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P RINCIPIOS La Familia Internacional WWW . LAFAMILIA . ORG EL MITO DE LA COACCIÓN PSICOLÓGICA Y EL LAVADO DE CEREBRO: Manipulación política de la persecución religiosa L as últimas décadas han visto aumentar el nú- mero de feroces campañas difamatorias contra personas de buena fe ligadas a diversas confesiones religiosas. Durante estas cruzadas se adujo que la consagración e idealismo de esas personas eran sintomáticos de haber sufrido un lavado cerebral o de coacción psicológica o espiritual. La suposición de que dirigentes de todas las confesiones religiosas ejercen dominio sobre la conciencia de sus adeptos se exageró tanto en los medios de comunicación que dio pie a la difusión generalizada de dicho concepto. Como consecuencia de ello, se ha coar- tado la libertad de culto en varios países y cada vez son más los gobiernos que propician legislación similar, aunque la misma restrinja la libertad de conciencia y sea por ende inconstitucional en la mayoría de los estados a que nos referimos. Por lo demás, ciertos antirreligiosos han intentado presentar en los tribunales sus teorías del lavado de cerebro como verdades científicas demostradas, pese a que las mismas han sido rechazadas por la mayoría en círculos académicos de amplitud in- ternacional. En diversa medida dichas tentativas, acompañadas de un intenso cabildeo por parte de sectores antirreligiosos, han conferido a la teoría de la robotización una aceptación nominal en algunos informes oficiales emitidos por ciertos gobiernos de Europa Occidental y en diversas leyes promulgadas por los mismos, pese a que el concepto no deja de ser nebuloso ni aparece claramente definido. Organizaciones antirreligiosas de varios con- tinentes apoyan e incluso patrocinan a los escasos psicólogos o académicos que propugnan la teoría de la usurpación de las facultades mentales con el objeto de combatir a diversas confesiones y hermandades religiosas. Esos señores —autodenominados ex- pertos en la materia— encubren la intolerancia y fanatismo de sus patrocinadores bajo el manto de una terminología seudomédica, a fin de dar visos de respetabilidad a sus actos y afirmaciones carentes de ST012–0403 toda ética científica. Estos entes opuestos a la liber- tad de culto y al derecho de las personas a asociarse se conocen colectivamente como el movimiento o liga de organizaciones antisectarias, en referencia directa a las agrupaciones religiosas minoritarias a las que atacan, a las cuales se refieren popularmente como sectas. La palabra secta, en su uso corriente, es impropia, toda vez que está cargada de prejuicios y se emplea con el objeto de denigrar a las religio- nes minoritarias. Las organizaciones antisectarias se han arrogado la facultad de determinar cuáles agrupaciones merecen considerarse religiosas y cuáles constituyen sectas, a las que definen como grupos destructivos con el fin de obviar su natu- raleza religiosa. Argumentan que profesar fe en una religión auténtica es una expresión de libre albedrío mientras que las sectas emplean técnicas de manipulación del pensamiento que acaban por controlar al individuo y no le permiten tomar libremente sus propias decisiones. Por tratarse de un mito que no tiene la menor base científica ni médica, refutamos la validez del concepto popularizado por nuestros perseguidores, de que mediante técnicas de persuasión coercitiva y lavado de cerebro es posible reducir a una persona a la condición de autómata. En numerosas publi- caciones sobre el particular, muchos académicos, teólogos, sociólogos, psicólogos y psiquiatras han rechazado esas teorías y puesto en evidencia su carácter mítico. En lo que resta de este escrito presentaremos los resultados más significativos de las investigaciones realizadas por estos conocedores del tema. ¿De dónde surgió el mito de la coerción psicológica y el lavado cerebral? L a expresión lavado de cerebro se utilizó para des- cribir un hecho histórico específico: el proceso de adoctrinamiento al que —según se dice— fueron

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EL MITO DE LA COACCIÓN PSICOLÓGICA Y EL LAVADO DE CEREBRO:

Manipulación política de la persecución religiosa

Las últimas décadas han visto aumentar el nú-mero de feroces campañas difamatorias contra

personas de buena fe ligadas a diversas confesiones religiosas. Durante estas cruzadas se adujo que la consagración e idealismo de esas personas eran sintomáticos de haber sufrido un lavado cerebral o de coacción psicológica o espiritual. La suposición de que dirigentes de todas las confesiones religiosas ejercen dominio sobre la conciencia de sus adeptos se exageró tanto en los medios de comunicación que dio pie a la difusión generalizada de dicho concepto. Como consecuencia de ello, se ha coar-tado la libertad de culto en varios países y cada vez son más los gobiernos que propician legislación similar, aunque la misma restrinja la libertad de conciencia y sea por ende inconstitucional en la mayoría de los estados a que nos referimos. Por lo demás, ciertos antirreligiosos han intentado presentar en los tribunales sus teorías del lavado de cerebro como verdades científi cas demostradas, pese a que las mismas han sido rechazadas por la mayoría en círculos académicos de amplitud in-ternacional. En diversa medida dichas tentativas, acompañadas de un intenso cabildeo por parte de sectores antirreligiosos, han conferido a la teoría de la robotización una aceptación nominal en algunos informes ofi ciales emitidos por ciertos gobiernos de Europa Occidental y en diversas leyes promulgadas por los mismos, pese a que el concepto no deja de ser nebuloso ni aparece claramente defi nido.

Organizaciones antirreligiosas de varios con-tinentes apoyan e incluso patrocinan a los escasos psicólogos o académicos que propugnan la teoría de la usurpación de las facultades mentales con el objeto de combatir a diversas confesiones y hermandades religiosas. Esos señores —autodenominados ex-pertos en la materia— encubren la intolerancia y fanatismo de sus patrocinadores bajo el manto de una terminología seudomédica, a fi n de dar visos de respetabilidad a sus actos y afi rmaciones carentes de

ST012–0403

toda ética científi ca. Estos entes opuestos a la liber-tad de culto y al derecho de las personas a asociarse se conocen colectivamente como el movimiento o liga de organizaciones antisectarias, en referencia directa a las agrupaciones religiosas minoritarias a las que atacan, a las cuales se refi eren popularmente como sectas. La palabra secta, en su uso corriente, es impropia, toda vez que está cargada de prejuicios y se emplea con el objeto de denigrar a las religio-nes minoritarias. Las organizaciones antisectarias se han arrogado la facultad de determinar cuáles agrupaciones merecen considerarse religiosas y cuáles constituyen sectas, a las que defi nen como grupos destructivos con el fi n de obviar su natu-raleza religiosa. Argumentan que profesar fe en una religión auténtica es una expresión de libre albedrío mientras que las sectas emplean técnicas de manipulación del pensamiento que acaban por controlar al individuo y no le permiten tomar libremente sus propias decisiones.

Por tratarse de un mito que no tiene la menor base científi ca ni médica, refutamos la validez del concepto popularizado por nuestros perseguidores, de que mediante técnicas de persuasión coercitiva y lavado de cerebro es posible reducir a una persona a la condición de autómata. En numerosas publi-caciones sobre el particular, muchos académicos, teólogos, sociólogos, psicólogos y psiquiatras han rechazado esas teorías y puesto en evidencia su carácter mítico. En lo que resta de este escrito presentaremos los resultados más signifi cativos de las investigaciones realizadas por estos conocedores del tema.

¿De dónde surgió el mito de la coerción psicológica y el lavado cerebral?

La expresión lavado de cerebro se utilizó para des-cribir un hecho histórico específi co: el proceso

de adoctrinamiento al que —según se dice— fueron

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�sometidos algunos prisioneros norteamericanos durante la Guerra de Corea (1950-1953). Fue acuñada en 1953 por el periodista Edward Hunter para describir los métodos y el proceso de «condi-cionamiento ideológico» formulados y aplicados por los comunistas luego que en 1949 tomaran el poder en la China. Éstos creían que era posible reeducar al pueblo y a ciertos prisioneros de guerra de modo que aceptaran una ideología que hasta el momento habían considerado equivocada y contraria a sus principios. Su metodología consis-tía en la privación de alimento y de descanso, el confi namiento a una celda y la incomunicación con el mundo exterior por períodos prolongados, lo cual hacía a la víctima temer por su suerte. Se le repetía constantemente y de forma intimidatoria que sus ideas políticas, sus creencias religiosas y sus actitudes sociales eran erróneas, a la vez que se le hacía ver las ventajas de avenirse a la postura ideológica de sus captores.

El doctor Lee Coleman —psiquiatra que ejerce en Berkeley (California) y estudia la problemática del uso de la psiquiatría en cuestiones jurídicas relacionadas con movimientos religiosos alterna-tivos— ha escrito numerosos artículos, tanto para revistas especializadas como para otras dirigidas al público profano. Ha criticado abiertamente el mito de la robotización y la coacción psicológica, y puntualiza: «De los excesos de la propaganda de la guerra fría —que tenían como único propósito obtener apoyo popular para una guerra que nadie quería [la de Corea]— surgió la idea de que los maoístas habían concebido un método por el que era posible controlar totalmente la mente de una persona». Agrega que la idea que horrorizó a tanta gente fue que «se podía crear un autómata que actuara como si fuera dueño de sus pensamien-tos y emociones, aunque en realidad obedeciera los designios de otra persona. Según afi rman con vehemencia los grupos antisectarios y ciertos psi-quiatras muy dados a pronunciarse en público, esa es precisamente la clase de autómatas que crean las sectas» (Coleman Psiquiatría 15).

© La Familia Internacional, 2004

Es de notar, sin embargo, que aun en los campos de concentración de la China y de Corea —donde se realizaron tentativas de convertir ideológicamen-te a prisioneros norteamericanos— el presunto empleo de métodos de persuasión coercitiva no produjo resultados duraderos. Si bien los primeros estudios en torno a la cuestión se realizaron varios años después de ocurridos los hechos y a base de muestreos bastante limitados, los resultados de los mismos ponían de relieve la improbabilidad de que se pudiera lavar el cerebro a alguien sin aplicar un alto grado de coacción física. En tiempos modernos no se ha documentado científi camente un solo caso de lavado de cerebro sin recurrir al encarcelamiento y tortura de la víctima.1

En 1961, después de la Guerra de Corea, el psiquiatra Robert Lifton realizó una investigación en torno al tema del condicionamiento ideológico. Entrevistó a veinticinco occidentales que habían sido detenidos y encarcelados por los chinos y so-metidos a un programa de reeducación doctrinaria (szu-hsiang kai-tsao) de hasta tres años y medio de duración, en el que se aplicaron malos tratos, torturas y confi namientos prolongados.2 Asimismo recogió impresiones de quince personas que habían cursado estudios en las universidades revolucionarias chinas. Paralelamente aquel mismo año, Edgar Schein, en un estudio sobre la persuasión coercitiva, entrevistó a quince de los prisioneros de guerra norteamericanos que cobraron más notoriedad en la Guerra de Corea. Ni Lifton ni Schein concedie-ron valor científi co a la imagen sensacionalista del autómata mentalmente esclavizado que Edward Hunter popularizara en su libro Brainwashing in Red China (Lavado de cerebro en la China comunista), escrito en 1951. ( Schein, Persuasión 18.)

Tanto Lifton como Schein emplearon la expre-sión brainwashing (lavado de cerebro) en los títulos de los libros Th ought Reform and the Psychology of Totalism — A Study of Brainwashing in China (El condicionamiento ideológico y la psicología totalitaria: estudio del lavado de cerebro en China) (Lifton 1961), y Coercive Persuasion: A Socio-

1En Brainwashing: The Myth and the Actuality, publicado en «Thought, Fordham University Quarterly», volumen LXI (6.1986), p.254, Gene James dice: «Es absurdo comparar [los métodos de captación de las religiones alternativas] con el miedo a perder la vida que experimentaban los prisioneros en la China o en Corea del Norte»; Baker, en la p.134 de su libro The Making of a Moonie (1984), dijo que la comparación «no se puede tomar en serio»; en la primera parte del artículo Psychology and the New Cults, publicada en el «Academic Psychology Bulletin», vol.7 (1985), p.51, Saliba dice: «Invocar el patrón de los prisioneros de guerra de la China comunista [...] es improcedente, dado que los integrantes de los nuevos movimientos religiosos no son secuestrados ni detenidos físicamente»; en New Religions, Families and “Brainwashing”, incluido en In God We Trust (Robbins et al. [ed.] 1981), pp.263-265, Anthony y Robbins califi can la comparación de «inverosímil».

2 La expresión lavado de cerebro deriva de la frase china hsi nao, que signifi ca literalmente limpiar el pensamiento. Describe el proceso por el cual todo vestigio del antiguo orden es borrado mediante un programa de reeducación, para que el individuo asuma el papel que le corresponde en el nuevo orden comunista. Dicho programa implantado por los chinos se denominaba más comúnmente szu-hsiang kai-tsao, que se traduce indistintamente por reeducación, conversión o transformación ideológica. (Lunde and Wilson, Brainwashing as a Defense to Criminal Liability: Patty Hearst Revisited [1977], «Criminal Law Bulletin», vol.13, 341, 343, nota 6).

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Psychological Analysis of Brainwashing of American Civilian Prisoners by the Chinese Communists (La persuasión coercitiva: análisis sociosicológico del lavado cerebral de presos civiles norteamericanos en la China comunista) (Schein 1961). Sin embargo, además de desaprobar el empleo de la expresión lavado de cerebro, ambos autores de hecho negaron toda validez al concepto actual de coacción o sub-yugación psicológica, que no tiene otra fi nalidad que la de denigrar a ciertas confesiones religiosas, en particular a los movimientos de nuevo cuño. Lifton determinó: «Teniendo en cuenta el objetivo de convertir a alguien a una concepción fi losófi -ca comunista, es indudable que el programa de adoctrinamiento fracasó rotundamente» (Lifton 274).

Contrariamente a lo que sugieren las versiones cinematográfi cas al estilo de El mensajero del miedo, los hechos no confi rman lo novelesco. De los 3.500 prisioneros norteamericanos, únicamente 50 dieron indicios de haberse convertido ideológicamente o de haber colaborado con sus captores (Schefl in and Opton 89), y fue simplemente por conveniencia. Si se produjo alguna conversión auténtica, se debió a la estrecha interrelación que mantuvieron con los comunistas —como cabría esperar—, no al lavado de cerebro o a la aplicación de técnicas pavlovianas de subordinación de la voluntad y el juicio.

El informe Amicus Curiae3, de la Society for the Scientifi c Study of Religion (SSSR, Sociedad para el Estudio Científi co de la Religión) expone:

Ni en el caso de los prisioneros de

guerra norteamericanos en Corea ni en el de los occidentales encarcelados en el interior de la China se registra-ron verdaderas conversiones al comu-nismo.4 A la luz de investigaciones más minuciosas, lo que el periodismo sensacionalista interpretó como mo-difi caciones de postura ideológica no resultó ser más que una complacencia inducida bajo coacción, en la que no se detectaba prácticamente ningún

cambio trascendental de actitud ante la doctrina maoísta. (11-12).

En su ensayo Th e Chinese Indoctrination

Program for Prisoners of War: A Study of Attempted “Brainwashing” (El programa de adoctrinamiento de prisioneros de guerra en la China: análisis de tentativas de lavado de cerebro), Schein llega a la siguiente conclusión: «Si bien hubo muchos casos de prisioneros que colaboraron con sus captores, fueron muy pocos los que adoptaron la postura ideológica de éstos. [...] Tomando en cuenta el esfuerzo invertido, el programa de los chinos fue un fracaso» (Schein, Adoctrinamiento 332).

La justifi cación de haber sufrido un presunto lavado de cerebro fue considerada «argumento de poca validez en la defensa de los prisioneros de guerra norteamericanos que comparecieron ante un tribunal militar por haber colaborado con el enemigo. En aquellos juicios se llegó a la conclusión de que los procesos de adoctrinamiento aplicados por los comunistas no produjeron una inhibición sustancial de las facultades mentales y, por tanto, no constituían una circunstancia atenuante o eximente susceptible de ser empleada en la defensa legal de los acusados» (Informe Amicus 22).

Otro caso muy sonado fue el de Patricia Hearst, hija del magnate de prensa californiano William Hearst. Patricia fue secuestrada el 4 de febrero de 1974 y al cabo de dos meses se convirtió a la ideología de sus secuestradores —militantes de una guerrilla urbana denominada Ejército Simbionés de Liberación—, hasta el punto de unirse a ellos en sus actividades delictivas. Participó en el robo a un banco el 15 de abril de 1974. Fue detenida por el FBI el 18 de septiembre de 1975 y al año siguiente procesada por asalto a mano armada. En el juicio justifi có su complicidad en aquellos hechos criminales aduciendo que se le había lavado el cerebro, por lo que no se la podía responsabilizar de hechos cometidos en ese período de su vida. Declaró que sus raptores la habían amenazado de muerte si se negaba a unirse a ellos. El jurado «desestimó el argumento de lavado de cerebro»,

3 Este informe (Amicus) se elaboró expresamente para la causa seguida por Molko y Leal contra la Holy Spirit Association con el objeto de esclarecer el grado de aceptación científi ca de la teoría del lavado de cerebro. Fue preparado por el Colegio de Psicólogos de EE.UU. (cuya sigla en inglés corresponde a APA), que más tarde retiró su participación porque la Task Force on Deceptive and Indirect Methods of Persuasion and Control (DIMPAC) aún no se había pronunciado. El informe Amicus quedó a cargo de la Society for the Scientifi c Study of Religion y fue luego ratifi cado por otros científi cos y catedráticos de los EE.UU. Los doctores Singer y Ofshe han dado a entender en sus declaraciones —incorrectamente— que el informe Amicus presentado por el APA en el caso Molko fue desacreditado. La realidad del asunto es que el APA aguardaba a que la doctora Singer —que presidía el grupo de investigadores de la DIMPAC— presentara su informe, el cual el APA acabó por rechazar. En cuanto al informe Amicus, el APA, en la oportunidad en que lo retiró, señaló con toda claridad: «Dicha acción en ninguna manera sugiere que el APA haya adoptado posturas contrarias a las enunciadas en el mismo. El APA tampoco pretende dar a entender que no llegará a avalar en lo futuro las conclusiones expuestas en el mencionado informe”. (Cit. London 1990: 18)

4 Véase también Lunde and Wilson, Brainwashing as a Defense to Criminal Liability: Patty Hearst Revisited.

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�y fue sentenciada a siete años de cárcel (Informe Amicus 23).5

El informe Amicus expone la siguiente con-clusión de Lifton (1961) y Schein (1961): «Es incuestionable que la característica singular de la persuasión coactiva, que la distingue de los mé-todos empleados por las principales confesiones religiosas u otras infl uencias sociales de carácter convencional, es el empleo de maltratos físicos y confi namiento». Dicho de otro modo, si alguien goza de plena libertad para abandonar un grupo y no es subyugado por medio de intimidación, se concluye que las condiciones reinantes en el en-torno en que vive esa persona son esencialmente las mismas que imperan en la sociedad en general y en consecuencia no pueden catalogarse como lavado de cerebro.

Schein y Lifton reconocieron también que existen muchas formas de coerción que se dan comúnmente en diversos ámbitos en los que uno puede entrar y salir a voluntad. El solo hecho de que alguien se vea coaccionado en determinada situación no supone necesariamente que ésta sea perniciosa. Por ejemplo, existe un alto grado de coerción en las fuerzas armadas, logias estudian-tiles, órdenes monásticas, organizaciones como Alcohólicos Anónimos que promueven el esfuerzo propio, instituciones de formación psicoanalítica, hospitales psiquiátricos e inclusive en algunos mé-todos de uso corriente para disciplinar a los niños. Sin embargo, ello no implica forzosamente que esas entidades o métodos tengan efectos nocivos. (Schein Persuasión 202, 260-277, 281, 282; Lifton 1961: 141, 435, 436, 451.)

