La defensa contra las ofensas de la vida

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La defensa contra las ofensas de la vida. Apuntes sobre una polémica imaginaria. CARLOS DANIEL TELLECHEA Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Vallejo ¿Qué tienen en común el tango Mi noche triste, la narrativa onettiana, los aporreados personajes de Rulfo y los habitantes del sertão de Vidas Secas? ¿Cómo se cruzan con los poéticos anhelos de Sor Juana o la desastrosa existencia de Horacio Quiroga, la fantasía del sacrificio en Mistral y las rosas ad hoc de Huidobro? No hace mucho estaba releyendo algunos textos que han formado parte del enorme caudal en que nadé (y nótese que digo “nadé” y no “floté”) durante años para convertirme en profesor. Como nos dijo una vez un conocidísimo docente del Instituto de Profesores “Artigas”, nunca podremos dejar de estudiar. Y no he dejado de hacerlo. En realidad lo que dijo fue: “cuando se reciben deben ponerse a estudiar”, algo que es más duro. Mientras releía encontré un texto que en su momento me pareció muy interesante. Si lo hubiera hallado ahora tal vez lo juzgara un poco inocente, algo que su misma autora hizo treinta años después de escribirlo. Aunque sigo reconociendo que… ¡basta de digresiones! Es el libro Contra la interpretación, de Susan Sontag. Un compendio de ensayos que tratan sobre cine, teatro, arte en general, y claro, sobre literatura. Mi impresión inmediata fue que jamás podría llegar a poseer tanta cultura como la autora. Me refiero simplemente a “saber tanto”, y paladear de esa manera el conocimiento. Sontag allí proponía, si mal no recuerdo, una “erótica del arte”. Ya vuelvo (…) Estoy de vuelta. ¡Cuánto polvo! Abro, soplo, busco. Sacudo. ¡Encuentro! Dice al final del capítulo homónimo: “…En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte…” Algo que me resultó y me resulta una maravilla. “Una erótica del arte” . ¡Prodigio! Estoy completamente de acuerdo con una erótica del arte. Aunque no sepa exactamente qué pueda ser. Y como va quedando largo el exordio (“…D’Artagnan se aburría soberanamente, al igual que el cura. ¡Ved qué exordio! exclamó el jesuita. Exordium repitió el cura, para decir algo…”) vamos al punto. Los que me conocen saben que si no cito a Los tres mosqueteros al menos una vez al día, a la noche despierto sobresaltado y con sueños de duelos a florete. El punto es que allí mismo, en el libro de Sontag, encontré una cita del diario de Cesare Pavese (El oficio de vivir), que humildemente me gustaría transformar aquí en objeto de discusión. Cito a Sontag que a su vez cita a Pavese, y mi texto se transforma en La familia de Felipe IV: “…en un apunte del diario, correspondiente al año 1938, tenemos la siguiente, destacable, sucesión de pensamientos, Pavese escribe: «La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida. Le dice a la vida: ‘Tú no me engañas: sé cómo te comportas, te sigo y preveo tus movimientos, gozo viendo cómo procedes, y robo tu secreto complicándote en ingeniosas construcciones que detienen tu fluir. Aparte de este juego, la otra defensa contra las cosas es el silencio, en el cual se incuba nuestro relámpago. Pero es necesario que nos lo impongamos nosotros, no permitir que se nos imponga. Ni siquiera por la muerte…»…” (Sontag, 2005: 75) Vale apuntar que, consecuentemente, Pavese eligió imponerse el silencio del suicidio. El fragmento se encuentra en el ensayo/capítulo titulado “El artista como sufridor ejemplar”. Sí. Muy romántico todo. La cita de Sontag de Pavese sigue, y continúa siendo igual de genial, igual de profunda, igual de iluminadora. Pero solamente con este grupito de enunciados (esta “destacable sucesión de pensamientos”) recuerdo que pensé que Pavese

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  • La defensa contra las ofensas de la vida. Apuntes sobre una polmica imaginaria.

    CARLOS DANIEL TELLECHEA

    Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no s!

