La Ética Aristotélica y Utilitarista (trabajo seminario) (Autoguardado)

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Introducción. “La inmensa mayoría de las acciones buenas, no se realizan en provecho del mundo, sino de los individuos, de cuyo bien depende el mundo.” (J. Stuart Mill) Cuando queremos construir una noción de la finalidad y la virtud del hombre, específicamente hablamos de una estructura teleológica de la acción; es decir nos situamos en la esfera de la praxis humana. De tal manera que, todo cuanto realizamos esta mediado por esta acción que puede estar es búsqueda de ser realizada por sí misma, como en vistas al alcance de un resultado. Así, el hombre tiene en deseo ciertos fines que busca alcanzar y en los cuales busca realizar aquello que en esencia es bueno y que, por tanto, impulse a la realización del ser. Al determinar cuál es el motor que mueve al hombre a alcanzar sus fines y por tanto llevarlos a su materialización, es común encontrar similitudes en el pensamiento filosófico, que van a determinar una tendencia, en la forma de compresión del problema. Por consiguiente, a la hora de hablar de felicidad y virtud, encontramos dos posturas que circulan en la época Antigua y Moderna y que nos hablan de la forma en como se realiza el hombre.

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Introducción.

“La inmensa mayoría de las acciones buenas, no se realizan en provecho del mundo,

sino de los individuos, de cuyo bien depende el mundo.” (J. Stuart Mill)

Cuando queremos construir una noción de la finalidad y la virtud del hombre,

específicamente hablamos de una estructura teleológica de la acción; es decir nos situamos en la

esfera de la praxis humana. De tal manera que, todo cuanto realizamos esta mediado por esta

acción que puede estar es búsqueda de ser realizada por sí misma, como en vistas al alcance de

un resultado. Así, el hombre tiene en deseo ciertos fines que busca alcanzar y en los cuales busca

realizar aquello que en esencia es bueno y que, por tanto, impulse a la realización del ser.

Al determinar cuál es el motor que mueve al hombre a alcanzar sus fines y por tanto

llevarlos a su materialización, es común encontrar similitudes en el pensamiento filosófico, que

van a determinar una tendencia, en la forma de compresión del problema. Por consiguiente, a la

hora de hablar de felicidad y virtud, encontramos dos posturas que circulan en la época Antigua

y Moderna y que nos hablan de la forma en como se realiza el hombre.

Así encontramos desde una visión antigua de la “Ética Nicómaco” de Aristóteles para

quien el bien último, supremo y que en definitiva es buscado por sí mismo y no en vista de otra

cosa es la felicidad. Aquí nos acercamos a una visión mayoritariamente personalista de la

finalidad en donde lo que es correcto y justificable es preocuparse del propio interés, antes que el

de los demás, pero con un fuerte acento en la realización comunitaria, en vistas al buen vivir

desarrollado en la Polis.

Desde la otra perspectiva nos encontramos con un pensador moderno, J. Stuart Mill quien

en su teoría del utilitarismo nos presenta una tesis muy similar con respecto al bien supremo y a

la virtud, pero justificado ya no sólo desde el personalismo Aristotélico, sino más bien desde la

felicidad centrada en la ausencia del dolor y la búsqueda del placer para el mayor número de la

sociedad. Mill cree en la búsqueda de fines colectivos, que tiendan al bienestar e interés de la

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población. La tendencia natural a promover la felicidad, es que aquella sea de abundancia y

bienestar para la sociedad.

Por consiguiente, lo que se busca demostrar, en Aristóteles y Mill es, que aún siendo

pensadores de distintas épocas y con filosofías que evidencian el acontecer de un contexto social

determinado, guardan especial relación a la hora de hablar de una ética finalista orientada hacia

la felicidad y al bienestar humano. Podemos reconocer, en definitiva que hay argumentos

existentes en ambas posturas, en los cuales la defensa del hombre como ser netamente social y

buscador de la plenitud tienen su culmen en la comunidad. Todo cuanto el hombre busca como

medio para alcanzar sus fines tiene su desarrollo en una sociedad, la cual aporta y a su vez

entrega las herramientas para la perfección humana.

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Abstract.

I. La Ética Aristotélica y Milliana una mirada contextual.

En primer término, cuando nos referimos a la ética y la política en Aristóteles, lo hacemos

desde el dominio de la filosofía práctica; que se distingue de la teórica en la medida que no se

busca comprender o describir el mundo en base a proposiciones que correspondan al ámbito de

la razón, sino más bien contiene proposiciones que guardan relación con las acciones humanas.

Al desenvolvernos en nuestro entorno, nuestras actitudes siempre están mediadas y

conducidas por las nociones de bien; es decir que a lo que aspiramos, anhelamos o deseamos

tiende hacia una finalidad, y esta debe ser buena. Por tanto, en Aristóteles lo medular para su

ética, pasa por preguntarse que es lo bueno y cual es la finalidad última para todo ser humano.

Sin duda, para nuestro autor, lo importante no es buscar las cosas como medios, sino como

fines, puesto que en el deseo de todo hombre está el deseo de plenitud y de realización en la

felicidad, así es común poder identificarnos con está afirmación, ya que todo cuanto realizamos

está pensado para el alcance de de bienes superiores que conduzcan a la trascendencia.

