La eucaristía en la vida de los santos
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La Eucaristía en la vida
de los Santos
«La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana»
(Lumen Gentium, nº 11)
• «Habéis nacido de la Hostia»
• Testimonio de los Santos sobre el valor de la Eucaristía
• Dones eucarísticos concedidos a los Santos
• «Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo»
Contenido
«Habéis nacido de la
Hostia»
«Habéis nacido de la Hostia», solía decir el Beato Giacomo Alberione (1884 - 1971), fundador de la familia paulina, a sus hijos espirituales.
«Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
Todos los Santos y Beatos cristianos han recibido la plenitud de la vida espiritual de Cristo vivo presente en la Eucaristía.
Su fe en la presencia real es tan fuerte que se pasan horas y horas, acompañando, amando, adorando a Jesús Sacramentado.
«La Eucaristía es el secreto de los Santos», dijo el Beato Juan Pablo II.
Testimonio de los
Santos sobre el valor
de la Eucaristía
San Tarcisio (año 258), patrono de los monaguillos y de los niños de la adoración nocturna.
El Papa Sixto, después de celebrarMisa en las catacumbas de San Calixto de Roma, encomendó a Tarcisio, acólito de 11 años, llevar la comunión a unos cristianos que iban a morir ese día en el circo.
Pero unos niños compañeros suyos, al querer descubrir lo que llevaba, lo mataron. El catecúmeno Cuadrado pudo llegó en el último momento, rescató la Eucaristía y se llevó el cadáver.
San Efrén (306 - 373) escribió:
«Oh Señor, no podemos ir
a la piscina de Siloé a la que enviaste el
ciego.
Pero tenemos el cáliz de tu Preciosa Sangre,
llena de vida y luz.
Cuanto más puros somos,
más recibimos».
San Cirilo de Jerusalén (315 - 386):
«Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno,
de igual modo el que comulga está tan unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él».
San Agustín (354 - 430):
«Reconoce en este Pan lo que colgó en la cruz,
y en este Cáliz lo que fluyó
de su costado...
Todo lo que en muchas y variadas maneras
fue anunciado de antemano
en los sacrificios del Antiguo Testamento
pertenece a este singular
Sacrificio que se revela en
el Nuevo Testamento».
Papa San Gregorio Magno (540 - 604):
«El sacrificio del altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios, cuando nos presentamos como víctimas».
San Anselmo de Canterbury (1033 - 1109):
«Una sola Misa ofrecida y oída en vida con devoción,
por el bien propio,
puede valer más que mil Misas celebradas por la misma intención, después de la
muerte».
San Bernardo de Claraval (1090 - 1153):
«Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación».
Santa Clara de Asís (1193 - 1253):
Cuidaba mucho la preparación espiritual antes de comulgar, ayudándose para ello de la confesión, y encareciendo ésta tanto o más que aquélla.
El laxismo actual en el uso de la Eucaristía lleva a lo contrario, a comulgar muchas veces, no confesando sino muy de tarde en tarde.
San Francisco de Asís (1182 – 1226):
Consideraba un grave desprecio
no oír, por lo menos cada día,
a ser posible, una misa. Comulgaba muchísimas
veces, y con tanta devoción, que
infundía fervor a los presentes. Decía:
«El hombre debería temblar,
el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería
conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece
sobre el altar en las manos del
sacerdote».
San Buenaventura (1221 – 1274):
«La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene.
Es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido.
Hay en la Santa Misa tantos misterios como gotas de agua en el mar, como átomos de polvo en el aire y como ángeles en el cielo».
Santo Tomás de Aquino (1225 - 1274), sacerdote dominico, en el momento de la consagración tenía tan intensa devoción que rompía a llorar, absorto en el gran milagro.
En su gran obra, Suma Teológica, escribió:
«No te preguntes si está o no Cristo en la Eucaristía, sino acoge con fe las palabras del Señor; porque Él, que es la Verdad, no miente. La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz».
