LA DESTRUCCIÓN DE LA PAZ REGIA (1516-1522)
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CAPÍTULO OCTAVO:
LA DESTRUCCIÓN DE LA PAZ REGIA (1516-1522)
La situación de Toledo tras la muerte de Fernando el Católico en enero de 1516 es muy
preocupante. Los aliados políticos de este monarca, el conde de Cifuentes y sus acólitos, están
confiados por entonces en que en el futuro inmediato nada va a cambiar, en que ellos como en
años anteriores van a ser quienes cuenten con el apoyo de la realeza. El conde de Fuensalida y
los suyos habían apoyado a los perdedores, primero a Juana “la Beltraneja”, y luego a Felipe
“el Hermoso”; por eso estuvieron en segundo plano durante el reinado de Isabel y Fernando.
A la altura de 1516 el conde de Cifuentes desea que esto continúe. El conde de Fuensalida,
muy al contrario, cree que ha llegado el momento de mejorar las cosas. Hasta que se acuerde
quien ha de ocuparse del trono de Castilla la regencia de la Corona va a poseerla el cardenal
Cisneros, un amigo íntimo de este conde. Si buscaba una oportunidad para hacerse con parte
del poder perdido la oportunidad ha llegado. No obstante, pronto se daría cuenta de que sus
deseos no se iban a cumplir.
En efecto, el reinado extenso de los Reyes Católicos (1475-1516) acaba de algún modo
como empezó: en un ambiente de inseguridad política y económica, pero también social. Para
los historiadores la confusión es lo que caracteriza a estos años. Así lo advierte María Asenjo
González1:
“Predominaba un panorama de confusión motivado por el resurgimiento de viejas
rencillas que se hacían más violentas ante la incapacidad de las autoridades para detenerlas. A pesar de la aparente rivalidad política, el afán de acumular fuentes de riqueza, rentas, tierras o mercados se deja entrever en los conflictos. Así, en algunas ciudades como en
1 ASENJO GONZÁLEZ, Mª., “Las ciudades castellanas al inicio del reinado de Carlos V”, S.H.H. Moderna, 21 (1999), pp. 49-115, en concreto pp. 105-106.
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Toledo, la situación de desconcierto estaba siendo aprovechada por algunos regidores para tomar unos términos y asentarse en las tierras de la dicha ciudad...”
Ahondando en la misma idea, Pablo Sánchez León señala2:
“A la altura de 1516, la situación política en el interior de muchas ciudades principales
de Castilla era bastante confusa. Las relaciones entre la sociedad política y las instituciones locales se habían ido deteriorando en torno de conflictos por la representación en los procesos de toma de decisiones. Sin embargo, el desenlace de los enfrentamientos entre los bandos o las corporaciones urbanas y los gobernantes dependía muy principalmente de la evolución de las relaciones entre las ciudades y el poder central pues, a pesar de sus crecientes vaivenes, éste constituía un principal factor de estabilidad general del reino, contribuyendo significativamente con su actuación a mantener la autoridad de los regimientos y corregimientos y a conservar la influencia de la aristocracia en los señoríos colectivos de la Corona. En unos pocos años, sin embargo, este escenario viró drásticamente y vino a colocar el poder central de la monarquía en el punto de mira de amplios descontentos sociales originariamente circunscritos a marcos urbanos...”
Cuando el cardenal Cisneros fue marginado políticamente por Carlos I, falleciendo poco
después, el conde de Fuensalida y los suyos se dieron cuenta de que no iban a recuperar con el
nuevo monarca el poder perdido. Algo que se haría evidente con el envío a Toledo de Antonio
de Córdoba como corregidor, a causa de la presión de algunas personas vinculadas a los Silva.
Aún así, el nuevo rey no da pasos destacables en apoyo de éstos. La frustración de unos y de
otros, por lo tanto, es fundamental para entender la quiebra de la paz regia que se produce en
el año 1520 de un modo nunca antes visto.
Las Comunidades acabaron, aunque fuera de forma coyuntural, con la paz regia que los
Reyes Católicos habían intentado establecer a lo largo de cuatro décadas. Más allá de que no
triunfasen, lo que los comuneros desarrollaron puso en cuestión los cimientos de la paz que
Isabel y Fernando defendieron como necesaria tanto para sí mismos como para la realeza en
general, y para el progreso de las ciudades. En este sentido, señala Joseph Pérez3: “la crisis
abierta por la muerte de Isabel la Católica alcanzó en mayo de 1520 su punto culminante [...]
La revolución comenzó triunfando en Toledo, desde donde iba a extenderse sobre una gran
parte del país”.
En los orígenes de las Comunidades se hallan problemas de diversa índole, tal y como
se ha venido señalando en las páginas precedentes. Hay problemas que son producto de cierta
coyuntura que se vive desde 1517, cuando Carlos I viene a Castilla: recelo frente al séquito de
flamencos del rey; rechazo al establecimiento de nuevas imposiciones para pagar la corona de
emperador que codiciaba el nuevo monarca de Castilla; recelo, también, ante la actitud de éste
2 SÁNCHEZ LEÓN, P., Absolutismo y comunidad. Los orígenes sociales de la guerra de los comuneros de Castilla, Madrid, 1998, p. 198. 3 PÉREZ, J., La revolución de las comunidades..., p. 158.
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tras décadas de gobierno de unos reyes cuya política, aunque no gustase, era conocida... Otros
problemas, más importantes, son claramente estructurales: quiebra de las solidaridades intra-
oligárquicas; falta de representatividad popular en las instituciones de gobierno, incluyendo al
Cabildo de jurados; las fluctuaciones y desequilibrios de tipo económico crean miedo ante el
futuro inmediato; el desorden público, la violencia y el delito favorecen una atmósfera de
inseguridad generalizada... Y lo peor es que nadie parece capaz de solucionar estos asuntos.
En tiempos pasados podía contarse con los reyes. Cierto que no los pudieron resolver, y que
incluso acabaron agravándolos con sus medidas en alguna ocasión; pero se trata de un factor
psicológico. Los Reyes Católicos habían sido unos “buenos padres”. Carlos I, un pimpollo
que no llegaba a los veinte años, y que ni conocía la lengua castellana, no podía ser un buen
“padre”. Para muchos Castilla a la altura de 1520 “está huérfana”.
Los comuneros intentaron establecer una paz regia distinta. Frente a esa paz regia de los
Reyes Católicos que había acabado favoreciendo la elitización de las instituciones públicas de
gobierno en las urbes, que había favorecido la marginación del pueblo respecto a ellas, y que
había alejado de manera irreversible los intereses del común y los de los oligarcas, se propuso
una paz regia en la que las comunidades sociales de cada urbe, villa o lugar tuviesen un papel
activo en la gestión de los problemas políticos y socio-económicos, y en la que fuera la reina
Juana, no su hijo Carlos I, quien tuviese la última palabra. Sin embargo, los comuneros no
pudieron hacer lo que deseaban; no lograron gestionar esa paz que ellos pretendían, porque el
contexto de guerra creado por sus iniciativas lo impidió. La “paz comunera”, contraposición a
la paz regia tan sólo en parte -pues los comuneros no deseaban establecer una república, sino
reformar la monarquía-, no pudo establecerse porque se desarrolló en un contexto excepcional
de conflicto bélico.
Si Carlos I no toleró lo que los comuneros perseguían era porque limitaba seriamente su
poder soberano como rey de Castilla. Para la realeza era imposible aceptar la existencia de las
instituciones de gobierno urbano -la Congregación en el caso de Toledo- y central -la Junta de
Ávila, luego trasladada a Tordesillas- definidas por los comuneros, pues de hacerlo habilitaría
al común para “remover” el sistema institucional vigente de considerarlo oportuno. Dentro de
este sistema se hallaba la propia figura del monarca. Por eso las Comunidades se combatieron
por las fuerzas realistas con tanto vigor. Ellas venían a cuestionar el poder absoluto que el rey
de Castilla ostentaba a inicios del siglo XVI, manifestado en su actividad intervencionista en
todos los asuntos, fuese de forma directa o a través de su Consejo Real.
Entre 1520 y 1521 el concepto “Comunidad” se convirtió en un antónimo del concepto
“Absolutismo”; puso en serias dudas esa idea de que el poder del monarca venía directamente
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de Dios, y de que era tan sólo ante Él ante quien estaba obligado a dar cuenta de sus errores.
Ahora el pueblo quería tener un control sobre su rey, y que el poderío de éste fuese limitado, y
no le diera la impunidad suficiente como para comportarse sólo “mirando al cielo”.
En fin, el tema de las Comunidades es tan espinoso que daría para un trabajo completo.
Como es lógico, en las páginas que siguen no va poderse realizar un estudio detallado. Vamos
a insistir tan sólo en los elementos más destacables del movimiento comunero, en aquello que
constituye su origen, y en sus claves -ya se han señalado algunas en capítulos anteriores-, pero
no va a hacerse una narración más o menos detallada de los acontecimientos, entre otras cosas
porque resultan bastante conocidos.
Mirándola con perspectiva histórica, la revuelta comunera se venía anunciando desde no
pocos años antes de que comenzara, pero los acontecimientos que la desencadenan se suceden
a partir de 1516. La realeza de Castilla por entonces vive una situación complicada. Más allá
de quien ocupe el trono, es incapaz de enfrentarse al desorden público que existe en el seno de
algunas de sus urbes principales (Segovia, Burgos, Sevilla, Salamanca...), entre ellas Toledo,
cuando dichas urbes ostentaban un peso político reconocido, y expresado, en las asambleas de
Cortes, donde, junto a las villas con más importancia (sobre todo Valladolid y Madrid), tenían
la prerrogativa de enumerar sus descontentos ante todos los problemas existentes, y proponer
las soluciones oportunas para los mismos. Esas ciudades y villas con voto en Cortes, que en la
documentación regia suelen ser calificadas de “muy leales”, o de una forma parecida, eran a la
altura de 1516 un reflejo de la situación que se vivía en la mayor parte de las poblaciones de
toda Castilla: delincuencia, hambre, dificultades económicas, abusos de poder... La diferencia
era que, frente a estas últimas poblaciones, las primeras, las ciudades y villas que votaban en
las Cortes, gracias a su participación en las mismas, estaban muy bien posicionadas a la hora
de pedir remedios a la realeza, y de hacer lo que consideraran oportuno en caso de que tales
remedios no llegasen. Así, los problemas comenzaron de verdad en el momento en que, una
vez fallecido el rey Fernando el Católico, en el año 1516, la realeza pasó de una situación de
impotencia ante las problemáticas que desolaban algunas regiones (siendo la más evidente, tal
vez, la que se refería a la defensa de los términos jurisdiccionales de las urbes en contra de los
caballeros) a una situación de desinterés, y de descrédito, ante las dificultades existentes. Algo
que empezó a darse, sobre todo, a partir del momento en que el nuevo rey castellano, Carlos I,
vino a Castilla, y comenzaron a ser conocidos tanto sus planes políticos como los personajes
que pululaban por su entorno.
Ante una economía muy débil, cuya más grave repercusión eran las subidas de precios
de productos básicos que llevaban produciéndose desde hacía años, ante unas instituciones de
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gobierno y justicia que funcionaban de forma pésima a menudo, y frente a unos delitos y unos
crímenes que ya no podían ocultarse, los reyes se mostraban impotentes desde al menos una
década antes a la altura de 1516, pero el pueblo les respetaba y había esperanza en ellos,
aunque cada vez fuese menor. Todo iba a cambiar con Carlos I.
Una vez muerto el rey Fernando, en enero de 1516, existían no pocas dudas sobre quien
iba a ser el futuro soberano de Castilla. Juana, la hija del monarca fallecido, la viuda de Felipe
“el Hermoso”, llevaba siendo la reina junto a su padre de manera oficial desde que falleció su
madre, Isabel la Católica. Pero sólo de manera oficial. Desde 1509 Juana vivía alejada de toda
actividad política en un convento de Tordesillas. Algunos afirmaban que tal alejamiento de las
tareas políticas estaba bien justificado, pues por sus circunstancias mentales y su inestabilidad
psicológica era lo mejor tanto para ella como para toda Castilla. Otros, al contrario, hablaban
de cautiverio; defendían que Juana era víctima de los intereses políticos, primero de su esposo
y luego de su padre. Por orden de este último estaba “cautiva” en Tordesillas, tan sólo porque
él quería reinar sin obstáculos, una vez muerta su esposa Isabel.
Cuando murió Fernando el Católico la reina continuaba siendo Juana, pero había dudas
sobre el papel que ella iba a jugar en la nueva fase que comenzaba para la realeza de Castilla.
El heredero del trono castellano, también de forma oficial, era el hijo mayor de Juana, Carlos,
pero éste nunca había residido en la Península Ibérica, y su abuelo, el rey Fernando, siempre
fue partícipe de que las coronas castellana y aragonesa fuesen para otro hijo de Juana, llamado
como él, Fernando, que, siendo de menor edad, se había educado junto a su abuelo gran parte
de su vida... Así estaban las cosas cuando falleció Fernando el Católico. Desde entonces el
regente de Castilla, hasta que se solucionase el tema de la sucesión, era el cardenal Cisneros,
arzobispo de Toledo, como lo había sido tras morir la reina Isabel. Sin embargo, Carlos (de
Gante) hizo algo insólito. El 14 de marzo de 1516 se proclamó rey de Castilla y Aragón desde
Bruselas, sin esperar a oír las opiniones sobre esta proclamación que debían exponer en los
foros políticos oportunos las principales ciudades, los nobles y los potentados eclesiásticos,
tanto de las tierras castellanas como de las aragonesas. Para algunos fue un auténtico golpe de
Estado. No faltó quien lo calificase de “hurto”, de usurpación de los tronos de Castilla y de
Aragón. Aunque fue inútil. Sería el primer acontecimiento de una serie que iba a desembocar
en la mayor revuelta vivida por la realeza castellana en varios siglos.
Hasta septiembre del año 1517 Carlos no vino a la Península Ibérica. Apenas llegado, lo
primero que hizo fue deshacerse del cardenal Cisneros, dejándolo en la marginalidad política,
sin apenas agradecer lo que había hecho por el gobierno de Castilla. Algunos afirmaron que la
frustración que esto produjo en el arzobispo fue tal, que le causó la muerte, sólo unos meses
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más tarde, el 8 de noviembre de 1517. Por si fuera poco, Carlos I siempre estaba rodeado de
una cohorte de flamencos que producían desconfianza, a los que se acusaba, en ocasiones no
sin razón, de intentar aprovecharse de las riquezas y de los oficios públicos de Castilla en su
propio beneficio, lo que hizo surgir todo tipo de especulaciones y de falsos rumores, según los
cuáles el nuevo rey parecía dispuesto a cometer todo tipo de abusos en materia fiscal (pensaba
cobrar impuestos hasta por las tejas de los tejados, según algunos), con el objetivo de resarcir
las ansias de riquezas de “su gente”. De este modo, y a medida que fueron sucediéndose los
acontecimientos, la realeza fue ganando en descrédito.
Centrándonos en el caso de Toledo, en un ambiente cada vez más crítico fueron dos los
acontecimientos que tuvieron una mayor repercusión: el primero la actitud de la realeza frente
a la muerte del arzobispo Francisco Jiménez de Cisneros. El nuevo rey de Castilla, ya antes de
que muriera, había designado al que iba a ser su sustituto: un flamenco de su corte, Guillermo
de Croy. Esto causó una enorme indignación. El segundo suceso con graves repercusiones fue
la marcha forzada de Carlos I a sus territorios del norte de Europa, en mayo 1520, para recibir
la corona imperial, una vez solicitado un préstamo a las ciudades y villas castellanas para
hacerlo. Es entonces cuando se inicia la revuelta (la revolución para la mayoría de los autores)
que estaba gestándose desde años atrás. Es entonces cuando se origina un colapso del sistema
propiciado por las tensiones políticas, por las dificultades económicas, y por la delincuencia
que se sufría desde demasiado tiempo antes.
La paz regia desapareció en Toledo en 1520. El corregidor tuvo que huir de la ciudad, y
la población estableció un nuevo órgano de gobierno de base popular, la Congregación, sin un
permiso de la monarquía para ello. En pocos meses la Congregación “acorraló” al otro órgano
gubernativo en Toledo, al Regimiento, haciendo que dejara de reunirse. En cuando al Cabildo
de jurados, antiguo representante de los intereses del pueblo, quedó obsoleto. De esta manera,
el común toledano (y el de otras urbes) hizo algo insólito: arrebató a los principales oligarcas
su capacidad de gobierno, mediante el establecimiento de una institución gubernativa propia.
Como no podía ser de otro modo, los oligarcas se opusieron, y aunque en un principio muchos
de ellos, casi siempre miembros de la caballería de clase baja, se sumaron a las reclamaciones
del común -buscando ganar poder frente a otros caballeros, movidos por los enfrentamientos
políticos, por las disputas personales, hartos del nuevo rey de Castilla, etc.-, pronto se dieron
cuenta de que lo que el común reclamaba nunca les convendría. De modo que comenzaron las
traiciones a los objetivos comuneros. Para evitarlas el común recurrió a la fuerza, llevando al
plano de la violencia colectiva un ambiente que hasta entonces se había caracterizado por una
violencia cotidiana, de naturaleza privada.
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8.1. DEL “CAOS” PRECOMUNERO A LA COMUNIDAD: 1516-15 20
Cuando Fernando el Católico fallece en Madrigalejo, el 23 de enero de 1516, no puede
impedirse que surjan enfrentamientos en ciudades como Toledo. Nada más llegar a la urbe la
noticia de su muerte, muchísimas personas empezaron a llevarse de sus viviendas arcones con
sus bienes para ponerlos bajo el amparo de los monasterios4. El desorden público era notable,
y la gente tenía miedo a que, una vez muerto el rey, la falta de una autoridad clara sembrase el
caos. Tal angustia la albergaban muchos por entonces debido a los actos del conde de
Fuensalida, quien no dudó en aprovecharse del fallecimiento del monarca para intentar, otra
vez, hacerse con parte de su antigua influencia.
El 25 de enero de 1516, apenas dos días después de producirse la muerte de Fernando el
Católico, en el alcázar se escucharon altas voces: “ ¡Castilla, Castilla, Castilla por el prínçipe
nuestro señor, y por la reyna nuestra señora!”; y “¡ Byva la Santa Ynquisiçión!”5. Si bien no
se trataba de palabras subversivas, aparentemente: ¿a qué príncipe se referían?; ¿al que iba a
proclamarse rey de Castilla en el extranjero, a Carlos, o a Fernando, a su hermano, al que
Fernando el Católico consideraba más idóneo para encabezar la realeza castellana?. Por otra
parte, en ningún caso se había ordenado hacer una proclamación de este tipo. Tras la muerte
del esposo de la difunta reina Isabel aún había ciertas cosas que negociar sobre el futuro rey
de Castilla, y ni siquiera había venido alguna carta a Toledo estableciendo que hasta que todo
estuviese negociado fray Francisco Jiménez de Cisneros, el arzobispo toledano, desempeñara
la regencia. Se trata, por lo tanto, de “palabras escandalosas”, pero hay tres cuestiones que no
están claras: en primer lugar, quién las dijo o por orden de quién; en segundo, por qué las dijo;
y en tercero, qué significaba esa proclama a favor de la Inquisición.
Empecemos por este último asunto. La proclama se produjo el 25 de enero de 1516. Por
entonces muchas voces estaban en contra del Santo Oficio, al que acusaban, siempre de forma
anónima y con enorme cautela, de utilizar métodos muy poco ortodoxos a la hora de hacer su
trabajo. No pocas personas, de hecho, estaban a favor de su desaparición. Aún así, tras la
muerte del monarca que, junto a su esposa, había traído la Inquisición a Castilla, se hace
pública una proclama favorable a los inquisidores. Una cosa está clara: quienes la hicieron no
eran judeo-conversos. La realizaban cristianos viejos; muy posiblemente por orden del conde
de Fuensalida. Su objetivo era sublevar la ciudad para hacerse con su control.
Si el conde fracasó, otra vez -es la enésima-, fue por tres circunstancias. La primera, y la
fundamental, porque no contaba con los apoyos suficientes. Muy al contrario de cómo a veces
4 ASENJO GONZÁLEZ, Mª., “Las ciudades castellanas...”, p. 96. 5 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., tomo I, p. 67.
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se ha dicho, a la altura de 1516 no había bandos políticos en el sentido más tradicional del
término, sino parcialidades, agrupaciones coyunturales para amparar un interés concreto. Por
lo visto, la parcialidad del conde de Fuensalida en esos momentos albergaba poca fuerza. Otra
circunstancia a señalarse es el hecho de que este conde fuera amigo de Cisneros, y se mostrara
dispuesto a cumplir sus decisiones. Por último, también fue importante el papel del licenciado
Francisco de Herrera, vicario general y capellán mayor, quien se encargó de pacificar la
situación. Habló con los inquisidores, habló con el conde de Fuensalida y habló con otras
personas. Para él las voces que se dieron la mañana del 25 de enero de 1516, a la ora del alva,
eran de mucho escándalo, pues quienes las habían gritado lo hicieron syn consultarlo con la
çibdad (con el Ayuntamiento) ny [con la] justiçia.
De este modo se dirigía a Cisneros Herrera, en una carta escrita el mismo 25 de enero,
tras haber narrado lo ocurrido:
...como fue oy, viernes, dýa de ayuntamiento, yo vy mucho aparejo para mucho
escándalo y ronpimiento sy se hiziera ayuntamiento, y hize [venir] a esta casa de vuestra señoría (palacios arzobispales) al alcalde mayor, y justiçia, y algunos regidores y jurados, y procuré que no se fiziese ayuntamiento. Y asý se fizo, y se sosegó todo; ¡bendito Nuestro Señor!. Y el conde lo fizo muy bien, porque muchos regidores y cavalleros de su parte estavan muy escandalizados, y quesyeran ayuntamiento. Nuestro señor lo enpieça a encaminar bien, en la buena dicha y santa yntençión de vuestra señoría. Lo que ahora se debe hacer es que vuestra alteza escriba generalmente a la justiçia y ayuntamiento de esta ciudad, como ayer escribí a vuestra señoría...
Sería bueno, continuaba diciendo el licenciado Herrera, que Cisneros escribiese a los
caballeros para que mantuvieran la paz6; sobre todo dos cartas, una para Fernando Dávalos y
otra para Juan Carrillo, quienes, estando en parcialidades enfrentadas en muchas ocasiones,
tenían mano en todos los negocios, y se conformaban muy bien. Gracias a ellos se mantenía la
concordia en la urbe, por lo que en las cartas Cisneros iba a tener que agradecerles su labor.
En otra tercera misiva para el conde de Fuensalida también le debía agradecer su actitud ante
las palabras del alcázar, y advertirle que no realizase lo que algunas voces señalaban. Según
ellas, el conde, como en noviembre del año 1506, pensaba realizar una mudanza de varas.
Además, ciertas personas decían que el marqués de Villena y Álvaro Téllez, su hermano,
junto al conde de Fuensalida y otros, realizaban alardes en sus señoríos7 sin que nadie supiese
para qué. Unos decían que era para ir contra el conde de Valencia debido al apresamiento de
un corregidor, otros que era para ir a Segovia a un negocio, y otros que, en realidad, era para
6 En una carta Jaime Ferrer decía a Cisneros: “...tengo tal confyança del conde de Fuensalida y sus paryentes que con sólo escrevirles vuestra reverendísima señoría harán lo que les mandare, y los otros cavalleros de Silva lo mismo...”: CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., doc. XVIII, pp. 28-30. 7 ASENJO GONZÁLEZ, Mª., “Las ciudades castellanas...”, p. 102.
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plantarse con una muchedumbre de individuos armados en Toledo. Esto último es lo que
pensaba el licenciado Herrera; porque he visto estos días señales, aseguraba en una carta, por
donde lo debo temer... Por si fuera poco, no faltavan muchas personas, asý de una parte (los
Silva), como de la otra (los Ayala), afirmaba el corregidor8, representándome hartos miedos y
escándalos que se esperavan, y ansý no faltó gente de una parte y de otra con armas secretas.
Ante este peligro, el Consejo, bajo la tutela de Cisneros, ordenó a los vecinos de la urbe
que se uniesen a sus jurados en pro de la justicia contra un posible ataque de los oligarcas. Era
“una llamada a la formación de un frente popular de defensa para detener a unos nobles
armados”9, que, no obstante, no se veía con buenos ojos. Así lo afirmaba más de una persona:
aunque ellos -los del común, los “comunes”- se ofrezcan al tiempo del menester, cada uno
acude a la parte donde piensa ganar dineros, asý que d´esto se puede tener poca confiança10.
Este argumento no es baladí. Todo lo contrario; tendrá una repercusión enorme en estos
años, porque terminó deslegitimando el establecimiento de las “gentes de ordenanza”, un
ejército de carácter civil que había de encargarse del orden público. La puesta en práctica de
esta medida inédita en el año 1516 se justifica, perfectamente, si nos atenemos a la situación
que por entonces vive Castilla, y más en concreto Toledo.
La ciudad del Tajo nunca ha sido tan peligrosa como en el ocaso del reinado de los
Reyes Católicos, según los documentos que se conservan. Mientras que la violencia y el delito
fueran abundantes la paz regia estaría cuestionada. Había que amparar la pas e sosyego; el
problema era que, una vez muerto el rey Fernando, no existe un monarca dispuesto a hacerlo.
Carlos I, que se proclama rey de Castilla y Aragón en marzo de 1516 desde Bruselas, aparte
de ser un desconocido para los castellanos, y de contar con el rechazo del pueblo (entre otras
cosas por ser extranjero), habita lejos de la Península Ibérica, y no parece que le preocupen
los problemas de los súbditos que ha recibido, a través de la herencia de sus padres -Juana “la
Loca” y Felipe “el Hermoso”-, de los Reyes Católicos. La situación es extraordinaria, pues, y
en la corte del regente de Castilla, de Cisneros, se pensó que la mejor manera de enfrentarse a
ella era utilizando medidas también extraordinarias. Esto explica el establecimiento de las
“gentes de ordenanza”. El fin que Cisneros perseguía con su establecimiento era sencillo:
mantener la paz regia heredada de Fernando el Católico, hasta que su nieto Carlos I se hiciese
con el control de su herencia.
8 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., doc. XL, pp. 64-65; A.G.S., S.E., leg. 3, fol. 220. 9 ASENJO GONZÁLEZ, Mª., “La ciudades castellanas al inicio...”, p. 102. 10 A.G.S., Estado, leg. 2, fol. 48.
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Según el cronista Alonso de Santa Cruz, las “gentes de ordenanza” estarían constituidas
por personas “que estuviesen siempre aparejadas para a favor de la justicia, cada y cuando se
ofreciese, en que entrasen todos los oficiales y otras personas que fuesen dispuestas para las
armas, dándoles cierta orden que habían de tener, haciéndoles ciertas exenciones y pagándoles
el capitán, y pífano y atambor, para que de continuo se ejercitasen en las armas11”. La medida
buscaba instituir en el interior de las ciudades un sistema policial parecido al de la Hermandad
que operaba en los campos, pero, más que en 1476 -cuando los Reyes Católicos establecieron
la Hermandad general-, la medida levantó un enorme rechazo. Había dos razones para que la
medida fuese rechazada: la población rehusaba sustentar este “cuerpo policial”; y “los señores
y caballeros no querían ver los pueblos armados ni ejercitados, porque les parecía que se hacía
contra ellos”. Los oligarcas afirmaban que esto iba a perjudicar su dominio, que en las urbes
se producirían más escándalos que en tiempos pasados, y que los oficiales no iban a hacer sus
“oficios mecánicos con tanta solicitud como solían, y que a esta causa se habían de criar en
los pueblos muchos ladrones y vagabundos”12.
Como vimos anteriormente, el establecimiento de la Hermandad en Toledo produjo un
alboroto en 1476. Lo mismo sucede ahora, en 1516. A la ciudad del Tajo llegaban noticias de
la resistencia de villas como Valladolid a aceptar a las “gentes de ordenanza”, al tiempo que
los jurados de la urbe respondían a una solicitud realizada desde la corte para que ellos diesen
al entonces juez pesquisidor (luego nos referiremos a éste), Gonzalo de Gallegos, personas de
sus parroquias con que, a modo de un pequeño ejército, pudiera mantener el orden público; en
peligro tras un escándalo ocurrido en abril de 1516. En su misiva los jurados señalaban que
Toledo tenía un privilegio para que entre sus vecinos no se pudiera realizar un “repartimiento
de gente” con fines militares. Los jueces (corregidor, alcaldes, alguaciles, fieles...) eran los
encargados de traer consigo a sus hombres para que trabajasen en la defensa del orden
público. De ir contra esto, advertían, toda la universidad de la ciudad se iba a oponer a ello.
Se trataba de un aviso muy claro: el establecimiento de una milicia con carácter permanente,
integrada por personas del común, iba a levantar gran oposición13.
El aviso no sirvió de mucho. Decidido el establecimiento de las “gentes de ordenanza”,
a Toledo le correspondió aportar a dicho ejército hasta 3.500 hombres, una cifra elevada que
hizo surgir un enorme escándalo, como el que se produjo en Valladolid, Burgos, Segovia,
Ávila, León o Salamanca.
11 SANTA CRUZ, A. de, Crónica del emperador Carlos V, Madrid, 1920, tomo I, parte 1ª, cap. XXX, p. 119. 12 Idem, p. 20. 13 A.M.T., “Este libro es de traslados...”, Sección B, nº. 120, fol. 316 r-v.
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Según fray Prudencio de Sandoval, el cardenal Cisneros buscaba “echar un freno” a los
desordenes públicos14, “armando la gente común; y, con voz de que para la defensa del reino
convenía que en él hubiese gente ejercitada en armas, ordenó que en cada ciudad, y en las
villas y lugares de Castilla, hubiese cierto número de infantería y caballos, según la calidad y
caudal de los lugares. Y porque los tales tuviesen las armas necesarias, concedióles ciertas
exenciones de pechos y servicios y otras preeminencias”. Muchos se opusieron a la medida,
“así porque los tales exentos no tenían las armas que eran obligados y se hacían holgazanes y
escandalosos, dejando sus oficios y trabajos por andar armados, y salir a los alardes y
ejercicios de las armas, y revolviendo pendencias y haciendo delitos, como -y esto era grave-
porque los pechos y derramas que habían de pagar [se] cargaban sobre los otros pobres, de
que se tenían por muy agraviados y quejosos”.
Si aceptamos lo que fray Prudencio de Sandoval señala, Salamanca, Ávila, Segovia y la
ciudad del Toledo en principio no opusieron mucha resistencia a lo solicitado por Cisneros.
Al contrario, nombraron a unos capitanes de las “gentes de ordenanza” de manera pacífica.
No obstante, cuando se supo que Valladolid se había opuesto a ello por la fuerza “deshicieron
la gente y echaron los capitanes fuera, mal de su grado, y enviaron al cardenal diciendo que
ellos se querían conformar con Valladolid; que lo que Valladolid hiciese, que ellos también lo
harían”. De esta manera, Cisneros dio por nulo su intento -más sensato de lo que muchísimos
pensaban y de lo que parecían dispuestos a aceptar- de establecer una milicia permanente para
la defensa del orden en las ciudades. Los desórdenes públicos habrían de seguirse reprimiendo
como siempre, aunque cada vez fuesen mayores.
Para fray Prudencio, sin embargo, Castilla en su conjunto estaba obligada a dar gracias a
Dios por no permitir que el proyecto del cardenal Cisneros siguiera adelante. De haberse
instruido a la gente del común en las artes de la guerra nadie habría parado el levantamiento
de las Comunidades15:
“...ayudaban muchos caballeros a las Comunidades para no consentir la ordenanza:
sólo Valladolid tenía alistados treinta mil hombres de guerra, los más de ellos bien armados. [...] no hay duda, y no lo diré una vez, sino muchas, que si la ordenanza fuera delante, y los oficiales supiesen qué cosa era la pica, el arcabuz, el atambor, la vela, y todas las demás cosas de la disciplina militar, que el reino se hiciera inexpugnable, y que en los levantamientos con las armas de las Comunidades no sé si hubiera fuerzas para los vencer y allanar. Quísolo Dios así para bien de España, y aún de toda la cristiandad...”
14 SANDOVAL, fray P. de, Historia de la vida y hechos del emperador..., libro II (1516), cap. XVIII, p. 90 a-b. 15 Idem, libro II (1516), cap. XX, pp. 92 b-93 a.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1558
Al igual que hicimos en los capítulos precedentes, señalaremos, de forma esquemática,
en un cronograma, los hechos más destacables que ocurren a partir de 1516, para hacer más
sencilla su comprensión. Sobre la guerra de las Comunidades, como tal, en su día ya hizo un
cronograma muy útil Fernando Martínez Gil16, por lo que a él remitimos para profundizar más
sobre algunos de los asuntos que se presentarán aquí. En todo caso, nótense en el siguiente
esquema tres rasgos estructurales -llamémoslos de este modo- que acabaron quebrando la paz
regia: primero, la violencia está por todas partes, y el número de escándalos que se produce, y
sobre todo la repercusión de cada uno de ellos, es notable; segundo, nunca antes, desde 1475,
había habido una inestabilidad institucional como la que existe en el lustro que antecede a la
revuelta comunera; y tercero, como efecto de lo anterior ocurrirán dos cosas, a partir de 1520:
por un lado, intentará establecerse una nueva institucionalización política, y con ella una paz
regia distinta, en la que el común tuviese más peso en la gestión de sus problemas; y, por otro,
debido a las dificultades a la hora de establecer esta institucionalización, la violencia llegará a
la política -como en la década de 1470, e incluso más-, lo que hará que no pueda establecerse
ningún tipo de paz regia, al margen de Carlos I.
EL PROCESO DE DESTRUCCIÓN DE LA PAZ: HECHOS CLAVE, 1516-1522
FECHA
HECHO
23 de enero de
1516
Fernando el Católico fallece en Madrigalejo. El Cardenal Cisneros pasará a ser el regente de Castilla hasta que se solucionen los problemas con la herencia del trono
25 de enero de 1516
Se hace una proclama “escandalosa” a favor de la Inquisición y del sucesor al trono en el alcázar de Toledo. Corren rumores sobre posibles enfrentamientos. Algunas personas, asustadas, empiezan a guardar sus bienes en monasterios y conventos, buscando que no se los saqueen
14 de febrero de 1516
El príncipe Carlos comunica a los dirigentes toledanos su dolor por la muerte de su abuelo, y les ordena que obedezcan en todo al cardenal Cisneros, prometiendo mercedes a cambio de obediencia
14 de marzo de 1516
El príncipe Carlos se proclama rey de Castilla y Aragón en Bruselas. Algunos lo consideran un golpe de Estado, porque la verdadera reina era su madre Juana (la “loca”), que por entonces permanece recluida en un convento de Tordesillas
31 de marzo de
Ante los rumores que hablan sobre el envío de un juez de residencia a Toledo que fiscalice la tarea del corregidor mosén Jaime Ferrer, éste mismo, junto a un grupo de jurados y de
16 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 301 y ss.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1559
1516
regidores, se opone, advirtiendo que no debía venir a la urbe hasta que Carlos I no estuviese en Castilla
3 de abril de 1516
Carlos I promete, ante las protestas que ha despertado su proclamación como rey, que pondrá a su madre delante de él en todas sus cartas, y que la tendrá como la verdadera reina
4 de abril de 1516
Los gobernantes de Toledo aceptan el modo de actuar de Carlos I. Se realiza el acto de proclamación del nuevo rey, llevando el pendón real al alcázar toledano. Desde entonces las solicitudes de los dirigentes de la urbe al rey para que venga a Castilla son constantes. Carlos I responde con evasivas
17 de abril de 1516
Hay un escándalo en Toledo debido al desarrollo de unas peleas, y al intento de asesinato de un fiscal del regente Cisneros. Cada vez resulta más difícil controlar el orden público. La violencia y el delito están por todos lados.
22 de abril de 1516
Se envía al licenciado Gonzalo de Gallegos (o Gonzalo García de Gallegos) como juez pesquisidor para que resuelva el caso del 17 de abril. Encuentra muchas dificultades para actuar. Parecía que tras lo ocurrido iba a haber serios altercados, y no los hubo. Algunos dicen que el alcázar se ha convertido en una “cueva de malhechores”. Muchas personas viven bajo amenaza de muerte. La situación para muchos es desesperante
13 de mayo de 1516
Se nombra juez de residencia de mosén Jaime Ferrer al licenciado Gonzalo Fernández Gallego. No se nombra a Gallegos porque le acusan de connivencia con nobles como el marqués de Villena
19 de mayo de 1516
Empiezan a ponerse demandas contra mosén Ferrer y sus hombres. Les acusan de excederse a la hora de hacer justicia, siendo muy rigurosos, de realizar abusos, y de ser muy estrictos a la hora de prohibir la circulación de armamento por las calles. Con ello intentaron amparar la paz regia -pues ésta se les iba de las manos-. Tras la residencia algunos de los hombres de mosén Ferrer consiguen que no se ejecuten las sentencias en su contra; otros huyen de la justicia; y otros son castigados
1516 (primavera)
El Consejo Real ordena a la población toledana que se una a los jurados y a la justicia para mantener el orden público. La medida no es bien aceptada. Más tarde, a instancias del cardenal Cisneros, se crearán las “gentes de ordenanza”, un ejército de carácter civil, que tendría que encargarse de mantener la paz. En principio Toledo acepta crear este ejército, pero luego da un paso atrás y lo rechaza
19 de agosto de
1516
Surge un grave escándalo. Unos criados de Pedro López de Padilla y de su hijo Juan de Padilla atacan a unos alguaciles por quitar un arma a uno de sus compañeros
20 de agosto de
1516
Surge otro escándalo. Los criados de los Padilla quitan a un preso, por la fuerza, al alcalde mayor de la urbe. Éste acusa a los Padilla y a sus hombres de ser traidores al rey
8 de noviembre de 1516
Se nombra corregidor de Toledo a Luis Puertocarrero, conde de Palma. Por entonces las quejas contra Gonzalo Fernández Gallego son generalizadas. Los problemas de Puertocarrero a la hora de actuar serán siempre enormes. Siempre tendrá enemigos en la urbe, y nunca cesarán las críticas en su contra
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1560
17 de noviembre de 1516
Este día se presenta en el Ayuntamiento el que va a ser el nuevo corregidor: Luis Puertocarrero. Tal hombre levanta un enorme rechazo, y algunos se niegan a aceptarlo. Él hace que le acepten a la fuerza
18 de noviembre de
1516
En contra de la oposición de la mayoría del Regimiento, Gonzalo Fernández Gallego otorga las varas de justicia de la ciudad a Luis Puertocarrero
Desde 1516
La violencia cada vez es más incontrolable. La paz regia está en horas bajas
Desde 1516
La política de la realeza continúa siendo errática. Ante su incapacidad para hacer frente al crimen y al delito, concede un buen número de licencias de armas, lo que provoca más hechos delictivos y violentos
Desde 1516
Cada vez vienen menos disposiciones del Consejo Real que gestionen la institución del Regimiento
Desde 1516
Los enfrentamientos entre los artesanos y los regidores son continuos, debido, sobre todo, al control de los oficios de veedor de los diferentes sectores artesanos
Desde 1516
Un número enorme de personas se alza con sus bienes para no pagar lo que debe. El intervencionismo del Consejo Real para evitar este problema es notable, pero insuficiente. Los problemas económicos empiezan a acorralar a la población
Desde 1516
Los conflictos jurisdiccionales entre los jueces laicos y los de la Iglesia son continuos. Por culpa de la regencia de Cisneros, algunos jueces eclesiásticos se creen legitimados para actuar en causas mere profanas
Desde 1516
Existen algunos problemas enquistados en el término de Toledo. La labor de los jueces de términos no ha servido para nada en muchas ocasiones. Además, la situación en que se hallan las hermandades, tanto la general como la Vieja, deja mucho que desear
1 de abril de 1517
El papa León X nombra como futuro arzobispo de Toledo a Guillermo de Croy. Los canónigos no se enteran
1 de mayo de 1517
Surge un grave escándalo. Los hombres del deán, según algunos con la connivencia de éste, quitan a un preso a unos alguaciles, haciendo uso de una violencia desmedida. Desde aquí las relaciones del corregidor con el Cabildo catedralicio empeoran por momentos
19 de septiembre de
1517
Carlos I llega a Castilla; desembarca en Villaviciosa. Sin otorgar ningún reconocimiento a Cisneros, éste es marginado del gobierno. El clérigo morirá al poco tiempo
8 de noviembre de
1517
Muere Cisneros. El arzobispado de Toledo queda vacante
11 de noviembre de
Se comunica al Cabildo catedralicio de Toledo la muerte de su arzobispo. Surge un escándalo en torno al control de la torre de la catedral. Todos desconfían de las intenciones
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1561
1517
del rey
1517 (finales)
Se nombra al conde de Fuensalida gobernador general del reino de Navarra. Se pretende “descabezar” a la parcialidad de los Ayala para que se mantenga la paz en Toledo
14 de enero de
1518
Se envía un juez pesquisidor para que resuelva algunos problemas entre Toledo y Segovia por culpa de los términos de ambas ciudades
2 de febrero de
1518
Se inician las Cortes de Valladolid
3 de marzo de 1518
León X comunica al Cabildo de la catedral de Toledo que su futuro arzobispo va a ser Guillermo de Croy, y que se va a dividir el arzobispado. Los canónigos se oponen a ambas cosas. Se inicia un arduo conflicto
20 de abril de 1518
El Cabildo catedralicio acepta a Guillermo de Croy como arzobispo a cambio de que se dé por nula la desmembración de su arzobispado. Esto último es lo que se dispone en una bula del 23 de julio de 1518
Mayo de 1518
Surge un escándalo con los alguaciles. Unos mançevos traviesos les atacan cuando les iban a capturar por haber cometido un delito. La violencia cada vez es más insoportable. Algunos dicen que no hay justicia; los malhechores actúan con más osadía que nunca
18 de agosto de
1518
Hay un escándalo en la zona norte de la tierra de Toledo. Unos guardas de Segovia agreden a unos vasallos de la ciudad del Tajo
18 de septiembre de 1518
Segovia y Toledo se comprometen a que no haya enfrentamientos entre ellas por culpa de los términos. La concordia se ratifica el 20 de febrero de 1520. Mientras, el pleito entre Toledo y el conde de Belalcázar sigue sin resolverse, y es un motivo de frustración para los gobernantes toledanos
12 de enero de
1519
Muere el emperador Maximiliano
12 de mayo de
1519
Llega a Toledo una bula que autoriza a la realeza a recaudar la décima. Surgen alborotos auspiciados por los clérigos
28 de junio de 1519
Carlos I es postulado como emperador. A estas alturas las críticas sobre su modo de hacerse con el trono de Castilla, y sobre su forma de gobernar, rodeado de flamencos, son una constante
4 de agosto de 1519
Surge un enorme escándalo por el control del hospital del nuncio. Están implicados tanto los gobernantes de la urbe como el Cabildo catedralicio. El corregidor se enfrenta e éste. Desde entonces tiene los días contados como máximo dirigente de la urbe
Agosto de 1519
Escándalos en Olías. Algunos, apoyados por la población y sus autoridades, agreden y asesinan a unos guardas. Los problemas en algunos pueblos de alrededor de Toledo
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1562
(Ajofrín, Ocaña, Villamiel, Sonseca, Casalgordo, etc.) son evidentes
7 de noviembre de
1519
Carta de Toledo a las demás ciudades de Castilla con voto en Cortes convocándolas a una reunión para tratar los problemas que existen, y proceder en consecuencia
13 de diciembre de 1519
Ante las enormes quejas que hay en contra de Luis Puertocarrero, expresadas muy particularmente a estas alturas por personas cercanas a los Silva, se nombra corregidor a Antonio de Córdoba, quien será incapaz de frenar la situación desde el primer momento
Desde 1519
Los sermones en contra del rey se oyen por todos lados, en un ambiente en el que el delito, los crímenes, los apuros económicos, el odio a los extranjeros, el rechazo al monarca, el desprecio al absolutismo, y la desesperanza, crean una mezcla explosiva
Enero de 1520
Se reúne el Ayuntamiento de Toledo para preparar una rebelión. En las calles los predicadores ensalzan lo que están haciendo los gobernantes urbanos, claman contra Carlos I y sus acólitos, y arengan a la población para que subleve contra las circunstancias de penuria económica, de marginación política y de falta de justicia que padece
12 de febrero de
1520
Se convoca la celebración de unas Cortes en Santiago de Compostela, pidiendo dinero
25 de febrero de 1520
El Ayuntamiento decide enviar a Pedro Laso de la Vega y a Alonso Suárez de Toledo, regidores, junto a dos jurados, como mensajeros para comunicar algunos asuntos al rey, al margen de los procuradores de Cortes. Los procuradores de Cortes son elegidos a través de la suerte. Ésta cae en dos leales al rey: Juan de Ribera y Alonso de Aguirre. El Regimiento impide que vayan ellos como procuradores
Marzo de 1520
Desde la corte de Carlos I se destierra de Toledo a Pedro Laso de la Vega y a Alonso Suárez de Toledo. Se llama para que acudan ante el rey a algunos regidores rebeldes, entre ellos Juan de Padilla o Fernando Dávalos
31 de marzo de
1520
Se inician las Cortes de Santiago. No se han presentado procuradores de Toledo
3 de abril de 1520
La cofradía del Corpus Christi se reúne en el Hospital del rey. Se conoce ya que Carlos I llama a algunos regidores rebeldes a su presencia. Se planea hacer algo al respecto
16 de abril de 1520
Una muchedumbre de personas corta el paso a Juan de Padilla y Fernando Dávalos cuando se disponían a salir de Toledo, para marchar a la corte. Hay un enorme escándalo. El corregidor no puede impedirlo. La población toma las fortalezas de la urbe. Tan sólo queda a favor del rey el alcázar, donde Juan de Ribera resiste como puede
20 de abril de 1520
Las parroquias empiezan a elegir diputados para que formen parte de la Congregación, un organismo institucional que va a representar al común a partir de ahora, y que procederá en todos los problemas al lado del Regimiento. El Cabildo de jurados queda sin funciones
21 de abril de 1520
Cercado por los rebeldes, Juan de Ribera decide abandonar el alcázar. Toledo queda en manos de los sublevados. Por estas fechas entra en la urbe, como si de un héroe se tratara,
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1563
Pedro Laso de la Vega, incumpliendo así su orden de destierro
20 de mayo de
1520
Carlos I embarca en La Coruña; se marcha a recibir la corona imperial, una vez obtenida licencia para cobrar un servicio
31 de mayo de
1520
El corregidor Antonio de Córdoba tiene que huir de Toledo. La Comunidad triunfa. Se empieza a disponer la elección de los encargados de controlar la urbe en nombre de los rebeldes
8 de junio de 1520
Toledo propone crear una Junta que represente a todas las ciudades. La medida es mal aceptada
14 de junio de 1520
Se jura solemnemente la Comunidad en Toledo
1 de agosto de 1520
Se reúne la Junta en Ávila, compuesta por cuatro ciudades: Segovia, Toledo, Salamanca y Toro
21 de agosto de 1520
Medina del Campo arde por culpa del ejército de Carlos I que había ido a castigar un alboroto ocurrido en Segovia, en el que mataron al procurador segoviano en las Cortes de Santiago, acusándole de connivencia con el rey. Juan de Padilla se había presentado con algunos toledanos en Segovia para defender a los rebeldes. Muchas ciudades y villas, como reacción a tal acto, se unen a la Junta
29 de agosto de
1520
Padilla y los suyos entran en Tordesillas, buscando el apoyo de la reina Juana a su iniciativa
19 de septiembre de
1520
La Junta se traslada a Tordesillas
2 de diciembre de
1520
Los realistas recuperan Tordesillas. La Junta tendrá que trasladarse a Valladolid
6 de enero de 1521
El prior de San Juan es nombrado jefe del ejército realista en el reino de Toledo
7 de enero de 1521
Muere Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo
23 de enero de
1521
Día de San Ildefonso. Hay un escándalo debido a la predicación de un fraile alborotador. Varios canónigos tienen que marcharse de la ciudad del Tajo desterrados
25 de enero de
1521
Padilla ocupa Torrelobatón a las fuerzas realistas
29 de marzo de
1521
Entrada en Toledo del obispo de Zamora, Lope de Acuña, uno de los principales líderes comuneros. Por estas fechas son continuos los enfrentamientos entre los comuneros y los realistas en los alrededores de la ciudad del Tajo
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1564
30 de marzo de
1521
Se eligen diputados de guerra en Toledo. A falta de Padilla, el obispo de Zamora es nombrado capitán general. Desde ese momento Acuña presionará para que le nombren a él nuevo arzobispo, en contra de la mujer de Padilla, María Pacheco, también una líder destacada de la Comunidad, que quiere que el cargo sea para su hermano Francisco de Mendoza
Abril de 1521
Durante un enfrentamiento en Mora, los realistas prenden fuego a una iglesia, estando dentro muchas mujeres y niños, aparte de algunos comuneros
23 de abril de 1521
El principal ejército comunero es derrotado en Villalar. De forma inmediata serán decapitados sus capitanes, entre ellos Juan de Padilla. Cuando la noticia llega a Toledo crea enorme conmoción. María Pacheco, dispuesta a mantener la memoria de su marido, se convierte en líder indiscutible de la Comunidad toledana. El obispo de Zamora empieza a perder popularidad, y no es capaz de conseguir apoyos para que le nombren arzobispo
25 de mayo de
1521
El obispo de Zamora abandona Toledo
7 de junio de 1521
El Regimiento deja de reunirse. Los jurados prácticamente no tienen ya ningún papel en el gobierno de la urbe. Éste está en manos de la Congregación
26 de junio de 1521
Día de Santa Ana. Hay un escándalo. La Comunidad se radicaliza bajo el control de María Pacheco. Mientras, el prior de San Juan cada vez somete a un cerco más estrecho a los rebeldes. Poco a poco la situación será insostenible y habrá que negociar
25 de octubre de
1521
Toledo capitula con unas condiciones favorables a los rebeldes
28 de octubre de
1521
Los gobernadores de Castilla ratifican la capitulación de Toledo
19 de diciembre de
1521
Los gobernadores dan un paso atrás, y anulan los acuerdos de capitulación
21 de diciembre de
1521
El arzobispo de Bari es nombrado gobernador de Toledo hasta que se elija un nuevo corregidor
2 de febrero de
1522
Hay un escándalo por la noche. Algunos intentan sublevar al pueblo contra el arzobispo de Bari y sus hombres
3 de febrero de 1522
Día de San Blas. Hay un escándalo entre el arzobispo de Bari y sus hombres, por una parte, y los comuneros, por otra. Los comuneros son derrotados, y tienen que huir. Entre los que huyen se encuentra María Pacheco, la esposa de Juan de Padilla. La represión contra los rebeldes es feroz
18 de febrero de
1522
Martín de Córdoba es elegido nuevo corregidor. Comienza una nueva etapa para la paz regia, ahora bajo el control de Carlos I
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1565
8.1.1. UNA ETAPA DE CONMOCIONES: LA VIOLENCIA PRECO MUNERA
Posteriormente realizaremos un análisis pormenorizado del sentido de la violencia en la
guerra de las Comunidades. Nos interesa señalar aquí, no obstante, algo que parece evidente:
la revuelta de los comuneros fue el culmen de un recrudecimiento de la conflictividad urbana
que en la vida diaria de Toledo, y de Castilla, se veía reflejado en forma de escándalos de una
enorme repercusión social, y también política. Dicho de otro modo, el comportamiento de los
“comunes” a favor de las Comunidades puede explicarse atendiendo a sus circunstancias en la
década de 1510; unas circunstancias de desamparo en todos los sentidos.
Las diatribas en contra del rey y de sus hombres acusándoles de todos los males no
hicieron sino angustiar a muchos más de lo que pudieran estarlo. En la sociedad de entonces,
“acorralada” en lo económico por subidas de precios irrefrenables, ante dichas acusaciones se
reaccionó de forma tan violenta como lógica para la mentalidad popular. El contexto no podía
cambiarse de ninguna manera; sólo la violencia albergaba un potencial dinamizador. La
violencia era el único medio de acción de los débiles. Un medio que, por otra parte, siempre
habían utilizado sin el menor reparo los más poderosos.
Tal “utilización” de la violencia con unos fines a corto y medio plazo se produjo en un
contexto de revuelta, entre 1520 y 1522. Hasta entonces, la violencia no sirve para alcanzar
unas metas políticas -o de otro tipo- que sean beneficiosas para la comunidad; tan sólo busca
obtener un objetivo concreto, que acaba cuestionando la paz regia de un modo evidente. Esta
violencia, la privada, la no política, la particular, a partir del año 1520 llevará a la otra, a la
comunitaria, a la política, a la general.
Entre 1516 y 1519 (en realidad desde antes) hay un número de escándalos en Toledo y
sus alrededores muy notable, escándalos que acarrean muchas consecuencias, pero sobre todo
una: la quiebra de la paz regia. Esto se manifiesta de múltiples formas: los encargados de
mantener el orden público se ven impotentes; la osadía de los “alborotadores” es desafiante; la
población tiene miedo, el miedo genera angustia, y ésta recelo, desprecio y resentimiento...
Tales factores aclaran, en el fondo, mucho de lo que sucede durante la revuelta comunera. Lo
que ocurre entre 1516 y 1519 son los prolegómenos de algo mucho más grave.
8.1.1.1. ENTRE LA CONFLICTIVIDAD Y LA VIOLENCIA
Los grandes escándalos surgen en un ambiente de violencia que enturbia las relaciones
sociales tanto dentro como fuera de Toledo. En los alrededores de la urbe antes del inicio de
la guerra de las Comunidades se observa un recrudecimiento de algunos conflictos, como el
que Segovia mantiene con la ciudad del Tajo. Como en años anteriores, guardas segovianos se
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1566
atreven a ocupar las jurisdicciones ajenas, esta vez realizando prendas en la dehesa llamada de
San Andrés, posesión de Pedro de Ayala17. Desde la corte se envió un juez pesquisidor, quien
dispuso que de una manera inmediata se devolviesen tales prendas. Así se hizo, aunque poco
después los guardas actuaron de nuevo. Vinieron a la dehesa con mano armada y un tropel de
hombres, y robaron una mula y una yegua. Lo peor de estas acciones era que cuestionaban la
tregua impuesta durante el pleito que Toledo mantenía con Segovia en torno a unos términos
jurisdiccionales del norte de la tierra toledana, que consideraban suyos los segovianos. El 14
de enero de 1518 volvió a enviarse a otro juez pesquisidor para que él se encargase de
resolver el asunto. Fue inútil.
El 9 de marzo desde la corte se ordenaba tanto a los gobernantes de Segovia como a los
de Toledo que evitaran los escándalos por todos los medios. Entre las dos ciudades había
resurgido el debate ya antiguo en torno a la propiedad de los términos de El Visillo y El prado
de la Magdalena. Ambas partes estaban comprometidas para que tres jueces establecidos por
ellas y la corte resolviesen el conflicto: los licenciados Villena y Contreras por las ciudades, y
el licenciado Polanco por el Consejo. Aún así alcanzar un acuerdo era difícil18, y aunque tanto
los toledanos como los segovianos se comprometieron en la primavera de 1518 a resolver sus
debates por vía judicial y sin alborotos, en agosto de dicho año los escándalos volvieron a ser
inevitables.
Sucedió el 18 de agosto. Francisco de Fuentidueñas, Bartolomé Sánchez de Riba y otros
vecinos de Móstoles se encontraban en el término de El Visillo cogiendo romero y leña. Unos
diez o doce de a caballo liderados por Morales, Castañeda y Mameco, y cien peones, llegaron
allí. Habían salido de Navalcarnero (un pueblo de la tierra de Segovia, como ya se dijo) a
campana repicada. Los de a caballo portaban lanzas y adaragas, e iban acorazados; los peones
tenían ballestas, lanzas, espadas... Según los vecinos de Móstoles, nada más llegar iniciaron el
ataque. Las saetas volaban y, a golpes de lanza, los mostoleños fueron reducidos. Francisco de
Fuentidueñas recibió un saetazo; y también Bartolomé Sánchez. Por lo menos cinco o seis
hombres resultaron heridos de diversa gravedad. A todos, con sus mulas, carretas y demás
animales y pertenencias, les hicieron partir hacia Navalcarnero, donde les encarcelaron, no
permitiendo a sus parientes que les visitasen, y no dando permiso a nadie para que fuera a
curarles las heridas19. Hecho esto, los de Navalcarnero se marcharon otra vez a El Visillo.
17 A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 14 de enero de 1518. 18 A.G.S., R.G.S., 1518-III (1), Valladolid, 9 de marzo de 1518. 19 A.G.S., R.G.S., 1518-IX, Segovia, 4 de septiembre de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1567
Habían quedado en ese lugar azadones, gabanes, alforjas y otras cosas que eran de los
asaltadores por derecho, afirmaban.
Cuando se denunció el caso ante el Consejo Real Segovia aseguró que los de su pueblo
habían procedido de manera adecuada. Sus procuradores dijeron que los de Móstoles entraban
en El Visillo y en otros términos contra lo determinado en los pactos con Toledo, para talar el
monte, y lo hacían de forma escandalosa. Los guardas de Segovia procuraban que no hubiese
alborotos, pero los mostoleños les perseguían lanzándoles saetas y piedras, o dando golpes de
lanza, bajo gritos de “¡ladrones!”, “ ¡robadores!” u otros insultos semejantes. Según Segovia
esto es lo que sucedió el día 18 de agosto de 1518: los de Móstoles intentaron defenderse de
los guardas segovianos que querían impedirles que talaran el monte, y los guardas no tuvieron
más remedio que actuar.
Las explicaciones de los gobernantes de Segovia podrían tener cierta lógica si no fuera
porque sus propios guardas se empeñaban en quitarles la razón con sus actos. El 20 de agosto,
dos días después de lo anterior, éstos quitaron a algunos vecinos de Móstoles dos animales, e
hicieron otras prendas. El 4 de septiembre el Consejo diputó a Pedro de Arenillas para que se
informara del caso e hiciese justicia, si bien fue diputado Andrés Pérez de Monasterio20 más
tarde. El 18 se llegó a un acuerdo: Segovia se comprometía a no hacer prendas en el término
de El Visillo, y los de Móstoles a no usurpar la jurisdicción segoviana. Los mostoleños,
además, podrían aprovecharse del término siempre que no cortaran de raíz o a ras de tierra las
encinas, y siempre que no fuesen armados a la zona21. Dicha concordia se ratificó el 20 de
febrero de 152022.
Así estaba la situación cuando comenzaron las Comunidades. Aunque las disputas entre
la ciudad de Toledo y la de Segovia podrían retrotraerse como mínimo a la década de 1470, y
a pesar de que tales disputas se hacen mucho más continuas y crudas desde 1512, cuando se
inicia la sublevación frente a Carlos I existe una concordia coyuntural, a esperas de que el
Consejo resuelva el caso.
La lentitud de los consejeros, por otra parte, era abrumadora, y sólo daba pie a alborotos
como los vividos en épocas anteriores. Lo peor era que no parecía que el asunto fuera a
revolverse en un futuro inmediato, viendo cual es la situación de la realeza en esos años que
preceden a las Comunidades. De este modo, Toledo y Segovia decidieron que lo mejor para
ambas era dejar de lado sus diferencias, y enfrentarse juntas al nuevo rey de Castilla. No en
20 A.G.S., R.G.S., 1518-IX, Segovia, 21 de septiembre de 1518 (hay dos documentos). 21 A.G.S., R.G.S., 1518-IX, Segovia, 18 de septiembre de 1518. 22 A.G.S., R.G.S., 1520-II, Valladolid, 1 de febrero de 1520.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1568
vano, de ellas salieron dos de los principales líderes de la Comunidad: Juan de Padilla, en el
caso de Toledo, y Juan Bravo, en lo que a Segovia se refiere.
Dicha lentitud e incapacidad generaban hastío en los toledanos, entre otras cosas porque
aparecían mezcladas con acciones de una prepotencia difícil de soportar. El caso del conde de
Belalcázar es el más evidente. Aunque en principio todo apuntaba que Carlos I iba a resolver
la situación de una vez, ya que dispuso (a ruego del Ayuntamiento de Toledo) que se reabriera
el proceso23, los regidores toledanos pronto se dieron cuenta que era una farsa. El individuo al
que se encargó que viese el caso dijo que no podía hacerlo porque estaba muy ocupado24, y no
se hizo nada. De nuevo la incapacidad...
Río Tajo
RíoAlgodor
TOLEDO
RíoGuadarrama
Puebla de Alcocer
Siruela
Herrera
Helechosa
Alcolea de los Montes
Cuerva
AzañaEsquivias
Yeles
Novés
PortilloFuensalida
Orgaz
Illescas
El Viso de San Juan
Arcicollar
Chozas de Canales
Camarena
La Torrede EstebanHambrán
Maqueda
Gálvez
N
NavalcarneroArroyomolinos
Casarrubios
Valmojado
Móstoles
MONTESDE
TOLEDO
Almonacid
Sonseca
Casalgordo Arisgotas
Olías
(Área del condado deBelalcázar)
(Frontera con la Tierra deSegovia)
Escalonilla
Villamiel
Ajofrín
Zonas problemáticas de la comarca toledana a fines del Medievo.
23 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 15 de agosto de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-XII, Ávila, 12 de diciembre de 1518. 24 A.G.S, R.G.S., 1520-II, Valladolid, 29 de febrero de 1520.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1569
En la corte de Carlos I no sabían lo que tradicionalmente había supuesto para Toledo el
caso del conde de Belalcázar. Siempre que los dirigentes toledanos se sintieron frustrados a la
hora de resolverlo hubo graves escándalos, si las circunstancias los favorecían. Sucedió en
1465, en 1468 y en 1506, y volverá a ocurrir en 1520. El asunto venía de la década de 1440, y
siempre desestabilizó la paz regia. Poco antes del inicio de las Comunidades, el 29 de febrero
de 1520, el Consejo del monarca se mostraba dispuesto a que el problema se resolviese, pero
era tarde. Nadie confiaba en él. Casos de la complejidad de éste, el del conde de Belalcázar,
difícilmente iban a poder solucionarse por personas con un interés y un conocimiento sobre
ellos tan escasos como los que poseían los de la corte de Carlos I.
8.1.1.1.1. Términos, hermandades y violencia campesina
La situación de la tierra de Toledo en estos años apenas ha variado con respecto a lo que
en 1505 decía de ella el juez de términos Lorenzo Zomeño. Muchas sentencias establecidas
por éste, de hecho, aún están por cumplirse más de una década después, y seguirán estándolo
una vez fracasen las Comunidades. Los dirigentes de Almonacid, por ejemplo, afirmaban que
Zomeño les había concedido el término de Campo Rey (o Camporey) en contra de la villa de
La Guardia, y a pesar de ello los de esta villa prendaban a sus vecinos para que no pudieran
aprovecharse del terreno25. Más grave era el enfrentamiento que mantenían Casalgordo y
Sonseca; pueblos que, además, estaban enfrentados con Juan Gaitán (luego líder comunero),
un hombre que no dudó en requerir la ayuda de fray Francisco de Eván -el referido juez
eclesiástico culpable de múltiples conflictos jurisdiccionales- para defender sus derechos. El
25 de junio de 1517 el Consejo ordenó a Eván que no se entrometiese en el asunto26; algo que,
como en muchísimas otras ocasiones, el juez eclesiástico se negó a hacer, por lo que tuvo que
darse otra misiva en la que se ordenaba lo mismo, el 19 de enero de 151827.
Como se vio, Juan Gaitán demandaba del mismo modo a Casalgordo y Sonseca el pago
de algunos tributos28, y ambos pueblos tuvieron que requerir al Consejo unas licencias para
recaudar dinero entre sus vecinos29, y así poder defenderse. Al tiempo que esto ocurría lugares
como Novés solicitaban a los consejeros la confirmación de unas ordenanzas creadas para
amparar su término concejil30, puesto que el nuevo rey no tenía muchos apoyos y despertaba
25 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 11 de noviembre de 1516. 26 A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 25 de junio de 1517. 27 A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 19 de enero de 1518. 28 A.G.S., R.G.S., 1517-VIII, Madrid, 8 de agosto de 1517. 29 A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 30 de junio de 1517, y 1518-I, Valladolid, 25 de enero de 1518. 30 A.G.S., R.G.S., 1518-III (2), Valladolid, 25 de marzo de 1518.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1570
desconfianza, lo que había sido en épocas pasadas sinónimo de abusos por parte de los
poderosos, y de conflictos.
Tal y como se refirió en capítulos anteriores, las zonas más problemáticas eran aquellas
que hacían de frontera entre los lugares de señorío y la tierra toledana. El área de Orgaz fue en
todo momento un territorio conflictivo debido a la proximidad de Arisgotas, un pueblo de una
adjudicación a Toledo muy reciente, que estaba siendo repoblado no sin dificultades, y que en
buena medida por ambas razones era un foco continuo de enfrentamientos. Sin ir más lejos, el
Ayuntamiento de Orgaz tuvo que quejarse a los consejeros reales a fines de 1518, advirtiendo
que, si bien sus vecinos tenían derecho a pacer con sus animales en las tierras de Arisgotas y
en la dehesa de Escalicas, gracias a la sentencia de un juez de términos, los habitantes del
lugar de Arisgotas realizaban lo siguiente31:
...con mucho escándalo e alboroto diz que se an puesto en prendar de los ganados de
los vesinos de la dicha villa, e a otras personas que han entrado en los dichos términos a paçer e roçar en ellos. E que no solamente diz que les han prendado los dichos ganados, pero que han prendido a las personas que los metían e roçaban. E que los han llevado presos e atados del dicho lugar de Arias Gotas...
En la zona de Camarena también era Juan Gaitán culpable de ciertos abusos. Obligaba a
los vecinos del pueblo a aceptar que algunos de sus vasallos paciesen en el término con sus
animales32. Algo así sucedía en torno a Alcubillete, donde el canónigo Pedro Suárez y su
hermano Ramiro de Guzmán estaban dispuestos a impedir que los vecinos de este pueblo
pacieran con sus ganados, recurriendo al vicario general de Toledo33. Con respecto a los
Montes de esta urbe, el máximo problema, como en décadas pasadas, era el fiel del juzgado.
Según dijeron ante el Consejo Real los jurados en la primavera de 1519, el juez de los
Montes tenía bajo su jurisdicción unos doce pueblos, y el cargo se echaba a suertes cada uno
de marzo entre los regidores. Ese año la fortuna había recaído en el regidor Alonso de Silva,
quien, al recibir el corregimiento de Badajoz, dispuso que fuera su lugarteniente en el oficio
Luis Hurtado. Tal disposición fue rechazada de forma inmediata por los jurados, ya que el
escribano de la audiencia del juez de los Montes era hermano de Luis, y, por lo tanto, iba a
resultar fácil que ambos colaboraran a la hora de cometer todo tipo de abusos. Los regidores
afirmaban que tales críticas eran absurdas, que debía recibirse a Luis Hurtado en el oficio sin
más. Los consejeros reales estaban en la obligación de optar por la postura de los regidores o
por la de los jurados. No obstante, conscientes de que cualquiera de las opciones dejaría
31 A.G.S., R.G.S., 1519-XI, Valladolid, 16 de noviembre de 1519. 32 A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Ávila, 14 de julio de 1519. 33 A.G.S., R.G.S., 1519-I, Ávila, 27 de enero de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-IV, Ávila, 1 de abril de 1519.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1571
insatisfecha a una de las partes, acordaron que se pusiese en práctica la tercera opción:
permitir a Luis Hurtado disfrutar del puesto de fiel del juzgado, y hacer que su hermano -de
nombre Diego de la Fuente- abandonase su escribanía, una vez hecho su preceptivo juicio de
residencia34.
Esta manera de proceder del Consejo Real es muy común, aunque no dejaba satisfecha a
ninguna de las partes. En este caso los jurados no querían ver a Luis Hurtado al frente de la
audiencia de los Montes y no lo consiguieron. En cuanto al Regimiento, recordemos cómo ya
en abril de 1506 se alzaban quejas en su contra, señalando que hacía todo lo que consideraba
oportuno para que la Hermandad Vieja no conociese de ciertos delitos que se cometían en los
Montes, diciendo que no eran casos de Hermandad y que se realizaban en lugares poblados.
Entonces los regidores llegaron a mandar a los vecinos de los Montes que no acudiesen a los
llamamientos de los cuadrilleros para perseguir a los malhechores, si no contaban con una
autorización, expedida por los alcaldes de su pueblo. Los cuadrilleros, de igual forma, decían
que por culpa de su trabajo les amenazaban y prendían, a veces a solicitud de los gobernantes
de la ciudad del Tajo, y que se realizaba así gracias a la mediación del fiel del juzgado35.
Los mismos problemas pueden detectarse una década después. Los enfrentamientos
entre la Hermandad Vieja y el fiel del juzgado por asuntos jurisdiccionales son comunes. Por
ejemplo, en diciembre de 1515 un hombre robó en Yébenes a otro un capuz y una camisa. El
caso se denunció ante la Hermandad, pero quién cogió al ladrón fue el fiel del juzgado.
Cuando la primera solicitó a éste que le diera el preso se negó a hacerlo, y no hubo más
remedio que recurrir a la mediación del Consejo Real36.
Por otra parte, y siguiendo en los Montes de Toledo, la Hermandad Vieja continuaba en
la época anterior a las Comunidades con los obstáculos que se habían suscitado en la década
precedente: los referidos enfrentamientos con el fiel del juzgado y los gobernantes de la urbe;
dificultades a la hora de conseguir el “socorro popular” para la captura de los malhechores;
impedimentos a la hora de sostenerse desde el punto de vista económico, a causa de las trabas
para recoger los ingresos en concepto de derecho de asadura37; y, como no, la ya cotidiana
conflictividad interna, la conflictividad entre los propios miembros de la institución.
34 A.G.S., R.G.S., 1519-IV, Ávila, 14 de abril de 1519. 35 A.G.S., R.G.S., 1506-IV, Valladolid, 2 de abril de 1506. 36 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 15 de marzo de 1516. Un caso ejemplifica, por otra parte, el tipo de abusos del juez de los Montes: Juan de Tobar, un vecino de El Molinillo, fue encarcelado en 1517 y le expropiaron unos bienes debido a una pelea que tuvo con unos vecinos diez años atrás, por la que él aseguraba que ya había sido castigado: A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 3 de mayo de 1517. 37 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 20 de marzo de 1517; A.G.S., R.G.S., 1517-IV, Madrid, 24 de abril de 1517.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1572
Se indicó en el capítulo séptimo. Al igual que en el resto de las instituciones toledanas,
también en la Hermandad Vieja van a surgir serios enfrentamientos entre sus integrantes, lo
que hizo que la esencia del sentido de “hermandad” se quebrara, produciendo una crisis. En la
primavera de 1517 los ”hermanos” solicitaron en el Consejo Real que, por evitar enojos, el
escribano de la Hermandad, Pedro Fernández de Oseguera, les diese copia de las ordenanzas
que establecían el modo de elegir a los oficiales de su institución. Aparte de lo que dicha
solicitud significa, que los conflictos por causa de las elecciones, como en épocas pasadas,
estaban a la orden del día, merece la pena destacar dos aspectos. En primer lugar, como puede
verse, los Oseguera acaparaban las escribanías de las instituciones públicas de Toledo en la
década de 1510. En segundo, no deja de ser llamativo el hecho de que se dé al referido Pedro
de Oseguera este título38: escrivano del Cabildo de la Fermandad Vieja de la çibdad de
Toledo. Es algo que se enmarca dentro del proceso de acabildamiento que se produce antes de
las Comunidades (lo vimos en el capítulo anterior al hablar de los tejedores y los escribanos).
Los miembros de la Hermandad Vieja crearon unas ordenanzas en el año1517 para que
no hubiese problemas a la hora de elegir a las personas encargadas de desempeñar sus oficios,
algo que a tenor de lo visto en años anteriores parecía muy difícil. Dichas ordenanzas fueron
confirmadas por el Consejo el 24 de julio de 151739, pero en 1519 surgieron los problemas de
siempre40, a pesar de ellas.
Las dificultades de la Hermandad general son aún mayores. Antes de las Comunidades
la institución se ve inmersa en un agotador ambiente de conflictividad. Sus miembros tienen
problemas en múltiples zonas de la tierra: en torno a Torrejón de Velasco41o en Escalonilla42
por ejemplo. Un vecino de este último pueblo, Lope de Molina, pidió ante el Consejo que los
miembros de la Hermandad de su villa se sometiesen a una residencia, puesto que sus abusos
cada vez resultaban más difíciles de soportar. Así se ordenó que lo hicieran en mayo de 1516
-les tomó residencia Gonzalo Fernández Gallego, juez de residencia de mosén Jaime Ferrer43-.
También en Móstoles la Hermandad causó problemas. A finales de este año, de 1516, dieron
queja en el Consejo Pedro Marcos, Juan Colomo, Juan Malmajo y un hijo de éste, vecinos de
Móstoles, advirtiendo que los alcaldes hermandinos les habían metido en prisión sin culpa,
sólo porque Francisco y Alonso de Villalobos quebraron un colmenar. Lo peor era cómo
38 A.G.S., R.G.S.,1517-IV, Madrid, 20 de abril de 1517. 39 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 24 de julio de 1517. 40 A.G.S., R.G.S., 1519-VIII, Valladolid, 30 de agosto de 1519. 41 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 17 de marzo de 1516. 42 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 22 de mayo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 10 de mayo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-VI, Madrid, 2 de junio de 1516. . 43 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, (blanco) mayo de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1573
procedió un cuadrillero: los avía desnudado los sayos, de manera que estavan desnudos, e
que, como son pastores e pobres, que morían de fanbre44.
Las formas de proceder de los miembros de la Hermandad, en efecto, en ocasiones son
rigurosas y/o fraudulentas45. También eran así vistas muchas de las sentencias establecidas
por los alcaldes de esta institución, por lo que no era infrecuente que se apelasen. Esto no es
nuevo; venía produciéndose desde años atrás.
Hay, sin embargo, algo que debe destacarse. A medida que avanza la década de 1510
los actos de los campesinos se radicalizan en algunas poblaciones. La violencia cobra tintes
nunca antes vistos, y esto va a poner en serios apuros a los cuadrilleros de la Hermandad.
Hasta tal punto llegó la situación en pueblos como Olías, separado sólo por unos kilómetros
de Toledo, que podemos hablar sin miedo a equivocarnos de la existencia en el verano de
1519 de ese germen de radicalismo que exhibirán las clases bajas durante las Comunidades, y
que en urbes como la ciudad del Tajo adquiriría una enorme importancia.
Lo que sucedió en Olías en el verano de 1519 es llamativo no por los hechos en sí, sino
por lo que rodeó a tales hechos. Fueron denunciados por Diego López, Francisco Ramírez de
Sosa y Francisco de Valladolid, unos vecinos de Toledo con tierras en ese pueblo. Éstos, tal y
como establecían un mandato de su Ayuntamiento y algunas sentencias, nombraron a Juan de
Villa Real como guarda de sus terrenos, para que no entrasen los ganados de los habitantes de
la localidad en ellos -eran viñas, siembras de cereal, huertas...-. Cuando lo supieron los del
pueblo, tanto sus alcaldes y regidores como muchos labradores46:
...se juntaron en la plaça e començaron a alborotar diziendo que no avían de aver
guarda, e que sy se pusyese que le matasen a palos, que non los avían de ahorcar por ello. E otros diziendo que no, que juravan a Dios que si tomasen a dicha guarda en el dicho lugar e prendasee (sic), que ellos le harían que no fuese más guarda, e que no duraría tres meses. E que con este alboroto y palabras, diz que luego, la noche siguiente, andando la guarda usando su ofiçio, salieron al canpo çiertos labradores del dicho lugar porque avía prendado çierto ganado, dexándolo [en] el corral para venirlo a notificar a la nuestra justiçia. Diz que le dieron muchas cuchilladas, palos y pedradas. Y diz que d´ello allegó a punto de muerte, lo qual diz que denunçió a la justiçia d´esa dicha çibdad.
E que la dicha guarda, aviendo convalecido e estando ya bueno, aunque manco de un braço e de una mano, tornó a usar el dicho su ofiçio. Y que estando en el dicho lugar çiertos labradores que estavan en asechança, yendo a guardar las viñas, salieron a él e le mataron a cuchilladas, e le despojaron e rrobaron las harmas e dineros que traýa. E que se metieron en la yglesia del dicho lugar.
44 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 21 de octubre de 1516; A.G.S., R.G.S., 1517-I, Madrid, 26 de enero de 1517. 45 En 1517 se dio queja de Francisco Ramírez de Sosa, quien en los seis o siete años que estuvo como alcalde de la Hermandad cometió muchos abusos: A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 12 de febrero de 1517; A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 18 de febrero de 1517. Bartolomé de Aguilera, por su lado, era un vecino de Recas que se quejó en el Consejo Real diciendo que tras robarle unos animales en su propia casa y haberle agredido, los alcaldes de la Hermandad dieron por libres a los agresores: A.G.S., R.G.S., 1518-II, Valladolid, 14 de febrero de 15168. 46 A.G.S., R.G.S., 1519-VIII, Valladolid, 31 de agosto de 1519.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1574
E que los herederos tornaron a poner otra guarda para que usase su ofiçio. Diz que otros labradores, favoresçiéndolos los del dicho lugar, le dieron estando en la plaça seguro muchos palos, viéndolo el alcalde e regidores del dicho lugar. E que pudiéndolos prender no lo avían prendido. Que un jurado de la dicha çibdad que allí se halló prendieron (sic: prendió) a uno de los dichos delinquentes, e lo entregó al alguazil e regidores del dicho lugar, diziendo que se fuese. E que asymismo los que mataron al dicho Villa Real e le hirieron los vesinos del dicho lugar los favoresçieron, teniéndolos en la yglesia y dando dineros y de comer, y lo que avían menester.
Lo qual todo fue dicho e denunçiado al alcalde mayor de la dicha çibdad e a los alcaldes de la Hermandad. E se les dio ynformaçión bastante, y prendieron a un Alonso Conexo e a otras personas. E que´l dicho alcalde diz que por ruegos le dio en fiado e a disymulado en ello. Y porque los alcaldes de la Hermandad los prendieron y proçedían en la cabsa, por ser en el canpo e sobre asechanças, el dicho alcalde mayor los tornó a soltar. E que asymismo sobre los palos dados a la segunda guarda no ha querido proçeder ni haser justiçia aviéndole dado ynformaçión. A cuya cabsa diz que los labradores están favoresçidos y destruyen (roto) las viñas y olivares, cortándolos [con las] hachas [...] Asymismo hazen lo que quieren, viendo que no se haze justiçia ni se punen ni castigan los dichos delinquentes...
La forma de proceder tan radical de los labradores no es nueva, pero pocos documentos
nos la muestran con tal claridad. Asambleas en las plazas como la que aquí aparece, en las que
determinar estrategias de actuación conjunta frente a “enemigos comunes”, y la violencia con
que se desarrolla todo, van a convertirse en habituales durante las Comunidades. Por ahora se
trata sólo de actos violentos similares a los desarrollados por otras causas. Eso sí, lo que
diferencia lo que sucede en Olías en 1519 es el sentido de “comunidad” con que se produce.
Antes de hacer algo los labradores del pueblo se reunieron con sus dirigentes, labradores
al igual que ellos -aunque tal vez más acomodados-, en la plaza. Allí se definió la estrategia a
seguir: los del pueblo podrían actuar con libertad frente a los guardas; la justicia local no iba a
entrometerse. Esto daba vía libre a la violencia, hasta tal punto que puede hablarse de una
sublevación de los labradores de Olías frente a los herederos (a los que tenían heredades) de
Toledo en su pueblo. No estamos, además, ante un caso excepcional. También Luis Hurtado,
un vecino de Toledo, se quejó ya en 1517 en el Consejo, advirtiendo que en el pueblo de
Velayos le habían ocupado sus tierras los vecinos, metiendo en ellas los ganados a voz de
concejo47.
Lo ocurrido en Olías ha de relacionarse con dos aspectos: las demandas continuas de los
dirigentes de los pueblos que en esta época se dejan oír por toda la tierra, y los problemas que
existen en torno a las propiedades de terrenos agrícolas sobre los que pacer con animales, o
sobre los que cultivar, en unos años -los últimos de la década de 1510- de recesión económica
generalizada, en los que los precios se están disparando con una contundencia preocupante.
47 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 29 de julio de 1517.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1575
Empecemos por el primer asunto. Las demandas de los dirigentes de los pueblos son de
lo más variadas, y desde el año 1515 han de enmarcase en el referido ambiente de problemas
económicos. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en el caso de Villamiel. Sus gobernantes
demandaron a comienzos de 1517 ante el Consejo Real un problema que afectaba a su pueblo
y a otras poblaciones próximas, situadas en caminos más o menos transitados. Villamiel era
por entonces una localidad de unos setenta vecinos -no más de cuatrocientos habitantes-, pero
tenía problemas de abastecimiento; hasta tal punto que no encontraba a ninguna persona que
quisiese desempeñar el oficio de panadero en el pueblo. Los motivos tenían mucho que ver
con los precios de los alimentos. Panaderos, tenderos y mesoneros ofrecían sus productos a
los caminantes que pasaban por la localidad a cambio de una suma elevada de maravedíes, y
pretendían vendérselos por la misma cantidad a sus vecinos. Éstos se negaron, y pidieron a los
dirigentes de Toledo ayuda. Los regidores urbanos ordenaron que se vendieran los productos
al precio correcto. Así, por culpa de la existencia de una tasa, muchas personas dejaron de
interesarse por el abastecimiento de Villamiel48.
Los problemas de Ajofrín también eran muy graves, aunque son más comunes que los
de Villamiel. Sus gobernantes se quejaban de que en 1519 las sentencias dadas en 1502 por
Juan de Cuellar, para que no cobrasen unos tributos ilegales el deán y el Cabildo catedralicio,
se estaban incumpliendo. Los clérigos pretendían cobrar impuestos suspendidos años atrás49.
Además, estaban empeñados en reformar las instituciones de gobierno del pueblo. Hasta 1519
los gobernantes de Ajofrín eran elegidos por la población reunida con la justicia, los regidores
y los hombres buenos. Se nombraban a catorce personas entre alcaldes, regidores y jurados, y
a doce seises. Luego el Cabildo de la catedral ponía a seis seises y a siete oficiales (entre
alcaldes, regidores y jurados). Siempre a uno de los oficiales se le denominaba el “procurador
de la comunidad”, y tenía la misión de velar por los intereses de ésta.
A comienzos de 1519 el deán y los canónigos toledanos estaban empeñados en eliminar
el cuerpo de seises de Ajofrín, y en que la intrusión de la “comunidad” en el nombramiento de
los oficiales del pueblo fuese más reducida. Los habitantes del mismo se opusieron, y Diego
de Tornera, uno de los seises, hablando en nombre de la villa e comunidad de Ajofrín -vemos
de nuevo este concepto con carácter reivindicativo- pidió ayuda al Consejo Real, que le dio la
razón el 10 de febrero de ese año, de 151950. No sirvió de nada. El Cabildo se negó a cumplir
lo establecido por mandado por los monarcas, y tuvo que ordenarse al corregidor de Toledo
48 A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 10 de febrero de 1517. 49 A.G.S., R.G.S., 1519-II, Ávila, 8 de febrero de 1519 (hay dos documentos sobre el tema con la misma fecha). 50 A.G.S., R.G.S., 1519-II, Ávila, 10 de febrero de 1519.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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que viera el caso e hiciese justicia51. Ajofrín, por cierto, se encontraba (se encuentra), como
Olías, próximo a la ciudad del Tajo. Las noticias sobre lo ocurrido en tales pueblos tardaban
muy poco en llegar a la urbe; más en el verano, cuando se producen la mayoría de los abusos,
o ocurren escándalos como el de más arriba, con Juan de Villa Real52. Los crímenes causaban
estupor en el núcleo urbano, contribuyendo a oscurecer una realidad de por sí ya oscura...
Se conserva bastante información para esta época sobre delitos de carácter criminal que
se desarrollan en los alrededores de Toledo, sea en lugares poblados o en yermos, en caminos,
o en medio del campo. Fernando Ortiz venía de Torrijos a la urbe cuando tuvo una discusión
con Quevedo, y acabaron a golpes. El primero dio a éste una lanzada en una pierna53. En
Ocaña Diego de Meneses mató a Antonio López tan sólo por un problema relacionado con
una tierra54. Alonso Pérez, vecino de Toledo, fue asesinado en una plaza de Talavera en 1516
a manos del talaverano Arias Gómez, quien huyó de la justicia sin que pudieran castigarle55.
