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LA ETICADE LA SOCIEDAD DE CONSUMO

ANTONIOARGANDOÑA

C U A D E R N O S

EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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INDICE

PRESENTACION POR QUÉ EL CONSUMO LAS NECESIDADES Y EL CONSUMO NECESIDADES, BIENESTAR Y UTILIDAD ORDENACION DE NECESIDADES, BIENPROPIO Y BIEN DE LOS DEMAS LAS DECISIONES DE CONSUMO CONSUMO Y AHORRO UN ELOGIO DEL CONSUMOLA PROPORCION DE RENTA DEDICADAAL CONSUMO Y AL AHORRO“ESTIRAR EL BRAZO MAS QUE LAMANGA”: EXCESO DE CONSUMO Y

CREDITOEL CONSUMO INNECESARIO LA CREACION DE NECESIDADES“INNECESARIAS” LOS BIENES DURADEROS DE CONSUMOLOS CAMBIOS EN LA COMPOSICIONDEL CONSUMOLA SOCIEDAD DE LOS DESECHOS EL CONSUMO, ¿PARA QUÉ? CONCLUSION: LAS CAUSAS ULTIMAS DENUESTROS MALES NOTA BIOGRAFICA

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PRESENTACION

Una mirada a nuestro alrededor y un ligeroejercicio de memoria nos llevan a la conclusiónde que el nivel de vida de un elevadísimo por-centaje de la población de la sociedadespañola ha conocido un aumento especta-cular en las últimas décadas. Y esto vale igual-mente para una gran parte de los países delmundo -aunque no todos los países han parti-cipado de esa bonanza, ni todos los ciuda-danos de los países ricos han tenido acceso aese mayor nivel de vida. La distribución de losfrutos del progreso ha sido, evidentemente,desigual.

Con todo, y volviendo a nuestro entornoinmediato, podemos afirmar que el estándarde vida de un trabajador manual no cuali-ficado en España a principios de los noventa esconsiderablemente superior al que tenía esemismo trabajador hace sólo un cuarto de siglo-y más aún si se trata de trabajadores cualifi-cados, profesionales o empresarios. Y si aten-demos a la riqueza y variedad de su dieta ali-menticia, a la disponibilidad de automóvil, alas comodidades de su vivienda, a las alterna-tivas que se le abren para su ocio, etc., proba-blemente podemos concluir que un trabajadorno cualificado vive hoy mejor que la clase

media de hace tres décadas, y quizás que laclase acomodada de hace sólo cincuenta años.

Como me imagino que las críticas empiezana surgir en las mentes de mis lectores, meapresuro a decir que las anteriores asevera-ciones no nos permiten afirmar que hoyvivimos “mejor” que antes. No tenemosunidad de medida capaz de valorar adecuada-mente el nivel de consumo, la calidad de losbienes y servicios y la variedad de las opcionesque se nos ofrecen, corrigiéndolas por elnúmero de horas dedicadas al trabajo(incluidos los tiempos perdidos debidos altransporte de y hacia el lugar de trabajo), elritmo de vida, el estrés y la ansiedad, las neu-rosis que genera la vida en una gran ciudad. eldeterioro del medio ambiente o la pérdida devalores culturales y morales.

La tesis que intento enunciar como punto departida de mis reflexiones sobre el consumo yla sociedad de consumo es muy sencilla, y nopretendo empecinarme en su defensa: elvolumen y calidad de los bienes y servicios deque disfrutamos hoy en día para el consumo essuperior al que teníamos sólo unos años atrás.Y aún me atrevería a ir más lejos y afirmar queesto, moralmente, debe recibir una valoraciónpositiva, teniendo en cuenta las considera-ciones finales de este trabajo.

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Me apresuro de nuevo a añadir que lacalidad de vida no se puede medir sólo por elconsumo, sino mediante un amplio vector decomponentes, como la seguridad de las rentas(que, sin duda, ha crecido), la disponibilidad detiempo para ocio (cuya variación es ambigua,si no claramente positiva), la calidad de losbienes y servicios que consumimos (muchomayor en unos casos, menor en otros), lavariedad de los mismos (probablemente,mucho mayor), los costes indirectos quesufrimos por esos bienes (contaminación, con-gestión, deterioro del medio ambiente, riesgode catástrofes tecnológicas, enfermedadesnerviosas,...), etc. En todo caso, el consumo debienes y servicios forma parte, y una parteimportante, de nuestro nivel o calidad de vida.

En lo que sigue me ocuparé de las relacionesentre ética y consumo, con especial énfasis enlo que se ha dado en llamar “sociedad deconsumo”. intentaré pasar revista a las dis-tintas críticas dirigidas al consumo desde elpunto de vista moral, deslindando lo que hayde correcto en dichas críticas de lo que, a mijuicio, no lo es o, al menos, es discutible. Deeste modo se irán decantando algunos puntosrelevantes, a partir de los cuales elaboraré lasconclusiones. Pero antes empezaré con una

caracterización económica y moral delfenómeno que nos interesa.

POR QUÉ EL CONSUMO

Sin ningún intento de precisión, llamaremosconsumo al uso de bienes o servicios para lasatisfacción directa de una necesidadhumana1, a diferencia de la producción, queusa también bienes o servicios pero no para lasatisfacción inmediata de una necesidad, sinopara la obtención de nuevos bienes o serviciosmás próximos a la satisfacción de necesidadeshumanas2.

Se consumen bienes no duraderos (ali-mentos, bebidas, medicinas, etc.) y servicios,prestados por personas (el barbero o lamodista) o por bienes duraderos o de inversión(el coche, la vivienda o el televisor). Es discu-tible si se “consumen” también otros atributosde los bienes o servicios, como su nacionalidad,su precio, el prestigio que proporcionan, etc.3

A veces se considera que la compra de unbien es ya consumo, quizás porque no se pre-tende ni almacenarlo por mucho tiempo (casode los alimentos) ni revenderlo (p. ej., los ves-tidos), o porque nos fijamos exclusivamente enel flujo de servicios que esperamos nos propor-cione (si es un bien duradero, como un auto-

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móvil o un electrodoméstico). Cocinar sería,hablando en propiedad, una actividad pro-ductiva, aunque la solemos incluir en elconsumo, en cuanto que está íntimamente vin-culada a la ingestión de los alimentos. Lacompra de un automóvil o de un vestido es,hablando en propiedad, la compra de un bienduradero, y sólo su uso (o desgaste) periódicoconstituirá un consumo.

A veces las fronteras están poco definidas.Las reparaciones domésticas no son consumo,sino una actividad productiva (mantenimientode un bien de capital, la vivienda, cuya comprano se considera consumo, sino inversión), peroa menudo pueden confundirse con el consumo(no siempre está claro cuándo el bricolage esuna actividad productiva y cuándo un pasa-tiempo). Estudiar puede ser una inversión (encapital humano), pero también un consumo(por el disfrute que proporciona).

El consumo se justifica como fuente de bie-nestar, que, a su vez, se conecta con la satis-facción de necesidades: alimento, vestido, des-canso, seguridad, cultura, etc. Es también unafuente de satisfacción o placer, precisamentepor su condición de satisfactor de necesidades.Pero va aún más allá, porque el hombre es unser de dimensiones múltiples y capacidades encierto modo infinitas, para el que el consumo

es fuente u origen de nuevas necesidades,ocasión para su desarrollo personal, y mediopara la adquisición de hábitos (operativos,intelectuales y morales) y para la consecuciónde su plenitud o felicidad. Es obvio, por tanto,que el consumo no es una actividad indife-rente, sino de profundo contenido cultural,antropológico, social y ético.

Sería un error, sin embargo, atribuir sólo alconsumo el placer, la felicidad o el desarrollopersonal: el hombre aprende y mejoratambién con el dolor y la contradicción, con eltrabajo (intelectual o manual) y con el ocio,con el esfuerzo, con la vida de relación y entodas las parcelas de su existencia. La maximi-zación de una función de utilidad en términosde bienes y servicios consumidos (y, en su caso,de ocio) a la que nos tienen acostumbrados losmanuales de economía, como expresión de losobjetivos de una persona es sólo una simplifi-cación útil, pero incompleta.

LAS NECESIDADES Y EL CONSUMO

La cuestión de las necesidades ha sidosiempre un tema difícil de manejar. Se hanintentado numerosas clasificaciones de lasnecesidades humanas, desde las individualeshasta las sociales, desde las meramente ani-

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males hasta las propiamente humanas, desdelas fisiológicas hasta las espirituales, desde lasmás perentorias, urgentes, básicas o funda-mentales hasta las más superfluas, desde lasnaturales hasta las artificiales o creadas4. Peroninguna de ellas ha aportado nada interesanteal punto de vista económico5.

