La Filosofía

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LA FILOSOFÍA. A lo largo de la historia se ha intentado definir a la filosofía. Su primer concepto es el de “amor a la sabiduría” y varios filósofos han dado la suya. Leopoldo Zea en su “Introducción a la Filosofía” enumera DIEZ DEFINICIONES entre las cuales destacan la de Aristóteles en la época griega antigua: “La filosofía es una ciencia universal, difícil, rigurosa, didáctica, preferible, principal y divina”; la de Santo Tomás de Aquino en la Edad Media: “La filosofía es la sierva de la teología” y la de Emmanuel Kant en la época moderna: “La filosofía es una ciencia crítica que se pregunta por el alcance del conocimiento humano”. Guillermo Dilthey consideró cuatro rasgos característicos: UNIVERSALIDAD: Intento de explicar en forma integral la totalidad de lo que existe. FUNDAMENTALIDAD: Argumentar sus afirmaciones o filosofemas. SISTEMATICIDAD: Estructuración ordenada de su discurso. RACIONALIDAD: Dar razones claras y evidentes de sus investigaciones. Karl Marx explicó su carácter histórico-cultural desde la Economía Política a través de la “Metáfora del edificio”; Si la economía de una sociedad es la base o infraestructura, la filosofía pertenece a la superestructura, pues es parte de la conciencia social. La filosofía nace como una actividad del hombre que intentaba explicar el origen y composición del universo que le rodeaba, su vida y su quehacer en el mundo. En cada época el interés de la filosofía varió su objeto de estudio: ÉPOCA ANTIGUA: La naturaleza y el hombre. FILOSOFÍA MEDIEVAL: Dios y su relación con el hombre. FILOSOFÍA MODERNA: El conocimiento y la ciencia. ÉPOCA ACTUAL: La ciencia, la sociedad, el lenguaje y la política. En un sentido amplio la filosofía es una actividad autónoma, metódica y racional que trata de integrar en un esfuerzo totalizador los conocimientos para explicar al ser humano, su vida y su quehacer en el mundo. Filosofar es la actividad que realiza el ser humano al enfrentarse racionalmente a los problemas que nos plantea la realidad, buscando en tales problemas la solución más amplia y adecuada y filósofo, el sujeto en el que se da la acción de filosofar o “amante del saber”. OBJETO DE ESTUDIO Y MÉTODO DE LA FILOSOFÍA. Seguramente alguna vez en tu vida te habrás hecho algunas preguntas cuya respuesta requiere de algo más que unas cuantas explicaciones cotidianas. Tal es el caso de interrogantes como: ¿qué sentido tiene vivir?, ¿por qué existen las cosas y no más bien hay nada?, ¿cómo se originó todo esto que veo?, ¿por qué se debe ser bueno?, ¿cuál es la diferencia entre creer y saber?, ¿por qué me gustan algunas cosas y otras no?, ¿hasta dónde puede llegar mi conocimiento? ¿Existe Dios? Todos estos objetos de estudio pueden encontrar ciertas respuestas a través de diversas ciencias como la Biología, la Cosmología, la Psicología o la Sociología, y sin embargo las preguntas pueden seguir subsistiendo porque ellas no nos dejaron satisfechos en nuestra avidez natural de conocer. La Filosofía aborda estos mismos problemas de forma integral; realiza una síntesis tomando los aportes especializados de las ciencias particulares; pero en vez de acercarse a los fenómenos desde un punto de vista particular como lo hacen ellas, lo hace de una manera totalizante, es decir, abarcando varios aspectos para proponer las últimas explicaciones racionales posibles de las cosas, llamadas fundamentos o principios.

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LA FILOSOFÍA. A lo largo de la historia se ha intentado definir a la filosofía. Su primer concepto es el de “amor a la sabiduría” y varios filósofos han dado la suya. Leopoldo Zea en su “Introducción a la Filosofía” enumera DIEZ DEFINICIONES entre las cuales destacan la de Aristóteles en la época griega antigua: “La filosofía es una ciencia universal, difícil, rigurosa, didáctica, preferible, principal y divina”; la de Santo Tomás de Aquino en la Edad Media: “La filosofía es la sierva de la teología” y la de Emmanuel Kant en la época moderna: “La filosofía es una ciencia crítica que se pregunta por el alcance del conocimiento humano”. Guillermo Dilthey consideró cuatro rasgos característicos: UNIVERSALIDAD: Intento de explicar en forma integral la totalidad de lo que existe. FUNDAMENTALIDAD: Argumentar sus afirmaciones o filosofemas. SISTEMATICIDAD: Estructuración ordenada de su discurso. RACIONALIDAD: Dar razones claras y evidentes de sus investigaciones. Karl Marx explicó su carácter histórico-cultural desde la Economía Política a través de la “Metáfora del edificio”; Si la economía de una sociedad es la base o infraestructura, la filosofía pertenece a la superestructura, pues es parte de la conciencia social. La filosofía nace como una actividad del hombre que intentaba explicar el origen y composición del universo que le rodeaba, su vida y su quehacer en el mundo. En cada época el interés de la filosofía varió su objeto de estudio: ÉPOCA ANTIGUA: La naturaleza y el hombre. FILOSOFÍA MEDIEVAL: Dios y su relación con el hombre. FILOSOFÍA MODERNA: El conocimiento y la ciencia. ÉPOCA ACTUAL: La ciencia, la sociedad, el lenguaje y la política. En un sentido amplio la filosofía es una actividad autónoma, metódica y racional que trata de integrar en un esfuerzo totalizador los conocimientos para explicar al ser humano, su vida y su quehacer en el mundo. Filosofar es la actividad que realiza el ser humano al enfrentarse racionalmente a los problemas que nos plantea la realidad, buscando en tales problemas la solución más amplia y adecuada y filósofo, el sujeto en el que se da la acción de filosofar o “amante del saber”. OBJETO DE ESTUDIO Y MÉTODO DE LA FILOSOFÍA. Seguramente alguna vez en tu vida te habrás hecho algunas preguntas cuya respuesta requiere de algo más que unas cuantas explicaciones cotidianas. Tal es el caso de interrogantes como: ¿qué sentido tiene vivir?, ¿por qué existen las cosas y no más bien hay nada?, ¿cómo se originó todo esto que veo?, ¿por qué se debe ser bueno?, ¿cuál es la diferencia entre creer y saber?, ¿por qué me gustan algunas cosas y otras no?, ¿hasta dónde puede llegar mi conocimiento? ¿Existe Dios? Todos estos objetos de estudio pueden encontrar ciertas respuestas a través de diversas ciencias como la Biología, la Cosmología, la Psicología o la Sociología, y sin embargo las preguntas pueden seguir subsistiendo porque ellas no nos dejaron satisfechos en nuestra avidez natural de conocer. La Filosofía aborda estos mismos problemas de forma integral; realiza una síntesis tomando los aportes especializados de las ciencias particulares; pero en vez de acercarse a los fenómenos desde un punto de vista particular como lo hacen ellas, lo hace de una manera totalizante, es decir, abarcando varios aspectos para proponer las últimas explicaciones racionales posibles de las cosas, llamadas fundamentos o principios.

