La Enseñanza de La Filosofía 147

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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 147 16 octubre 2015 at 12:26 Tomás Abraham 7 comentarios Para Raymond Aron en el libro mencionado, la respuesta de Sartre es deshonesta. Lo cita in extenso: “Marx jamás dijo que la Historia tiene una finalidad: ¿cómo podría haberlo hecho? Hubiera sido lo mismo que decir que un día los hombres ya no tendrían fines por los que guiar sus acciones. Sólo mencionó el hecho de que un día habría un fin de la `prehistoria´, es decir de un final que sería alcanzado en el seno mismo de la Historia y superado como otros tantas metas”. Aron dice que Sartre bien sabe que todos estamos de acuerdo en que son las acciones de los hombres los que le otorgan un sentido a las cosas, pero resulta imposible elegir entre todos los sentidos posibles si no tenemos una visión global, una perspectiva desde la que podamos determinar el contenido de valores universales. Cuando no existen valores eternos ni referencias a totalidades históricas, las acciones que se llevan a cabo sólo dependen del arbitrio personal y no hay criterio objetivo que nos permitan elegir entre los combatientes en pugna ni sobre lo que está en disputa. Aron dice que Hegel afirmaba que hay un paralelismo entre la sucesión de los imperios y de los regímenes políticos con la dialéctica de los conceptos, y por su lado, Marx, anuncia que el misterio de la historia se despeja con el advenimiento de la sociedad sin clases. A lo que añade que Sartre ni puede ni debe retomar en el plano ontológico, la idea del fin de la historia, por el hecho de que deriva del proceso del Espíritu Absoluto. Toda la filosofía de la libertad y de la intencionalidad de la conciencia se lo impiden. Sartre parece estar de acuerdo con esta tesis. Pero lo que finalmente hace es reintroducir la noción de sentido final en el plano político. Para Sartre, sostiene Aron, es la revolución socialista la que marca la ruptura con la que termina la prehistoria, da cuenta definitiva con el pasado e inagura un nuevo modelo de sociedad. Por lo que el profetismo expulsado del terreno de la historia vuelve en lo social y político. Esta especie de videncia historicista hace que se considere que sólo la revolución proletaria contribuirá a la humanización de la sociedad y da por supuesto que la conquista del poder por un partido político es el que anunciará el fin de la prehistoria. Aron reconoce que el libro de Camus puede parecer ingenuo, hasta banal, lo que provoca la furia del comité de redacción de `Les temps modernes´, aunque aclara que no habría mucho que agregar a una contienda en la que los dos polemistas están de acuerdo en condenar los campos de concentración del régimen stalinista. Lo que los separa le parece algo cómico. Camus denuncia lo que Sartre también condena, y en este vaivén entre denuncia y reconocimiento del mismo hecho, determina que el primero rompa con el proyecto revolucionario mientras el segundo no quiera hacerlo a pesar de no formar parte de él.

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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 14716 octubre 2015 at 12:26 Tomás Abraham 7 comentarios

Para Raymond Aron en el libro mencionado, la respuesta de Sartre es deshonesta. Lo cita in extenso: “Marx jamás dijo que la Historia tiene una finalidad: ¿cómo podría haberlo hecho? Hubiera sido lo mismo que decir que un día los hombres ya no tendrían fines por los que guiar sus acciones. Sólo mencionó el hecho de que un día habría un fin de la `prehistoria´, es decir de un final que sería alcanzado en el seno mismo de la Historia y superado como otros tantas metas”.Aron dice que Sartre bien sabe que todos estamos de acuerdo en que son las acciones de los hombres los que le otorgan un sentido a las cosas, pero resulta imposible elegir entre todos los sentidos posibles si no tenemos una visión global, una perspectiva desde la que podamos determinar el contenido de valores universales. Cuando no existen valores eternos ni referencias a totalidades históricas, las acciones que se llevan a cabo sólo dependen del arbitrio personal y no hay criterio objetivo que nos permitan elegir entre los combatientes en pugna ni sobre lo que está en disputa.Aron dice que Hegel afirmaba que hay un paralelismo entre la sucesión de los imperios y de los regímenes políticos con la dialéctica de los conceptos, y por su lado, Marx, anuncia que el misterio de la historia se despeja con el advenimiento de la sociedad sin clases.A lo que añade que Sartre ni puede ni debe retomar en el plano ontológico, la idea del fin de la historia, por el hecho de que deriva del proceso del Espíritu Absoluto. Toda la filosofía de la libertad y de la intencionalidad de la conciencia se lo impiden. Sartre parece estar de acuerdo con esta tesis. Pero lo que finalmente hace es reintroducir la noción de sentido final en el plano político.Para Sartre, sostiene Aron, es la revolución socialista la que marca la ruptura con la que termina la prehistoria, da cuenta definitiva con el pasado e inagura un nuevo modelo de sociedad. Por lo que el profetismo expulsado del terreno de la historia vuelve en lo social y político.Esta especie de videncia historicista hace que se considere que sólo la revolución proletaria contribuirá a la humanización de la sociedad y da por supuesto que la conquista del poder por un partido político es el que anunciará el fin de la prehistoria.Aron reconoce que el libro de Camus puede parecer ingenuo, hasta banal, lo que provoca la furia del comité de redacción de `Les temps modernes´, aunque aclara que no habría mucho que agregar a una contienda en la que los dos polemistas están de acuerdo en condenar los campos de concentración del régimen stalinista.Lo que los separa le parece algo cómico. Camus denuncia lo que Sartre también condena, y en este vaivén entre denuncia y reconocimiento del mismo hecho, determina que el primero rompa con el proyecto revolucionario mientras el segundo no quiera hacerlo a pesar de no formar parte de él.Todo esto es, para Aron, una rencilla de barrio, de uno prestigioso, claro, como el que rodea a la zona de Saint Germain de Près, pero que no deja de tener sus manías provincianas y sus personajes pintorescos.Sin embargo, a pesar de esta limitación catastral que hace Aron de la polémica entre Sartre y Camus, lo que se discutía en la posguerra entre intelectuales franceses, ha tenido cierta trascendencia.Casi cuarenta años después, Tony Judt, en su libro “The Burden of responsability”, le dedica un capítulo. Lo que le interesa es la acción y el pensamiento de Albert Camus, por eso el texto se llama `The reluctante moralist´, con un subtítulo que dice: `The discomforts of ambivalence´.Judt es un intelectual al que es difícil encontrarle un atributo que lo defina. Es admirable. Hay personas cuya vida es interesante, su obra es valiosa, pero han vivido su muerte de un modo tan digno, con una altura y una generosidad tal, que en el momento de irse, lo que nos dejan se vuelve precioso.