En círculos académicos, los sectores más prag-máticos y objetivos han visto con escepticismo los intentos de las organizaciones antisectarias de servir-se de la hipótesis de la persuasión coactiva o lavado de cerebro como medio para sus propios fi nes. Una resolución aprobada unánimemente por la Society for the Scientifi c Study of Religion (SSSR) en sesión celebrada el 7 de noviembre de 1990 corroboró la falta de validez científi ca de las especulaciones en torno al tema del sometimiento psicológico:

Se ha solicitado a esta sociedad

que, en respuesta a diversos confl ictos surgidos en los terrenos legal y cientí-fi co, se pronuncie en torno a la evalua-ción de los procesos alternativamente descritos como lavado cerebral, subyu-gación psicológica, condicionamiento ideológico y persuasión coactiva, a los

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Gque en algunos casos se ha atribuido un papel determinante en los métodos de captación de ciertos grupos religiosos surgidos en los últimos años. A fi n de abstenerse de participar en cada uno de los debates que surgen en torno a esta cuestión, como ha sido el caso hasta el momento, la entidad adopta la siguiente resolución:

Esta entidad considera que la in-vestigación científi ca llevada a cabo hasta el momento es insufi ciente para que un conjunto de académicos serios y debidamente informados arribe a un consenso acerca de la naturaleza y efectos de la coerción y sujeción ejer-cidas por medios no físicos. Puntualiza además que no se debe dar por sentado en forma sistemática que las técnicas empleadas en el proceso de coacción y sujeción físicas sean equiparables a las de orden no físico. Además de un aná-lisis exhaustivo de los conocimientos existentes en torno a esta cuestión, es necesario llevar a cabo investigaciones debidamente encauzadas que permitan llegar a un consenso académico en el esclarecimiento de la misma.

Un grupo de investigadores del American

Psychological Association —APA— (Colegio de Psicólogos de EE.UU.), dirigido por Margaret Singer e integrado por Harold Goldstein, Michael Langone, Jesse Miller, Morris Temerlin y Louis Jolyon West, realizó un estudio sobre métodos subrepticios e indirectos de persuasión y control, conocido por las siglas DIMPAC. Los resultados se publicaron en un informe que denunciaba a las sectas y otras agrupaciones que promueven diversos métodos de elevación del estado de la conciencia, por considerar que practicaban técnicas de lavado de cerebro. Los mencionados investigadores pre-sentaron el informe para su aprobación al Consejo de Responsabilidad Social y Ética en el Ejercicio de la Psicología (BSERP), dependiente del APA. Finalmente, el 11 mayo de 1987 el Consejo remitió a la comisión investigadora una resolución en la que agradecía los esfuerzos de la misma, pero determina-ba que el informe era «inaceptable», y exponía: «En términos generales, el informe carece del rigor cien-tífi co y la aproximación crítica y objetiva requerida para obtener el respaldo del APA». El mencionado consejo advirtió a la comisión investigadora que se

5 El informe Amicus, p.23, cita textualmente a Lunde y Wilson, The Patty Hearst Trial.

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abstuviera por completo de hacer referencia a nom-bramientos otorgados anteriormente por el APA en benefi cio de sus integrantes, o de dar a entender de alguna manera que el informe contaba con el aval del APA o del Consejo. Dio además instruc-ciones concretas a los investigadores en el sentido de que debían aclarar a los lectores del informe que el Consejo lo había estimado «inaceptable». El Consejo consideró que el APA no contaba con sufi cientes datos científi cos para fundamentar una postura defi nida en torno al polémico tema de los métodos subrepticios e indirectos de persuasión y control. Aquella desaprobación ofi cial por parte del APA se denominó Memorándum del Consejo de Responsabilidad Social y Ética en el Ejercicio de la Psicología, y demostró claramente que en los Estados Unidos no existe un consenso sustancial en cuanto a la hipótesis de la subordinación de la mente y el lavado de cerebro.

A pesar de la desestimación tan categórica manifestada por sus colegas profesionales, indivi-duos como Margaret Singer perciben cuantiosas remuneraciones a cambio de su opinión pericial. No obstante, en la medida en que cobra más difusión en el ámbito judicial el rechazo de que fue objeto el mencionado informe, diversos magistrados han comenzado a prohibir que la doctora Singer y otros especialistas atestigüen en los tribunales. En la demanda de Green y Ryan contra el Maharishi Mahesh Yogi (presentada el 13.3.91 en Estados Unidos), el juez dictaminó que la teoría formulada por los doctores Singer y Ofshe sobre la factibilidad de subordinar psicológicamente a una persona prescindiendo de coacción física era inadmisible como prueba, dado que no cuenta con una «só-lida» aprobación en medios científi cos.6 De igual manera, en el caso de Stephen Fishman la misma

hipótesis de condicionamiento y robotización ar-gumentada por Singer y Ofshe fue rechazada por falta de aceptación «generalizada». Esos dos casos sentaron el precedente de que tanto en el ámbito de la jurisprudencia civil como en el fuero crimi-nal, la teoría del sometimiento psicológico llevada a cabo sin el empleo de coacción física carece de sufi ciente acogida en círculos académicos como para constituir el fundamento de una opinión especializada en un litigio.7

Si se mira con detenimiento lo insinuado en dicha teoría, resulta comprensible que no goce de aceptación. El doctor James Richardson, profesor de sociología de la Universidad de Nevada, quien estudia las fuerzas que motivan la conversión re-ligiosa y considera que las agrupaciones religiosas alternativas constituyen un movimiento social, ofrece una descripción simplifi cada del actual mito de la coacción psicológica. A continuación ex-ponemos su interpretación personal de la teoría del lavado de cerebro formulada por el jurisperito Richard Delgado y los psiquiatras Margaret Singer y John Clark, todos ellos acérrimos enemigos de los movimientos religiosos no tradicionales:

Según este mito, un dirigente re-ligioso ávido de lucro, favores sexua-les o puro y simple poder, crea una nueva secta valiéndose de facultades hipnóticas extraordinarias o técnicas de subyugación de la mente. No se sabe exactamente cómo, pero consigue he-chizar a los futuros conversos con una sola mirada y unas cuantas frases má-gicas, o bien induciéndolos mediante argucias a participar en un proceso de captación en el que aplica sutiles méto-

6 En la demanda civil presentada en el juzgado distrital de Columbia por Jane Green y Patrick Ryan el 13 de marzo de 1991 contra el Maharishi Mahesh Yogi (expediente nº87-0015 OG) a raíz de daños y perjuicios morales y psicológicos ocasionados por el movimiento de meditación trascen-dental, los querellantes quisieron presentar el testimonio pericial de la doctora Margaret Singer y del doctor Richard Ofshe. Singer y Ofshe alegaron que, según su dictamen pericial, la conversión ideológica podía inducirse sin aplicar coacción física. Argumentaron que Robert Lifton en su libro Thought Reform and the Psychology of Totalism: A Study of Brainwashing in China (1961) y Edgar Schein en Coercive Persuasion (1961) habían llegado a la conclusión de que valiéndose de programas de coacción psicológica se podía modifi car el conjunto de creencias de un individuo. La coacción física se hizo presente en la mayoría de los casos estudiados por ellos. La cuestión era determinar si la teoría de la robotización en ausencia de coacción física, sostenida por los doctores Singer y Ofshe, podía constituir una prueba científi ca admisible. Al considerar las características del testimonio científi co pericial en causas civiles, el tribunal de primera instancia aplicó el principio de Frye, según el cual la teoría en que se basa la opinión científi ca de un experto debe gozar de amplia aceptación en el ámbito científi co. Dicho juzgado dictaminó que la teoría de Singer y Ofshe no contaba con un aval científi co «sólido» y por tanto no era admisible como fundamento de un dictamen pericial.

7 En el proceso de Stephen Fishman, visto por un tribunal de primera instancia de California (expediente nºCR-88-06161-DLG), el juzgado de lo criminal —apoyándose en el principio de aceptación generalizada— dictaminó que la teoría no era admisible como fundamento de dictamen pericial. En una declaración prestada el 7 de agosto de 1990, el doctor Perry London —psicólogo autorizado a ejercer en EE.UU. e Israel y decano de la Escuela de Psicología Aplicada y Profesional para Posgraduados de la Universidad Rutgers— atestiguó contra el uso que hacen los doctores Ofshe y Singer de las expresiones coacción psicológica, persuasión coercitiva y lavado cerebral para referirse indistintamente a dos teorías que difi eren en extremo una de la otra. El doctor London las denominó teoría de la infl uencia social y teoría de la robotización. Señaló que en un intento de generar «confusión en sus oyentes e interpretaciones erróneas por parte de los mismos en torno a la teoría de la robotización —que no goza de aceptación en el ámbito de la ciencia psiquiátrica, dado que no existen documentos basados en investigaciones empíricas que la avalen—», los mencionados expertos emplearon artículos altamente especializados que únicamente se aplican a la teoría de la infl uencia social.

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�dos intimidatorios. Caen así en sus ga-rras y se convierten en autómatas a su servicio. Lo interesante del caso es que instantáneamente quedan investidos de esos mismos poderes mágicos que les permiten seducir irresistiblemente a otros para que se unan al grupo. A su vez, esos nuevos prosélitos, merced a métodos similares, convierten aún a más personas, y en un abrir y cerrar de ojos se ha creado una nueva sec-ta. Presuntamente el grupo continúa creciendo mediante ese proceso hasta alcanzar proporciones descomunales y convertirse en una amenaza para la sociedad. Sus integrantes viven con-trolados por medio de una suerte de telepatía o poderes parapsicológicos, y obedecen los designios de su amo dieciocho horas al día o más. El poder del máximo dirigente —aun transmi-tido por medio de los evangelizadores del movimiento— sigue siendo de tal magnitud que sofoca los intentos de los adeptos de abandonar la secta, y así ésta continúa extendiéndose. Según reza la leyenda, una vez que un adepto de los Moonies (o de Hare Krishna, la Misión de la Luz Divina o los Niños de Dios) «lo mira a uno a los ojos», ya no hay remedio: uno está destinado a vivir el resto de sus días prácticamente esclavizado por el omnipotente líder del grupo.

Esta mitología en torno a por qué y cómo se origina y prospera una nueva religión resulta muy atractiva, sobre todo para quienes se sienten en algún modo amenazados por la proliferación de nuevas religiones. Dichos artilugios proporcionan un arsenal para comba-tir el crecimiento de grupos religiosos nuevos. Así, invocando como pretexto la falacia del lavado de cerebro, se argu-menta que es lícito recurrir a la terapia de egreso (antes conocida como des-programación), a la promulgación de

leyes o a presiones de índole burocrática para sofocar las nuevas religiones. Tal como han afi rmado Anthony, Robbins y McCarthy, dicho mito constituye un «arma social» empleada para com-batir a grupos impopulares (Robbins, Shepherd y McBride 163-165).8

El lavado de cerebro: mezcla de metáforas

A la larga quedó demostrado que el lavado de cerebro al estilo comunista era más una táctica

propagandística con fi nes intimidatorios que una técnica de fácil aplicación mediante la cual uno pudiera granjearse la lealtad de oponentes políticos. Sin embargo, los temores y la sugestión que generó la presunta factibilidad de lavar el cerebro a alguien perduraron mucho más que los resultados concre-tos. Los especialistas descubrieron que en el mejor de los casos el lavado cerebral no era más que un cambio de lealtad puramente transitorio, logrado en un ámbito de coacción física absoluta y a base de confi namientos y torturas inenarrables. A medida que comenzó a grabarse en la conciencia colectiva la imagen del autómata totalmente subordinado, se generalizó el uso de la expresión lavado de cerebro. En su libro Strange Gods, Th e Great American Cult Scare (Extraños dioses: La psicosis norteamericana en torno a las sectas), los sociólogos David Bromley y Anson Shupe describieron esta situación de modo muy lacónico:

Hemos visto que el concepto mis-mo de lavado de cerebro es un ab-surdo. Un sinnúmero de sociólogos, psicólogos y psiquiatras ha repudiado el término califi cándolo de burdo eu-femismo. Lo que es peor, constituye una interpretación tergiversada de un proceso real y comprensible de cambio de actitud [infl uencia sobre la conduc-ta y conversión religiosa] que en la sociedad norteamericana no tiene nada de misterioso ni de inusual (124).9

En su artículo Some Call It Brainwashing (Hay quien lo llama lavado de cerebro) [«Th e New

8 El capítulo The “Deformation” of New Religions: Impacts of Societal and Organizational Factors, escrito por James Richardson (Robbins 1985: 163-164), incluye las siguientes notas:

/1/ Esta interpretación mítica de las religiones alternativas —ciertamente exagerada— queda ilustrada en los escritos de Richard Delgado, jurisperito, y de Margaret Singer y John Clark, psiquiatras de notoriedad que militan en el movimiento antisectario. Cf. Richard Delgado, Limits to Proselytizing, 17 (3) «Society» 25 (1980); John Clark, Cults, 24 (3) «Journal of the American Medical Association» (1979), 281; Margaret Singer, Coming Out of the Cults, 12 «Psychology Today» (1979), 72.

/2/ Dick Anthony, Tom Robbins y Jim McCarthy, Legitimating Repression 17 (3) «Society» (1980), 39.9 Cf. Biermans (38-39).

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Republic», 6.3.76, p.32], el psiquiatra Th omas Szasz —de tendencias contrarias a las corrientes psiquiátricas modernas— intentó disipar las con-fusiones semánticas que se han generado en torno a la expresión lavado de cerebro:

Al igual que muchas otras expre-

siones sensacionalistas, lavado cerebral es una metáfora. Así como no se puede hacer sangrar a alguien empleando palabras hirientes, tampoco es factible lavarle el cerebro haciendo uso de la persuasión o la coerción.

Si el lavado de cerebro sencilla-mente no es practicable, entonces ¿a qué hace referencia tal metáfora? En realidad describe una de las experien-cias más comunes que se producen entre los seres humanos: la de una per-sona que infl uye en otra. Sin embargo, no se califi ca de lavado de cerebro toda infl uencia psicológica o individual. El uso de la expresión se circunscribe a aquellas infl uencias que uno desaprue-ba (Streiker 153).

Lowell Streiker —reformista de la temática

relacionada con la salud mental y la religión y autor de varios libros— puntualiza:

La expresión lavado cerebral es ne-tamente peyorativa. Indica que quien la emplea repudia las consecuencias de un proceso de transformación seguido por un individuo. Como contraparti-da, los términos conversión y reforma expresan aprobación de los resultados de ese proceso.

Frecuentemente se ha califi cado —tanto en el plano académico como en el lenguaje profano— de lavado ce-rebral la adopción de nuevas creencias religiosas. Los detractores de los reavi-vamientos espirituales suelen acusar a Billy Graham, Oral Roberts, los evan-gelizadores de masas, Campus Crusade for Christ (Cruzada Universitaria por Cristo) y otros de lavar el cerebro a sus adeptos (148-154, 166).

Harvey Cox, profesor de teología de la Universidad de Harvard, corrobora ese concepto: «En el ámbito de la psiquiatría, la expresión lavado de cerebro no cuenta con el menor aval científi co. Se emplea casi exclusivamente para describir un proceso por el cual una persona abraza nuevas convicciones con las que uno no está de acuerdo» (Biermans 33).10

En su artículo What’s Wrong with the Study of New Religions and What Can We Do About It? (Planteamientos erróneos en el estudio de las nuevas religiones y qué hacer para rectifi carlos), el sociólogo Robert Balch expone: «Como giro descriptivo, en esencia la expresión lavado de cerebro [...] no tiene ningún valor, dado que se basa en suposiciones —cuya validez es imposible de demostrar— en torno a cuestiones tan delicadas como el libre albedrío y las limitaciones que se imponen a éste (Biermans 5).11

Pese a que existen escasas pruebas de que los métodos de condicionamiento ideológico utilizados por los comunistas chinos hayan derivado en una cantidad importante de deserciones y a que en ningún caso se ha logrado lavar el cerebro a seres humanos y convertirlos en autómatas robotizados, la red de organizaciones antisectarias, valiéndose de un reducido grupo de «especialistas», sigue empeñada en promover activamente este mito y trata de sacar el máximo provecho de «la creencia generalizada en la viabilidad del lavado de cerebro y el miedo que suscita» (Bromley y Hammond 221-224).

El remedio que proponen los antisectarios: la desprogramación

Theodore (Ted) Patrick se autoproclama «es-pecialista» en la materia, aunque en honor a

la verdad no es más que un asistente social ad hoc que ni siquiera llegó a terminar la secundaria. En la década del 70, este señor ideó lo que a su juicio era el método indicado para revertir el lavado de cerebro. Optó por recrear condiciones similares a las impuestas por los comunistas de Corea del Norte en los campamentos de prisioneros de guerra, es decir, obligar a la gente a apostatar de su fe recurriendo al secuestro, el sojuzgamiento, la condenación, el aturdimiento y la coacción física. ¡Denominó dicho procedimiento desprogramación!

En su libro Mind-Bending: Brainwashing, Cults,

10 Biermans (33) hace referencia a la Entrevista con Harvey Cox, en Hare Krishna, Hare Krishna, Steven Gelberg [ed.] (Grove Press, New York 1983).

11 Biermans cita a Robert Balch, What’s Wrong with the Study of New Religions and What Can We Do About It, en Scientifi c Research and New Religions, Brock Kilbourne, ed. (25).

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�and Deprogramming in the ‘80s (La manipulación psicológica: Lavado de cerebro, sectas y despro-gramación en los años ochenta), Lowell Streiker describe el papel que desempeñó Patrick en la difusión del mito del lavado cerebral para atacar a los nuevos movimientos religiosos:

Patrick alcanzó notoriedad por su empleo de métodos coactivos —según él justifi cados— para revertir los efec-tos del presunto lavado de cerebro, expresión que utilizaba para descri-bir procedimientos practicados por las sectas. La visión que Patrick tiene del mundo es tan maniquea como la de cualquier integrante de una sec-ta. Para él, el universo se compone de héroes y villanos. Éstos últimos poseen misteriosos poderes psíquicos que les permiten hipnotizar o lavar el cerebro instantáneamente a jóvenes incautos.

[Patrick] sostiene que el auge de las sectas en Norteamérica es un fe-nómeno originado por los comunis-tas, quienes las utilizan para dominar el pensamiento de los jóvenes a fi n de provocar la caída de los EE.UU. Según su teoría, todas las tragedias de los últimos treinta años —asesi-natos políticos, homicidios masivos, terrorismo y demás— forman parte de una conspiración urdida por «los comunistas», y son consecuencia di-recta de tentativas de sometimiento psicológico (148-154, 166).

Ted Patrick también desempeñó un papel muy importante en la creación de una de las primeras

organizaciones de lucha contra las sectas: la Citizen’s Freedom Foundation (Fundación para la Libertad del Ciudadano), que vio la luz en 1974. Asimismo se ocupó de divulgar en los Estados Unidos el mito de la robotización y el automatismo. Patrick se negaba a ver los nuevos movimientos religiosos como tales, sino más bien como parte de una conspiración comunista bien concertada que tenía por objeto apoderarse de la conciencia de la juventud norte-americana. Se convenció de la falsa premisa de que toda persona que integrara un movimiento religioso alternativo debía de tener lavado el cerebro. Con ese razonamiento, justifi có el empleo de la fuerza bruta para conminar a sus víctimas a confesar que efectivamente se les había lavado el cerebro. Las mantenía recluidas hasta que «éstas convencían a sus captores —ya sinceramente, ya movidas por la desesperación— de que en verdad habían renega-do de su fe y estaban “desprogramadas”» (Barker Movements 17, 19).12

Violando el derecho que tiene todo hijo mayor de edad a elegir libremente el rumbo que quiera dar a su vida, inició una oleada de desprogramaciones practicadas por medio de la fuerza. Para ello inducía a padres de actitudes dominantes a obrar en contra de sus hijos adultos. Lo que los padres deseaban era ni más ni menos que imponer su modo de vida y sus creencias a sus hijos. Supongamos que el hijo opta por ser misionero, pero el padre quiere que sea médico; éste decide rescatarlo para que no sufra las consecuencias de la decisión «equivocada» que ha tomado.