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Así pues, el aspecto totalizador de la filosofía consiste en que su mirada abarca todo y trata de explicarlo de modo integral. Podemos afirmar entonces que la filosofía tiene tantos objetos de estudio cuantos seres existen y preguntas sean planteadas en torno a éstos, pues, no hay ser abstracto o concreto que esté vedado a ella. Pero si hacemos generalización de estos objetos podemos hablar de que la filosofía tiene un mayúsculo objeto de estudio: la totalidad de lo real, la realidad del mundo y la vida y su conocimiento. Para acercarme al análisis de estos problemas necesito un método, una manera de investigar para explicar lo que acontece. Así, puedo proceder a través de un interrogatorio para descubrir el contenido de un concepto, como lo hizo Sócrates quien lo bautizó como “Mayéutico” o labor de “dar a luz las ideas”. Si procedo con base en la oposición de argumentos, entonces, aplico el método dialéctico inaugurado por Platón en sus “Diálogos” o como lo hizo Hegel al explicar la realidad como producto de contradicciones en un proceso de tesis-antítesis-síntesis en el interior del Espíritu absoluto, o como lo hizo Marx al explicar la historia de las sociedades como producto de la lucha de clases sociales antagónicas. Si primero observo y describo de forma directa buscando la esencia de las cosas a partir de los fenómenos y haciendo un paréntesis en los hechos que no puedo de momento describir para ir paulatinamente acercándome al conocimiento, entonces, utilizo el método fenomenológico iniciado por Edmundo Husserl. En la antigüedad no había distinción entre filosofía y ciencia, pues, ella se ocupaba de los diversos problemas de la naturaleza, del hombre y de la sociedad. Con la llegada del método experimental de Galileo y el método racional de Descartes, se sentaron las bases de la nueva investigación y así nacieron las ciencias naturales separadas de la filosofía en el siglo XVIII o siglo de las luces. También en este siglo la filosofía tiene un nuevo enfoque, cuando el filósofo alemán Emmanuel Kant la divide en ramas, delineando así las disciplinas del cuerpo filosófico. Hoy en día las disciplinas filosóficas aceptadas y sus objetos de estudio son: Metafísica: Ciencia del Ser en tanto que ser. Ontología: Ciencia de las esencias, determinación de aquello en que los entes consisten. Ética: Ciencia de la conducta moral del hombre. Lógica: estudia lo relativo a la estructura correcta del pensamiento. Gnoseología: estudia la posibilidad y el origen de nuestros conocimientos. Estética: estudia el arte en general y el problema de lo bello. Si tenemos que dar respuesta a tantas preguntas, debemos clasificarlas en problemas; si nuestra pregunta se relaciona con el Ser, intentando entender aquello con lo cual y por lo cual algo es lo que es, estamos ante el problema ontológico. Si la pregunta se refiere a los actos del individuo frente a las normas morales y tratamos temas como la libertad, la responsabilidad y la conciencia, entonces, nos enfrentamos con el problema del deber ser o problema ético. Y si nuestra pregunta tiene que ver con el “cómo conocemos”, cuál es el proceso del pensamiento y qué validez posee nuestro conocimiento, estamos dentro del problema gnoseológico. LA FILOSOFÍA Y SU RELACIÓN CON OTRAS ÁREAS DE LA CULTURA. La cultura es un ambiente secundario creado por el hombre como producto de su acción en el mundo y en relación con otros sujetos, y se manifiesta en producciones materiales u objetos a los que da significados (simbolados) e ideales como la religión, el derecho y la filosofía.

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La cultura es un todo integral constituido por los utensilios y bienes que los hombres emplean y consumen para la supervivencia de la especie, el cuerpo de normas que regula las relaciones intersubjetivas en los diversos grupos sociales, las ideas, las artesanías, las creencias y las costumbres. Por ello se ha definido como el resultado de la acción de los hombres en el mundo para satisfacer sus necesidades básicas, instrumentales e integrativas. Su transmisión de generación en generación ha sido posible gracias a una organización económica, a grupos cooperativos, al desarrollo del conocimiento y la educación, constituyéndose así la herencia cultural. Son elementos de la cultura: la actividad económica, la normatividad o leyes, la ciencia, la religión y las instituciones. ¿Cómo se desenvuelve una cultura? Satisfaciendo de modo propio sus necesidades básicas, instrumentales e integrativas. De la manera peculiar en que los hombres de una comunidad interactúan resulta el relativismo cultural, por el que ninguna cultura es superior a otra. Las necesidades básicas son las esenciales para la existencia. Las instrumentales son las que posibilitan la relación de los hombres entre sí y con la naturaleza. Las integrativas son las que implican valores alrededor de los cuales se congregan los seres humanos. La cultura nace de un contexto extrasomático, es decir, de la capacidad que el hombre tiene para crear y darle significado a su creación. Es el resultado de su proxemia (su relación con el mundo) y de su proximidad (su relación con otros sujetos). La cultura se manifiesta en tres niveles: Intraorgánico: creencias, conceptos y emociones. Interorgánico: interacción social: jurídica, económica o moral. Extraorgánico: objetos materiales de su creación. Con la cultura el hombre ha creado un marco de interpretación denominado “estructuras de significación socialmente establecidas”, a partir de las cuales explica y le da sentido a las cosas en cada momento. Por eso se dice que la cultura tiene un carácter histórico. FILOSOFÍA Y CULTURA. La filosofía es parte de la cultura pues es una de las estructuras de significación socialmente establecidas, desde la cual el hombre mira su mundo y se mira en él satisfaciendo sus necesidades integrativas. Se manifiesta en el nivel intraorgánico, pues es resultado de construcciones ideales o abstracciones (ideas, conceptos). Se expresa mediante el lenguaje y la conducta. Cobra sentido en relación con otras ideas y simbolados en un momento histórico determinado. Se ocupa de problematizar respecto de la razón que justifique su existencia y funciones al interior de una cultura. FILOSOFÍA E IDEOLOGÍA. La filosofía y la ideología son producto de operaciones conceptuadoras que el hombre realiza en su relación con las cosas y con otros sujetos. Ambas se objetivan (se expresan) por medio del lenguaje y la conducta. Son procesos de legitimación porque explican (otorgan validez cognoscitiva) y justifican (atribuyen valores y normatividad) un determinado orden institucional. Un proceso de legitimación es una

