de las situaciones en las que los adolescentes experimentan con mayor intensidad el “significado” en una “relación significativa”. La persona amada se llena de significados. Ella se convierte en un estímulo que genera sentimientos intensos que llegan hasta producir un estado de conciencia realzado. La aparición de la persona amada es una epifanía en la medida que ella activa el sistema de alarma que conocemos como “síndrome de adaptación general” (Vívelo, 1984). En este estado el amante se siente “transportado” fuera del entorno habitual. Esta experiencia del transporte surge desde la descarga de adrenalina, testosterona y glucosa al torrente sanguíneo. Esta descarga genera un sentimiento de intensidad que a su vez provoca una sensación de que la vida tiene propósito, y por lo tanto, tiene significado, hasta el punto de llegar a ser percibida como la única forma de existencia auténtica. De este modo, el contacto con la persona amada puede ser buscado como repetición de esta experiencia, que en el fondo es el resultado de descargas bioquímicas.

El cuerpo de los adolescentes activado por la descarga de elementos “transportadores” y “transfigurantes” que genera el imaginario, da lo mismo si es el imaginario popular o el imagi-nario docto, muestra en toda su dimensión las características de excesivo y recalcitrante que le asignan al cuerpo las investigaciones de Simon Williams, tal como analizaremos más adelante. El atractivo que ejerce la pornografía sobre los adolescentes, especialmente sobre los varones, señala hasta qué punto lo imaginario bajo la forma de “fantasía sexual” puede influir en la con-ducta sexual humana.

Damasio afirma que todo cuerpo genera de manera natural una mente. Según este científico, las experiencias del cuerpo cincelan la mente (Damasio, 1989). Es solamente lógico entonces que el cuerpo erotizado de los adolescentes cincele mentes erotizadas, una de las características normales de los adolescentes, una experiencia que desemboca normalmente como configura-ción de la sexualidad adulta normal. En consonancia con esta perspectiva epistemológica, es posible afirmar siguiendo a Winnicott (1988) que la mente erotizada del ser humano adolescente es la elaboración imaginativa de la vida del cuerpo adolescente erotizado. El sentimiento de “ser adolescente” o de “ser joven”, y bajo la presión cultural por serlo y cumplir con las pautas esperadas (algo a lo que Erick Erickson llamó la moratoria psicosocial) lleva a los jóvenes a elaborar imaginativamente su genitalidad bajo la forma de sexualidad. El deseo irrumpe en sus vidas desde el cuerpo, en un momento en que no se espera que este conduzca todavía a la formación de pareja procreadora. La conciencia del cuerpo se convierte, de objeto más que nada sensorial, en un objeto sumamente sensual y difícil de dominar: se hace intensamente visible, audible, odorífero, óptico, y todo menos silencioso. Esta intensa cualidad sensual del cuerpo adolescente genera una insolencia opuesta a la del amor romántico pero en el origen están los

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mismos procesos cuerpo-mente. El cuerpo/mente se “hace escuchar” con toda su “insolencia” biológica, cruda, grosera incluso (los adolescente suelen disfrutar del humor escatológico). En muchos adolescentes, esta insolencia se traslada por vía de las emociones acompañantes a los planos psicológico y social, tanto a través del lenguaje como de la vestimenta y arreglo personal.

La insolencia del cuerpo biológico adolescente, a partir de los años 60, da contenido y for-ma a los recitales de música rock. En esos recitales y en el tipo de textos que acoge, podemos encontrar esta insolencia en formas sumamente transgresoras de las normas convencionales, como en este caso de una canción de un conjunto argentino, Ataque 77, en la cual encontramos el típico descuido popular y dialectal, casi surrealista, de la gramática oficial castellana:

“Miren a esa reinacómo provoca con sus caderassi los chicos pasan a otro ladopiensen algo si se queja.Nena, no simules más:Que tenés furor que hay que controlarSi yo sé que cuando cae la nocheCon las almohadas vos te consolás.”

En estos versos es evidente, entre otras alusiones francamente eróticas, la alusión a prácticas masturbatorias. Una versión mucho más fuerte y más típica de insolencia rockera, abundante en “obscenidades” y francas expresiones sexuales, es la letra de la siguiente canción de los paradigmáticos Sex Pistols:

Friggin’ in the riggin’

It was on the good ship VenusBy Christ, ya should a seen usThe figure head was a whore in bedAnd the mast, a mammoth penisThe captain of this luggerHe was a dirty buggerHe wasn’t fit to shovel shitFrom one place to anotherChorus:Friggin’ in the riggin’Friggin’ in the riggin’Friggin’ in the riggin’There was fuck all else to doThe captain’s name was MorganBy Christ, he was a gorgonTen times a day he’d stop and playWith his fuckin’ organThe first mate’s name was CooperBy Christ he was a trooper.He jerked and jerked until he workedHimself into a stuporChorusThe second mate was AndyBy Christ, he had a dandy

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Till they crushed his cock on a jagged rockFor cumming in the brandyThe cabin boy was FlipperHe was a fuckin’ niggerHe stuffed his ass with broken glassAnd circumcised the skipperChorusThe Captain’s wife was MabelTo fuck she was not ableSo the dirty shits, they nailed her titsAcross the barroom tableThe Captain had a daughterWho fell in deep sea waterAnd by her squeals we knew the heelsHad found her sexual quarters

La traducción de la primera parte de esta típica canción del más típico rock (originalmente surgido como instrumento de trasgresión) nos muestra hasta qué punto el imaginario expresa el salvajismo latente del cuerpo orgiástico adolescente: “Era en el bendito barco Venus, ¡por Cristo, deberías habernos visto! El mascarón de proa representaba una puta en una cama y el mástil era un pene gigantesco. El capitán de este barco era un sucio fornicador que no era siquiera idóneo para palear mierda de un lugar a otro.”

Entre muchos otros apoyos, con el apoyo del cancionero popular, y desde el imaginario popular y personal, los adolescentes elaboran su experiencia corporal de la sexualidad de muy diversos modos. Como parte de su aprendizaje social del “ser adolescente”, pronto durante la pubertad los jóvenes comprenden que el cuerpo erótico es eróticamente manipulable a través de la vestimenta, el arreglo personal, la dieta, la música, el baile, el ejercicio físico, y que las emociones también pueden ser manipuladas usando medicamentos y drogas. Para los jóvenes, manipular el cuerpo desde el imaginario es una manifestación de poder sobre el cuerpo, a menudo transgrediendo las normas adultas. Se trata por lo tanto de una experiencia política de psicogénesis. En ese caso, el cuerpo se vive (y se viste o desviste) como fuente expresiva de poder, como objeto sobre el que se ejerce poder personal, ya no como acto de obediencia a los adultos sino como acto de identificación con los otros jóvenes (una emancipación que es sólo un cambio de servidumbre).

Entre las manifestaciones de los poderes que se ejercen en y a través del cuerpo está la conducta sexual. Así puede ocurrir que una adolescente decida embarazarse usando su poder para hacerlo porque de ese modo quiere “tener algo suyo: el hijo o hija” o cree que puede retener a su pareja o demostrarle su amor. La masturbación, que a menudo ha sido descubierta antes de la adolescencia, representa un ejercicio de poder personal sobre el lívido, sometiéndola a la voluntad personal de placer erótico.

El nuevo salvajismo que surge con la aparición de la genitalidad en la vida humana en la adolescencia exige de los adultos un nuevo esfuerzo domesticador de los jóvenes. De otro modo, éstos podrían quedar incapacitados para la vida social convencional. Domesticación significa el reemplazo de la conducta regida por impulsos por la conducta regida por hábitos socialmente creados, comprometidos e impuestos. El cuerpo finalmente civilizado es un cuerpo domesticado, es decir “adaptado a la casa (domus)” y “alejado del modo de ser salvaje en la naturaleza”. La primera experiencia formal de domesticación es el aprendizaje del control de esfínteres.

Como ya hemos señalado más arriba, según el psicólogo Simon Williams, el cuerpo humano es excesivo por naturaleza (tiende a ser orgiástico), y que además es una entidad recalcitrante que a menudo se impone por sobre la voluntad de su habitante interior (Williams). Los adolescentes experimentan la forma más universal de la naturaleza excesiva y recalcitrante del cuerpo que es

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la experiencia del impulso sexual. Los jóvenes, al igual que los adultos, han aprendido poco sobre cómo controlar ese impulso, que a menudo los avasalla emocionalmente. Las consecuencias de ese avasallamiento consisten en eventos como la infección con el VIH o el embarazo no deseado. Esto nos lleva a percibir que el control del impulso sexual es un tema ignorado y excluido de todos los talleres de educación sexual, en circunstancias que el desarrollo de esta habilidad es el problema central de toda educación para un ejercicio responsable de la sexualidad.

Los adolescentes experimentan el cuerpo a través de la experiencia sobresaliente de tres áreas que la pubertad realza sobremanera: la boca (alimentación y beso), genitales (deseo y exploración) y ano (excreción y vergüenza) (Kott 1977). Estas tres áreas expresan las urgencias del cuerpo que se sobreimponen a la voluntad humana como “cuerpo recalcitrante y excesivo”. Como consta en la experiencia humana universal, es tremendamente difícil sobreponerse al hambre y la sed (expresadas en la boca), al impulso sexual y la necesidad de orinar (genitales), y a la urgencia de la excreción (ano). Tomar en cuenta que para el adolescente es tan difícil como lo es para el adulto promedio controlar el impulso sexual es una de las necesidades para enfrentar eficazmente los problemas del embarazo adolescente y el contagio juvenil con VIH: las relaciones sexuales riesgosas surgen de la falta de control del impulso sexual. El descubrimiento de la genitalidad conduce al adolescente a descubrir la autopropiedad y privacidad de su propio cuerpo en tanto “propio”: el sentimiento de propiedad e independencia elabora imaginativamente la genitalidad literalmente como “espacio absolutamente personal”, y a menudo como el espacio corporal de la rebeldía ante la imposición adulta. Para el adolescente su cuerpo es la sede de su identidad (especialmente de su identidad de género) en tanto elabora la experiencia de sus genitales y de su cuerpo como identidad, es decir como expresiones de un YO individual: “MIS” genitales de hombre o mujer, “MI” rostro de hombre o mujer, “MIS” movimientos y acciones, “MI” apariencia de hombre o mujer, se integran en una dramaturgia erótica de la visibilidad/invisibilidad del YO-CUERPO femenino o masculino, especialmente ante los otros jóvenes. Este descubri-miento de “propiedad genital” también está en el origen de muchas trasgresiones adolescentes.

Una de las cosas que los adolescentes deben aprender a controlar es su genitalidad bajo la forma del impulso sexual. El aprendizaje de esta habilidad de aplazar la satisfacción del impulso sexual es a menudo incompleta y generalmente ese control se ejerce por la vía de la simple represión. Los fracasos de la estrategia represiva se observan cuando surgen los embarazos no deseados en las mujeres adolescentes o las infecciones con el VIH en los adolescentes gay.

Partamos de la base que, en la generación de su conducta para llevar una vida social y personal normal, el individuo necesita aprender gradualmente a controlarse a sí mismo, a gobernarse (Elías 19099). Como ya se ha indicado, a través de un proceso de aprendizaje social que se inicia en la infancia en la familia normal, el individuo considerado normal adquiere y generaliza desde los otros de su entorno estándares de conducta para sí mismo, y así desarrolla la capacidad (en el lenguaje de Scheller) de decirle “NO” a sus tendencias puramente instintivas y también la capacidad de premiarse o castigarse a sí mismo por sus acciones (Bandura 1976). En estas capacidades está el origen del autocontrol que exhibe el ser humano civilizado. La primera experiencia de autocontrol es el conformismo: el niño aprende a obedecer entre los 12 y 18 meses (Berk 1999).

El mejor predictor del aprendizaje eficaz del autocontrol (retraso voluntario de la gratificación) es el desarrollo del lenguaje (Vaughan, Kopp y Krakow 1984; Atwood, Ruebush, y Everett 1978) y, por lo tanto, el desarrollo de la capacidad de “conversar consigo mismo”, pensarse, juzgarse y dirigirse, guiar su propia conducta, es decir, la capacidad de mantener “dialogo interior” con-sigo mismo. De acuerdo con Vigotski (1996; 1995; Kozulin 1990) los niños no guían su propia conducta hasta que incorporan las normas de los adultos en su propio discurso y las usan para darse instrucciones a sí mismos en forma habitual. Esta forma de lenguaje autodirigido se llama “habla privada” según Vygotsky o “diálogo interno” según otros expertos (Goldstein y Kenen 1988). Por lo tanto, el aprendizaje del diálogo interno es esencial para el autocontrol de la con-ducta humana, y por lo tanto para el control de la respuesta sexual. El diálogo interior es el que

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sustenta la llamada conciencia moral, esa voz interna que nos premia por las “buenas acciones” y nos reprueba por “las malas acciones”. El diálogo interior elabora y sostiene los sentimientos de culpa y vergüenza que fundan la conciencia ética. De los reproches de esta voz interior que juzga e incluso persigue (los remordimientos) se originan la culpa y la vergüenza. Esta voz se guía por estándares de conducta que el niño y el joven introyectan desde el entorno humano en que se desarrollan en procesos de aprendizajes participativos y miméticos (Bandura 1976). En este contexto adquiere importancia una noción empírica llamada “ley de la ejemplaridad” según la cual “80% de lo que sabe una persona lo ha aprendido observando a otros, sólo 20% lo ha aprendido en libros y medios formales”. Sabemos, como ya se ha señalado en otra parte que en este proceso de aprendizaje observacional el niño aprende a hacer lo que observa que hacen los otros, especialmente los adultos, en su medio (la acción del modelo influye en la acción del niño), este niño además juzga al modelo conductual observado con el criterio implícito de lo que el modelo dice o hace pero no por la consistencia entre sus palabras y las acciones; además, en esta interacción los niños aprenden a “explicarse” y justificarse y lo aprenden derivando su modo de comunicación de lo que los modelos dicen, no de lo que hacen (Beltran-Llera 1982), es decir el discurso del hijo tiende a reproducir el del padre. En este proceso psicosocial se preconfigura lo que va a ser el adulto. Una consecuencia práctica de esta hipótesis es que LA FAMILIA Y LA ESCUELA DEBEN ESTIMULAR EL EJERCICIO HABITUAL DEL DIÁLOGO CONSIGO MISMO.

Todo lo anterior apunta al hecho de que, como resultado de la interacción social con potenciales modelos conductuales, el individuo se transforma en un objeto para sí mismo (Rosenberg 1988; Fisher 1988; Mead 1934). Es decir desarrolla un “YO” y un “MI”. El YO es metacognitivo en cuanto se conoce a sí mismo como el MI MISMO. El MI MISMO es el objeto que el sujeto juzga, observa, controla, con el cual conversa, argumenta, pelea, que elogia o reprueba, al que le permite ciertas acciones y le prohíbe otras (Rosenberg 1988). La experiencia cotidiana nos muestra que indivi-duos diferentes tienen diferentes grados de poder y control sobre sí mismos, sobre su MI desde su YO. Una buena metáfora para expresar esto es la siguiente: El Yo conforma su conducta a las normas del mundo en que vive (conformismo según Talcott Parsons), de dos maneras: una es ejerciendo autocontrol según el medio en que vive, en la medida en que el individuo se transforma en su propia “policía” (locus de control interno) o en la medida en que controla su conducta sólo si “la policía” lo está vigilando “allá afuera” (locus de control externo) (Weiner, Figueroa-Muñoz, Kakihara, 1991; Knoop 1989; Brubaker 1988; Weiner, Nierenberg, Goldstein 1976).

Pero la conducta cambia también si cambia el mundo interior del sujeto (Haruki 1975), es decir si se modifica la elaboración imaginativa de la vida del cuerpo, en forma significativa para el sujeto. Es decir si cambia el imaginario. Es lo que ocurre en el paso de la niñez a la pubertad y luego a la adolescencia: el mundo interior de los jóvenes cambia cuando cambia sinceramente el diálogo interno consigo mismo al cambiar los significados del cuerpo en esta etapa de la vida personal. Por ejemplo, al cambiar el cuerpo en la pubertad, cambian el contenido y el tono emo-cional del diálogo interior. A través de los cambios en el diálogo interno se producen los hábitos y los cambios en los hábitos, que son constantes conductuales.Las acciones psicológicas ejer-cidas sobre una persona generan cambios en su conducta si modifican el nivel y la potencia de la percepción de autoeficacia (Bandura 1977). Este es un cambio del mundo interno y se traduce en cambios del diálogo interno y traduce cambios sinceros del diálogo interno.

De acuerdo con Lev Vygotsky el conjunto organizado de cambios que constituye el desarrollo de una persona consiste en los CAMBIOS EN EL REPERTORIO DE RESPUESTAS QUE DA EL MEDIO SOCIAL HUMANO AL NIÑO EN SUS DIFERENTES ETAPAS DE CRECIMIENTO EN TÉRMINOS DE SU ZONA DE DESARROLLO PROXIMAL (Vygotsky 1996; Vygotsky 1995; Chu 1995). En consonancia con la hipótesis de la zona de desarrollo proximal se puede afirmar que todo el desarrollo del niño, incluyendo el desarrollo de la personalidad del individuo, depende de que el entorno social y/o familiar ofrezca oportunamente los estímulos externos necesarios y adecuados para que el joven en todas las etapas de su desarrollo actualice los mecanismos

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internos que ha madurado (Claessens 1973). Esta participación de los otros en el desarrollo de los jóvenes lo podemos llamar “mediación”.

Lev Vygotsky (1996) explicita el concepto teórico de “mediación a través de otra persona” recurriendo a la hipótesis de Pierre Janet según la cual “en algún punto del proceso de su de-sarrollo, el niño empieza a usar en relación consigo mismo las mismas formas de conducta que inicialmente usaron los demás con relación a él”. Si aceptamos esta hipótesis de la mimesis, tendremos que aceptar la importancia del rol modelador de los adultos en la vida de los niños. Piaget propuso una versión generalizada de este principio al afirmar que la ley genética general del desarrollo cultural es que “cualquier función en el desarrollo cultural del niño primero aparece en el plano social, y después en el psicológico”, es decir, aparece primero como experiencia del niño en su relación con los otros y luego como experiencia de los otros en su relación con el niño. Por esto es importante crear en la escuela oportunidades en que los estudiantes adolescentes compartan y comenten sus experiencias como adolescentes. Sería oportuno, por ejemplo, mo-nitorear el desarrollo de la adolescencia de los estudiantes a través de una reunión semanal del curso dedicada a compartir y profundizar en esa experiencia.

La mediación de los pares y de los adultos para la realización en la conducta de la zona de desarrollo proximal opera en último término transformando la elaboración imaginativa de la vida del cuerpo en el sujeto. Por esto es tan importante que los adolescentes lean literatura saludable sobre adolescentes, que hagan dibujos que exterioricen sus experiencias adolescentes, que lleven diarios de sus vidas, narren sus experiencias en talleres grupales o en grupos de apoyo para enfrentar la adolescencia en compañía de los pares, vean y comenten filmes que narren expe-riencias adolescentes en foros de video o cine, profundicen en la comprensión de obras de arte (como Romeo y Julieta) que representan a adolescentes, que escriban poemas y los comenten en la clase de literatura o en el Club de Lectura, en la escuela, independientemente de si esos poemas son “buenos o malos” desde la perspectiva de la crítica literaria.

En la familia, y fundamentalmente a través del lenguaje y el aprendizaje mimético, el niño, futuro adolescente y adulto, aprende la cultura. Este hecho define a lo que podemos llamar la familia como mediadora cultural. En la opinión de Vigotski, este aprendizaje, como cualquier otro aprendizaje, es dialogal. En su rol cultural, la familia enseña dialógicamente a los jóvenes las normas de humanidad como por ejemplo, los rituales de cortesía cotidiana, las reglas de parentes-co, las pautas morales de la cultura, la necesidad de ser reconocido, las normas de obediencia, los modos legítimos de autorrealizarse, las necesidades de pertenecer y asegurarse, y así por consiguiente. Como sabemos, este proceso se denomina socialización y está orientado por las expectativas que tienen las sociedades respecto al niño considerado normal. Hay diferencias culturales importantes en esto. Por ejemplo, las madres occidentales u occidentalizadas tienden a ver al niño normal como alguien a quien hay que estimular para que su desarrollo sea óptimo, es decir, para que se hagan activos e independientes; en cambio, las madres japonesas creen que el niño es alguien salvaje a quien hay que domesticar para hacerlo dependiente de la familia y de sí mismos (DeVos 1981). Las familias tradicionales en la India creen que el niño llega al mundo con conocimientos adquiridos en otras vidas.

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Capítulo 8.

Juventud, identidad y rock n’roll.Juan Pablo Brand Barajas

Juventud y rock, fenómenos de la postguerra de la mitad del siglo XX que entrelazan sus oríge-nes en el descontento por las conflagraciones que marcaron la centuria con la sangre de hom-bres y mujeres expectantes a un desarrollo vital pleno, en el profundo reclamo por haberles sido arrancada la esperanza de un futuro, en el desgarro de sentir que su juventud los condenaba a morir. El grito era muy claro: ¡Queremos vivir!

Pero la guerra continuó, en campos de batalla o en las trincheras asfaltadas de las ciudades, ser joven en la postguerra era uno de los peores delitos que se podían cometer. Represión, per-secución e injusticia eran signos distintivos de la experiencia juvenil de esos años.

En medio de la polución sopló un viento de libertad, se abrió una puerta alterna a los inescru-tables designios que la sociedad imponía a las nuevas generaciones, bastaron unas variantes a la ya conocida música blues para dar nacimiento a un polimorfo movimiento que hasta nuestros días estremece las neuronas y las hormonas de los jóvenes. El rock and roll (conjunción de dos conceptos que remiten al movimiento) vino a dar nombre a la cambiante naturaleza de la adoles-cencia y la juventud, en un espectro que va del tierno arrullo hasta la sacudida más violenta. El adolecer de este periodo es el dinamismo biológico, psicológico y social que hace dar tumbos por todos lados, lo que hace el rock es darle ritmo a este movimiento, es ofrecerle al joven la oportuni-dad de representar con su cuerpo o en su cuerpo la confusión de los vaivenes que experimenta.

Los míticos movimientos de cadera de Elvis Presley hicieron patente que en el bajo vientre es donde se libran las batallas más intensas de los jóvenes, por eso cada uno de los bamboleos del rey agitaba las hormonas de las jóvenes y las conciencias de una generación adulta cuya única opción sexual era la reproducción.

Durante los años 60 los jóvenes tomaron las calles, “¡la imaginación al poder!”, gritaban los franceses, “¡haz el amor y no la guerra!”, respondían los norteamericanos y en México un pliego petitorio se convirtió en un manifiesto por el derecho a transitar la adolescencia sin represión.

La década de los 60 constituyó el periodo de gestación de la juventud como sujeto social, su voz se dejó escuchar y al costo de sangre y vejaciones los pioneros del movimiento joven abrieron una brecha, surcaron el camino a las futuras generaciones, diversificaron el limitado abanico que sus antecesores les heredaron. Una de las vías de expresión joven que tuvieron mayor impacto fue la del rock, desde The Beatles y Rolling Stones hasta las psicodélicas notas de Pink Floyd, la música rock fue matizada con letras cuyo mensaje podía compendiar las tribu-laciones propias de la juventud.

Al contar con bandera e himnario a la juventud sólo le faltaban los rituales. Es así que cobra forma lo que hoy conocemos como conciertos o tocadas. El festival de Woodstock, en Estados Unidos de Norteamérica estableció la liturgia de los conciertos para jóvenes. México no tardó mucho en adoptar este ritual; en septiembre de 1971 se llevó a cabo el Festival de Avándaro en el que 11 grupos de rock mexicano lograron convocar a entre 200,000 y 500,000 jóvenes. Al respecto de este evento Maritza Urteaga (1998) comenta:

El Festival de Avándaro marcaría fuertemente las condiciones en el desarrollo que como campo cultural, tendría el rock mexicano en sus próximos 15 años: su exclusión (censura-

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prohibición-represión abierta) por parte del poder político y por parte de las industrias culturales mexicanas. En este sentido, es posible proponer que Avándaro simboliza en la historia del movimiento rockero lo que Tlatelolco en el movimiento estudiantil y donde la onda es el mito escatológico del primero (p. 39).

En adelante el rock se ramificará de formas inimaginables, surgirán diversas propuestas que los jóvenes adoptarán como propias: rockeros, jipitecas, metaleros, punks, darks, thrashers, grunges, etc. Cada una de ellas trasciende lo musical, extendiéndose a una forma de vestir, de arreglarse, de hablar, de bailar, en fin, al apropiarse de uno de los adjetivos antes mencionados los jóvenes establecen una identidad, que en gran parte de los casos es pasajera.

Cumplido el objetivo de justificar estrecho vínculo existente entre rock y adolescencia-juventud resulta pertinente dar cuenta de la función que cumple el primero en establecimiento de la identidad. Para este fin tomaremos como principal referencia los aportes teóricos de Erik Erikson referentes a la formación de la identidad en el adolescente, haciendo especial énfasis en la función que cumplen las ritualizaciones en dicho proceso.

Tras las certezas logradas en la infancia los seres humanos se enfrentan a un súbito desequi-librio al iniciarse la pubertad. Para Erikson (1972) dicha inestabilidad se da en tres órdenes: el cuerpo, la psique y la interacción social. Asimismo son estos tres órdenes los que el adolescente tendrá que integrar para alcanzar una identidad duradera.

Niñas y niños cuando cuentan con aproximadamente 9 o 10 años han logrado un cierto do-minio de su cuerpo, es frecuente observarlos en actividades en las cuales la habilidad física tiene un lugar preponderante: correr, saltar, escalar, aventarse, etc. Súbitamente su cuerpo empieza a enviarles señales desconocidas para ellos y notan cambios en su anatomía, para las niñas la menarca es un signo incuestionable de que están creciendo. Las habilidades logradas hasta ese momento parecen tambalear, tiran cosas al querer alcanzarlas (los brazos han crecido), chocan en lugares donde previamente pasaban sin contratiempos, se caen sin lograrse explicar por qué, pero ante todo los trastornan sensaciones y pensamientos que tiempo antes podían hacerse presentes pero de manera sosegada, ahora todo es distinto, la sexualidad se perfila como la principal incertidumbre a resolver. El movimiento de las hormonas hace de sus emociones una hoja a merced del viento.

Lo anterior obliga al adolescente a reconocer su cuerpo cada día, lo que sólo se logra en la actividad. Es aquí donde la música aparece como una oferta. El ritmo, la armonía (o no) y la lírica de las canciones ofrecen un recurso externo que permite dar cierto cauce a la irrefrenable confusión. Los adolescentes lloran, cantan, gritan, bailan, fantasean con fondos musicales, sus artistas predilectos serán aquéllos que ofrecen una posible explicación a lo que viven, sea a través de la música o a través de las letras. El rock entra en escena.

Es importante aclarar que si bien para muchas personas el rock es sinónimo de escándalo, balbuceos, melodías estrambóticas y violentas, etc; su oferta cultural es muy amplia, por tanto se encuentran desde baladas rockeras hasta los ritmos y letras más inimaginables. Al ser tan amplio su espectro el adolescente encuentra música para cada contexto emocional. Lo que sí caracteriza al rock es su fuerza, no se logra nada escuchándola solamente, se tiene que sentir, tiene que golpear el cuerpo, actuar directamente en el corazón o el bajo vientre. Para incrementar su efecto le pueden subir el volumen quedando encerrados en una esfera rítmica que los libera. También está el baile, los pasos para bailar rock siempre se han caracterizado por un dinamismo que puede rayar en lo violento. Comenzó siendo un baile de pareja con un intenso contacto y ha derivado en un baile grupal sin contacto alguno, salvo en el caso que se puedan incluir empujones moderados y a veces no tanto. El cuerpo del adolescente sintoniza la música, siente como cada nota corre por su cuerpo ofreciéndole un compás a su arrítmica experiencia.

El rock es un medio para tramitar el orden corporal, el adolescente está ávido se experimentar su nuevo cuerpo y el rock le ofrece un escenario. Pero va más allá porque como afirmaba un eslogan “El rock es cultura”, y por lo tanto se expande más allá del terreno propiamente musical

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ofreciendo un campo fértil para todo tipo de expresiones, entre las que se encuentran las marcas corporales. Tatuajes, aretes maquillaje, vestimenta y toda clase de artículos acompañan la estética rockera, todo tipo de distintivos le permiten al adolescente adornar su cuerpo y darle la sensación de que lo tiene bajo control, le confiere una marca registrada que sirve como prótesis en el pro-ceso de cambio y apropiación. Es por ello que el adolescente rockero (y cualquier adolescente) se apega tanto a estos distintivos, pues en ocasiones son el único sostén de una indefinición que amenaza con aniquilarlo. A esto se suma la importancia que tiene el arreglo corporal en la posibilidad de ser incluido en un grupo, en una tribu.

En el orden psíquico también reina la incertidumbre. Freud afirmaba que el yo es el vasallo de lo inconsciente y del mundo externo, en el caso de los adolescentes esta aseveración encuentra su prueba más fehaciente. Cual personaje kafkiano el adolescente atraviesa este periodo del desarrollo con una identidad incipiente que se metamorfea constantemente, las certezas sobre sí mismo pueden durar meses o minutos, así como sus emociones y relaciones. El paso es necesario, al igual que lo referido con respecto al orden corporal, el adolescente debe poner a jugar su psiquismo, soportar su naturaleza proteica con la esperanza de conformar una identidad.

El adolescente tendrá que ser uno y todos a la vez, comprometerse con experiencias que le permitan vivirse en roles “como si”, pues de esta forma podrá discriminar lo que le es propio o ajeno. Sentirse rockero será una entre infinidad de opciones, sin embargo, la amplitud del ámbito rock hace posible lo que mencionábamos anteriormente “ser uno y todos a la vez”, es decir, el adolescente puede tener como eje principal ser rockero y esto será una constante, pero al mismo tiempo puede ir cambiando sus gustos de un grupo a otro, de un disco a otro, de un artista a otro, de una imagen a otra, etc. Ser rockero le permite al adolescente lanzarse a la incertidumbre del juego de roles, contando con un fuerte amarre que lo sostiene, que es el rock en sí.