María de Oseguera, por su parte, demandaba haber sido víctima de uno de los robos más
notables que tenemos documentados, si bien no lo demandó hasta diez años después de que se
produjera -ocurrió en 1506 y lo demandó en 1517-56:
...teniendo ella un heredamiento en Santa María de Pexines, término e juridiçión de la
dicha çibdad, que los susodichos e cada uno d´ellos [Juan Garrido, Bartolomé Garrido, Miguel y Juan de Ávila] por fuerça e contra su voluntad, dándose favor e ayuda los unos a los otros, un domingo en la noche, que se contaron treze días del mes de jullio del año que pasó de mill e quinientos e seys años, et fueron et entraron en las casas del dicho su heredamiento, e desataparon un sotorrano de vino, e abrieron çiertas tinajas siguientes de las que allí tenía. Et non hasýan sy (sic: sino) enbyar cueros de vino d´ellas. E que tenían allí un costal lleno de cueros vasýos e carretadas de las (sic). E no hasýan syno cargar en una carreta del dicho Bartolomé Garrido, e llevaron quatro carretadas llenas, e lo llevaron a donde quisieron, en que llevaron çinquenta e siete cueros llenos del dicho vino, en los quales llevaron dozientas e çinquenta arrobas, e hizieron de daño más de otras çinquenta, por lo qual dixo que avía cometido fuerça, e robo e hurto, por ser en el canpo e yermo despoblado...
Bastantes escándalos y abusos deben relacionarse con la posesión de tierras y su disfrute
económico, sea a través de su arrendamiento a ganaderos, sea a través de un tipo de
explotación agrícola más o menos rentable. Si se analizan todas las demandas puestas ante el
51 A.G.S., R.G.S., 1519-III, Ávila, 5 de marzo de 1519. 52 En Yébenes también se producían escándalos con cierta frecuencia ya que el pueblo estaba dividido en dos barrios: uno bajo la jurisdicción de Toledo y otro bajo el control de la orden de San Juan: A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 11 de marzo de 1516. 53 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 2 de agosto de 1516 (sic). 54 A.G.S., R.G.S., 1517-IX, Aranda, 1 de septiembre de 1517; A.G.S., R.G.S., 1518-I, 25 de enero de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-XII, Ávila, 23 de diciembre de 1518 (hay dos documentos) 55 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 19 de mayo de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-VI, Medina del Campo, 4 de junio de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-VI, Medina del Campo, 15 de junio de 1518. 56 A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 4 de mayo de 1517.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1577
Consejo Real por este motivo, en el período 1475-1520, puede observarse cómo las épocas en
que se ponen más coinciden aproximadamente con los períodos de presencia de los jueces de
términos en la urbe. No obstante, en 1515 también existe una buena cantidad de demandas al
respecto, a pesar de no haber jueces de este tipo actuando en la tierra de Toledo. Por entonces
los viejos problemas con los términos del pasado están sin solucionarse, no porque no se haya
puesto una solución, sino por la imposibilidad de llevarla a la práctica ante las actuaciones
judiciales y extrajudiciales (aquí ha de incluirse la violencia) de las personas perjudicadas por
ellas, caballeros en su mayoría.
DEMANDAS RELACIONADAS CON ASUNTOS DE TIERRAS (1475-1520)
0123456789
1011121314151617
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75
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77
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15
20AÑOS
Nº.
DE
CA
SO
S
En los años que anteceden a la guerra de las Comunidades continúan las ocupaciones de
territorios de forma ilegal, sobre todo por parte de oligarcas. La disputa entre Pedro de Ayala
y Juan Gaitán por el término de Cien Costilla aún sigue vigente en 151757, y la intromisión de
jueces eclesiásticos como el vicario de la catedral cada vez resulta más insoportable. Aquellos
que la sufren hablan de la notoria fuerça e violençia que éste les hacía con sus actuaciones58,
o de la manifiesta fuerça e agravio que su modo de actuación mostraba59. En 1517 también se
puso ante los consejeros reales una demanda en nombre de ciertos vecinos de Toledo sobre el
asunto de la legua. Según éstos, desde que se instituyó la ordenanza de la legua (en reiteradas
ocasiones nos hemos referido a ella) nunca se había guardado. Dos años antes, sin embargo,
en 1515, los dirigentes de la urbe establecieron que se guardase.
57 A.G.S., R.G.S., 1517-IV, Madrid, 6 de abril de 1517. 58 A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 7 de mayo de 1517. 59 A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 17 de junio de 1517.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1578
Este establecimiento, lejos de ser beneficioso para alguien, perjudicaba a todos. Hubiera
sido positivo si se hubiese guardado como era debido, pero los regidores desde el principio se
mostraron dispuestos a otorgar licencias a ciertas personas e instituciones -lo mismo que en el
pasado, caballeros y monasterios en su mayor parte-, tanto de forma pública como en secreto,
para que ellas sí pudiesen pacer en la legua. Por si esto fuera poco, los fraudes de los guardas
que estaban obligados a guardar la legua (valga la redundancia) eran flagrantes. Como ciertas
personas podían pacer con sus ganados en el entorno de Toledo y otras no, tan sólo porque lo
estipulaban así los regidores de la urbe, o a veces el Consejo Real, dichos guardas encontraron
una fuente de ingresos seductora: ellos permitían pastar a todo el que lo deseaba a cambio de
una notable suma de maravedíes. De este modo, se quejaban los demandantes ante el Consejo,
los guardas vivían con sus hazyendas, llevando dádybas d´ellos e de sus herbajeros, mientras
buena cantidad de caballeros e instituciones pastaba gratis en la legua. Procedían syn ninguna
forden, castigando e penando a unos e desando la mayor parte syn punición ni castigo...60
Esta última idea lo resume todo. La tierra de Toledo en la época que precede a la guerra
de los comuneros se caracteriza por el desorden. Por un desorden acumulativo cuyos orígenes,
en lo que a la propiedad de los terrenos se refiere, pueden remontarse al siglo XIII -recuérdese
lo dicho respecto a los abusos de los caballeros en época de Sancho IV61-, que se exhibe en
forma de cobros de impuestos ilegales; ocupaciones de términos concejiles; disputas entre los
oligarcas; abusos de poderío de éstos; prendas de ganado y otros bienes en contra de las leyes;
violencia en su más puro sentido; conflictos jurisdiccionales; hambre incluso, debido a la falta
de terrenos para cultivar; repartos desequilibrados de la riqueza generada por la agricultura, en
buena medida por culpa de la desequilibrada división de la tierra; etc. La paz regia de Isabel y
Fernando, de los Reyes Católicos, no ha tenido éxito en estos asuntos. Se trata de algo que nos
lleva irremisiblemente a las Comunidades, visto con perspectiva histórica.
******
8.1.1.1.2. El desorden público en una comunidad armada
El desorden en comunidades sociales pequeñas y disgregadas, como las de los pueblos,
no era excesivamente peligroso para la realeza. Todo era distinto en la gran ciudad. Aquí el
desorden no sólo se vive en las calles cuando se produce algún altercado, también se sienten
los problemas de la tierra, se sufren incluso, ya que a la urbe llegan noticias de los pueblos de
60 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 12 de marzo de 1517. 61 Esto ratifica algunas teorías de Pablo SÁNCHEZ LEÓN en su obra Absolutismo y comunidad....
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1579
alrededor, traídas por los campesinos que vienen al mercado semanal a vender sus productos,
por las personas que salen de Toledo a trabajar el campo o a adquirir materias primas, por los
correos que dan buena cuenta de lo que les hablan en los lugares a los que viajan.
El desorden se percibe más en la ciudad, y también la penuria económica. Alimentar a
una comunidad social de unas 25.000 personas es muchísimo más difícil que establecer unas
garantías mínimas de abastecimiento para poblaciones como las de las aldeas, que apenas sí
llegaban a los 500 habitantes, o las de las villas, que difícilmente superarían los 3.000. Frente
a las malas cosechas, como las que hay antes de las Comunidades, se incrementan los precios
de los cereales; la gente comienza a ahorrar y se reduce la demanda de alimentos que no son
parte de la dieta diaria de muchas personas -la carne por ejemplo-, y de otros productos, como
los vestidos y el calzado. Es seguro que la manufactura textil sufría de una forma directa el
impacto económico producido por las malas cosechas. En tanto que los artesanos con algún
tipo de vínculo con la producción de telas eran los más numerosos, muchos, en un principio
los aprendices y peones y luego los oficiales, quedaban sin trabajo. Iban tras ellos los
mercaderes menos importantes, y así se producía una caída económica en cadena, en cuyo
final se hallaba la existencia de una considerable cantidad de población sin trabajo, sin las
mínimas esperanzas de conseguirlo, hambrienta y desesperada.
Muy posiblemente éstas fueran las condiciones de vida de muchas personas a fines de la
década de 1510 en Toledo, lo que explica la participación masiva de ciertos grupos sociales
desfavorecidos en la revuelta de las Comunidades. Para ellos la Comunidad era su esperanza,
la única salida frente a la miseria. Por fin alguien contaba con ellos.
Antes de que la revuelta comenzara, en todo caso, los documentos del Consejo Real nos
hablan de una ciudad peligrosa en términos generales. Nunca antes, desde 1475, desde que los
Reyes Católicos llegaron al trono, los datos del máximo tribunal de justicia en Castilla habían
sido tan contundentes a la hora de referirse a Toledo como a una urbe en la que la violencia no
es ya un problema, sino el problema. Aún así, todo indica que en la corte esto no se percibía
de este modo. Para los monarcas y sus hombres el problema era la debilidad de paz regia, de
aquel orden afín a sus intereses. Temían la desobediencia.
Los datos que nos han llegado evidencian dos cosas: que el corregidor mosén Ferrer se
dio cuenta de lo que la violencia significaba e intentó atajar el problema, aunque lo hizo tarde;
y que el corregidor que le sustituyó, Luis Puertocarrero, el conde de Palma, por el motivo que
fuese, no pudo o no supo enfrentarse a esa misma violencia. De este modo, a partir de 1513 la
documentación es clara a la hora de hablar de los delitos criminales. Su incremento desde este
año hasta 1518 es tan evidente que apenas necesita una explicación. Por el contrario, si alguna
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1580
duda pudiese surgir sobre el porqué de la menor cantidad de delitos documentados de este
tipo (no debe olvidarse en ningún momento que estamos analizando delincuencia reprimida,
no delincuencia real) en 1519 y 1520, las causas también son claras: Toledo se está rebelando
frente al rey, y su contacto con el Consejo Real se reduce de manera palmaria. No en vano, la
intervención de los consejeros reales en los asuntos de la ciudad del Tajo entre 1520 y 1522 es
prácticamente nula.
EVOLUCIÓN DE LA DELINCUENCIA (1475-1520)
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Nº.
DE
CA
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S
Delitos contra la propiedad Delitos contra la persona
Deberíamos preguntarnos por qué aumenta el intervencionismo de los consejeros reales
en los hechos violentos que se producen en Toledo, si desde que Cisneros deja la regencia de
Castilla se reduce la intervención del Consejo Real en otros asuntos, como luego veremos. Un
intervencionismo que a la hora de reprimir el crimen y el delito se manifiesta, por otra parte, a
través de concesiones de licencias de armas.
Está claro que mientras los delegados y los consejeros del rey en Castilla intervienen en
algunos problemas urbanos poco desde 1517, como podrá observarse más tarde, en lo relativo
a la violencia su trabajo se incrementa; lo que sólo puede deberse a una cosa: como entre 1504
y 1506, ahora, en torno a 1517, la realidad camina más rápido que el intervencionismo regio.
La monarquía se ve desbordada ante la violencia que la comunidad de Toledo padece. Resulta
incontrolable, y los reyes no saben como combatirla, aunque procuren que el asunto no se les
escape de las manos. Ellos, y sus acólitos, no dudan que la paz regia es incompatible con unas
altas cuotas de violencia, mas no pueden evitarlas. Se conceden muchas -excesivas- licencias
de armas buscando que cada cual se ampare como pueda, porque la realeza ya no puede dar
amparo a todos sus súbditos. La población se armará, en consecuencia; lo llevaba haciendo
con la aceptación de la monarquía desde fines del siglo XV...
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1581
En lo que respecta a los delitos de carácter económico, su evolución es muy oscilante, y,
desde luego, no resulta fácil de interpretar. Hay algo evidente en todo caso: el que se reduzca
la intervención regia en los problemas económicos a partir de 1516, cuando éstos se acumulan
y no paran de crecer, es clarificador. O bien la corte no es capaz de dar respuesta a la situación
económica que se la presenta, tal y como lo había hecho en épocas pasadas; o bien no quiere.
Es esto último lo que pensaron los comuneros. Ni Carlos I tenía interés en Castilla, afirmaban,
ni Castilla estaba hecha para ser regida por un hombre como él.
Analicemos un instante el cuadro que arriba se presenta. En él se muestra la evolución
global del intervencionismo de los consejeros reales en los delitos de carácter económico, por
una parte, y en los delitos contra las personas, por otra. Más allá de los números, al menos hay
dos hechos que chocan bastante. Como puede observarse, el intervencionismo del Consejo en
los delitos contra la propiedad y en los delitos contra los individuos evoluciona de una manera
similar. Normalmente cuando más se interviene en los problemas frente a las propiedades hay
una intervención también mayor en los problemas frente a las personas en sí. Tal tónica se
rompe de forma llamativa en 1515: el intervencionismo en los delitos contra las personas
sigue su curso ascendente, mientras que la intervención regia en los delitos contra la
propiedad se reduce mucho. En el período de regencia del cardenal Cisneros, en 1516 más en
concreto, el Consejo vuelve a intervenir de manera activa en los asuntos económicos, sin dejar
por ello de mantener el intervencionismo en los delitos contra las personas en unos niveles
estimables. A medida que Carlos I se asienta en el trono, sin embargo, esto se va al traste.
Si 1517, cuando Carlos I llegó a Castilla, fue un “año fatal” porque desde entonces la
sublevación de las Comunidades no tendría vuelta de hoja, el año verdaderamente crítico para
la Toledo precomunera es 1518, según los escritos del Consejo. La violencia documentada
entonces no tiene parangón. Los consejeros reales se van a ver obligados a intervenir ante una
violencia que parece imparable, aunque van a hacerlo, como se verá en las páginas siguientes,
de manera peligrosa: concediendo licencias de armas para que cada uno se garantizase su
defensa. Al tiempo, el intervencionismo regio en los problemas económicos se reduce. Surge
así una dicotomía: la intervención del Consejo en los delitos contra las personas es necesaria y
los consejeros responden a la necesidad; también lo es su intervención en los asuntos
económicos, pero, sea por desidia o porque simplemente no se demandan, el intervencionismo
del Consejo al respecto es mucho más reducido.
Lo difícil es determinar el porqué de la menor intervención en los asuntos económicos.
Tal vez haya que achacarlo al menor número de demandas, debido a la desconfianza que la
corte de Carlos I despertaba, pero no debe olvidarse que los costes que producía el socorro del
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1582
monarca eran altos, y los años que anteceden a las Comunidades son de una clara penuria
económica. En todo caso, estamos ante una urbe, la Toledo de entre 1517 y 1520, que soporta
buen número de problemas económicos en los que la realeza no interviene, y que tiene que
sufrir cada día muchos delitos y crímenes sobre los que los reyes sí actúan, aunque muy mal.
Vayamos a los casos concretos. Alonso Galván se quejaba de que Juan de la Montaña le
había amenazado porque iba con la justicia en su contra, ya que éste asesinó a un hermano
suyo62. Pedro Juárez fue asesinado por unos hombres que acordaron acabar con su vida en el
momento más oportuno. Le estuvieron esperando, y cuando pasó junto a ellos le acuchillaron
hasta dejarle sin vida. Sucedió en abril de 151663. Antonio de Madrid se quejaba diciendo que
Alonso Carrillo había pedido a sus criados que le mataran. Así quisieron hacerlo, pero algunas
personas no lo toleraron. Desde entonces, también desde abril de 1516, las amenazas, decía
Antonio, eran constantes64. La misma suerte corrió Alonso Pérez. Estaba salvo e seguro en
Toledo cuando uno quiso darle de cuchilladas; algo que habría hecho sin problemas de no ser
porque se lo impidieron algunos65. Juan Gómez, en fin, peleó con Juan de Torres, y ambos
acabaron heridos. Éste último iba publicando desde la pelea que el primero tenía sus días
contados66. Tal vez sea este mismo Juan de Torres, mayordomo de la reina, el que en octubre
(de 1516) fue llamado a la corte para que respondiera a algunas preguntas67.
Esto último no es extraordinario. En 1516, durante la residencia que Gonzalo Fernández
Gallego hace a mosén Ferrer, el Consejo Real dicta varias disposiciones para que se presenten
a responder ante él individuos acusados por algún delito, cuando no se dispone su inmediato
encarcelamiento. Por ejemplo, a Diego de Merlo le ordenaron presentarse en la corte porque
así lo requería la paz y sosiego de la ciudad del Tajo68. A Alonso de Cervantes no le dieron la
oportunidad de defenderse. El 9 de octubre de 1516 se ordenó que fuera encarcelado, y una
vez preso le trajesen a la corte69. Todas estas medidas iban encaminadas a amparar un orden
público que a diario se veía puesto en cuestión por culpa de sucesos que, si de manera aislada
eran poco importantes, vistos en su conjunto evidencian el contexto de peligrosidad que en el
interior de Toledo se vive ya en 151670.
62 A.G.S., R.G.S., 1516-I, Madrid, 20 de enero de 1516. 63 A.G.S., R.G.S., 1516-VI, Madrid, 24 de junio de 1516. 64 A.G.S., R.G.S., 1516-VI, Madrid, 6 de junio de 1516. 65 A.G.S., R.G.S., 1516-VIII, Madrid, 4 de agosto de 1516. 66 A.G.S., R.G.S., 1516-VIII, Madrid, 7 de agosto de 1516. 67 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 22 de octubre de 1516. 68 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 5 de noviembre de 1516. 69 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 9 de octubre de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 30 de mayo de 1516. 70 Otro ejemplo: Diego López tuvo una discusión con Juan de Rojas. De las palabras pasaron a las armas y ambos salieron heridos. Luego el segundo amenazó al primero diciendo que le mataría: A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 24 de octubre de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1583
Rumores iban de un sitio a otro amplificando la realidad de la violencia, estableciendo
una atmósfera de temor que tenía una base real. Lo más difícil es comprender hasta qué punto
“impactaban” en la “comunidad” las muertes, los robos o las amenazas; sucesos como el que
relataba Martín de Bargas, quien decía que estando seguro en una plaza junto a la iglesia de
San Salvador aparecieron por allí cinco sujetos armados con espadas y le acuchillaron, si bien
no pudieron matarle71. O denuncias como la que se puso contra un hijo de Pedro Díaz, que
mató de una pedrada a un pescador tan sólo porque estaba pescando en el río Tajo cuando lo
habían prohibido72. Lo que parece claro es que no hemos de pensar en hechos sin repercusión
social, sino todo lo contrario. Puesto que no hay mecanismos de comunicación comparables a
los de las sociedades contemporáneas, el único modo de que las noticias vuelen de un lado a
otro es la vox populi, algo que tenía dos consecuencias al menos: por una parte, el número de
personas a las que van a llegar las noticias dependerá siempre de su gravedad -un robo de una
importancia escasa no tendrá las mismas repercusiones que un intento de asesinato en plena
calle-; por otra, y esto es más importante, la vox populi no es objetiva, y si lo es deja de serlo a
medida que se extiende. Aún siendo mínimamente objetivos en su inicio, los rumores pronto
se ven deformados, y los hechos adquieren mayor dramatismo73.
Catalina Álvarez, por ejemplo, se quejaba en el Consejo Real diciendo que poseía en la
ciudad del Tajo unas casas junto a las de un oligarca: Diego de Mendoza. Éste suplicó en su
momento a la mujer que se las vendiera y no quiso porque ofrecía una suma de maravedíes de
lo más ridícula. Los objetivos de Diego desde entonces fueron destruir las casas y hacer todo
el mal posible a Catalina. Así, el oligarca, aprovechando que iba a realizar ciertas reformas en
su vivienda, echó junto a las paredes de la casa de Catalina enormes montones de tierra. Llegó
la humedad de las paredes a tal situación que hubieron de derribarse y hacer otras nuevas. Las
estaban reconstruyendo los albañiles cuando llegaron cuatro o cinco pajes de Diego. Con furia
inusitada, se pusieron a lanzar piedras contra los trabajadores y los tabiques que reconstruían,
hasta tal punto que algunos tapiales acabaron por los suelos. Si no hubieran huido, certificaba
Catalina, les habrían matado allí mismo. Dicho suceso dejó a los albañiles bastante clara una
idea: su trabajo estaba concluido. Una cosa era ganarse la vida, y otra exponerse a perderla.
Los trabajadores no volvieron a la obra. Catalina dio queja del caso ante el alcalde mayor de
71 A.G.S., R.G.S., 1516-XII, Madrid, 2 de diciembre de 1516. Un caso parecido es el de Juan de Córdoba, un vecino de Toledo que yendo salvo y seguro por una calle una noche se encontró con dos personas, desconocidas para él, que le persiguieron con espadas en la mano dándole cuchilladas: A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 28 de marzo de 1517. 72 A.G.S., R.G.S., 1517-I, Madrid, 22 de enero de 1517. 73 Muchos rumores eran falsos, como por ejemplo esos que acusaban a los hermanos Francisco y Juan López de haber matado a Bernardino de Salazar: A.G.S., R.G.S., 1518-II, Valladolid, 4 de febrero de 1518.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1584
la urbe, y éste dispuso que los albañiles volviesen a sus labores, asegurándoles que podían ir
seguros. Fue inútil74.
Los alguaciles, luego vamos a comprobarlo de manera muy minuciosa, eran las víctimas
“públicas” de la violencia más habituales. Los obstáculos que les ponían a la hora de prender
a un delincuente, o cuando estaban en la obligación de ejecutar un contrato de deuda, eran
notables. Sirva como ejemplo, por ahora, el siguiente suceso75:
...un Françisco Ramíres, e Tapia e Juan de la Xara, todos tres mançevos traviesos e
rrevoltosos, por çierto delito que comentieron (sic) los mandaron prender. E que porque dos alguaziles d´esta dicha çibdad los seguían para los prender, los agoardaron junto con la yglesia mayor, e yendo seguros [los alguaciles, los mancebos] echaron mano a las espadas contra ellos e les dieron muchas cochilladas (sic), e cortaron la vara [de justicia] al uno, e los maltrataran sy non se defendieran. E porque entonçes non se pudieron prender, porque se metieron en la dicha yglesia mayor e se subieron en lo alto d´ella, e por no haser mucho escándalos (sic) e alboroto, no se sacaron...
El mantenimiento de la paz regia, del orden público, hizo que en este hecho se respetase
el asilo eclesiástico para no generar un grave escándalo. Las repercusiones inmediatas de esto,
no obstante, eran negativas, ya que visto lo realizado por la justicia un delincuente podría
pensar que no era imposible ampararse frente a un delito, si se contaba con el auxilio de una
iglesia u otro recinto sacro. Cuando se produjo el incidente, aún así, los conflictos entre los
jueces eclesiásticos y los laicos eran habituales, y había que proceder con cuidado.
Como se señaló, en 1518 el número de delitos contra las personas que se documentan es
enorme: más de noventa, incluyendo homicidios, agresiones, amenazas, injurias, etc. Pedro de
Zamora defendía que por culpa de unas palabras que pasaron entre él y Rodrigo de Cevallos y
Francisco Ramírez, éstos le dieron de cuchilladas, y después le amenazaron, advirtiéndole que
la próxima vez perdería la vida76. García de Madrid y Sancho Pimentel, tras asesinar a uno
que era primo de Juan de Córdoba, dirigieron a éste sus amenazas77. En un ruido trabado Juan
Trujillo hirió a Francisco Sánchez. La justicia hizo que encarcelaran a Juan, y le soltaron poco
después, diciendo que él no tenía la culpa de nada. Francisco no lo aceptaba y envió a algunos
a amenazarle78.
Más casos. Juan de Ávila defendía que Bartolomé de Valencia le intentó matar, y como
tan sólo logró herirle, le amenazaba con quitarle la vida79. Alonso Álvarez tuvo una pelea con
74 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 17 de julio de 1517; A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 7 de mayo de 1519. 75 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 29 de mayo de 1518. 76 A.G.S., R.G.S., 1518-VI, Medina del Campo, 8 de junio de 1518; A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Ávila, 30 de junio de 1519. 77 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Segovia, 28 de julio de 1518. 78 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 6 de julio de 1518. 79 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 3 de julio de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1585
un tal Ferrer, quién le hirió en una mano. Los jueces de la urbe procedieron criminalmente en
contra de Ferrer y le condenaron. Sin embargo, él, tras escapar de la justicia, solicitó a Alonso
que le perdonara si no quería morir80. Este tipo de amenazas iba muy en serio. Bartolomé de
Valencia, tal vez el mismo del ejemplo anterior, un zapatero, se concertó con Miguel de Jerez
para que matasse una noche al liçençiado Peñalver, vesino de la dicha çibdad [de Toledo]. E
que sabido d´esto por el conde de Palma, nuestro corregidor d´essa dicha çibdad, e por su
alcalde mayor en el dicho ofiçio, prendieron al dicho Bartolomé de Valencia. Francisco de
Eván, el juez eclesiástico, no obstante, procedió contra los gobernantes, diciendo que no había
derecho a capturarle, pues era de la orden de Santiago, y estaba bajo su tutela81. Según parece
Miguel de Jerez acordó que mataría a su víctima por ruego de Diego López, escrivano que fue
del crimen d´esa dicha çibdad; lo qual [...] quedó de hazer por seys ducados82. Estamos ante
un auténtico “matón a sueldo”, y no puede decirse que fuera el único que por aquellas fechas
pululaba por las calles de Toledo.
Entre los delincuentes profesionales podemos destacar a Juan de la Parra (o Juan de la
Parrilla), al que metieron en la cárcel real de la ciudad del Tajo83:
...sobre razón que diz que dio una cuchillada por la cara a María Ortiz, vesina d´esa dicha çibdad, e çiertos espaldarazos, sin cabsa alguna. E asimismo diz que avía nueve o diez años que mató a un Diego Vázques, vesino d´esa dicha çibdad, e sobre otros desacatos que ha fecho e cometido contra la nuestra justiçia. E sobre rasón que diz que estando preso en la cárçel pública d´esa dicha çibdad por dos vezes la quebrantó e se fue e absentó d´ella, e la postera vez diz que sacó un ganapán que estava preso por muerte de un onbre, e sobre otros delitos...
La mayor parte de la violencia, empero, estaba protagonizada por hombres del común, y
no por profesionales del delito. Eran peleas que surgían en las calles, que a veces acababan en
un tumulto, y que siempre que corría la sangre ocasionaban problemas. Alonso Martínez de la
Fuente, por ejemplo, acusó al herrero Juan García y a su criado Andrés diciendo que un día de
septiembre de 1518 quisieron matarle. Juan dio la orden y Andrés la puso en ejecución, dando
de palos a su víctima84. Por las mismas fechas unas personas desconocidas acuchillaron nada
menos que a Juan de Acre, miembro destacado de una familia de la “preburguesía”85. Parece
indudable que a estas alturas Toledo es una ciudad peligrosa.
80 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 10 de julio de 1518. 81 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 28 de agosto de 1518. 82 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 29 de agosto de 1518. 83 A.G.S., R.G.S., 1518-IX, Segovia, 6 de septiembre de 1518. 84 A.G.S., R.G.S., 1518-XI, Ávila, 30 de noviembre de 1518. 85 A.G.S., R.G.S., 1519-II, (blanco), 24 de febrero de 1519.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1586
La llegada del nuevo año, de 1519, no trajo una mejora en el contexto de la urbe. Existe
un buen número de denuncias sobre homicidios y agresiones también por entonces, algunas
de ellas tremendas. A Nicolás Polo, sin ir más lejos, le dieron dos cuchilladas a la puerta de su
casa un día de enero, anocheciendo, de las que quedó manco de la mano izquierda86. Manco,
de igual manera, quedó el espadero Álvaro de Morales tras habérselas visto con unos criados
de Fernando de Silva, comendador de Otos (un hijo del señor de Montemayor), que intentaron
agredirle87. Peor suerte corrió Alonso de Osorio, muerto a manos de Pedro de Torres y otras
personas. Como Pedro de Torres dijo ser clérigo de corona sólo establecieron que en pena
saliese al destierro, algo que hizo, aunque luego volvió a Toledo, quebrantando su condena.
Por si fuera poco, hizo algunos escándalos en la urbe. Por ejemplo, quiso matar a un hombre
en una iglesia. Lo peor de todo es que se tuvo que pedir ayuda al Consejo para que le
castigasen, porque parecía imposible hacerlo mientras se definiese a sí mismo como clérigo88.
María de Medina, esposa de un tal Leguineche, ya difunto, relató ante el Consejo Real
el modo en que asesinaron a un hermano suyo en Toledo, en abril de 151989:
...en un día del mes de abril próximo pasado, estando de noche Juan de Medina, su
hermano, de hedad de diez e siete años, vesino de la dicha çibdad, en una calle junto al arquillo que dizen de Barrio Nuevo, Herrando Cornejo, vesino de la dicha çibdad, a trayçión e alevosamente le hirió con una espada e le dio dos cuchilladas, una en la cara e otra en la cabeça, de que murió, la qual muerte fue alevosa, porque diz que le sacó con palabras de una casa para le dar las dichas cuchilladas de que murió...
Al mercader Juan Arias quiso asesinarle uno de sus criados, al que acusaba de haberle
querido robar. El criado fue hecho preso y cuando salió de la cárcel propinó a su jefe una
cuchillada en la cabeza que a punto estuvo de costarle la vida. Por si fuera poco, se quejaba
Juan Arias, cada día soportaba todo tipo de amenazas por parte de su antiguo sirviente90.
Un individuo de una familia destacada de Toledo, Cristóbal Cota, su mujer mejor dicho,
padeció un delito de enorme gravedad si nos atenemos a que quien lo hizo era hijo de un
regidor, y a que a la hora de hacerlo contó con la ayuda de sus hombres91:
...un día del mes de março del año pasado de quinientos e diez y ocho años un Sancho de la Peña, hijo del regidor Antonio de la Peña, llevando consigo a Diego Garçía, su cuñado, con otros tres honbres armados de todas armas, diz que fueron a su cassa [a la casa de Cristóbal Cota], estando él fuera d´ella entendiendo en su hazienda, e, dexando quatro honbres a la puerta, diz que subió por fuerça a buscar su muger, e hallándola puso las
86 A.G.S., R.G.S., 1519-II, Ávila, 8 de febrero de 1519. 87 A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 21 de mayo de 1519. 88 A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 24 de mayo de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Ávila, 26 de junio de 1519. 89 A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 23 de mayo de 1519. 90 A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 3 de mayo de 1519. 91 A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 6 de mayo de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Ávila, 7 de junio de 1519.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1587
manos en ella, hasiéndola por los cabellos, e la rasgó las tocas que tenía tocadas; e trayéndola arrastrando por la dicha su casa. E no contento de lo hecho, puso mano a un puñal que traýa en la çinta, con el qual diz que la dio una cuchillada en la cabeça de que llegó a punto de muerte...
Más brutal fue el asesinato de Alonso Flores, esposo de Úrsula Pérez y padre de Ginesa,
cuya muerte evidencia un estado de inseguridad en Toledo cuanto menos apabullante. Así es
como su hija y su mujer denunciaron el caso ante el Consejo en 151992:
...puede aver çinco meses que estando el dicho su marydo travajando en su casa, reparando una pared que se querýa caer, en un día del mes de henero d´este pressente año, entraron en la dicha casa Lucas de Toledo e Baltasar de Ponte, vezinos de la dicha çibdad, armados de diversas armas, e dieron çiertas cuchilladas al dicho su marydo, e mancaron a la dicha su hija de anvos brazos porque ayudava a defender al dicho su padre, el qual diz que uyó entretanto a la yglesia de Sant Christóbal que estava allí çerca. E los dichos Lucas de Toledo e Baltasar de Ponte lo siguieron e dieron otra herydas dentro de la dicha yglesia, de las quales el dicho su marydo diz que murió...
Este suceso es esclarecedor. Luego se insistirá en el asunto, pero hemos de señalar aquí
la importancia que tenía el que en Toledo una persona no pudiese sentirse segura ni en su
casa, y el que, de igual modo, ni siquiera se respetase el asilo eclesiástico. No en vano, uno de
esos crímenes que tuvieron notable repercusión incluso en la propia corte, sucedió en la casa
de un hombre, aunque en un pueblo de las afueras de la ciudad del Tajo: en Villamiel. Hubo
que enviar a un juez pesquisidor para que lo resolviese. Los hechos ocurrieron así, el 5 de
abril de 151993:
...Hernando de Arenas, e Catalina de Pyña e Alonso de Montallo, e otros vezinos de Villa Miel, a trayçión e alevosamente, e syn cabsa, mataron a Françisco Romero [...] criado del dicho marqués [del marqués de Villena], estando salvo e seguro durmiendo en la cama en la dicha Villa Miel, aviéndole enbiado a llamar cabtelosamente para effeto de lo matar. Y los dichos delinquentes se acogieron a la villa de Torrijos, donde diz que doña Teresa Enrríquez y el adelantado (el adelantado mayor de León), su hijo, los tienen reçebtados e los favoresçen e defienden a los alcaldes de la Hermandad que diz que fueron en seguimiento...
Los ejemplos que se podrían poner, en fin, son muy numerosos. Homicidios, asesinatos,
robos, amenazas, agresiones en plena calle. ¿Por qué tanta violencia?. ¿Cuál es la causa por la
que ésta parece haberse desatado en los años que anteceden a las Comunidades?. ¿Hasta qué
punto pudo influir en lo “necesario” de la revuelta?. Son cuestiones difíciles de contestar. Los
motivos por los que se producen los delitos contra las personas parecen los de siempre: celos,
envidia, odio, ansias de venganza, disputas por el honor, la respetabilidad, maravedíes, tierras,
inmuebles... Aún así, hay una cosa clara: el contexto de la justicia y del orden público juega
un papel que no puede olvidarse. 92 A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Ávila, 22 de junio de 1519. 93 A.G.S., R.G.S., 1519-IV, Ávila, 13 de abril de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-V, Ávila, 20 de mayo de 1520.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1588
En efecto, es muy difícil dar una respuesta concreta a los motivos por los que el crimen
parece ser abundante en los años 1516-1519. Podría achacarse a problemas de fondo, es decir:
a la existencia de importantes colectivos marginados de reciente creación en las ciudades,
fruto de la crisis económica; a lo calientes que están los ánimos de todos los sectores sociales,
en el caso de los situados en los escalones medio y bajo de la sociedad por la crisis señalada
-que se exhibe en forma de subidas de precios, incrementos de la mano de obra sin trabajo,
descensos de la demanda interna de la urbe, etc.-, y en el caso del sector oligárquico por las
incertidumbres políticas que el nuevo monarca genera; o a la brecha cada vez más grande que
va dividiendo la sociedad política y la oligarquía del resto de los grupos sociales. Todos éstos
son factores que se encuentran en el fondo de la tensión urbana.
Hay, no obstante, un motivo mucho más fácil de identificar, y que explica de una forma
indudable el porqué de la violencia; aunque sea en parte, eso sí. La justicia en Toledo antes de
las Comunidades no funciona. Esto está fuera de toda duda. Los motivos son muchos: abusos
de poder de los oligarcas; enfrentamientos de todo tipo entre las personas; la circulación de
armas por las calles; la gente “anda muy suelta” -expresión que los jurados usan para referirse
al despecho y la osadía de algunos a la hora de actuar en contra de la justicia-; los encargados
de mantener el orden público no saben, no pueden o no quieren hacerlo; como se ha visto, ni
se respeta el derecho de asilo de los recintos sacros ni la privacidad de las casas; tampoco los
alguaciles son bienquistos en la urbe ni por el oligarca ni por los “comunes”, sino que, por
contra, se convierten en víctimas de los delitos que quieren solucionar; etc. Desorden público,
en resumen, en boca de los que se encargaban del gobierno local, o quiebra de la paz regia,
desde el punto de vista de la realeza.
Dos sucesos (podrían traerse a colación muchos más) nos servirán como ejemplificación
de todo esto. Uno lo denunció en el verano de 1518 el cerrajero Juan de Osorio. Según dijo en
el Consejo, unos hombres mataron a cuchilladas a su hermano Antonio Osorio, sin el menor
motivo. Los parientes del muerto pusieron una demanda contra los agresores, y éstos, lejos de
amedrentarse, se armaron, y andaban por las calles de Toledo en busca de los familiares de su
víctima. Eran individuos de mal vivir, decía Juan Osorio, que amenazaban a su familia94. Lo
peor, de todas formas, es la impotencia de los encargados de castigar a tales malhechores. Tal
era su ineficacia que Osorio, temeroso de correr la misma suerte que su hermano, no tuvo más
remedio que solicitar una licencia de armas a los consejeros reales, con la que garantizarse su
94 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 18 de agosto de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1589
propio amparo. La tarea de defensa del orden desempeñada por el corregidor Puertocarrero y
sus hombres, en este caso, como en otros, no sirvió para mucho.
En torno a 1515 Francisco Cortés agredió gravemente a Alonso de Escobar. Una vez se
hubo denunciado el delito, los jueces de la urbe condenaron a Cortés a las penas establecidas.
Él, no obstante, buscando evadirse de ellas, se fue de Toledo. En 1519 volvió por dos causas:
porque no parecía una temeridad, ateniéndose a la pésima situación en que se encontraba la
justicia; y porque llevaba tiempo con deseos de vengarse de aquellos que le delataron. De este
modo, apenas llegó a Toledo y pudo encontrarse frente a frente con quienes dieron testimonio
en su contra, les asestó unas cuchilladas en la cara, y más tarde les amenazó de muerte. Cortés
permanecía en Toledo en 1519, la sentencia que le condenaba debía cumplirse, y, aún así, él
no albergaba miedo ninguno a los jueces, seguro de que tenían otros asuntos más importantes
que tratar. Es por ello que, como en el caso de Juan Osorio, a Alonso de Escobar no le quedó
más remedio que requerir una licencia de armas con la que poder defenderse, de vérselas con
su antiguo enemigo95...
He aquí otra causa indiscutible de la quiebra del orden público, y, por tanto, del porqué
de las Comunidades: las armas. Apenas hemos de insistir, puesto que se señaló en el capítulo
precedente. Desde finales del siglo XV, y sobre todo desde 1502, la política pacificadora de la
realeza cambia, y empieza a darse mayor protagonismo a los amenazados por la violencia y el
delito, concediéndoles el derecho a defenderse con las armas (a través de un permiso de su
Ayuntamiento, del Consejo, o, incluso, del propio monarca). La mayor parte de delitos contra
las personas que se documentan para las dos primeras décadas del siglo XVI aparecen en
licencias de armas. Si la mejor manera de conocer el delito de sangre durante los últimos años
del siglo XV, siempre en lo que respecta a la documentación regia, es analizando los
perdones, éstos carecen de importancia en el XVI; una importancia de la que se apropian las
licencias de armas, amplificándola en enorme medida.
Los ejemplos que (de nuevo) pueden traerse a colación son muchos. Gutierre de Madrid
aseguraba en febrero de 1518 que Alonso Carrillo, por mala voluntad que le tiene, puede aver
dos meses poco más o menos qu´él y un criado suyo salieron a él e le acuchillaron; e le
mataran sino fuera por algunas personas que se metieron en medio. E después acá le an
hamenazado que le an de ferir et matar. De ahí que solicitase una licencia de armas96. Pedro
de Zamora discutió con Francisco Sanz, y, tras ser amenazado, éste último tuvo que armarse,
95 A.G.S., R.G.S., 1519-IV, Ávila, (blanco), 1519. 96 A.G.S., R.G.S., 1518-II, Valladolid, 12 de febrero de 1518.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1590
para lo que solicitó el permiso del Consejo Real el 19 de marzo de 151897. En una pelea en la
urbe murió un hombre de Pedro y Fernando de Alcocer. Ambos acusaron a Diego Ponce y los
jueces le dieron por libre. Aún así, tuvo que requerir una licencia de armas para defenderse de
un posible ataque98.
Martín de Santa Cruz aseguraba que se peleó con un hombre -del que no da el nombre-
al que tuvo que maltratar en defensa propia. Este hombre, afirmaba, es persona que no tiene
qué perder; por eso temía que le hiciera algún mal. El 28 de julio de 1519 le concedieron una
licencia de armas para defenderse99. El caso de Alonso del Castillo es aún más clarificador, al
evidenciar la impotencia de la corte para hacer frente a los delitos. Alonso era el arrendador
de la renta de la alcabala de las heredades en Toledo y su comarca. Se trataba una fuente de
ingresos para la monarquía de primer orden. En época de los Reyes Católicos los del Consejo
de los monarcas no hubiesen dudado a la hora de amparar al arrendador, con el objetivo de
que él pudiese servir a la realeza de manera óptima. A finales de 1519, por contra, ante las
quejas del referido Alonso del Castillo el Consejo Real sólo le concedió una licencia de
armas. Si bien Alonso aseguraba sentirse amenazado por muchos de los individuos a los que
requería el pago de la renta, los consejeros, conscientes de su incapacidad para defenderle, se
limitaron a darle un permiso para que pudiese ir armado100. Escaso auxilio para su ardua tarea.
Como se dijo en el capítulo séptimo, Toledo en los años que anteceden al conflicto de
las Comunidades es una urbe armada. El “pueblo” está armado: porque la realeza otorga cada
vez más licencias de armas para que los individuos porten armamento de forma legal -aunque
contraviniendo las ordenanzas urbanas-, y porque la mayor parte de los individuos obvia tanto
a la realeza como a las ordenanzas, y lleva armas encima allá donde se encuentra; algo lógico,
por otra parte, si nos atenemos a la inseguridad que se vivía. Sea como fuere, parece innegable
que desde 1513, sobre todo, hasta el inicio de las Comunidades la política pacificadora de los
monarcas es cuanto menos discutible, por no decir errónea. En vez de hacer todo lo posible en
contra de la circulación de armamento por las calles -como en su día hará el corregidor Jaime
Ferrer y sus hombres- otorga licencias de armas como nunca se había visto; más de treinta en
1518. Y en vez de impedir la violencia verbal, causa originaria de buen número de conflictos,
continúa con la política de aceptación de dicha violencia iniciada pocos años atrás.
Desde 1515, aproximadamente, la realeza insiste, basándose en una ley de Cortes, en
que los jueces locales de Toledo no gestionen los asuntos relacionados con palabras livianas si
97 A.G.S., R.G.S., 1518-III, Valladolid, 19 de marzo de 1518. 98 A.G.S., R.G.S., 1518-VI, Medina del Campo, 16 de junio de 1518. 99 A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Hontíveros, 28 de julio de 1519. 100 A.G.S., R.G.S., 1519-XI, Valladolid, 16 de noviembre de 1519.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1591
alguna reticencia fuera presentada por las partes que estuviesen implicadas en el asunto, una
vez éste hubiese sido denunciado. Tal disposición, que daba vía libre a algunas negligencias
judiciales (ya se advirtió) fue confirmada el 24 de enero de 1518, sólo un día antes de que se
ordenase que también fuera cumplida en Sonseca101.
Mientras esto sucede, la concesión de perdones regios, medida pacificadora que goza de
una importancia enorme en la década de 1470, y tras la guerra de Granada -gracias a su uso
propagandístico-, sencillamente ha desaparecido. Apenas se otorgan perdones. Los reyes ya
no indultan de forma comparable al pasado. En cuanto a los amparos, e seguros, e guardas e
defendimientos reales, tampoco pueden compararse con el número de licencias de armas que
el Consejo expide en los años que preceden a las Comunidades. Cierto que muchas personas
consiguen amparos de este tipo, Gonzalo Pantoja102, Fernando Díaz de Toledo103, Francisco
Caballero104, Francisco Ruano105, todos los vecinos de Manzaneque106, Alonso de Salazar107,
Bernardino de Bozmediano108, Diego López de Carrión109 , Diego Fernández de Aguilera110,
Juan de la Parra111, Diego de Castañeda112, etc., pero no es un número comparable al de los
que adquieren una licencia de armas para ampararse.
LICENCIAS DE ARMAS (1475-1520)
02468
10121416182022242628303234
14
75
14
76
14
77
14
78
14
79
14
80
14
81
14
82
14
83
14
84
14
85
14
86
14
87
14
88
14
89
14
90
14
91
14
92
14
93
14
94
14
95
14
96
14
97
14
98
14
99
15
00
15
01
15
02
15
03
15
04
15
05
15
06
15
07
15
08
15
09
15
10
15
11
15
12
15
13
15
14
15
15
15
16
15
17
15
18
15
19
15
20AÑOS
Nº.
DE
CA
SO
S
101 A.G.S., R.G.S., 1518-III (1), Valladolid, 24 de marzo de 1518; y, Valladolid, 25 de marzo de 1518. 102 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 9 de mayo de 1516. 103 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 11 de julio de 1516. 104 A.G.S., R.G.S., 1516-IX, Madrid, 25 de septiembre de 1516. 105 A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 21 De febrero de 1517. 106 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 2 de julio de 1517. 107 A.G.S., R.G.S., 1517-VIII, Madrid, 3 de agosto de 1517. 108 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 22 de mayo de 1518. 109 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 10 de julio de 1518. 110 A.G.S., R.G.S., 1518-X, Ávila, 1 de octubre de 1518. 111 A.G.S., R.G.S., 1518-VI, Ávila, 8 de junio de 1519 (hay dos documentos sobre el tema con la misma fecha). 112 A.G.S., R.G.S., 1520-I, Valladolid, 21 de enero de 1520.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1592
En resumen, los años 1516-1520 son años de crisis, de una crisis que afecta a la realeza
y a las instituciones del gobierno local de Toledo, además de a la economía, y que va a
repercutir de forma trágica en la paz regia, llevando a ésta a una situación crítica que intentará
saldarse con iniciativas de gobierno novedosas y muy aceptables para el común (no para los
oligarcas), durante las Comunidades. Esto es lo que quiso hacerse con las nuevas instituciones
públicas de gobierno creadas por los comuneros: solucionar los problemas que existían. Lo
malo es que el modo de llevarlas a la práctica no contó con la aceptación que las instituciones
en sí podrían tener, puesto que, para salvar los obstáculos, el recurso a la violencia fue cuanto
menos necesario. Los grandes escándalos, los grandes alborotos surgidos en las Comunidades,
durante los años 1520-1522, no en vano, tienen su prefiguración en las reyertas urbanas que
se producen entre 1516 y 1519. Antes de que la revuelta se iniciase la violencia era evidente.
La violencia desembocó en una rebelión.
8.1.1.2. LOS ESCÁNDALOS DE 1516: LOS PADILLA CONTRA LA JUSTICIA
Como hemos visto en el capítulo anterior, y en el precedente, desde que muere Isabel la
Católica los escándalos e alborotos, de mayor o menor gravedad, son constantes en Toledo y
en sus inmediaciones. Son sucesos que anuncian la guerra de las Comunidades, no porque el
común participe en ellos, sino porque evidencian la situación, crítica sin duda, en que se halla
el orden público en la ciudad del Tajo. Tales escándalos generan inseguridad y un temor -a
veces irracional- a represalias de todo tipo.
Una vez fallecido el rey Fernando el Católico, los gobernantes de Toledo solicitaron al
nuevo monarca una y otra vez que viniese a Castilla. Mientras no lo hiciera el reino estaría en
el mayor de los desamparos, en un desamparo más psicológico que real, pero, en todo caso, lo
suficientemente grave como para perpetuar la inestabilidad, cuando no para agravarla. Carlos
I, no consciente de tal situación, daba largas a los dirigentes toledanos. Algunos de sus actos,
además, exhibían el gran desconocimiento y desinterés del rey por los problemas de Castilla,
y en concreto por los asuntos de Toledo. Por ejemplo, decidió apoyarse en un noble odiado (y
no sin razón) en la ciudad del Tajo, como el marqués de Villena, para llevar adelante ciertas
metas políticas, como la de conceder a Guillermo de Croy la mitra arzobispal, una vez muerto
Cisneros, a fines de 1517. Esto causó un enorme rechazo: frente a Carlos I, que así traicionaba
la política de los Reyes Católicos, y particularmente la del rey Fernando, opuesta a conceder
cargos de la Iglesia de Castilla a extranjeros; y frente al propio marqués, un hombre que desde
el fallecimiento de Isabel la Católica siempre se encontraba en el contexto político de Toledo,
proyectando una sombra de incertidumbre y de desasosiego. Muchos no pudieron comprender
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1593
que Carlos I se mostrase próximo al marqués de Villena, y no a su tradicional aliado: el conde
de Fuensalida.
Frente a la posible entrada del marqués en Toledo en 1516, Diego de Mendoza advertía
lo siguiente al señor de Chièvres en una carta113: ...la çiudad está alborotada con su venida,
porque el rey don Hernando sienpre le estorvó su entrada aquí como a persona que huelga de
innovar las cosas do quiera que está -opinión compartida por muchos regidores toledanos-, y
non para otro efeto de usar de su acostunbrada condiçión. Paréçeme, como servidor de su
alteza que deseo la paz e sosiego d´estos reynos, que vuestra señoría, para hevitar lo que
puede suçeder, debe enviar a mandar al marqués por çédula de su alteza que sy está aquí que
se vaya, y sy non que no entre, porque non se podría estorvar un grand escándalo. Y non me
maravillaría que suçediendo al humo de tan gran cosa se ençendiesen otras muchas cosas de
tal calidad... Ante dicha advertencia, no hubo reparo alguno en ordenar al marqués de Villena
que se mantuviese fuera de la urbe114. Al fin y al cabo, cuando se informó de esto a Chièvres
Carlos I aún no tenía definidos unos apoyos firmes en Toledo. Estaba tanteando el terreno. El
problema es que antes de las Comunidades no fue capaz de definir tales apoyos.
Si nos atenemos al ambiente que vive la ciudad del Tajo tras la muerte del rey Fernando
parece claro que los temores de Diego de Mendoza eran fundados. Al primer escándalo grave
y violento que se produjo, en la primavera de 1516, nos referiremos luego; es el que hará que
el Consejo envíe a Gonzalo de Gallegos como pesquisidor115:
...el jueves que agora pasó, que se contaron dies e siete días d´este presente mes de
abril en que estamos, yendo Vasco de Gusmán, fiscal del reverendísimo cardenal d´España, arçobispo de Toledo, por la plaça de Çocodober, topó con un Angulo Navarro, que traýa espiado para lo prender. E que como lo quiso prender el dicho Angulo se puso en fuyr fasta el alcáçar, donde dis que se acogió. E dis que fueron en pos d´él çiertos onbres del dicho fiscal. E que´l dicho Angulo se puso en defenderse con ayuda de otros de su condiçión que tanbién se acogen en el dicho alcáçar. E que´l dicho fiscal trabajó por asosegar el dicho ruydo, disymulando e publicando que no le yvan a prender, e que asý el dicho Angulo Navarro se entró en el dicho alcáçar, donde dis que fue reçebtado e defendido, como dis que fasta aquí se han acogido e reçebtado otros muchos delinquentes e malfechores.
E dis que luego, otro día siguiente, sobre çierta diferençia que avía entre un Salamanca, carniçero, vesino de la dicha çibdad, e un Pero Fuerte, sobre çiertos carneros que le pedía, dis que començaron a debatyr sobre los dichos carneros. E que, sobre las palabras que pasaron, el dicho Pero Fuerte echó en la yglesia mayor mano a un puñal que traýa, e que, como a la sasón avía en la dicha yglesia algunos cavalleros, de una opinión e de otra, y otra mucha gente, el fiscal del dicho cardenal, con su vara, y un su teniente, syn ella, con çiertos criados suyos, porque algunos echaron mano a las espadas dentro de la dicha yglesia, y entre ellos uno que se dise Juan de Agreda, llegó a él el dicho teniente del fiscal, syn vara, a tomarle las armas. E que´l dicho Juan de Agreda non ge las quiso dar. E
113 A.G.S., Estado, leg. 6, doc. 108. 114 A.G.S., Estado, leg. 6, doc. 109. 115 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 14 de abril de 1516.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1594
que algunas personas de los que se fallaron en la dicha rebuelta fisieron al dicho teniente de fiscal que se desistiese d´ello, e que asý se apaçiguó la dicha quistión.
E dis que después, el dicho día, en la tarde, después de comer, a las dos oras, fueron a la dicha yglesia el dicho Juan de Agreda, armado, e con él un Juan del Arrabal, y el dicho Pero Fuerte e un Diego Moro, con sus armas. E dis que toparon con el dicho teniente de fiscal a la puerta nueva de la dicha yglesia mayor. E dis que allí el dicho Juan de Agreda echó mano a la espada contra el dicho teniente de fiscal. E que tanvién hisieron lo mismo los otros que yvan con él. E que´l teniente puso mano a su espada e broquel, e con su vara que llevava en la mano se començó a retraher por una calle abaxo. E dis que asý [le] llevaron a cuchilladas e espaldaraços fasta la yglesia de Sant Lorenço, donde se metyó, e çerró las puertas de la dicha yglesia.
E dis que después, el sábado que agora pasó, a cabsa que´l alguasil mayor de la dicha çibdad prendió a los dichos Rabanal (sic) e Diego Moro, e porque´l alcalde mayor de la dicha çibdad fasía contra ellos çiertas diligençias en la carçel pública, e porque´l dicho fiscal andava por la dicha çibdad con alguna gente armada, dis que en la dicha çibdad ovo un grand alboroto, e se armó mucha gente. E que sy no fuere por la buena diligençia que se puso, asý por el nuestro corregidor de la dicha çibdad como por otras personas que en ello entendieron para lo apaçiguar, oviera algúnd grand escándalo...
Luego analizaremos este suceso más detenidamente. Tan sólo señalar aquí dos cosas.
Primero, si se tiene en cuenta que tanto el fiscal como su teniente, protagonistas del referido
suceso, sirven a Cisneros, y que Cisneros se halla cerca del conde de Fuensalida, no resulta en
absoluto extraño que Diego de Angulo Navarro se esconda en el alcázar, cuya tutela estaba en
manos de los Silva. Por eso el hecho tuvo tales consecuencias que no sólo se determinó enviar
a un juez pesquisidor, sino que, además, vino a conferir la razón a quienes querían que mosén
Jaime Ferrer abandonase el corregimiento toledano. En segundo lugar, el delito se enmarca en
una serie de enfrentamientos entre la población común y las fuerzas del orden público, cuyas
víctimas son casi siempre los alguaciles116, que vienen propiciados por culpa de la circulación
de forma alegal con armas, y que se producen con cierta frecuencia desde fines del siglo XV.
Es dentro de esta tónica conflictiva donde ha de encuadrarse otro escándalo de gran gravedad,
ocurrido unos meses después de éste. Lo provocaron los criados de Juan de Padilla, el futuro
líder comunero, y de su padre, Pedro López de Padilla.
En las páginas que siguen vamos a realizar un análisis pormenorizado de algunos de los
mayores escándalos producidos en Toledo en los años anteriores al comienzo de la guerra de
las Comunidades. Puesto que no se trata de sucesos en los que se puedan diferenciar malos y
buenos, sino que cada parte actúa en virtud de unos intereses, y puesto que se pretende que la
descripción de los hechos sea lo más detallada y fiel a la realidad posible, se va a permitir a
116 No sólo en Toledo son habituales los enfrentamientos entre la población común y los alguaciles. Juan de Montoya, vecino de Úbeda, desempeñó el cargo de alguacil en la villa de Talavera (hoy Talavera de la Reina). Diego Girón, un regidor de la misma, y Gabriel Juárez, ambos hijos de Pedro Juárez, alcalde talaverano, con otra mucha gente armada, quisieron matarle, y le cortaron la vara de justiçia que llebaba, e le dieron una lanzada en el brazo, que diz que le feryeron muy malamente; e una cuchillada sobre la cabeza, diçiendo “¡muera, muera!”, a grandes voces, con mucho alboroto: A.G.S., R.G.S., 1518-II, Valladolid, 12 de febrero de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1595
los propios protagonistas de los escándalos que se expresen. Como si se tratara de un debate
en el que cada una de las partes expone sus argumentos, el papel del historiador va a quedar
reducido aquí al de simple “director” de las argumentaciones. Quede bien claro, eso sí, lo que
significan los sucesos que se irán señalando: la quiebra de la paz regia. Se trata de los peores
escándalos que sufre Toledo en mucho tiempo.
8.1.1.2.1. ¿Un simple ataque a los alguaciles?
Sucedió el 19 de agosto de 1516, causó un enorme escándalo, y tuvo como protagonista
a un hombre destinado a cumplir un papel muy importante en los tiempos venideros: Juan de
Padilla. La función de éste, sin embargo, fue secundaria. No estamos ante un altercado que en
algún modo preludie la revuelta de las Comunidades más que otros que se producen por estas
fechas, a los que enseguida nos referiremos. Se trata de una evidencia más de que en la ciudad
del Tajo, antes de que estalle la revuelta de los comuneros, se está viviendo una “guerra fría”
entre los “menores” y los “medianos”, por una parte, muchos de los cuales servían a oligarcas,
y los alguaciles encargados de mantener el orden y cumplir los veredictos de los alcaldes, por
otra. Para la “comunidad” la forma de actuar de los alguaciles es odiosa: reciben más
maravedíes de los debidos por su trabajo; ejecutan tan sólo las sentencias que les interesan; a
unos les permiten ir con armamento de todo tipo por la calle -con razón a veces, al poseer una
licencia de armas de los monarcas- y a otros no les toleran ni que lleven un simple puñal. En
definitiva, en tanto que ejecutores de una justicia no siempre justa, los alguaciles aparecen a
los ojos del común como un símbolo de la opresión.
El 20 de agosto de 1516, el entonces máximo dirigente de la justicia en Toledo, el juez
de residencia Gonzalo Fernández Gallego -sustituto de Gonzalo de Gallegos, como se verá-, y
un escribano del crimen, Rodrigo de Haro, fueron a casa de Pedro López de Padilla, donde
encontraron a éste junto a Gómez Carrillo y a otros caballeros117. El juez preguntó a Pedro si
no conocía lo hecho por sus hombres delante de las puertas de su casa con Juan Collado,
alguazil mayor, y con los otros alguasiles y gente que consygo traýa rondando. Se trataba de
un alboroto muy grave, por lo que requirió a Pedro López que nombrase a dos testigos para
tomarles declaración, aunque fuesen sus criados y hubieran intervenido en el escándalo, que
juraba que no se aprovecharía de la toma del testimonio para encarcelarles. Pedro López dijo
que estaba de acuerdo.
Las preguntas que debían contestar los testigos eran las siguientes118:
117 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 221, fol. 1 r. 118 Idem, fols. 1 r-2 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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1. Si conocían al alguacil mayor de Toledo, Juan Collado.
2. Si sabían que el alguacil mayor y otros alguaciles, junto con algunos hombres,
muchas noches rondaban por las calles de la ciudad para la paçificar e escusar
quistyones, e ruydos e otros ynsultos que suelen faserse de noche.
3. Si conocían que el martes 19 de agosto la justicia fue informada de unos problemas
que por la noche se esperavan aver entre algunas personas, y que por eso el
alguacil mayor decidió rondar por la urbe.
4. Si sabían que andando asý rondando el dicho alguasil mayor con la dicha gente
pasó por baxo de las casas del dicho Pero Lópes de Padilla, donde están çiertas
mugeres rameras que ganan dineros; donde falló un criado del dicho Iohan de
Padilla con una espada, e un broquel e un guante, e ge lo tomó por lo aver
hallado en el lugar que lo halló.
5. Si conocían que después que le fueron tomadas las dichas armas al dicho onbre,
luego yn contynente, como el dicho alguazil mayor supo que era criado del dicho
Juan de Padilla, estando en la plaça de la casa de Pero Lópes de Padilla, el dicho
alguasil mayor enbió las dichas armas al dicho Juan de Padilla con Gonçalo Ruiz,
alguazil. E sy yendo (sic) con ellas el dicho alguazil en la dicha plaça salieron a él
el dicho onbre a quien las dichas armas fueron tomadas con otra mucha gente,
criados de los dichos Pero Lópes de Padilla y Juan de Padilla, su fijo, con picas, y
lanças y otras muchas armas. Y por fuerça le quitaron al dicho alguasil las dichas
armas, y sobre ello apellidaron, a cuya causa se recreçió mucho ruydo, y
escándalo y alboroto, y dieron muchos golpes de picas, y lanças, y cuchilladas y
pedradas al dicho alguazil mayor, y a los otros alguaziles y onbres que consigo
llevava. Que turó (sic) el ruydo bien un quarto de ora, y firieron un alguazil y
otros onbres de los que el dicho alguasil mayor llevava en su compañía, todo ello
viéndolo y sabiéndolo los dichos Pero Lópes y Juan de Padilla...
Nos hallamos ante un suceso similar al de 1508, cuando el alguacil Pedro Mata quitó las
armas a un mozo del receptor de la Inquisición. Sin embargo, las consecuencias esta vez
fueron más graves.
Uno de los primeros testigos en declarar ante el juez de residencia y la pareja de jurados
que le acompañó en sus pesquisas -Luis de Aguirre y Juan Sánchez de San Pedro- fue el
propio Juan Collado, el alguacil mayor que fue víctima del suceso. Dijo que los ciudadanos
conocían su oficio, y que rondaba de noche la dicha çibdad con alguaziles y otras gentes,
para escusar ruydos e escándalos. El martes 19 de agosto, entre dies e fonse oras de la noche,
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por mandado del dicho señor pesquisidor este testigo fue a rondar la dicha çibdad, porque se
avía dicho e publicado que algunas personas andavan armadas por aver ruydo e quistyón. E
que andando asý rondando, pasó este testigo con çiertos alguaziles e otros onbres que
consygo llevava por donde están unas mugeres rameras que ganan dineros públicamente,
çerca de la casa de Pero Lópes de Padilla119 [...] pasando por la dicha calle donde las dichas
mugeres rameras estavan, este testigo tomó una espada, e un broquel e un guante a un onbre
que después dixo que era de Juan de Padilla, fijo del dicho Pero Lópes de Padilla.
Estamos ante un suceso que se repite con frecuencia: de nuevo, una expropiación de
armamento que se considera ilícita por la persona expropiada. Recordemos que las demandas
contra los alguaciles por culpa de las acciones de este tipo eran frecuentes. Basta con observar
los casos demandados ante Gonzalo Fernández Gallego en la residencia que hizo a los
alguaciles de mosén Jaime Ferrer. Aún así, en la noche del 19 de agosto de 1516 los hechos se
complicaron más de lo que se esperaba. Según el alguacil Juan Collado120:
...que´l dicho Juan de Padilla enbió a rogar a este testigo que diese las dichas armas
a aquél a quien las avía tomado. E que estonçes este testigo llamó a Ruyz, alguasil, que tenía las dichas armas, y este testigo le dixo al dicho alguasil que llevase las dichas armas al dicho Iohan de Padilla y ge las diese. E que´l dicho alguazil yendo a ge las llevar, salió de casa del dicho Pero Lópes de Padilla, que era allí junto, el dicho onbre a quien las dichas armas se avían quitado y otros con él, y ge las tomaron por fuerça al dicho alguasil. E que allí los dichos onbres se rebolvieron con el dicho alguasil. E que como quiera que este testigo se metyó en medio y trabajó de los escusar de quistyón no pudo, porque luego yn contynente vido este testigo que salieron de casa del dicho Pero Lópes de Padilla más de treynta o quarenta onbres con picas, e lanças e otras armas. E enpeçaron de pelear (sic) con este testigo y con los otros onbres que consygo traýa.
E que este testigo como quiera que trabajó y recojó (sic) la dicha su gente a una callejuela de don Enrique que allí junto está, no pudo escusar que no travasen quistyón con los dichos criados del dicho Pero Lópes, porque los dichos criados del dicho Pero Lópes los seguían mucho. Y allí los criados de Pero Lópes les tyraron muchos botes de picas y lanças, y piedras. E que ya al cabo de la dicha quityón vido este testigo que de casa del dicho Pero Lópes salió un onbre con una hacha ençendida, y después oyó este testigo dezir que era el dicho Pero Lópes, y recojó la dicha gente y la metyó en su casa. Y vido este testigo que de otra casa que está en la misma esquina de Pero Lópes, fasya la casa de don Enrique, les tyraron muchas pedradas e esquinazos...
Según Juan Collado, en el alboroto hubo heridos de parte de los Padilla, aunque él no
sabía cuántos. De sus hombres sólo lesionaron al alguacil Ruiz de una pedrada que le dieron
en la cabeça, y un onbre de pie de Escobar, alguasil, pero que fue poco [...] la quistyón
podría turar (sic) un momento de ora (sic).
119 Idem, fol. 2 r. 120 Idem, fols. 2 v-3 r.
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El alguacil Gonzalo Ruiz, por su parte, testificó que rondando esta çibdad [...] llegaron
[...] donde están las dichas mugeres enamoradas -las prostitutas- que ganan dineros baxo de
la casa del dicho Pero Lópes de Padilla [...] este testigo vido quitar en el dicho lugar la
espada a un onbre que este testigo no conosçe, más de saber que es moço de espuelas del
dicho Iohan de Padilla121. Y este testigo rogó al dicho alguazil mayor que le bolviese la dicha
espada y lo que le avía tomado. Y a ynterçesyón de este testigo el dicho alguasil mayor dio a
este testigo las dichas armas para que las llevase al dicho Juan de Padilla.
La situación en la urbe estaba tensa, por lo que se ve, y Gonzalo Ruiz era consciente
de que quitar las armas a un hombre de Padilla sólo iba a traer problemas. De este modo122:
...llevando este testigo al dicho Juan de Padilla la dicha espada, y guante y broquel
que se avía tomado al dicho onbre, en medio de la plaça del dicho Pero Lópes de Padilla salieron a este testigo fasta diez onbres, y le dixeron a este testigo: “¡No pese a Dios!, que no a vos, de meter las armas al Juan de Padilla, que aquí las avés de dexar”; y ge las quitaron por fuerça. Y en acabándogelas de quitar echaron mano a las espadas para este testigo, y anduvieron allí a cuchilladas y pedradas con este testigo fasta que lo echaron de la plaçuela fasta el canto de don Enrique, donde este testigo y Escobar, alguasil, y otro su onbre estovieron peleando con ellos fasta un quarto de ora. Y todavía saliendo gente de casa del dicho Pero Lópes con picas e lanças, e otras armas, y a botes, y cuchilladas y pedradas pelearon al dicho canto con este testigo, y con el dicho Escobar y [su] onbre, y con el dicho alguasil mayor y su gente, que estavan junto con ellos. Y de una açutea que está allí junto dieron a este testigo una pedrada que dieron con él en el suelo, y otras muchas que le dieron en la rodela...
Gonzalo Ruiz dijo que le rodearon unos diez hombres en la plazuela, si bien a la pelea
se sumaron aún más; serían fasta quarenta onbres con lanças e otras diversas armas. E que
asý pelearon fasta que salieron de la dicha casa del dicho Pero Lópes un hacha ençendida
con un paje. En cuanto a los heridos, este alguacil advirtió que no pudo ver a ninguna persona
herida de la otra parte, pero le dijeron que un maestrescuela de Pedro López de Padilla había
salido mal parado. De la parte de los alguaciles sólo fue herido este testigo de una pedrada, y
el hombre del alguacil de Escobar que le acompañaba, también por culpa de una piedra.
Jerónimo de Saldaña, otro testigo, dijo que él pudo presenciar lo ocurrido123; estava [...]
a la puertas (sic) de su posada, que es cabe las casas de Pero Lópes de Padilla, e vido venir
al dicho alguasil mayor con otros alguaziles y onbres, venir de fazia donde estavan las dichas
mugeres enamoradas rameras. Era verano, hacía calor y algunos vecinos tomaban el fresco a
las puertas de sus viviendas. Uno de estos vecinos era Jerónimo. Según él124:
121 Idem, fol. 3 r. 122 Idem, fol. 3 v. 123 Idem, fol. 4 r. 124 Idem, fol. 4 r-v.
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...a la sazón que el dicho alguazil mayor pasó por allí, que un criado de Juan de Padilla que trae un sayo bigarrado, que no sabe su nombre, le venía pidiendo al dicho alguazil mayor una espada e un broquel. Y el dicho alguasil mayor le dixo al dicho onbre: “Yd mañana a mi posada, que sy soys de Juan de Padilla yo os la daré”. Y luego vido, en llegando en medio de la plaçuela que está delante de las casas del dicho Pero Lópes, que el dicho onbre, a quien se avía tomado la dicha espada e broquel, que dixo al dicho alguasil mayor: “¡Pese a Dios!, pues me la avés de dar mañana, dádmela luego”. Y el dicho alguasil mayor dixo al dicho onbre: “¿Con que venís fuera de vos?”. Y el dicho alguasil mayor llamó al alguasil Ruyz y le dixo: “Toma estas armas y llévaldas a los señores Pero Lópes y Juan de Padilla, y desildes que a un criado suyo ge las tomé en lugar desonesto, que las tomen y que su merçed lo mande castigar”.
E que, en desviándose de allí el dicho alguasil, vido este testigo que en medio de la dicha plaça mucha gente, criados y onbres de los dichos Pero Lópes y Juan de Padilla, que este testigo no conosçió, echaron mano del dicho Ruyz, alguazil, y enpeçaron de dar (sic) cuchilladas y pedradas en él fasta que lo retraxeron al canto de la casa de don Enrique, y allí andovo mucho ruydo de cuchilladas y pedradas contra el dicho alguazil mayor y los otros alguasiles y onbres que con él venían, y que esto turó un buen rato, fasta que vido que salieron de su casa Pero Lópes de Padilla y Juan de Padilla con un hacha ençendida, con un paje, y los despartyeron y retruxeron a los suyos a su casa, a cuchilladas que el dicho Juan de Padilla les tirava...
El testimonio del tejedor de terciopelo Fernando Pérez Gibraleón también resulta muy
interesante. Al igual que Jerónimo de Salazar, estaba tomando el fresco a la puerta de su casa
cuando pasó todo. Desde su punto de vista, sería a las nueve oras de la noche [...] vido que´l
dicho alguasil mayor con otros alguasiles e onbres venía la calle arriba, de fasia donde están
las mugeres rameras, rondando la çibdad. No vio, al contrario, cómo tomaron la espada y el
broquel al dicho [pone dos veces “al dicho”] criado de Juan de Padilla, que no sabe su
nombre, salvo que es valençiano. Anoche, después de pasada la quistyón, el dicho mançebo
ge lo contó a este testigo, de cómo le avía tomado el dicho alguasil mayor la espada y el
broquel, y cómo ge la avía pedido. Y que´l dicho alguasil mayor le avía dicho que fuese
mañana a su posada, qu´él ge la daría. Y como vido que´l dicho alguasil mayor llegava a la
plaçuela de Pero Lópes de Padilla, que avía dicho al dicho alguazil mayor: “¡Malgrado aya
Dios!, pues mañana me la avés de dar, dádmela agora”. E qu´el dicho alguasil mayor la avía
dado a Ruys, alguasil, que llevase las dichas armas a Juan de Padilla. E que cómo el dicho
alguasil yva con la dicha espada, qu´él ge la avía quitado de las manos. E que sobre aquello
se avían rebuelto con los alguasiles... Hasta aquí lo que le había dicho a Fernando Pérez el
mozo de Padilla125. Lo que él vio fue lo siguiente126:
...el dicho alguasil mayor pasó por la puerta de este testigo con la gente que consygo
llevava, ya que estavan en la dicha plaça del dicho Pero Lópes de Padilla, vido mucha quistyón e ruydo, y mucha gente de la casa del dicho Pero Lópes de Padilla con picas y lanças, y otras armas, contra el dicho alguasil mayor y la otra gente que consygo traýa, y
125 Idem, fols. 4 v-5 r. 126 Idem, fol. 5 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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muchas pedradas de la gente, y de los tejados y ventanas. Que turaría la dicha quistyón fasta un quarto de ora, fasta que salieron Pero López de Padilla y Juan de Padilla con hachas y con las espadas sacadas, dando de espaldarazos y golpes a los suyos fasta que los metyó (sic) en su casa [...] vido a un negro descalabrado, e oyó que avía otros dos feridos. E que de la parte del dicho alguazil mayor no supo ni vido que fuese ninguno ferido...
La única mujer que testificó en la pesquisa del juez Gonzalo Fernández Gallego, Inés de
Grando, esposa de Alonso de Grando, dijo que ya estaba acostada en su casa; oyó al canto de
la casa de Pero Lópes de Padilla mucho ruydo e gente. Y vido que de casa de Pero Lópes de
Padilla salieron a la dicha quistyón fasta treynta omes con lanças, y oyó desir que era contra
la justiçia. E que con ellos avía salido Juan de Padilla, e luego vido salir de la dicha casa al
dicho Pero Lópes de Padilla, ya pasada la quistyón, con dos pajes con un facha ençendida, y
cojó la gente y les desía: “¡Entra, entra!”. Y los vido entrar en casa del dicho Pero Lópes. Y
oyó desir que avía sydo lo susodicho porque avían quitado una espada a un criado de Juan
de Padilla. E vido muchas espadas reluzir e saltar çentellas.
El pesquisidor, suspicaz ante la idea de que Juan de Padilla se encontrara en medio del
alboroto, preguntó a Inés si oyó que la dicha gente apellidase e dixese “¡Aý los de Padilla!”,
e dixesen “¡Mueran, mueran!”. La mujer dijo que no escuchó nada de esto, pero que la pelea
al menos duró un cuarto de hora127. Esto vino a confirmar a Gallego su suposición. Como en
otros muchos casos, se había tratado de un simple enfrentamiento con los alguaciles por culpa
de las armas. Era otro de esos altercados que evidenciaban lo inestable del orden público y las
dificultades de la justicia para ejercer su labor. No obstante, tal vez Gallego se equivocara. Un
nuevo suceso vino a advertirle que detrás de lo ocurrido el martes 19 de agosto de 1516 podía
hallarse más de lo que un principio había pensado. De hecho, así es como lo pensó siempre el
bachiller Francisco Quiralte, alcalde mayor de la urbe.
El mismo día 19 de agosto el alcalde Quiralte solicitó a Pedro López de Padilla que le
entregase a algunos de sus hombres para hacer justicia. En su opinión, todos sus criados (de
Padilla), e muchos allegados, salieron de su casa armados de muchas armas para ofender a
Juan Collado, alguazil mayor d´esta çibdad, e otros alguaziles que con él andavan rondando
[...] sacaron al dicho ruydo e alboroto quinze o veynte picas e lanças, e otras muchas armas,
con las quales tiraron muchos botes e piedras contra el dicho alguazil mayor et los otros
alguaziles. E ovo algunos heridos e descalabrados. E desde la dicha quistión e ruydo todos
los dichos delinquentes se entraron con sus armas en casa del dicho señor Pero López de
Padilla, y en su presençia128.
127 Idem, fol. 5 v. 128 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 192.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1601
Para Quiralte tal desacato a la autoridad era intolerable. Primero habían atacado tanto al
alguacil mayor como a otros alguaciles sin motivo alguno, creando una auténtica reyerta, y
luego Pedro López de Padilla y su hijo Juan de Padilla ampararon a sus hombres en sus casas,
como si nada hubiese ocurrido. En consecuencia, el alcalde mayor realizó un requerimiento a
Pedro López: estaba en la obligación de entregarle los hombres que intervinieron en el
alboroto para hacer justicia, al igual que todas las armas que al dicho alboroto o ruydo
sacaron [...] quinze o veynte picas e lanças, e otras tantas espadas e broqueles, e otras
muchas armas. Si lo hiciera, advirtió Quiralte, haría lo que es obligado como cavallero e
servidor de sus altezas. En otra manera caerá en la pena en que caen los que reçebtan en sus
casas malfechores. E protesto de me quexar, decía el alcalde mayor, e dexir su ynobidiençia,
para que çerca d´ello sus altezas manden lo que sea a su serviçio.
La forma de actuar del alcalde mayor es lógica. Había que proceder con dureza frente a
los sucesos de este tipo. No en vano, desde que el juez de residencia, el ya referido Gonzalo
Fernández Gallego, estaba en la urbe nunca se produjo un acontecimiento de la gravedad de
éste. Por otra parte, en las fechas en que se produce, en agosto de 1516, en Toledo empiezan a
oírse voces en contra de Carlos I. Unos meses antes se había proclamado rey de Castilla y, sin
embargo, aún no llegaban noticias ciertas que asegurasen que iba a venir a tierras castellanas,
y que de hacerlo se mostraría dispuesto a resolver los problemas económicos existentes, por
no hablar de la delincuencia. A mediados de 1516, por tanto, muchos acusan al nuevo rey de
no querer venir a Castilla, de usurpar el trono de su madre, de no corresponder como era justo
a las comisiones que le enviaban las ciudades castellanas, para informarle de los problemas de
su reino... Juan de Padilla era un claro defensor de estas ideas. Había que actuar con cuidado y
mucha cautela, entonces. Más después de lo que ocurrió sólo una jornada más tarde del delito
señalado, el 20 de agosto de 1516129.
8.1.1.2.2. “¡Traidores!”: el ataque al alcalde mayor
La gravedad del suceso del 20 de agosto de 1516 hizo que tuviera que desarrollarse una
nueva pesquisa. Esta vez la hizo Quiralte, víctima del acontecimiento. Los hechos, según los
relató un tal Juan Gómez, un hombre que moraba junto al adarve del Sordo, sucedieron así130:
...llegando este testigo çerca de La Madre de Dios, vido que venía el señor alcalde
mayor, y con él Diego de la Xara y Escobar, alguaziles. E llevavan preso a la cárçel a uno que no sabe su nonbre. E vido que vinieron por la callejuela de La Madre de Dios quinze o
129 A.G.S., Cámara de Castilla, Pueblos, legajo 20, fol. 191. 130 Idem, fol. 1 r.
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1602
veynte personas, con espadas, e broqueles, e guantes e caxquetes, y echaron mano a las espadas e las sacaron de las vaynas, e tiraron muchas cuchilladas e pedradas contra el dicho señor alcalde mayor et contra los dichos alguaziles. E dieron una gran pedrada al dicho Diego de la Xara, alguazil, en el broquel, que sy le açertaran le mataran.
E les tomaron por fuerça el dicho preso y lo metieron dentro de la dicha yglesia de La Madre de Dios. A todo lo qual estovo presente el dicho señor alcalde mayor con su vara de justiçia en la mano, diziendo: “¡A la justiçia, traydores!”. Y le hizieron al dicho señor alcalde mayor retraer hasta la posada de don Diego de Mendoça, todavía demandando a voz el dicho señor alcalde mayor. Y mientras más favor pedía más pedradas tiravan...
La aparición del concepto traidores en las palabras del alcalde mayor Francisco Quiralte
es llamativa. Está claro que llamaba traidores a los hombres de los Padillas, y, por lo tanto, a
éstos, tanto a Juan de Padilla como a su padre, pero ¿por qué?. ¿Por el hecho en sí, o por lo
que el hecho significaba?. ¿Qué había de traición en quitar un preso a unos alguaciles?. Era un
delito muy grave, y por desgracia bastante común; nada más. Detrás del suceso, sin embargo,
están las sospechas de Quiralte. Él piensa, tal vez con razón, que los Padilla habían ordenado
a sus hombres enfrentarse a los alguaciles el 19 de agosto -de no ser así, ¿por qué consintieron
la pelea hasta que lo consideraron oportuno?-, que también los Padilla estaban detrás de este
nuevo ataque a los alguaciles para robarles un preso, y que todo lo hacían, en el fondo, por un
rechazo de la situación que vive Castilla aún no bien focalizado en la figura de Carlos I.
El propio Juan Gómez señaló que afirmaban, públicamente, que quienes habían atacado
a los alguaciles eran los hombres de Pedro López de Padilla. Esto es lo que ratificó Gonzalo
de Moncada. Estando a las puertas de las casas de Pedro de Acuña, vido que salieron de casa
de Pero López de Padilla más de veynte personas, todos criados suyos e de los de su casa,
con pajes e moços d´espuelas, e moços d´escuderos. De los quales, los diez d´ellos llevavan
espadas e broqueles. E los que llevavan armas yvan diziendo a los que no las llevavan: “Tira
piedras”, y “Quitémos selo (sic)” . Lo que ocurrió, según Gonzalo de Moncada, fue esto131:
...como este testigo los vido yr por la calle abaxo hasta la cárçel se fue tras ellos a ver
qué hera. Y en llegando junto con la yglesia de La Madre de Dios, vido que venía el dicho señor alcalde mayor, y Diego de la Xara e Escobar, alguasiles, con sus varas de justiçia en las manos. Y llevavan a uno preso, que no sabe su nonbre, que es criado del dicho Pero López de Padilla. E luego vido que los susodichos criados de Pero Lópes de Padilla echaron mano a sus espadas e las sacaron de las vaynas, e tiraron muchas cuchilladas e pedradas contra el dicho alcalde mayor, e contra los dichos alguaziles. E dieron una gran pedrada al dicho Diego de la Xara, alguazil, en el broquel. E si le açertara le matara.
E por fuerça, e contra voluntad de la justiçia, tomaron el dicho preso los dichos criados del dicho Pero López de Padilla, e le metieron dentro de la dicha yglesia de la Madre de Dios. A todo lo qual estovo presente el dicho señor alcalde mayor, e diziendo: “¡Aquí del rey, aquí del rey!”.
E acabado el dicho ruydo, vino allí Hernán Carrillo, e dixo el dicho Hernán Carrillo al dicho señor alcalde mayor: “¿Qué quiere desir “aquí del rey”?, que todos somos del
131 Idem, fols. 1 v-2 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1603
rey”. Y el dicho señor alcalde mayor dixo: “El que non favoresçe al rey non es del rey. Que aquí todos son contra mí, que estoy por el rey”.
E vido que en lo susodicho ovo mucho escándalo e alboroto. E vido que aunque el señor alcalde mayor pidió favor e ayuda a los de la casa de don Diego de Mendoça, que está junto, no salieron, porque ovieron miedo que no los prendiesen, porque estavan retraýdos por el ruydo que ovieron en Santo Tomé. Pero que vido que un criado del dicho don Diego de Mendoça que se halló fuera de su casa, çerca del dicho ruydo, que se llama Canpo, favoresçió a la justiçia de su alteza y al dicho señor alcalde mayor...
Lo que afirma Francisco Quiralte es tremendo. Nadie, al menos eso es lo que él afirma,
está dispuesto en la ciudad del Tajo a obedecer a la justicia que trabaja en nombre del rey para
salvaguardar la paz regia. Ir en contra ésta era como ir en contra del monarca. Lo hicieran a
propósito o no, si bien es posible que Quiralte pensase que se trataba de actos intencionados,
delitos como los de los hombres de los Padilla eran un desacato a Carlos I. Reconocemos en
las palabras del alcalde mayor -por Gonzalo Fernández Gallego-, en consecuencia, una
dinámica que venía de atrás, pero que en 1516 ya parece imparable. Los abusos de poder, el
rechazo a la justicia y las quiebras del orden público dinamitan las bases de la paz regia, y con
ello exhiben un comportamiento desleal para con el rey. Los que llevasen a cabo tales
prácticas, por tanto, y en opinión de Quiralte, debían ser tachados de traidores.
Otro de los testigos que participó en la pesquisa sobre lo ocurrido el 20 de agosto fue el
alguacil Diego de la Jara. Éste es su testimonio132:
...este testigo y Escobar, alguaziles, yvan con el señor alcalde mayor a hazer una
pesquisa contra los criados de Pero López de Padilla que avían querido matar la noche pasada al señor Juan Collado, alguazil mayor, e a los otros alguaziles que con él yvan, porque avíe tomado una espada e un broquel a un criado de Juan de Padilla, hijo de Pero López de Padilla. Y llegando a Las Tendillas de Sancho Minaya vido este testigo en una taverna a un criado de Pero López de Padilla, que avía sydo en esa dicha quistión contra el dicho alguazil mayor. Et por esto, por mandado del señor alcalde mayor, lo prendió. Y llevándolo preso, y llegando junto con la yglesia de La Madre de Dios, vido venir por la calle abaxo que viene junto con la dicha yglesia veynte personas, pocas más o menos, con sus espadas e broqueles, e otras sin armas. E tiraron muchas cuchilladas e pedradas contra el señor alcalde mayor e contra este testigo, e contra los onbres que con ellos yvan, diziendo: “¡Mueran, mueran!”. E por fuerça, e contra voluntad de la justiçia, les tomaron el dicho preso, e le metieron dentro de la dicha yglesia de La Madre de Dios.
Y el dicho señor alcalde mayor dezía: “¡Contra la justiçia!, ¡Traydores!”. E demandando favor e ayuda. E mientras más la demandava más cuchilladas e pedradas tiravan contra la justiçia, de manera que´l dicho señor alcalde mayor se retraxo hasta la casa de don Diego de Mendoça. Y a este testigo le dieron una pedrada en los pechos, e más de siete [u] ocho por los onbros. E que sobre ello se recresçió mucho escándalo e alboroto, en mucho desacatamiento de la justiçia de su alteza...