En su afán de explotar ensañadamente la con-troversia generada en torno a las sectas y a instan-cias de todo el que pudiera darse el lujo de pagar sus exorbitantes honorarios, Patrick se dedicaba a «rescatar» a jóvenes «víctimas» de las sectas. A conse-cuencia de ello se le imputaron graves delitos.13 Para «liberar» la conciencia de un converso del presunto

12 El interés de Ted Patrick por rescatar a integrantes de NMR tuvo su origen en un episodio en que su hijo se encontró con unos jóvenes de los Niños de Dios y éstos le hablaron de aceptar a Jesús. Encolerizado por el hecho de que ciertas creencias religiosas de las que discrepaba fueran presentadas a su hijo por misioneros de los NDD, ideó un medio más bien turbio de tratar a los que se convertían a doctrinas alternativas, independientemente de que fueran menores o mayores de edad: el secuestro y la desprogramación.

13 Ted Patrick es notorio por sus violentas técnicas de desprogramación y ha enfrentado numerosas acciones judiciales. Muchas veces ha sido detenido y sentenciado. En junio de 1974 se lo condenó a un año de prisión que luego se redujo a libertad condicional. En 1975, un intento de desprogramar a una mujer católica en el Canadá le valió la prohibición ofi cial de ingreso en ese país. En junio de 1975, en el condado de Orange (California) se lo acusó nuevamente de privación ilegítima de la libertad, a raíz de lo cual fue condenado a 60 días de cárcel. En julio de 1976, la libertad condicional anterior le fue revocada y comenzó a cumplir sentencia de un año. Ese mismo año, Wendy Helander lo demandó por privarla ilegítimamente de su libertad durante 86 días, y un tribunal de Bridgeport (Connecticut) otorgó a ésta compensación por daños y perjuicios. En febrero de 1977, un programa de licencia de trabajo le permitió salir de la cárcel temporalmente, oportunidad que aprovechó para una nueva tentativa de desprogramación. En agosto de ese mismo año se declaró culpable. En abril de 1980 se lo sentenció nuevamente a un año de cárcel y a cinco en libertad condicional. En enero de 1982, como consecuencia de un nuevo intento de desprogramación, se le imputaron seis cargos de abuso e intimidación sexual y tres de secuestro, privación ilegítima de la libertad y agresión. En octubre de 1982 fue enviado a prisión en San Diego por una nueva tentativa de desprogramación estando en libertad bajo palabra. En junio de 1984, a causa de un nuevo conato, se le revocó la libertad bajo palabra. En mayo de 1985, en San Diego, se le imputó tenencia de cocaína. En agosto de ese mismo año fue sentenciado a tres años de cárcel por infringir la libertad condicional concedida en 1980.

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cautiverio en que se encontraba, no vaciló en em-plear técnicas casi idénticas a los procedimientos de persuasión coercitiva practicados por los siniestros comunistas a quienes tanto aborrecía.

Si bien Patrick fue el gestor de la desprogra-mación, es indudable que no fue el único que in-tentó por medios violentos hacer renegar de su fe a miembros de agrupaciones religiosas impopulares. La desprogramación fue adoptada y practicada por grupos antisectarios de todas las latitudes. Uno de ellos, que alcanzó más notoriedad por ser de los más grandes y mejor organizados, fue el Cult Awareness Network (CAN). Además de constituir una actividad muy lucrativa, mediante la cual se aprovechaba de parientes vulnerables, la despro-gramación resultó esencial para reclutar activistas para la causa antisectaria entre ex integrantes de grupos religiosos reformados y sus padres.

La defenestración del CAN y el ocaso de la desprogramación

La desprogramación —uno de los pilares del CAN— fue a la postre lo que provocaría su

caída. Irónicamente, el ocaso del CAN práctica-mente signifi có el eclipse de la desprogramación en casi todo el mundo.

En 1995, Rick Ross, trabajando en coordina-ción con el CAN, organizó la desprogramación de Jason Scott, un joven miembro de una pequeña iglesia pentecostal. Dicha desprogramación terminó en fi asco y Scott entabló demanda judicial contra Ross y el CAN. El tribunal falló que el CAN debía pagar a Scott $875.000 por daños y perjuicios reales y $1.000.000 por daños y perjuicios punitorios, lo cual llevó a la organización antisectaria a declararse en quiebra.

El 8 de abril de 1998, la Corte de Apelaciones de los Estados Unidos correspondiente al noveno circuito de San Francisco confi rmó el veredicto de primera instancia contra el CAN en el pleito entablado por Scott. Dicho tribunal corroboró la responsabilidad del CAN por fraguar desprograma-ciones «involuntarias» y declaró que los miembros de la mencionada asociación tenían por práctica referir a personas a sus desprogramadores.

El 22 de marzo de 1999, la agencia Reuters dio cuenta de la resolución unánime de la Corte Suprema de los Estados Unidos por la cual recha-zaba cualquier otra apelación en el caso Scott vs. CAN.

El lunes la Corte Suprema recha-zó una apelación presentada por una sociedad antisectaria a la cual se ha

responsabilizado de secuestrar a un feligrés de una iglesia pentecostal con la intención de desprogramarlo. El alto tribunal validó —sin comentarios ni disensos— un fallo que confi rmaba una sentencia de primera instancia según la cual el Cult Awareness Network debía pagar a Jason Scott $1.000.000 en da-ños y perjuicios punitivos y $875.000 en daños y perjuicios reales.

En 1995 un tribunal federal de Seattle falló que se habían violado los derechos civiles de Scott al intentar desprogramarlo de sus creencias pente-costales. Según los testimonios presen-tados en el juicio, Scott fue secuestrado por tres hombres que lo ataron, lo amordazaron, le pusieron una venda en los ojos y lo retuvieron durante cinco días.

Gordon Melton, historiador de las religio-nes, en un ensayo introductorio para un libro de próxima aparición publicado por él mismo y el académico italiano Massimo Introvigne, que lleva por título Brainwashing and the Cults: Th e Rise and Fall of a Th eory (El lavado de cerebro y las sectas: auge y caída de una teoría), expone el siguiente análisis de las importantes repercusiones que tuvo el mencionado juicio para el movimiento interna-cional de lucha contra las sectas:

El desprogramador Rick Ross [...] falló en su intento de desprogramar a un señor de nombre Jason Scott, miembro de la Iglesia Pentecostal Unida, una confesión cristiana bas-tante numerosa. La demanda de Scott contra Ross alcanzó también al Cult Awareness Network (CAN), la prin-cipal organización que promueve la lucha contra los nuevos movimientos religiosos. Si bien el Cult Awareness Network declaró públicamente que no está directamente vinculado a ningu-na desprogramación, Scott lo acusó de constituir la agencia que refi rió a su madre a Ross. El jurado aceptó el argumento de Scott. Privados de la posibilidad de argumentar que la iglesia había lavado el cerebro a Scott, los fallos que pesaron contra Ross y el CAN fueron categóricos. La sentencia al pago de un millón de dólares llevó al CAN a la quiebra. A la larga, algunos

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�de sus activos, entre ellos su nombre, fueron adquiridos por una coalición de agrupaciones que habían sido ob-jeto de sus ataques. La resolución fue confi rmada luego de haber sido ape-lada. La referida coalición actualmen-te conduce un nuevo Cult Awareness Network. La caída del CAN constituyó un serio revés para el movimiento de lucha contra las sectas en el mundo angloparlante (Melton 1999).

El auge de la «terapia de reinserción»

La desprogramación fue muy común desde sus inicios a principios de los años 70 hasta media-

dos de los 80, momento en que comenzó a enfrentar grandes retos judiciales, los cuales culminaron en el 1995 con el fallo emitido en el pleito Jason Scott vs. CAN.14

Para sortear su vulnerabilidad legal, las orga-nizaciones antisectarias pasaron a adoptar tácticas menos coactivas que daban lugar a diversos grados de colaboración voluntaria. Éstas, descubrieron, resultaban bastante efi caces. En algunos casos, recu-rrían a profesionales de la salud mental y asistentes sociales, con lo cual revestían todo el proceso de un manto de respetabilidad. No obstante, Stuart Wright expone en su análisis titulado Factors Th at Shape the Apostate Role (Factores que moldean el papel del apóstata):

El tema de la colaboración volun-taria se tornó más complejo a medida que el movimiento antisectario fue encauzando su estrategia hacia in-tervenciones menos coactivas y más profesionalizadas, proceso en el que co-braron más notoriedad la investigación y el papel de los siquiatras, sicólogos y asistentes sociales (Robbins 1988:6). El progresivo aumento de intervenciones de personal médico como agente de control social dio ímpetu a la terapia de readaptación o reinserción, una forma de intervención no coactiva (Hassan 1988). Sin embargo, algunas veces esas mismas intervenciones han estado respaldadas por desprogramaciones

coactivas, de tal manera que el grado en que éstas son «voluntarias» sigue suscitando polémica (Bromley 105).

Abundan los recuentos de terapias de readap-tación forzadas mediante engaño y artimaña, a instancias de familiares asustados que intentan disuadir al converso.

Los activistas antisectarios han invertido gran-des esfuerzos y mucho tiempo para que no se si-guiera identifi cando a sus organizaciones con las técnicas coactivas normalmente asociadas con la desprogramación. Al promover el modelo de la terapia de readaptación, detractores de las sectas han procurado asegurar al público y a las autorida-des que los «especialistas» son capaces de razonar profesional y efi cazmente con un prosélito a fi n de ayudarlo a comprender que ha sido victimado contra su voluntad y criterio. Al impulsar esta nueva modalidad de quebrantamiento de la fe, las organizaciones antisectarias —al estilo del antiguo CAN— han condenado ofi cialmente los procedi-mientos violentos propios de la desprogramación. Con ello pretenden afi rmar que en realidad jamás colaboraron activamente con los desprogramadores, a los que catalogan de activistas independientes. Sin embargo, el fallo del pleito Scott vs. CAN echó por tierra esa postura.

Como destaca David Bromley en su libro Th e Politics of Religious Apostasy (La manipulación política de la apostasía religiosa), aunque la tera-pia de reinserción desplazó a la desprogramación coactiva, los objetivos del movimiento antisectario no dejaron de cumplirse. Se conseguía reinsertar a un ex miembro en círculos sociales convencionales induciéndolo a reinterpretar sus dudas y dispu-tas de tal forma que coincidieran con el ideario del movimiento respecto de las sectas y el lavado de cerebro (41). Según afi rma Carol Giambalvo —terapeuta de reinserción—, «normalmente, los mismos terapeutas de reinserción son ex miembros de alguna secta» (3). Esto brinda al apóstata la posibilidad de desempeñar un papel profesional o activo dentro del movimiento antisectario, garan-tizando así lo que Stuart Wright describe como «la institucionalización de la apostasía» (Bromley 97). Dicho de otro modo, el movimiento antisectario ofrece al ex prosélito ocasión de hacer carrera como apóstata profesional, la cual puede desempeñar

14 A lo largo de los años 90, los reparos con que se encontraron los testimonios de especialistas en torno a la teoría del lavado de cerebro llevaron a los ex adeptos que presentaban pleitos civiles contra NMR —y otras organizaciones que según [la Dra. Margaret] Singer practicaban la persuación coercitiva— a alterar signifi cativamente su planteamiento. [...] El pleito de United States vs. Fishman, ocurrido en 1990, tuvo como consecuencia una manifi esta declinación de desprogramaciones forzadas —éstas se sustituyeron por la terapia de reinserción, modalidad menos coactiva y por tanto más aceptable—, y sirvió de advertencia a las organizaciones que apoyaban esos actos. Aunque la cantidad de desprograma-ciones se redujo de manera elocuente, todavía ocurrían aisladamente (Melton 1999).

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—entre otras alternativas— como terapeuta de reinserción.

La estrategia de la «usurpación del pensamiento autónomo»

Si bien «los resultados de sucesivas investigacio-nes llevadas a cabo en el campo de las ciencias

sociales proporcionan muy poco respaldo» a la teoría del lavado de cerebro y la persuasión coer-citiva (Bromley y Hammond 225-229), los grupos antisectarios todavía gozan de amplia aceptación. La prensa difunde generosamente sus incrimina-ciones de coacción psicológica, las cuales suscitan la indignación general y alarman a los familiares de los integrantes de nuevos movimientos religio-sos. El académico europeo, Massimo Introvigne, sostiene: «Es indudable que la teoría antisectaria en torno al lavado del cerebro y el sometimiento psicológico no tiene cabida alguna en el campo de las ciencias sociales ni de la psicología. Carecen totalmente de evidencia empírica y en realidad no son más que un medio empleado para negar que una agrupación considerada anormal o subversiva constituye en realidad un movimiento religioso».

¿Cómo entonces persiste el mito a pesar de que todo indica que es una falacia?

Los escritos de Lee Coleman revelan que la etiqueta de lavado de cerebro se emplea para racio-nalizar y condenar cambios fundamentales de acti-tud o conducta con los que no se está de acuerdo. Asimismo ponen en evidencia los motivos ulteriores de las organizaciones antisectarias y antirreligiosas, de ciertos padres hostiles y de algunas corrientes que se han desarrollado dentro de la psiquiatría. Dice Coleman:

Los detractores de las sectas —so-

bre todo padres empeñados en recupe-rar a sus hijos mayores de edad— han reconocido que el mayor obstáculo que se les presenta es que aquellos a quienes desean «rescatar» niegan ser víctimas de coacción o fraude. Según los dictados de la jurisprudencia, es ilegítimo obligar a los prosélitos de un grupo religioso a suspender acti-vidades que presumiblemente realizan de forma voluntaria, a menos que se demuestre que no están en pleno uso de sus facultades mentales. Fue con tal

fi n específi co que se elaboró una estrategia para hacer creer que el prosélito pade-cía una «usurpación del pensamiento autónomo». Esta presuposición sir-vió de argumento a padres de familia y otros detractores para justifi car las acciones físicas emprendidas contra tales conversos a fi n de liberarlos de la esclavitud psicológica a la que estaban sometidos. (Coleman, Religions, 322. La bastardilla es nuestra.)

Antes había escrito:

Hoy en día las acusaciones de lava-do de cerebro surten el mismo efecto que las de posesión diabólica hace cientos de años. [...] Es evidente que en la actualidad los críticos de estas nuevas iglesias no aceptan el hecho de que mu-cha gente joven haya encontrado con-tentamiento espiritual en ellas. Aducen en cambio que dicha satisfacción es el resultado de un «sometimiento psico-lógico» (Coleman Psychiatry 16, citado por Biermans 36-38).

La táctica de evadir la responsabilidad: «¡Me lavaron el cerebro!»

En su afán de hallar un chivo expiatorio al cual echar la culpa de todo, ciertos padres de in-

tegrantes de nuevos movimientos religiosos, así como algunos ex adeptos, descubren que atribuir todos sus males a un presunto lavado de cerebro es la solución ideal. «Contribuye a eximir de toda responsabilidad a cada una de las partes afectadas, menos a la secta en cuestión» (Robbins [1988: 95] citado por Barker 1989: 17, 19 y Skonovd en Bromley y Richardson [eds.] 1983: 101).15 Dicho de otro modo, no hay por qué confesar que se ha cometido un error cuando basta con decir: «¡Soy inocente! ¡Obraba de buena fe! ¡Me lavaron el ce-rebro! ¡No era consciente de lo que hacía, no tenía voluntad propia!» Bromley explica:

El alegato de lavado de cerebro

proporcionaba a las familias de los prosélitos una explicación verosímil —si bien poco convincente— de la adopción de «extrañas» creencias y

15En el capítulo, Leaving the Cultic Religious Melieu (Abandono del ámbito religioso sectario), Skonovd también puntualiza que, en efecto, al atribuir al lavado cerebral toda asociación con un NMR «se absuelve al individuo de la responsabilidad de su conversión, de su permanencia en el grupo y de todo comportamiento anormal exhibido durante ese periodo. Todo esto se hace posible gracias al argumento de que en la conversión intervino el lavado de cerebro y que la permanencia en la agrupación fue producto de una manipulación psicológica».

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�actitudes por parte de éstos, todo ello sin estigmatizarlos a causa de su des-carrío —es decir, haberse afi liado a una secta— ni mancillar el nombre de la familia. Dicho argumento se presentaba además como avalado por la ciencia, lo que le otorgaba un falso viso de legitimidad. Lo que es más, sentó las bases para atribuir peyora-tivamente la rúbrica de secta a una amplia diversidad de grupos religio-sos de reciente aparición (Bromley y Hammond 221-224).

Gran parte de las recriminaciones que se hacen

hoy en día a los NMR derivan de los recuentos de ex integrantes de los mismos que han sido despro-gramados o sometidos a una terapia de reinserción. Para que dicha terapia tenga éxito, es necesario proporcionar al «rehabilitado» argumentos fáciles de esgrimir que justifi quen su conducta «anómala», lo eximan de toda responsabilidad y expliquen lo que lo llevó a unirse al grupo. A los padres no les hace ninguna gracia la insinuación de que su hijo padeciera algún desequilibrio emocional o se sintiera infeliz con la vida que le habían ofrecido. De ahí que achaquen la culpa al grupo.

A la mayoría de los padres les cues-ta mucho culpar a sus hijos o asumir ellos mismos alguna medida de res-ponsabilidad por la decisión de éstos de unirse a determinada secta. Una vez que el joven se convence de que su nueva religión no es tan sublime, fascinante o benévola como pensó en un principio, se encuentra en la misma situación: se siente obligado a evadir la responsabilidad de haber abrazado in-genuamente ideales errados (Bromley y Shupe 198-202).16

Coleman puntualiza:

El ex prosélito no tiene más que reconocer que le lavaron el cerebro y que en realidad no decidió por volun-tad propia ingresar a la secta; así todo le es perdonado. La familia entonces descarga sus rencores sobre el grupo en cuestión y atribuye a éste la abso-

luta responsabilidad de toda acción censurable cometida por el prosélito. Para ciertas personas, una vía de esca-pe de tales características constituye una tentación irresistible. Entre esas personas precisamente las organiza-ciones hostiles a los NMR captan a sus adeptos más acérrimos (Robbins, Shepherd y McBride 72-73).

En el libro Th e Mind Manipulators

(Manipuladores de la mente), los especialistas Alan Schefl in y Edward Opton indican que la teoría del «lavado de cerebro» o de la «coacción psicológica» resulta sumamente conveniente para racionalizar las propias acciones y evadir responsabilidades. Cualquiera puede afi liarse a una agrupación de mala fama y luego aducir que lo programaron para adherirse a ella. Schefl in y Opton señalan que conceptos de connotaciones tan esotéricas como el de «lavado de cerebro» otorgan a la gente la po-sibilidad de no tener que dar cuenta de sus actos. Este recurso se asemeja en gran manera al de alegar demencia en un proceso judicial. La escala de valores de una persona y su capacidad de pensar y razonar «sencillamente no son susceptibles de ser usurpadas. [...]» El concepto de lavado de cerebro constituye en realidad la forma más solapada de manipulación del pensamiento que se pueda urdir (Schefl in y Opton 474, citados por Biermans 36-38. [Véase también Hexham y Poewe 11]. La bastardilla es nuestra.)