Aristóteles nos dirá que una tendencia natural del ser humano es la mejor calidad de vida, el ser

feliz, lo que consiste en la Eudaimonia.

Como podemos ver la felicidad es una actividad propia del quehacer humano. Tal acción

que posee el hombre se diferencia a las de los demás seres de la naturaleza. La felicidad por

tanto, es una virtud que es propia de los hombres que han ejercitado la razón y que por ende hace

que se alcance aquello que es bueno en sí mismo. Según esto, los seres humanos poseen virtudes,

las cuales hacen ejercitar bien la razón.

Pues bien, Aristóteles clasificará las virtudes tanto en éticas como en dianoéticas. Las

primeras, constituyen los parámetros por los cuales manejamos nuestros impulsos y deseos. En

cambio los segundos guardan relación con el buen uso de la razón. Así podemos determinar que

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la felicidad se desarrollo con ambos tipos de virtudes, que tienden al hombre a la vida buena o

feliz como culmen en la contemplación. En definitiva podemos decir que la concepción

aristotélica apunta a la mejor vida tanto individual como comunitaria, dotada de bienes externos

(riqueza), bienes corporales (salud), el ejercicio de las virtudes morales e intelectuales y la libre

disposición del ocio en la vida (ocio) que ayuda a la práctica de la actividad contemplativa.

Un autor de la modernidad como J. Mill nos presenta una visión Utilitarista de la felicidad,

en la cual su criterio principal esta centrado en el bienestar ya no desde una perspectiva

individualista, sino tomando en cuenta el mayor número. De tal forma que podemos entender la

felicidad como el estado de placer y la ausencia de dolor. La felicidad y la utilidad se encuentran,

en la autorrealización no de cualquier tipo de felicidad o de placer, sino del que mayor

universalidad puede tener.

A la base del pensamiento de Mill, encontramos principios tan importantes para una

época en la cual la expansión de la economía, el surgimiento de la industria y el aparecer de una

nueva élite como la burguesía, hacían cada vez mas fuerte la integración social paradójicamente,

de la mano de una fuerte segregación de las clases sociales. como uno de los grandes problemas

sociales imperante en la época. Es por ello que el llamado férreo de Mill deja en claro que

ningún sacrificio personal tiene valor por sí mismo, sino en la medida en que aumenta la suma

total de la felicidad.

Mill reconoce que la libertad es un bien de suma importancia en el desarrollo de la nueva

sociedad. En efecto el individuo no tiene por qué dar cuenta a la sociedad de sus actos, mientras

estos no afecten a nadie más que así mismo. La sociedad, pues, no puede legislar sobre la vida

privada. Más bien al contrario, la libertad es el derecho a la no-interferencia y, por ello, conlleva

la protección de la diversidad contra toda opresión, entre las cuales la más temible es la que

proviene del poder de una sociedad que pretenda imponer sus costumbres o creencias. La

libertad política implica la participación colectiva en el poder y Mill es un demócrata

convencido, que el beneficio social tiene mayor importancia que las pretensiones individualistas.

El meollo de una buena sociedad consiste en coordinar los intereses individuales. De hecho, el

comercio es un buen ejemplo de tarea individual en que se logra coordinar intereses individuales

y servir al interés general. Eso no significa que el estado deba renunciar a intervenir aunque

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procure ser mínimo para no dar demasiado poder a nadie y que todos frente a una sociedad

participativa mantengas sus derechos y obligaciones contempladas dentro de principios de

igualdad y libertad.

II. El supuesto teleológico.

Cuando nos referimos al concepto teleológico, debemos considerar en primer lugar, que esto

atiende a una explicación del universo desde sus causas finales. De la misma manera lo entendía

Aristóteles quien consideraba que la acción no es buena en sí misma, sino en cuanto conducía a

una finalidad, es decir al bien del hombre. Toda acción, por tanto, que conduzca al logro de una

finalidad, será buena y al contrario, sino conduce a tal propósito carecerá de tal valor. Así nos

dirá Aristóteles al comienzo de su Ética a Nicómaco, “Todo arte y toda investigación científica,

lo mismo que toda acción y elección parecen tender a algún bien y por ello definieron con toda

pulcritud el bien los que dijeron ser aquello que todas las cosas aspiran.”1

Pero sin duda, este no es cualquier fin, no de aquellos que sirven de medios para la

realización de otros. Estos son fines buscados en sí mismos. Si hay algún fin que tiene esta

característica de buscarse por sí mismo y por lo cual los demás bienes se encuentran

supeditados, es el bien supremo. El bien supremo para el hombre, está dado en la ciencia política

o social, puesto que en la Polis esta la realización en grado sumo de este principio. “Es cosa

amable hacer el bien a uno solo, pero más bella y más divina es hacerlo al pueblo y las

ciudades”.2 Po tanto, Aristóteles reconoce que dentro de la política encontramos la ética, como

ciencia individual, que guarda relación con las acciones humanas vinculadas a las nociones de

bien.