    Vallejo

    Qu tienen en comn el tango Mi noche triste, la narrativa onettiana, los aporreados

    personajes de Rulfo y los habitantes del serto de Vidas Secas? Cmo se cruzan con los

    poticos anhelos de Sor Juana o la desastrosa existencia de Horacio Quiroga, la fantasa del

    sacrificio en Mistral y las rosas ad hoc de Huidobro?

    No hace mucho estaba releyendo algunos textos que han formado parte del enorme

    caudal en que nad (y ntese que digo nad y no flot) durante aos para convertirme en

    profesor. Como nos dijo una vez un conocidsimo docente del Instituto de Profesores Artigas,

    nunca podremos dejar de estudiar. Y no he dejado de hacerlo. En realidad lo que dijo fue:

    cuando se reciben deben ponerse a estudiar, algo que es ms duro.

    Mientras relea encontr un texto que en su momento me pareci muy interesante. Si lo

    hubiera hallado ahora tal vez lo juzgara un poco inocente, algo que su misma autora hizo

    treinta aos despus de escribirlo. Aunque sigo reconociendo que basta de digresiones! Es

    el libro Contra la interpretacin, de Susan Sontag. Un compendio de ensayos que tratan sobre

    cine, teatro, arte en general, y claro, sobre literatura. Mi impresin inmediata fue que jams

    podra llegar a poseer tanta cultura como la autora. Me refiero simplemente a saber tanto, y

    paladear de esa manera el conocimiento. Sontag all propona, si mal no recuerdo, una ertica

    del arte.

    Ya vuelvo ()

    Estoy de vuelta. Cunto polvo! Abro, soplo, busco. Sacudo. Encuentro! Dice al final del

    captulo homnimo: En lugar de una hermenutica, necesitamos una ertica del arte Algo

    que me result y me resulta una maravilla. Una ertica del arte. Prodigio! Estoy

    completamente de acuerdo con una ertica del arte.

    Aunque no sepa exactamente qu pueda ser.

    Y como va quedando largo el exordio (DArtagnan se aburra soberanamente, al igual

    que el cura. Ved qu exordio! exclam el jesuita. Exordium repiti el cura, para decir

    algo) vamos al punto. Los que me conocen saben que si no cito a Los tres mosqueteros al

    menos una vez al da, a la noche despierto sobresaltado y con sueos de duelos a florete. El

    punto es que all mismo, en el libro de Sontag, encontr una cita del diario de Cesare Pavese

    (El oficio de vivir), que humildemente me gustara transformar aqu en objeto de discusin. Cito

    a Sontag que a su vez cita a Pavese, y mi texto se transforma en La familia de Felipe IV:

    en un apunte del diario, correspondiente al ao 1938, tenemos la siguiente, destacable,

    sucesin de pensamientos, Pavese escribe: La literatura es una defensa contra las

    ofensas de la vida. Le dice a la vida: T no me engaas: s cmo te comportas, te sigo y

    preveo tus movimientos, gozo viendo cmo procedes, y robo tu secreto complicndote en

    ingeniosas construcciones que detienen tu fluir. Aparte de este juego, la otra defensa

    contra las cosas es el silencio, en el cual se incuba nuestro relmpago. Pero es necesario

    que nos lo impongamos nosotros, no permitir que se nos imponga. Ni siquiera por la

    muerte

    (Sontag, 2005: 75)

    Vale apuntar que, consecuentemente, Pavese eligi imponerse el silencio del suicidio.

    El fragmento se encuentra en el ensayo/captulo titulado El artista como sufridor

    ejemplar. S. Muy romntico todo. La cita de Sontag de Pavese sigue, y contina siendo igual

    de genial, igual de profunda, igual de iluminadora. Pero solamente con este grupito de

    enunciados (esta destacable sucesin de pensamientos) recuerdo que pens que Pavese

  • haba dado con algo importante. Ya entonces estaba atento a cualquier enunciado con la forma

    literatura es X.