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concepción del mundo que explica y justifica un orden institucional en un contexto histórico social específico. Las dos son elementos de la superestructura social, creados por el hombre con el propósito de satisfacer necesidades de segundo orden. Las dos tienen carácter histórico porque se van construyendo con las aportaciones e iniciativas de diversas personas para cambiar las normas de conducta y la actividad práctica, pero se diferencian por el alcance de sus justificaciones y la amplitud de sus marcos de referencia. Existen cuatro niveles de explicación y legitimación del mundo: el conocimiento pre-teórico; esquemas explicativos que apelan al sentido común (leyendas y proverbios); la filosofía y la ideología. A la filosofía se le ha dado el tercer nivel ya que permite a los hombres tomar conciencia de las contradicciones de su mundo y orienta su praxis o conducta. A la ideología se le da el cuarto nivel pues se considera un universo simbólico o fundamento de todos los significados objetivados socialmente, ya que integra todas las explicaciones y legitimaciones de los otros. Papel de la filosofía en relación con la ideología: dependiendo del tipo de relación que se establezca, puede ser funcional, sirviendo a los intereses establecidos de la hegemonía de una clase social; o crítica, cuestionando lo establecido, problematizando y elaborando propuestas de cambio. FILOSOFÍA Y POLÍTICA. La política es la práctica de las relaciones intersubjetivas dentro de una formación social y que están determinadas por un proyecto cultural. Como ciencia del estado, es el recurso del que se vale un grupo hegemónico para justificar y mantener su dominio. Es el programa y estrategias que el grupo en el poder postula en el proceso de su autoproducción y autorealización históricas. ¿Qué relación tiene la filosofía con la política? Filosofía y política se relacionan de acuerdo a dos alternativas: legitimar el orden o propiciar su ruptura. Papel legitimador: contribuir al desconocimiento del otro culturalmente distinto. Papel subversivo: proporcionar instrumentos teóricos y morales que reorienten las relaciones entre los sujetos y su proyecto cultural. Esta tarea se presenta como un proyecto de liberación de los oprimidos (utopía). EL PENSAMIENTO PREFILOSÓFICO Y LA FILOSOFÍA. ¿Qué tipo de pensamiento producía el hombre para explicar la realidad antes del nacimiento de la Filosofía? ¿Qué características hacen diferente a la Filosofía del saber prefilosófico? Desde esta base, entendiste que el pensamiento que se dio antes del nacimiento de la Filosofía en el siglo VI a. C. en la Grecia antigua, fue el pensamiento llamado “prefilosófico”. Para su estudio el pensamiento prefilosófico se divide en dos, de acuerdo a sus características, a saber: el pensamiento mítico y el pensamiento religioso, que fueron las primeras formas de pensamiento creadas por el hombre para dar razón del mundo que le rodea. El pensamiento prefilosófico tiene como características esenciales el recurrir a la imaginación y a la fantasía, a los símbolos e imágenes, a las creencias subjetivas y a fuerzas divinas o sobrenaturales externas para interpretar la realidad. Este tipo de pensamiento no implica un conocimiento racional y objetivo de los fenómenos pues se centra en la creación y creencias subjetivas. Así, en el pensamiento mítico, el mito se entiende como un relato ejemplar que nos habla de un suceso ocurrido al inicio de los tiempos, tal es el caso de los mitos cosmogónicos o etiológicos que nos narran el origen del cosmos en términos divinos y en los que siempre está presente la idea de una “creación”.

