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120 - La Puerta FBA La crítica de arte hoy: del mundo del arte como sociedad civil a la república de las artes Vilar Gerard En torno a ninguna interpretación del presente hay hoy un consenso más uni- versal que acerca de la afirmación de que, por lo que hace al arte, vivimos en una época radicalmente pluralista en la que cualquier cosa puede ser una obra de arte, en la que ningún estilo o movi- miento tiene especial autoridad o reco- nocimiento y en el que ya no dispone- mos de ninguna narración que nos des- criba hacia dónde va el arte. Campeón teórico de esta visión es el filósofo y crí- tico de arte A.C. Danto que entiende su tarea de crítico de un modo radicalmen- te distinto a como han entendido y prac- ticado la crítica de arte los grandes críti- cos americanos desde Clement Greenberg y Harold Rosenberg a Michael Fried y Rosalind Krauss, siempre compro- metidos con una visión teórica de lo que el arte es y debe ser. Danto ha sido cali- ficado de “crítico ejemplar para una era pluralista,” 1 y no seré yo quien rebata esta generosa estimación de su obra ni menos aún quien cuestione la corrección de la descripción del presente como pluralista, postmoderno y posthistórico. Una tesis central de la crítica de Danto es que estamos en una época de “pro- fundo pluralismo”, una época en la que ya no podemos ampararnos en una úni- ca narración del sentido de la historia del arte y de su unidad. Anything goes ha sido y es la divisa que marca los últimos veinticinco años, una divisa a un tiempo descriptiva y normativa: de hecho todo vale y todo está permitido. Sin embargo, creo que hay una notable distancia en- tre lo que esta divisa afirma y la realidad del mundo del arte. Anything goes es una afirmación de relativismo radical: todo está permitido y una cosa vale tanto como cualquier otra. Es más, no sólo cual- quier cosa puede ser una obra de arte y todo vale y todo está permitido, sino que además, como dijera Joseph Beuys, jeder Mensch ist ein Künstler, todos somos ar- tistas. Esto es, el ser artista ya no podría entenderse como una elección de los Dioses o de la Naturaleza que ha dotado de un talento especial a unos pocos se- res privilegiados, sino como una capaci- dad o rasgo de cualquier ser humano. Cualquier ciudadano puede ejercer esa capacidad y tiene derecho a presentar- se ante el resto de la ciudadanía como artista, al menos en términos de iguales derechos. Nadie decide quién es un ar- tista, todos lo somos. Otra cosa es quién decide quién es un buen artista. La ciu- 1 G. Horowitz y T. Kuhn en el prólogo a la selección de críticas de Danto, The Wake of Art, Nueva York: G+B Arts, 1998, p. 6.

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La crítica de arte hoy:del mundo del arte como sociedad civil ala república de las artes

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En torno a ninguna interpretación delpresente hay hoy un consenso más uni-versal que acerca de la afirmación deque, por lo que hace al arte, vivimos enuna época radicalmente pluralista en laque cualquier cosa puede ser una obrade arte, en la que ningún estilo o movi-miento tiene especial autoridad o reco-nocimiento y en el que ya no dispone-mos de ninguna narración que nos des-criba hacia dónde va el arte. Campeónteórico de esta visión es el filósofo y crí-tico de arte A.C. Danto que entiende sutarea de crítico de un modo radicalmen-te distinto a como han entendido y prac-ticado la crítica de arte los grandes críti-cos americanos desde ClementGreenberg y Harold Rosenberg a MichaelFried y Rosalind Krauss, siempre compro-metidos con una visión teórica de lo queel arte es y debe ser. Danto ha sido cali-ficado de “crítico ejemplar para una erapluralista,” 1 y no seré yo quien rebataesta generosa estimación de su obra nimenos aún quien cuestione la correcciónde la descripción del presente comopluralista, postmoderno y posthistórico.Una tesis central de la crítica de Dantoes que estamos en una época de “pro-fundo pluralismo”, una época en la que