    Una feliz coincidencia

    Tiempo despus alguien me hizo llegar el discurso de ingreso a la Academia Nacional de

    Letras que pronunciara el profesor Ricardo Pallares en el ao 2000. Fue una feliz coincidencia

    y otra buena oportunidad para maravillarme. Yo conoca al profesor Pallares solamente por

    referencias. Todas positivas, todas llenas de nostalgia y de emocionada (y emocionante)

    evocacin. Cosa que se comprende perfectamente cuando uno lee el discurso. Lo digo sin

    ninguna irona y abandonando mi estilacho juguetn por un momento (siempre que nombre al

    profesor Pallares lo har con absoluto respeto).

    Quisiera detenerme en un fragmento de dicho discurso. Algo que para muchos pudo

    haber pasado inadvertido porque desconocan el pasaje de Pavese. Cito al profesor:

    Le no recuerdo dnde, la afirmacin de un escritor contemporneo segn la cual la

    literatura es la defensa contra las ofensas que nos causa la vida. Esta especie de

    romanticismo adolescente es bastante ajeno a cuanto deseamos afirmar esta noche.

    La literatura es una constructora de vida, no un mero paliativo compensatorio de las

    supuestas ofensas que ella hace a los hombres. Por otra parte, la vida no es equivalente a

    la realidad sino ms bien a lo que los sujetos hacemos en ella y con ella

    (Pallares, 2000: 71)

    Sigo considerando acertado el fragmento de Pavese, pero reconozco que la crtica de

    Pallares es tambin, a su modo, inobjetable.

    Algo ms del discurso, para no dejarlo simplemente en eso. Recomiendo ampliamente

    su lectura completa.

    A travs de la literatura se aprende rpidamente que el concepto de hombre tiene mucho

    de metfora de su realidad y que esa realidad se espeja en la conciencia mediante el

    lenguaje. Si el lenguaje es vehculo figural, enseguida se plantea el asunto de la validez de

    lo espejado en relacin a lo que espeja, que es de lo que verdaderamente se trata. Tambin

    se plantea el asunto de qu hay o qu se instala en la brecha entre lo real y lo espejado

    (Ibdem)

    Me arriesgo a que me lluevan tomates porque me gustan todas las citas, pero debo decir

    que contiene el eje del problema del que deseo hablar. Presentado as noms, como al pasar.

    La literatura como espejo, el concepto de hombre (de ser humano) como metfora, el

    espejarse en el lenguaje. Hay all varias cositas lindas. Es posible que cuando nos reflejemos

    como especie en el arte no aceptemos cualquier imagen, porque alguna podra hacernos

    pensar en una claudicacin.

    La gran divergencia planteada en las profundidades del discurso de Pallares con

    respecto a lo que sealara Pavese, resulta en la opcin entre creer que la vida es algo aparte

    de nosotros o algo que realmente vamos construyendo. Para el italiano, que concibe a la vida

    como algo que nos pasa (que nos pasa por arriba!), que nos ofende, y que se comporta de

    determinada manera (ntese la prosopopeya como mecanismo argumentativo), la literatura

    tiene un profundo sentido testimonial, transmimtico, que deja constancia de una realidad

    inobjetable: la vida es terriblemente cruel y sus procederes pueden ser retenidos en el discurso

    literario por el ofendido (o uno de sus representantes de oficio: el escritor). Tal vez como una

    advertencia a las futuras vctimas. Tal vez simplemente como una seal del pasaje del ser

    humano por la vida. O peor: de la vida por el ser humano.

  • Lo que resulta inaceptable para el profesor Pallares. Sobre todo porque encierra un

    sentimiento de derrota que no est acorde con su profundo vitalismo, su comprensible y

    compartible confianza en el ser humano. Para l la vida, como dice en la primera cita, es lo que

    los sujetos hacemos en ella y con ella. Lo que implica tambin, y creo que es importante

    destacarlo, quitarle esa funcin defensiva a la literatura, que tan mal parece irle.

    La propuesta

    En el espacio que queda pretendo confrontar una seleccin algo arbitraria de textos de

    autores latinoamericanos, con esta tesis de la literatura como defensa contra las ofensas de la

    vida. Argumentando brevemente en algn caso.

    Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida Comienza as el tango Mi noche

    triste, msica de Castriota con letra de Contursi. Inmediatamente se nos presenta algo

    estrictamente ntimo y tremendamente colectivo en el sentir del yo lrico. Una intimidad

    colectiva. Tal vez exista diferencia entre cmo logre entenderlo un hombre, y un hombre que ha

    sufrido, y una mujer (y una mujer que ha sufrido, agreguemos). Esta pieza (una de las mejores

    en su gnero, a mi juicio) abunda en detalles acerca de cmo siente un hombre la ausencia de

    su percanta. No hay datos del abandono en s; pero los objetos, los rastros, hablan de una

    manera desgarradora: la guitarra en el ropero (el instrumento mudo, encerrado, la alegra que

    se fue con ella), la lmpara que no quiere funcionar (que no quiere alumbrar la noche triste),

    todo es personificacin y proyeccin. Ella, dando muestras de esa belleza infantil,

    correspondiente, claro est, a un modelo construido desde una masculinidad paternalista,

    adornaba con unos moitos todos del mismo color, unos enigmticos frasquitos del buln del

    arrabalero solo. El espejo est empaado y, en fin, parece arrinconarnos el sentimiento de

    desolacin, en los recuerdos y en las cosas (como los muros de Quevedo). Se superponen

    pasado y presente, y, por muy machote que sea el malevo, no puede cerrar la puerta porque

    prefiere conservar la ilusin del regreso de la percanta (porque dejndola abiertaaa, me

    hago ilusin que volvs). Ternurita.

    Ser valiente no es lo mismo que ser macho. Pero reconozcmosle al menos que hoy en

    da dormir con la puerta abierta es por lo menos arriesgado. Yo no lo hara, ni lo recomiendo.

    Muy bien. Volvamos brevemente a Pavese: ingeniosa construccin? Sin dudas. Existe

    el robo del secreto a la vida? Bueno robos, secretos, defensas, ofensas Yo creo

    que existe el testimonio profundo de un momento, de una intuicin de algo que no se puede

    negar como humano. Es el dolor de la prdida y de una prdida muy difcil de digerir. Tal vez

    de la traicin amorosa (traicin en el amor, mejor). Que todos los seres humanos estemos en

    condiciones de comprenderlo es otro asunto. Los no-traicionados o no-abandonados, no s.

    Que sepamos, sepamos, que estas cosas ocurren puede ser demasiado pedir. Que el artista

    deba pretender una empata que no es fcil de construir desde otras circunstancias vitales (me

    imagino a una muchacha que ha abandonado pero nunca ha sido abandonada, pensando y

    bueno, as son las cosas; seguramente no supiste cmo tratar a tu percanta, loser) es muy

    claro. Por otro lado, pensar que esa angustia representada por el yo lrico es parte de una

    situacin en la que el sujeto se coloca deliberadamente; la que se fue como algo que el hombre

    necesita como excusa para sufrir, podra ser un modo paradjicamente menos encantado (o

    menos romntico) de ver las cosas, tal vez ms justo para con la mujer, pero que en definitiva

    compatibiliza mejor con la visin del profesor Pallares. Hacemos eso en y con la vida. Nos

    hacemos sufridores.

    No s por qu, pero de pronto se me vino a la cabeza Lacan y un estadio. Y un espejo.

    Creo que Juan Carlos Onetti ha construido, mientras construa su narrativa, un

    monumento a la intimidad colectiva y a la defensa contra las ofensas de la vida. Cuando

    recuerdo La vida breve, veo inmediatamente a Brausen defendindose de la vida a travs de la

    fabulacin; defendindose de la tragedia de Gertrudis, defendindose de su apartamento

    lgubre, de su trabajo lamentable. Fantasa que terminar en la construccin de Santa Mara,