Ante estos hechos se envió un informe a la corte. La opinión de los dirigentes toledanos
fue aceptada punto por punto. Los gobernadores de Castilla tenían miedo a que actos así
132 Idem, fol. 2 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1604
acabasen por desestabilizar el reino antes de que Carlos I pudiera hacerse con su control. El
orden público se cuestionaba de un modo excesivo con estos delitos, en los que la justicia no
sólo se veía en la mayor de las impotencias, sino que acababa convirtiéndose en víctima de
los abusos de poder de ciertas personas. Había que castigar tales sucesos con crudeza.
Con este objetivo, para que castigase a los hombres de Pedro López de Padilla y su hijo,
el 26 de agosto de 1516 se diputó al licenciado Fernando Cano133, dándole una orden clara: a
las personas que por ella -por la información recabada- fallaredes culpantes prendeldes (sic)
los cuerpos, e presos, llamadas e oýdas las partes a quien atapne, proçedáys contra ellos, e
contra los ausentes culpados que no pudieredes aver para los prender, como fallaredes por
justiçia, como sobre delito acaesçido en nuestra corte.
Tal y como se señaló en los capítulos introductorios, la paz regia, en su antigua versión
de pax regis, de paz del rey, se hacía especialmente visible en el entorno de éste, de manera
que el delito cometido en unas cinco leguas alrededor suyo debía castigarse con mayor dureza
que si se desarrollara en otro sitio. Buscando que el castigo de los hombres de los Padilla
fuese lo más duro posible, se dictaminó que fueran castigados como si hubiesen cometido el
delito en presencia del monarca -quien ni siquiera se encontraba en la Península Ibérica-. Algo
que, por otra parte, no iba a resultar fácil, y en la corte castellana lo sabían. Por eso, primero
se dispuso que Fernando Cano llevase consigo a Toledo a Juan de Gavilanes y a Salcedo, dos
alguaciles de la misma corte, y se mandó a los alcaides de las fortalezas y casas fuertes que no
ampararan en ellas a los malhechores. Y luego, temerosos de que Cano y sus acompañantes
fueran víctimas de alguna agresión, se dio orden para que les acompañasen tres hombres, con
el único papel de defenderles134.
No parece que Fernando Cano encontrara grandes complicaciones a la hora de trabajar.
Lo que parece evidente es que su trabajo no sirvió de nada. Según un documento, después de
partydo de la dicha çibdad el dicho [...] juez pesquisydor, algunos de los dichos delinquentes
e fechores que ansý fueron sentençiados e condenados, e otros que fueron qulpantes (sic) en
los dichos delitos, se andan por la dicha çibdad públycamente syn temor de la [...] justiçia. Al
haberse desinhibido de la gestión del asunto Gonzalo Fernández Gallego, el juez de residencia
que está en la urbe en 1516, una vez mosén Jaime Ferrer dejó el cargo de corregidor (como se
verá luego), al darlo en comisión a Fernando Cano, cuando éste se marchó no se ejecutaron
las penas establecidas. El 5 de noviembre se ordenó a Gallego que las ejecutase, y que acabara
los procesos que aún estuviesen abiertos, para que todos los malhechores recibieran su
133 A.G.S, R.G.S., 1516-VIII, Madrid, 26 de agosto de 1516. 134 A.G.S, R.G.S., 1516-VIII, Madrid, 28 de agosto de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1605
castigo135. Sin embargo, a los pocos días Gallego se fue de Toledo, abandonando su oficio de
juez de residencia ante la llegada del conde de Palma como corregidor.
El día 22 de enero de 1517 se ordenó al conde de Palma, Luis Puertocarrero, corregidor
sustituto de mosén Ferrer (al que luego también nos referiremos), lo mismo que antes se había
ordenado a Gallego136. A partir de entonces estaba en la obligación de dar su merecido a los
criados de Pedro López de Padilla y de su hijo. Si lo hizo en verdad o no es algo que los
documentos no señalan. Parece claro que Luis Puertocarrero tenía que elegir entre dos
opciones igualmente malas: de no ser castigados los hombres de Padilla la labor de la justicia
quedaría en entredicho, dando pie a nuevas afrentas al orden público; de castigarles, es seguro
que nos encontramos ante otro de esos motivos de descontento que llevaron a Juan de Padilla
a liderar a la Comunidad toledana frente al rey Carlos I137.
Ubicación de los sucesos del 19 y 20 de agosto de 1516. 1. Casas de Pedro López y Juan de Padilla
(en el plano de El Greco se aprecia la plaza que quedó donde estaba la casa de Juan de Padilla, destruida, y sembrada de sal, por orden de Carlos I tras las Comunidades). 2. Convento de la Madre de Dios.
135 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 5 de noviembre de 1516. 136 A.G.S., R.G.S., 1517-I, Madrid, 22 de enero de 1517. 137 Uno de los acusados de hallarse en el escándalo del 19 de agosto de 1516 en la plazuela de Pedro López de Padilla fue Pedro de Poróztegui, vecino de la villa de Santiesteban. El licenciado Fernando Cano le condenó a pena de destierro y a otras penas, pero reclamó justicia ante el Consejo. El 8 de enero de 1517 los consejeros reales ordenaron al corregidor, Luis Puertocarrero, que viera el caso y que hiciese lo que fuera justicia: A.G.S., R.G.S., 1516-II, Madrid, 8 de enero de 1516 (sic: la fecha está mal).
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1606
8.1.1.3. EL ESCÁNDALO DE 1517: EL DEÁN CONTRA LOS ALGUACILES
De todos los escándalos analizados, de éste es del que existe más información. Como ya
parece habitual, lo protagonizaron ciertos alguaciles del Ayuntamiento de Toledo y los
criados de un oligarca, aunque en este caso el oligarca era, además, el religioso que dirigía el
Cabildo catedralicio, el deán Carlos de Mendoza. El motivo, también frecuente, fue el robo de
un preso que llevaban los alguaciles a la cárcel, aunque todo se complicaría -del mismo modo,
algo ya cotidiano- más de la cuenta. Todo acaeció el 1 de mayo de 1517. Esta misma jornada,
viernes, en la tarde, después de mediodía, determina un documento, el alcalde mayor por Luis
Puertocarrero, el licenciado Salvatierra, fue informado de lo ocurrido. Cieza de León hizo la
pesquisa.
Si conocemos lo que pasó es porque el caso vino a parar al Consejo de los reyes. Como
sucede en otros muchos temas, de nada valdría que intentásemos informarnos del suceso en
las actas de la catedral, aunque el escándalo estuvo protagonizado por uno de los hombres
más notables del Cabildo catedralicio. En dichas actas sólo se apunta sobre el hecho acaecido,
con la oscuridad de siempre, que el 5 de mayo se estableció un entredicho sobre lo que se
produjo en la vivienda del deán, de la que sacaron unos presos. Es lo único que se dice; no
aparece ni un mínimo detalle138. Unos días más tarde, el 11 de mayo, se diputó a Rodrigo de
Acebedo y a otros para que hablaran con los procuradores del Ayuntamiento sobre el negocio
del entredicho, para ver si se quitaba o no139.
A pesar de la poca importancia que conceden al suceso las actas de la catedral, si lo
acontecido se enmarca en el contexto de conflictividad en que se produce no cabe duda que
sus repercusiones tuvieron que ser notables. En la primavera de 1517 aún coleaba el robo del
preso que los criados de los Padilla desarrollaron meses atrás. Los problemas para resolver
este caso habían sido, y continuaban siendo, enormes. Luis Puertocarrero, el corregidor, tenía
que actuar con cautela, pues en virtud de los oligarcas implicados se trataba de un caso muy
espinoso. Ahora la complejidad era aún mayor. Tras lo acaecido por culpa de los hombres del
deán se encontraba éste; tras éste el Cabildo catedralicio; detrás del Cabildo toda la Iglesia
toledana; tras la Iglesia el arzobispo Cisneros, por entonces el regente de Castilla; y tras
Cisneros un rey al que ciertas voces acusaban de despotismo y de no interesarse por los
problemas de Castilla. Si el alcalde Quiralte había visto en los alborotos de los criados de
Padilla la evidencia de una traición -la traición a la paz regia-, las lecturas sobre el sentido de
lo hecho por los hombres del deán son igual de preocupantes.
138 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º..., reunión del 5 de mayo de 1517, fol. 127 v. 139 Idem, reunión del 11 de mayo de 1517, fol. 128 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1607
8.1.1.3.1. Los testigos del 1 de mayo
Uno de los primeros testigos en declarar fue el boticario Fernando de Rojas. Según él,
testigo presencial de los hechos, dos alguaciles tenían a un preso para llevarle a la cárcel, y se
encontraban junto a la casa del deán. Los hombres de éste salieron de la vivienda con armas y
se lanzaron contra los alguaciles, quienes tuvieron que salir huyendo140. El alcalde Francisco
Verdugo dio un testimonio más pormenorizado141:
...oyó un ruydo a la puerta del deán, e fue a ver qué hera. E vido que muchos con espadas e broqueles, e otro con una pica, yr tras Escobar e Martel, alguaziles, a les quitar un preso. E a cuchilladas los retraxeron en casa del arçediano de Medina. E este testigo se entró con los dichos alguaziles en la casa. E que salieron otra gente de casa del deán, e subieron por los tejados [...] los criados del deán, diziendo: “¡Aparta, aparta!. ¡Dexad el preso!”. E les tiraron muchos ladrillos. E entonçes vino el deán por la puerta de la calle, e este testigo le hizo abrir. E rogó a este testigo e a los alguaziles que le diesen el preso, con que juró por el ábito de San Pedro de le poner en la cárçel. E este testigo, por quitar el alboroto e escándalo que avía, ge lo dio, con que le posyese en la cárçel. E que no conosçió ninguno de los que yban contra la justiçia, salvo que todos desýan que heran criados del deán, e que los que favoresçían la justiçia [eran] el jurado Morales, e su fijo del alcaide Solano, e Juan de Córdova, e otros que no conosçió...
El 1 de mayo debía hacer buen tiempo. Mucha gente estaba en las calles, y, al igual que
el alcalde Verdugo, bastantes personas se acercaron a las casas del deán para ver qué pasaba.
Juan de Córdoba, por ejemplo, señaló que había acudido a ellas porque oyó ruydo. Escobar y
Martel, alguaciles, tenían asydo un obre que se dize de Guadalajara, que anda retraýdo, que
se llega a la casa del deán. E vido mucha gente de los del deán con picas, e lanças, e espadas
e broqueles contra la justiçia, diziéndoles: “¡Dexad el preso!, ¡dexad el preso!” [...] hasta
que a cuchilladas los metieron en casa del arçediano de Medina. E estando dentro los
alguasiles e el alcalde Verdugo con el dicho preso, en casa del dicho arçediano de Medina,
vinieron por los tejados çiertos onbres que desían que heran del deán, diziendo: “¡Muera,
muera!”. E tirando muchos tejazos e ladrillos a la justiçia. E estando en esto vino el deán
don Carlos por la puerta de la calle, e rogó al dicho alcalde e alguasiles que le diesen el
preso, que él dava su fee como cavallero de dalle al señor corregidor preso en la cárçel, por
quitar el alboroto. E los dichos alguasiles le dieron el dicho preso; el señor arçediano [...] le
tenía en un palaçio -en una habitación-142.
Diego Ruiz (contador de la casa de doña Sancha dice un documento) salía de la catedral
cuando oyó mormulla de quistión. Pudo verlo todo. Según él, entre los criados del deán iba un
clérigo con una lanza y un pavés. Fue el deán el que ordenó a sus hombres que volvieran a su
140 Se va a seguir la foliación que aparece en el documento: A.G.S., D.C., leg. 40, doc. 5, fol. 103 r-v. 141 Idem, fols. 103 v-104 r. 142 Idem, fols. 104 r-105 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1608
casa. A este testigo, se quejaba Diego, le paresçió muy mal salir el dicho clérigo con lança e
pavés, e ge lo dixo al deán143. Juan, por su parte, criado del maestrescuela de 17 años de edad,
dijo que todo había ocurrido porque el alguacil Pedro de Escobar intentaba meter en prisión a
un hermano de Guadalajara, hombre del deán144:
...este testigo vido que´l dicho Guadalajara estava sentado a un cabo de la viga que
está çerca de la puerta de la casa del deán, e que llegó Pedro d´Escobar e Martel, alguasiles, e el dicho Escobar le asyó [...] del espada e Martel le asyó de los pechos, e le llevavan asydo. E que luego vido que un pintor que está herido en la mano, de una capa azul (sic: con una capa azul), hechó mano a la espada contra los dichos alguasiles. E yba con la dicha espada sacada para dar al dicho Escobar, alguazil, e que vido que un moço desbarbado, que tenía una gorra colorada, que este testigo no conosçió, tiró a un moço del alguazil una pedrada e le dio en los pechos. E que vido muchas espadas, unos en favor de la justiçia e otros contra ella. E que no conosçió a ninguno d´ellos. E que vido que el dicho moço de la gorra colorada, que se allega en la casa del deán, sacó una pica contra los dichos alguasyles, e un paje del deán, que trae un sayo negro e una gorra colorada, sacó una porquera (una lanza porquera) contra los dichos alguasyles. E que vido cómo llevavan el dicho preso hazia casa del arçediano de Medina. E que oyó desyr que le avían metido en ella. E después oyó desyr públicamente que unos criados del deán avían quitado al dicho preso...
Cada uno de los testigos da su versión, e indica lo que estaba haciendo justo cuando se
produce el alboroto. Esto, unido a los detalles sobre las vestimentas de quienes participaron en
él, su edad, su oficio, etc., nos permite recrear lo sucedido con precisión meridiana. Además,
sabemos el lugar y el momento exactos en que sucedió el escándalo. Fue junto a la Puerta del
Perdón de la catedral, en la plaza del Ayuntamiento. Allí, haciendo esquina, se encontraba la
vivienda del deán145. En cuanto al momento en que se produjo, fue por la tarde, posiblemente
después de comer. Hacía buen tiempo y muchas personas iban por las calles; otras se hallaban
en el interior de la catedral rezando, haciendo algún negocio, charlando simplemente.
El mercader Alonso Álvarez, de más de 30 años, decía que cuando sucedió todo estaba
en la iglesia con Juan de Córdoba (el testigo de arriba) y Francisco del Páramo. Escucharon
voces y salieron a ver qué era. Los alguaciles Escobar y Martel traían un preso. Mientras, de
la casa del deán muchos hombres sacaban armas146. Huyendo, los de la justicia se ampararon
en la vivienda del arcediano de Medina. El propio deán vino a ésta y sacó de ella al preso.
Rafael de la Peña dio un testimonio más interesante. Criado de Diego de la Fuente de 18
años de edad, venía por la calle y a la altura de la Puerta Nueva de la catedral pudo ver cómo
los alguaciles Martel y Escobar -algunos testigos hablan de Escobar “el menor”- iban con uno
143 Idem, fol. 105 r. 144 Idem, fols. 105 r-106 v. 145 Sobre esta vivienda y su entorno véase: PASSINI, J. y MOLÈNAT, J.P., Toledo a finales de la Edad Media. El barrio de los canónigos, Madrid, 1995. 146 A.G.S., D.C., leg. 40, doc. 5, fols. 106 v-107 r.
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1609
preso, y le metían en la casa del arcediano de Medina. Tras ellos se hallaba un tropel de
hombres con armas que había salido de la vivienda del deán. Algunos lanzaron tejas a los de
la justicia. Luego el deán pidió a los alguaciles que le entregasen el preso, y así lo hicieron.
Éste, aseguraba Rafael, pasó de la casa del dicho arçediano a la casa del deán por los
tejados147. El clérigo prometió que entregaría su hombre al alcalde cuando se lo pidiera.
CATEDRALPuerta Nueva
CASA DELDEÁN CÁRCEL
DELVICARIO
CASA DELARCEDIANODE TOLEDO
CASA DELARCEDIANO DE TALAVERA
CASA DELARCEDIANODE MEDINA
0 5 10 mts
N
”Barrio de los canónigos” a fines de la Edad Media. Se desconoce cuáles eran las casas del arcediano de Medina a la altura de 1517, pero parece que se encontraban donde se señala en el plano (cfr. Jean Passini).
Uno de los testigos más directos de los hechos fue Diego Pérez de Mora, de 23 años de
edad. Él era el escribano del crimen que acompañaba a los alguaciles Pedro de Escobar, Pedro
Martel y Juan de Salazar (otros testigos no nombran a éste); yvan a haser una pesquisa contra
çiertos onbres que se avían acuchillado a la puerta de la yglesia mayor, çerca de la casa del
deán. Todo ocurrió así148:
...llegaron a la puerta de la dicha casa del deán para tomar por testigos algunos de
los que a la puerta del deán estavan, que podieron muy bien ver la quistión. E que estando este testigo, que querían tomar su dicho a un onbre que trae un sayo de Londres azul, el qual tenía la mano atada con un paño, e puesta con un cabestro, que paresçía estar herido, que
147 Idem, fols. 107 r-108 r. 148 Idem, fols. 108 r-110 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1610
diz que se llama Lorenzo Gómes, pintor. Vido cómo el dicho Pedro d´Escobar e Martel llevavan preso a uno que se dize Guadalajara, el qual este testigo vido asentado en una viga o poyo que está pegado a la pared çerca de la puerta del deán. E que vido cómo los dichos alguaziles [le] llevaban preso [...] el dicho pintor se levantó [...] e hechó mano a la espada, e vido que yba contra los alguaziles con la dicha espada desenvaynada. E que yba por dar al dicho Escobar con la dicha espada. E que un onbre que este testigo no conosçió con una espada desenvaynada se metió entre los dichos alguaziles e el dicho pintor. E que sy no fuera por el dicho onbre el dicho pintor hiriere a los dichos alguaziles, porque yba para dar al dicho Escobar muy çerca d´él.
E que vido que de casa del deán salieron çinco o seys onbres legos, e otro clérigo que este testigo no conosçió, ni sabe sus nombres de ninguno d´ellos, con lanças, e espadas e otras armas; e uno salió con una pica. E yban en pos de los dichos alguaziles con mucho alboroto e escándalo por les quitar el dicho preso. E que vido cómo los dichos alguasiles Escobar, e Martel e Salazar llevavan al dicho preso, e yban los dichos criados del deán e el dicho pintor en pos d´ellos por se le quitar, y hasta que los dichos alguaziles con el dicho preso se entraron en casa del arçediano de Medina e çerraron las puertas, e se quedaron dentro con el dicho preso. E que no vido cómo los dichos criados del deán e el dicho pintor se bolvieron a la casa del dicho deán. E que oyó que desýan dende la casa del dicho deán: “Andad, yd, que llevan el preso; no le lleven” [...] E cómo este testigo vido que andava tan alborotado e roto, fue a desillo al señor alcalde mayor, el qual luego fue allá. E que quando allegó el dicho señor alcalde mayor ya avían quitado a los dichos alguaziles el dicho preso...
Según Diego Pérez, entre quienes favorecieron a la justicia apenas pudo conocer a Juan
de Córdoba y al alcalde Verdugo. Jerónimo de Morales, por su parte, se dirigía hacia su casa y
vio cómo los alguaciles iban corriendo con un criado del deán preso, mientras que de la casa
de éste muchos hombres sacaban armas y corrían tras los alguaciles. A los de la justicia no les
quedó más remedio que ampararse en la casa del arcediano, en la que también se amparó este
testigo. Estando dentro, aseguraba Jerónimo, vinieron por ençima de los tejados dos ombres,
que´l uno dezían que fera sobrino suyo del deán, e el otro no conoce, salvo que dicen que es
del deán, e tyraron dos tejados (sic), e el sobrino del deán traýa una rodela, e no dieron con
ellas a ninguna persona, salvo que las tyraron a los dichos alguaziles diziendo que dexasen el
preso. Luego se oyó al deán llamar a la puerta, y dijeron que abrieran. El propio Jerónimo fue
el que la abrió. Tras prometer a los de la justicia que si le diesen al preso él lo entregaría en la
cárcel pública, se lo llevó. Según éste testigo, al deán le pesaba todo lo ocurrido, y decía que
se estaba haciendo a sus espaldas, sin que él se enterase. Era obra de diez o doce criados
suyos, dijo Jerónimo de Morales. En medio del alboroto, uno de éstos llegó a vociferar en
forma de apellido: “¡Santyago!, ¡Santyago!”149 -el grito de los cristianos de Castilla durante el
combate con los musulmanes-. Jerónimo de Morales, por cierto, era jurado, y por ello auxilió
a los alguaciles, aunque no lo indica en su testimonio.
Francisco del Páramo, tejedor de terciopelo, estaba en la catedral con Juan de Córdoba y
el mercader Alonso Álvarez. En la iglesia entró çierto mormullo. Cuando él y otros salieron a
149 Idem, fol. 125 r-v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
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la calle vio que los alguaciles llevaban preso a uno que era tundidor, cuyo nombre desconocía,
que estaba huido de la justicia, acusado porque sacó una hija de un mercader (¿la violó?) que
se dize Falano de Úbeda. Los de la casa del deán iban armados tras los alguaciles, gritando
que les diesen el preso. Éstos también gritaban; pedían a todos los presentes auxilio. Algunos
de los que allí estaban, entre ellos este testigo, les auxiliaron. Francisco también vio a tres
hombres lanzando piedras a la justicia desde lo alto de la casa del arcediano de Medina, y que
fue el deán el que sacó al preso de la casa, el cual se fue por los tejados150
En una puerta de la catedral se hallaba Pedro Vázquez Solano. Según él, vido rebuelta,
que dezían que venía gente con armas para quitar un preso a tres alguaciles que allí estaban, y
por eso se metió en la vivienda del arcediano con los de la justicia. Por lo demás su testimonio
no dice nada nuevo151.
Tomados estos testimonios, el alcalde mayor fue a la casa del deán. Había prometido en
el nombre de San Pedro que daría el preso al corregidor o a su alcalde, pero no era suficiente.
En vista del escándalo, también estaba obligado a entregar a la justicia a todos los hombres de
su servicio que tuvieran alguna culpa. Ya en la casa, el alcalde mayor advirtió al clérigo que si
no lo hiciese se quejaría d´él ante sus altesas, como de persona que fase fuerça a su justiçia
rreal152. El deán, sin embargo, dio una respuesta imprevista. Le pesaba todo lo ocurrido, dijo,
pero, por las órdenes que resçibyó -los votos religiosos-, que no ha visto más al dicho onbre
preso de cómo los dichos alguasiles se lo dieron de su voluntad, e qu´él no está en su casa. Si
el alcalde mayor deseaba comprobarlo, le dio permiso para buscar por la vivienda. Además, el
deán defendió que todo se había hecho sin su consentimiento.
El alcalde mayor, el alguacil mayor y el deán anduvieron por la casa buscando tanto al
reo como a otros hombres, e no se falló persona d´ellos. Los criados del deán no perdieron el
tiempo. Nada más ocurrir el escándalo se dispersaron en lugares donde ampararse. Tengamos
en cuenta que todos los testimonios referidos y esta visita del alcalde mayor a la vivienda del
clérigo se producen poco después del alboroto, el mismo 1 de mayo. Sin la posibilidad de
hacer justicia, en consecuencia, el deán se comprometió a buscar a los delincuentes y a
entregarlos a los jueces. Así acabaron las gestiones durante la jornada, si bien la pesquisa no
había hecho más que comenzar.
150 Idem, fols. 125 v-126 v. 151 Idem, fol. 127 r. 152 Idem, fol. 127 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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8.1.1.3.2. Nuevos testimonios: la ruptura con el corregidor
Los alguaciles testificaron el 2 de mayo. El primero en hacerlo fue Pedro de Escobar, un
hombre de unos 30 años de edad. Iba con los alguaciles Martel y Salazar a hacer una pesquisa
sobre çierto ruydo, acompañado por un escribano del crimen153:
...estando haziendo la pesquisa a la puerta del deán, en unas vigas que allí estavan estava asentado Guadalajara, tundidor, el qual estava mandado prender sobre çierto delito. E que este testigo dixo a Martel, alguasil, que se llegase çerca. E el dicho Martel le preguntó sy traýa armas, e se descubrió, e paresçió una espada que tenía. E este testigo le hechó mano a la mançana del espada (al mango), e dixo al dicho Martel: “Asyd éste para llevase (sic) preso”. E el dicho Martel le asyó, e tanbién este testigo... Le llevaban preso cuando el pintor Lorenzo Gómez hechó mano a una espada, diciendo
que liberaran al detenido. Al instante salieron de casa del deán un acemilero de éste y algunos
de sus criados con armas. En medio de un enorme alboroto, se lanzaron contra los alguaciles
gritando “¡Dexad al preso!” y “ ¡Mueran, mueran!”. Con temor, los alguaciles se metieron en
la vivienda del arcediano de Medina junto al alcalde Verdugo y al jurado Jerónimo de
Morales. En este inmueble encerraron al reo, en una habitación, advirtiendo que debía
permanecer allí hasta informarse de todo al alcalde mayor. Mientras, dos del deán lanzaban
piedras desde los tejados, y a las puertas de la casa parecía aglomerarse una muchedumbre de
sirvientes del clérigo, dispuesta a rescatar a Guadalajara. La situación era angustiosa. El deán
llegó entonces, acompañado del secretario del Cabildo catedralicio y de dos capellanes. Pedro
de Escobar afirmaba no saber lo que hablaron los religiosos con Martel y las otras personas.
Él estaba guardando una escalera para que no bajasen a la casa los de los tejados.
El testimonio del alguacil Juan de Salazar, hombre de unos 55 años, fue parecido. Ni se
enteró de cómo Escobar y Martel prendieron a Guadalajara. Él estaba tomando testimonio a
uno sobre un ruido cuando volvió la cabeza y vio que le llevaban preso. También pudo ver al
pintor que, con una espada desenvainada y gritando que liberasen al detenido, se dirigía con
gesto amenazante hacia los alguaciles. Salazar fue quien le cortó el paso para que no agrediera
a los de la justicia. Según este testigo, entonces comenzó el escándalo. Un tropel de hombres
del deán salió de casa del clérigo. “¡Dexad el preso, dexad el preso!, ¡dexadle, dexallo tenés,
o aquí avés de morir!” gritaban. Escobar y Martel se metieron en la vivienda del arcediano de
Medina. Salazar no. Él quedó fuera haziendo rostro a los dichos criados del deán, porque no
entrasen a quitar el dicho preso. Fue Salazar, además, quien, viendo que yva todo tan roto, no
dudo en pedir al deán que hiciese algo.
153 Idem, fols. 110 r-112 v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1613
Cuando el deán vino con otros clérigos Salazar entró con él en la casa. Ante la solicitud
que el clérigo hizo a Martel para que le entregase el preso, el alguacil se negó. Luego, tras dar
su promesa de que le entregaría a la justicia, el preso fue liberado. En medio del alboroto, los
de la justicia recibieron ayuda de tejedores de seda como Juan de Córdoba y Alonso Álvarez,
del jurado Jerónimo de Morales, y del alcalde Verdugo154.
El alguacil Gonzalo Ruiz, de 35 años, no estaba presente cuando ocurrieron los hechos.
Iba hacia la catedral cuando le dijeron que había un ruydo travado en la puerta de la misma, y
que era contra los alguaciles. Gonzalo salió corriendo hacia allí, y155:
...vido cómo la gente, toda de casa del deán, e con ellos Lorenço Gómez, pintor, venía
de hasia la casa del arçediano de Medina con espadas, e rodelas e lanças, e una pica. E que preguntó que qué hera, e le dixeron que lo avían con los alguasiles, que le querían (sic) quitar un preso, e los avían ençerrado en casa del arçediano de Medina. E que este testigo quiso prender al dicho Lorenço Gómez, pintor, e uno que se desía que hera sobrino del deán e los otros criados del deán, que con él yvan, le çercaron a la redonda con las dichas armas. E que cómo vido que hera tanta gente e todos con armas, e contra la justiçia, se entró en casa del dicho arçediano de Medina, donde estavan Escobar e Martel, alguaziles, con el preso, e que teniéndole ençerrado al dicho preso en un palaçio, e estando el dicho Martel e este testigo a la puerta del palaçio porque no entrase nadie, vido que se puso sobre el tejado de la casa del dicho arçediano el que desía que hera su sobrino del deán [...] e un moço d´espuelas del deán que conosçe de vista, e no de nonbre, e les tiravan muchas tejas e ladrillos a la puerta del palaçio donde estavan, e hasta que los hizieron meter en el palaçio...
Así estaban las cosas cuando llamaron a la puerta. Entró el deán, y se juntó con ellos en
el palacio donde tenían al preso. Dando su palabra de que iba a meter a Guadalajara en prisión
en el momento que el corregidor se lo pidiese, solicitó a Martel y a este testigo que le dieran
el preso. Gonzalo Ruiz dijo que no, que nombrase una persona seglar que fuera abonada para
poner a Guadalajara bajo su tutela. No obstante, el jurado Jerónimo de Morales y el alcalde
Fernando Verdugo requirieron a este testigo e al dicho Martel que se le diese el dicho preso
al dicho deán, por el peligro que allí avía. Así, dando su fe y palabra de poner al preso en
manos del corregidor, el deán se llevó a Guadalajara, y todos se marcharon de la casa del
arcediano... Tras este testimonio el alcalde mayor dio una orden de búsqueda y captura en
contra del sobrino del deán, de los criados de éste, y del pintor Lorenzo Gómez.
Baltasar de Árnica, un bonetero de unos 20 años que trabajaba como criado de un tal
Merchán Bonetero, vio todo desde el principio. Escobar y Martel realizaban una pesquisa con
un escribano del crimen. Habían empezado a tomar testimonio a un hombre con un sayo azul
y una mano atada con un cabestrillo, que al parecer estaba herido. Escobar permanecía junto a
154 Idem, fols. 112 v-115 r. 155 Idem, fols. 115 r-117 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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una pared de la casa del deán; un hombre estaba cerca, sentado en una viga. Escobar preguntó
a este hombre si traía armas y le dijo que sí. Le ordenó entonces que se las diera, y no quiso.
Escobar requirió de forma inmediata a su compañero Martel que le ayudara a prenderle. El del
sayo azul sacó su espada gritando: “¡Escobar dexad el preso!, ¡dexad el preso!”. El resto del
testimonio de Baltasar ratifica lo dicho. Eso sí, advirtió que uno de los que salieron de la casa
del deán con armas era un abad, y que en el alboroto dieron una pedrada en los pechos a un
criado de un alguacil.
La noticia que empezó a difundirse por la ciudad era que los del deán habían quitado un
preso a los alguaciles156. Uno de los testigos más ancianos, Alonso Álvarez de Villaviciosa,
pintor de unos 60 años de edad, vivía en la calle junto a la catedral en la que pasó todo, y
según él el alboroto tuvo lugar por la tarde, a la hora de vísperas -en torno a las cuatro y
media-. Los alguaciles en las manos llevaban las varas de justicia, y sin embargo, casi en tono
burlesco, los del deán iban tras ellos diciendo: “¿Quién son los que llevan el preso?” 157.
El alcalde mayor volvió a ir a la casa del deán el 2 de mayo de 1517. Le dijo de nuevo
que estaba en la obligación de entregar a sus hombres a la justicia. El clérigo contestó que ya
lo sabía, y que estaba dispuesto a hacerlo158. Así acabó el trabajo por esta jornada. El día 3 fue
el cambiador Marcos Díaz el primero en ofrecer testimonio. Era un hombre del deán, que, no
obstante, afirmaba que no había participado en el suceso. Según él159:
...estando este testigo en casa del dicho deán, el dicho día, jugando al axedres con
Diego de León, hermano de Alonso de León, raçionero, oyó dar bozes en la calle, e dexó el axedres, e se pasó a la ventana con el deán; el dicho Diego de León baxó abaxo. E vido que un capellán del dicho deán que se dize Ortys abrió un palaçio donde estavan armas, dentro de las casas del dicho deán, e allí entraron çierta gente que no sabe sus nonbres ni cuyos criados son, que serían fasta siete u ocho. E uno d´ellos se diz Zorita, paje del dicho deán. E sacaron lançones e paveses; e una pica un moço que no lo conosçió. E entre ellos yba un clérigo que se dize Françisco Díaz, capellán que dize misa en la capilla de Sant Ilifonso, e salió con un pavés e un lançón. E salieron a la calle, e el deán desde la ventana a bozes les dezía que estuviesen quedos, e se tornasen todos [...] baxó el deán abaxo, a la calle, e este testigo con él, e des que supo lo que hera mandava a sus criados que lo dexasen, e no curasen más d´ello. E el dicho Françisco Díaz, clérigo, lo ynçitaba más, e dezía que no hera rasón que consyntiese el deán que de casa de su merçed se atreviesen a llevar el preso. E estando en esto llegó Alonso Álvares, texedor de terçiopelo, e dixo al deán que llegase su merçed a casa del arçediano de Medina, e que a su merçed le darían el preso. E que este testigo llegó con él fasta la puerta del arçediano, e el dicho deán rogó a todos los que con él yban que hera gente paçífica, syn armas, que no se acuerda quién feran, que se volviesen, e le dexasen a él...
156 Idem, fols. 117 v-120 v. 157 Idem, fols. 123 r-125 r. 158 Idem, fols. 128 r-129 r. 159 Idem, fols. 129 r-130 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
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Según Marcos, el mismo Ruy Díaz, sobrino del arcediano, le dijo que había favorecido
al preso. El cerero Pedro Gascón, por su parte, estaba en casa del deán, viendo cómo jugaban
al ajedrez Marcos y Diego de León, cuando pasó todo. También estaba allí Francisco Núñez,
un criado del cardenal. Un hombre vino y dijo al deán: “¡Señor, una grand quistyón está aquí
a la puerta, que se matan!”. No dijo de qué se trataba. Gascón salió a la calle y se encontró a
Francisco de Tamayo, el alcaide de la torre de la catedral, quien le dijo lo que ocurría160.
Parece claro que los testigos callan mucho de lo que saben, y lo que dicen no es siempre
cierto. Afirman no conocer los nombres de compañeros de trabajo con los que viven a diario,
y en ningún momento inculpan al deán. Por contra, centran sus acusaciones a veces en sujetos
determinados, con los que, tal vez, guardaban algún tipo de enemistad. El suceso parece claro
en términos generales, aunque no están tan claros los motivos. Todo indica que el alboroto era
la simple consecuencia de un apresamiento, y que se produjo como resultado de la solidaridad
de los hombres del deán con un compañero. El alcalde mayor, aún así, quería asegurarse de
que el deán no se hallaba detrás, ya que desacatos a la justicia como éste, ahora más que en
épocas pasadas, eran un elemento absolutamente desequilibrador del orden público. De ahí la
minuciosa pesquisa que se realizó, buscando depurar las responsabilidades.
Los testimonios de los testigos contribuían a sembrar la duda en no pocas ocasiones. Por
ejemplo, Juan de Villaizán dijo que estaba en casa del deán cuando oyó voces. Fue a ver qué
era, y de dicha casa salió un abad que decía misa en la capilla de San Pedro con una lanza y
un pavés, y tras él otras personas armadas; hasta una docena de hombres. En medio de la calle
el alguasil de la Ynquisiçión se metió en medio d´ellos diçiendo: “¡Señores, contra la justyçia
buélvanse, que paresçe mal!”. Los criados del deán tuvieron en nada tales exhortaciones. El
propio deán salió gritando: “¡Tornad acá, tornad acá!”. Tampoco sirvió de mucho. Un tropel
de hombres iba hacia la casa del arcediano de Medina, con el abad al frente161, y el intentar
frenarles parecía imposible. El zapatero Pedro de Zamora lo intentó. Pasaba por allí el mismo
instante en que esto sucedía. Se metió en medio: “!Paz, paz!”, gritaba. Nada pudo hacer. Sus
gritos se confundieron con los de quienes desde lo alto de los tejados decían a los alguaciles:
“ ¡Muera, muera!”162.
Se mire desde el punto de vista que se mire, esta impotencia para sosegar los ánimos de
los hombres armados es un mal preludio. Suponiendo que actuasen por órdenes del deán, algo
que sin duda sospechaban los dirigentes de Toledo, parecía un desacato a la justicia y al orden
160 Idem, fols. 130 v-131 r. 161 Idem, fols. 131 r-132 r. 162 Idem, fols. 132 v-133 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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público flagrante, que sólo iba a contribuir a la creación de un ambiente de inseguridad urbana
cada vez más palpable. Sucesos como éste se sumaban a otros -asesinatos, robos, amenazas...-
para generar una sensación de desconfianza, de miedo incluso, que persuadía a los miembros
de la “comunidad” a tomarse la justicia por su mano, buscando cualquier medio de amparo; lo
que, además de invalidar la acción de los jueces (el corregidor y sus hombres), era un germen
para nuevos delitos. La paz regia era cuestionada porque se cuestionaba la legitimidad de la
justicia para mantenerla.
Suponiendo, como dicen los testigos, que el deán no se encontrase detrás de lo realizado
por sus hombres la conclusión que puede obtenerse resulta aún más alarmante. Apelaciones al
mismísimo apóstol Santiago para atacar a unos alguaciles, como si fuesen musulmanes, gritos
de “¡muera, muera!”, un asalto al depósito de armas de la casa del deán sin el consentimiento
de éste, el intento de asesinato del alguacil Gonzalo Ruiz, los alguaciles acorralados en la casa
del arcediano de Medina... y todo hecho por individuos de una extracción social media-baja,
capitaneados por algunos clérigos de bajo estatus. Y, por si no fuera poco, sólo para liberar a
un delincuente. Nadie había podido frenarles: ni las personas laicas que lo intentaron, ni un
alguacil de la Inquisición, ni el propio deán. Lo peor de todo es que actos como éste ya no son
extraordinarios en la época que se produce.
Los señores exhiben una clara impotencia frente a sus hombres. Esto permite que en
concreto las personas del común que trabajan para los oligarcas empiecen a tomar conciencia
sobre sus posibilidades de acción, actuando cohesionadas. Para el conjunto del común, muy al
contrario, los alborotos de tales personas patentizan la falta de justicia existente en la ciudad,
y favorecen el desarrollo de tomas de posiciones en torno a dicho problema. El pensamiento
de muchos durante las Comunidades será consecuencia de esa situación. Puesto que los jueces
de la urbe no les amparaban, y puesto que si procedían de modo cohesionado prescindir de los
jueces que no actuasen de manera adecuada era posible, tal vez lo mejor era, pensaron algunos
en torno a 1520, que el gobierno fuese ejercido por el “pueblo”, y que éste se encargase de la
vigilancia de la labor de los jueces, con el fin de que el orden público estuviera asegurado. En
otras palabras: cualquier acción en contra de la justicia llevada a cabo por personas del común
tenía una enorme carga subversiva cuando ni los oligarcas eran capaces de evitarla.
Ahora bien, hay que insistir en ello, el corregidor y sus hombres pensaban que el delito
de los sirvientes del deán no era obra de éstos. Los testimonios de los testigos demostraban
que había demasiados clérigos pululando en medio del alboroto -un alguacil de la Inquisición,
varios capellanes, algún abad...-, como para pensar que actuaban de manera casi instintiva, tan
sólo para defender a Guadalajara. El desacato a los encargados de amparar el orden era claro,
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1617
más allá de los motivos para hacerlo. Era un hecho intolerable. Se trata del primer escándalo
grave desde que Luis Puertocarrero ejercía el corregimiento de Toledo, y, acaso como en los
peores tiempos pasados, la Iglesia estaba implicada, por mucho que algunos intentasen que las
culpas no recayeran sobre del deán catedralicio.
El 4 de mayo el corregidor salió del Ayuntamiento acompañado por los regidores Pedro
Laso de la Vega y de Guzmán, Juan Carrillo, Martín Vázquez de Rojas, Pedro de Marañón,
Gonzalo Gaitán, Pedro Zapata y Antonio de la Peña, y por los jurados Francisco Francés, Juan
Solano, Alonso Romero, Bernardino de la Higuera y Juan Sánchez de San Pedro. Todos, junto
al alcalde mayor, el licenciado Alonso de Salvatierra, fueron a la casa del deán. Se requirió a
éste en ella, diciéndole que entregase al preso, como había dado su palabra, y que no osara en
momento alguno acoger a sus hombres implicados en el delito en ningún lugar. El deán señaló
que seguía dispuesto a cumplir su palabra, pero que, como el caso fue açidental, él -el preso-
se fue e nunca más lo fa visto ni sabido d´él, aunque lo fa procurado. Así lo juró. Además,
dijo al corregidor, a los regidores y a los jurados que le hacían fuerça e agravyo en venir a su
casa con tanta gente e ýnpetu, syendo clérigo e protonotario, e esento de la jurisdiçión real, e
su casa previllejada163.
Tal respuesta no servía. Independientemente de lo que el deán dijera, lo cierto es que un
preso legítimamente capturado ahora estaba en libertad por culpa suya y de sus hombres, y en
paradero desconocido. Por eso, el corregidor fue categórico164:
...dixo que´l caso a sydo muy feo e escandaloso, fecho contra la justiçia, en deserviçio de sus altesas e del yllustrísymo e reverendýsymo señor cardenal de España, governador de estos reynos e señoríos, e en desasosiego de esta çibdad. E él en persona con la dicha çibdad (el Ayuntamiento) le viene a rrequerir que entregue el dicho preso como dio la palabra, e entregue los dichos malfechores, e no los reçiba ni tenga en su casa, porque asý cunple a servyçio de sus altesas e a la buena governaçión de esta çibdad...
Al tiempo que se hacían estos requerimientos la labor judicial iba dando frutos. Algunos
de los participantes en el suceso fueron capturados, y se les pudo tomar testimonio para seguir
con la pesquisa. Uno de los primeros en ser presa de la justicia fue Juan de Zorita, un paje del
deán. El 4 de mayo se le tomó testimonio, estando en la cárcel real. Dijo que estaba en la casa
de su señor descuidado, oyó rumor de gente y salió a la calle sin armas. Le dijeron que ciertos
alguaciles habían prendido a Guadalajara, y que estaban con él en la vivienda del arcediano de
Medina. Entonces volvió a la casa y tomó una lanza; un abad cogió otra lanza y un pavés; el
pintor Lorenzo Gómez se armó con una espada y una rodela; Ruy Díaz de Mendoza, por
163 Idem, fols. 133 v-135 r. 164 Idem, fol. 135 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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último, el sobrino del deán, cogió una espada y una capa. Cuando llegaron a donde decían que
estaba el preso les dijeron que ya le habían liberado. Unos hombres gritaban: “Paz, paz”. Así,
se volvieron a la casa del deán. Según este testigo, nadie dijo absolutamente nada en contra de
la justicia. Eso sí, de Diego de León decían que llevaba una espada, Francisco de Lara traía en
las manos una lanza, el clérigo Francisco Díaz una lanza y un pavés, un tal García, criado de
Ruy Díaz, una pica, y el despensero del deán, Alonso de Toledo, una espada.
La pregunta era obvia: si nadie gritaba contra la justicia, y nadie iba contra ella, ¿para
qué tantas armas?. Juan de Zorita señaló que quando salieron no pocos, éste que declara no
hera contra justiçia, syno que se acuchillavan. Según él, si decidió armarse fue porque
pensaba que había un escándalo por el motivo que fuese, no que los alguaciles eran víctimas
de un delito. Tan sólo quería poner paz. De hecho, no oyó que alguien dijese “¡Mueran,
mueran!”, como ciertos testigos habían dicho.
La contradicción en su testimonio era evidente. Le preguntaron que ¿cómo no supo que
hera contra la justiçia, pues qu´él dize que llegó fasta [la] casa del arçediano, e le dixieron
primero cómo llevavan al dicho Guadalaxara?. Su respuesta fue la siguiente165:
...dixo que no lo supo hasta que llegó çerca de casa del arçediano de Medina. E allí le
dixieron cómo los alguasiles llevavan preso al dicho Guadalajaxa. E de que supo que hera la justiçia se bolvió a casa del deán, e no salió más...
Para Juan de Zorita, los que lanzaron piedras desde los tejados fueron el sobrino del
deán, Ruy Díaz, y Diego Ortiz. Pero lo más interesante es lo que dijo al final de su testimonio.
El deán había engañado al alcalde mayor, al alguacil mayor, al corregidor y a los regidores. Al
parecer el preso sí estuvo en su casa. Sin embargo, incumpliendo su palabra, no le entregó a la
justicia. Zorita señaló que:
...Guadalaxara estovo después que lo quitaron a los alguasiles en casa del dicho
deán. Dixo que lo vido en casa del dicho deán fasta çerca de la noche, e [...] ayer domingo de mañana le vido en casa del deán, e cree que durmió allí, e que está en la yglesia mayor. E que´l dicho pintor a estado después de la dicha quistión en casa del dicho deán a la contyna (sic: a la continua), e que agora no sabe donde está. E que´l de Ruy Díaz, e Françisco de Lara e Diego de León an estado a la contyna en casa del dicho deán fasta oy, e que´l azemilero no lo vydo en el dicho ruydo, e que está en casa del deán, e se anda por aý...
Según Zorita, el deán tenía tres mozos de espuelas, Juan de Busto, Gonzalo de Soto y
Juan del Espejo, quienes no participaron en el escándalo porque estaban dando de comer a las
mulas en la Huerta de San Pablo. También poseía dos pajes, el confesante, Juan de Zorita, y
uno al que llamaban Salinas, de unos quince años. Del mismo modo, tenía un acemilero,
165 Idem, fols. 135 v-137 v.
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conocido por Sancho, y un esclavo llamado Pedro, de dieciséis años. El esclavo tampoco
participó en el ruido; estaba con las mulas. Para lavar y barrer tenía dos muchachos, Alberto y
Antonio. Ellos, aseguraba Zorita, ni salieron a la reyerta con armas ni eran de edad para
empuñarlas.
García, criado de Ruy Díaz, aseguró, por su parte, que se hallaba en la puerta de la casa
con Guadalajara, el pintor Lorenzo Gómez y un paje del deán llamado Salinas. Entonces tres
alguaciles se le acercaron, y le dijeron si sabía algo de cierta cuestión acaecida por allí poco
antes. Los alguaciles apartaron al pintor para realizarle unas preguntas. Guadalajara estaba en
el umbral de la puerta del deán; permanecía sentado como si nada. El alguacil Escobar llegó a
donde estaba Guadalajara y le dijo: “Vos fallaste en esta quistión; ¿sabéys algo?”. Entonces
Escobar hizo que le apresaran. Lo demás es conocido. Todos entraron en la casa del deán a
por armas. García fue el que lanzó una piedra a un hombre de los alguaciles, que le impactó
en el pecho, y uno de quienes se subieron por los tejados, aunque juraba que no tiró nunca una
teja o algo por el estilo, y que no vio que su amo, Ruy Díaz, lo hiciese. Se bajaron porque dijo
el deán: “¡Abaxo, abaxo!”. También se encaramaron en el tejado Zorita, Diego Ortiz y luego
el preso, Guadalajara, que venía de la casa del arcediano de Medina.
Según García, Guadalajara estuvo en la casa del deán desde el viernes hasta el domingo;
en concreto estaba en el aposento de Francisco de Lara, donde comía, cenaba y dormía. Fue el
domingo, después de misa, cuando se pasó a la catedral. El lunes 4 de mayo, cuando se recibe
este testimonio, el propio García lo había visto en la iglesia mayor. Lorenzo Gómez, por otro
lado, estuvo con Guadalaja, pero ahora se encontraba en la casa del deán. Otros malhechores
se habían amparado, y se amparaban aún, en la vivienda del clérigo166. Lo mismo dijo Alonso
de Arévalo, el despensero del deán, hombre de unos 25 años. Aparte de aclarar sus peripecias
durante el alboroto, quiénes participaron en él y con qué armas, señaló que el domingo el
preso estaba en casa de su amo, y se fue a la catedral. Él mismo, Alonso de Arévalo, tenía que
enviar la comida a Guadalajara, por mandato del deán, al aposento de la vivienda en donde se
hallaba escondido. Otros se escondían en la casa del clérigo o en ciertos lugares167.
El testimonio de Francisco Díaz de Carrión es llamativo. Criado del maestro Guildalaso
Mantero (o García de Aragón, mantero), cuando pasó el escándalo estaba jugando al ajedrez
en la vivienda de su amo con su compañero Jerónimo Alonso. La vivienda estaba junto a la
del deán, justo a su espalda. Oyeron ruido y se acercaron a ver qué pasaba. Les dijeron que los
alguaciles tenían a un preso en la casa del arcediano de Medina, y que los de la casa del deán
166 Idem, fols. 137 v-140 v. 167 Idem, fols. 140 v-142 r.
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iban a quitarles el reo. Al oírlo Francisco se acercó a la esquina de la vivienda del arcediano.
Algunos hombres del deán sacaban armamento de la casa de éste y había alboroto. Entonces
él se volvió a la casa de su jefe, y dijo a su compañero, medio burlando: “Anda acá, vamos
allá nosotros”. E tomaron çiertos paveses viejos e sendas lanças de hierro mohosas, e
salieron. Lo señaló varias veces; había salido burlando, diciendo a su compañero “Vamos a
poner pas”. No estaba implicado en los hechos, decía, aunque le hubieran prendido por
ello168.
Juan de Zorita, García -un hombre de Ruy Díaz-, Alonso de Arévalo, Francisco Díaz de
Carrión y Jerónimo Alonso, en efecto, fueron encarcelados por sus implicaciones en el ruido.
El caso de Francisco Díaz de Carrión es curioso. Si estaba preso era por su ingenuidad, por
tomarse a broma algo tan serio como un ataque a la justicia de Toledo. Al menos eso es lo que
decía; que participó en la pelea como si de una broma se tratase. El problema es que su
compañero Jerónimo Alonso, al que dijo, se supone en tono de burla, que saliesen a la pelea,
en ningún momento habló de bromas cuando le pidieron que diese su testimonio. Señaló que
él lo hizo todo para poner paz en el conflicto169.
A pesar de las acusaciones contra el deán, como mínimo dos, que no había cumplido su
palabra y amparaba a los malhechores, éste se defendía criticando la forma de proceder de los
encargados del orden público en la urbe. Tachaba de pura coacción los requerimientos que le
habían hecho, y de desmedidas las acciones de los dirigentes toledanos. Así, el 4 de mayo de
1517 Francisco Núñez, criado del cardenal Cisneros, presentó ante los gobernantes de Toledo
un requerimiento del deán, Carlos de Mendoza, en oposición al corregidor, a sus alcaldes y a
los regidores170. Con ello el clérigo se defendía de cualquier acusación. Aseveraba que todo lo
solicitado por los dirigentes de la ciudad ese mismo día, 4 de mayo, era inviable, entre otras
cosas porque no se había hecho con los testigos ni en la forma adecuada:
...antes escandalosamente, porque [...] venían con muchos alguaziles e muchos onbres
armados, e con todo el regimiento de la çibdad, e teniendo todas las calles a la redonda de mi casa tomadas e çercada para me haser fuerça e quebrantar mi casa, libertades e exenciones [...] el dicho señor conde e corregidor, de que paresçe vino a mi casa para me faser fuerça [...] fize mi casa llana e entraron, e anduvieron por ella [...] de manera que no avía nesçesidad del dicho ýnpetu e escándalo para [...] paçificaçión de la çibdad...
El deán insistía en que los dirigentes de Toledo le hicieron fuerza, en que lo que le vino
a requerir el corregidor y otros a su casa ya estaba requerido, y en que, sin embargo, se acordó
168 Idem, fols. 142 r-144 r. 169 Idem, fols. 144 r-145 v. 170 Idem, fols. 145 v-147 v.
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hacerlo otra vez, utilizando medios coactivos. Además, defendía el clérigo, los alguaziles le
dexaron [al preso, a Guadalajara], e dexado se fue donde quiso, e sy alguna palabra yo disera
[...] fue por poner pas e evitar como avía muchos daños, e escándalo que se podría recresçer.
El deán alegaba que habían sacado de su vivienda a su paje Juan de Zorita y a otros, y los
llevaron a la cárcel, sin que se procediese para ello de un modo adecuado. Finalmente, con un
tono muy crítico, advertía a los gobernantes de Toledo que en virtud de la fuerza realizada en
su contra, y en virtud de que él nunca amparó a los que llamaban malhechores en su casa, él
no parecía obligado a entregarles a ningún malhechor.
Lo que el deán alegaba era una cortina de humo para ocultar el verdadero problema. Por
su culpa los alguaciles habían perdido un preso. Es cierto que el corregidor desplegó un grupo
de hombres en torno a su vivienda cuando fue a hacerle el requerimiento del 4 de mayo (de
1517), pero fue porque le habían dicho que algunos malhechores se amparaban allí y esperaba
capturarles en plena huída de la casa, cuando él se presentase en ella.
El Cabildo catedralicio dio todo su apoyo al deán. El día 5 de mayo de 1517 se puso un
entredicho sobre la ciudad, tras excomulgar a prácticamente el Ayuntamiento al completo171.
El corregidor Luis Puertocarrero, por su parte, envió una carta a los consejeros quejándose de
la forma de proceder del deán, y de las censuras eclesiásticas que se habían puesto172. El
entredicho estaría vigente veinticuatro jornadas.
Tal vez si hubiera que referirse a un hito a partir del cual las disputas entre el corregidor
Luis Puertocarrero y el Cabildo catedralicio se hicieron más cotidianas, la fecha tendría que
ser ésta: las primeras jornadas de mayo de 1517. El comportamiento del conde de Palma, en
opinión de los canónigos brusco, alarmó a la clerecía. Por el momento, sin embargo, el clero
de la urbe contaba con el apoyo del cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo y regente de
Castilla por entonces. Cuando éste fallezca las cosas cambiarán rápido. La distancia entre el
Cabildo de la catedral y el corregidor de la urbe y sus hombres no hará más que crecer, debido
a Carlos I y a sus delegados en tierras castellanas.
Luis Puertocarrero iba a convertirse en uno de los principales responsables de la defensa
de los intereses del rey frente a los canónigos de Toledo, tras la muerte de su arzobispo. Esto
trajo dos graves consecuencias: por una parte, la desconfianza frente al corregidor se mezcló
con el recelo frente al rey, lo que hizo que las ansias de autonomía del Cabildo catedralicio
frente a ambos creciesen hasta límites no vistos desde mucho tiempo atrás; por otra parte, tal
171 A.C.T., B.C.T., Mss. 42.19, “Libro de Arcayos”, fol. 181 v; A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 5 de mayo de 1517, fol. 127 v. 172 A.G.S., D.C., leg. 40, doc. 5, fol. 149 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1622
desconfianza respecto a Luis Puertocarrero y respecto a sus hombres favoreció la aparición de
solidaridades entre los canónigos, y entre los canónigos y algunos regidores y jurados que se
mostraban opuestos al corregidor. Queda así explicado el porqué de la unión entre el Cabildo
de la catedral de Toledo y los comuneros del Ayuntamiento toledano al principio de la guerra
de las Comunidades. Estamos ante una causa más, que debería sumarse al tema que se verá de
la actitud de Carlos I frente a la Iglesia después de la muerte de Cisneros. Por entonces, según
veremos, en noviembre de 1517, hubo un nuevo alboroto, cuando un canónigo intentó hacerse
con la torre de la catedral, arrebatándosela al alcaide que legítimamente la poseía, en nombre
del rey. Fue éste último el segundo escándalo protagonizado por un miembro del Cabildo
catedralicio en 1517. Si el de los alguaciles, en mayo, sembró recelo entre los canónigos y el
corregidor, éste, el del alcaide de la catedral, en noviembre, hizo sonar todas las alarmas
frente a la actitud de Carlos I.
Por estas fechas hay quien se cuestiona si existe o no la paz regia. La pas e sosyego de
los monarcas requería una seguridad para sus súbditos en todos los sentidos. Tal seguridad la
amparaba el rey en última instancia, pero eran las autoridades establecidas, encabezadas por el
corregidor de cada urbe, villa o lugar, las que tenían la misión de sostener la paz, garantizando
unas buenas condiciones de vida. Tales condiciones han desaparecido para muchos ya en la
segunda mitad de la década de 1510. Y lo peor es que si algo cuestiona la paz regia son los
hechos violentos. Cuando las instituciones, y aquí ha de enmarcarse a la propia monarquía, no
eran capaces de salvaguardar la seguridad física de las personas que tutelaban aparecían a los
ojos de la población esencialmente cuestionadas. Esto es lo que sucede ahora. La comunidad
urbana quiere justicia, que no haya tanta violencia, que no suban los precios, que los jurados
se comporten como los representantes de los intereses del “pueblo”, que los regidores nunca
abusen de su poder, que tampoco abuse de su poderío la Inquisición, que no se cobren tributos
excesivos, que el castigo de los delitos sea de acuerdo a su gravedad y no en función de quien
fuera el delincuente... Nada de esto supieron ofrecerla las autoridades establecidas. Carlos I no
sólo era incapaz de hacer algo bueno para su pueblo, sino que suponía para éste una amenaza
en tanto que era un extranjero no dispuesto a solucionar, pensaban muchos, problemáticas que
desconocía, y que en caso de conocerlas no le interesaban lo más mínimo. Mientras el recelo
frente al monarca crece de manera inexorable, mientras los debates en torno a Carlos I cobran
una mayor intensidad, y mientras que las ideas de la población con respecto a su nuevo rey se
van aclarando gracias a los sermones de los predicadores, la violencia continúa en Toledo.
******
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1623
8.1.1.4. EL ESCÁNDALO DE 1519: LA CATEDRAL Y EL HOSPITAL DEL NUNCIO
El mayor escándalo que se produce en las fechas cercanas al inicio de las Comunidades
en Toledo también iba a tener como protagonistas a los canónigos catedralicios. Lo causó en
realidad la herencia de un hombre excepcional, el nuncio Francisco Ortiz; excepcional porque
fue uno de los clérigos que más activamente luchó en defensa de los derechos del papa frente
a los monarcas de Castilla, porque por tal motivo se enfrentó a Isabel y Fernando a principios
de su reinado de forma abierta, porque tuvo una vida llena de peripecias, y porque logró tener
un puesto destacado en la jerarquía de la Iglesia, gracias a su inteligencia, a pesar de su origen
humilde. Por si fuera poco, fue el promotor de lo que hoy consideraríamos un manicomio,
cuando a fines del siglo XV y comienzos del XVI tales instituciones eran casi desconocidas
en tierras castellanas, y escribió una breve autobiografía, cuando este tipo de escritos no era
muy habitual en la Castilla de entonces173.
Ya nos referimos en el capítulo tercero al nuncio Francisco Ortiz. Su terca postura en
contra de cualquier intervención de los monarcas frente a los derechos del papa, como se vio,
forzó a los Reyes Católicos a ordenar su búsqueda y captura, a embargarle sus bienes, y a
recurrir a la Santa Sede para que lo controlase. Más tarde llegó la reconciliación, y Ortiz no
produjo mayores problemas hasta el nombramiento de Cisneros como arzobispo de Toledo,
con el que se enfrentó alguna vez. Siendo ya un anciano, en los primeros años del siglo XVI -
en 1503 exactamente-, le vemos encabezando una protesta de su Cabildo contra Cisneros, por
una visita que iba hacer a los canónigos174. Moriría con unos setenta años de edad, en 1508,
dejando como herencia un hospital que iba a conocerse como el “Hospital del Nuncio” o “de
la Visitación”. Esta institución era novedosa tanto en Toledo como en toda Castilla, al estar
especializada en el tratamiento de enfermos mentales. Tan sólo existían algunas similares en
Valencia, establecida en 1410, en Zaragoza, que se fundó en 1425, y en Sevilla, creada en el
año 1436. La de Toledo se fundaría en 1483175.
Dejaremos de lado los avatares vitales del nuncio Francisco Ortiz, para centrarnos en lo
que suponía la fundación del manicomio que creó. Según el propio Francisco afirmaba, sólo
se decidió a fundarlo tras haber sido visitado por la Virgen. Desde entonces buscó el modo de
ayudar a los más débiles, dándose cuenta que “los más pobres eran los que carescían de seso,
aunque adultos, y los niños expósitos que las madres desanparavan”. Así lo escribe en su
autobiografía:
173 SAN ROMÁN, F. de B., “Autobiografía de Francisco Ortiz y constituciones del Hospital del Nuncio de Toledo”, B.R.A.B.A.C.H.T., XIII (1931), pp. 71-102. 174 LOP OTÍN, Mª.J., El Cabildo catedralicio de Toledo..., p. 448. 175 SAN ROMÁN, F. de B., “Autobiografía de Francisco Ortiz y constituciones del hospital...”, p. 71.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1624
“...púsome Nuestro Señor en pensamiento que el patrimonio avido de mis abuelos y padres que no diminuý, antes aumenté, diese en casamiento a parientes y a parientas que tenían más necesidad d´ello que yo, y de los que por industria avía adquirido. Y comprado e rehedificado las casas donde agora es el ospital so la invocación de la Visitación, vulgarmente llamado de los ynoçentes, y porque me avía parescido bien la administración de las repúblicas de las çibdades por donde avía andado, que de los propios d´ellas tenían ospitales para sustentar los tales pobres, deliberé las dichas casas hazer ospital como están fechas, y de la otra parte mantener mi persona y familia segúnd la decencia de mi estado, y del resto dotar el dicho ospital, porque se pudiese perpetuar, y puse a mi voluntad que fuesen los pobres adultos que en él se reçibiesen treinta y tres, en memoria y reverencia de los treynta y tres años que Nuestro Redentor peregrinó en este mísero mundo, por nos llevar a su gloria, y treze niños expósitos, en memoria y reverencia de su gloriosa compañía con los doze bienaventurados apóstoles...”
Conseguida la licencia del papa, el nuncio creó el hospital, poniéndolo bajo el patronato
de la Visitación, y fundó en él una capilla con dos capellanes para que dijesen misa a diario en
ella. Como puede verse, el nuncio pretendía dividir su herencia en dos partes: de una de ellas
iban a aprovecharse sus familiares para mantener su estatus, y de otra los enfermos que fueran
recibidos en el hospital.
El problema era determinar quién iba a encargarse de la administración del mismo una
vez que muriera Francisco Ortiz. Éste quiso dejarlo claro en las constituciones con que creó la
institución. En ellas podía leerse: “el patronadgo supremo y libre administración del hospital y
de todas sus personas y bienes pertenesçe a los reverendos señores deán e Cabildo de la Santa
Iglesia de Toledo, solos, sin aver de dar cuenta a otros salvo a Dios...”. Así fue aceptado por
los canónigos toledanos el 11 de enero de 1507. No obstante, también se puso el hospital bajo
el patronato de otros dos patrones: el Ayuntamiento de Toledo, si bien sólo para “la protectión
e defensión de las rentas y bienes del dicho ospital, para que cuando fueren requeridos por
parte de los reverendos señores deán y Cabildo, y no en otra manera, con braço seglar les
ayuden a conservar y defender las rentas y bienes del dicho ospital”; y un pariente del propio
nuncio. Esto es lo que trajo problemas.
Francisco Ortiz quería que la administración del hospital quedase bajo la tutela del deán
y los canónigos toledanos, que de la defensa de su patrimonio se encargara el Ayuntamiento
de Toledo, y que un familiar suyo fuera el encargado de velar por el correcto y adecuado uso
de dichas facultades. En concreto las constituciones por las que se fundó el hospital decían176:
“...el tercero patrón, un pariente mío más cercano o propinco, esté quieto. Que sea
elegido por los dichos reverendos señores deán e Cabildo ut moris est en su cabildo llamados para ello por cédula de ante día, pero no quiero que sean constreñidos ni obligados a elegir pariente más cercano, salvo aquella propinquidad sea en virtud y bondad, porque aquello conviene para su oficio, sobre lo qual encargo las conciencias a sus mercedes. Y quiero y es
176 Idem, pp. 93-94.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1625
mi voluntad que éste no entienda en oír a cosa tocante al dicho ospital, salvo en mirar cómo son tratados y mantenidos los pobres d´él y cómo se guardan estas constituciones, y diga al mayordomo que remedie lo que paresçiere que no se haze segúnd lo que aquí escripto, y si no se corrigere lo diga a los visitadores para que lo manden remediar, y si sus merçedes no lo remediaren supliquen a los dichos señores deán e Cabildo que lo mande remediar [...] quiero que este tal patrón no tenga otro poder ni mando en el dicho ospital ni sobre las personas d´él [...] los dichos reverendos señores deán e Cabildo, que cada que vieren que deva ser amovido del tal patronadgo que le puedan amover y poner otro, sin darle causa ni provecho del dicho ospital...”
Francisco Ortiz dispuso que tras su fallecimiento el primer patrón de su familia fuera la
mujer de Pedro Carrillo, su sobrino, María Ortiz, para que fuese mantenida con los bienes del
hospital durante toda su vida. María Ortiz debería tener consigo a María Ortiz de Escobedo, la
sobrina del nuncio, y a Martina de Sotomayor, una niña expósita criada por éste, hasta que se
casasen. Estas mujeres iban a vivir en una casa propiedad del hospital. Una vez que María
Ortiz (o María Ortiz Carrillo) se quedara sola, no podría dar alojamiento a nadie. Cuando
muriera sería el pariente del nuncio elegido como patrón el que viviría en esa casa, situada
junto al hospital, si bien no en toda ella; iba a ser el Cabildo catedralicio el encargado de
determinar si el patrón del hospital, el pariente de Francisco Ortiz, podía vivir en toda la casa,
o si en parte debía usarse para los enfermos177.
En las constituciones del hospital el nuncio dio un poder enorme al deán y los canónigos
de Toledo. Hasta el punto que les dio licencia para “quitar y poner, e emendar y declarar estas
constituçiones, y hazer otras de nuevo si vieren ser neçesario”178. Los familiares de Francisco
Ortiz no lo aceptaron de buen gusto, y ya tras su muerte hubo problemas. Es posible que se
cumpliera su disposición, y que María Ortiz quedara como patrona del hospital. Antes de que
muriese esta mujer, aún así, empezaron a surgir las dificultades.
El patrón pariente del nuncio en los momentos anteriores a las Comunidades se llamaba
como éste: Francisco Ortiz. Posiblemente el modo en que se hizo con el patronazgo no era el
que se establecía en las constituciones, sino que, al contrario, procedió a espaldas del Cabildo
catedralicio, buscando beneficiarse de la institución fundada por su familiar. No es extraño el
que Francisco Ortiz se decidiera a proceder de este modo. Desde el inicio su familia se sentía
mal por el poderío otorgado a la Iglesia.
La reacción de los canónigos fue desproporcionada, de todas maneras. El mismo Ortiz
tuvo que quejarse de ello ante el Consejo. En la primavera de 1518 se encontraba viviendo en
la casa ubicada junto al hospital desde hacía cuatro años o más, cuando, siempre según su
versión, en un día del mes de abril [...] Pero Xuárez de Guzmán e el liçençiado don Françisco
177 Idem, pp. 94-95. 178 Idem, p. 98.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1626
de Herrera, canónigos, e otros canónigos e clérigos de la yglesia mayor de la dicha çibdad, e
otras personas legos, armados de diversas armas, conbatieron las dichas casas con mano
armada, de fecho, y por fuerça ronpieron una pared y entraron dentro en ellas. Y hecharon
de las dichas casas al dicho su hijo e a las otras personas que allí tenía puestas, y tienen
encastillada la dicha casa y aposento por fuerça179...
La ocupación de las casas del hospital del nuncio no gustó en la corte; más teniendo en
cuenta que quienes dirigieron el ataque al inmueble eran clérigos, los cuales estaban obligados
a mantener un comportamiento pacífico. Se mandó hacer una pesquisa al respecto en mayo de
1518, si bien no se tomaron las medidas oportunas, lo que hizo que los conflictos continuaran.
Según Francisco Ortiz dijo al Consejo, al final los canónigos fueron echados de la casa,
pero seguían sin conformarse. Afirmaban que era Ortiz quien había ocupado de manera ilícita
el inmueble, porque ellos no estaban de acuerdo con que él fuera el patrón, y en virtud de las
constituciones del hospital podían impedirle que lo fuese. Francisco Ortiz, por su parte,
alegaba que dichas constituciones habían sido matizadas por algunas bulas del papa que los
canónigos se negaban a aceptar. En una de ellas se decía que el hospital tras la muerte del
nuncio iba a ser administrado por tres personas: una puesta por el Cabildo catedralicio, otra
puesta por el Ayuntamiento, y un pariente suyo que tendría la misión de controlar todo.
Cuando murió el nuncio, siempre según Francisco Ortiz, el Cabildo catedralicio estuvo
dispuesto a cumplir las constituciones del hospital, pero no la bula que puntualizaba el modo
de administrarlo. En virtud de ello, Ortiz pidió al prior del monasterio de Nuestra Señora de
Santa María del Monte que obligase al Ayuntamiento y al Cabildo de Toledo a que cada uno
pusiese una persona, para gestionar la institución junto con él. El Ayuntamiento de Toledo lo
aceptó, concediendo el cargo a Pedro Laso de la Vega (futuro comunero). Como se analizará,
Pedro Laso era pariente del corregidor Puertocarrero. Es seguro que éste hizo todo lo posible
por que le concediesen el oficio. El deán y los canónigos, sin embargo, rechazaron que se
llevara a cabo lo solicitado por Ortiz. Se les rogó varias veces que lo hicieran, diciéndoles que
de negarse a hacerlo perderían su derecho a que una persona por ellos gestionase el hospital,
junto al pariente del nuncio y a alguien del Ayuntamiento. Aún así, siguieron negándose.
Ante esta postura, el prior referido no tuvo más remedio que ejecutar las bulas del papa
que sobre esto disponían, para lo cual solicitó que se requiriera a los vicarios de Toledo que
concediesen la administración del hospital a Francisco Ortiz y Pedro Laso, y que de negarse el
brazo secular fuera el encargado de hacerlo. De acuerdo con esto, primero se pidió al vicario
179 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 29 de mayo de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1627
general que lo hiciese, y se negó. Luego se puso una demanda ante el Consejo Real (en virtud
de lo establecido por el prior de Nuestra Señora de Santa María del Monte) para que hicieran
lo oportuno los consejeros, quienes, en efecto, ordenaron el 4 de febrero de 1519 que tanto el
corregidor como sus hombres diesen toda la ayuda necesaria al prior180. Así es como lo iban a
hacer. Luego los canónigos se quejarían en el Consejo, advirtiendo que el corregidor había
puesto la administración del hospital bajo el control de Ortiz y Pedro Laso de la Vega.
El prior, no obstante, y también Luis Puertocarrero, el corregidor, tenían que actuar con
mucho cuidado. La tensión que se vivía en la urbe aconsejaba proceder con cautela. Un nuevo
escándalo -otro más- sería intolerable, en una urbe en la que muchas personas manifestaban
ya una actitud de hostilidad abierta hacia el rey y sus delegados, criticando el pésimo contexto
del orden público. Por eso se decidió negociar con los canónigos todo lo posible, por mucho
que se hubiesen cumplido las disposiciones del Consejo. El 7 de abril de 1519 el Cabildo
nombró al vicario general, y capellán mayor de la Capilla de los Reyes, Francisco de Herrera,
para que en su nombre mediase en todos los debates. Debía ver la concordia alcanzada entre
Francisco Ortiz, el regidor Fernando Dávalos y el jurado Juan Solano por parte de la ciudad, y
Pedro Suárez de Guzmán y Luis Dávalos por el deán y los canónigos, para determinar que se
cumpliese, o hacer las modificaciones oportunas181. Por un momento pudo pensarse, incluso,
que los debates iban a concluir, al menos coyunturalmente, pero se trataba de un espejismo. El
Cabildo catedralicio quería toda la administración del hospital, y Francisco Ortiz sólo estaba
dispuesto a cederle una parte.
Pronto volvieron los desacuerdos. Los canónigos continuaban empeñados en que lo que
tenía validez a la hora de fijar la administración del hospital eran las constituciones iniciales,
y nada más. Francisco Ortiz, al contrario, defendía que era la bula papal concedida más tarde
la que regulaba cómo debía administrarse. El Ayuntamiento de Toledo se hallaba en medio de
los debates. Sin embargo, tenía interés en que se cumpliese lo dictaminado por el papa, ya que
sus bulas le daban la posibilidad de intervenir en la administración.
Se decidió dejar el asunto en manos de dos jueces árbitros: el capellán mayor y vicario
general, Francisco de Herrera (al que luego nos referiremos más detenidamente), y el alcalde
mayor, Alonso de Salvatierra182. Además se pusieron dos condiciones: Francisco Ortiz debía
abandonar la casa que estaba junto al hospital, y debía levantarse un entredicho que por culpa
180 A.G.S., R.G.S., 1519-II, Ávila, 4 de febrero de 1519. 181 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 7 de abril de 1519, fol. 191 r. 182 Idem, reunión del 27 de junio de 1519, fol. 198 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1628
de estos debates estaba puesto. Si los jueces árbitros no llegasen a una concordia Ortiz iba a
volver a la vivienda y el entredicho quedaría vigente.
Ante la imposibilidad del alcanzar un acuerdo definitivo los debates fueron subiendo de
tono. Francisco Ortiz volvió a la casa y se mantuvo el entredicho. Los ánimos estaban muy
calientes mientras que, en una atmósfera de inmovilismo por ambas partes, los reproches iban
de un lado al otro. En medio de los debates y de una tensión notable la violencia apareció de
nuevo para provocar un gran escándalo. Ocurrió el 4 de julio de 1519.
8.1.1.4.1. Los sucesos del 4 de julio
Conocemos lo que pasó gracias al Cabildo catedralicio. Según sus actas, el 12 de julio
de 1519 los canónigos diputaban a Francisco de Ervás, rector de hospital del nuncio, para que
fuese ante el Consejo Real a pedir un juez pesquisidor que resolviese la injuria realizada por
Ortiz al propio Ervás, y, por extensión, al Cabildo183. Con las insuficiencias y el oscurantismo
habituales, las actas sólo hablan de eso, de una injuria, sin decir en qué consistió, por qué se
hizo o cuáles fueron sus consecuencias. Estamos, sin embargo, ante el escándalo más notable
que se produce en la ciudad del Tajo antes del inicio de las Comunidades.
La comisión enviada por los canónigos obtuvo respuesta el día 21 de julio de 1519. En
la villa de Hontíveros, donde estaba el Consejo Real, Francisco de Ervás consiguió una carta
de comisión para que el licenciado Pedro de Mercado solucionase los sucesos acaecidos sólo
días antes en Toledo; en concreto el 4 de julio. Francisco de Ervás expresó a los consejeros su
versión de lo que había pasado. Según él, el nuncio Francisco Ortiz dejó en su testamento que
la administración de un hospital por él establecido, el Hospital de la Visitación, quedase bajo
la tutela del Cabildo de la catedral; algo que se cumplió durante más de veinte años.
El bachiller Francisco Ortiz, no obstante, un vecino de la ciudad, queriendo él que dicha
administración quedase en sus manos junto con el Cabildo y con un regidor de Toledo, porque
el nuncio así lo había establecido luego, consiguió, sin mencionar que el nuncio había anulado
esto en su testamento -dando validez a las constituciones primeras del hospital-, que un prior
de Santa María del Monte, juez apostólico que dijo ser, le diese la razón, lo que se hizo sin
citar siquiera al deán y al Cabildo. Lógicamente apelaron, pero no sirvió de nada. Aunque
todo se había apelado, Ortiz pidió ayuda al brazo seglar, y a través del Consejo se dio orden al
corregidor de Toledo de cumplir todas las disposiciones del prior. Así se hizo. El corregidor
Puertocarrero, sin llamar a los canónigos para ello, puso la administración del hospital bajo el
183 Idem, reunión del 12 de julio de 1519, fol. 199 r
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1629
control de Francisco Ortiz y de Pedro Laso de la Vega, marginando a los canónigos. Sucedió
a finales de junio de 1519.
Como los debates continuaron, se situó el asunto en manos de dos jueces árbitros que no
fueron capaces de llegar a un acuerdo. Se había establecido que durante el tiempo que dichos
jueces trabajaran Ortiz abandonase la casa del hospital en la que estaba, y que se levantara un
entredicho que el Cabildo catedralicio había puesto, disponiendo que si no se llegase a una
concordia Ortiz volviera a la vivienda y el entredicho siguiese vigente. Es así como sucedió:
no hubo acuerdo. El entredicho fue mantenido y Francisco Ortiz volvió a la casa del hospital,
si bien, según dijo en el Consejo Francisco de Ervás, Ortiz no estaba satisfecho, y quería tener
el control del hospital, echando a los clérigos. Por eso hizo lo siguiente, el lunes 4 de julio de
1519184:
...fueron al dicho fospital el dicho bachiller Francisco Ortiz y el jurado Diego
Fernándes e Juan Ortys, sus hijos, y Garçilaso de la Vega [el famoso poeta], e el jurado Bernaldino de la Yguera, e Françisco de Vera, e otros criados de doña Sancha e de (blanco) de Arjona, e muchas personas con ellos que protestava declarar, todos con armas públicas e secretas; e algunos con vallestas.
E que después de muchas palabras que dixeron al bachiller Françisco de Ervás, rector del dicho fospital, e a los capellanes de la casa, para que saliesen de allí, porque no se salieron, estando el dicho rector retraydo en la capilla e asydo a las rejas d´ella le dieron muchos golpes de espada en las manos, estando todos contra él con las espadas sacadas, fasta que finalmente le sacaron, ronpida la loba e el sayo. E dándole enpellones e tratándole muy malamante, e que syendo como es letrado e predicador, e persona de mucha fonrra, le echaron fuera afrontosa e hinjuriosamente a él e a los capellanes del dicho fospital.
E que los que tenían vallestas las armaron contra ellos, e el dicho Diego Fernándes desýa: “Toma esa vallesta e mata a uno d´esos clérigos”, e otras palabras feas. E que como lo supo el nuestro corregidor de la dicha çibdad, viendo el desconçierto que se avía hecho, fizo buscar al dicho rector aquella noche e le tornó a meter en la dicha casa luego, otro día syguiente...
Francisco de Ervás solicitó a los consejeros que enviaran a un juez pesquisidor para que
hiciese justicia, y el Cabildo catedralicio pudiera disfrutar de la administración del hospital. El
21 de julio se comisionó a Pedro de Mercado para que viese el caso durante cincuenta días, y
se le dio licencia para que de ser necesario se juntasen con él poderosamente los hombres que
creyera oportunos185.
El 27 de julio Mercado ya estaba en Toledo, aunque sus pesquisas no comenzaron hasta
el día siguiente, una vez que mostró a los gobernantes de la urbe lo que venía a hacer186. Uno
de los primeros testigos fue Martín Fernández. Esta es su versión de los hechos187:
184 A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, fol. 2 r-v. Se da una versión muy parecida en la provisión del Consejo Real: A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Hontíveros, 21 de julio de 1519. 185 Idem, fols. 1 r-3 v. 186 Idem, fol. 4 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1630
...un lunes, cree que heran quatro o çinco días d´este presente mes, vinieron a este dicho fospital, el dicho lunes por la mañana, el bachiller Françisco Fortys y el jurado de la Higuera, yerno suyo. E hablaron con el bachiller Hervás, rector del dicho fospital, e le pidieron las llaves del dicho fospital. Y el dicho rector se las dio, e luego, el mysmo día en la tarde, estando la casa segura y en paz vinieron Diego Fernándes, jurado, fijo del dicho bachiller Françisco Ortys, e Juan Ortyz, fermano del dicho jurado e fijo del dicho bachiller Françisco Ortyz, e uno que desýan que se llamava Argona, criado del conde de Palma, corregidor d´esta çibdad, e Bernaldino de la Higuera, e otros muchos que no conosçió, eçebto que conosçió al alguasyl Escobar e a Garçilaso de la Vega, los quales todos venían con sus armas de espadas e broqueles, e a uno vido con una vallesta armada que no le conosçió, entre los quales vido asymismo al dicho bachiller Françisco Ortyz, eçebto que no le vido armas, los quales, todos, como dicho es, arrimetyeron al dicho bachiller Hervás, rector, e le asyeron de los cabeçones188 con muchas espadas sobre él sacadas...
Según Martín, ordenaron a Ervás que saliese del hospital, y como se resistía le echaron
deshonestamente, dándole de enpellones. También echaron a los capellanes que estaban en la
capilla.
Actual edificio del antiguo Hospital del Nuncio. El edificio del siglo XV, en otro lugar, no se conserva
El testimonio de Alonso Dávila es más interesante. Él vio cómo el lunes por la mañana
Francisco Ortiz solicitaba las llaves del hospital a Ervás. Éste se las dio, y le dijo que después
las dejase en el edificio para que nadie tuviera motivos para enfadarse. Ortiz dijo que lo haría
187 Idem, fols. 11 v-12 r. 188 Puede referirse a los cabellos, o a algunas partes de los ropajes.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1631
así y se marchó. Pasada una media hora vino al hospital el jurado Diego Fernández, un hijo de
Francisco Ortiz, y le dijeron que Ervás no se encontraba allí. Diego se fue, aunque más tarde
pudo charlar con Ervás. El jurado le dijo que quitase la plata que tenía en el altar de la capilla
del hospital. El rector preguntó que por qué; que estaba puesta allí porque los visitadores iban
a realizar una visita por la tarde (los visitadores eran personas designadas para asegurarse de
que la administración del hospital era correcta, más allá de las disputas), y ellos decidirían si
la plata estaba en ese lugar bien o no. En tono misterioso Diego advirtió, entonces: “Quitaldo,
que no sabéys lo que aconteçerá de aquí a la tarde...” El rector le replicó: “Aquí, señor, no
avemos de aver enojo ninguno”.
Según Alonso Dávila esto es lo que había ocurrido la tarde del 4 de julio189:
...andovieron a la redonda del dicho fospital mucha gente del conde de Palma,
corregidor d´esta çibdad, e de doña Sancha, e de don Pero Laso, e andavan todos armados. E vido cómo el dicho jurado Diego Fernándes y Escobar, el alguasyl, estando en el dicho fospital, pidió el dicho jurado al rector que le diese unas armas que tenía en el dicho forpital. E el dicho rector le dixo que le plasía de gelas dar. E qu´él gelas daría syn enojo ni quistyón. E que dicho esto, syn faser ni desyr el dicho rector cosa alguna a el dicho jurado Diego Fernándes, arremetyó con el retor (sic), e le asyó de los pechos por le sacar de un palaçio donde estava. Y el dicho Escobar, alguasyl, asymysmo arremetyó con el dicho retor (sic) [...] para le echar fuera del dicho fospital.
Y estonçes, a las bozes que dentro se davan, entraron todos los que andavan alrrededor del dicho fospital, que paresçía que estavan aperçebidos todos con sus armas d´espadas e broqueles, e uno con una vallesta, e asý como entraron echaron mano a las espadas todos juntos e arremetyeron al dicho rector, e le sacaron de un palaçio donde estava, asyéndole de los pechos, e maltratándole e dándole de puñadas e golpes. E el dicho retor se retraxo a la capilla del dicho fospital, e estonçes el dicho Diego Fernándes, jurado, e todos los otros con él, arremetyeron al dicho retor, e arrastrando le sacaron, dándole puñadas en las manos...
Echar al rector del hospital no fue sencillo. Se agarró a unas rejas que había en la capilla
y se mostró dispuesto a no soltarse. En vista de esto, le amenazaron dixiendo que sy de allí no
se apartava que le matarían, e el dicho Escobar, alguasyl, hizo como que le quería echar una
estocada. E estonçes el dicho jurado Diego Fernándes pidió que le diesen una vallesta para
tyrar a unos clérigos que estavan arriba, a una ventana. E diósela e armóla un criado suyo
que se llama Morán. E el dicho jurado Diego Fernándes la tomó e asestó a la ventana, [...]
desyendo a unos clérigos que estavan arriba que se saliesen fuera, sy no que les tyraría.
Dávila también afirmó que en el alboroto participó Juan Ortiz, hijo del bachiller Ortiz,
con una espada y un broquel. Éste último, Francisco Ortiz, no llevaba armas. Morán, el criado
de Diego Fernández, sí; una espada. Garcilaso de la Vega, por su parte, poseía una espada, del
mismo modo, pero Alonso Dávila no recordaba que la hubiese utilizado. Eso sí, Garcilaso, las
189 A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, fols. 12 r-13 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1632
más horas del día, estuvo en el hospital. Incluso le vieron en él después del alboroto, cuando
no acostumbraba venir a visitarlo. Arjona, un criado del conde de Palma, tenía una espada y
un broquel. Al lado de éstos se hallaban otros hombres, al parecer según Alonso Dávila fieros,
e renegando, e diziendo que avían de cortar la corona a uno de los dichos clérigos, e azelle
beber el agua con el caxco.
Aterrados, los clérigos, capellanes de la capilla del hospital, solicitaron a Garcilaso de la
Vega que por clemencia, pues no tenían donde dormir, les dejase que estuviesen en la casa. El
jurado Diego Fernández y el alguacil Escobar dijeron que no, que se salieran fuera. Muchos
se quedaron allí aquella noche con las armas.