Por otro lado, surge una intensa necesidad por separarse de lo establecido, entiéndase familia, escuela, sociedad, gobierno, etc. Esto tiene como finalidad poner distancia para poder encontrar la propia identidad, aunque se puede dar el caso de que exista mucha confusión al interior del adolescente y se oriente a una identidad negativa, dando muestras de esta separación a través de actos delictivos u ofensivos para su entorno. El rock facilita este proceso de separación, por un lado hay cantantes o grupos cuyas letras ofrecen mensajes muy explícitos, critican abierta-mente a la sociedad, a las familias, al gobierno o a la moral imperante. Pero al mismo tiempo los artistas rockeros se perfilan como modelos alternos de identificación, un adolescente puede experimentar que sus padres no lo comprenden pero que tal o cual cantante o músico sí sabe lo que le está pasando, por tanto puede idealizarlo e intentar imitarlo. Ser rockero se vincula con rebeldía y violencia, pero como mencionamos anteriormente, dependerá de la personalidad e historia personal de cada adolescente el uso que pueda hacer del rock y de los espacios donde esté presente. En cuanto al orden social cobran especial importancia las ritualizaciones. Para Erikson (1972) una ritualización humana consiste en “un interjuego acordado por lo menos entre dos personas que lo repitan a intervalos significativos y dentro de contextos recurrentes; y este interjuego debe poseer un valor adaptativo para los respectivos yos de ambos participantes” (p. 77). Es por ello que desde que un ser humano nace y empieza a interactuar con su madre, o con quien cumpla la función materna, da sus primeros pasos en la ritualización. En cada etapa de la vida hay ritualizaciones particulares y las establecidas en una época se suman a las previas y así sucesivamente. Para este autor cuando un sujeto llega a la adolescencia “es urgido por primera vez a volverse miembro íntegro de su seudoespecie” (p. 103), por tanto en esta etapa todos los elementos desarrollados durante las ritualizaciones de las etapas previas de la vida “se vuelven ahora parte de ritos formales que añaden al inventario existente el elemento ideológico” (p. 103). Gran parte de las demostraciones juveniles en lo privado o en espacios públicos representan una búsqueda espontánea de formas novedosas de ritualización “estilística o ideológica” inventadas por los jóvenes o para los jóvenes. Desafiante y sardónica, la juventud intenta contrarrestar con sus propias ritualizaciones la carente significación de las convenciones de la sociedad en

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que viven. Pero sobre todo, afirma Erikson (1972), “muestran la necesidad de encontrar formas completamente nuevas de significado ritual dentro de una tecnología tan rápidamente cambiante que el cambio mismo se vuelve el ethos de la época” (p. 105).

Si aplicamos lo dicho anteriormente al análisis de la cultura rockera encontramos sendas similitudes. El rock es, como lo hemos afirmado desde las primeras líneas, una propuesta de y para jóvenes, difícilmente encontraremos que alguien que no haya escuchado y disfrutado del rock en su juventud le tome gusto en la adultez. En y a través del rock la juventud inventa sus propios rituales, cuya característica es confrontar las convenciones, casi siempre a través del escándalo y la insubordinación. Estas manifestaciones se van transformando y reinventando de acuerdo con la época, sin embargo, entre todas las posibles ritualizaciones que se dan en el ámbito del rock, una que ha prevalecido: el concierto. Como ya se ha mencionado, desde los años 60 ya encontramos los cimientos de esta ritualización y su vigencia no ha cesado hasta nuestros días. Con respecto al elemento ritual en el rock Urteaga (2002) refiere: El “nosotros” rockero, es decir la identidad rockera, requiere de ritos que reactualicen la memoria colectiva del mito, la representación social de sí mismos, para afrontar su cotidianidad como jóvenes y rockeros. En este sentido, uno de los rituales más importantes como lugar de construcción identitaria es la tocada/concierto. Hablar de ritual es hablar de participación y comunión entre músicos y audiencias rockeras. Simbiosis que se realiza/expresa no sólo en el orden de lo verbal (letras de “rolas”, alguna frase de los ídolos), también en el look / “facha”, en los gestos (la mayoría obscenos para la moral social imperante), en la música y en las escenografías (p. 137). La autora antes citada, remite al análisis de la ritualidad en algunos conciertos de rock realizado por Nivón y Rosas Mantecón (1993), quienes proponen que los rituales tendrían una doble dimensión, la de representaciones/actuaciones de las relaciones sociales y la de motivadores de la acción.

A partir de lo dicho hasta el momento intentaremos seguir una hipotética secuencia de re-presentaciones y acciones que lleva a cabo un adolescente o joven en su trayectoria hacia un concierto, deteniéndonos para analizar los puntos más sobresalientes.

Conforme un ser humano avanza en la vida las ritualizaciones se van complejizando, desde la relación de mutualidad entre un bebé y su madre, hasta la interacción en grandes masas. La complejidad alcanzada por las ritualizaciones de adolescentes y jóvenes requiere casi siempre una preparación. Es por eso que casi siempre lo que precede a cualquier intención de asistir a un concierto es el conocimiento previo del grupo, grupos o artista que se presentará. Lo anterior hace que el joven esté alerta a las posibilidades de escuchar en vivo a los artistas de su agrado. Dependiendo quien se presente, la difusión puede ser vía periódicos, revistas, internet o radio (muy rara vez por televisión), también puede ser a través de anuncios espectaculares; los medios mencionados casi siempre se vinculan más a conciertos de artistas o grupos promovidos por grandes compañías disqueras. En otros casos la información puede llegar vía publicidad circu-lante (volantes), carteles pegados en bardas, postes o servicio público; la sumamente eficiente publicidad de “boca en boca”, o si se trata de un foro tradicionalmente rockero, los visitantes asiduos se pueden enterar de forma directa.

El pago de la entrada puede ser muy diverso, cuando se requiere boleto y es un concierto masivo, los adolescentes y jóvenes más “fanes” se establecen afuera de las taquillas y los lo-cales muchas horas antes de la establecida para el inicio de la venta de entradas, se quedan a dormir en el lugar, y desde ese momento comienza a sentirse “el ambiente”, puesto que hay reconocimiento mutuo de la pasión por el grupo o artista. Partiendo de que en general los ado-lescentes tienen problemas de “lana”, regularmente inician un proceso de captación de fondos dependiendo su intención.

Teniendo en sus manos el boleto, empieza la preparación, escuchando constantemente la música que se interpretará en el concierto, discutiendo sobre las posibles rolas que se tocarán e informándose sobre detalles del artista, del grupo o de la gira.

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Concluidos los preparativos, llega la fecha del concierto y entran en juego una serie de representaciones y acciones que Urteaga (2002) compendia de la siguiente manera: Si se considera la “acción” como la posibilidad de los sujetos de transformar/invertir el orden social (o ciertos aspectos del mismo, los que los atañen como chavos rockeros, por ejemplo) en el plano simbólico, el concierto puede proponerse como el espacio ritual rockero en donde los chavos experimentan/sienten en común, esto es, viven –sólo por unas horas y transitoriamente- cierta inversión simbólica de las jerarquías sociales que experimentan en su cotidiano institucional (sobre todo, aquéllas que viven en la escuela, en el trabajo, en el aparato represivo –la tira-, con la moral familiar y religiosa). En este sentido, la tocada / el concierto rockero son espacios para experimentar el communitas en oposición a la societas, que pertenece al orden de la cotidianidad institucional por la que atraviesan los(as) chavos(as) en este momento de sus vidas. Son ritos de transgresión simbólica de las jerarquías sociales que convierten a todos en una unidad, un “nosotros” que presupone la alteridad frente a los ‘otros’ (la sociedad, los otros chavos no rockeros) y que se expresa en la hermanada corporal, gestual, de “facha”, de “actitud” (p. 138).

Es por esto que el día del concierto resulta forzoso vestirse de acuerdo con la ocasión, colo-carse todos los distintivos necesarios. El adolescente diseñará su propia “facha”, no se ataviará con cualquier cosa, sabe que va a un ritual y requiere de prendas seleccionadas. Una vez listo su atuendo se encontrará en algún punto estratégico con sus amigos y amigas para encaminarse en grupo hacia el recinto musical. En su trayecto, ya sea en metro, camión o microbús; irán reco-nociendo a otras hordas de “fanes”, el reconocimiento se dará por la vestimenta, los distintivos, el lenguaje y las referencias directas. Arribando a las cercanías del foro sentirán una “vibra” que se irá intensificando, se escucharán los sonidos que anteceden al concierto: música, gritos y las voces de los vendedores ambulantes anunciando playeras, discos, fotos, etc.

Durante sus últimos pasos se les hace evidente la presencia de elementos de seguridad que los miran con sospecha, saben que a los ojos de la tira son culpables mientras no demuestren lo contrario, son alborotadores potenciales. Al llegar a la puerta el cateo no se hace esperar, separan a hombres y mujeres, los “manosean” o les pasan algún artefacto que detecta metales. Es un momento donde la violencia está sostenida por débiles hilos, pues los adolescentes y jóvenes van a su ritual y los elementos de seguridad representan ese orden que tanto repudian. Al ingresar al recinto ubicarán sus lugares, si los hay asignados, si no es así se agolparán y al-gunos iniciarán una odisea con la intención de acercarse lo más posible al escenario, esto entre gritos, empujones e insultos.

El fragmento previo ilustra como representaciones y acciones se van entrelazando en un proceso que lleva a la paulatina apropiación de lo que será, para los jóvenes y adolescentes, su momento. Desde antes de arribar al foro donde se desarrollará el concierto llevan a cabo accio-nes que se salen del comportamiento convencional, sintiendo que por ir a una tocada tienen una licencia especial para comportarse de determinada manera.

Urteaga (2002) afirma que el concierto “es un espacio privilegiado en donde el mundo imaginado y el mundo real se funden en la dimensión simbólica para modelar el ethos y la cos-movisión de la comunidad rockera. En éste, los rockeros refuerzan y renuevan a través de sus comportamientos, actitudes y rollos, la propuesta mítica rockera: su utopía de la vida” (p. 139). Anteriormente referimos un supuesto trayecto de adolescentes a un concierto, en el que se hace palpable la fusión de la que hable Urteaga, pues al ir en el camión o en el metro todavía rigen las reglas de la societas, sin embargo, mientras los jóvenes se acercan al recinto van experimentando que ese mundo real en el que se encuentran se va amalgamando con el reino imaginado al que están a punto de ingresar.

Es común que llegada la hora de inicio del concierto, los artistas o grupos se retrasen unos minutos. Y para este momento la masa de adolescentes y jóvenes esté en punto de ebullición, por lo que cualquier chiflido, grito o mentada, despierta al monstruo que se expresa con rechiflas

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y bullicio. Finalmente se apagan las luces y da inicio el ritual. Los primeros minutos son de suma incertidumbre, hay luces y música; el pasmo se rompe cuando se escuchan las primeras notas reconocidas o la voz del o la cantante. En este punto existen infinidad de variantes, pues cada artista o grupo tiene su propia liturgia, la cual respetarán como si de algo sagrado se tratara pues saben de antemano que el público anónimo está dispuesto a entregarse a lo que ellos propongan pero esperarán un ritual acorde a una tradición ya establecida. Siendo él o la vocalista casi siempre el icono del grupo, es quien se encarga de entablar la comunicación con la concurrencia. No todo está asegurado, existe una expectativa, la cual no es explícita, y los artistas pueden decepcionar.

El comportamiento del grupo o artista sobre el escenario y sus mensajes verbales, transmi-ten “los significados y propuestas como pauta para la vida para ser asumidas como verdaderas dentro de la comunidad rockera” (Urteaga, 2002, 138-139). Esto es parte de la ritualización, los adolescentes esperan que sus “ídolos” les enseñen cómo vivir, sea a través de mensajes explí-citos o a través de comportamientos concretos.

Los momentos de un concierto suelen ser un arranque espectacular, luego el tono baja y va fluctuando conforme se desarrolla el evento. Casi siempre se incluye algún elemento inesperado y se continúa hasta llegar a un clímax que anuncia el final del concierto. Salvo que la tocada haya sido infame, en México existe una fuerte tendencia a pedir más, por lo cual los artistas saben que al despedirse tendrán que regresar al escenario, pero al mismo tiempo la euforia e insistencia es un indicador de su éxito. Los artistas regresan y el público se siente especial, los conocedores evaluarán si la entrega de los artistas es mayor o menor que en otros puntos de sus giras. Durante todo este proceso los asistentes han gritado, han coreado masivamente, han llorado y han solicitado abiertamente rolas específicas. Por tanto cuando se hace evidente el final del concierto la experiencia es de sumo desconcierto (literalmente), la magia desaparece y se impone súbitamente la realidad. Tras haber vibrado al unísono por dos horas o más, el cuerpo y la psique deben recobrar su propio ritmo, reaparecen los elementos de seguridad cuya vigilancia no ha cesado ni un segundo. En este momento la masa de adolescentes y jóvenes es un peligro potencial, muchos asistentes negarán el hecho de que el ritual ha concluido y sentirán la nece-sidad de continuarlo más allá del espacio circunscrito, por ello será necesario hacerles evidente que su momento terminó y tendrán que asumir nuevamente las reglas, lo que en ocasiones no sucede y se desata la violencia y el desorden.

Al salir del recinto los adolescentes y jóvenes experimentan confusión, semanas o meses de preparativos concluyen repentinamente, el ritual ha llegado a su fin y lo que les espera es retornar al mundo real, el trayecto que realizaron horas antes ahora resulta un tanto amargo, el punto previo de encuentro será de desencuentro, en sus casas la vida ha seguido su curso cotidiano y tendrán que enfrentar a esos padres de los que temporalmente se sintieron “librados”, proba-blemente les aguardan labores o responsabilidades escolares. La dificultad para salir del mundo imaginado se traduce en días o semanas de reminiscencias con la esperanza del siguiente ritual.

Podemos concluir que históricamente juventud y rock son conceptos que se han construido paralelamente, mas no por ello son sinónimos puesto que el adjetivo rockero caracteriza solamente a una población específica dentro del universo de lo juvenil. En cuanto al proceso de formación de la identidad en la adolescencia propuesto por Erikson, encontramos que a través del rock el adolescente puede integrar los órdenes corporal, psíquico y social, principalmente por su acción directa en las ritualizaciones inventadas en el ámbito rockero. Es muy probable que un adoles-cente que se asuma como rockero asista, durante su transición por esta etapa, a numerosos conciertos o tocadas, en las cuales actuará y hablará de acuerdo con códigos específicos, se vestirá con prendas acordes al ambiente, usará distintivos apropiados e intentará ser admitido como miembro de la comunidad rockera. Aceptar una ritualización como son los conciertos, es la afirmación de una identidad, aunque sea temporal y transitoria. Mas, como lo advierte Erik-son, el riesgo del periodo adolescente es la difusión de la identidad, por tanto el joven puede asumir el ser rockero como su identidad total, quedando atrapado en una falsa identidad como

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recurso para permanecer forever young (por siempre joven). Y con esto no me refiero a quienes encuentran en la vía del rock una posible orientación profesional, sino a quienes hacen del rock su única categoría ontológica.

Quisiera finalizar citando a Roberto Brito (2002) quien afirma que la identidad juvenil se logra a través de una praxis divergente, agregando que los jóvenes “deben conquistar un espacio de significación; un espacio de autorreconocimiento, conquistado a través de la contraposición con los demás, y esto se logra solamente a través de la diferenciación” (p. 57). Lo anterior parece afirmar en lo social lo que ya se refirió con respecto a lo individual, la identidad sólo es posible lograrla en la diferencia, los adolescentes difícilmente podrán decir quiénes son, pero suelen ser enfáticos cuando se trata de aseverar lo que no son. Ser rockero marca una distinción, ser rockero es no ser como los demás.

Referencias

1. Agustín J. La contracultura en México. México: Grijalbo; 1996.2. Balardini S. Subcultura juvenil y rock argentino. Jóvenes. 1998; 2 (6): 102-113.3. Brito R. Identidades juveniles y praxis divergente; acerca de la conceptualización de juventud. En:

Nateras A, coordinador. Jóvenes, culturas e identidades urbanas. México: Universidad Autónoma Metropolitana y Miguel Ángel Porrúa; 2002. p. 43-60.

4. Erikson E. Sociedad y adolescencia. México: Siglo XXI; 1972.5. Levisky DL. Adolescencia. Reflexiones psicoanalíticas. Buenos Aires: Lumen; 1999.6. Nateras A, coordinador. Jóvenes, culturas e identidades urbanas. México: Universidad Autónoma

Metropolitana y Miguel Ángel Porrúa; 2002.7. Urteaga M. Identidades juveniles y rock mexicano. México: Causa joven y Consejo Nacional para

la Cultura y las Artes; 1998.8. Urteaga, M. Concierto e identidades rockeras mexicanas en los noventa. En: Nateras A, coordinador.

Jóvenes, culturas e identidades urbanas. México: Universidad Autónoma Metropolitana y Miguel Ángel Porrúa; 2002. p. 135-53.

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Capítulo 9.

Una nueva forma de vivir la vida: salir de noche y dormir de día.Paulino Castells

“Antes, el joven siempre estaba criticando la situación del mundo que le rodeaba, ahora se opone a todo menos a la sociedad, que le permite vivir una vida bajo la protección de sus padres y en la que lo que cuenta es la movida”.

José Saramago

Cambian los tiempos pero no la juventud

La forma de vivir al límite de los hijos en su juventud siempre ha despertado fascinación y una cierta nostalgia en los padres, pero también ha chocado con sus intereses, al estar instalados los adultos en una etapa vital mesetaria muy diferente a la cuesta ascendente que implica ser joven y ganarse una identidad propia. Honoré de Balzac ya lo predecía en su época: “Sin duda, es preciso seguir siendo joven para comprender a la juventud”.

Las alocadas juergas, las salidas nocturnas hasta altas horas del día siguiente, el consumo de estimulantes para que el cuerpo aguante, etc., es sabido que en mayor o menor grado, en amplio o restringido sector de las sociedades y con más o menos tolerancia sociocultural, se han ido produciendo a lo largo de la historia. Al respecto ya se quejaban en una tablilla babilónica, hace más de 3,000 años: “La juventud de hoy está corrompida hasta el corazón, es mala, atea y perezosa, y jamás será lo que la juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura”. Y también se lamentaba Sócrates, en el siglo IV a.C: “Nuestros jóvenes aman el lujo, tienen pésimos modales, desdeñan la autoridad, muestran poco respeto por sus superiores, pierden el tiempo yendo de un lado para otro y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y a tiranizar a sus maestros”. ¿A qué nos suenan como actuales y muy vigentes estas quejas de antaño?

Ya es sabido que aunque cambien las épocas, las modas y las costumbres, los jóvenes siempre entrarán en abiertos enfrentamientos con los padres y demás figuras normativas que representen autoridad, para buscar puntos de diferenciación que les permitan forjar su identidad y preservar su espacio de intimidad e independencia. Claro que también hay quien se adelanta en el tiempo y advierte de los peligros del uso desmesurado de psicoestimulantes entre los jóvenes como, por ejemplo, el socorrido alcohol, y este es el caso de otro filósofo clásico, Platón que en su tratado Las Leyes apa-recido en el siglo IV a.C. ya apuntaba: “Bastará una ley que prohíba a los jóvenes probar vino hasta los 18 años, y hasta los 30 prescriba que el hombre lo pruebe con mesura, evitando radicalmente embriagarse por beber en exceso”. Con esta contundente prescripción, el ilustre pensador griego se adelantaba en varios siglos a lo que ahora recomienda encarecidamente la Organización Mundial de la Salud (OMS): el consumo cero de alcohol antes de los 18 años, ya que los jóvenes metabolizan peor que los adultos y se producen más lesiones en los tejidos de su organismo.

También es cierto que en la actualidad, la mayoría de jóvenes no muestran una clara rebel-día y un inconformismo tan radical con los progenitores como tiempo atrás, ya que entre otras cosas, existe un diálogo y un ambiente distendido que les hacen sentirse cómodos en casa; pero el hecho de vivir en el domicilio familiar hasta los 25 o 30 años les obliga a reivindicar parcelas

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propias que sobre todo encuentran en sus salidas nocturnas de fin de semana, un tiempo para la evasión y la construcción de vivencias al margen de la familia.

Cuáles son sus valores actuales

Nuestros jóvenes de hoy día, más altos y mejor alimentados que sus antecesores, se preocu-pan mucho más por su imagen; incluso a veces de manera excesiva y obsesiva, cayendo en trastornos alimentarios como la secreta bulimia o la temible anorexia. Están dotados asimismo de un capital educativo inimaginable en otras décadas. Tanto en sus posibilidades de acceso universitario, como en su disponibilidad para realizar viajes e intercambios culturales, así como para aprender idiomas, y cuentan con medios tecnológicos, comodidades y libertades jamás disfrutados por anteriores generaciones.

En contrapartida, factores como la prolongación del periodo de formación, la dificultad para encon-trar un empleo digno que les permita hacer su vida y la carestía de la vivienda, unidos al hecho de que una gran mayoría de los jóvenes en la actualidad se sienten cómodos viviendo con los padres, hacen que se dé un retraso en su emancipación, con las consecuencias que esto representa: una sobrecarga económica y emocional para los padres, que pueden sentir a la vez complacencia y fastidio por tener a sus hijos en casa hasta los 25 o 30 años, y un aplazamiento en la asunción de responsabilidades de estos hijos (formar una relación estable de pareja, casarse, tener hijos, pagar la hipoteca, etc.).

Esta reticencia a abandonar el nido se explica porque, tal y como está el panorama social, en casa no se vive mal, sino todo lo contrario. El modelo autoritario fundado en la ausencia de comu-nicación y en el temor a decir una palabra más alta que otra ya no goza de aceptación social y las relaciones más frecuentes hoy en día se caracterizan por un clima familiar armonioso en donde prevalece el diálogo. Además, en la actualidad, no sólo se cuenta con los jóvenes a la hora de tomar decisiones vitales para la familia, sino que se les deja elegir qué quieren estudiar y qué quieren hacer con su vida, facilitándoles un espacio privado que va más allá de la pura manutención y hospedaje.

Esto explica que, como señalan los informes sociológicos más recientes, los jóvenes otorguen una importancia primordial a la familia, algo más las chicas que los chicos; que en segundo lugar sitúen a los amigos (con los que aprenden a sociabilizarse fuera de casa) y que inmediatamente detrás valoren aspectos puramente materialistas e individualistas, como el trabajo y el ganar di-nero, los estudios y la competencia social, en este mismo orden de prioridades. Que los jóvenes de hoy son pragmáticos y materialistas se refleja en estas últimas prioridades. Por otra parte, se consideran “presentistas”, es decir, viven el presente al máximo porque ven el futuro fuera de la casa familiar lo suficientemente lejano como para pensar en otra cosa, y también se reconocen individualistas, hedonistas (huyen de todo aquello que no les dispense placer) y consumistas, aspectos que no son ni más ni menos que un reflejo social. Si nos fijamos en la publicidad televi-siva, veremos que una buena parte de ella va destinada a un público joven que no tiene recursos, pero que cuenta, eso sí, con unos padres generosos que acaban pagando (Cuadro 9.1).

Cuadro 9.1 Informe sobre los jóvenes españoles.

• La TV, la música, la noche, los amigos y el sexo sustituyen cada vez más a la familia, la escuela y la iglesia en la formación de los jóvenes.

• En las salidas nocturnas: 65% vuelve a casa entre las 4 y las 5 de la mañana; 11% no regresa hasta el día siguiente; sólo vuelve 7% entre las 12 y la 1 de la madrugada.

• 60% prefiere la música pop y 3% se decanta por la “bakaladera”, mientras que sólo 1% prefiere la clásica.

• De cada 10 jóvenes, seis están de acuerdo con hacer el amor siempre que apetezca a ambos, y sólo uno de cada cinco es partidario del autocontrol.

Fuente: Fundación Santa María, 1999.

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¿Qué tendrá la noche?

Así como en las sociedades primitivas se celebran aún en la actualidad ritos de tránsito que marcan el paso de la infancia a la edad adulta (como son, por ejemplo, las duras pruebas triba-les que hacen “morir” simbólicamente al niño y “nacer” al guerrero adulto); en nuestro mundo occidental, falto de este tipo de ceremoniales, salir de noche se convierte en una especie de ritual iniciático que marca el acceso a la edad adulta, como el primer cigarrillo o el primer amor.

El niño pequeño, sujeto siempre al horario estricto que imponen sus padres y educadores (acostarse pronto, dormir sus preceptivas nueve horas, etc.) observa con curiosidad las salidas nocturnas de sus mayores y lo bien que se lo pasan (a juzgar por lo que le relatan luego). Esto hace que el niño y la niña idealicen la noche, y que el deseo de irse a dormir cada vez más tarde vaya ganando espacio en su mente, al ver que conquistar horas al sueño es sinónimo de hacerse mayor y de gozar de ciertas libertades.

¿Pero qué tiene la noche que no tenga el día? Para los jóvenes, la noche tiene un encanto especial: supone un montón de horas por delante para disfrutar y compartir cosas con los amigos, gente como ellos que los entienden a la perfección y los toman en serio; es libertad, pues se encuentran lejos del control de los padres y en un territorio en el que uno/a se puede expresar con total soltura, sin miedo a represalias; por último, está el misterio que aporta la oscuridad, muy diferente a la realidad a la luz del sol. No existe ninguna duda de que un beso a la luz de la luna en un entorno que se intuye más que se ve, no es lo mismo que un beso a pleno sol, ante un paisaje absolutamente definido y tangible...

La noche apela a los sentidos, a la expresión de los sentimientos, a la vez que facilita un espacio de sueños y diversión donde es posible evadirse de la rutina y la responsabilidad coti-dianas, de los años que quedan por delante para acabar los estudios, del paro y del miedo a un futuro incierto y a un mundo tremendamente competitivo y poco estimulante. La noche oculta la inseguridad que late en el corazón de los jóvenes y les hace vivir en un presente centrado en el aquí y ahora, y en el anhelo de felicidad.

Hay que entender, además, que si los hijos están fuera de casa hasta bien pasada la madru-gada es porque -a diferencia de la escasa oferta nocturna que tenían en su juventud los padres que hoy rondan los 50 o 60 años- en la actualidad existe un importante negocio montado en torno a la marcha nocturna: bares, pubs, chiringuitos, discotecas, locales after hours. Además, existe todo un repertorio de bebidas energéticas y estimulantes -amén de los omnipresentes cubatas, cervezas, chupitos y demás mezclas alcohólicas-, como son: Red Bull, Power Horse, Energy Drink, etc., capaces de mantener al más somnoliento con los ojos bien abiertos durante largas horas, contando asimismo con el apoyo del importante arsenal de drogas que resultan muy fáciles de encontrar, según los datos que exponen el doctor Paulino Castells y la periodista Gema Salgado en Salir de noche y dormir de día (2001).

La coartada nocturna

Un factor que contribuye a que la juerga nocturna se alargue más que en otros tiempos, es el hecho de que los jóvenes de hoy disponen de más dinero y de mayor autonomía para despla-zarse, ya que cuentan con vehículo propio o con el de los amigos y, por otra parte, existe una condescendencia paterna en la salida y la llegada a casa, debido a que la mayoría de padres entienden que el hijo que tarda más en emanciparse necesita más parcelas de libertad fuera del ámbito familiar. (Claro que luego la procesión va por dentro y esos mismos padres lo pasan fatal sin pegar ojo hasta que el hijo o la hija no regresan al nido).

Pero la noche es también un buen remedio -o excusa- ante determinadas circunstancias familiares. Así, la vuelta a casa de madrugada hace que el hijo duerma por lo menos hasta el mediodía y que no coincida con los padres en el desayuno y muchas veces en la comida. De

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este modo se ahorra dar explicaciones sobre dónde ha estado, a qué hora ha llegado, si ha bebido o no... Por su parte, los padres también se ven en cierto modo liberados de la obligación del consabido cuasi interrogatorio policial.

El ir corto de sueño también le sirve al joven de “autojustificación”. Entre semana, después de la jornada en la escuela, el instituto o en la universidad, raro es el joven que no realiza mil y una actividades antes de irse a la cama: estudiar un rato, hacer deporte, ver la televisión, cha-tear por internet... Muchas de las veces, los padres ya están profundamente dormidos y el hijo sigue pegado al teléfono a las dos de la madrugada, contándole confidencias al amigo o amiga de turno. Así se explica que cuando tiene que levantarse cinco horas después no hay quien le arranque de las sábanas y que se pase el día bostezando.

La mayoría de los jóvenes requieren dormir un mínimo de ocho horas diarias. Durante los fines de semana, como trasnochan, no sólo no recuperan horas de sueño perdidas durante la semana, sino que cambian de hábitos horarios. De esta manera resulta que, aunque en estas edades se suelen tener pocas alteraciones de sueño y normalmente se duerme de un tirón, puede presentarse un problema conocido con el nombre de síndrome de fase de sueño retrasada. Se caracteriza por un retraso en la aparición del episodio mayor de sueño (la fase más larga de los diversos ciclos que se repiten a lo largo de la noche) respecto al horario normal, que tiene como resultado síntomas de insomnio que se expresan en forma de dificultades para conciliar el sueño o para despertarse a la hora deseada.

Este trastorno es típico de los adolescentes que se van a dormir a las cuatro o cinco de la madrugada y se levantan siete u ocho horas después. Luego, durante la semana les cuesta conciliar el sueño y por eso se acuestan cada vez un poco más tarde, y si se levantan a una hora temprana, padecen somnolencia durante todo el día. Muchos chicos y chicas con este trastorno no pueden seguir horarios regulares de estudio o de trabajo, especialmente si éstos empiezan a las ocho o a las nueve de la mañana. Es frecuente que los padres y profesores los tilden de vagos, cuando lo que en realidad arrastran es un problema de sueño. En los casos más serios puede ser necesaria una ayuda psicológica con imposición de horarios y rutinas regulares, quizás una terapia lumínica (utilización de luz artificial para sincronizar el ritmo vigilia-sueño) y alguna que otra indicación médica más. Hay también una serie de medidas sencillas y recomendables que pueden ayudar al joven a dormir plácidamente; por ejemplo: evitar estimulantes como la cafeína (presente en refrescos de cola, café, té y chocolate) o el alcohol; incrementar el ejercicio físico durante las horas de la mañana; crear un ambiente agradable y tranquilo en la habitación, sin teléfono ni televisión, al menos hasta que el problema remita, y realizar ejercicios de relajación antes de irse a dormir.

Realidades y mitos sobre el alcohol consumido en las salidas

El primer contacto con el alcohol (y el tabaco) se produce mayoritariamente antes de los 14 años en la juventud española. Casi la mitad de los jóvenes de 16 a 20 años se ha emborrachado algu-na vez. Así como la prevalencia de adolescentes fumadores no llega aún a la de adultos, la de adolescentes bebedores es ligeramente superior. Es cierto que actualmente se ha reducido el consumo de alcohol (esta tendencia no se daba desde los años 80), habiendo crecido el número de abstemios (entre 14 y 18 años) en 10% en los últimos dos años; pero por contrapartida, se ha radicalizado el consumo alcohólico con mayores cantidades y ha aumentado el número de mujeres bebedoras en 13%. Asimismo es bien conocido el fenómeno de puente de entrada o de escalada que tiene el consumo de drogas legales que precede o facilita el de las drogas ilegales.

82% de los jóvenes declara consumir alcohol de forma habitual, sobre todo los fines de sema-na. 10% de niños de 11 a 13 años toman cerveza cada semana: se contempla la cerveza como un inocente refresco. A los 15 años, cerca de la mitad de los jóvenes españoles son bebedores ocasionales. Con el agravante de que en las salidas nocturnas se observa cada vez más el pa-

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trón nórdico o anglosajón de beber (totalmente distinto al mediterráneo, que reparte el consumo de bebidas entre los días de la semana, produciéndose una mayor tolerancia del organismo al alcohol), con un fuerte consumo únicamente las noches del fin de semana, con lo cual hay más episodios de embriaguez y casos de comas etílicos entre los jóvenes. Salta a la vista que falta una cultura de la alimentación, en general y de la bebida, en particular, en la que se implique la familia y la escuela a enseñar a nuestros jóvenes a comer y a beber, con moderación y degus-tando lo que se consume (Aprender a comer, Castells, M. y Castells, P., 2002).

Cuadro 9.2 Mitos sobre el alcohol.

• Elemento sociabilizador: “vamos a tomar una copa”.• Costumbre social inevitable en las fiestas: bebiendo es la única forma de pasarlo bien.• No se identifica como una sustancia peligrosa: vino en las comidas familiares, espumosos y

licores en los aniversarios, etc.• Casi la mitad de los adolescentes entre 12 y 16 años no cree que el alcohol sea una droga.• Es más barato y accesible que cualquier otra sustancia psicoactiva y provoca un agradable estado

de euforia y desinhibición (el popular “puntillo”).