La posición del economista acerca de lasnecesidades es más bien escéptica: tiene pocointerés llevar a cabo clasificaciones que noresultan válidas en todos los casos. Por eso, elconcepto de necesidad en economía es sufi-cientemente amplio como para que todastengan cabida, sean materiales o espirituales,egoístas o altruístas, etc. En concreto, unanecesidad no es sólo una carencia cuya satis-facción resulta compulsiva, sino también ungusto, una preferencia o inclinación. Supone,además, que las necesidades son ¡limitadas -noque cada una lo sea, sino que el hombreencuentra siempre nuevas necesidades, omejor, nuevas manifestaciones de sus necesi-dades6. No determinan al hombre, que con-serva siempre su libertad aun en medio de unanecesidad acuciante. Y, finalmente, suponeque las necesidades son indeterminadas encuanto que hay numerosas oportunidadesabiertas para su satisfacción -incluyendo laposibilidad de que no sean satisfechas-, lo cual

es un reflejo de la “indefinida virtualidad denuestro espíritu”7.

A la vista de todo ello, al economista lebasta afirmar que un sujeto es capaz de identi-ficar sus necesidades, ordenarlas de acuerdocon sus preferencias8 y actuar racionalmentepara satisfacerlas, dentro de sus posibilidades.

Tampoco tiene interés intentar establecer elorden en que se satisfarán las necesidades:fuera de casos de extrema necesidad, en que laatención a la satisfacción de una necesidadexcluye toda otra actividad9, no hay un ordenlógico de satisfacción, porque no hay priori-dades objetivas. Los consumidores dedican susrecur-sos a la satisfacción de una necesidad uotra atendiendo a la perentoriedad con que sepresentan y a las oportunidades que surgen. Yla economía se ocupa principalmente de lostrade-offs o intercambios entre necesidades:cuándo se deja de atender a una para ocuparsede otra (con independencia de criterios obje-tivos) 10.

NECESIDADES, BIENESTAR Y UTILIDAD

El economista utiliza el concepto de bie-nestar o utilidad (o los equivalentes de satis-facción, ofelimidad, etc.) como punto de refe-rencia para la toma de decisiones acerca de la

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satisfacción de necesidades. La tendencia delhombre al bienestar es aceptada desde anti-guo por filósofos y psicólogos -y por el sentidocomún del hombre de la calle. Un bienestarentendido como meta a la que se tiende, peroque. nunca se alcanza; un bienestar no condi-cionado por ciertas condiciones de vida nece-sarias (a diferencia de los animales) 11.

El concepto de bienestar así expresado noimplica la búsqueda del placer (aunqueadmite, obviamente, esa interpretación hedo-nista), sino de una forma más humana de viviren lo referente a los condicionamientos mate-riales, un progreso hacia formas de vida máshumanas, más compatibles con el fin delhombre. Ese progreso es siempre posible,aunque realizarlo o no dependerá de las elec-ciones concretas que lleve a cabo el hombre. Yse tratará de un bienestar indefinido, porqueno hay una sola manera de que el hombreasuma como suyas las circunstancias mate-riales.

La función de utilidad o bienestar que eleconomista afirma que el consumidormaximiza puede interpretarse, pues, como unaaproximación a esa tendencia al bienestar, y escompatible, en todo caso, con él 12 -aunque laidea de maximizar una función de utilidadnecesite una revisión 13. El fin de la actividad

económica será, pues, ese bienestar delhombre, y el consumo será un medio paraalcanzarlo -la última mediación en el procesode producción, distribución y consumo 14. Lasdecisiones referentes al bienestar humanotienen una dimensión ética, además de eco-nómica, tanto por el fin como por los medios.Por el fin, principalmente, porque la tendenciaal bienestar lleva consigo un deber ético deconseguirlo, mientras no lo impidan otrosdeberes con títulos más altos -se trata, en defi-nitiva, de una parte del deber de realizarnuestra humanidad 15. Y por los medios,porque no es lícito emplear cualquier mediopara conseguirlo.

Pero una vez definido el deber moral decontribuir al bienestar propio, surge inmedia-tamente el riesgo de “pasarse de la raya”.Dado que siempre se pueden dedicar másmedios a este fin, la consecución del prudente“término medio” adquiere una gran impor-tancia, como definitoria de la moralidad delconsumo.

ORDENACION DE NECESIDADES, BIENPROPIO Y BIEN DE LOS DEMAS

El consumidor se encuentra, pues, ante unconjunto potencialmente infinito de necesi-

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dades, materiales y espirituales, egoístas yaltruístas, propias y ajenas. La selección delconjunto de necesidades a las que va a satis-facer, y del modo como va a llevarlo a cabo, vaa tener efectos importantes para la conse-cución de su fin como persona. Y la resultantesocial de esas conductas individuales va a tenerefectos también muy importantes para lasociedad en su conjunto. Si, p. ej., otorga talprioridad a las necesidades materiales que des-cuida las espirituales, se embrutecerá, perderála sensibilidad por los valores del espíritu, yacabará poniendo en peligro la consecución desu fin. Si sólo se preocupa de las necesidadespropias, renunciando a cooperar en la satis-facción de las de los demás, convertirá su vidaen un ejercicio de egoísmo, y también acabaráfracasando como hombre.

¿Qué necesidades ha de atender, pues, unapersona? Un conjunto equilibrado de necesi-dades de todo orden, no sólo propias, sinotambién ajenas, y no sólo de sus allegados,sino también de personas lejanas. De acuerdocon las exigencias de su naturaleza y de su fin,habrá necesidades fisiológicas que reclamaránpreferentemente su atención, y otras de ordensuperior, a las que su razón otorgará impor-tancia y urgencia. Y aunque el economistaparece considerar que el sujeto reacciona pasi-

vamente a las necesidades que le van sur-giendo, a las oportunidades que se le pre-sentan y a las restricciones económicas quecondicionan su conducta, de hecho nos encon-tramos con un ejercicio de los apetitos, de larazón y de la voluntad, moderado por la virtudde la prudencia, en la elección de las necesi-dades que en cada caso ocuparán su atención.

De este modo podrá construir su persona-lidad, desarrollarse como persona, ejercer susdeberes sociales, ayudar a los demás,...: ensuma, alcanzar su fin, de acuerdo con las reglasde la ética. Y cuando aumenten sus recursos,podrá atender cada vez más a sus propiasnecesidades espirituales, porque las materialesllegarán pronto a un nivel de saciedad (o deutilidad marginal muy baja). Y podrá atendercada vez más a necesidades ajenas, porque eluniverso que se le abre en este campo serácada vez mayor, y crecerá en sentido de res-ponsabilidad.

Cómo deberá atender a las necesidadesajenas es otra cosa. El regalo, el compartir lamesa o las cosas de uso personal con losparientes y amigos, son formas elementales deesa atención (y forman parte del consumo). Lalimosna es otra, y también lo son el pago de losimpuestos justos, el ejercicio de los deberes deciudadanía y otras formas de solidaridad.

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Pero también lo es el ahorro, es decir, elseparar recursos del consumo para dedicarlos,directa o indirectamente, a la inversión, a lageneración de nueva renta y riqueza, puestosde trabajo y oportunidades para otros. Y esprobable que, en las economías modernas, laforma principal de solidaridad se ejercite deeste modo 16.

LAS DECISIONES DE CONSUMO

La decisión de consumir se toma atendiendoa las motivaciones del consumidor, a la contri-bución que espera que esa decisión haga a subienestar, y a unas restricciones externas a suconducta.

Las motivaciones pueden ser muy variadas:p. ej., el consumo de alimentos puede llevarsea cabo para satisfacer una necesidad, para dis-frutar de un placer sensible o de un rato decompañía agradable, para cumplir con unaobligación social, para trabajar, para mostrarel refinamiento del gusto personal o hacer unalarde de medios económicos, o por muchosotros motivos -y por cualquier combinación deellos. Para la economía, las motivaciones con-cretas no son relevantes, en principio 17: sim-plemente, el consumo aparece en la funciónde utilidad de un sujeto porque se supone que

éste tiene alguna motivación que le lleva aconsumir para aumentar su bienestar. Por esoel economista se limita a postular que elagente tiene algún tipo de gusto o preferenciapor ese bien 18.