El objeto central de la terapia de readaptación social es inducir a la «víctima» a reprochar al movi-miento del que formaba parte todo lo que evoque en ella sentimientos negativos. Lleva al «readaptado» a achacar todos sus males a los demás y a negarse a aceptar responsabilidad alguna por sus propias decisiones o actos. Sin embargo, el proselitismo negativo que se efectúa mediante la terapia de readaptación se basa en el mito del sometimiento psicológico. Es decir, que una vez que el apóstata acepta la teoría del lavado de cerebro como vía de escape, lo que hace en realidad es reconocer que ha padecido una «enfermedad mental». Se ve obligado a proporcionar «pruebas» de que lo que motivó su ingreso al movimiento religioso no tradicional fue un prolongado lapsus mental. Esa es la expiación que se exige al apóstata y el precio que debe pagar para poder acceder a esta salida fácil. Así comienza a tejerse la trama (Robbins, Shepherd y McBride 95; Skonovd 10).

16 En el libro The “Deformation” of New Religions: Impacts of Societal and Organizational Factors (Robbins et al. [ed.] 1985: 167-168), James Richardson afi rma: «Algunos se resisten a creer que sus hijos sean capaces de abrazar semejante forma de vida por voluntad propia, dado que admitirlo equivaldría a reconocer que sus hijos los han rechazado, han repudiado sus valores y, lo que es más doloroso, han defraudado las espe-ranzas y planes que esos padres tenían cifradas en ellos en términos de educación y profesión».

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Coleman describe así la transformación que se opera: A salvo en brazos de papá y mamá, y exonerados de toda responsabilidad por las deci-siones tomadas hasta entonces, estos individuos se muestran ansiosos de legitimar aún más su nueva postura atacando a otros que se hayan apartado del camino de la virtud (Robbins, Shepherd y McBride 73-74).

El proceso de conversión a la ideología antisectaria: De la devoción a la apostasía

Curiosamente, uno de los promotores de la teoría de la persuasión coercitiva, el doctor

Robert Lifton —cuyos escritos en muchos casos terminan propagando ese mito y fomentando la adopción de posturas recalcitrantes en contra de la religión—, explica en forma parcial la conduc-ta aberrante que asumen los ex conversos que se asocian con desprogramadores o especialistas en terapia de readaptación:

Éste [el individuo que abandona una agru-pación religiosa] se siente movido a considerar sus desaciertos como producto de infl uencias ex-ternas. [...] En consecuencia, una de las maneras más efi caces de aliviar en parte su sentimiento de culpabilidad es denunciar de continuo y con viru-lencia tales infl uencias. Cuanto más profundo sea su sentimiento de culpa, más intenso será su rencor (Robbins, Shepherd y McBride 73-74).

Lifton advierte que tales sentimientos avivan las llamas de la intolerancia y la animosidad generali-zadas, dan lugar a purgas propias de la Inquisición y originan «guerras tanto religiosas como políticas. [...] Lamentablemente, en su celo por desacreditar a su anterior congregación y reivindicarse ante su familia, muchos ex conversos que ingresan a las fi las de los antagonistas de las sectas contribuyen enormemente a intensifi car la ola de intolerancia hacia las creencias religiosas ajenas, que actualmente cobra cada vez más impulso» (Robbins, Shepherd y McBride 73-74).

Especialistas en el campo de las ciencias sociales que analizaron con objetividad la desconcertante transmutación que experimentan los ex conversos que pasan de una postura de fervor por la causa a otra de repudio total de la misma, y el notable «parecido» que existe entre los diversos recuentos de los horrores cometidos por las sectas, han de-terminado que todo ello es consecuencia directa

de la desprogramación y la terapia de reinserción practicadas por los antisectarios. (Barker, Movements 128.)17 Robbins amplía dicho concepto (96-97):

La creencia generalizada en la va-

lidez de las recriminaciones de lavado de cerebro que se hacen a las sectas se deriva en gran parte de los relatos de ex adeptos convertidos en activistas de las organizaciones hostiles a los NMR. Diversos estudios llevados a cabo por sociólogos revelan que las personas que han pertenecido a grupos religio-sos adoptan actitudes muy diversas hacia éstos. Es de notar que quienes manifi estan posturas antagónicas son mayormente los que han sido despro-gramados, o los que han participado en grupos de apoyo o programas tera-péuticos de diversa índole auspiciados por las organizaciones antisectarias (Beckford; Lewis; Skonovd Apostasy; Wright Attitudes).

Dicho de otro modo, se ha documentado ex-tensamente que muchos ex integrantes de esos movimientos no se vuelven antagónicos a ellos hasta después de haber sido abordados por representantes de grupos antisectarios. Coleman puntualiza:

La vehemencia con que un antiguo miembro de una secta afi rme haber sido víctima de una supuesta usur-pación de las facultades mentales es proporcional a la medida en que haya sido adoctrinado por asociaciones anti-sectarias [...] En la inmensa mayoría de los casos, los profesionales de la salud mental al servicio de grupos antisecta-rios han basado sus estudios en mues-treos tendenciosos. Rara vez hablaron directamente con seguidores de NMR o con personas que abandonaron esos movimientos por iniciativa propia, de las cuales existe un alto porcentaje. [...] Difícilmente podría alegarse que tales fuentes constituyen un medio de hacer una evaluación objetiva de quienes ingresan en religiones de corta trayectoria. (Coleman, Reign 323).

17 Barker incluye además la siguiente nota: Lewis (s. f.), p.15; James Lewis, Reconstructing the “Cult” Experience: Post-Involvement Attitudes as a Function of Mode of Exit and Post-

Involvement Socialization, «Sociological Analysis», vol.47, nº2 (1986). Las conclusiones del estudio de Lewis son prácticamente idénticas a las de una investigación anterior realizada por Trudy Solomon, que apareció en Robbins and Anthony [ed.] 1981, pp.275-294. Cf. Bromley [ed.] 1988, especialmente la parte III.

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�¿Por qué se asemejan tanto los relatos

sobre las presuntas atrocidades cometidas por las sectas?

Es un hecho documentado que muchos con-versos abandonan su credo con la misma lige-

reza con que lo abrazaron. La mayoría de los que se alejan de un movimiento religioso alternativo describen de forma muy diversa la experiencia de haber pertenecido a él. Los recuentos son en al-gunos casos positivos, en otros ambivalentes y en otros, de franco desencanto (Wright, Rothbaum y Jacobs citados por Bromley 40). Bromley añade que «la mayoría de los que abandonan un NMR no adoptan una postura francamente antagónica hacia él y por tanto dejan la arena pública en manos de un reducido grupo compuesto por aquellos ex miembros afi liados a movimientos antirreligiosos» (40). Stuart Wright incluso afi rma que muchos antiguos prosélitos tienen conceptos positivos de su experiencia: «De hecho, en muchos casos defi nen su otrora consagración como un episodio necesa-rio y signifi cativo para su desarrollo espiritual y socioemocional» (Bromley 87-88).18

El segmento mayoritario de quienes se apar-tan de una religión de reciente cuño lo hace por voluntad propia y procura una reinserción discreta en ámbitos sociales convencionales reanudando actividades familiares, laborales y educacionales (Bromley 40-41). Por contrapartida, rara vez ocurre lo mismo con los que han sido sometidos a una des-programación o terapia de readaptación. Quienes se adhieren a las doctrinas de las organizaciones hostiles a las sectas alegan haber sido víctimas de lavado de cerebro. Los recuentos que hacen de las «atrocidades» cometidas por el movimiento en el que militaban guardan extraordinaria similitud. Su fi nalidad es predisponer a los oyentes en contra de dicho movimiento. Pero ¿de dónde obtienen ideas tan calcadas? El sociólogo David Bromley analiza dicho fenómeno en un capítulo titulado Social Construction of Contested Exit Roles (Interpretación social de roles de reinserción cuestionados):

Es típico que los apóstatas —cuyo cambio de roles es coordinado por el movimiento antisectario a través de rituales de transformación de la iden-tidad— narren su historia en términos de un prolongado cautiverio. Aunque los detalles específi cos de esos relatos personales varíen, [...] el recuento del cautiverio resulta esencial para que los antisectarios puedan cumplir sus obje-tivos de control social. Para demostrar capacidad e intención subversiva, se esgrimen incriminaciones acerca del empleo deliberado e intensivo de la psicotecnología como método para socavar el libre albedrío del individuo, y de prácticas organizativas sistemá-ticas que tienen por objeto sabotear un conjunto de instituciones sociales centrales [...]. Así, el movimiento anti-sectario legitima su ideología en torno al lavado de cerebro que practican las sectas (42).

Lee Coleman añade:

«En vista de las realidades de la psicología social —sobre todo la ne-cesidad del ex integrante de una secta de justifi car sus anteriores acciones mediante argumentos que lo eximan de toda responsabilidad—, la mayoría de los estudiosos de la materia concuer-dan en que los testimonios de estas personas en cuanto a la causa de su conducta son sumamente sospechosos. En ningún caso debe atribuírseles un aura de validez científi ca (Robbins, Shepherd y McBride 73-74).

En su análisis de este fenómeno, James Richardson amplía:

18 Eileen Barker añade: «En algunos casos, es cierto que un entorno seguro y acogedor en el que se imparten directivas claras y concretas capacita a una persona para hacer frente a situaciones que no se animaba a afrontar fuera del grupo. Es más, ciertos indicios sugieren que en diversos aspectos algunas personas se desenvuelven mejor a consecuencia de su estadía en algún movimiento”. (Barker 1989: 55-57) El informe Hill, titulado The Study of Mind Development and Groups, Sects and Cults in Ontario, presentado al gobierno provincial de Ontario (Canadá), afi rma: «Apenas una pequeña minoría [...] dio cuenta de experiencias totalmente negativas. La mayoría de los que integraron algún grupo religioso —si bien se habían desencantado profundamente del mismo en ciertos aspectos— no manifestaban mayores desequilibrios y admitieron que su permanencia en el movimiento tuvo algunos efectos positivos. Muchos de los que se consideraban víctimas o experimentaron difi cultades psicológicas rayanas en la crisis nerviosa dan la impresión de haber padecido trastornos antes de su ingreso en el movimiento. Unos pocos habían sido evidentemente inestables» (Hill 1980: 552).

El Informe Hill, encargado por el gobierno de Ontario (Canadá) y presentado ante el mismo, concluyó con la recomendación de que «no ameritaba realizar una investigación pública en torno a las controversias surgidas de las actividades de sectas, agrupaciones que promueven el desarrollo de la conciencia, nuevos movimientos religiosos ni desprogramadores» (Hill 1980: 596).

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En la historia de movimientos religiosos polémicos, algunos de sus críticos más fervientes han sido los ex miembros de los mismos [...]. Algunos de esos detractores han participado en actividades extremistas, tales como des-programaciones y denuncias públicas que han espoleado a las autoridades a actuar contra dichas agrupaciones. En tales casos, los móviles no siempre se hacen patentes; lo que sí queda claro es que en algunas ocasiones los ex pro-sélitos consagran su vida a iniciativas de control social. Es posible que in-viertan mucho tiempo informando a la prensa, autoridades gubernamentales —incluida la policía— y al público en general acerca de las presuntas aberra-ciones cometidas por el grupo al que pertenecían (Bromley 76).

Acatar las normas del orden social no equivale a tener lavado el cerebro

Al margen de ciertas situaciones extremas en las que la conducta e ideas de una persona son

determinadas por agentes externos que escapan a su control, todo miembro de la sociedad, en su vida cotidiana, está sometido simplemente al conjunto normal de infl uencias y expectativas de índole social, emocional, psicológica y religiosa, como parte de su proceso de desarrollo. Todas las órdenes religiosas, los partidos políticos, las empresas, las organizaciones con fi nes sociales, económicos o educativos, las asociaciones deportivas, los clubes, las academias militares y las agrupaciones juveniles, buscan en mayor o menor medida infl uenciar a sus componentes y persuadirlos a aceptar ciertos cánones y patrones de comportamiento. La gene-ralidad de las organizaciones —desde los Boy Scouts hasta las academias exclusivistas— fi jan límites a la autonomía de sus miembros. Ejercer infl uencia en los demás es parte inherente de la vida en sociedad. Esto se evidencia en las labores de evangelización, en pintorescas campañas políticas dirigidas a cap-tar votos y en intensos bombardeos publicitarios a fi n de convencer al público para que compre ciertos productos. El orden social mismo subsiste en gran parte gracias a un complejo entramado de infl uencias y persuasiones que inevitablemente imponen ciertos límites a la libertad y autonomía del individuo, sin afectar por ello su facultad de raciocinio ni socavar su capacidad legal. Las nue-vas religiones no constituyen una excepción a esta norma. Coleman señala:

Para llegar a la conclusión de que el sometimiento psicológico no es más que un mito no hace falta examinar en detalle los métodos de conversión o adoctrinamiento empleados por muchas agrupaciones a las que se califi ca de «sec-tas». Puede que el cuadro del autómata irracional que —convencido de que obra conforme a su voluntad— se limita a cumplir los deseos de terceros sirva para preparar guiones de películas emo-cionantes, pero no es consecuente con la psicología del ser humano. Quienes se amoldan a las expectativas de conducta de un grupo optan voluntariamente por hacerlo (Reign 323, 324).

Los estudios llevados a cabo por diversos acadé-micos confi rman que el ingreso y la permanencia de un individuo en una religión de reciente formación son consecuencia de un proceso de toma de decisio-nes. Esto contradice diametralmente lo alegado por los defensores de la teoría del lavado de cerebro, que procuran atribuir a ese proceso un carácter forzado en vez de voluntario. Irving Hexham, profesor de religión, y Karla Poewe, profesora de antropología de la Universidad de Calgary, ofrecen conclusiones similares a dichos estudios:

Rechazamos la tesis del lavado de cerebro, no solo porque representa un ataque a la conversión religiosa en general, sino porque existen además numerosos indicios de que quienes ingresan en movimientos religiosos alternativos lo hacen por voluntad pro-pia. [...] Las declaraciones de los que aún forman parte de grupos marginales muestran con frecuencia que su deci-sión de profesar una religión de nuevo cuño se produjo luego de una larga búsqueda, no solo de valores, sino de soluciones a profundas crisis existen-ciales (Hexham y Poewe 9-10).

Melton y Moore también concluyen: «Contrariamente a la opinión generalizada, las investigaciones sociológicas realizadas hasta el momento indican que no existe base alguna para considerar que los procesos de decisión que de-terminan el ingreso en un movimiento religioso alternativo difi eren de los que regulan la adhesión a asociaciones y actividades voluntarias de otro tipo similares en una población comparable» (Melton y Moore 36-46).

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�El papel del movimiento antisectario de

extracción religiosa

En general, los científi cos sociales tienden a catalogar a los detractores de las sectas pro-

venientes del ámbito eclesiástico en una categoría separada. Les atribuyen el apelativo de counter-cult (contrasectario) para diferenciarlo de anti-cult (anti-sectario). Por lo visto, los motivos y los medios que esgrimen los antisectarios seculares para oponerse a las nuevas religiones difi eren sustancialmente de aquellos empleados por los grupos antagónicos de carácter religioso (contrasectarios), toda vez que estos concentran sus ataques en el aspecto teológico-religioso.

Introvigne subraya las diferencias entre am-bos:

Sin embargo, los ministerios cris-tianos no alegan que las sectas no sean religiones. Se empeñan más en señalar que las mismas no son cristianas y que, por lo tanto, se circunscriben dentro de la categoría más amplia de «religiones falsas». Los enemigos evan-gélicos de las sectas no procuraron el apoyo del Estado ni reclamaron que a éstas se les debía retirar sus preben-das de organización religiosa exenta del pago de impuestos. Su principal inquietud era la de advertir a sus her-manos evangélicos acerca del carácter no cristiano de las mismas. Los cien-tífi cos sociales normalmente califi can de contrasectarios a dichos ministe-rios evangélicos para distinguirlos del movimiento antisectario secular. Este último afi rma estar más interesado en los actos que en los credos y procura obtener la colaboración de organismos públicos para combatir a los grupos que ellos perciben como desviados o subversivos. A diferencia del movi-miento contrasectario evangélico, el movimiento antisectario secular —en inglés, ACM—, afi rma que las sectas no son religiones. Al hacer hincapié en los métodos de actuación en vez de concentrar sus críticas en las creencias, el ACM concluye que las sectas no son merecedoras de pertenecer a la privi-legiada categoría de religión, puesto

que son culpables de una diversidad de delitos. Curiosamente, los antisec-tarios, no reclaman que las religiones legítimas puedan perder su personería jurídica y su status como organizacio-nes exentas de pago de impuestos en caso de incurrir en ciertos delitos. Más bien proponen que las sectas se funda-mentan en un delito creado por ellas mismas, el cual lamentablemente no ha sido reconocido como tal por la ley, al menos hasta el presente. A ese delito se lo denominó originariamente «lavado de cerebro». Pero teniendo en cuenta que el término ha sido desacreditado por investigadores de la salud mental, le han asignado nuevos motes, entre ellos, subordinación, manipulación o desestabilización mental. [...] Las narrativas de lavado cerebral ofrecen un instrumento poderoso y de fácil empleo para distinguir entre religio-nes y sectas. Éstas últimas se valen del lavado de cerebro —o «coacción» y «manipulación mental»—. En cambio, las confesiones religiosas, por defi ni-ción, respetan la libertad. Por ende, formar parte de una de ellas consti-tuye un ejercicio del libre albedrío (Introvigne).19

La historia abunda en ejemplos de grupos re-ligiosos marginales atacados por las confesiones dominantes (Cox, citado por Needleman y Baker 125-129). Bromley y Shupe explican esta situación en un contexto histórico:

Tradicionalmente, los grupos que se oponen a los NMR han surgido de confesiones de larga trayectoria o de distintos estratos de los poderes del Estado. Al mismo tiempo estos grupos han atraído a individuos que entraron en pugna directa y personal con las nuevas religiones. Para las confesiones ya arraigadas, el punto de confl icto reside en el rechazo beligerante que los movimientos alternativos exhiben hacia ellas. Los dirigentes de dichas confesiones suelen advertir a sus fe-ligreses sobre los peligros espirituales que entrañan las nuevas religiones y

19 En el siguiente vínculo de Internet del CESNUR www.cesnur.org/testi/se_brainwash.htm el lector encontrará un extenso archivo de documentos y análisis académicos en inglés sobre el debate generado en torno a la cuestión del lavado de cerebro/manipulación psicológica.

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se empeñan en refutar las enseñanzas de éstas. Cuando se ha presentado la ocasión, no han vacilado en solivian-tar a la opinión pública y espolear a las autoridades para que emprendan acciones punitivas. Se trata de orga-nizaciones formadas con el expreso propósito de desprestigiar y combatir a una o varias religiones alternativas (Impact 17-19).

Robbins señala que «ciertos dirigentes eclesiás-ticos [cristianos fundamentalistas, representantes de confesiones más arraigadas y de algunas asociaciones judías] han participado activamente en campañas de hostigamiento a los grupos sectarios20 (172-173). Bromley y Shupe añaden que «los cuáqueros, los adventistas del séptimo día, los mormones, los tes-tigos de Jehová, los menonitas, la Ciencia Cristiana y aun ciertos grupos católicos han sido en diversas ocasiones blanco de imputaciones sorprendente-mente similares a las que se vierten contra religiones de aparición más reciente» (211-212).

Adoptar una actitud pasiva frente a la comisión de un delito no habla muy bien de la integridad moral de una persona. No obstante, los represen-tantes de muchas confesiones de larga trayectoria han hecho poco o nada para detener los ataques de las organizaciones antisectarias contra los NMR. Es más, algunos se han sentido justifi cados al con-denar a las confesiones alternativas tildándolas de falsas religiones. Como consecuencia de ello, el movimiento antisectario ha incrementado su infl uencia, y en algunos países ahora se aventura a lanzar embates contra las propias confesiones tradicionales.