También es bien conocido que casi la mitad de los accidentes mortales están provocados por el alcohol. Una de cada cuatro muertes de personas jóvenes se relaciona con el alcohol. Estadísticamente se sabe que por cada 400 jóvenes que mueren de sobredosis de heroína, 2,000 se dejan la vida en la carretera por causa del alcohol...

Al diseñar estrategias y programas de moderación en la bebida, hay que tener en cuenta que existen una serie de mitos sobre el alcohol muy arraigados en los jóvenes (Cuadro 2) e incluso una justificación, por los propios consumidores, sobre la práctica de las ingestiones alcohólicas (el popular “botellón”) al aire libre (Cuadro 3).

Cuadro 9.3 Justificación de la práctica del “botellón”.

• La calle o espacio público es un lugar privilegiado de encuentro de los jóvenes.• Se puede conversar, sin que la música a tope de un local cerrado lo impida.• Mínimo coste de las consumiciones, adquiridas en comercios a granel.• Bebidas no adulteradas, controladas en su compra.

El “botellón electrónico”

Para diferenciarlo del “botellón” alcohólico propiamente dicho, hemos propuesto denominar “bo-tellón electrónico” al consumo abusivo de medios audiovisuales que hacen muchos adolescen-tes (Enganchados a las pantallas, Castells, P. y Bofarull, I. de, 2002).

También es otra forma de vivir la vida la que han decidido los jóvenes que prefieren quedar-se en casa pegados a sus electrodomésticos habituales: televisión, ordenador, etc., o salir de marcha, pero siempre en contacto con su botellón electrónico: videojuegos, chats de Internet, walkman, móviles, etc.

En la actualidad se habla con profusión en los ámbitos científicos, especialmente en los campos psiquiátricos y psicológicos, de personalidades multiimpulsivas o poliadictivas, es decir, individuos susceptibles de engancharse a diversas cosas, objetos o situaciones, de una mane-ra compulsiva. Así, pueden ser adictos simultáneamente a diversas drogas químicas (alcohol, cannabis, cocaína, éxtasis, etc.) y, al mismo tiempo, a varias drogas electrónicas (teleadicto, ciberadicto, veideojuegoadicto, ludópata, móviladicto, etc.).

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Sucede, pues, que en vez de tener a nuestro servicio estas ventajas tecnológicas para que nos suministren la comunicación, la información o el entretenimiento que buscamos, invertimos la relación y nos ponemos adictivamente al servicio de los medios. Así de las conductas normales se puede pasar a los usos anormales en función de la intensidad, de la frecuencia y de la cantidad, en función del grado de interferencia en las relaciones familiares, escolares, sociales o laborales de las personas implicadas. De tal manera que a partir del momento en que cualquier conducta institucionalizada y pública, socialmente aceptada y configurada como una afición, una tendencia, un hábito o un compromiso, deja de ser un deseo para convertirse en una necesidad absoluta e irresistible, dicha conducta tiene que ser considerada como una adicción o dependencia.

Aquí es donde aparece el adolescente vulnerable o de alto riesgo (Cuadro 9.4), que se con-vierte rápidamente en carne de cañón y presa fácil de las adicciones. Son aquellos jóvenes que demandan más afecto, más confirmación y reconocimiento del entorno, que no saben rehacerse ante las dificultades y que presentan una actitud de baja autoestima ante los retos de la vida. Esa incapacidad de superarse, esa necesidad de reconocimiento de los iguales va a llevarle a buscar pequeños éxitos y satisfacciones que le hagan olvidar sus dificultades en la vida real. Y así se entregará sumisamente en brazos de la realidad virtual, mucho más gratificante.

La sed de nuevas sensaciones, la falta de hábitos de orden y autocontrol, la inseguridad propia, son elementos que empujan a determinados adolescentes a las conductas compulsivas. Aquí también tienen su cuota de responsabilidad las familias excesivamente permisivas o con baja cohesión de sus miembros, cuando no están evidentemente fracturadas (separación matri-monial, ausencia física o simbólica de los progenitores, etc.), de manera que invitan a los hijos a refugiarse en las nuevas tecnologías (incluidos los cibercafés) y en las movidas nocturnas.

Cuadro 9.4 Perfil del adolescente de alto riesgo.

• Conducta rebelde antisocial.• Tendencia al retraimiento y agresividad.• Pobre interés por el estudio (fracaso escolar).• Baja autoestima.• Insensible a las sanciones.• Pobre empatía con los demás.• Frecuentes mentiras.• Pobre control de los impulsos.• Alcoholismo familiar (sólo en varones).• Deterioro socioeconómico de la familia.• Conflictividad familiar (maltratos, separación matrimonial, etc.).• Uso de drogas antes de los 15 años (incluidas las legales).• Amigos íntimos consumidores de drogas.

Causas del consumo de alcohol y otras drogas en la juventud: responsabilidades sociofamiliares

Se puede hacer una disección de presuntas responsabilidades en la génesis de estas formas de vivir alternativas que escoge parte de la juventud. Hay fundamentalmente tres grandes bloques comprometidos: ámbito social, fenomenología de la fiesta y sistema de valores del mundo adulto y del juvenil.

En el ámbito social hay que tener en cuenta la adolescentización y aceptación del modo de ser adolescente por la sociedad adulta: la juvenocracia actual -como apunta el filósofo español Julián Marías-, frente a la gerontocracia de antaño, o el juvenilismo imperante -que diría el pe-riodista italiano Indro Montanelli- que se podría resumir en la frase: “Todo lo joven es bello”...

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y se podría añadir “y lo viejo es decrépito”. Asimismo, la sociedad acepta perfectamente la fractura entre el tiempo normativo (días laborales) y tiempo no normativo (días festivos), con las prerrogativas que tiene cada uno de estos tiempos tan bien delimitados. A todo lo cual hay que añadir la incapacidad de las familias para controlar a los hijos: incomunicación familiar, dimisión del ejercicio parental, etc.

Respecto a la fenomenología de la fiesta contemplamos la “rutinización” del consumo como algo propio de la etapa juvenil (“Se bebe porque sí”). También la “ritualización” del consumo, como ritual iniciático, con significado de autonomía (que fácilmente se convierte en policonsumo, como en la habitual asociación de consumo de alcohol y marihuana). Con el refuerzo de la aceptación social del consumo, que implica la identificación e inserción en un grupo de iguales (“para ir de marcha”, “para no quedar descolgado”, etc.) y la presencia del alcohol como elemento indispen-sable en toda fiesta: ¿no se cierran precisamente durante las fiestas, los bares y demás locales expendedores de alcohol, todavía algunas horas más tarde?, ¿con qué lógica se le va a pedir al joven que no lo consuma, cuando todo está dispuesto para consumir más y más?...

El tercer grupo de cuestiones lo representa el sistema de valores. Preocupante situación en relación con la “doble moral” que se aprecia tanto en el colectivo adulto como en el juvenil.

Así, a nivel adulto vemos que los valores sociales propugnados son en la línea: defensa de los derechos humanos, respeto a los mayores, tolerancia, solidaridad, etc.; mientras que los valores reales y personalmente buscados son del tipo: bienestar material, éxito social, diversión, mantenerse joven, etc. Aspectos que fácilmente pueden entrar en fragante contradicción. Y, por otro lado, existe una clara disociación en la sociedad adulta entre situaciones de alarmismo (ac-cidentes de tráfico nocturnos, drogadicción, embarazos no deseados, molestias a los vecinos, etc.) y sentimientos de envidia-añoranza (“es cosa de jóvenes”, “ya se sabe, es la juventud”, “que disfruten ahora que pueden”, “nosotros no pudimos pasarlo como ellos, desgraciadamente”, etc.). ¿En qué quedamos: nos lamentamos o nos añoramos?

Mientras que la doble moral de los jóvenes se observa en los valores juveniles propugnados y de los que hacen bandera: respeto por la naturaleza, vida sana, pacifismo, tolerancia, etc.; los cuales entran en contradicción con los valores reales y personalmente buscados por un amplio sector juvenil: ingesta abusiva y compulsiva de alcohol y otras drogas, autismo social, conduc-tas desinhibidas y de riesgo, etc. A todo lo cual se acompaña una evidente disociación entre los valores ideales o finalistas que propugnan los jóvenes: sentimientos ecológicos, exigencia de lealtad, altruismo, etc., y los valores operativos o instrumentales, es decir, los del día a día: es-fuerzo, autorresponsabilidad, compromiso, participación, abnegación, sacrificio, autocontrol, etc.

Ciertamente hay que educar en valores, pero no basta insistir sobre valores finalistas o ideales, sino en los valores instrumentales u operativos, “sin los cuales los primeros no pasan de ser un brindis al sol”. “Eso sí -como advierte el sociólogo vasco Javier Elzo-, brindis tan políticamente correcto en cuanto socialmente inoperante e individualmente narcotizante”.

Familia y escuela, de la mano, con el apoyo de la sociedad en pleno

Hay que seguir insistiendo en la implicación total de todos los estamentos sociales en la preven-ción de las conductas adictivas. Por ejemplo, respecto al consumo de alcohol, sirva de muestra de lo que debe ser la actitud a seguir por los poderes públicos, según las conclusiones de la Conferencia Ministerial Europea de la WHO de Estocolmo, 2001 (Cuadro 9.5). Las estrategias para alcanzar estos objetivos se agrupan en cuatro áreas: 1) Proporcionar protección: reforzan-do medidas para proteger a niños y adolescentes de la exposición publicitaria y de promoción del alcohol; 2) Proporcionar educación: aumentando la conciencia de los efectos del alcohol en la gente joven; 3) Ofrecer apoyo: creando oportunidades alternativas a la actitud de beber, ani-mando a la familia en promocionar la salud; y 4) Reducir los daños: con una mayor comprensión de las consecuencias negativas de beber para la persona, la familia y la sociedad.

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Cuadro 9.5 Objetivos preventivos referentes a la juventud y el alcohol para la Europa de 2006 (Conferencia de Estocolmo, WHO 2001).

• Reducir el número de jóvenes que se inician en el consumo de alcohol.• Reducir las oportunidades y frecuencia en el consumo.• Promover alternativas al consumo de alcohol.• Implicar a los jóvenes en el desarrollo de políticas de salud.• Mejorar la educación de los jóvenes sobre los efectos del alcohol.• Limitar las presiones comerciales que incitan a la bebida, especialmente en grandes

concentraciones de población.• Apoyar medidas contra la venta ilegal.• Facilitar el acceso a centros de deshabituación.• Reducir los daños del alcohol, en particular: accidentes de tráfico, agresiones y violencia en general.

A los adolescentes se les pueden dar consejos o pequeños trucos para beber menos (Cuadro 9.6) y también los maestros en las escuelas han de estar alerta para detectar los alumnos que hagan un consumo abusivo de bebidas alcohólicas (Cuadro 9.7).

Cuadro 9.6 Pequeños trucos para beber menos.

• No beber en ayunas.• Tener a mano bebidas no alcohólicas.• Buscar bebidas con menor graduación.• No beber más de una bebida alcohólica en una misma hora: no hacer mezclas.• Diluir los licores con refrescos.• Si no quieres dar explicaciones de por qué no bebes, di que estás tomando un medicamento

que lo contraindica.

Cuadro 9.7 Signos de alerta en el ámbito escolar sobre el consumo de alcohol.

• Ausencias frecuentes.• Faltar a clase los lunes por la mañana.• Llegar tarde a la escuela después de comer.• Abandono temprano de las clases los viernes.• Adormecimiento durante las clases.• Cambio de compañeros y amigos.• Problemas con el profesor o tutor.• Amnesias frecuentes.• Disminución generalizada en el rendimiento escolar no explicada por otras causas.

En relación con la otra droga legal, el tabaco, también tiene que haber una implicación social, de la administración y de las instituciones educativas: el mejor lugar para implantar los programas de prevención está precisamente en las escuelas. Se ha confirmado que en los centros esco-lares en que se imparte en un alto porcentaje de asignaturas enseñanzas antitabaco, mayor es la edad en la que los jóvenes fuman su primer cigarrillo. Esto es de vital importancia, pues si no podemos evitar que muchos jóvenes fumen, si podemos hacer que lo hagan lo más tarde posible, limitando así su dependencia nicotínica futura y las consecuencias patológicas de su hábito. Es bien sabido que el tabaquismo, aparte de ser un hábito socialmente tolerado, es una forma de fuerte drogodependencia.

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Asimismo, el tabaco se reconoce como droga de inicio para el consumo de otras sustancias ilegales, siendo a su vez factor predisponente en la adopción de otras conductas de riesgo. En este sentido se ha demostrado que el consumo de alcohol es casi tres veces superior en adolescentes varones fumadores y de cuatro en las fumadoras. En cuanto al consumo de marihuana en los fumadores de tabaco, es seis veces superior en las adolescentes fumadoras y casi ocho en los varones fumadores. A la vista está pues, la importancia del entorno familiar y de las profesiones ejemplares (entre las cuales está la docencia) en la generación de esta conducta adictiva.

Las drogas no se consumen solas

Además del alcohol y el tabaco, el consumo de otras drogas también va con “acompañamien-to”. Es conocido que el elevado nivel de policonsumo entre los que usan cocaína también se evidencia en la población adolescente. Tomando como referencia el consumo de “alguna vez”, los jóvenes españoles consumidores de cocaína toman simultáneamente alcohol en 99% de los casos, Cannabis en 95% y tabaco en 77%. También con porcentajes importantes les siguen las anfetaminas, el éxtasis, los inhalables y la heroína.

La cocaína tiene mucho que ver con el rendimiento escolar del adolescente. Así, la proba-bilidad de haber consumido cocaína alguna vez tiene una relación directa con el número de cursos repetidos. Por su parte, los escolares consumidores de cocaína presentan un número de ausencias o faltas a clase muy superior a los no consumidores. Esta droga también tiene mucho que ver con la disponibilidad económica del usuario, es decir, con el dinero de bolsillo del joven. De tal manera que cuanta mayor sea la cantidad de dinero de que dispone el joven, más altas son las probabilidades de consumo.

La utilización del tiempo libre también se correlaciona estadísticamente con el consumo de cocaína. Aunque a alguien le pueda parecer una perogrullada, hay que reseñar que los adoles-centes que salen de noche presentan un mayor consumo de esta droga que los que no salen: si entre quienes no salen nunca de noche la prevalencia de uso no llega a 1%, para quienes salen tres o más veces a la semana alcanza 10% (no hay que olvidar que los lugares más frecuentes de consumo son las discotecas, en 64% de los casos). Aquí también la hora de regreso a casa tiene su importancia: la probabilidad de consumir cocaína para quienes vuelven a casa antes de las 12 de la noche, no llega a 1%; aumentando progresivamente a medida que lo hace la hora de “retirada”, alcanzando prevalencias de 3% entre quienes vuelven entre la medianoche y las tres de la madrugada, y de casi 18% entre quienes regresan después de esta hora. En la actualidad, una amplia mayoría de escolares se consideran bastante informados acerca del consumo de las distintas drogas, sus efectos y los problemas asociados a las mismas.

Las principales vías de información señaladas por los adolescentes son los medios de comu-nicación (en 56% de los casos), padres y hermanos (52%), amigos (41%) y profesores (38%). Las vías principales por las cuales reciben información los escolares no siempre son consideradas por éstos como las más adecuadas. Las mejores vías informativas y las más objetivas serían, según sus declaraciones: las charlas y cursos sobre el tema a cargo de personas con preparación (según declaran en 47% de los casos) y la información procedente de personas que han tenido contacto con las drogas (46%).

El estado de la cuestión

La primera cuestión es la de saber cuántos son los que salen de marcha las noches de los fines de semana. Según el estudio Cambios de hábito en el uso del tiempo (Aguinaga, J. y Comas, D., 1997), los días laborables son muy pocos los adolescentes y jóvenes españoles que salen de sus casas: 5% de las edades de 15 a 24 años (entendiendo por días laborables de lunes a jueves). De aquí en adelante las cifras se disparan. La noche del jueves al viernes dicen salir de

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sus casas, por las noches, 21% del colectivo juvenil; 30% la noche de los viernes a los sábados, y 18% la noche de los sábados a los domingos.

Si nos fijamos en la edad -advierte el catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, País Vasco, Javier Elzo, en su obra: El silencio de los adolescentes (2000)-, los más noctám-bulos son los que tienen entre 18 y 20 años. Uno de cada 10 jóvenes pasa la noche (al menos una noche) del fin de semana en la calle. Y ya hemos indicado que más de la mitad de ellos regresa a casa después de las cuatro de la madrugada. En España, pues, tenemos la generación adolescente más noctámbula de Europa (en otros países mediterráneos como Italia y Grecia no se encuentran estos datos tan elevados de jóvenes noctívagos). Prácticamente se puede decir que los jóvenes españoles entran en las discotecas a la misma hora que el resto del colectivo europeo sale de ellas (a los 2-3 horas de la madrugada).

Otra cuestión importante a tener en cuenta es que corremos el peligro de apuntalar un modo de diversión nocturno con serios riesgos de marginalización de la juventud, aunque sea temporal. Los adolescentes y jóvenes se divierten al margen de la sociedad. En otras palabras, muchos adolescentes y jóvenes menores pasan esos años de su vida fuera de la sociedad (en lo que el humorista español Antonio Fraguas, “Forgues”, llama: “la reserva india de las noches de fin de semana”, en donde se les aparca para que campe a sus anchas el colectivo juvenil). Así pues, son de la sociedad, pero no están dentro de ella, no viven integrados.

Una acertada política finalista debe tener como objetivo la integración social de la juventud. Un objetivo prioritario debe consistir en lograr que los jóvenes disfruten de su tiempo libre en horas no tan avanzadas de la noche. No hay ninguna correlación positiva entre la hora de volver a casa, cuanto más tarde mejor, y disfrutar más. Los datos de diferentes encuestas indican lo contrario: los que más tarde se acuestan son los que, comparativamente, dicen disfrutar menos de su tiempo libre (sin que lo contrario sea necesariamente cierto, que los que antes se retiran o no salen de casa sean los que más digan disfrutar de su tiempo libre).

Para paliar las consecuencias inmediatas de este estado de cosas (accidentes de ca-rretera, drogadicción, violencia callejera, embarazos no deseados, etc.), se está aplicando desde hace algunos años la denominada política de la reducción del daño, mediante la programación de ocios alternativos durante la noche en cines, locales deportivos, salas de estudio, etc., para que los jóvenes no beban tanto y consuman menos drogas. Diversos ayuntamientos españoles se han apuntado con fervor a estas actividades y han conseguido sorprendentes resultados con estos programas nocturnos alternativos (que pueden ir desde clases de aeróbic, cursos de bailes de salón, prácticas de aeromodelismo o campeonatos de ajedrez, por citar algunas realizaciones con éxito) y han sabido poner a disposición de los jóvenes adecuadas instalaciones de la comunidad para el disfrute de estas actividades (que nos parece una buena fórmula pública para contrarrestar la lucrativa oferta privada de ocio nocturno). Con todo, aunque bienvenida sea está política de reducción de daños, lo será siempre y cuando sea una política instrumental a corto plazo, es decir que no sea “pan para hoy, pero hambre para mañana”, porque si se consolida está política a largo plazo, de alguna manera apuntala, hace banal, y hasta legítimo socialmente el cambio de los husos horarios en los adolescentes y jóvenes.

Ante la actual forma de diversión de los adolescentes, lo esencial es conseguir que cuando haya consumos de alcohol y/o otras drogas, estos actos sean experimentales y de corta duración (tres o cuatro años durante las noches de algunos fines de semana y fiestas) y que no se con-viertan en crónicos o que se prolonguen mucho tiempo en la vida del joven. En otras palabras, que estas conductas de abuso de sustancias y de desbarajuste nocturno no interfieran de una manera preponderante en la inclusión social, estudiantil y laboral de nuestra juventud en estos años especialmente fértiles de la vida; ya que luego (independientemente del daño puntual que hayan hecho estos usos y costumbres en el organismo del usuario) puede resultar muy difícil recuperar el tiempo perdido (Cuadro 9.8).

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Cuadro 9.8 Propuestas para un ocio más recomendable.

• Hay que cambiar los hábitos de consumo, no el lugar de reunión de los jóvenes.• La política de reducción de daños y la promoción de ocio alternativo es positiva a corto plazo,

pero no ha de apuntalar a la juventud noctámbula.• Lograr que los jóvenes disfruten de su tiempo libre en horas no tan avanzadas de la noche.• Animar a la familia a promocionar la salud y las actividades lúdicas diurnas.• Desarrollar habilidades en los niños y adolescentes para que sepan hacer frente a la presión social

y del grupo.• Cuando haya consumo de alcohol y/o otras drogas, procurar que sean actos experimentales y de

corta duración.

El diálogo que no falte

Estas formas de vivir la vida de muchos adolescentes, bien sea apurando la noche al máximo o al límite en la búsqueda de sensaciones, tiene, obviamente, sus riesgos que hemos ido desmenuzando en los anteriores apartados. Así pues, ante cualquiera de las situaciones de riesgo que se prevea pueda incurrir el/la joven adolescente, hay que estar en disposición de sincero diálogo, tanto por parte del sistema parental y/o educativo como por el colectivo juvenil en calidad de hijos y/o alumnos. Ahora bien, para que las actuacio-nes de los adultos tengan plena eficacia hace falta saber estar (y haber estado siempre) al lado del joven en las circunstancias cotidianas, atentos y receptivos a sus demandas, para así poder intervenir adecuadamente en las situaciones puntuales de crisis que se plan-teen. En otras palabras: no vale “descubrir” al hijo y/o alumno adolescente sólo en caso de que nos provoque “incomodidades” en la familia y/o en la escuela por sus conductas de riesgo o marginales.

Es cierto que hay casi tantos tipos de relaciones entre padres e hijos como situaciones familiares. Esta es una afirmación fundamental que debemos tener en cuenta antes de hablar de las relaciones entre los chicos y sus progenitores, de su nivel de comunicación, de los que los adolescentes ocultan, de las confianzas y desconfianzas mutuas... A todo esto, habrá que sumar la diversidad de situaciones laborales, sociales, culturales, etc., en el mundo en que vivimos, la constatación de que, como nunca, la sociedad es muy abierta, el hecho de que cada vez haya más gente autónoma (o que se pretende autónoma), cada día más personas que quieren hacer su vida, moldearla según sus valores y organizarse según sus preferencias en el uso del tiempo, ser dueñas de su existencia. Todo eso hace que haya un sinfín de situaciones en el seno de las familias y en las relaciones que los hijos mantienen con sus padres, que de alguna forma mediatizarán la fluidez de los diálogos intergeneracionales.

Vean algunos consejos prácticos de cómo actuar los progenitores con el empleo del tiempo de ocio de los hijos adolescentes. En las primeras salidas nocturnas de los jóvenes de 16-17 años, algo que suele funcionar es ponerse de acuerdo entre los padres para que la hora de regreso sea la misma para todo el grupo de adolescentes, insistiéndoles a ellos en que mantengan la cohesión del grupo (no siendo aconsejable que alguno/a se separe del mismo y quede aislado a merced de otros), y turnarse los progenitores para ir a buscarlos, si fuera necesario. Una medida práctica para conocer las amistades de nuestros hijos es traerlos a casa, organizando, por ejemplo, una merienda-cena, que es cuando los padres pueden ob-servar discretamente cómo son, sin interferir demasiado (recuerden que el hijo adolescente que se encuentra bien en su casa, no duda en traer a ella a sus amigos). El teléfono móvil puede convertirse en un buen aliado, no para que los agobiemos con llamadas de control,

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sino para que ellos/ellas puedan utilizarlo para avisarnos ante cualquier contratiempo (si cambian de planes y en vez de ir a un sitio van a otro; si se encuentran mal y hay que ir a buscarles; si han tenido una avería en el vehículo que les llevaba, etc.). Es muy importante para nuestros hijos saber que somos receptivos y que pueden contar con nosotros, lo cual no significa que debamos estar absolutamente metidos en su vida. En el caso de que nuestro hijo o nuestra hija no cumpla reiteradamente los horarios de regreso a casa pactados con anterioridad, alargándose exageradamente la hora de meterse en cama, no es aconsejable amenazarle con pasar el cerrojo de la puerta de entrada a una hora determinada: porque es darle una magnífica excusa para que pase la noche fuera de casa. Una medida de compromiso menos drástica es no echar el cerrojo y al día siguiente, sábado o domingo, despertarle a una hora prudencial, como son, por ejemplo, las 11 de la mañana: los hijos deciden la hora de acostarse y los padres están en su derecho de decidir la hora de levantarse.

Cómo negociar las salidas nocturnas y las conductas de riesgo

A muchos progenitores nos cuesta conciliar el sueño durante los fines de semana cuando nuestros hijos salen de “marcha” y no nos dormimos hasta que regresan sanos y salvos. Está claro que no podemos retener a los hijos en casa por no sufrir nosotros, pues sería tremendamente egoísta y un drama para ellos, sobre todo si no nos han dado motivos de desconfianza y entre semana estudian, trabajan y cumplen las tareas domésticas que les tocan. Quizá el planteamiento mejor sea: ya que tienen que salir, que lo hagan, pero ne-gociemos la salida, sin pelearnos, de manera que podamos eliminar los mayores riesgos posibles. Claro que siempre hay casos en los que la negociación se complica: ¿se ima-ginan tener que pactar la salida nocturna de un joven o una joven que se va a una fiesta clandestina? Hay ocasiones en que la negociación se quedará en mera intentona, ya que nos pueden decir que van a un lugar cuando en realidad van a otro, pero aun así, ¿por qué no probarlo?

Tal como señalamos en la Guía práctica de la salud y psicología del adolescente (Cas-tells, P. y Silber, T.J., 1998), desde el punto de vista práctico es precisamente en la familia donde debe tomarse la iniciativa para evitar o neutralizar las conductas de riesgo de los hijos adolescentes. Los padres están en condiciones, en circunstancias familiares normales, de dejar bien claro lo que se pretende de los hijos y las normas que regirán su actitud parental (Cuadro 9.9).

Cuadro 9.9 Normas para prevenir las conductas (de riesgo) del adolescente.

• Fomentar los vínculos de respeto y cariño mutuos.• Formular sólidas exigencias sociales y morales.• Elegir con cuidado las reglas que se vayan a aplicar.• Ser coherente con la forma de vida que se pretende.• Mostrarse persistente.• Explicar con razones las reglas (y disciplina) a aplicar.• Otorgar responsabilidades y total confianza al hijo.

También en múltiples circunstancias cotidianas, los padres han de saber asumir algunos riesgos (que no implican, de entrada, gravedad) que demandarán los hijos adolescentes. Habrá que negociar y renegociar para obtener las máximas garantías de seguridad ante situaciones que, indefectiblemente, van a suceder (Cuadro 9.10).

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Cuadro 9.10 Reglas prácticas ante las demandas (de riesgo) de los adolescentes.

• Recordar que asumir riesgos constituye un rasgo importante (aunque preocupante) del desarrollo adolescente.

• Asegurarse de que tanto el padre como el hijo poseen información adecuada sobre la demanda en cuestión; por ejemplo, que el potencial conductor de una moto posee la máquina en condiciones y está capacitado para conducirla por carretera.

• Adoptar el modelo de vida que se prefiera transmitir a los hijos, siendo coherentes con la forma de comportarse ante los hijos; por ejemplo, si se les advierte acerca de los peligros del tabaco, tampoco los padres han de fumar.

• Comentar los riesgos de determinada acción que el hijo va a emprender, tratando de llegar a un acuerdo para que la experiencia a realizar resulte relativamente segura, pensando en lo que el padre mismo podría hacer para lograrla y comentándolo; por ejemplo, cuando una hija se dispone a realizar una salida en autostop.

• Buscar una solución de compromiso o sugerir un riesgo (menor) alternativo para que el hijo acepte no asumir uno de otro tipo; por ejemplo, cuando se planea una salida nocturna en coche un fin de semana, habrá que aconsejar el trayecto vial de menor peligro, asegurándose de que el conductor no consumirá alcohol, etc.

• No entrometerse en lo posible, ya que el adolescente tiene que ser capaz de manejar sin ayuda la mayoría de riesgos; indicando, no obstante, que existen límites ante determinadas situaciones y que entonces los padres actuarán con toda energía, como por ejemplo: dietas de adelgazamiento obsesivas, amistades peligrosas, etc.

• Recuérdese que la meta final consiste en que el adolescente sepa dirigirse a sí mismo, manejando con autonomía su propia salud y su propia vida.

Conclusión: Educar para el ocio

Parece lejana la semántica griega que llamaba al ocio: skholé (Aristóteles decía que era el lugar en donde se cultivaba el saber), de cuya voz deriva el término latino schole, y de éste el término castellano: escuela (¡miren por dónde escuela y ocio están emparentados!). Así pues, el ocio fue para nuestros antepasados, no el no hacer nada -el popular dolce fare niente italiano-, sino la actividad en que el ser humano pone en ejercicio lo más noble de su vida, la creación artística e intelectual y la contemplación de la belleza y la verdad. Los romanos, muy prácticos, llamaron otium a la skholé griega, y denominaban nec-otium: la negación del ocio, de cuyos términos de-riva nuestra palabra: negocio, para designar así toda la actividad utilitaria cuyo fin es satisfacer las necesidades puramente biológicas y crematísticas.

¿Estamos actualmente ante una nueva cultura del ocio?, ¿la movida de fin de semana, la marcha nocturna, la ruta del bacalao, el botellón... son nuevas formas de ocio?, ¿las drogas son los ingredientes fundamentales para llenar el tiempo de ocio de nuestra juventud?...

Según parece la supuesta bonanza intrínseca del ocio, con que nos ha ido regalando el estado del bienestar, nos ha tenido despistados. La mercantilización del ocio ha convertido en sinónimos de los términos “ocio” y “consumo”. No nos hemos percatado de que el fenómeno del ocio es un fenómeno social de doble dirección, positiva o negativa, dependiendo del ejercicio de libertad de la persona.

Vuelve a estar vigente la distinción ya superada entre “ocio” y “tiempo libre”, y ahora llama-mos “ocio juvenil” a una serie de prácticas “que llenan el tiempo libre” de que disponen nuestros adolescentes. Hemos perdido de vista que una experiencia de ocio debe ser un acto libre, vo-luntario y deseado como fuente de satisfacción. De que la auténtica vivencia del ocio debe ser constructiva. ¿Y qué tenemos ahora? Unas formas de ocio vinculadas a valores centrados en el

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consumismo, el hedonismo y la inmediatez. El aburrimiento, que implica ausencia de creatividad, también parece hacer mella en el ocio de nuestros jóvenes. Y para llenar su hastío, su vacío vital y evadirse de la cruda realidad, se anestesian con la ingestión abusiva de drogas. El uso de sustancias psicoactivas que siempre han estado presente en la historia de la Humanidad, antaño utilizadas según se decía para ayudar a la “creatividad” literaria, artística, etc., luego se han consumido para fomentar la “marginalidad”, que se inició con el movimiento hippie de los años 60 y se continuó con las tribus urbanas de los 80, hasta llegar a la actualidad del consumo para puro “divertimiento” de la década de los 90.