Hemos pasado, pues, de la búsqueda inde-finida del bienestar a su concreción en un con-junto de preferencias del sujeto, manifestadasen cada situación, y con arreglo a las cualestoma sus decisiones de consumo. Suponemostambién que el agente es capaz de ordenaresas preferencias de acuerdo con sus criteriospersonales (con independencia de criteriosobjetivos externos), que las preferencias serefieren a la contribución de su consumo a subienestar, y que siempre es preferible tenermás de algo que proporciona bienestar (unbien, en sentido económico) que tener menos(si esto no se cumple, estaremos ante undisbién) 19.

El último escalón en la cadena explicativa dela economía viene dado por el concepto de uti-lidad: se supone que el agente es capaz devalorar la contribución a su bienestar debida acada unidad de bien o servicio consumido,mediante un índice de utilidad. Esto permiteconvertir el problema de decisión de consumoen un problema lógico de elección entre alter-nativas, de acuerdo con la contribución de

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cada una de ellas a dicho índice. En la realidad,no hace falta que el sujeto maximice ese índice(basta, simple-mente, que disponga de un cri-terio de valoración de las alternativas en tér-minos de sus preferencias), ni mucho menosque esa utilidad sea mensurable 20, ni

que tenga un contenido hedonista 21.

Las restricciones al consumo vienen dadas,en la teoría convencional, por ciertas variableseconómicas. En primer lugar, por los recursosde que dispone el sujeto: su renta o riqueza,en sentido amplio, incluyendo la posibilidadde disponer de crédito, vender su patrimonio,etc. 22 En segundo lugar, por el precio o la dis-ponibilidad de otros bienes, tanto complemen-tarios (el encarecimiento de la gasolina o delos aparcamientos tiene efectos negativossobre el uso de los automóviles privados) comosustitutivos (el abaratamiento y la mejora en lacalidad de los servicios públicos de transportereducen el uso del automóvil privado).

El problema económico planteado por elconsumo se enuncia, a partir de lo anterior, dela siguiente manera: cómo se deben utilizar losrecursos (escasos)23 a los que tiene acceso unsujeto (individuo o familia) de acuerdo con suspreferencias, de manera que le proporcionenla máxima utilidad -la mejor aportación a subienestar-, sujeta a la restricción impuesta por

el conjunto de aquellos recursos y demásvariables relevantes.

El problema moral del consumo radica, a suvez, en el fin y en los medios: en la selección delas necesidades que el hombre se proponesatisfacer, en las motivaciones que le mueven aesa satisfacción, y en la licitud de los mediosutilizado 24.

En todo caso, la tendencia al bienestar antesmencionada tiene un componente ético, perono debe interpretarse en términos de per-fección ética de la persona, sino de dominio dela naturaleza. Por ello, la perfección moralpuede darse con altos o con bajos niveles debienestar.

CONSUMO Y AHORRO

La parte de la renta disponible no dedicadaal consumo es, por definición, el ahorro. Ladecisión de ahorrar consiste en demorar elconsumo presente con objeto de aumentar lariqueza a fin de disponer en el futuro de másrecursos para el consumo (o para dejarherencia, o para invertir en una vivienda, etc.).El ahorro se materializa en un aumento delvalor de la riqueza neta del sujeto.

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El que consume más de lo que ingresa estádesahorrando. Esto lo puede hacer bien redu-ciendo su riqueza física o financiera (ven-diendo los candelabros de plata que heredó desu abuela), bien incurriendo en deudas (lasletras firmadas para la compra de un vídeo o elsimple aplazamiento del pago al tendero de laesquina).

Desde el punto de vista económico se ha sos-tenido que el consumo es necesario para“mantener en marcha” el sistema económico.Teniendo en cuenta que la mayor parte de larenta se dedica al consumo, y que la mayorparte de la producción final de bienes y ser-vicios está materializada en bienes destinadosa ese fin, mantener un consumo elevado esnecesario para que la producción y el empleono se reduzcan. Esto lleva a la conocida tesis deque ahorrar puede ser desaconsejable, desdeel punto de vista económico 25.

Pero el argumento no es válido más que enel corto plazo, y bajo supuestos restrictivos. Unaumento del ahorro en una economía sinincentivos para la inversión es, efectivamente,una pérdida de demanda, y lleva a unareducción de la producción y el empleo. Perocuando hay buenas oportunidades deinversión, el ahorró libera recursos de la pro-ducción actual de bienes de consumo, para

poder dedicarlos a la inversión. Y ésta es unode los factores clave del crecimiento eco-nómico de un país (incluyendo la inversión encapital humano, en tecnología y en inno-vación).

Por tanto, en una economía dinámica lasfamilias tienen un incentivo a consumir,porque de este modo satisfacen sus necesi-dades y elevan su bienestar, y tienen tambiénun incentivo a ahorrar, porque de este modocrece (y se hace más seguro) su nivel deingresos futuro y, por tanto, la expectativa desatisfacción de necesidades y de mejora de subienestar futuro.

Desde el punto de vista ético, el consumo esalgo bueno en sí, como ya se ha explicado. Ytambién lo es el ahorro, en cuanto que propor-ciona otros bienes para el hombre, tanto en elplano económico individual (rentas futuras yseguridad ante coyunturas adversas, principal-mente) como en el moral (el ejercicio de vir-tudes como la frugalidad, la previsión y la pru-dencia) y en el social (la contribución a lainversión y, por tanto, al crecimiento eco-nómico, a la creación de puestos de trabajo, alprogreso del país, etc.).

El ahorro es, pues, uno de los medios de quedispone el hombre para poner en práctica elprincipio del destino común de los bienes,

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poniendo a producir, en beneficio propio y delos demás, los recursos sobre los cuales tienederecho, al tiempo que manifiesta su dominiosobre dichos bienes, de acuerdo con el plan deDios (“creced y multiplicaos, llenad la tierra ydominadla” , Gen. 1,28). Es, pues, una formade cooperar al bien común.

Pero el consumo es otro medio de mani-festar ese mismo dominio y de ejercer otroderecho, respondiendo también a unosdeberes morales, como atender a las necesi-dades de la propia familia (y de otras per-sonas), mejorar el nivel de vida, contribuir a laproducción y al empleo26, etc.: en unapalabra, contribuir al propio bienestar que,como dijimos, es un deber moral.

No hay lugar, pues, para una actitudmaniquea, que aplauda el consumo y censureel ahorro o viceversa, ni desde el punto devista económico ni desde el moral. Estamosante dos realidades humanas buenas en sí,pero parciales, cuyo sentido último hay quejuzgar, en el plano económico, de acuerdo conlos objetivos últimos del sistema económico, yen el plano ético, de acuerdo con los criteriosmorales que dirigen toda la vida humana.

UN ELOGIO DEL CONSUMO

Como hicimos notar antes, el consumo es unbien para el hombre porque satisface sus nece-sidades, le ofrece el gusto de las cosas buenasde la vida, le permite realizarse y desarrollarse,le abre nuevos horizontes, le lleva a compor-tarse como ser social (mediante el intercambioy la producción), le hace cooperar con losdemás, etc.: en una palabra, aumenta su bie-nestar y lo humaniza.

También el crecimiento del consumo en lassociedades avanzadas es bueno, porque hapermitido la mejora del nivel de vida de vastosestratos de la población, su desarrollo personaly social, la posibilidad de acceso a nuevosniveles de vida y de cultura, etc. Puede quehaya maniqueos que, temerosos de los bienesmateriales, recuerden con nostalgia las casasfrías sin más calefacción que un brasero, sinagua caliente, con cocinas de leña o carbón, sinascensor ni muchos de los adelantos modernosque hacen la vida agradable y cómoda. Peroparece lógico admitir que el aumento del nivelde vida de la población ha sido un bien para lahumanidad.

Claro que el consumo no es el único bien, nise presenta siempre limpio de posiblesdefectos. En lo que sigue, haremos algunos

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comentarios, desde el punto de vista eco-nómico y ético, sobre el consumo y la sociedadde consumo 27.

LA PROPORCION DE RENTA DEDICADAAL CONSUMO Y AL AHORRO

La proporción del consumo privado respectode la renta familiar disponible es relativa-mente estable a largo plazo, aunque presentaoscilaciones en el tiempo 28, representandocasi un 90 por ciento, en los años ochenta, enEspaña 29 (el 10 por ciento restante es elahorro de las familias que, junto con el de lasempresas y del sector público, se destina afinanciar la inversión). Esta relativa constanciade la proporción de renta dedicada al consumo(la propensión media al consumo) es común adiversas sociedades en diversas épocas.