Si bien es cierto, el objeto de la ética para Aristóteles no se encuentra constituido sobre bases

exactas, como lo son las ciencias matemáticas, sino más bien, su objeto está en las obras

humanas. “No debemos, en efecto, buscar la misma precisión en todos los conceptos, como no se

busca en la en la fabricación de los objetos artificiales.”3 En la ética partimos de los juicios 1 Gómez-Lobos, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicómaco, p. 278 2 Ibíd. p. 2793 Ibíd. p. 279

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morales que hacemos de la realidad del hombre y de su propio entorno, bajo los supuesto de

bien y virtud.

En el supuesto teleológico de la ética Aristotélica cabe preguntarnos cuál es la finalidad del

hombre, la finalidad de la vida. El estagirita nos dirá que en buena parte de las opiniones, se

concluye que es la felicidad.4 Esta actividad propia de los seremos humano, consiste

esencialmente en actuar conforme a la virtud.

Ahora bien y confrontando este aspecto a la ética utilitarista de S. Mill, podemos tomar en

consideración que, la importancia de la finalidad también guarda un aspecto relevante a la hora

de comprender el desarrollo del pensamiento moderno y que tiene consecuencias hasta nuestros

días. De tal forma, para esta doctrina moral y haciendo referencia a lo planteado por Aristóteles,

reconoce que el carácter moral de las acciones debe apreciarse de acuerdo con sus posibles

consecuencias. Esta idea es supuesto esencial al Utilitarismo. En otro aspecto considera la

felicidad como el fin de toda búsqueda del hombre, es decir que el ejercicio de las actividades

humanas no puede describirse propiamente como un medio para un fin; por cuanto toda acción

buena al igual que Aristóteles tiende a promover la felicidad, así también las acciones serán en

esencia negativas cuando no promuevan a este fin “(…) El principio de la mayor felicidad,

mantiene que las acciones son correctas en la medida que tienden a promover la felicidad,

incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad”5.

La finalidad por tanto, en el contexto moral tiene un objeto global, en la medida que el goce

y disfrute de los bienes, sea en la mayor cantidad para todos los miembros de la comunidad. Lo

bueno debe atender al bien común, y reconocer que el carácter de la felicidad se debe dar en el

plano de lo universal. La felicidad para Mill es el único bien y fin que todos los seres humanos

desean alcanzar.

III. La Felicidad.

4Eudemonismo: Consiste en el supremo bien, cualquiera que este último sea. Aristóteles ha manifestado que la felicidad ha sido identificada con muy diversos bienes: con la virtud, o con la sabiduría práctica, o con la sabiduría filosófica, o con todas ellas acompañadas o no de placer, o con la prosperidad.5 Mill, J. Stuart, Utilitarismo, p. 49-50

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Aristóteles nos dirá que, “ (…) El bien supremo debe ser evidentemente

algo final.(…) Por lo pronto asentimos que el bien autosuficiente es

aquel que por sí solo torna amable la vida ya de nada menesterosa; y tal

bien pensamos que es la felicidad.6

El único fin practicable que debe atender todo ser humano es a la felicidad, puesto que es lo

más apetecido y deseado por si mismo y jamás por otra cosa. Y no sólo es un bien de índole

individual, sino que en cuanto el hombre ser de naturaleza social, se goza en la medida que es

disfrute de todos los conciudadanos. Así para Aristóteles el hombre tiene su fin en la Polis y esta

es la medida de plenitud. La de comunidad perfecta donde el hombre da cumplimiento a sus

funciones más propias. Donde alcanza la felicidad. Esta dependerá en primer lugar del tipo de

vida que la comprende, así para cada hombre esta virtud se realiza conforme a la concepción que

cada uno tenga de felicidad. En efecto, para algunos la vida feliz es aquella que se desarrolla en

el ascetismo o para otros la que se da en una vida más práctica. Es por ello que podemos decir

que es la manera en que vivimos, la que nos lleva a tener una compresión de lo que sucede en

nuestro entorno; el ethos es anterior a la espíteme.

Para comprender la felicidad y como esta funciona en el desarrollo del ser humano, en

primer lugar debemos mencionar una distinción que hace Aristóteles. La vida vegetativa, la vida

sensitiva y por último la parte racional. Sin duda el hombre comporte con los demás animales

las dos primeras, pero esta última es lo más propio del ser humano. Allí en el pensamiento y la

razón encontramos la actividad que tiende a la realización de lo bueno, lo perfecto.

“El acto de un hombre de bien es hacer todo ello bien y bellamente; y

como de otra parte, cada obra se ejecuta bien cuando se ejecuta según

la virtud que le es propia, de todo se sigue que el bien humano resulta

ser de una actividad del alma según su virtud, y si hay varias según la

mejor y más perfecta (…)”7

De esto podemos desprender que la finalidad del hombre es el alcance de la felicidad a

través de la virtud8, como máxima realización de aquello que le es más propio. Por consiguiente

6 Gómez-Lobos, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicómaco, § 1097b, p. 2827 Ibíd. § 1098a, p.2838 Es respecto a una cosa lo que completa la buena disposición de la misma, lo que la perfecciona; en otros términos la virtud de una cosa es, propiamente hablando, su bien, pero no un bien general y supremo, sino el propio bien e

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cuando hablamos de la felicidad Aristotélica debemos decir que es una praxis y no un estado

(que perfectamente puede ser de inactividad). Además es una actividad del alma de su parte

racional y concupiscible y desiderativa que guarda relación con los deseos, las emociones y los

afectos y en la cual el hombre se encuentra en constante búsqueda del equilibrio y dominio de sí

mismo, por lo que podemos decir que es el correcto ejercicio de la razón y la emocionalidad. Por

último encontramos que todo esto debe ir acompañado de la virtud perfecta (areté); así el

ejercicio de la razón, aquello que es más propio del hombre deber ejercitarse de la mejor

manera, haciendo lo correcto.