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El pensamiento mítico intentó dar razón de los fenómenos, pero no fue una razón crítica que vigilara de sí misma y explicara su propia manera de explicar; en cambio, la filosofía tiene una capacidad de autoexplicación. El pensamiento mítico inventaba el porqué de las cosas esquivando el cómo. Por ello, a este pensamiento se le llamó precrítico. Desde el lenguaje, el pensamiento mítico no distinguía entre el símbolo y la cosa simbolizada; por ejemplo, los jeroglíficos eran concebidos como seres mágicos y la palabra con poder sobre la naturaleza. Al pensamiento religioso lo caracteriza su distinción entre lo sagrado y lo profano, entre el mundo natural, sensible, que vivimos todos los días y el mundo sobrenatural o de perfección que se encuentra “más alla”. Religión viene del latín Religare, unir, y hace referencia a la unión entre estas dos realidades, la del hombre y la de Dios. Esta unión se apoya en símbolos o vinculación entre un signo sensible y un contenido inteligible o que sólo podemos comprender intelectualmente. El símbolo es la representación de un misterio. Esta es la característica que distingue el pensamiento religioso del mítico: la conciencia de que el símbolo no es la cosa sino su representación. Los símbolos lógicos tienen su inicio remoto en la conciencia religiosa, capaz de distinguir entre el signo sensible y el significado inteligible. La religión nos habla del ser de Dios y en las más desarrolladas supone una fe y un cuerpo doctrinario o dogmático, es decir, un sistema de creencias. Además, a diferencia del mito, abre la posibilidad de la libertad de no creer o no tener fe en Dios. Tanto la creencia mítica como la religiosa no implican un conocimiento o explicación objetiva y verificada de carácter universal. Dependen de un sistema de creencias basadas en la unión social en el caso del mito y de un cuerpo dogmático y de fe en el caso de la religión. Desde la perspectiva del lenguaje como expresión de una vocación humana, en el pensamiento mítico, la palabra está unida al gesto ritual como en los trágicos griegos. En el pensamiento religioso la palabra no es parte ritual de la creencia pero la expresa como en la Teogonía de Hesíodo. En el pensamiento filosófico, la palabra funda la verdad, pues, es la representación objetiva de la realidad a través del concepto. (Logos racional). Condiciones histórico-sociales del origen de la filosofía en Grecia. Como todo pensamiento, el filosófico, es un producto social y por eso condicionado histórica y culturalmente. Condiciones geográficas. El territorio, naturalmente dividido por montañas, el clima templado y el suelo calcáreo junto con la escasez de ríos, influyeron en el hombre griego: favoreciendo la vida en la plaza pública, la comunicación marítima, el comercio y la fundación de múltiples ciudades con vida política y económica independiente (Ciudades-Estado o Polis), además de propiciar un espíritu dispuesto a la meditación. Condiciones económicas. El enriquecimiento de la clase aristocrática y la explotación discriminada del estrato social bajo trajo como consecuencia grandes migraciones hacia el oeste y noroeste del Mediterráneo para fundar nuevas comunidades con autonomía política y económica, pero que conservaban sus lazos culturales. Así se colonizó toda la costa mediterránea pues se prefería el mar, teniendo auge la vida agrícola, lo

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que favoreció el comercio con todo el mediterráneo y el intercambio cultural por el que se obtuvieron conocimientos como el alfabeto fenicio como modelo, el sistema de trueque a través de la moneda, Geometría, Matemáticas, Medicina de los Egipcios, Astronomía de Babilonios y la idea de una “naturaleza universal por debajo de las mutaciones de las cosas particulares” propia de Chinos, Persas e Hindúes. El paso del siglo VIII al VI a. C. de su condición de agricultores a navegantes y mercaderes favorecen en el griego su vivacidad, iniciativa y espíritu crítico. Condiciones político-sociales. La identificación del griego con su ciudad, con la polis, le hacen participar activamente al griego en la política y ser un hombre consciente. La estructura esclavista produce una división del trabajo y propicia que los hombres libres cultiven el intelecto, la contemplación y lo relacionado con el desarrollo espiritual, lo que produce en ellos una condición de “ciudadanos libres”. La aparición de la tiranía (Siglo VII-VI a. C.) propicia la prosperidad como en el caso de Mileto que en el siglo VI a. C. llega a tener la cultura más avanzada de todas las ciudades griegas. Antecedentes. La religión y la política como “vocaciones” o formas de vida que usan de la palabra son los antecedentes inmediatos de la Filosofía. Religiosos: El Orfismo crea un ambiente de reflexión pues es consciente de la dualidad presente en el hombre, el cuerpo y el alma, el bien y el mal. Políticos: Muchos términos tomados de la política sirvieron para elaborar nuevos conceptos explicativos de la realidad y así justificar el orden cósmico y social. Así, junto con las otras vocaciones, surge una nueva forma de ser: la vida filosófica, que busca dar razón lógica o crítica de las cosas y que metódica y sistemáticamente busca decir la verdad en términos racionales. Psicología y lógica del quehacer filosófico. Psicología. La vocación interna o actitud del filósofo es la del thauma o admiración que se diferencia del asombro primitivo en que no se maravilla sólo de acontecimientos extraordinarios como la erupción de un volcán, sino que muestra una actitud crítica y problematizadora ante los fenómenos de mayor familiaridad para profundizar contemplativamente en la esencia última de las cosas. La reflexión y el diálogo intelectual eran expresiones de su capacidad de ocio y de un desinterés que lo condujo a una actitud contemplativa o de theoría entendida como captación receptiva de la realidad, que deja en suspenso el saber práctico para dar paso a la “docta ignorancia”, el “saber que no sabemos” de Sócrates, base de la Filosofía. Lógica. El uso de la razón crítica hace de la filosofía un saber científico que posee una lógica interna de objetividad, método, racionalidad y sistema, que fue la base de la aparición de las ciencias