García González era uno de los moradores del hospital. Dijo que había visto cómo Ortiz
y dos alguaciles, uno de ellos Escobar, junto a un escribano, solicitaban la presencia del rector
para conceder la posesión del hospital al referido Ortiz. Les dijeron que no estaba y ellos se
marcharon a buscarle. Una vez le hubieron encontrado Francisco Ortiz le pidió las llaves de la
institución, y Ervás se las dio, diciéndole que tuviese cuidado, porque las diferencias con los
canónigos aún estaban por saldarse. Ortiz prometió que así lo haría, y quedó paseando por el
hospital. El rector se fue a su apartamento, y al rato llegaron Diego Fernández y Garcilaso de
la Vega con mozos de espuelas y peones, armados con espadas y broqueles. También vino
Juan Ortiz con una espada y un broquel. Diego Fernández solicitó al alguacil Escobar (que del
mismo modo se encontraba allí) que entrase en el aposento de Ervás y sacara las armas que
allí tuviese, porque, según decía, eran del conde de Palma, del corregidor. Francisco de Ervás,
que estaba con ellos, dijo entonces: “Señor Diego Fernándes, no pongáys en nada d´eso, que
aquí no queremos enojo ninguno. E que las armas e todo lo que vos ovierdes menester d´esta
casa se os dará, e no fos pongáys en esto d´estas armas que no son menester, porque yo tengo
dada la palabra al señor bachiller e él a mý de no aver enojo” 190.
Diego Fernández hizo oídos sordos, y volvió a insistir a Escobar: “Señor alguasyl, entra
allá dentro e saca las armas”. Pedro de Escobar se marchó hacia arriba del edificio, donde se
encontraba el aposento del rector, y éste se fue a una sala del hospital. Estando allí, afirmaba
García González, arremetyó el dicho jurado Diego Hernándes al dicho rector, e le asyó de
los pechos. E estonçes llegaron todos los honbres que avían venido con él, e con el dicho
Garçilaso, e le echaron mano al dicho rector e le sacaron fuera de la dicha sala a enpuxones,
tratándole mal. E que entonçes el dicho bachiller Francisco Ortiz, des que vido que tan mal
le tratavan, dio bozes al dicho jurado Diego Hernándes, su hijo, disyendo que lo dexasen, e
190 Idem, fols. 13 v-15 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1633
que estoviesen quedos. Y el dicho bachiller le echó mano al dicho rector, e le llevó a la
capilla del dicho fospital, donde se dize la misa, y el dicho Diego Fernándes y Garçilaso de
la Vega se quedaron fuera de la dicha capilla. E que estavan falando juntos, que este testigo
non sabe que se desýan...
Cuando acabó la charla Diego Fernández se fue hacia la capilla donde estaba el rector y
le agarró, ayudado por sus acompañantes, hasta que arrastras le sacaron del hospital en medio
de un enorme escándalo. Entonces Diego, Garcilaso y Pedro de Escobar volvieron al interior,
y ordenaron a los clérigos que estaban en el aposento de Ervás que se saliesen a la calle. Ellos
les contestaron que no. Diego Fernández de manera inmediata dijo a bozes que le dieran una
ballesta para disparar a los clérigos. Al parecer la amenaza iba en serio. Los “asaltantes” del
hospital parecían furiosos.
Dicho esto, y antes de seguir con los testimonios, han de aclararse algunas cosas. Lo que
más llama la atención del suceso tal vez sea la presencia del alguacil Pedro de Escobar en él,
actuando bajo las órdenes del jurado Diego Fernández. También es interesante que participen
en el suceso unos criados del corregidor Luis Puertocarrero -al menos dos-, y que se intenten
sacar las armas del aposento de Francisco de Ervás diciendo que eran de éste. Hombres del
corregidor, además, tenían rodeado el edificio en el momento en que todo se produjo. Esta
implicación de Puertocarrero indica que el Ayuntamiento de la urbe tenía por entonces una
postura firme en el asunto, y estaba de parte de Francisco Ortiz; pero indica sobre todo que las
opiniones en contra de Luis Puertocarrero que le acusaban de favorecer a sus familiares (a las
que nos referiremos después) eran muy ciertas. Pedro Laso de la Vega era un pariente de Luis
Puertocarrero, al que éste apoyaba en lo que podía. Más tarde se verá lo que hizo el corregidor
para que el representante de Toledo en las Cortes de 1518 fuese Pedro Laso, un hombre lleno
de ambición, y hambriento de poder. Como veremos, esto explica su actitud durante la guerra
de las Comunidades.
Los vínculos de parentesco del corregidor con los Laso de la Vega también explican la
presencia de Garcilaso de la Vega en el alboroto, o de hombres de Sancha de Guzmán, suegra
de Luis Puertocarrero. En fin, no hay duda que el escándalo de 1519 se hacía con el
beneplácito del corregidor.
Este suceso también viene a dar constancia, una vez más, de la mala relación que existe
entre el conde de Palma y la Iglesia toledana. Es posible que el primero se mostrase alerta a la
hora de defender los intereses del Ayuntamiento, y que por eso decidiera emplear la fuerza en
beneficio de Francisco Ortiz -si triunfara su postura el Ayuntamiento iba a tener el mismo
control sobre el hospital del nuncio que el Cabildo catedralicio-, si bien para los canónigos,
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1634
recelosos frente a Puertocarrero, lo que hizo era una más de sus arbitrariedades, otro abuso,
otra negligencia, en definitiva, otro motivo para que de una vez dejase el corregimiento. Para
el Cabildo de la catedral la actitud de su corregidor cada vez era más intolerable. Lo malo es
que no tan sólo los canónigos pensaban así a mediados de 1519.
Independientemente de los gobernantes y de sus opciones políticas a favor o en contra
de Puertocarrero, lo único que éste podía conseguir con su implicación en alborotos como el
del 4 de julio era que la “comunidad” se pusiese en su contra. Es cierto que en la Toledo de
por entonces el dejar contentos a los canónigos, a los regidores, a los jurados y al “pueblo” era
prácticamente imposible, y que había que elegir siempre entre la opción menos mala. En
realidad la política en la urbe fue siempre así, aunque ahora todo pareciese mucho más difícil.
Lo indiscutible, en todo caso, es que si algo debía evitarse, viendo cómo estaban las cosas (la
gente está harta de las subidas de precios, la Iglesia está harta del rey, y muchos regidores se
hartarán de él cada vez más, muchos hablan de que no hay justicia...), era la violencia y los
escándalos. Por lo que se ve, Puertocarrero no siempre fue consciente del contexto que vivía.
Pero sigamos con los testimonios de los testigos. Según uno de éstos eran las cinco o las
seis de la tarde cuando tuvo lugar el escándalo. Vasurto y Arjona, hombres de Puertocarrero,
se vieron implicados en el alboroto. El primero con muchas bramuras empujó a este testigo,
que dio con él en el suelo, e después de levantado le dixo que se fuese e apartase de allí, sy no
que le daría d´estocadas. E le puso dos veses el espada a la barriga. Una vez sacaron al
rector del hospital, Diego Fernández volvió al interior, al aposento de Ervás, y, como los
capellanes no querían salir de donde estaban, ordenó que le dieran una ballesta, diciendo a un
mozo: “¡Arma, arma esa ballesta!”. Luego encaró la dicha vallesta a los dichos clérigos para
les tirar, e entonçes Garçilaso de la Vega, que estava allí a la sazón con una espada en la
çinta y en cuerpo, subió a los dichos clérigos e habló con ellos, los quales se abaxaron con él
e los hecharon fuera de la casa más por fuerça que non por su voluntad191.
Según indican algunos testigos, el poeta Garcilaso de la Vega era un hombre razonable.
Por eso fue a él, y no a otros, al que los clérigos requirieron que les dejase estar en el hospital,
porque no tenían donde ir. Haciendo gala de ese talante, y demostrando que no dejaba llevarse
por las pasiones como sus compañeros, Garcilaso subió a por los clérigos y les sacó de allí, al
advertirles que no podía hacer nada, y que lo mejor era que se fuesen, dándoles su palabra de
que si se iban con él nadie iba a agredirles.
191 Idem, fols. 15 r-16 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1635
El testimonio del bachiller Francisco Ortiz es de los más interesantes. El nuncio de igual
nombre que él, defendía, instituyó el Hospital de la Visitación para acoger a los locos, a los
furiosos y a los niños expósitos. Se fundó en el hospital una capilla con dos capellanes y un
cementerio. El papa Sixto IV lo permitió, dando una bula para que los encargados de regir y
administrar la institución fueran un pariente próximo al nuncio, un hombre elegido por el
Cabildo catedralicio, y otro hombre elegido por el Ayuntamiento. Esta bula modificaba las
constituciones con que se había creado el hospital, las cuáles otorgaban su administración a
los canónigos toledanos. No obstante, no hubo problemas mientras el nuncio vivió, porque él
era el encargado de gestionar el centro hospitalario. Fue tras su muerte cuando empezaron los
problemas, ya que entonces no se conocía bien ni la bula de Sixto IV ni otra bula ejecutoria
para que ésta se cumpliese.
No fue hasta años después de la muerte del nuncio cuando este testigo, Francisco Ortiz,
se enteró de la existencia de tales documentos. Cuando lo supo, intentó que se ejecutase lo
que en ellos se disponía, algo que jamás aceptaron los del Cabildo catedralicio, quienes por
entonces, apelando a las constituciones de fundación del hospital, lo administraban de manera
individualizada. El deán y los canónigos defendían que el nuncio en su última voluntad y en
su testamento reformó las bulas, y que por eso no estaban obligados a cumplir su contenido.
Según Ortiz, era cierto que se habían reformado, pero no en lo relativo al modo de administrar
la institución.
Por ello él requirió con los documentos a fray Rodrigo Álvarez de Valderrábano, prior
del monasterio de Santa María del Carmen de la ciudad de Toledo, de la orden de San Juan, y
le solicitó que hiciese justicia. El prior aceptó la comisión y quiso proceder contra el deán y el
conjunto de los canónigos para que cumplieran lo establecido. El Ayuntamiento dijo que, por
su parte, estaba dispuesto a hacerlo, y nombró como administrador del hospital a Pedro Laso
de la Vega. En vista de que el Cabildo catedralicio se negó a nombrar a una persona, el prior
(cumpliendo lo contenido en las bulas) decidió conceder a Francisco Ortiz y a Pedro Laso la
administración del hospital. Estos dos requirieron a Francisco de Mendoza, el gobernador del
arzobispado de Toledo, para que cumpliese las bulas, del mismo modo que se requirió a uno
de los alcaldes ordinarios de la urbe, Fernando Verdugo, con una carta de los reyes, para que
él lo hiciera. En virtud de esto, el alcalde ordenó a sus alguaciles que así lo cumpliesen. Ellos,
de acuerdo con la misiva regia, debían quitar a los administradores del hospital, poner a Ortiz
y a Laso de la Vega, y defenderles para que pudieran administrar la institución sin obstáculos.
Siempre según Francisco Ortiz, los alguaciles cumplieron el mandamiento. Este testigo
fue con Pedro Laso al hospital, acompañado por los alguaciles y algunas otras personas. El
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1636
que en nombre del Cabildo catedralicio lo administraba, Francisco de Ervás, procuró que no
le quitasen la administración, creando un grave escándalo192:
...entró por un tejado donde estava una ventana que sale a la cama del dicho fospital,
e vino con una lança a un corredor del dicho fospital. E enpeçó a pelear con el jurado Diego Fernándes, su hijo d´este declarante, el qual dicho jurado puso mano a una espada e una capa que traýa para se defender, y este declarante se metyó entre ellos, e luego vinieron los alguaxyles que le avían puesto en la dicha tenencia e posesyón del dicho fospital para quitar las armas al dicho bachiller. E este declarante puso paz entre ellos, dándose fee al dicho bachiller de no le echar del dicho fospital. Y asý quedó él con los capellanes del dicho fospital, e con otros ofiçiales de la dicha casa, todos retraýdos con armas, a un quarto del dicho fospital. Pero este declarante no dio lugar a que oviese más riesgo con armas.
E los señores del Cabildo hisieron poner entredicho en esta çibdad por que este declarante se saliese del dicho ospital. E estando dentro el señor conde de Palma, corregidor d´esta çibdad, e otros señores d´ella, con los dichos señores deán e Cabildo, para que se viese por jueses árbitros de justiçia esta diferençia, [...] se fizo conpromiso en manos del capellán mayor d´esta çibdad, e vicario de la abdiençia arçobispal, e el alcalde mayor d´esta çibdad, con asyento que se dio, que sy los árbitros no determinasen esta diferençia, que este declarante se bolbiese a la tenençia del dicho ospital por el dicho don Pero Laso e por él como pariente mas propinco...
Esto sucedió a finales de junio de 1519. Puesto que los árbitros no pudieron llegar a una
concordia, Francisco Ortiz obtuvo de nuevo la tenencia del dicho hospital, entregándosela uno
de los alguaciles: Pedro de Escobar, quien le amparó en ella. Estando presente el propio Ervás
le entregaron las llaves, y los capellanes del hospital y otras personas fueron testigos. Ocurrió
el 4 de julio por la mañana. Este mismo día Ortiz estaba citado ante el prior del monasterio de
Santa María del Carmen, debido a una apelación puesta por el Cabildo catedralicio en contra
de la entrega de las llaves. El deán y los canónigos iban a quejarse de ello al papa.
Francisco Ortiz fue al monasterio de Santa María del Carmen y dejó en el hospital a su
hijo, el jurado Diego Fernández, a algún alguacil y a varios individuos. Aún se encontraba en
el monasterio cuando supo que un clérigo avía subido por una ventana del dicho ospital con
una escalla (sic: una escala), e que se avía dicho al dicho jurado, su hijo, cómo subían
ombres por la ventana del dicho hospital. Entonces Diego Fernández, sólo para que no le
perturbasen la dicha tenencia del dicho hospital, [...] quiso tomar çiertas armas que avían
quedado en el dicho ospital, qu´él avía allí traýdo al tyenpo que primeramente se tomó la
dicha tenençia. Y que las pidió al dicho bachiller Ervás, disyéndole que no fera bien meter
fonbres por las ventanas del ospital. E que sobr´esto se metyeron en palabras...193
Con el objetivo de no darle las armas, certificaba Francisco Ortiz, uno de los capellanes,
mosén Luis, echó mano a una espada, y avía arrojado golpes con ella al dicho alguasyl. El
192 Idem, fol. 19 v. 193 Idem, fols. 18 r-19 v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1637
propio Ervás y otro capellán cogieron una alabarda para atacar a los que allí se hallaban. Fue
entonces cuando comenzó la rebuelta de armas. Con el objetivo de calmarlo todo, el jurado
Diego Fernández dispuso que Ervás saliese del edificio.
Francisco Ortiz al saber esto se fue corriendo al hospital, aunque cuando llegó Ervás ya
estaba fuera. De todas formas, dijo Ortiz, Francisco de Ervás iba a verse obligado a salir del
hospital, porque así se había dispuesto, e si alguna violençia se le hizo cree este declarante
que´l dicho bachiller dio causa a ella194.
Francisco Ortiz se quedó por la noche en el hospital con otras personas, por temor que
oviese algúnd escándalo con la salida del dicho bachiller Ervás. Le envió a rrogar que se
bolbiese al dicho ospital aquella noche e que no lo quiso haser, pero oyó desyr que los dichos
señores deán e Cabildo se avían aquella noche juntado en casa del deán, y avían ablado en
venir al dicho ospital con proçesiones de cruses cubiertas de belos negros. E que´l conde,
corregidor d´esta çibdad, supo esto por la mañana e habló con los dichos deán e Cabildo
para que se pacificase, e no curasen de salir de aquella manera. E que vydo cómo el dicho
conde después de aber hablado con el dicho Cabildo enbió por este declarante, e habló del
dicho ospital con el dicho conde, e le dixeron cómo abían abido otra vez enojo de palabras el
dicho jurado, fijo d´este declarante, y el dicho bachiller Ervás, e que allí el dicho conde los
hizo amigos e mandó a este declarante que se bolbiesen al dicho ospital tanto los capellanes
como Francisco de Ervás, y que estuviesen en paz, sin que entraran en el edificio ni el jurado
Diego Fernández ni ningún alguacil. Además se dispuso que las llaves del hospital quedasen
en manos de Francisco Ortiz, e que non diese la paz a ningúnd enojo ni turbaçión195. Todo se
sosegó de esta manera.
Otro de los testimonios interesantes es el de mosén Luis, el clérigo al que acusaba Ortiz
de haber comenzado los disturbios. Según él, estaba hablando con Juan Ortiz y observó cómo
un hermano de éste, el jurado Diego Fernández, también charlaba con Francisco de Ervás. El
propio Juan Ortiz le dijo que no sería extraño que por la tarde les echasen del hospital.
Poco después un capellán se marchó a hacer unas cosas y cuando vino Diego Fernández
no le dejó entrar en el edificio. Además advirtieron a mosén Luis que si salía fuera él también
iba a quedarse en la calle. Así, viendo este testigo cómo no querían dexar entrar al dicho
capellán, su compañero, tobo manera cómo entrase dentro en la casa. E después de aver
entrado en la casa el dicho capellán, fue avisado el dicho jurado Diego Fernándes cómo
entrava gente dentro en la dicha casa, e no fablaron que era otra persona salvo el dicho
194 Idem, fol. 19 v. 195 Idem, fol. 20 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1638
capellán. De forma inmediata el jurado subió junto al alguacil Escobar y a Arjona, un hombre
del conde de Palma, al lugar por donde se había metido el capellán. El jurado iba diciendo que
si el capellán no se bajaba por donde había subido iba a tirarle por la ventana. La amenaza era
en serio. El capellán se negó a salir del edificio; estaba acorralado en una habitación. Diego
Fernández entró en el aposento y dijo a Arjona que se pusyese en una puerta de en medio, e
que onbre o muger qualquiera que pasase que le pusyese la espada por el cuerpo. E el dicho
Arjona se quedó en la dicha puerta por mandado del dicho Diego Fernándes. E después
d´esto pasado [se] abaxó el dicho jurado Diego Fernándes, e rogó al dicho rector de la casa
que hisyese que aquel clérigo saliese de la casa como entró, e el dicho rector le prometyó
qu´él lo faría salir.
Entonces el alguacil Escobar y el jurado pidieron a Ervás que les entregase las armas del
hospital. Ervás dijo que se encontraban a buen recaudo y prometió que no serían atacados con
ellas. En ningún modo fue aceptada esta respuesta. Al contrario; con gran ýnpetu intentaron
coger el armamento. Entonces Ervás y este testigo, el capellán mosén Luis, decidieron
impedir que entrasen en la habitación donde permanecían las armas, porque en ésta también
se almacenaba oro, plata, brocados y sedas pertenecientes a la hacienda del hospital. Con este
fin mosén Luis echó mano a la espada; el rector no poseía armas. La reacción fue inmediata.
El jurado, el alguacil y los otros se lanzaron contra Ervás y le asieron por el pecho; le
rrasgaron la camisa tirando d´él e dándole de enpuxones e golpes en la pared, porfiando196.
Según el alguacil Pedro de Escobar -recordemos el protagonismo de éste en el alboroto
con el deán del 1 de mayo de 1517-, el lunes 4 de julio de 1519 todo comenzó por la mañana.
Él vino al hospital de la Visitación con el bachiller Francisco Ortiz y su hijo, el jurado Diego
Fernández, con el objetivo de ejecutar un mandamiento del alcalde Verdugo para que se diese
a Ortiz el control de dicho hospital. También vino otro alguacil al que llamaban Jara. Nadie lo
contradijo entonces; dieron la posesión del edificio a Ortiz sin problemas, y se marcharon a
comer. Después este testigo vio al jurado Diego Fernández, quien le comentó que su padre se
hallaba en el hospital, que fuese allá porque el rector y los capellanes también permanecían en
él, y era posible que hubiese algún escándalo.
Escobar se marchó al hospital. Allí estuvo casi toda la tarde. Ya llevaba un buen rato
cuando alguien gritó que entravan por las ventanas con escaleras. El alguacil corrió a toda
prisa hacia arriba del edificio y vio que un capellán ascendía por una escalera a una ventana, y
otro capellán compañero suyo le daba la mano. Nada más entrar en el inmueble el que subía,
196 Idem, fols. 24 r-26 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1639
el alguacil llegó donde estaban, y les dijo que habían hecho muy mal entrando por la ventana
et en los escandalizar, e que pues que avýan entrado por la ventana que abíen de salir por la
ventana. Una mujer pariente de Diego Fernández, sin embargo, la cual se hallaba allí, pidió al
alguacil que dejase al capellán quedarse en el edificio, y así se hizo. El alguacil bajó al patio.
Diego Fernández le dijo entonces que el rector tenía algunas armas, que se las pidiese.
Escobar se las pidió y Ervás le contestó que no sabía nada de ellas, y que aunque lo supiese no
se lo iba a decir, porque no deseaba escándalos. Entonces señaló Diego Fernández al alguacil:
“Señor, suba por ellas, que allí están, en aquella cámara”. Escobar pretendía coger las armas,
pero el rector no lo toleraba. Ante lo cual, el alguacil dijo a sus compañeros que retuviesen a
Ervás, para ir él a por el armamento. Ya iba subiendo hacia arriba del edificio, a la habitación
donde decían que estaban las armas, cuando se abalanzó sobre él mosén Luis con su espada
en la mano. Lanzó al alguacil un golpe que frenó el broquel del golpeado. Al instante Escobar
echó mano a su espada. Mosén Luis se encerró entonces en una habitación. El alguacil subió a
lo alto del edificio, cogió una lanza y por una ventana apuntó a su agresor -al capellán mosén
Luis-, diciendo: “¿A Escobar, que bien os podría matar?”. El capellán suplicó que non lo
matase, que non diría misa. Apiadándose el alguacil decidió irse, dejando al capellán en paz.
Bajó a la planta baja del edificio. El rector no estaba allí; le dijeron que le habían sacado
a la calle. Al menos Garcilaso de la Vega, el jurado Diego Fernández, Francisco de Biezma,
maestresala del conde de Palma, Arjona, criado éste, y un hombre de Pedro Laso, poseían
espadas, aunque Escobar no recordaba que las tuviesen fuera de las vainas. Ellos decían que
tras echar al rector estaban dispuestos a hacer lo propio con los capellanes, quienes advirtieron
que querían salir del edificio, siempre que lo hiciesen escoltados por Garcilaso de la Vega197.
También éste dio testimonio en el proceso que se hizo para resolver el asunto. Cuando
se produjo el escándalo Garcilaso de la Vega era un joven que no llegaba a los veinte años de
edad. Aún no había escrito los versos que iban a convertirle en uno de los grandes poetas del
siglo XVI; versos plenamente enmarcables dentro de las corrientes humanistas, en los que ese
hombre que participó el 4 de julio de 1519 en uno de los graves alborotos que se producen por
entonces en Toledo, hablaba, con genial maestría, del amor y la esperanza, del sufrimiento y
la angustia, y de la mitología y la realidad. Si cuando se analizó en capítulos anteriores la
figura del corregidor Gómez Manrique se dijo que era necesario comprender su producción
poética, porque explicaba bien su ideología debido a su carga política, en lo que a Garcilaso
de la Vega respecta, objetivamente mucho mejor poeta que Manrique, su poesía sólo sirve
197 Idem, fols. 26 r-27 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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para comprender sus sentimientos, ya que carece de contenido político casi en su práctica
totalidad. No podemos dejar de traer a colación, sin embargo, alguna de las obras poéticas de
Garcilaso más famosas, como el siguiente soneto198:
“Un rato se levanta mi esperanza, mas, cansada de haberse levantado, torna a caer, que deja, a mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal?. ¡Oh corazón cansado, esfuerza en la miseria de tu estado, que tras tortura suele haber bonanza!. Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso; muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros como quiera, desnudo espíritu o hombre en carne y hueso” La misma persona que era capaz de escribir éstos y otros muchos versos participó de un
modo activo en el alboroto de julio de 1519, y dio su testimonio de los hechos. Fue una suerte
que participará, además, para los capellanes de la capilla del Hospital de la Visitación, porque
de no ser por él tal vez hubiesen salido peor parados de lo que salieron.
Garcilaso dijo que él fue al hospital a visitar a Diego Fernández, con quien estuvo algún
tiempo esa mañana, la mañana del 4 de julio. Luego se salió fuera. Estaba paseando, ya por la
tarde, cuando a la altura del hospital vio al bachiller Francisco de Ervás, quien se quejó a este
testigo, diciendo que Diego Fernández le había echado del edificio. Ervás le pidió que entrase
en el hospital y pusiera a buen recaudo algunas cosas que allí se hallaban. Para ello le dio las
llaves de un aposento, para que lo cerrara.
Garcilaso fue a hacerlo. Entró en el edificio y halló a dos capellanes y al jurado Diego
Fernández riñendo. Éste último le dijo que pidiera a los clérigos que se marcharan del
hospital, porque a él no le obedecían. Los capellanes estaban subidos en la parte más alta del
inmueble, y Diego permanecía abajo. Garcilaso les dijo que deseaba subir a hablar con ellos,
y los capellanes respondieron que lo hiciese dándoles fe de que no iba a obligarles a salir de
allí a la fuerza. Así lo hizo Garcilaso. Con estas precauciones subió y estuvo hablando con los
capellanes. Permanecían a la puerta del aposento del rector con las espadas en las manos. Les
dijo que por excusar escándalos lo correcto era que saliesen del hospital. Los clérigos sólo le
198 VEGA, G. De la, Poesía castellana completa, PÉREZ LÓPEZ, J.L., (Edit.), Madrid, 1997, p. 70.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
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contestaron que no tenían donde ir. Garcilaso les replicó diciendo que su propia casa estaba a
su disposición hasta que encontrasen donde hospedarse. Esto convenció a los capellanes. Tras
acordar que permanecerían en su casa durante unas jornadas, y que él iba a sacarles de allí sin
recibir daño alguno, los clérigos bajaron con Garcilaso abajo del edifico, y él les sacó a la
calle199.
En la versión de los hechos que señaló este testigo no aparecía violencia apenas. Incluso
él dijo que no observó a nadie con las espadas en la mano, excepto a los capellanes. Dichos
argumentos contrastan con los de otros testigos. El jurado Bernardino de la Higuera señaló,
por ejemplo, que iba a ver a Diego Fernández y se encontró el hospital rebuelto e muchas
bozes en él, porque un clérigo había entrado por una ventana. El rector, por su parte, se aferró
a las rejas de la capilla o a la puerta de la misma. Con notable violencia Diego Fernández, el
alguacil Escobar y los hombres del conde de Palma le asieron y le sacaron arrastras. Echado el
rector, volvieron dentro y rogaron a los clérigos que se saliesen del hospital. Éstos dijeron que
no lo harían en ninguna manera, que no saldrían de allí sy non fechos pedaços. Fue entonces
cuando Diego Fernández dijo a un criado del corregidor que le diese una ballesta para matar a
los clérigos200.
Diego Fernández procuró defenderse de esas acusaciones en su testimonio. Advirtió que
Ervás se había metido en el hospital con una lanza, a través de los tejados de ciertos edificios
colindantes. Le dijeron que no hiciese escándalo, y le tomaron la lanza. Luego, teniendo este
testigo bajo su tutela el hospital, saltó la alarma: algunos certificaban que el dicho bachiller
Ervás quería meter en el dicho ospital escondidamente, quebrando una pared, çiertos onbres
para que al dicho confesante e a los que con él estavan los echasen d´allí, del dicho ospital,
por fuerça, sy pudieren. Diego, siempre según su versión, rogó a Francisco de Ervás que no
hiciera una locura. De este modo, cuando vio a un clérigo entrar en el hospital por una de las
ventanas, creyó que otros clérigos e personas farían lo mismo syn ser vistos, para favoreçer
al dicho bachiller Ervás, espeçialmente porque el dicho bachiller Ervás lo avía querido
yntentar la otra bez201. El resto del testimonio de Diego calca lo ya dicho por otras personas
en el interrogatorio.
En fin, como puede verse, cada persona da su propia versión de los hechos, procurando
en todo momento dejar clara su inocencia. Los testigos de la parte del rector Ervás insisten
una y otra vez en las vejaciones a las que les sometieron; los de la parte de Diego Fernández
199 A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Pérez Alonso (F), caj. 641, exp. 1, fols. 34 v-35 v. 200 Idem, fols. 27 v-29 r. 201 Idem, fols. 29 r-33 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1642
tanto en lo lícito del modo de actuar de éste como en la agresividad justa que se empleó.
Resulta, de hecho, muy llamativo, el que algunos testigos señalen que ellos “pasaban por allí”
cuando todo se produjo, que no observaron hechos violentos en los que, sin embargo,
enfatizan quienes los padecieron, y que si había armas ellos no se percataron de que alguien
las usara. Unos, los del grupo de Ervás, insisten en que se trató de un alboroto de una
violencia intolerable, producido por el jurado Diego Fernández; otros, los de la parte de éste,
en que fue un escándalo producto de las acciones de Francisco de Ervás y sus hombres, en el
que se utilizó la violencia justa.
El juez pesquisidor que trató el caso, por su parte, Pedro de Mercado, decidió apartar en
un principio la cuestión de la violencia para centrarse en determinar los derechos de Ortiz y de
los canónigos a la hora de regir el hospital202. Mientras no se resolviese este tema existiría un
elemento de tensión en la urbe muy perjudicial para la paz regia. Si consiguió resolverlo o no
Pedro de Mercado es algo que tendrán que aclarar los modernistas. En todo caso, el escándalo
de 1519 fue muy grave la para pas e sosyego. Es un suceso que entronca con los ya vistos, y
que puede tenerse como un prolegómeno de la guerra de las Comunidades. Lo que ocurre en
el verano de 1519 viene a demostrar que Puertocarrero no podía seguir como corregidor en la
ciudad del Tajo. En un contexto en el que la violencia es el peor enemigo del orden público, el
posicionamiento de Toledo bajo el mando de un hombre dispuesto a favorecer a sus familiares
en todo, enfrentado a la Iglesia, y que mantenía una relación poco cordial con algunos de los
más insignes regidores, era muy peligroso. Tendremos ocasión de profundizar en estas ideas
más tarde.
8.1.1.4.2. Las condenas
Mientras que desarrollaba el proceso, Pedro de Mercado llamó públicamente a todos los
que estaban implicados de alguna manera en el asunto, y dispuso que no saliesen de sus casas;
o que estuvieran siempre localizables. Garcilaso de la Vega, como era menor de veinticinco
años, nombró a Juan Gaitán para que litigase en su nombre203. Así, las gestiones de Mercado
se alargaron durante dos meses, hasta que el 7 de septiembre de 1519 hizo públicas sus
sentencias. La primera fue contra el alguacil Pedro de Escobar204:
Visto este proçeso criminal, de la una parte el deán y Cabildo de la Santa Yglesia d´esta çibdad como abtor demandante, e de la otra Pero d´Escobar, alguasyl vesyno d´esta çibdad, reo defendiente, y visto lo que cada una de las dichas partes quiso dezir e alegar
202 Idem, fols. 36 r-38 v. 203 Idem, fol. 114 r. 204 A.D.P.T., Hospital del Nuncio, leg. 15, doc. 43, fol. 1 r-v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1643
fasta la final conclusyón, e como yo concluý con ellos, e visto todo lo demás que verse pudo e devió para dar sentençia difinitiva en esta cabsa, fallo, atenta la culpa que de lo proçesado resulta contra el dicho Pedro d´Escobar, que lo devo de condenar e condeno en destierro d´esta çibdad e sus arravales por tres meses, e que non lo quebrante so pena que por la primera vez sea el destierro doblado e pague çinco mill maravedís para la cámara e fisco de sus altezas. E mando que salga a conplir el dicho destierro dentro de tres días que saliere de la cárçel e prysión donde está. E más, le condeno en perdimiento de las armas que sacó en el dicho roydo, y las aplicó a quien de derecho las aya de aver. E más, le condeno en el salario e costas d´este proçeso de lo que por mí le fuere repartido, que le será mostrado y noteficado. E asý lo pronunçio e mando por esta mi sentençia definitiva, juzgando pro tribunali sedendo en estos escritos, e por ello. El liçençiado Mercado. Pedro de Escobar presentó un escrito de apelación del veredicto el 9 de septiembre y lo
aceptaron, aunque se dispuso que de todas formas pagase el sueldo del pesquisidor. La misma
sentencia se puso a Garcilaso de la Vega. Tendría que exiliarse de Toledo y sus arrabales por
tres meses; la primera vez que lo incumpliera iba a tener que pagar 20.000 maravedíes para la
cámara regia, y el destierro sería de un año. También le condenaron a perder el armamento del
que hizo uso en el escándalo, y al pago de las costas del proceso. El día en que se pronunció el
veredicto, el 7 de septiembre, se lo notificaron a Juan Gaitán, quien lo apeló del mismo modo
que Escobar el día 9, acordándose exactamente lo mismo que el caso anterior205.
A Diego Fernández, el hijo del bachiller Francisco Ortiz (Diego Fernández Ortiz pone
en algún documento), le condenaron a la misma pena, aunque en su caso el destierro iba a ser
de seis meses y tendría que pagar 10.000 maravedíes de incumplirlo, además de doblarse el
período de exilio. El mismo día 7 de septiembre apeló la sentencia206. Peor suerte tuvo el
grupo de criados que participaron en el conflicto, personas sin ningún poder que ni siquiera se
atrevieron a presentarse ante Pedro de Mercado. En concreto se condenó a tres de ellos. Al del
conde de Palma, Arjona, le condenaron a que fuese traído por las calles sobre un asno con una
soga al cuello y las manos atadas a la garganta. Los pies también debían ir atados por debajo
del animal. Mientras, un pregonero delante del asno iba a publicar su delito, al tiempo que
uno de los verdugos de la urbe le daba hasta cien azotes. Luego sería desterrado por un año,
bajo la pena de perder un pie si lo incumpliera.
Más graves fueron las condenas de Francisco de Vera, un criado de Sancha de Guzmán,
y de Morán, un hombre de Diego Fernández. Debían llevarles de manera similar a Arjona por
las calles hasta la horca, y una vez allí debían cortarles una mano. Además se condenó a todos
los criados a que perdiesen las armas que sacaron al alboroto, aunque debido a su pobreza no
205 Idem, fols. 5 r-6 v. 206 Idem, fols. 7 r-8 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1644
se dispuso que pagaran las costas del proceso207. Otro hombre del conde de Palma, Francisco
de Biezma, no recibió una condena tan dura; sólo le condenaron a un mes de destierro208.
Se ponía fin así a uno de los alborotos que de forma clara conmovió el orden público en
Toledo durante 1519. Cuando Pedro de Mercado terminó su trabajo los días de Puertocarrero
como corregidor en la ciudad del Tajo ya estaban contados, y la distancia entre la opinión de
no pocos regidores y clérigos con respecto al monarca parecía insalvable. Lo que sucedió con
el escándalo de julio 1519, como lo que pasó con los alborotos de agosto de 1516 y mayo de
1517, sólo puede entenderse si lo situamos en un contexto de quiebra de la paz regia, es decir,
de ruptura de ese orden público a favor de los monarcas que se alentaba desde la corte. Sería
incorrecto, no obstante, considerar estos escándalos como sucesos aislados y extraordinarios
en la vida de la ciudad. Cierto que fueron extraordinarios por su repercusión o por las metas y
personas en ellos implícitas, pero si los situásemos en el contexto de conflictividad social que
existía cuando se desarrollaron, fueron más comunes de lo que en principio se pudiese pensar.
Los grandes escándalos se caracterizan sobre todo por tres elementos: hay en juego unos
intereses importantes, intervienen los hombres de individuos poderosos, y, por ambas razones,
la repercusión de los mismos es mayor que la de otros sucesos. Si ya de por sí los rumores
sobre homicidios, robos, personas alzadas para no pagar sus deudas, nuevos tributos que iban
a asolar Castilla, etc. no eran suficientes, el hecho de ver por las calles de Toledo a un grupo
de hombres armados dispuestos a realizar aquello que les mandasen, sin que nadie fuese capaz
de impedírselo, generaba miedo entre la gente del común, entre los débiles. Y a su vez era un
elemento adoctrinador. La oposición y la violencia presentadas por los oligarcas frente a los
encargados de mantener el orden deslegitimaban la tarea de éstos, y advertían al pueblo sobre
el poder de los hombres poderosos, y sobre la debilidad de los gobernantes del rey. Esto
entrañaba peligro, pero en el momento del escándalo, cuando las armas iban por las calles y se
producía la agresión, la furia lo ocultaba todo.
En los primeros meses de 1520, pues, la paz regia está herida de muerte. La experiencia
demostraba que siempre que en Toledo se vivía un aumento notable de los delitos y el crimen
el resultado era una quiebra de la pas e sosyego, es decir, un terrible alboroto. El ejemplo más
próximo a estas fechas lo tenemos en 1505 y 1506. Ahora todo será más grave. Por entonces
la violencia no se veía acompañada de una inestabilidad institucional como la que se padece
entre 1516 y 1520. La conjunción de estos dos elementos, la violencia y la inestabilidad de las
instituciones, destruirá, literalmente, la paz regia. Si ésta se había basado en dos elementos -al
207 Idem, fols. 9 r-10 r. 208 Idem, fols. 11r-12 v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1645
menos desde que los Reyes Católicos llegaron al trono-, la institucionalización política y la
despolitización de la violencia, ambos elementos terminan de quebrarse (vienen quebrándose
desde hace años) en 1520; en concreto a fines del mes de mayo, cuando huye el corregidor de
Toledo, una figura clave en el mantenimiento de la paz regia.
Sobre todo el delito y la violencia contribuyeron a “demoler” el equilibrio institucional,
en tanto que sobrepasaron la capacidad práctica de la justicia para enfrentarse a una y a otro.
Surgió así el círculo vicioso de siempre. La violencia generaba inestabilidad institucional, y la
inestabilidad institucional provocaba más violencia. Lo que empeoró todo fue la figura de
Carlos I, porque politizó dicho círculo, de tal forma que la violencia acabaría politizándose, y
la política abandonaría las instituciones de gobierno establecidas: el Regimiento y el Cabildo
de jurados. Es por eso por lo se “quiebra” la paz regia. La antítesis de ésta era el ejercicio del
gobierno fuera de las instituciones oficiales -lejos del control de la realeza-, usando métodos
violentos de ser necesario... En definitiva, ese proceso que llevaba a la destrucción de la pas e
sosyego se venía dando desde mucho tiempo atrás, y nadie supo verlo. En 1520 la situación es
imparable.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1646
8.1.2. TRES CLAVES PARA LA QUIEBRA DE LA PAZ
Como ha podido verse, en urbes como Toledo las dificultades para amparar la paz cada
vez son más notables. Todo lo que se dirá a partir de aquí debe enmarcarse en el ambiente de
violencia expuesto. Ya en una misiva del 2 de enero de 1516, el licenciado Herrera escribía
que en la ciudad del Tajo estaba la gente común de mercaderes y personas de su calidad tan
amedrentada que la noche anterior, la del 1 de enero, no habían hecho otra cosa syno passar
fardeles y arcas a monasterios. Como esto fera causa de escándalo, aseguraba Herrera, pidió
al alcalde mayor que pregonase que cesara tal práctica, y que nadie hiciese ningún alboroto.
Estamos en el comienzo de 1516, y aún está en la urbe mosén Jaime Ferrer como corregidor.
Sin embargo, no parece ni que las autoridades gubernativas sean capaces de amparar el orden
público ni que, y esto era más grave, se confíe lo más mínimo en ellas.
Desde Bruselas, y en nombre del príncipe Carlos, el 14 de febrero de 1516 se escribió
una carta a los dirigentes de Toledo, en la que se les hacía partícipes del grandísimo dolor del
príncipe ante la defunción de su abuelo, el rey Fernando (el día 23 de enero), y de los deseos
del mismo de venir cuanto antes a Castilla para gobernarla y regirla lo mejor posible209. Se les
solicitaba, también, que en tanto Carlos no llegase obedecieran en todo al arzobispo Cisneros,
regente del reino, y a sus ayudantes, utilizando este argumento:
...pues esa çibdad es tan prinçipal y de tanta nobleza y lealtad, y a donde tantos
cavalleros y señores tienen su asyento, tanto mayor obligación tienen vuestras merçedes a myrar con todo cuidado y diligençia por el serviçio de su alteza. Y por siempre todos estéys en mucha paz y sosiego, y conformidad, que en ninguna cosa pueden hazer vuestras merçedes mayor serviçio a su alteza que en esto; y más en tal tiempo, estando su alteza absente. Y el que más la procurare por su parte, se muestra más servidor del prínçipe [...] y le echamos cargo que viniendo su alteza, placiendo a Dios, lo agradezca y pague con muchas merçedes...
Finalmente, el 14 de marzo de 1516, en Santa Gúdula de Bruselas, Carlos de Gante se
proclamaba rey de las Coronas de Castilla y de Aragón. El 29 llegaron a Madrid unas cédulas
firmadas por él que pedían al regente, al Consejo Real, a los nobles y a las ciudades que se le
proclamase monarca. Nieto de los Reyes Católicos -era hijo de Felipe “el hermoso”-, algunos
historiadores no dudan en definir este acto como un auténtico golpe de Estado, ya que la reina
legítima, su madre Juana (”la loca”), vivía, y estaba por verse quien iba a reinar en Castilla
una vez muerto el que hasta entonces había sido su gobernador: Fernando el Católico. El
papel de las Cortes en esta cuestión era importante, pensaban los dirigentes de las villas y
ciudades. Aún así, se les marginó, dando la elección del rey de Castilla por consumada.
209 A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 6º, nº. único, piezas 62 b, 62 c y 62 d.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1647
Antes de hacerlo, no obstante, desde Bruselas intentaron crear un contexto favorable al
que iba a ser el nuevo monarca castellano. Por ejemplo, en febrero se enviaron algunas cartas
a ciudades como Toledo, en las que se pedía que dieran un pregón comunicando al pueblo la
paz perpetua alcanzada entre Carlos de Gante y el rey de Francia, bajo el arbitraje de la Santa
Sede de Roma, del emperador y de los reyes de Inglaterra y Portugal. El mensaje era claro: el
nuevo rey de Castilla y de Aragón iba a acabar con esas interminables guerras exteriores de su
abuelo Fernando. Sin embargo, en la carta enviada a Toledo hubo algo que gustó poco. En el
título de los monarcas ponía lo siguiente210: Doña Juana e don Carlos, su hijo, por la graçia
de Dios reyna e rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Siçilias, de Iherusalem, de
Navarra, de Granada, de Toledo, de Valençia... Toledo quedaba recluida al octavo puesto en
el título. Los éxitos de los reyes habían repercutido de manera negativa en su preeminencia.
Era frustrante, pero los monarcas venían haciéndolo desde la conquista de Granada, y no era
el momento de emprender un proceso para que el nuevo rey cambiase la intitulación.
Para comunicar el nombramiento de Carlos como monarca a los dirigentes de la ciudad
del Tajo se realizaron dos cartas. En la primera, datada el 21 de marzo de 1516, se aseguraba
que si Carlos de Gante se había proclamado rey de Castilla era sólo para defender la Corona,
y persuadido por el papa, el emperador -los dos principales poderes de Occidente- y por otras
personas sabias211. Como no podía ser de otro modo, tal decisión levantó protestas, y esto hizo
que tuviera que escribirse otra misiva, el 3 de abril de 1516, en la que se comunicaba a los
dirigentes de Toledo que Carlos se había proclamado rey de Castilla por el bien de la Corona;
y que pensaba actuar en todo momento al lado de su madre, a la que iba a poner por delante
en sus títulos212, porque así lo creía conveniente dada su legitimidad como reina.
Ambas cartas se presentaron al Ayuntamiento de Toledo el 4 de abril de 1516. Estaban
presentes en él tanto el corregidor mosén Ferrer como el conde de Fuensalida, por entonces ya
alguacil mayor, al igual que los regidores Alonso de Silva, Fernando de Silva (el hijo del
señor de Montemayor), Juan Niño, Pedro de Herrera, Antonio Álvarez, Fernando Dávalos,
Gonzalo Gaitán, Juan Carrillo, Alonso Suárez de Toledo y Pedro de Ayala. Los jurados eran
17: Francisco Ramírez de Sosa, Alfonso de Sosa, Alonso Álvarez, Pedro de Villayos, Luis
Zapata, Ruy Pérez de la Fuente, “De Vel”, Francisco Ortiz, Diego Sánchez de San Pedro,
Álvaro de Toledo, Miguel de Hita, Bernardino de la Higuera, García de León, Alonso
210 A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 4º, nº. único, pieza 62 h. 211 A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 4º, nº. único, pieza 62 c. 212 A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 4º, nº. único, pieza 62 f.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1648
Fernández de Oseguera, Francisco Francés, Nicolás de Párraga y Jerónimo de Ávila213. No
hubo obstáculo alguno. Como era costumbre, pusieron ambas cartas sobre sus cabezas en
señal de obediencia, y afirmaron que estaban dispuestos a cumplirlas. Luego:
...yncontinenti, todos los dichos señores corregidor e Toledo salieron juntos con el
pendón real, que llevava en sus manos el dicho señor corregidor, e le sacó a los corredores del dicho ayuntamiento. Et sacado, el dicho bachiller Francisco Ortyz, jurado, e como mayordomo del Cabilldo de los jurados, asido del dicho pendón dixo a altas bozes tres vezes: “¡Castilla, Castilla, Castilla, por la muy alta e muy poderosa, la reyna doña Juana, nuestra señora, e por el muy alto e muy poderoso rey don Carlos, su hijo, nuestro señor!”. Y asý fecho el dicho acto, dexaron el dicho pendón en el corredor del dicho ayuntamiento hasta la tarde, a las tres oras después de medio día, para acabar de haser el dicho acto, segúnd costumbre, para que fue mandado convidar. E bueltos a la sala del dicho ayuntamiento dixeron que nonbravan e nonbraron a Álvaro de Toledo, e a Nicolás de Párraga, e a Bernaldino de la Higuera, e al bachiller García de León e a Gerónimo de Ávila, jurados, para que conbidasen a todos los cavalleros e a otros çibdadanos de la dicha çibdad, para que viniesen e estuviesen en el acto que se devía haser...
A las tres de la tarde, estando reunidos en el Ayuntamiento, se leyeron de nuevo las dos
cartas referidas. Realizado esto, así señaló el escribano mayor, Juan Fernández de Oseguera,
el acto de proclamación de Carlos de Gante como rey de Castilla que tuvo lugar en Toledo214:
...los dichos señores corregidor y Regimiento, e caballeros, e los otros estados de
gentes de la dicha çibdad, se salieron del dicho ayuntamiento con el dicho señor corregidor, e a las puertas del dicho ayuntamiento el dicho señor corregidor cavalgó en un caballo a la brida. Et todos los dichos señores Regimiento, a pie, delante e alderredor d´él. Et algunos señores regidores asidos a las riendas del cavallo, que heran los señores Alonso de Sylva e Juan Niño, regidores de la çibdad; uno de la mano derecha e otro de la ysquierda, que heran los más amygos regidores que ende se hallaron. E todos llevavan a su merçed en medio, e todos los otros cavalleros e estados de gentes con ellos. Y el dicho señor corregidor con todos los dichos señores se pusieron debaxo de los dichos corredores del dicho ayuntamiento. Et en los dichos corredores estavan el bachiller Françisco Ortyz, jurado e mayordomo del Cabilldo de los señores jurados, con el dicho pendón real en las manos, e otros muchos jurados con él. E asý estando los dichos señores abaxo, el dicho bachiller Françisco Ortyz, jurado, tornó a decir a altas bozes tres vezes, una en pos de otra: “¡Castilla, Castilla, Castilla, por la muy alta e muy poderosa, la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el muy alto e muy poderoso rey don Carlos, su hijo, nuestro señor!”. E así dicho, luego el dicho bachiller Françisco Ortyz, jurado, tomó el dicho pendón e sacóle por los corredores del dicho ayuntamiento. Et dixo que le dava e dio al dicho señor corregidor, que ende estava, como dicho es, para que´l dicho señor corregidor le llevase por las calles públicas de la dicha çibdad, haziendo en ellas los actos e solepnidades hasta le entregar al alcaide de los alcáçares de la dicha çibdad, para que le pongan en la torre del omenaje del dicho alcáçar con las solepnidades que se requerían...
El modo en que se realizaron estos actos evidencia toda la escenografía y la teatralidad
que se desarrollaba en los hechos solemnes relativos a la realeza, muy conocidas gracias a una
obra realizada en 1636 por el entonces escribano mayor del Ayuntamiento, Juan Sánchez de 213 A.G.S., P.R., leg. 7, doc. 207. 214 Idem, fol. 2 r-v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1649
Soria, bajo el título: Libro de lo que contiene el prudente govierno de la imperial Toledo y las
corteses ceremonias con que le exerçe. Al contrario que para el Medievo215, se conocen bien
los ritos solemnes y ceremoniales para la Edad Moderna, según ha estudiado José Francisco
Aranda Pérez216, y evidencian lo complejo de una ritualidad que pretendía crear un consenso
con la realeza, aunque en el fondo no existiese. Para ello los detalles eran importantes: las
proclamas siempre se realizaban de tres en tres; el pendón real, en el caso de las coronaciones
de un nuevo monarca, debía ir más alto que el público asistente a la ceremonia, de modo que
era el corregidor el encargado de llevarlo encima de un caballo, mientras las demás personas
iban a pie; dicho pendón se situaba, concluidos todos los ceremoniales, en la torre más alta del
alcázar, dominando toda la urbe, donde permanecía hasta pudrirse... Así se hizo el 4 de abril
de 1516217.
...el dicho señor corregidor tomó en sus manos el dicho pendón real, e todos los
dichos señores regidores con él, e alderredor, a pie, con otros muchos jurados e cavalleros que ende yvan, se fueron hasta las puertas del perdón de la santa yglesia de la dicha çibdad, donde hallaron la cruz + [pone este signo] de la dicha santa yglesia con toda la clerezía, vestidos con sus capas de seda e brocados, muy solepnemente cantando. Et llegando el dicho señor corregidor et Regimiento, dixo el señor corregidor a altas bozes tres vezes, una en pos de otra: “¡Castilla, Castilla, Castilla, por la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el rey don Carlos, nuestro señor, su hijo!”. Et esto dicho por el dicho señor corregidor, luego el dicho señor corregidor hizo el acatamiento, con el dicho pendón real en sus manos, a la cruz devido. Et luego se apeó del cavallo con el dicho pendón en sus manos. Et todo el Regimiento e cavalleros que venían con él alderredor, e el dicho señor corregidor, junto con el preste, fueron en proçesión hasta el altar mayor, donde por la clerezía e preste fue dicha una solepne e devota oraçión a Nuestro Señor, con rogativa por los dichos reyna e rey, nuestros señores. E bendixeron el dicho pendón real, e fecha la oraçión e rogativa, luego el dicho señor corregidor, con el dicho pendón real en las manos, e todo el Regimiento, e cavalleros e otros estados de gente de la dicha çibdad con él, salieron de la dicha yglesia mayor a la puerta del perdón, donde el dicho señor corregidor se avía apeado, e tornó a cavalgar.
E con el pendón en las manos, e todo el Regimiento e cavalleros de la dicha çibdad con él, a pie, fueron por las quatro calles hasta los canbios de la dicha çibdad, donde el dicho señor corregidor tornó a desyr, e digo (sic) a altas bozes tres vezes, una en pos de otra: “¡Castilla, Castilla, Castilla, por la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el rey don Carlos, nuestro señor, su hijo!”.
Et desde allí el dicho señor corregidor e todos los otros señores fueron la calle adelante hasta allegar a la plaza mayor de Çocodover, donde estava mucha gente. Y el dicho señor corregidor tornó a desir a altas bozes: “¡Castilla, Castilla, Castilla!”, tres vezes, una en pos de otra,”¡por la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el rey don Carlos, su hijo, nuestro señor!”. Et dicho, luego el dicho señor corregidor con todo el Regimiento e con toda la otra gente fueron fasta las puertas de los alcáçares de la dicha
215 LÓPEZ GÓMEZ, O., “Fiesta y ceremonia del poder regio en Toledo a fines de la Edad Media”, en MARTÍNEZ-BURGOS GARCÍA, P. y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, A. (Coords.), La Fiesta en el mundo hispánico, Cuenca, 2004, pp. 245-279. 216 ARANDA PÉREZ, F.J., Poder y poderes en la ciudad de Toledo. Gobierno, sociedad y oligarquías en la España moderna, Cuenca, 1999, pp. 372-378. 217 A.G.S., P.R., leg. 7, doc. 207, fols. 2 v-3 v.
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çibdad, los quales hallaron çerrados. Et el dicho señor corregidor dixo a altas bozes, tres vezes: “¡Castilla, Castilla, Castilla, por la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el rey don Carlos, su hijo, nuestro señor!”. Et asý dicho, dixo: “¡Alcaide, alcaide, alcaide!”. Et a la terçera vez respondió el dicho alcaide: “¿Quién está ay?”. Et el dicho señor corregidor dixo: “¿Sabéys cómo el rey don Carlos, nuestro señor, se yntitula rey, juntamente con la muy alta e muy poderosa reyna nuestra señora, doña Juana, su madre?”; lo cual dixo tres vezes. E a la terçera dixo el dicho alcaide: “Por de dentro sý sé”. Et luego el dicho señor corregidor dixo tres vezes: “¡Abrí, abrí, abrí!”. Et a la terçera dixo el dicho alcaide: “Que me plaze”. Et luego abrió el dicho alcaide el postigo de las dichas puertas. E se puso en él, armado en blanco, con una adaraga e una espada. E con él, detrás d´él, muchos onbres armados. Et luego el dicho señor corregidor dixo que le entregava e entregó el dicho pendón real, para que le alçase por la reyna nuestra señora e por el nuestro señor rey don Carlos, su hijo, en la torre más alta, donde es uso e costumbre de se poner los pendones reales. Et luego el dicho señor corregidor se lo entregó [...] el dicho alcaide tomó el dicho pendón en sus manos, e para meter el dicho pendón real abrió la una de las puertas del dicho alcáçar. Et metió el dicho pendón dentro de los dichos alcáçares, e çerró las dichas puertas. [...] se puso el dicho pendón en la torre del atambor del dicho alcáçar por el dicho alcaide, e diziendo tres vezes, una en pos de otra: “¡Lealtad, lealtad, lealtad. Castilla, Castilla, Castilla por la reyna doña Juana, nuestra señora, et por el rey don Carlos, nuestro señor, su hijo!”. E quedó el dicho pendón real puesto en la dicha torre, segúnd que fue visto por todas las gentes que ende estavan...
Lealtad. Lealtad al rey Carlos I; una idea que iba a olvidarse por culpa de las acciones
de éste muy pronto. De momento, no obstante, los dirigentes toledanos están encantados con
el título que adopta el nieto de los Reyes Católicos (a pesar de no gustarles que esté tan detrás
de otros reinos el de Toledo) para ser monarca junto a su madre. Así se lo comunicaron a
Carlos en una misiva, en la que además le rogaban que cuanto antes viniese a Castilla. El rey
contestó el 25 de julio de 1516, dándoles las gracias, y advirtiéndoles que su venida a tierras
castellanas sería pronta218. Algo que, por cierto, era falso. En todo caso, desde el 4 de abril de
1516, por la tarde, Toledo tiene un nuevo monarca. Por primera vez un extranjero, una
persona educada lejos de los territorios castellanos, es rey de éstos. Ello causó cambios que
pronto van a dejarse notar, particularmente en las ciudades.
218 A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 4º, nº. único, pieza 62 g.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1651
8.1.2.1. HACIA LA DESAPARICIÓN DEL CORREGIMIENTO
Como vimos en el capítulo precedente, el corregidor que llegó a la urbe tras la “caída”
de Pedro de Castilla, mosén Jaime Ferrer, desde el comienzo estuvo bastante solo en su tarea
política. Aunque en verdad apoyado por el rey Fernando en los primeros años de su gestión al
frente del corregimiento toledano, con el trascurso del tiempo sus relaciones con el monarca
se fueron haciendo más frías, y su soledad como máximo gobernante de Toledo más notable;
algo que -como también se vio- empieza a detectarse, sobre todo, desde 1510. Con los Ayala
siempre en su contra, frente a unos regidores cada vez más rigurosos a la hora de defender sus
intereses personales, ante unos jurados con los que colaborar en ocasiones es una odisea, y en
una urbe en la que las armas comienzan a verse por las calles más de lo necesario, mosén
Jaime Ferrer y sus hombres optaron por actuar con dureza frente a los delitos y las armas, y
con la máxima diplomacia posible ante las no disimuladas ansias de poderío político, social y
económico de los oligarcas en su conjunto.
El problema es que se erró tanto en lo uno como en lo otro. A la hora de reprimir ciertos
delitos la rigurosidad del corregidor fue tal que pronto surgieron voces que le tachaban de
desalmado. Decían que actuaba por motivos personales, que era excesivamente parcial, que
procedía con demasiada “pasión” y, en fin, de manera poco acorde con lo establecido por las
leyes. En cuanto a sus relaciones con los oligarcas, una idea es suficiente para explicarlo todo:
a mosén Jaime Ferrer la oligarquía no le concedió una tregua. Cuando Gómez Manrique llegó
a Toledo los principales oligarcas de la urbe estaban de acuerdo; aceptaron el corregimiento
como algo necesario para impedir que siguiesen enfrentándose como lo habían hecho hasta
entonces. Gracias a su buena herencia, y gracias a la época de auge de la realeza por entonces,
cuando Manrique falleció su sustituto, Pedro de Castilla, fue bien recibido. No obstante, los
quince largos años que Castilla estuvo como corregidor no sólo le desgastaron a él, como
dirigente urbano, sino que sumieron al corregimiento en una grave crisis; crisis que no iba a
poder superarse con un simple cambio de titular al frente del mismo.
Ya hemos señalado cómo mosén Jaime Ferrer “sufrió” una primera residencia en el año
1512219, y cómo a pesar de las numerosas demandas que se pusieron en su contra, y contra sus
hombres (alcaldes, alguaciles y escribanos), le prorrogaron su oficio. Desde entonces todo fue
empeorando: su relación con la Iglesia, con los regidores, con los jurados, la resistencia a su
trabajo y al de sus jueces... El corregidor y sus hombres cada vez se hallaban más solos, y sus
tareas cada día eran más difíciles de llevar a cabo. Si bien, acaso porque lo consideraban lo
219 A.G.S., R.G.S., 1512-IV, Burgos, 23 de abril de 1512.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1652
más común por sus oficios, o porque tenían el apoyo (cada vez más etéreo) de los reyes, ellos
no flaqueaban a la hora de cumplir con sus cometidos. Al menos así pretendían que lo creyese
el “pueblo”.
Tras la muerte del rey Fernando el Católico a inicios de 1516, en todo caso, las horas de
mosén Ferrer al frente del corregimiento toledano están contadas. Para muchos, no para todos,
los motivos son innegables: era incapaz de mantener el orden público tanto en Toledo como
en sus cercanías; se enfrentaba a diario con los jueces eclesiásticos; y sus roces y forcejeos
con los regidores y los jurados eran frecuentes. Cierto que Jaime Ferrer recibía el apoyo de
algunos del Regimiento, y de unos cuantos jurados, pero era un apoyo minoritario frente a la
enorme cantidad de voces que instaban a quitarle el oficio de corregidor. Por ello, cuando
falleció Fernando el Católico inmediatamente se dispuso la celebración de un nuevo juicio de
residencia (el segundo) contra mosén Ferrer. No faltaron regidores y jurados que, apoyando a
éste, pidieron que no se celebrase hasta la venida de Carlos I a territorio castellano220, aunque
no sirvió de nada; entre otras cosas porque muchos más regidores y jurados solicitaron que se
realizara el juicio de residencia de forma inmediata, ya que los delitos, los crímenes y la falta
de justicia así lo requerían221.
8.1.2.1.1. El “desengaño” de Jaime Ferrer
Algunos regidores y jurados, con mosén Ferrer al frente, solicitaron el 31 de marzo de
1516 que no viniese ningún juez de residencia hasta que el rey, Carlos I, no llegara a Castilla.
Otros, entre ellos jurados como Francisco Ortiz y Luis Ramírez de Sosa, pidieron, mediante
una solicitud que el también jurado Diego Serrano presentó en la corte, que se realizase la
residencia, porque en nueve años sólo se había hecho una, y fue muy liviana222. La situación
llegó a tal extremo que a punto estuvo de surgir un conflicto como el de comienzos de 1507,
ya que Fernando de Silva, comendador de Otos, reunió a sus hombres con armas y lo mismo
hicieron caballeros próximos al conde de Fuensalida. Algunas voces aseguraban que todo se
hacía en beneficio del orden público, si bien no eran pocos los que, al contrario, afirmaban
que los Ayala -otra vez, como en enero de 1516- querían hacerse con el control de Toledo, y
algunos de los Silva iban impedírselo.
220 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros, gobernador del reino, Madrid, 1928, tomo II, doc. LXIII, pp. 123-124; A.G.S., S.E., leg. 1 (2), fol. 426. 221 A.G.S., S.E., leg. 1 (2), fol. 441. 222 A.G.S., S.E., leg. 1 (2), fols. 441-444.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1653
Los hechos ocurrieron de esta forma. El 17 de abril de 1516 un fiscal intentó capturar a
Diego de Angulo Navarro por ciertos delitos que había cometido; delitos por los que estaba
excomulgado. Cuando iba a atraparle, se quejaban Francisco Ortiz y Luis Ramírez de Sosa223:
...él se puso en defensa, poniendo mano a armas, y fue luego socorrido por çiertas personas, las quales, todos juntamente con él, se acogieron al alcáçar d´esta çibdad, por donde se escusó la prisión. Y otro día siguiente, dentro de la yglesia mayor, sobre palabras de enojo que ovieron çiertas personas, pusieron mano a armas, y el theniente de fiscal de vuestra señoría (del arzobispo de Toledo) que se halló en la yglesia fue a prover que no oviese allí ruydo, y quiso tomar las espadas a los que las tenían. Y sobre esto sacaron armas muchas personas que estavan en la yglesia, y asý se estorvó al dicho theniente de fiscal que no fisiese lo que quería prover justamente. Y esto acaeçió en la mañana y se sosegó. Y luego, a la tarde, saliendo el dicho theniente de fiscal de la yglesia mayor con su vara, salieron de la dicha yglesia quatro ombres que se suelen acoger al alcáçar, y acometieron al dicho theniente, e le llevaron acuchillándole, y él defendiéndose, desde la dicha yglesia mayor fasta la yglesia de Sant Lorenço, donde el dicho fiscal se acojió. Y aún allí procuraron de entrarle en la yglesia, pero el fiscal se defendió y quedó syn ferida, como quiera que le dieron muchas cuchilladas. Sobre esto la justiçia seglar fue rrequerida que proçediese y castigase los culpantes. Y el sábado syguiente el alguazil mayor juntamente con vuestro fiscal procuraron de prover los dichos malhechores, e fueron presos dos d´ellos, y están en la cárçel rreal d´esta çibdad. Todos pensávamos que luego brevemente se executara en ellos la justiçia, pero no se hizo execuçión ninguna. Y como ese día ovo mucha gente armada en la çibdad, non sabemos sy la execuçión de la justiçia çesó por floxedad de los ofiçiales d´ella o por themor que no fuesen embaraçados por la gente armada. Como quier que aya seydo, es cosa de mal exemplo no averse castigado cosas semejantes [...] la çibdad está asaz alterada, por donde se esperan escándalos sy no se provee... Para resolver este grave suceso se dispuso que viniese a Toledo como juez pesquisidor
un viejo conocido: el licenciado Gonzalo de Gallegos, el mismo que había tenido este oficio a
principios de 1507. Ahora, igual que entonces, tuvo enormes dificultades a la hora de ejecutar
la justicia. La mayor parte de los culpables en el ataque al teniente del fiscal huyeron; tan sólo
pudo hacerse justicia a dos, acusados de agredir al alguacil y de realizar otros delitos. A uno
se le cortó una mano por orden de mosén Ferrer (se trata de una de sus últimas acciones como
corregidor), y otro continuaba preso con el objetivo de hacer justicia en su contra. Surgieron
entonces rumores sobre que Fernando de Silva reunía y armaba a sus hombres para robar el
preso, y Fernando Dávalos, que en esos momentos era de la parçialidad de los Ayala, advirtió
sobre el asunto a seis o siete caballeros próximos al conde de Fuensalida, quienes, temerosos
de recibir una afrenta del conde de Cifuentes y los suyos, se mostraron dispuestos a armarse
también; y así lo hicieron. Muchos broqueles, espadas y capas se llevaron a las viviendas del
marqués de Villena, del conde de Fuensalida, del mariscal Payo Barroso de Ribera, de Pedro
de Ayala y de Pedro Vélez, donde se reunieron bastantes hombres. 223 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., doc. LXXXVI, pp. 162-164; A.G.S., S.E., leg. 1, fol. 444. Un documento del Consejo Real da una versión parecida: A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 22 de abril de 1516.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1654
Gonzalo de Gallegos tuvo serias dificultades a la hora de actuar; sobre todo a la hora de
hacerse con pruebas que acusaran a Fernando de Silva y a otros de reunir a personas armadas.
Según sus pesquisas, y debido a las dificultades para obtener la más mínima información, de
los Silva no se había armado nadie. Desde el punto de vista de Gallegos esto era tan verdad
como que sí hubo gente armada en la catedral o en la casa del arzobispo, cuyas parcialidades
eran desconocidas. Unos afirmaban que quienes agredieron al fiscal y a su lugarteniente el 17
de abril de 1516 se ocultaron en el alcázar, y otros que no. Frente a los que decían que sí, unos
certificaban que Fernando de Silva (responsable del alcázar junto a su hermano Alonso Suárez
de Toledo, ambos hijos del señor de Montemayor) echó de la fortaleza a los malhechores, ya
que el alcaide, Juan Solano, no permanecía en Toledo, y otros afirmaban lo contrario. Juan
Solano defendía que en el alcázar jamás entró delincuente alguno. No faltaban rumores que
asegurasen que todavía los malhechores estaban en Toledo, pero cuando se hacía a alguien
una pregunta sobre el suceso rogaba por Dios que no le preguntaran sobre el mismo, porque si
no iban a matarle. Algunos decían tener miedo a los hombres de Fernando de Silva; otros a
los caballeros partidarios de los Ayala; y muchos a los oligarcas, en general, sin dar nombres.
Al parecer, algunas personas cercanas al conde de Fuensalida y al marqués de Villena
(siempre “socios”) se habían armado para enfrentarse a los Silva, si bien éstos no se armaron,
y si lo hicieron tan sólo fue un grupo del comendador de Otos, uno de los que controlaban el
alcázar, para garantizar el orden público-según algunas hablillas-. Unas voces defendían que
Fernando de Silva estaba dispuesto a impedir que Gallegos hiciese justicia en unos presos, y
otras que eran los Ayala los que querían echar de Toledo a mosén Jaime Ferrer, por la fuerza
si era necesario, contando con el beneplácito de Cisneros. En fin, todo eran rumores, falsos en
su mayoría, sobre conspiraciones secretas, sobre fines ocultos, sobre falsas alianzas políticas...
No deja de ser llamativa la actitud del corregidor Jaime Ferrer ante todo esto. Tras casi
una década al frente del corregimiento toledano, seguro de que la muerte del rey Fernando iba
a perjudicarle, y seguro, también, de que los Ayala, Cisneros y el marqués de Villena, y otros,
querían verle fuera de Toledo, mostró una actitud de hastío, de aburrimiento, de cansancio. Ya
estaba harto de que siempre fuera igual: los falsos rumores sobre las trifulcas entre los Ayala
y los Silva siempre habían existido desde que llegó a Toledo, sin que nunca se produjese un
conflicto en serio entre dos bandos enfrentados. Según mosén Ferrer, éstas heran las cosas de
Toledo, y no había que darlas demasiada importancia224.
224 A.G.S., Secretaría de Estado, leg. 1 (2), doc. 443.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1655
En la corte del regente, del arzobispo de Toledo, se habían oído voces que aseguraban
que algunas personas estaban armadas. Según el propio Gallegos afirma en una carta del 2 de
mayo de 1516225: en lo del escándalo de las gentes que desýan que se avían armado en casas
de cavalleros, no es tanto como allá se dijo, con muchos quilates. Y es el mayor trabajo del
mundo alcançar a saber verdad, porque públicamente no se armó nadie. Y aunque algunos
fueron a las casas de los cavalleros, ençerráronse de tal manera que no se puede saber quién
fueron, ni ay onbre d´ellos que quiera nombrar a otro.
La causa del silencio no sólo era la complicidad; el miedo también cumplía un papel.
Los culpables de la existencia de tal miedo eran los hombres reçeptados en el alcázar, quienes
amenazaban a los ciudadanos con quitarles la vida en caso de que testificaran en su contra. En
lo que toca a los excesos del alcáçar, decía Gallegos en una carta a Cisneros:
...crea vuestra señoría que les tyenen cogido tanto miedo que no ay quien ose desyr
cosa contra ellos, en tanto que tomando un testigo, un vezyno mesonero, y preguntado de las cosas del alcáçar, me rrogó que por la pasyón de Dios no le hisyese desyr con qué lo matasen aquéllos del alcáçar, que lo matarían de noche, o se avía de perjurar. Y pareçióme que tenía rrazón, y no le quise apretar más...
Más duras son las palabras que escribe el propio Cisneros en una misiva a Diego López
de Ayala, su delegado en la corte de Carlos I226:
...otrosý, es menester que allá hagáys rrelación cómo en el alcázar de Toledo se
acogen todos quantos malhechores y homicidas hay, y está hecha aquella fortaleza una cueva de ladrones, por donde la justicia no puede ser ejecutada como es menester, y se hazen muchos ynsultos y excesos en deservicio de Dios y de sus altezas. Y cómo el rrey, nuestro señor, aya enviado a mandar que no se haga ynovación ninguna, y que todas las cosas estén en el estado que estavan en vida de la Cathólica Majestad, no hemos curado de hacer mudanza ninguna. Y porque esto conviene tanto al servicio de su alteza y a la paz de aquella çibdad, será bien que hagáys dello allá relación para que su alteza lo mande proveer, y aquel alcázar y puertas se diessen a alguna persona que lo toviesse como convenía al servicio de sus altezas, y al bien y paz de aquella cibdad...
Frente a esta acusación, el alcaide del alcázar, el jurado Juan Solano, decía que todo era
falso, que en el alcázar no estaba acogido ningún malhechor, y que si habían denunciado que
estaban acogidos era con enemistad y maliçia, porque la verdad era, decía Solano, que en el
dicho alcáçar no se acogen syno personas de buen vevir, y todos son servidores de vuestra
alteza, y nunca se les dio favor ni ayuda para delito que cometiesen. Antes sabrá vuestra
alteza, y ansý yo lo denunçio, que en la dicha çibdad de Toledo ay muchas cassas de
cavalleros, y prinçipalmente en la yglesia mayor, a donde hasta aquí, y agora, se acogen y an
225 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., doc. XCVII, pp. 185-186; A.G.S., S.E., leg. 1 (2), fol. 442. 226 Cartas del cardenal don fray Francisco Jiménez de Cisneros, dirigidas a don Diego López de Ayala, Madrid, 1867, carta LXIV, pp. 112-113.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1656
acogido malhechores de mal trato y vida, los quales toman por fuerça mugeres cassadas, y
las tienen en las dichas cassas de los cavalleros que los favorecen, y hazen otros delitos más
feos...227
Estas acusaciones de Juan Solano muestran bien a las claras cuál era el nivel de tensión
que existía en Toledo en esos momentos. Pero sus críticas no acababan ahí. Además, para él
el licenciado Gallegos era muy odioso y sospechoso, por muchas y justas caussas que son
públicas y notorias, especialmente porque es allegado y servidor del marqués de Villena, y
llevaba acostamiento del duque d´Arcos, su yerno. Y siempre come en cassa del dicho
marqués, y está en su casa, decía Solano228. Y el dicho marqués le fio al tienpo que por
mandado de vuestra alteza fue presso, y se le dio esta corte por cárçel. Y no es justa cossa nin
razonable que estando el dicho liçençiado acussado y presso por delito que meresçía gran
pena (desconocemos el delito que realizó) fuese proveýdo por juez pesquisidor ni de ofiçio de
justiçia, ni podiese castigar de delito primero que fuese castigado del que él avía cometido.
En esta crítica está la clave que explica por qué decidieron no nombrar a Gallegos como
juez de residencia de mosén Jaime Ferrer, sustituyéndole por Gonzalo Fernández Gallego.
Sobre todo en las últimas palabras de la demanda de Solano: mande proveher de otro juez
pesquisydor, pedía al arzobispo de Toledo, para que conozca de todo lo sobredicho, y de lo
que yo he denunçiado, o a lo menos ynbíe [...] otra persona de letras y de buena fama para
que conozca juntamente de todo con el dicho pesquisydor, porque en quynientos maravedís
de salario [al día] harto ay para enbranbos, según la ley y premática que sobresto dispone.
Estas palabras tuvieron mucho eco en la corte de Cisneros; hasta tal punto que se acordó
que, viendo la relación de Gonzalo Gallegos con el marqués de Villena, quien llevaba años
intentando hacerse con el control de Toledo, lo aconsejable era que Gallegos abandonase la
ciudad del Tajo lo antes posible. Gallegos sabía que muchos pensaban esto. De hecho, se
había enterado de algo con lo que afirmaba no estar de acuerdo en lo más mínimo. Al parecer,
Cisneros había dispuesto que viniera a Toledo como juez de residencia Gonzalo Fernández
Gallego. Se repite así lo acontecido en el año 1507, y, otra vez, los documentos confunden, en
alguna ocasión, a ambos personajes. Primero se nombró como juez pesquisidor al licenciado
Gonzalo de Gallegos, y luego como juez de residencia, y también como juez pesquisidor, al
licenciado Gonzalo Fernández Gallego229.
227 A.G.S., C.C., Personas, leg.. 27, s.f., Solano (Juan). 228 Idem. 229 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 13 de mayo de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1657
La sensación de abatimiento de mosén Ferrer ante los sucesos de abril de 1516 concedió
legitimidad a los que deseaban que se fuera de la ciudad del Tajo. Parecía claro que las horas
de Jaime Ferrer como corregidor estaban contadas, y Gonzalo de Gallegos creía que él iba a
encargarse de realizar su juicio de residencia. No fue así; algunos criticaron a éste, acusándole
de exhibir cierto “amiguismo” con el marqués de Villena.
Gallegos estaba enojado. Según él, aviendo [...] redimido con la ayuda de Dios [...] esta
çibdad (Toledo) en tiempo tan deshecho, con continuos sudores de sangre, y en tiempo de
hanbre, era justo que le nombraran a él juez de residencia, en compensación por sus continuos
desvelos. De no ser así lo tendría como un agravio. No sirvieron de mucho sus quejas. El 10
de mayo de 1516 Gonzalo Fernández Gallego tomó posesión de su cargo como juez de
residencia230, si bien las demandas empezaron a ponerse sobre todo a partir del 19 de ese mes.
De esta forma, lo solicitado por Juan Solano hizo efecto, y Gonzalo de Gallegos tuvo que irse
de Toledo; en su opinión de manera deshonrosa.
Muchas de las demandas puestas ante Gallego se proyectaron contra uno de los alcaldes
mayores de Jaime Ferrer, el licenciado Gaspar Calderón. En concreto se pusieron entre el 19
de mayo y los primeros días de junio. Aparte de las de carácter más particular, el Cabildo de
jurados designó a Martín Husillo y a Cristóbal Cota para que demandaran algunos agravios
hechos tanto a la comunidad urbana, en general, como a sujetos particulares231. Se le acusaba
de haber pretendido cobrar un préstamo de 3.000 ducados de oro que el rey Fernando había
solicitado a la urbe, a pesar de que más tarde ordenó que no se cobrase232; de no ejercer la
justicia de un modo correcto233; y de actuar en ocasiones de forma altanera, prepotente y
abusiva. Había agredido a ciertas personas sólo por atreverse a solicitar justicia ante él; e hizo
que se ejecutaran condenas excesivas, sin oír a quienes suplicaban misericordia y clemencia.
En total se pusieron 32 demandas en su contra.
DEMANDAS PUESTAS EN CONTRA DEL ALCALDE GASPAR CALDE RÓN
EN LA RESIDENCIA DE GONZALO FERNÁNDEZ GALLEGO (1516 )
DEMANDANTE DEMANDA FECHA RESPUESTA DEL ALCALDE CALDERÓN
Alonso Pérez de Toledo Le hizo sacar prendas a la fuerza por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
19 de mayo Se hizo por servicio del rey. De otra forma no hubiera prestado
230 A.M.T., A.C.J., D.O., nº. 1 y 2; A.G.S., E.M.R., Quitaciones de corte, leg. 35, fol. 581. 231 A.G.S., C.C., Personas, leg. 5, fol. 172. 232 A.G.S., C.C., Personas, leg. 5, fol. 173. 233 Por ejemplo, a la hora de cobrar el préstamo solicitado, a pesar de que se ordenó que no lo cobrase, trató e afrontó muy ásperamente a los que debían pagarlo, hasta tanto que ellos por redemir su vexaçión e continua molestaçión deposytaron tres mill ducados en un cambio: A.G.S., C.C., Pueblos, Leg. 20, fol. 223.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1658
Juan Pérez de Toledo Le hizo sacar prendas a la fuerza por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
19 de mayo Se hizo por servicio del rey. De otra forma no hubiera prestado
¿? Álvarez “el rico” Le hizo sacar prendas a la fuerza por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
19 de mayo Se hizo por servicio del rey. De otra forma no hubiera prestado
Juan de Vera, escribano público
Yendo a notificar una provisión del rey le deshonró
19 de mayo No dice la verdad
Diego Fernández de Aguilera, hermano de Juan de Vera
Yendo a hacer un auto como notario le deshonró de palabra
19 de mayo No dice la verdad
Alonso Álvarez “el rico” Le hizo sacar prendas a la fuerza por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
19 de mayo Se hizo por servicio del rey. De otra forma no hubiera prestado
Alonso Pérez Le agravió en cierto pleito 19 de mayo Hizo justicia
Marcos de Escalona, criador de ciertos menores
Le agravió por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
20 de mayo Se hizo por servicio del rey. De otra forma no hubiera prestado
Diego Franco, en nombre de un sobrino
Siendo su sobrino ladrón le ahorcó 23 de mayo Que fiso justiçia, syendo público ladrón, e un pecador de noche e de día
Diego de Torrejón, sombrerero
Apresó a un ladrón que le había hecho ciertos hurtos y le dio por libre sin ser él contento
23 de mayo No es verdad. Hizo justicia
Pedro de Ayala Soltó a muchos presos por jugar sin haberle pagado los derechos que tenía como diputado de los juegos
23 de mayo No es verdad
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Los escribanos de sus audiencias llevaban demasiados derechos
23 de mayo No es verdad
Martín Husillo, procurador del Cabildo de jurados
Dijo ciertas palabras injuriosas a Juan de Illescas, escribiente de un escribano público
23 de mayo No es verdad. Y la parte, el escribiente, no lo solicita
Martín Husillo, procurador del Cabildo de jurados
Dijo a Fernando de Villa Real que sy fera confeso
23 de mayo No es verdad. Y la parte no lo solicita
Martín Husillo, procurador del Cabildo de jurados
Por cierto desacato que Juan Tello, procurador, hizo ante él lo envió a la cárcel
23 de mayo No es verdad. Y la parte no lo solicita
Francisco de Gálvez Le agravió en una calzada que tiene la calle donde vive
24 de mayo Hay pleito pendiente e hizo justicia
Martín Husillo, procurador del Cabildo de jurados
Yendo a pedir justicia Francisco Álvarez le dio de puñadas
26 de mayo No es verdad. Y la parte no lo pide
Cristóbal Cota, procurador Habiendo traído provisión del rey 26 de mayo Hizo justicia. Se remite a
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1659
del Cabildo de jurados
Fernando para que no se pidiese el préstamo, lo hizo
algunas cartas del monarca
Martín Husillo, procurador del Cabildo de jurados
Mandó llevar preso a la cárçel, arrastrando, syn lo pedir la parte, a Martín Alonso Sorje
27 de mayo No es verdad. Y la parte no lo pide
Fernando de San Martín Le agravió en una sentencia que apeló 27 de mayo Hay pleito pendiente e hizo justicia
Antonio Núñez Le hizo sacar prendas a la fuerza por un préstamo que el rey Fernando solicitó a la urbe
27 de mayo (no hay respuesta)
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Teniendo provisión del rey que le ordenaba que se sentase a hacer justicia, ponía un lugarteniente
28 de mayo Lo hizo porque podía y siempre se ha hecho así
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Consentía que los mozos de los escribanos examinasen los testigos sin estar ellos presentes
28 de mayo No es verdad
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Deshonró a un ganapán, al que llamaban “Pie de gallo”, que es de los vellacos del barrio del rey que llevan cargos en esta çibdad, porque fue a pedir justicia
28 de mayo No es verdad. Y la parte no lo pide
Juan de los Santos, en nombre de su hijo
Porque su hijo dio de cuchilladas a un Juan de Benavente, correo, le cortó la mano derecha
29 de mayo Se hizo justicia y se remite al proceso
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Estando mandado por provisión del rey que hubiese en la cárcel real una arca con todas las escrituras que pasasen ante los escribanos del crimen, no se cumplió. Los escribanos tenían las escrituras y no estaban en la cárcel
29 de mayo Las escrituras no estuvieron nunca en la cárcel
Alonso Álvarez, jurado Le condenó a 300 maravedíes y otras cosas de forma injusta
2 de junio Hizo justicia
Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
A uno que cometió cierto delito en Cuenca le enclavó la mano en Toledo
6 de junio Hizo justicia. Y la parte no lo pide
Alonso Álvarez, jurado Su hijo jugaba. El licenciado tomó el juego y le castigó
6 de junio Hizo justicia
Mazón Pellejero Le llevó unos derechos de forma injusta 9 de junio Los llevó de forma justa
Alonso de Madrid y Juan de Herrera, pellejero
Les llevó unos derechos de forma injusta
9 de junio Los llevó de forma justa
Diego del Castillo, vecino de Toledo y morador en Argés
Le tuvo preso en la cárcel porque tomó en fiado a un muchacho que mató de una pedrada a otro
10 de junio Hizo justicia
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1660
Durante los días que se pusieron las demandas en contra del alcalde Gaspar Calderón,
entre el 19 de mayo y el 10 de junio, también se demandaron los serios abusos cometidos por
los alguaciles del corregidor234: Gómez de Trigueros, Alonso de Ribera, “Bonifacio”, Juan de
Murga, Lope Alegría, Lorenzo Figueredo, “Frexneda”, Pedro Mata y “Machuca”. Entre todas
las acusaciones hay una que destaca de manera muy evidente: casi todos se habían excedido a
la hora de prohibir la circulación de armas por las calles. Los problemas de orden público les
obligaron, según parece, a cometer ciertos abusos.
DEMANDAS PUESTAS EN CONTRA DE LOS ALGUACILES DEL CO RREGIDOR
EN LA RESIDENCIA DE GONZALO FERNÁNDEZ GALLEGO (1516 ) ALGUACIL DEMANDADO
DEMANDANTE DEMANDA FECHA
Gómez de Trigueros Andrés Cabrero, vecino de Peromoro
Siendo cuadrillero le llevó por costas una saya
19 de mayo
Alonso de Ribera Pedro Álvarez Pezciruelo
Le tomó un puñal 19 de mayo
Juan de Murga Pedro Marcos
Le tomó una espada 23 de mayo
Bonifacio Juan Díaz, armero Llevó sin mandamiento de alcalde a la cárcel a su mujer y a una criada
23 de mayo
Juan de Murga Juan de Piña Le quitó una espada como cobro por cierto asunto
26 de mayo
Lorenzo Figueredo Antonio Hurtado Le tomó un puñal 26 de mayo
Gómez de Trigueros Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Le sacó un capuz como cobro y no tiene contenta a la parte
27 de mayo
Lorenzo Figueredo Diego Mateos, vecino de Mocejón
Le sacó unas prendas y se las devolvió perdidas
27 de mayo
Lorenzo Figueredo Vicente de Ribera
Le sacó una prenda 27 de mayo
Juan de Murga Andrés Fernández Leonero
Le tomó un puñal 27 de mayo
Lorenzo Figueredo Jerónimo Pregonero Le tomó un puñal y una espada
27 de mayo
Frexneda Andrés Tornero y Pedro Franco
Les tomó ciertas armas 27 de mayo
Pedro Mata Francisco de Medina Le tomó un broquel 28 de mayo
Frexneda Cristóbal Cota, procurador del Cabildo de jurados
Andaba por las casas donde jugaban y no prendía a los que hallaba jugando. Se concertaba con ellos por un dinero [al margen se dice que la acusación es falsa]
30 de mayo
Machuca y Gómez de Fernando Núñez, Le deben ciertos maravedíes y 30 de mayo
234 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 195.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1661
Trigueros mercader mercancías que les ha fiado [al margen se dice que esto no es cosa de residencia]
Machuca Fernando Núñez, mercader
Le debe ciertas doblas [al margen se dice que esto no es cosa de residencia]
2 de junio
Machuca Gonzalo de Talavera Le tomó una espada
2 de junio
Lope Alegría Alonso Álvarez, jurado Indujo a un hijo suyo a jugar y le ganó un ducado [al margen se dice que no es verdad]
6 de junio
Lope Alegría Nicolás de Lilia Le tomó una espada 6 de junio
Machuca Pedro de Salazar Le tomó una espada y un puñal 7 de junio
Machuca Eugenio de Pantoja Le tomó un puñal 7 de junio
Alonso de Ribera Gonzalo Ortiz de Espinosa Le tomó en ejecución unas prendas muy valiosas
7 de junio
Gómez de Trigueros Martín Carrillo
Le tomó una espada 7 de junio
Pedro Mata Andrés de Torres, criado de Pedro de Ayala
Le tomó una espada 9 de junio
Frexneda Alonso de Villaquirán Le tomó una espada y un puñal 9 de junio
Lorenzo Figueredo El licenciado Hamusco Le dio un mandamiento para hacer una ejecución y lo ha perdido
9 de junio
Gómez de Trigueros Juan Pérez Vizcaíno, cubero
Le tomó una espada 10 de junio
Machuca Francisco Serrano Le dio de puñadas, le asió de los cabellos y le quitó 30 reales
10 de junio
También se demandaron, entre los días 17 de mayo y 9 de junio de 1516, los abusos
cometidos por el bachiller Gil Costilla, alcalde de alzadas235 del corregidor Jaime Ferrer.