Escuela y familia tienen por delante la urgente tarea de transmitir a los niños y adolescentes los valores éticos fundamentales que les permitan encontrar referentes en sus vidas y modelos válidos de identificación, y así puedan llevar una digna existencia, ayudándoles a ser personas libres de presiones sociales, modas o del dictado de simples impulsos.

Referencias

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Capítulo 10.

Globalización, impacto social en la educación y el empleo de los y las jóvenes.María Antonia Chávez Gutiérrez

Globalización, impacto socioeconómico y mundo de los jóvenes.

El concepto de globalización ha sido en los últimos años uno de los más abordados en las discu-siones sobre problemáticas sociales y las explicaciones de la teoría económica neoliberal. Es un concepto que ha sido detonante de reflexiones profundas sobre su impacto en la realidad social de América Latina y particularmente en los mundos de los y las jóvenes.

“Globalización es el nombre genérico que las ideologías dominantes atribuyen al actual proceso de mundialización capitalista. Tales ideologías responden a diversas estrategias para internacio-nalizar el capital (por su origen geográfico, su contenido, su naturaleza etc.) por lo que guardan un carácter sumamente heterogéneo. Globalización también es - junto a la regionalización, una forma que asume la internacionalización del capital en la actualidad”.

El proceso de globalización por sí mismo es complejo bajo el cual se manifiestan la agudiza-ción de los problemas sociales recrudeciendo a los ya existentes en Latinoamérica, tales como; el desempleo masivo, la desregulación laboral existente, la exclusión social, el narcotráfico, el auge de las industrias culturales y la elevación de los niveles de estrés social.

Cuando miramos el mundo del trabajo actual constatamos y experimentamos individualmente la suma de profundas transformaciones que se han generado y acumulado en los últimos años, determinadas por los constantes y acelerados cambios en los procesos productivos en el mundo y por ende en nuestro país, asociado a las innovaciones tecnológicas, el crecimiento del comercio internacional y la integración económica, como efecto de la globalización.

“Si bien la mundialización tiene como vehículo fundamental la internacionalización de las distintas fracciones de capital no se limita a ella. El avance de la mundialización capitalista es también una mundialización de valores, idiosincrasias, modas, en fin, de las diferentes formas de ver el mundo.

Las consecuencias más palpables de la globalización se expresan en la reorganización de las economías de los países latinoamericanos, caracterizada por las privatizaciones de las em-presas públicas, el avance de la concentración económica de los grandes capitales mundiales y la profundización de la desarticulación social y el debilitamiento de la figura estatal.

“La globalización contemporánea es naturalmente el resultado de un largo proceso histórico, sobre todo del capitalismo y de las espectaculares transformaciones tecnológicas que ha vivido el mundo, especialmente en las últimas dos centurias. La globalización aunque es una etapa más en el desarrollo del capitalismo mundial, tiene un significado y diversas consecuencias de gran alcance en cuanto a las formas de vida, maneras de pensar, de producir y consumir en la sociedad contemporánea. Leslie Serna, al respecto afirma que en “realidad, la llamada globa-lización de la economía que lleva implícitas las medidas de adelgazamiento estatal y recorte al

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gasto público, y con ello el fin del Estado benefactor y de las políticas subsidiarias, esconde tras del término ‘global’ la exclusión de todos aquéllos que no pueden acceder competitivamente al mundo del mercado por la vía de la producción y del consumo”.

Los cambios en las políticas económicas orientadas como políticas de expansión de mer-cados han sido facilitados por la era de la información en que vivimos. El avance de las nuevas tecnologías ha contribuido a configurar una cultura de la inmediatez, donde lo constante es la provisionalidad, el avance continuo, las modificaciones en los hábitos de consumo permanente, en muchas ocasiones precipitadas por una cultura del tener lo último de la tecnología.

Leslie Serna señala que “en el terreno económico, la globalización presenta tres fenómenos que caracterizan el periodo actual: el auge del comercio intraindustrial e intrafirmas, la expansión del capital financiero más allá de las fronteras y el boom de las transacciones financieras que se incrementa por el uso de nuevas tecnologías en el intercambio de información en los mercados de dinero. Las consecuencias directas son la interdependencia extrema de las economías nacio-nales, la interrelación que desvanece las fronteras de los Estados-nación y la implementación en todos los países de las políticas llamadas neoliberales de desregulación, privatización y apertura”.De tal forma que las tendencias socioeconómicas actuales nos han obligado a los ciudadanos a adaptarnos a una serie de cambios estructurales provocados por el fenómeno de la globalización mundial, bajo políticas de crecimiento económico muy distintas a las socialmente acostumbradas, situaciones que han influido entre otros factores en la agudización y polarización de la pobreza como reflejo de la injusticia social en nuestro país que se reflejan e impactan directamente en el deterioro en la calidad de vida.

La conceptualización sobre la calidad de vida es una construcción compleja y multifactorial que puede objetivarse en una serie de parámetros e indicadores que incorpora el componente vivencial y subjetivo de la realidad. Podría afirmarse que la calidad de vida incluye el logro de un equilibrio ecológico entre el ser humano y su entorno social, cultural y espiritual existencial”.

La desnutrición, el deterioro de la salud, la limitantes para el saneamiento comunitario, las escasas oportunidades de estudio, la disminución de las oportunidades de empleos dignos y la flexibilidad en las condiciones de trabajo desreguladas de las normas de trabajo asumidas en las Ley Federal del Trabajo, estas situaciones han propiciado entre otras condicionantes una caída drástica en los niveles de vida del grueso de la población en México. El impacto de la globaliza-ción en la vida cotidiana expresa sus cambios en el tejido social de la vida humana y el estado psicológico de las personas y las familias, aumentándose los cuadros inconformidad y estrés social, depresión, violencia familiar y tendencia al suicidio.

Los valores que se pregonan en la globalización son la excelencia, la competencia y el im-pulso el individualismo, condiciones que han generado marcados cambios que se manifiestan en las experiencias de la vida cotidiana favoreciendo la elevación de los niveles de estrés social permitiendo evidenciar serias contradicciones en los nuevos estilos de vida; generando grandes incertidumbres que evidencian por un lado la presión para el cumplimiento de estos valores de alta productividad, y por otro, la inequitativa distribución de oportunidades y de los recursos económicos y naturales, para competir en igualdad de circunstancias a los que menos tienen oportunidades formativas de las habilidades exigidas en el mundo global.

La globalización socialmente ha determinado nuevas formas de convivencia, ha obligado a la reorganización de las relaciones del trabajo, además del replanteamiento en las aspiraciones, estilos de vida, movilidad social y la incorporación a los lenguajes tecnológicos y del ciberespacio.

El avance tecnológico por sí mismo ha generado movilizaciones interesantes para el desarrollo de la parte social. Marcia Rivera señala “los cambios tecnológicos están contribuyendo a redefinir las reglas de juego y estilos de vida y acelerar a la globalización, la computación, nuevas formas de comunicación, el diseño de maquinarias e insumos, la ingeniería genética, la neurociencia, la medicina nuclear, y la inmunología” Cita Marcia Rivera, una mirada desde el género, ajuste, integración y desarrollo en América Latina IESAL, UNESCO, Caracas, Venezuela. 1999, página.

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22.Sin embargo el acceso a los recursos tecnológicos y las oportunidades laborales es desigual y ha generado una profundización de diferencias y desigualdades entre países pobres y ricos y los sectores sociales nacionales.

Para Nestor García Canclini, “Las cifras revelan que a diferencia del liberalismo clásico, que postulaba la modernización para todos, la propuesta neoliberal nos lleva a una modernización selectiva: pasa de la integración de las sociedades al sometimiento de la población a las élites transnacionales. Amplios sectores pierden sus empleos y seguridades sociales básicas, se cae la capacidad de acción pública y el sentido de los proyectos nacionales. Para el neoliberalismo la exclusión es un componente de la modernización encargada al mercado”.

Las empresas se enfrentan a una creciente competencia y una elevación de exigencias de adaptabilidad que requieren de una mayor movilidad y flexibilidad en el empleo, presentando a sus empleados un escenario laboral de mayor inestabilidad y aumentando las necesidades de protección social de la población económicamente activa.

Estas grandes tendencias están provocando un profundo cambio en la conformación de la fuerza de trabajo joven del país y las reales posibilidades de empleo, al respecto Nestor García Canclini manifiesta que los jóvenes “más que a ser trabajadores satisfechos y seguros, se con-voca a los jóvenes a ser subcontratados, empleados temporales, buscadores de oportunidades eventuales”.

“Mucho se ha hablado (por ejemplo en la ONU y en la UNESCO) de la dimensión cultural del desarrollo; de la necesidad de que el desarrollo (económico, tecnológico y de los mercados) asuma también contenidos de carácter cultural. En tales reclamos hay dos tipos de alusiones implícitas; primero que el desarrollo económico y puramente tecnológico no es suficiente para lograr el desarrollo integral de individuos y sociedades y que debe darse atención especial a enlazar este avance y la acumulación de riquezas con un crecimiento que también sea espiritual (educativo, estético, moral: el cultivo de valores no puramente materiales). La otra alusión se refiere al hecho de que el desarrollo material puede obstaculizar el desarrollo de los valores cul-turales, distorsionándolos frecuentemente, negándolos y cancelándolos como horizontes de vida.

“La Complejidad de la problemática social y económica mundial ha desencadenado en el hombre una serie de conflictos existenciales que hacen necesaria su participación individual en la búsqueda de sentido a su existencia, incidiendo en sus patrones de vida mejorando los anteriores, enfatizado la prioridad de promover un auténtico desarrollo humano, humanizándose y apropiándose de nuevos esquemas de civilización y supervivencia”.

El fenómeno de la globalización por lo tanto, ha contribuido a profundizar las diferencias sociales históricamente acumuladas; elevando los índices de exclusión y polarización social, disminuyendo las bases para una convivencia social equitativa, olvidando el respeto, el entorno ecológico y manifestando el deterioro acelerado en los niveles de calidad de vida social e individual de los distintos grupos de la población latinoamericana. Afectando aún más a algunos sectores, principalmente a los que no están incorporados al mercado del trabajo y los ubica como pobla-ciones con mayor vulnerabilidad social según el ciclo de su vida, como son: los ancianos, las mujeres, los jóvenes y los niños por presentar una mayor dependencia socioafectiva y económica. Lo anterior obliga a construir nuevas formas de identidad que cambian radicalmente los espacios y las formas acostumbradas de convivencia cultural asumidos históricamente.

En los últimos cinco años no se encuentra a la mano literatura suficiente que dé cuenta de los grandes cambios que están viviendo y enfrentando los jóvenes en referencia a la globalización tales como las interacciones entre iguales, con sus familias, en sus comunidades, con los sistemas de seguridad pública, en sus escuelas y en el acceso al mundo del trabajo.

Los comportamientos sociales revelan la necesidad de atención por parte de la sociedad en el impulso a los valores sociales universales y el conocimiento de la connotación de ciudadano que se está formando y reponer al siguiente planteamiento: ¿cómo está surgiendo la nueva identidad de los jóvenes en un ambiente multiculturizado?

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Por lo que resulta importante identificar, describir y caracterizar los problemas sociales, educativos y psicológicos que presentan los jóvenes asociados a los actuales contextos de la globalización, además de la necesidad de pronosticar los efectos a corto, mediano y largo plazo en los estilos y la calidad de vida de los jóvenes. Las manifestaciones socioemocionales son las más evidentes para expresar las dificultades en la resolución de la identidad de los jóvenes, producto de la transición cada vez más compleja en las experiencias individuales para consolidar su vida adulta.

En nuestro medio es evidente que los jóvenes se vuelven ciudadanos en forma individual, integrándose en comunidades y grupos; manifestando a través de ellos las dificultades para encontrar el sentido para la consolidación de su identidad y la definición de su proyecto de vida personal en un contexto globalizado. Dentro de las consecuencias de este fenómeno global, se han amenazado notablemente los parámetros de calidad de vida alcanzados en los distintos países de Latinoamérica, generando serios límites para satisfacer los sistemas de apoyo y de seguridad social históricamente alcanzados como garantías de los trabajadores y sus familias.

El impacto de la globalización es vivido de manera más fuerte por los jóvenes quienes por su ciclo de vida necesitan consolidar su estado adulto y para ello deberán haber cubierto los factores básicos de sus identidad llenando las expectativas de desarrollo esperadas socialmente como son: la formación de su vocación, la independencia afectiva y la capacidad para sostener una relación de pareja, la independencia económica y la incorporación satisfactoria al mercado de trabajo.

Situaciones que le plantean a los jóvenes una serie de interrogantes para las cuales no se encuentran respuestas convincentes, particularmente al tratar de resolver la siguiente: ¿en la actualidad en nuestro país existen condiciones reales que permitan responder a las expectativas de seguridad social de los jóvenes en términos de justicia y equidad?

Todo lo anterior obliga a la búsqueda de nuevas estrategias objetivas, claras y concretas a nivel micro y macro social que permitan responder a los nuevos retos de mejoramiento de las condiciones de vida de los jóvenes.

Por lo tanto, es responsabilidad de la sociedad, el Estado y del involucramiento de los pro-pios jóvenes, construir los nuevos espacios, valores y actitudes favorables para la formación de la identidad en el marco de una identidad social nacional que permita consolidar el ejercicio de la ciudadanía de los jóvenes, que nos lleven a visualizar un país con mayores expectativas de desarrollo social y bienestar.

Es urgente la reorientación de las políticas para atender las necesidades de los jóvenes, centradas en las redes de conocimiento, programas de intercambio, promoción de la solidaridad, el respeto y la tolerancia para el logro de las identidades nacionales.

II. Globalización, impacto en las políticas para los y las jóvenes.En los términos descritos en este texto, el fenómeno de la globalización ha implicado múltiples

desafíos para los diversos actores en el contexto de una reorganización mundial de las políticas educativas nacionales, situación que nos obliga a buscar respuestas y alternativas viables para promover el desarrollos social, en este caso particular para los jóvenes,

Las nuevas modalidades laborales para los jóvenes en México no contemplan los derechos previamente adquiridos en puntos tales como: seguridad en el empleo, compensaciones, seguridad social, remuneración de horas extras y de salario, situación que impacta de manera directa en los esfuerzos de los jóvenes por alcanzar su independencia económica y consolidar su identidad con proyectos de vida independientes de los de sus padres o familias de origen.

La redefinición de los escenarios laborales encara a los jóvenes a nuevos desafíos que representan mayores exigencias en las competencias o destrezas con base en los nuevos co-nocimientos, de nuevas actitudes y de adaptación a las formas de organización para el trabajo producto de la flexibilización laboral.

En estos términos se le sigue apostando al acceso a la educación, como estrategia importante para responder a los nuevos retos de desarrollo y movilidad social y el cual debe garantizar la

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formación de las nuevas capacidades y habilidades en los alumnos para sobrevivir en el mun-do global altamente competitivo en donde se garantice una perspectiva de cambio social más humanizada e integral del hombre.Edgar Morán señala que en “esta evolución hacia los cambios fundamentales de nuestros estilos de vida y nuestros comportamientos, la educación –en su sentido más amplio- juega un papel preponderante. La educación es “la fuerza del futuro”, porque ella constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el cambio. Uno de los desafíos más difíciles será el de modificar nues-tro pensamiento de manera que enfrente la complejidad creciente, la rapidez de los cambios y lo imprevisible que caracteriza nuestro mundo. Debemos reconsiderar la organización del conocimiento. Para ello debemos derribar las barreras tradicionales entre las disciplinas y concebir la manera de volver a unir lo que hasta ahora ha estado separado. Debemos reformular nuestras políticas y programas educativos. Al realizar estas reformas es necesario mantener la mirada fija hacia el largo plazo, hacia el mundo de las generaciones futuras frente a las cuales tenemos una enorme responsabilidad”.

Al respecto Keinner, 2004, al revisar el informe de la UNESCO, Aprender: el tesoro interior describe “en la exposición de las características esenciales de este informe, desde la perspectiva de Christoph Wulf, se hace referencia: 1) a los conflictos, señalados en el documento, a los que se enfrentarán la educación y la formación en este siglo; 2) al significado del aprendizaje como concepto central, y 3) a la necesidad de una discusión pública sobre cuestiones educativas y la responsabilidad del Estado y la opinión pública. Wulf plantea algunas preguntas que, según su opinión, deben orientar una discusión crítica en las ciencias sociales sobre el informe: Es con-secuente el informe con sus intenciones, proporciona una perspectiva general para el desarrollo humano con ayuda de la educación y la formación. La educación es conceptualizada en su papel fundamental en el desarrollo personal y social, no aparece como un remedio milagroso o una fórmula mágica, sino como un medio general del que la humanidad dispone para ayudar a reducir la pobreza, la marginación, la estupidez, la ignorancia, la represión y la guerra.” La eficiencia de la educación se evalúa en la medida en que es capaz de responder y establecer una vinculación estrecha con el mundo del trabajo y el empleo.

Considerando el concepto del trabajo como una función social que requiere de la capacidad innovadora y transformadora y que favorece la creación y recreación individual y social del hombre, lo que algunos autores llaman la autorrealización, une talento, capacidad y creación. Bajo este concepto de trabajo parece poco posible la incorporación laboral de los jóvenes al mundo del trabajo en el contexto de la globalización que les garantice la inserción social. Actualmente algunos jóvenes se emplean en actividades que tienen muy poco que ver con su vocación y su prepara-ción académica, por las escasas oportunidades de empleos que satisfagan estas expectativas.

En México, el caso de los jóvenes y el trabajo ha sido considerado uno de los temas prioritarios dentro de las preocupaciones institucionales; actualmente los jóvenes tienen severos problemas con el empleo, lo que hace necesario crear espacios para discutir y crear los mecanismos que instrumenten alternativas de trabajo, que se den respuestas nuevas a sus expectativas para que se incluyan en el mercado productivo, permitiendo de esta manera consolidar el proyecto de vida futura para nuestros jóvenes.

En nuestro país el segmento de los jóvenes tiene un peso significativo en la estructura socio-demográfica, identificando una población mayor en el sector de los jóvenes como consecuencia de la elevación acelerada en la esperanza de vida al nacer (72 años para varones y de 80 para mujeres) y el descenso de la mortalidad, manifestando una tendencia de crecimiento proyectiva de la población joven, lo que obliga a acrecentar el interés por atender las necesidades propias de éste sector de la población. “39% de los jóvenes no tienen trabajo, 54.4% de los que están en edad de estudiar no lo hacen, revela la Encuesta Nacional de Juventud”

“Los jóvenes tienen más dificultades para encontrar empleo que los adultos, lo que se refleja en su tasa de desempleo, 3.5 veces superior a la de los mayores de 24 años. El informe también

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hace notar que en tiempos de recesión, el desempleo juvenil tiende a aumentar más rápidamen-te que el de los adultos......Los jóvenes tienen severos problemas con el empleo, lo que hace necesario crear espacios para discutir y crear los mecanismos que instrumenten alternativas de trabajo, que se den respuestas nuevas a sus expectativas para que se incluyan en el mercado productivo, permitiendo de esta manera consolidar el proyecto de vida futura para nuestros jóvenes...... los jóvenes “más que a ser trabajadores satisfechos y seguros, se convoca a los jóvenes a ser subcontratados, empleados temporales, buscadores de oportunidades eventuales”

El estudio “Tendencias mundiales del empleo juvenil, 2004” preparado por el Departamento de Estrategias de Empleo de la OIT, los jóvenes representan 47% de los 186 millones de personas desempleadas en el mundo en 2003.

Ma. Rita Chávez, al respecto refiere “este es el panorama para los 19 millones de jóvenes entre 15 y 29 años de edad; 20% busca trabajo, 22% estudia; pero sólo 2% termina la carrera. Los programas de empleo sólo ofrecen asesorías para el autoempleo, becas de capacitación y chambatel....Los jóvenes se insertan en el mercado laboral con contratos temporales, previa firma de la “renuncia voluntaria”; carecen de prestaciones legales, reciben baja remuneración y la rotación en las empresas les impide una educación formal. No se les da la oportunidad de adquirir la experiencia previa que se les exige. Son los últimos en contratar y los primeros en recortar. La propuesta laboral para la próxima legislatura vulnera los principios constitucionales del derecho al trabajo para vivir con bienestar y la estabilidad en el empleo; porque la flexibilidad laboral tal como se propone, dejará al vaivén de la oferta y la demanda la fuerza de trabajo en aras de la productividad, eficiencia y competitividad, en la producción de mercancías y la prestación de servicios para competir. El Estado se desliga de la responsabilidad del cumplimiento de los derechos laborales adquiridos, para sólo observar la precariedad del trabajo y la conversión del trabajador en un objeto reutilizable.

La mayoría de los jóvenes laboran con contratos individuales de tiempo parcial y even-tuales por 30 días; las jornadas son discontinuas, existe la apertura para que el empleador decida unilateralmente en emplear o desemplear y finalizar la relación laboral en ocasiones sin indemnización.

Las posibilidades de empleo de los jóvenes son en negocios de comida rápida, tiendas de autoservicio, tiendas de venta de ropa, papelerías, etc, generalmente trabajan a medio turno y en algunos casos no se les formaliza contrato laboral. Los ingresos son muy bajos y no se les respetan la totalidad de las garantías laborales, es muy oportuno crear espacios de investigación que expliquen cómo se han instalado las nuevas condiciones laborales para los jóvenes en nuestro país de las empresas transnacionales, en los negocios de comida rápida.

Al respecto Juan Somavia 2003 (OIT) afirma, Estamos desperdiciando una parte importante de la energía y el talento de la generación de jóvenes más educada que hemos tenido... “Es imprescindible aumentar las oportunidades que tienen los jóvenes de acceder a un trabajo de-cente si queremos alcanzar las Metas de Desarrollo del Milenio de la ONU” .....Quienes logran un empleo con frecuencia deben enfrentar largas jornadas, contratos temporales o informalidad, salarios bajos, y poca o ninguna protección social en la forma de seguridad social o de algún otro tipo de beneficio. Por ese motivo los jóvenes dependen más de sus familias y pueden quedar más expuestos a actividades ilegales.

Antonio Pérez Islas, señala que “la población juvenil duplica las tasas generales de des-ocupación abierta; que por lo general se emplean en puestos de baja remuneración y con poca o nula seguridad laboral y estabilidad en el empleo; se conoce que los jóvenes que ingresan por primera vez al mercado de trabajo vía el sector informal, prácticamente no vuelven a tener opor-tunidad de ingresar al mercado formal; igualmente, se tiene consignado que hay sectores donde la feminización de la mano de obra (industria maquiladora) en ciertas regiones del país, no sólo ha relegado a los jóvenes varones, sino que está provocando transformaciones sustanciales en la conformación de las familias y responsabilidades sociales”.

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Una parte de la generación actual de jóvenes posee mejores niveles de formación que otras, sin embargo tiene menos oportunidades de encontrar una ocupación dignamente remunerada, situación que influye en su autoestima, limitando sus aspiraciones personales laborales, salaria-les que los obliga a posponer sus proyectos de vida que incluyan la conformación de pareja, de participación social y de superación personal.

En México la acreditación educativa en los diferentes niveles educativos no garantiza la inser-ción en el mercado laboral, lo que incide en la desmotivación de a los procesos profesionalizantes. Nestor García Canclini, señala que “a las nuevas generaciones se les propone globalizarse como trabajadores y como consumidores. Como trabajadores, se les ofrece integrarse a un mercado liberal más exigente en calificación técnica, flexible, y por tanto inestable, cada vez con menos protección de derechos laborales y de salud, sin negociaciones colectivas ni sindicatos, donde deben buscar más educación para finalmente hallar menos oportunidades”.

Por otro lado Norbert Lechner afirma que el joven se esfuerza por construir su individua-lización y busca cómo integrarse a su sociedad, la juventud debe decidir y realizar su propio proyecto de vida. (PND, Chile).

En este contexto qué significa ser joven en México hoy, por supuesto que no es una tarea fácil, García Canclini, plantea esta pregunta como una pregunta social, que nos corresponde a todos asumirla y responderla.

¿Qué es ser joven hoy? “esta es una pregunta social: o sea no sólo por las características de una edad, un periodo de vida, que importaría básicamente a los que lo atraviesan. Es una pregunta que la sociedad se hace a sí misma: cómo comienza a ser su futuro. Cuántos torneros y cuántos ingenieros va a haber, cuántos médicos y cuántas enfermeras, cuántos con educación universitaria y cuántos desempleados y cuántos migrantes desesperanzados con el país; cuántas oportunidades dará a los jóvenes para que participen en su cambio como ciudadanos, cuántos mensajes que los inciten a irse. Sabemos que en México éstas no son preguntas retóricas: 39% de los jóvenes no tienen trabajo, 54.4% de los que están en edad de estudiar no lo hacen, revela la Encuesta Nacional de Juventud”.

Para propiciar que los jóvenes construyan su proyecto de vida, hace falta orientar una postura humanista que promueva la operación de políticas sociales que apoyen esta etapa transitoria, además de establecer lineamientos para una cultura de trabajo decente para los jóvenes, funda-mentado en los derechos universales de los trabajadores históricamente adquiridos, la creación de empleos y empresas, la protección social y el diálogo social a nivel nacional, regional e inter-nacional, poniendo especial interés en la problemática juvenil local.

El empleo juvenil, para Hopenhayn, debe construir sinergia entre la dimensión cultural y la laboral, ya que los jóvenes pueden apoyar proyectos de cambio con sus capacidades, puesto que existen en la actualidad jóvenes emprendedores, que sobresalen de los desinstitucionales: los que ni estudian ni trabajan. Martín Hopenhayn, (CEPAL CHILE).

Por otro lado surge el impacto psicológico en los jóvenes ante estas limitadas oportunidades laborales que les provoca otras incertidumbres y pocas esperanzas para resolverlas, viven de manera abierta y permanente la exclusión y les desencadena una agudización de la crisis de identidad ya presente en sus vidas, entendida como natural a su etapa evolutiva.

Para poder cambiar la situación juvenil, deben cambiar las formas de hacer políticas, tanto mejorando la formación académica como la capacitación laboral e invertir con calidad en ambos rubros. Es necesario superar la cultura dominante que provoca la prolongación de la adolescencia y la juventud desde el supuesto que pueden esperar, que tienen una vida fácil, que no hacen mayores esfuerzos, por lo que se requiere reorientar a nuestra sociedad a tomar conciencia para que identifiquen los nuevos problemas de los jóvenes y se comprometan y asuman las necesi-dades de atención de éstos como un espacio más en el que se expresan los grandes problemas de toda la población.

Se requiere plantear iniciativas que abran mayores espacios democráticos de participación y ejercicio ciudadano incluyente para los jóvenes en interrelación con los funcionarios públicos

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y los distintos actores de la sociedad civil que promuevan nuevas perspectivas de esperanzas realistas para este sector de la población.

Hacer frente a los desafíos implica el involucramiento sostenido de las y los jóvenes como sujetos activos en el ejercicio de diálogo para proponer, demandar, negociar y operar soluciones a los problemas laborales de la juventud, consolidándose en un nuevo proyecto de atención a los jóvenes.

Se requiere de políticas específicamente destinadas a abordar el problema del desempleo juvenil, que ayude a los jóvenes a superar la desventaja natural frente a trabajadores de mayor edad y experiencia. Se necesita contar con una red de información que permita conocer lo que se está haciendo en el trabajo con jóvenes, Proyectos en ejecución, directorio de investigadores e instituciones, programas existentes dirigidos a los jóvenes, base de datos estadística, evolución de las demandas del colectivo juvenil, percepción de parte de los líderes de opinión del mundo juvenil, canalización de las propuestas de los jóvenes organizados, entre otros tópicos, son ele-mentos que permiten dinamizar y estimular la participación juvenil en el desarrollo y la economía nacional a la vez que es un instrumento que favorece un acertado diseño y monitoreo de políti-cas orientadas a este grupo. Se requiere de políticas específicamente destinadas a abordar el problema del desempleo juvenil, que ayude a los jóvenes a superar la desventaja natural frente a trabajadores de mayor edad y experiencia. ONU, Banco mundial, OIT.

Se requiere vincular la educación y el mercado de trabajo que garantice la inserción laboral de los jóvenes. En México los jóvenes tienen por ley el acceso a los derechos sociales básicos, los cuales están definidos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos tal como: el derecho a la educación, la vivienda, la salud y al trabajo, que pretende idealmente garantizar la transición óptima de los jóvenes a la vida adulta y laboral y la inserción social en calidad de ciudadano, sin embargo las políticas específicas encaminadas a mejorar las condiciones y calidad de vida de los y las jóvenes a la fecha son muy endebles, desarticuladas y discontinuas.

Durante décadas las políticas de atención a la juventud mexicana han estado ligadas a los procesos políticos y electorales, en la mayoría de los municipios ha estado y está actualmente orientada principalmente a actividades deportivas.

De forma histórica se identifica la desatención integral a los jóvenes en nuestro país y el desinterés en la construcción en las agendas de discusión, el diseño e implementación de políti-cas de atención a los jóvenes por parte de los estados y municipios del país, además de que no se cuenta con interlocutores que se comprometan exclusivamente en la operación de agendas de políticas para los y las jóvenes que formalicen sus acciones en programas y proyectos de atención integral.

Es urgente la institucionalización del asunto juvenil, que demuestre la voluntad política para redefinir los rumbos y concretar decisiones que apoyen a los jóvenes con políticas integrales, descentralizadas, participativas protagonizadas por los jóvenes.

Se requiere formalizar un organismo encargado de gestionar la política integral de apoyo a los jóvenes, con capacidad para diseñar, monitorear y evaluar políticas y programas, que permita descentralizar y asignar recursos para dichos programas, y que tenga autoridad suficiente para hacer cumplir el conjunto de leyes relativas a los jóvenes y funcionar con un presupuesto idóneo, a la fecha se han incorporado instancias como el Instituto Mexicano de la Juventud y las institutos en algunos estados de la República.

En términos empíricos ha existido una ausencia de las políticas de atención a la juventud en los gobiernos ejecutivos y los congresos estatales y se ha carecido de instancias que promuevan, vigilen y den seguimiento a dichas políticas, asegurando la incorporación de los actores involucra-dos, particularmente a los jóvenes y sus propios padres como directos interesados en resolver las problemáticas que les atañen. La atención a los jóvenes desde una perspectiva integral implica atender una serie de necesidades emergentes, en los diferentes aspectos: culturales, laborales, educativos, emocionales y recreativos.

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Primordialmente se requiere generar información sobre los jóvenes y ponerla a su disposi-ción, facilitar el diálogo con los jóvenes y los padres para conocer sus necesidades y propuestas, a la fecha iniciativa del Instituto Mexicano de la Juventud, se tiene los estudios preliminares sobre la encuesta de juventud en México y se tiene programado en 2005 hacer la aplicación de la encuesta en el estado de Jalisco por parte del Instituto Jalisciense de la Juventud. Se necesita sensibilizar a la opinión pública y a las instituciones de la problemática y necesida-des de los jóvenes, a fin de que participen los distintos actores sociales desde sus espacios en el proceso de búsqueda de soluciones para su atención, hemos vivido una cultura donde los jóvenes lo único que necesitan es tiempo para madurar, o bien que son casi delincuentes porque se unen en grupos y son ruidosos.