En Bélgica, por ejemplo, un informe sobre las sectas elaborado por una comisión parlamentaria incluye acusaciones disparatadas contra cinco desta-cados grupos católicos —entre ellos la Renovación Carismática—, los cuáqueros, la YWCA, los judíos hasídicos y casi todos los budistas. Conjuntamente propone un proyecto de ley que tornaría ilegal la «manipulación psicológica» (informe sobre sectas elaborado por la comisión parlamentaria belga y publicado el 28 de abril de 1997; cf. Introvigne,

Brainwashing).James Richardson resume esta situación, que

amenaza con poner cortapisas a la libertad de con-ciencia:

Permitir que se encasille la con-versión religiosa dentro del califi cativo de «lavado de cerebro» y se traslade al ámbito judicial para que un magistra-do se pronuncie al respecto, equivale a nada menos que obligar al Estado a ejercer control de la religión y dic-taminar qué constituye una creencia religiosa aceptable. [...] Decir que hay que prevenir que una persona sufra «lavado de cerebro» no es más que un modo peyorativo de afi rmar que se le debe impedir que abrace creen-cias que podrían transformar su vida. Así el fuero judicial —en nombre del Estado— se toma la atribución de determinar qué conversiones religiosas constituyen un «gran abuso» y por tanto deben sujetarse a mecanismos reguladores, hasta el punto de liquidar a una confesión religiosa socavándola económicamente por medio de liti-gios prolongados y sentencias que la obliguen a pagar cuantiosas sumas en compensaciones por daños morales (Richardson 1991).

Prensa, mitomanía y coacción psicológica

Tal vez sean los prejuicios o simplemente el tedio de la rutina cotidiana lo que hace a la gente

vulnerable a los relatos artifi ciosos de los mitómanos de hoy en día. O quizá obedezca a una tendencia innata a creer en lo insólito. Cualquiera que sea la explicación, en los tiempos en que vivimos el arte milenario de forjar embustes y mitos prospera de modo alarmante. Ello es atribuible en parte a que la prensa depende del sensacionalismo, y a que se atrae deliberadamente la atención pública como medio de manipulación y de obtención de lucro. Lo real y lo novelesco se transmiten instantáneamente

20 La revista «Atalaya», 15.8.92, informa que en 1991 la Iglesia Católica convocó un consistorio [asamblea solemne de cardenales] a fi n de debatir ciertos asuntos de importancia vital para ella, como por ejemplo la acometividad de las sectas. Según información publicada por el periódico italiano IL Sàbato, los cardenales «concordaron en que era necesario llevar a cabo un estudio exhaustivo del fenómeno de los nuevos movimientos religiosos y prevenir —en la medida de lo posible— la expansión de los mismos».

El 21 de noviembre de 1977, la Unión de Congregaciones Hebreas de Estados Unidos adoptó ofi cialmente una declaración denominada Resolution on Missionaries and Deprogramming. La misma reza: «Reafi rmamos nuestro derecho de emplear métodos de desprogramación legales. Recomendamos que nuestro movimiento aúne esfuerzos, tanto en el ámbito metropolitano como en el nacional, con individuos y organizaciones preocupados por las actividades de las sectas, y que junto a ellos pongamos todo nuestro empeño en erradicar la infl uencia de las mismas en nuestra sociedad» («Cultic Studies Journal», vol.2, nº2 [1986]).

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�a todo el mundo con el objeto de provocar cierta reacción. Cada vez más se propagan las noticias para causar un efecto predeterminado y no tanto para mantener al público informado. Los medios de difusión se han convertido en una gigantesca industria de mitos capaz de diseminar información y desinformación en todo el mundo prácticamente a la velocidad de la luz.

Una de las tácticas más utilizadas por los gru-pos de presión antisectarios es incitar a la prensa y a la justicia a investigar a un grupo religioso minoritario vulnerable con el objeto de poner en entredicho la reputación moral o legal del grupo en cuestión. Suministran a los organismos ofi ciales y a los medios periodísticos toda la información calumniosa que puedan recabar con el fi n de iniciar o intensifi car una campaña publicitaria contra el grupo al que deciden atacar. Cantidad de «paquetes» de desinformación llegan a manos de organismos gubernamentales y agencias noticiosas, que con el tiempo van cobrando aceptación como datos fi ables acerca de diversos grupos religiosos. Sumado a eso, las organizaciones antisectarias azuzan a los padres de prosélitos de NMR para que presenten denun-cias contra los mismos y presionen a los medios de difusión y a los organismos gubernamentales a tomar las medidas pertinentes. Toda acción em-prendida en ese sentido genera publicidad gratuita en interés de los detractores de las sectas, y a la vez suscita una medida de paranoia generalizada que lleva a la prensa, a las familiares de los prosélitos y a grupos minoritarios a acudir a dichos antisectarios en busca de asistencia en calidad de «especialistas». A la prensa, por su parte, le viene al dedillo esta relación simbiótica generadora de sensacionalismo con los grupos antagonistas de las sectas, ya que ello incrementa sus tiradas y su teleaudiencia. Por su parte, los grupos minoritarios generalmente no cuentan con sufi ciente infl uencia o respaldo de la opinión pública para defenderse de forma efi caz.

James Richardson hace el siguiente análisis:

La prensa constituye la estructu-ra mediática más importante entre el público y las religiones marginales. [...] Todas las grandes cadenas han emiti-do películas hechas para televisión en torno al tema del «rescate de sectarios que sufrieron un lavado de cerebro», algunas en repetidas ocasiones. [...] Es posible que ese tipo de cobertura se haya generado a causa del interés del público en relatos titilantes enmarcados dentro del concepto de que «las sectas se roban a los niños o dividen la familia».

Dada la fuerte carga emocional que transmiten, los recuentos de ese tipo venden periódicos y congregan grandes audiencias televisivas. En consecuencia, los directores de periódicos y canales de radio y televisión tienden a adoptar ese enfoque (Wright, Attitudes 156).

Las organizaciones antisectarias y el negocio de los «especialistas»

Las organizaciones antisectarias modernas se ro-dean de «un grupo de psiquiatras ruidosos, que

declaran repetidamente en juzgados, conferencias y ante la prensa haber hallado pruebas fehacientes de «coacción psicológica» (Robbins, Shepherd y McBride 71).

Coleman señala la necesidad de que el mito del lavado de cerebro fuera ratifi cado por «espe-cialistas»:

Una cosa es que unos cuantos pa-

dres de familia y un reducido número de apóstatas invoquen dicha teoría [del lavado de cerebro], y otra muy distinta conseguir que se confi era validez a la misma en un juzgado. En todo caso, para que se concedieran curadurías era necesario el testimonio de profesio-nales de la salud mental. Igualmente, para que se aprobara un proyecto de ley de curatela dirigido específi camente contra nuevas agrupaciones religiosas o para que se sentenciara a alguien por el delito de coacción psicológica era preciso contar con el apoyo de psicote-rapeutas. Para respaldar un testimonio presentado en un juzgado o en una cámara legislativa, hacía falta docu-mentación científi ca. Era necesario que el concepto de coacción psicoló-gica no fuera solamente una opinión personal, sino un hallazgo científi co legítimamente comprobado. Esa do-cumentación no tardó en elaborarse y fue preparada mayormente por los mismos profesionales que con frecuen-cia habían recomendado hacer uso de la fuerza para separar de determinadas organizaciones religiosas a individuos con los que en ocasiones ni siquiera habían hablado (Religions 322).

Bromley y Hammond también evocan la fun-ción de los profesionales para mantener a fl ote a

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las organizaciones que luchan contra los pequeños movimientos religiosos: «Los profesionales han desempeñado un papel protagónico en la red de organizaciones que combaten a las minorías religio-sas. Aportan sus conocimientos para la formulación de leyes dirigidas contra las sectas, dan testimonio pericial en los procesos judiciales entablados por ex integrantes de movimientos religiosos alternativos, y ofrecen sus servicios profesionales en las terapias de reinserción» (225-229).

Robbins (170-172) documenta la explotación económica de la psicosis generada en torno a las sectas:

La histeria que se produce con relación a las «sectas destructivas» da lugar a ciertas condiciones propicias para que profesionales diplomados adquieran y promuevan una nueva y prestigiosa especialidad: la de terapeu-tas y rehabilitadores de víctimas de las sectas (Kilbourne and Richardson 237; Robbins y Anthony 283-297). Se insta a seguidores —o ex seguidores— de religiones de nuevo cuño y a personas traumatizadas por el hecho de que algún familiar suyo forme o haya for-mado parte de una secta, a someterse a terapia o asesoramiento. Algunos clínicos han defendido activamente esa postura.

Algo que vale la pena recordar es que las organizaciones antisectarias no son sociedades benéfi cas. Los expertos y demás personas empleadas por di-chas organizaciones no son voluntarios consagrados a la causa, sino individuos muy bien remunerados, algunos de los cuales reciben un alto porcentaje de sus ingresos por los servicios que prestan en aras del desmantelamiento de los NMR. Tales practicantes de la seudomedicina ofrecen sus servicios como testigos o conferencistas «espe-cializados». Si se pusiera en evidencia su falta de idoneidad profesional, per-derían una parte sustancial de dichos ingresos; de ahí que se opongan a ello con suma vehemencia. Los autodeno-minados especialistas de las organiza-ciones antisectarias cobran cientos de dólares por hora. El caso de Margaret Singer es típico. Esta señora «obtiene

un elevado porcentaje de sus ingresos por el asesoramiento que brinda en procesos judiciales contra las sectas» (Richardson 59).

La nueva psicología y los testimonios de los «especialistas»

La participación de psicólogos y psiquiatras en procesos judiciales es cada vez más frecuente.

Sin embargo, no deja de generar innumerables controversias. Los estudios demuestran que muchos profesionales no aportan conclusiones válidas o dignas de crédito, y que éstas no necesariamente son más precisas que las de personas profanas, lo cual pone en entredicho la suposición de que los psicólogos y psiquiatras están a la altura de los requerimientos jurídicos en lo que hace a pericia profesional.

«En la mayoría de los casos en que se han cotejado dictámenes psiquiátricos con criterios desapasionados que gozan de aceptación, se hizo patente que dichos dictámenes eran erróneos». Tal afi rmación la hizo el doctor Jay Ziskin, psicólogo y abogado de Los Ángeles, que junto con David Faust —director de la sección de psicología del Hospital Rhode Island y profesor adjunto de psiquiatría y conducta humana de la Universidad Brown— es autor del libro Coping with Psychiatric Testimony (Análisis de la validez del testimonio psiquiátrico) (1995). Ziskin y Faust sostienen que «a causa de las actitudes, valores y prejuicios del examinador», las evaluaciones psiquiátricas y los métodos em-pleados para llevarlas a cabo se caracterizan por estar «peligrosamente minados de tergiversaciones, datos incompletos e imprecisiones». No obstante, cada vez con más frecuencia se aduce e incluso se da por sentado que los «testimonios» psiquiátricos que prestan «especialistas» en los procesos judicia-les son dignos de toda confi anza.21 Ziskin y Faust escriben:

A medida que tanto los magistra-dos como el público tomen conciencia de la inmensa discrepancia que exis-te entre la idoneidad profesional de la que alardean los especialistas y los resultados de investigaciones científi -cas, inevitablemente la credibilidad de la psicología y la psiquiatría se verán perjudicadas. Un testimonio pericial puede suscitar prejuicios en un jurado. A pesar de que la aparente sufi cien-

21 La poca fi abilidad del diagnóstico psiquiátrico ha quedado claramente demostrada en el «California Law Review» (vol.62: 693).

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�cia de un especialista y la exactitud de sus conclusiones sean en algunos casos inversamente proporcionales, bien pudiera ocurrir que un jurado aceptara como válida la opinión de un experto muy convincente e hiciera caso omiso de la de otro profesional que se expresara con una prudencia más acorde con las circunstancias. Dada la naturaleza tan subjetiva de un testi-monio especializado y la facilidad con que puede ser parcial, es muy suscep-tible de ser invocado arbitrariamente. La participación de especialistas en procesos judiciales supone una enorme pérdida de tiempo —que ya de por sí escasea en los juzgados— e implica un costo de millones de dólares que salen del bolsillo de los contribuyentes. Además, estos especialistas ocasionan el riesgo de que se ponga en tela de juicio la competencia profesional o la conducta de sus colegas. (La bastardilla es nuestra.)22

Un buen número de prestigiosas autoridades en el campo de la salud mental sienten honda preocupación ante la creciente desconfi anza que se advierte hacia su profesión. El doctor Walter Reich, psiquiatra del National Institute of Mental Health (Instituto Nacional de Salud Mental) de los EE.UU., señala con gran acierto: «Al incur-sionar en terrenos en los que carece de la debida capacidad pericial, la psiquiatría se perjudica a sí misma, devalúa su propio prestigio. En lo que se refi ere a casos de [lavado cerebral], la experiencia con que cuenta la psiquiatría es insufi ciente, y no se ha puesto a prueba con la amplitud que exige el caso. En un contexto jurídico, no equivale a una opinión pericial» (Reich 1976: 403).

En su libro Th e Emperor’s New Clothes—Th e Naked Truth about the New Psychology (El traje nuevo del emperador: La verdad desnuda en torno a la nueva psicología), William Kirk Kilpatrick —profesor adjunto de psicología educacional de la Universidad de Boston y graduado de las universi-dades de Harvard y Purdue— aborda este tema:

La psicología moderna está plaga-da de especulaciones, espejismos, am-bigüedades, contradicciones, prejuicios e ideologías disfrazados de axiomas científi cos. Nuestra capacidad de au-

tosugestión queda inmejorablemente expuesta en el cuento El traje nue-vo del emperador, de Hans Christian Andersen. A mi modo de ver, se aplica de manera singular a la veneración que se tributa actualmente a la psicología y los psicólogos. En esencia, el cuento se refi ere a la pleitesía que se rinde a las opiniones de los especialistas, a la insensatez de dejar que los juicios de los expertos primen por encima del sentido común. [En esa historia] cada uno piensa: «Yo no veo nada; pero ¿quién soy yo para emitir juicio?» Dado que en nuestra cultura la psicología ha sido elevada a una suerte de categoría imperial, y gracias en parte a que todas las personas inteligentes afi rman que se viste con ideas de elegante confec-ción, nuestra certitud se ve superada por el peso del dictamen pericial de los psicólogos.

Gran parte de la indumentaria de la psicología es en verdad invisible. Los cristianos creen igualmente en diversas fuerzas ocultas. La psicología —al igual que el cristianismo— es hasta cierto punto cuestión de fe (3-6, 8, 15).

El movimiento antisectario ha capitalizado el concepto popular de que los profesionales de la salud mental son «especialistas» legítimos en un tribunal. James Richardson lo señala en estos términos:

Las organizaciones antisecta-rias, entre ellas, la American Family Foundation (AFF) y la [otrora] Cult Awareness Network (CAN), han tenido un éxito considerable en lo que se refi e-re a moldear la opinión pública, tanto en los EE.UU. como en el extranjero. Es más, el CAN y la AFF mantienen es-trechos vínculos con representantes de la profesión psicoterapéutica y ciertos dirigentes de organizaciones religiosas. De hecho, varios de ellos fi guran en sus directorios. De ahí que haya una confl uencia importante de intereses entre el CAN y otros grupos:

1) Los terapeutas que consideran que los miembros actuales y los ex miembros de religiones minoritarias

22 Cf. The Expert Witness in Psychology and Psychiatry, escrito por David Faust y Jay Ziskin y publicado en «Science», vol.241 (7.1988).

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necesitan asistencia psicológica;2) ciertos políticos que están a fa-

vor de promulgar legislación contra las sectas;

3) asistentes sociales y asesores que afi rman que las sectas destruyen la familia, y

4) algunos dirigentes religiosos que, ofi ciando de guardianes, procu-ran mantener a salvo sus respectivos dominios, alegando que las sectas ro-ban niños o que son obra del propio Diablo. En algunos casos, participan los padres de algún converso, que por el hecho de gozar de una posición so-cial o política destacada, están en con-diciones de obstaculizar seriamente la labor del grupo y ofrecer asistencia a quienes se oponen al mismo (Bromley y Shupe; Richardson, Mental Health, Evolution).

El asalto a los NMR se traslada al contexto médico con el objeto de burlar las

garantías constitucionales

Los sociólogos Anthony y Robbins concluyeron que los intentos por parte de los antisectarios

de «estigmatizar a los movimientos religiosos no convencionales tildándolos de perniciosos para la salud mental» —es decir, acusándolos de roboti-zar a sus adeptos— son una muestra del empleo inescrupuloso de ideas seudocientífi cas con fi nes políticos. Sostienen también que «la complicidad de profesionales psiquiátricos en la represión de las religiones alternativas coarta los derechos civiles» (Robbins y Anthony 286, citados por Melton y Moore 36-46).

En países en los que se auspicia el pluralismo re-ligioso, con frecuencia se invocan razones de índole médica o psiquiátrica para censurar a las religiones de escasa trayectoria. Acusar a dichas religiones de «lavar el cerebro» a sus prosélitos traslada todo el asunto y el debate del terreno religioso al terreno «médico» (Robbins and Anthony 1982: 286).23 Posteriormente —siguiendo una suerte de razona-miento maquiavélico— se niega libertad de culto a organizaciones minoritarias sobre la base de que por defi nición todos sus integrantes han sido víctimas de «lavado cerebral». En consecuencia, no están capacitados para practicar «libremente» su religión,

dado que —según alegan los mitómanos— todo prosélito de una religión de nuevo cuño es un au-tómata cuyas facultades mentales están en manos ajenas y, por tanto, debiera ser «rescatado».

William Shepherd (31-37, citando a Robbins y Anthony, 286) deja constancia de ello:

«Ausencia de pensamiento autó-

nomo», «robotización», «obediencia extrema» y «lavado de cerebro» no son más que términos sustitutivos para decir patología y trastorno mental. Una vez que se atribuye a alguien un comportamiento involuntario, se en-tra en el terreno de la patología, de la medicina.

La postura médica ofi cial [...] en torno a lo no convencional concede a los detractores de las sectas una vía para estigmatizar la adhesión a una religión minoritaria, califi cándola de patológica. Rescatar «víctimas» es un objetivo loable, por lo que elementos que se toman la justicia por su mano —¿policía ideológica?— no tienen por qué poner demasiado empeño en observar minuciosamente los derechos constitucionales ajenos. «Si pertenecer a una secta es en esencia una cuestión de índole médica, no puede a la vez entrar en la categoría de derecho otor-gado por la Constitución, dado que a los enfermos hay que someterlos a tratamiento» (la bastardilla aparece en el original).

Así pues, «el propósito primordial de aplicar el

sofi sma de lavado de cerebro a las nuevas agrupacio-nes religiosas es legitimar la represión de las mismas» (Brockway y Rajashekar [ed.] 1987: 97-100). Esta violación de los derechos en materia de religión se ha tornado en un ataque deliberado, concertado, prolongado y violento contra diversas confesiones religiosas. Bromley y Shupe aclaran:

Quienes han generado la histeria

colectiva en torno a las sectas [...] tie-nen por fi nalidad recabar el apoyo del Estado, las iglesias, los profesionales de la salud mental y otros sectores de la sociedad para acabar con lo que

23 Shepherd (1985: 31-37) añade a dicha cuestión: «La amenaza de las sectas se convierte así en una cuestión de índole médica, hasta el punto de que algunos fueros judiciales consideran que los perjuicios involuntarios ocasionados por procesos de persuasión coercitiva traumáticos y patógenos justifi can la intervención gubernamental de las actividades de las sectas».

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�consideran una amenaza sin prece-dentes. En aras de dicho objetivo, no vacilan en hacer caso omiso de garan-tías constitucionales, procedimien-tos establecidos para la investigación científi ca y toda consideración ética. Quieren hacernos creer que las sectas suponen un peligro extraordinario e inusitado, a fi n de justifi car el empleo de medios igualmente extraordinarios e inusitados para eliminarlas (Impact, xiii-xv).