Pero no todas las sociedades dedican lamisma porción de su renta al consumo:algunas, como lapón, Alemania, Holanda oItalia, tienen una propensión al ahorro másalta que otras como Estados Unidos o GranBretaña 30. Eso quiere decir que aquellassociedades menos gastadoras pueden tenermayores tasas de crecimiento del producto y,por tanto, de creación de empleo y de mejoradel nivel de vida futuro. Pero de esto no se

deduce que esa posibilidad se materialicesiempre, ni que esa conducta sea preferible.

En primer lugar, si un país tiene un nivel devida todavía bajo, es lógico que mantenga unaelevada porción de renta dedicada alconsumo, para beneficiarse ya ahora de susposibilidades económicas. En segundo lugar, sino hay proyectos de inversión eficientes, o sive el futuro con incertidumbre elevada (p. ej.,por un riesgo de invasión extranjera o deguerra), no tiene demasiado objeto ahorrar. Ytercero, si el gobierno penaliza el ahorro o lainversión con cargas fiscales excesivas, eslógico que se dediquen más recursos alconsumo. En suma, la proporción de rentadedicada al consumo y al ahorro dependerá deincentivos económicos, pero también de lacultura, la historia y los valores de la sociedad.Y no se puede afirmar que sea más eficiente omás ética la sociedad que decide consumir más(aunque tendrá, probablemente, un menorcrecimiento económico 31.

Tampoco se puede afirmar que un ahorrofamiliar bajo equivalga a una despreocupaciónpor el crecimiento o por el nivel de vida futuro:lo relevante es el ahorro total de las familias,empresas y administraciones públicas (más elque pueda recibirse del resto del mundo, parafinanciar la inversión) 32. Y será la organi-

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zación institucional y legal la que determinequé porción del ahorro procede de cada unade esas fuentes 33.

Además, hay que tener en cuenta que hayformas de ahorro que no parecen serio34. Tales el caso de la seguridad social, en la que, enlugar de dejar que cada familia organice suprevisión del futuro como desee, el Estadoretiene una parte de sus rentas (medianteimpuestos o cotizaciones sociales) y se com-promete a pagar unas contra prestaciones encaso de desempleo, jubilación, enfermedad,viudedad, orfandad, etc. Es, pues, un ahorroforzoso, que cumple la misma función que elahorro familiar voluntario 35.

Finalmente, tampoco desde el punto devista moral se puede afirmar que sea preferibleuna tasa de ahorro más elevada, como yahicimos notar 36.

“ESTIRAR EL BRAZO MAS QUE LAMANGA”: EXCESO DE CONSUMO YCREDITO

¿Vivimos por encima de nuestras posibili-dades? Como sociedad, no, puesto quenuestras familias consumen menos del cien porcien de sus rentas, como ya hemos visto. Y es

lógico que sea así: si alguien gasta por encimade sus posibilidades, otros agentes económicosdeben hacerlo por debajo, porque, en todocaso, el conjunto del país no puede gastar másde lo que produce 37.

Cabe, sí, que algunas familias consuman latotalidad de su renta, e incluso vivan porencima de sus posibilidades, sea reduciendo supatrimonio, sea endeudándose. Pero ésta notiene por qué ser una conducta censurabledesde el punto de vista económico y ético.

En efecto, es lógico que una familia joven,que inicia su andadura en la vida, se endeudepara montar el piso y quizás un pequeñonegocio, tener sus primeros hijos y educarlos,etc., contando con al disponibilidad de créditoal consumo y con que las rentas futuras espe-radas le permitirán pagar los intereses ydevolver los créditos 38.

Otro caso típico puede ser el de la familiaque atraviesa una situación transitoria, pre-vista o no, de rentas bajas (p.ej., porque unmiembro de la misma pierde su empleo) o degastos elevados (p. ej., por una enfermedad, laboda de un hijo, etc.). Si su nivel de riquezaacumulada lo permite, o si espera recuperarmás adelante su nivel normal de ingresos, eldeseo de mantener su nivel de consumomediante el endeudamiento (o la realización

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de parte de su riqueza) no parece censurable,como actitud económica y moral 39. Un tercercaso puede ser el de la familia en la terceraedad que utiliza sus activos acumulados (en unfondo de pensiones o por otro medios) paramantener su nivel de consumo. De nuevo eslógico hacerlo así, porque precisamente paraeso acumuló un patrimonio 40.

Todo lo anterior nos lleva a concluir que elendeudamiento o la realización del patri-monio para financiar el consumo (o la comprade una vivienda, que es inversión) sonopciones normales, que el moderno desarrollode los mercados de capitales ha puesto alalcance de muchas más personas. No debenjuzgarse críticamente, ni económica ni moral-mente, siempre que se actúe con prudencia.

En este orden de cosas, las tarjetas decrédito y las compras a plazos permiten ade-lantar las compras, pero no incrementar elvolumen total de consumo, pues en algúnmomento hay que devolver las deudas con-traídas (lo que es una forma de ahorro).

Aunque en términos relativos la porción derenta que consumimos no es creciente, sí lo esen términos absolutos, precisamente porqueaumenta la renta disponible. ¿Está justificadoese crecimiento (indefinido) del consumo? Porotro lado, con niveles absolutos de consumo

crecientes estaremos atendiendo a necesi-dades cada vez menos urgentes. ¿Tiene unlímite este proceso, en el plano ético (ya queno parece tenerlo en el plano económico)?

EL CONSUMO INNECESARIO

Hemos dicho antes que el consumo seordena al bienestar del hombre, y que las posi-bilidades de concreción de ese bienestar sonindefinidas e ¡limitadas. Por tanto, parecelógico concluir que, tarde o temprano, elconsumo recaerá en necesidades “innece-sarias” (es decir, aquéllas cuya contribución albienestar del sujeto sea muy baja, en términosde utilidad marginal). Estaremos entoncesante la compra de bienes o servicios de lujo 41:perfumes, joyas, bebidas sofisticadas, automó-viles de gran cilindrada, viajes a países exó-ticos,…

No resulta fácil dar un criterio sobre esto. Loque para una persona es un lujo puede noserlo para otra (la lectura, p.ej., o el uso de uncoche cómodo y potente para viajes largos). Eluso de un perfume puede estar ligado a cues-tiones de afecto, no de ostentación 42. Y nopuede decirse que sea un despilfarro regalar aun mendigo un pastel en lugar de unos kilosde garbanzos, porque también los más pobres

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tienen derecho a disfrutar de las cosas buenasde la vida. Las joyas, a su vez, tienen tambiénun contenido estético, y son una forma decolocar la riqueza (ahorro).

Probablemente lo más adecuado es recordarel criterio dado más arriba: cada persona debeplantearse una gama ponderada de necesi-dades, materiales y espirituales, propias,yajenas, que satisfacer. Cuanto más estén satis-fechas las necesidades materiales, más debeprestar atención a las espirituales, y cuantomás estén satisfechas sus necesidades perso-nales, más atención debe prestar a las de susallegados, y cuanto más atendidas estén éstas,más debe ocuparse de las de aquéllos que leson distantes 43. Ello sin excluir el que, ante uncaso de necesidad patente y grave de otrapersona, uno deba renunciar a necesidadesmenos graves, propias o de los suyos, a fin deatenderla 44.

LA CREACION DE NECESIDADES“INNECESARIAS”

Nuestra sociedad -dicen- se caracteriza porla creación de necesidades “innecesarias” o“artificiales”. Este es uno de los argumentostradicionales contra la publicidad. Pero, por lo

que llevamos dicho, necesita alguna mati-zación.

En primer lugar, las necesidades no se crean:ya existen, al menos en términos genéricos. Loque sí se crean son los medios concretos parasatisfacerlas, que las pueden convertir en máspróximas o urgentes.

Segundo, se puede discutir la existencia denecesidades “naturales”, contrapuestas a las“artificiales”, si tenemos en cuenta quealgunas tan “artificiales” como las de con-tenido cultural fluyen de la misma naturalezadel hombre.

Tercero, las necesidades pueden cambiar deimportancia para el sujeto en función de con-dicionantes externos, como la consideraciónsocial o la publicidad. De ahí que uno puedaverse impelido a tener un coche más grande, oa cambiar de modelo con más frecuencia, o atener un coche con más complementos, etc. Eneste caso, lo que ocurre es que el bien encuestión reúne atributos propios de variasnecesidades: capacidad de transporte, pres-tigio, comodidad, etc.