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particulares en el inicio de la Edad Moderna, quedando así justificada la etimología de Filosofía: Philía, amor o intención de verdad; Sophía o sabiduría entendida como un saber al modo de la ciencia, es decir, racional y metódico. Ruptura epistémica entre el pensamiento prefilosófico y la filosofía. La ruptura epistémica es el cambio de una concepción del mundo a otra, sea por causas internas (leyes del desarrollo del pensamiento humano) como por causas externas (determinaciones de carácter histórico-social). La ruptura entre la filosofía y el pensamiento precientífico: mito, religión, opinión; se produce cuando de una nueva forma de pensamiento resulta una nueva forma de ser: la del filósofo, hombre que lleva una vida pensada. El filósofo se independiza del pensamiento cotidiano o “doxa” que es subjetivo, superficial y acrítico, para proceder bajo las formas de método, objetividad, racionalidad y sistema; es decir, asume una actitud crítica para acercarse a los problemas de la naturaleza, hombre y sociedad. La filosofía como conciencia se diferencia del mito y la religión en que ella es capaz de dar razón de sí misma y de todas las demás vocaciones humanas. Los primeros filósofos, Tales de Mileto, Anaxímenes y Anaximandro llamados presocráticos o del período físico-cosmológico se preguntaban por la physis de las cosas, es decir, la sustancia elemental o principio físico de que están constituídas todas las cosas: para Tales fue el agua, para Anaxímenes, el aire y para Anaximandro el apeiron (lo indefinido). Ellos son los primeros hombres de ciencia porque fueron los primeros que intentaron explicar las cosas por sí mismas, es decir, de modo inmanente. Los primeros filósofos crearon conceptos nuevos y con la filosofía una mutación del habla. Así la palabra conceptual será para los presocráticos, la palabra por excelencia. El aporte y la característica sustancial de la filosofía fue su racionalidad, y el problema del origen de todas las cosas, los primeros filósofos jónicos lo desarrollaron sin recurrir a ningún principio divino o trascendental (Cosmogonías del pensamiento mítico-religioso) sino a puras razones naturales (Cosmología). El pensamiento jónico en la medida en que se preocupaba por explicar las formas del ser y el cambio fue un pensamiento ontológico y no teológico. La naturaleza en los primeros filósofos. El tema con el que se inicia la filosofía es el de la naturaleza o physis: entendida como una multiplicidad de fenómenos en cambio y transformación permanente, a los que hay que aprehender bajo un principio soberano (arjé). Esta cuestión filosófica se desarrolla alrededor de la pregunta que se formularon los primeros filósofos: ¿cuál es el principio material por el que todo lo existente deriva su ser y al que regresa al perecer, mientras su sustancia permanece a pesar de los cambios de condiciones? “El problema principal planteado por los pensadores presocráticos fue el del (αρχη, arjé), se trataba de investigar el principio fundamental de la realidad, aquello de lo que todo brota y a lo que todo vuelve. De la nada nada puede surgir, en consecuencia, tiene que existir una realidad primera, arjé, de la cual se deriven todas las demás. En este sentido, los filósofos presocráticos entendieron por

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arjé: a) lo primero en el orden del ser, es decir, la primera realidad, aquello de lo que cualquier otra se deriva o procede; b) el sustrato y fundamento que se encuentra presente (y permanece invariable) en el curso de todos los cambios, esto es, lo que en último término toda otra realidad es; c) la fuerza

rectora o naturaleza (ϕυσιζ, physis) que gobierna o explica (o posee la razón de) cualquier otro género de realidad, sus estructuras, sus cambios, sus propiedades y su actividad. De acuerdo con las características enunciadas, nada se engendra ni nada se corrompe, ya que el arjé, en tanto en cuanto realidad primera como principio y sustrato de todas las cosas, se encuentra presente en todos los cambios, permanece inmutable a lo largo de todos ellos y regula su actividad.” Tales de Mileto (624-562) Según la tradición histórica occidental, la Filosofía tiene su inicio en Mileto, colonia griega del Asia Menor, y Tales de Mileto pasa por ser el primer filósofo de nombre conocido. Según Tales, el arjé es el agua, puesto que de ella todo procede y a ella todas las cosas vuelven y, asimismo, dicho elemento se encuentra presente en todas las cosas. “Los primeros que se dedicaron a la filosofía consideraron sólo principios aquellos que se dan bajo la especie de la materia. Aquello de que están constituidos todos los seres, de donde vienen al llegar a ser y a lo que vuelven cuando al fin se corrompen, persistiendo en ellos la sustancia con sus variables modificaciones. Y según esto, creen que en realidad nada nace ni llega a la corrupción, supuesto que esta primera naturaleza subsiste siempre... Sin embargo, respecto al número y del carácter propio de este principio, no están de acuerdo aquellos filósofos. Tales, el fundador de esta filosofía, afirmaba que era el agua el primer principio. Por esto llega a afirmar que la tierra se apoya en el agua.” (Aristóteles, Met., I, 3.) “Fue llevado a esta idea probablemente al observar que el agua es alimento de todas las cosas, que hasta lo caliente procede de ella y que todo animal vive de la humedad, y aquello de que todas las cosas preceden es, evidentemente, el principio de todas ellas. Y a causa de esto llegó a acuñar esta opinión de que las semillas de todas las cosas poseen una naturaleza húmeda, y el agua es el principio de las cosas húmedas.” (Aristóteles, Met., I, 3.) Tales, sugirió que la razón humana es capaz de conocer las leyes que gobiernan el universo. Considera en su doctrina, como principio de todas las cosas, a un elemento empírico o material: el agua; sin argumentar su tesis con base en mitos o divinidades. Propuso la unidad de la diversidad al postular que todo es uno y la misma cosa. Es decir, la diversidad de cosas existentes forman una unidad, en tanto participan y están dirigidas por un mismo principio, el agua. Anaximandro (610-547) Anaximandro, cuestionó la propuesta del agua como principio o sustancia primera, afirmando que ese UNO a lo que se reduce todo lo existente, no puede ser ninguno de los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Si todo fuera originalmente agua no podría haber calor ni fuego: el agua no engendra fuego, sino que lo destruye. Sostuvo la existencia de una protosustancia de la que surgen estos elementos, caracterizándola como “indefinida”, “indeterminada” (apeiron). Expuso, el origen de las cosas de la siguiente manera: en el comienzo existe un estado de indistinción en el cual nada se diferencia. De esta unidad primera brotan parejas de contrarios: caliente-frío y secohúmedo, que van a establecer en el espacio cuatro regiones: el cielo de fuego, el aire frío, la tierra seca y el mar húmedo. Los contrarios se conectan e interactúan, cada uno triunfando alternativamente sobre los otros, conforme a un ciclo por siempre renovado: en los fenómenos meteorológicos, en la sucesión de las