Cuanto mayor sea el poder que se otorgue al

Estado para dictaminar qué creencias y prácticas religiosas son racionales y cuáles aberrantes, mayor será el riesgo de que éste imponga un totalitarismo en lo que a doctrinas religiosas se refi ere, tal como ocurrió en la otrora Unión Soviética, donde en muchos casos a quienes profesaban activamente la fe cristiana se los «hospitalizaba» o se los enviaba al gulag (campo de concentración) a fi n de recibir «tratamiento».

El activismo antisectario

Pese a las enormes diferencias que existen entre las agrupaciones religiosas que exhiben una gran

dedicación y el movimiento antisectario, resaltan algunas similitudes sorprendentes que los grupos antisectarios preferirían camufl ar. Es de notar que muchos de los mismos síntomas de conversión a las nuevas religiones que los antisectarios delinean como patrones de «conducta destructiva» se hacen patentes de forma generalizada en sus propias or-ganizaciones.

Las agrupaciones antisectarias constituyen una cruzada compuesta por individuos que abrazan una causa con fervor casi religioso. Se adhieren a una ideología que promueven en los órganos de difusión y mediante programas de concientización, campa-ñas de recaudación de fondos y ejerciendo presión en medios políticos de diversos países del mundo con el objeto de que se promulgue legislación que favorezca la consecución de sus objetivos.

Las organizaciones detractoras de las sectas conforman una red internacional de la que se valen para editar sus propias publicaciones. Colaboran con individuos de ideas afi nes que dedican su tiempo a defi nir y realizar investigaciones sobre presuntos patrones de conducta que confi rmen las teorías que promueven; a saber, que las religiones progresistas y de reciente aparición son inheren-temente perniciosas para quienes las profesan. Sus componentes son activistas. Distribuyen folletos,

prestan servicios de comunicación y visitan cole-gios y organismos ofi ciales para impulsar su causa, todo ello, pese a no contar con el aval de estudios científi cos elaborados por profesionales del ramo y círculos académicos.

David Bromley pone de relieve el importante papel que desempeñan los desavenidos ex integran-tes de NMR en el movimiento antisectario:

Los recuentos que hacen los após-tatas de su cautiverio y de las atroci-dades institucionales que presenciaron durante el mismo son parte esencial de toda campaña de presión, entrevista en los medios de comunicación, audiencia testimonial y sesión de desprograma-ción promovida por las organizaciones de lucha contra las sectas. El carácter de todas las iniciativas de control social que se emprenden contra los NMR se ve afectado por una efi caz degradación del prestigio moral de éstos. Las vio-laciones a las que se hace referencia son tan fundamentales y masivas que cualquier reclamo de inocencia puede desestimarse en forma sumaria. Los integrantes de NMR que alegan estar contentos en sus movimientos son ig-norados por considerárseles autómatas; a las iniciativas cívicas de los mismos se las tilda de ardides publicitarios y a sus fi liales se las califi ca despectivamente de fachadas. A las instituciones que no están directamente involucradas en el confl icto se las espolea a buscar ocasión de invocar sanciones. Paralelamente, se crea un clima hostil en la opinión pública, que propicia la ampliación del control social por parte de la autoridad competente (Bromley y Breschel).

En Europa Occidental el movimiento antisec-tario ha promovido intensamente el argumento de la manipulación psicológica, lo que ha motivado que se impongan cortapisas a las actividades de los nuevos movimientos religiosos en algunos países de ese continente. En varios de ellos se formaron comisiones parlamentarias con el objeto de investi-gar a las «sectas». Dichas investigaciones recurrieron en gran parte a las organizaciones antisectarias así como a testimonios de apóstatas. Muchas de las nacientes democracias de Europa Oriental han seguido el modelo de sus contrapartes occidentales imponiendo restricciones aún más rigurosas a la libertad de culto.

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Massimo Introvigne comenta sobre el papel protagónico que tuvo la teoría de la robotización en la aprensión que se generó en torno a las religiones alternativas en Europa:

La prensa, constantemente azuza-da por el movimiento antisectario, pro-movió una imagen siniestra acerca del «peligro de las sectas», lo que propició la formación de comisiones parlamen-tarias para investigar el asunto en varios países. En el caso de las comisiones belga y francesa, los políticos colabo-raron con los activistas antisectarios y algunos ex miembros de varios NMR dados a ventilar públicamente su des-contento. A los académicos apenas si se les prestó atención, por lo que los in-formes fueron elaborados mayormente a partir de datos suministrados por los primeros. Si bien dichos documentos presentaron diversidad de matices y desestimaron el término «lavado de cerebro» por considerarlo inadecuado y pasado de moda, los mismos se ci-mientan en el modelo del movimiento antisectario, que se vale del concepto de manipulación psicológica y robo-tización para distinguir entre confe-siones religiosas y «sectas». El informe belga cita la deposición del presidente de la ADFI francesa [Asociación para la Defensa de la Familia y el Individuo], en la que declara que una secta podía distinguirse de una confesión religiosa porque la primera es «una agrupación en la que se hace uso de la manipula-ción psicológica y afectiva» (Chambre de Représentantes de Belgique 1997: 1, 138). Según un psiquiatra afi liado al movimiento antisectario al que se cita tanto en el informe belga como en el francés, es fácil diferenciar una con-fesión religiosa de una secta. Aunque algunas características son análogas, las confesiones religiosas se fundamentan en el «libre albedrío» exento de toda «manipulación», mientras que ésta es el sello característico de las sectas (Introvigne, Brainwashing 1999).

El Dr. Introvigne señala además que el consenso académico en torno al lavado de cerebro es prác-ticamente desconocido en Europa, lo que facilita muchísimo al movimiento antisectario vender esa

idea a la prensa, a los tribunales, a los organismos de seguridad y a las autoridades. En algunos casos, las organizaciones antisectarias nacionales han re-cibido aportes monetarios de sus gobiernos con el objeto de promover sus cruzadas contra las sectas, favoreciendo aún más la diseminación del odio y la intolerancia.

El laberinto semántico de los antisectarios

Como punto adicional de comparación, las organizaciones antisectarias con frecuencia

critican a los movimientos religiosos alternativos y a las iglesias progresistas por crear sus propios simbolismos y terminologías, mientras ellas mismas encubren sus actividades bajo el ropaje de un dialec-to singular. Toman algunos términos de los NMR y los emplean en sentido peyorativo. Los vocablos seudocientífi cos también son de uso generalizado, ya que contribuyen a que las actividades y vivencias cotidianas más inocuas se consideren patologías que deben tratarse y corregirse.

Stanislav Andreski nos invita a echar un vistazo al mundo de la semántica sociopsicológica. En el primer capítulo de su libro Las ciencias sociales como forma de brujería, titulado «¿Por qué ensuciar la propia madriguera?», señala:

Aun los valores y conocimientos

tradicionales heredados de nuestros ilustres antepasados se sumergen en torrentes de tecnicismos fútiles y ver-borrea carente de todo sentido. La retórica ampulosa y desconcertante, la interminable repetición de lugares co-munes y la propaganda solapada están a la orden del día. [...] Si uno quisiera poner en evidencia las insensateces y los disparates que pasan por estudios científi cos de la conducta humana, fácilmente podría compilar toda una enciclopedia (Andreski 11, 16).

Van Driel y Richardson amplían el concepto:

A todo hecho se le puede asignar una connotación positiva o peyorativa, según los términos que se empleen para describirlo. Las expresiones «conver-sión», «captación», «reeducación», «so-cialización secundaria», «manipulación psicológica», «menticidio» y «lavado de cerebro» se utilizan para referirse al mismo proceso, pero es evidente que de ninguna manera son sinónimas.

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�Puede que una forma de vida que unos califi can de «devoción abnegada» sea catalogada por otros de «explotación despótica». Según el contexto en que se empleen, ciertos términos como dedicación, disciplina, entrega y su-misión suelen adquirir valores muy disímiles (Van Driel y Richardson 54; también Dyson y Barker 202-225, que aparece además en Barker, Movements 39-42).

A continuación damos cuenta de algunos térmi-nos de uso generalizado para deslucir a los NMR, con su correspondiente traducción al lenguaje cotidiano (Biermans 1988: 38-39):

asesoramiento o terapia de egreso, rehabili-tación o readaptación o reinserción: término que describe el proceso por el cual un autodenominado «terapeuta de rehabilitación» demuestra a un miem-bro de una religión alternativa —generalmente novicio— que ha sido víctima de «sometimiento psicológico», que su conversión religiosa es falsa, que los dirigentes del movimiento son manipula-dores y sirven a sus propios intereses, y que se están aprovechando de él a causa de su ingenuidad.

bombardeo afectivo: término peyorativo que se emplea para tachar toda demostración de afecto o genuino interés por los demás que se dé en el seno de una agrupación religiosa.

condicionamiento mental: dado que el tér-mino «lavado de cerebro» no encontró aceptación en el ámbito científi co, muchas organizaciones antisectarias optaron por esta nueva denominación —o alternativamente, «persuasión coercitiva»— para describir los cambios que se producen en una persona que ha experimentado una conversión religiosa.

lavado de cerebro: se emplea para dar cuenta tanto del proselitismo como del proceso de con-versión religiosa.

secta: «palabra de moda de la que abusan la prensa, las organizaciones que combaten a los NMR, los clérigos de confesiones religiosas dominantes —a quienes ya no les preocupa que el apelativo se les pueda asignar a ellos—. Si bien en su estricto sentido tiene una defi nición más o menos válida, ésta ha quedado sepultada en el olvido por personas que emplean la palabra indiscriminadamente para clasifi car a todo movimiento cuyas doctrinas no se ajustan a las de un limitado conjunto de religiones consideradas normales y profesadas por la clase media» (Bromley y Shupe 21, 22).

snapping (ruptura de la personalidad): con-versión a una causa o religión poco aceptada, o

abandono de la misma. Ted Patrick y otros des-programadores se valen de dicha expresión para referirse a la conversión —o «desconversión», si cabe el término— repentina.

técnicas de alteración de las facultades men-tales: toda actividad realizada por un feligrés o in-tegrante de un NMR que «desfi gure la información que llega al cerebro», como alabar al Señor, entonar cánticos, bailar o dar palmas.

Insidias de las organizaciones antisectarias: la campaña de desinformación

contra los NMR

A continuación daremos cuenta de apenas al-gunas de las estratagemas propagandísticas

empleadas por las organizaciones antisectarias para distorsionar la percepción pública de las nuevas ideologías religiosas:

• Tomar un hecho negativo aislado dentro de una confesión religiosa minoritaria como repre-sentativo de lo que sucede en todas las nuevas religiones

El movimiento antisectario exagera y difun-de ampliamente tragedias como la ocurrida en Jonestown y Waco, o con agrupaciones como la del Templo Solar y las Puertas del Cielo, u otras situaciones de violencia aisladas, alegando que son una muestra de la forma de pensar de todo el que profese una profunda fe religiosa y de las probables consecuencias que sufrirá. John R. Hall, profesor de sociología de la universidad de California, llega incluso a afi rmar que, de hecho, el movimiento antisectario se benefi cia de las tragedias que se producen en torno a las «sectas», y que tanto en Jonestown como en otros casos, desempeñó un papel preponderante en la precipitación de la crisis (Wright, Armadeggon, 231).

Así como no sería legítimo sostener que los confl ictos violentos entre grupos étnicos de un país refl ejan las circunstancias políticas del resto del mundo, tampoco cabe afi rmar que incidentes como el de Jonestown —por trágicos y reprobables que sean— tipifi can la conducta ni las creencias de personas religiosas.

Melton comenta:

No advertimos patrón alguno de conducta reprochable en los nuevos movimientos religiosos que no esté presente también en las confesiones tradicionales. A algunas agrupaciones —tanto históricas como más recien-tes— se las ha acusado de conducta

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ilegal y violenta. En unos pocos casos, sus dirigentes e integrantes han sido sentenciados por ella en un juzgado. Cuando hemos sabido de tales activi-dades y ha sido oportuno condenarlas, no hemos tenido reparo en hacerlo. No obstante, también sabemos que apenas un reducido número de agrupaciones ha sido blanco de acusaciones de peso acerca de transgresiones o conductas violentas, y menos aún aquellas a las que se les han demostrado estos ilícitos en tribunales de justicia. El hecho de que se hayan dado unos pocos casos no es motivo para condenar o incluso sospechar siquiera de la inmensa ma-yoría de confesiones.

• Difundir información proporcionada casi ex-clusivamente por ex adeptos resentidos.

Al procurar información acerca de algún NMR, los activistas de las organizaciones antisectarias raras veces se dirigen al movimiento que preten-den estudiar, sino que emplean casi como única fuente a ex adeptos que albergan rencores contra los movimientos a los que pertenecían. Así, cultivan y recopilan relatos de atrocidades. Sumado a eso, hacen caso omiso de la abrumadora mayoría de ex integrantes, que pese a ser menos vehementes, hacen recuentos muy distintos, con matices que van desde lo positivo hasta lo ambivalente.

Las conclusiones de Wright lo confi rman:

Por ejemplo, según un estudio previo realizado por el autor, un 67% de ex adeptos de tres NMR afi rmaron que la «experiencia los había ayudado a madurar». Levine, quien estudió a más de 800 jóvenes que estuvieron vinculados a grupos extremistas, halló que el 90% de ellos los había abando-nado antes de los dos años y se había valido de aquella experiencia para ca-pear turbulentas crisis de identidad acaecidas en la temprana adultez. «Lo más relevante del caso —afi rma— es que pudieron reanudar el tipo de vida que sus padres esperaban que vivieran y hallar satisfacción y sentido de reali-zación en el ámbito de la clase media de la que habían abjurado totalmente.

En resumidas cuentas, su alejamien-to radical transitorio les sirvió para madurar».

• Hacer caso omiso de toda documentación aca-démica que no avale el mito de la coacción psi-cológica

En sus publicaciones, los detractores de las sectas cierran los ojos ante las conclusiones de psicólogos, psiquiatras e investigadores sociológicos que no validen las teorías de la «robotización» y el «lavado de cerebro». Como tales, «las teorías de sometimiento psicológico forman parte de una propuesta rechazada y sistemáticamente repudiada por la comunidad académica, las asociaciones pro-fesionales y los tribunales de justicia» (Introvigne, Brainwashing). A consecuencia de ello, términos como «manipulación psicológica» se convirtieron en palabras de moda que sirven al propósito de satanizar y estereotipar a una religión alternativa a pesar de que no haya consenso académico alguno que sustente tal concepto. «Ningún tribunal ha dictaminado jamás, tras las correspondientes au-diencias testimoniales, que organización religiosa alguna haya sometido a sus adeptos a coacción psicológica, persuasión coercitiva o lavado de ce-rebro» (nota 53, «Law Review» de la Universidad de Nueva York, 1281). (Shepherd 31-37. La bas-tardilla es nuestra.)

Coleman señala: «En los casos en que investi-gadores más ecuánimes estudiaron diversos NMR sin incurrir en crasos «errores» metodológicos, no hallaron señal alguna de las manipulaciones psi-cológicas ni de los perjuicios psicofísicos a los que se hace referencia en los folletos propagandísticos de los enemigos de las sectas» (Coleman, Religions 323).24

• Aprovecharse de los temores de familiares an-gustiados en vez de fomentar la tolerancia y la comunicación

Las publicaciones antisectarias y la descripción estereotipada de los nuevos movimientos religio-sos exacerban los temores de los padres. Explotan esas aprehensiones con el argumento de que si sus hijos o seres queridos se incorporan a una nueva religión jamás volverán a verlos. Lo cierto es que el distanciamiento que se dé entre ellos depende en gran parte de la actitud y los móviles de los padres y familiares que desean permanecer en co-municación con el prosélito. Padres de familia a

24 Las siguientes publicaciones hacen referencia a estos investigadores y a los resultados de sus estudios: Bromley and Shupe 1979; Galanter et al., «American Journal of Psychiatry» 136 (1979), 165-170; Hill 1980; Levine and Salter, «Canadian Psychiatric Association Journal» 21 (6) [1979], 411-420; Ungerleider and Wellisch, «American Journal of Psychiatry» 136 (1979), 279-282.

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�quienes los enemigos de las sectas ceban con su paranoia se muestran muy predispuestos a censurar y amenazar a los que forman parte de religiones minoritarias, lo cual no hace más que empeorar sus relaciones con sus hijos y agudizar los cismas reales o imaginarios que existan entre ambas partes. Si los padres intensifi can su hostilidad, es posible que el prosélito sienta que la brecha abierta entre ellos se ha hecho irreparable. Barker explica:

«Este proceso se ve muy exacerba-do cuando los padres se dejan asustar por informaciones sensacionalistas, o cuando se los convence por algún otro medio de que su hijo se ha convertido en un autómata o individuo robotiza-do incapaz de razonar por sí mismo. Los progenitores entonces comienzan a «percibir» indicios de que sus hijos han experimentado una transforma-ción. No obstante, son muy pocas las probabilidades de que éstos últimos hayan sido víctimas de siniestras ma-nipulaciones de índole psicológica, y mucho menos de que hayan sufrido daños fi siológicos duraderos o siquiera temporales» (Movements 33-36).

• Presentar estadísticas infl adas con el objeto de generar temor y aprensión

Es muy común que los folletos de las organi-zaciones antisectarias presenten al Gobierno, los organismos de seguridad y la prensa cifras fraguadas acerca de la cantidad de miembros de un NMR, sobre todo, estadísticas muy desmesuradas de la cantidad de nuevas religiones que se hallan activas en el mundo. Estas exageraciones tienen por fi na-lidad suscitar miedo y aprensión, y convencer a las autoridades de que las nuevas religiones suponen una amenaza para la sociedad por el simple peso de sus números. Además, se «confi rma» así el mito de la coacción psicológica, pues la presunta tasa de crecimiento de los mismos da a entender que sus técnicas son muy efi caces.

Gordon Melton comenta al respecto:

Al presente existen en Norteamérica entre 700 y 1.000 confesiones reli-giosas nuevas. [...] En Europa hay aproximadamente la misma cantidad. [...] El hecho de que no haya más de 1.000 religiones nuevas activas en los EE.UU. demuestra que la información que aparece con frecuencia en los folle-tos antisectarios más comunes, dando

cuenta de que existen entre tres y cinco mil grupos, es simplemente falsa. Al cabo de una generación de estudios científi cos, no hay indicio alguno de la autenticidad de esa cifra, por lo que resulta difícil otorgar credibilidad a quienes continúan perpetuando tan desorbitadas estadísticas.

• Redefi nir la conversión religiosa en términos de «enfermedad mental»

Los más acérrimos detractores de las «sectas» intentan defi nir los planteamientos y confl ictos que se generan en torno a ellas como cuestiones esencialmente psicopatológicas (Robbins 1985: 7-8).

Esta percepción simplista y secularista está muy difundida, y es avivada de cuando en cuando por la imagen que recrea la prensa sobre los grupos religiosos marginales, o por el puñado de «especia-listas» de tendencias claramente antirreligiosas que se desempeñan en las diversas ramas de las ciencias sociales y del comportamiento, así como por ciertos dirigentes eclesiásticos que se empeñan en proteger a sus feligreses. Los antirreligiosos defi nen la fe y la conversión espiritual como modalidades de trastorno mental.

En su estudio de los integrantes de diversas sectas, Levine y Salter concluyeron que no había «diagnósticos psiquiátricos que pudieran aplicarse a la mayoría de los casos. Sería falaz afi rmar que esos prosélitos padecen trastornos emocionales más graves que otras personas». Los mencionados profesionales desecharon también la premisa de que formar parte de una «secta» indefectiblemente constituye una experiencia peligrosa para un indivi-duo. Afi rmaron: «La generalidad de los individuos que se incorporan a religiones marginales no sufren cambios de consideración, ni se ven perjudicados en mayor medida que si se hubieran adherido a algu-na otra ideología o agrupación capaz de despertar fervor, fuera ésta de índole política —digamos el comunismo—, narcótica —consumo de drogas— o terapéutica —grupos primarios—» (citado por Bromley y Shupe 80-81).