Si bien el areté como ya lo hemos establecido, se entendía como el obrar bien en el sentido

moral, con lo cual se diferenciaba de la corriente más hedonista, en la medida que las acciones

o el fin de este era la consecución del placer y no de la vida buena. Aristóteles entiende por la

felicidad el fin de toda acción humana y por tanto la mejor vida que puede vivir el hombre,

aquella que desarrolla la excelencia, como cualidad intrínseca e inherente a la vida y que le da

sentido. En efecto aquellas cualidades sólo son ejercitables en una vida virtuosa que toma en la

contemplación su estado más sublime.

Cuando Aristóteles nos habla de la vida perfecta, debemos entender como esta se lleva a

cabo, como se ejercita. Sin duda la felicidad, (bien por excelencia) se ejercita en el alma, en

aquella parte donde las acciones y las operaciones se encaminan hacia tal bien. Pero ¿En qué se

demuestra el cumplimiento de este fin en el hombre? Tal parece ser que toda práctica de la vida

feliz se debe relacionar a un cierto hábito de la virtud que tiende a obrar de la manera más

perfecta según la finalidad humana. De tal manera este actuar reporta en el hombre el deleite y

gozo de estar ejerciendo algo que en sí mismo es bueno, que en definitiva es feliz lo encamina a

tales estados de contemplación y sabiduría. “(…) Las acciones conforme a la virtud serán en sí

mismas deleitosas (…) La felicidad, por consiguiente, es lo mejor y lo más bello y lo más

deleitoso (…)”9

Nos resta preguntar que sucede con los placeres en la felicidad aristotélica. Así nos dirá que

la virtud va acompañada de los placeres y dolores y que constantemente inclinamos la balanza

intransferible. Virtud podría decirse, es aquello que hace que cada cosa sea lo que es. La virtud es lo que caracteriza al hombre.9 Gómez-Lobos, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicómaco, §1099b, p. 286

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en uno más que en otro. Así la disposición del alma puede optar por aquello que le reporte un

bien o un mal. Obviamente en el ejercicio de la felicidad debemos evitar todo lo que sea una

carga para el buen vivir. La felicidad no puede ser una disposición común nos dice Aristóteles,

ya que un hombre en cualquier estado como un holgazán podría vivirla, y este no es el objeto de

tan noble bien. De tal manera recapitulamos algo que se ha dicho. “La felicidad debemos

colocarla entre los actos deseables por sí mismos y no por otra cosa, puesto que la felicidad no

necesita de otra cosa alguna, sino que se basta a sí misma.”10

La felicidad no puede estar en aquellos placeres pasajeros, que reportan satisfacciones

momentáneas. Así las diversiones no constituyen felicidad en sí mismas, puesto porque es

insensato buscar la felicidad en algo que no lleva a la finalidad del buen vivir; del hombre

virtuoso. “La vida feliz es, a lo que se cree, la que es conforme a la virtud, y tal vida es enserio y

no en broma (…) El acto de lo que es mejor, es por sí mismo superior y contribuye mejor a la

felicidad.”11

Ahora bien, si la felicidad es el máximo bien para el hombre virtuoso, ¿En qué medida se

lleva a cabo? Según Aristóteles es de la parte mejor del hombre. En efecto es en la actividad

contemplativa donde se logra la felicidad en grado sumo. El ejercicio de la contemplación lleva

al hombre a aspirar a aquellas virtudes más excelsas y superiores, por las cuales el hombre llega

al saber de lo más puro. “(…) La filosofía encierra, según se admite, deleites maravillosos por

su pureza y su firmeza; y siendo así, es razonable admitir que el goce del saber adquirido sea

mayor aún que el de la mera indagación.”12

Cabe preguntarnos que sucede con el Hedonismo, en la medida que es una concepción muy

diferente de bien, que la Aristóteles. De tal forma, esta concepción está estrechamente ligada al

placer considerado como fin último de la vida humana. Más ligado a lo que Epicuro en la

Antigüedad representaba como “El placer es el principio y fin de la vida feliz”, entendido como

el placer estable y la ausencia de dolor.

No muy diferente a la visión de este filósofo antiguo este la propuesta Utilitarista de J.

Mill. Es de tal forma que podemos interrogarnos sobre cual es la noción de felicidad según esta 10 Ibíd. §1177a, p. 32111 Ibíd. §1177b, p. 32212 Ibíd. §1178a, p. 323

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corriente moderna. Cuando nos referimos a los pensadores utilitaristas ingleses como Bentham,

y en especial a Mill, reconocemos que ponen su fundamento y regla moral en la utilidad

entendido como el interés mayoritario, es decir, las consecuencias de las buenas acciones deben

generar utilidad para el mayor número de los individuos evitando todo cuanto sea una carga o

genere displacer. En definitiva el utilitarista insiste en que lo bueno debe ser útil para alguien.