DEMANDAS PUESTAS EN CONTRA DEL ALCALDE DE ALZADAS G IL COSTILLA
EN LA RESIDENCIA DE GONZALO FERNÁNDEZ GALLEGO (1516 )
DEMANDANTE DEMANDA FECHA RESPUESTA DEL ALCALDE COSTILLA
Gonzalo Muñoz, espadero Trayendo un pleito ante el bachiller Costilla le agravió
17 de mayo Se hizo justicia
Cristóbal Cota, como promotor de la justicia real
Siendo alcalde, y yendo contra los capítulos de los corregidores, tenía ganado ovejuno en el término de la urbe
19 de mayo No es verdad. Si lo tuvo fue pastando en una dehesa a cambio de un dinero
Pedro de Ayala Yendo a visitar la tierra Costilla, condenó a muchos por jugar, y no le dio cuenta a él de las penas, como debía
19 de mayo Sí que dio cuenta
235 A.M.T., “Siglo XV”, caja 2.529, documentos sueltos.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1662
María de San Andrés Trayendo un pleito ante el bachiller
Costilla la agravió
19 de mayo Hizo justicia
Alonso Pérez de Toledo Pleiteando con García Álvarez, éste pagó 4 ducados a Costilla para que sentenciase a su favor
19 de mayo No dice la verdad. Está gestionando el asunto aún
Cristóbal Cota, como promotor de la justicia real
Yendo a visitar la tierra de la urbe, y a castigar a los jugadores, Costilla jugaba a los naipes y no ponía penas a los que jugaban con él
23 de mayo No es verdad
Cristóbal Cota, como procurador del conde de Fuensalida
Trayendo el conde un pleito con Francisca, mujer de Tello de Guzmán, sobre una pared, Costilla se mostró favorable a la mujer
26 de mayo El pleito está en la Chancillería de Valladolid
Alonso de Burgos, procurador de Tomás de Frías
Trayendo un pleito en apelación ante el bachiller Costilla, le perdió los papeles del pleito
28 de mayo Nunca recibió los papeles, y ya aparecieron
Cristóbal cota, como procurador del licenciado Pedro de Herrera, relator
Trayendo un pleito Pedro de Herrera con Alonso de la Torre, Costilla dio una sentencia a favor de éste último, por ser su amigo
29 de mayo Hizo justicia
Fernando Pérez de Aguilera, escribano público
Trayendo un pleito ante Costilla, le condenó. Apeló la sentencia ante la Chancillería de Valladolid, y ésta la revocó. Pidió el pago de las costas
9 de junio Hizo justicia
Mosén Ferrer se quejaba de que muchas personas, a manera de bando y parçialidad,
seguían públicamente la residencia, y de que Gallego le mostraba mucho odio. Hubo quien
pidió que se prorrogase el trabajo de éste para seguir enjuiciando a Ferrer. El Ayuntamiento se
negó, pero, aún así, lo solicitaron unos jurados “de la parcialidad”, que se manifestaban muy
próximos al juez de residencia. Según Ferrer, dicho juez pretendía conseguir la prórroga fuera
como fuese. Afirmaba conocer bien sus intenciones, pues en 30 jornadas podían ponerse más
de mil demandas236. Entre otras irregularidades, Gallego estaba dispuesto a recibir demandas
de sucesos ocurridos antes de la primera residencia que se tomó a mosén Ferrer (realizada por
Rodrigo Vela Núñez de Ávila, como se vio); abría pleitos para complacer a Pedro de Ayala;
para complacerle, de igual modo, quitaba sus oficios de escribanos públicos a hombres como
Andrés de Ortega, Antonio Gómez de Gómara, Villalta y Pedro García (se quejaron de ello en
el Consejo237), que habían trabajado con el corregidor y sus alcaldes, diciendo que estaban en
la obligación de someterse también a una residencia, cuando según Ferrer su obligación era la
236 A.G.S., Consejo y Juntas de Hacienda, leg. 2, doc. 101. 237 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 324.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1663
misma que la que tenían los otros 26 escribanos públicos, todos los regidores y todos los
jurados238. Además, Gallego tan sólo tomaba residençia secreta a los acólitos del conde de
Fuensalida, cuando éstos eran los que, pública y secretamente, decían buscar personas que
testificaran contra el corregidor. No sólo eso: el juez de residencia no aceptaba a los testigos
favorables a Ferrer y sus oficiales.
El referido Pedro de Ayala, por su parte, junto a Fadrique de Zúñiga, por todas las vías
procuraba que los ciudadanos fuesen a poner demandas contra el corregidor, mientras que las
personas que iban a testificar en apoyo de éste eran maltratadas tanto por el juez de residencia
como por los dichos Ayala y Zúñiga, siempre presentes en las audiencias de Gallego; es decir,
cuando hacía justicia. Un domingo, incluso, el conde de Fuensalida juntó en su casa muchos
jurados e letrados, e otras personas particulares de la dicha çibdad, e diz que procuran de
buscar quexas e demandas por todas las partes e calles d´esa dicha çibdad, afirmaba Ferrer,
e que dan capítulos contra él e sus ofiçiales. De manera inaudita, Gallego consentía que se
reuniesen a diario los jurados con el fin de elegir a algunos de ellos para andar por las calles
procurando lo mismo. Y lo que es peor: el juez de residencia realizaba reuniones a puerta
çerrada con el dicho conde de Fuensalida y sus debdos.
Ante estas quejas hubo de pedirse a Gonzalo Fernández Gallego que actuara de forma
correcta, y que procurase que no se hicieran ayuntamientos algunos a manera de bandos para
seguir en la dicha resydençia. Sirviese de algo o no, Gallego fue prorrogado en su oficio el 30
de mayo de 1516 por 30 días239, en un escrito presentado en el ayuntamiento de Toledo el 6
de junio240.
La residencia estaba dejando en muy mal lugar tanto al corregidor como a sus oficiales.
Según una pesquisa secreta, Jaime Ferrer, además de mostrarse remiso en la gobernación de la
ciudad, había disimulado muchos hechos delictivos de sus hombres. En lo que respectaba al
principal de éstos, el licenciado Gaspar Calderón, alcalde mayor que fue de Toledo241:
...tobo las manos limpias de cohechos y de derechos demasiados, no llevándolos ni
consintiéndolos llevar a los ofiçiales de la justiçia mayor [...] pero [...] ha eçedido -asegura Gallego- en el proçecer exarutamente (sic: exabruptamente) en las causas cryminales, y en aver ynjuriado de palabra e hecho a los litigantes y personas honradas y nobles d´esta çibdad, maltratándolas en público y secreto...
238 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 276. 239 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 30 de mayo de 1516. 240 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 320. 241 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 205.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1664
Al igual que los alguaciles, que se habían excedido al impedir la circulación de armas
por las calles, con la finalidad de salvaguardar el orden público, la tarea de Calderón también
parece excesiva en este mismo aspecto: a la hora de imponer castigos muy severos frente a los
crímenes, buscando atemorizar a la población para que nadie se atreviese a seguir la conducta
criminal de los condenados. Todo era por el bien de la paz pública.
La residencia también presentó un balance negativo del trabajo del alguacil Alonso de
Ribera242. Entre otras cosas, le condenaron a que pagase 6 reales a Diego López de las Dueñas
por habérselos cohechado, además de las respectivas condenas económicas a la cámara real.
Ribera apeló la sentencia y ésta fue revocada. Del mismo modo, Dueñas le prestó una yegua
durante 15 días a cambio de que le permitiese jugar. Por esto el juez de residencia condenó a
Ribera a una pena de 375 maravedíes, más las respectivas multas para la cámara de los
monarcas, pero también apeló la sentencia, y el Consejo estableció que tan sólo pagase 100.
Otros veredictos que condenaban a Ribera al pago de 6 reales por robar un puñal a Dueñas, y
de 8 por recibir unos derechos excesivos en la ejecución de una deuda, igualmente fueron
revocados tras apelarse. De esta forma, la residencia contra el alguacil Alonso de Ribera no
tuvo el éxito esperado.
Lo mismo sucedió con los otros alguaciles. Al alguacil Alonso Francés, Gallego le puso
tres condenas: una de 7 reales de plata por llevar demasiados derechos por su labor; otra de 2
castellanos de oro por permitir a un tal Juan de Vargas jugar; y una tercera de 7 ducados de
oro también por unos derechos demasiados243. Apeló las tres, y las tres fueron revocadas.
También se dio por ninguno un veredicto en contra de otro de los alguaciles: Melchor de
Saavedra244. De igual modo, el alguacil mayor Juan Folleda245 y los alguaciles Pedro Mata246,
Lope Alegría, Francisco de Morales247, Rodrigo de Bolaños248 y Pedro de Frexneda249
apelaron las sentencias que Gallego dio en su contra. Incluso consiguieron que se diera una
disposición que les aseguraba que Gallego les otorgaría las apelaciones que solicitasen, y que
iba a proceder de forma legal a la hora de expropiarles algún bien por culpa de las condenas
que les impusiesen250.
242 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 87. 243 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 1 de octubre de 1516. 244 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 31 de julio de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 11 de octubre de 1516. 245 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 12 de julio de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-IX, Madrid, 6 de septiembre de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 14 de noviembre de 1516. 246 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 11 de octubre de 1516. 247 A.G.S., Co.Re., leg. 663, exp. 7. 248 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 30 de julio de 1516. Ciertos nombres aparecidos en el escrito son erróneos. 249 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 11 de octubre de 1516. 250 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 17 de mayo de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1665
Otro de los que se mostraron contrarios a lo dispuesto por el juez de residencia fue el
arriba referido alcaide del alcázar, el jurado Juan Solano. Si se había quejado en la corte ante
la actuación de Gallegos, Gonzalo Fernández Gallego le llegó a encarcelar en la Puerta de
Bisagra desde el 22 de mayo de 1516, jueves251. El motivo del encarcelamiento fueron unas
palabras que Solano tuvo con él, por las que primero le mandó que se presentase ante el
Consejo a dar cuenta de ellas, para luego establecer una orden de arresto. Pedro de Villayos,
otro jurado, fue hecho preso252, de igual forma, y le llevaron a la corte, donde le metieron en
prisión.
Algunos vecinos también se quejaban de la labor del juez de residencia253. El bachiller
Costilla, el alcalde de alzadas, puso una demanda contra Francisco de Torres, y más tarde,
hablando de forma distendida con unos vecinos, dijo que Torres era un ladrón. Éste, en
respuesta al insulto, le demandó ante el juez de residencia, quien, tras realizar una pesquisa, le
metió en la cárcel. Luego sentenció que se desdijese en público de esas palabras, pero Costilla
apeló la sentencia ante la Chancillería de Valladolid. A pesar de ello, Gallego dispuso que no
le dejaran salir de la cárcel254. Alvar Pérez de Villoldo, por su parte, decía que por culpa del
juicio de residencia no se sentenciaba un pleito que mantenía con Antonio Gentil, mercader
genovés estante en Toledo, del que se encargaba antes mosén Ferrer255. Eso mismo decía Juan
de Luna. Jaime Ferrer estaba tratando un pleito que él tenía con Diego Pérez de Ribadeneira
sobre unas tierras, y no se sentenciaba por culpa de la residencia256. Tampoco parecía que se
fuera a sentenciar pronto el proceso entre Juan Gaitán y Alonso Suárez de Toledo257. Otras
personas consiguieron que Gallego realizase una residencia a los alcaldes de la Hermandad258.
En la corte de Cisneros empezaron a ponerse nerviosos. Sólo llegaban apelaciones de
las sentencias de Gallego, y quejas de su labor. Sin embargo, él no enviaba el resultado de su
residencia, a pesar de que a fines de julio de 1516 el plazo para realizarla ya había finalizado.
El día 30 de ese mes se le ordenó que en 3 jornadas enviase la información de la residencia
ante el Consejo259.
251 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, fol. 322. 252 A.G.S., C.C., Personas, leg. 30, s.f., Velayos, (Pedro) 253 El bachiller Alonso de Carvajal apeló las sentencias que dio en un pleito que trataba contra Gonzalo de Dueñas y Cristóbal Cota: A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 17 de julio de 1516. 254 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 31 de julio de 1516. El bachiller Costilla también tuvo problemas con el conde de Fuensalida, porque éste le demandó debido a un mandamiento por él dado, para que derribasen cierto edifico que había hecho Francisca de Zúñiga: A.G.S., R.G.S., 1516-VIII, Madrid, 12 de agosto de 1516. 255 A.G.S., R.G.S., 1516-V (blando) 20 de mayo de 1516. 256 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 29 de mayo de 1516. 257 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 30 de julio de 1516. 258 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, (blanco) mayo de 1516. 259 A.G.S., R.G.S., 1516-VII, Madrid, 30 de julio de 1516.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1666
En este ambiente de tensión y enfrentamiento, se decidió que el balance de la residencia
de Gonzalo Fernández Gallego era lo suficientemente negativo como para despojar del oficio
de corregidor de Toledo a mosén Ferrer. En esto coincidían casi todos; en lo que no se estaba
tan de acuerdo era en el modo en que habían de arrebatarle del cargo. Carlos I, el sucesor a la
corona castellana tras la defunción de Fernando el Católico, aseveraba una y otra vez en sus
cartas que su voluntad era que Ferrer permaneciese en el corregimiento hasta que él llegase a
Castilla260. No obstante, acabó claudicando ante esas voces que requerían la pronta llegada de
un nuevo corregidor a la ciudad del Tajo para solucionar los problemas existentes, por mucho
que algunos asegurasen a mediados de 1516: todos estos rreynos (de las Coronas de Aragón y
Castilla) [...] están en la mayor paz que jamás estovieron261.
El cardenal Cisneros, entonces regente de Castilla, fue uno de los que más procuró que
mosén Ferrer fuera sustituido en el oficio de corregidor toledano. En una misiva, a uno de sus
hombres en la corte del rey, decía262: os escrevimos en lo de los corregimientos de Toledo y
Valladolid, y de los otros, para que dixessedes a su alteza [Carlos I] de nuestra parte que en
ninguna manera conviene que queden allí los que los solían tener, porque sería destruyr
aquellos lugares; y que una de las principales cosas porque murmuravan de la cathólica
majestad (del rey Fernando) hera por aver puesto allí tales personas.
De igual modo, una vez despojado mosén Ferrer de su corregimiento, Cisneros escribía
lo siguiente en otra carta263:
...diréys a su alteza que no se pudo hazer mayor serviçio a su majestad que quitar de
aquella çiudad de Toledo a mosén Ferrer, que con sus ofiçiales la tenía toda destruyda e rrobada, y agora por la rresydençia parecen mil rrobos y maldades que allí se hazían; y por esto los más de los ofiçiales han huydo, y muchos d´ellos han sydo condenados a açotes y a otras penas por el juez de rresydençia. Y la çiudad por estas cosas está tan mal con mosén Ferrer, que antes se dexarían destruyr que consentir que él bolviese allí por corregidor, y todos los cavalleros naturales de allí antes se yrían del rreyno que consentir que bolviese allí...
Jaime Ferrer siguió con la vaga esperanza de continuar en el corregimiento de Toledo
hasta finales del verano de 1516. A mediados de septiembre de este año unas palabras de
Cisneros acabaron por desesperanzarle. En una carta de Varacaldo, uno de los secretarios del
clérigo -fechada el día 28 de septiembre de 1516-, puede leerse en cifrado: mosén Ferrer no
quedará en Toledo, y oy le desengañó el cardenal a la clara, que no curare de trabajar en
260 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., tomo I, p. 95. 261 Cartas del cardenal don fray Francisco Jiménez de Cisneros..., doc. LXXIII, pp. 129-130. 262 Epistolario español..., doc. LXXVII, p. 255 a. 263 Cartas del cardenal don fray Francisco Jiménez de Cisneros..., doc. LXXIII, pp. 129-130.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1667
valde264. Poco importaba ya el resultado de la residencia de Gallego. El resultado fue
negativo, y por eso despojaron de su corregimiento a Jaime Ferrer, pero por muy positivo que
hubiera sido es seguro que hubiese pasado lo mismo. Muerto Fernando el Católico, Ferrer
contaba con muchos enemigos en la corte del arzobispo Francisco Jiménez de Cisneros, que
querían verle lejos de la ciudad del Tajo. Incluso el arzobispo estaba en su contra, debido a
sus continuos enfrentamientos con los jueces eclesiásticos265. Ante tal situación, Jaime Ferrer
se convenció de que, tras casi una década al frente del corregimiento toledano, había llegado
el momento de marcharse de Toledo. Recogió sus cosas y se puso de camino, dirección a su
tierra. Había servido durante apenas ocho años como corregidor. Gómez Manrique lo hizo
durante trece, y Pedro de Castilla a lo largo de una década y media.
******
8.1.2.1.2. Un corregidor mal avenido: el conde de Palma
Elegir a una persona idónea para ejercer como corregidor en Toledo era problemático;
lo había sido desde el mismo nombramiento de Gómez Manrique. Ahora, a la altura de 1516,
por culpa de la crisis que sufría la institución, las complicaciones eran mucho mayores. Aún
así, sin discutirlo demasiado, se decidió que el mejor sustituto de mosén Ferrer era el conde de
Palma, Luis Puertocarrero; un corregidor “de capa y espada”, un noble, no un hombre con
preparación académica perteneciente a estratos sociales medios, o medios-altos. En la corte de
Cisneros se creía que tan sólo una persona de este tipo, con cierto rango de dignidad por su
origen, iba a poder imponerse a los díscolos gobernantes toledanos. No fue así.
El 17 de noviembre de 1516 se presentó en el ayuntamiento el que iba a ser el nuevo
corregidor. Era una reunión extraordinaria, a la que estaban convidados los gobernantes para
discutir si decidían aceptar en el corregimiento al conde de Palma o no. Acudieron el entonces
juez de residencia, Gonzalo Fernández Gallego, el conde de Fuensalida (alguacil mayor), Juan
Niño, Martín Vázquez de Rojas, Pedro de Herrera, Juan Carrillo, Pedro de Ayala, Antonio de
la Peña y Pedro Zapata266. De los jurados se presentaron Francisco Ramírez de Sosa, Juan
Ramírez de Bargas, Francisco Francés, Diego Serrano, Alfonso Romero, Diego de Argame,
Diego de San Martín, Bernardino de la Higuera, Pedro de Villayos, Alfonso Ortiz, Juan
Zapata, Juan Solano, Alonso de Sosa, Francisco de Bargas, Diego Sánchez, Diego de Rojas,
264 Cartas de los secretarios del cardenal don Francisco Jiménez de Cisneros..., carta VIII, p. 33. 265 Cartas del cardenal don fray Francisco Jiménez de Cisneros..., doc. LXXIII, pp. 129-130. 266 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 229, fol. 1 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1668
Jerónimo de Morales, Diego de Santamaría y Alonso de la Torre. Delante de todos estos el
conde de Palma presentó una provisión del Consejo Real, fechada el 8 de noviembre de
1516267, por la que se le entregaba el corregimiento de Toledo; se pedía a los gobernantes
urbanos que colaborasen con él en todo por la paz y sosiego de la ciudad del Tajo; y se
ordenaba a dicho conde que hiciese una residencia a Gonzalo Fernández Gallego, para ver
cuál había sido su actuación como juez de residencia de mosén Ferrer y como encargado de
gestionar el corregimiento en la urbe, a falta de un corregidor, porque habían venido a la corte
muchas quejas en su contra268.
Luis Puertocarrero solicitó que obedecieran la carta y que la cumpliesen; y, siguiendo la
costumbre establecida, se salió de la sala del ayuntamiento para permitir a los regidores
platicar sobre lo que debía hacerse. Todos acordaron que se viera el caso en la próxima
reunión del Ayuntamiento, y así se lo hicieron saber al conde de Palma cuando entró de nuevo
en la sala. Éste no estuvo de acuerdo, por lo que solicitó al juez de residencia que le entregase
las varas de justicia para poder cumplir con su tarea de corregidor. Los regidores se negaron:
el asunto debía tratarse en la próxima junta que celebrasen. Luis de Puertocarrero preguntó al
escribano mayor si estaba hecha una cédula de convite para esa junta, y contestó que sí.
Viendo que no era posible que le diesen las varas de justicia, pidió al escribano testimonio de
su solicitud.
Gonzalo Fernández Gallego, por su parte, dijo que había recibido las varas de los reyes
y de Cisneros, y estaba dispuesto a dárselas cuando se hicieran las solemnidades oportunas.
Es más, él tenía ya por entregadas las varas. Ahora bien, del mismo modo, advirtió al conde
de Palma: para que en toda concordia se haga el rresçebymiento del corregimiento, que su
señoría aya por bien, pues que´l término es breve, que se guarde la costunbre de la çibdad.
El conde de Palma volvió a insistir en que se cumpliera la misiva que había mostrado, y
en que se le entregasen las varas. Los regidores pidieron al juez de residencia que no lo
hiciese, que de hacerlo se quebrantarían los privilegios de la ciudad, porque ya estaba votado
lo que había de hacerse al respecto. La discusión se fue acalorando. El conde solicitaba una y
otra vez que quería que le entregasen el oficio ya; el juez de residencia aseguraba estar
dispuesto a entregárselo; y los regidores advertían que de hacerlo los privilegios urbanos iban
a quebrarse. Los pareceres estaban tan enfrentados que al final Gonzalo Fernández Gallego
pidió al escribano mayor que tomase juramento a Luis Puertocarrero para recibirlo en el
oficio. Como era lógico, los regidores se opusieron, y votaron por unanimidad que tal
267 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 8 de noviembre de 1516. 268 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 229, fols. 1 v-5 v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1669
juramento no se hiciese hasta que el Regimiento no hubiera aceptado al conde de Palma como
corregidor.
Ahora el conde de Palma se dirigió al escribano mayor, a Juan Fernández de Oseguera,
al que dijo que le tomase el juramento oportuno, aunque fuese en contra de los regidores. El
escribano no quiso. Él no iba a ir en contra de los privilegios y de la costumbre establecida269.
Como nadie le tomaba juramento, Luis Puertocarrero, el conde de Palma, decidió que
los poderes que le habían otorgado los reyes eran suficientes para hacer el juramento por su
cuenta. Y así, solicitó a Juan Fernández de Oseguera que tomase testimonio de las siguientes
palabras270: pues le consta por la provisyón de sus altezas que, en defecto de no rresçibille los
señores del Ayuntamiento, sus altesas le an por rresçibido, que pues no están por él de hazer
el juramento e solenidad que sus altesas mandan, que pide e requiere al señor pesquisydor -al
juez de residencia, a Gallego- lo que tyene pedido e requerido, e por mayor abondamiento él
jura a Dios e a Santa María, e a las palabras de los quatro santos evangelios e la señal de la
cruz, en que puso su mano diestra, en la cruz de la encomienda que tenía en sus pechos, como
bueno e fiel christiano, de guardar e conplir todo lo que sus altesas mandan por su provisyón
e los capítulos de los corregidores, e todos los buenos usos, e costumbres e previllegios
d´esta çibdad, de haser justiçia ygualmente a las partes, e de mirar el bien e pro común
d´esta çibdad, e el serviçio de sus altesas. E que pues, su señoría, fecho el juramento e
solenidad, que requiere al señor pesquisydor, e la çibdad, que le mande entregar las varas.
Ante tal solicitud, Gonzalo Fernández Gallego tan sólo pudo decir que él ya no tenía la
posesión de las varas, y que tampoco estaba autorizado para dárselas sin el consentimiento de
los regidores; que se las iba a dar el día siguiente, martes 18 de noviembre de 1516, en una
junta del Ayuntamiento a las nueve de la mañana271.
De estos sucesos deben destacarse varias ideas. Por un lado, todo lo que realiza el conde
de Palma entra dentro de la legalidad más absoluta. Muchas de las cartas por las que se daba a
una persona un corregimiento permitían a ésta “ocuparlo”, aun yendo contra las opiniones de
los regidores. En virtud de su poderío absoluto, los reyes tenían la facultad de imponer a “sus
hombres”, por mucha oposición que existiese. Ahora bien, nunca había ocurrido algo así en
Toledo. Los corregidores precedentes, incluso mosén Ferrer, que también se encontró con
cierta oposición, fueron al final mejor o peor aceptados. Según parece, en la reunión del 17 de
noviembre de 1516 el Regimiento jamás dice que no vaya a aceptar al conde de Palma, tan
269 Idem, fols. 5 v-8 v. 270 Idem, fol. 8 v. 271 Idem, fols. 8 v-9 r. A principios de 1517 se ordenó a Luis de Puertocarrero que enviase la información sobre la residencia de Gonzalo Fernández Gallego: A.G.S., R.G.S., 1517-I, Madrid, 10 de enero de 1517.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1670
sólo señala que quiere discutirlo. Pero él se muestra terco, e insiste una y otra vez en que le
reciban como corregidor de forma inmediata, llegando a usar un procedimiento que, aunque
legal, era extraordinario, y desde luego inédito. ¿A qué se debe esta testarudez?. El conde de
Palma conocía bien la situación. Era consciente de que muchos regidores no le aceptaban, y
pretendían ganar tiempo para no recibirle en el cargo.
A la reunión del martes 18 de noviembre vinieron Gonzalo Fernández Gallego, el conde
de Fuensalida, Martín Vázquez de Rojas, Pedro Marañón, Pedro de Herrera, Juan Niño, Juan
Carrillo, Pedro de Ayala, Antonio de la Peña y Pedro Zapata, además de los jurados Francisco
Ramírez de Sosa, Diego de Argame, Francisco Francés, Juan Ramírez de Bargas, Bernardino
de la Higuera, Alfonso Romero, Francisco de Bargas, Luis de Ávila, García de León, Nicolás
de Párraga, Pedro de Villayos, Luis Zapata, Alfonso de Sosa, Juan Solano, Miguel de Hita,
Juan Sánchez de San Pedro, Alonso de la Torre, Jerónimo de Morales, Jerónimo de Ávila,
Juan Zapata, Diego Sánchez de San Pedro, Diego de Santamaría, Luis de Aguirre y Gonzalo
Hurtado. El altísimo número de jurados presentes evidencia la importancia de la asamblea.
El conde de Palma, también presente, dijo que cumplieran la provisión de los reyes. Los
regidores, por su parte, decidieron votarlo. El conde de Fuensalida señaló que no la aceptaba,
y que debía suplicarse de ella para que Cisneros cambiase de opinión. A su postura se fueron
sumando Martín Vázquez de Rojas, Juan Niño, Juan Carrillo y Pedro Zapata. Pedro Marañón
-el famoso caballerizo de Fernando el Católico que llevaba décadas opuesto a los escribanos
públicos por culpa de la escribanía del crimen- dijo que la votación pasase adelante. En contra
de ello, Pedro de Herrera dijo que señalasen que Pedro Marañón no deseaba votar. Puesto que
no veían con buenos ojos su postura, Marañón se sumó a lo dicho por el conde de Fuensalida,
al igual que lo hizo Herrera.
Pedro de Ayala pidió tiempo para deliberar sobre su voto, y sólo decidió sumarse a lo
requerido por el conde cuando lo hubieron hecho otros, y él hubo sopesado bien los pros y los
contras. Como vemos, éste no sigue al conde de Fuensalida “de forma ciega”; no existe una
parcialidad muy definida. Francisco Ramírez de Sosa, por su parte, mayordomo del Cabildo
de jurados, dijo en nombre de éste que apoyaba la suplicación de la merced hecha a Luis de
Puertocarrero (o Luis Puertocarrero) que el Ayuntamiento había decidido.
Ante dicha situación, Puertocarrero solicitó a los presentes que le tomasen el juramento
necesario. El escribano mayor dijo que, en virtud de lo concertado por el Ayuntamiento, no lo
podía hacer. No obstante, Gonzalo Fernández Gallego advirtió que él siempre quiso trabajar y
servir a los reyes y al cardenal Cisneros mejor de lo que lo había hecho; y para él estaba claro
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1671
que la obediencia era mejor que el sacrificio, por lo que no podía desobedecer el mandato de
los monarcas y de su regente. De este modo, dio las varas de justicia a Luis Puertocarrero272.
El conde de Fuensalida lo rechazó de forma inmediata. Dijo que para el Ayuntamiento
eso era un agravio; que se trataba de algo perjudicial, nunca visto, y, por tanto, intolerable273.
Puertocarrero hizo oídos sordos a esta queja, y nombró como su alcalde mayor al licenciado
Alonso Sánchez de León, y por su alguacil mayor a Gaspar de Córdoba. Horas más tarde, ya
el 20 de noviembre, el conde de Fuensalida, Martín Vázquez de Rojas, Pedro de Marañón,
Pedro de Herrera, Juan Niño, Juan Carrillo, Pedro de Ayala, Antonio de la Peña y Pedro
Zapata escribieron una carta en la que exponían por qué no era aceptable que el conde de
Palma fuera el corregidor de Toledo274:
1. Luis Puertocarrero, conde de Palma, estaba casado con una hija de Garcilaso de
la Vega y de Sancha de Guzmán, vecinos de Toledo, y poseía parientes en la
urbe. Era vecino de Toledo, y un vecino no podía ser corregidor en su ciudad.
2. Si fuera corregidor la justicia no podría ejecutarse como era debido, pues iba a
ser favorable a sus amigos y familiares. El resultado de ello, y se trataba de una
amenaza clarísima, iban a ser desasosyego e alteraçiones.
3. Un vecino de Toledo no podía ser corregidor de su urbe, porque sería malo para
la paz regia, cuando la ciudad del Tajo -y esto también era una clara amenaza-
siempre había dado enxemplo de toda lealtad, e pas e sosiego en estos reynos.
4. Por último, cuando se supo que iba a darse el corregimiento al conde de Palma
los regidores que ahora escribían este documento rogaron a Cisneros que no se
lo diesen a esa persona. El conde se enteró, y estaba bien informado de quienes
eran sus oponentes, por lo que siempre iba a exhibirse contrario a ellos.
A partir de estas ideas queda explicado el porqué de la insistencia del conde de Palma
en que le aceptasen como corregidor el mismo 17 de noviembre de 1516. Pero más importante
es la amenaza que se realiza. De ser recibido como corregidor Luis Puertocarrero, nadie les
podría achacar nada a los firmantes de ese escrito si se produjesen desasosiegos y alteraciones
en Toledo. En la corte estaban avisados; el conde de Palma no era el corregidor que la ciudad
de Tajo requería para resolver los múltiples problemas existentes.
Puede pensarse que esta opinión sólo era de un sector de los regidores, de aquéllos más
cercanos a las posturas del conde de Fuensalida. Sin embargo, no es así. Es cierto que durante
272 Idem, fols. 9 r-10 v. 273 Idem, fol. 10 v. 274 Idem, fols. 10 v-12 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1672
los primeros momentos fueron personas cercanas a este conde las que más se opusieron a Luis
Puertocarrero, pero pronto se empezaron a levantar muchas voces en su contra. Algo que, por
otra parte, es lógico. Hasta el momento nadie había recibido el oficio de corregidor de Toledo
de una manera tan comprometida. Y es que, por mucho que se reclamó en la corte frente a su
modo de hacerse con el corregimiento, el 23 de noviembre se ordenó a todos los regidores que
aceptasen al conde de Palma como el corregidor de su urbe sin poner obstáculos275.
Se trataba de una imposición; mas, pasado un tiempo, algunos llegaron a pensar que por
fin el conde de Palma había sido aceptado. El vicario Francisco de Herrera, en una carta que
envió a Cisneros el 12 de diciembre de 1516, afirmaba: por ser la persona que es [el conde de
Palma], y porque aquel officio esté con autoridad, [...] aunque al principio algunas personas
de aquella cibdad se pusieron en lo contradecir, luego se pacificó y vinieron todos con mucha
conformidad en ello, y la cibdad está muy contenta y muy alegre por la yda del conde276...
Nada más lejos de la realidad; aunque este optimismo no parece nuevo. El propio día 18 de
noviembre, cuando entregaron las varas a Puertocarrero, uno de los hombres del cardenal
Cisneros afirmaba en una carta dirigida a éste que, a pesar de todos los problemas para que el
conde de Palma fuera recibido en el corregimiento277: la comunydad de la çibdad fa mostrado
plazer por ser la persona del señor conde tan escogida...
Si se acabó aceptando a Luis Puertocarrero en el corregimiento toledano fue gracias a
los incómodos pactos que hubo de firmar con ciertas personas para que le aceptasen, a cambio
de la entrega de distintos oficios de alcaldes y alguaciles. Los compromisos fueron tantos que
al final no hubo forma de cumplirlos278, y esto creó serios problemas. Problemas que, en todo
caso, no eran nada en comparación con los que crearon aquellos que fueron excluidos de la
concordia para recibirle en el corregimiento. Además, no pocos regidores manifestaron una
postura neutral al principio. Sin tener intereses, en apariencia, por que el oficio fuera para una
u otra persona, se mantuvieron al margen. Pero en vista del influjo que en poco tiempo, y
gracias a sus buenas relaciones con Cisneros, el conde de Fuensalida logró sobre el corregidor
las posturas empezaron a cambiar, como veremos inmediatamente.
Luis Puertocarrero fue prorrogado en su corregimiento de una manera continua: el 20 de
octubre de 1517279, el 19 de octubre de 1518280 y 20 de noviembre de 1519281. No tanto desde
275 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 23 de noviembre de 1516; A.M.T., A.S., caj. 1º, leg. 8º, nº. 24. 276 Cartas del cardenal don fray Francisco Jiménez de Cisneros..., doc. LXXXIX, pp. 190-191. 277 CONDE DE CEDILLO, El cardenal Cisneros..., doc. CCLIX, pp. 434-435; A.G.S., Secretaría de Estado, leg. 1 (2), do. 291. 278 Cartas de los secretarios del cardenal don Francisco Jiménez de Cisneros, Madrid, 1975, carta de Baracaldo a Diego López de Ayala, Madrid, 11 de diciembre de 1516. 279 A.G.S., R.G.S., 1517-X / XI, Tordesillas, 20 de octubre de 1517.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1673
la corte de Carlos I, como desde la del cardenal Cisneros, se tenía confianza en él; al menos
cierta confianza. Algunos afirmaban, allá por marzo de 1517, que era una persona “de mucho
seso”, y que en Toledo procedía en todas las cosas tocantes a los reyes con suma prudencia282.
En verdad era así. La prudencia es lo que llevó a Luis Puertocarrero a elegir muy bien a
sus aliados en la urbe. Desde que llegó a Toledo tuvo dos cosas claras: contaba con un apoyo
explícito del cardenal Cisneros, y el conde de Fuensalida era amigo del cardenal; y si quería
trabajar como corregidor sin demasiados obstáculos estaba claro que tenía que buscarse algún
aliado, ya que desde el comienzo quedó bien patente que estaba sólo; acaso como poco antes
había tenido que estarlo mosén Jaime Ferrer. Las alianzas que buscó, en consecuencia, fueron
las lógicas. Decidió que lo más idóneo era buscar la colaboración del conde de Fuensalida y
sus acólitos, es decir, de su parcialidad, aunque en principio se opusiesen a él. Como no podía
ser de otra manera, esto le situó de modo innegable en un contexto de conflicto con una serie
de oligarcas, no porque integrasen una parçialidad distinta, sino porque, por alguna razón, no
congeniaban -muchos no lo habían hecho jamás- con el conde de Fuensalida y los suyos.
Esta idea es importante. Como se advirtió, no estamos tratando con bandos en el sentido
clásico del término. No son bandos-linaje. Tampoco lo eran los del siglo XV; eran bandos-
parcialidad283. Aún así, durante esta centuria el linaje tenía un peso notorio. Al contrario, en
los inicios del siglo XVI prima más el término parcialidad que el de bando propiamente dicho.
Ahora las parcialidades no aglutinan a los regidores en dos bandos opuestos. Se trata más bien
de asociaciones (denominémoslas de este modo) de tipo coyuntural, que vinculan a individuos
en la búsqueda de unos objetivos comunes, y que dependen en cierta medida de las relaciones
de amistad con las personas que las integran. Tal vez esto también fuera de igual forma en el
siglo XV, pero a alturas de 1510 tales características se llevan al extremo, hasta tal punto que
corrompen la verdadera esencia del “bando-parcialidad”. Los “bandos clásicos”, escribe algún
autor, se han “desnaturalizado” ya a principios del siglo XVI en Toledo.
Que exista una parcialidad no quiere decir que tenga que haber una opuesta, al igual que
el que existan dos parcialidades que integren a los regidores no quiere decir que todos los
regidores tengan que formar parte de ellas. Es más, en algunos casos unos regidores podían
formar parte de una parcialidad y en otros casos de otra. Es lo que sucedió al comienzo de las
280 A.G.S., R.G.S., 1518-X, Zaragoza, 19 de octubre de 1518. 281 A.G.S., R.G.S., 1519-XI, Molina del Rey, 20 de noviembre de 1519. 282 Cartas del cardenal don fray Francisco..., doc. CIII, p. 209. 283 Sobre estos conceptos véase: GERBERT, M.C., La nobleza en la Corona de Castilla. Sus estructuras sociales en Extremadura (1454-1516), Cáceres, 1989, pp. 202 y ss.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1674
Comunidades; antiguos “socios” se situaron en distintas posturas: unos en la comunera y otros
en la anti-comunera.
Según muchos historiadores, las Comunidades supusieron si no el fin de los bandos, en
el sentido más clásico de éste concepto, sí, cuanto menos, un paréntesis en su larga historia de
conflictos. Joseph Pérez, por ejemplo, criticando las ideas de Eloy Benito Ruano, para quien
las Comunidades habría que enmarcarlas en la dinámica de los enfrentamientos entre Silvas y
Ayalas, dice que en Toledo “la Comunidad dislocó antiguas perspectivas y colocó a los Silva
y a los Ayala ante problemas nuevos”, que “nos encontramos miembros de ambos grupos en
las filas de la Comunidad”, y que, “sin duda, los odios antiguos no desaparecieron de la noche
a la mañana; muchos enfrentamientos personales en el seno de la Comunidad tienen su origen
en una antigua enemistad. Pero en general podemos afirmar que estas rivalidades pasaron a un
segundo plano...”284 Esta idea es exactamente así. Los recelos -tal vez el concepto odio sea un
tanto excesivo- no dejaron de existir nunca; ni siquiera durante las Comunidades. Ahora bien,
la rivalidad que dividía a los oligarcas de Toledo entre Silvas y Ayalas cada vez estaba más en
un segundo plano desde 1507, e incluso desde antes. Entre otras cosas porque mientras que el
conde de Fuensalida logra mantenerse como líder de un grupo más o menos cohesionado, en
el caso de los Silva esta cohesión en torno al conde de Cifuentes es mucho más efímera.
No pocos regidores se mantienen muy al margen, sin integrarse en parcialidad alguna, y
cuando lo hacen es por oposición a los planteamientos de una parcialidad definida. Eso sí, hay
algo indudable: la mayor parte de los regidores, por no decir todos, proceden en defensa de
intereses personales que confrontan, o pueden confrontar en ocasiones, con metas de grupo.
Son dichos intereses los que acaban instituyendo una parcialidad, y no viceversa. En otras
palabras: no es la parcialidad la que determina unos objetivos políticos, económicos o
sociales, si no que son tales objetivos los que determinan una parcialidad. Esto no quiere decir
que en la década de 1510 los Silva y los Ayala no sigan siendo un referente, pero tiene que
explicarse bien el porqué.
Partiendo del hecho de que las antiguas rivalidades entre ambos linajes eran conocidas
por todos los oligarcas toledanos, el conde de Fuensalida -mejor dicho, los sucesivos condes
de Fuensalida-, cabeza de los Ayala, desde que los Reyes Católicos subieron al trono nunca se
sintió cómodo. Primero, allá por la década de 1460, se alió (junto a los Silva) con Alfonso, el
hermanastro de Enrique IV, y al final le abandonó. Su opción política tras la muerte de éste
fue Juana la “beltraneja”, la supuesta hija de Enrique IV, frente a Isabel, aunque ésta acabaría
284 PÉREZ, J., La revolución de las Comunidades de Castila (1520-1521), Madrid, 1985 (3ª. Edic.), p. 421.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1675
siendo reina de Castilla. Tras la muerte de Isabel se vinculó al archiduque de Austria frente al
rey Fernando el Católico, y también su opción iba a ser la perdedora. Si durante el reinado
conjunto de los Reyes Católicos el conde de Fuensalida y los suyos nunca dejaron de mirarse
con recelo desde la corte, este recelo se hizo mucho más palpable entre 1506 y 1516, durante
los años de gobernación de Fernando el Católico en tierras castellanas.
Cuando en 1516 se nombró a Cisneros regente de Castilla el conde de Fuensalida se
sintió mucho más cómodo, debido a la amistad que le unía al prelado. Es por eso que durante
su gobierno el conde intentó obtener ciertas rentas políticas, y lo consiguió. Si fue nombrado
alguacil de mayor de Toledo, por ejemplo, recuperando un oficio tradicionalmente en manos
de los Ayala, fue gracias a una disposición de Cisneros.
Los Silva, por su parte, siempre se posicionaron del lado de los vencedores. Primero
junto a la reina Isabel frente a Juana “la beltraneja”, y más tarde junto a Fernando el Católico
frente a Felipe “el hermoso”. No en vano, la complicidad con los Reyes Católicos desde 1475
(año en que los Silva levantaron el pendón en nombre de la reina Isabel en el alcázar de
Toledo) hasta 1516 fue constante, lo que tal vez explica la menor fuerza de los vínculos que
cohesionaban a los Silva si los comparamos con las solidaridades que mantenían los Ayala.
Como contaban con el apoyo explícito de los monarcas, lo que se traducía en una presencia
más grande en los cargos de gobierno de Toledo285, no necesitaban estar a la defensiva; muy
al contrario que los Ayala. Su posición era mucho más cómoda, y tal comodidad hizo que
viejas alianzas del pasado acabaran quebrándose.
Esto no quiere decir que los Silva no contasen con apoyos en la urbe gracias a las
solidaridades, pero a inicios del siglo XVI, desde 1507 sobre todo, sólo existe una parcialidad
como tal en Toledo: la parcialidad de los Ayala. Mejor dicho: la parcialidad del conde de
Fuensalida. No se trata de un bando propiamente. Por una parte, no se sustenta sobre una base
de parentesco; y, por otra, quienes forman parte del grupo se hallan mediatizados no tan sólo
por la influencia del conde de Fuensalida, sino, también, por los intereses del marqués de
Villena, siempre ávido, como el mismo conde, por hacerse con el control de Toledo. Además,
se basa sobre solidaridades poco definidas, que, por ello, no cohesionan al grupo tanto como
sería necesario para dotarle de una capacidad de actuación suficiente, a la hora de enfrentarse
a cualquier problema. De hecho, hay individuos que unas veces están más cerca del conde de
Fuensalida, y pueden considerarse sus acólitos, y otras se hallan lejos de sus planteamientos, y
casi podrían tenerse como sus enemigos. De igual modo, a la hora de resolver ciertos
285 En Toledo los Silva “ocupaban mayor número de cargos en la administración municipal antes de que estallara la sublevación” de las Comunidades: Idem, p. 421.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1676
problemas sujetos que se podrían considerar como integrantes de la parcialidad del conde de
Fuensalida no reciben ayuda alguna de la misma. Es como si ésta existiera sólo de forma
coyuntural. Más incluso: a veces se realizan acusaciones de dudosa verosimilitud contra
ciertas personas, acusándoles de pertenecer a la parçialidad del conde de Fuensalida, sólo
para impedir su actuación ante la justicia286.
Los Silva, al contrario, no conforman una parcialidad como tal. Eran los tradicionales
enemigos de los Ayala, eso sí, y por eso eran un referente a la hora de acaparar solidaridades
en contra del conde de Fuensalida, y también del marqués de Villena. De este modo, pudieron
conseguir un buen número de apoyos coyunturales a la hora de emprender una acción de
resistencia ante los intentos de la parçialidad del conde de hacerse con el dominio de Toledo.
Era el rechazo frente a los referidos conde y marqués lo que cohesionaba -lo hizo desde la
época de Enrique IV- los intereses de muchos sujetos con los del conde de Cifuentes. Así, tal
vez lo correcto al referirse a los Silva no es hablar de parcialidades (en los documentos que se
han analizado no aparecen referencias sobre una parçialidad del conde de Cifuentes), sino de
un grupo de resistencia frente al conde de Fuensalida y los suyos; un grupo en el que se
integran unas u otras personas, dependiendo de las coyunturas, con objetivos distintos, mas
con una misma meta: oponerse en un momento dado al conde de Fuensalida y a sus acólitos,
por la razón que fuese. Quedémonos, entonces, con esta idea: poco antes de las Comunidades
en Toledo hay una sola parcialidad, encabezada por el conde de Fuensalida, frente a la que se
halla un buen número de oligarcas que, de forma coyuntural -cuando piensan que puede ir en
contra de sus intereses personales-, se unen al conde de Cifuentes para oponerse a ella.
En este sentido, lo que señala el cronista Alonso de Santa Cruz es muy exacto. Según él,
en Toledo a comienzos del siglo XVI había dos linajes principales: los Ayala y los Ribera. No
habla de los Silva, porque este apellido ya no encabezaba una parcialidad definida; como los
Ribera tampoco lo hacían. El conde de Fuensalida era el cabecilla de una parcialidad que
integraba como a principales valedores a los Dávalos, y concretamente a Fernando Dávalos,
un hombre “astuto en su plática y bien quisto en su república”, escribe el cronista287. Santa
Cruz utiliza en alguna ocasión el concepto bando para referirse a aquellos que apoyaban a los
Ribera, pero no en su sentido tradicional del siglo XV. En su opinión, los Ribera estaban
liderados por Juan de Ribera, alcaide del alcázar y señor de Montemayor, y poseían como
principales apoyos a los Silva, cuya cabeza visible era el conde de Cifuentes. Cuando murió
286 Recordemos, por ejemplo, las acusaciones de Juan Gaitán contra el jurado Diego Serrano; en este caso muy fundadas. 287 SANTA CRUZ, A., Crónica del emperador Carlos V, Madrid, 1920, tomo I, parte II, cap. XIII, p. 217.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1677
Isabel la Católica los Ayala y los Dávalos prevalecieron mientras reinaba el archiduque
Felipe. Fallecido éste, los Ribera y los Silva siempre contaron con el apoyo del rey Fernando.
El cronista Alonso de Santa Cruz da su propia opinión sobre el porqué buena parte de la
parcialidad del conde de Fuensalida se posicionó en 1520 del lado de los comuneros. Al morir
la reina Católica, mientras su esposo estuvo como gobernador de Castilla, los Ribera fueron
por él favorecidos. Cuando Felipe “el hermoso” consiguió el control del reino lo primero que
hizo fue buscar apoyos. En Toledo los recibió de los Ayala y de los Dávalos. A uno de éstos,
Fernando Dávalos, le nombró corregidor de Jerez de la Frontera, cargo que perdió una vez
muerto Felipe. La parcialidad del conde de Fuensalida desde entonces estuvo marginada,
viendo cómo los Silva y los Ribera gozaban del aprecio del rey Fernando.
Después de morir Fernando el Católico comenzó una nueva etapa para la “parcialidad”.
La regencia del cardenal Cisneros sirvió a los del conde de Fuensalida para hacerse con parte
del influjo anhelado. Fernando Dávalos, no en vano, consiguió que le nombraran corregidor
de Jerez de la Frontera de nuevo. Fue un espejismo.
En 1517 era reconocido el liderazgo de Fernando Dávalos entre los Ayala. Así, cuando
Carlos I llegó a Castilla fue a comunicarle que él y sus hombres habían servido a su padre, al
archiduque Felipe, y que deseaban servirle a él. La respuesta que obtuvo fue desoladora. A
decir de Alonso de Santa Cruz, “ni su persona fue bien tratada, ni su parcialidad favorecida, y
por más lastimarle le quitaron el corregimiento [de Jerez]”288. Lo que sucedió fue lo siguiente.
Dávalos estuvo varios días en la corte mientras se hallaba en Zaragoza. Antes de marcharse
decidió despedirse del señor de Chièvres, y no le dejaron: “queriendo entrar do él estava”,
escribe el cronista referido, “como el portero fuese desgraciado y no le quisiese dejar entrar, y
él porfiase sobre ello, le dio con la puerta en los pechos y en la cabeza, lo cual tomó Hernando
de Ávalos por gran injuria...”289 Por ello se convertiría luego en uno de los líderes de la “secta
comunera”, diciendo que Chièvres era un tirano y un robador público, que los flamencos eran
codiciosos, que la reina Juana estaba loca, que vendían la justicia por maravedíes, que el rey
Carlos I iba a marcharse de Castilla para no volver, y otras muchas cosas. En “aquella secta”,
escribe Santa Cruz, en “aquella cofradía”, se integraron pronto Pedro Laso de la Vega,
descontento porque deseaba que le pagasen un sueldo por la tenencia de la fortaleza de Vera,
aunque no pudiese ejercerla -un terremoto destruyó la fortaleza y tuvo que reconstruirse-,
Juan de Padilla, enojado porque después de la muerte del comendador de Calatrava, su tío, no
le habían concedido unos oficios, y Francisco Ruiz, el obispo de Ávila, que luego dejó a los
288 Idem, libro I, parte II, cap. XIII, p. 218. 289 Idem, libro I, parte II, cap. XIII, p. 219.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1678
comuneros para marcharse a su obispado290. Claro está que nos hallamos ante un cronista de
Carlos I, por lo que, si bien tales circunstancias personales pudieron influir en el
posicionamiento político de estos hombres, desde luego no lo explican todo ni mucho menos.
ALIADOS DE LOS CONDES
DE FUENSALIDA Y DE CIFUENTES. 1506 / 1516
ALIADOS DEL CONDE DE FUENSALIDA ALIADOS DEL CONDE D E CIFUENTES En torno a 1506 En torno a 1516 En torno a 1506 En torno a 1516
Juan Niño Juan Niño Fernando Pérez de Guzmán Fernando Pérez de Guzmán Pedro de Ayala Pedro de Ayala Juan Carrillo (regidor) Juan Carrillo (regidor) Juan Carrillo Juan Carrillo Pedro de Silva Juan de Silva Enrique Manrique Antonio de la Peña Tello de Guzmán Lope de Guzmán Vasco de Guzmán Pedro Marañón Carlos de Guevara Gutierre de Guevara Vasco Suárez Martín Vázquez de Rojas Pedro López de Padilla Juan Solano Perafán de Ribera Pedro de Herrera Francisco Suárez Diego López de Tamayo Luis de Guzmán Pedro Zapata Diego de Merlo García Pérez de Rojas Fernando Chacón Diego Serrano Per Álvarez de Ayllón Miguel Ruiz Pedro de Acuña Diego Pérez de Rivadeneira Fernando de Zúñiga Alvar García de Toledo Vasco de Contreras Fernando Dávalos Gonzalo Gaitán Diego de Rojas Martín de Rojas Fadrique de Zúñiga Alonso de Escobar Gonzalo Pantoja Pedro Vélez Fernando Díaz de Rivadeneira Diego García de Cisneros Bernardino de Horozco Antonio Álvarez Juan Osorio Tomás Sánchez Vasco Ramírez de Guzmán Juan de Guzmán Luis de Ávila Rodrigo Niño Tello Palomeque Fernando Díaz de
Rivadeneira
Diego Pérez de Rivadeneira Diego de Cárdenas Juan de Ayala
El que los grupos de poder -llamémoslos así- experimentan una constante remodelación,
con continuos ingresos y abandonos de personas que se unen a ellos sólo en busca de intereses
personales, es evidente. Por ejemplo, cuando en 1512 se hizo merced de la voz y el voto en el
Ayuntamiento de Toledo a Fernando de Silva, al conde de Cifuentes, para que los ejerciese
como los regidores, uno de los que se opuso primero fue Diego de Cárdenas, el adelantado de
Granada, alcalde mayor en la urbe, y principal apoyo del dicho conde de Cifuentes (de Pedro
de Silva, más bien) en los altercados de inicios de 1507 frente a los Ayala. También se opuso
el mariscal Fernando Díaz de Ribadeneira, que, aún estando en torno a este año, 1507, con los
Silva, pronto iba a ser un hombre destacado entre los que apoyaban al conde de Fuensalida.
Los demás que se opusieron a la merced de 1512 en 1507 estaban con los Ayala: Fernando
Dávalos -que se mostraría partidario de los Ayala antes de las Comunidades-, Alonso de Silva
290 Idem, libro I, parte II, cap. XIII, pp. 219-220.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1679
(a pesar de su apellido del linaje de los Ayala), Martín Vázquez de Rojas, Antonio Álvarez,
Pedro de Ayala, Juan Niño y Pedro Zapata.
Apoyaron a Fernando de Silva los regidores Juan Rodríguez Puertocarrero, Fernando de
Silva (el hijo del señor de Montemayor), Pedro de Herrera (de los Ayala en torno a 1516)
Juan Carrillo, Fernando Álvarez de Toledo, Gonzalo Gaitán y Antonio de la Peña -también
partidario del conde de Fuensalida en los prolegómenos de las Comunidades-. Como puede
observarse, las vinculaciones de unos u otros varían. Hay que tener mucho cuidado a la hora
de adscribir a un sujeto a los Ayala o a los Silva. En todo caso, la parcialidad del conde de
Fuensalida parece contar con “miembros fijos” en 1516: Alonso de Silva, Juan Niño, Antonio
Álvarez, Fernando Dávalos, Fernando Díaz de Ribadeneira, Pedro Zapata, y Martín Vázquez
de Rojas. Otros que también se pueden integrar en esta parcialidad a veces no siguen al conde
de manera tan fija como éstos.
Ante una entrada del marqués de Villena en Toledo en 1509, a la que nos referimos en
el capítulo anterior, ciertos oligarcas se quejaron; entre ellos, aparte de miembros de los Silva
como Fernando Álvarez de Toledo, Gonzalo Gaitán, Pedro de Silva o Juan Carrillo, hombres
más cercanos a los Ayala como Fernando Dávalos y Antonio de la Peña. El marqués, como se
dijo, era una persona próxima al conde de Fuensalida.
Más ejemplos. Cuando se presentó Pedro Marañón en el Ayuntamiento de Toledo con
una merced de un oficio de regidor muchos regidores se opusieron a ella. Por lo que los
documentos indican, Pedro Marañón luego se mostraría cercano a la parcialidad del conde de
Fuensalida, pero en principio se opusieron a que fuera regidor tanto miembros de los Ayala,
Pedro de Herrera, Pedro Zapata, Pedro de Ayala o Antonio de la Peña, como de los Silva:
Juan Carrillo, Fernando de Silva (el comendador), Alfonso de Silva, Gutierre de Guevara o
Gonzalo Gaitán. Del mismo modo, cuando en 1514 se produjo el enfrentamiento entre Tello
de Guzmán y el maestrescuela catedralicio se mostraron contrarias a Tello personas del bando
de los Ayala, Fernando Dávalos, Pedro de Ayala, Fernando Díaz de Rivadeneira o Juan Niño,
pero también de los Silva (Juan de Silva, por ejemplo).
Es evidente, aún así, que quienes actúan de manera más cohesionada son los individuos
de la parçialidad, quienes están cerca del conde de Fuensalida. Es por esto por lo que Luis
Puertocarrero, el corregidor que viene a la ciudad del Tajo de la mano de Cisneros en 1516,
decide apoyarse en dicha parcialidad para ejercer su trabajo, a pesar de que precisamente fue
ésta la que le había rechazado en principio, al no considerarle un corregidor idóneo.
Esto puso a Puertocarrero en contra de los individuos cercanos a los Silva. Ahora bien,
lo que le causó más enemigos fueron las disposiciones que venían desde la corte de Bruselas,
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1680
sobre los asuntos más variados. Las cosas empezaron a ir mal en 1517. Ante la tardanza de
Carlos I en venir a Castilla ciertas ciudades, sobre todo Burgos, empezaron a impacientarse no
sin razón. Fue esta urbe la que hizo un llamamiento a las demás con voto en Cortes, pidiendo
que celebraran una asamblea para remediar los problemas de Castilla por su cuenta, al margen
del rey, pues el monarca no estaba interesado en venir a sus tierras castellanas a resolverlos, al
parecer. Toledo había enviado varias cartas a Carlos I reclamando su pronta presencia en la
Península Ibérica, aunque hasta ahora no parece muy molesta con el retraso del rey, por lo que
contestó a Burgos que no era conveniente reunirse sin que el monarca estuviese delante. Eso
sí, los dirigentes toledanos pronto cambiarán de postura, convirtiéndose en los principales
impulsores de las ideas que reclamaban actuar al margen de Carlos I, en vista de su invalidez
para regir Castilla. Así es como ellos actuarán desde 1519. Por ahora, sin embargo, Toledo no
admite la solicitud de Burgos, aunque reconozca que la paz regia está en peligro mientras no
haya un “rey cercano”. Se trataba más bien de un efecto psicológico, y por ello importante.
Aunque no pudieran resolverse, era necesario que existiese un monarca próximo con el que
gestionar todos los asuntos. Mientras permaneciera en otras tierras Castilla estaba sola.
Finalmente, Carlos I desembarca en Villaviciosa el 19 de septiembre de 1517, si bien,
lejos de calmar los ánimos, su actitud crea mucha más tensión. Era un joven que ni siquiera
hablaba castellano, y que venía rodeado de un séquito de flamencos dispuestos a enriquecerse
a costa de Castilla. Si ya de por sí esto no fuese poco indignante, la actitud del nuevo monarca
frente al cardenal Cisneros hizo crecer mucho más el rechazo. Se trataba de un hombre leal a
los Reyes Católicos y a su memoria que había hecho mucho en beneficio de los castellanos,
de una persona que gozaba de buena fama en toda la Corona, y que era respetada incluso por
lo que no poseían sus mismos pensamientos. Era la persona más insigne de Castilla, siempre
por debajo de los monarcas, desde que adquiriese la mitra arzobispal de Toledo en 1495
gracias a la intermediación de Isabel la Católica. De nada sirvió todo esto. Sin respetarlo, y
prácticamente sin agradecer su tarea, Carlos I prescindió de sus servicios nada más pisar
tierras castellanas. Esto afectó de tal manera al clérigo que hubo quien señaló que había sido
la causa de su muerte, a finales de 1517.
La defunción de Cisneros trajo la incertidumbre a Toledo, sobre todo para aquellos que
debían algo al prelado; básicamente la parcialidad del conde de Fuensalida y el propio conde
de Palma, Luis Puertocarrero, el corregidor. Todo eran dudas sobre cómo iba a proceder el rey
ante los problemas que tenía Castilla, aunque una cosa estaba clara: las primeras impresiones
no eran buenas.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1681
El corregidor de Toledo, visto el contexto, decidió seguir apoyándose en los Ayala, pero
presentando su mejor predisposición a la hora de acatar las instrucciones que le llegaran desde
la corte de Carlos I. Una de las primeras órdenes que vinieron desde ésta fue una convocatoria
a Cortes que había dispuesto el cardenal Cisneros antes de su muerte, siendo consciente de la
tensa situación que vivía Castilla debido a la poca premura del rey por visitarla. Burgos había
intentado juntar a las urbes con voto en Cortes en Segovia. No obstante, algunas, entre ellas
Toledo, se opusieron diciendo que debían convocarse las Cortes con el rey presente -Toledo
luego cambiaría de parecer-. Con el objetivo de adelantarse a tales iniciativas, por orden de
Cisneros el obispo de Ávila, su secretario, redactó el 3 de septiembre de 1517 una carta en la
que se advertía que sólo unas Cortes iban a poder pacificar Castilla, y que era bueno que se
celebrasen en Toledo, “porque [por] la grandeza y autoridad del lugar [era] más aparejado [...]
que otro ninguno...”291
Al final sí se celebraron unas Cortes, ya en 1518, pero fueron en Valladolid. Allí Carlos
I pudo escuchar algunas reivindicaciones que más tarde serían las de los comuneros. De igual
modo, hasta la villa del Pisuerga llegaron los ecos de las disputas entre el conde de Fuensalida
y algunos oligarcas de Toledo liderados por el regidor Fernando de Silva (hijo del señor de
Montemayor, comendador de Otos). Éste, con los regidores Gutierre de Guevara, Juan de
Silva, Fernando Pérez de Guzmán y Lope de Guzmán, y los jurados Juan Solano -mayordomo
del Cabildo-, Diego López de Tamayo, García Pérez de Rojas, Miguel Ruiz, Bernardino de
Horozco, Diego de Rojas, Luis de Ávila, Gonzalo Pantoja, Tomás Sánchez y Alvar García de
Toledo, expuso los siguientes argumentos en la corte en contra del conde de Fuensalida y del
corregidor de la ciudad del Tajo292:
1. Luis Puertocarrero era vecino de Toledo. Estaba casado con Leonor de la Vega,
hija de Garcilaso de la Vega y Sancha de Guzmán, y tenía muchos parientes y
amigos en la urbe, por lo que, siendo corregidor, se iba en contra de las leyes y
la comunidad recibía agravio. La aparición del concepto “comunidad” aquí,
con un carácter reivindicativo, no deja de ser interesante. Cada vez son más los
regidores que apelan a ésta para quejarse sobre lo que creen una injusticia. Luis
Puertocarrero era una persona de la alta nobleza y era un vecino de Toledo, dos
requisitos que, de acuerdo con las leyes establecidas por los Reyes Católicos, le
desautorizaban para ser corregidor. Que lo fuese era injusto.
291 CARRETERO ZAMORA, J.M., Cortes, monarquía, ciudades..., pp. 244-245. 292 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 317.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1682
2. Por ser de la ciudad, Puertocarrero actuaba de una manera parcial y negligente,
y muchos vecinos no podían obtener justicia y eran maltratados por los jueces.
No pocos delitos quedaban sin castigo, y otros eran castigados con rigurosidad
excesiva. La justicia, por tanto, se administraba de manera afiçionada, en grave
perjuicio de la comunidad. De nuevo aparece este concepto, y lo sigue haciendo
de forma continua a lo largo del escrito.
3. Los contadores mayores, por el bien de la comunidad, ofrecieron las rentas de
Toledo en encabezamiento a los gobernantes de la urbe, sin puja, para que los
arrendadores no presionaran a la población a la hora de cobrar los impuestos. El
conde de Palma se opuso, y entregó a los arrendadores el cobro de dichas rentas
para tres años, por 900.000 maravedíes. Lo contradijeron muchos regidores y
jurados, ya que era en agravio del pueblo generalmente, pero no sirvió de nada.
4. Cuando a Toledo llegó la carta de la convocatoria para las Cortes de Valladolid,
el corregidor hizo lo posible para que su cuñado Pedro Laso de la Vega fuese
un procurador. Con esta intención guardó la misiva que vino estableciendo que
eligieran procuradores, y hasta el 29 de diciembre de 1517 no la presentó en el
Ayuntamiento. Presentada, decidió posponer la elección de los procuradores al
menos ocho días, para negociar con ciertos regidores, y elegir como procurador
a Pedro Laso, a cambio de lo cual ofreció ciertas gratificaciones (recordemos el
apoyo a Pedro Laso para que administrase el Hospital del Nuncio). No obtuvo
fruto su estratagema. El Regimiento decidió echar a suertes las procuradurías y
la fortuna recayó en el regidor Lope de Guzmán, en el conde de Fuensalida -el
alguacil mayor-, y en el jurado Pedro de Villayos. Como el conde de Palma vio
que Pedro Laso de la Vega no podía ser procurador, no contento con obligar a
los regidores a que entrase en la suerte el conde de Fuensalida, algo prohibido
porque no era regidor, intentó (como si la vida le fuera) que el dicho conde de
Fuensalida llevara el poder de Toledo a las Cortes, cuando tan sólo un regidor
podía llevarlo.
5. Para hacer los capítulos sobre los problemas que debían tratarse en las Cortes el
propio corregidor nombró a cuatro regidores, tres amigos suyos y Pedro Laso,
su cuñado, para que en su casa y en su presencia hiciesen los capítulos que los
procuradores iban a llevar; para que no se pusiera en ellos lo que solía ponerse
en dichos capítulos: por ejemplo, peticiones de justicia frente a los agravios que
los corregidores realizaban. Así, se hicieron algunos capítulos que Fernando
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1683
Pérez de Guzmán y Juan Carrillo (ambos de los Silva) dijeron que no podían
aceptarse. Al hacerles caso omiso, se marcharon de la vivienda del corregidor,
y, finalmente, los capítulos se presentaron ante el Ayuntamiento. En éste se
volvieron a rechazar, y, ahora sí, se decidió que no se presentasen en las Cortes.
Cuando vio que los capítulos no iban a ponerse, según era su voluntad, y que él
no podría dar el poder al conde de Fuensalida, su amigo, Luis Puertocarrero
otorgó el poder de los procuradores de la urbe a Pedro de Villayos, un jurado
que vivía con el marqués de Villena y que era un hombre próximo al conde de
Fuensalida, para que lo presentase en las Cortes.
6. Por último, la desygualdad es tanta de la justiçia, certificaban Fernando de
Silva y sus acólitos, y [es tanto] el poco enpacho para las cosas que tocan [a]
aquéllos sus amygos (a los amigos del corregidor), que ny basta hordenança de
çibdad antigua ny nueva, que aya seydo en azella, que nynguna cosa guarda
[el corregidor] ny lleva por los términos que la çibdad acostunbra.
Tras exponer esto, Fernando de Silva y los otros dirigentes urbanos acababan con una
solicitud de un juez de residencia, que se encargara de castigar los excesos de Puertocarrero.
Dicha solicitud fue bastante debatida. Antes de que llegase a la corte del rey se presentó en el
Ayuntamiento, el 12 de marzo de 1518. Algunos regidores, afines al conde de Fuensalida, no
sólo la rechazaron, sino que, además, decidieron enviar una carta a Carlos I comunicándole
que Toledo estaba bien regida y gobernada, y en toda paz y justiçia293.
Si es que esta última solicitud llegó a la corte, lo cierto es que se hizo más caso a lo que
se decía en el memorial de Fernando de Silva y los otros, y el monarca y/o sus consejeros
decidieron tomar una decisión que, aún siendo inteligente, era sumamente peligrosa. Ante los
rumores sobre los conflictos entre la parcialidad de los Ayala y los Silva, acordaron que sólo
había una forma de poner fin a las disputas: “descabezar” a los del conde de Fuensalida. Para
ello decidieron que éste marchase hacia Galicia, a ejercer el oficio de gobernador general294.
Se trataba, qué duda cabe, de una auténtica merced, pero tras la muerte de Cisneros, y una vez
sin el conde de Fuensalida, Luis Puertocarrero estaba más sólo que nunca.
En dicho contexto, los mayores problemas del corregidor en la urbe tenían que ver con
el Cabildo catedralicio. Tras la muerte de Cisneros -8 de noviembre de 1517-, se encomendó a
Puertocarrero que con toda diligencia se encargase de comprobar lo que habían hecho los
canónigos, y que procurara que la jurisdicción regia no fuese menoscabada. Del mismo modo,
293 A.G.S., C.C., Personas, leg. 22, s.f., Portocarrero, Luis, conde de Palma (Toledo) 294 FRANCO SILVA, A., El condado de Fuensalida en la baja Edad Media, Cádiz, 1994, p. 99.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1684
iba a encargarse de poner todas las fortalezas del arzobispado bajo la tutela de unos alcaides
del monarca, y de advertir al Cabildo catedralicio que no hiciera nada que fuese en contra de
la legalidad mientras la sede estuviera vacante295. Incluso el propio rey escribió una misiva al
Cabildo, advirtiéndole que no postulara a ninguna persona para que fuese arzobispo296. El
licenciado Herrera, alcalde del rey, acompañaría al conde de Palma en su trabajo297.
Pronto llegaron a la corte de Carlos I rumores sobre la actitud del Cabildo de la catedral.
La existencia de una sede vacante siempre era problemática. Lo había sido en épocas de una
relativa estabilidad política, en 1495, cuando murió Pedro González de Mendoza, y ahora las
incertidumbres frente al nuevo monarca lo empeoraban todo. Un rumor parecía especialmente
escandaloso: algunos afirmaban que el nuevo arzobispo de Toledo iba a ser un extranjero, una
posibilidad que jamás habría sido ni tan siquiera barajada en tiempos de los Reyes Católicos.
Como luego veremos, el detonante de la guerra de las Comunidades en Toledo fue la actitud
del Cabildo catedralicio, desde 1517, ante lo que pensaba hacer con su arzobispado Carlos I.
Este asunto enfrentó, cada vez más, a los clérigos de la urbe con el corregidor.
Mientras, la situación política en toda Castilla empeoraba por momentos. El nuevo rey y
sus hombres, entre quienes destacaba Guillermo de Croy, señor de Chièvres, no parecían los
más idóneos para gestionar la crisis abierta en la realeza castellano-aragonesa tras la muerte
de Fernando el Católico. En Toledo Luis de Puertocarrero lidiaba lo mejor posible con todos
los oligarcas, aunque por fin en algo parecían coincidir las personas cercanas a los Ayala o a
los Silva: en los recelos frente a Carlos I. Recelos que se hicieron más que evidentes a inicios
de 1519.
En enero de 1519 murió el emperador Maximiliano de Austria. Desde entonces el único
objetivo de Carlos I fue conseguir riquezas en Castilla para marcharse a Alemania, y poseer la
corona imperial. Decidió embarcarse en La Coruña, celebrando antes unas Cortes en Santiago
de Compostela para recaudar dinero, a través de la solicitud de un servicio a las ciudades. Iba
a dirigirse directamente hasta Santiago con una parada en Burgos.
Esto indignó a los dirigentes de Toledo. Cuando el rey pisó el suelo peninsular enviaron
varias comitivas a besarle las manos, en señal de obediencia298; incluso su llegada se celebró
en la ciudad con un festejo299. Con la esperanza de que Carlos I viniese a la urbe, en un gesto
solidario con él, tras la muerte del emperador también se declararon unos días de luto oficial
295 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 217 v-219 v. 296 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r. 297 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r. 298 A.M.T., “Propios y arbitrios. Cuentas de cargo y data del mayordomo”, caja. 2.120, data de 1517, libramientos del 3 de octubre de 1517, del 20 de enero de 1517, del 12 de enero de 1517, etc. 299 Idem, data de 1518, libramiento del 4 de noviembre de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1685
en Toledo300. Cuando se supo que el nuevo monarca de Castilla además iba a ser emperador,
algo que a muchos no gustaba -decían que no iba a atender los asuntos castellanos como era
debido-, también se hizo una fiesta301, y se enviaron unos mensajeros a Barcelona para darle
la enhorabuena302. Carlos I, sin embargo, no se dignó venir a Toledo. Esto fue frustrante...
Ante esta situación, el Ayuntamiento de Toledo envió una carta a las ciudades con voto
en Cortes, en la que pedía que se reunieran para debatir sobre tres asuntos: suplicar al rey que
no se fuese tan pronto de Castilla; requerirle que no permitiese sacar dinero del reino; y hacer
que se comprometiera a no situar los oficios públicos bajo el control de personas extranjeras.
De las dieciocho ciudades con voto en Cortes contestaron diez. Sólo Murcia, Cuenca, Soria y
Segovia dijeron que lo requerido por Toledo era correcto. Las otras afirmaron, también, que
lo era, pero que debía tratarse en una reunión de Cortes, no en una asamblea de ciudades sin la
presencia del rey.
Esta respuesta sólo consiguió caldear los ánimos entre los gobernantes toledanos. “En el
regimiento de la ciudad del Tajo -ya casi en rebeldía- comenzaron a resonar en adelante las
voces de los futuros comuneros“, escribe Fernando Martínez Gil, “Juan de Padilla, Fernando
Dávalos, Pedro Laso de la Vega, Pedro de Ayala, Juan Carrillo, Gonzalo Gaitán... [se trata de
hombres cercanos a los Ayala, pero también a los Silva] El corregidor trataba sin demasiada
convicción de acallar estas voces leyendo las cartas procedentes de la corte303”; cartas que
decían que el monarca estaba en Aragón, que pensaba pasar por Castilla y reunir a las Cortes
para resolver todos los problemas del reino. No obstante, afirmaciones así cada vez merecían
menos crédito. Por si fuera poco, Carlos I dispuso que no le enviasen mensajeros, porque
estaba ocupado en asuntos que no tenían que ver con Castilla.
En fin, en medio de una tensión creciente, y viendo que Luis Puertocarrero cada vez era
más incapaz de mantener el orden en la ciudad del Tajo, se decidió que había llegado la hora
de que entregara el oficio de corregidor a otro. Con ello se buscaba un doble objetivo. Por una
parte, los corregidores iban a encargarse de presionar a los vecinos de sus ciudades para que
pagasen el servicio que tendría que pedirse en las Cortes de Santiago de Compostela; servicio
con el que Carlos I buscaba tener el dinero suficiente como para poderse intitular emperador.
Se necesitaba a alguien adecuado para cumplir esta compleja misión en Toledo. Por otra, el
nombramiento de un nuevo corregidor respondía a las críticas de Fernando de Silva y sus
acólitos en contra de Luis Puertocarrero, en un momento en el que el conde de Fuensalida ya
300 Idem, data de 1520, libramiento del 9 de enero de 1520. 301 Idem, data de 1519, libramiento del 19 de octubre de 1519. 302 Idem, data de 1519, libramiento del 31 de octubre de 1519 y del 6 de enero de 1520. 303 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 47.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1686
se encontraba en Galicia. Con la puesta al frente del corregimiento toledano de otro hombre,
en consecuencia, se deseaba que la paz regia volviese a reinar en la ciudad del Tajo; una paz
regia que, como en años anteriores, pretendía aprovecharse de la complicidad de Fernando de
Silva (el comendador ávido de poder, no el conde), en concreto, y de los Silva, en general.
8.1.2.1.3. El último corregidor: Antonio de Córdoba
El relevo del conde de Palma por otra persona se enmarca en una serie de sustituciones
de corregidores que se proyectó a mediados de 1519 en la corte de Carlos I304, si bien tuvieron
que ver mucho en ello los rumores que acusaban a dicho conde de mostrarse débil a la hora de
frenar las intenciones de los regidores de Toledo305. Había que traer a esta urbe a alguien que
fuera capaz de controlar a sus gobernantes, y se pensó en Antonio de Córdoba. La decisión,
de todas formas, no fue nada sencilla. Al contrario, fue un poco precipitada. El 11 de octubre
de 1519 el rey afirmaba en una de sus cartas que el corregimiento en Toledo debía ser ejercido
durante un año más por Luis Puertocarrero; eso sí, de forma interina, y hasta nueva orden306.
Sin embargo, pronto cambió de opinión, tal vez porque se trataba de un hombre de Cisneros.
En nada aprovecharon los ruegos de algunos regidores y jurados, e incluso de algún canónigo,
que pidieron al rey la prórroga del conde de Palma como corregidor, porque había mantenido
la urbe en paz307.
Antonio de Córdoba recibió el oficio de corregidor de Toledo el día 13 de diciembre de
1519308, con el objetivo, además, de hacer un juicio de residencia al conde de Palma309, a
quien releva en el corregimiento el 17 de diciembre310. No existen datos que señalen que
Córdoba tuviese problemas para hacerse con el cargo de corregidor. De hecho, lo más seguro
es que no los tuviera, ya que, por un lado, eran los dirigentes cercanos a los Silva quienes
habían pedido un nuevo corregidor, y en esas fechas éstos tienen mucha fuerza, y, por otro, el
corregimiento cada vez tenía menos importancia en una urbe en la que los ánimos estaban
caldeados. Hasta tal punto que Antonio de Córdoba sólo estuvo como corregidor apenas cinco
meses y medio. El 31 de mayo de 1520 tuvo que marcharse de Toledo con miedo de perder la
vida. Fernando Martínez Gil considera este día la fecha en que triunfan las Comunidades311.
304 A.G.S., Estado, leg. 6, fol. 44. 305 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 48. 306 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 44, fol. 134 r. 307 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fols. 39 y 361 r. 308 A.G.S., R.G.S., 1519-XII, Molina del Rey, 13 de diciembre de 1519. 309 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 49, fols. 146 v-147 r. 310 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 48. 311 Idem, p. 303.
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1687
Los sucesos ocurrieron muy rápido. Con la carta que convocaba a una reunión de Cortes
en Santiago de Compostela para dar dinero al rey -con el que marcharse de Castilla- venía
otra en la que se mandaba a Antonio de Córdoba que uno de los procuradores de Toledo fuese
un hombre cercano a los Silva, y también a Carlos I: Gutierre de Guevara. El regidor Pedro
Laso, de los Ayala, fue uno de los que primero se opuso, criticando tanto a los extranjeros
como al rey. Sus palabras fueron aplaudidas por todos los gobernantes, tanto por los más
cercanos a la parçialidad de los Ayala como por los que abogaban por los Silva. Todos cada
vez tenían más claro que ahora estaban en la obligación a combatir a un enemigo común; a
Carlos I y los flamencos.
Con tales planteamientos, Antonio de Córdoba sólo pudo recabar el apoyo de dos o tres
regidores y de unos cinco jurados a la hora de cumplir lo que el rey pedía. Los comuneros -no
es absurdo llamarles así ya- incluso, señala algún cronista, llegaron a preparar una emboscada
en contra de los que dieron su apoyo al corregidor, situando a unos hombres armados fuera de
la sala de juntas del Ayuntamiento, para que cuando salieran de ella fuesen agredidos. La paz
regia no existe por entonces.
El 25 de febrero de 1520 se decidió que, al margen de los procuradores de Cortes, fuera
una embajada a hablar con el monarca, compuesta por dos regidores, Pedro Laso de la Vega y
Alonso Suárez de Toledo, y dos jurados, Alonso Ortiz y Miguel de Hita. Le deberían decir, en
nombre de Toledo, que no se fuese “a lo del Imperio”, que no sacara moneda de Castilla, que
los extranjeros no recibieran oficios en esta Corona, y que se solucionasen ciertos agravios;
sobre todo los que realizaba la Inquisición.
Respecto a los procuradores de Cortes, la suerte recayó en dos leales al rey312: Juan de
Ribera y Alonso de Aguirre. Casi todos los regidores se opusieron, y se negaron a otorgarles
los poderes que debían llevar. De este modo, las Cortes de Santiago iban a iniciarse sin una
representación de la ciudad del Tajo. Se trata de una prueba clara de la quiebra de la paz regia.
Tenemos que remontarnos a las Cortes de Ocaña de 1469 para encontrar una asamblea de los
procuradores urbanos a la que no se presentaran los representantes de Toledo, por culpa de las
desavenencias con el monarca (en el año 1469 con el rey Enrique IV).
Al contrario, sí fueron a La Coruña Pedro Laso de la Vega y los demás mensajeros. Los
regidores toledanos llegaron a recibir el apoyo explícito de los gobernantes de Madrid y de la
Iglesia de su urbe para que lo hiciesen. Los clérigos aplaudían la iniciativa de los regidores
desde los púlpitos de las parroquias. Mientras tanto, Antonio de Córdoba estaba aislado. Se
312 Antonio de Córdoba mantuvo una intensa relación diplomática con la corte sobre el asunto de los mensajeros y procuradores: A.G.S., P.R., leg. 1, doc. 77, fols. 289-295.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1688
sentía impotente frente a las decisiones de los regidores. Según un escrito, él, al igual que lo
fuese el conde de Palma, era débil: continuaba siempre a su silencio acostumbrado, y cuando
de necesidad havía de votar en algo que se tratava pedía deliveración, no votando sí ni no, y
d´esta manera no sólo [no] contradecía ni prohivía, pero aprobava tácitamente quanto se
hacía...313 En las cartas que enviaba a la corte se observa perfectamente su impotencia. En una
escribía: convyene con toda presteza se me mande lo que tengo de hazer, porque lo de aquý, a
mi ver, rrequyere ya rezyo castigo, según se va desvergonçando la cosa... En otra señalaba314:
quan poco se tiene lo que les mando, pues con dezir que apelan d´ello, como es la mayor
parte de la cibdad, pasan por cibdad conforme a sus hordenanças...
Ante esta situación, Antonio de Córdoba solicitó que se le concediera poder para anular
todos los acuerdos que fuesen contra el rey, que se castigara a los regidores rebeldes, y que él
pudiese tener a veinticinco hombres para su defensa, al igual que los habían tenido mosén
Jaime Ferrer y Luis Puertocarrero315. El corregidor tenía prácticamente a todo el Regimiento
en contra suya. Tan sólo algunos caballeros le apoyaban; entre ellos Fernando de Silva (el hijo
del señor de Montemayor), quien, en parte, le había traído a la urbe.
Los mensajeros enviados por Toledo a hablar con el rey fueron desterrados de la corte y
de su urbe. Pedro Laso tendría que irse a sus posesiones de Gibraltar, y el otro regidor, Alonso
Suárez, a servir como capitán en el ejército. Además, se dio una orden para que se presentasen
ante el monarca Fernando Dávalos, Juan de Padilla, Pedro de Ayala, Gonzalo Gaitán, Juan
Carrillo y Pedro de Herrera, regidores de quienes se había dado queja; y se dispuso que los
regidores toledanos que estaban en la corte afines al rey, Lope de Guzmán, Martín de Ayala y
Rodrigo Niño, volviesen a la ciudad del Tajo. El objetivo era que en Toledo tan sólo hubiese
regidores adictos a Carlos I, para que Antonio de Córdoba pudiera mantener la paz regia. Un
objetivo cada vez más complicado.
Poco a poco el espíritu de sublevación fue llegando al común. Se vio avivado por falsos
rumores que hablaban del cobro de increíbles tributos. Andaban de noche con linternillas,
disfrazados, por las calles, dice una relación de los sucesos [...] persuadiéndoles a la libertad,
y aún de los males, y opresiones y pechos intolerables que decían que havía de haver. Y
decían no haver otro remedio sino hechar de Toledo las justicias y los que sentían en
contrario d´ellos, por qualquier vía que fuese posible. Y de día hacían juntar corrillos de sus
313 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 52. 314 Idem, p. 53. 315 Mientras esto se producía Carlos I afirmaba sentirse maravillado con la actitud de Toledo, siendo como era la ciudad que más había defendido la lealtad a la realeza en tiempos pasados: A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 357 r-v; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 49, fol. 138 r-v.
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criados que hablasen y dijesen cosas perjudiciales y de amenazas contra algunas personas
principales316. Tales rumores eran alimentados desde los púlpitos por las prédicas de los
clérigos, quienes vociferaban contra los flamencos, contra Carlos I y contra cualesquiera que
fuesen sus intenciones.
La revuelta empezó con un primer escándalo. De forma anual la cofradía de la Caridad
celebraba una procesión. Era una de las instituciones de carácter popular más importantes de
la urbe, y sus actos siempre eran multitudinarios. Algunas voces decían que la procesión de
1520 iba a convertirse en un acto en contra del rey. Ante tal amenaza, Fernando de Silva (el
comendador de Otos) se mostró dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para que no se
celebrase, e hizo reunir ciertos hombres con armas. Antonio de Córdoba tampoco deseaba que
se celebrara, si bien, seguro de las trágicas repercusiones que podría traer el derramamiento de
sangre, se mostró más prudente, y logró convencer -no sin esfuerzo- a Fernando de Silva para
que permitiera que se celebrase la procesión. Finalmente se celebró, se realizaron algunas
cosas demasiadas (esto se interpretó como una victoria popular), y Fernando de Silva se fue a
la corte. En Toledo tan sólo se quedaron su hermano Juan de Ribera y Antonio de Córdoba a
favor de Carlos I.