Melton y Moore puntualizan: Las considera-ciones expresadas en el libro Snapping (Ruptura de la personalidad) refl ejan una interpretación recalcitrantemente laicista, reduccionista y regresiva de toda experiencia religiosa, típica de las doctrinas freudianas ortodoxas y otras igualmente denigran-tes de la religión en general y particularmente del fenómeno de la conversión (36-46).

Barker advierte: «Una vez que la sociedad co-mienza a califi car a un individuo de trastornado

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mental basándose únicamente en su fi liación re-ligiosa o ideológica,25 se emprende un camino muy peligroso, que las naciones de Occidente han rechazado con vehemencia» (Movements 55-57).

• Invocar que los NMR causan perjuicios emo-cionales o psicológicos.

Contrariamente a lo que se reitera en las publi-caciones antisectarias sobre los efectos de profesar una religión minoritaria, existen pruebas de que bien podría ser benefi cioso para el estado emocional y psicológico del prosélito. Por ejemplo, antes de in-gresar en esas congregaciones, y como consecuencia de una serie de fracasos y desencantos en su trato con los demás, muchos jóvenes viven sumidos en el abatimiento, se sienten inadaptados socialmente e incapaces de establecer relaciones satisfactorias. El clima de calidez y apoyo afectivo característico de muchos grupos constituye un entorno menos inti-midatorio, en el cual tienen oportunidad de poner a prueba y perfeccionar sus aptitudes sociales. La experiencia de vivir en comunidad en un ambiente en el que prima más la aceptación que la rivalidad contribuye a que esas personas se decidan a hacer nuevos intentos de entablar relaciones estrechas con sus semejantes. (Movements 55-59).

Melton y Moore exponen:

No existen sufi cientes pruebas de-rivadas de estudios empíricos cuantita-tivos como para validar la presunción de que la incidencia de trastornos emo-cionales es signifi cativamente mayor en las religiones alternativas que en las confesiones tradicionales. En lo que atañe a los trastornos emocionales que sí se dan, consideramos muy impro-bable que tengan su origen en dichos movimientos. Más concebible es que estén relacionados con el desarrollo del individuo en la temprana infancia y en la dinámica de las interrelaciones del grupo familiar primario (36-46).

Por último, Dick Anthony —autor y especia-lista en estudios de la religión— argumenta: «En muchas revistas especializadas se ha publicado gran

cantidad de artículos derivados de estudios sobre los efectos psíquicos de las religiones alternativas. En general, parece haber indicios de que —en la medida en que son susceptibles de evaluación— di-chos efectos son positivos» (Sipchen 1).

• Catalogar de seudorreligiones a los NMR.

Los argumentos de quienes hostilizan a los NMR, en el sentido de que las «sectas» son agru-paciones seudorreligiosas, van a contrapelo de las corrientes universales modernas, que tienden a ampliar el espectro de creencias y prácticas religiosas reconocidas. «Al menos hasta la fecha, todas las principales «sectas» cuya categoría de agrupaciones religiosas ha sido cuestionada cumplieron satisfacto-riamente las pruebas judiciales a que se las sometió» (Bromley y Hammond 1987: 230-232).

En un informe investigativo bajo el título New Religious Movements and the Churches (Los nuevos movimientos religiosos y las iglesias), auspiciado por la Federación Luterana Internacional y el Consejo Mundial de las Iglesias y preparado en la Free University de Amsterdam en septiembre de 1986, se analizó con detenimiento este estereotipo tan difundido por las organizaciones antisectarias:

Para los detractores de las religio-

nes de nuevo cuño resulta vital insistir en que la secta a la que ha ingresado un ser querido no es una confesión legíti-ma y por ende es imposible haber expe-rimentado una conversión auténtica y voluntaria a la misma. Puestas las cosas en ese contexto, el hecho de «rescatar» al adepto de la secta no constituye una violación de la libertad de culto o de su voluntad expresa, sino una obligación y deber moral (Brockway y Rajashekar 95-97).

Este argumento es de importancia crucial para los grupos antisectarios en países en los que existen garantías constitucionales de libertad de culto y asociación. Por eso, los detractores de los NMR niegan la experiencia de conversión, desestiman los aspectos religiosos de los mismos califi cándolos de falsos e insisten en que no cuestionan creencias

25 Shepherd (1985: 31-37) señala: «Desde luego es posible que se produzcan casos de trastornos psiquiátricos. Sin embargo, las creencias religiosas que se apartan de

la norma no constituyen necesariamente y por defi nición un argumento plausible para que el Estado dictamine la imposición de tratamiento psiquiátrico. Al emplear la retórica del trastorno mental para justifi car injerencias es probable que disimulemos y a la vez exacerbemos tensio-nes sociales que, en primer lugar, conceden cierto atractivo a una agrupación religiosa de reciente formación, y por otra parte dan pábulo a la justa indignación de las organizaciones antisectarias (Robbins and Anthony 1982; Bromley and Shupe 1980). Al estigmatizar a los movimientos religiosos no tradicionales puede que obliguemos a sus integrantes a adoptar posturas aún más cerradas y marginales [intensifi cación de la marginalidad] (Robbins 1979-80: 48)».

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�religiosas sino «conductas destructivas». Así se ponen a salvo de posibles litigios entablados por los grupos religiosos en defensa de sus derechos constitucionales. Al hacer hincapié en «conductas» y «grupos destructivos», y paralelamente eliminar de la discusión cualquier connotación religiosa o tildar al grupo de «seudorreligioso», en efecto esperan generar inquietud en círculos ofi ciales acerca de cuestiones que podrían ser legalmente punibles.

Conclusión

El mito de la «coacción psicológica» es uno de los fraudes más audaces con que se haya burlado

al público en tiempos modernos. Constituye el eje de la actual bonanza que viven las organizaciones antisectarias y cumple varios propósitos, a saber:

1. Infunde miedo y aprensión, sobre todo a los familiares de integrantes de NMR, con los cuales entran en contacto las organizaciones antisectarias para obtener su apoyo y ofrecerles los servicios de sus terapeutas de rehabilitación.

2. Brinda a ex adeptos y padres una vía para cubrir las apariencias, salvar el prestigio y no tener que responsabilizarse de sus actos.

3. Coloca las diferencias ideológicas en un contexto seudomédico con el objeto de eludir la evidente cuestión de las violaciones de los derechos humanos y la coartación de la libertad de culto en que incurren los activistas antisectarios.

4. La serie de acusaciones a que da lugar esta teoría es tan nebulosa que para desenmascarar a esos mal llamados especialistas es necesario inver-tir considerables recursos y esfuerzos, dado que sus conclusiones derivan de opiniones y valores totalmente especulativos, hipotéticos, abstractos, subjetivos y personales.

5. El mito de la «coacción psicológica» es el propulsor de numerosos proyectos de ley en todo el mundo, que tienen por objeto controlar y coartar la libertad para profesar libremente una fe reli-giosa. El movimiento antisectario ha descubierto que la forma más efi caz y rentable de atacar a las religiones alternativas es obtener apoyo ofi cial para sus programas antirreligiosos y, simultáneamente, sensacionalizar la cuestión a fi n de atraer la atención de la prensa y reafi rmar la necesidad de contar con

«especialistas» en la materia. Es imposible establecer mediante pruebas con-

cretas y tangibles, o testigos oculares, la comisión de un «delito psicológico». Nadie ha presenciado la usurpación de las facultades mentales de una persona, sobre todo sin que ésta lo advirtiera. Es un hecho innegable, de simple sentido común, que si bien se puede amenazar, sobornar, intimidar, torturar, chantajear y embaucar a una persona, o cegarla manipulando sus emociones y sus sentimien-tos de amor, nada de eso es capaz de producir un autómata que renuncie de buen grado a su facultad de raciocinio y su libre albedrío para ponerlos en manos ajenas. Simplemente, no es viable.

A un individuo se lo puede infl uenciar, en-gañar, coaccionar, presionar, persuadir e incluso convertir y adoctrinar, siempre y cuando decida voluntariamente prestarse a ello o aceptar las ideas que se le inculcan y las recomendaciones que se le hacen. No obstante, ni siquiera recurriendo a todo eso se puede «robotizar» a una persona y causarle un presunto trastorno de las facultades percepti-vas. La expresión «lavado de cerebro» no describe psicopatología alguna. En realidad no es más que un término acusador y peyorativo que tiene por objeto predisponer negativamente al oyente contra toda forma de transferencia ideológica, infl uen-cia, conformidad, adoctrinamiento, socialización, conversión o cambio de actitud reprobados por la persona que habla.

En su primera acepción, es decir, aplicado a los métodos empleados por los comunistas, el «lavado de cerebro» no existe. En el sentido más amplio y extendido que tiene actualmente, como máximo no es más que una forma de persuasión coercitiva que, en ausencia de confi namientos y torturas, «no difi ere de las infl uencias que se ejercen en el común de la sociedad o en las confesiones mayoritarias» (Informe Amicus 21).

Los proponentes de la teoría de la «usurpación de las facultades mentales» no han logrado invalidar el adagio que dice: «Hombre forzado a cambiar de opinión sigue pensando que tiene razón».26 Aun en el caso de que fuera posible «lavar el cerebro» a alguien, lo cual de ninguna manera es viable sin el empleo de la tortura, la coerción y la subyuga-ción absoluta de una persona —y aun así muchos sociólogos y psiquiatras dudan que tenga efectos

26 El colapso de los regímenes comunistas de Europa Oriental y la Unión Soviética es clara muestra de que no puede atribuirse ninguna validez al lavado de cerebro y la persuasión coercitiva, aun cuando se apliquen por medio de la fuerza bruta. Los estados comunistas emplearon todo el poder de que disponían para lavar el cerebro a sus ciudadanos durante más de setenta años, y evidentemente tuvieron muy poco éxito. El estado soviético no hizo más que condicionar la forma en que el pueblo se conducía, no sus facultades mentales o ideas políticas. Lo lamentable es que precisamente cuando los otrora estados totalitarios del bloque comunista emergen de un oscuro período de intolerancia, naciones democráticas de Occidente dan muestras de adoptar los mismos métodos para reprimir la religión.

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duraderos27—, eso no resta legitimidad al princi-pio de que toda persona tiene derecho a asociarse a la confesión religiosa de su preferencia. Como sugiere Lifton: «Es comprensible que ciertas per-sonas prefi eran la vida en una comunidad religiosa autónoma caracterizada por la reglamentación y la uniformidad de opiniones en vez de la alienación y la atomización tan propias de la sociedad pluralista y secularizada de hoy en día» (Robbins, Shepherd y McBride 59, 61, 67-68, citados en el Informe Amicus 20).

Al invocar el argumento del lavado de cerebro o la persuasión coercitiva para negar al individuo su derecho inherente a profesar libremente su fe, las organizaciones antirreligiosas fomentan insi-diosamente la intolerancia, que a la larga podría conducir al menoscabo de los derechos de todos los componentes de la sociedad, cualesquiera sean sus creencias religiosas. Como tal, el alegato de la «subyugación psicológica» no es solamente un debate académico, sino la piedra fundamental del activismo antirreligioso. Al permitirse que iniciati-vas contrarias a la fe prosperen libres de escrutinio alguno, se sienta un precedente muy peligroso que a la postre tendrá serias repercusiones para personas de cualquier confesionalidad.

La Familia y el libre albedrío

En todas las épocas, cristianos activos y pro-selitistas como los que integran La Familia

Internacional [la Familia] han suscitado diversos grados de hostilidad en ciertos sectores de la socie-dad, que malinterpretaron, o bien rechazaron lisa y llanamente el mensaje del Evangelio. El apóstol Pablo, dirigente de la iglesia primitiva, sufrió el acoso de ciertos sabuesos que lo interpelaban pre-guntándole: «Querríamos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella» (Hechos 28:22). En el siglo I, el escritor romano Celso describió el cris-tianismo como «un intento de subvertir el orden social y acabar con la vida familiar» (Frend 1982: 63). El lector advertirá la curiosa semejanza entre

esta denuncia y las acusaciones que se lanzan hoy en día contra la Familia y otros movimientos reli-giosos alternativos.

En calidad de organización que propugna la im-portancia del libre albedrío, La Familia ha adoptado un Estatuto, que establece claramente los derechos y deberes de sus integrantes y da lugar a una amplia libertad de elección y movimiento en el marco de sus creencias cristianas28. Aunque otorgamos un valor preeminente al libre albedrío, también tenemos normas de actuación que nuestros compo-nentes deben observar. Abrigamos además, ciertas creencias religiosas a las que nuestros miembros se adhieren en mayor o menor medida. Conformamos una cultura cristiana en evolución que nos inculca el amor a Dios y al prójimo. Contamos con un objetivo común y un propósito, y nos esforzamos por conducir y organizar nuestra vida de confor-midad con ellos.

La vinculación de nuestros integrantes a nuestro movimiento es puramente voluntaria. Como tales, son libres de abandonar nuestra hermandad cuando lo deseen. Nuestra meta es predicar a Jesucristo, no engrosar nuestras fi las. Somos conscientes de que la vocación para desempeñarse como misionero enteramente consagrado entraña grandes sacrifi -cios y difi cultades. Se trata de una profesión por la que pocos optan. En vista de ello, nos tomamos muy seriamente nuestra consagración a Dios. La voluntad de ingresar o permanecer en la Familia constituye, pues, una decisión personal libre de toda injerencia o coerción.

Estadísticas registradas por la Familia a lo largo de sus treinta y cuatro años de existencia —que van desde septiembre de 1969 hasta octubre de 2003— revelan que de todos los mayores de edad que en algún momento integraron nuestra herman-dad con plena dedicación, apenas uno de cada diez ha permanecido activo dentro de ella. El 88% ha re-tornado a la vida seglar. De todos los niños nacidos en nuestra agrupación, el 54% se marchó con sus padres, o en el caso de que éstos continuaran en el seno del movimiento y sus hijos tuvieran sufi ciente edad para ello, lo hicieron de motu propio. De las

27 En el pleito seguido por Kropinski contra el movimiento de la Meditación Trascendental, el tribunal de apelaciones de la ciudad de Washington desestimó los argumentos de la doctora Margaret Singer en el sentido de que el lavado cerebral es posible aun en ausencia de confi namiento e intimidación. Dicho tribunal concluyó: «Kropinski [...] no ha podido presentar pruebas de que la teoría particular de la doctora Singer —es decir, que es posible emplear técnicas de manipulación psicológica sin hacer uso de amenazas ni de coerción física— goce de la aprobación de un porcentaje signifi cativo de profesionales del ámbito científi co, y mucho menos de aceptación general». En marzo de 1991, el tribunal de primera instancia que vio la causa dictaminó que la doctora Singer [...] no podía exponer en el juicio [sus] teorías de lavado de cerebro y coacción psicológica, dado que éstas no contaban con un aval mayoritario en círculos científi cos» (Richardson, 1991, p.23).

28 A mediados de febrero de 1995, la Familia adoptó unos estatutos que entraron en vigencia el 1 de abril de ese mismo año. Los Estatutos se componen esencialmente de dos partes: «Deberes y derechos» y «Las reglas fundamentales de la Familia», además de las explicaciones pertinentes y apéndices. Los mismos delinean los principios, objetivos y creencias más importantes de nuestro movimiento y sus métodos de gobierno. Todos los integrantes mayores de 16 recibieron un ejemplar personal de dichos Estatutos.

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�casi 29.500 personas que alguna vez vivieron en nuestras comunidades, y de los casi 13.800 niños nacidos en el seno de la Familia, aproximadamente 25.900 adultos y 7.400 niños ya no forman parte de nuestra hermandad.29 De todos ellos, apenas una ínfi ma minoría se han convertido en apóstatas vinculados a las organizaciones antisectarias, ya seculares, ya religiosas. Claro está que como mo-vimiento de gran diversidad étnica y cultural y en proceso de maduración, hemos procurado aprender de nuestras experiencias y dado pasos tendientes a reconciliarnos con antiguos miembros. Hemos examinado sus quejas, rectifi cado errores y, siempre que ha sido posible, restablecido relaciones con ellos.

Tal como lo confi rman estas estadísticas, la Familia no alberga el deseo ni dispone de los medios para ganar adeptos ni para retenerlos si éstos prefi eren emprender un camino o ejercer una profesión distintos de la vocación misionera que profesan sus integrantes. Asumir tal grado de consagración al servicio a Dios y al prójimo no es posible sin el consentimiento expreso e inequívoco del individuo, quien debe estar completamente convencido de que ese es el rumbo que desea dar a su vida. El apóstol Pablo aconsejó sabiamente a los primeros conversos cristianos a que «cada uno esté plenamente convencido en su propia mente» (Romanos 14:5).

En ese sentido, nuestro fundador, David Brandt Berg (1919-1974), escribió lo siguiente: «Siempre he sido partidario de contar únicamente con volun-tarios. Toda nuestra obra se basa en ese concepto: el trabajo realizado voluntariamente y con alegría. “El amor de Cristo me constriñe” (2 Corintios 5:14). Aunamos esfuerzos por amor a Él y al prójimo. Cooperamos unos con otros espontáneamente y por amor».

Como escribió D. H. Lawrence:

El hombre es libre cuando obedece a la pro-funda voz interior de la fe, cuando lo hace desde adentro. El hombre goza de auténtica libertad cuando pertenece a una comunidad pulsante, or-gánica y creyente, cuando cumple activamente algún propósito aún no logrado, quizás aún no concebido (13).

Es nuestra intención que el presente documento se emplee para reclamar y proclamar un derecho fundamental: la libertad de culto. Oramos que este texto informativo haya servido para demostrar que las teorías de la «coacción psicológica» y el «lavado de cerebro» son mitos de los que se han apropiado las organizaciones antirreligiosas y ciertas confesio-nes rivales con el objeto de impulsar su programa no declarado de discriminación e intolerancia re-ligiosa. No le pedimos que abrace nuestro credo, sino que se muestre usted tolerante con aquellos cuyas creencias difi eran de las suyas.

En un discurso dirigido en 1994 en la American Academy of Religion a la Religious Freedom Crisis Task Force (grupo de estudio sobre la crisis de la libertad de culto), Ramsey Clark —ex Procurador General de la Nación— hizo la siguiente exhor-tación:

Deseo declarar la crucial impor-tancia que en mi opinión tiene para el planeta fomentar la tolerancia religiosa. Debemos extender la mano a aquellos cuyas religiones nos parecen diferentes a la nuestra y demostrarles que nos interesamos por ellos y por el dere-cho que tienen a profesar su fe —tal como ellos la conciben— y a vivir de conformidad con ella como mejor les parezca. Es menester manifestarles que los amamos y que haremos lo que esté a nuestro alcance por protegerlos.

29 Desde 1969 se han llevado estadísticas sobre el número de miembros de La Familia y del grupo del que ésta procede: los Niños (o Hijos) de Dios. Actualmente, los mayores de 16 años afectos a las comunidades de nuestra agrupación suman aprox. 6.000.

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� Andreski, StanislavAntes de ocupar la cátedra de sociología de la

Universidad de Reading en 1964, Stanislav Andreski fue conferencista en la Facultad de Brunel (1947-1960), catedrático de sociología en Santiago de Chile (1960-1961) y jefe de investigaciones en el NISER, Ibaden, Nigeria. Es autor de varios libros, entre los que destacan Military Organisation and Society, Th e African Predicament y Las ciencias sociales como forma de brujería (1972).

Anthony, DickDick Anthony tiene amplia experiencia en

el campo de las investigaciones sicológicas. Ha analizado la incidencia que puede tener sobre la salud mental la vinculación a nuevos movimientos religiosos. Los resultados de sus estudios aparecen publicados en varios libros y en más de cincuen-ta artículos de revistas especializadas. En medios jurídicos se ha recurrido a la experiencia de este estudioso de la vida psíquica para ponderar hipótesis y testimonios sobre el lavado cerebral presentados por los antisectarios. Entre otras, las teorías de la «robotización» y la «coacción sicológica» promo-vidas por Singer, West y otros.