Esto significa que la regla moral dependerá en gran medida de las consecuencias de producir

acciones positivas en otros, maximizando el bienestar general.

“El placer y la exención del sufrimiento son las únicas cosas deseables

como fines; y todas las cosas deseables (que son tan numerosas en el

proyecto utilitarista como en cualquier otro), son deseables ya bien por

el placer inherentes a ellas mismas o como medios para promoción del

placer y evitación del dolor.”13

Muy similar a la visión Aristotélica de la felicidad; se encuentra Mill quien desarrolla un

pensamiento al que da por nombre, “El principio de la Utilidad”, o el también llamado de

“Mayor felicidad” en el cual entiende la felicidad como la consecución del placer y la ausencia

de dolor. Así no dirá, “Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor, por

infelicidad, el dolor y la falta de placer.”14

Es por tal motivo que Mill a través de un proceso reflexivo y de introspección reconoce

que la felicidad es el único bien deseable en sí mismo, puesto que toma importancia para la

naturaleza humana desear todo aquello que sea medio o parte de la felicidad. De tal forma, hay

que tomar en cuenta que a la base de toda decisión del hombre en cuanto a sus deseos, están los

valores de libertad y autonomía como expresión de un desarrollo mayor de la moral humana. La

felicidad no puede ser lo que cualquier hombre desea sino aquello que los hombres moralmente

realizados buscan. “Ningún ser humano inteligente admitirá convertirse en un necio, ninguna

persona culta querría ser un ignorante (…)”.15

Como ya lo enunciábamos antes, los placeres no tienen el mismo valor, de tal forma

encontramos placeres superiores (intelectuales) e inferiores (necesidades físicas), de tal forma

13 Mill, J. Stuart, Utilitarismo, p. 5014 Ibíd, p. 5015 Ibíd, p. 58

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en la felicidad siempre tendrá mayor relación con los primeros antes que los segundos. Nos dirá

Mill. “Los seres humanos poseen facultades más elevadas que los apetitos animales, y una vez

que son conscientes de su existencia no consideran como felicidad nada que no incluya la

gratificación de aquellas facultades.”16 Esto genera una gran diferencia con los expuesto por

Bentham, quien propone al placer como toda actividad humana placentera, no así Mill quien

agrega la vida virtuosa como punto esencial del desarrollo tanto personal como colectivo del

hombre. Son esenciales para el desarrollo del colectivo, principios que sean transversales a todos

los hombres, tanto la tolerancia, la autonomía, la libertad, la igualdad, como valores esenciales

para la sociedad. Lo importante es reconocer que el hombre aspira a los placeres más elevados,

aquellos más deseables que otros. “(…) Los utilitaristas en general han basado la superioridad

de los placeres mentales sobre los corporales (…) Es del todo compatible con el principio de

utilidad, el reconocer el hecho de que algunos tipos de placer son más deseables y valiosos que

otros."17

Por otra parte, en el hombre encontramos esta capacidad de discernir frente a la felicidad,

puesto que aquello que le reporta más placer, será lo que le lleve a alcanzar mayormente la

plenitud. De tal forma tendrá que decidir frente a una jerarquización de placeres. La solución

planteada por Mill remite a la elección del placer más valioso. Tomando en consideración la

naturaleza humana es propicio reconocer que el hombre está en constante búsqueda de los

bienes superiores, hasta llegar a rechazar aquellos de jerarquía inferior. “(…) Nunca puede

desear de corazón hundirse en lo que él considera que un grado más bajo de existencia.”18

Sólo en el hombre está la capacidad de deliberar, decidir y escoger diferenciándose de los

demás animales; puesto que sólo los humanos pueden desarrollarse intelectualmente. De tal

forma sólo Mill es consciente que el hombre está en una constante elección y

autotransformación, usando para ello sus capacidades voluntarias que le permiten aumentar su

potencial, creatividad y dinamismo. Los placeres por tanto tienen su máxima expresión en la

comunidad, por lo cual cada quien sacrifica algo de sí mismo por el bien común, en definitiva

por la felicidad general.

16 Ibíd, p. 5117 Ibíd, p. 51-5218 Ibíd, p. 54

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Desde otra perspectiva debemos mencionar que no es lo mismo hablar de placer y felicidad;

no tienen el mismo valor, puesto que los placeres no constituyen por sí mismos la felicidad,

aunque si pueden contar como medio. La felicidad entendida por Mill, es teleológica y que

contiene en gran medida el elemento virtuoso. Esto significa que la vida tiene valor en sí mismo

y es apta parar alcanzar el ideal de perfección a través de aquello que le es más propio, la

libertad. Por tanto podemos decir que la felicidad en Mill, no es una mera pretensión idealista y

abstracta, sino mas bien, es un entramado de complejas relaciones que en su conjunto tienden a

alcanzar este fin. Así la felicidad se compone de todos los medios que utiliza el hombre en

cuanto tal. Sus capacidades intelectuales, su albedrío, su dignidad constituyen aquel bien tan

preciado, que tiene su expresión en la sociedad. “(…) En todos los individuos el impulso directo

de mejorar el bien general se convierte en uno de los motivos habituales de la acción y que los

sentimientos que se conecten con este impulso ocupen un lugar importante y destacado en la