Es difícil, de nuevo, valorar todo esto desdeel punto de vista moral. El gusto por la lectura,que no consideramos una necesidad artificial ycensurable, se crea por la adicción y por la

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presión del ambiente. ¿Por qué hemos de con-siderar de otro modo el gusto por, las bebidascarbónicas o por los viajes?

La respuesta la hemos de buscar, comoantes, en la gama de necesidades, materiales yespirituales, propias y ajenas, que un sujetopone ante sí, y en los medios a que recurrepara satisfacerlas. La búsqueda del bienestartiene un límite cuando las nuevas necesidadesque satisfacemos no contribuyen positiva-mente a nuestra humanización, porque nosllevan a comportamientos egoístas o a laexcesiva atención a necesidades de ordeninferior (materiales) en detrimento de lassuperiores (espirituales) , que son las que máscontribuyen a aquella perfección. Y nótese elénfasis puesto en la excesiva atención a ciertasnecesidades, porque es esa polarización lo quehace inmoral la conducta -lo mismo que laatención egoísta a las necesidades propias, endetrimento de los deberes para con los demás.

LOS BIENES DURADEROS DE CONSUMO

Los bienes duraderos -aquéllos cuya vida útilno se agota en un solo uso o en un númeropequeño de usos- pertenecen más a la cate-goría del ahorro que del consumo. Seadquieren para disfrutar de sus servicios, y son

esos servicios los que, propiamente, debencontarse como consumo. Un televisor, p. ej.,proporciona entretenimiento, cultura, infor-mación, etc.; si no lo tuviésemos, recurriríamosseguramente a servicios alternativos: iríamos aconciertos, al cine o al teatro, leeríamos losperiódicos, etc. Por tanto, un televisor sevalora por el flujo actualizado de servicios queproporciona (o por el coste en que habría queincurrir para sustituir esos servicios por otrossimilares) 45.

Nuestros hogares se han ido llenando debienes duraderos, antes desconocidos. ¿Sonnecesarios, o forman parte de los que antes lla-mábamos de lujo?

El creciente volumen de bienes duraderos esun fenómeno económico normal. Son exce-lentes sustitutivos de servicios que, de otromodo, se comprarían fuera; ofrecen unamayor gama de posibilidades; son un mediopara colocar la riqueza; permiten el acceso aadelantos tecnológicos que antes no eran dis-ponibles, etc.: obedecen, en definitiva, a lasmismas causas que están detrás del creci-miento de la producción y del consumo.

Además, en muchos casos, los bienes dura-deros sustituyen al trabajo humano -comoresulta patente en gran número de electrodo-mésticos y otros bienes similares 46. En este

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sentido, esos bienes ocupan un lugar impor-tante en la mejora del nivel de vida de lapoblación, porque el trabajo es el recursoescaso por excelencia 47, el más caro 48. Y susustitución es una contribución positiva a laeficiencia económica.

Los problemas éticos derivados de los bienesduraderos de consumo no son diferentes de losantes citados. En principio, su utilizaciónmerece una valoración positiva, como contri-bución al bienestar humano. Del mismo modoque hay consumos inmorales, como la prosti-tución o las drogas, puede haber serviciosinmorales de bienes de consumo duraderos,como la pornografía en los televisores, o lapérdida de tiempo y la adicción en los video-juegos. Son, pues, bienes que admiten un usocorrecto y otro incorrecto, y es el uso lo quemerece el calificativo moral.

Los bienes duraderos que ahorran trabajopresentan nuevos problemas morales. Así, si eltrabajo es un bien del hombre, la sustituciónde parte de ese trabajo por máquinas puedeser un retroceso moral, si el tiempo que liberanse dedica a actividades que no sean otro bienverdadero para el hombre. Pero nada hay enlos electrodomésticos que merezca unacensura moral por esa razón.

Finalmente, los duraderos “innecesarios”merecen la misma consideración moral queantes se ha discutido a propósito de las necesi-dades “innecesarias” 49.

LOS CAMBIOS EN LA COMPOSICIONDEL CONSUMO

Este es otro motivo de atención desde elpunto de vista ético: el cambio en la compo-sición del consumo, del que los bienes dura-deros son un caso particular 50.

Ese cambio es lógico, y se explica, desde elpunto de vista económico, mediante variosargumentos.

En primer lugar, como ya señalamos,algunas necesidades son atendidas con prio-ridad y se cubren rápidamente: tal es el caso dela alimentación. Por tanto, su peso en elconsumo global tiende a reducirse, para dejarpaso a bienes que satisfacen otras necesidades.

Segundo, el aumento del nivel de ingresospermite el acceso a bienes de mayor calidad omejores servicios 51. Típicamente, unosingresos mayores se traducen en el consumode alimentos superiores, como la carne y elpescado frente a las patatas y los garbanzos,así como en la disponibilidad de bienes dura-

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deros, en el mayor peso de los gastos decultura, esparcimiento y viajes, etc.

El cambio en los precios relativos contribuyetambién al cambio en los patrones deconsumo. Los coches, los ordenadores y loselectrodomésticos se han abaratado, que-dando al alcance de rentas que antes no lle-gaban a poder adquirirlos. La técnica del con-gelado, los cultivos marinos, la agricultura deinvernadero, los piensos compuestos, etc., hanabaratado también muchos alimentos, hacién-dolos asequibles a rentas inferiores. Detrás deestos cambios se encuentra el progreso tecno-lógico, la ampliación de los flujos de comerciomundial, la reducción de trabas a la libre circu-lación de mercancías y servicios, etc. Y, cornoseñalamos antes, la proliferación de bienesduraderos, precocinados, congeladores, etc., yel uso de servicios de restauración externos alhogar, etc., son un reflejo del mayor coste dela mano de obra.

El problema moral en todos casos no es dife-rente del señalado antes: esos bienes que apa-recen ahora en el consumo de un númeromayor de familias, ¿contribuyen efectivamentea su humanización?

LA SOCIEDAD DE LOS DESECHOS

Cuando Juan Pablo II caracteriza nuestrasociedad de consumo, lo hace en términos delos “desechos” o “basuras”: “Un objetoposeído y ya superado por otro más perfecto,es descartado simplemente, sin tener encuenta su posible valor permanente para unomismo o para otro ser humano más pobre” 52.Hay en esta crítica varias dimensiones a consi-derar.

El elevado volumen de basuras y desechospuede ser la consecuencia directa de un mayorvolumen de consumo o del mismo crecimientode la población -aunque un análisis más deta-llado del tema nos muestra que el volumen dedesechos per capita ha aumentado considera-blemente en los últimos años. También puededeberse al cambio en la composición delconsumo y en las características de los bienesconsumidos: p.ej., cada vez se presta másatención al embalaje o envase 53.

Pero, sobre todo, es posible detectar unasociedad que cada vez cuida menos de con-servar las cosas: que gasta innecesariamente, yque desecha con facilidad.

El desecho fácil -”usar y tirar”- se comple-menta con otro hecho de nuestra sociedad: elmenor recurso a la reparación. La causa última

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de esto es, de nuevo, económica: dado que lamano de obra es escasa y cara, no resulta ren-table reparar un electrodoméstico estropeado,o es preferible cambiar todo el motor de uncoche en vez de reparar una sola pieza.

Pero es esto lo que parece censurar el Papa.¿Por qué? ¿No son de aplicación en estos casoslos criterios económicos? Por supuesto que sí.Pero Juan Pablo II nos está recordando otroscriterios superiores, que hay que tener encuenta en estos casos.

El primero, el “posible valor permanente (dela cosa) para uno mismo”. P. ej., se repara unreloj anti-guo, recuerdo de familia, con granvalor sentimental, aunque sea más barato sus-tituirlo por otro nuevo. Pero el Papa está pen-sando probablemente en otros valores supe-riores. Por ejemplo, la mentalidad de “usar ytirar” lleva consigo la falta de cuidado de lascosas, que dejan de ser instrumentos dados porDios para el servicio del hombre, para sermeros esclavos de nuestro capricho o como-didad. Por ello, puede ser conveniente repararuna cosa estropeada, aunque sea más caro quesustituirla por otra nueva, simplemente pararecordarnos la importancia del cuidado de lascosas materiales. Del mismo modo que puedeser conveniente llevar una ropa ya pasada demoda pero aún en buen uso, a pesar de que

sea barato sustituirla por otra. Y hacer que loshijos menores aprovechen ropa o libros de losmayores puede tener un excelente contenidoformativo, aunque económicamente no searentable. En definitiva, la economía y la efi-ciencia no son el criterio último para elhombre.