En una ocasión, después de escribir un tratado sobre la Eucaristía, oyó
que Jesús le decía:
«Has escrito muy bien sobre el Sacramento de mi Cuerpo».
Santa Ángela de Foligno (1249 - 1309):
«Si tan solo nos detuviéramos por un momento para considerar con atención lo que ocurre en este Sacramento,
estoy segura de que pensar en el amor de Cristo por nosotros transformaría la frialdad de nuestros corazones en un fuego de amor y gratitud».
Santa Catalina de Siena (1347 – 1380):
« ¡Oh hombre avaricioso! ¿Qué te ha dejado tu Dios?
Te dejó a sí mismo, todo Dios y todo hombre,
oculto bajo la blancura del pan. ¡Oh fuego de amor!
¿No era suficiente habernos creado
a imagen y semejanza tuya, y habernos vuelto a crear por la
gracia en la sangre de tu Hijo,
sin tener que darnos en comida a todo Dios, esencia divina?
¿Quién te ha obligado a esto? Sola la caridad, como loco de
amor que eres».
San Lorenzo Justiniano (1381 – 1455):
«Nunca lengua humana puede enumerar los favores que se correlacionan al Sacrificio de la Misa.
El pecador se reconcilia con Dios; el hombre justo se hace aún más recto; los pecados son borrados; los vicios eliminados; la virtud y el mérito crecen, y las estratagemas del demonio son frustradas».
Santa Catalina de Génova (1447 – 1510):
«El tiempo que me he pasado frente al sagrario ha sido el tiempo mejor empleado de mi vida».
Santa Teresa de Jesús (1515 - 1582):
«Sin la Santa Misa, ¿que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos, ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio».
En cierta ocasión, Santa Teresa se sentía agradecida por la bondad de Jesucristo que se le aparecía y le hizo esta pregunta: «Señor mío, ¿cómo os podré agradecer? Nuestro Señor le contestó: «Asistid a una Misa».
San Felipe Neri (1515 - 1595):
«Con oraciones pedimos gracia a Dios;
y en la Santa Misa comprometemos
a Dios a que nos las conceda».
San Francisco de Sales (1567 - 1622), patrono de los periodistas, escribió:
«Cuando la abeja ha recogido el rocíodel cielo y el néctar de las flores más dulce de la tierra, se apresura a su colmena.
De la misma forma, el sacerdote, habiendo del altar al Hijo de Dios (que es como el rocío del cielo y verdadero hijo de María, flor de nuestra humanidad), te lo da como manjar delicioso».
San Alfonso María de Ligorio (1696 - 1797):
«El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa».
«Tened por cierto el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día».
Santa Margarita María de Alacoque (1647 - 1690) en sus escritos relata:
«Delante del Santísimo Sacramento me encuentro tan absorta, que jamás siento cansancio. Pasaría allí los días enteros con sus noches, sin comer ni beber y sin saber lo que hago, consumiéndome en su presencia como un cirio ardiente para devolverle amor por amor. No puedo quedarme en el fondo de la iglesia, por sentir confusión dentro de mí misma. Debo acercarme cuanto pueda al Santísimo Sacramento».
Santa Verónica Giuliani (1660 – 1727)
escribió en su Diario:
«Me parece ver en el Santísimo Sacramento como en un trono a
Dios Trino y Uno: el Padre con su Omnipotencia,
el Hijo con su Sabiduría y el Espíritu Santo con su Amor.
Viniendo a nosotros Dios, viene todo el paraíso.
Estuve todo el día fuera de mí de alegría, viendo cómo Dios está
escondido en la Hostia santa.
Y, si tuviese que dar la vida para afirmar
esta verdad, la daría mil veces» .
San Leonardo de Puerto Mauricio (1676 - 1751):
«Oh gente engañada, ¿qué estáis haciendo? ¿Por qué no os apresuráis a las Iglesias a oír tantas Misas como puedan?