ya no podemos ampararnos en una úni-ca narración del sentido de la historia delarte y de su unidad. Anything goes hasido y es la divisa que marca los últimosveinticinco años, una divisa a un tiempodescriptiva y normativa: de hecho todovale y todo está permitido. Sin embargo,creo que hay una notable distancia en-tre lo que esta divisa afirma y la realidaddel mundo del arte. Anything goes es unaafirmación de relativismo radical: todoestá permitido y una cosa vale tantocomo cualquier otra. Es más, no sólo cual-quier cosa puede ser una obra de arte ytodo vale y todo está permitido, sino queademás, como dijera Joseph Beuys, jederMensch ist ein Künstler, todos somos ar-tistas. Esto es, el ser artista ya no podríaentenderse como una elección de losDioses o de la Naturaleza que ha dotadode un talento especial a unos pocos se-res privilegiados, sino como una capaci-dad o rasgo de cualquier ser humano.Cualquier ciudadano puede ejercer esacapacidad y tiene derecho a presentar-se ante el resto de la ciudadanía comoartista, al menos en términos de igualesderechos. Nadie decide quién es un ar-tista, todos lo somos. Otra cosa es quiéndecide quién es un buen artista. La ciu-

1 G. Horowitz y T. Kuhn en el prólogo a la selección de críticas de Danto, The Wake of Art, Nueva York: G+B Arts, 1998, p. 6.

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GERARD VILAR

Catedrático en Estética y Teoríade las Artes en la UniversidadAutónoma de Barcelona.Realizó estudios de Filosofía enBarcelona, Frankfurt yConstanza. Dictó clases comoprofesor invitado en facultadese instituciones de España,México, Alemania y EstadosUnidos.Es miembro del Consejo de

Redacción de la revista Isegoríadesde 1995 y Director de la SerieFilosófica de la Colección IdeaUniversitaria de la editorial IdeaBooks, de Barcelona.Autor de numerosos libros, entreellos: Raó i marxisme. Materialsper a una història delracionalisme; Individualisme,ètica i política; La razóninsatisfecha; El desordenestético.

dadanía es siempre el criterio del pre-sente, la ciudadanía, claro es, en tantomercado orientado por la publicidad y losmedia que decide consumir el arte, la li-teratura o la música de unos y no la deotros. Así, la cuarta gran divisa contem-poránea es la de que everyone is a critic.La crítica ya no es tampoco el productode la división del trabajo, la labor espe-cializada de alguien que se dedica amediar, orientar y juzgar según baremosy criterios de calidad y excelencia quesólo el ojo experto puede contemplar.Hoy, el juicio del crítico vale tanto comoel de un ciudadano cualquiera puestoque tiene el mismo derecho a opinar, ytiene el mismo derecho a opinar porqueya no existen esos criterios de excelen-cia a los que la crítica pueda apelar, niexiste un sentido de la historia al queremitirse ni un orden estético o artísticoen el que apoyarse. En medio del desor-den estético, el ciudadano es libre de juz-gar y su gusto es el rey.

Ésta es, creo, la opinión generalizadade cualquiera que se aproxime desdefuera al mundo del arte contemporáneo:

el relativismo impera por doquier y, enel mejor de los casos, el dinero y el po-der, como en todas partes en el nuevocapitalismo, controlan y deciden en últi-ma instancia. No es extraño que, anteeste diagnóstico de craso desorden es-tético y a partir del desasosiego que creaeste estado de pluralismo radical y deperfecto relativismo, hayan tomado nue-vas alas los discursos sobre el fin o lamuerte del arte, discursos que, con o sintintes jeremíacos, reproducen de nuevoel problema conceptual estructural y en-démico del arte en la modernidad.2

Mi posición al respecto es bastantemenos negativa y escatológica. Sin ne-gar la profundidad de los cambios a losque estamos sometidos, creo que enmedio de este desorden estético hay unlugar para la razón. La tesis que defien-do es que la crítica de arte es más nece-saria que nunca –y ello coincide con elhecho de que hay más críticos de arte porkilómetro cuadrado que en cualquier otromomento del pasado–, pero que inevi-tablemente ha de cambiar, y de hechoestá cambiando, su concepto. Así, pues,entiendo que hay muy buenas razonespara defender la imprescindible tarea dela crítica en la presente situación de des-orden estético.