Pero, en todo caso, no hay que culpar de elloa la tecnología de “usar y tirar”, sino a losvalores humanos de los consumidores (o mejor,a su falta). Y si es verdad que aquella tecno-logía facilita el deterioro de los valores, pocoarreglaríamos prohibiéndola o sujetándola afuertes impuestos.

El otro argumento dado por Juan Pablo II esel valor de un bien “para otro ser humano máspobre”. Es inadmisible, en efecto, que se des-truyan alimentos en el mundo occidental, o sedesechen utensilios o máquinas aún en buenuso, cuando otras personas de menoresrecursos podrían beneficiarse de ellas.

De nuevo no es la técnica o la economía laculpable, sino los valores personales y sociales.Y no hay.que olvidar las dificultades y pro-blemas que se plantean. No basta recogermáquinas de afeitar deterioradas: hay queenviarlas a países en vías de desarrollo,mediante medios de transporte caros, y hayque proporcionarles la tecnología necesaria

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para arreglarlas (incluyendo las piezas derecambio, que ellos no están en condiciones deproducir). Y hay que evitar que con ello sehaga una competencia desleal a las industriaslocales, desanimándolas a producir. Comotambién hay que evitar que se fomente lamentalidad de vivir de las donaciones de lospaíses adelantados, en vez del trabajo y elesfuerzo propio.

Vivimos en una sociedad de] desperdicio ydel “usar y tirar”. Hay razones económicaspara ello. Pero hay también problemasmorales ~incluyendo el deterioro ecológicoque probablemente lleva consigo. La culpa noes de la economía ni de la técnica, sino delhombre. Y las soluciones que se busquen nodeben olvidar ni la economía ni la técnica.

EL CONSUMO, ¿PARA QUÉ?

A esa imagen de una sociedad actual despil-farradora y llena de desechos se superponeotra: la de que vivimos para trabajar, paraganar más; que los bienes duraderos deconsumo parecen tener como único objetofacilitar el trabajo fuera del hogar; que esetrabajo hace falta para pagar todos aquellosbienes (y un consumo elevado), y que noqueda lugar ni tiempo para los hijos 54.

Esta visión puede ser correcta. Pero noechemos por ello la culpa al microondas o allavavajillas. Si la gente trabaja más es porquees muy rentable: los altos salarios lo hacenatractivo (el trabajo, ya lo dijimos, es el bienescaso por excelencia). Es verdad que, si se con-formasen con menores niveles de consumopodrían vivir de otra manera. Pero esto noarreglaría el problema, porque, si las mujerescasadas no trabajasen, los niveles de salariosserían aún más altos y el incentivo a trabajarfuera sería aún mayor.

También es verdad que, si las mujerescasadas no tuviesen una ocupación remu-nerada fuera del hogar, podrían dedicarmuchas más horas a la familia. Pero entoncesno tendrían ingresos para comprar el lavava-jillas y el congelador, lavarían la ropa a mano ytendrían que acudir cada día al mercado parhacer la compra. Cambiar de régimen de vidasupondría también perder nivel de vida 55. Ylos electrodomésticos ya están ahí, de modoque el número de horas necesarias para eltrabajo del hogar se ha reducido ya, velis nolis.

En resumen, es éste un problema complejo,que no se arreglaría con soluciones simplistas,como gravar los electrodomésticos conimpuestos extraordinarios. La causa última delproblema moral hay que buscarla, una vez

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más, en el deterioro ético de la sociedad, no enlos altos salarios, ni en el aumento de lascomodidades.

CONCLUSION: LAS CAUSAS ULTIMAS DENUESTROS MALES

Nuestro análisis interdisciplinar, económicoy ético, nos ha llevado, una y otra vez, a lascausas últimas de nuestros males: el deteriorode los valores morales. El mismo concepto desociedad de consumo sugiere que hay unamentalidad colectiva en las sociedades occi-dentales avanzadas, que absolutiza elconsumo como bien del hombre.

Se considera, en efecto, la producción,tenencia, uso y consumo de bienes como unvalor central de nuestra sociedad. No hayrazón objetiva para ello -de hecho, no fue asíen épocas pasadas-, sino sólo un cambio en laescala de valores, que concede más impor-tancia al “tener” y al “consumir” que al “ser” -o, si se prefiere, al “gozar” que al “ser”,porque, como señala Juan Pablo II, esta“excesiva disponibilidad de toda clase debienes materiales (...) fácilmente hace alhombre esclavo de la posesión y del goceinmediato”, cuyos efectos son “en primertérmino, una forma de materialismo craso, y al

mismo tiempo una radical insatisfacción,porque se comprende rápidamente que -si nose está prevenido contra la inundación demensajes publicitarios y la oferta incesante ytentadora de productos-, cuanto más se poseemás se desea, mien-tras las aspiraciones másprofundas quedan sin satisfacer, y quizásincluso sofocadas” 56.

Ya hemos completado, pues, nuestro argu-mento: es bueno para el hombre tener bienesy consumirlos, porque con ello contribuye a subienestar, y éste es un deber moral, porquepermite que se humanice y que cumpla su fin.Pero cuando el hombre deja de buscar el bie-nestar y busca sólo el placer, equivoca sucamino y se aleja de su humanización y de sufelicidad. Cae así en un “materialismo craso” yen una “insatisfacción radical”, que pretendesatisfacer con más bienes, engañándose,porque su sed no es de bienes o de pla-ceres,sino de humanidad y de trascendencia, y esonunca se lo podrán dar los bienes. Por esoseñala Juan Pablo II que “‘tener’objetos ybienes no perfecciona de por sí al sujeto, si nocontribuye a la maduración y enriquecimientode su ‘ser’, es decir, a la realización de lavocación humana como tal” 57.

Así definido el problema, tiene aún otradimensión: la social. Las enormes desigual-

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dades en el consumo, entre los niveles de vidade personas y sociedades distintas, entre eldespilfarro y la ostentación de unos y lamiseria de otros, así como la sociedad de losdesechos y del “usar y tirar”, señalan que losbienes no están al servicio de todos loshombres, como Dios dispuso al principio. “Unade las mayores injusticias del mundo contem-poráneo consiste precisamente en esto: en queson relativamente pocos los que poseenmucho, y muchos los que no poseen casi nada.Es la injusticia de la mala distribución de losbienes y servicios, destinados originariamentea todos”’ 58.

A la vista de todo lo anterior, ¿se puedeafirmar que la sociedad de consumo es unaestructura de pecado, 59? Sí, al menos en unsentido parcial, referido no a los fenómenosantes considerados -diversidad de necesidadessatisfechas, proliferación de bienes deconsumo duradero, progreso tecnológico, etc.-, sino a la mentalidad colectiva que lleva a laexaltación del consumo como valor supremo, ala deshumanización del hombre en elconsumo, al desprecio de las necesidades delos demás, etc. No es, pues, una estructuraexterna al hombre, sino interna a él, la quedificulta una conducta ética en el consumo -y,

en tal sentido, sí podría calificarse deestructura de pecado.

Hemos afirmado que la deshumanizacióndel hombre -la búsqueda del bienestar,legítima, se convierte en una trampa- y elegoísmo son las causas últimas del problema.Los remedios habrá que buscarlos en el mismoorden de cosas: en la conversión de las mentesy de los corazones, en la vuelta a los criteriosmorales, en la revisión de los modelos cultu-rales. La economía puede ayudar: nos haayudado, de hecho, a arrojar luz sobre losfenómenos que hemos estudiado. Pero son lamoral y la religión las que, a través del rearmeético del hombre y de la sociedad, pondrán alconsumo en el lugar que le corresponde en laescala de los bienes humanos en el sentido queJuan Pablo II da al término 60.

NOTA BIOGRAFICA

Antonio Argandoña Rámiz Doctor enCiencias Económicas y Empresariales por laUniversidad de Barcelona, Catedrático de Fun-damentos del Análisis Económico. Es SecretarioGeneral y profesor del IESE y de la Facultad deCiencias Económicas y Empresariales de la Uni-versidad de Navarra. Miembro del ExecutiveCommittee de EBEN y Co-fundador y Secre-

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tario General de EBEN-España, entre susmuchas actividades profesionales no universi-tarias. Tiene numerosas publicaciones cientí-

ficas: libros, artículos, documentos de investi-gación centrados en temas económicos, éticosy de negocios.