Mucho más graves fueron los hechos acaecidos el 16 de abril de 1520. Por orden del rey
se había ordenado, como vimos, que Juan de Padilla, Fernando Dávalos y otros se presentasen
en la corte. En principio se negaron, aduciendo algunas ocupaciones, pero el monarca insistió
en ello, poniéndoles graves penas. Ante esta coacción, cuando se disponían a marcharse de la
urbe una multitud de personas salió de la catedral, les cortó el paso, y hizo que se metieran en
el templo. Muchos dijeron que todo era una farsa, que quienes iban a la corte prepararon todo
para no tener que vérselas con el monarca...
La multitud, además, obligó al corregidor Antonio de Córdoba a que prohibiera la salida
de los caballeros. Éste andava tan turbado y sin consejo que, no pudiendo proveer cosa
alguna buena, le hicieron hacer todo lo que querían, y por auto se puso la notificación de las
cédulas. Y hizo, no pudiendo más, todo quanto le mandaron, en tal manera que poco a poco
fue perdiendo la authoridad, y comenzó a ser menospreciado317. Ya nadie respeta a la persona
que se encargaba de mantener la paz regia en Toledo.
Los rebeldes al rey decidieron que había llegado el momento de ocupar las fortalezas. El
20 de abril de 1520 tomaron todas excepto el alcázar, situado bajo la tutela de Juan de Ribera,
el hermano de Fernando de Silva. Sin embargo, se rindió rápido. Al ver a toda la población en
316 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 55. 317 Idem, p. 61.
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su contra, Ribera decidió marcharse de Toledo el 21 de abril. A las pocas jornadas llegó a la
urbe el que entonces los rebeldes tenían por un héroe: Pedro Laso de la Vega. Iba camino de
Gibraltar, para permanecer allí recluido por orden del monarca. Por orden de éste, del mismo
modo, le habían ordenado que no entrase en la ciudad del Tajo, pero lo hizo.
La indignación de Carlos I llegó a tal extremo que decidió ir en persona a Toledo para
calmar la revuelta. Guillermo de Croy le dijo que no lo hiciese, que lo de Toledo no era nada,
que lo mejor era que marchase hacia Alemania lo antes posible para ser nombrado emperador.
De este modo, el 20 de mayo el rey de Castilla partía hacia el extranjero. Como gobernador de
las tierras castellanas dejó a Andriano de Utrech, cardenal de Tortosa. Las instrucciones que
el monarca le dio fueron muy claras318: No avéys de perdonar ninguna pena de los de Toledo
[...] syn consulta mía.
Las noticias sobre la ida de Carlos I a Alemania no tardaron en llegar a la ciudad del
Tajo, y cuando lo hicieron la soberbia de los rebeldes llegó al culmen. Nadie respetaba ni al
corregidor ni a sus hombres, y los comuneros decidieron que había llegado el momento de
hacer algo. Antonio de Córdoba, “medroso, tuvo que sufrir pacientemente que la multitud le
sacase de su posada y le quitase la vara símbolo de su cargo. La finalidad del acto no ofrecía
dudas: el corregidor debía recibir la vara nuevamente de la Comunidad y no del rey que había
abandonado Castilla a su suerte. Don Antonio hubo de jurar que en adelante tendría la vara
por la Comunidad de Toledo antes de serle devuelta. Ante la presión popular tuvo que inclinar
la cabeza y callar”319. Este hecho evidencia que la paz regia ha desaparecido, y que desde aquí
existirá una paz distinta, la “paz de la Comunidad”, instituida sobre un esquema institucional
diferente, más cercano al pueblo. Ahora bien, para que la nueva paz triunfe ha de imponerse,
superando los impedimentos presentados por las fuerzas del rey.
En contra de la opinión del corregidor, se fortificaron las murallas, y dispusieron que
con la hacienda municipal se compraran salitre y pertrechos para hacer pólvora. Aun siendo
ahora corregidor por parte de la Comunidad, Antonio de Córdoba seguía sin tener ningún
poderío en la urbe. Una de las últimas cosas que hizo fue mandar que se diese un pregón,
ordenando que nadie llevase armas por las calles. Fue inútil. Ante un nuevo escándalo tanto él
como sus colaboradores se vieron obligados a buscar refugio en las viviendas de Pedro Laso
de la Vega. Impotente, y temeroso de perder la vida, Antonio de Córdoba abandonó Toledo
junto a sus hombres el 31 de mayo de 1520. Finalizaba así una etapa del corregimiento en la
ciudad del Tajo que había comenzado en 1477, cuando Gómez Manrique llegó como primer
318 Idem, p. 64. 319 Idem.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1691
corregidor de los Reyes Católicos. Si el corregidor había sido básico para el mantenimiento de
la paz regia, su desaparición el mes de mayo de 1520 era una evidencia de que en Toledo
dicha paz había desaparecido. Por el momento la Comunidad triunfaba. Aunque fuera de
forma coyuntural, lo que crearon Isabel y Fernando, toda su herencia, había dejado de existir.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1692
8.1.2.2. LA SUSTITUCIÓN DE LOS GOBERNANTES
Tal y como señalamos en el capítulo anterior, durante los primeros años del siglo XVI
en Toledo se produce un paulatino alejamiento entre los gobernantes y los “dirigidos”. No tan
sólo puede observarse en los regidores, sino también, lo que es más grave, en los jurados, en
los teóricos representantes de los intereses de todos los vecinos de la urbe frente al corregidor
y sus hombres, y frente al Regimiento. Las instituciones del gobierno local cada vez se hallan
más oligarquizadas. Son caballeros, sobre todo, los que ocupan los puestos de regidores; hasta
el punto que si, de acuerdo a lo establecido por Juan II, la mitad de los regidores debían ser de
los caballeros y la otra mitad de los ciudadanos, en torno a 1520 únicamente cinco regidores
de un total de veinticuatro son de los ciudadanos320: Juan Zapata, Pedro Marañón, Antonio de
Baeza, Antonio Álvarez de Toledo y Lope Conchillos.
En lo que a sus afinidades políticas respecta, la mayor parte de los regidores se hallaban
cercanos al conde de Fuensalida, alguacil mayor por entonces, aunque no siempre formaban
parte de su parcialidad. Por contra, el mayor número de “dignidades”, de oficios de justicia,
estaba en manos de los Silva, que además tenían el apoyo, también, de no pocos regidores. El
conde de Cifuentes era el alcalde de alzadas, y Juan de Silva el alcalde mayor de la Mesta. El
alcalde mayor, como tal, de Antonio de Córdoba era el marqués de Elche, quien sustituyó en
el cargo al adelantado de Granada.
Desde sus cargos de alcaldes mayores los Silva, y también el conde de Fuensalida en
virtud de su alguacilazgo mayor, hacían lo posible porque las veedurías y los otros oficios del
Ayuntamiento fueran a parar a personas a ellos afines. Esto hizo que en torno a 1518 tanto el
regidor Pedro de Ayala como el jurado Nicolás de Párraga se quejaran en la corte, y gracias a
su queja se dio orden de que no se entrometiesen en las elecciones de los oficios subalternos
de la corporación municipal321.
REGIDORES DE TOLEDO EN TORNO A 1520
REGIDOR
CATEGORÍA
INGRESO EN EL
REGIMIENTO 322
AFINIDADES EN LA
POLÍTICA
POSTURA EN LAS
COMUNIDADES Antonio de Baeza Ciudadano 1517* ------ ------ Antonio Álvarez de Toledo Ciudadano 1504 ------ Comunero Lope de Conchillos Ciudadano 1508 ------ Leal al rey Martín Álvarez de Toledo Caballero 1517 Ayala ------ Juan Niño Caballero 1481* Ayala ------
320 Idem, pp. 28-29. 321 A.G.S., R.G.S., 1518-XII, Zaragoza, 17 de diciembre de 1518. 322 Cuando la fecha aparece con un asterisco es porque no se sabe cuándo entró el regidor en el Regimiento. Es la primera vez que aparece documentado como regidor.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1693
Fernando Díaz de Rivadeneira Caballero 1502 Ayala Comunero Antonio de la Peña Caballero 1485* Ayala Comunero Pedro de Herrera Caballero 1514 Ayala Comunero Juan de Padilla Caballero 1513 Ayala Comunero Fernando Dávalos Caballero 1489* Ayala Comunero Pedro de Ayala Caballero 1511 Ayala Comunero Pedro Laso de la Vega Caballero 1508 Ayala Comunero Juan Carrillo Caballero 1489* Ayala Comunero Juan Zapata Ciudadano 1518 Ayala Comunero Martín de Ayala Caballero 1517 Ayala Leal al rey Pedro Marañón Ciudadano 1511 Ayala Leal al rey Pedro de Lago Caballero 1519 Silva ------ Fernando Pérez de Guzmán Caballero 1502 Silva Comunero Gonzalo Gaitán Caballero 1505* Silva Comunero Alonso de Silva Caballero 1511 Silva Leal al rey Juan de Silva y Ribera Caballero 1507* Silva Leal al rey Lope de Guzmán Caballero 1517 Silva Leal al rey Gutierre de Guevara Caballero 1509 Silva Leal al rey Alonso Suárez de Toledo Caballero 1511 Silva Leal al rey
De los veinticuatro regidores tan sólo cuatro habían entrado en el Regimiento antes del
año 1500. Entre 1500 y 1510 lo hicieron ocho (33,33 %), y desde 1510 a 1519 doce; la mitad.
La mayor parte de los regidores, por tanto, tenía poca experiencia, o al menos una experiencia
no muy larga, en la administración de los problemas de gobierno. Es más, hasta un cuarto de
los mismos, seis, Martín Álvarez de Toledo, Juan Zapata, Martín de Ayala, Pedro de Lago,
Lope de Guzmán y Antonio de Baeza, ingresaron en el Regimiento después de la muerte de
Fernando el Católico. Tres de ellos tenían unas posturas políticas cercanas a las del conde de
Fuensalida: Martín Álvarez de Toledo, Juan Zapata y Martín de Ayala. Dos estaban mucho
más próximos a los Silva: Pedro de Lago y Lope de Guzmán. Y de uno, Antonio de Baeza,
nada se sabe sobre sus preferencias.
Del mismo modo, tampoco se conoce qué actitud tomaron tres de estos regidores en las
Comunidades: Martín Álvarez de Toledo, Pedro de Lago y Antonio de Baeza. Dos, uno
cercano a los Silva -Lope de Guzmán- y otro a los Ayala -Martín de Ayala-, se mantuvieron
leales al monarca, mientras que uno, el regidor Juan Zapata, de los Ayala, fue comunero.
Al menos trece regidores eran afines al conde de Fuensalida. Los Silva contaban con el
apoyo de ocho como mínimo, pero tenían un control mayor sobre los oficios de justicia. Esta
división del Regimiento explica, entre otras cosas, por qué muchos regidores se posicionaron
en contra del rey Carlos I. De los más cercanos a los Ayala, al menos siete serían comuneros,
dos, Pedro Marañón y Martín de Ayala, se mostraron partidarios del monarca, y de cuatro no
conocemos su posicionamiento. Como puede verse, una mayoría de los más cercanos al conde
de Fuensalida se posicionan frente al rey. ¿A qué se debe?. Tal y como han señalado muchos
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1694
historiadores, con razón, las Comunidades fueron mucho más que un enfrentamiento banderil;
individuos de los Silva y de los Ayala iban a luchar juntos, olvidando sus antiguas rencillas.
Es cierto. Ahora bien, hay una causa que explica la reacción de muchos Ayala frente a Carlos
I: el aparente apoyo de este monarca a los Silva. Un apoyo que, por otra parte, al no ser
explícito, iba a resultar desconcertante.
8.1.2.2.1. Los regidores y el “rey lejano”
Dos acciones de Carlos I pusieron en alerta a los regidores que estaban más próximos al
conde de Fuensalida. La primera en 1518: dicho conde tuvo que partir hacia Galicia para tener
allí el cargo de gobernador general, lo que, además de alejarle de Toledo, le impedía trabajar
en sus labores de alguacil mayor personalmente. El segundo suceso que causó alarma fue el
nombramiento de Antonio de Córdoba como corregidor a finales de 1519, no por culpa de
éste, del sujeto que iba a desarrollar el cargo, sino por el motivo que llevó al rey a sustituir a
Luis Puertocarrero: una queja de Fernando de Silva y otros regidores a él afines en la corte.
Carlos I había obedecido su demanda sin poner ningún obstáculo. Esto hizo que los Ayala se
temiesen lo peor.
Una vez con el conde de Fuensalida en Galicia, Antonio de Córdoba puso a alguien
cercano a él como alguacil mayor: a Gaspar de Córdoba. Si los Ayala llevaban años en una
posición de recelo frente a la realeza -primero frente a Isabel y Fernando por haber apoyado a
Juana “la beltraneja”, y luego frente a Fernando, tras la muerte de Isabel, por su apoyo a
Felipe “el hermoso”-, parecía que las perspectivas con Carlos I eran poco halagüeñas. Así,
casi todos los Ayala se posicionaron contra el monarca, y con ellos la mayoría del
Regimiento, liderado en principio por tres individuos: Fernando Dávalos, Juan de Padilla y
Pedro Laso de la Vega.
Al contrario, de los ocho regidores que podemos situar en la facción de los Silva al
menos cinco se exhibieron como leales al monarca desde el inicio del conflicto. Al parecer,
ellos no albergaban motivos para pensar que Carlos I cambiaría esa tendencia a su favor que
la realeza manifestaba desde cuatro décadas atrás. Eso sí; la cohorte de flamencos era vista
con suspicacia, por lo cual, por muchos gestos que el rey hiciese a su favor, no pudo impedir
que ciertos Silva se posicionaran en su contra. Recuérdese, además, lo referido en varias
ocasiones: no es posible hablar de grupos claramente diferenciados y en una oposición
permanente e inmóvil. Por ejemplo, Fernando de Silva, uno de los más leales a Carlos I, y
Gonzalo Gaitán, uno de los comuneros, ambos de los Silva, en más de una ocasión aparecen
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1695
votando al lado de los Ayala. Así lo hicieron, sin ir más allá, cuando se recibió como regidor a
Juan Zapata323, a finales de 1518.
Por otra parte, desde que muriera Fernando el Católico, y sobre todo tras la muerte de
Cisneros, el contacto entre el Regimiento y el Consejo Real se reduce. Apenas llegan unas
cuantas provisiones regias, por las que se conceden cargos de la institución a ciertas personas.
En 1516 se dio licencia al regidor Pedro Zapata para que renunciase su oficio en su hijo Juan
Zapata324, algo que realizó en 1518. A mediados de 1517 Juan Rodríguez Puertocarrero dio su
cargo de regidor a Lope de Guzmán325. Lo mismo hizo por entonces Martín Vázquez de
Rojas, que renunciaría su oficio en Martín de Ayala326. A fines del año 1517 fue Fernando
Álvarez de Toledo el que renunció su cargo en su hijo Martín Álvarez de Toledo327. Ya en
1519, Pedro de Lago recibió por renuncia el regimiento de Fernando de Silva328, comendador
de Otos, uno de los más firmes colaboradores del corregidor Antonio de Córdoba.
A poco más que a estas concesiones de oficios se reduce la actividad de los consejeros
reales los años que preceden a las Comunidades de Castilla. Existe una lejanía palpable entre
la corte de Carlos I y la ciudad del Tajo. Una lejanía física, de carácter administrativo, de tipo
cultural incluso, que en poco tiempo va a convertirse en un obstáculo insalvable en el vínculo
entre la urbe y la administración regia. La falta de comunicación realeza-Regimiento, unida a
las problemáticas que afectan a éste último (se halla oligarquizado, y sus miembros actúan de
forma individualista), hizo que el gobierno urbano fuera sumiéndose en una crisis irreversible.
Hasta el punto que los comuneros acabaron con el Regimiento, prácticamente, en la etapa más
radical de su revuelta, allá por el verano de 1521. Lo mismo le ocurrió al Cabildo de jurados,
sólo que la situación de éste fue aún mucho peor.
******
8.1.2.2.2. La Congregación y el ocaso de los jurados
Aunque no se aboliera, la guerra de las Comunidades dio al traste con el Cabildo de los
jurados de Toledo. Si bien continuó existiendo, fue sustituido por otra institución con sus
mismas funciones, pero cercana al pueblo y de carácter popular: la Congregación. Esto se
323 A.G.S., R.G.S., 1519-I, Ávila, 23 de enero de 1519. 324 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Bruselas, 3 de octubre de 1516. 325 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 2 de julio de 1517. 326 A.G.S., R.G.S., 1517-VIII, Madrid, 6 de agosto de 1517 (hay otra carta igual fechada en Aranda de Duero, el 16 de agosto de 1517). 327 A.G.S., R.G.S., 1517-XII, Valladolid, 17 de diciembre de 1517. 328 A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Barcelona, 7 de junio de 1519.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1696
produjo en 1520. Hasta entonces los jurados tuvieron que hacer frente a un contexto político y
social cada vez más complejo, en el que aparecían siempre en una posición incómoda, o
cuanto menos en un segundo plano. Las causas de ello eran dos: la progresiva oligarquización
-más y más notable cada vez- de su Cabildo, auspiciada por la realeza, que ordenó que sólo
pudiesen formar parte de él los hidalgos, no las personas pecheras; y las enormes dificultades
a la hora de hacer cumplir sus privilegios, sobre todo los de carácter económico y los relativos
al modo de elección de los nuevos jurados por las parroquias.
En cuanto a los privilegios económicos el problema más grave, siempre lo había sido, es
el relacionado con la impunidad que amparaba a los dueños de una juraduría, mercaderes en
su mayor parte, para que no pudiesen ser recluidos en la cárcel por motivos de deudas, algo
que les daba ciertas libertades a la hora de negociar, e iba en contra de los comerciantes que
no tenían un oficio público. Por dicha causa, las presiones eran constantes sobre los jurados a
la hora de firmarse cualquier contrato con dinero de por medio; hasta tal punto que su
impunidad no era respetada en muchísimas ocasiones. Así es como sucedió en un pleito entre
el jurado Diego de Santamaría y el monasterio de Santa Catalina de la Merced de Toledo, que
llegó al Consejo Real porque los clérigos demandaban al primero el pago de unos maravedíes,
e hicieron una serie de gestiones para que le metieran en la cárcel, cuestionando seriamente
los privilegios a su oficio anejos.
El proceso entre Diego de Santamaría y el monasterio de Santa Catalina fue seguido de
cerca por todos los jurados, y al final se dio la razón a éstos, estableciendo que se respetasen
sus privilegios329; entre ellos el que ordenaba a los regidores, al escribano del Ayuntamiento y
al corregidor que no les pusiesen obstáculos a la hora de desarrollar su labor330. Corría por
entonces el año 1518.
Mucho más graves eran los problemas relativos al modo de nombrar a los jurados. Tal y
como se ha visto, si cada vez el papel de la población queda más reducido, limitándose a
corroborar las elecciones hechas por el mismo Cabildo de jurados para que entrasen en él sólo
quienes sus miembros deseaban, desde comienzos del siglo XVI la presión de los corregidores
y de la corte a la hora de elegir a los nuevos dueños de una juraduría aumenta notablemente.
De igual forma, cada vez son más los regidores y caballeros interesados en que un puesto del
Cabildo quede en manos de alguno de sus hombres o acólitos. De este modo, era en verdad un
problema el que una juraduría quedase vacante, por la muerte de su titular o por haberla dado
en renuncia a otra persona. Los enfrentamientos entre los oligarcas eran continuos, y quienes
329 A.G.S., C.C., Diversos, leg. 41, doc. 36. 330 A.M.T., “Siglo XV”, caja 2530, documento suelto.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1697
más se perjudicaban de ello eran los miembros del común, que veían cómo sus únicos medios
de intervenir en el gobierno ciudadano quedaban obsoletos frente a las ansias de poder de los
omes poderosos.
Por ejemplo, en 1517 un jurado de la parroquia de San Román, Alonso Romero, otorgó
su juraduría a Diego de Montoya. Su Cabildo lo aceptó sin problemas, y los parroquianos de
San Román también, pero algunos se quejaron diciendo que tras hacer la renuncia Alonso no
había servido en su oficio durante 20 días, tal y como estipulaba la ley331. Tales personas sólo
buscaban hacerse con el oficio de jurado vacante, y el alcalde mayor, en principio, dando
oídos a sus reclamaciones, impidió que Diego de Montoya ocupase la juraduría332. El caso
llegó hasta la corte, y el monarca, diciendo que lo realizaba para evitar problemas, dispuso
que se diera el cargo a Diego como si de una merced se tratara333. Inmediatamente el Cabildo
se opuso334. Era muy mal presagio el que Carlos I se creyese en derecho de conceder oficios
de jurados a quien considerase oportuno. El rey tuvo que dar explicaciones: dijo que su
intención ni era ni jamás sería perjudicar en nada los privilegios de los jurados, sino todo lo
contrario. Afirmó que si estaba dispuesto a que se entregase a Diego de Montoya la juraduría
que en él renunció Alonso Romero, sólo era porque pensaba que con ello se guardarían los
derechos del Cabildo y de los parroquianos, por quienes estaba elegido ya Diego como jurado.
De este modo, el caso de Diego de Montoya acabó bien tanto para el monarca como
para los jurados. Los problemas a la hora de proveer las juradurías, aún así, continuaron.
Pedro Cherino, por ejemplo, se quejó a los consejeros en nombre de su padre -del mismo
nombre-, afirmando que Alonso de Sosa había renunciado en éste último su oficio de jurado
de la parroquia de San Justo335, y otro Alonso de Sosa, hijo del anterior, procuraba hacerse
con el cargo. En la parroquia de San Isidro también hubo algunos problemas ante una
juraduría vacante a la que aspiraba Alonso de San Martín336.
Siempre era lo mismo: por culpa de la vacación del oficio algunos caballeros y otras
personas acudían a sobornar a unos y a otros vecinos, o les amenazaban, para que diesen sus
votos a favor de su candidato. Una vez habían votado el hombre elegido para representar a su
parroquia actuaba en beneficio propio casi siempre, olvidándose de los parroquianos. Era
frustrante. Los jurados cada día representaban menos a los vecinos y moradores de Toledo, y
parecían no preocuparse lo más mínimo por sus problemas.
331 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 40, fols. 77 v-78 r. 332 A.M.T., “Este libro es de traslados...”, Sección B, nº. 120, fols. 149 r y 167 r-v. 333 Idem, fol. 145 r. 334 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 168 v-169 r. 335 A.G.S., R.G.S., 1518-VII; Medina del Campo, 7 de julio de 1518. 336 A.G.S., R.G.S., 1519-XI, Valladolid, 15 de noviembre de 1519.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1698
HOMBRES QUE SE DOCUMENTAN COMO JURADOS EN LA ÉPOCA DE LAS COMUNIDADES
Luis de Aguirre Diego de Montoya Alonso Álvarez Alonso de Morales Alfonso Álvarez de las Cuentas Jerónimo de Morales Diego de Argame Alonso Ortiz Gaspar de Ávila Gonzalo Pantoja Jerónimo de Ávila Nicolás de Párraga Luis de Ávila Ruy Pérez de la Fuente Pedro de Ávila García Pérez de Rojas Juan Ramírez de Bargas Diego de Rojas Francisco Ramírez de Sosa Miguel Ruiz Pedro Ruiz de Bargas Tomás (o Tomé) Sánchez Juan Bautista Diego Sánchez de San Pedro Diego Fernández Juan Sánchez de San Pedro Alonso Fernández de Oseguera Diego de Santamaría Diego Fernández de Oseguera Diego Serrano Francisco Francés Juan Solano Bernardino de la Higuera Alonso de Sosa Diego de Hita Alonso de la Torre Miguel de Hita Fernando Vázquez Bernardino de Horozco Pedro de Villayos Gonzalo Hurtado Francisco Zapata Diego López de Tamayo Luis Zapata Alfonso Martínez de Mora
Lo ocurrido al inicio de las Comunidades guarda, según lo dicho hasta el momento, una
lógica absoluta. El común, harto de no estar representado en las instituciones urbanas, decidió
establecer una institución que le representase, actuando de manera alternativa a los jurados. El
Cabildo de éstos no desapareció, pero quedó obsoleto. Los parroquianos, de una manera
admirablemente organizada, establecieron un organismo institucional al que llamaron
Congregación, que era un reflejo exacto del Cabildo de jurados, pero quitando de éste todo lo
que impedía que representase verdaderamente los intereses del común: podían ser miembros
de la Congregación todos los vecinos de la urbe; cada parroquia (al igual que en el caso de los
jurados) aportaba uno o dos “diputados”, nomenclatura que se puso a los representantes del
común en la Congregación para diferenciarles de los jurados; al contrario que éstos, tales
diputados serían elegidos cada año por los votos de todos los parroquianos, sin que nadie
pudiera mediar para que se votase a una u otra persona; por último, las opiniones de la gente
de las parroquias iban a tener un papel fundamental en la toma de posturas de los diputados,
por lo que los asuntos importantes siempre habría que debatirlos con los parroquianos337.
Las mayores diferencias con el Cabildo de jurados, no obstante, eran operacionales. Si
los jurados sólo podían dar su voto en todos los problemas de la urbe, mientras que tan sólo el
337 MARTINEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 152 y ss.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1699
Regimiento albergaba el poder ejecutivo, la Congregación tiene un poderío idéntico al del
Regimiento, aunque el origen del mismo fuese bien distinto. Mientras que el poder de los
regidores descendía del monarca, convirtiéndoles en unos delegados de la realeza, el poder de
los diputados de la Congregación ascendía de la Comunidad, lo que les transformaba en los
representantes del pueblo en su conjunto.
Por esa causa, precisamente, el Cabildo de los jurados no servía. ¿Con qué derecho se
consideraban los representantes del pueblo esos jurados que tan sólo acudían a sus
parroquianos a la hora de conseguir votos para que alguien a ellos adicto ingresase en su
Cabildo?. ¿Cómo osaban decirse los defensores del común esos que ni siquiera permitían a
los medianos y a los menores elegir a sus candidatos a la hora de nombrar a un nuevo jurado?.
¿Cómo era posible que una misma institución pudiese defender tanto los intereses de los
monarcas como los del pueblo frente a los regidores?. Con el paso de los años se había hecho
patente que el Cabildo de jurados representaba a la realeza, ya que a ella era a la que acudía
siempre ante cualquier problema, marginando al “pueblo”; o como mucho a cierta parte de la
oligarquía. En fin, el cálculo que hicieron los comuneros, los comuneros de las clases media y
baja para ser más exactos, fue éste: si el Regimiento era el órgano del gobierno en Toledo, y
representaba los intereses de la oligarquía sobre todo, y si el Cabildo de jurados era el que se
encargaba de representar los intereses de la realeza y de algunos oligarcas frente a los
regidores, había unas necesidades indiscutibles de instituir un organismo que representase los
intereses del pueblo frente a los regidores y frente a la Corona -frente a los jurados, por tanto-.
De este modo, a lo largo de las Comunidades, entre 1520 y 1522, junto al Regimiento,
la institución de los regidores comuneros, se estableció un organismo institucional novedoso
que, tomando como base el distrito parroquial, de la misma manera que el Cabildo de jurados,
vino a sustituir a éste sin destruirlo, estableciéndose como un órgano representativo de la
Comunidad en su esencia; es decir, del común.
La Congregación estaba formada por unas cuatro decenas de diputados (número similar
al de jurados) que eran elegidos por votos. Aunque ante la falta de documentos desconocemos
los pormenores de las votaciones -si había algún requisito para votar, por ejemplo-, es seguro
que se seguiría el mismo procedimiento que en el caso de los jurados; procedimiento al que
nos referimos arriba. Las parroquias de Santo Tomé, San Nicolás, San Justo y Santiago del
Arrabal, entre otras, contaban con dos diputados, mientras que San Salvador, San Román, La
Magdalena, San Isidro, San Bartolomé, San Juan Bautista, San Cristóbal, San Cebrián o San
Vicente poseían uno.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1700
La organización militar de la Comunidad también se basaba en las parroquias (no se
olvide que las Comunidades fueron no sólo una revuelta, sino además una guerra). Cada una
de ellas tenía un capitán. Por debajo de él estaban los cuadrilleros, que eran los que dirigían a
las cuadrillas, grupos de quince o veinte vecinos que se encargaban de velar por la “paz de la
Comunidad” -que sustituyó a la paz regia-, persiguiendo a los traidores y amparando el orden
público; un orden público favorable a los rebeldes338. El mismo objetivo se perseguía con la
entrega a personas afines a la Comunidad de las fortalezas urbanas. De este modo actuaban
los capitanes339:
...cuando los dichos alborotadores querían salir a hacer algunas cabalgadas, lo
hacían saber a las parroquias, para que fuesen con su capitán a donde les mandase, y otros para poner recaudo en la dicha ciudad, diciendo que había muchos traidores en ella, por que no la vendiesen o entregasen [a] algunos caballeros que deseaban entrar en ella. Y que para esto mandaban repicar las campanas y se juntaban en las iglesias para dar orden cómo habían de salir y lo que querían hacer... La aparente sencillez de este “sistema de defensa”, que recuerda a la organización de la
Hermandad de 1476, pero también a ese proyecto de las “gentes de ordenanza” defendido en
su día por Cisneros, contrastaba con lo complejo de las instituciones políticas establecidas por
los rebeldes. Esto es, sin duda, lo que permite calificar de revolucionario lo que sucede en la
revuelta de los comuneros. Independientemente de otros factores, resulta novedoso el que los
parroquianos se organicen para establecer una nueva institucionalización política, y, por tanto,
una pas e sosyego distinta a la que hasta ahora existía. Nunca, durante el siglo XV, sucedió
algo así; jamás la osadía de los “comunes” -ahora comuneros- llegó hasta el extremo al que
ahora llega. Establecer una nueva institucionalización política, en la que el pueblo tuviese un
peso mayor, era, sencillamente, destruir la paz regia que existía para establecer algo distinto,
una paz regia (recordemos que los comuneros no buscaban establecer una república) en la que
la voz del común, y no sólo de los oligarcas, se dejase oír. Frente al corregidor, a los regidores
y a los jurados, se crea un sistema integrado sólo por regidores y “diputados”, en el que si se
acepta la existencia de un corregidor es con la condición de que éste no sea establecido por la
monarquía, sino por los dirigentes locales.
338 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán, Toledo, 2002, p. 361. 339 Idem, p. 366.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1701
EL AYUNTAMIENTO TOLEDANO ANTES Y DURANTE LAS COMUNI DADES
De forma anual, en el mes de abril, la Congregación de diputados tenía que elegir a tres
“procuradores generales del pueblo”, uno por cada estado -caballeros, ciudadanos y oficiales-,
y a un “escribano de la Congregación”. Probablemente éstos fueran quienes se encargaban de
las relaciones con el Regimiento, con el Cabildo de jurados, con el Cabildo catedralicio y con
los otros organismos institucionales. Los diputados, por su parte, se reunían en la que pasó a
denominarse como “casa de la Congregación”, o bien en la casa de la Hermandad. Decretaban
allí sus autos y disposiciones, y cuando tenían que tomar una decisión importante llamaban a
campana repicada a los parroquianos. Las personas de cada parroquia se reunían en su iglesia;
desde simples trabajadores hasta caballeros. Los debates sobre los temas más diversos a veces
llegaban a ser acalorados. Las posturas de los caballeros solían influir en la toma de
decisiones, pero también “la presión popular y las amenazas de los alborotadores”. De todo
esto tomaban nota dos escribanos, “ante los cuáles”, señala fray Prudencio de Sandoval, “cada
uno, por bajo que fuese, daba su parecer”. Una vez establecido un acuerdo, los diputados se
encargaban de comunicarlo en las asambleas de la Congregación, la cual tenía la última
palabra.
Como es lógico, este sistema de “gobierno popular” albergaba enormes dificultades a la
hora de poder llevarse a cabo. Por un lado, para los caballeros era indignante que el voto de la
persona de menos estatus social que pudieran imaginarse, un peón de albañil por ejemplo, o
un simple mozo, valiese lo mismo que el suyo en las votaciones que se hacían en las juntas de
los parroquianos. Era indignante, también, para los “oligarcas de sangre”, que una persona sin
rango alguno comparable al suyo -un tejedor, un herrero, un pelaire, un correo...- pudiese
convertirse en un diputado de la Congregación, y adquirir poder sobre ellos, sobre quienes, de
acuerdo a su preheminençia, debían gobernar sobre el resto de los hombres.
AYUNTAMIENTO Corregidor regio, y dignidades Regimiento
Cabildo de jurados
Organización militar, política, institucional y económica de la urbe
AYUNTAMIENTO COMUNERO
Corregidor de la Comunidad , y dignidades Regimiento afín a la Comunidad
Congregación
Organización política, institucional y económica de la urbe
Organización militar, y para la guerra, en cuadrillas Controla Jurados
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1702
El segundo problema grave de la Congregación, relacionado con éste, era que se trataba,
sin duda, de un “pseudo-Regimiento” de carácter popular que más pronto que tarde tenía que
toparse con el propio Regimiento. Estaba clarísimo que los regidores iban a oponerse a la
Congregación ante la más mínima dificultad a la hora de hacer su trabajo, por mucho que los
“procuradores generales del pueblo” mediaran en el asunto. Los comuneros de las clases más
bajas lo sabían bien, y estaban seguros de que los caballeros, de tener que decantarse por un
organismo institucional, lo harían por el Regimiento. Esto causó recelos en la Comunidad
desde el momento en que se instauró la Congregación. Sin embargo, el problema más grave
no era éste. Lo que obstaculizaba todo eran las dificultades a la hora de tomar decisiones.
La forma de decidir sobre las problemáticas urbanas en que se basaba la Congregación,
la consulta popular, un sistema bastante democrático en teoría, era sencillamente inviable. Las
pruebas que lo demostraban eran cuantiosas. Remontándonos al pasado de Toledo, cuando las
Comunidades tocaron a su fin, en 1522, hacía justo un siglo que en la urbe estaba funcionando
el Regimiento cerrado, una institución que se creó, precisamente, porque el modo de gobierno
de tipo medieval que había hasta 1422 se mostraba obsoleto. Hasta entonces el Ayuntamiento
de la urbe estaba abierto a los vecinos, para que en las tomas de decisiones todos ofrecieran su
opinión. En la práctica esto no era así; las relaciones de poder entre los oligarcas hacían que
sólo ellos gobernaran, quedando el resto de la población marginado.
Las relaciones de poder, fuera cual fuese su carácter, tenían plena vigencia en 1520. Los
que pensasen que ellas no iban a pervertir todo intento de tomar decisiones estaban bastante
equivocados. Es posible que en principio los debates en las parroquias fuesen democráticos, y
que incluso se alcanzaran ciertas posturas por consenso, pero con el paso de no mucho tiempo
la situación se vería alterada. Muchas personas pensaban que los caballeros por rango tenían
cierta preeminencia a la hora de tomar decisiones, por lo que la opinión de éstos arrastraba a
buena parte de los parroquianos. Por el contrario, las personas con criterios más radicales
sobre lo que la Comunidad tenía que ser “alborotaban” las “juntas comunitarias” para que sus
posturas se impusiesen.
Por unas causas o por otras, bien por sumisión a los planteamientos de unos caballeros
con criterios cada vez más moderados, o bien por las coacciones de los sujetos más radicales,
las asambleas de parroquianos rápidamente se convirtieron en un problema. Al que no acudía
a ellas se le tachaba de traidor; al que sí lo hacía también, en caso de mostrar una opinión que
fuera discordante con la mayoritaria, o con la defendida por los más radicales. Esto hizo que
no pocas personas empezasen a tener miedo ante el hecho de que sus posturas pudiesen no ser
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1703
aceptadas como lo suficientemente comprometidas con la Comunidad. Los testimonios que lo
señalan así son múltiples.
Pedro de Teba, por ejemplo, una vez concluida la revuelta dijo en el proceso contra Juan
Gaitán que a las asambleas de la parroquia donde vivía, Santo Tomé, iban otras personas que
no eran de la parroquia y contradecían todas las cosas que se decían en servicio de Dios y de
Sus Majestades. A él le quisieron matar por contradecir a algunos, y que si no fuera por Dios
y el cura de la dicha parroquia, y algunos buenos que allí estaban, le mataran340. Un tal fray
Rodrigo de Fuente de Campos, por su parte, señaló341:
...no había persona que osase hablar a favor de ninguno bueno [...] había personas
malsines por la dicha ciudad de Toledo para oír lo que se decía, y que no osaba ninguno hablar cosa que fuese en disfavor de la Comunidad, porque, si lo hablara, le costara la vida. Y que oyó este testigo decir que porque un hombre había dicho que había rey, y que había de venir, unos bellacos le dieron de cuchilladas...
Más interesante es el testimonio de Alonso Ortiz. Según él, vio muchas veces que,
estando algunos concilios de los dichos alborotadores y otra gente menuda que con ellos se
llegaban, que si algún caballero y hombre de bien que tuviese buen deseo del servicio del rey
y de pacificación de la dicha ciudad, si no hablaba y callaba, le levantaban que andaba a
oler y escuchar; y si hablaba en favor del bien y pacificación, decían que era almagrado (una
palabra que se utiliza para referirse a los traidores). Y luego andaban tras él diciendo que era
traidor enalmagrado. Y les convenía huir luego de la ciudad, o le[s] convenía temporizar con
ellos, porque no le[s] viniese peligro en su persona y hacienda. De la misma manera, defendía
Alonso, vio muchas veces [a] algunos de los dichos alborotadores y [a] amigos de ellos andar
escuchando y llegándose a donde estaban algunos caballeros y gente de bien, a escuchar y
sentir lo que hablaban. Y que si hablaban en pacificación de la ciudad cuando no miraban ni
se cataban, andaba la grita por la dicha ciudad: "¡Muera fulano, muera fulano!, porque es
enalmagrado y habla en paz" [...] aunque hablasen muy secreto en el bien y paz, parecía que
el diablo se la hacía saber a los dichos alborotadores342.
Otros afirmaban que cada y cuando algunos que procuraban el servicio de Su Majestad
y la pacificación del pueblo se juntaban a hablar alguna cosa, primero miraban a la redonda
quién los oía por temor de las personas malsines que andaban escuchando a ver cuáles eran
de su opinión contrarios. Y que por esto era sano consejo, y cada uno por tal lo tenía, callar
[...] [a] cualquier caballero le mataran y le robaran si lo sintieran fuera de su opinión. Y aún
340 Idem, p. 324. 341 Idem, p. 327. 342 Idem, pp. 349-350.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
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sin sentir cosa de ellos, los tenían por sospechosos y odiosos, que no se fiaban de ellos...343
Los comuneros traían unos muchachuelos en hábitos de pobres para que anduviesen entre
las personas principales para ver lo que decían, o si decían alguna palabra que no fuese útil
y provechosa a la dicha Comunidad...344
El testimonio de Alonso Ortiz es especialmente interesante porque era jurado, y, como
tal, estaba en contra de la Congregación, por mucho que lo disimulase durante la revuelta para
no sufrir represalias.
Viéndose sustituidos en sus funciones por los diputados parroquiales, los jurados dieron
poder a su compañero Nicolás de Párraga, el 19 de mayo de 1521, para que les representase
en todas sus demandas, y para que pidiese la “anulación de las prerrogativas” de los
diputados, a quienes consideraban “los causantes de los desasosiegos”345. No en vano, ciertos
jurados intentaron oponerse en principio a los comuneros, uniéndose al corregidor Antonio de
Córdoba. Así lo decía el jurado Francisco Ramírez de Sosa346:
...como vio que la maldad en que andaban crecía, importunó [a] algunos jurados para que se juntasen en su Cabildo para ir a favorecer a la Justicia. Y que se juntaron los jurados de la dicha ciudad en su cabildo, y de allí salieron con acuerdo de ir a favorecer al corregidor de la dicha ciudad. Y siendo que iban, oyeron la grita de la gente cómo ya se levantaba la dicha ciudad, y que todavía fueron a casa del dicho corregidor y se ofrecieron a él. Y que luego, desde a poco, este testigo se paró a una ventana, que está de cara a la iglesia mayor desde las casas del dicho corregidor, y vio cómo traían al alcalde mayor a trompicones por le librar de la gente. Y luego dijeron que habían prendido al alguacil mayor, Pedro del Castillo, y lo metieron en la iglesia mayor y lo quisieron matar. Y que cargó la gente de la Comunidad hacia la puerta del corregidor debajo de las ventanas de su casa y comenzaron a dar voces, y gritos y alaridos, diciendo: “¡Comunidad, Comunidad!, ¡Libertad, libertad!”. Y que esto decían los cardadores y zapateros [...] se salieron juntos por una puerta falsa del dicho corregidor. Y que después se supo cómo el dicho corregidor fue muy maltratado, y le quitaron la vara y se la tornaron a dar por la Comunidad...
Los acontecimientos sobrepasaron la capacidad de actuación de los jurados. Aunque un
grupo de ellos intentara resistir a los alborotadores, pronto se dieron cuenta que no iba a ser
posible actuar como lo habían hecho en sucesos precedentes, como el de finales del año 1506,
cuando su labor fue fundamental para que Toledo se mantuviese en una calma relativa. Otro
de los jurados, Juan Sánchez de San Pedro, se lamentaba diciendo347:
...en todas las parroquias de la dicha ciudad hicieron diputados para sus propósitos,
sin tomar parecer de ninguno de los jurados que son en esta dicha ciudad, sino antes contra ellos y contra sus oficios [...] en todas las parroquias se hicieron los diputados sin dar parte a jurados ni a otras personas [...] de esta manera hicieron su Congregación, y tenían su
343 Idem, p. 354. 344 Idem, pp. 345-348. 345 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 153-154. 346 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 186-187. 347 Idem p. 342.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
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escribano y gobernaban la dicha ciudad sin que ningún regidor, ni jurado, ni caballero ni otra persona de buena intención entendiese entre ellos. Y que de allí mandaban hacer fieles ejecutores y otros oficios de la dicha ciudad. Y que lo que ellos mandaban se hacía y ponía por obra. Y que mandaban en sus parroquias que no hiciesen jurados conforme a los privilegios, y uso y costumbre, salvo que hubiese diputados como los había y jurados añales, y no de otra manera...
Este testimonio evidencia la complicada situación de los jurados. Los comuneros pedían
o bien que desapareciese su Cabildo, siendo sustituido por la Congregación, o bien que los
jurados actuasen como ésta última -representando de verdad a sus parroquianos-, y fueran
elegidos de forma anual. Esto es algo revolucionario. La existencia del Cabildo de jurados no
se había puesto en cuestión jamás desde que se creará allá por 1422. Ahora no sólo se reclama
que se disuelva en caso de no reformarse, sino que es muy posible que los jurados ni siquiera
se reuniesen durante buena parte de la revuelta. Además, las solicitudes que requieren que los
regidores se acoplen a unas medidas similares a las de los jurados tal vez fueran constantes, lo
que explicaría por qué el Regimiento dejó de reunirse desde junio de 1521348.
Frente a quienes deseaban terminar con las juradurías se encontraban las personas más
moderadas, que requerían que en cada parroquia hubiese diputados y jurados, y que ambos se
encargaran de manera conjunta de defender los intereses del pueblo. Algo que, por otra parte,
en ningún modo era consentido por los jurados, quienes consideraban a la Congregación una
“farsa institucional” que tan sólo buscaba suplantar sus funciones, sin poseer una estructura
organizativa válida para ello. Las reuniones en las parroquias, defendían, eran la más clara
evidencia de ello. Según Alonso Ortiz349:
...cuando alguna cosa se había de hacer en la dicha ciudad que toca al bien de la paz, que entraban una gran copetada de alborotadores con otras gentes civiles, con espadas sacadas y escopetas con mechas encendidas, [...] en el Ayuntamiento, con mucho escándalo, [... a...] estorbar la plática y hacer por fuerza lo que ellos querían; y no solamente hablando en la paz, pero en otras cosas que a ellos se les antojaban hacer de hecho. Y que así se hacía en las parroquias, porque este testigo lo veía como jurado de la dicha ciudad...
Es posible que las reuniones en las parroquias, al menos en los primeros momentos del
levantamiento, a mediados de 1520, y para tratar temas importantes, fuesen multitudinarias. A
pesar de que los documentos que se conservan al respecto son escasos, existe un escrito sobre
una reunión que los parroquianos de San Román hicieron el 20 de abril para suministrar a sus
diputados poder para representarles350. Por suerte, de la parroquia de San Román se conserva
una considerable cantidad de datos sobre las asambleas que sus parroquianos hacían a finales
del siglo XV, cuando estaban en la obligación de votar para elegir a un jurado. Es innegable
348 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 306. 349 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., p. 351. 350 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., doc. 7, pp. 279-281.
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que estas asambleas (a las que nos referimos de forma detenida en el capítulo tercero) fueron
básicas a la hora de constituir una base institucional para la Congregación. De hecho, son el
más claro precedente de las reuniones de parroquianos que los diputados de las parroquias
hacían durante las Comunidades. En unas y en otras quienes votaban eran los parroquianos, y
las amenazas y los sobornos acabarían corrompiendo su carácter potencialmente democrático.
El testimonio de Alonso Granizo es esclarecedor351:
...un día, estando en la parroquia de Santo Tomé, llamada por los diputados de ella a campana tañida, sobre cierto auto que querían hacer que, según parecía, era contra los dichos alborotadores; y que, estando juntos, unos decían que se hiciese, que era bien, y otros no; y que sobre esto había gran discordia. Y que entre ellos estaban unos siete u ocho, y se tomaron por las manos y dijeron a voces: "¡Andad acá, pese a tal!. Apártense aquí con nosotros todos los que sois leales, y quédense los enalmagrados; y sabremos los que son enalmagrados o no, y aquí haremos lo que hemos de hacer". Y muchos se apartaron con ellos. Y que algunos de ellos iban más por fuerza que por grado, a lo que cree, porque [a] algunos conocía entre ellos que tenían buena voluntad. Y aún este testigo fue con ellos a la una parte de la iglesia, y se fue a su casa, pero que no vio en lo que paró. Pero que así se hacía [...] a la sazón, porque un diputado que se llama Francisco Álvarez se iba, fueron tras él y le trajeron diciendo que juraban a Dios que si no volvía que le había de costar la vida. y que, de miedo, el dicho Francisco Álvarez volvió...
A la reunión del 20 de abril de 1520 en la parroquia de San Román acudieron hasta 108
hombres. Se trata de un número elevado si lo comparamos con los que acudían a las juntas de
parroquianos que los jurados celebraban a finales del siglo XV, cuando había que votar para
que una nueva persona entrase en su Cabildo. Como se dijo, durante 1483 se celebraron en
San Román dos reuniones para elegir a un jurado. Hasta 148 personas fueron convidadas a la
primera, y 96 a la segunda. Sin embargo, sólo se presentaron primero 50, y luego 38 -sólo 14
de ellas ya habían acudido a la asamblea anterior352-. Teniendo en cuenta que la parroquia de
San Román era una de las más populosas, no deja de ser llamativa esta asistencia tan escasa.
Los parroquianos, por lo que se ve, no tenían mucho interés en elegir a uno u otro sujeto
como jurado. Al fin y al cabo, su papel era nimio. Se limitaban a otorgar su voto en contra o a
favor del candidato elegido por el Cabildo de jurados, pero no podían mantener una postura
propia, ya que las coacciones para que votasen a la persona ya elegida eran constantes. En la
reunión de la parroquia de San Román de 1483, sin embargo, los parroquianos se opusieron a
que Juan Ruiz fuese su jurado, y por eso tuvo que celebrarse una segunda reunión. Aunque no
lograron su propósito -finalmente Juan Ruiz acabó siendo su representante-, tal rechazo era un
hecho extraordinario en la época en que se produjo. Posteriormente, desde principios del siglo
351 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 362-363. 352 A.M.T., A.C.J., D.O. “Actas capitulares (1470-11487). Cuentas, cartas, varios”, caja. 23, reunión del 28 de diciembre de 1483, fols. 198 r-s.f. v.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1707
XVI, va a ser más frecuente que se produzcan complicaciones de este tipo a la hora de elegir a
un jurado, aunque no vienen provocadas por la oposición de los parroquianos, sino por los
sobornos y las amenazas a las que les sometían ciertas personas para que diesen sus votos a
favor de alguien concreto (el criado de algún caballero en muchas ocasiones).
Es muy posible que en las asambleas parroquiales que se celebraron durante la revuelta
de las Comunidades no se convidase a los parroquianos. Serían reuniones abiertas a todos los
hombres mayores de edad -tal vez no sólo a los vecinos, al contrario de las que se realizaban
para elegir a un jurado-, convocadas mediante el tañido de las campanas. Por eso las iglesias
se llenaban; es seguro que en los primeros momentos de la revuelta gracias al fervor que
existía entre la población. Durante el ocaso de la misma, por contra, fue el miedo a verse en el
punto de mira de las críticas lo que hizo que muchos acudieran a las juntas parroquiales. En
todo caso, parece lógico que las reuniones en las iglesias fuesen más multitudinarias que las
celebradas a la hora de poner a un jurado.
Según se dijo, de 15 reuniones que se celebraron entre 1479 y 1486 para nombrar a un
nuevo jurado, el número más alto de hombres que se convidan se da, precisamente, en la junta
que se celebró primero en la parroquia de San Román en 1483, cuando fueron invitados un
total de 148 parroquianos. Sólo se presentaron 50; y 15 de ellos, casi todos conversos, no eran
de los invitados. Normalmente el número de parroquianos que se convidaban iba, en función
del tamaño de la parroquia debería suponerse, de los 50 a los 100 -varía en unos 20 sujetos
por arriba o por abajo como mucho-, pero el número de asistentes, al menos en las reuniones
de las que se conserva información, nunca llegaba a la mitad. En 1484 se convidó a 92
hombres en la parroquia de San Andrés y sólo acudieron 23. En 1486 en San Antolín se
presentaron 12 de 39 convidados; en San Cebrián, en 1482, de 59 tan sólo 20; en San Justo,
en 1480, de 112 sólo vinieron 55; etc. Qué duda cabe, entonces, que los 108 hombres que
asisten en abril de 1520 a la iglesia de San Román señalan una asistencia notable a las
asambleas parroquiales.
Es muy interesante observar, por otra parte, cuáles son las profesiones de los sujetos a
quienes se convida o que acuden tanto a un tipo de asambleas como a otras. De 201 hombres
que asisten o que son convidados a las reuniones de la parroquia de San Román, en 1483, para
elegir jurado a Juan Ruiz, tan sólo conocemos los oficios de 75, el 37,31 %. El conocimiento
es mayor en lo relativo a los 108 asistentes a la reunión de 1520; se conocen las profesiones
de 70 personas, el 64,81 %353.
353 Estos porcentajes no son exactamente los mismos que ofrece Fernando Martínez Gil (La ciudad inquieta..., p. 216), ya que él considera, por ejemplo, que la palabra “Golondrinos” que aparece detrás de algunos nombres
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OFICIOS DE ASISTENTES A LAS ASAMBLEAS PARROQUIALES EN LA IGLESIA DE SAN ROMÁN: 1483 / 1520
CLÉRIGOS Y OFICIALES DEL GOBIERNO URBANO
Oficio Reuniones de 1483 Reunión de 1520 Total
Religioso 3 5 8
Jurado 5 1 6
Regidor 4 0 4
Alguacil 0 1 1
TOTAL 12 7 19
OFICIOS TEXTILES
Oficio Reuniones de 1483 Reunión de 1520 Total
Toquero 5 14 19
Tejedor 2 8 10
Sastre 0 7 7
Sedero 3 0 3
Bonetero 0 2 2
Colchero 0 2 2
Lanero 2 0 2
Trapero 2 0 2
Agujetero 0 1 1
Botero 0 1 1
Calcetero 0 1 1
Pelaire 0 1 1
Rascador 1 0 1
Torcedor de seda 0 1 1
TOTAL 15 38 53
OFICIOS DEL METAL
Oficio Reuniones de 1483 Reunión de 1520 Total
Platero 14 3 17
Joyero 5 0 5
Herrero 1 0 1
Ensayador 1 0 1
TOTAL 21 3 24
OFICIOS RELACIONADOS CON EL COMERCIO
Oficio Reuniones de 1483 Reunión de 1520 Total
Mercader 9 1 10
Escribano 3 2 5
designa un oficio, cuando más bien ha de considerarse como un apellido bastante común entre los pobladores de Toledo. Del mismo modo, una lectura detenida del documento al que él se refiere da cifras un tanto diferentes a las que él señala.
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1709
Cambiador 3 0 3
Notario 0 1 1
Corredor 0 1 1
TOTAL 15 5 20
OTROS OFICIOS
Oficio Reuniones de 1483 Reunión de 1520 Total
Albañil 1 4 5
Pintor 3 0 3
Procurador 3 0 3
Barbero 2 0 2
Trabajador 1 1 2
Pedrero 0 2 2
Portero 0 2 2
Anzolero 1 0 1
Carnicero 0 1 1
Carpintero 0 1 1
Casero 0 1 1
Criado 0 1 1
Despensero 0 1 1
Físico 1 0 1
Médico 0 1 1
Panadero 0 1 1
Vaquero de carros 0 1 1
TOTAL 12 17 29
Han de destacarse varias ideas que resaltan de manera evidente en la comparación de las
asambleas de parroquianos de finales del siglo XV con la que hubo en 1520. En primer lugar,
ésta última, la del 20 de abril de 1520, se realizó para que las personas de la parroquia de San
Román diesen poder a sus diputados, Alonso Pérez de la Fuente y Pedro Álvarez de Toledo, y
que así pudieran desempeñar su labor. Era muy importante que asistiese a la reunión una gran
cantidad de individuos, para que el poder concedido se viera lo suficientemente legitimado
como para gozar de validez. No acudir a esta asamblea tal vez se hubiese entendido como una
falta de compromiso con la Comunidad. Por lo tanto, es posible que quienes se reunieron en la
iglesia de San Román en 1520 fueran una representación muy significativa del conjunto de
personas que integraban la parroquia.
Teniendo esto en cuenta, ha de destacarse, en segundo lugar, el hecho de que frente a las
reuniones de 1483, en la “reunión comunera” de 1520 apenas estén presentes los “gobernantes
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1710
oficiales de la urbe”, es decir, los jurados o los regidores. Sólo hay un jurado y un alguacil.
Sin embargo, asisten hasta cinco clérigos; un dato interesante, si tenemos en cuenta que el
clero fue, en buena medida, el promotor de la revuelta. El Cabildo catedralicio, en principio,
hizo que los ánimos se caldearan (como veremos) con sus continuas acciones en contra tanto
de la realeza como de su jurisdicción. Más tarde fueron los clérigos regulares -franciscanos,
dominicos y agustinos-, en concreto sus predicadores, los que procuraron de forma activa que
la llama de la revuelta continuase encendida.
Más del 80 % de las personas que se reúnen en la iglesia de San Román tienen un oficio
de tipo manual. Al contrario que a la altura de 1483, cuando los presentes en el templo para el
nombramiento de un jurado en su mayoría eran mercaderes o plateros, personas relacionadas
con el trabajo refinado del metal -que, como se dijo, tenían una clientela selecta y estaban en
contacto continuo con los oligarcas-, a la altura del mes de abril de 1520 la mayoría de los que
acuden a la iglesia son trabajadores del sector textil, sobre todo toqueros, seguidos de cerca
por los tejedores y los sastres. Los hombres dedicados al trabajo textil en total suman 38, más
del 54 % de los asistentes a la junta. Parece confirmar esto la idea referida por Michael Mollat
y Philippe Wolff al estudiar la agitación social de finales de la Edad Media, y de comienzos
de la Moderna, cuando decían que la misma “comenzó naturalmente allí donde la expansión
económica había sido más precoz [...] en los focos urbanos de la industria textil”354.
Es en relación con esto con lo que hay que poner otro dato realmente significativo. En el
indulto que Carlos I dio a los toledanos, acabada la revuelta, se exceptuaron algunas personas.
Tal y como dice Fernando Martínez Gil, “no hay un solo comerciante mencionado en la lista
de exceptuados. Ello puede dar idea de la citada debilidad de la burguesía o, por el contrario,
de que los que pudiéramos encuadrar bajo este concepto, como, por ejemplo, los mercaderes,
no se identificaron con los objetivos comuneros”. Según dicho autor, no obstante, hay que
tener cuidado a la hora de referirse a este asunto, puesto que desconocemos las profesiones de
la mayoría de las personas exceptuadas en el perdón que se concedió a los comuneros. Así es,
sin duda. Ahora bien, las fuentes conservadas -las listas de personas que se convidan para la
elección de jurados, el alarde de 1503, y el repertorio de los judaizantes reconciliados con la
Inquisición- indican que en Toledo es posible hallar, ya fines del siglo XV, un grupo social al
que algunos autores vienen calificando (así se ha calificado a lo largo de este estudio) con
denominaciones del tipo de “protoburguesía”, o “preburguesía”, que contaba con un notable
peso económico, político, cultural y, también, demográfico. No en vano, ya se ha visto, la
354 MOLLAT, M. y WOLFF, P., Uñas azules..., p. 79.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1711
profesión de mercader es la que aparece señalada con más frecuencia en los documentos.
Sería un error, por tanto, buscar en la sociedad de inicios del siglo XVI a unos burgueses
como los del XIX, sin reconocer el hecho de que la configuración social de Toledo entonces
era de las más “aburguesadas” -hasta donde era posible serlo- de toda Castilla.
De acuerdo con esto, no parece factible achacar a la supuesta debilidad de la burguesía
en la ciudad del Tajo la inexistencia de oficios de mercaderes entre las personas que no fueron
castigadas por sus actos frente a Carlos I. La causa debe ser otra, aparte del desconocimiento
que tenemos sobre las profesiones de muchos exceptuados, claro está... En este sentido, no
debería chocarnos la idea de que los mercaderes toledanos no se implicaran, en buena medida,
en la revuelta comunera. Aunque la documentación aún tiene mucho que decir, posiblemente
estemos ante una revuelta secundada fundamentalmente por trabajadores textiles; los más
numerosos en Toledo al menos desde inicios del siglo XV.
Resulta llamativo que a la reunión de la parroquia de San Román en 1520 sólo acuda un
mercader, y que sea, precisamente, un mercader de seda. A las juntas de 1483, aún acudiendo
un número mucho más reducido de personas, el número de mercaderes que acudían era cuanto
menos notable. Esto viene a confirmar las tesis sostenidas por Joseph Pérez cuando dice que
durante las Comunidades en Toledo (en todo el centro de Castilla) los productores “ganaron el
partido” a los mercaderes.
En fin, la comparación entre las reuniones que se celebraban en las parroquias en torno
a 1485, para nombrar a los jurados, y aquellas que se desarrollan durante las Comunidades,
para dirigir la Congregación, señalan dos cosas; siempre ateniéndonos a los documentos que
al día de hoy tenemos. Primero, que los trabajadores más acomodados (los plateros de San
Román, por ejemplo) quedaron en un segundo plano, al menos en algunas parroquias, frente a
las reivindicaciones de los trabajadores de menor rango: toqueros, tejedores, sastres, albañiles,
etc. Según indica Fernando Martínez Gil, algunos indicios “permiten pensar que una de las
parroquias más activas y radicales fue la de Santiago del Arrabal, la más habitada y con
menor porcentaje de personas acaudaladas”355. Ya lo hemos señalado. La mayoría de la gente
que llegaba a Toledo en busca de trabajo se asentaba en esta parroquia. En ella vivía un buen
número de mozos, criados, peones, aprendices y oficiales, pero también vagabundos, rufianes
y prostitutas. Era el “barrio marginal”, donde habitaban aquellas personas que por sus
circunstancias -muchos de los que allí vivían eran recién llegados a la urbe, y en ella no
contaban con ningún familiar- se sentían más necesitadas de un cambio en su situación.
355 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 213-214.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1712
El segundo aspecto que se desprende de la comparación de las distintas reuniones es el
que se ha referido arriba: los artesanos textiles adquirieron un protagonismo notable frente al
conjunto de los mercaderes. En realidad esto no es extraño. Según pudo verse en el capítulo
anterior, ya en 1512 los tejedores creaban un cabildo para defender sus intereses de manera lo
más eficiente posible, aunque para ello tuvieran que enfrentarse con los regidores. Sin duda,
el origen inmediato de ese organismo institucional “del pueblo” que se constituyó durante las
Comunidades, la Congregación, ha de buscarse en la importancia que desde comienzos de la
década de 1510 adquirieron las cofradías y cabildos existentes y, en especial, los de nueva
creación.
No obstante, si hubiéramos de preguntarnos por qué estas reuniones parroquiales al final
fueron un fracaso, la respuesta tendría que relacionarse con la paz regia. Ciertos parroquianos,
los de clase alta o media-alta sobre todo, pronto empezaron a percibir que la paz que ofrecía la
Comunidad, esa Comunidad radicalizada que existe en Toledo a mediados de 1521, lejos de
ser beneficiosa para ellos, beneficiaba fundamentalmente a las clases bajas o medias-bajas. El
resultado de esto fue una traición; así puede definirse. Una traición a esa “paz comunitaria”
que, por culpa de las circunstancias de guerra que se vivían, no pudo ponerse en práctica, ya
que se vio obligada a estar a la defensiva frente a los traidores, frente a aquellos que apoyaban
la paz regia -de Carlos I-. La institucionalización política que el común apoyaba no tuvo éxito
porque hubo de recurrirse a la violencia una y otra vez. Los obstáculos que se la opusieron
son formidables. Sin embargo, los “comunes” venían organizándose de manera pacífica desde
mucho tiempo atrás, por mucho que sus organizaciones (cofradías, cabildos) nunca plantearan
órganos institucionales de gobierno como los que ahora proponían, al quedarse al margen de
las estructuras de gobierno, normalmente.
******
8.1.2.2.3. Artesanos, lygas e monipodios
Desde que se promulgaran las ordenanzas de paños, en 1511, la conflictividad entre los
artesanos textiles y los regidores no cesó de crecer. El principal motivo eran las veedurías. Tal
y como se vio en el capítulo precedente, los regidores no estaban dispuestos a que los oficios
de veedor de las distintas manufacturas fuesen gestionados por los artesanos, por dos razones:
una teórica, la defensa de un privilegio de la urbe que otorgaba al Regimiento la facultad de
nombrar a los veedores; y otra práctica, pues el control de las veedurías generaba unos
beneficios nada despreciables. Frente a estos intereses los artesanos defendían sus derechos a
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1713
acabildarse, a proceder de una manera autónoma en la defensa de sus metas económicas, y a
acudir a la realeza siendo necesario para salvaguardar sus beneficios y, por extensión, los
beneficios de toda su ciudad. El problema es que tras la muerte de Fernando el Católico, y
sobre todo tras la defunción del cardenal Cisneros, la monarquía, al contrario de cómo estaba
actuando hasta entonces, dejó de apoyar al artesanado.
El Regimiento siguió con sus prácticas contra los artesanos y éstos se vieron solos, sin
recibir ningún apoyo de la corte del nuevo monarca de Castilla; un rey que, para muchos, tan
sólo iba a traer problemas, no sólo políticos sino también económicos. Estaba claro que antes
o después por culpa suya, pues era soberano de otros lugares de la Cristiandad, tendrían que
salir hacia el extranjero riquezas de las tierras castellanas. Los habitantes de éstas, sin ningún
remedio, estaban condenados a empobrecerse.
Cuando murió Fernando el Católico a principios de 1516 los debates entre los regidores
y los artesanos textiles eran continuos. Pasados unos meses, a fines del verano, algunos de los
del Regimiento, junto con ciertos caballeros, acordaron aprovecharse de la estancia en la urbe
de un juez de residencia, Gonzalo Fernández Gallego, para demandar a los tintoreros en su
conjunto. Las acusaciones puestas contra ellos en su demanda fueron de una gravedad
indiscutible. Les acusaban de incumplir lo que se contenía en las leyes de 1511. Al parecer,
afirmaban los demandantes, los tintoreros de la ciudad del Tajo hacían sus tintas con
materiales prohibidos por la ley, con el único objetivo de ahorrar gastos. Por eso las calidades
de las tinturas eran mediocres, y los compradores en más de una ocasión resultaban estafados.
Ante tales acusaciones, se presentaron en la corte dos tintoreros -Luis González y Luis
de Córdoba-, que decían hablar en nombre de todos los de su oficio, defendiendo que no sólo
la acusación vertida en su contra era falsa, sino que los motivos por los que se había realizado
eran despreciables. Los regidores deseaban poner a los veedores de la tintorería y los
tintoreros no lo toleraban, amparándose en lo establecido en las leyes; ésta era la verdadera
causa de la demanda. Sólo la habían puesto para vengarse de los tintoreros. Era mentira lo que
demandaban. Las tinturas eran de buena calidad y no se hacían con materiales prohibidos,
sino de acuerdo a la legislación establecida.
Los regidores, no obstante, aprovechando que el juez de residencia no estaba al tanto de
sus disputas con los tintoreros, advertían éstos, le persuadieron para que hiciese una pesquisa
contra ellos, cuya finalidad sólo era crearles mala fama, y perjudicar sus negocios. Lo malo
era que el juez de residencia les había creído, y, tras recibir cierta información, puso a algunos
tintoreros en la cárcel, y a otros les embargó sus bienes. A tal punto llegó la coacción que
hubo artesanos que se largaron de la urbe con lo que pudieron, temerosos de verse en el
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1714
calabozo. De esta forma, sólo por unas falsas acusaciones, muchos negocios quedaron en el
abandono más absoluto. Los tintoreros reclamaban justicia, y la corte ordenó al juez de
residencia que la hiciera. Corrían entonces las últimas jornadas de septiembre de 1516356.
Poco después los tintoreros volvieron a quejarse ante el Consejo. Habían elegido como
sus veedores, de acuerdo a las leyes, a tres hombres de su profesión: Pedro Ruano, Pedro de
Almodóvar y Juan Terciado. Cuando les presentaron en el Ayuntamiento para que jurasen el
cargo y fueran recibidos por la justicia y los regidores, éstos se opusieron. También se negó el
juez de residencia, a pesar de que todo se había realizado según la ley.
El 2 de octubre de 1516, en nombre de la reina, se ordenó a los gobernantes de Toledo
que dejasen a los tintoreros elegir a sus veedores libremente, siempre que siguieran lo
establecido en las leyes357. No sirvió de nada. El 20 de octubre volvía a escribirse otra carta
ordenando lo mismo358.
Conocedor del apoyo de la realeza, el 22 de octubre Nicolás de Dueñas presentó las
cartas que otorgaban a los tintoreros el derecho de poner a sus veedores en el Ayuntamiento,
afirmando que dichos tintoreros se habían reunido el 16 de octubre en el claustro de la
catedral, donde juraron otorgar los oficios de veedores a quienes creyesen convenientes, y así
lo hicieron. Los tintoreros reunidos en el claustro en concreto eran diez: Luis de Córdoba,
Juan de Cuellar, Fernando Pérez, Luis González, Diego de Alcocer, Pedro de Córdoba, Pedro
de Almodóvar, Juan Terciado, Juan Álvarez y Nicolás de Dueñas. Todos ellos votaron sobre
el asunto, y quienes obtuvieron más votos fueron Pedro de Almodóvar y Juan Terciado359.
Si los tintoreros acordaron celebrar esta nueva reunión con el objetivo de elegir a unos
veedores que fuesen aceptados por el Regimiento, había dos obstáculos indudables a la hora
de aceptarse su forma de proceder: por una parte, frente a los tres veedores elegidos antes
ahora se eligen sólo dos, ambos de los que estaban votados, y de los que, por tanto, no eran
bien vistos por los regidores; por otra parte, no cabe duda que difícilmente el Regimiento iba
a considerar como representativas de las posturas de todos los tintoreros las decisiones
tomadas por diez de ellos. En consecuencia, como no podía ser de otro modo, tanto los
regidores como Gonzalo Fernández Gallego se negaron a aceptar los actos de los tintoreros.
El 30 de octubre de 1516 volvió a ordenarse desde la corte que les permitiesen elegir a
sus veedores360. Dicha orden la presentó el tintorero Nicolás de Dueñas ante el Ayuntamiento
356 A.G.S., R.G.S., 1516-IX, Madrid, 30 de septiembre de 1516. 357 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 2 de octubre de 1516; A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, docs. 301-304. 358 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 20 de octubre de 1516. 359 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 299. 360 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 30 de octubre de 1516; A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 232.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1715
el 5 de noviembre, aunque no fue debatida hasta el día 12. En tal debate participaron Gonzalo
Fernández Gallego, juez de residencia, y su alguacil mayor Juan Collado, además de Antonio
de la Peña, Pedro Zapata, Juan Niño, Pedro de Herrera, Pedro Marañón, Martín Vázquez de
Rojas y Juan Carrillo, todos regidores, y los jurados Alfonso Romero, Francisco Francés, Juan
Ramírez de Bargas, Alfonso Álvarez, Diego de San Martín, Diego de Santamaría, Bernardino
de la Higuera, García de Rojas, Diego Sánchez de San Pedro, Juan Sánchez de San Pedro y
Diego Serrano. Todos decidieron que debía suplicarse la orden, y mandaron a Diego Sánchez
de San Pedro, jurado, y a los regidores Pedro de Herrera y Juan Niño que realizasen un escrito
de respuesta a lo requerido por los tintoreros361; algo que se realizó de forma inmediata.
El 13 de noviembre se hizo pública la contestación del Regimiento a lo que pedían los
artesanos. Según los regidores tres causas desautorizaban a los tintoreros para proceder como
lo habían hecho362:
1. Los dichos tintoreros, afirmaban Juan Niño, Pedro de Herrera y Diego Sánchez
de San Pedro, no fueron ayuntados todos, ni se dio poder por todos ni por la
mayor parte, ni se nonbraron los que dizen veedores por los dichos tintoreros
en conformidad ni por la mayor parte; antes les fue mandado e executado que
mostrasen e presentasen poder ante la justiçia e çibdad bastante, e non lo fan
fecho ni quisieron faser.
2. Según los regidores, las órdenes regias presentadas en el Ayuntamiento sólo se
obtuvieron callando la verdad, porque precisamente los tintoreros que deseaban
poner veedores habían comedido muchas falsedades en sus ofiçios, haziendo
tintas falsas e en todo eçediendo de la premática fecha en rasón del obraje de
los paños, e haziendo entre sý liga e monipodio para poder tener encubiertas
las dichas falsedades. E como vieron que se descubrían e d´ello estava tomada
ynformaçión bastante por la su justiçia d´esta çibdad, e [que] muchos de los
tintoreros avían sydo presos e estavan, como están, acusados, procuraron e
ynventaron los criminosos e culpantes, pensando de se librar e de permaneçer
con sus falsedades, de haser nuevos veedores, no seyendo para ello todos los
tintoreros presentes...
3. Por último, los regidores de Toledo tenían por uso y costumbre inmemoriales el
elegir y nombrar a los veedores de los tintoreros a comienzos del mes de marzo
de cada año. Hasta que no llegara marzo no podía hacerse nada en lo relativo a
361 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, doc. 232, fols. 2 v-3 r. 362 Idem, fols. 3 r-4 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1716
la elección de los veedores, pero ciertos tintoreros criminosos y culpantes, y no
otros, deseaban quitar a los veedores que había, porque en más de una ocasión
les acusaban de no proceder en sus oficios como era debido.
A pesar de esta respuesta de los regidores, el juez de residencia dijo que él, por su parte,
estaba dispuesto a cumplir las cartas de la reina. Los regidores estaban indignados. Con razón
más de uno pensaría que tras el cambio de actitud de Gonzalo Fernández Gallego, quien hasta
ahora estaba con el Regimiento, se escondía alguna orden secreta llegada de la corte en forma
de cédula real. En realidad, la actitud del juez de residencia siempre había sido muy vacilante.
Cuando vinieron las primeras misivas desde la corte ordenando que los tintoreros se pudiesen
reunir y nombrar a sus veedores según las leyes, él lo aceptó, disponiendo esto:
Mando a todos los tintoreros d´esta çibdad, de los paños, que se junten en San
Çebrián luego que este mandamiento les fuere notyficado, en San Çebrián, a nonbrar veedores en el dicho ofiçio conforme a la carta de sus altezas, con aperçibimiento que los absentes serán avidos por presentes, e los que se juntaren los puedan nombrar. Fecho en Toledo, diez e seys de otubre de mill e quinientos e diez et seys años.
Si Gallego luego se echó atrás y se puso del lado del Regimiento sólo fue por la presión
de éste. Más tarde decidió cambiar de postura, y ordenó que lo solicitado desde la corte fuera
cumplido, dejándose mover por nuevas presiones.
Como puede verse, el común aspira a mejorar su situación, lo hace de una manera
organizada, y se muestra terco cuando se topa con algún obstáculo. A veces recibe el apoyo
de los monarcas o de su corregidor frente a los regidores; otras veces no. En todo caso, está
claro que la institucionalización política de los Reyes Católicos no parece estar en peligro, en
un principio al menos, por mucho que el común se organice. Al contrario, tal vez su
organización fuese buena para la paz regia, al permitir que se “canalizara institucionalmente”
el descontento de un número de personas significativo. Nadie pensaba a la altura de 1516, en
definitiva, que organizaciones del tipo del Cabildo de los tejedores, creadas por gente del
común, iban a ser la base de otro tipo de estructura institucional bastante más compleja, la
Congregación, en la que se pasara de la defensa de los intereses económicos del artesanado,
en concreto, a la defensa del derecho del “pueblo” a intervenir en cualquier asunto. Lo que se
percibe hasta 1520 es un artesanado tenaz que, amparándose en las leyes, no duda en hacer lo
posible en defensa de sus derechos, frente a unos regidores ávidos de riquezas.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1717
Así, a mediados del mes de noviembre de 1516 los tintoreros volvieron a reunirse, y
para impedir que hubiese los problemas del pasado congregaron a bastantes personas363; no
sólo a tintoreros, sino también a sus esposas e hijos. No sirvió de mucho. Lo que hicieron fue
ratificar a Pedro de Almodóvar y a Juan Terciado como sus veedores, y el Regimiento volvió
a negarse a tener a tales personas como ocupantes de dichos oficios.
De nuevo vino una misiva de la corte, con fecha 19 de noviembre de 1516, ordenando a
los regidores que aceptasen las elecciones realizadas por los tintoreros si se hicieron conforme
a las leyes364... La presión de los monarcas era tal que los regidores no pudieron resistir.
Conscientes de que tenían todo en contra, acordaron aceptar a los veedores elegidos por los
tintoreros. Sin duda influyó en su decisión el que un nuevo corregidor llegase a la urbe por
esas fechas, el conde de Palma, para sustituir al juez de residencia. Se trataba de un sujeto al
que muchos regidores no veían con buenos ojos. Ahora, por tanto, un problema mucho más
grave amenazaba los intereses del Regimiento. Eso hizo que la disputa con los tintoreros
quedara en un segundo plano. Si bien, por poco tiempo.
Aunque tenía en contra a no pocos regidores -próximos a los Ayala en su mayor parte,
como se vio-, no pudo impedirse que el conde de Palma ocupase el corregimiento. Perdida la
batalla, algunos regidores reabrieron el debate con los tintoreros. Cuando llegó marzo de 1517
y los veedores empezaron a ejercer su trabajo, algunos gobernantes requirieron al corregidor
la instauración de algunos sobreveedores, nombrados por ellos, que vigilaran a los veedores.
Estaba prohibido que se hiciese eso en Toledo y los regidores lo sabían, alegaba el procurador
de los tintoreros, pero el conde de Palma aceptó la propuesta. Finalmente, el 20 de marzo
Juana y su hijo Carlos ordenaron que se cumpliesen las leyes, y que los tintoreros no fueran
perjudicados365.
Apenas vinieron más disposiciones al respecto desde la corte carolina. Una vez fallecido
el cardenal Cisneros, los regidores continuaron con sus prácticas abusivas y los tintoreros con
sus quejas, sin que la realeza mediara en los conflictos. Por si fuera poco, cada vez más todos
los artesanos se mostraban dispuestos a realizar lygas e monipodios, cuando no constituían un
cabildo -el de los tejedores es paradigmático-, para defender sus intereses, no sólo frente a los
363 Los tintoreros que acudieron a ella fueron: Pedro de Olivares, Fernando Pérez de Carmona, Juan de Cuellar, Diego de Cuellar, Alonso de Córdoba, Fernando de Moyano, Juan Terciado, Pedro de Córdoba, Luis González, Juan Álvarez, Luis de Córdoba, Pedro de Almodóvar, Diego de Alcocer, Bartolomé Delgado, Cristóbal de Toledo y Nicolás de Dueñas. 364 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 19 de noviembre de 1516. 365 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 20 de marzo de 1517.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1718
gobernantes urbanos, sino además en contra de los mercaderes, ya que éstos demandaban que
los veedores procedían de forma alegal366.
Se conserva un número muy significativo de demandas de artesanos contra los regidores
en los años que preceden a las Comunidades de Castilla. Los sombrereros, por ejemplo,
acusan al corregidor de Toledo a finales del verano de 1517, en boca de uno de ellos -Alonso
Pérez-, de embargarles ciertos sombreros alegando que no estaban hechos según las leyes,
cuando no debía hacerlo367. A comienzos de 1518 fueron los mercaderes y lenceros toledanos
los que se quejaron, diciendo que el Ayuntamiento les demandaba un tributo ilegal, y no se
atrevían a oponerse a pagarlo porque les encarcelaban368. Ya a mediados de 1519, Fernando
Vázquez advirtió en el Consejo sobre çierta liga e monipodio que diz que hizieron los
tintoreros d´esa dicha çibdad, en que diz que se conçertaron entre sý, que ninguno pudiese
teñir paños e otras tintas que oviesen de hazer sy no a çierto preçio... Esto hacía que los
precios subiesen mucho, afirmaba Fernando, lo que repercutía en perjuicio de la comunidad
de la dicha çibdad369.
Del mismo modo, desde 1516, al menos, se escuchaban voces en la corte que advertían
sobre la existencia en Toledo de un comercio subterráneo e ilegal de productos caros, para no
pagar alcabala; desde sedas370 hasta productos de América (como el palo brasil371). Los
embargos de mercancías en la urbe, en consecuencia, eran habituales, sobre todo tratándose
de paños372, aunque demasiadas veces no se hacían por motivos justificados, lo que además de
causar indignación a los artesanos les cohesionaba, aún más, en la defensa de sus intereses.
La situación de los artesanos y de los mercaderes de Toledo en el período anterior a las
Comunidades, en resumen, es comprometida. Sin embargo, hay una clara diferencia: mientras
que los primeros pueden achacar sus circunstancias negativas, aunque tan sólo sea en parte, al
odioso intervencionismo de los gobernantes urbanos en sus asuntos, los mercaderes solamente
podían quejarse de la impotencia de los regidores a la hora de hacer frente a los fraudes que se
realizaban en las actividades comerciales. En todo caso, el contexto económico de la ciudad y
su entorno parece agravarse por momentos; algo que se magnifica por culpa de los rumores
que empiezan a oírse desde comienzos de 1517. A las ciudades de Castilla vinieron falsas
366 A.G.S., C.C., Pueblos, leg. 20, docs. 237 y238. 367 A.G.S., R.G.S., 1517-IX, Aranda, 18 de septiembre de 1517. 368 A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 25 de enero de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 1 de julio de 1518.. 369 A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Hontíveros, 14 de julio de 1519. 370 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 9 de mayo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 10 de julio de 1518 (hay dos copias de este documento). 371 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 19 de marzo de 1517. 372 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 14 de abril de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1719
noticias sobre desproporcionados tributos que el nuevo monarca pretendía imponer. Según
ellas373:
“...andaban secutores y comisarios en tal y tal parte a catar y mirar los ganados, y los
perros y los otros animales si tenían señales, y que el que hallaban sin señalar llebaban cierta pena: afirmaban que se mandava poner cierta imposición, que la muger que pariese hijo pagase ciertos derechos, y la que pariese hijos los pagase doblados, y que sobre cada pila de baptismo se echase tanto tributo...”
373 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 55.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1720
8.1.2.3. LOS INTERESES ECONÓMICOS Y LA IGLESIA
Las Comunidades de Castilla pueden ser explicadas ateniéndonos a dos tipos de causas:
las políticas y las socio-económicas. Ambas pueden ubicarse en un tiempo corto, poco más de
dos décadas, o pueden retrotraerse (las segundas sobre todo) hasta más allá del siglo XIV,
como Pablo Sánchez León defiende, si nos atenemos al desarrollo que experimenta Castilla.
Según dicho autor -que sigue una metodología de corte sociológico en sus análisis-, desde el
momento en que comienza el proceso de repoblación del territorio sustraído a los musulmanes
de Al-Andalus, la realeza propone unos planteamientos económicos que benefician a una
minoría social, la nobleza, frente a la gran mayoría. De aquí ha de partirse para entender las
Comunidades. Si éstas triunfaron en principio es porque fueron resultado de una alianza: la de
la clase baja de los caballeros, que aspiraba a alcanzar el rango de la alta nobleza, con los
artesanos. Así, dice Pablo Sánchez León, “los descontentos de los artesanos debían agregarse
en alguna medida con las demandas de los caballeros para colocar una ciudad al borde de la
crisis comunera374”. Esto parece evidente; lo difícil es explicar el porqué de la “agregación”
de dichos intereses. El sector bajo de la caballería a lo largo de los últimos siglos medievales
-en Toledo bien representado por los Padilla o los Laso de la Vega- mantuvo un conflicto con
otros sectores que le disputaban su estatus social: los hombres buenos, por una parte, y los
miembros del común con una posición económica acomodada, entre ellos muchos artesanos
(la “pre”o “proto” burguesía), por otra.
Ha de referirse aquí un doble error que se comete con cierta frecuencia. Muchas veces
se exaltan las repercusiones que tuvo la actitud de Carlos I al llegar a la Península Ibérica,
como si con ellas pudiera explicarse todo. En realidad el comportamiento despechado del rey
y su séquito en Castilla tan sólo aceleró un proceso de crisis monárquica que, de igual modo,
a veces se magnifica. Este proceso fue, más que la excusa, la consecuencia. La consecuencia
tanto de la política exterior de los Reyes Católicos, que hizo que tras la muerte de la reina
Isabel los reinos castellanos quedasen en poder de “extranjeros” -así consideraban a su esposo
Fernando-, como de su política interior, que dejó insatisfechos en las urbes a la ricahombría,
porque perdió mucho poderío político; a la media y baja caballería, al perder algunos de sus
mecanismos de enriquecimiento (mercedes regias y ocupación de términos concejiles, o de
otro tipo de tierras, sobre todo); a la “preburguesía emergente”, debido al intervencionismo de
los monarcas en el mercado y a la creación del Santo Oficio, cuando muchos de sus miembros
eran judeo-conversos; y, por último, a la población común, que pudo ver cómo con el paso de
374 SÁNCHEZ LEÓN, P., Absolutismo y comunidad..., p. 229.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1721
los años los reyes dejaban de cumplir sus promesas de justicia y de defensa de los débiles, al
tiempo que los precios ascendían mucho más rápido que los salarios, que los jueces urbanos
se involucraban en todo tipo de abusos, y que los gobernantes procedían de forma negligente,
sin que nadie fuese capaz de impedirlo.
En otras ocasiones, y esto también es un error, la posible alianza entre la baja caballería
y los sectores más destacados del común que se produce en las Comunidades se explica de un
modo superficial. En realidad, ambos grupos sociales no convergieron en sus intereses jamás.
Los caballeros buscaban expulsar de los puestos del gobierno urbano a los ricoshombres para
así mantener una relación directa con la realeza de la que beneficiarse, una vez que la revuelta
hubiese tocado a su fin. Es posible, incluso, que ciertos individuos pensaran en colaborar con
el rey una vez se produjo la revuelta, para así obtener beneficios. Si tenemos en cuenta que los
que más apoyaron a los comuneros en principio fueron oligarcas próximos a los Ayala: ¿acaso
no es esto lo que el conde de Fuensalida había hecho durante los reinados de Juan II y Enrique
IV?. Primero sublevó Toledo y luego la sometió al monarca. Con ello obtuvo el señorío sobre
Huecas, Peromoro o Guadamur de Juan II, después de una revuelta en 1440 -el Ayuntamiento
de Toledo, sin embargo, perdió el dominio sobre La Puebla de Alcocer y Herrera, que quedó
en manos del conde de Belalcázar-, y consiguió el título de conde de Fuensalida, tras la
sublevación del núcleo urbano en contra de Enrique IV en la década de 1460.
Durante las Comunidades, las clases medias y bajas, en general, y los artesanos, en
concreto, no veían con malos ojos que los antiguos dirigentes fueran sustituidos por otros, con
tal que el común pudiese tener capacidad decisoria en el gobierno de la urbe. Esto último es lo
que no gustaba a la baja caballería; como tampoco le gustaba que tal capacidad pudiera
emplearse para proceder de manera autónoma en las cuestiones relativas a la producción
económica. Por eso, si en principio se alcanzó una alianza, ésta empezó a romperse pronto,
pues los caballeros se dieron cuenta que los que más tenían que ganar en un enfrentamiento
contra el rey eran los “comunes”.