  • intraficcin, profundidad imaginaria. La realidad poco o nada heroica de Onetti (vase cmo la

    idea de la defensa funciona tanto para los autores como para sus personajes) encuentra en

    ese hroe anti-heroico (si se me permite el oxmoron) su contrapeso. Onetti periodista

    marchoso, Onetti peleado con su realidad (apunta ngel Rama: En Onetti, como en otros

    escritores de la poca, la quiebra de las ideologas es ms grave porque establece un vaco

    absoluto para las motivaciones de la conducta), con su pas de origen; Onetti exiliado en

    una cama de Madrid y sin maquinita de afeitar a mano. Onetti, en definitiva, Eladio Linacero,

    esperando por Ana Mara en la cama de hojas, en la cabaa o choza de El pozo. Onetti

    profundamente romntico. Quin podra poner en duda que toda su literatura respalda lo que

    ha dicho Pavese?

    Quisiera citar tan solo un fragmento de la archiconocida nouvelle del treinta y nueve(lle)

    colocando signos de exclamacin entre corchetes en proporcin directa con el placer que

    experimento mientras lo leo:

    Cecilia era una muchacha, tena trajes con flores de primavera [!], unos guantes

    diminutos y usaba pauelos de telas transparentes que llevaban dibujos de nios bordados

    en las esquinas [!!]. Como un hijo el amor haba salido de nosotros [!!!]. Lo alimentbamos,

    pero l tena su vida aparte. Era mejor que ella, mucho mejor que yo [!!!!]. Cmo querer

    compararse con aquel sentimiento, aquella atmsfera que, a la media hora de salir de casa

    me obligaba a volver, desesperado, para asegurarme de que ella no haba muerto en mi

    ausencia [!!!!!]? Y Cecilia, que puede distinguir los diversos tipos de carne de vaca y discutir

    seriamente con el carnicero cuando la engaa [!!!!], tiene algo que ver con aquello que la

    haca viajar en el ferrocarril con lentes oscuros, todos los das, poco tiempo antes de que

    nos casramos, porque nadie deba ver los ojos que me haban visto desnudo [!!!!!!]?...

    (Onetti, 1994: 21)

    Lamentablemente algunos han elegido quedarse solamente con las expresiones de

    desprecio hacia la mujer o con las anti-comunistas. Yo creo que supo ver en la intimidad de los

    seres humanos cosas horribles, pero porque haba visto tambin las otras y las amaba. Su

    literatura es muy til. Y no hay que tenerle miedo al trmino. til porque si, con la idea de

    Pavese, nos defiende de la vida, lo hace para dejar constancia de las reiteraciones, de los

    suplicios eternos de Ssifo, la roca empecinada o el ave estpida que slo puede roernos el

    hgado una y otra y otra vez. Jueeera bicho! Pues bien. El significado profundo de la defensa

    ante las ofensas de la vida se encuentra claramente en exponer los crculos en los que

    entramos siempre, los errores que reiteradamente cometemos: aquel, que se dej amurar por

    la percanta, sabiendo que lo ms seguro era el dolor (se acuerda el lector de El infierno tan

    temido?), y aquel otro, que crey que Ceci no era Cecilia, y que le iban a entender sus

    chifladuras de antes de dormir (Ester, Cordes).

    El gesto defensivo no tiene por qu ser ntimo en el sentido vulgar del trmino o siquiera

    esconderse demasiado. Basta con que uno lea los cuentos de El llano en llamas de Rulfo para

    encontrar las llagas del paso de la vida por los sujetos. Y del vapuleo de la vida a los seres

    humanos. DE TODOS NOSOTROS, EH? NO DISIMULE. Algunas veces podemos modificar

    la vida, pero cuando no: qu pasa? Tomemos por ejemplo aquella tierra yerma, inservible, de

    Nos han dado la tierra. Ante ella, los campesinos ni siquiera pueden hablar (Pero, seor

    delegado, la tierra est deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como

    cantera que es la tierra del Llano. Habra que hacer agujeros con el azadn para sembrar la

    semilla y ni an as es positivo que nazca nada; ni maz ni nada nacer. Eso manifistenlo por

    escrito). Por escrito! Genial Rulfo, genial! El calor los va dispersando y solamente una

    gallinita que asoma la cabeza desde el gabn de Esteban es precario vestigio de vida, pequea

    esperanza escondida. Recuerdo algo similar tambin en Vidas Secas de Graciliano Ramos