Uno de los ropajes que en los últimostiempos adopta el renovado tópico del“fin del arte” es el de los discursos sobre“el fin del mundo del arte”.3 Dichos dis-cursos parten de un cierto diagnósticocomún acerca de que la posmodernidad,ese “delta” del caudaloso río del moder-nismo que se abrió en multitud de bra-zos como un Nilo cultural del presente,ha terminado en una especie de mardesordenado o en una atmósfera gaseo-sa, en una fiesta enloquecida de las apa-riencias y las vanidades donde triunfa laexperiencia estética y el arte se ha vapo-rizado. El arte habría cambiado radical-mente de concepto y con él lo que se de-

2 Véase mi libro Arte sin fin. Una filosofía del arte, Barcelona, Herder, (2005, en prensa).3 Por ejemplo, Robert C. Morgan: The End of The Art World, Nueva York, Allworth, 1998. Me consta que existe una traduccióncastellana de este volumen editada por el Centro Cultural Rojas de la Universidad de Buenos Aires. De Morgan se ha traducidoal castellano su libro Del arte a la idea. Ensayos sobre el arte conceptual , Madrid, Akal, 2003.

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nominaba el “mundo del arte”, esto es,el conjunto de las instituciones y prácti-cas sociales que existirían en torno al artey los artistas: galerías y marchantes, co-leccionistas, público, museos y fundacio-nes, comisarios de exposiciones, direc-tores generales de las artes, revistas yotros medios de comunicación, etcéte-ra. Entre los elementos fundamentalesdel mundo del arte habrían estado des-de mediados del siglo XVIII, pero muy es-pecialmente en el mundo del arte quecaracterizó al arte moderno, la crítica dearte, tanto en el sentido estricto de lapráctica de los críticos de arte tales comoClement Greenberg, Harold Rosenberg oRobert Hughes cuanto en el sentido am-plio que incluye a teóricos, historiadoresy filósofos del arte como WalterBenjamin, Rosalind Krauss o GillesDeleuze. Con independencia del concep-to de crítica que tenga cada cual, hastatiempos recientes había un notable con-senso en creer que la crítica era algo fun-damental en el concierto y desarrollo delarte moderno y del arte que le siguieraen los ochenta, hasta el punto de que haymovimientos y momentos artísticos queno pueden entenderse sin la existenciade un nombre, como ocurre en el casodel expresionismo abstracto y ClementGreenberg o de la transvanguardia ita-liana y Achille Bonito Oliva.

Vamos a introducir una analogía ometáfora para entender las nuevas con-diciones en las que se desenvuelve elmundo del arte a comienzos del siglo XXI.Se trata de la vieja metáfora de la repú-blica ya empleada hace siglos para ca-racterizar el mundo del arte y la literatu-ra y actualizada más recientemente porel filósofo británico T.J. Diffey.4 Sin em-bargo, el empleo de dicha metáfora has-ta el presente me parece fallida. El mun-do del arte, como el de la literatura o elde la música, más que una república hasido hasta muy recientemente una so-ciedad civil sometida a diferentes regí-