Es prioritario actualizar la normatividad que apoye los distintos planos en que se desenvuelven los jóvenes y permita un acceso equitativo a los servicios del Estado, además de construir normas que regulen sus derechos y deberes en lo relativo a la educación, promoción del empleo, la salud, la recreación, el servicio militar obligatorio, la ciudadanía y otras que buscan su protección y cui-dado, consolidar los espacios para el diseño y operación de una Ley de promoción de juventudes

Al respecto es fundamental la búsqueda de coherencia en la normatividad sobre las juventudes y llenar los vacíos legales, así como complementar los resultados de los seguimientos legales. Una de las posibles soluciones a esta dispersión, podría ser la elaboración de una norma general o, para lo cual sería conveniente mirar las experiencias jurídicas positivas y negativas de otros países

En cuanto a las políticas sociales de los jóvenes los mayores alcances en cobertura son en educación, aun cuando los jóvenes opinan que sólo en un cinco pero las demás a salud gene-ralmente dependen de su familia para que sea cubierto, si el padre o la madre trabajan en un empleo formal que es como en nuestro país funciona la seguridad social.

En la discusión del informe de la UNESCO, Keiner (2004) enfatiza; la importancia de la orientación que debería tener de la política educativa y entendiéndola a través de opciones es-tratégicas que permitan establecer mejores condiciones en el mundo. Entre ellas se encuentra principalmente el fomento de las condiciones de participación de los hombres para estimular una práctica democrática en todos los niveles de la convivencia humana. subrayando la necesidad del ejercicio de la política educativa en un nuevo espacio social.

“Desde este ángulo la democracia se entiende como una incesante dinámica de ampliación y participación ciudadana, (y por necesidad de corrección), estaríamos entonces frente a un perenne proceso pedagógico de enseñanza de la solidaridad como aceptación y reconocimiento del nosotros como dimensión real de la vida. Y esto supone como proceso también constitutivo de una efectiva sociedad civil, el respeto a la autonomía, a la dignidad y a la libertad individual. Es decir se trata de una solidaridad no impuesta ni fundada en ningún irrevocable principio de autoridad o doctrina, (la jerarquía estatal o la de un partido político), sino como la realización del contenido ético de la comunidad.”

Pero esta nueva definición pública del espacio social podría depender de una definición conceptual-teórica e histórica-sistemática de la política educativa ante los nuevos desafíos y adecuada al nivel de desarrollo de la sociedad mundial.

“Sobre esta base, la Comisión identifica siete campos que se caracterizan por polos de tensión y que en su conjunto hay que concebir como desafíos para la política educativa:

1. La relación de tensión entre la globalidad y la localidad en la vida de los hombres. 2. La relación de tensión entre los planos universales e individuales de la cultura.3. La relación de tensión entre la tradición y la modernidad. 4. La relación de tensión entre los plazos cortos y los largos.5. La relación de tensión entre la competencia y la igualdad de oportunidades. 6. La relación de tensión entre un extraordinario aumento del conocimiento y la capacidad hu-

mana de asimilación.”

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Considerando estas reestructuraciones del contexto socioeconómico, cultural y de la educación, se producen una serie de interrogantes sin respuestas claras para las expecta-tivas de seguridad pública y social de los jóvenes; en materia de salud, cultura, educación, vivienda, medio ambiente, protección social, recreación y de inclusión a los distintos sectores de la sociedad.

No se han construido las nuevas estrategias que garanticen el bienestar social a nivel macro y microsocial, que permitan responder a los nuevos retos para el mejoramiento de la calidad de vida de los distintos actores de la sociedad en un contexto globalizado. En el marco de este análisis surgen una serie de planteamientos fundamentales para los y las jóvenes en nuestro país como los siguientes: ¿En qué medida es posible sostener el impacto de la globalización en estilos de vida cambiantes de los y las jóvenes y competir con los nuevos retos en educación?, ¿cómo enfrentar los procesos de descontextualiza-ción de su cultura y el equilibrio con su nueva identidad global?, ¿será posible lograr la integración de los y las jóvenes a los beneficios del mundo global en la misma dimensión que todas las personas, familias, culturas, empresas y capitales?, ¿se podrán recuperar o construir estructuras políticas educativas y culturales propias para los y las jóvenes de este siglo distintas a las que han prevalecido en los últimos 500 años?, ¿cómo sentar las bases para que existan los mecanismos de regulación de los intereses colectivos de la humanidad sin que prevalezcan exclusivamente los intereses económicos de los procesos de la globalización?,.¿cómo resolver la inequidad en acceso, distribución de recursos y oportunidades educativas tratando de equilibrar las disparidades regionales?, ¿cómo construir un curricular que permita actualizar los contenidos pedagógicos y las prácticas educativas obsoletas?, ¿cómo superar los procesos de organización y gestión burocrática de los centros educativos?, ¿cómo superar la débil relación de la escuela con su entorno? Hacer valer la tarea de la educación hoy en día es un gran reto; la responsabilidad social de la educación es propiciar las condiciones idóneas para la producción cultural, además de la de construcción para las propuestas alternativas que garanticen un desarrollo social equitativo que mejore las expectativas de calidad de vida de todos los actores sociales de la población latinoamericana.

Larry Kuehn, Director de Investigación y Tecnología de la Federación Magisterial de la Co-lumbia Británica señala que: “tal vez el aspecto más problemático del Programa Interamericano de Educación de la OEA es la falla al mencionar al FMI, el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo Interamericano. Algunos de los problemas identificados son los resultados directos del MFI en las políticas de ajuste estructural. Los cortes a los gastos del gobierno casi siempre significan reducciones en las fuentes que están destinadas a la educación pública y la introducción de cuotas al usuario. Esto tiene el efecto de hacer la educación universalmente imposible, y dejar pocos recursos para promover una educación indígena, equidad de género y una educación para la paz y valores democráticos”.

La globalización implica revisar los paradigmas educativos vigentes para replantearse si son los idóneos para formar el perfil de ciudadano que en el actual contexto social se requiere, superar la concepción de educación como un mero espacio para la reproducción social de una cultura adoptada, potenciar otra función más productora de una nueva cultura que promueva realmente el desarrollo social y convertir la acción educativa en la generadora de nuevas formas de pensamiento y acción para la transformación social.

De acuerdo con Edgar Morán quien señala “el ser humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social e histórico. Es esta unidad compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano. Hay que restaurarla de tal manera que cada uno desde donde esté tome conocimiento y conciencia al mismo tiempo de su identidad compleja y de su identidad común a todos los demás humanos”.

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Globalización y procesos de formación de los jóvenes

Bajo esta perspectiva de análisis es conveniente preguntarnos, ¿Qué es la educación para no-sotros y cuál es la función que le debemos asignar a la educación?

Desde una interpretación reduccionista y tradicional se ha definido la educación como la labor ejercida por las generaciones adultas para adaptar a los más jóvenes a vivir en sociedad. Según este planteamiento a la educación formal le corresponde sobre todo proporcionar los conocimientos mínimos que el individuo necesita para desenvolverse en la sociedad y en la cultura de la que forma parte.

¿Realmente preparamos a los y las jóvenes para desarrollarse en la sociedad presente que vivimos o en la que les tocará vivir a ellos como adultos?

La función de formar al tipo de ciudadano pensante, reflexivo, crítico, humano, y con pers-pectiva futura es de la escuela, misma que debe ser capaz, desde los espacios de formación, de construir las respuestas para enfrentar los problemas sociales y contar en una visión histórica del presente y orientando el futuro para conformar una sociedad más justa, democrática y parti-cipativa. Edgar Morán señala la necesidad de ubicar un conocimiento pertinente, de promover un conocimiento capaz de abordar los problemas globales y fundamentales, dar paso a un modo de conocimiento capaz de aprehender los objetos en sus contextos, sus complejidades, sus conjuntos, estudiar las relaciones entre las partes y el todo en un mundo complejo.

Para este nuevo perfil de ciudadano, se requiere repensar los modelos pedagógicos de formación orientados a las necesidades actuales del alumno, de innovar las formas de cons-trucción de los aprendizajes, nos obliga a construir ambientes de aprendizaje con un esquema pedagógico distinto al modelo bancario prevaleciente, creando espacios de reflexión, revisión de prácticas pedagógicas y de gestión. Facilitando así la articulación de la comunidad y el entorno. Nos es obligado redefinir el mundo educativo y las expectativas en función de esta época y sus necesidades, contextualizado para cada sociedad y cada cultura.

Se requiere fortalecer la calidad, la pertinencia, equidad y absorción (mejorar la eficiencia en los aprendizajes) en los programas educativos y destinar más recursos financieros a la educación de los jóvenes, que se distribuyan equitativamente para el apoyo de los factores de la educación (profesores, equipamiento, infreaestructura y administración), que permita dar cuenta efectiva con resultados de la inversión en educación. Acceso a la educación media 25%.OCDE. 1996.

Los procesos de globalización han obligado a incorporar el paradigma telemático a la educa-ción y a los procesos de gestión de sus instituciones, lo cual implica un cambio muy fuerte en las mentalidades de los educadores para adaptarse a los cambios tecnológicos, obligándonos a ac-tualizar los procesos educativos desde la administración, la docencia y los modelos de aprendizaje.

“De ahí que entre las tareas de los sistemas educativos se encuentre proporcionar a todos los alumnos los conocimientos sobre el manejo de nuevas tecnologías, para evitar que se acentúen las diferencias sociales con el uso de estas tecnologías. Aquí se mencionan dos tareas esencia-les: - Una mejor transmisión del conocimiento y un aumento de la igualdad de oportunidades.” Keiner 2004.

Se requiere de un cambio de actitud de todo el profesorado que oriente a los profesores a tener apertura al cambio, que puedan trabajar en equipo, distribuyendo tareas, asumiendo roles, entendiendo los replanteamientos para el uso de las teorías, asumiendo que ya no es la escuela la única institución que posee el conocimiento, el alumno dispone de información en su casa o en bibliotecas digitales o vía Internet. La figura del profesor se transforma en un facilitador, orientador, asesor o tutor de los aprendizajes.

Al respecto Keiner hace hincapié en que la introducción de las nuevas tecnologías no con-duce a una reducción o devaluación del papel del maestro. Por el contrario se requiere preparar mejor a los maestros, sensibilizarlos y prepararlos para atender los cambios sustanciales en los procesos cognitivos que están ligados a las tecnologías modernas. En el futuro no será

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suficiente con aprender a enseñar, son necesarias aptitudes que favorezcan nuevas formas de alfabetizar. Para la formación de los maestros y para la actividad magisterial se contempla la tarea de manejar competente y responsablemente nuevas formas de información y comuni-cación con todas sus implicaciones sociales y educativas.

La escuela como institución debe asumir también los cambios, entre ellos; orientar la des-centralización curricular, construyendo su propio currículum, sus respectivos planes y programas de estudio en función de las necesidades de sus alumnos y las exigencias sociales actuales, además la escuela debe cambiar las estructuras administrativas burocráticas.

Esto ha significado enfatizar la perspectiva de la actualización y la formación permanente de aprendizajes, el ser humano para su subsistencia como persona debe seguir aprendiendo durante toda la vida y para la vida adaptándose y transformando en su contexto social, econó-mico y ecológico.

Ante los vertiginosos cambios del entorno social, cultural y tecnológico, el contenido de los libros envejece en poco tiempo, donde su producción y distribución pierde eficacia limitando su máxima prioridad como elemento fundamental de la transmisión del conocimiento.

Debemos enseñar a “aprender” construyendo el conocimiento, usando nuevos saberes y actualizando estrategias cada más diversas y creativas, la educación tiene que orientarse a las necesidades de aprendizaje del alumno, dejar de depender exclusivamente de la transmisión y la distribución del conocimiento.

Para Edgar Morán, “Hay siete saberes “fundamentales” que la educación del futuro debería tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna ni rechazo según los usos y las reglas propias de cada sociedad y de cada cultura”. Los siete saberes son: conocimiento del conocimiento humano (características cerebrales, mentales y culturales del conocimiento), el conocimiento pertinente capaz de abordar los problemas globales, enseñar la condición humana, enseñar la identidad terrenal, enfrentar las incertidumbres, enseñar la comprensión y la ética del género humano. Los saberes nos obligan a buscar humanizar la educación pero ante todo nos compromete a buscar la humanidad en uno mismo. Keinner 2004, al revisar el concepto de aprendizaje propuesto en el informe de la UNESCO, Apren-der: el tesoro interior respecto al cual afirma: “se identifican cuatro dimensiones centrales de aprendizaje como labor esencial de la educación. Estas dimensiones son entendidas como pilares:- aprender a vivir con otros, aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, (ibid., pp. 85-97). Estos pilares son producto de una comprensión futura del aprendizaje que se refiere conscientemente a la conformación de las condiciones en el mundo, en la que la dimensión subjetiva y colectiva del aprendizaje se median y es puesta en relación con el proceso educativo y con dos objetivos centrales de la educación, que son formulados como áreas de trabajo de la política educativa, proporcionar y garantizar los estándares educativos y atender el reclamo de igualdad.”

En este contexto global es obligada una revisión y reorientación de las políticas educativas para el desarrollo de los sistemas educativos nacionales, replanteando la tarea esencial de los gobiernos que permitan guiar procesos de discusión colectivos de manera pública incluyendo a los actores, permitiendo vincular las necesidades educativas de éstos con objetivos acordados a través del consenso de valores compartidos.

Además de contextualizar las tareas y responsabilidades de los estados, gobiernos y de las políticas educativas estatales para asegurar las inversiones en materia educativa con responsa-bilidad social, de forma tal que una política educativa focalizada pueda contribuir a la disminución del desempleo, la marginación, la polarización entre naciones, grupos étnicos y religiones.

Las inversiones en educación deben considerarse desde la dimensión macrosocial conce-birse como inversiones económicas y políticas que permiten el mejoramiento en la calidad de vida del hombre a largo plazo, junto con otras políticas de inversión con responsabilidad social, considerando los procesos de desarrollo de la sociedad mundial.

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Algunas orientaciones básicas del sistema educativo que se requieren para responder a las nuevas realidades son: consolidar un modelo educativo diseñando para el desarrollo humano con políticas educativas incluyentes que consideren los derechos de los jóvenes en su diversa expresión y condición, por ejemplo jóvenes indígenas y discapacitados, entre otros.

Promoción de una educación para la sustentabilidad con estrategias nacionales contextualiza-das de educación ambiental en modalidades formales y no formales que integre los conocimientos y valores ambientales en la población, apoyando la formación de promotores ambientales.

Una educación ciudadana que incluya el desarrollo de habilidades para el manejo y resolución de conflictos que permita construir una cultura que favorezca la vida democrática y que afirme la paz, la tolerancia, el consenso, la pluralidad y la participación electoral consciente.

Centrar la educación en valores y principios éticos, vinculándolos al desarrollo de capacidades y destrezas necesarias para participar de manera crítica y creativa en los distintos espacios de la sociedad

Es necesario promover la igualdad de oportunidades para los jóvenes a través del libre intercambio de conceptos, metodologías, planes, operaciones e información en general que les permita enriquecerse de otras experiencias, con vistas a replicar los esquemas educativos eficientes y que les permita acceder libremente al mundo del trabajo.

Conclusiones

El fenómeno de la globalización a través de los procesos de política mundial y nacional han impactado de manera directa la educación y los procesos de formación, en particular, sus obje-tivos, conceptos y valores, los cuales se han ido transformando dando lugar a la incorporación de la filosofía e ideología neoliberal, homologando las formas de pensar y actuar de los distintos actores de este mundo moderno. El contexto globalizador ha incidido para modificar las lógicas de bienestar social y los modelos de desarrollo que habían imperado en los países o naciones latinoamericanas; donde la educación ocupaba uno de los tres primeros lugares en importancia junto con la salud y la seguridad social y económica, en los distintos planes de desarrollo na-cional, global o mundial, supeditando las necesidades educativas a las políticas económicas.

El fenómeno de la globalización es un proceso irreversible que requiere respuestas locales en materia de educación y adaptadas a los requerimientos globales de colaboración para el desarrollo mundial

Los nuevos lineamientos y la dirección de las tareas y responsabilidades en materia de edu-cación les corresponden a los gobiernos, por medio de la definición y operación de las políticas educativas estatales y los actores de la sociedad civil.

Hacer frente a los desafíos implica el involucramiento sostenido de las y los jóvenes como sujetos activos en el ejercicio de diálogo para proponer, demandar, negociar y operar soluciones a los problemas laborales de la juventud, consolidándose en un nuevo proyecto de atención a los jóvenes.

Dentro de las nuevas exigencias para la educación se han agudizado varios problemas, entre ellos: el incremento en cantidad de las matrículas escolares, la aparición de un sinnúmero de escuelas particulares, la disminución de personal asignado a la administración de las escuelas pú-blicas, disminución de los recursos asignados a las instituciones educativas estatales, y la presión social de fomentar una “formación” y educación nada rentable y poco productiva para el Estado

Se culpa a los docentes por poseer una formación docente obsoleta y desfasada, a los direc-tivos por un excesivo burocratismo, a los planes de estudio por mantener contenidos obsoletos y anacrónicos, el alto índice de analfabetismo y los bajos promedios de escolaridad y aprovecha-miento académico, además de altos índices de reprobación y sobre todo, de deserción escolar, baja eficiencia terminal, cobertura escolar parcial y, sobre todo, una escasa calidad educativa, violencia e indisciplina escolar

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Lo cierto es que la escuela también está en crisis junto con sus distintos actores sociales, lo que nos obliga a buscar el nuevo sentido de la educación; los directivos, académicos, investigadores y docentes nos vemos obligados a someternos a procesos de reflexión sobre nuestras propias prácticas educativas, pero también de lo que sucede en nuestro entorno local, nacional y global.

La globalización nos ha recordado que somos humanos y que debemos de luchar por nuevos esquemas de civilización y supervivencia, centrados en la cooperación, la autorresponsabilidad y el autoconocimiento que nos permita replantear de manera creativa las propuestas para un desarrollo social con rostro humano, que priorice la educación vinculada con el mundo del trabajo y que reoriente la política pública y social del actual modelo de globalización económica.

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La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez 217

Capítulo 11.

NINIS: oportunidad y no problema.Jesús Antonio Serrano Sánchez

La Encuesta Nacional de la Juventud (ENJ) del año 2005 llamó la atención dramáticamen-te al arrojar una estimación de siete millones de jóvenes mexicanos de entre 12 y 29 años que no estudian ni trabajan. Esta cifra representa 25% de la población en ese rango de edad y 7% respecto del total de los mexicanos. El concepto se tomó, además, de investigaciones españolas que etiquetaban a estos jóvenes como “ninis”. La cifra resulta muy llamativa y preocupante, pero se ha sobreexplotado y trivializado, sobre todo con motivaciones políti-cas para exhibir el fracaso del gobierno en turno, el cual se encargó de refutar con cifras por completo distintas con lo que sólo alimentó el pesimismo en cuanto a la situación y las posibilidades de atención. El sobredimensionamiento de la cifra tiene que ver, en parte, con un sesgo en el cuestionario de la encuesta. La primera pregunta sólo ofrece cuatro op-ciones: “sólo estudio”, “sólo trabajo”, “estudio y trabajo” o “ni estudio ni trabajo”. El módulo 2 de la encuesta pregunta acerca del trabajo, pero no considera explícitamente el trabajo “dedicado al hogar”. Parece que faltó sensibilidad hacia esta realidad de la forma de vida de las mexicanas, que además es asumida por los círculos académicos como un estatus inferior, producto de la falta de oportunidades. Las interpretaciones pueden abundar, pero todas son especulaciones, pues el tema no fue abordado de manera explícita en el diseño de la encuesta de 2005.

Se ha trivializado el tema debido a que se le atribuye poder causal y explicativo de muy diversos fenómenos y problemáticas sociales, como la crisis económica, el desempleo, la baja calidad de la edu-cación, la delincuencia organizada y una crisis social de proporciones apocalípticas. Sin duda, primero se requiere explicar en qué consiste el fenómeno nini y cuáles son sus causas. Las proporciones reales del fenómeno todavía deben aclararse, tanto por la metodología para medirlo como por el análisis de los datos e inferencias derivadas.

Hasta ahora, la existencia de ninis sirve como tema para pintar un escenario catastrófico de país y alimentar la desesperanza. Se asume que los jóvenes en esta situación son representativos de la crisis de expectativas y manifiestan su posicionamiento escéptico frente a una sociedad que les niega opor-tunidades. Pero todo eso se alimenta, en gran parte, de una crisis política y de liderazgo, aprovechada por políticos y activistas sociales, quienes buscan menoscabar el prestigio de otros políticos para ganar espacios de representación e influencia política y de opinión.

Sin embargo, en los mismos datos, es posible hacer otra lectura y reconocer en los ninis un poten-cial desaprovechado, que exige a las organizaciones adaptarse. Uno de los datos que nos parece más contrastante es la disminución en la matrícula en algunas de las más importantes universidades del país, lo cual nos habla de una capacidad desaprovechada. Plazas que simple y llanamente se pierden, cuando hay por otro lado, una gran cantidad de jóvenes en edad de realizar estudios medio superiores y superiores que no lo están haciendo. Al mismo tiempo, la matrícula educativa crece en muchos sec-tores. ¿Hay un remanente no absorbido?, ¿una oferta educativa carente de atractivo y pertinencia?, ¿la contracción y limitantes en el sector laboral es cosa de puestos de trabajo y mayor competencia a la que están sometidas las empresas? Los ninis constituyen un potencial desaprovechado por la industria y la economía, que no absorbe la capacidad productiva del así llamado “bono demográfico”.

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218 La construcción social de la adolescencia a través de la cultura. Dr. Enrique Dulanto Gutiérrez

En este texto, me apartaré de la lectura del fenómeno nini como un mero problema y me limitaré a desarrollar una reflexión -incipiente apenas- respecto del potencial que ofrece para el desarrollo de la educación, la economía y los valores.

En primer lugar, ya se había destacado el hecho de que la situación nini ocurre de manera diferen-ciada entre hombres y mujeres (Fig. 11.1).

15

10

5

0

(mill

ones

)

HombreMujer

Sólo estudio

Sólo trabajo

Estudio y trabajo

No estudio, ni trabajo

Figura 11.1 Distribución de la ocupación de acuerdo con el género.

Tal afirmación se ha probado mediante la prueba Chi-cuadrada: el género no es independiente para determinar la actividad en la que se encuentran los jóvenes. Se ha explicado que un buen número corresponde a “terminar” de estudiar y pasar a realizar labores domésticas, lo cual, evidentemente, no es empleo formal, pero sí trabajo real y valorado.

24

20

16

12

8

4

0

Porc

enta

je

MujeresHombres

12 13 29282726252423222120191817161514 12 13 29282726252423222120191817161514

Sólo estudioSólo trabajoEstudio y trabajoNo estudio, ni trabajo

Edad

Edad

Figura 11.2 Dinámica de la ocupación de los jóvenes por género (%).

La figura 11.2 permite visualizar esa historia. Allí observamos cómo van cambiando los pa-trones de actividad con la edad. Mujeres y hombres son estudiantes de tiempo completo en los años más jóvenes y gradualmente van dejando de estudiar y pasan a ser trabajadores. Entre los 16 y 22 años, es muy frecuente ver mujeres que estudian y trabajan, mientras que en los varo-nes esto ocurre entre los 18 y 25 años. Si nos fijamos en la tendencia nini, tenemos que, en los

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varones, aparece un porcentaje relativamente constante entre los 13 y los 25 años, pero después de esa edad prácticamente desaparece. En cambio, en el caso de las mujeres, va aumentando regularmente para estabilizarse en su pico de los 25 años en adelante.

Cuando se exploran las razones por las cuales dejaron de estudiar aquéllos que están en la cate-goría nini, aparecen elementos muy interesantes. Entre los varones, son relativamente pocas; las cinco principales son que sus papás ya no quisieron, tenían que trabajar, cambiaron de domicilio, ya no les gustaba estudiar y padecieron alguna enfermedad. En cambio, los motivos de las mujeres están más dispersos entre muchas causas y las principales se hallan mucho más abultadas comparadas con las de los varones. Las principales, en orden, son ya no me gusta estudiar, no había escuelas o estaban lejos de mi casa, mis papás ya no quisieron que estudiara, tenía que trabajar y problemas familiares. Embarazo y matrimonio aparecen como las causas 8 y 11, respectivamente. Como vemos, entre las mujeres cuentan más causales domésticas. Y se destaca una actitud hacia el estudio que habla de una menor habilidad, gusto o interés por el mismo. Entre los varones, parece notarse también la atribución de roles, la necesidad o preferencia por dedicarse en forma gradual al trabajo en lugar del estudio.

Al centrarnos en los ninis y preguntarles si buscan empleo, encontramos que así lo hacen 27.8% de los hombres y 11.4% de las mujeres. Es decir, hay un mayor interés o necesidad de buscar empleo por parte de los varones. Empero, llama la atención que la cifra de quienes no buscan sea tan elevada.

Las mujeres que declaran buscar trabajo tardan más y tienen mayor dificultad para hacerlo en comparación con los hombres. Ellos demoran en promedio 2.3 meses y ellas 2.7 meses en conseguir empleo (medido por el método de promedio ponderado).

Por último, en lo referente al empleo, nos aparece un dato muy interesante: la tasa en la que los jóvenes realizan emprendimientos para establecer su propio negocio (Fig. 11.3).

%

454035302520151050

Sólo

es

tudi

o

Sólo

tra

bajo

Estu

dio

y tra

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ni

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NoSí

70

60

50

40

30

20

10

0

Sólo

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dio,

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Lo puse y funciona todavíaLo puse y no funcionó

Al final nunca se concretóNC

%

Figura 11.3 ¿Alguna vez intentaste iniciar tu propio negocio?

Como puede observarse de todas las situaciones, aquélla en la que aparece el mayor porcentaje de esfuerzos por establecer un negocio propio corresponde a los ninis, pues rebasa 15% del total. Tenemos, es cierto 39% de ninis que no lo han intentado. Cuando profundizamos en las cifras de los que sí intentaron iniciar un negocio propio (parte derecha de la gráfica) detectamos que los ninis poseen la mayor tasa de éxito, si bien es muy baja, menor a 10%; 18% de los que emprendieron negocios no

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tuvieron éxito y un enorme 42% no concretaron sus iniciativas. Estas cifras ofrecen una versión muy diferente de los ninis como personas con interés e iniciativa para ser productivos -quizá para no de-pender de un patrón-, pero con poca experiencia, conocimiento o asesoría para concretar y tener éxito al establecer un negocio.

¿La pobreza y la marginación son el factor explicativo de la condición nini? Al enfocarnos en los ninis y sus familias percibimos que la mayoría no ha desempeñado actividades adicionales permanentes para complementar su ingreso familiar (en promedio 78% no hace ninguna de las 10 actividades que se propusieron, desde producir cosas para vender, hasta irse a otro país). Ello puede constituir un indicio de que la necesidad económica no representa el factor más directo y determinante de la condición de no estudiar o trabajar. La acción más frecuente es trabajar horas extra, que efectúa 51% de los hogares de los ninis (pregunta 6.3).

¿Los ninis están desilusionados respecto de la sociedad, la educación y el empleo? De modo general, los datos no indican una diferencia notable entre los jóvenes, de acuerdo con su situación (Fig. 11.4 y 11.5); no obstante, es posible distinguir algunas diferencias. Al preguntarles qué tan confiables consideran a las demás personas, vemos que los más optimistas son quienes sólo estudian, seguidos por los ninis; mientras que los menos dispuestos a confiar en los demás son los jóvenes que estudian y trabajan (Fig. 11.4).

100908070605040302010

0Sólo

estudioSólo

trabajoEstudio

y trabajoNo estudio, ni trabajo

DesacuerdoAcuerdo en parteDesacuerdo en parteAcuerdo

%

Figura 11.4 ¿Qué tan confiables son las demás personas?

109.5

98.5

87.5

76.5

65.5

5

Sólo estudioSólo trabajoEstudio y trabajoNo estudio, ni trabajo

Figura 11.5 Confianza en las instituciones de acuerdo con el tipo de actividad.

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La confianza en las instituciones arroja datos para reflexionar (Fig. 11.5). Algunas respuestas son bien conocidas porque en diversos estudios de opinión aparecen ciertos nombres repetidamente en los mejores y en los peores lugares, trátese de adultos o jóvenes. La ENJ preguntó “qué tanto le creen” a 18 instituciones y pidió que se asignara una calificación de 0 a 10. Aquí, diferenciamos las respuestas por tipo de actividad. Para presentar los datos de una manera clara, redujimos las respuestas por el método de promedios ponderados y calculamos la varianza en las respuestas.

Las instituciones que gozan de mayor confianza también cuentan con un amplio consenso indepen-dientemente de la situación de los jóvenes. Además, las respuestas tienen la menor varianza. La familia (1.58), los médicos (2.17) y las escuelas (2.29) ocupan los lugares de mayor reconocimiento. En el otro extremo, las instituciones con menor prestigio, están igualmente desacreditadas independientemente de la actividad. Son, asimismo, polémicas, como se infiere de que encontramos una mayor varianza en las calificaciones: partidos políticos (6.39), diputados (6.35) y policías (6.47).

Detengámonos en las diferencias de calificación; entre las más notorias, apreciamos la escuela, que es mejor evaluada por los que estudian (8.5), en comparación con aquéllos que no lo hacen (8). La misma situación se presenta al referirse a las universidades públicas. Por su parte, el Ejército es la única institución en la que los ninis están calificando por debajo de otros grupos de actividad; en otras palabras, es la única con la que los ninis son más críticos comparativamente.

Es más evidente el desgaste de la imagen de las instituciones entre los jóvenes que sólo trabajan. Ellos califican muy por debajo a las universidades públicas, a los sacerdotes, al gobier-no, al presidente, los sindicatos, los partidos, los diputados y policías. Ello permite asumir otra lectura sobre el pretendido desencanto de los ninis y revela que los problemas más bien están en otra parte.

En cuanto a valores, la familia y el dinero, en ese orden, tienen más relevancia para los jóvenes y gozan de consenso, con independencia de su actividad. El trabajo y la escuela son más importantes para quienes trabajan y para quienes estudian respectivamente. Lo que menos les interesa es la religión y la política. En comparación, en donde los ninis parecen estar más desinteresados es en lo relativo a los amigos y la escuela. En lo que más se interesan es en el dinero y la familia. Sin embargo, las cifras de valores no son muy distintas entre los tipos de actividad, salvo el empleo y la escuela, como ya se mencionó.

Por último, al preguntarles qué tan satisfechos están con varias dimensiones de su vida (Cuadro 1), encontramos efectos diferenciados que cabe esperar, dado el posicionamiento en cuanto a su condición predominante.

Cuadro 11.1 Satisfacción con varias dimensiones de la vida.

Sólo estudio Sólo trabajo Estudio y trabajoNo estudio ni

trabajo Promedio

Tu trabajo 7.9 8.2 8.4 7.4 7.975Tu situación económica 8.3 7.9 8.2 7.7 8.025Tus estudios 8.8 7.6 8.8 7.7 8.225Relación de pareja 8.3 8.4 8.5 8.3 8.375Tu educación 8.9 8.1 8.9 8 8.475Tus amigos 8.7 8.3 8.9 8.1 8.500Vida que has llevado 8.9 8.4 8.9 8.3 8.625Relación con los padres 9.1 8.7 9.1 8.6 8.875Tu familia 9.2 8.9 9.2 8.9 9.050Promedios 8.7 8.3 8.8 8.1 8.500

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Así, la familia, sus padres y la vida que han llevado es motivo de satisfacción para todos los jóvenes; se trata de factores en el ámbito más próximo y doméstico. Le sigue la relación con sus amigos o con su pareja; aquí, sí localizamos diferencias en el nivel de satisfacción que muestra una asociación más orientada hacia afuera del ámbito doméstico, los amigos y la pareja en el caso de aquéllos que trabajan y los ninis. La relación de pareja causa menos satisfacción a los que estudian y en el caso de los que sólo trabajan ocupa un puesto más elevado. La situación económica satisface menos en todas las ca-tegorías. Los promedios de satisfacción son máximos en los jóvenes que estudian y trabajan, mientras que están en la peor posición cuando se trata de los ninis. Asumiendo estos últimos datos para fijar una conclusión, descubrimos que quienes estudian y trabajan (digamos “sí-sis”) son más escépticos respecto del sistema, creen menos en las instituciones, pero más en sí mismos; por eso, exhiben mayor satisfacción con todo aquello que está a su alcance.