Barker, Eileen Eileen Barker es socióloga especializada en el

campo de la religión, adscrita al London School of Economics. Su principal objeto de estudio en los últimos veinticinco años ha sido los nuevos movimientos religiosos y las reacciones que éstos provocan en la sociedad. Gran parte de sus inves-tigaciones se han llevado a cabo in situ viviendo con diversos grupos o entrevistándolos. Tiene en su haber más de 160 publicaciones, entre ellas, el galardonado libro Th e Making of a Moonie: Brainwashing or Choice? (Retrato de un Moonie: ¿Lavado de cerebro o libre albedrío?), publicado en 1984, y New Religious Movements: A Practical Introduction (Introducción práctica a los nuevos movimientos religiosos) (1989).

En 1988 fundó INFORM, organismo con sede en Inglaterra que brinda información sobre los NMR con el apoyo del Home Offi ce (Ministerio del Interior) y de las principales confesiones reli-giosas.

Beckford, James A.James Beckford es profesor de sociología de

la Universidad de Warwick, Inglaterra. Sus estu-dios y publicaciones abordan los aspectos teóricos

y empíricos de las confesiones religiosas, de los nuevos movimientos religiosos, de los problemas entre el Estado y las iglesias, la religión cívica y las polémicas religiosas en diversos países.

Biermans, John T.John T. Biermans se desempeña como abogado

en la ciudad de Nueva York. Estudió derecho en la Universidad de Toronto y en la Universidad de San Francisco. Es autor del libro Th e Odyssey of New Religions Today (1988).

Brockway, Allan R.El reverendo Brockway es ministro metodista

y hasta 1988 fue secretario de programas para el fomento de las relaciones judeocristianas del Consejo Mundial de las Iglesias, con asiento en Ginebra, concretamente en el departamento para el diálogo con los fi eles de otras religiones vigentes. Más tarde dio clases de religión en los Selly Oak Colleges y en la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido. Actualmente enseña religión en la Universidad de South Florida, en Tampa.

Bromley, David G.Ha dictado clases en las universidades de

Virginia, de Texas (en Arlington) y de Hartford. Actualmente es profesor de sociología en la Virginia Commonwealth University, en Richmond, con una cátedra adjunta de Estudios Religiosos. Además es profesor adjunto de sociología en la Universidad de Virginia.

En el campo de las investigaciones, sus objetos de estudio se centran actualmente en la sociología de la religión, los movimientos sociales y la disidencia, con particular interés en los movimientos religiosos contemporáneos. Fue presidente de la Association for the Sociology of Religion y editor emérito del Journal for the Scientifi c Study of Religion. En sus escritos ha abordado extensamente el tema de los NMR y las organizaciones antisectarias.

Coleman, LeeEl doctor Coleman ejerce la psiquiatría en

Berkeley, California. Su permanente interés en la problemática de la psiquiatría forense lo ha llevado a escribir veinticuatro artículos, así para revistas especializadas como de orden general. Es asimismo autor del libro Th e Reign of Error: Psychiatry, Authority and Law (Beacon Press, Boston 1984).

BIOGRAFÍAS

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�Cox, Harvey Gallagher (hijo)

Harvey Cox ocupa la cátedra Victor S. Th omas de teología en la Universidad de Harvard. Sus investigaciones y temas de estudio se centran en las cuestiones de índole política, social y teológi-ca que confrontan al cristianismo en el mundo no occidental y en valores religiosos y confl ictos culturales.

Faust, DavidEl doctor Faust es director de la unidad de

psicología del Hospital Rhode Island y catedrático asociado de la facultad de psiquiatría y comporta-miento humano de la Universidad de Brown.

Hadden, Jeff rey K.Jeff rey Hadden, fallecido el 26 de enero de

2003, fue profesor de sociología y estudios religiosos de la Universidad de Virginia. Fue presidente de la Southern Sociological Society (SSS), de la Association for the Sociology of Religion (ASR) y de la Society for the Scientifi c Study of Religion (SSSR). Hadden publicó numerosos escritos en el campo de la so-ciología de la religión. Exploró además el uso de Internet como recurso de estudio para alumnos y el público en general, y en el sitio de Internet de la Universidad donde dicta clases (www.religious-movements.org), ha compilado una extensa fuente de información sobre la religión, los nuevos mo-vimientos religiosos, la libertad de culto y asuntos religiosos de actualidad, entre ellos, la polémica en torno al «lavado de cerebro».

Hexham, Irving y Poewe, KarlaIrving Hexham es profesor de estudios religio-

sos de la Universidad de Calgary, además de autor de varios libros y numerosos artículos y capítulos de libros ajenos. Su esposa —y en ocasiones, coau-tora— Karla Poewe, es profesora de antropología en la misma universidad.

Introvigne, MassimoMassimo Introvigne es abogado y científi co

social, licenciado en teología y en fi losofía, y doctor en leyes (Universidad de Turín [Italia]). Es socio del bufete de abogados Jacobacci y Perani (el más grande de Italia), además de profesor eventual en la Reina de los Apóstoles, Roma. Es fundador y director ejecutivo del Center for Studies on New Religions (CESNUR), establecido en 1988 en Turín y actualmente activo en Francia y los EE.UU. El CESNUR conforma una red internacional de unos 700 académicos especializados en religiones mino-ritarias, que ha celebrado 15 conferencias interna-cionales. En el informe del consistorio de cardenales

de la Iglesia Católica, el CESNUR fi gura como una de las fuentes de información más confi ables a nivel internacional sobre nuevos movimientos religiosos (www.cesnur.org). Introvigne es además autor de 20 libros, entre ellos Le Nuove Religioni (1989) e I Mormoni (1991), y editor de otros nueve en el campo de la sociología de la religión.

Ha desempeñado diversas funciones en la International Society for the Sociology of Religion y la Federación Internacional de Universidades Católicas. Ha dado seminarios para grupos de sa-cerdotes y obispos católicos, dirigentes protestantes y autoridades de organismos de seguridad en Italia, Dinamarca, Francia, Europa Oriental, América Latina y los EE.UU.

Kilpatrick, William KirkWilliam Kilpatrick es profesor de psicopeda-

gogía en la Universidad de Boston, donde además da clases de psicología del desarrollo y formación moral. Se graduó en la Universidad Holy Cross y además posee títulos de Harvard y Purdue. Dicta conferencias sobre psicología y religión en mu-chos institutos y universidades norteamericanos. Entre otros libros, ha escrito: Psychological Seduction (T. Nelson, Nashville 1983) y Th e Emperor’s New Clothes: Th e Naked Truth about the New Psychology (Crossway Books, Westchester 1985), y Why Johnny Can’t Tell Right from Wrong (New York; Simon and Schuster, 1992). Además le fue otorgada una beca de la National Endowment for the Humanities.

Lewis, James R.El doctor Lewis es especialista en ciencias so-

ciales y autor y coautor de varios estudios y docu-mentos científi cos, muchos de los cuales versan sobre la dinámica de integración en los nuevos movimientos religiosos.

Lifton, Robert J.En 1961 el psiquiatra Lifton alcanzó notorie-

dad al publicar su libro Th ought Reform and the Psychology of Totalism: A Study of Brainwashing in China. Especialistas y autoridades en la materia han desestimado los intentos de Lifton de hacer extensivos a todo tipo de grupos y usos sociales sus estudios sobre prisioneros de guerra norteamerica-nos y sus teorías de «persuasión coercitiva». Lifton está estrechamente vinculado a L.J. West (sus datos fi guran más abajo) y suele intervenir como con-ferenciante en los congresos que periódicamente celebran las organizaciones de lucha contra las sectas, uno de cuyos principales exponentes fue la extinta Cult Awareness Network (CAN).

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Melton, J. GordonGordon Melton es redactor y jefe de redacción

de la extensa Encyclopedia of American Religions (Detroit: Gale Research, 7ª edición, 2002). Es fundador y director del Institute for the Study of American Religion (ISAR), con sede en Santa Bárbara, California. El Instituto es un centro de investigación científi ca sobre temas religiosos, con particular interés en las religiones minoritarias de los EE.UU. Ha recopilado un completo archivo, tanto de material primario como secundario en torno a los grupos y movimientos religiosos que ha estudiado. Como director de ISAR, el Dr. Melton ha sido autor y redactor de más de 30 libros y ha sido responsable de la edición de más de 250 títulos publicados por el Instituto.

Moore, Robert L.Robert Moore es profesor adjunto de psicolo-

gía del Center for Th eology, Ethics and the Human Sciences, un instituto interdisciplinario del Chicago Th eological Seminary. Durante más de una década fue director de la sección de religión y ciencias sociales de la American Academy of Religion. Es autor y editor de numerosos libros en el campo de la psicología y la espiritualidad. Sumado a sus labores clínicas y académicas, el Dr. Moore ha participado activamente en la lucha por la justicia social y de la colectividad humana internacional, invirtiendo sus esfuerzos en los campos de derechos civiles y humanos, asuntos de índole ambiental y de comunicación y cooperación entre las diversas confesiones con el objeto de emprender acción humanitaria.

Rajashekar, J. PaulEl doctor Rajashekar ejerció la secretaría para

las relaciones entre la Iglesia Luterana y los pueblos de otras religiones, dependiente de la división de estudios de la Federación Luterana Internacional. Actualmente es profesor de teología sistémica en el Lutheran Th eological Seminary, con sede en Filadelfi a. Sus principales temas de interés son ética social y política, diálogo intercultural y ecumenis-mo cristiano.

Richardson, James T.James T. Richardson es catedrático de sociolo-

gía, abogado y director del programa de Masters of Judicial Studies de la Universidad de Nevada, Reno, donde dicta clases desde 1968, año en que obtuvo su doctorado en la Washington State University. En 1986 se graduó en leyes en la Facultad de Derecho de Nevada y obtuvo el título de abogado en el Estado de Nevada. Es autor de seis libros y ha escrito más

de 30 artículos para diversas revistas especializadas. En ellos ha abordado principalmente el proceso de conversión y planteado el tema de los NMR desde la perspectiva de movimientos sociales. Gran parte de su trabajo más reciente se centra en temas relacionados con la libertad de culto y la forma en que se emplean los sistemas jurídicos para ejercer control social de las religiones minoritarias.

Robbins, Th omasTh omas Robbins es sociólogo especializado en

el campo de la religión. Ha escrito numerosos artí-culos sobre los NMR para importantes revistas de sociología y de investigación religiosa. Se graduó de las Universidades de Harvard y Carolina del Norte. Ha dado clases y cumplido tareas investigativas en la Universidad de Yale, en el Queens College de la City University de Nueva York, en la Central Michigan University, en la Graduate Th eological Union y en el Instituto de Investigación Social de Nueva York. Sus exploraciones se centran en los NMR de los Estados Unidos y Europa. Analiza teorías que ligan el crecimiento de las nuevas re-ligiones con las transformaciones socioculturales, la dinámica de conversión y deserción dentro de estos movimientos, los modelos de organización e institucionalización, y la polémica social desatada en torno a las nuevas religiones.

Shepherd, William C.William Shepherd (fallecido en 1982) obtuvo

en la Universidad de Yale el título de doctor en es-tudios religiosos y fue catedrático de la Universidad de Montana. Su esposa Molly, abogada de profe-sión, logró terminar y publicar el libro To Secure the Blessings of Liberty (1985).

Shupe, Anson D.Anson Shupe es profesor de sociología en la

Universidad de Indiana/Purdue. En el campo de las investigaciones, su interés se centra en los mo-vimientos sociales y en la sociología política y de la religión. En colaboración con David Bromley realiza estudios de largo alcance sobre movimientos y reacciones sociales.

Singer, MargaretSinger (fallecida el 23 de noviembre de 2003)

ejerció en forma particular la psicología clínica. Actuó de testigo pericial en procesos contra grupos religiosos alternativos. Trabajó de profesora auxiliar en la Universidad de California-Berkeley, pero jamás llegó a ostentar cargo permanente ni a recibir sueldo por su desempeño en ese centro de estudios. Formó parte de la junta directiva del desaparecido Cult

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�Awareness Network (CAN). Con singular artifi cio en el manejo de fi guras retóricas, la señora Singer expuso su teoría de «manipulación sistemática de las infl uencias sociales». En pocas palabras, argu-mentaba que el engaño con que actúan los NMR conduce a una sicodependencia. Luego, según ella, el control que el grupo ejerce sobre el individuo, debilita a éste y le infunde un pavor del mundo exterior, lo que a la postre lo insensibiliza de tal manera que se ve impedido de hacer pleno uso de las facultades mentales de que antes gozaba y, por ende, de tomar decisiones autónomas con respecto a su conducta. Pese a que su teoría carece de base empírica, la presentaba con aires de legitimidad, lo que no es así ni mucho menos. Sus postulados fueron duramente objetados en medios científi cos, a tal punto que en varias ocasiones se prohibió a la doctora Singer dar testimonio en actos procesales (cf. Amicus, 29.2.88). En 1990, el Juez de Primera Instancia D. Lowell Jensen revisó minuciosamen-te el historial polémico de la Dra. Singer como testigo pericial y le prohibió atestiguar, alegando que «la evidencia presentada en tribunales [...] demuestra que ni el APA [Colegio de Psicólogos de Norteamérica] ni el ASA [Colegio de Sociólogos] han avalado las teorías de la Dra. Singer».

Streiker, Lowell D.Lowell Streiker es ministro ordenado de la

United Church of Christ y ostenta una licencia-tura en letras y un doctorado en teología de la Universidad de Princeton. Ha escrito y colaborado en la redacción de más de veinte libros. También ha prestado servicios como asesor de asuntos re-ligiosos para la National Conference of Christians and Jews, para varias organizaciones eclesiásticas, para congresistas y para la Casa Blanca.

De 1976 a 1979 actuó de director de la Asociación para la Salud Mental en el condado de San Mateo, California. Anteriormente había presi-dido la misma asociación en el estado de Delaware, donde colaboró en la redacción de un nuevo có-digo de salud mental y encabezó la campaña de renovación o cierre de centros de tratamiento en que los enfermos fuesen sometidos a condiciones inhumanas.

Una organización inhumana que preocupó mucho a Streiker fue la difunta Cult Awareness Network (CAN), la cual, según declaró, estaba tan comprometida en desprogramaciones atentatorias a la libertad, que él mismo —considerado por algunos NMR como persona hostil dedicada a terapias de reinserción— ha tenido que «reparar el daño producido por desprogramaciones [de CAN] cuyos agrios efectos perduraron años».

Szasz, Th omas S.Szasz nació en Budapest en 1920. Emigró a

los Estados Unidos en 1938. Estudió medicina en Cincinnati, hizo su residencia psiquiátrica en la Universidad de Chicago y estudió psicoanálisis en el Chicago Institute for Psychoanalysis. Szasz es cofundador y miembro de la junta directiva de la Asociación Norteamericana para la Derogación del Estatuto de Internamiento Obligatorio en Hospitales Psiquiátricos. Asimismo integra la junta directiva del Comité Nacional sobre el Delito y la Criminalidad. En 1973 la Asociación Humanista de Norteamérica lo declaró homenajeado del año merced a su labor humanitaria. Szasz es actual-mente profesor emérito de psiquiatría en el SUNY Health Science Center, con asiento en Syracuse. Es autor de dos docenas de libros y conferencista del CATO Institute, un centro de investigación con asiento en Washington D.C. que se ocupa de cuestiones de normativa pública en torno a los principios norteamericanos tradicionales de limitación al poder del Estado, libertad individual y paz interior.

West, Louis Jolyon (Jolly)En 1989 el doctor West (fallecido en 1998)

tuvo que renunciar a su cargo en el Instituto Neuropsiquiátrico de Los Ángeles por sospechas de malversación de fondos destinados a investiga-ciones. Gracias a su actuación, las dos principales organizaciones que componen el movimiento an-tisectario han cobrado crédito y prestigio: Citizen’s Freedom Foundation (CFF) y el desaparecido Cult Awareness Network (CAN). Fue uno de los conse-jeros de la American Family Foundation, organiza-ción antirreligiosa formada en 1979 por integrantes del CFF. A principios de su carrera, en los años 50 y 60, West llevó a cabo experimentos vinculados con los programas de coacción psicológica de la CIA, conocido por las siglas ULTRA. Este organismo de espionaje fi nanció trabajos de experimenta-ción científi ca en seres humanos a base de LSD (ácido lisérgico) realizados por West. El dinero se encauzó a través de la Geschikter Fund, una fun-dación privada de estudios médicos. Después de desmentir por años que hubiera trabajado para la CIA, fi nalmente, en 1977, admitió a un reportero del «New York Times» que él sabía que el dinero que recibía para sus experimentos lo desembolsa-ba la Agencia Central de Inteligencia. Las críticas de que fue objeto por sus posturas racistas y sus experimentos con animales y seres humanos le valieron que a principios de los años 70 le fuera negada una dotación de fondos gubernamentales destinada a un centro que pretendía abrir para el

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estudio de la violencia. West formó parte de la junta de asesores de CAN.

Wright, StuartEl Dr. Wright es profesor de sociología de la

Universidad de Lamar (Texas). Wright fue becario y conferencista posdoctoral en la Universidad de Yale, donde le fue otorgada una beca NIMH para estudiar los efectos sociales y psicológicos de la participación en las nuevas religiones. Ha publicado una monografía sobre el tema: Leaving the Cults: the Dynamics of Defection (1987), así

como numerosos artículos y capítulos en libros editados.

Ziskin, JayEl doctor Jay Ziskin es abogado y psicólogo.

Ejerce independientemente la psicología forense en la ciudad de Los Ángeles. En colaboración con David Faust, escribió el libro Coping with Psychiatric and Psychological Testimony (Law and Psychology Press, Venice, California: 1995), compendio de tres volúmenes que se encuentra ya en su quinta edición.

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�Amicus Curiae. Informe de la Society for the Scientifi c Study of Religion. Expediente 4th Civil nºD007153 del Tribunal de Apelaciones del Estado de California (juicio seguido por George contra Krishna Consciousness de California); Anthony; Richardson; Barker; Bettis; Fichter; Kahoe; Lewis; Malony; Marty; Parsons; Robbins; Weiss; Stark; Melton; Hammond; Mauss; Beckford. 29 de febrero de 1988.

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La Familia Internacional —conocida anteriormente como Los Niños o Hijos de Dios— es una agrupación de comunidades cristianas repartidas por más de 100 países. Actualmente la conforman unos 8.500 integrantes plenamente dedicados y 7.000 asociados.

La Familia se ha trazado cuatro objetivos cardinales:1. Comunicar el vivifi cante mensaje de amor, esperanza y salvación contenido

en las Sagradas Escrituras y la alegría de conocer a Jesús como Salvador.2. Proporcionar a cada uno de nuestros hijos una educación cristiana en el

mejor ambiente posible.3. Crear y distribuir una amplia gama de productos para el desarrollo inte-

lectual, moral y espiritual de las personas.4. Prestar asistencia a los necesitados organizando representaciones dra-

máticas, conciertos y otros espectáculos con fi nes benéfi cos, colaborando como voluntarios en auxilio de los damnifi cados por catástrofes naturales, y buscando formas de consolar y proporcionar ayuda material a los menos favorecidos.

¿Qué es La Familia Internacional? Si tiene usted preguntas o comentarios, no vacile en comunicarse con nosotros:

La Familia InternacionalApdo. 6-818México D.F., CP 06600México E-mail: [email protected]

The Family InternationalPMB 1022020 Pennsylvania Ave. NWWashington, D.C. 20006-1846Estados UnidosTeléfonos: (1-800) 4-A-FAMILY [423 26 45] (1-202) 298 08 38E-mail: [email protected]

Family Information Desk27 Old Gloucester StreetLondon WC1N 3XXEnglandE-mail: [email protected]