menes políticos: el antiguo régimen enla era preburguesa y en gran parte delsiglo XIX, dictaduras varias a lo largo delsiglo XX y sólo localmente y por brevesperiodos ha conocido regímenes demo-cráticos. Ello se ha debido tanto a las re-laciones de poder tradicionales, funda-das en diferencias de clase a vecesabismales, como en las diferentes ideo-logías que, trenzadas de modos varioscon dichas relaciones de poder, han azo-tado la cultura occidental desde las re-voluciones americana y francesa. Así, nien las épocas del realismo, o delimpresionismo y menos aún de las van-guardias, puede entenderse el mundodel arte como una república, sino comouna sociedad civil sometida al dictado ylos imperativos de algún estilo artísticodominante que representaba el auténti-co progreso y la dirección correcta en laevolución del arte. Incluso, uno de losmomentos más dictatoriales de las van-guardias es el del triunfo de la pinturaamericana tras la II Guerra Mundial bajola égida del emperador ClementGreenberg. Como sabemos, todo elloempezó a cambiar en los años sesenta ysetenta, y con la postmodernidad artís-tica acaba instaurándose el celebradopluralismo en el que vive hoy el mundodel arte, ese pluralismo relativo en el quecualquier cosa puede ser una obra dearte, en el que todo vale, en el que todossomos artistas y en el que cualquiera esun crítico de arte, y en el que el mundodel arte ha visto difuminarse sus fronte-ras, pero sin que hasta ahora ni éste hayadesaparecido como un mundo de razo-nes institucionalizado ni el arte haya lle-gado a su fin. Es precisamente en estasnuevas condiciones históricas de exis-tencia del arte y del mundo del arte cuan-do es realmente posible recurrir con fun-damento a la metáfora de la república.La república es un régimen en el que lasociedad política se entiende como unasociedad de individuos libres e iguales,libre de relaciones de dominación. Es

4 T.J. Diffey, “The Republic of Art”, The British Journal of Aesthetics, 9 (1969), pp. 145-156; reimpreso en su libro The Republic ofArt and Other Essays, Nueva York: Peter Lang, 1991.

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ahora cuando cualquier ciudadano es li-bre de juzgar cualquier obra de arte, ode crearla, y ningún estilo tiene patentede corso para considerar a los demás su-perados o pasados y afirmarse, por ende,como superior y más avanzado en la lí-nea correcta. En una metáfora políticahay que reconocer que durante los últi-mos siglos no habíamos alcanzado todosla plena condición de ciudadanos, sinoque éramos súbditos de distintos regí-menes monárquicos y dictatoriales. Peroahora podemos pensarnos como ciuda-danos, y considerar que nuestro voto in-dividual vale en principio tanto comocualquier otro.

Naturalmente, esto es una metáforaque pretende hacer ver un cambio en lanaturaleza de los hechos, pero no es unadescripción sociológica de la realidad. Larealidad empírica seguramente jamás seacercará mucho a la idea de la metáfo-ra, entre otras cosas porque aunque enprincipio todos los ciudadanos de la so-ciedad política lo pueden ser tambiéndel mundo del arte, la proporción de losque de facto participan en la vida delmundo del arte será siempre muy infe-rior a los que participan de la vida políti-ca. No me puedo imaginar un mundo enel que el arte tenga tantos seguidorescomo el fútbol. En la república del artesigue habiendo clases y relaciones depoder, igual que las hay en cualquier de-mocracia, en cualquier república real.Pero, del mismo modo que podemos en-tender normativamente la realidad po-lítica de muchos estados como sistemasdemocráticos y estados republicanos apesar de todos los defectos y denunciasque puedan hacerse acerca de su reali-dad empírica, igualmente creo que po-demos entender estéticamente la reali-dad de los mundos del arte de hoy a pe-sar de sus evidentes defectos y déficitscomo sistemas republicanos. En un sis-tema republicano los individuos persi-guen no ser dominados por alguien, seagrupan en partidos y mediante razonesde toda suerte denuncian, enuncian, cri-tican e intentan persuadir a sus conciu-dadanos para que vean las cosas como

ellos y se adhieran a sus puntos de vista.Nada de esto tiene que ver con diálogosseráficos ni con consensos últimos y fi-nales. La democracia es un sistema quesustituye la violencia por un sistema dereglas que sólo pueden modificarse si-guiendo los mecanismos establecidospor las reglas mismas y que se transfor-ma porque está en un perpetuo procesode aprendizaje en relación con los cam-bios sociales, económicos y culturales.Bajo la apariencia del desorden estéticoque impera en el mundo del artepluralista del presente se ocultan proce-sos análogos, al menos hasta cierto pun-to, a los que podemos encontrar en la vidapolítica y que permiten validar la pro-puesta de entender adecuadamente elmundo del arte contemporáneo comouna república. Todos estos procesos son,en algún sentido, procesos de democra-tización que han afectado al mundo delarte en los últimos cincuenta años y quelo han llevado del estado de sociedad ci-vil al estado de república. Esquemática-mente, los principales de ellos son: lademocratización del público, la demo-cratización del artista y la democratiza-ción de los valores artísticos con la consi-guiente extensión y multiplicación de lasinstituciones del mundo del arte.