En cambio, los ninis se mantienen a cierta distancia del sistema, creen en él, pero con cautela, están menos satisfechos con su vida y sus logros; no obstante, al mismo tiempo, manifiestan una expectativa por lograr algo más por sí mismos. Es muy interesante el hecho de que los ninis se muestran más des-ilusionados de la escuela. Entonces, habrá que preguntarse si, en lugar de ser ellos los que abandonan la educación, no es más bien que la institución educativa los ha abandonado a ellos, distanciándose de sus necesidades, inquietudes e intereses. Concluyo con dos preguntas: ¿de qué modo las instituciones educativas pueden construir puentes y dejarse interpelar por los ninis?, ¿cómo pueden responder a esta realidad que les desafía?

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Capítulo 12.

Aspectos sociales de los jóvenes en conflicto con la ley (jóvenes captados por instituciones para menores infractores).María Estela Fernández Ramírez

1. La realidad juvenil.

Al estudiar el fenómeno juvenil el enfoque sociológico hace referencia necesariamente al con-texto social y a las dinámicas sociales que se vinculan directamente con el joven como actor social. De tal manera que la juventud pueda ser visualizada en su conjunto y componentes, a veces altamente contrastantes según se trate de sectores socioeconómicos y socioculturales diferentes. A partir de esta distinción, se han podido analizar sus procesos de reproducción y los cambios ocurridos con los jóvenes de las distintas generaciones. Se han realizado estudios específicos frente a toda la problemática implicada de acuerdo con situaciones conflictivas par-ticulares o con la realización juvenil en su proyección social significante, como también en su expresión simbólica como subcultura social en la pluralidad compleja de la sociedad moderna.

El mundo en que vivimos, y en particular en México, se caracteriza por grandes cambios y crisis económicas, sociales, políticas y culturales de distintas dimensiones que configuran su realidad social. Ante esto, su presente y futuro se tiñe y visualiza por el conflicto y la difícil sobre-vivencia, especialmente para las generaciones del fin y principio del milenio, quienes no pueden sino percibir y asumir un horizonte socialmente oscuro e incierto.

Lo anterior cobra dimensiones amplias, si partimos del hecho de que somos un país consti-tuido principalmente por jóvenes, ya que cerca de 40% de nuestra población se encuentra entre los 10 y 29 años de edad. Con una tendencia al crecimiento en los años inmediatos debido a los cambios demográficos ocasionados por las bajas en las tasas de natalidad y mortalidad, así como el aumento en la esperanza de vida. Es en esta población donde se observan importantes repercusiones y transformaciones, principalmente en sus formas de vida y propuestas para el presente y el futuro.

A pesar de que el asunto de los jóvenes aparentemente ha sido y es preocupación que per-manece latente en la opinión pública, es frecuente que éste sólo aparece cíclicamente con cierta fuerza, y por lo general, vinculado a temas de violencia o de movilizaciones masivas. Recordemos como en los años 50 se hace referencia a los “rebeldes sin causa”, en los 60 a los “movimientos estudiantiles” y la “onda hipiteca”, en los 80 los “chavos banda” y en los 90 la “generación perdida”, siempre con una actitud de crítica y de desprecio. Es frecuente que dichas interpretaciones de los fenómenos juveniles se basen más en el sentido común, y poco en el conocimiento profundo de los aspectos que implican ser joven en una determinada época y lugar.Situación que en defi-nitiva representa un obstáculo para el desarrollo del conocimiento sistemático y profundo sobre el fenómeno juvenil que permita dar seguimiento a las expectativas y prácticas de las nuevas generaciones. Hasta fechas muy recientes, en nuestro país, la reflexión teórica sobre lo juvenil era escasa y la existente se centraba en el estatuto más conceptual y social del “ser joven”. Tema

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que siempre ha estado ligado a la discusión, pero quizá más a un proceso de extensión de los límites inferior (con la niñez) y superior (con la adultez) más que a un nuevo estadio.

Los procesos de expulsión y exclusión social que se produjeron en la última década permiten reflexionar sobre el cambio que esto produce, al convertir al periodo juvenil de un “pasar” a un “estar” con sus propias significaciones y estilos. En México, la juventud como una realidad co-lectiva difícil de captar, entender y promover como tal, tanto para las familias, las comunidades, el Estado, la iglesia, las escuelas y demás instituciones nos plantea:

• Una realidad compleja: nuevas condiciones sociales, nuevos y más imbricados factores so-ciales intervinientes, nuevos y más diversificados agentes mediadores. Todos ellos influyen, afectan, manipulan y acaban por generar esa complejidad difícil de encauzar en un solo sentido.

• Ante ella se presentan malentendidos, problemas de estereotipación, todo tipo de valora-ciones contradictorias entre sí -derivados de una pretendida homogeneidad de la categoría humana, identificada como “juventud” en sus diversas etapas vitales.

• Es frecuente el desconocimiento y tergiversación de los diversos desarrollos juveniles según capas sociales, campos de producción social y ambientes sociales de pertenencia, conjuntos sociales, medios comunitarios y diferentes sectores de la vida colectiva.

• En la realidad conjunta aparece una mayoría de población juvenil en situación de pobreza, con todo lo que ello significa: en sus perspectivas de desarrollo personal, familiar y colectivo; en su salud física y psíquica; en el trabajo enajenado y la desocupación; en la distorsión sociocultural y valoral; en el descrédito de la vida cívico política, en la diferencia religiosa y moral.

Todas las dimensiones son presentadas de manera contrastante y crítica. Hay una cuestión de valoración interviniente no como una referencia teórica a valores abstractos, intelectualmente con-cebidos, sino como algo intrínseco en el sentido dado a las mismas acciones de la vida cotidiana, en las preferencias concretas seguidas por los jóvenes, en sus apreciaciones y en sus rechazos.

2. El Menor y las conductas problemáticas “infractoras”.

En la actual situación social difícil de diagnosticar, hay profundos problemas de alejamiento en la comprensión psicosocial recíproca entre adultos y jóvenes. Hay fuertes o callados conflictos ge-neracionales; hay poco acercamiento, comprensión y atención por parte de las instituciones que supuestamente están abocadas a encauzar, orientar e influir en los jóvenes de manera “positiva y trascendente”. Las familias, las escuelas, las iglesias, las empresas y los centros laborales, así como las diversas organizaciones involucradas en el trato y la atención de la población joven, experimentan una situación crítica. De la comprensión recíproca (y falta de ella) se generan así problemas frecuentes de “anomia juvenil” y de conductas consideradas como “problemáticas”, “irregulares”, “desviadas” o “patológicas” que los adultos no sabemos cómo enfrentar, porque muchas de ellas son proyecciones de los mismos equívocos generados por el mundo moderno en su conjunto, más que de los propios jóvenes que experimentan una situación crítica.

La delincuencia juvenil en la actualidad hace referencia a un fenómeno que cada día está ocupando más la atención a diversas disciplinas en cuanto a su investigación y a la intervención psicología, sociología, antropología, pedagogía y otras ciencias. Sin embargo, a pesar de la importancia que a nivel internacional se ha dado a los derechos humanos, y muy en particular a los derechos de los niños, así como las diversas normas internacionales, nos hemos dado cuenta de que no existe una definición única ni clara al respecto.

El origen del concepto de delincuencia juvenil aparece por primera vez en 1898, cuando se crea en Chicago el primer tribunal de menores del mundo con la intención de diferenciarla de la delincuencia cometida por los adultos.

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Sociológicamente, la denominación criminalidad juvenil es aplicada a la conducta (por ac-ción u omisión) de los jóvenes (entre 14 y 17 años) que atenta contra una ley penal del Estado. Como el concepto de “criminalidad” se relaciona en general con los propósitos criminales y de conciencia criminal, surgen dudas, según resultados de numerosos análisis sociológicos sobre la juventud, sobre si es aplicable a los actos delictivos juveniles. La denominación “criminalidad juvenil” es sustituida cada vez más por la de “delincuencia juvenil”. Con esta diferencia se pone de manifiesto que una gran parte de la conducta desviada de los jóvenes, respecto de las normas sociales de conducta y de las leyes de los adultos, está condicionada por la situación social de la juventud en la sociedad moderna: dificultades de socialización y de colocación, inseguridad de estatus, conflictos normativos en el marco de la emancipación de la familia y de la escuela y en la entrada al trabajo y a la vida pública, discriminaciones entre generaciones, aparición de subculturas juveniles, etc.

De ahí que para la sociología del crimen, la criminalidad no es otra cosa que una falta contra una norma socialmente establecida que se castiga con una determinada sanción, esto es, las disposiciones penales se consideran un sistema de normas como otro cualquiera que entra en relación con otros sistemas de control social. La criminalidad, por lo tanto, actúa en función de lo que las leyes penales correspondientes señalan como conducta criminal. La sociología del crimen analiza los aspectos culturales, sociales y políticos de los actos con que se constituyen y resuelven los conflictos entre grupos e ideas de valor distintas, de donde surgen las leyes, y determina que grupos sociales consiguen que en una sociedad se impongan sus criterios con obligatoriedad penalmente sancionable.

Los científicos sociales, en general, reconocen que en la gran mayoría de las sociedades, el “control social” se obtiene por medio de una combinación de acatamiento, coerción y compromiso respecto a los valores sociales. También se arguye que, paradójicamente, el intento de aumentar las formas de control social coercitivo, incrementando por ejemplo la vigilancia policial de deter-minados delitos o grupos sociales, tiende a ampliar el descarrío en vez de hacerlo disminuir. La conclusión es que el control social depende más de la estabilidad de los grupos sociales, de las relaciones de comunidad y de compartir los mismos valores que de la mera coerción. Respecto a la “conducta desviada”, ésta nos refiere a aquella conducta, protagonizada por determinados miembros, que no corresponde con las normas válidas, las prescripciones o las expectativas de comportamiento para las relaciones de interacción en una determinada sociedad o en partes de su estructura (sectores sociales, organizaciones, instituciones).

En las teorías sociológicas sobre las presuntas causas de la conducta desviada se rechaza cada vez más el enfoque bioantropológico que en última instancia siempre la interpreta patológi-camente. En su lugar, se juzga como una disposición provocada por las influencias del medio y de la educación, o como un mecanismo de defensa contra los sentimientos de miedo y de culpa de origen social, o contra las exigencias normativas.

Estos problemas guardan relación con estudios sobre subculturas que se consideran un requisito importante de la aparición de la conducta

considerada criminal y de las formas específicas que ésta adopta. Como toda norma o regulación legal necesita, para ser socialmente efectiva, un determinado grado de legitimación y aceptación general, es decir, de interés social para que se ponga en práctica, se atienda no sólo a las pautas de conducta (configuradas por la procedencia social, la elección, el nivel educativo, etc.) de los criterios con que se aplican estas normas, sino también a la opinión pública (que juzga, tiene en cuenta y valora moralmente estas normas).

Aunque internacionalmente se utiliza el nombre de delincuentes juveniles para señalar a los adolescentes protagonistas del delito, en México se le denominan “menores infractores”, a partir del criterio jurídico y la concepción humanitaria. Legalmente en la Ley para el Tratamiento de Menores Infractores, para el Distrito Federal en materia común y para toda la República Mexicana en materia federal, un menor infractor es toda persona mayor de 11 años y menor de 18 años de edad que

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haya incurrido en conductas que se encuentran tipificadas en las leyes penales federales y del Distrito Federal. Sin embargo, esta definición varía de acuerdo con las diversas leyes estatales.

Este fenómeno no puede ser expresado en términos puramente jurídicos, ya que se trata de la culminación de influencias físicas, psicológicas, sociales, económicas, políticas, entre otras. Dicha multiplicidad y complejidad de factores que determinan e intervienen en la problemática de los menores infractores nos presenta un panorama complejo, ya que para su comprensión e intervención se debe tomar en cuenta lo social, lo comunitario, lo familiar y lo individual.

En México las infracciones cometidas por menores nos plantean una problemática importante por abordar, no tanto por el número de delitos o infracciones cometidos, los cuales no tienen una gran representación proporcional, ni a los cometidos por los adultos (en el D.F.: 1 de cada 100 delitos es cometido por un menor), ni con respecto al número de menores infractores con relación al total de población de ese sector (alrededor de 0.5%), sino por las implicaciones sociales que conlleva el fenómeno.

Desde esta panorámica podemos mencionar la presencia de las siguientes situaciones, a reserva de profundizar más adelante en ellas:

• Reconocer que el orden y el desorden son manifestaciones de la misma realidad (donde cada modelo de orden tiene sus propias formas de desorden), y por otro lado que la sociedad no puede existir sin reglas. Cada escenario social (familia, amigos, vecinos, etc.) tiene sus reglas, múltiples maneras de desviarse de ellas y sus formas de control social respectivas.

• Las conductas problemáticas e infractoras, por lo regular tienen connotaciones políticas, éticas y morales y cuando se habla de ellas, al menos una parte de la sociedad percibe que determi-nadas conductas o grupos resultan amenazantes o ponen en riesgo un orden social concreto.

• Es frecuente que la información sobre los menores infractores que tiene la opinión pública, se base en imágenes sesgadas de los medios de comunicación, o en las ficciones del cine, televisión o literatura, es decir, las ideas sobre su “mala vida” están repletas de mitos, prejui-cios y desinformación (marginal, mal vestida, violenta, etc.). Sin pensar que el mundo de la “desviación penal” es más complejo y amplio.

• En términos generales, los costos de la falta de prosperidad generan problemas que se agravan entre los menos situados, a lo que también hay que sumar, la fragmentación de la comunidad y la de la familia reflejadas en esta última como aumento de la tensión familiar, su desorganización y bajo control sobre los hijos

• Cuando se habla de menores infractores es importante situar como primera referencia del medio socioeconómico cultural a la pobreza, situación en la que millones de mexicanos se encuentran y que conlleva a la injusticia y desigualdad. Aunque la pobreza no es requisito fundamental de la infracción, la realidad nos señala que la mayoría de los adolescentes que ingresan en el Consejo de Menores pertenecen a clases económicas bajas; y los que son de clase económica media y alta, generalmente no llegan a ser consignados, a menos que cometan infracciones verdaderamente graves.

• A pesar de que el fenómeno de la delincuencia juvenil es percibido como un fuerte problema social por la población, los diversos medios de comunicación y las dependencias encargadas de la seguridad pública, principalmente en las zonas urbanas, poco es lo que se ha investi-gado en cuanto su etiología, intervención y reintegración social.

• Es frecuente encontrar que las conductas infractoras de menores no son planteadas como un problema y un conflicto social donde lo importante es cómo se defina y solucione, ya que esto influirá de forma significativa en el devenir de estos menores y la sociedad.

• A pesar de que en México la Ley de Menores Infractores se encuentra en un proceso de revisión y mejoramiento, ésta aún enfrenta una serie de inercias que nos plantean interro-gantes acerca de los tratamientos y las formas de confinamiento y atención de los menores, supuestamente dirigidas a crear condiciones clave de motivación y cambio.

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3. Concepciones estereotípicas sobre adolescencia, juventud y menor infractor.

La realidad juvenil es vista, antes que nada, como una representación simbólica envuelta en creencias, más que en el conocimiento preciso de lo que sucede en los tiempos y espacios concretos. Se ha venido haciendo referencia a la juventud con un conjunto de rasgos un tanto etéreos y contradictorios. En estas representaciones simbólicas aparecidas en la historia de los distintos pueblos, se plasman arquetipos con los cuales se pretende acotar a la juventud: desde valores con los que se la exalta, tales como la belleza, la fuerza, la agilidad, la energía, la libertad, la audacia, la emotividad y la heroicidad, hasta antivalores que reflejan el temor de los adultos ante los jóvenes acusándolos de imprudentes, rebeldes, hedonistas, egocéntricos, conflictivos, alocados, inconscientes, derrochadores, aventureros.

Está presente en estos mitos una implicación de la identidad juvenil asignada por los adultos a los jóvenes, tanto para sujetarlos como para obligarlos a seguir una determinada conducta. Esta situación sigue siendo la base de una regulación social que marca hasta nuestros días las caracterizaciones sobre lo que “deben ser los jóvenes”, más que la com-prensión de lo que están siendo. De ahí, a su vez, se derivan los estereotipos que en la actualidad se desarrollan.

De hecho, los estereotipos sobre los jóvenes en la actualidad dan lugar a generalizaciones simplistas y a ideas equívocas sobre el carácter y significación de lo que es la juventud y cuáles son sus problemas. Muchas veces no son sino caricaturas de realidades complejas y plurales desconocidas. En otras ocasiones resultan proyecciones sobre lo que se considera una idealidad inexistente o no cumplida por defecto e irresponsabilidad “propia de los años inmaduros”.

Al respecto Silber presenta una serie de consideraciones referentes a ideas exageradas y equívocas respecto a los adolescentes:

1) El desarrollo del adolescente normal es tumultuoso y altamente irresponsable.2) La adolescencia es un periodo de gran emotividad y de desequilibrios críticos.3) La pubertad es un suceso negativo para los adolescentes.4) La adolescencia es una fase vital de alto riesgo de suicidio.5) El pensamiento de los adolescentes es irracional e infantil.6) Los adolescentes tienden a ocultar o a sobreestimar sus problemas.

A estos estereotipos podemos agregar muchos otros atribuidos a la juventud en general y que también resultan simples impresiones derivadas muchas veces de una divulgación de noticias e informaciones llamativas producidas por periodistas que buscan llamar la atención de un público susceptible de escandalizarse ante casos que no dejan de ser minoritarios o excepcionales, pero que se presentan como propios de la generación juvenil de nuestros días. Así, se suele hablar de la juventud “descarriada”, drogadicta, alcohólica, de la delincuencia juvenil creciente, de la neuro-sis y desequilibrios psíquicos, de la promiscuidad y la vagancia juvenil, de la desorientación y del conflicto generacional. Todo ello como caracterización atribuible a los jóvenes de hoy (o de otras épocas, pues siempre se ha abusado de estos estereotipos).

Para Rossana Reguillo los miedos ante ciertos grupos y espacios sociales que la sociedad configura y experimenta, son reforzados por el discurso simplista y amarillista de los medios, donde a partir de la descripción de ciertos rasgos raciales y de apariencia, se etiqueta a los sujetos de quien habla. A partir de esto ser joven de un barrio o sector marginal equivale a ser “peligroso”, “violento”, “drogadicto”, “ladrón” y “asesino” en potencia o real.

Estamos aquí ante una especie de “transferencia” de responsabilidades. Al tratar la violencia, la falta de seguridad, el incremento de la delincuencia sin contextos sociopolíticos, se hace parecer a los sectores marginales, especialmente a los jóvenes, como los responsables directos de la inseguridad en las ciudades, lo cual favorece el clima de hostigamiento y represión que justifica

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las medidas legales e ilegales que se emprenden en contra de estos actores, dando lugar a la aparición de nuevos mitos (en su formulación negativa), estereotipos y por supuesto estigmas.

¿Por qué frecuentemente cuándo hablamos de violencia, pensamos también en los jóvenes?, ¿por qué rara vez la asociamos a los adultos o con las personas de la tercera edad?, ¿será que los jóvenes, sobre todo cuando están juntos, parecen o son peligrosos? Algunos dicen que este tipo de jóvenes no nacieron como rebeldes, sino como residuos; pertenecen a una suave cultura del desastre, donde las ropas raídas, los aspectos desastrosos, el menosprecio al porvenir y a la competitividad son parte de sus notas. Son jóvenes muy individualistas, fuman desde pequeños, hacen el amor sin la protección debida, no se comprometen a nada, pueden estar matando al de al lado y no mueven una uña. Se visten para ocultarse, para camuflarse. Optan por convertirse en especímenes del subsuelo.

Una reacción de la sociedad frente al comportamiento juvenil que se hace patente es el uso de lo jurídico como medio para castigar y no desarrollar. Es así como la discusión sobre lo juvenil en los sistemas parlamentarios y en el ámbito legal de muchos países de América Latina se produce por lo general como reacción cíclica a los problemas de violencia y delincuencia que aquejan a nuestras sociedades y casi siempre en el sentido de reducir la edad penal con el fin de castigar a edades más tempranas a los jóvenes. En una sociedad donde lo juvenil se vuelve un proceso más largo, las leyes insisten en volver adulto al menor mediante un auténtico acto de magia, de la noche a la mañana el joven se acuesta niño y despierta adulto al cumplir la mayoría de edad (fenómeno que tiene mucho que ver con el concepto de lo juvenil en los centros urbanos de las sociedades postmodernas).

Lo que sí es indudable es que las nuevas generaciones tienen pocos espacios para la so-ciabilidad; ni la escuela, ni el lugar de trabajo, ni la calle, ni la comunidad o el barrio permiten o fomentan la relación con otros y el único espacio que pervive, la familia, frecuentemente acentúa el aislamiento. Situación que en definitiva propicia un ambiente de inseguridad en los adolescen-tes y jóvenes, principalmente por las contradicciones a las que se enfrentan ante la presencia de normas y valores diversos, producto de los grupos y subculturas a los que están expuestos y de los que forman parte.

Resulta claro que el incremento de la delincuencia juvenil no está sólo en relación con la desintegración del orden público y el deterioro de la situación económica, sino también con:

• la falta de conocimiento y comprensión del fenómeno de la adolescencia y del de la juventud,• el inadecuado apoyo social que los adolescentes y jóvenes reciben durante el decisivo perio-

do transitorio de la infancia a la adolescencia y de ésta a la juventud, así como el tránsito de la escuela al trabajo y,

• la creciente desestructuración de la familia.

4. Algunas consideraciones sociológicas del fenómeno “menor infractor” a partir del estudio de campo.

Como ya se ha mencionado de manera repetida, si queremos explicar el porqué de la conducta del menor “problemático” o “infractor” necesariamente tenemos que remitirnos al propio medio social en donde y de donde se genera dicha conducta.

Partimos del supuesto sociológico que esta conducta no sólo está condicionada por el ambiente que rodea al menor, sino más aún, es la causa del comportamiento problemático del mismo. Por ello, podemos decir que la imputabilidad de su conducta, si a alguien tiene que atribuirse, es preci-samente a la sociedad que la genera y a las cadenas de mediación que se producen hasta concluir casi fatalmente en el menor, al cual después se le califica de cuasi delincuente, sino es que ya se le considera como tal: un individuo peligroso para la sociedad que trata de defenderse de él en lugar de modificar las causas concatenantes de una “epidemiología social” que produce tales efectos.

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Para tratar de lograr un acercamiento a esta génesis de “patología social” que recae sobre los menores, vamos a seguir un orden que va de lo general-social a lo particular-individual en sus diferentes niveles de condicionalidad social:

1) Condicionalidad macroestructural de un sistema social que genera una creciente marginalidad socioeconómica y sociocultural en la cual se presentan dinámicas de subsistencia que casi siempre implican situaciones críticas de fracasos y de frustraciones humanas, ante las cuales el otro sector de la sociedad, más desarrollado y modernizado, es torpe, incapaz y frecuentemente, con manifiestos intereses en contra de las mayorías marginales, pero más aún opuestos a las minorías consideradas como “patológicas” ligadas a aquéllas.

El problema global: el contraste y la desigualdad social extrema.

El sistema socioeconómico del país genera un contraste muy fuerte entre una población crecien-te que aumenta los contingentes de marginalidad social y que vive en condiciones altamente precarias, frente al desarrollo de una sociedad elitista que se moderniza dentro de un orden social desequilibrado y grandemente ambivalente.

En este contraste social se mantienen en el país subculturas superpuestas en donde el sentido de la vida para unos y para otros es diferente: mientras que los más siguen viviendo en la angustia de la subsistencia cotidiana, para otro sector restringido la vida se perfila en la abundancia, a veces aparente, de una sociedad consumista. Los niños mexicanos nacen en mundos diversos de horizontes encontrados y conflictivos. La socialización de unos y otros a la sociedad global tiene un sentido totalmente diverso. Para unos, la sociedad en su totalidad representa una entidad manejada por los más capaces y que se ha construido en función de los intereses de los llamados “buenos ciudadanos” en un orden más o menos justo y democratizante; en cambio para los otros, esa misma sociedad es una organización de los de arriba, hecha a su manera y de acuerdo con sus intereses y sus propias escalas de valores, en perjuicio del interés de “los de abajo”.

El sistema institucional ha sido organizado y armado por los sectores de la mediana y alta burguesía, a veces con una referencia populista. Esto ha dado lugar a una cultura popular ambi-valente en la que las normas y valores oficiales y elitarios se imponen formalmente a través de múltiples mecanismos, entre los cuales está la asistencia social, la salud, la educación escolar y la prevención social. La cultura popular, sin embargo, sigue vigente en forma sumergida. Sus propios valores y normas adquieren sentido en la lucha por la existencia cotidiana y tiene que desarrollarse en contra de los intereses de los demás que pretenden y logran controlarla.

Marginalidad en la marginalidad. Estratificación socioeconómica en el sector de los menores marginales y su impacto.

• En el polo más contrastante de esta dicotomía cultural se encuentran precisamente las res-puestas de las minorías existentes al interior de los sectores marginales, que al no poder encontrar un cauce adecuado a su desarrollo social, chocan con el sistema global.

• Presencia de una reacción defensiva sintomática de su situación y sin mucha conciencia de situación. Se refleja en “la mala suerte porque me cacharon”. Actitud envuelta de inseguridad y angustia existencial, cuando no de indiferencia y desprecio (importamadrismo).

• Los menores son representantes sensibles y fieles al fenómeno de marginalidad en sus niveles patológicos, donde la debilidad de la estructura social del sector marginal es patente e importante ante el mundo de los adultos “bien”. Esta debilidad comenzó al interior de su propio ambiente desarticulado y falto de una mínima organicidad, incapaz de desarrollar sus propios antídotos de desintegración interna. Y menos aún, incapaz de facilitar la integración social del menor en ámbitos más amplios de la sociedad global.

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Prevención social contra control social.

• Estamos ante una problemática íntimamente relacionada con la pobreza y la falta de opor-tunidades para un sector creciente de la población, por lo cual el cambio debería de darse a través de la prevención por medio, principalmente, de la promoción socioeconómica.

• No se trata tanto de un problema de inseguridad social, sino en términos macrosociales de un problema de desigualdad y desarticulación social.

Condicionalidad cultural y estratificación derivada de la escolaridad

• Las oportunidades de ingreso y permanencia en el sistema escolar están asociadas, en de-finitiva, con problemas socioeconómicos y de dinámica familiar.

• Existencia de una falta de congruencia del sistema educativo institucional con las necesida-des reales de subsistencia cotidiana.

• El problema cultural es mucho más complejo que la simple escolaridad. El efecto de un choque entre concepciones tradicionales de la vida (transmitidas por lo regular a través de padres, parientes y otros, en forma verbal o con el ejemplo de experiencia vital) con elemen-tos no bien integrados de la cultura moderna (presentes parcialmente en la escolaridad), producen en muchos sentidos, consecuencias difíciles de evaluar.

La cultura de los medios masivos y su contraste con la cultura tradicional.

• La cultura tradicional de los padres o parientes se deteriora o se destruye con la influencia pseudomodernizante a la que están expuestos los menores, sobre todo en las grandes ciu-dades. Se introducen en un mundo ilusorio de equívocos y fantasías que distorsionan su captación de la realidad. Aparición de nuevos criterios que compiten con la autoridad moral del adulto familiar, pero que no los llegan a suplir del todo (por ejemplo el mayor nivel escolar de los menores con respecto al de sus padres).

• Los medios masivos de comunicación ejercen una influencia decisiva en aquellos menores que se encuentran en una situación de debilidad e inconsistencia en la transmisión de ele-mentos que distorsionan fácilmente su percepción de la realidad.

• Las referencias a la religiosidad popular se mantienen por lo regular latentes como práctica formal, Sin embargo existe una mezcla bastante incoherente de valores que el menor usa, hace caso omiso de ellos o rechaza según su conveniencia.

• El reconocimiento de un choque intercultural que propicia la internalización de valores cultu-rales y antivalores múltiples sin coherencia aparente.

2) Condicionalidad producida en el ámbito comunitario en el que nace y crece el menor La influencia que ejerce el entorno social en la conducta de los menores es evidente, aunque puede tener un efecto relativizado principalmente por la familia. En un ambiente hostil, la familia puede responder extraordinariamente y esto, tener consecuencias positivas para la persona. Por lo regular en los menores de conducta problemática, la conjunción negativa de ambas unidades es decisiva. El medio ambiente en el cual actúan diversos grupos que ejercen una acción socializadora importante en el menor infractor, lo podemos caracterizar por:

El ámbito urbano-rural y el de la zona de residencia familiar.

• Una primera diferenciación importante es la ubicación socioespacial de la residencia en cuanto a zona rural, suburbana, urbana o metropolitana. El fenómeno del menor infractor es

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un fenómeno más bien de naturaleza urbana, aunque la residencia familiar sea rural, presen-te por lo tanto en la migración.

• La pérdida de las redes de apoyo e intercambio familiar en un espacio urbano desarticulado propicia el rompimiento de las intergeneraciones familiares. En la ciudad es frecuente en-contrar un fenómeno de agregación de familias anónimas debido al limitado asentamiento residencial.

• Las barriadas y colonias populares difícilmente pueden considerarse comunidades en las que haya relaciones interpersonales cara a cara, de amistad y vecindaje, de organicidad en la ayuda mutua; en el orden y en el autocontrol social de la conducta común; en el sen-timiento de unidad y de apropiación del medio; en la presentación compartida de servicios múltiples; en la generación de instituciones propias de la colectividad y no del gobierno o agencias comerciales.

• La despersonalización urbana y la búsqueda de su superación que lleva frecuentemente a una pérdida de referencia con los adultos clave y una búsqueda idealizada de algunos de ellos en otros ámbitos.

• Todo lo anterior crea un ambiente “paracomunitario” para el menor que lo enfrenta a un ambiente hostil y con pocos recursos sociales a su alcance. El análisis del medio paracomu-nitario es importantísimo, ya que frecuentemente el papel que tiene en la reintegración del menor es mayor que el de la familia.

• Otros agentes de la comunidad que intervienen en el círculo social del menor: maestros (excepcionalmente presentes como persona a quién recurrir); cabecilla de pandilla, banda o grupo (al que se sigue con mucha reciprocidad en el intercambio personal, frecuentemente generador de una cadena de infracciones difíciles de romper); agente policíaco (presente más como figura de extorsión); padrote o madrota; parientes o pseudoparientes (que ejercen influencia positiva o negativa), sacerdotes y médicos (figuras prácticamente ausentes).

• Red de amistad grupal de los menores. Presencia frecuente de pandillas, bandas o grupos de muchachos y/o muchachas encarrilados en el perfil de acción infractora.

• La presencia y acceso creciente al alcohol y las drogas en sus diversas formas. Consumo que en gran parte es propiciado por la familia (en el caso del alcohol), y por los pares (sobre todo en el caso de las drogas).