8.1.2.3.1. Una época de alzamientos de bienes...
Apenas hay datos que permitan concluir que la situación económica de Toledo era en la
época anterior al inicio de las Comunidades más crítica que en los años anteriores. Aún ha de
investigarse sobre este tema. No obstante, todos los indicios apuntan a que así era. Entonces
se produjo una “desbandada” por parte de los deudores. Como en épocas precedentes, pero si
cabe de forma más notable, un buen número de morosos huirá con sus bienes al interior de
espacios sacros o a lugares de señorío, buscando librarse de pagar sus deudas. Se trata de un
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1722
problema que va a afectar a todos los sectores sociales, y en el que se encuentran implícitos,
sobre todo, los hombres importantes del común; la naciente “clase burguesa”.
El jurado Diego de Santamaría, por ejemplo, se alçó con sus bienes para no pagar 75
fanegas de trigo375. Se trata de un caso más en una problemática que va a acabar generando el
caos en las actividades de compraventa, al menos en la ciudad de Toledo. La inquietud sobre
el futuro próximo es mayor en una urbe en la que, aparte de la violencia, cada día se escuchan
los nombres de personas que abandonan el recinto urbano buscando no caer en la miseria más
absoluta. Enormes préstamos sin pagar, ridículas deudas que no pueden pagarse, desorbitados
tributos que amenazan con destruir a la población, y el hambre, siempre detrás de la esquina,
acorralan a la “comunidad” para hacerla perder la confianza en la paz regia. Nadie la ampara,
ni física ni económicamente. Esta idea explica mucho de lo que sucederá durante la revuelta
de las Comunidades.
Alberto Castillón certificaba que Alonso de Carrión y su hijo Rodrigo se habían alzado,
junto a Fernando Gómez, para no pagarle los 80.000 maravedíes que le debían376. Lo mismo
hicieron Juana Díaz, mujer tratante -una excepción en un oficio, como la mayoría, reservado a
los hombres-, y su criado Francisco Fernández, para no pagar 200.000 maravedíes a García
López, un mercader toledano. Al parecer, los alçados se habían escondido en un monasterio y
en otros espacios sacros377. Las prácticas para evadirse de las deudas eran variopintas, aunque
el posicionamiento bajo algún tipo de amparo físico o jurídico era lo más seguro. El mercader
Alonso Abad, en este sentido, se hizo fraile de la orden de San Juan estando casado, para no
enfrentarse a sus acreedores378.
El jurado Juan Zapata, por su parte, defendía que Diego Sánchez Mayoral, un vecino de
Diezma, se fue a vivir a Layos, pueblo de señorío, sólo para no pagarle unas deudas379. Un tal
Gonzalo de Mejía, del mismo modo, afirmaba que salió como fiador de Fernando Gutiérrez al
arrendar una renta de Toledo. Cuando éste hubo recogido los maravedíes de la renta huyó con
el recaudo, y Gonzalo tuvo que pagarlo380. Diego de la Fuente y otras personas se alzaron con
más de 270.000 maravedíes, y se tuvo que pedir a los jueces eclesiásticos de los arzobispados
de Toledo, Santiago, Sevilla y Granada, de los obispados de Burgos, Palencia, Ciudad Real,
Salamanca, Ávila, Badajoz, Segovia, Sigüenza, Osma, Calahorra, Cuenca, Córdoba, Málaga, 375 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 12 de marzo de 1516. 376 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 13 de marzo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 12 de marzo de 1516. 377 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 13 de marzo de 1516. 378 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 11 de marzo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 5 de noviembre de 1516. 379 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 24 de abril de 1516. 380 A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 7 de mayo de 1516.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1723
Jaén, León, Coria y Cádiz, y de las abadías de Valladolid y Medina del Campo, que jamás les
acogieran en los recintos sagrados, y que si quisiesen entrar les entregasen a los jueces laicos,
para que ellos hicieran justicia381. Como se vio en el capítulo anterior, Diego de la Fuente ya a
comienzos de la década de 1510 tenía serios problemas con las deudas. Por tal motivo llegó a
estar encarcelado, si bien, gracias a una orden de la corte que causó indignación entre algunos
de sus acreedores -como el cambiador Francisco Sánchez, y Lope Sánchez, su hermano-, salió
en libertad382.
También se solicitó la colaboración de los jueces eclesiásticos frente al alzamiento que
hicieron el cambiador Fernando Álvarez de Toledo y el mercader García del Castillo, dejando
a varios acreedores sin cobrar383. Otros mercaderes toledanos que se alzaron fueron Juan de
Acre, Pedro Díaz384, Fernando Álvarez385, Alonso de Toledo386, Alonso de la Torre -en quien
un buen número de mercaderes confiaron sus riquezas, al poseer un cambio importante387-, el
jubetero Juan de Valladolid, Pedro Sombrerero388, Alonso López Jarada389, Fernando de la
Torre, Juan Pérez de Villa Real, Juan de Écija, Pedro Sánchez Cota390, y un largo etcétera. No
hay duda alguna, por tanto, que el contexto económico de Toledo antes de las Comunidades al
menos es muy incierto: contratos laborales que se incumplen; bienes que no se entregan, aún
habiendo sido pagados; cambistas, mercaderes y otras muchas personas que huyendo de sus
deudas desaparecen, sin que nadie sepa donde se esconden; necesidad de dinero para vivir; las
ansias de riquezas de siempre; miedo al préstamo tanto por parte de los acreedores -temen las
posibles repercusiones de una pérdida del capital prestado- como de los deudores -conscientes
de los compromisos adquiridos con el empréstito-... Inseguridad económica, en dos palabras,
una inseguridad avivada por las subidas continuas de precios, y por las alarmantes noticias en
torno al nuevo rey y a su séquito.
Se llegó a tal extremo que los procuradores toledanos en las Cortes de 1518 advirtieron
que muchas personas de su urbe se alzaban con las mercancías ajenas, sin pagar sus deudas391.
No sirvió de nada. En nombre de los monarcas se ordenó que cumpliesen la pragmática
realizada en Toledo el 9 de junio de 1502, en contra de los que se alzaban para no resarcir sus
381 A.G.S., R.G.S., 1516-XII, Madrid, 13 de diciembre de 1516, y 1517-I, Madrid, 10 de enero de 1517. 382 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 3 de marzo de 1517. 383 A.G.S., R.G.S., 1516-XII, Madrid, 10 de diciembre de 1516. 384 A.G.S., R.G.S., 1516-XII, Madrid, 15 de diciembre de 1516, y 1517-I, Madrid, 31 de enero de 1517. 385 A.G.S., R.G.S., 1517-III, Madrid, 3 de marzo de 1517. 386 A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 15 de mayo de 1517. 387 A.G.S., R.G.S., 1517-VII, Madrid, 9 de julio de 1517. 388 A.G.S., R.G.S., 1517-XII, Valladolid, 23 de diciembre de 1517. 389 A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 16 de enero de 1518. 390 A.G.S., R.G.S., 1518-III (1), Valladolid, 16 de marzo de 1518. 391 A.G.S., R.G.S., 1518-III (1), Valladolid, 20 de marzo de 1518.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1724
préstamos, pero no pudo evitarse que el problema siguiera tal cuál. Es más, a raíz de algunas
disposiciones de Cortes, desde la muerte del rey Fernando el Católico se vio agravado por el
desarrollo de nuevos planteamientos para evadirse del pago de las deudas.
En efecto, desde mediados de 1516, sobre todo, algunas personas empiezan a apelar a su
condición hidalga para impedir que sus bienes se expropien por culpa de su endeudamiento.
Según las leyes, señalaban algunos, a los hidalgos no les podían encarcelar por deudas -sólo
los jurados disfrutaban de este privilegio hasta ahora, y solían apelar a él-, y sus viviendas, su
caballo (o caballos), sus armas y otros bienes eran inalienables, salvo en ciertos casos. Fue en
apelación a esto cómo se defendieron de sus deudas muchísimas personas, entre ellas Nicolás
Sánchez392, Juan Pérez de Salcedo, bonetero393, Juan y Sebastián de Lizaranzo394, Francisco
de Páramo “el viejo” y Francisco de Páramo “el mozo”395, Diego Guzón396, Diego de Corral y
Álvaro Melgarejo397, Diego Gutiérrez del Páramo y Fernando del Páramo398, su hijo, Alonso
Tofiño399... Muchos reclamaron su condición hidalga, cuando en épocas pasadas habían
renegado de ella, en no pocos casos, para librarse de algunas de las obligaciones militares que
los monarcas reclamaban a los hombres de dicha condición.
DEUDAS: 1475-1520
0102030405060708090
100110120130140
1475147614771478147914801481148214831484148514861487148814891490149114921493149414951496149714981499150015011502150315041505150615071508150915101511151215131514151515161517151815191520AÑOS
Nº.
DE
CA
SO
S
392 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 15 de marzo de 1516. 393 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 24 de abril de 1516. 394 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 11 de octubre de 1516. 395 A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 18 de noviembre de 1516. 396 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 31 de octubre de 1516. 397 A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 26 de febrero de 1517. 398 A.G.S., R.G.S., 1517-II, Madrid, 12 de febrero de 1517. 399 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 22 de mayo de 1518.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1725
Si hacemos un análisis del intervencionismo del Consejo Real en los asuntos relativos al
endeudamiento, tomando como punto de partida el comienzo del reinado de Isabel y Fernando
y como punto de llegada el año 1520, cuando triunfó la Comunidad, llama la atención, si nos
centramos en los años que anteceden a las Comunidades, el incremento constante del trabajo
de los consejeros entre 1517 y 1519; justo cuando se producen más alzamientos de bienes. Al
parecer, éstos generaban una seria problemática, y los consejeros reales lo sabían. A solicitud
de los que estaban obligados a sufrirla intentaron dar una respuesta coherente, pidiendo una y
otra vez que se cumpliera la pragmática en contra de los alzados de junio de 1502, pero fue
insuficiente. Tal incapacidad para enfrentarse a ciertos asuntos que sembraban el caos en las
relaciones económicas generó enormes descontentos; en realidad, los venía generando desde
finales del siglo XV. En cualquier caso, en 1520, a medida que Toledo se desvincula de la
corte, la actividad del Consejo Real disminuye. Mientras, el problema sigue vigente.
Podría pensarse que, pues las Comunidades acabaron de hecho con el intervencionismo
del Consejo Real en los asuntos económicos, la acción de los comuneros favoreció a no pocos
mercaderes que en los años anteriores a la revuelta habían huido con sus bienes. Tal vez fuese
así en algún caso específico, pero las Comunidades generaron desasosiego, y los mercaderes
tenían claro que esto era peligroso para sus intereses. Además, si muchos mercaderes estaban
alzados por sus deudas, al igual que otras personas, también había muchos que actuaban como
prestamistas, y que vieron cómo sus negocios se iban al traste por culpa de la sublevación.
Por si fuera poco, antes de las Comunidades quienes se alzaban podían hacerlo con unas
mínimas garantías de ser amparados en espacios sacros o de señorío. Durante la revuelta, al
contrario, muchos vieron cómo los alborotadores entraban en los lugares donde tenían alzados
sus bienes y se los robaban, apelando al bien de la Comunidad. En un documento de finales
del mes de septiembre de un año que no se determina, aunque tal vez sea 1521, por ejemplo,
se señala lo siguiente400:
...las nuevas de acá son que está peor Toledo que nunca. Que en esta semana han entrado en los monesterios, ansí de frailes como de monjas, y han hecho cala de todas las haziendas que están en ellos. Y quiebran arcas y cofres, y sacan todo lo que ay en ellos. Y si hallan plata y oro tómanlo todo, y las otras cosas déxanlo depositado en los monesterios por memorial. Ha avido tantos llantos en los monesterios, y han seido tan mal tratadas las monjas, que debajo de las sayas les quitan algunas ropas et joyas que ellas guardavan porque no las allasen. Y quiebran los tabiques donde tenían guardadas las haziendas, y ay grandes burlerías, que dizen muchas palabras a las monjas. Que de sólo ver esto la abadesa de la Conçebçión murió súpitamente. Otras tres o quatro monjas han muerto de miedo de se ver quebrantar los monesterios y entrar con tanto atrebimiento. Todos tienen por mui çierto que todas las haziendas se an de rrobar al cabo...
400 A.G.S., Estado, leg. 9, doc. 88.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1726
Antes de que se llegase a dicho contexto, grupos de mercaderes y cambiadores, y otros
sujetos, se habían quejado en el Consejo Real, exigiendo el pago de las deudas que con ellos
estaban contraídas. Así lo hicieron en marzo de 1516 Fernando Franco, Alonso Garcilópez de
San Pedro, Juan y Gonzalo Sánchez de San Pedro, Pedro Álvarez, Fernando Álvarez, Alonso
de Villa Real, Juan López, los herederos de Gutierre García, y García de Segura401. A inicios
del verano de 1518 fueron Pedro de Castañeda, Francisco de Toledo, Diego de Castañeda,
Francisco de la Puente, Gonzalo de San Pedro y Pedro de Segura402 los que reclamaron algo
similar. El Consejo llevaba ejecutando deudas mucho tiempo, pero era insuficiente.
PRÓRROGAS Y EJECUCIONES (1475-1520)
0102030405060708090
100110
1475147614771478147914801481148214831484148514861487148814891490149114921493149414951496149714981499150015011502150315041505150615071508150915101511151215131514151515161517151815191520AÑOS
Nº.
DE
CA
SO
S
Prórroga Ejecución
Algunos morosos, incluso, llegaron a alzarse dentro de la propia ciudad de Toledo no en
espacios eclesiásticos, sino en las viviendas de los oligarcas. Pedro Jorge, por ejemplo, se alzó
en la casa de doña Sancha, mujer de Garcilaso de la Vega, donde escondió la mayor parte de
sus bienes. Gonzalo de Toledo lo hizo en la vivienda del marqués de Villena, lo que causó
especial indignación403... Si buscar el amparo de un señorío ante una deuda estaba mal visto,
ampararse en la casa de un oligarca en la propia urbe era peor, sobre todo si el oligarca era el
marqués de Villena, una persona que levantaba pocas simpatías.
En fin, pueden ponerse decenas de ejemplos, y todos señalarán lo mismo. Antes de las
Comunidades, dos décadas antes para ser exactos, la estructura económica de la urbe sobre la
que se sustentaban las actividades comerciales empezó a tener fallos, por culpa de la osadía de
las personas que manejaban el dinero. El temor al impago de los bienes o de los préstamos
401 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 9 de marzo de 1516. 402 A.G.S., R.G.S., 1518-VII, Medina del Campo, 8 de julio de 1518. 403 A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 9 de junio de 1517.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1727
adquiridos empezó a hacer mella en una sociedad que cada vez requería mayor dinamismo en
la circulación de capitales, para poderse desarrollar. El endeudamiento se convirtió en un serio
problema debido a las problemáticas que arrastraba consigo, básicamente tres: conflictos entre
los acreedores y los deudores, pérdidas económicas debido a los impagos, y enfrentamientos
jurisdiccionales.
8.1.2.3.2. ...de conflictos jurisdiccionales...
Al igual que los alzamientos de bienes, los conflictos jurisdiccionales son frecuentes en
Toledo desde el comienzo del siglo XVI, y se hacen más intensos en los años que preceden a
las Comunidades, teniendo como protagonistas, casi siempre, a los jueces eclesiásticos. Tal y
como se señaló en capítulos anteriores, en la ciudad del Tajo los conflictos entre los jueces
laicos y los de la Iglesia eran habituales, sobre todo debido a los contratos fraudulentos que no
pocas personas hacían a la hora de vender el grano404. A la altura del año 1516, no obstante,
no parece que haya demasiados problemas con la compra-venta de trigo o cebada (más allá de
los típicos: cobros usurarios de empréstitos405, vetos a la circulación del cereal de unas zonas
a otras406, etc.), sino que son las deudas las que crean mayor tensión. Eso sí, difícilmente se
podrían entender las consecuencias que alcanzaron las deudas que afectaban a una buena parte
de la sociedad si no tuviéramos en cuenta el papel de la Iglesia; del mismo modo que jamás
nos haríamos una idea del porqué de los conflictos jurisdiccionales con los jueces religiosos,
si no los enmarcásemos en un contexto de crisis, notable, en las relaciones Iglesia-monarquía.
Las disputas jurisdiccionales entre los hombres de la Iglesia y los de la Corona siempre
se produjeron en Toledo debido a la fuerza de ambas instituciones, aunque en los inicios del
siglo XVI hubo dos momentos de especial conflictividad, coincidiendo con los dos períodos
en que el cardenal Cisneros desempeñó la regencia en Castilla: uno tras la muerte de Isabel la
Católica, y otro tras el fallecimiento de su esposo.
La mayor crudeza en los conflictos jurisdiccionales, con diferencia, se produjo después
que murió el rey Fernando. Tal vez porque existían muchas dudas sobre el futuro de la realeza
castellana, o tal vez porque la situación política y socio-económica así lo reclamaba, desde el
mes de marzo de 1516 dos hombres de la Iglesia adquirieron un protagonismo muy notable en
la ciudad del Tajo: el vicario general del arzobispado de Toledo, Francisco de Herrera, y fray
404 Aunque la participación de la Iglesia en tales contratos estaba prohibida aún seguía participando a finales de la década de 1510, según testifican muchos documentos: A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, 7 de mayo de 1516; A.G.S., R.G.S., 1516-V, Madrid, (blanco) de mayo de 1516. 405 A.G.S., R.G.S., 1518-III (1), Valladolid, 17 de marzo de 1518. 406 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 12 de abril de 1516.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1728
Francisco de Eván, comendador del monasterio de Santa Catalina -de la orden de la Merced-.
Ambos, sintiéndose fuertes gracias al control del trono de Castilla por el arzobispo toledano,
no dudaron en entrometerse en cualquier asunto que reclamase su ayuda; sobre todo si había
un clérigo de por medio. Francisco de Herrera intervino especialmente en casos relacionados
con el clero secular, mientras que el clero regular quedó bajo el amparo de Francisco de Eván.
Los dos, no obstante, vieron causas de todo tipo de clérigos, e incluso de laicos.
Los conflictos jurisdiccionales no dejaron de crecer desde el año 1513. Como se dijo en
el capítulo anterior, 1513 parece marcar un punto de inflexión. Desde entonces las cosas van a
empeorar en Toledo. Se observa también en las relaciones entre los jueces eclesiásticos y los
laicos. Los enfrentamientos de unos con otros aumentan de manera imparable hasta 1519. En
este año la situación es enormemente tensa, con más disputas que nunca. Jamás, desde que el
trono fue ocupado por los Reyes Católicos, hubo tal cantidad de conflictos. Durante 1520 los
conflictos jurisdiccionales se redujeron, pero fue a costa de una revuelta en contra del rey.
CASOS REGISTRADOS DE CONFRONTACIÓN DE JURISDICCIONES: 1510-1520
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5
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15
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25
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1520AÑOS
Nº.
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S
Como en lo relativo a las deudas, se pueden traer a colación decenas de ejemplos para
ejemplificar lo que supusieron los conflictos jurisdiccionales. Casi siempre éstos estaban muy
relacionados con el impago de un préstamo, o con dificultades a la hora de repartir los bienes
de una herencia. Fernando Álvarez, de este modo, demandó ante el Consejo Real a Francisco
de Herrera, diciendo que como vicario se entrometía en resolver una demanda puesta en su
contra por el canónigo Juan López de León sobre unas propiedades. Según Fernando Álvarez
el caso era “profano”, y el vicario no estaba autorizado para gestionarlo. Los consejeros
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1729
ordenaron a éste que enviase el asunto ante ellos el 10 de marzo de 1516407, si bien hizo oídos
sordos. Se volvió a estipular lo mismo el 12 de abril, y el resultado fue idéntico408. El 10 de
octubre, otra vez más, se ordenó que enviase el caso al Consejo409.
En ningún caso ha de entenderse la terquedad del vicario como extraordinaria. Todo lo
contrario; los jueces eclesiásticos insisten una y otra vez en gestionar las causas que les
solicitan, por mucho que les lleguen misivas de la corte para que no lo hagan. De todos los
casos que podrían traerse a colación tal vez el más “escandaloso” sea el del corregidor mosén
Ferrer y sus hombres.
Si mosén Ferrer tuvo que dejar Toledo se debió, en gran medida, a sus disputas con los
jueces eclesiásticos, en general, y en concreto con el vicario Herrera y con Francisco de Eván.
En el mes de septiembre de 1515 el corregidor y su alcalde mayor fueron excomulgados por
Eván, por culpa de un delito cometido contra un fiel ejecutor por algunos criados de Pedro de
Ayala, hermano del conde de Fuensalida -hombre próximo a Cisneros-, que ellos mandaron
castigar. La excomunión fue continuamente criticada por los gobernantes toledanos, quienes
requerían que se levantase de una forma inmediata; y nadie les escuchó. A inicios de marzo de
1516 llevaban seis meses excomulgados.
Pedro de Ayala era caballero de la orden de Santiago, y Francisco de Eván aseguraba
que él era el conservador de esta orden. Por este motivo, no vaciló en intervenir en el asunto
por más que en nombre de los monarcas le ordenaron que no lo hiciera410. Como no obedecía
ninguna orden que llegase desde la corte al respecto, el 12 de abril de 1516 le advirtieron lo
siguiente: de continuar actuando así no habría más remedio que acusarle de ir en contra de los
jueces de Toledo por aver ellos fecho e administrado justicia, para tenerles fatygados y
maltratados411. Actuaba de forma rebelde contra los hombres del rey; iba contra la paz regia.
En la medida en que la Iglesia interfiriera en la labor de los jueces urbanos la paz de la realeza
estaba siendo cuestionada, estableciéndose una “paz eclesiástica” alternativa a ella. Ni mejor
ni peor, simplemente alternativa. Dicho de otro modo, cuando la Iglesia actuaba en contra de
los jueces establecidos procedía, de manera inaceptable, como un Estado dentro del Estado, y,
por ello, con unas metas propias, y con una concepción muy personal de la paz. Los reyes no
podían tolerarlo.
407 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 10 de marzo de 1516. 408 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 12 de abril de 1516. 409 A.G.S., R.G.S., 1516-X, Madrid, 10 de octubre de 1516. 410 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 6 de marzo de 1516. 411 A.G.S., R.G.S., 1516-IV, Madrid, 12 de abril de 1516.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1730
Desconocemos el delito exacto de los criados de Pedro de Ayala, aunque hay una cosa
que es evidente: aún siendo menor que en los delitos civiles, el intervencionismo de la justicia
de la Iglesia en casos criminales generaba enorme indignación entre los jueces laicos, además
de desconcierto en la “comunidad”. No en vano, la actuación de algunos jueces eclesiásticos
en dichos problemas no sólo produjo conflictos entre mosén Ferrer y la Iglesia, sino que
acabó enfrentando a ésta también con el corregidor que le sustituyó; con Luis Puertocarrero,
el conde de Palma. Es más, los enfrentamientos con éste se produjeron desde el momento en
que tomó posesión del cargo, ya que entonces Cisneros regía Castilla, y no pocos dirigentes
del arzobispado toledano pensaban que esto les concedía una cierta legitimidad al hacer lo que
creyesen oportuno, según sus conciencias, por el bien de los súbditos de los monarcas y -en su
ausencia- del arzobispo de Toledo. Entre aquellos dirigentes del arzobispado que procedieron
así podríamos señalar al propio vicario general, Francisco de Herrera, o a Francisco de Eván,
pero también al canónigo toledano Rodrigo de Acebedo, que estuvo como vicario algún
tiempo (al igual que lo estuvo Alonso López de Torres), o a fray Guillén, juez conservador del
Cabildo catedralicio de Toledo en 1518.
Todos estos hombres mantuvieron una intensa actividad judicial en asuntos relativos a
los clérigos, y también actuaron en causas mere profanas; de ahí que sus disputas tanto con el
corregidor toledano y sus hombres como con otros jueces laicos fueran continuas. Hay que
tener en cuenta, en este sentido, cinco aspectos. Primero: a pesar de ser bastantes los jueces de
la Iglesia que se enfrentaron con los laicos, por encima de todos destaca Francisco de Eván, el
más combativo sin duda. De hecho, en marzo de 1518 se dio una orden para que se presentara
en la corte a dar cuenta de sus actos412, lo que también se pidió al deán de la catedral toledana,
a Carlos de Mendoza413. Segundo, y a esto ya nos hemos referido, los años que preceden a la
revuelta de las Comunidades, 1519 sobre todo, se caracterizan por la existencia de una notable
cantidad de enfrentamientos jurisdiccionales entre los jueces eclesiásticos y los jueces laicos,
o si se quiere entre la Iglesia y el Estado.
Un tercer aspecto a tener en cuenta, sin duda interesante, es el relativo a quienes se van
a ver implicados en esos conflictos jurisdiccionales. Curiosamente, en muchos casos no son ni
mucho menos clérigos seculares414, sino frailes, monjes, conventos o monasterios. Debemos
412 A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 11 de mayo de 1517. 413 A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 10 de mayo de 1517. 414 Por ejemplo, el cura de Casalgodo causó un conflicto entre algunos vecinos de su pueblo y los de Sonseca por cierto grano que compró. El vicario Francisco de Herrera comenzó a gestionar el pleito y los de Casalgordo se quejaron en el Consejo Real, diciendo que la causa era profana, y que el juez eclesiástico les hacía manifiesta fuerça e agravio. Tuvieron que darse varias órdenes para que Herrera dejara de inmiscuirse en el asunto: A.G.S.,
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1731
tener esto en cuenta porque explica, de algún modo, el porqué del apoyo de ciertos frailes y de
otros clérigos regulares a la causa comunera. No sólo apoyaron a la Comunidad por el
conflicto entre el Cabildo catedralicio y Carlos I. Los frailes y los monjes poseían motivos
propios para posicionarse del lado de los comuneros. Para entender tales motivos habría que
partir de las consecuencias que tuvo la reforma de las órdenes religiosas desarrollada en
tiempos de Isabel la Católica, sin el beneplácito de un buen número de clérigos regulares. Aún
a mediados de la década de 1510 existían serios problemas en la reforma del monasterio de
Santa Úrsula, de la orden de San Agustín415, por ejemplo. Se trata, en todo caso, de un tema
sin analizar; al menos en lo relativo a Toledo.
Sí está claro, por contra, que algunas instituciones eclesiásticas ya a principios del siglo
XVI padecen dificultades económicas que intentan paliar como pueden -recordemos las
apropiaciones del quinto de las herencias de los abintestatos que realizaba algún monasterio,
basándose en privilegios y derechos muy cuestionados-, y esto crea problemas que pretenden
resolverse con el apoyo no siempre legal de los jueces eclesiásticos. Las causas de dichos
problemas eran de lo más variadas; desde impagos de diezmos416 hasta asuntos de tierras o de
otros bienes417, pasando por las habituales problemáticas surgidas a raíz de las deudas.
Son estas problemáticas, por otra parte, las relativas al grave endeudamiento, el cuarto
aspecto a destacar. Se trata, sin duda, del asunto que genera mayores dificultades; incluso más
que los asuntos relativos a la posesión de terrenos, a la realización de contratos fraudulentos
de compra-venta de pan en nombre de la Iglesia, y a otros temas con un carácter económico
en que suelen entrometerse los jueces eclesiásticos, a solicitud de una de las partes. Como se
ha dicho, antes de las Comunidades muchas personas endeudadas, al borde de la miseria,
buscan un amparo frente a sus deudas, y la Iglesia se lo proporcionará.
Las acusaciones contra los jueces eclesiásticos con relación a los morosos podían ser de
dos tipos: unas veces les acusaban de intervenir en un pleito a favor del deudor, tratándose de
un asunto que no concernía a sus competencias, y otras de defender el derecho de amparo
eclesiástico cuando quienes se amparaban en las iglesias, monasterios, conventos o catedrales
R.G.S., 1517-VI, Madrid, 17 de junio de 1517; A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 30 de junio de 1517; A.G.S., R.G.S., 1517-VI, Madrid, 25 de junio de 1517; A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 19 de enero de 1518. 415 A.G.S., R.G.S., 1515-X, Madrid, 20 de octubre de 1515; A.G.S., R.G.S., 1515-X, Madrid, 24 de octubre de 1515; A.G.S., R.G.S., 1515-XI, Madrid, 3 de noviembre de 1515 (hay dos cartas sobre el tema con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1515-XI, Madrid, 6 de noviembre de 1515; A.G.S., R.G.S., 1515-XI, Madrid, 8 de noviembre de 1515; A.G.S., R.G.S., 1516-XI, Madrid, 5 de marzo de 1516 (sic). 416 A.G.S., R.G.S., 1516-III, Madrid, 12 de marzo de 1516. 417 Véase, en este sentido, las disputas entre Andrés Cornejo y el monasterio de Santa Catalina: A.G.S., R.G.S., 1517-V, Madrid, 3 de mayo de 1517.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1732
eran los deudores. La ley prohibía dar asilo a éstos en los espacios sacros. Sin embargo, pocos
jueces se mostraban dispuestos a cumplir la legalidad.
El conde de Palma, por ejemplo, siendo corregidor de Toledo, ordenó que sacaran del
monasterio de Santa Catalina y de la catedral a algunos mercaderes que se habían alzado allí
con sus bienes, para no pagar sus deudas. Les sacaron, y de manera inmediata tanto el vicario
general como otros jueces de la Iglesia procedieron contra los gobernantes urbanos, a
solicitud del Cabildo catedralicio418. Se les excomulgó y se puso un entredicho. Acusaron a
los dirigentes de la urbe no sólo por lo que habían hecho, sino por el modo en que lo hicieron.
Se presentaron en la catedral con gente armada, decían, y syn requerir al vicario y juez
eclesyástico, ni le notificar cosa alguna, sacaron de la dicha santa yglesia quatro çibdadanos
que estavan allí retraídos por debdas que devían. Según los eclesiásticos, en el sacar de los
dichos presos de la dicha santa yglesia no se guardó la tenplança e manera que se devía
tener en sacar los dichos alçados. Antes, con mucho escándalo y alboroto, e ynjurias de
muchas personas, lo hizieron, no myrando lo que heran obligados419.
Por culpa de esto Luis Puertocarrero -como Jaime Ferrer años antes- estuvo larguísimos
meses excomulgado, mientras que desde la corte venían misivas regias para que se levantase
la excomunión que eran sistemáticamente incumplidas420. Sucedió en el verano de 1519. Poco
después el conde de Palma tuvo que abandonar el corregimiento. Lo mismo sucede en el año
1516 con mosén Jaime Ferrer. La Iglesia en la década de 1510 se exhibe como una institución
muy poderosa, y con un peso innegable en la vida de la urbe. Esto se debe, sin duda alguna, al
rol que jugó en Castilla durante -y después de- la primera regencia del cardenal Cisneros, una
vez muerta la reina Isabel, y, también, a lo largo -y a continuación- de la segunda regencia del
clérigo, tras el fallecimiento de Fernando el Católico. El cardenal fray Francisco Jiménez de
Cisneros, arzobispo de Toledo, era el hombre más poderoso de Castilla a comienzos del siglo
XVI, detrás de los propios reyes, y su poder, y el prestigio que conllevaba, imbuyó, de alguna
forma, a la Iglesia toledana. De esta manera, cuando entre los años 1510 y 1520 un corregidor
de la ciudad del Tajo tuvo problemas con la iglesia, su permanencia al frente del cargo tuvo
siempre las horas contadas.
Los enfrentamientos entre la Iglesia y el conde de Palma llegaron a tal punto que en una
acción sin precedentes los canónigos catedralicios, furiosos, decidieron romper un acuerdo al
418 A.G.S., R.G.S., 1519-VI, Hontíveros, 13 de junio de 1519.; A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Ávila, 13 de julio de 1519. 419 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 270 r-v. 420 A.G.S., R.G.S., 1519-VII, Hontíveros, de junio de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-VIII, Hontíveros, 9 de agosto de 1519; A.G.S., R.G.S., 1519-VIII, Valladolid, 13 de septiembre de 1519 (sic).
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1733
que habían llegado con el Ayuntamiento, para que éste derrocara los saledizos y balcones de
la urbe que ensombrecían sus calles, aunque los derribos afectasen a las casas de la catedral.
Para hacer pública esta decisión, los canónigos, con mucho escándalo y alboroto, mandaron
repicar las campanas de la yglesia mayor e de las otras yglesias perrochales de nueva
manera, que nunca se avía visto en otros tienpos. Además se pusieron censuras eclesiásticas
en contra de los gobernantes. Cuando esto se produjo, en el verano de 1518, las relaciones del
corregidor con el Cabildo catedralicio eran malas; desde entonces empeoraron más421...
Dejando lo relativo a estos asuntos, en quinto y último lugar deben señalarse los efectos
que trajo consigo la intervención de los jueces eclesiásticos en problemas no de carácter civil,
sino en delitos criminales. Por mucho que este intervencionismo fuese menor, aquellos casos
en los que había sangre de por medio alarmaban bastante más que otro tipo de cuestiones a la
comunidad urbana, sobre todo cuando los delincuentes no eran castigados como debían por la
labor judicial, y de obstrucción pensarían algunos, de la Iglesia. No faltan casos que lo indican
así.
Diego de Meneses, vecino de Ocaña, asesinó a traición a Antonio López, sólo porque su
víctima demandaba justicia frente a él por una tierra. Se trataba de un caso criminal como otro
cualquiera; la Iglesia debía mantenerse al margen. Aún así, Diego reclamó la ayuda de un juez
eclesiástico diciendo que era clérigo de corona, y el juez se la dio422. También fue muy grave
la demanda que se puso contra el vicario Alonso López de Torres. Según defendía el conde de
Palma423:
...un Françisco Ramírez, e Tapia, e Juan de la Xara, todos tres mançebos traviesos e
rrevoltosos, por çierto delito que comentieron (sic) los mandaron prender. E que porque dos alguaziles d´esta dicha çibdad los seguían para los prender, los agoardaron junto con la yglesia mayor. E yendo seguros [los alguaciles, los mancebos] echaron mano a las espadas contra ellos e les dieron muchas cochilladas (sic), e cortaron la vara [de justicia] al uno, e los maltrataron sy non se defendieran. E porque non se pudieron prender, porque se metieron en la dicha yglesia mayor, e se subieron en lo alto d´ella, e por no haser mucho escándalos (sic) e alboroto, no se sacaron. E dis que estando allá retraídos, [los mancebos] se presentaron ante vos [el vicario Alonso López], e que a su pedimento proçedistes contra el dicho corregidor e su alcalde mayor... El hecho de que un vicario defendiese a unas personas acusadas de agredir a alguaciles
de la urbe era alarmante. Era algo que concedía legitimidad a aquellos que osaran no cumplir
las disposiciones de la justicia. Y por si fuera poco, no se trata de un suceso aislado. El mismo
421 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 28 de agosto de 1518; A.G.S., R.G.S., 1518-X, Ávila, 16 de octubre de 1518. 422 A.G.S., R.G.S., 1517-XII, Valladolid, 23 de diciembre de 1517; A.G.S., R.G.S., 1518-I, Valladolid, 25 de enero de 1518. 423 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Medina del Campo, 29 de mayo de 1518.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1734
vicario amparaba a Francisco de Yepes, un hombre que había cometido muchos delitos. De la
misma forma, Francisco de Eván se mostró dispuesto a dar amparo a Bartolomé de Valencia,
quien se concertó con Miguel de Jerez para que matasse una noche al liçençiado Peñalver,
vecino de Toledo. Cuando lo supo el conde de Palma ordenó que encarcelaran a Bartolomé.
Eván, afirmando que el reo era miembro de la orden de Santiago -argumento que utilizaba con
frecuencia-, procedió mediante censuras eclesiásticas contra el corregidor y sus hombres424.
Otro ejemplo. Una noche del mes de abril de 1519, Juan de Medina, hermano de María
de Medina, de hedad de diez e siete años, estaba en una calle junto al arquillo que dizen de
Barrio Nuevo. Hernando Cornejo, vesino de la dicha çibdad, a trayçión e alevosamente le
hirió con una espada, e le dio dos cuchilladas, una en la cara e otra en la cabeça, de que
murió. La qual muerte fue alevosa, porque diz que le sacó con palabras de una casa para le
dar las dichas cuchilladas de que murió425. Cuando iban a proceder contra el agresor dijo que
era clérigo de corona, y el vicario actuó contra el corregidor de la urbe, ordenándole que
sacase al preso de la prisión pública de forma inmediata.
Como se ve, en resumen, en los años 1516, 1517, 1518 y 1519 abundan los conflictos de
carácter jurisdiccional entre los jueces eclesiásticos y los laicos. Los primeros se muestran una
y otra vez dispuestos a intervenir en el tratamiento de las causas que solicitan su colaboración.
No hemos de pensar, sin embargo, en un intervencionismo no fundado y delictivo, sino todo
lo contrario. Cuando los jueces de la Iglesia intervienen es porque creen que hay razones
legales que lo permiten: porque quienes les piden ayuda son religiosos, o porque el asunto
tiene que ver con las instituciones eclesiásticas -sobre todo con su sustento económico-. Sea
como fuere, los jueces eclesiásticos nunca “se llevaron bien” con los jueces laicos antes de las
Comunidades.
Tal vez habría que considerar este tema como otro de esos que evidencian el fracaso del
proyecto de los Reyes Católicos. Su paz nunca triunfó en aquello que respecta a los problemas
jurisdiccionales entre los jueces laicos y los eclesiásticos. Tampoco lo hizo, como dijimos, en
lo que se refiere a la recuperación del término jurisdiccional de Toledo. No obstante, mientras
que en este asunto fue por impotencia (y por necesidad), pues era aconsejable no enfrentarse a
los oligarcas, en lo relativo a la Iglesia la monarquía se muestra enormemente cautelosa. Si en
lo que se refiere a los términos la realeza buscará con una mayor o menor eficacia, con más o
menos entusiasmo, una solución, en lo relativo a la Iglesia no hay un plan definido, y tampoco
hay una implicación cierta.
424 A.G.S., R.G.S., 1518-VIII, Segovia, 28 de agosto de 1518. 425 A.G.S., R.G.S., 1518-V, Ávila, 23 de mayo de 1519.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1735
8.1.2.3.3. ...y de disputas con la Iglesia
Los enfrentamientos jurisdiccionales entre los jueces eclesiásticos y los laicos, y más en
general entre los gobernantes toledanos y la Iglesia (como ya hemos visto, algunos conflictos
llegaron a ser en verdad violentos), sólo pueden entenderse si los situamos dentro del contexto
que el clero vive en Castilla, primero tras la muerte de Fernando el Católico, y después tras el
fallecimiento del cardenal fray Francisco Jiménez de Cisneros.
Se trata de un contexto que se contrapone a sí mismo. Si durante la regencia de Cisneros
el clero castellano, y el de Toledo en concreto, vive momentos de esplendor -con su máximo
dirigente como “rey” de Castilla no hay nada que temer-, cuando Carlos I llega a la Península
y corren los rumores sobre sus objetivos todo empieza a oscurecerse. Cisneros muere el 8 de
noviembre de 1517. Desde entonces los hechos se precipitan. El 11 de noviembre se hace
pública ante el Cabildo catedralicio la noticia del fallecimiento426; el 13 se acuerda que las
honras fúnebres por el cardenal sean como las que se hacían a los monarcas427. Mientras, el
rey ordenaba a Luis Puertocarrero, al corregidor toledano, que con diligencia comprobara qué
hacían los canónigos, y procurase que la jurisdicción regia no fuese menoscabada. Esto es lo
que le ordena el 10 de noviembre. Además, el conde de Palma iba a encargarse de poner las
fortificaciones del arzobispado bajo la tutela de unos alcaides del monarca, advirtiendo al
Cabildo catedralicio que no hiciera nada en contra de la legalidad durante los meses de la sede
vacante428. Incluso el rey escribió unas misivas a los canónigos ordenando que no postularan a
ninguna persona como arzobispo429. El licenciado Herrera, alcalde de la corte, acompañaría al
conde de Palma en su trabajo430.
El mismo 11 de noviembre de 1517, cuando se hizo pública la muerte de Cisneros, ya se
produjo un primer escándalo. Nada más comunicar a los canónigos la noticia se les presentó
una carta del rey, en la que se les ordenaba que ellos mantuviesen como alcaide de la torre de
la catedral a Francisco de Tamayo, el hombre que hasta ahora ejercía el oficio. Los canónigos
no lo aceptaron. Es cierto que cuando la mitra arzobispal quedaba vacante las fortalezas de la
misma -entre las que se encontraba la torre de la catedral- debían quedar bajo tutela de los
reyes, pero no había que precipitarse.
El 11 de noviembre el Cabildo estuvo reunido hasta bien tarde. Ya estaba anocheciendo
cuando levantaron la sesión. No sabemos lo que discutieron entonces, pero todo indica que los
426 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 11 de noviembre de 1517, fol. 142 r. 427 Idem, reunión del 13 de noviembre de 1517, fol. 143 r. 428 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 153 r. 429 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 153 r; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r. 430 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1736
canónigos acordaron oponerse a la orden del rey. Ellos, sin embargo, siempre negaron esto.
Los canónigos decían que sólo estuvieron gestionando el modo de celebrar el funeral de
Cisneros, y que lo que hizo su compañero Pedro de Mendoza fue una iniciativa privada. Las
actas de la reunión, tan reservadas como siempre, aclaran poco431:
En honze días del mes de novienbre de mill e quinientos e diez e syete años, estando
los señores deán e Cabildo ayuntados en el cabildo, a la hora de las çinco, después del mediodía, [el] alcalde mayor presentó a los dichos señores deán e Cabildo una letra de la reyna e del rey, nuestros señores, por la qual escrivía su alteza, e parescía por ella ser fal[l] esçido el cardenal don fray Françisco Ximénes de Cisneros. E por los dichos señores vista la dicha letra, dixeron que pronunciavan e pronunciaron por vaco el dicho arçobispado de Toledo, por fin y muerte del dicho cardenal don fray Françisco Ximénes.
Ytem; ordenaron que se fagan las onrras luego por el cardenal a costa suya, e que el señor deán dé los dineros para ello. El Cabildo quedó de sacalle a paz e a salvo, e que sean en ello los mayordomos...
Nada más salir de donde se habían congregado, el canónigo Pedro de Mendoza -tal vez
a solicitud de sus compañeros- dijo a Diego Gómez, un alcalde de la urbe que paseaba por las
inmediaciones de la catedral: “Andad acá. Vamos al alcaide, a decille la manera que ha de
tener en el tañer por el cardenal”432. Según Diego, que dio su testimonio en la pesquisa que el
licenciado Alonso de Salvatierra, alcalde mayor del conde de Palma, hizo sobre el asunto, él y
Mendoza se marcharon hacia la torre catedralicia. Al llegar el canónigo llamó a la puerta, y el
alcaide bajó a abrir. Cuando la puerta se abrió Mendoza dijo a Diego Gómez: “Asentad, como
escribano de la obra, que requiero al alcaide que está presente que me entregue luego las
llaves de la torre, e la torre, en nonbre del Cabildo”.
El alcaide, Francisco de Tamayo, respondió que no podía hacerlo, y que deseaba ir en
persona a hablar con el Cabildo. Dicho esto, se retrajo para cerrar la puerta de la torre. Pedro
de Mendoza, no obstante, no se lo permitió. “¡Non!, que essa ruindad bien os entiendo; que
non cerraréys la puerta”, le dijo, ante de insistirle: “Vos me daréys las llaves”. Sin hacer caso,
el alcaide se metió dentro de la fortaleza y cerró la puerta, al tiempo que el canónigo Pedro de
Mendoza salía corriendo, dando voces. “¡Las llaves!, ¡las llaves!”, gritaba. Cuando estuvo al
lado de Diego le dijo, jadeante: “¿Qué os paresçe Diego Gómez?; que ha echado mano a la
espada para mí”.
Según el testimonio que Diego Gómez dio al alcalde mayor, él nunca vio que el alcaide
sacase la espada. También aseguró que nadie dio ayuda a Mendoza, y que mientras sucedía la
discusión entre el canónigo y el alcaide estaba presente Alonso Núñez de Mora.
431 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 11 de noviembre de 1517, fol. 142 r. 432 A.G.S., D.C., leg. 40, doc. 4.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1737
Éste, Alonso Núñez, tampoco sabía lo que Pedro de Mendoza iba a hacer, como no lo
sabía Diego. Cuando se acercaban a la torre se toparon con el capiscol, y preguntó al canónigo
que dónde iba. Le respondió que a decir al alcaide cómo debía tañer las campanas por la
muerte del cardenal Cisneros. El capiscol -el socapiscol pone a veces- le replicó que ya se lo
había explicado él, que se volviese. Pedro de Mendoza, aún así, dijo que no, que deseaba
decirle algunas cosas. Al parecer, decía Diego Gómez, nadie estaba al tanto de las intenciones
de Mendoza, aunque en las cercanías de la fortaleza se encontraban el doctor Núñez y Pedro
Jiménez, entre otros.
Salvatierra interrogó también al doctor Núñez. Aseguró que el 11 de noviembre, por la
tarde, había hablado con el alcaide de la torre de la catedral y con un clérigo al que llamaban
Ruano. El alcaide le dijo que le habían traído una cédula del monarca para que tuviese la torre
Torre de la catedral de Toledo vista desde la base
Torre de la catedral de Toledo vista desde la entrada a la plaza denominada del Ayuntamiento y de la catedral, donde está la puerta del Perdón del templo catedralicio, su puerta principal
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1738
en su nombre. El doctor Núñez, aseguraba él mismo, le advirtió que debía comunicárselo a los
canónigos para que la cumpliesen. Le contestó entonces el alcaide que antes de que el alcalde
mayor le notificase la cédula el capiscol había venido a llamarle para que se presentase ante el
Cabildo. Reafirmándose en su postura, el doctor le dijo que hiciera partícipes a los canónigos
de la carta del rey. Estaban en esta conversación cuando llegaron el canónigo Pedro de
Mendoza, Diego Gómez, alcalde ordinario de la urbe que venía como escribano de la obra de
la catedral, Pedro Jiménez, el clérigo Pedro Pérez y otros.
El canónigo dijo al alcaide que, en presencia de Diego Gómez -quien estaba más atrás, y
no hizo ni dijo nada-, le entregase la torre. El alcaide dijo que quería hablar con los canónigos
primero. Se metió un poco dentro de la torre, disponiéndose a cerrar la puerta. Mendoza entró
tras él, agarró al alcaide y le dijo que no lo hiciera. Entonces el alcaide volvió la cabeza, y vio
a los acompañantes del canónigo y a éste mismo marcharse. Según el doctor Núñez, Mendoza
dijo algo así como: “¡Bien, basta!”, o “¡Bien está!”. Luego se acercó a donde estaba el alcaide
y le encontró envainando una espada. Decía que no hallaba la llave de la torre en ningún sitio,
que creía que Pedro de Mendoza la había robado. Por lo demás, no parece ni que los
acompañantes del canónigo le favorecieran en algún momento, ni que llevasen armas.
Pedro Jiménez también se encontró presente. Según él, el canónigo Mendoza ordenó al
alcaide que le diese las llaves de la fortaleza, ya que el Cabildo así lo mandaba. El alcaide dijo
que no, que él mismo se las llevaría a los canónigos. Mendoza insistió; dijo que primero se las
diera, y que luego juntos se las darían al Cabildo. De nuevo, el alcaide, Francisco de Tamayo,
se negó, y entró en la torre. El canónigo fue detrás de él. Pedro Jiménez no pudo ver lo que
pasó dentro de la torre, pero tal vez se pelearon -debieron andar asidos, dice-, porque vio
cómo Mendoza se quejaba, diciendo que el alcaide había sacado la espada. Entonces, el
alcaide cerró la puerta de la fortaleza, diciendo que la tenía en nombre del rey.
Este testigo también refirió algo interesante: uno de los que acompañaban a Pedro de
Mendoza era Juan de Ayala, un clérigo. ¿Se trata de un hombre de los Ayala, de ese linaje que
había estado cerca de Cisneros, y que iba a oponerse a Carlos I, en su inmensa mayoría?. ¿Su
presencia al lado del canónigo ratifica su acción?; una acción, en el fondo, en contra de Carlos
I. Que estamos ante uno de los primeros actos de desobediencia del Cabildo catedralicio a su
futuro rey es evidente. ¿Podemos hablar también de uno de los primeros posicionamientos de
alguien de los Ayala en contra del monarca?. Cualquier respuesta no sería más que producto
de la especulación. Aún así, la presencia de Juan de Ayala es muy sugestiva.
El alcaide también declaró ante Salvatierra. Dijo que primero le notificaron una cédula
del monarca para que tuviese la torre de la catedral como alcaide, y luego le dijeron que se
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1739
presentase ante el Cabildo catedralicio. Se disponía a presentarse ante los canónigos cuando él
vio a mucha gente con uno de ellos: Pedro de Mendoza. Éste le asió por un dedo pulgar, y le
dijo que le entregara la torre con sus llaves. Francisco de Tamayo le contestó que antes debía
ir a exponer algo a los canónigos. Mendoza dijo que no era necesario, que estaba ahí de su
parte. Mientras, le seguía sujetando por el pulgar. Viendo esto, el alcaide dijo al canónigo que
iba a entregarle las llaves. Le soltó el dedo y él intentó meterse en la torre, cerrando las
puertas. Mendoza no se lo permitió. Entró en la fortaleza -solo tres o cuatro pasos- tras él, y el
alcaide, para defenderse, echó mano a la espada. El canónigo se fue huyendo inmediatamente,
y Francisco gritó entonces que tenía la fortaleza en nombre del rey.
Por lo que indican todos los alegatos, ningún testigo sabía si Pedro de Mendoza actuaba
por orden del Cabildo. Las actas de éste del 11 de noviembre tampoco advierten que los
canónigos ordenasen a su compañero ocupar la torre de la catedral. Es más, en ellas no se dice
que se presentara la carta del rey para que Tamayo la tuviese. Al parecer, los canónigos no
conocían el asunto. Sin embargo, las actas no son fiables. Hay datos que en ellas no se señalan
a propósito, tal y cómo se ha dicho en varias ocasiones.
Resulta muy extraño que en nombre del monarca el alcalde mayor comunicase a los
canónigos que el cardenal Cisneros había muerto, y que no les diese unas órdenes mínimas
sobre lo que el rey esperaba de ellos; más si tenemos en cuenta que el mismo alcalde ordenó
al alcaide de la fortaleza catedralicia, también de parte del monarca, que tuviese esa fortaleza
en tanto que delegado del rey. ¿Por qué el alcalde mayor no iba a decir ante el Cabildo que el
alcaide de la torre de su iglesia debía ser Francisco de Tamayo?. No hacerlo sólo podía traer
problemas, y en verdad los trajo. ¿Estamos, pues, ante una negligencia del alcalde mayor, o es
más correcto pensar que los canónigos lo conocían todo, y actuaron contra Carlos I, aunque
las actas de sus juntas no lo señalen?. ¿Qué buscaba Pedro de Mendoza?. Es fácil responder a
estas cuestiones: el Cabildo catedralicio desobedeció al rey.
El monarca había escrito varias cartas en nombre suyo y de su madre, la reina Juana, el
9 de noviembre de 1517. Unas doce iban dirigidas a los alcaides de las fortificaciones. Dos de
las mismas a los alcaides, en general, para que ejerciesen sus labores en nombre del rey433, y
hasta diez, con este objetivo, a cada uno de los alcaides de una manera individualizada: a los
de las torres de la catedral434 y de Puente del Arzobispo, y también a los de las fortalezas de
Talavera, Illescas, Uceda, Brihuega, Alcalá la Vieja, Santoraz, Almonacid y La Casería de
Alcalá. Otra carta era para el deán y los canónigos de Toledo; para que no hiciesen nada
433 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 150 v y 152 r. 434 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 153 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1740
contra el patronato real en la sede vacante435. Desde luego entregar la torre catedralicia a un
canónigo era algo en contra de dicho patronato. A los monarcas les correspondía la tutela de
las fortalezas del arzobispado cuando no hubiese un arzobispo para controlarlas.
También se enviaron misivas a los consejeros reales, y en concreto a los hombres más
importantes del Consejo: Guillermo de Croy, señor de Chièvres, al que se ordenó que viniese
a Toledo lo antes posible436; el arzobispo de Granada; y el obispo de Ávila437. A todos los
mayordomos, contadores, camareros, secretarios y demás oficiales del arzobispo Cisneros se
les ordenó que mantuviesen los bienes de éste bajo secuestro, hasta que se determinara lo que
debía hacerse con ellos438. Incluso se dispuso que el corregidor de Toledo y otras autoridades
del arzobispado pregonasen que las propiedades de Cisneros quedaran embargadas hasta una
nueva orden439. Todas las precauciones eran pocas. Había que hacer lo necesario para amparar
la hacienda del hombre más poderoso de Castilla; entre otras cosas porque desde meses atrás
contaba con heredero. Algo que los canónigos toledanos no sabían. Apenas murió Cisneros,
desde la corte de Carlos I empezaron las gestiones para poner en práctica un plan diseñado al
menos desde abril de 1517440...
El 12 de noviembre de este año los canónigos comenzaron las gestiones en torno al
gobierno de la sede vacante. Ni una mención a lo ocurrido el día 11 en sus actas; es como si
Pedro de Mendoza jamás hubiera hecho nada respecto a la posesión de la torre de la catedral.
Los cargos del arzobispado fueron repartidos por consenso entre los canónigos y el deán, y se
puso en cada oficio a quien se consideró oportuno441. Mientras, en nombre del rey se escribían
dos cartas: una para el Cabildo catedralicio, ordenándole -tal vez porque hasta la corte llegó la
noticia de lo acontecido el 11 de noviembre- que no se entrometiera en ningún tema relativo a
la torre de la catedral ni a las otras fortalezas442; y otra advirtiendo sobre el envío de Fernando
Gómez de Herrera, alcalde de la corte, a la ciudad del Tajo, para gestionar los problemas de la
sede vacante443. Estaba previsto que viniera a Toledo Guillermo de Croy. Sin embargo, hubo
personas que lo desaconsejaron. En la urbe los ánimos estaban calientes, y tener a un
435 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 151 v. 436 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 151 r. 437 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 151 r. 438 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 151 v. 439 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 153 v-154 r. 440 El 10 de diciembre de 1517 también se escribieron cédulas para el conde de Palma y el Cabildo catedralicio ordenando lo que habían de hacer durante el tiempo de la sede vacante: A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 153 v; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 153 r. 441 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reuniones del 12 y del 13 de noviembre de 1517, fols. 142 r-143 r. 442 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 156 v-157 r. 443 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 157 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1741
extranjero gestionando el arzobispado sólo podía empeorar la situación. Más si tenemos en
cuenta que en la corte carolina estaba dispuesto que un familiar de Croy, de idéntico nombre,
fuera el sustituto de Cisneros.
La principal misión de Fernando Gómez de Herrera era secuestrar los bienes que tuviese
Cisneros, para que nadie los derrochara de forma indebida444. Se enviaron cédulas reales a las
personas que controlaban el arzobispado informando de la llegada de Herrera y de su labor445.
Iba a ir acompañado por dos alguaciles de la corte, Diego Negral y Blas Vallejo, y llevaría el
poder suficiente como para actuar libre de coacciones446.
El 3 de diciembre se pidió al conde de Palma, al corregidor de Toledo, que diera la
ayuda necesaria a Fernando Gómez de Herrera para poder cumplir su trabajo, consistente, en
términos generales, en tres cosas: colocar todas las fortalezas del arzobispado toledano bajo la
tutela de Carlos I; impedir que el Cabildo de la catedral hiciese algo en contra del derecho del
rey a poner a alguien de su conveniencia como arzobispo; y amparar la riqueza del prelado de
Toledo, para que fuese heredada por su sucesor de forma íntegra447. De todo esto se informó a
Herrera448, al Cabildo449, a los dirigentes toledanos450 y a los alcaides del arzobispado451.
El 8 de diciembre de 1517 Luis Puertocarrero mostró a los canónigos la carta de Carlos
I, en la que les pedía que no postulasen a nadie como titular a la mitra arzobispal de Toledo452.
Sólo dos días después Herrera presentaba una carta en el Cabildo catedralicio para poner bajo
secuestro todos los bienes de Cisneros453. Al tiempo que esto se produce, dos rumores
empiezan a cundir entre los canónigos: unos dicen que el monarca va a situar como arzobispo
a un extranjero; otros, basándose en informaciones muy fundadas, advierten que en la corte se
proyecta una división del arzobispado de Toledo en dos partes. De ser verdad dicha
advertencia, demostraba que Carlos I pretendía realizar eso que los Reyes Católicos no fueron
capaces de poner en práctica nunca, aunque lo desearan siempre. El arzobispado toledano era
444 A.G.S., R.G.S., 1517-X / XI, Tordesillas, 12 de noviembre de 1517 (hay dos documentos iguales) 445 Al secretario Baracaldo (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 157 r), al corregidor de Toledo (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 157 r), a los contadores, mayordomos, camareros, etc. de Cisneros (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 157 v), al deán y a los canónigos de la catedral de Toledo (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 157 v), a los testamentarios de Cisneros (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 157 v-158 r), al obispo de Ávila (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fols. 158 v-159 r), al Regimiento de Toledo (A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 159 r-v), etc. 446 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 159 r; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 159 v. 447 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 217 v-218 v; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 40, fols. 84 r-v y 90 r. 448 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r. 449 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r. 450 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 v. 451 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 219 r-v. 452 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 8 de diciembre de 1517, fol. 147 r. 453 Idem, reunión del 11 de diciembre de 1517, fol. 147 v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1742
enorme, y su arzobispo demasiado poderoso. Cuando falleció Pedro González de Mendoza los
rumores sobre una posible división del arzobispado fueron constantes, pero Isabel y Fernando
se encontraron con el rechazo más firme de los canónigos. Ahora sucederá lo mismo.
Los canónigos dijeron a Luis Puertocarrero que estaban en contra del modo de tramitar
el asunto de la sede vacante que proponía Carlos I, y que estaban dispuestos a seguir haciendo
lo que habían hecho hasta ahora. Alarmado, Puertocarrero envió una carta a la corte. El 13 de
diciembre se contentó al corregidor toledano, diciéndole que insistiese en lo dispuesto en
nombre del rey, y que advirtiera a todos los canónigos que quienes se opusiesen a las órdenes
regias serían castigados454.
Los primeros a castigar iban a ser los canónigos que más se enfrentaron al monarca:
Juan Ruiz de Ocaña455 y Pedro de Mendoza, el que se había peleado con Francisco de
Tamayo por culpa de la torre de la catedral456. Por contra, se prometieron mercedes por sus
servicios a Carlos I tanto al conde de Palma457 como al deán catedralicio458, a los dirigentes
toledanos459, y, en concreto, al regidor Juan Carrillo460. No sirvió para nada. Pronto llegaron a
la corte noticias sobre la actitud rebelde del Cabildo de la catedral. Algunas personas hicieron
derribar parte de los aposentos que el arzobispo Cisneros poseía en el claustro de la iglesia
mayor, echando a dos capellanes que habitaban allí. Además se llevaron las armas que había
en ellos, y cerraron las puertas del templo. La catedral quedó aparentemente fortificada. Se
trataba de un suceso de mucho escándalo, y de una advertencia: los ánimos del clero en la
ciudad del Tajo estaban muy calientes.
El 9 de enero de 1518 hubo una reunión del Cabildo catedralicio para discutir en torno a
las posturas a tomar ante los potenciales deseos de “deshacer” el arzobispado461. Se acordó -lo
contrario sería impensable- que los canónigos se mantuviesen unidos frente a las iniciativas
de este tipo. Este dicho día, señalan las actas de la institución, cometieron a los señores deán,
e maestrescuela, e Luis Dávalos e Diego López, o la mayor parte d´ellos, que platiquen en lo
que se dize de la división del arçobispado, e çerca d´ello provean lo que vieren que conviene.
Los canónigos diputaron a éstos para que definiesen una estrategia a seguir462. Los clérigos de
454 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 222 v-224 v. 455 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 226 v. 456 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 39, fol. 170 v. 457 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fol. 248 r. 458 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 226 v-227 r. 459 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 248 r. 460 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 37, fols. 219 v. 461 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 9 de enero de 1518, fol. 149 r. 462 Idem, reunión del 9 de enero de 1518, fol. 149 r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1743
la catedral estaban a la defensiva, por lo tanto, en el momento en que llegó a su conocimiento
algo que estaban temiéndose.
En marzo de 1518 vino la comunicación oficial del papa: Guillermo de Croy, sobrino
del señor de Chièvres, iba a ser el nuevo arzobispo de Toledo463. Lo más indignante era que se
preparaba tal nombramiento desde abril de 1517, sin que los canónigos de Toledo tuviesen la
menor noticia. Incluso se nacionalizó al cardenal de Croy para hacerle arzobispo toledano, al
igual que a otros flamencos y borgoñones que ocuparon oficios destacados en Castilla464. Sólo
era un joven de veinte años de edad, y, por si fuera poco, con el beneplácito del papa, de León
X, se llegó a una concordia para que cuando Croy falleciese el arzobispado fuera dividido.
Nada iba a frenar ya las críticas de los canónigos. El 31 de marzo se comunicó al conde
de Palma la llegada a Toledo de Francisco de Mendoza, arcediano de Pedroche, y de Juan de
Carondelet, deán de Besançon, para tomar la posesión del arzobispado en nombre de
Guillermo de Croy. El conde de Palma debía hacer lo que fuese necesario para que pudieran
realizar su trabajo; sy para ello conveniere hazer salir de la çibdad a algúnd canónigo o otra
persona, se le advirtió en nombre de Carlos I, os envío mis cartas en blanco como veréys.
D´éstas avéys de husar quando se pusieren en no cumplir luego lo que les enbío, y no en otra
manera465. Las cartas en blanco decían así466:
El Rey. (blanco), porque conviene a nuestro serviçio, nos vos mandamos que luego,
vista ésta, os vengáys a do quiera que nos estuviéramos para que allí os mandemos lo que avéys de hazer. Y porque el conde de Palma, corregidor d´esa dicha çibdad, vos hablará, a él me remyto. Fecha en Aranda, a XXXI de março de DXVIII. Yo el rey. Refrendada del secretario Covos. Señalada del obispo y don Garçía.
También el 31 de marzo se enviaron misivas ordenando que se aceptase como arzobispo
a Guillermo de Croy al Ayuntamiento y al corregidor toledanos467, al Cabildo catedralicio468,
al maestrescuela de la catedral469, y al canónigo Luis Dávalos470. Incluso se despacharon unas
ocho cédulas sin poner el nombre de la persona a la que iban dirigidas, pidiendo que aceptase
el nombramiento de Guillermo de Croy como arzobispo de Toledo, y que obedeciese tanto al
deán de Besançon como al arcediano de Pedroche471.
463 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 45. 464 PÉREZ, J., La revolución de las Comunidades..., p. 122. 465 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 59 r. 466 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 59 r-v. 467 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 59 r-v. 468 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 59 v (hay dos cartas). 469 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 59 v. 470 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 60 r. 471 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 59 r-v.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1744
El 13 de abril de 1518 el corregidor Luis Puertocarrero y otros solicitaron al Cabildo la
mitra arzobispal para dársela a Guillermo de Croy472. Los canónigos dijeron que no era
posible mientras estuviese en juego la integridad de su arzobispado. Desde entonces hubo
arduos debates entre el Cabildo catedralicio y los “delegados” de Croy (el propio corregidor,
el marqués de Villena y los dos procuradores arzobispales, Francisco de Mendoza y Juan de
Carondelet). Fue imposible someter a los canónigos. No iban a aceptar a Guillermo de Croy
como arzobispo hasta que no estuviesen seguros de que el arzobispado no se dividiría.
El rey ya había enviado al Cabildo unas misivas poco antes, en las que aseguraba que si
él había decidido dividir el arzobispado era porque lo consideraba bueno. A pesar de ello, por
culpa de los imprevistos, había conseguido ciertos breves papales por los que se daba por nula
cualquier división. Los canónigos sabían esto cuando el 13 de abril les pidieron que dieran la
mitra arzobispal a Croy; sabían que aunque aceptasen a Guillermo de Croy como arzobispo su
arzobispado no iba a dividirse473. Y, sin embargo, se negaron a hacerlo474.
El monarca estaba furioso. En un tono amenazante escribió dos cédulas. Una fechada el
17 de abril, dirigida al Cabildo catedralicio, en la que decía sentirse maravillado por la actitud
de los canónigos. Según su contenido, Carlos I esperaba que antes de que éstos pudieran
leerla hubiesen aceptado como arzobispo a Croy, porque de lo contrario se trataría de un
desacato grave a su rey475. En la cédula fechada el 18 de abril el tono era aún más bronco. El
monarca amenazaba a los canónigos diciéndoles que: o recibían a Guillermo de Croy como
arzobispo de Toledo; o iban a ser desterrados de Castilla, tras perder todos sus bienes476.
También se escribió una tercera carta, en un tono no tan duro, recordando a los canónigos que
se había dado un breve para que el arzobispado no se dividiera477.
Se encargó al conde de Palma que gestionase el asunto con estos documentos. Primero
debía mostrar a los canónigos los escritos menos amenazadores. De no conseguir su propósito
estaba autorizado para amenazar a los clérigos con el destierro de Castilla y la pérdida de sus
bienes478. Seguramente esto no fue necesario. Es muy posible que tales cartas amenazadoras
ni siquiera hubiesen llegado a la ciudad del Tajo cuando el Cabildo catedralicio se rindió. Fue
472 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 13 de abril de 1518, fol. 156 r. 473 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 75 r-v. 474 Se han conservado las alegaciones que pusieron los canónigos a favor de la unidad del arzobispado: A.C.T., Secretaría del Cabido, caja 6, documento suelto. 475 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 74 r-v. 476 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 74 v. 477 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 75 r-v. 478 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 74 v-r.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1745
el 20 de abril, y tuvo mucho que ver en ello el conde de Palma, quien manejó con una cierta
maestría, junto con otros hombres, un tema en verdad complejo479:
...los mui reverendos señores don Juan de Carondelet, deán de Bisançon, e don
Françisco de Mendoza, arçediano de Pedroche e canónigo de Córdoba, por sý e en nonbre del reverendísimo señor cardenal de Croy, arçobispo de Toledo, y el magnífico señor don Luis Puertocarrero, conde de Palma, corregidor de la dicha çibdad de Toledo, por sý e en nonbre del rey nuestro señor, y por virtud de la carta de creençia que truxo de su alteza, e la presentó en el Cabilldo, e cada uno d´ellos por sý [...] otorgaron, e prometieron e se obligaron a la Santa Yglesia de Toledo e a los reverendos señores deán e Cabilldo d´ella, en su nonbre, que dentro de seys días primeros syguientes traerán e entregarán a los dichos señores deán e Cabilldo una carta patente, sellada con el sello real del rey, nuestro señor, por la qual promete e da su fe e palabra real a la dicha Santa Yglesia, e a los dichos señores deán e Cabilldo, que dentro de quatro, o a lo último dentro de seis, meses primeros syguientes, y antes sy antes pudiere, traerá e entregará a los dichos señores deán e Cabilldo bulla apostólica plomada ad perpetuam rei memoriam, por la qual [...] nuestro señor el papa derogue, e revoque, e casse e annulle la dismenbraçión e división que su Santidad fizo del arçobispado de Toledo...
Gracias a esta promesa se aceptó a Guillermo de Croy como arzobispo. Desde la corte
se enviaron cédulas al Cabildo catedralicio480, al corregidor y al Ayuntamiento toledanos481, al
marqués de Villena482 y a Diego de Mendoza483 agradeciendo su colaboración; y también a las
personas que en principio más se opusieron a la Corona484, y que, sin embargo, luego dieron
un paso atrás, a solicitud del monarca: Fernando de Silva485 (comendador de Otos que luego
fue un destacado anti-comunero) y Pedro López de Padilla486.
El 25 de octubre Francisco de Mendoza, entonces vicario general, trajo la bula en la que
el papa se comprometía a no desmembrar el arzobispado. Esto no quiere decir que los
conflictos entre los canónigos y la corte desapareciesen, ni que se alcanzara un ambiente de
concordia entre los clérigos y el corregidor toledano. Los conflictos jurisdiccionales entre los
jueces de la Iglesia y los laicos no hacían más que crecer, y constantes disputas con la corte se
encargaban de recordar a los canónigos que eran objeto de recelo. Primero fue la obrería de la
catedral. Los delegados de Croy se la entregaron a Fernando de Fonseca y el Cabildo a Diego
López de Ayala, aunque éste tuvo que claudicar487. Luego fue una merced que se hizo al rey.
El 28 de abril de 1519 se presentó ante el Cabildo catedralicio de Toledo una bula de León X
479 A.C.T., Actas capitulares, libro 4º, desde el 7 de enero de 1511 al 29 de julio de 1527, reunión del 20 de abril de 1518, fols. 157 v-158 r. 480 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 17 r-v. 481 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 17 r y 17 v. 482 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 17 v. 483 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fols. 17 v-18 r. 484 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 45. 485 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 18 r. 486 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fol. 18 r. 487 A.G.S., C.C., Cédulas, libro 43, fols. 47 r-48 v; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 45, fol. 65 r y 88 r-89 r..
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1746
por la que cedía la décima parte de los frutos eclesiásticos de Castilla a Carlos I488. De manera
inmediata se rechazó la bula, y cesaron de decir las horas. A la ciudad del Tajo vinieron cartas
amenazando a los canónigos489, pero no pudo impedirse que la protesta creciese, liderada por
Pedro de Campo, el obispo de Útica, uno de los canónigos más prestigiosos, y un ardiente
defensor -como el nuncio Francisco Ortiz en tiempos pasados- de la libertad eclesiástica, y de
la buena gobernación de Castilla y de Toledo.
Al tiempo que se ponía un entredicho sobre la ciudad del Tajo, clérigos como Pedro de
Campo y otros muchos, frailes en buena parte, empezaban a clamar desde los púlpitos no sólo
contra las desgracias de la Iglesia, sino además contra los flamencos, contra el rey, contra el
egoísmo de los grandes nobles... Eran los mismos temas que se podían escuchar en algunas de
las reuniones de los regidores. Pedro de Mendoza, por ejemplo, el canónigo que se enfrenta a
Francisco de Tamayo para que no tenga la torre de la catedral en nombre de Carlos I, también
es uno de los clérigos que más claramente se posiciona a favor de los regidores de Toledo,
cuando éstos deciden enviar unos mensajeros al monarca de forma paralela a los procuradores
de Cortes.
Al tiempo que se producían los enfrentamientos entre el rey (el corregidor) y buena
parte de los regidores en torno al envío de personas a la corte para informar sobre la situación
de su ciudad, al tiempo que se ahondaban las diferencias entre el monarca y la Iglesia, ya en
1520, Antonio de Córdoba escribía a Carlos I490:
...algunos predicadores an hablado en los púlpitos muy sueltamente, aprovando lo que
estos regidores hazen y pidiéndoles que estén en ello, y diziendo el gran daño que al reyno viene de la yda de su magestad con otras muchas cosas, para alterar el pueblo. Éstos son el prior de San Pero Mártir, y un frayle de San Juan de los Reyes y el obispo Campo, canónigo d´esta yglesia. No les he hablado porque creo que lo harían peor sy viesen que hago caso. Escrívame vuestra señoría lo que en esto manda que haga, porque me dicen que se alargan en esta plática más de lo que devrían...
El 7 de octubre de 1519 se ordenó al conde de Palma que hiciese una pesquisa secreta,
informándose de la identidad de los predicadores, del contenido de sus alarmantes sermones,
de las iglesias y conventos donde los pronunciaban, y de las personas que asistían a oírlos491.
Se intentaba frenar una situación que se iba de las manos sin que nadie pudiese evitarlo. Si es
que Luis Puertocarrero hizo la pesquisa, no sirvió para nada. El “pueblo” parecía hastiado con
488 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 45. 489 A.C.T., B.C.T., Mss. 42.29, Libro de Arcayos, fol. 182 r-v; A.G.S., C.C., Cédulas, libro 42, fol. 216 v. 490 A.G.S., P.R., leg. 1, nº. 77, docs. 292-294. 491 PÉREZ, J., “Moines frondeurs et sermons subversifs en Castille pendant le premier séjour de Charles-Quint en Espagne”, Bulletin Hispanique, 67 (1965), pp. 5-24.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1747
la situación política, económica y social de Castilla, y las prédicas de los clérigos no sólo
conectaban con sus ideas, sino que las definían aún más, radicalizándolas con frecuencia.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1748
8.2. LA BREVE HISTORIA DE LA COMUNIDAD TOLEDANA (15 20-
1522)
La historia de la Comunidad toledana es perfectamente conocida gracias a las obras de
Joseph Pérez y de Fernando Martínez Gil. Poco más puede referirse de lo que dichos estudios
señalan. La obra de Pérez es fundamental -la más fundamental- para comprender la guerra de
las Comunidades de Castilla; la de Martínez Gil lo es para vislumbrar cómo se desarrolló ésta
en la ciudad de Toledo y sus alrededores. Éste último autor, tomando el planteamiento teórico
del primero, asumiendo su análisis del conflicto, ha definido los hechos que se produjeron por
entonces, en 1520, 1521 y 1522. En las siguientes páginas, por tanto, va a hacerse un análisis
breve de tales acontecimientos basado en los dos estudios referidos, y en concreto en la obra
de Fernando Martínez Gil. A esta obra y al trabajo de Joseph Pérez habrá de acudirse para
profundizar en algún aspecto.
8.2.1. 1520: EL TRIUNFO DE LAS COMUNIDADES
Absolutamente nada de las Comunidades podría entenderse si no acudiésemos a lo que
en Toledo -y en toda Castilla- viene sucediendo desde década y media antes. Los dirigentes de
la ciudad del Tajo cada vez se preocupan más por defender sus objetivos personales, un rasgo
que afecta incluso a los jurados, a los representantes del “pueblo” frente al Regimiento. Los
intereses del común, pues, se encuentran a años luz de los intereses del grupo gobernante. Lo
que separa a unos y a otros lleva años creciendo sin remedio.
La violencia a la altura del año 1520, además, ya no es un problema, sino el problema;
una violencia que se ve alentada por la penuria económica, por la incapacidad de la justicia,
por los abusos de poder, y, sobre todo, por las prédicas de los frailes y monjes, que desde los
púlpitos arengan contra “la causa de los males”: Carlos I. Muchas personas viven angustiadas
por la situación que padecen, y tienen miedo a ese futuro del que les hablan quienes, en teoría,
estaban mejor informados. Aunque sólo fuera por motivos así, por la angustia ante el presente
y por el miedo al futuro, la revuelta, la mayor de la historia de Toledo hasta el momento, fue
imparable. Lo confesaba de este modo uno de los comuneros toledanos492:
...fui uno de los que gritaron y no me arrepiento mucho de ello: otros muchos más
avisados que yo se engañaron también. Pero ¿quién se hubiera atrevido entonces a obrar de otra manera, o por mejor decir, quiénes no tendrían por una maldad el no hacerlo?. Los teólogos, los párrocos, los ancianos y muchos de los nobles que se retiraron a buen tiempo,
492 MALDONADO, J., La revolución comunera. El movimiento de España, o sea historia de la revolución conocida con el nombre de las Comunidades de Castilla, FERNÁNDEZ VARGAS, V. (Edit.), Madrid, 1975, libro II, p. 72.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1749
esto mismo persuadían, esto recomendaban extraordinariamente, y cuando a nosotros miserables nos hicieron caer en la red se retiraron y volvieron la espalda mudada la casaca. ¡Maldición a tales aconsejadores!. La mayor parte pagamos ahora lo que jamás imaginamos: siempre quisimos que el rey fuese salvo y feliz, y hemos sido condenados como sediciosos y perturbadores de la paz: ¿mas, por quién?. Por los mismos que pelearon con nosotros...”
8.2.1.1. ABRIL
En el mes de abril de 1520 el común comenzó a organizarse. Hasta ahora había creado
cabildos para defender sus intereses económicos. Ahora va a instaurar una nueva institución
de gobierno. Había que establecer unas instituciones gubernativas distintas a las ya existentes,
que defendieran sus intereses en verdad, y que, en consecuencia, ni estuviesen manejadas por
oligarcas de la urbe ni se hallaran corruptas por los objetivos de éstos. Se obvió al Cabildo de
jurados. Nadie tuvo en cuenta su teórica misión de amparar al pueblo; se trataba de una falacia
inadmisible para los “comunes”. Si se instauró en 1422 para que representase los intereses del
común -lo cual por el modo en que se hizo puede ponerse en duda, como se señaló-, sus otras
misiones con el paso del tiempo habían conseguido que ésta quedara en un segundo plano,
oculta bajo el interés oligárquico de los miembros del Cabildo. Así, algunos jurados, Juan
Bautista Olivero entre ellos, marcharon al destierro493.
Las parroquias establecieron sus diputados para que formasen parte de la Congregación.
También intentaron hacerlo ciertas cofradías o monasterios. La revuelta en contra del orden
institucional era alentada por los frailes e, incluso, por los regidores y por algunos jurados que
pasarían a liderar las protestas. Aprovechándose del sistema de elección de los aspirantes a
ocupar una juraduría, los “comunes” se reunieron en sus parroquias y votaron, ahora sí de un
modo democrático se supone -no bajo coacción, sobornos, chantajes, etc., tal y como sucedía
a la hora de votar a un jurado-, a sus representantes.
Al tiempo que esto se realizaba, Juan de Ribera fue acorralado en el alcázar y tuvo que
huir. Se tomaron todas las fortalezas de la urbe y se puso en ellas a alcaides de confianza para
los rebeldes. El corregidor Antonio de Córdoba se quedó sólo en la urbe frente a éstos, cada
vez más organizados. Así estaban las cosas cuando vino Pedro Laso de la Vega a Toledo. Iba
a exiliarse en Gibraltar por disposición del rey, ya que, desobedeciéndole, había acudido a la
corte como mensajero de la ciudad del Tajo. Le ordenaron que no se le ocurriera entrar en la
urbe al pasar cerca de ella, pero no hizo caso. Los toledanos rebeldes le recibieron como a un
héroe.
493 A.G.S., R.G.S., 1520-V, La Coruña, 16 de mayo de 1520.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1750
8.2.1.2. MAYO Y JUNIO
La revuelta adoptaba entonces un cariz más radical, alentada, por otra parte, por la
marcha del monarca de tierras castellanas, el 20 de mayo. El corregidor Antonio de Córdoba
(ya se señaló) tuvo que conceder la vara de justicia a la Comunidad, que se la devolvió para
que la tuviese en su nombre. Así se establecía una nueva paz: “la paz comunera”. La paz regia
había desparecido. En un primer momento Antonio de Córdoba lo aceptó, tal vez para salvar
su vida, pero cuando pudo se fue de Toledo, como habían hecho los demás, dejando todo en
manos de los rebeldes. Esta huída se produjo el 31 de mayo. Las Comunidades triunfaban.
En manos de unos cuantos regidores rebeldes y de la Congregación, la urbe comienza a
principios de junio de 1520 a prepararse para la guerra: se retiran las barcas del río, las
murallas son fortificadas y se compra pólvora. Además se jura la Comunidad. Hasta ese
momento entre los rebeldes había existido una concordia notable; si deseaban triunfar debían
mantenerla. Por eso, todos los vecinos de la urbe, o al menos una buena parte de ellos, juraron
lealtad a la causa comunera.
La Comunidad se juró el 14 de junio. Los más aclamados eran los regidores Pedro Laso
de la Vega y Juan de Padilla, aunque entre el común ya empezaban a despuntar los nombres
de personas que contaban con importantes apoyos sociales y un liderazgo creciente: Jara, el
maestro Quiles, Antonio Moyano, el latonero Diego López, María Pacheco incluso, la mujer
de Juan de Padilla. Eso sí, desde el inicio quedaron instituidas dos posturas en el Regimiento
que se iban a mantener. La postura más radical a favor de los rebeldes, liderada por los dichos
Juan de Padilla, Pedro Laso de la Vega o Fernando Dávalos, y otra más moderada, defendida
por Antonio Álvarez de Toledo o el antiguo corregidor, Luis Puertocarrero494. El mismo 14 de
junio desde el Consejo Real se expedía una provisión dirigida a los gobernantes toledanos, en
la que se les ordenaba que, pues estaba prohibido por ley, no permitieran que se realizasen ni
en la ciudad del Tajo ni en su comarca juntamientos de gente, pues habría escándalos495.
Una vez triunfaron las Comunidades en su urbe, los “gobernantes rebeldes” se pusieron
manos a una obra aún más compleja: extender la revuelta por toda Castilla. Para eso enviaron
misivas a diversas partes del reino, sobre todo a los pueblos más importantes de su propia
comarca, y a las ciudades con voto en Cortes. En las misivas se hablaba de no pagar al rey el
servicio solicitado para conseguir la corona imperial, de tener el sistema de encabezamiento
como medio de financiación de la realeza, de no permitir que salieran las riquezas de Castilla,
ni que los oficios públicos fuesen para extranjeros, y de la necesidad de que las ciudades con
494 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 62-75. 495 A.G.S., R.G.S., 1520-VI, Valladolid, 14 de junio de 1520.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1751
voto en Cortes se reuniesen con carácter urgente para hablar de estos temas. Fue con estos
objetivos con los que se constituyó la llamada Santa Junta de Ávila, una institución novedosa
compuesta por las urbes rebeldes al rey, que pretendía defender los intereses de éstas frente al
monarca, a sus secretarios, a su Consejo Real y a todos sus acólitos.
A las solicitudes de Toledo se unieron Salamanca, Segovia, Toro, Burgos y Zamora. La
Comunidad toledana era la protagonista en esos momentos; algo que se hizo más patente aún
en los primeros días del verano. El antiguo alcalde mayor de Toledo, Rodrigo Ronquillo, fue
designado por el Consejo Real para que castigase el asesinato de uno de los procuradores que
en nombre de Segovia participó en las Cortes de Santiago de Compostela de 1520, en las que
se otorgó un servicio a Carlos I para marcharse de Castilla a recibir el título imperial. Cuando
el procurador vino a su urbe los comuneros acabaron con su vida. Se le acusó de connivencia
con el rey y de no respetar el interés del pueblo. Cuando la noticia sobre el inminente castigo
de los rebeldes llegó a Toledo se decidió enviar a una tropa liderada por Juan de Padilla para
enfrentarse a Ronquillo. Para ello se dispuso, el 4 de julio de 1520, que la hacienda concejil
quedase al servicio de la causa.
8.2.1.3. DE JULIO A SEPTIEMBRE
Con más de mil hombres, Juan de Padilla consiguió impedir que el alcalde Ronquillo
entrase en Segovia. Decidido a hacerlo, seguro de que de aplastar en este punto a los rebeldes
su acción no seguiría adelante, Ronquillo, ayudado por parte del ejercito real bajo el mando
de Antonio de Fonseca, intentó apoderarse de la artillería propiedad del monarca que se
guardaba en Medina del Campo. Los de Medina se negaron a entregársela, hubo un combate,
y, el 21 de agosto, en medio del fragor de la lucha, la villa acabó en llamas. Este hecho fue
decisivo, ya que Medina del Campo era un núcleo económico de primer orden en el centro de
Castilla gracias a sus ferias. Muchas ciudades y villas se sumaron entonces a la Junta de
Ávila. Contingentes de soldados enviados por las urbes de casi todas las regiones -del sur
pocos, pues la región andaluza estaba en manos de grandes nobles que por ahora exhibían una
pasividad exasperante frente a los acontecimientos- se unieron pronto a Padilla, quien recibió,
del mismo modo, la artillería que Ronquillo había ido a buscar.
Alzado como líder indiscutible de la sublevación frente al rey Carlos I, provisto de unos
medios con los que es seguro que ni soñaba cuando salió de Toledo para defender a Segovia,
Juan de Padilla decidió que, haciendo tres meses que el monarca se había ido de Castilla, era
el momento de realizar algo que podía ser un espaldarazo definitivo para la causa comunera:
restaurar en el trono a la reina Juana, que estaba en Tordesillas desde que unos diez años atrás
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1752
su padre la recluyese en un convento, alejándola de la vida política. Muchos decían que el rey
Católico lo hizo porque estaba “loca”; otros porque le interesaba para gobernar Castilla de
acuerdo al testamento de su esposa Isabel. Juan de Padilla, de esta última opinión, pretendía
demostrar que Juana “estaba cuerda”, que había sido víctima de un golpe de Estado que la
alejó del trono. Un golpe de Estado del que era cómplice, para desgracia de Castilla, su hijo
Carlos y esa cohorte de flamencos que le seguía.
Con tales objetivos, Padilla consiguió apoderarse de Tordesillas con facilidad el 29 de
agosto de 1520. La Junta se trasladó desde Ávila allí, a donde llegó el día 29 de septiembre.
El triunfo de las Comunidades parece entonces seguro, más cuando se sabe que los consejeros
reales que había en Castilla se han dispersado, por miedo a ser víctimas de las iras del pueblo.