La democratización del público tienesus raíces en la universalización de laeducación, en el aumento del tiempo deocio y la extensión de las formas de con-sumo cultural como forma de industria-lización de dicho tiempo. El proyecto ilus-trado de crear una sociedad de ciudada-nos por medio de la educación ha sidorealizado con un resultado que cierta-mente no suscita entusiasmos. Ya no hayanalfabetos, el número de titulados su-periores no deja de crecer para acercar-se, al menos entre los jóvenes, al cincuen-ta por ciento de la población y la crea-ción cultural conoce un boom impensa-ble hace sólo unas pocas décadas. El do-minio de la esfera cultural es, sin embar-go, de la cultura de masas, del deporte,de la televisión, el pop y el cine con susproductos industriales orientados mera-mente al consumo y al beneficio econó-

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mico. Todos sabemos lo que hay: la ma-yoría de los ciudadanos prefiere ver unatelenovela o una película americana deacción a una tragedia clásica, un vídeode raperos a una ópera, un episodio deHomer a un vídeo de Shirin Neshat. A ellohay que hacer tres observaciones. En pri-mer lugar, que pese a todo el número deciudadanos que se acercan a las exposi-ciones, a los museos, a las salas de con-ciertos, a los teatros, etc., no cesa de cre-cer. La multiplicación de centros cultu-rales de toda suerte en todo el mundo esconstante. Si la Tate Modern en su pri-mer año tuvo cuatro millones de visitan-tes, ¿no es ese, entonces un centro po-pular? En segundo lugar, hay que decirque el consumo de los productos de la in-dustria cultural no está reñido con el gus-to por la ópera, el arte más reciente o elteatro clásico. Yo mismo podría ponermecomo ejemplo de alguien que disfrutatanto con ciertos productos del cine deconsumo como con los más sofisticadosvídeos de artistas contemporáneos. Y entercer lugar, hay que tener bien claro queen la república de las artes no podemosdescalificar a nadie. No lo hacemos en elmundo de la política: todo el mundo tie-ne derecho a votar libremente a quien leplazca o a abstenerse. En la república delarte son muchos más los que se abstie-nen que los que votan y participan, perolos primeros forman también parte de larepública por derecho, y todos los votostienen el mismo valor. Del mismo modoque en el ámbito de la política sabemosque hay votos más fundados en el cono-cimiento y en la justicia que otros, perojamás diremos que esos votos valen másque los de alguien que vota porque elcandidato es guapo y simpático, tampo-co en el mundo del arte entendido comorepública podemos quebrar el principiodemocrático de un hombre un voto. Esoes lo que significa la democratización delpúblico: la mayoría vota por el arte demasas y los productos de la industria cul-tural, pero ello no impide el desarrollo delmundo del arte, la aparición de híbridosy el continuo desdibujamiento de fron-teras.