experiencia sentiente de todo ser humano (…)”19

IV. La Virtud.

La pregunta a responder ahora es ¿Qué sucede con la virtud y cuál es su relación con

vistas a la felicidad? Para Aristóteles la virtud es central en su ética, y como ya lo

mencionábamos con anterioridad, esta es la excelencia y mediante ella el hombre desarrolla lo

más propio, su ser racional. ¿Pero cómo alcanzar este bien si no es algo que esta presente de

forma natural en el hombre? Aristóteles nos dirá que es fruto de la práctica, la costumbre a

través de la acción. “En testimonio de lo cual está lo que pasa en las ciudades, en las cuales los

ciudadanos hacen contraer hábitos a los ciudadanos para hacerlos buenos (…)”20

De tal forma, toda virtud debe ser aprendida por medio de hábitos como cierta idea de

perfección de la naturaleza humana. Ahora bien si todos los actos del obrar humano son parte de

este aprendizaje, como reconocer que las actitudes siempre están más inclinadas en un sentido

más que en otro, tanto por efecto como por exceso. Esto pone en una situación no siempre

cómoda al accionar del hombre, puesto que el justo medio o equilibrio de una determinada

19 Ibíd, p. 6720 Gómez-Lobos, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicómaco, §1103b, p.289

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virtud tendrá consecuencias tanto en lo personal como también en lo social . Así para cuando

consideramos la acción de dar dinero, un exceso es la dilapidación y su defecto es la a avaricia.

Una primera característica de la virtud según Copleston es, “Una disposición, disposición a

elegir según una regla, a saber la regla a que se atendría un hombre verdaderamente virtuoso,

dotado de penetrante discernimiento moral a la hora de hacer sus elecciones”.21 El hombre

virtuoso es aquel consciente de sus actos y de las implicaciones que estos tienen a la hora de

elaborar juicios morales.

Otro presupuesto para la acción virtuosa debemos encontrarla en la libertad, puesto que

sólo las acciones voluntarias son las que hacen al hombre susceptible de tomar

responsabilidades ante los actos que ejecuta. Un problema que se genera a raíz de esto, es poder

comprender el mal moral; quien actúe bajo la ignorancia no puede ser responsable de sus actos,

esto solo bajo el respecto de quien realiza una acción mala ignora que esta lo sea al momento de

cometerla. Por tanto, las acciones buenas deben tener un carácter intencional para ser virtuosas,

es decir que no necesariamente para su consecución deban ser obligatorias.

Desde otra perspectiva encontramos una tercera cualidad a la virtud, esta es la de

concebirla como un acto de la voluntad, un querer, una intención marcada por el deseo de

alcanzar la finalidad. Este deseo de voluntad va incluso más allá del simple deseo de elección,

puesto que el hombre en cuestión siempre decide respecto a las acciones para alcanzar un fin.

Así cuando decimos que una actividad virtuosa es voluntaria negamos que esta se imponga

como obligación, lo mismo podemos decir de los males. En definitiva con esto resolvemos el

problema de la no conciencia del mal; el hombre si es responsable de los medios que busca para

alcanzar sus metas.

Ahora cabe preguntarse que es lo que sucede con los placeres. Para Aristóteles, los

placeres no son completamente negativos, pero tampoco pueden ser el fin en si mismo. El placer

va acompañado de la actividad que se realiza pero esto no ocurre en todos los casos, puesto que

el placer no es un fin en sí mismo y no es por consiguiente lo único deseable ya que habrá

actividades tendientes al bien pero que no conlleven placer. La creencia común de que los

placeres son malos o banales, para Aristóteles carece de razones, en la medida que los placeres

21 Copleston, Frederick, Historia de la Filosofía, p. 336

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también pueden ser en sí mismos deseables cuando no son buscados con esa intención. Así

cuando sentimos dolor, la disposición natural del hombre es poder obtener un estado de alivio

que va relacionado al alcance del placer; por tal motivo es una sensación biológica propia de la

psiquis humana a la que no podríamos negar su beneficio. “El placer es, pues, algo positivo, y su

efecto es perfeccionar el ejercicio de una facultad.”22

Ahora bien, tomando un último carácter de la virtud, encontramos que Aristóteles nos

habla de la amistad, donde a primera vista, pareciese que Aristóteles nos da argumentos bastante

individualistas, al contrario de la significación que la amistad tiene en si misma, puesto que la

connotación de tal virtud, es más a una concepción moral de fundamento fuertemente social en

cuanto hablamos de la relación hacia el prójimo que en definitiva impulsaría al hombre a

cumplir con determinadas normas que van en pos de una función social . Aristóteles nos afirma

que tal virtud es la mas necesaria para la vida, puesto que sin amigos no se podría existir. Desde

esta perspectiva reconocemos el carácter social, ¿Es posible vivir solo y separado de la

sociedad? La necesidad de la amistad importa en la medida que el hombre se comprende en un

espacio compartido con otros y en el cual su misma naturaleza le hace contar con la amistad de

algunos con los que poder compartir la vida.