¿Por qué no imitáis a los ángeles, quienes cuando se celebra una Misa, bajan en escuadrones desde el Paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración, para interceder por nosotros?».
El Santo cura de Ars, San Juan María Vianney (1786-1859), pasaba ante el sagrario largas horas de adoración durante la noche.
Mostraba gran veneración por el Sacramento cuando hacía la genuflexión ante Él, y en sus homilías solía señalar el sagrario, diciendo con emoción:
«Él está allí... Si conociéramos el valor de la Santa Misa nos moriríamos de alegría y haríamos el más grande esfuerzo por asistir a ella. ¡Qué feliz es el Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa! La Misa es la devoción de los Santos».
San Pedro Julián Eymard (1811 - 1868):
«Sepan, Cristianos, que la Misa es el acto de
religión más sagrado.
No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa
devotamente, y tan a menudo como sea
posible».
San Antonio María Claret (1807 - 1870) afirma en su Autobiografía:
«Delante del Santísimo Sacramento siento una fe tan viva que no lo puedo explicar.
Casi se me hace sensible. Estoy constantemente besando sus llagas y me quedo finalmente abrazado con Él. Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia de su divina presencia, cuando llega la hora».
Beatos Luis Martin (1823 - 1894) y Celia Guérin (1831 - 1877), padres de Santa Teresita del Niño Jesús.
La fuerza que necesitan en su matrimonio la obtenían de la Misa diaria juntos. Eran miembros de la adoración nocturna.
Santa Teresita del Niño Jesús (1873 - 1897) llamaba a Jesús Eucaristía «el prisionero de amor».
Compuso un hermosa poesía que nos revela su amor ardiente y dependencia total por el Sacramento:
«Quiero ser llave del sagrario para abrir la prisión de la Santa Eucaristía. Quiero ser la lámpara que se consuma cerca del sagrario.. Quiero ser la piedra del altar para ser un nuevo establo en donde repose la Eucaristía. Quiero ser corporales para guardar en ella la hostia consagrada. Quiero ser patena, quiero ser custodia, quiero ser cáliz».
Beato Padre Damian de Molokai, Apóstol de los Leprosos (1840 - 1889):
«Si no fuese por la constante presencia de Nuestro Divino Maestro en nuestra humilde capilla,
no hubiese podido perseverar en participar de la misma suerte
de los leprosos en Molokai. La Eucaristía es el pan de vida que me da
fuerza para todo esto. Es la prueba más elocuente de
su Amor y el medio más poderoso para aumentar en
nosotros su misma caridad. Él se nos da diariamente
para consumir nuestros corazones con su fuego purificador y transformador, para que incendiemos a los demás con el ardor de su
amor».
Lucía, la vidente de Fátima, refiere en sus Memorias que el Ángel de Portugal en 1917 les dio a los tres niños la comunión.
El Ángel tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la que caían gotas de sangre dentro del cáliz.
El Ángel dejó suspendido en el aire el cáliz, se arrodilló junto a ellos y les hizo repetir tres veces la oración
«Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores».
Después de rezar, el Ángel se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la Hostia. Dio la sagrada Hostia a Lucía y la Sangre del cáliz la dividió entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
«Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Cristo, horriblemente ultrajado por la ingratitud de los hombres. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios».
Éste fue el comienzo de un amor asombroso de estos tres niños a Jesús escondido en el sagrario. Le decía Jacinta a Lucía, estando en el hospital, cerca de su muerte:
«¿Has comulgado? Acércate aquí junto a mí, que tienes en tu corazón a Jesús escondido. No sé como es, pero siento a Nuestro Señor dentro de mí y comprendo lo que me dice, aunque no lo veo ni lo oigo, pero ¡es tan bueno estar con Él!».