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Este no es el lugar para hablar de los últimos meses de Judt, de su enfermedad, y de lo que escribía mientras la padecía. Su obra es la de un pensador, un ensayista progresista, y aquí la palabra progresismo va a contracorriente del desprecio que recibe sin pausa (acabo de escuchar por los medios la última chanza de parte de un siniestro gremialista nacional y popular que habla de los “progresimios´). Judt lo era.`Babyboomer´, como dicen en los EE.UU, a los nacidos en la posguerra, Judt defiende la política del Estado de Bienestar, que fue dominante en varios países centrales hasta mediados de la década del setenta. Y al mismo tiempo es un liberal. Estado fuerte e individuo libre, son dos realidades a las que no renuncia porque no sólo no las ve antitéticas, sino complementarias e indisolubles.Judt reconoce que en el mundo de Barthes, Lévy Strauss, Robbe Grillet y Foucault, el nombre de Camus pertenecía a una época superada. Sus libros podían formar parte de la currícula de liceos y hasta de cursos de historia de la literatura de alguna carrera humanista, se podía recomendar algunas de sus novelas a los adolescentes.Lejos estamos de aquella conferencia del profesor de filosofìa analítica Mr. Hare, que detallé en mi texto “Sabor a nada”, en el que cuenta como un joven estudiante suizo residente en su casa de Oxford, al leer “El extranjero” dejó de comer y probó tabaco. No hay escándalo ni perturbación por un probable pesimismo desprendido de un libro de Camus.En todo caso, su obra en aquella década que va de los sesenta a los setenta del siglo pasado, había sido limada hasta perder sus aristas y su antiguo filo. No hería, no dañaba, no molestaba, ni importaba.Estamos hablando de lo que sucedía inmediatamente después de la muerte de Camus en 1960; con su cuerpo también se sepultó su obra.¿Por qué se deja de hablar de aquellos escritores? En una cultura que no reconoce la idea de progreso, qué es lo que hace que ciertos nombres desaparezcan, otros emerjan, y algunos resuciten?Hay quienes hablan de la aceleración del tiempo, todo va más rápido, los años se convierten en meses y los meses en días. Podemos suponer que en la medida en que una persona envejece vive el tiempo de otro modo. No puede creer que las cosas sucedan a una velocidad tal que se las trague una vida que se va. Entre los quince y los veinte años las sensaciones que perduran son de vidas enteras que pudieron haber transcurrido, entre los sesenta y los sesenta y cinco, nada parece haber sucedido.Esto en el plano individual. Pero también podemos imaginarnos algo similar en lo colectivo. Por ejemplo en el mundo de la cultura.La polémica de la que hablamos, entre Sartre, Camus, M. Ponty y R. Aron, está fechada en la primera mitad de los años cincuenta del siglo pasado, y a comienzos del sesenta; unos pocos años después, vemos como lo que mantenía en vilo a los intelectuales de la posguerra, ha perdido todo interés en momentos en que los filósofos y críticos citados por Judt publican sus primeras obras. “El grado cero de la escritura”, “Por una nueva novela”, “Raymond Russell”, son escritos en los que las corrientes de pensamiento de la filosofía de la existencia, de la fenomenología, el teatro del absurdo, el marxismo hegelianizado y humanista, todo este bagaje teórico fue a parar al desván de las cosas usadas sin posibilidades de reciclaje.En poco tiempo la memoria selectiva tiene sus muertos, aún cuando estén con vida y sigan escribiendo.