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1. El Diccionario de la Real Academia de laLengua dice que consumir es “utilizar alguiencomestibles u otros géneros para su sustento”.El concepto económico va más allá delconsumo para el sustento, e incluye tambiénlos servicios. Un filósofo lo define como “elacto por el que el hombre se hace inmediata-mente receptor de la utilidad que para él tienealgún bien material” (A. Millán Puelles, Eco-nomía y libertad. Madrid: ConfederaciónEspañola de Cajas de Ahorro, 1974, p. 341).

2. Algunos economistas (no necesariamentemarxistas) han presentado a veces el consumocomo una forma de producción: el manteni-miento y desarrollo de la capacidad de trabajodel hombre. No obstante, el consumo se toma,habitualmente, como el término de la acti-vidad económica -aunque vaya seguido denuevas etapas, porque la vida continúa. Sinolvidar que probablemente todo acto deconsumo exige alguna aportación de trabajopropio (y de tiempo).

3. En todo caso, estos atributos cuentan enlas decisiones de consumo: algunos prefierenconsumir artículos nacionales, y otros deimportación, etc.

4. Estas clasificaciones suelen ser insatisfac-torias: no hay necesidades meramente ani-males en el hombre, que trasciende siempre su

mera condición de animal; las necesidadesfisiológicas tienen siempre un componenteespiritual -cuando menos, por la obligaciónmoral de satisfacerlas-; no está claro qué esuna necesidad creada en un ser cuya capacidad(natural) de necesidades es infinita; la nece-sidad más urgente es la todavía no satisfecha,sea de un tipo o de otro; etc.

5. Una interesante excepción a la escasarelevancia para la economía del tratamientofilosófico de las necesidades es el libro, citadoantes, de A. Millán Puelles, Economía ylibertad. Algunas de las ideas que aparecenmás abajo tienen que ver con las tesis de estelibro (principalmente con los cap. 1 y 8)

6. Y como esas necesidades implican, habi-tualmente, el uso de recursos, se supone que lacapacidad de consumo carece de límite -aunque a veces lo que crece es el consumo derecursos orientado a satisfacer indirectamenteuna necesidad: para ir al teatro no sólo hayque dedicar tiempo y dinero a ello, sinotambién a cenar fuera, tomar un taxi, etc. (sonconsumos complementarios). En todo caso, lailimitación de las necesidades, como la delconsumo, no es una hipótesis capital en eco-nomía.

7. Millán Puelles, op. cit., p. 18.

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8. Se trata, como veremos luego, de unaordenación subjetiva y ad casum, no con cri-terios objetivos y permanentes.

9. Esta es una de las razones por las que lasatisfacción de las necesidades básicas es undeber moral: porque, de otro modo, no sepuede atender a otras actividades o necesi-dades que permiten la maduración de lapersona.

10. La solución de los trade-offs entre nece-sidades se facilita por el principio de la utilidadmarginal decreciente: una nueva unidad debien consumido proporciona menos satis-facción al sujeto que la unidad anterior (porello, aunque nos guste mucho el helado, pre-ferimos tomar un café en lugar de la terceracopa de helado).

11. Santo Tomás relaciona esta tendencia albienestar con la búsqueda de la felicidad delhombre y con su vida en sociedad, ya que ésta.tiene por objeto facilitarle una vida digna (osea, su bienestar). Cfr. In Ethicor., lib. 1, lect. 1,n. 4 (cit. por Millán Puelles, op. cit., p. 43).

12. El economista expresa, p. e¡., la ilimi-tación potencial del bienestar presentando lamaximización de la función de utilidad comoun óptimo local, nunca absoluto.

13. Una teoría más compleja de las motiva-ciones humanas señalaría una jerarquía entreellas (no entre las necesidades) y unos procesosde aprendizaje y de interrelación, que compli-carían el análisis, invalidándolo en algunospuntos. Cfr.: J. A. Pérez López, La teoría de laacción humana en las organizaciones. Laacción personal. Madrid: Rialp, ColecciónEmpresa y Humanismo, 1991; A. Argandoña,“Mercado de trabajo. ¿supone alguna dife-rencia tratar con hombres?”, Actas del II Con-greso de Economía Regional de Castilla y León.Valladolid: junta de Castilla y León, 1991; “Laestructura interna de la empresa en la visiónde Coase”, presentado al curso La empresa,entre el taylorismo y el humanismo técnico, ElEscorial, 6-10 julio 1992; “On human motiva-tions: A unifying perspective”, presentado alcoloquio sobre Lo económico y la dinámicaglobal de la humanidad. Conversaciones deMadrid, El Escorial, 11-13 octubre 1992.

14. Millán Puelles, op. cit., p. 337. l5. Cfr.Millán Puelles, op, cit., cap. 8. Esto supone ir unpoco más allá de lo que afirma Juan Pablo II:“La demanda de una existencia cualitativa-mente más satisfactoria y más rica es algo en sílegítimo” (Centesimus annus, 36).

16. Cfr. A. Argandoña, El sentido cristianode los bienes económicos. Barcelona: Servicio

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de Documentación Montalegre, núm. 216,noviembre 1988.

17. Pero esas motivaciones pueden tenerconsecuencias económicas. Así p. ej., elconsumo suntuario puede dar lugar a unademanda de bienes que crece con el precio(efecto snob); y el consumo conspicuo puededar lugar a una demanda creciente de un biencuando otros consumidores lo demandantambién (efecto vagón de cola).

18. El proceso de formación de esas prefe-rencias, en que influyen la educación, el apren-dizaje personal y social, la experimentación, lapublicidad, etc., es poco conocido por los eco-nomistas. Generalmente se exige sólo que elmapa de preferencias de un consumidor estésometido a ciertos requisitos de racionalidad -que sea completo, consistente, transitivo, etc.-,a fin de evitar paradojas que impedirían suanálisis lógico. A lo más se ha llegado aenunciar una cierta hipótesis de que los gustoso preferencias cambian mediante la repeticióndel propio consumo, es decir, por un procesode aprendizaje. Cfr. G.J. Stigler y G, Becker, “Degustibus non est disputandum”, American Eco-nomic Review, 67, marzo 1977. El paralelismode este proceso con la adquisición de virtudessugiere que estamos ante un fenómenoconectado con la ética.

l9. Aunque el bienestar no consista en laacumulación de bienes, ni es sólo un estadosubjetivo, sino “la autoexpresión del peculiarespíritu del hombre en su circunstanciamaterial” (Millán Puelles, op. cit., p. 314).

20. De hecho, la teoría del consumo puededesarrollarse sin necesidad del concepto deutilidad.

21. Conviene subrayar que no hay por quéatribuir a estos enunciados un contenidohedonista o utilitarista (aunque la economíaconvencional se ha desarrollado bajo el para-digma utilitarista).

22. Otra cosa es cómo se defina esa renta: lade un mes o año determinado, la disponible alo largo de su vida, la personal o la familiar, laesperada, etc., en poder adquisitivo real (des-contando, pues, impuestos e inflación), etc.Habitualmente el economista supone que larenta relevante es la esperada para el conjuntode su vida o, cuando menos, para un largoperiodo de tiempo -lo que supone que el con-sumidor es un agente previsor, de largo hori-zonte temporal.

23. También hay un consumo de recursoslibres o no escasos, como el aire, pero noplantean problemas económicos relevantes

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(salvo cuando se vuelven escasos: p. ej., por lacontaminación).

24. Objeto, fin y circunstancias, de acuerdocon el criterio moral tradicional. Esto nospermite excluir, de entrada, la satisfacción denecesidades mediante objetos intrínsecamenteinmorales (drogas, prostitución, pornografía,artículos o rentas robados, etc.). El fin haráreferencia a la selección de necesidades y a lasmotivaciones, de que se habla en el texto.

25. Es la llamada paradoja del ahorro: unpaís que intensifique su ahorro presente, enlugar de aumentar su riqueza futura puedeencontrarse con una reducción de su renta.

26. No es infrecuente oir que el consumo essiempre deseable, porque permite mantenerpuestos de trabajo. Como argumentogenérico, es válido. Pero puede tratarse de unapobre excusa para conductas moralmentepoco rectas. Un efecto bueno -el empleo- nopuede hacer buena una conducta que estéviciada por otras razones: lujo, vanidad, osten-tación, despilfarro, etc. Y, seguramente, hayotros medios preferibles, económica y ética-mente, para mantener los puestos de trabajo.

27. Excluimos, por poco interesantes,algunos casos obvios, como el consumo de

bienes o servicios inmorales por su objeto,como drogas, pornografía o prostitución.