Y decía:
«Amo tanto a Jesús escondido... ¿En el cielo no se comulga? Si se comulga, yo voy a comulgar todos los días. Si el Ángel fuese al hospital a llevarme otra vez la sagrada Comunión, ¡qué contenta quedaría!».
Beato Charles de Foucauld (1858 - 1916):
«¡Qué delicia tan grande, Dios mío, poder pasar quince horas sin nada más que hacer que mirarte y decirte: Te amo!».
Algo parecido refería el Beato Rafael Arnáiz (1911 - 1938):
«¿Qué puede haber en el mundo que pueda dar más gozo a alma? En los ratos que paso mirando al sagrario a través de mi ventana, veo más grandiosidad en Dios en el sublime misterio de su permanencia entre los hombres que en todas las obras que salieron de sus manos y que están manifestadas en el mundo».
Beato Manuel Gónzalez, obispo de la Eucaristía (1877 – 1940):
«El sagrario es el lugar más poderoso de la tierra».
En su epitafio mandó escribir:
«Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadle abandonado!».
San Pío de Pietrelcina (1887 - 1968):
«Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol,que sin la Santa Misa».
«Mil años de gozar la gloria humana no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el Santísimo Sacramento».
Beata Teresa de Calcuta (1910 - 1997):
«Jesús en la Eucaristía y Jesús en los pobres, bajo las especies del pan y bajo las especies del pobre, eso es lo que hace de nosotras contemplativas en el corazón del mundo».
Las Misioneras Hermanas de la Caridad viven en una comunidad llamada «sagrario», comulgan todos los días y todos los días hacen una hora de adoración eucarística, para tener la fuerza y el amor necesario para ayudar a los pobres.
Al Beato Papa Juan Pablo II (1920 – 2005),
recién elegido Sumo Pontífice, uno de sus secretarios no lo
encontraba después de buscar por todas partes. Desesperado, preguntó al sacerdote
que era secretario del Santo Padre desde Polonia, y éste le dijo
que buscara en la capilla, frente al sagrario.
Al llegar allí encontró al Papa postrado
con su rostro en tierra y con sus manos extendidas ante Jesús
Eucarístico.
«La Santa Misa es el centro absoluto de mi vida
y de cada día de mi vida», declaró en una ocasión.
Dones eucarísticos concedidos a los Santos
«Hierognosis» o «conocimiento sagrado»
Algunos santos tuvieron el don de distinguir objetos bendecidos de otros que no lo están, así como Hostias consagradas de otras que no lo están.
A la Beata Ana Catalina Emmerick (1774 - 1824) le hicieron varias pruebas, llevándole hostias sin consagrar e inmediatamente se daba cuenta.
A San Alfonso María de Ligorio (1696 - 1797), estando gravemente enfermo, le llevaron la comunión, pero empezó a gritar:
«¿Qué me han hecho? Me han traído una hostia sin Jesús».
Resultó que el sacerdote que había celebrado la Misa ese día, se había olvidado de la consagración.
Iluminación del rostro
A muchos santos se les iluminaba su rostro al comulgar o de estar durante horas frente al Santísimo, manifestando con ello que la Luz de Cristo inundaba sus almas.
Así le sucedía, por ejemplo, a Santa Clara de Asís.
Olor a flores
Otros Santos, como el Padre Pío, después de celebrar la Misa
por donde pasaban dejaban un aroma de flores, casi siempre de rosas, para revelar el buen olor de Cristo.
Levitación
Otros Santos levitaban, para mostrar el elevado nivel de santidad en el que estaban sus almas,
como San José de Cupertirno (1603 - 1663),
que durante la Consagración, al contemplar la Hostia consagrada
y el Cáliz, se elevaba tan alto, que a veces llegaba
al techo de la iglesia.
Visión de Jesús en la Hostia
Santa Catalina de Siena (1347 - 1380) vio un día a Jesús en las manos del sacerdote y la Hostia le pareció como una hoguera brillante de amor.