“Es forzoso, por consiguiente, que el hombre bueno sea amador de sí

mismo, ya que practicando bellas acciones es de provecho así mismo y

sirve a los demás; y a la inversa, que el hombre malo no lo sea, porque al

seguir sus malas pasiones se daña así mismo y a sus prójimos (…)

verdad es también, en lo que atañe al hombre virtuoso que lleva a cabo

muchas acciones por sus amigos y por su patria, al extremo de morir

por ellos si fuese preciso (…)”23

Si bien pudiésemos reconocer un cierto egoísmo, Aristóteles deja en claro que la

amistad por interés o utilidad se separa de la amistad por virtud. “(…) Admitimos que debe

amarse sobre todo al mejor amigo; pero el mejor amigo es aquel al que quiere bien le desea todo

bien por él mismo y aunque nadie vaya a saberlo (…)”24 En efecto el amor a la amistad se

convierte en un bien que es tanto para el otro pero además es para sí mismo. Quien ama su

22 Ibíd, p. 34523 Gómez-Lobos, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicómaco, § 1176b, p. 31924 Ibíd. § 1169b , p.319

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propio bien es susceptible de amar al otro. Este principio de reciprocidad es importante en la

medida de ser una aporte para la comunidad social, ya que en la media que soy capaz de amar y

renunciar a cosas por los demás, soy también capaz de contribuir al desarrollo en conjunto.

¿Cuáles son las características de la virtud para el Utilitarismo? En Mill, la virtud no se

encuentra definida, expresamente en su texto, ya que le interesa un aspecto más practico de la

felicidad. Pero la felicidad no puede ser ajena a este valor, puesto que en los individuos y en la

sociedad el alcance de tan noble fin, le supone incorporada. Nos dirá nuestro autor que “La

multiplicación de la felicidad es conforme a la ética utilitarista, el objeto de la virtud (…)”25 De

tal forma, la virtud está enfocada a la perfección del hombre que encuentra su culmen en la

realización de la sociedad y su progreso. Esto va a explicar el rol necesario que ocupa la virtud

en el desarrollo del ideal tanto del individuo como de la sociedad. El hombre bueno es siempre

el parámetro para Aristóteles, como modelo de virtud y de seguimiento, por tanto en la medida

que nos refiramos al placer, este es el justo medio frente aquello que es agradable o

desagradable. Por último, los buenos placeres son aquellos que acompañan la actividad propia

del hombre, por lo que estos son subyacentes a la virtud.

Como ya podemos ver, la virtud aún siendo una herramienta necesaria para el alcance

del bien supremo, no esta por encima de todo, muy por el contrario a la visión de los Estoicos,

Mill no pretende hacer una descripción del hombre virtuoso, sino más bien reconocer que esta es

una más de tantas posesiones que el hombre considera deseables para la obtención de una vida

placentera. Puesto como ya lo mencionará nuestro autor, no toda acción virtuosa es buena, ni

toda acción condenable puede estar ajena a la virtud. “Los utilitaristas son perfectamente

conscientes de que existen otras posesiones y cualidades deseables aparte de la virtud y están

completamente dispuestos a concederles todo su valor”.26 La virtud no puede ser un fin en si

mismo, y solo es deseable en cuanto nos aproxima a la felicidad.

En otros pasajes de su obra Mill agrega otra característica a la virtud, que es la del

desinterés, y esto entra en contraposición con lo que ya anteriormente mencionábamos. ¿Si la

virtud no debe ser buscada por sí misma, por qué es algo que debe ser deseado? Mill nos dice

que no sólo debe desearse sino también buscarse desinteresadamente, por sí misma.

25 Mill, J. Stuart, Utilitarismo, p. 6926 Mill, J. Stuart, Utilitarismo p.71

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Ciertamente el fin de nuestras acciones es la felicidad, pero anterior a esto el deseo también debe

impulsarnos a la virtud. Hay que tener presente entonces, que la virtud es sólo medio en cuanto

se busca desinteresadamente para el logro de la felicidad, esta es la clave para comprender que

la virtud es parte del fin.

“Consecuentemente el criterio Utilitarista mientras que tolera y aprueba

todos otros aquellos deseos adquiridos, en tanto en cuanto no sean más

perjudiciales para la felicidad general que aliados de ella, recomienda y

requiere el cultivo del amor a la virtud en la mayor medida posible, por

ser, por encima de las demás cosas, importante para la felicidad.”27

De tal forma, todo aquello que deseamos como fines virtuosos debe desearse más en la

medida que es parte de nuestra felicidad. De tal forma, un hombre que acostumbra entregar

donaciones a instituciones benéficas como costumbre que nace de su simple espontaneidad,

practica la virtud desinteresadamente, como parte de su felicidad y no utiliza la acción como

finalidad de hacer lo correcto. “La moral utilitarista reconoce en los seres humanos la capacidad

de sacrificar su propio mayor bien por el bien de los demás. Sólo se niega a admitir que el

sacrificio sea en si mismo un bien (…) La única autorenuncia que se aplaude es el amor a la

felicidad (…)28

Conforme a esto podemos reconocer la posición de Mill, frente a la valoración de la

felicidad y la virtud, a los cuales no les reconoce el mismo estatuto, aún así ambos parecen ser

parte de una complementariedad en la medida que la búsqueda desinteresada de la virtud, el auto

perfeccionamiento como finalidad, lo lleva a estar asociado a la felicidad. Resulta de tal manera

que la búsqueda desinteresada de la felicidad, es lo que desencadena la búsqueda de la felicidad.