28. En el periodo 1985-90 un conjunto defactores económicos indujo a las familias espa-ñolas a aumentar la proporción de su consumorespecto de la renta: expectativas de ingresosfuturos elevados (por reducción del desempleoy crecimiento de los salarios), aumento delvalor de los activos acumulados por las familias(subida de la Bolsa y, sobre todo, revalori-zación de las viviendas), obsolescencia y enve-jecimiento del parque de bienes duraderos deconsumo (por su insuficiente reposición en losaños anteriores), tratamiento fiscal contrarioal ahorro, etc.

29. Cfr. A. Argandoña y J, A. García-Durán,Macroeconomía española: hechos e ideas.Madrid: McGraw-Hill Interamericana deEspaña, 1992, cap. 3.

30. En porcentaje del producto interiorbruto (no de la renta familiar disponible, quees la medida utilizada más arriba), el ahorrofamiliar bruto del lapón llegó al 40% en 1970,y se ha mantenido a una tasa media superioral 30% en los años siguientes; el de Italia, Ale-mania y Holanda estuvo por encima del 20%en los años setenta y ochenta, mientras que losde Gran Bretaña y Estados Unidos no llegaronal 20%.

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31. Ahorrar e invertir más supone mejorar lacapacidad de crecimiento y, por tanto, el nivelde vida de las generaciones futuras. Pero éstasse beneficiarán probablemente del progresotecnológico mucho más que la generaciónactual.

32. En definitiva, y haciendo una simplifi-cación, si las familias son propietarias de lasempresas, y si el gobierno trabaja para el bie-nestar de las familias, éstas acomodarán sunivel de ahorro privado al que resulte de lostres agentes económicos, porque todosestarán a su servicio.

33. Por ejemplo, el tratamiento fiscal de larenta y del ahorro de las familias frente al delos beneficios empresariales (retenidos orepartidos), la estructura y tamaño de lasfamilias, el crecimiento de la población, eldesarrollo del sistema financiero y los hábitosde financiación de las empresas, las tareas asig-nadas a las administraciones públicas, etc.

34. Como hay también formas de consumosustitutivas del consumo privado. Una sesiónde cine es un servicio (privado) de consumo,pero también lo es la visita gratuita a unmuseo o a un parque público, cuyo manteni-miento se integra en el presupuesto público.igualmente, el gasto en educación puedecorrer a cargo de la familia (y será un gasto de

consumo privado, aunque, con mayor pro-piedad, se debería calificar de inversión encapital humano) o del Estado (y será unconsumo público).

35. Aunque sus efectos económicos son dis-tintos. Cfr. A. Argandoña, “El sistema de Segu-ridad Social”, Información comercial Española,630-631, febrero-marzo 1986.

36. La alternativa moral ahorro-consumodependerá de las circunstancias, P. ej., unafamilia joven, con hijos pequeños y expecta-tivas de renta altas deberá dedicar proporcio-nalmente más recursos al consumo que otrafamilia ya madura o en la tercera edad.

37. salvo transitoriamente, contando con elahorro procedente del resto del mundo.

38. El principal problema ético que planteaesa manera de comportarse es la posibleimprudencia en la valoración de la propiacapacidad para hacer frente a las deudas en elfuturo.

39. Es razonable que se intente mantenerestable el nivel de consumo, a pesar de lasvariaciones de los ingresos, del mismo modoque no parece lógico tener un día grandescomilonas y pasar hambre al día siguiente (yesto es compatible con variaciones estacio-nales en el consumo: vacaciones de verano,

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Navidad y Semana Santa, consumo extra yregalos en Navidad, etc.).

40. En algunas sociedades, la familiadesempeña tareas propias de una entidad ase-guradora. P. ej., cuando un miembro de lafamilia cae en desempleo o queda sin recursos,pasa a vivir a costa de otros miembros. En talcaso, lo que se observa es un aumento delconsumo de estos últimos.

41. Utilizamos aquí el concepto popular -eimpreciso- de bienes de lujo. Para el econo-mista, son bienes de lujo aquéllos cuya elasti-cidad-renta es positiva, es decir, cuyo consumocrece proporcionalmente más que la renta. Eneste sentido, la gran mayoría de bienes ordi-narios serían de lujo.

42. Cristo valoró muy positivamente el “des-pilfarro” de aquella mujer que ungió sus piescon un perfume de gran precio (Cfr: Mt. 26, 6-13)

43. Esto último responde al criterio de quela caridad debe ser ordenada.

44. Desde antiguo la Doctrina Social cris-tiana ha recordado el deber de ayudar a losdemás con los bienes no necesarios para unomismo, aunque sean convenientes para la dig-nidad y el decoro propio (Rerum novarum, 16),esto es, con las “rentas libres” (Quadragesimo

anno, 50), así como la responsabilidad detodos los hombres respecto de] hambre en lospaíses en vías de desarrollo (Mater et magistra,158, 161-162), hasta negar el derecho a lo quesupera a la propia necesidad, cuando otros seencuentran en una necesidad mayor (Popu-lorum progressio, 23) y extender el deber deayuda incluso con lo que uno necesita para símismo (Sollicitudo rei socialis, 31).

45. Como en toda valoración económica,hay que tener en cuenta también otrosefectos: el televisor sustituye a otros servicios(cine, p. ej.) produce economías y deseco-nomías (ahorra tener que cenar fuera para ir alteatro, puede repercutir negativamente en lashoras de sueño y molestar a los vecinos), etc.

46. También sustituyen al trabajo humanomuchos bienes no duraderos, como los platosprecocinados, o los servicios de restauración(en este último caso se sustituye trabajo deama de casa por trabajo, probablemente másbarato, de empleados de restaurante, ademásde capital físico).

47. Esta es la tesis central del libro de JulianL. Simón, The Ultimate Resource (Princeton:Princeton University Press, 1981).

48. Puede parecer que el trabajo en el hogares muy barato, porque no recibe compen-

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sación directa alguna. Pero el concepto eco-nómico de precio es más amplio que el desimple pago directo, e incluye el coste de opor-tunidad -aquello a lo que se renuncia. En estesentido, el trabajo en el hogar tiene costes deoportunidad muy altos: primero, porque lossalarios son muy altos fuera, y segundo,porque el trabajo en el hogar después de unajornada de trabajo fuera tiene también uncoste muy alto, en términos de renuncia al ocio(descanso, distracciones, cultura, deporte,etc.).

49. El concepto de innecesario es, comoantes, relativo. Un abrecartas eléctrico puedeser un lujo para una persona que recibe sólotres cartas al año (aunque puede tener paraella un gran contenido afectivo o estético,p.ej.), pero no será superfluo en una oficinacon un gran volumen de correo.

50. He aquí un ejemplo, extraído de laEncuesta de Presupuesto Familiares del Ins-tituto Nacional de Estadística español(consumo per capita, en porcentaje del total):1980-81 1990-91 Alimentos 35,89 29,82 Vestido9,96 11,74 Vivienda 10,42 10,58 Menaje 8,566,72 Médicos 2,76 3,21 Transporte 14,96 14,91Cultura 7,49 7,47 Otros 9,96 15,55

51. Son los bienes que el economista calificacomo de lujo, es decir, que tienen una elasti-cidad-renta mayor que la unidad.

52. Sollicitudo rei socialis, 28 (subrayadonuestro).

53. Puede haber en ello algo de moda, deinflujo publicitario, etc., pero también unarazón de servicio: el envase individual facilitala compra, aísla el producto de posibles fac-tores contaminantes, facilita su procesado ytransporte, etc.

54. Ni para la atención a los ancianos, nipara la preocupación por los demás, ni para elcultivo de valores superiores, ni para la partici-pación en actividades sociales desinteresadas oen servicios gratuitos a los demás, ni para elfomento de los valores religiosos, ni para labúsqueda de la belleza, la verdad y el bien,...Cfr. Juan Pablo II, Discurso a empresarios y tra-bajadores de Porto Marghera, 17 de junio de1985, n.3 (en D. Melé, ed., Empresa y economíaal servicio del hombre. Mensajes de Juan PabloII a los empresarios y directivos económicos.Pamplona: EUNSA, 1992, p. 182); Ibid., Cente-simus annus, 36.

55. La idea del salario para la mujer casadaque trabaja en el hogar pertenece al terrenode la utopía económica, al menos por ahora.

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56. Sollicitudo rei socialis, 28. 57. Ibid. 58. Ibid, (énfasis en el original), Cfr. tambiénOctogesima adveniens, 9.

59. Ibid., 36. 60. Sobre la labor educadora necesaria paraese rearme, cfr. Centesimus annus, 36.

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