La Enseñanza de La Filosofía 146

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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 146 10 octubre 2015 at 10:33 Tomás Abraham 22 comentarios Pero Sartre ya ha decidido el flanco al que quiere apuntar para que su ataque sea efectivo. Es una víbora, su lengua es bífida. El primer mordisco es a los favores estéticos que distinguen a Camus hombre, esa presencia atractiva, que “fue para nosotros la admirable conjunción de una persona, una acción y una obra”. Agrega en tono amistoso: “quizás mañana vuelva a serlo”. Un hermoso y valiente varón que se ha convertido en un ser con una sonrisa falsamente serena que se da aires de superioridad. Y pregunta: “¿habrá un racismo de belleza moral”? Interesante concepto éste que individualiza al racista no sólo desde el punto de vista de la moral, sino de la belleza moral. Sartre no habla del puritano, el que ausculta el bien ajeno y sopesa el grado de su perfección, sino de una de las formas de la discriminación que segrega al feo moral de acuerdo a un ideal de belleza. ¿No lo hacían los griegos? De acuerdo a los filósofos atenienses, quien era esclavo de sus pasiones, incontinente con el sexo y las comidas, podía seducir a otro esclavo arrastrado por las mismas pulsiones, pero nunca a un amo de sí mismo. Por eso Sócrates era seductor a pesar de su barriga, de su nariz, de su estampa. El saber no sólo elevaba sino que embellecía, y la moral platónica nos hace más resplandecientes. Esa “serenidad” de Camus, ese aire mediterráneo, el cutiz bronceado por el sol de Argel, para Sartre es falso, rasparlo contra una piedra de toque, de un “basanós” como decían los griegos, demostraría que es un fraude. La otra punta de la lengua tiene que ver con la política y la historia, con el aspecto edificante de la posición de Camus. Pero antes, no puede dejar de señalarse una actitud despectiva que convierte a esta discusión en un asunto también personal. Camus no se dirige a quien escribe el texto que critica su obra, sino al director de la revista, es decir que trata a Jeanson de lacayo y a Sartre de intrigante que manipula detrás de una guarida. Sartre sale de su mentado escondite y va directo al tema. Si de lo que se trata es de denunciar la existencia de campos de concentración en la Unión Soviética bajo Stalin, y sostener que a pesar de que se trata de la patria del socialismo, es un hecho inadmisible, no tiene reparos en hacerlo porque ya lo ha hecho. Pero no puede ignorar el uso innoble que una prensa burguesa lleva a cabo en nombre de la libertad de los explotadores para que sigan dominando. No se puede condenar sin más a la URSS por la existencia de esos campos a pesar de lo abominable que nos parezca el asunto. Hay una guerra y no hay mediadores. Una vez que el socialismo triunfe habrá tiempo para mejorar lo que está mal y perfeccionar el sistema. Pero no hay salvoconducto para merodear por territorios neutrales.

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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 146

10 octubre 2015 at 10:33 Tomás Abraham 22 comentarios

Pero Sartre ya ha decidido el flanco al que quiere apuntar para que su ataque sea efectivo. Es una víbora, su

lengua es bífida. El primer mordisco es a los favores estéticos que distinguen a Camus hombre, esa presencia

atractiva, que “fue para nosotros la admirable conjunción de una persona, una acción y una obra”. Agrega en

tono amistoso: “quizás mañana vuelva a serlo”.

Un hermoso y valiente varón que se ha convertido en un ser con una sonrisa falsamente serena que se da

aires de superioridad. Y pregunta: “¿habrá un racismo de belleza moral”?

Interesante concepto éste que individualiza al racista no sólo desde el punto de vista de la moral, sino de la

belleza moral. Sartre no habla del puritano, el que ausculta el bien ajeno y sopesa el grado de su perfección,

sino de una de las formas de la discriminación que segrega al feo moral de acuerdo a un ideal de belleza.

¿No lo hacían los griegos? De acuerdo a los filósofos atenienses, quien era esclavo de sus pasiones,

incontinente con el sexo y las comidas, podía seducir a otro esclavo arrastrado por las mismas pulsiones, pero

nunca a un amo de sí mismo. Por eso Sócrates era seductor a pesar de su barriga, de su nariz, de su

estampa. El saber no sólo elevaba sino que embellecía, y la moral platónica nos hace más resplandecientes.

Esa “serenidad” de Camus, ese aire mediterráneo, el cutiz bronceado por el sol de Argel, para Sartre es falso,

rasparlo contra una piedra de toque, de un “basanós” como decían los griegos, demostraría que es un fraude.