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estaciones; en el nacimiento y la muerte de todo lo que vive, plantas, animales y hombre. Anaximandro garantizó así, el movimiento y el cambio de la naturaleza bajo el principio ordenador de lo “indeterminado”. El apeiron está desprovisto de las propiedades que condenan las cosas a perecer. En otras palabras, el apeiron provee de eternidad al mundo. En su doctrina, Anaximandro, negó la experiencia obtenida por los sentidos. Ya no postuló como principio un elemento empírico, observable, como el agua; sino una abstracción: “lo indefinido”. Utilizó por vez primera el término arjé (principio), cuyo significado más antiguo se relaciona con la idea de “comienzo” y de “mando”, es decir, con la idea de una soberanía cósmica. Describió sistemáticamente el equilibrio cosmológico, sometido a la autoridad de la ley y de la necesidad. Esto es, los cambios y movimientos de la naturaleza no son azarosos, obedecen a un orden. Anaxímenes (588-524) Anaxímenes, afirmó que el origen de todas las cosas no es el agua, ni lo indeterminado, sino el aire; recurrió a los términos de condensación y rarefacción para dar cuenta de la formación y cambio de lo existente: el aire es invisible y se hace visible al condensarse o rarificarse. Se vuelve fuego cuando se dilata o enrarece y en viento, nubes, agua, tierra y finalmente en piedra, al condensarse. Es probable que Anaxímenes llegara a esta conclusión al observar que la respiración era esencial en la vida de los seres vivos y que el aire, al enrarecerse, se hace más cálido y tiende a convertirse en fuego, mientras que, si se condensa, se enfría y tiende a volverse sólido. “Anaxímenes de Mileto, hijo de Erístrato, compañero de Anaximandro, dice, como éste, que la naturaleza sustante es una e infinita, mas no indefinida, como él, sino definida y la llama aire; se distingue en su naturaleza sustancial por rarefacción y condensación.” (Teofrastro, en Simplicio, Fis., 24, 26) “Anaxímenes de Mileto, hijo de Erístrato, declaró que el principio de las cosas existentes es el aire; pues de éste nacen todas las cosas y en él se disuelven de nuevo.” (Aecio, I, 3, 4) Pitágoras (580-500) Las matemáticas que surgieron en Babilonia y Egipto por necesidades prácticas de medición y contabilidad, fueron concebidas por Pitágoras de Samos en un uno teórico y especulativo. Según señala Aristóteles, los pitagóricos hicieron progresar a las matemáticas y creyeron que sus principios eran los principios de todas las cosas. En este sentido, el fuego, la tierra, el agua y el aire, no constituyen el origen de las cosas. Éstas están formadas en semejanza con los números y éstos son anteriores a todas las cosas. Pitágoras representó los números como principio y raíz de todas las cosas, identificándolos con puntos especiales que forman figuras geométricas cuya unidad es el diez. Los pitagóricos fueron los primeros en utilizar la palabra “cosmos” para referirse a la belleza y armonía que se manifiesta en nuestro mundo. Al proponer al número como la realidad última de lo existente, postularon que los cambios y movimientos percibidos en la naturaleza, la sociedad y el hombre mismo, no son meras casualidades, sino que son regidos por una ley que los ordena. Estos cambios obedecen a la relación equilibrada de los opuestos, mismos que se encuentran clasificados en diez. Los pitagóricos señalaron como principio de todas las cosas, o arjé, a un elemento no material: el número. En ellos, las matemáticas se convirtieron en un instrumento útil y necesario para la comprensión sistemática de la realidad.

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Heráclito de Efeso (544-484) Con Heráclito, surgió un nuevo concepto filosófico: el logos. Término que posee tres significados: discurso, razón, ratio (proporción, medida, relación). Puede ser entendido como el análisis correcto del pensamiento humano, al grado de comprender la ley universal que dirige a la naturaleza incluyendo a Dios y al Hombre. Dicha ley universal, que no es una ley histórica o ley de la evolución, no tiene principio ni fin, así como no lo tiene el mundo en el cual se manifiesta. Está más allá de una ley natural, en tanto incorpora lo sobrenatural o lo divino. Incluso pensamos que se identifica con lo divino por ser una abstracción inmaterial. Representa lo general y absoluto en el universo, como opuesto a todo lo que es particular y relativo. En este sentido, Heráclito nos dice que todas las cosas son una: si observamos a nuestro alrededor, encontraremos una gran cantidad de seres y cosas que aparentemente no tienen relación entre sí pero que, si hacemos uso adecuado de la razón, concluiremos que dependen unos de otros para existir. Es más, la identidad particular que tienen es transitoria; se hallan en proceso de ser sustituidos por sus opuestos: lo único permanente es el conflicto de los opuestos, la ley del cambio perpetuo. De esta forma, Heráclito rechazó la doctrina pitagórica que demandaba la unidad equilibrada de los opuestos. Si el mundo se mantiene en unidad no es por la armonía de los opuestos, sino por su lucha necesaria para producir el cambio y el devenir. “Lo contrario se pone de acuerdo; y de lo diverso la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia”. Además, sostuvo que la guerra (polemos) era el padre de todas las cosas, enseñándonos así el enfrentamiento constante de fuerzas contrarias, tanto simultáneas como sucesivas. La sabiduría a la que el filósofo debe aspirar, según Heráclito, consiste en reconocer la unidad de todas las cosas al margen de una engañosa diversidad. “Los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas como la del arco y la lira”. Al explicar el origen de las cosas, Heráclito postuló como principio, el fuego, considerado así por su comportamiento y no tanto por su materialidad: Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hizo ningún dios o ningún hombre; sino que fue siempre, es ahora y será fuego siempre viviente, que se prende y apaga medidamente”. El fuego simboliza el movimiento y el cambio a que está sometido lo existente. La filosofía de Heráclito no sólo es una indagación en torno a la estructura del universo, pretende también ofrecer un conocimiento del hombre mismo e influir en su comportamiento moral, para que se afane más por el logro de la sabiduría que por la acumulación de bienes materiales: “Prefieren, pues, los mejores, una cosa única en vez de todas las demás, gloria eterna antes que cosas mortales; la mayoría, en cambio quiere atiborrarse como ganado”. Parménides de Elea (540-470) Parménides, ha sido el primer filósofo que enfrentó el problema del “principio común de todas las cosas” (arjé) de modo distinto a sus antecesores; pues, colocó a la razón como base de explicación de todas las cosas y despreció el papel de los sentidos. A Parménides se le relaciona con el pitagorismo y con Jenófanes, de quien heredó la práctica de exponer el pensamiento filosófico en forma poética.