Las instituciones de servicio a nivel paracomunitarios.

• Ausencia significativa de unidades institucionales de orientación y encauzamiento ubicadas cerca de los jóvenes. Al menos su presencia es exigua para el volumen creciente de pobla-ción joven.

• Aparece de alguna manera la potencialidad del área institucional religiosa como punto de referencia moral ideal-tradicional, sin embargo su papel relevante en la socialización comu-nitaria es limitado sobre todo en los casos de menores a los que se les estigmatiza como “delincuentes, incorregibles” etc., lejos de la virtud religiosa.

• Otra institución es la escuela como medio de ascenso social, pero debido a su acade-micismo formal es lejana para muchos. A pesar de que la gran mayoría de menores en esta situación han ido alguna vez a la escuela, es frecuente encontrar altos niveles de deserción. Deserción producto de múltiples factores, entre ellos: desinterés real y positivo de los padres, el ejemplo de hermanos mayores o de amigos y camaradas de ascendencia; la incitación de la pandilla, banda o grupo que adopta un tono retador y burlesco frente al interés familiar y escolar contrapone el conocimiento formal al infor-mal, la presión económica.

• También el lugar de trabajo podría ser un lugar de acogida, orientación y capacitación para el menor, sin embargo se caracteriza más bien por ser un lugar despersonalizado, carente de un ambiente propicio para las relaciones sociales comunitarias.

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3) La unidad familiar. El menor no es sino una consecuencia de la potencialidad constructiva o destructiva de la familia y de su capacidad o incapacidad para producir su desarrollo. Esto no quiere decir que la conducta del menor es consecuencia del fracaso de sus padres como edu-cadores. El problema es mucho más complejo si tomamos en cuenta que la unidad familiar no es más que un reflejo de la organización social a mayor escala. Dentro de la dinámica familiar frecuentemente presente en los menores con conductas irregulares encontramos:

• Atomización social de la familia que limita su capacidad para dar respuestas a situaciones di-fíciles que piden el apoyo y la ayuda de otras unidades familiares e institucionales. El modelo de atomización familiar está íntimamente unido al rompimiento de las unidades comunitarias de los pueblos y a la proletarización despersonificante de la industrialización moderna. La familia consanguínea era fuente de control social y de socialización para las nuevas genera-ciones.

• El tamaño de la familia y el lugar y papel que el menor ocupa en ella. Desgraciadamente es frecuente encontrar que el menor infractor es consecuencia negativa de una falta de paternidad responsable. De igual manera el lugar ocupado por el menor y el papel que tiene al interior de la familia, sí es negativo, propiciará un sentimiento de rechazo, situación que puede precipitar conductas no deseadas.

• La desintegración familiar que se ve reflejada por lo regular en la ausencia de alguno de los padres, aunque no sea de manera física ni definitiva. Lo cual conlleva una incapacidad fami-liar para atender a los menores antes de cometida la infracción, durante el tratamiento y en su reintegración.

• Dinámica de problemática conflictiva familiar: presencia de violencia intrafamiliar, relaciones conyugales conflictivas, desconocimiento básico de formas educativas, malas influencias, ejemplos de irresponsabilidad, presión económica.

• En un caso extremo el abandono del menor por la familia o de la familia por el menor (no solamente físico sino afectivo),

4) El menor de conducta problemática reflejo altamente condicionado de su me-dio. El individuo sujeto de una socialización contradictoria que la refleja en sus actitudes y conductas a veces como forma de defensa y de reacción, otras, como intentos de fuga social y desadecuación pero casi nunca como manifestaciones conscientes y responsables. A pesar de que los menores infractores representan a nivel nacional menos de 1% de la población de menores entre los 12 y 18 años, y de que de cada 100 delitos cometidos uno es por un menor, el problema es importante de tomarse en cuenta, ya que el menor como actor social representa a todo un sector de la población, y es protagonista de una inte-racción social que se considera problemática. El diagnóstico de su perfil social tiene que entrar en una diversificación tipológica con el fin de establecer hipótesis de probabilidad, de tal manera que sirvan como punto de partida en una política de acción preventiva y de prediagnóstico para su tratamiento:

• Según sexo. De cada 100 infracciones 10 son cometidas por mujeres. La perspectiva de género es importante para comprender la génesis de la conducta problemática en unos y otros. Por lo regular en el caso de ellas dicha conducta es mucho más sintomática de una desintegración social ambiental y familiar, siendo por lo tanto también mucho más estigmati-zada para el resto de su vida. En el caso de ellos es frecuente que refleje los estereotipos de una sociedad machista.

• Según edad. Debido precisamente al tránsito de la niñez a la adultez, la presencia de la pu-bertad y la adolescencia determinan diferencias importantes en la dinámica socializadora de los menores. Según datos del Consejo de Menores en 2002, 47% de los menores infractores contaba con 17 años, 26% con 16 años, 14% con 15 años y 13% con 14 años o menos.

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• Según ocupación. Diferencias en cuanto a la actividad o actividades principales desarrolla-das por el menor deben ser tomadas en cuenta. No es lo mismo aquél que estudia y/o traba-ja, a quien no lo hace. Para 2002 el Consejo de Menores reportó que 28.7% de los remitidos eran estudiantes, 24.5% sin ocupación.

• Según la infracción cometida. En 2005, 40% de las infracciones se clasificaron contra el patrimonio (principalmente el robo sin violencia), 11% contra la integridad corporal y 28.5% como faltas administrativas.

• Según lugar de origen (estado, localidad, colonia) y zona de residencia.• Según el tipo de familia. Integrada-desintegrada, nuclear-seminuclear-extensa-extendida,

etc.• Según el nivel socioeconómico. Marginal, proletario, clase media, etc.

La identidad juvenil, ingrediente necesario para su adaptación al medio.

Sociológicamente hablando, la realidad del menor infractor y en general, la realidad juvenil es un fenómeno social correspondiente a una realidad colectiva contextual en la que intervienen mu-chos actores. La realidad específica juvenil es producto de interacciones múltiples, de agrupa-mientos y conjuntos. Está conformada, de manera primaria, por una población específica, iden-tificada demográficamente por una determinada cantidad de individuos que comparten entre sí categorías demográficas y cohortes intrageneracionales, diferenciadas por intervalos etarios y que en su respectivo horizonte sociohistórico aparecen y se socializan dentro de un determinado periodo social. Es así como el conjunto de jóvenes de un país posee características y condi-cionamientos estructurales similares, aunque pertenezcan a ubicaciones socioambientales y a subculturas un tanto diferentes. No podemos negar que la generación joven de cualquier época, no deja de ser lo que es, gracias a (o afectada por) las demás generaciones que la condicionan y la empujan a actuar de una u otra forma dentro de un periodo histórico caracterizado por una determinada expansión, equilibrio o caída.

Visto en su conjunto, el ser juvenil, y muy concretamente el ser joven en situación problemáti-ca, en particular en conflicto con la ley, está sujeto a los condicionamientos sociales en el tiempo y en el espacio. Por ello, depende de factores contextuales diversificados según las sociedades concretas a las que se aluda, pero también de una serie ilimitada de factores intervinientes en cadenas de mediaciones. Conocer y precisar la causalidad del ser y la acción juvenil en determi-nado lugar y en determinada época exige un estudio concreto bastante minucioso, a riesgo de no entender en sí de qué se trata.

Decimos que los valores de los actores aparecen como manifestaciones y representaciones colectivas. Estos valores son calificaciones aplicadas a hechos, personas y cosas provenientes de culturas y subculturas vigentes, asumidas por conjuntos de personas. Implican consensos sociales con los cuales nos identificamos como actores sociales, tanto en nuestra vida personal, como en nuestra experiencia colectiva, protagonizada de cara (y careta) a los demás. Es así como los va-lores asumidos supuestamente nos definen y nos identifican; nos clasifican y nos califican, según fundamentemos idealmente nuestro actuar. Pero también, por ello mismo, los valores declarados nos diversifican, nos separan y nos enfrentan. Implican una “racionalidad” individual y colectiva, pero lejos de ser ésta producto de un razonamiento puro, objetivo y consistente, es más bien un juego de creencias y expresiones emotivo-afectivas, argumentos ideales de justificación, usados como escudos legitimantes de nuestras voliciones e intereses.

Pero, en todos los casos, a cada quien le toca desarrollar su propia identidad biográfica. Nada está del todo determinado ciegamente. A cada quien le toca construir su propia identidad. Es en la identidad social que se construye, donde tienen un papel relevante los valores rectores, asumidos, internalizados y representados ficticiamente en la búsqueda de realización personal y social. Al interactuar con los demás, y dentro de los grupos a que se pertenece, se tienen que poner en juego

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las creencias compartidas y no compartidas para definirse frente a ellas y adquirir la identidad que permita una acción lo más satisfactoria posible.

La identidad proviene, por un lado, del origen adscriptivo étnico-espacial-biopsico-social; pero por el otro, es producto de una reacción frente a la necesidad de diferenciarse respecto a sus progenitores y a las generaciones socioculturales anteriores y posteriores. El primero se deriva de la pertenencia del individuo o grupo a conjuntos socioculturales específicos, por el hecho de haber nacido y haberse socializado espontáneamente en ellos, aunque se modela de acuerdo con la perspectiva colectiva adoptada: identidad de género, identidad generacional, identidad étnica, identidad proveniente del lugar de nacimiento, identidad derivada del hecho de pertenecer a una capa social, identidad ocupacional, identidad cultural, religiosa, de convicciones o de postura ideológica, identidad por pertenencia institucional, etc. Sin embargo y a pesar de la importancia que tiene para la identidad la adscripción no voluntaria, la identidad adquirida por propia voluntad tiene, en la vida moderna, una relevancia definitiva. Es producto de un proceso de socialización gradual y variante según cada sujeto o conjunto de actores. En cada biografía personal y en cada desarrollo social colectivo, aparece una serie de búsquedas y de toma de decisiones acerca del camino y ruta por seguir.

La cuestión crítica de una conducta conocida pero rechazada explícitamente es que, a través de las condiciones socioculturales existentes lleve a buscar nuevos comportamientos que no lle-gan a ser diferentes, pero que tampoco repiten exactamente los anteriores de padres y abuelos. Hay, de todas maneras, una cierta inercia inevitable que genera una reproducción sociocultural a través de las diversas generaciones. Pero cuando esta inercia queda virtualmente suspendida, se produce un vacío conductual que obliga al joven a adoptar posturas más o menos simbólicas con una supuesta indiferencia ante su propio pasado y futuro.

Esta nueva actitud se caracteriza frecuentemente por alguna de las siguientes formas de ensayo conductual, ensayo en el cual es relativamente fácil caer en conductas consideradas, por los adultos, como “problemáticas”:

1) Crítica y rechazo frontal al modelo de vida de la generación anterior. Este rechazo al mundo de los adultos suele ser más bien aparente y temporal, pronto se asumen sus mismas actitudes (y errores o aciertos). Por ejemplo, un machismo rechazado con un neomachismo de rasgos similares aunque con formas aparentemente diferentes.

2) Indiferencia y despreocupación de vida. Esto se refleja en una especie de existencialismo de un presente como si siempre pudiera ser así. De hecho, se trata de un intento de pensar que nunca cambiará la situación y un tratar de “disfrutar” la edad joven sin deseo de quedar apresado en la responsabilidad realmente sentida (familiar y social). Las adicciones en el alcohol, los estupefacientes; el querer vivir sólo en el “mundo juvenil”, en las “tocadas”, en las fiestas, en los “desmadres” juveniles o en la libertad sexual (¿machista?), etc. Son sinto-máticos de este “olvido” o supuesto ensayo de huida.

3) Conducta ambivalente. Compromiso pero sin que sea definitivo, al par que búsqueda de libertad personal abierta, pero que tampoco es verdadera. Conducta que podría considerarse contradictoria pero que se mantiene como una estrategia dual (de dos juegos). La conducta reproduce una ambivalencia que ya existía en la generación anterior pero que ahora se marca más como ambigüedad un tanto contradictoria. Para ello, se tiene que jugar a la re-presentación de papeles distintos (caretas) en uno y otro medio.

4) Idealización de una conducta realmente nueva con rechazo a una anterior aprendida. Se trata aquí de innovar y para ello hay que reafirmar una “modernidad” frente a lo “tradicio-nal” visto como caduco y disfuncional. El ensayo suele también resultar un tanto ambivalente en cuanto que lo nuevo casi siempre es aún impreciso, o si no, un tanto inadecuado en la práctica. Por el otro lado, lo rechazado resulta aún más concreto y siempre se tiene presente consciente o inconscientemente para volver a él como posibilidad “cercana”.

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5) Práctica aceptada de juventud de “ensayo-error-corrección”. Así el ensayo de una ca-rrera de capacitación femenina (escolar y de trabajo); o el de una mayor recurrencia a un “matrimonio” de ensayo (unión libre); o a una práctica sexual temprana, premarital y ex-tramarital, intenta superar la rigidez de las pautas anteriores. Las consecuencias de este ensayo-aprendizaje (propio de toda conducta juvenil en cuanto a ensayo, pero no siempre con los mismos efectos, por el riesgo de error), no pueden medirse adecuadamente a nivel individual, sino colectivo.

Es por todo lo anterior que para comprender el fenómeno de los menores de conducta problemática, irregular, desviada, patológica, o como queramos llamarlo, es necesario primero comprender el fenómeno adolescente y juvenil, además de la realidad social específica en que les ha tocado vivir. En esta comprensión están implícitas las estrategias que se pueden y de-ben tomar para orientar la conducta de menores y adultos en beneficio de ellos mismos y de la comunidad. Y más aún para promover, de manera autogestiva, una dinámica preventiva a nivel individual, familiar y comunitario.

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Capítulo 13.

Caminando con adolescentes - una mirada retrospectiva.María Eugenia Melgoza Magaña

Si eliges ir por tu propio camino,dirán que vas por el camino equivocado.

Invariablemente al tratar este tema se produce un sensible lazo con la propia vivencia adoles-cente y aquélla que proviene de la atención de pacientes adolescentes.

Llevo ya algún tiempo caminando con ellos, de hecho, casi 30 años; me siento muy afortunada de que tantos adolescentes me hayan invitado a sus vidas y me permitan acompañarlos. A lo largo de estos 30 años los he visto sufrir y gozar, reír y llorar, cantar y gritar, desesperanzarse y descubrir. He tocado sus miedos, me he metido a su soledad, he sentido su calma. He, por qué no decirlo, llorado con ellos. Me he asustado con ellos, he saboreado sus triunfos, aprendido de su valentía, de su caridad, su entrega, su lealtad, su fuerza, de su persistencia. Tocamos juntos el amor, las angustias, la locura, la soledad, el miedo, el desamor, la audacia, la temeridad, la construcción, el movimiento, la parálisis, la razón y la sinrazón.

Con ellos he aprendido de grupos musicales, de moda, de tecnología. Me han enseñado a mostrarme, a perder el miedo a que otro me mire, a sonrojarme con ellos, a que me estudien, me aprehendan. Me enseñan su lenguaje. Conocí, a través de sus relatos, la cultura de los antros. En suma, aprendí y aprehendí la adolescencia.

Tratar con los adolescentes, conlleva tratar con los padres, con el mundo intrapsíquico, con los padres de los padres, con los bisabuelos, con lo social, con historias -de ellos, de sus padres, de las mías- de lo hecho y de lo por hacer, de los anhelos, de las frustraciones, de la búsqueda, de apegos y de desprendimientos.

Mi trabajo trata de la relación con el adolescente, con su mundo interno y con su entorno dentro del cual está incluida: familia, escuela, sociedad, entre otros. De ahí que entiendo a la adolescencia como una pregunta constante, una interrelación permanente, un movimiento y un fluir persistente; es un no tener respuestas, es construir preguntas. De tal suerte que esta pre-sentación es una oportunidad para compartir ideas y plantear interrogantes.

Todo lo anterior me introduce ya al tema que hoy nos convoca, el congreso que la Universi-dad Intercontinental organiza para festejar sus 35 años de vida. Congreso que lleva el nombre de Adolescencias Líquidas: Acciones de salud para mejorar su calidad de vida. Hablar de adolescentes me parece un reto muy grande y estoy segura de que no imposible. Los invito a que me acompañen a adentrarnos en estos dos conceptos clave: Adolescencia - líquida. Para pasar más adelante a proponer o más bien a compartirles qué es lo que he hecho yo con la idea de mejorar la vida de esta población. Siempre se ha visto a la adolescencia como una etapa conflictiva de la vida, debido a que es justamente en esta etapa que se llevan a cabo cambios biológicos, psicológicos y sociales acelerados y determinantes. Estos movimientos son resultado de un desarrollo normal y sus manifestaciones varían de acuerdo con cada individuo, cada sociedad y cada época.

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La adolescencia es la expresión del proceso psicológico de acomodamiento o adaptación a la maduración biológica que introduce al individuo a la posibilidad de desempeñarse como adulto. Peter Blos, (1981) considera esta etapa como el segundo proceso de individuación, ya que en ella la identidad personal cristaliza como resultado de un proceso de desarrollo psicológico en el que la psique se vuelve autónoma y se independiza de las influencias familiares que se sustentan, sobre todo, en el apego emocional a los padres.

Louise J. Kaplan, (1986) por su parte, difiere de la postura de Blos; considera a la adolescencia como una fase con derecho propio en contra de la costumbre de “…pensar en ella como en una recapitulación de la separación-individuación de la infancia”. Y plantea: “la adolescencia no es ni una repetición del pasado ni una mera estación intermedia entre la infancia y la edad adulta. Es un espacio pleno de historia y potencialidad”. Y categó-ricamente afirma: “la adolescencia representa un trastorno emocional interno; una lucha entre el eterno anhelo humano de aferrarse al pasado y el deseo, igualmente poderoso, de entrar en el futuro”.

Los planteamientos de Luis Kancyper, (2007) parecen ir en la misma dirección de Kaplan al mencionar que: “lo que caracteriza a la adolescencia es el encuentro del objeto genital exo-gámico, la elección vocacional más allá de los mandatos parentales y la recomposición de los vínculos sociales y económicos. Y sostengo -continúa este autor-, que “aquello que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos durante la adolescencia”. Así dice: “lo importante en nuestro trabajo clínico no es restituir el pasado ni buscarlo para revivirlo sino para reescribirlo en una diferente estructura”

Por el momento dejemos hasta este punto la adolescencia y vayamos con el sociólogo po-laco Zygmunt Bauman (2007) quien nos habla del paso de la fase “sólida” de la modernidad a la “líquida”.

Nos dice Bauman que el hombre actual es “líquido”, angustiado y muy temeroso; habla del hombre moderno como un ser continuamente angustiado, temeroso de cualquier atadura y a quien sólo la velocidad y el número de contactos parecen ofrecer cierta seguridad. Y continúa: en las “sociedades líquidas”, todo lleva fecha de caducidad. El bienestar y la propia supervivencia de sus miembros dependen de la rapidez de eliminación de los residuos. ¿Qué es la “vida líquida”? La manera habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas. Se caracteriza por no mantener ningún rumbo determinado puesto que se halla inscripta en una sociedad que, en cuanto líquida, no mantiene por mucho tiempo una misma forma. Lo que define nuestras vidas es, por lo tanto, la precariedad y la incertidumbre constantes. Así, dada la velocidad de los cambios, la vida consiste hoy en una serie (posiblemente infinita) de nuevos comienzos... pero también de incesantes finales. Ello explica que en nuestras vidas resulte abrumadora la preocupación por los finales rápidos e indoloros a falta de los cuales los comienzos serían impensables. Entre las artes del vivir líquido moderno y las habilidades necesarias para ponerlas en práctica, librarse de las cosas cobra prioridad sobre el adquirirlas.

La metáfora de la liquidez -propuesta por Bauman- intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. La modernidad líquida es un tiempo sin certezas, un tiempo de incertidumbres. Y nos dice Bauman que la incertidumbre produce miedo. Un miedo difuso, disperso. Personas de muy diferentes clases sociales, sexo y edades se sienten atrapadas por sus miedos, personales, individuales e intransferibles, pero también existen otros globales que nos afectan a todos.

A muchos jóvenes les angustia su situación actual como adolescentes, le temen al medio, a la sociedad que les inunda de propuestas para salidas rápidas: droga, suicidio, alcohol, rela-ciones rápidas y eventuales; piensan mucho en la muerte. Para otros, la situación de violencia en el ámbito mundial los paraliza; como ejemplo, un chico con serios problemas en cuanto a la definición de carrera por una parte, y su deseo de realmente comprometerse con el estudio, me

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decía que en realidad no le encontraba sentido a estudiar, pues quién le garantizaba que iba a poder concluir sus estudios antes de que se terminara el mundo, es decir que éste desapareciera.

Con base en lo anterior, me parece oportuno retomar algunas características que describen nuestra época, en especial en lo que se refiere al postmodernismo, denominación que se puede definir a la usanza de los manuales como “aquel movimiento cultural que surge a mediados del siglo XX como contrapartida de los ideales propios de la modernidad”, movimiento que abarca una multiplicidad de fenómenos de todo tipo: artísticos, económicos, políticos, sociales, filosóficos, étnicos, etc. Si tomamos en cuenta que el fenómeno adolescente se asienta históri-camente en la transformación cultural, me parece oportuno dejar asentada la repercusión que este movimiento ha tenido en el mundo y tratar de explicarnos cómo esto afecta el desarrollo del adolescente.

Considero importante enumerar algunos de los rasgos dominantes que caracterizan al postmodernismo, con el propósito de tratar de hacer un enlace de dichos rasgos y nuestro objetivo. Consideremos sus características: La fugacidad, el culto al presente, la desorientación producto del escepticismo, la necesidad de ser perpetuamente joven y el culto a la belleza. (Lipovetzky, 2008).

Fugacidad. Todo en la postmodernidad es rápido, todo es descartable, recargable, reciclable. Esta característica de lo fugaz, que además viene de la mano con los enormes adelantos en el campo de las comunicaciones y de la producción de bienes y servicios, ejerce gran influencia sobre las personas y sus relaciones. Los adolescentes, y nosotros mismos, acostumbrados al ritmo de lo fugaz, tendemos a aplicar estos esquemas en campos en que no deberían tener cabida. Hoy por hoy, es el movimiento y no la estabilidad lo que ejerce mayor atracción, es lo inusitado y no lo cotidiano lo que cautiva. El hombre postmoderno ha perdido así la capacidad de gozar de la rutina. Es común escuchar en la consulta a algunos adolescentes tardíos o adultos jóvenes con esta incapacidad de disfrute, constantemente anhelando una novedad que irrumpa en lo cotidiano. Y a nosotros ¿no nos pasa algunas veces que en lo más recóndito de nuestros pensamientos aparece el deseo de modificar la técnica, no sólo con los adolescentes sino también con los adultos; motivados por un deseo de cura mucho más rápido, al no ver resultados inmediatos con los pacientes y ante la exigencia de soluciones rápidas de estos últimos?

Culto al presente. En estrecha relación con la fugacidad y como consecuencia de ella, la postmodernidad rinde un culto devotísimo al presente. Este “presentismo” postmoderno tiene que ver con el deseo de disfrutar del momento actual, que se presenta bajo la amenaza de un cambio súbito. En el ahora o nunca. La satisfacción inmediata no es suficiente. Cada uno de nosotros tiene grabada en su mente la siguiente consigna: “Si no aprovecho ahora, en poco tiempo habré perdido la oportunidad”. Cuántas veces hemos escuchado a nuestros pacientes de entre 20 y 30 años expresar con angustia que la vida se les va y ellos no están haciendo nada. O expresiones como: “No tiene ningún sentido la vida, no vamos a ninguna parte”. El pasado ya pasó, el futuro no existe y el tiempo es inseguro.

Esta percepción de un futuro azaroso con el que actualmente se enfrentan los adolescentes me lleva a pensar: ¡Qué difícil y a la vez qué necesario es, en este contexto, educar al adolescente para que logre armar y luchar por un proyecto sólido! Pues, todo proyecto supone siempre alguna renuncia al bien inmediato en función de un bien superior que se vislumbra en el largo plazo. Todo proyecto tiene como condición superar progresivamente ciertas adversidades, cumplir con ciertas pautas, a fin de alcanzar adecuadamente el resultado esperado. Éste se vuelve también un objetivo terapéutico en el trabajo con adolescentes.

La desorientación producto del escepticismo. En España apareció la siguiente noticia: “Valladolid. 70 educadores y trabajadores sociales de Castilla, León, Navarra, Valencia, Baleares y Madrid analizan pautas dirigidas tanto a adultos como a menores para “sobrevivir” a la adoles-cencia del siglo XXI. Su objetivo es conocer y definir los nuevos síndromes y realidades con los

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que conviven los adolescentes actuales, así como incorporar claves, herramientas y estrategias de trabajo en torno a estos fenómenos e intercambiar experiencias y alternativas de intervención con adolescentes y jóvenes en situación de riesgo. Y han encontrado que los adolescentes la tienen difícil sobre todo porque los adultos del siglo XXI también la tienen difícil, al enfrentarse a nuevas conductas y síndromes que no saben cómo afrontar”.

Algo que ha alterado la realidad entre padres e hijos es que se ha pasado de una ge-neración en la que todo lo que aprendían los hijos se lo enseñaban los padres a una nueva situación en la que los propios padres aprenden mucho de sus hijos y éstos de los medios de comunicación.

Por su parte Guillermo Obiols y Silvia Di Segni Obiols (2008) plantean que: “La postmo-dernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad”. Es lícito entonces preguntarse si dentro de ese marco hay lugar para los duelos que nos enseñara A. Aberastury en la medida en que estos suponen pérdidas dolorosas, implican una crisis seria, tristeza, esfuerzo psíquico para superarlos. Y se dan a la tarea de analizar estos duelos a través de la mirada del postmodernismo. Así estudian: el duelo por el cuerpo perdido, el duelo por los padres de la infancia, el duelo por el rol y la identidad infantiles. Los que veremos uno a uno.

a. El duelo por el cuerpo perdido. La mirada sobre el adolescente dista mucho del pasado en donde éste lucía desgarbado, con su cara cubierta de acné, brazos y piernas despro-porcionadas. Su cuerpo hoy ha pasado a idealizarse, representando el momento en el cual se logra cierta perfección que habrá de mantenerse el mayor tiempo posible. Modelos de 12, 14 y 15 años muestran el ideal de la piel fresca, cabello hermoso, cuerpo fuerte, ágil, en plenitud sexual. La vejez ya no es más un signo de respeto y admiración, sino de decaden-cia, de vergüenza, del fracaso de un ideal de eternidad. Así, el adolescente actual deja el cuerpo de la niñez pero para ingresar de por sí en un estado socialmente declarado ideal. Pasa a ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres -¿y abuelos?- desean mantener.

b. El duelo por los padres de la infancia. Ir creciendo, convertirse en adulto significa desi-dealizar, confrontar las imágenes infantiles con las reales, rearmar internamente las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano durante un periodo y ser hijo de un simple ser humano. Los padres de los adolescentes actuales buscan como objetivo ser jóvenes el mayor tiem-po posible. Pasaron de ser tratados como pequeños adultos, a vivirse como adolescentes eternos. Si recibieron pautas rígidas de conducta, ahora educan a sus hijos renunciando a ellas, sin generar formas nuevas, se basan en la improvisación. Si no fueron tomados en cuenta, ahora depositan en su hijos la sabiduría. La distancia de sus padres los lleva a ser amigos de sus hijos. Así, al llegar a la adolescencia estos jóvenes se encuentran con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores claros, comparte sus mismos conflictos. Difícilmente hay duelo y paradójicamente se fomenta más la dependencia que la independencia.

c. El duelo por el rol y la identidad infantiles. Ante una imagen de sí mismo real poco satis-factoria, muy impotente, el niño pequeño desarrolla una imagen ideal, un Yo ideal en el cual refugiarse. Esta estructura se organiza sobre la imagen omnipotente de los padres y ante una realidad frustrante. Este Yo ideal es omnipotente, no puede esperar para satisfacer sus deseos y no es capaz de considerar al otro. Hace sentir al niño que es centro del mundo, es la expresión de un narcisismo que no admite al otro. Los padres y los maestros tienen la tarea de lograr la introyección de otra estructura, el Ideal del yo. Este aspecto del superyo es un modelo ideal producido por los mayores para él, es el modelo de niño que los demás esperan que sea. Si el Yo ideal es lo que él desea ser, el Ideal del yo es lo que debe ser y a quien le cuesta muy a menudo parecerse. Ese ideal del yo también manifiesta sus propios valores: Esfuerzo, reconocimiento y consideración hacia el otro, así como postergación de

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los logros. En la sociedad postmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo ideal. Por lo tanto, no parece muy claro que haya que abandonar ningún rol de la infancia antes de llegar a la adolescencia, por lo que no habrá un duelo claramente establecido.

Si entendemos que la identidad infantil perdida daba paso a la definitiva en un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposición durante la adolescencia, ante lo descrito anteriormente sobre los duelos, pareciera que no habría tampoco en este caso un duelo, ya que no habría una pérdida conflictiva que lo provocara.

La confrontación generacional ayuda a la separación de territorios, ideales, valores. Cuando los padres se vuelven amigos de sus hijos y los admiran y depositan en ellos las características valoradas socialmente, eclipsan el trabajo de confrontación. El terapeuta entonces, debe estar al pendiente de estos movimientos y ayudará si es posible al acomodo de los padres en este permitir y acompañar al hijo en su desprendimiento, y con el trabajo y sobre todo la interrelación con el adolescente tratará de encontrar los obstáculos que le impiden a éste acceder a la diferenciación y encontrar un modelo de identificación.

La necesidad de ser perpetuamente joven y el culto a la belleza. Hasta la primera mitad del siglo XX existía una prisa por ser adulto, ya que éste tenía más derechos y era un modelo social, un modelo a seguir. Para finales del siglo ser adulto no era ya el ideal. Ser adulto pasó a ser sinónimo de viejo. Para la cultura adolescente, los jóvenes pasaron a ser los dioses, los modelos de sí mismos y progresivamente, de la sociedad en su conjunto. La adolescencia clásica terminaba hacia los 21 a 23 años. Actualmente la adolescencia va hasta los 30 y más.

Así, la adolescencia pasó de ser una molestia a ser una amenaza… Ante el temor a los ado-lescentes, aparecen la negación, la trivialización y en último caso a la imitación… Aunado a esto cada vez se produce más el desgaste de la autoridad parental y la delegación de la disciplina a otros agentes, lo que ha creado una creciente brecha entre disciplina y afecto. Como dato representativo encontré que en España en cinco años, las agresiones de menores a sus padres han crecido 2,000%. El fenómeno de los niños violentos va en alza.

¿Qué ocurre con el adolescente postmoderno? Refiriéndose a ésta situación Obiols y Di Segni de Obiols (1993) responsabilizan por este modelo de adolescente postmoderno, en gran medida, a los adultos. Afirman: “Los adolescentes se ven obligados a ser padres de sí mismos, situación que les da más libertad, pero para lo que no cuentan con elementos suficientes. Y así aparecen los medios masivos, en particular la televisión, -ahora podemos añadir a las nuevas tecnologías- adoptando a tanto adolescente huérfano.” Estos adolescentes obligados a ser padres, adoptados por la televisión, son un producto de adultos que se abstienen de educar (Dolto, 1990).