La democratización del artista ha sidoposibilitada tanto por la multiplicaciónde las escuelas de bellas artes en el mar-co de la universalización de la educación,que ha hecho posible la formación de le-giones de artistas o aspirantes a artistaque ha llevado a un aumento de la den-sidad de artistas por metro cuadrado ja-más visto en toda la historia, como por elcambio de concepto de obra de arte que,en la medida que ha permitido que cual-quier cosa pueda ser una obra de arte,también ha permitido que cualquiera sinuna formación específica en una escue-la o facultad pueda ser un artista. No senecesita dominar ninguna técnica paramontar una instalación típica, y se nece-sita muy poca para pillar una cámaradigital y hacer un vídeo de entrevistas amujeres oprimidas, u organizar una do-cumentación sobre los inmigrantes quellegan en pateras, basta con tener la idea.En la época de las vanguardias, una delas frases más típicas para descalificar aun artista era la célebre “¡pero si estotambién lo hace mi hijo!”. No conozco anadie de los que argumentaba de esemodo que se hubiera hecho rico vendien-do los mamarrachos y monigotes pinta-dos por sus hijos. Ningún niño pintaba opinta como Picasso o Miró. En cambiohoy, si no cualquiera, la mayoría puededecir ante gran parte de las obras de artecontemporáneo “¡pero eso también lohago yo!” y no sostener ninguna falsedad.Si nos lo proponemos, sin tener forma-ción artística, casi cualquiera puede crearobras de arte de hoy. Jederman is einKünstler.

La democratización de los valores ar-tísticos ha sido posibilitada por todo lodicho hasta aquí. El arte está en todaspartes, el cine, la televisión y las nuevastecnologías han extendido la así llama-da “cultura visual” mucho más allá de susviejas fronteras en detrimento, hastacierto punto, de la cultura escrita.Inversores, políticos, ciudadanos en as-censo en la escala social, etc., aprecian elarte por su valor económico, generadorde votos o signo de estatus. Puede soste-nerse con razón que esos son valores

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espúreos, que se adhieren contingente-mente a las obras de arte pero que noforman parte de lo que llamamos valo-res artísticos. Los cuadros de Van Goghtenían valor artístico aunque no los que-ría comprar nadie. Sin embargo, en unaperspectiva pragmática los valores seentremezclan y cruzan. De hecho, que elarte sea un bien en el que invertir o unmedio para conseguir votos o estatussocial lo único que hace es extender lapresencia del arte en la sociedad, multi-plicando las instituciones relacionadascon él -el mundo del arte- y democrati-zar sus valores al hacerlo accesible a unnúmero creciente de ciudadanos. La muycelebrada y comentada obra teatral deYasmina Reza, Arte, constituye un clarosíntoma de esta presencia. Y el hecho deque actualmente toda ciudad medianatambién quiera tener su centro de artecontemporáneo, aunque el motivo defondo sea para atraer turistas, confirmael ascenso del valor del arte contempo-ráneo. La extensión y multiplicación delas instituciones del mundo del arte tie-ne, pues, varias raíces: el ascenso del va-lor de cambio del arte como parte de unmercado cultural en expansión, el ascen-so del valor del arte como símbolo deestatus y valor de cambio político, perotambién la neutralización estética de lafuerza subversiva del arte, que lo haceaceptable para cualquier poder.

Por otra parte, los valores artísticospropiamente dichos –las cualidades es-téticas- se han incorporado a la vida co-tidiana a través del diseño y la moda. Elgigantesco bazar en el que vivimos ponea nuestra disposición una variedad deobjetos, muebles, vestidos y complemen-tos con los que identificarnos, cuyas pro-piedades tienen que ver con las propie-dades del arte. La inventividad, la armo-nía y la proporción, la subversión, lavirtuosidad de la ejecución, la calidad delacabado, la ambigüedad, el humor, lapureza de las formas, etc., son todas pro-

piedades estéticas que en el pasado seatribuían ante todo al arte y a aquellasartesanías cercanas a él, como la joyeríao la ebanistería nobles. Las obras deRothko, Warhol o Hopper se venden hoymasivamente en reproducciones comer-ciales para que la gente decore sus ho-gares. Encarnan este tipo de cualidades,aun en una reproducción, que tambiénatribuimos a unas gafas de sol de Armani,a una silla de Stark, a una camiseta deCustó o a un reloj Swatch. En este senti-do, ha habido un largo proceso históricode extensión de nuestra capacidad deapreciación estética del arte al conjuntodel mundo de la vida, incluyendo la na-turaleza. De algún modo, al menos en lacultura occidental, estamos culminandoun largo proceso que se inició con el findel Imperio Romano y la aparición delcristianismo paulino represor de la sen-sibilidad. Es el triunfo de la estéticacomo Yves Michaud lo califica.5 Es posi-ble que muchas otras culturas ya han es-tado en el pasado en este estadio que,para nosotros, es un estadio final tras unlargo recorrido. Griegos o japoneses, porejemplo. Pero lo que convierte en unnovum la situación actual es precisamen-te el ser producto de una evolución cul-tural que ha llevado a la democracia po-lítica, la ciencia y la tecnología, la moralhumanista, el estado de derecho y el ca-pitalismo. Ese triunfo de la estética es lademocratización de la estética. Que esetriunfo vaya asociado exclusivamente alhedonismo, como Michaud piensa en laestela de Daniel Bell, es una reducciónde fenómenos muy complejos.