8.2.2. RADICALES, MODERADORES Y TRAIDORES: LOS INIC IOS DE 1521
En Toledo la auténtica Comunidad estaba constituida por el común. Las tesis moderadas
pronto hicieron que los caballeros fueran desviándose de los intereses rebeldes. La inmediata
consecuencia fue la aparición de traidores entre los comuneros, casi siempre miembros de la
caballería, lo que hizo que todos los de este sector social empezaran a verse como potenciales
conspiradores -almagrados o enalmagrados era el apelativo que les daban-. Por esta causa, se
empezaron a desobedecer muchos de los mandatos del Regimiento, y poco a poco se va a
exhibir una postura radical por parte de algunos de los diputados de la Congregación. Así, el 7
de septiembre se pidió a los regidores que mostrasen a los diputados los privilegios de la urbe,
porque según ellos un privilegio que Enrique IV había concedido a la ciudad en el año 1468
dispensaba a ésta de pagar alcabalas.
Hubo una vez un privilegio que, en efecto, eximía a Toledo de este tributo. El rey lo
firmó a solicitud del común, y ordenaba que no se pagase alcabala de productos como el vino,
el mosto o el vinagre, pero dicha merced no llegó a cumplirse nunca. El propio Enrique IV la
derogó, y en la época de los Reyes Católicos ni se tuvo en cuenta. Aún así, basándose en ella,
a finales de octubre de 1520 ya no se pagaban alcabalas en Toledo de ningún producto. Para
hacerlo se tuvo que recurrir a la fuerza... Algunos regidores advertían que era una auténtica
locura quitar las alcabalas; una locura que, antes o después, iba a pagarse cara. Frente a esta
postura, el 31 de septiembre los del común incendiaron los despachos de los encargados de
cobrarlas496.
496 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 70-100.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1753
8.2.2.1. EL INVIERNO DE 1520-1521
Las divergencias entre el común, radicalizado, y unos dirigentes en los que las posturas
moderadas parecían calar cada vez con más fuerza empezaban a ser innegables. Los primeros
que dieron la espalda a los rebeldes fueron los canónigos de la catedral, antes los instigadores
principales del conflicto. Pedro Laso de la Vega, incluso, que en su momento disputó con
Juan de Padilla el liderazgo de la revuelta toledana, y que era un miembro destacado de la
Junta primero en Ávila y luego en Tordesillas, acabó convirtiéndose en líder de la sección
moderada dentro de la propia Junta, opuesta al sector más radical, encabezado por Padilla; y
en concreto por su esposa María Pacheco en la ciudad del Tajo.
La tensión entre radicales y moderados aumentó aún más cuando a Toledo llegaron las
noticias del desastre de Tordesillas. El ejército comunero tuvo que abandonar la plaza frente a
la ofensiva del ejército del rey, el 5 de diciembre de 1520. La Junta se trasladó entonces a
Valladolid, si bien doce de sus miembros, entre ellos el toledano Diego de Montoya, cayeron
en manos del monarca. En la ciudad del Tajo tuvo que volverse a formar una tropa, y de
nuevo se dispuso que Padilla fuese su capitán, no sin levantar recelo entre algunos regidores
moderados -Pedro Laso entre ellos-, quienes no pudieron impedirlo. Juan de Padilla era uno
de los máximos líderes de la rebelión en toda Castilla y en Toledo, sobre todo para las clases
bajas. Era un héroe.
Con un ejército de más de 1.500 hombres, no sólo toledanos, Padilla consiguió hacerse
con uno de los puntos estratégicos más importantes en Castilla, la fortaleza de Torrelobatón,
situada en las proximidades de Medina de Rioseco (por entonces base de operaciones de las
tropas monárquicas) y de Tordesillas, villa donde estaba la reina Juana, y cuyo control seguía
siendo un objetivo básico. La toma de Torrelobatón se produjo el 25 de febrero de 1521. En
esos momentos las posturas entre los radicales y los moderados dentro de la Junta estaban
más enfrentadas que nunca, si bien estos últimos eran mayoría.
El enfrentamiento entre radicales y moderados en Toledo era mucho más grave, sobre
todo tras conocerse que Fernando de Silva (el comendador) y otros pretendían someter la urbe
usando los medios que fueran necesarios. Además, algunas voces aseguraban que Pedro Laso
quería la paz para Toledo, y estaba negociando desde la Junta para que la urbe se rindiese sin
que por su actitud recibiera graves represalias: Pedro Laso sería el corregidor; los antiguos
jurados y los antiguos regidores iban a continuar como tales; y se estudiaría el tema de las
alcabalas. Dichas artimañas contrastaban, y contrastaron, con el éxito militar conseguido por
Padilla y los más radicales con la toma de Torrelobatón. Mientras éstos parecían no tener
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1754
dudas sobre su meta, llegar al final con la revuelta, los de Pedro Laso empezaban a exhibir
debilidad y dudas, por lo que no tardarían en ser considerados como traidores.
Pedro Laso tuvo que irse de Valladolid y acabó en Tordesillas con los leales al rey. El
común vallisoletano reaccionó con ira saqueando sus bienes, proclamándole como uno de los
traidores más despreciables, y advirtiendo a Toledo que era posible que Pedro Laso hubiera
ido a refugiarse al convento de San Juan de los Reyes. Más de doce mil personas, según dicen
los cronistas, se presentaron en las puertas de este convento cuando se supo lo de Pedro Laso.
Los comuneros hicieron que les abrieran las puertas de la institución eclesiástica, y buscaron
al que ya era conocido como “el traidor” hasta debajo de las camas. Demostraciones de fuerza
tales amedrentaban a todos los que empezaban a arrepentirse de haber apoyado la rebelión;
algo que iba a manifestarse con más fuerza a raíz de la llegada a Toledo del obispo Acuña.
8.2.2.2. UNA COMUNIDAD RADICALIZADA
Según Martínez Gil, dos motivos influyeron en la radicalización de la “comunidad”
toledana y en el envío del obispo Acuña: el nombramiento del prior de San Juan como jefe de
las fuerzas realistas en el reino de Toledo, el 6 de enero de 1521; y la defunción del arzobispo
toledano, Guillermo de Croy, el día 7. Por aquellas fechas la desconfianza hacia algunos de
los canónigos era manifiesta. Francisco Álvarez Zapata y Rodrigo de Acevedo seguían siendo
los miembros del Cabildo catedralicio más cercanos a las posturas comuneras, mientras que
otros empezaban a apartarse de ellas. En cuanto al clero regular, un monje de la orden de San
Agustín, fray Juan de Santamarina (o Santa Marina), era uno de los más famosos instigadores
de los sentimientos comuneros radicales. Sus prédicas incendiarias pudieron oírse en la época
de mayor radicalidad, la que tiene lugar a partir de febrero de 1521.
El primer alboroto grave se produjo el día 1 de febrero. Los regidores Antonio Álvarez
y Juan Carrillo se presentaron ante el Cabildo catedralicio con algunos jurados y diputados.
Pidieron a los canónigos que, a solicitud del Ayuntamiento y de la muchedumbre de personas
que estaba a la puerta de la catedral, diesen una jornada para elegir al arzobispo de Toledo, en
sustitución de Guillermo de Croy. Por el momento se contestó con evasivas, si bien estaba
claro que los canónigos se dirigían a un callejón sin salida. María Pacheco presionaba todo lo
posible, con la colaboración del pueblo, para que se eligiera arzobispo a su hermano Francisco
de Mendoza.
En la jornada de San Ildefonso el escándalo lo produjo fray Santamarina. En esta fecha
la cofradía de Nuestra Señora de la Antigua celebraba una misa en la catedral. Tras pedir las
oportunas licencias al deán y los canónigos para hacerlo, éstos se mostraron listos a conceder
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1755
su beneplácito, pero con una condición: fray Santamarina no debía predicar. Las opiniones en
torno a ese monje estaban divididas. Por ejemplo, Pedro de Herrera afirmaba, cuando testificó
en el pleito que tras las Comunidades se hizo contra Juan Gaitán, que era un maldito fraile
alborotador, y que por ello nunca le oyó ni quiso oír. Quien le acompañaba, decía Herrera,
era gente bellaca y perdida497. Para Francisco de Palma se trataba del mayor escandaloso y
alborotador que andaba en toda la dicha ciudad498. Otros defendían que era un rrebolbedor
de pueblos [...] e todas las vezes que predicava ponía la lengua fea e deshonesta en la
persona real. Una buena parte de la población común, sin embargo, consideraba a
Santamarina, en palabras de algunos de los testigos en el proceso de Gaitán, como un santo.
El día de San Ildefonso una muchedumbre de personas fue a por el monje al monasterio
de San Agustín, y tras traerlo hasta la catedral, contradiciendo las opiniones de los canónigos
y del deán, le subieron al púlpito del templo. Según afirmaba Francisco de Palma, con el
monje se juntaron aquel día la mayor parte del pueblo, porque le favorecían la dicha doña
María Pacheco y Hernando de Ávalos, y le hicieron entrar con mucha gente armada en la
dicha santa iglesia, y le ayudaron y favorecieron contra la mayor parte de los canónigos para
que no predicase otro que habían ordenado. El discurso de Santamarina fue provocador;
hasta tal punto que a nueve o diez canónigos, entre ellos Pedro de Mendoza o Diego de
Cabrera, no les quedó más remedio que marcharse de la urbe. Predicó ynduciendo al pueblo
para que saliese con mano armada contra los serbidores de sus majestades, ofreçiéndose el
dicho frayle a salir con ellos. Según Hernando de Villavalter, el monje advirtió que el rey,
nuestro señor, quería llevar los dineros de Castilla y dar los oficios a los extranjeros, y que
era cosa que no se podía sufrir; y que los prelados y las personas que algo valían habían de
reclamar de ello para que se remediase499.
En palabras de Juan Ruiz, el día de San Ildefonso, cuando hicieron que Santamarina
predicase a la fuerza, hubo tanta confusión a voces y escándalo que en el infierno no pudiera
haber más. En el momento de las ofrendas el fraile se subió al púlpito y dijo mil bellaquerías.
Durante la prédica la tensión fue creciendo, y el número de personas armadas también. Sólo
fue necesario que un caballo se soltase para que los congregados, temiendo una traición,
empezaran a gritar, disparando hacia las bóvedas de la catedral. Según dijo el jurado Nicolás
de Párraga más tarde, en el pleito contra Gaitán, en aquel tiempo había pocos predicadores
que predicasen la verdad en esta ciudad; había tantos que escarneciesen de la Iglesia y que
497 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 123-127. 498 Idem, p. 203. 499 Idem, pp. 299-300.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1756
la persiguiesen [...] este testigo tenía muy seca la devoción de oír estos sermones ni de venir a
la dicha iglesia mayor500.
Juan Gaitán, atestiguaba Fernando de Madrid, dijo en público al monje501: “Padre, por
reverencia de la Pasión de Dios, el sermón sea para toda pacificación y quiedad, y no con
rigor, porque ya veis en qué estamos...” Santamarina abajó la cabeza y tiró hacia delante. No
sirvió de nada el ruego. Gaitán era de los que no veían con buenos ojos a Santamarina. Una
vez llegó a decirle, según Pedro de Saravia502: “Vos, ¿en qué andáis?. Que mereciéseis que os
pusiesen una mitra ardiendo encima de la cabeza”. El mismo Gaitán advirtió a otra persona
que el dicho fraile Santamarina merecía estar quemado, y puesto un capacete de hierro
ardiendo en la cabeza.
Según Francisco Ramírez de Sosa, era cierto que algunos prepararon para el día de San
Ildefonso una especie de conspiración contra los comuneros. La jornada anterior por la tarde
se habían concertado muchos servidores de Su Majestad de se juntar en la iglesia mayor con
la clerecía de ella, y con algunos caballeros, para estorbar el sermón que decían que había
de venir [a] hacer Santamarina en favor de la Comunidad [...] que era persona hecha por
mano del diablo.
Terminado el sermón el fraile se volvió a su monasterio, rodeado, de nuevo, por una
muchedumbre. Hasta cinco mil personas le acompañaban según algunas fuentes. Cuando los
canónigos que tenían que salir de la urbe iban a hacerlo sufrieron un intento de asesinato cerca
del hospital de Santa Cruz503. Juan Gaitán, por otra parte, estaba cada vez más en el punto de
mira de las críticas debido a su enfrentamiento con fray Santamarina. Antonio Sánchez Mejía
dijo en el proceso contra él lo siguiente, demostrando su inocencia504:
...los dichos comuneros le dijeron al dicho Juan Gaitán muchas palabras injuriosas y
feas, y peligrosas, que parecía que querían poner las manos en él, diciendo que había hablado muchas palabras injuriosas al dicho fraile de Santamarina, que era un santo. Y el dicho Juan Gaitán no se osaba desviar de ello porque no le matasen. Y este testigo le dijo que le llamaba Antonio Álvarez, y así el dicho Juan Gaitán se descabulló de ellos, y se fue a su casa. Y que la dicha gente desordenada quisieron poner las manos en él. Y que, en público y en secreto, el dicho Juan Gaitán les decía que siguiesen el servicio de Sus Majestades, y que muchas veces pensó este testigo que le costara por ello la vida al dicho Juan Gaitán...
500 Idem, p. 205. 501 Idem, p. 146. 502 Idem, p. 307. 503 Idem, p. 500. 504 Idem, pp. 163-165.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1757
8.2.3. LA GUERRA EN LA URBE: EL FINAL DE 1521
El prior de San Juan, Antonio de Zúñiga, llegó a la comarca toledana al tiempo que eso
que hasta el momento había sido una disputa entre comuneros radicales y moderados pasaba a
ser un conflicto entre los comuneros, tal cual, y los no comuneros. La clara radicalización de
la revuelta hizo que pasase a estar en manos de los sectores más pobres de la población, de los
que menos tenían qué perder. La revuelta era para ellos el único sistema que les quedaba para
mejorar sus condiciones de vida. Al contrario, para una minoría acomodada de la clase media,
y para los oligarcas sobre todo, la revuelta era un mecanismo para conseguir ciertos objetivos
tal vez inalcanzables de otra forma (tener más poderío político en Toledo, controlar la justicia,
reconducir la economía de la urbe), pero entrañaba peligros, porque ellos sí tenían qué perder.
Por esto, cuando la revuelta comenzó a alejarse de los objetivos más moderados, y se acercó
excesivamente a los planteamientos de los más humildes, no pocas personas de las que en un
principio defendieron la Comunidad la abandonaron -oligarcas en su mayor parte-, seguros de
que alguien, el prior de San Juan, les ampararía. En consecuencia, a comienzos del año 1521
los rebeldes convencidos de Toledo, más que nunca, se dispusieron para la guerra.
8.2.3.1. ENTRE LA EUFORIA Y LA TRAGEDIA
La llegada de Acuña, por entonces, el obispo de Zamora, fue un bálsamo para calmar la
tensión que se vivía, devolviendo la esperanza a unos comuneros que empezaban a perderla.
Acuña vino a la ciudad del Tajo porque había sido nombrado administrador de los territorios
del arzobispo toledano tras el fallecimiento de Guillermo de Croy, y hasta la investidura de un
nuevo arzobispo. Eso sí, antes de entrar en la urbe se pasó por Madrid, Illescas, Yepes y
Ocaña reavivando en todos los pueblos la revuelta.
Tras algunas batallas con el prior de San Juan en las que no salió bien parado, el obispo,
que se refugiaba en algunos pueblos cercanos a Toledo, decidió que había llegado el momento
de solicitar la intervención decidida de esta urbe en la guerra si pensaba ganarla. El 29 de
marzo de 1521, de este modo, Viernes Santo, se presentó en la plaza de Zocodover. Aclamado
por la población, y entre vítores, le llevaron hasta la catedral. Allí se sentó en la cátedra del
arzobispo, mientras gritaban que nadie como él podría ocupar este puesto. En ausencia de
Padilla, el Ayuntamiento se vio obligado a nombrarle capitán general y gobernador del
arzobispado. María Pacheco y la gente a ella más cercana, aún así, no veía con buenos ojos a
Acuña, a quien consideraban un peligro para alcanzar algunas de sus metas, como la de poner
como arzobispo a Francisco de Mendoza. Fue Santamarina quien se encargó de comunicar al
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1758
obispo de Zamora las intenciones de María Pacheco sobre la mitra arzobispal505... La
“Comunidad es un monstruo de dos cabezas” entonces, escribe algún autor506: Acuña y María
Pacheco.
El obispo de Zamora tuvo serios problemas con los canónigos para que éstos le tuviesen
como gobernador de su arzobispado. Se negaban a hacerlo, pero debido a la gran popularidad
del clérigo, que tenía a cientos de seguidores en las calles, no pudieron impedirlo. Todo se
hacía en medio de escándalos.
Mientras tanto, las deserciones en el bando comunero continuaban. Por estas fechas va a
producirse una de las más importantes, la de Fernando Dávalos, quien fuera líder indiscutido
de la revuelta poco antes. También continuaban los enfrentamientos en las tierras de alrededor
de la urbe con los realistas. El episodio más trágico se produjo en Mora. Viéndose derrotados
los del bando comunero, quisieron refugiarse en la iglesia del lugar, donde estaban amparadas
muchas mujeres con sus hijos. Los comuneros se encastillaron en el templo, y se dispusieron
a defenderse desde allí de sus enemigos. Llegaron incluso a abatir a un caporal de realistas, lo
que hizo que éstos se indignaran, y que algunos soldados, según las crónicas sin orden ni un
mandato de sus superiores, pusieran fuego a las puertas de la iglesia, pensando en entrar en su
interior. Las llamas se extendieron tan rápido que no sólo no lograron entrar dentro, sino que
murieron las personas que se encontraban allí; en su mayor parte “pobre gente”.
Los comuneros reaccionaron de manera inmediata. En la ciudad fueron derribadas las
casas de Fernando de Silva (comendador de Otos), de su hermano Juan de Ribera, de algunos
servidores del marqués de Villena, y de ciertos individuos tachados de traidores. En Yepes
también se derribaron las viviendas de los traidores a la Comunidad. Villaluenga y Villaseca,
pueblos de Juan de Ribera, fueron incendiados...
No sirvió de mucho. Las tropas del prior de San Juan se acercaban a Toledo sin que
nadie pudiese impedirlo. Por si fuera poco, el día 26 de abril comenzaron a llegar a la urbe
noticias desalentadoras: el ejército comunero había sido desbaratado por las fuerzas realistas
en Villalar, y sus líderes, entre ellos el toledano Juan de Padilla, habían sido decapitados507.
Toledo quedó conmocionada, al igual que todos los núcleos urbanos que hasta entonces
habían favorecido la sublevación. Desde ese momento ésta fue perdiendo apoyos de manera
rápida, de modo que ya en mayo de 1521 sólo Madrid y Toledo la mantenían; amenazada, eso
sí, por las fuerzas realistas, que ahora se dirigían hacia estas poblaciones sin ningún obstáculo.
505 GUILARTE, A.M., El obispo Acuña. Historia de un comunero, Valladolid, 1979, pp. 150 y ss. 506 Idem, p. 152. 507 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 110-122.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1759
8.2.3.2. ENTRE LA RESISTENCIA Y LA ESPERANZA
María Pacheco decidió ocupar el puesto que un día tuviera su marido, y se trasladó al
alcázar, desde donde dispuso la defensa de su urbe frente al prior. Toledo quedaba bajo el
control de “la Padilla”, reconocida como líder indiscutible de los comuneros toledanos. El
obispo Acuña rápidamente perdió la influencia que tenía. Sus presiones a los canónigos para
que le nombrasen arzobispo chocaban una y otra vez con las negativas de los clérigos, y
también con la oposición de los acólitos de María Pacheco. Por si fuera poco, algunos de los
que le habían apoyado, Fernando Dávalos por ejemplo, empezaron a criticar sus ideas, y
acabaron abandonándole. Hubo, incluso, un enfrentamiento en las calles entre los comuneros
partidarios de Acuña y los que apoyaban a María Pacheco.
Nada más enterarse de la muerte de Padilla el obispo de Zamora fue a consolar a María
Pacheco, y obligó al Cabildo catedralicio a que le adjudicase el control de la torre de la
catedral. El día 28 de abril de 1521 se presentó en ésta con los que aún le apoyaban, Fernando
Dávalos, el latonero Diego López o Rodrigo de Acebedo, y reclamó a los canónigos y al deán
que le diesen la llave del sagrario, protegido en esos momentos con bancos y arcones para que
nadie lo abriera. El arcediano de Medina le dio la llave, pero al abrirlo pudo descubrir que no
había nada de valor en él. El canónigo Acebedo hizo que sus compañeros jurasen que la
catedral no tenía dinero, oro, plata, u objetos valiosos, ya que cualquier riqueza era necesaria
para continuar con las acciones bélicas. De nuevo hubo un alboroto. El capitán del arrabal,
Villacorta, introdujo en el templo catedralicio a 300 hombres mientras los canónigos rezaban
las completas en el coro. Cerraron las puertas del mismo con los canónigos dentro, y se fueron
a buscar a los que no se hallaban allí. Al arcediano de Medina le sorprendieron saliendo del
sagrario.
Ya anochecido, subieron a los canónigos al claustro de la catedral a empujones. Acuña
les solicitó 30.000 ducados para financiar la guerra. Según él, bien debían pagarse de las
riquezas catedralicias, porque su empleo estaba justificado. Además mandó que le ratificasen
como gobernador del arzobispado de Toledo. El Cabildo, no obstante, se negó a ceder a tales
presiones. Los canónigos advirtieron que ni le podían dar los bienes que reclamaba, ni querían
ratificarle como gobernador, ni estaba en su mente que pudiera ser él el futuro arzobispo de
Toledo... La noticia sobre lo que Acuña hacía causó indignación. Hasta el punto que éste tuvo
que liberar a los canónigos esa misma noche.
Ya el 30 de abril, el obispo de Zamora volvió a reunir al Cabildo catedralicio buscando
los mismos objetivos que antes, si bien otra vez fue inútil. Los canónigos eran irreductibles.
Acuña tuvo que llamar a las parroquias y apelotonó en el claustro de la catedral a más de mil
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1760
hombres, como medio de presión; hombres, por cierto, que, según un cronista anónimo, “las
haciendas y capas de todos ellos no valían mil maravedís”508. El obispo propuso que como la
Congregación tenía un serio problema operativo para dirigir una guerra, debido a las
dificultades para alcanzar los acuerdos necesarios entre cuarenta y dos diputados, lo mejor era
que sólo cinco actuasen con el poder de los demás. Esta propuesta se aceptó bastante bien, no
así los nombres de quienes Acuña eligió como candidatos para estos cinco oficios: Talavera,
Esquivias, Cháscales y otros dos. Se oyeron voces que advertían: “¡Cuidado, cuidado!”. De
elegirse a traidores las consecuencias iban a ser fatales.
Los partidarios de María Pacheco, y ella misma, recelaban de las propuestas de Acuña
de forma pública. Le veían más cómo un rival que como un cómplice. De esta manera, a fines
del mes de abril, conocida por todos la derrota de Villalar, se pusieron barricadas en las calles
bajo los gritos de unos, “¡Viva Juan de Padilla y su honra!”, y de otros, “¡Viva el señor obispo
de Zamora!”. Los enfrentamientos entre los seguidores de Acuña y “la Padilla” eran notables,
y todo indicaba que iban a ir a más. Juan de Ayala pedía en público que se echase al obispo de
Zamora de Toledo cuanto antes. Sin embargo, no hizo falta. Muy consciente de su pérdida de
apoyos, Acuña abandonó Toledo en secreto el 25 de mayo.
María Pacheco pasaba a ser la dueña indiscutible de la Comunidad toledana, una
Comunidad mucho más radical que al inicio de los acontecimientos, en la que las voces de
quienes pedían una solución pacífica al conflicto fueron acalladas -de manera cruel a veces-,
temiendo que tras ellas se encontrasen posibles conspiraciones para entregar Toledo al rey, sin
haber conseguido nada para los más humildes, excepto deshonra, infamia, y la amenaza de un
severo castigo. Los más radicales -los más pobres, a menudo-, quienes a mediados de 1521
continuaban creyendo en la revuelta como a principios de 1520 (más allá de la derrota de
Villalar, y aunque hubiese muerto Padilla), veían en todas las iniciativas para someter su urbe
a Carlos I un peligro, siempre que no viniesen de personas comprometidas con la Comunidad.
Para ellos era evidencias de una traición a lo que los comuneros habían defendido. Por eso,
para impedir futuras traiciones, se castigó a los supuestos conspiradores con enorme crudeza.
El caso más significativo tal vez sea el de los hermanos Aguirre.
Los dos hermanos Aguirre juntaron a su parroquia de Santa Leocadia para ver si se
haría la paz. Cuando fueron a informar de lo acordado en la reunión a María Pacheco, que se
encontraba en el alcázar, lo ocurrido, según Juan Sánchez de San Pedro, fue esto509:
508 GUILARTE, A.M., El obispo Acuña..., p. 154. 509 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 341-345.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1761
...vio a los Aguirres [...] arrastrarlos por la dicha ciudad de Toledo, y que los llevaban los muchachos por las calles dando voces, y que oyó decir que los habían sacado a la Vega a quemar [...] vio que un día Juan de Aguirre y Pedro de Aguirre, que moraban en la parroquia de Santa Leocadia, y los parroquianos y ellos se juntaron en la dicha iglesia para entender si se demandaría o procuraria la paz o no. Y que oyó decir y fue público que hicieron decir una misa al Espíritu Santo para que encaminase aquello que fuese servicio de Dios. Y que salieron todos conformes para que se procurase la paz. Y que los dichos Aguirres, como hombres honrados, tomaron comisión de la dicha parroquia para lo ir a decir a doña María Pacheco al alcázar, donde a la sazón estaba. Y que fueron con la embajada, y que estaban dentro en el alcázar infinitos alborotadores. Y que, oyendo los dichos alborotadores que decían los dichos Aguirres que hubiese paz, los tomaron y echaron al uno de la torre abajo, donde murió, y al otro arrastraron. Y los llevaron arrastrando y acuchillando por todas las calles de la ciudad, y los sacaron a la Vega y los quemaron...
Los muchachos llevaban los cadáveres arrastras, tirando de unas sogas que tenían atadas
a los pies510. Los cuerpos acabaron destrozados. Según Jerónimo de la Cuadra, uno de ellos
iba sin cara ninguna511. Una vez en la Vega, Alonso Granizo solicitó recoger los restos de los
Aguirre, pues era su padrino, para llevarlos a enterrar al monasterio de San Agustín, algo que
hizo cuando le dieron licencia para ello -de lo contrario afirmaba que no se hubiera atrevido a
hacerlo-512.
La crueldad del castigo era muy necesaria en esos momentos para evitar traiciones, en
opinión de quienes dirigían la revuelta. Fue tan cruel la condena, aseguraba Martín de Ayala,
que los habían pasado [los cadáveres] por donde moraban, por que los viesen sus mujeres y
madre e hijos, lo cual puso tanto temor en la dicha ciudad que no osaba ninguno hablar con
otro a causa que no le hiciesen otro tanto513. En medio de tal contexto, grupos incontrolados
de alborotadores -según Fernando Martínez Gil- procuraron demoler las casas de caballeros
que eran partidarios de la paz, a los que se acusaba abiertamente de traición514: Pedro Laso de
la Vega e, incluso, Juan Gaitán. Éste siempre fue mirado con recelo, una vez que su hermano,
el regidor Gonzalo Gaitán, abandonó a los rebeldes. De hecho, terminó escondiéndose en un
monasterio, tras haber intentado sublevar la urbe en contra de María Pacheco, como se verá
posteriormente515:
Y que por tenerlo por servidor del rey, vinieron la gente bellaca y desordenada a su
casa una noche, y aún túvose por cierto que iba allí el obispo de Zamora. Y vio este testigo cómo entraron en su casa del dicho Juan Gaitán, y le saquearon muchas cosas de su casa; y aún anduvieron toda la casa a buscar al dicho Juan Gaitán y a su hermano para los matar.
510 Idem, pp. 365-368. 511 Idem, pp. 390-394. 512 Idem, pp. 359-364. 513 Idem, pp. 378-382. 514 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 104. 515 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 40-43.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1762
Y el dicho Juan Gaitán se echó por una ventana hacia la Trinidad (es decir, el monasterio de la Trinidad)...
El mismo día que mataron a los Aguirres, certificaba fray Lázaro de Toledo, sucedió lo
siguiente516:
...yendo este testigo por una calle de la dicha ciudad, topó a muchos comuneros, las
espadas sacadas, que venían de hacer aquella crueldad (el asesinato de los Aguirre). Y venían diciendo entre sí ciertas razones, entre las cuales, yendo este testigo y un padre que se llamaba fray Cristóbal de Escalona, dijeron: "No, no, que no ha de quedar así. Que al bellaco de Juan Gaitán, por traidor a la Comunidad, le hemos de hacer lo semejante que a estos mismos". Y que, cuando llegó este testigo cabo ellos, dijeron: "¡Ea, bellacos irregulares, que vosotros tenéis ahí al bellaco de Juan Gaitán, y allá vamos a sacarlo y a derribaros el monasterio". Y que este testigo, de que oyó lo susodicho, dejó a su compañero, por que no matasen al dicho Juan Gaitán, y fue corriendo hacia el dicho monasterio y tomó otra calle, y vino a dar aviso al dicho Juan Gaitán, y le dijo que se pusiese en cobro porque le hacía saber que ciertos comuneros habían dicho que le habían de matar. Y que, por presto que él vino, ya ellos estaban en la portería de la dicha casa, y les dijo este testigo que qué mandaban. Y, en diciendo esto, vinieron muchos muchachos dando voces y traían a uno de los dichos Aguirres arrastrando con una soga.
Y que, desque vio este testigo esto, tornó a interrogar que qué es lo que querían, y los dichos alborotadores, que serían más de ciento, dijeron que pesase a tal, que abriese las puertas, que querían sacar al bellaco de Juan Gaitán para que tuviese compañía a los Aguirres. Y que este testigo, cuando vio esto, abrió las puertas de par en par, porque, si aquello no hiciera, tenía pensamiento que le derribaran el monasterio. Y que, abiertas las dichas puertas, fue al dicho Juan Gaitán y le dijo: "Señor, pienso que nos han de derribar el monasterio por vuestra causa; por eso ved qué os parece que se haga". Y que el dicho Juan Gaitán dijo que no le penaba nada. Que allí estaba. Que si le matasen, que a servicio del rey moría [...]
Y que este testigo le dijo: "Poneos en cobro". Y el dicho Juan Gaitán respondió: "No quiero. Que si yo muero en servicio del rey, otros mejores que yo han muerto en su servicio". Y que a este testigo le dijo entonces: "Decid, padre, ¿qué mayor corona queréis que lleve y deje a mis hijos y deudos que digan que morí por servicio del rey?. No me digáis que me esconda, que no me tengo de esconder". Y que este testigo volvió a ver la dicha gente si era ida o no. Y estaban ocho o diez diciendo que no creían en tal, si a él y a su casa, hijos y mujer, y aún al dicho monasterio, porque tenían por cierto que le tenían en el dicho monasterio, que lo habían de derribar por el pie y quemarlo y abrasarlo al dicho Juan Gaitán, hijos y mujer. Y que vio que al dicho Juan Gaitán le saquearon su casa y le llevaron muchas joyas, y le llevaran más si no fuera que derribaron un tabique por donde metieron mucha ropa y arcas suyas en el dicho monasterio de la Trinidad. Y que sabe que a otros robaron sin que se pudiese ninguno valer con ellos...
Las reprimendas frente a los traidores también se producían en el campo de batalla. Los
comuneros se mostraban especialmente ofensivos cuando habían de luchar contra personas de
su propia urbe que se habían pasado al bando contrario. “Contra ninguno estos alborotadores
mostraban mayor ira que contra los vecinos de su ciudad”, dice Pedro de Alcocer517.
516 Idem, pp. 345-348. 517 ALCOCER, P. de, Relación de algunas cosas que pasaron en estos reinos..., p. 65.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1763
En los días posteriores a la muerte de Padilla y a la derrota de Villalar nadie deseaba la
paz, al menos en público. La paz con el rey requería una negociación, y muchos pensaban que
al final los que más se habían arriesgado iban a ser los más perdedores, recibiendo los
beneficios los caballeros, como siempre. Poco a poco, no obstante, la necesidad de alcanzar
una concordia se fue asumiendo. El ejército rebelde se desvaneció tras Villalar y la causa
comunera apenas era ya sostenida por Toledo a finales del año 1521. Había que asumirlo: las
Comunidades estaban derrotadas. Intentar sostener la revuelta en la ciudad del Tajo era pura
obstinación, más si para hacerlo había que emplear la violencia contra los propios ciudadanos,
con la meta de impedir las deserciones.
En tales circunstancias empezaron a aparecer iniciativas para alcanzar la paz. Una de
ellas fue la que planteó Fernando Dávalos, quien, curiosamente, eligió como intermediador
entre los comuneros y los realistas al marqués de Villena. Recordemos que Dávalos antes del
inicio de las Comunidades era partidario de los Ayala, que éstos siempre habían mantenido
una colaboración más o menos estrecha con el marqués de Villena, y que éste jamás renunció
a su deseo de controlar Toledo. Con “el marqués” mediando Dávalos se aseguraba que iban a
defenderse los intereses de ese antiguo sector de regidores más cercano a los Ayala, y que, por
tanto, el dominio de los Silva (desde el primer momento fieles a Carlos I) tras el sometimiento
de la urbe no iba a resultar aplastante.
Tal mediador se encontró, en todo caso, con una postura irreconciliable entre las partes,
y con unos actos de saqueo de la tierra toledana por parte del prior de San Juan que impedían
todo viso de pacificación. Por si fuera poco, María Pacheco no estaba dispuesta a aceptar una
paz en la que no se reconociese algún éxito de la revuelta. Pedía una amnistía total para los
rebeldes; que no hubiese contrapartidas económicas; que la Congregación siguiera existiendo
como lo había hecho hasta el momento... Peticiones que se consideraron desorbitadas. Viendo
lo infructuoso de su tarea, el marqués de Villena decidió dejar de intervenir.
Al tiempo que esto ocurría, y que se realizaban nuevas gestiones para la paz, la postura
de María Pacheco iba afianzándose, gracias a la invasión francesa de Navarra, el 10 de mayo
de 1521. Si la resistencia hasta el momento había sido férrea, ahora iba a ser feroz. El ejército
del rey estaba obligado a marchar al norte y Toledo podría mantener su postura sin presiones.
Tal postura cada vez gustaba menos no sólo a los caballeros, sino a parroquias enteras, como
las de San Román, Santo Tomé y San Salvador, las más ricas de la urbe, que empezaban a ser
partidarias de una solución pacífica y definitiva al conflicto. El “grupo pacifista” contaba con
algunas personas importantes, también: Juan Gaitán, el licenciado Francisco López de Úbeda,
Juan de Ayala -hijo de Pedro de Ayala-, Alonso, un hijo de Gómez Carrillo, Pedro de Herrera,
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1764
etc. Éstos planearon una conspiración para el 26 de junio, día de Santa Ana. Primero dos de
los líderes populares, Valbuena y el maestro Quiles, serían detenidos, y luego las parroquias
señaladas (Santo Tomé, San Román y San Salvador) elegirían a unos diputados de la paz para
oponerlos a los diputados de la guerra.
Según Juan Bravo, Juan Gaitán preparó la conspiración de este modo518:
...Juan Gaitán trabajó mucho, en la parroquia de San Salvador y con otras de la dicha
ciudad, cómo hubiese diputados de paz y que se jurase la paz por las dichas parroquias, las cuales se hicieron. Y asimismo trabajó que los dichos diputados de paz con las parroquias se juntasen con la Justicia para resistir a los malos y hacer el bien y paz con la ayuda de Dios. Y que los buenos se animaron y se hizo el concierto de la paz, lo cual procuró el dicho Juan Gaitán de esta manera: que él ordenó que la víspera de Santa Ana se dijesen unas vísperas solemnes, y se dio colación por su mano a todos los que la quisieron recibir. Y luego, otro día de Santa Ana siguiente, mandó que, en la dicha iglesia de San Salvador, donde este testigo es clérigo, se dijese una misa muy solemne de paz y concordia, con diácono y subdiácono, y lo pagó de su bolsa a los clérigos. Y que hubiese sermón. Y que por mandado del dicho Juan Gaitán fueron a llamar al ministro de la Trinidad, para que predicase la paz estando en misa. Y le fueron a llamar para predicar, y no osó venir, porque dijo que le habían avisado que, si predicase, le afrentarían en el púlpito.
Y, estando en misa, supieron cómo el pueblo se alborotaba, por donde el dicho Juan Gaitán fue con los que pudo llevar de su parroquia, hombres deseosos de paz, a poner la paz que pudiesen. Y supo este testigo cómo los alborotadores andaban a buscar al dicho Juan Gaitán, y a este testigo preguntaron por él, y este testigo salió de la iglesia y fue a avisar al dicho Juan Gaitán para que se escondiese. Y en la calle topó con un mozo suyo, que traía un caballo, y vio cómo los alborotadores dijeron: "Ved allí el caballo del traidor". Y que después supo cómo, de que no había quien favoreciese al dicho Juan Gaitán para la paz, se retrajo lo mejor que pudo en su casa.
Y oyó decir que dentro de su casa le habían de matar y derribarle la casa, lo cual oyó a los alborotadores. Y que después se retrajo el dicho Juan Gaitán a San Salvador, donde este testigo es beneficiado, y que hacía decir muchas misas por la paz y por que Dios, Nuestro Señor, trajese con bien al rey, nuestro señor, para que castigase [a] los alborotadores y los buenos fuesen estimados como quienes eran. Y que dormía el dicho Juan Gaitán con este testigo, y que comían juntos, y que hacía limosnas espiritualmente y rogativas por la paz, él y doña María [de Oviedo], su mujer...
Los de Juan Gaitán y otros recorrieron armados las calles de la ciudad del Tajo durante
la jornada de Santa Ana, pidiendo a gritos la paz. Pretendían levantar al pueblo contra María
Pacheco. Sin embargo, los de ésta reaccionaron a tiempo, y, para resistir a los conjurados,
pidieron ayuda a la parroquia de Santiago del Arrabal, la más pobre de la urbe. Este dato no
deja de ser sugestivo, pues las conjuradas eran, por contra, las parroquias más ricas.
Lo que había comenzado siendo una revuelta con un evidente carácter político se había
convertido, a medida que los comuneros “de clase alta” abandonaban la lucha, en un conflicto
social entre las personas más pobres -las clases medias y bajas- y el grupo oligárquico que aún
seguía en la revuelta, y que aspiraba a acabar con ella para obtener beneficios del rey. Luego
518 V.V.A.A., El proceso contra Juan Gaitán..., pp. 159-163.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1765
los cronistas regios y demás escritores afines a Carlos I cargarían las tintas contra esos que,
con María Pacheco a la cabeza, resistieron hasta el final, oponiéndose a los intentos de lograr
la paz.
Dos cosas han de destacarse en este punto. Por una parte, la radicalidad y la violencia de
los comuneros “de clase baja” estaban justificadas en tanto que eran conscientes de lo que
perseguían sus “cómplices” oligarcas: una salida al enfrentamiento beneficiosa para ellos; no
una solución que garantizara una mejora en las condiciones de vida de los más pobres, que
evidenciase que la revuelta había servido para algo. Esos a quienes la documentación insiste
en llamar de forma peyorativa “los alborotadores” pensaban que los oligarcas les querían
vender otra vez, como lo hicieron en épocas pasadas (recuérdese lo que decía Manrique en el
discurso “anti-revuelta”). Sólo podían defenderse a través de la violencia, imponiendo tal
miedo a los poderosos que se vieran coartados, mientras se buscaba una paz digna por parte
de quien se tenía la seguridad de que iba a buscarla: María Pacheco.
Por otra parte, y esto es más difícil de explicar que lo primero, no deja de ser interesante
que María Pacheco se ponga al frente de los más desfavorecidos, y esté dispuesta a perseguir
a los del grupo social oligárquico del que ella formaba parte. En su actitud, es algo innegable,
pesan esos ideales utópicos que en un primer momento llevaron a la guerra contra Carlos I, y
que nunca fueron abandonados por algunos de los principales líderes de las Comunidades; su
esposo, Juan de Padilla, entre ellos. El influjo de éste hizo que María Pacheco en poco tiempo
llegara a ser lo que fue. Aunque pudo negarse a liderar la Comunidad, no lo hizo. Ella decidió
mantener viva la memoria de su marido y luchar, exhibiendo un carisma que por aquellas
fechas se consideraba propio de los hombres más valientes, según la opinión del pueblo, o de
los más despreciables, para los ideólogos de los reyes.
La manera de actuar de María Pacheco recuerda a la de Pedro Sarmiento en la revuelta
del año 1449, con dos diferencias como mínimo: primero, Sarmiento era un hombre de Juan II
que traicionó a éste, mientras que “la Padilla” jamás mostró obediencia alguna a Carlos I;
segundo, mientras que por lo que luchaba María Pacheco tenía una buena justificación y era
lógico, incluso encomiable, para nuestras ideas actuales, más allá de los medios que utilizara,
lo que hizo el antiguo repostero de Juan II, Sarmiento, perseguir a muchas personas sólo por
su origen judío, hoy no puede justificarse, por mucho que se justificase en su día -no por todo
el mundo-. Aunque de la revuelta de 1449 apenas hay datos, todo indica que el ambiente que
se vivió entonces en la urbe era similar al que se vive en 1521. Los sublevados también
utilizaron la violencia para defenderse de los traidores, y lo que comenzó como un conflicto
justificado por causas políticas y socio-religiosas terminó siendo un enfrentamiento entre
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1766
ricos y pobres. Durante las Comunidades, además, y esto no puede olvidarse, aún continuaba
la ideología antisemita que inspirara revueltas como la de Sarmiento; una ideología que se usó
contra los que buscaban aquella paz que María Pacheco y sus acólitos rechazaban. “¡Ah,
judíos de la capilla de San Pedro, que vosotros ordenasteis la paz...!”, decía Juan de Toledo
que “los alborotadores” gritaban tras lo ocurrido el día de Santa Ana de 1521. Quienes se
enfrentaron a los conjurados iban gritando: “¡Mueran los judíos traidores que piden paz!”519.
Se conoció a Juan Gaitán desde por entonces, en tono de burla, como Juan Gaitero, y decían
de él que era un malsín, es decir, un judío520.
El día de Santa Ana Gaitán intentaba salir a por la artillería que los de “la Padilla”
llevaran a Olías la jornada antes para luchar contra el prior de San Juan, y deseaba hacer
justicia contra Valvuena y Quiles. Los de la parroquia de Santiago, no obstante, salieron con
la gente del alcázar para impedirlo, lanzándose sobre los conspiradores a la altura de la plaza
de Zocodover, gritando lo referido: “¡Mueran los judíos traidores que piden paz!”. Lograron
no sólo que Valvuena y Quiles no fuesen ajusticiados, sino que el intento de conspiración se
desbaratara de un plumazo. La represión fue feroz. Se demolieron las casas de quienes en esos
momentos eran considerados traidores o sospechosos de moderación. La vivienda de Juan
Gaitán, cómo no, fue derruida. Fue entonces cuando se ocultó en el monasterio de la Trinidad.
8.2.4. 1522: LA DERROTA DE LOS COMUNEROS
Durante el verano de 1521 el prior de San Juan fue poniendo cerco a Toledo, mientras la
Comunidad veía cómo sus actos bélicos cada vez quedaban más limitados a rápidas acciones
de avituallamiento: salían a la tierra, se aprovisionaban con todo el botín posible, y volvían a
la ciudad cuanto antes521. En otoño llegó un momento en el que, con el prior a las puertas de
la urbe, cuyo asedio ya empezaba a dejarse notar en las carestías de productos básicos, lo más
aconsejable era establecer una capitulación; lo que se hizo el 25 de octubre.
Las condiciones del acuerdo fueron favorables a los comuneros. Éstos quedaban bien
parados, y el 28 de octubre el Consejo Real lo ratificó, de modo que parecía que una paz
digna era posible522. Es cierto que la urbe debía quedar en manos de los realistas, algo que no
gustaba a los rebeldes, pero el compromiso era que se respetasen las condiciones de paz. Los
519 Idem, pp. 375-378. 520 Idem, pp. 378-382. 521 Los que tenían propiedades en la tierra se vieron acosados por dos frentes, el de los comuneros y el de los hombres del prior de San Juan. Martín de Portillo, por ejemplo, afirmaba que los comuneros le saquearon sus molinos, y luego los realistas les pusieron fuego: A.R.Ch.V., Pleitos civiles. Fernando Alonso (F), caja. 1.576, exp. 4. 522 A.G.S., R.G.S., 1521-X, Vitoria, 28 de octubre de 1521.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1767
realistas eran conscientes de que con la capitulación establecida los comuneros no tan sólo no
perdían nada, sino que lograban que algunas de sus reivindicaciones tuviesen que negociarse.
Aún así, era necesario pacificar Toledo debido a la guerra contra Francia.
8.2.4.1. LA COMPLICADA RENDICIÓN
Una vez que las acciones bélicas contra los franceses se equilibraron a favor de Carlos I,
llegó a los que en nombre del rey administraban la paz un mensaje secreto: debían hacer lo
posible por “adelgazar la negociación” para que la paz fuese más favorable al monarca. Los
intentos de realizarlo, unido a la represión que realistas como el doctor Juan de Zumel
desarrollaron en contra de los “comuneros de clase baja”, hizo que pronto surgiesen dudas
sobre las verdaderas intenciones del rey. Corrieron rumores que afirmaban que éste no quería
cumplir lo capitulado el 25 de octubre. Algunas voces aseguraban, incluso, que Carlos I había
muerto y jamás iba a volver a Castilla. Tales chismes circulaban entre la población junto a las
amenazas a los hombres del monarca, para que no osasen incumplir lo pactado.
El nerviosismo desembocó en los sucesos del 3 de febrero de 1522, día de San Blas. La
noche víspera de esta jornada unas personas salieron de casa de María Pacheco, y exhibiendo
una culebrina pasearon por las calles de la urbe bajo los gritos de “¡Comunidad, Comunidad!”
y “¡Padilla, Padilla!”. “¡Levantaos, levantaos, que hay traición!”, se desgañitaba un zapatero
que iba con los alborotadores. Mientras, Antonio Moyano, uno de los líderes populares de la
revuelta comunera, reunía a hombres junto a la vivienda de Juan de Padilla. Era una actuación
espontánea, no controlada por María Pacheco. Ésta y un hermano de su esposo, Gutierre
López de Padilla, trataban inútilmente de impedir el escándalo. Aún así, tras arduas
negociaciones los alborotadores se dispersaron, siendo capturados algunos de ellos.
María Pacheco advirtió sobre los peligros de ajusticiar a los presos. El realista que por
entonces dirigía la urbe, sin embargo, el arzobispo de Bari, estaba dispuesto a hacer justicia y
a impedir, mediante la represión, otro acto de ese tipo. Eso, unido a la propuesta del arzobispo
de reformar las capitulaciones del 25 de octubre, hizo que el 3 de febrero los enfrentamientos
fuesen inevitables.
Ahora María Pacheco sí se puso del lado de los comuneros. Éstos marcharon desde su
casa para robar un preso a los realistas. De nuevo, como antes de la revuelta, el mismo asunto:
el robo de un preso -recordemos los alborotos de 1516 o 1517-. Tras varias horas de lucha los
del arzobispo de Bari se impusieron sin paliativos, y muchos rebeldes se exiliaron de la urbe
de forma inmediata. También lo hizo María Pacheco, quien, tras salir en secreto de Toledo, se
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1768
fue a La Puebla de Montalbán, y desde allí a Portugal. Así acababan las Comunidades en la
ciudad del Tajo, y, por extensión, en toda Castilla.
8.2.4.2. LA HORA DEL CASTIGO
La paz negociada de meses antes se tornó en una paz impuesta sin contemplaciones por
el poder regio. Ninguna reivindicación comunera fue tenida en cuenta, y la represión fue tal
vez más dura de lo que los documentos indican, sobre todo entre las clases populares523. Tras
los sucesos del 3 de febrero de 1522 los principales líderes comuneros de “clase baja” fueron
apresados, y de manera expeditiva les quitaron la vida en la horca. No hubo miramientos. Los
del monarca lo habían advertido: el 4 de octubre de 1521 se expidió una carta por la que se
daba a todos los que permanecían en Toledo tres jornadas para abandonar la urbe y unirse al
prior de San Juan. Si lo hicieran se les perdonaría su rebelión; si no serían condenados a pena
de muerte524. De haberse llevado a la práctica esta amenaza los realistas habrían tenido que
realizar una carnicería para someter Toledo, por lo que en los pactos de paz del 25 de octubre
se matizó esta orden. La amenaza de una represión feroz, no obstante, continuaba en pie. De
hecho, ya en lo dispuesto el 4 de octubre se advertía que algunos estaban exceptuados, entre
ellos líderes populares de la revuelta: Pedro de Ulloa; Fernando Dávalos; el doctor Martínez;
el jurado Pedro Ortega; Valvuena; dos capitanes de la gente de la Comunidad, uno de ellos
Juan de la Torre; el jurado García de León; Juan Carrillo; un hombre apellidado “de Galte” y
su hijo, cuyos nombres no se señalan; Juan Fernández; Gonzalo Gaitán; y algunas otras
personas... Estos iban a morir hicieran lo que hiciesen.
Más tarde, del perdón general que el rey concedió a la urbe quedaron excluidas veinte
personas: Pedro de Ayala y Pedro Laso de la Vega, ambos procuradores de la Junta; Juan de
Padilla, ajusticiado; su mujer María Pacheco; los regidores Fernando Dávalos, Gonzalo
Gaitán y Juan Carrillo; Juan Gaitán, comendador de la orden de Santiago; Francisco y
Fernando de Rojas; Fernando de Ayala; el jurado Pedro Ortega; Diego de Montoya, jurado y
procurador de la Junta; el doctor Martínez; el bachiller Zambrano; el bachiller García de
León; los licenciados Bravo y Úbeda, ambos alcaldes de la Junta; el doctor Francisco Álvarez
Zapata, maestrescuela de la catedral; y, por último, el canónigo Rodrigo de Acebedo.
A todos se les condenó a pena de muerte, pero no sabemos cuántos murieron por culpa
de la revuelta al final. Fernando Martínez Gil escribe que ninguno de los exceptuados en el
523 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 123 y ss. 524 A.G.S., R.G.S., 1521-X, Burgos, 4 de octubre de 1521.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
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perdón de 1522 murió “en el patíbulo, a no ser Padilla, que ya había sido ajusticiado”525. Esto
debe matizarse, ya que al menos en uno sí se ejecutó la condena a muerte que pesaba sobre él:
el jurado Diego de Montoya. Otros se marcharon al exilio y allí fallecerán, caso de María
Pacheco. Algunos murieron en la cárcel, y no faltan casos en que el reo fue perdonado y pudo
recuperar sus antiguos cargos públicos.
Se conservan las sentencias de algunos de los que no recibieron el indulto. Al jurado
Pedro Ortega, habiendo sido en épocas pasadas uno de los políticos toledanos más brillantes,
habiendo desempeñado puestos de una influencia enorme -recordemos que fue el fiscal que
demandó ante Lorenzo Zomeño los problemas con los términos-, y habiéndose exhibido, sin
duda, como el jurado más influyente de Toledo en la corte de los Reyes Católicos poco antes
de morir la reina Isabel, los delitos que le imputaron en diciembre de 1522 fueron éstos526:
...el dicho Pero Fortega avía hecho e cometido muchos crímynes, e exçesos e delitos
de ynfidelidad, revelión, crimen lese magestatis, nunca vistos nin pensados en estos nuestros reynos [de Carlos I y su madre Juana] contra nos, asý en la primera cabeça del dicho crimen como en todas las maneras e espeçies d´él, cometiendo trayçión a nos como desleal vasallo e enemigo de su propia patria.
E por dar color a los dichos delitos, al prinçipio de su levantamiento e sedeçiones, e de las dichas Universydades e Comunidades, avía sydo en ynbiar, e avía ynbiado, por las çibdades, villas e lugares d´estos nuestros reinos e señoríos frayles e otras personas, eclesiásticas e seglares, que falsamente por escripto e por palabra persuadiesen a los ofiçiales, e labradores [e] a otras personas de los dichos pueblos que nos avíamos puesto e echado nuevas ynpusiçiones a estos nuestros reinos, para que cada uno pagase por su persona, e de su muger e hijos un real; e por cada teja del tejado un maravedí; e por cada cabeça de ganado, e mulas, e caballos, e otros animales çierto tributo. Y asý en todas las otras cosas de vestyr e mantenimientos, syendo, como todo ello avía sydo, maldad, e trayçión e falsedad, porque non nos tal cosa avíamos fecho, nin pensado nin comentado con los del nuestro Consejo.
E que por más ynduzir las dichas personas e pueblos avía sydo en lo haser escrivir e ynprimir de molde, por que yndinados nuestros leales vasallos se alborotasen e levantasen contra la obediençia e fidelidad a nos devida, e se juntasen con los destruydores a tiranizar estos nuestros reinos, según que luego lo avían començado a poner por obra, tomando, como de hecho con fuerça de armas avía sydo en tomar en muchas de las çibdades, villas e lugares d´estos reinos, las varas de la justiçia, a nuestros corregidores e a otros ofiçiales de nuestra justiçia, conbatiendo nuestras fortalezas e tomándolas a nuestros alcaides, derribando casas, quemándolas, saqueándolas a los que estavan en nuestro serviçio e obediençia, e teniendo los pueblos comovidos e levantados.
Avía sydo en juntar mucha gente de pie e de caballo, y procurado de seer nonbrado y elegido por procurador de las dichas Universydades e Comunidades, dándoles a entender que se quería juntar para nos suplicar mandásemos remediar algunos agravios que dezía ver en estos nuestros reinos. E que asý juntó con otros procuradores de la dicha Comunidad con la dicha gente de guerra, y con la nuestra artillería que estava en la villa de Medina del Canpo se avía apoderado de la villa de Tordesyllas e de mí, la reyna, y de la ylustrísima ynfanta nuestra fija y hermana.
525 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 125. 526 A.G.S., R.G.S., 1522-XII, Valladolid, 23 de diciembre de 1522.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1770
E avía sydo en suspender e prender a los de nuestro Consejo e [...] de nuestra corte, e a otros ofiçiales de nuestra casa real; e en detener e prender en Valladolid al reverendísimo cardenal de Tortosa, nuestro visorrey, governador d´estos nuestros reinos; e en tomar nuestro sello e registro; e en usurpar nuestro çetro e juridiçión real.
E qu´él juntamente con algunos de los que seguían su opinión, e revelión e mal propósito se avía nonbrado e yntitulado del nuestro Consejo, despachado e librado cartas patentes en nuestro nonbre, e avía sydo con ellos en proveer corregidores, e alcaldes, e alguaziles e alcaides de fortalezas en nuestras çibdades, villas e lugares d´estos nuestros reinos. E por su propia autoridad avía sydo en echar grandes sysas e repartimientos sin nuestra liçençia e mandato por todos los dichos pueblos, e avía robado las faziendas de algunos de nuestro Consejo e otras muchas personas particulares que estavan en nuestro serviçio.
E él juntamente con los otros que seguían su opinión e consejo avía saqueado, e mandó saquear, muchos monasterios, e yglesia e fornarios (sic: honsarios) d´ellas con la gente de guerra que consygo traýa, e avía entrado en muchas villas e lugares de grandes e caballeros, nuestros vasallos, e los avía saqueado e hecho componer en grandes sumas de maravedís con la fuerça e violençia armada; e derribado algunas fortalezas de ellas... En el Consejo se hizo un proceso contra Pedro Ortega, y, como ni siquiera se presentó a
defenderse de las acusaciones, se pasó a dar sentencia. El veredicto en su contra se dio el día 1
de diciembre de 1522, en la cárcel real de Valladolid, por los del Consejo del rey:
...condenamos a pena de muerte natural en esta manera: que do quier e en
qualquier çibdad, villa e lugar d´estos reynos e señoríos, de sus majestades, donde fuere fallado sea preso e llevado a la cárçel pública. E de allí sea sacado metido en un serón con un par de mulas que le lleven arrastrando. E con público pregón que vaya pregonando la cabsa de su delito, sea llevado por las calles acostunbradas fasta la horca o rollo, e allí sea aforcado, altos los pies del suelo, fasta que muera, su muerte natural (sic), e dé el espíritu vital, y fecho quartos, los quales sean puestos en sendos palos por los caminos públicos, porque a él sea castigo e a otros enxenplo de no faser ni cometer semejantes delitos. E más, le condenamos en perdimiento de todos sus bienes desde el día que cometió e perpetró el dicho delito, e los aplicamos a la cámara e fisco de sus majestades...
Por delitos muy similares a los de Pedro Ortega fue condenado su compañero Diego de
Montoya, también un jurado comunero al que se exceptuó del perdón; aunque él sí que mostró
en la corte sus alegaciones en contra de las denuncias que le imputaban (le hicieron preso los
realistas cuando quitaron Tordesillas a los comuneros). De nada iba a servir. Tras un breve
proceso los consejeros reales dijeron que el fiscal de la corte demostraba con sus pruebas y
argumentos lo que decía, mientras que lo referido por Montoya definiéndose como un hombre
siempre leal a su rey no gozaba de credibilidad. Fue condenado a muerte, en consecuencia -el
23 de agosto de 1522-, por un veredicto dictado por los del Consejo estando en Palencia. Eso
sí, se dispuso que su condena a muerte no fuera tan infamante y angustiosa como la de Pedro
Ortega. Él no iba a morir ahorcado:
...condenamos al dicho Diego de Montoya en pena de los delitos y trayçiones por él
cometidos contra su majestad a pena de muerte natural, la qual sea dada en esta manera:
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1771
que sea sacado de la cárçel donde está preso en la villa de Medina del Campo, cavallero en un asno, atado los pies y las manos con una soga d´esparto, e sea traýdo por las calles acostunbradas de la dicha villa con boz de pregoneros que publiquen sus delitos. E sea llevado a la picota de la dicha villa, e allí le sea cortada la cabeça con un cuchillo de hyerro por manera que muera naturalmente, e le salga el ánima de las carnes, porque a él sea castigo y a los que lo vieren e oyeren enxenplo, que non se atrevan a cometer semejantes delitos. E más, le condenamos en perdimiento de todos sus bienes e ofiçios para la cámara e fisco de su majestad...
Sabemos que la condena a muerte de Diego de Montoya sí se ejecutó. Las penas fueron
executadas en quanto a lo criminal en la persona del dicho Diego de Montoya, señala un
documento527. En cuanto a las penas civiles -la pérdida de los bienes y los oficios-, el 14 de
octubre se ordenó a todos los dirigentes de Castilla que las ejecutaran. Por contra, a lo largo
de los años siguientes el resto de los exceptuados en el perdón de 1522 se iría reconciliando
con la realeza, si bien no todos. Carlos I jamás perdonó ni a Juan de Padilla ni a su esposa.
En cuanto a las indemnizaciones por la guerra, los mayores problemas no vinieron a raíz
de los asesinatos y los heridos, sino por culpa de las campañas de saqueo realizadas por los
realistas y, sobre todo, por los comuneros para poder sostener el conflicto bélico. Los bienes
robados eran siempre de carácter mueble, plata, oro, joyas, dinero, vestidos... o semoviente,
mulas, ovejas, vacas. Incluso llegó a expropiarse algún esclavo para ser revendido528. Todos
los robos, eso sí, se producían en un ambiente de escándalo y alboroto, en medio de la
violencia, y en no pocas ocasiones además de robar esas propiedades también se destruían los
bienes inmuebles. No pocas tierras ardieron, y las casas de muchos comuneros y leales al rey
acabaron siendo arrasadas. El caso paradigmático es el de la vivienda de Padilla, que tras
derribarse y arar sus terrenos, éstos fueron sembrados de sal, para que ni la hierba creciese529.
8.4.2.3. LA “PLAGA COMUNERA”: PARA UNA IMAGEN DE LAS COMUNIDADES
EN LA DOCUMENTACIÓN DEL CONSEJO REAL
Los comuneros saquearon las casas que poseían los realistas en la urbe y en su entorno.
Gutierre Laso, por ejemplo, demandó en la primavera de 1522 que Villarta, capitán del arrabal
en la revuelta, junto con otros, con grande alboroto e escándalo, le saquearon e robaron su
casa, en que le llevaron doziendas arrobas de aseyte, e doziendas arrobas de almendras, e
çiento e treynta fanegas de trigo. E le quebraron unas tinajas e le malvarataron la casa, e le
tomaron todo el mueble que en ella avía...530 Juan de Écija, por su parte, aseguraba que los de
527 A.G.S., R.G.S., 1522-X, Valladolid, 14 de octubre de 1522. 528 A.G.S., R.G.S., 1522-III, Palencia, 7 de marzo de 1522. 529 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., p. 125. 530 A.G.S., R.G.S., 1522-IV, Palencia, 5 de abril de 1522.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1772
la Comunidad de Toledo le avían derribado unas casas por ser nuestro servidor (de Carlos I),
y no querer tener su parçialidad. E que le robaron e tomaron todo quanto tenía dentro de las
dichas casas. E que le avían fecho de daño más de dos mill ducados531.
Tras el fin de las Comunidades en la ciudad del Tajo, se pusieron decenas de demandas
como éstas. Un tal Nuño de Tapia aseguraba que vinieron una noche mucha gente d´esa dicha
çibdad, espeçialmente un Godínez, que hera capitán, e otro capitán que se dezía Juan de
Altán, e otros muchos, e fueron a la dicha su casa e le pusieron fuego, e que le robaron e
saquearon toda la hazienda que en ella tenía, que valía todo más de doziendos ducados532. En
el tienpo de las alteraçiones pasadas, decía Juan de Écija, por ser él nuestro servidor e tener
nuestra boz e apellido real en esa dicha çibdad, que a esta cabsa por los que seguían la
comunidad dis que le fue robado e saqueado de todo quanto tenía, que no le quedó cosa
alguna. E dis que le derroxaron unas casas de venta que dis que tenía junto con esa dicha
çibdad, e le vino de daño más de mill ducados533. Se trata simplemente de unos ejemplos. Las
fuentes conservadas indican que si en algún momento durante el tránsito entre los siglos XV y
XVI se cometieron robos de este tipo, fue durante las Comunidades. Una vez éstas se dieron
por concluidas, los afectados por los robos demandaron durante 1522 y 1523 a los comuneros,
solicitando una compensación económica.
ROBOS Y SAQUEOS DE CASAS: 1475-1522
05
10
15202530
35404550
5560
14
75
14
76
14
77
14
78
14
79
14
80
14
81
14
82
14
83
14
84
14
85
14
86
14
87
14
88
14
89
14
90
14
91
14
92
14
93
14
94
14
95
14
96
14
97
14
98
14
99
15
00
15
01
15
02
15
03
15
04
15
05
15
06
15
07
15
08
15
09
15
10
15
11
15
12
15
13
15
14
15
15
15
16
15
17
15
18
15
19
15
20
15
21
15
22AÑOS
Nº.
DE
CA
SO
S
Robo Saqueo de casa
531 A.G.S., R.G.S., 1522-V, Palencia, 7 de mayo de 1522. 532 A.G.S., R.G.S., 1522-VI, Palencia, 17 de junio de 1522. 533 A.G.S., R.G.S., 1522-IX, Valladolid, 27 de septiembre de 1522.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1773
Lo peor no era la enorme cantidad de robos, sino la calidad de los mismos. Por su culpa
un buen número de personas que se decían siempre leales al monarca estaba en una situación
económica mucho peor en 1522, cuando acabó la revuelta, que en 1520, antes de su inicio. Y
todo, afirmaban, era por culpa de los comuneros. Juan Niño decía que muchas personas de la
dicha çibdad e su tierra con alboroto y escándalo, y con mano armada, a boz de comunidad,
dándose favor los unos a los otros, robaron y saquearon muchos bienes e hazienda del dicho
Juan Niño que tenía en sus casas en la dicha çibdad de Toledo, y le hizieron mucho daño en
ellas. Y que, asimismo, le robaron y saquearon en el lugar de Mazaranbroz mucho trigo e
çevada, y vino, y ropa y preseas de su casa, y otras cosas534.
Llegaron a ponerse demandas de colectivos de vecinos de Toledo, y/o de pueblos de la
comarca toledana, pidiendo una reparación por los destrozos causados. Gracias a eso se puede
conocer cuál fue el impacto económico que tuvo la revuelta para algunas personas que, si no
al inicio de la misma, al final acabaron uniéndose a los realistas. Sirvan a modo de ejemplo
los datos del siguiente cuadro, aunque el listado podría ser interminable535:
534 A.G.S., R.G.S., 1522-XII (2), Valladolid, 14 de diciembre de 1522. 535 A.G.S., R.G.S., 1522-III, Palencia, 7 de marzo de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-IV, Palencia, 5 de abril de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-V, Palencia, 29 de mayo de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-V, Palencia, 7 de mayo de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-V, Palencia, 28 de mayo de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-VI, Palencia, 17 de junio de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-IX, Valladolid, 27 de septiembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-IX, Valladolid, 12 de septiembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-IX, Valladolid, 13 de septiembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-IX, Valladolid, 26 de septiembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-X (2), Valladolid, 4 de octubre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-XI, Valladolid, 28 de noviembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1522-XII (2), Valladolid, 14 de diciembre de 1522; A.G.S., R.G.S., 1523-I (1), Valladolid, 1 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 9 de enero de 1523 (hay dos documentos distintos); A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 12 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 16 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 23 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 24 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-I (2), Valladolid, 28 de enero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (2), Valladolid, 4 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (2), Valladolid, 5 de febrero de 1523 (hay tres documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 7 de febrero de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 8 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (2), Valladolid, 13 de febrero de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 14 de febrero de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 19 de febrero de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 23 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (2), Valladolid, 24 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (1), Valladolid, 26 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-II (2), Valladolid, 26 de febrero de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 4 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (2), Valladolid, 4 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 5 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (2), Valladolid, 5 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 10 de marzo de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 13 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 14 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 15 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 17 de marzo de 1523 (hay cinco documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-III (2), Valladolid, 17 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 18 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 22 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 24 de marzo de 1523 (hay dos documentos con esta fecha); A.G.S., R.G.S., 1523-III (2), Valladolid, 24 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 28 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, 29 de marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-III (1), Valladolid, (blanco) marzo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-IV, Valladolid, 14 de abril de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-V, Valladolid, 7 de mayo de 1523; A.G.S., R.G.S., 1523-VI (2), Valladolid, 14 de junio de 1523.
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1774
ROBOS REALIZADOS POR LOS COMUNEROS TOLEDANOS QUE SE DEMANDARON ANTE EL CONSEJO REAL ENTRE 1522 Y 1523
DEMANDANTES
OBJETOS ROBADOS AÑO DE
INTERPOSICIÓN DE DEMANDA
Conde de Cifuentes Le saquearon sus lugares de Barcience, Villaluenga, Villaseca y Ciruelos, y los heredamientos de Velilla y Vergonza, además de otras cosas
1522
Cristóbal de Escalona Le robaron la madera que traía por el río Tajo 1522
Diego de Carvajal (soldado realista) Le robaron todo lo que llevaba encima 1522
Gutierre Laso Le saquearon su casa de Toledo 1522
Juan de Écija Le saquearon su casa de Toledo y se la derruyeron 1522
Juan Niño Le saquearon una casa en Toledo y otra en Mazarambroz
1522
Juan Quesada (soldado realista) Le robaron todo lo que llevaba encima 1522
Julián García Le robaron 60.000 maravedíes 1522
Licenciado Falcón, jurado Le saquearon su casa de Toledo
1522
Luis de Mendoza (soldado realista) Le robaron todo lo que llevaba encima 1522
Luis de Belmonte Le robaron más de 240.000 maravedíes 1522
Luis Suárez (soldado realista) Le robaron un caballo y un vestido 1522
Nuño de Tapia Le saquearon su casa de Toledo, y la pusieron fuego
1522
Pedro de Nicuesa (soldado realista) Le robaron todo lo que llevaba encima 1522
Pedro del Castillo Le robaron muchos bienes
1522
Alonso de Carvajal (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Alonso de Mendoza (soldado realista)
Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Alonso de Ogaya (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Alonso de Valenzuela (soldado realista)
Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Alonso Díaz Le saquearon una casa de Toledo 1523
Alonso González del Águila Le robaron animales y cereal 1523
Alonso Suárez de Toledo Le saquearon sus pueblos de Gálvez y Jumela 1523
Andrés de la Carrera (soldado Le robaron el caballo, las armas, la ropa y todo lo 1523
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1775
realista) que llevaba encima
Andrés Fernández del Rincón Le saquearon una casa de Toledo 1523
Antón Egas Les robaron muchos bienes muebles 1523
Antón Mancebo Le saquearon una casa 1523
Antonio de Cepeda Le robaron unas telas que tenía para comerciar 1523
Antonio de Niños Le saquearon una casa de Toledo 1523
Antonio Gómez de Gómara, escribano público
Le saquearon dos pares de casas que tenía en Toledo y en la villa de Ajofrín
1523
Antonio Ruiz de Contreras, contador mayor de la despensa regia
Le saquearon una casa de Illescas 1523
Bartolomé Ruano Le saquearon una casa en Burujón 1523
Catalina Gaitana Le saquearon una casa de Toledo 1523
Centeno (soldado realista) Tras matarle un caballo, le quitaron sus armas y todo lo que tenía en Toledo
1523
Cepeda (soldado realista) Le saquearon una casa de Toledo, y le robaron un caballo, armas, ropas y una espada
1523
Diego de Angulo Le robaron ganado 1523
Diego de Barrasa Le saquearon una casa en Toledo 1523
Diego de Contreras, capellán del coro de la catedral
Le saquearon su casa de Toledo 1523
Diego de Guadalupe Le saquearon una casa de Toledo 1523
Diego López Dávalos Le saquearon un heredamiento y una casa de Mora 1523
Diego Pérez Les robaron muchos bienes muebles 1523
El canónigo Fernando de Fonseca Le saquearon una casa en Toledo 1523
El cura de la iglesia de San Lucas de Toledo
Robaron la campana de la iglesia para hacer un cañón
1523
El cura de Santa Olalla Robaron la campana de la iglesia para hacer un cañón
1523
El doctor Juan de Yepes, canónigo de la catedral
Le robaron un hato de carneros de la villa de Yepes 1523
El monasterio de la Sisla, extramuros de Toledo
Le quemaron molinos, le destruyeron tierras cultivadas, y le robaron bienes
1523
Encinas Le saquearon una casa de Toledo 1523
Esteban de Contreras Le robaron o destruyeron todos sus bienes 1523
Fernando Alonso de Tovar, capellán Le robaron sus bienes 1523
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1776
de la capilla real de la catedral Fernando Álvarez de Toledo Le quemaron unos molinos y las casas que tenía
junto a ellos, dejándolos inutilizables
1523
Fernando de Silva, comendador de Otos
Saquearon sus casas de Toledo y Borox
1523
Francisca de Silva Le saquearon una casa de Toledo 1523
Francisco de Carvajal (soldado realista)
Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Francisco de Castro (soldado realista) Le robaron lo que llevaba encima 1523
Francisco de Lozoya Le saquearon una casa de Toledo 1523
Francisco de Ribadeneira Le saquearon una casa de Toledo 1523
Francisco Francés, jurado Le expropiaron su oficio público 1523
Francisco Fernández del Rincón Le saquearon una casa de Toledo 1523
García de Cáceres Le robaron o destruyeron todos sus bienes 1523
Gutierre de Guevara Le saquearon su casa de Toledo
1523
Gutierre Fernández Le saquearon una casa de Mascaraque 1523
Hernando de Castro Le saquearon una casa de Toledo 1523
Inés Álvarez Le robaron animales y cereal 1523
Iñigo de Toro Le robaron unas telas que tenía para comerciar 1523
Juan Correa Le robaron una mula 1523
Juan de Acija Le robaron todo lo que tenía, que no le quedó cosa alguna
1523
Juan de Agreda Le saquearon una casa de Toledo 1523
Juan de Escalona Le robaron o destruyeron todos sus bienes 1523
Juan de Torres Le robaron mucho dinero 1523
Juan de Vel “el mozo” Le robaron ganado 1523
Juan de Vel ”el viejo” Le robaron ganado 1523
Juan Fernández del Rincón Le saquearon una casa de Toledo 1523
Juan Martín del Pulgar Le saquearon una casa de Toledo 1523
Juan Romero Le robaron todo lo que tenía en Toledo y su jurisdicción
1523
Juan Ruiz Puertocarrero
Le saquearon una casa de Toledo, que fue derribada. En Pantoja, tras saquearle otra casa, la pusieron fuego
1523
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1777
Juan Sánchez Les robaron muchos bienes muebles 1523
Juan Sánchez Le robaron 247 cabezas de ganado 1523
Juan Sánchez Seco Le robaron mucha parte de su hacienda 1523
Lucas Hernández Le saquearon una casa de Toledo 1523
Luis de Mendoza (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Marcos García Le robaron ganado 1523
Mari Díez Le robaron mucha parte de su hacienda 1523
María de Orgaz Le robaron mucha parte de su hacienda 1523
María González Le robaron animales y cereal 1523
María Suárez Le robaron o destruyeron todos sus bienes 1523
Martín Cabello Le saquearon una casa de Toledo 1523
Martín de Castro Le saquearon una casa de Toledo 1523
Martín López, capellán de la capilla real
Le tomaron dinero y ciertos bienes 1523
Miguel del Rincón Le robaron muchos bienes muebles (joyas, vestidos, dinero, trigo, cebada)
1523
Miguel Díaz, jurado Le robaron muchos bienes de su casa de Toledo, y un heredamiento en Bargas
1523
Morales “el izquierdo” Le robaron una casa de Toledo y algunos bienes muebles que tenía en Olías (plata, joyas, vestidos, etc.)
1523
Pedro Alonso Le robaron animales y cereal 1523
Pedro Álvarez Le saquearon una casa de Mascaraque 1523
Pedro Álvarez de Toledo Le robaron 1.300 arrobas de vino y una casa de Burguillos
1523
Pedro Cortador Le saquearon una casa de Toledo 1523
Pedro de Cepeda Le robaron unas telas que tenía para comerciar 1523
Pedro de Guzmán Le saquearon un mesón 1523
Pedro de Lorita (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Pedro de Mendona (sic, soldado realista)
Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Pedro de Ninesa (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1778
Pedro de Pimena (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Pedro de Sahagún Le saquearon una casa de Yunclillos 1523
Pedro de Tordesillas, racionero de la catedral
Le robaron dinero y cereales 1523
Pedro de Tordesillas, racionero de la catedral
Robaron la campana de la iglesia de Santa Leocadia para hacer un cañón
1523
Pedro de Valdivieso Le robaron una mula, un caballo y otras cosas 1523
Pedro de Villena Le robaron lo que llevaba encima 1523
Pedro Díez Le saquearon unos silos que tenía en Mazarambroz 1523
Pedro Fernández del Rincón Le saquearon una casa de Toledo 1523
Ramiro Núñez de Guzmán Le saquearon una casa de Alcubillete 1523
Rodrigo de Logroño Le saquearon una casa de Toledo 1523
Ruy López del Arroyo, escribano público
Le robaron muchos bienes de su casa 1523
San Pedro (soldado realista) Le robaron su caballo, armas, vestidos, dinero y todo lo que llevaba encima
1523
Sancho del Castillo Le robaron mucho trigo 1523
Un criado de Andrés de la Carrera (soldado realista)
Le robaron el caballo, las armas, la ropa y todo lo que llevaba encima
1523
Vasco de Guzmán
Le saquearon su casa de Toledo 1523
El enorme cúmulo de demandas y lo necesario de reparar los daños económicos sufridos
obligaron a la corte a traer a Toledo al licenciado Pedro de Adurza, quien en noviembre de
1522 ya estaba trabajando para resarcir económicamente a los fieles al rey. Algo, por otro
lado, que no deja de ser llamativo, y sobre lo que conviene reflexionar.
La mayor parte de las demandas por robos y saqueos que se pusieron ante el Consejo de
Carlos I fueron encomendadas a Adurza para que las resolviese. Los demandantes se cuentan
por decenas, y da la impresión, leídos los documentos de los consejeros, que durante la guerra
de las Comunidades sólo un bando fue el culpable de los robos de ganado, dinero o joyas, y
de los saqueos de casas, tierras o heredades: los comuneros. No existe demanda alguna de los
que siguieron la Comunidad. Es como si los comuneros no hubiesen sufrido robos y saqueos
en sus casas, realizados por el prior de San Juan y sus soldados. Como en otros muchísimos
asuntos, la documentación del Consejo de los reyes es parcial; no muestra la realidad, sino el
modo de enfrentarse a ella de la monarquía.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1779
Las demandas que se pusieron ante el Consejo pidiendo reparaciones económicas por
los daños sufridos son de dos tipos, y se caracterizan por dos rasgos. Ciertas demandas las
presentaron soldados del prior de San Juan a quienes los comuneros cogieron in fraganti sin
que pudiesen huir, y les despojaron de todos sus bienes: armas, caballos, dineros, ropas, etc.
Algún soldado acabó en la cárcel de Toledo, pero no encarcelaban a todos. El otro tipo de
demandas son las que ponen personas que habían rechazado participar en la revuelta y
huyeron de Toledo, cuando no acabaron alistándose en el ejército del rey. Como represalia
por su “traición al pueblo” los comuneros les saquearon sus viviendas, sus tierras y todos los
bienes que les pudieron hallar. Ahora bien: ¿el prior de San Juan no desarrolló actuaciones de
castigo contra las propiedades de los rebeldes?. Es seguro que sí, aunque no se ha encontrado
la documentación que lo confirma, si es que existe.
El ejército del monarca estaba mejor organizado que el comunero y no tenía las mismas
necesidades de avituallamiento que la población toledana. Sus dirigentes no necesitaron poner
en marcha “acciones relámpago” como las de los comuneros, quienes atacaban rápidamente y
volvían a toda prisa al amparo de los muros de su urbe. Los del rey fueron estableciéndose
poco a poco en la comarca, ocupando plazas, asegurándose su control, y, así, sometiendo a la
Comunidad hasta que se vio encerrada en Toledo. Aún sin existir escritos que lo ratifiquen,
parece lógico que los soldados del prior cometieran bastantes abusos en los lugares donde
estuviesen asentados, más en un período de guerra -¿cómo no?, si incluso se realizaban
cuando los milicianos permanecían en la tierra en épocas de paz-, mientras que el propio prior
definía los objetivos a atacar, entre ellos las propiedades de los principales líderes de la
revuelta: pueblos completos que siguiendo a su señor se sublevasen, arsenales de armas,
tierras de cultivo y ganados (para impedir el abastecimiento de la urbe rebelde), fortalezas,
etc. Muy poco, sin embargo, se sabe de las acciones del prior de San Juan más allá de aquéllas
que relatan los cronistas, en las que éste suele aparecer como un gran estratega.
Esto nos lleva a la otra cuestión, la de los dos rasgos que caracterizan las demandas que
en 1522 y 1523 -y posiblemente en años posteriores- se pusieron ante el Consejo Real. A uno
de los rasgos ya nos hemos referido: los demandantes son siempre personas fieles al rey, o eso
afirman al menos, que achacan a los comuneros su penuria económica y los destrozos que han
sufrido en sus bienes. Ningún antiguo miembro de la Comunidad demanda a los realistas por
sus delitos, entre otras cosas porque hacerlo resultaba una verdadera osadía que tan sólo iba a
traer problemas al que lo hiciese.
Hay otro rasgo muy llamativo en buena parte de las demandas: quienes las ponen son
personas que cuando estalló la revuelta gozaban de un potencial económico envidiable. Sus
III. Hacia las Comunidades (1507-1522)
1780
mujeres poseían joyas y vestidos lujosos, contaban con casas tanto en Toledo como en algún
pueblo de los alrededores, tenían pósitos de grano, bodegas de vino, caballos, ovejas, en
definitiva, una riqueza superior a la media. Por eso, precisamente, son blanco de las iras de los
comuneros más pobres.
Esto no quiere decir que los saqueos y robos sólo los sufrieran individuos con solvencia
económica, sino que fueron ellos quienes, acabadas las Comunidades, continuaron poseyendo
la suficiente riqueza como para demandar ante el Consejo a los rebeldes por las pérdidas
económicas que les habían ocasionado. Otras muchas personas también sufrieron las mismas
pérdidas que ellos; tal vez menos cuantiosas porque eran más pobres, pero mucho más graves
precisamente por esto. De las pérdidas de tales personas -y de las pérdidas de los comuneros
más pobres- nunca sabremos nada. La única información que se conserva se refiere a los
“anti-comuneros de clase alta”. Cuando no es así, cuando quienes demandan ante el Consejo
Real los actos delictivos de los comuneros son individuos con una capacidad económica más
reducida, las demandas son colectivas, se ponen en nombre de un número considerable -a
veces muy considerable- de sujetos. Sujetos que, de todos modos, ostentaban un potencial
económico a tener en cuenta. Sí sabemos, aún así, que a la hora de llevar a la práctica las
reparaciones por los destrozos cometidos por la Comunidad se cometieron muchos fraudes536.
En resumen, no podemos dejarnos llevar por esa imagen de la “delincuencia comunera”
que ofrece la documentación del Consejo Real. En ésta se desprestigia a los comuneros, cuya
voz reivindicativa sencillamente no existe, otorgando todo el protagonismo a los que -siempre
según sus testimonios- habían permanecido junto al rey. A los perdedores, a quienes al menos
en principio la realeza no perdonó su actitud rebelde, se les expropiaron los oficios públicos e
innumerables bienes, cayendo sobre ellos como una losa el peso de la disfamia. Linajes
pujantes hasta la época de las Comunidades, los Padilla sobre todo, van a ver frenado de golpe
su ascenso en la urbe. El buen nombre de otros quedará manchado, y tendrán que transcurrir
años para que recupere su antigua honra. Así sucede con los Gaitán, los Dávalos, los Laso de
la Vega...
Los Silva, al contrario, son los grandes beneficiados de la derrota de las Comunidades.
Vuelve a repetirse la historia. Lo mismo que ocurre en 1475, cuando se posicionan al lado de
Isabel la Católica frente a Juana “la beltraneja”, o tal y como sucede en 1504, cuando
permanecen fieles a Fernando el Católico frente al archiduque de Austria, ahora, entre 1520 y
536 MARTÍNEZ GIL, F., La ciudad inquieta..., pp. 130 y ss.
8. La destrucción de la paz regia (1516-1522)
1781
1522, los Silva también van a beneficiarse de su obediencia a los monarcas establecidos. Eso
sí, en 1522 se benefician como linaje, no como cabeza de un bando.
En febrero de 1522 Juan de Silva ya era alcalde mayor de Toledo, y al menos dos de sus
parientes eran regidores: Alonso de Silva y Juan de Ribera. Como en etapas pasadas, la época
de Carlos I se iniciaba con los Silva bien posicionados. Si perdieron este posicionamiento o
no, y cómo iban a reaccionar los distintos linajes urbanos al mismo, es una cuestión que
tendrán que responder los modernistas. Para responderla, en todo caso, tendrán que partir de
algo indudable: ya que el sistema de solidaridades existente entre los oligarcas experimenta
una metamorfosis paulatina durante la época de los Reyes Católicos, y sobre todo tras la
muerte de la reina Isabel, es más que posible que el movimiento comunero alterase las
alianzas entre los oligarcas. Hasta dónde llegó tal alteración es otro tema que habrá de
resolverse, aunque personalmente pienso que las Comunidades fueron, más que un punto y
final en el sistema de relaciones oligárquicas vigente, un punto y aparte. Al comienzo de las
Comunidades la oligarquía quedó fracturada entre esos que apoyaban al rey, una minoría, y
los que le eran contrarios, si bien, puesto que tal fractura no se apoyaba sobre una base
ideológica de peso -la limpieza de sangre por ejemplo- sino coyuntural, se fue reparando poco
a poco a medida que la revuelta transcurría. Así, cuando el movimiento comunero concluyó la
oligarquía continuaba siendo una, y el livor de las viejas heridas apenas era visible, aunque no
se hubiese limpiado aún a fondo...
Limpiar la mancha que en la fama de los oligarcas dejaron las Comunidades no fue
fácil, aunque los linajes oligárquicos de la urbe hicieran lo posible por conseguirlo. Tampoco
lo fue devolver el prestigio a la comunidad urbana en su conjunto, a esa comunidad que había
demostrado el mismo “carácter anti-regio” que durante el siglo XV, por mucho que los Reyes
Católicos hubiesen querido pacificarla. Como en los años más trágicos del cuatrocientos,
como en 1449 y en 1467, incluso peor que entonces, entre 1520 y 1522 quienes habitaban
Toledo habían descargado su furia contra el rey y sus hombres, destruyendo la paz regia.