Santa Teresa de Jesús (1515 - 1582) escribió:
«Un día, oyendo Misa, vi al Señor glorificado en la Hostia».
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
El 16 de junio de 1675, estando en adoración Santa Margarita María de Alacoque, se le presentó Jesús con su divino Corazón ardiendo en llamas y le dijo:
«Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y, sin embargo, no recibe de ellos sino ingratitudes y desprecios. ¡Al menos tú ámalo!».
A continuación Jesús instituyó la
devoción a su Sagrado Corazón:
«Yo prometo, en la excesiva misericordia de
mi Corazón, que mi amor todopoderoso
concederá a todos los que comulguen nueve
primeros viernes de mes seguidos,
la gracia de la penitencia final,
que no morirán en mi desgracia
ni sin haber recibido los Sacramentos.
Mi Corazón será su asilo seguro
en los últimos momentos».
Institución de la Fiesta del Corpus Christi
Santa Juliana de Cornillón (1193 - 1246), religiosa belga, tuvo una visión extraordinaria.Vio a Jesús mostrándole la luna llena, con una mancha oscura sobre ella.
«La mancha negra simboliza la ausencia de una fiesta en honor del Santísimo Sacramento», le dijo.
Ella convenció al obispo de Lieja para que instituyera esta fiesta y, cuando llegó a Papa, con el nombre de Urbano IV, la instituyó en 1264 para toda la Iglesia, con el nombre de Corpus Christi, convencido también por el milagro eucarístico de Bolsena-Orvieto.
Defensa contra ataque enemigo
Santa Clara de Asís en 1244, ante el ataque de los sarracenos a su convento, les salió al encuentro con la custodia, que contenía a Jesús sacramentado.
Del Santísimo salieron rayos resplandecientes que cegaron a los enemigos y los hicieron huir, salvándose así el convento y la población del lugar.
Contemplación de la Eucaristía
El Beato Gracia de Cátaro (1423-1508), San Pascual Bailón (1540-1592) y otros tenían la gracia de contemplar desde donde estuvieran, el momento de la elevación del Santísimo que sucedía en una Misa cercana.
Santa Clara de Asís fue nombrada patrona de la televisión en 1958 por Pío XII, porque en la noche de Navidad de 1252, estando gravemente enferma, tuvo la gracia de poder ver desde su celda la celebración que tenía lugar en la iglesia. Una experiencia de televisión mística.
Inedia o ayuno absoluto
Algunos santos han pasado años sin comer ni beber más que la comunión
diaria, como Santa Ángela de Foligno (1249 -
1309) por 12 años, Santa Catalina de Siena
(1347 - 1380) por 8 años, Beata Elizabet de Reute
(1386 - 1420) por 15 años, Santa Liduvina (1380 -
1433) por 28 años, San Nicolás de Flue (1417 -
1487) por 20 años, Santa Catalina de
Raconixio (1468 - 1547) por 10 años, Santa Rosa de Lima.
Este fenómeno suele estar acompañado de un hambre torturante por recibir a
Cristo en la Eucaristía.
Matrimonio Eucarístico
Santa Teresa de Jesús (1515 - 1582) escribió en sus Moradas:
«Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que mi alma se hacía una cosa con aquel Cuerpo Sacratísimo del Señor».
Gracias especiales
Santa Micaela del Santísimo Sacramento(1809-1865), llamada la loca del Sacramento, por ser la Eucaristía su pasión, delirio y locura, afirma en su Autobiografía:
«Me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que, desde los sagrarios, derrama sobre la tierra y sobre cada individuo, según la disposición que tenga... Vi el torrente de gracias que el Señor derrama en el que lo recibe con fe y amor como si derramara piedras preciosas de todos los colores... Vi cómo queda uno bañado y envuelto en humo luciente y brillante de gracia, que no se borra esta impresión del corazón”.