Sin embargo, si aceptamos esta inter-pretación, si aceptamos que todos somosiguales en la república del arte y el votoo el juicio estético de cada cual vale lomismo, ¿cómo no evitar el dominio delgusto por los productos comerciales, porel kitsch y lo más banal y consumible? ¿Nohabíamos aprendido que el voto de lamayoría no coincide necesariamente ni

5 Yves Michaud, La crise de l’art contemporain, París: PUF, 1998; El juicio estético, Barcelona: Idea Books, 2002, y L’art à l’étatgazeux. Essay sur le triomphe de l’esthétique, París: Stock, 2003.

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con la verdad ni con la justicia (ni con eljuicio estético ponderado)? ¿Cómo evitarla igualación de todos los productos ar-tísticos, desde la publicidad hasta la van-guardia, de lo más elevado con lo máspopular? ¿No es aceptar que todo vale yes lo mismo, caer en el más crasorelativismo? ¿No veníamos defendiendola idea de una razón estética, la idea deque, pese a todo, podemos y debemosdistinguir?

Lo que hay que comprender es queel mundo del arte de hoy, en el que im-pera un cierto relativismo, ciertamen-te, no es, pese a ello, más irracional yrelativista que otros mundos como el dela política o la justicia en regímenesdemocráticos. El mundo del arte vive entérminos de un relativismo mucho me-nos radical de lo que a veces se dice. Elmundo del arte contemporáneo esrelativista en el sentido de que casi todovale aunque no todo vale igual. Es cier-to que cualquier cosa es una obra de artey que cualquiera puede hacer sus pini-tos como artista, cineasta o escritor,pero, desde luego, no todas las obras dearte, vídeos o novelitas se consideran ojuzgan como de igual valor, es decir,todo el mundo discrimina y seleccionaentre las obras de arte aquellas que creemejores por muy distintas razones. Paraempezar, observemos que los críticos,los comisarios, los galeristas, el público,los coleccionistas, etc., coinciden bas-tante en la lista de nombres de quienesson los grandes artistas. Sólo hay quedarse una vuelta por cualquier museo dearte contemporáneo del mundo para verque en él se encuentran los mismosnombres que en cualquier otro museo adiez mil kilómetros de distancia, así enel norte como en el sur, en el este comoen el oeste.

Lo que hay que comprender es que,precisamente todas las críticas y denun-cias que pueden y deben hacérsele almundo del arte pluralista del presente,no lo invalidan sino todo lo contrario, son

parte básica del mundo del arte mismo,un mundo todavía muy joven que hemosde acostumbrarnos a ver con otros ojos,lejos de aquella mirada convencida deque hay una verdad y un estilo artísticosque marca el camino cierto de la historiadel arte. Afortunadamente, esa miradamonista o monoteísta de la línea correc-ta y las verdades políticas absolutas ya laabandonamos en política; ahora tocadeshacernos definitivamente de sus res-tos en estética. El papel de la crítica dearte es esencial, pero ha cambiado suconcepto.6 Hay muy distintas formas dela crítica de arte, en esta época pluralistano se puede seguir pensando en ella des-de un modelo unitario. Distintas formasde arte y distintas formas de presenta-ción del arte necesitan distintas formasde crítica.

6 Desarrollo esta idea en mi libro Las razones del arte, Madrid: Machado (2005, en prensa).

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