Ahora bien, unos cuantos párrafos que me permitan mencionar cómo es mi trabajo con ado-lescentes. Mi marco referencial se ciñe a los preceptos fundamentales del método psicoanalítico; con la particularidad de que al trabajar con adolescentes se incluye a los padres, lo que produce una configuración analítica muy específica. Esta particularidad tiene que ver sobre todo con la condición de dependencia emocional, económica y social que mantienen los hijos con sus padres. Esta condición constituye una diferencia fundamental con el análisis en adultos, ya que en lo que se refiere a la alianza terapéutica, ésta pasa de ser diádica, paciente-terapeuta en el adulto, para convertirse en tríadica, paciente-terapeuta-padres.

A este respecto Rosenstock (1979) plantea que el pronóstico del tratamiento del adolescente es positivo cuando se involucra en el mismo a los padres. Este mismo autor refiere un trabajo de Donofrio quien indica que la terapia de los adolescentes sin la implicación de los padres es esencialmente “una ilusión costosa”. La ausencia del involucramiento paterno con frecuencia significa clínicamente mayor psicopatología en la familia y en el adolescente.

Los padres sufren por estos cambios de sus hijos y además por lo que a ellos les represen-ta este movimiento de desarrollo. Es decir, les cuestiona su propia existencia, les remueve su aparentemente olvidado proceso adolescente, los enfrenta a pérdidas importantes en cuanto al

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tipo de relación que hasta entonces habían establecido con sus hijos, así también como al futuro abandono por parte de los mismos. Viven así un interjuego de proyecciones del adolescente en sus padres y de éstos en el adolescente que incide en la distorsión de la realidad que viven en ese momento.

En mi trabajo con adolescentes he incluido, desde hace más de 10 años, una técnica al tra-bajar con ellos, misma que planteo a los padres desde el encuadre contando con la aprobación por anticipado del adolescente en cuestión, dicha técnica me he permitido proponerla tanto en mis actividades de docencia como en supervisiones a colegas y a candidatos en formación que trabajan con adolescentes, observando con agrado que algunos actualmente ya están imple-mentando esta modalidad y al parecer con buenos resultados.

Este trabajo consiste en solicitar a los padres de los adolescentes escriban por separado cada uno de ellos su propia versión de la historia de su hijo o hija. Recurro al método narrativo porque considero que se trata de un procedimiento por el cual el sujeto es alentado a relatar hechos a su modo sin interrupción ni sugerencias.

Me apoyo en Jessica Benjamín (1995) autora del libro Sujetos iguales, Objetos de Amor en donde dicha autora abre la posibilidad de pensar una serie de situaciones intrasubjetivas e intersubjetivas al moverse y pasar del presupuesto de pensar el par de unirse con/separarse de (o contra) a separarse con. (p. 13). Teoriza las relaciones intersubjetivas como fundamento de la autonomía y de la dependencia.

De ahí que uno de los objetivos del trabajo a través de biografías con los padres consiste en ayudar a los adolescentes en su proceso de separación individuación, siguiendo a Jessica Benjamín a separarse con y apoyar a los padres en su función como tales, acercarlos afecti-vamente a sus hijos, así como provocar una adecuada comunicación entre ellos. Esta técnica también permite un mayor conocimiento de la dinámica familiar.

Además permite entender qué parte del conflicto del adolescente está decisivamente determinado por la historia previa de los padres y no en pocos casos, por los antecedentes de la propia historia infantil de éstos con sus propios padres –abuelos del paciente determi-nado-; situación incluso desconocida para los propios padres. Y que solamente a través de la verbalización de determinadas situaciones y vivencias es que los padres pueden iniciar el entendimiento de su propia forma de relacionarse con sus hijos y las peticiones que desde su lugar de hijos hacen a sus propios hijos; llegando incluso -en el momento de la lectura- a cambiar el tono de voz al hablar, ofreciendo disculpas a los hijos por no haber entendido dichas situaciones con anterioridad.

La vida y el destino de un niño serán decisivamente determinados por la medida en que su propia índole responda a las expectativas y esperanzas secretas de sus padres. Y éstas nos las ofrecen los padres con mayor claridad y espontaneidad a través del escrito sobre sus hijos. Es común escuchar a quienes trabajan con niños o adolescentes que tienden a identificarse con el niño en contra de los padres, ya que es al niño al que hay que atender y ayudar. Yo trabajo con la idea de que es importantísimo, en la medida de lo posible, identificarse con los padres y así poder ayudar a los adolescentes. La mayoría de los padres mantienen determinados ideales de la forma en la que quieren educar a sus hijos. Los sueños secretos que tienen depositados en sus hijos están cargados de un fuerte contenido afectivo. Todos los padres se piensan justos y racionales con sus hijos. Por lo que sería absurdo que el terapeuta expresara una crítica abierta a las conductas observadas en los padres, de acuerdo con su propia convicción y esto por supuesto en nada ayudaría al paciente que nos han encomendado. Lo más probable es que los padres se lleven a su hijo con otra persona.

Al escuchar las historias escritas por los padres algunas me provocan dolor, otras enojo, unas más, ternura. En muchas percibo la soledad, la desesperación, la frustración. Otras más provocan muecas de mis labios, como una leve sonrisa cómplice, una mueca de lado como diciendo “así es la vida”. Y todas, todas me conmueven, me invitan a compartir, comprender y aceptar junto

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con ellos y con sus hijos e hijas las palabras escritas por Freud en su sentencia cuando dice que el psicoanálisis como la educación son profesiones imposibles.

Otra de las modificaciones a la técnica con respecto a los adolescentes a diferencia del tra-bajo con adultos consiste en que los terapeutas somos más activos verbalmente, más abiertos a revelar experiencias personales, la comunicación verbal es más directa, clarificadora, menos analítica y menos numerosa, se tiende a promover menos silencios. Para medir el progreso se requiere de retroalimentación con las escuelas y los padres, a modo de evaluación subjetiva. Se presta uno más como modelo a través de conductas y actitudes como por ejemplo: Expresión de sentimientos, aceptación de los otros y la forma de dar y recibir retroalimentación. Incluyo también el trabajo con técnicas de acción, dibujos, juegos; ahora los celulares y la cámara me sirven mucho para trabajar con ellos.

Lo que es muy importante dejar asentado es que antes y ahora la única forma de estar al día en el trabajo con los adolescentes consiste en siempre “saber” escuchar a los adolescentes, cuando uno deja de “oírlos” se vuelve viejo. Porque los adolescentes quieren ser escuchados, tienen mucho que decirnos. Tienen conciencia clara de lo que está pasando. Si entendemos que tienen otra manera de ver al mundo, de estar en el mundo, de relacionarse con el mundo; si nosotros estamos preparados para entender que ellos tienen otros tiempos, estoy segura, porque lo he comprobado, que tienen un futuro, no el futuro que nosotros los adultos funcionando como padres, como maestros, como educadores en cualquiera de sus formas les tenemos programado, o pensamos que es lo que a ellos mejor les conviene, no el que les queremos obligar a vivir bajo presión de nuestros propios miedos. Ellos tendrán que encontrar su futuro, pero a su tiempo, a su ritmo, en este mundo que les ha tocado vivir.

Pavlovsky (1977) presenta varios puntos como contraindicaciones para ser terapeuta de adolescentes: “a) Ser tonto. Lo que elimina de entrada a 70% de la población del psicoanálisis oficial. b) No tener humor. La carencia de humor es otra de las grandes contraindicaciones para ser terapeuta de adolescentes. La combinación de tontería y falta de humor es casi una indicación absoluta para dedicarse a hacer psicoanálisis kleinianos de 20 años de duración a empresarios, psicoanalistas y gerentes de empresa. c) Ser envidioso de la juventud. Por circunstancias ge-neracionales, los adolescentes promueven desacostumbrados sentimientos de hostilidad hacia ellos. Ejemplo: atractivo físico, potencial sexual, idealismo, fe en la vida, etc. etc. Pero si esta tendencia de hostilidad y de envidia hacia la juventud se convierte en una idea FIJA Y OBSESIVA de querer ARRANCARLE LOS OJOS a cada uno de los jóvenes, es mejor dedicarse a otra cosa. d) Tener mucho miedo a vivir y a morir. Los adolescentes aceptan los terapeutas sensatos, pero rechazan a los TEMEROSOS y a los TEMERARIOS.”

¿Qué ha pasado con los adolescentes de 30 años a la fecha? ¿Existen diferencias significativas en el motivo de consulta de los adolescentes de los años 80 y los adolescentes de ahora? ¿Cuáles eran y ahora cuáles son las características clínicas de los adolescentes?

Me fui a buscar en mis archivos 30 años atrás, de qué se quejaban los adolescentes para compararlos de qué se quejan ahora, qué les duele, qué les dolía. ¿Es diferente lo que buscaban y por lo que venían a tratamiento antes y lo que buscan y por lo que vienen a tra-tamiento ahora? Basada exclusivamente en la población adolescente que he tenido la opor-tunidad de tratar (tanto en la consulta privada como en la clínica de la Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupos a la cual pertenezco), entendí que los adolescentes de los años 80 y los de hoy llegan a la consulta buscando respuestas, tienen muchas preguntas y quieren respuestas.

La adolescencia es una pregunta constante. Cuando me piden que hable de adolescencia, de mi trabajo con adolescentes, me están pidiendo respuestas. Y trabajar con adolescentes es no tener respuestas. Al acompañarlos lo que hay que hacer es contener, sostener. No hay ver-dades absolutas, como terapeuta de adolescentes no puedo colocarles mis respuestas a ellos, solamente les acompaño a descubrir sus propias respuestas.

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Y así rastreando los motivos de consulta, encuentro que de la década de los 80 a la fecha los motivos de consulta no han cambiado. Lo que ha sucedido es que han aumentado, es decir, a los que ya existían se suman otros y además se potencializan. Otro dato encontrado es que en los 80 eran los padres los que llevaban a sus hijos y de hecho se quejaban de ellos; esto va cambiando de tal manera que unos años después son los chicos los que solicitan tratamiento con dos modalidades o directamente para ellos o con la intención de que sean sus padres los que se queden en la consulta; hasta llegar a la época presente en que son los adolescentes los que llegan por su propio pie y decisión y muchos no admiten la presencia de sus padres en el consultorio. Casos aislados también se han dado en que el adolescente va a la primera consulta durante la cual se las ingenia para sacar una consulta para el padre o la madre y ellos ya no regresan.

Con respecto a las características clínicas comunes predominantes, en los años 80 se referían a depresión, rebeldía, conductas de aislamiento, bajo rendimiento escolar, agresión, enojo, pro-blemas en la relación con los padres, conductas antisociales como robo, maltrato a los animales. En los años 90 a los reportes de los 80 se suman: sexualidad precoz, embarazos, fuga de casa, problemas para relacionarse, agresividad, reporte de padres agresivos, trastornos alimenticios (sólo en mujeres), abandono escolar, rechazo social, consumo de alcohol, tabaco, portación de armas blancas y de fuego, mentiras, violencia, somatizaciones, autolesiones, trastorno de déficit de atención, depresión, ideas de muerte; pensamientos, ideas y actos suicidas; inseguridad, timi-dez, sentido de no pertenencia, impulsividad, ansiedad, intolerancia, trastornos obsesivos, abusos sexuales, ideas y pensamientos catastróficos, enojo, culpa, abandono, descuido, problemas para relacionarse, aislamiento, adicción a la web. En esa década fue más común el reporte de suicidio de alguno de los padres o hermanos y reporte de violencia en el ámbito social, escolar, familiar y vínculos amorosos.

En la década de 2000, encontramos todo lo anterior más: reto a las figuras de autoridad, abortos, promiscuidad, homosexualidad, bisexualidad, abusos sexuales, dificultades para rela-cionarse con la familia; frecuentes movimientos y cambios de domicilio, escuela, estado, país; aumento de los trastornos alimenticios en hombres y mujeres; aislamiento y adicción a la web, redes sociales, celulares; búsqueda de adultos para relacionarse, víctimas de bulling, cambios de escuela escolarizada a escolaridad abierta, consumo de sustancias, continúan las somatizacio-nes, trastornos obsesivos, autolesiones, TDA. Aumento en el aislamiento, amenazas de suicidio, crisis de ansiedad, sobreprotección, agresión, indolencia, plantean dificultades para “crecer”, ser “adulto”, duelos no resueltos, pérdida del “deseo”, confusión de identidad, de elección vocacional, tristeza, pesimismo, labilidad emocional, deseos de morirse, desesperanza, depresiones severas, sensaciones de desamparo. Sentimientos de vacío, desesperanza, desesperación, desilusión. Como decía un amigo “a nosotros nos ha tocado desilusionarnos y a las nuevas generaciones les ha tocado no tener ilusiones”.

Otras características clínicas de la última década son: incomodidad con lo que pasa, preocupaciones, preocupaciones del futuro, si hay futuro o no hay futuro. Tenía un maestro muy querido que decía: Antes cuando los niños estaban en el vientre de la madre, ya para nacer se asustaban y decían, naceré o no naceré, estaré completo o no, estaré sano o no estaré sano. Y así pasado el tiempo los bebés se preguntaban: Estarán mis padres juntos o separados cuando yo nazca. Y en estos tiempos se preguntan: Cuando yo nazca, habrá mundo o no habrá mundo.

Por lo anotado en párrafos anteriores podemos pensar que han aumentado los conflictos del adolescente consigo mismo, conflictos narcisistas. Que tal vez no se trata de una depresión franca, sino una especie de morosidad, dudas, inquietud en cuanto a los medios con que cuenta para hacer lo que quiere y cree que la vida le exige. Tanto la depresión que presentan los ado-lescentes como la culpa y el deseo suicida que presentan los adolescentes son manifestaciones inconscientes que se evitan a través de conductas psicopáticas como por ejemplo autoagresio-

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nes, conductas antisociales, somatizaciones, déficit escolar, adicciones, entre otras. De este modo, los adolescentes viven en una necesidad de destrucción por no decir de autodestrucción, revelándose contra una sociedad que no hace lo que dice se debe hacer y en la que no ve más que una ambigüedad hipócrita.

En los 90 existía una demanda de perfeccionismo que producía rasgos obsesivos, exigencia, control, rigidez, inseguridad, agresión. Agresividad como defensa, lo que le permite la apariencia de que es fuerte, grande y poderoso.

El movimiento, la inconstancia, la falta de referentes o la gran movilidad de éstos y los valores no permite la estructuración de un yo, ni la consolidación de la personalidad, por lo tanto hay un vacío, esto afecta sobre todo a los adolescentes.

Aunado a esto, los medios de comunicación favorecen que no se requiera el vínculo cara a cara, corporal. El intermediario es la red social donde conseguimos sensaciones de gloria, erotismo, éxito, no hay contacto visual, táctil, olfativo para lograr la satisfacción. No se trata de satanizar los medios. Sólo hay que estar atentos a que estas tecnologías no dejen de ser un medio para convertirse en un fin.

En los últimos años vemos generaciones sin opción y “sin deseo”. Una generación con opciones “ve su deseo” Una generación con deseos prioriza el “ser” primero que el “deber” y el “hacer”. En estas generaciones parece complicado encontrar cómo integrar el poseer y el desear con el hacer.

Y con todo esto que traen encima los adolescentes, al verlos yo me pregunto: ¿Dónde está en este chico o chica la creatividad?, ¿dónde está el genio?, ¿dónde está la vida? Porque si decimos que ellos son movimiento constante, ¿hacia dónde van?

Volvemos a la incertidumbre porque hay que enfrentar la incertidumbre para poder encontrar una posibilidad, para poder encontrar un camino. Para mí es muy doloroso cuando trabajo con adolescentes que viven en la incertidumbre. En una de estas ocasiones, trabajando con algunas técnicas de psicodrama, un adolescente se describe todo de negro con un velo que le cubre parte de la cara parado justo en un camino bifurcado, él se ve clavado en esa bifurcación y no puede moverse; pregunto cuántos caminos hay, si sabe a dónde llevan; dice que todos son oscuros y que mejor no se mueve, no sabe para dónde ir, no sabe qué quiere. Ya en la elaboración, lo que sabe es que no quiere seguir la vida de sus padres, no quiere seguir la vida que los padres tienen programada para él, tampoco quiere lo que la sociedad le exige que sea, un profesionista exitoso -cualquier cosa que esto signifique para cada quien-, tampoco quiere eso, no sabe qué quiere, pero sí sabe que no quiere esto. Esa es la parálisis. Eso es con lo que hay que luchar, lo que hay que romper. Para eso contamos con la posibilidad de movimiento de los jóvenes, con su fuerza, con su esperanza. Viven incertidumbre porque no saben hacia dónde van, porque no saben qué rol jugar, porque muchos de ellos viven una profunda soledad, con padres juntos o no, porque la lucha por la vida es dura y la descomposición social es grande. Otro joven me de-cía: “A la generación de mis padres les tocó pelear por causas en las que creían, les tocó hacer movimientos grandes que ahora nosotros tenemos, disfrutamos o sufrimos; pero a nosotros, los hijos, nos dejaron la mesa puesta, somos una generación a la espera, a la espera de qué, que-remos tener todas las comodidades que ellos nos dieron pero no aprendimos a luchar por nada, no sabemos pelear, queremos todo, sin poner nada y eso nos deja también muy desamparados.”

Los adolescentes quieren traer a sus padres a la terapia porque no los entienden, ellos, los adolescentes dicen no entender a sus padres. Como vemos, pasamos de los padres que ya no sabían qué hacer con sus hijos, a los adolescentes que ya no saben qué hacer con sus padres. Yo sigo pensando que tienen su tiempo y que, sobre todo, son jóvenes de su tiempo. Ahora vemos cómo se pueden organizar a través del twiter y del facebook, su tiempo es otro. Ellos viven una experiencia cultural distinta, que incluye nuevas maneras de percibir, de sentir, de escuchar y de ver. Los centros comerciales, los cafés, la televisión, la música, las nuevas tecnologías modifican la percepción que ellos tienen de la realidad, por lo tanto, modifican su modo de concebir el mundo. Son los ‘Bárbaros’ como los describe Alessandro Barico en su libro La invasión de los bárbaros.

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Las sociedades se transforman y nosotros no podemos más que intentar explicar y contextua-lizar nuestra clínica de acuerdo con sus modificaciones. ¿Estamos preparados para enfrentarnos con las grandes patologías de la época?, ¿conocemos los nuevos síndromes y realidades de los adolescentes?

1. Bulling infantil. Es una agresión que tiene que ser repetida en el tiempo, entre dos perso-nas, una con más poder que la otra, sea física, psicológica o de cualquier otro tipo.

2. Acoso escolar.3. Adicción a internet. Principales consecuencias de la adicción: Ansiedad o tristeza, pérdi-

da de sueño, menor rendimiento escolar, negativa a realizar otras actividades, tendencia al aislamiento. Se presenta sobre todo en familias desestructuradas, con dificultades para las habilidades sociales o que sufren algún problema de control de impulsos.

4. Síndrome Hikikomori. Es un cuadro con varios ingredientes: No saber manejar la propia sexualidad, no saber cómo desenvolverse en el mundo, miedo a la violencia social, fuerte influencia de los medios de comunicación y excesiva conexión a la red.

5. Uso del celular asociado con problemas escolares.6. Cyberbulling. Víctimas de grabaciones, fotografías, mensajes u otras formas de acoso con

nuevas tecnologías.7. Autolesiones. Esta idea se difunde en blogs, canciones y en las escuelas. En Estados

Unidos uno de cada seis niños lo practican. Se autolesionan para lidiar con la depresión y la ansiedad. Presentan generalmente una acumulación abrumadora de emociones negativas como frustración, ansiedad o soledad.

8. Síndrome del emperador. El elemento esencial es la ausencia de conciencia. Son niños que genéticamente tienen mayor dificultad para percibir las emociones morales, para sentir empatía, compasión o responsabilidad y como consecuencia tienen problemas para sentir culpa.

Como terapeutas no podemos perder de vista la perspectiva del desarrollo en la que se en-cuentran los adolescentes. Contamos con la posibilidad de conceder a los adolescentes en crisis una posibilidad de escucha y un espacio interpersonal que los ayude a salir de los callejones sin salida en los que ha quedado bloqueado su crecimiento.

Algunos de los terapeutas de adolescentes pertenecemos a la generación ubicada en la segunda fase del consumo del capitalismo moderno, que nace alrededor de 1950, clasificada por Lipovetsky (2008) como la era de Narciso amante del placer y las libertades. Este autor plantea que a partir de los años 80 se inicia la era de lo “híper”, tercera fase del consumo capitalista, el hipernarcisismo. En esta generación, se encuentra otra buena parte de los actuales terapeutas de adolescentes. Esta era está marcada por la paradoja: Predomina un Narciso maduro que no deja de invadir los dominios de la infancia y la adolescencia y se niega a asumir la edad adulta. Cuanto más progresan los comportamientos responsables, más irresponsabilidad hay. Los individuos hipermodernos están a la vez más informados y más desestructurados, son más adultos y más inestables, están menos ideologizados y son más deudores de las modas, son más abiertos y más influenciables, más críticos y más superficiales, más escépticos y menos profundos.

Los adolescentes inmersos en estas paradojas representan un reto en nuestros con-sultorios. Unos son inamovibles de sus posturas rígidas, sus exigencias, su control y su descalificación a todo lo que no represente sus valores y sus retos. Otros también con sus posturas rígidas, su control y descalificación porque no entendemos su punto de vista y su forma de ver la vida. Los primeros sienten que el mundo los está esperando y se lo quieren comer de un bocado; los segundos no encuentran un lugar en el mundo, no le piden nada como tampoco ofrecen mucho.

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La pregunta que vendría aquí tal vez sería: ¿Cómo nos afecta esto a los terapeutas de ado-lescentes que venimos literalmente del siglo pasado? ¿Nos asustamos porque los adolescentes ya no quieran trabajar con nosotros porque representamos lo pasado, la caduco, la enfermedad, la vejez y la muerte, de lo que no quieren saber?

Antes se criticaba todo lo que fuera adolescente. Desde que el consumismo descubrió el enorme capital que estaba perdiendo, ahora todo es en función del adolescente, de la juventud. Ahora hay toda una cultura adolescente, donde lo mejor es permanecer eternamente adolescente. Y los pacientes llegan pidiendo al analista juventud, belleza, madurez, seguridad, confiabilidad… ¿Dónde queda entonces nuestra labor de trabajar con las fantasías, las ansiedades, las proyec-ciones, las identificaciones?, ¿dónde colocamos los miedos, la trasferencia?, ¿cómo podemos entender las resistencias?

Jessica Benjamin propone que para que el niño reciba el reconocimiento de la madre que garantice su autonomía, ella debe ser vista como un sujeto independiente de éste. ¿Cómo pasamos esto a la situación del terapeuta adolescente? Para que el adolescente crea en el terapeuta necesita asegurarse de que el interés en él es genuino, desinteresado, en cuanto a que tenga ya un proyecto para él, necesita confiar, aspecto que constantemente pone a prueba; es imprescindible que aquél lo pueda ver como un ser independiente que le garantice su autonomía.

Los jóvenes de hoy se rigen por el “todo vale” y mantienen conductas de riesgo, quieren experimentarlo todo, todo está permitido. Y no conocemos adultos que se rigen por este mismo lema del “todo vale”. ¿Cómo ven los adolescentes a estos adultos cuando son sus terapeutas? ¿Qué es ser terapeuta de la adolescencia? Si me digo terapeuta de adolescentes, ¿he tenido la capacidad de dar contención y tolerancia a la incertidumbre?Tanto en ellos como en mí, dar espacio al transcurrir, dar espacio al movimiento, adolescencia es movimiento? Ser terapeuta de adolescentes es también estar al día permanentemente en cuanto a circunstancias sociales y referentes externos y familiares, para facilitar el transcurrir, para sostener, para contener.

Si bien estructuralmente podemos decir que los adolescentes son más o menos iguales ahora que antes, la producción manifiesta de sus actitudes, gustos, elecciones han variado. La adolescencia es una pregunta constante, es una interrelación constante. Más que dar respuestas se trata de poder construir preguntas. Quien no tiene la capacidad de tolerar la incertidumbre, la ansiedad, la oposición, y de todo lo que la incertidumbre puede provocar, quien no puede soportar ésta y contener, ¿puede ser terapeuta de adolescentes?

Algunos piensan que para tratar la adolescencia, tienes que comportarte como adolescente, ser el amigo, el cuate. Eso no sostiene. Justamente el problema es la ansiedad y la incertidumbre a todos los niveles y que puedas entender esto en él y en ti, es lo que te permite ayudar al ado-lescente a buscar respuestas. Una conferencia sobre adolescencias puede estar transmitiendo la misma ansiedad que provoca el adolescente. No hay respuestas.

Termino esta presentación destacando algunos puntos importantes a considerar en relación con el trabajo del terapeuta de adolescentes.

• Tener siempre presente que las condiciones socioculturales han cambiado para los adoles-centes actuales en referencia con los padres y los abuelos. Estos padres les temían a sus padres y actualmente en muchas situaciones, son los padres quienes les temen a los ado-lescentes.

• Estos adolescentes y sus padres funcionan bajo diferentes paradigmas: En la educación, en las normas morales, en los valores, entre otros.

• Es importante no perder de vista qué tan condicionados estamos por las exigencias sociales y bajo qué mirada abordamos al adolescente.

• Para trabajar con jóvenes ¿se necesita ser joven? O tal vez sólo dependerá de si te conside-ras un terapeuta joven o un joven terapeuta.

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Si tan difícil es para el adolescente vislumbrar un futuro, como para sus padres el conducir a estos adolescentes hacia un proyecto, ¿cómo es para el terapeuta el trabajo con ambos si éste se encuentra dentro de los mismos paradigmas?

Y ante todo este panorama planteado, yo ¿por qué continúo trabajando con los adolescentes? Porque me maravilla su fuerza para no rendirse; su locura y voluntad para enfrentar la vida o

en su caso la muerte; su deseo por encontrarle sentido a su vida; su empecinamiento para “ser”, para “encontrarse” sin, con y a pesar de su entorno, del mundo en el que les ha tocado vivir, de la familia a la que pertenecen, de sus fortalezas y sus fragilidades.

Porque me invitan, como en su momento el genio de Freud nos invitó, a pensar y observar esas pequeñas grandes cosas que conforman nuestra vida y la de los otros, la del otro, ese ado-lescente que tenemos enfrente, y a quien escuchamos, sentimos, vivimos y vibramos junto a él.

Porque me enseñan a buscar dentro de mí, a volver a mí misma sin perder el contacto con ese otro que sufre, que se desvela frente a mí.

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Índice de materias A págs.

Adaptación a la cultura, 49Adolescente como grupo social emergente, 51Adolescente postmoderno, 68, 240Agradecimientos, 15Alerta en el ámbito escolar, 196Ámbito juvenil, 99,120Ámbito urbano-rural, 34Antropología y culturas juveniles, 145

B

Ballesteros del Olmo, Julio César, 12Botellón electrónico, 193

C

Cambian los tiempos pero no la juventud, 189Caminando con adolescentes, 236Chavos banda, 145,150,157Coartada nocturna, 191Colaboradores, 7Cómo negociar salidas, 200Conducta problemática y medio, 232Conductas infractoras, 224Contenido, 13Contexto general, 100Culto a la belleza, 240Culto al presente, 238Cultura ambiental, 47Cultura apropiada, 43Cultura autónoma, 43Cultura enajenada, 43Cultura impuesta, 43Cultura juvenil, 53Cultura y juventud, 40

D

De la rebeldía a la subversión, 104De la subversión a la interpretación, 108Década pérdida, 111,114Dedicatoria especial, 15Desigualdad social extrema, 229

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Desorientación por escepticismo, 238Diálogo que no falte, 199Dimensiones de vida, 221Dinámica de la ocupación, 218Dinámica demográfica, 21Distribución de jóvenes según tamaño de población y sexo, 21, 23Distribución de jóvenes, 23Distribución de población de 10-29 años, 24Drogas no se consumen solas, 197Duelo por cuerpo perdido, 239Duelo por identidad infantil, 239Duelo por los padres, 239

E

Efebos, 68, 79Emergencia del actor juvenil, 103Emotional core, 56Encuesta Nacional de Juventud, 33, 217Enfoques clásicos del fenómeno juvenil, 123Estereotipo sobre menor infractor, 227Eternamente joven, 236, 246

F

Familia y escuela, 195Fenómeno menor infractor, 228Fin de las utopías, 111

G

Generación beat, 161Globalización e impacto, 203Globalización y educación, 212Globalización y políticas para jóvenes, 206Globalización y procesos de formación, 213

I

Identidad juvenil, 233Identidad y rock n´roll, 182Índice de masculinidad, 26, 27Índice de materias, 249Inercia demográfica, 23Inicio en la cultura, 40Instituciones de educación superior y valores, 130Instituciones de servicio para comunitarias, 231

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J

Jóvenes en el sismo del 85, 117Jóvenes infractores, 223Jóvenes que no asisten a la escuela, 33Jóvenes según situación conyugal, 37Jóvenes y escolaridad, 31, 33, 230Jóvenes y familia, 221Jóvenes y trabajo, 31Juventud en el antiguo régimen, 83Juventud en el México indígena, 77Juventud en el México postrevolucionario, 93Juventud en la Europa rural, 85Juventud en la Grecia clásica, 79Juventud en la guerra, 90Juventud en la Roma antigua, 80Juventud en la sociedad industrial, 88Juventud en la sociedad postindustrial, 91Juventud en la transición al capitalismo, 86Juventud en México campesino, 86Juventud en México prehispánico, 88Juventud en sociedades agricultoras, 75Juventud en sociedades campesinas, 83Juventud en sociedades cazadoras, 70Juventud en sociedades estatales, 79Juventud en sociedades horticultoras, 71Juventud en sociedades pastoras, 73Juventud en sociedades primitivas, 70Juventud universal, 68

L

La familia, 48La realidad juvenil, 21, 223Liberación y transgresión, 168

M

Marginalidad, 229Medios masivos y cultura, 230Migración de los jóvenes, 28Mozos, 68, 83Muchachos, 68

N

Nacimientos por edad de la madre, 38Negocio propio, 219NINIS, 217

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Normas para prevenir conductas. 200Nuevos modelos de identidad, 128

O

Ocupación de acuerdo a sexo, 218

P

Parentesco, 48Perfil del adolescente de alto riesgo, 194Perspectiva histórica, 101Población de 10-29 años, 24Población joven con empleo formal, 31Población ocupada según nivel de ingreso, 28Presentación, 18Prevención vs control social, 230Problemática cultural, 99Prólogo, 9Propuestas para ocio, 199Protagonistas de la década pérdida, 114Puros chavos banda, 150

Q

Qué es la juventud, 100¿Qué les queda a los jóvenes?, 17

R

Realidad juvenil desde demografía, 21Realidades y mitos sobre el alcohol, 192Rebeldes sin causa, 103Reconformación del actor juvenil, 120Relaciones intergeneracionales en occidente, 159Relectura integral del fenómeno juvenil, 125Resignificación teórica y social, 99Responsabilidades sociofamiliares, 194Rondan tribus urbanas, 148Ruptura generacional creadora, 127

S

Salir de noche y dormir de día, 189Ser joven hoy, 209Situación de pobreza, 29

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T

Tasa de desocupación por grupos de edad, 35Término cultura, 40Tribus urbanas vs chavos banda, 145Tribus urbanas, 145Trucos para beber menos, 196

U

Underground church, 58Unidad familiar, 232Unión consensual, 164Utilidad de la cultura, 80

V

Valores actuales, 190Vidas de Punk, 153

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