Descanso espiritual
San Josemaría Escribá de Balaguer (1902 - 1975) escribió en su libro
Es Cristo que pasa:
«Jesús nos espera en el sagrario desde hace 2.000 años. Es mucho tiempo y no es
mucho tiempo, porque, cuando hay amor los días vuelan. Para mí el sagrario ha
sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde
podemos contarle nuestras preocupaciones, sufrimientos, ilusiones y
alegrías con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos
amigos suyos, Marta, María y Lázaro. El Señor busca mi pobre corazón como trono para no abandonarme, si yo no me aparto
de Él».
«Yo estaré con
ustedes hasta el fin del
mundo»
Los Santos nos demuestran que la Eucaristía es el lugar de encuentro con Dios, como en la Biblia la tienda de la reunión, donde «Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33,11) y es santificado por Dios.
La Eucaristía es Nuestro Señor realmente presente, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, oculto bajo las apariencias de pan, pero real y físicamente presente en la Hostia Consagrada.
Vive en medio de nosotros para santificarnos, transformarnos en su imagen, para liberarnos del pecado, del demonio y de la carne, para levantarnos con el poder de su vida divina resucitándonos de toda muerte y esterilidad espiritual.
Está con nosotros para calmar las tempestades interioresde nuestras pasiones bajas; para abrir los ojos ciegos de nuestras almas, para romper las cadenas de opresiones, hábitos pecaminosos, ataduras a lo terreno y elevar todas nuestras potencias humanas a los bienes celestiales.
Se quedó con nosotros para transmitir la caridad y misericordia de su corazón, y darnos corazones generosos capaces de perdonar y hasta de hacer el bien a los enemigos; para capacitarnos formarnos, forjarnos en su imagen... para ser modelados en Él, de tal forma que el mundo reconozca el rostro de Cristo en los nuestros.
Jesús Eucaristía sólo te pide abandonarte como un niño en sus brazos divinos, con una confianza absoluta, sin miedo al presente ni al porvenir. Éste es el camino y la ciencia que aprenden los Santos.
Y tú, ¿quieres ser Santo?
«Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Lumen Gentium, 40).
Jesús Eucaristía te espera cada día para darte un abrazo, especialmente en
momento de la comunión. Por eso, Santa Teresita del Niño Jesús
decía:
«Tus brazos, Jesús mío, son el ascensor para elevarme hasta el cielo».
¡Déjate abrazar por Jesús, y Él te conducirá rápidamente a la santidad!
En estas horas de sombras, necesitamos que brille
la luz de Cristo en la santidad de los hijos de la Iglesia.
Debemos presentar a la humanidad la "luz verdadera que ilumina a todo
hombre que viene a este mundo»
(Jn 1, 9).
Concluyo con las palabras de los dos últimos Papas:
«Pido a Dios tres veces santo, que, por intercesión de esta inmensa multitud
de testigos, los haga santos, los santos del tercer milenio» (Beato Juan Pablo II)
«Encomendemos a la Virgen María, guía segura hacia la santidad,
nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos su
maternal intercesión» (Benedicto XVI)
Bibliografía
Peña, A. (s/f). Jesús Eucaristía, el Amigo que siempre te espera. Recuperado de http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=509&capitulo=6433.Los Santos, la Eucaristía y la Misa (s/f). Recuperado de http://www.corazones.org/sacramentos/eucaristia/santos_misa.htm.Niños santos de la Eucaristía (s/f). Recuerado de http://vivirdelaeucaristia.blogspot.mx/2010/04/ninos-santos-de-la-eucaristia.html.El secreto de los santos (s/f). Recuperado de http://vivirdelaeucaristia.blogspot.mx/2010/04/el-secreto-de-los-santos.html.Los santos y la comunión eucarística (2008). Recuperado de http://encuentra.com/eucaristia/los_santos_y_la_comunion_eucaristica_14579/.Galindo. A. (s/f). Recuperado de http://regnummariae.org/ano_eucaristia/la_eucaristia_fuente_de_santidad.htm.