El hombre virtuoso para Mill, es aquel que dejado los intereses personales y trabaja por el bien

común en el desarrollo de una sociedad donde se haga ostensible un vivir armónico e integrado

entre todos sus miembros. “(…) La Utilidad recomendará, en primer término, que las leyes y

organizaciones sociales armonicen en lo posible la felicidad o los intereses de cada individuo

con los intereses del conjunto.”29 Mill tiene una férrea convicción en el desarrollo humano en

27 Ibíd, p. 10028 Ibíd, p. 65-6629 Ibíd. 66

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vista a la felicidad, esto porque la promoción del buen vivir social tiene a la base los valores e

ideas esenciales para el progreso de ésta. Tanto la libertad, la igualdad, la diversidad son en

definitiva superiores a un simple hedonismo a favor de los placeres individuales. Sin duda, una

premisa básica de la ética utilitarista apunta al placer y a la ausencia de dolor, pero esto debemos

entenderlo no de forma simplista, sino reconociendo que en el hombre, los sentimientos sociales

son la real fuente del placer con miras a la concreción del proyecto colectivo de felicidad.

Bibliografía.

- Aristóteles, Moral a Nicómaco, Editorial Espasa-Calpe, Madrid, España 1983.

- Gómez-lobo, Alfonso, Textos Escogidos de la Ética Nicomaquea de Aristóteles, Estudios

Públicos, 56, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994.

- J. S. Mill, El Utilitarismo, Editorial Alianza, Madrid, España, 1991.

- Copleston, Frederick, Historia de la Filosofía, Vol I, Grecia y Roma, Editorial Ariel,

Barcelona, 1984.

- Copleston, Frederick, Historia de la Filosofía, Vol VIII, The Bentham a Russell, Editorial Ariel,

Barcelona, 1984.

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Conclusión.

Según lo anteriormente expuesto en el presente trabajo, puedo concluir que: Según la

visión finalista de ambos autores, es necesario lograr la felicidad no como medio, sino como

culmen de toda búsqueda humana; por la cual el hombre utiliza todos los medios para ejercitarla.

De tal forma son tanto las capacidad personales como colectivas las necesarias para desarrollar

tal bien.

En segundo, lugar ambos autores defiende la postura por la cual reconocer que la

felicidad es un valor que corresponde netamente a la naturaleza humana, puesto que es el

hombre el único ser dotado de intelecto capaz de representarse los medios para alcanzar sus fines

a través de lo que le es más propio; la razón.

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En tercer lugar, ambos autores reconocer que la felicidad en el mayor de los casos va

acompañada de placer, puesto que en las actividades más placenteras es donde se manifiesta la

excelencia humana. Por consiguiente plantean que tal actividad no puede ser el simple placer que

reporta cualquier actividad, sino en el ejercicio para el caso de Aristóteles, de la contemplación,

en donde la actividad intelectual relacionada a la virtud más alta, alcanzan la felicidad

verdadera. Desde la perspectiva utilitarista dirá que los placeres más valiosos son aquellos más

deseables, en donde el hombre ocupa su intelecto por sobre lo corporal, siempre a disposición del

beneficio social.

En quinto lugar, el ejercicio de la virtud en pos de la felicidad, en ambos autores es parte

de la vida práctica su actuar sobre el entorno, por lo cual principios de libertad y autonomía e

igualdad son esenciales tanto en el contexto antiguo como modernos. Las acciones voluntarias,

son las necesarias para alcanzar la vida buena, porque en el deliberar el hombre se hace

consciente respecto a la ejecución de sus actos. Esto se da en la medida en que somos capaces de

equilibrar la vida y alcanzar el justo medio que en definitiva nos servirá para conducirnos en un

vivir más lleno de placeres y libre de dolores.

En sexto lugar, bajo la noción de felicidad, encontramos a su base una regla moral por la

cual no solo hay un interés individualista como podría inferirse de Aristóteles sino también una

ideal de progreso colectivo llevado a la plenitud en la Polis. De la misma forma ocurre en el

ideal de sociedad para Mill. En efecto, en la medida en que el hombre reconoce su propia

naturaleza social, desea la felicidad por sí misma ya que en ella solo es posible la concreción de

la comunidad libre y desarrollada.

En séptimo lugar, cuando hablamos de virtud, en ambos autores reconocemos presente el

ámbito individual y colectivo. Ambos aspectos están entrelazados, pues la adquisición de la

virtud requiere una búsqueda por la cual el hombre sea capaz de hacer lo que le es más propio,

sin lugar a duda, esto hace que se convierta en fin último de la acción personal y social y,

simultáneamente, que sea el medio más eficaz para lograr la felicidad propia y la social.

Por último, una de las características que puede aunar al hombre virtuoso en ambos

autores se da en el argumento de la amistad dado por Aristóteles, el amor así mismo no es

opuesto al amor del otro, de tal forma si buscamos la vida feliz, esta no se entiende de forma

egoísta, sino que al contrario tiene su efecto en la comunidad. Lo mis para Mill, el sujeto no está

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separado de la sociedad, por lo que sus logros o metas son en pos del incremento de la felicidad

en beneficio de los demás.