La otra punta de la lengua tiene que ver con la política y la historia, con el aspecto edificante de la posición de

Camus. Pero antes, no puede dejar de señalarse una actitud despectiva que convierte a esta discusión en un

asunto también personal.

Camus no se dirige a quien escribe el texto que critica su obra, sino al director de la revista, es decir que trata

a Jeanson de lacayo y a Sartre de intrigante que manipula detrás de una guarida.

Sartre sale de su mentado escondite y va directo al tema. Si de lo que se trata es de denunciar la existencia

de campos de concentración en la Unión Soviética bajo Stalin, y sostener que a pesar de que se trata de la

patria del socialismo, es un hecho inadmisible, no tiene reparos en hacerlo porque ya lo ha hecho. Pero no

puede ignorar el uso innoble que una prensa burguesa lleva a cabo en nombre de la libertad de los

explotadores para que sigan dominando.

No se puede condenar sin más a la URSS por la existencia de esos campos a pesar de lo abominable que

nos parezca el asunto. Hay una guerra y no hay mediadores. Una vez que el socialismo triunfe habrá tiempo

para mejorar lo que está mal y perfeccionar el sistema. Pero no hay salvoconducto para merodear por

territorios neutrales.

Sartre dice que la cortina de hierro es un espejo en el que se refleja nuestro sistema de inequidades. Nos

devuelve a nosotros mismos. Por eso afirma que en lugar de denunciar el mal con gratuidad, se debe adoptar

otra actitud: “En cuanto a mí, al contrario, me parece que la única manera de acudir en ayuda de los esclavos

de allá, es tomando partido por los de aquí”.

Raymond Aron en su libro “L`opium des intellectuels” se refiere a esta discusión y respecto de esta posición

militante de Sartre, dice: “este razonamiento es el mismo que emplearon los reaccionarios y los fascistas en

Francia desde el año 1933 hasta el 39, quienes reprochaban a los hombres de la izquierda publicar proclamas

y organizar manifestaciones a favor de los judíos perseguidos por los nazis. `Ocúpense de sus propios

asuntos´, decían, barran la puerta de sus casas. El mejor modo de ayudar a las víctimas del Tercer Reich, es

atenuar los sufrimientos de la crisis, del colonialismo y del imperialismo´.” (pag 64)

Aron dice que estas protestas, por el contrario, siempre pueden tener un efecto positivo al inquietar a los

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represores, lentificar la caza de disidentes, o mitigar las persecusiones racistas. No sólo se piuede citar el

caso de los nazis, sino también la incidencia de la opinión pública sobre la segregación de los negros en el sur

de losEE.UU.

Pero dejemos por el momento a Aron, la mancha blanca de un cuarteto animador – con Sartre, M.Ponty y

Camus – de las polémicas filosóficas y políticas de la posguerra, el único que invocaba la tradición liberal y a

epígonos como Montesquieu y Tocqueville, para que podamos volver a nuestro vocalista principal.

Sartre dice que Camus usa materiales de segunda mano. No es el único que lo afirma, Aron también

menosprecia la calidad argumentativa de Camus. Si se había resaltado en el comienzo de la polémica una

cuestión de altanería de parte del franco-argelino, en este caso no se trata de los aires de superioridad de

parte de la belleza moral, sino del menosprecio que manifiestan quienes transitaron por las mejores

instituciones de la educación universitaria, con su sólida formación teórica, frente a provincianos que sólo

imitan como pueden, a partir de manuales de divulgación, el pensamiento de los maestros.

“Que manía tiene usted de no acudir a las fuentes!”,le lanza Sartre a Camus, en especial en lo que respecta a

la obra de Marx. A esta falta de consistencia filosófica se le suma un purismo moral que le hace decir a Sartre

que si a su antiguo amigo le disgusta y escandaliza tanto el capitalismo explotador como la opresión soviética,

le queda irse a vivir a las islas Galápagos. Largar la toalla en nombre de una condena total al mal que habita

el mundo, y a la manera de los anacoretas, irse a rumbear por el desierto, es, para Sartre, mera tontería.

“Estamos enjaulados, dice, amenazar con su retiro al desierto…tanto más que sus desiertos no son más que,

en todo caso, una parte apenas menos frecuentada de una jaula que nos es común”.

Respecto a la remanida afirmación de que la historia no tiene un sentido programado, que no hay teleología ni

finalidad salvífica que justifique ningún tipo de acción política, la respuesta de Sartre es tajante. Dice que lo

que no tiene sentido es preguntarse sobre el sentido de la historia. El problema no reside en conocer su

finalidad sino en darle una. Nadie actúa con miras a la historia, agrega, los hombres están comprometidos con

proyectos de corto plazo y con sus necesidades más inmediatas.