    (Baileia despert al sentir el cambio de aire y la crepitacin de la charamusca y se retir

    prudentemente, temerosa de chamuscarse el pelo; se qued observando, deslumbrada, las

    estrellitas rojas que se apagaban antes de tocar el suelo. Aprob con un movimiento de cola

  • ese fenmeno y quiso expresar su admiracin a la duea. Se acerc a ella a saltos cortos,

    jadeando, irguindose sobre las patas traseras, imitando a la gente. Pero doa Vitria no

    quera saber de zalameras. Fuera! Le dio un puntapi y la perra se alej humillada y con

    sentimientos rebeldes). Claro que esa intimidad refiere a lo esencial de las situaciones: lo

    esencial de la prdida, lo esencial de la ilusin evanescente de la Cecilia-asesina-de-Ceci (a-

    Ceci-na) y tambin a lo esencial de los hombres del Llano que apenas si hablan (mucho menos

    escriben para quejarse), y lo esencial de la perrita entre seres embrutecidos, ltimo bastin de

    la ternura, ms humana que los humanos; maravilla potica en el fuego y la reaccin de la

    perrita, maravilla potica (ahora de signo inverso) en la patada de doa Vitria.

    Lector: si vas a leer Vidas secas mejor no te encaries con Baileia.

    Est claro que el problema sigue siendo qu hay entre la realidad y el espejo, como dijo

    el profesor Pallares.

    Cuando Pedro Juan Guitirrez en uno de sus relatos (titulado con la sutileza que lo

    caracteriza Aplastado por la mierda) nos participa una conversacin que mantuvo en su

    universo semi-ficticio con un personaje llamado Supermn, y aparece esto:

    Ya no te gustan las revistas, Supermn? [Se refiere a revistas pornogrficas.]

    Qudate con ellas, te las regalo.

    No, hijo, no. Ya para qu? Mira.

    Se levant una pequea manta que le cubra los muones. Ya no tena pinga ni

    huevos. Todo estaba amputado junto con sus extremidades inferiores. Todo cercenado

    hasta los mismos huesos de la cadera. Ya no quedaba nada. Una manguerita de goma

    sala del sitio donde estuvo la pinga y dejaba caer una gota continua de orina en una bolsa

    plstica que llevaba atada a la cintura.

    Qu le pas?

    Azcar alta. Se fueron gangrenando las dos piernas

    (Gutirrez, 1998: 63)

    Es evidente que no se trata de un chistecito. Se trata de la vida. Se trata de defenderse

    de algn modo de la brutalidad a la que nos expone. Se trata de rechazar vehementemente la

    vanidad, la estupidez, de parir grficamente la castracin (pongmosle, conociendo a

    Gutirrez) del rgimen cubano. (Parir la castracin?) Se trata de muchas cosas. Se trata del

    superhombre (Supermn) convertido en un pedazo de hombre, en lo que ha quedado; y al

    final, se trata de la decadencia y de la vulnerabilidad.

    En mayor o menor medida, de forma ms o menos explcita, los autores que cit, y los

    que nombr al inicio aunque no pude abordar detenidamente, apoyan la afirmacin de Pavese.

    Cunto podramos decir de los ensueos escapistas del Novecientos! Cunto de la

    necesidad de crear otro universo en la poesa de Huidobro! Cunto del famoso consejo de

    Celia a la rosa! Cunto, en fin, de Horacio Quiroga, sufriendo la crueldad de la vida, dejndola

    estampada para siempre en el papel! De Herrera y Reissig y sus viajes retricos! De

    Felisberto Hernndez y su riqusima amistad con lo inerte! No s si hay algn escritor que no

    multiplique la idea de la defensa. Y cuanto ms se multiplica (estoy convencido de que los

    ejemplos podran seguir apareciendo indefinidamente) ms parecera confirmarse la opinin de

    Pavese, por muy dolorosa que parezca.