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En la opinión de Werner Jaeger, el estilo poético-épico, del que se vale Parménides para presentar su filosofía, tiene un marcado paralelismo con la obra del poeta Hesíodo, Teogonía en donde el poeta se vale de elementos divinos para explicar el origen del mundo. Parménides va más lejos: ocupa el estilo épico didáctico para proclamar la verdad (aletheía), verdad que aprendió por boca de la diosa misma de la necesidad y que queda expresada a lo largo del poema. En las dos partes que siguen a la introducción, Parménides da cuenta de estas revelaciones. La primera parte recoge su célebre discurso sobre el ser, donde trata de deducir cierto número de atributos esenciales del ser --partiendo del mismo ser--tales como: eterno, incorruptible, estático y único. El verdadero ser no puede tener nada en común con el no ser y tampoco puede ser múltiple. Tiene que ser uno sólo; pues todo lo múltiple está sujeto al cambio y al movimiento. Para los sentidos el ser uno -sin cambio- no es comprensible, pues ellos reciben cambios, modificaciones de las cosas. Pero el testimonio de los sentidos es obrar equivocadamente, pues ellos nos conducen a engaños: a tener que aceptar que el mundo existe y no existe al mismo tiempo, a aceptar el cambio, lo que resulta absurdo ya que, afirmar el cambio, es asegurar que el ser proviene de algo y si proviene, tendría que hacerlo del ser o del no ser. Provenir del ser, es no provenir, puesto que ya se es. Surgir del no ser, es no surgir, pues de la nada no hay cosa que se engendre o produzca; el cambio es ficticio y de este modo se aclara el error al que conducen los sentidos. Al ser -expresó Parménides- es posible pensarlo. A la nada, no. Del ser se puede decir que es eterno, inengendrado, imperecedero, indivisible, completo y único. De la nada no se puede hablar; hablar del ser es hablar de algo, de lo que es. Pensar en el ser, es pensar en algo; pensar en la nada, es no pensar; de lo que se sigue que el ser es idéntico al pensar: “Lo mismo es poder ser pensado que poder ser”. Con esto se concluye que el ser es, y el no ser, no es. En resumen, Parménides, aceptó a la razón como vía de explicación verdadera del mundo sin dar valor alguno a los sentidos. Rechazó el cambio por considerarlo ilusorio y no sustentado por la razón. Negó la existencia de los opuestos: tanto en su armonía (Pitágoras) como en su unidad (Heráclito), para anteponer el uno, el ser. Presentó la existencia de dos mundos: el del ser, de la verdad: mundo intelectual; y el del no ser, de la apariencia: mundo de lo sensible. Para Parménides, el Ser, es eterno, continuo, único, estático y absoluto. Empédocles (495-455) Originario de la ciudad de Agrigento, en Sicilia, Empédocles siguió los pasos de Parménides, sin cuya influencia no habría podido crear su teoría. A diferencia de Parménides, Empédocles, exhortó a confiar en los sentidos, argumentando que se puede confiar en ellos si nos dejan captar verdaderamente las cosas; éstos podrán estar sujetos al examen crítico del intelecto, mismo que les impedirá errar. Al mediar la oposición entre lo uno y lo multiple, Empédocles, afirmaba que la realidad está sometida a un ciclo cósmico interminable. Durante el curso de este ciclo, se pasa de lo uno a lo múltiple. Según él,

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no había sólo un principio que explicara de qué están hechas las cosas sino varios; limitó su número a cuatro y sostiene que cada una de las sustancias que aquéllos habían postulado por separado: agua, aire, fuego, tierra, representan en verdad una. Llamó raíces a estos principios. Los elementos, como son conocidos por nosotros, no son suficientes para llevar a cabo los cambios de mezcla y separación, por lo que es indispensable la existencia de dos fuerzas divinas que generen el ciclo cósmico: el amor y la discordia. Esta última tiende a separar lo existente en una multiplicidad de cosas particulares. Por el contrario, el amor tiende a unir todos los elementos e igualarlos bajo la ley del uno. Pero cuando se ha alcanzado la unidad, ésta siempre se dispersa en multiplicidad por obra del poder destructor de la discordia. El dominio del amor y la discordia es alternativo en el ciclo cósmico. Éste proceso no es perceptible para los sentidos, sino sólo para los ojos del espíritu. “En cierto momento el uno nace de lo múltiple; en otro se separa de él y el uno se convierte en lo múltiple -Fuego, Agua, Tierra y el Aire poderoso en altura-; el Odio funesto de igual peso, separado de ellos y alrededor; el Amor en medio, igual en longitud y anchura.” (Empédocles, Poema de la Naturaleza. Fragmentos). Leucipo Intentó salvar la pluralidad y el movimiento, la generación y el devenir afirmando la existencia del ser y el no ser. El ser no es uno sino que son múltiples partículas invisibles por lo pequeño de sus masas. Se mueven en el vacío para unirse y producir el nacimiento de las cosas o bien, se disgregan para generar la destrucción. Leucipo consideró que esas partículas son infinitas en número e indivisibles en tamaño; que todas las cosas se engendran por el acoplamiento y la unión de éstas. A estos principios los denominó “átomos”. “Sin embargo al hombre moderno la palabra “átomo” le recuerda de forma inevitable aquellos significados que el término ha adquirido en la física posterior a Galileo. En cambio para los filósofos de Abdera lleva el cuño de una forma de pensar típicamente griega. Indica una forma originaria y es por tanto átomo forma, es decir, forma indivisible. El átomo se distingue de los demás átomos no sólo por la figura, sino también por el orden y por la posición. Y las formas, así como la posición y el orden, pueden variar hasta la infinito. Naturalmente el átomo no se puede percibir con los sentidos, sino únicamente con la inteligencia. El átomo es pues la forma visible al intelecto. Como es evidente, para ser pensado como lleno (de ser) el átomo supone necesariamente el vacío (de ser y, por lo tanto, el no-ser). El vacío, en efecto, es tan necesario como el lleno; sin vacío los átomos-formas no podrían diferenciarse y ni siquiera moverse. Átomos, vacío y movimiento constituyen la explicación de todo”. Reale, Giovanni, y Antiseri, Darío. Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder). Sócrates y los Sofistas. A mediados del siglo V a. C., la atención de la filosofía griega se apartó de los problemas relativos al origen de la naturaleza para ocuparse de aquellos que afectaban a los hombres en su convivencia social y en su relación con el Estado. La desigualdad económica y política entre los diferentes grupos sociales y las guerras externas, fueron una constante amenaza para la estabilidad de las polis griegas que demandaban la participación consciente y activa de los ciudadanos. Los filósofos se convirtieron en educadores de dirigentes políticos. Los encargados de llevar a cabo esta actividad pedagógica eran, inicialmente los sofistas y como alternativa a ellos, Sócrates. Los sofistas no constituyeron una escuela filosófica determinada, sólo eran maestros ambulantes del saber que hacían de él su modo de vida, como fruto del anhelo que empezaron a sentir los hombres de ser

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dirigidos y orientados en los asuntos prácticos de la política. Se caracterizaron por cultivar el arte de la argumentación o retórica como instrumento para obtener el consenso de las asambleas públicas y tribunales. Mediante la correcta argumentación, cualquier opinión puede ser defendida o criticada, más allá de que sea falsa o verdadera. Con los sofistas la verdad se volvió relativa, cambiante. “Los sofistas insistían en que sólo podemos conocer aspectos o fenómenos de las cosas, pues no existe una verdad objetiva y universal (escepticismo), ni nada es en sí verdadero ni falso (relativismo). Estos principios, según ellos, se justifican tanto desde los objetos como desde los sujetos, así, por una parte, de las múltiples realidades existentes en el mundo sólo una mínima parte se encuentra próxima a nosotros y de éstas únicamente se nos ofrecen algunos aspectos; por otra, todos nuestros conocimientos dependen de las sensaciones; pero el estado de las facultades sensitivas varía de acuerdo con las circunstancias, la situación y los propios sentimientos afectivos de cada persona. Así pues, cada individuo posee una opinión particular de acuerdo con los aspectos de la realidad que se le brindan, la situación en que se encuentra y las experiencias por él vividas. En este sentido, señalaba Protágoras, el sofista más importante, que ‘el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son’. Esta posición les llevaba a afirmar la relatividad de las valoraciones cognoscitivas, éticas y estéticas y, en consecuencia, aseguraban que los mismos objetos y al mismo tiempo son y no son, la misma cosa puede ser buena y mala, bella y fea, y, en último término, la realidad, la verdad y la belleza dependen del gusto de cada persona. La afirmación de que ‘el hombre es la medida de todas las cosas’ supone situar a los seres humanos como centro o referencia de todas las cuestiones filosóficas. Desde esta posición, los sofistas se desentendieron, casi totalmente , de los temas cosmológicos y teológicos, y se inclinaron hacia los asuntos prácticos, esto es, hacia las cuestiones morales y políticas: las costumbres y las creencias, la justicia y el Estado, las instituciones y las clases sociales. En este sentido, se llevó a cabo una tarea desmitificadora y, de acuerdo con su postura escéptica y relativista, se puso en duda la existencia de los dioses. (...) En consecuencia, reaccionando contra el carácter teológico, aristocrático y elitista de la enseñanza tradicional, se produjo una tendencia a la secularización y a la democratización de la cultura. Los sofistas, sostenían que todas las instituciones y normas morales, jurídicas y políticas son fruto del acuerdo y la convención (nómos), esto es, que dependen de la voluntad de los individuos humanos. Ellos son quienes establecen la polis y la obligación de cumplir las leyes. Lo justo y lo injusto consiste, por tanto, en mera opinión o convención. De este modo, defendían que una cosa es la naturaleza (physis) y otra distinta las instituciones, las leyes y los valores (nómos). Sócrates (470-399) Es en este panorama histórico que surgió la personalidad de Sócrates quien, contrario a las tesis relativistas de los sofistas, proclamó la existencia de verdades éticas universales por las cuales los hombres pueden dirigir su conducta. Sócrates, se percató de ser el más sabio de los hombres, porque sabe que no sabe nada, al contrario de quienes presumen saber mucho y ocultan a sí mismos y a los demás hombres su ignorancia. A partir de ese instante, asumió la misión de dar a conocer su valioso hallazgo: se le ve en calles y plazas públicas conversando con gente de toda clase de oficios -artesanos, comerciantes, militares, poetasacerca de lo que creen saber. Así, por ejemplo, al preguntar a un militar sobre lo que significa la valentía, el hombre de armas, seguro de sí mismo, dio su verdad. Sócrates, ejercitó la ironía y cuestionó esta primera opinión. La refutación tenía como única finalidad la de suscitar en el soldado vergüenza y la

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autoconciencia de que en realidad, no sabe qué es la valentía. En otras palabras, intentar que el sujeto se acepte a sí mismo como alguien que no sabe. De allí su frase memorial “conócete a ti mismo”. Sócrates pensaba que el conocimiento de la naturaleza humana no se conseguía sólo al mirar y analizar las cosas externas. El saber sobre lo que el hombre es y debe ser, se encuentra en el interior del hombre mismo. Si el saber mora en cada individuo, sólo habría que estimularlo y conducirlo debidamente para que lo extraiga de su interior. El nombre de mayéutica, dado por Sócrates a esta parte de su método, significa “arte de ayudar a dar a luz las ideas”. Mediante el examen de sí mismo, la reflexión y discusión, los hombres alcanzan el saber de los valores universales, y, en consecuencia, las leyes que deben mandar en sus destinos. (...) El hombre sabio es también aquél que es dueño de sí mismo y de sus actos y que obra siempre por lo mejor. El hombre, al elegir el mal, no es por conocimiento, sino por ignorancia. Al hacer coincidir la sabiduría con la virtud, Sócrates, sugería que poseer la ciencia no consiste en dominar una serie de conocimientos y mantenerse pasivo o contemplativo, por el contrario, el hallazgo de una verdad en el hombre realmente sabio, se traduce como convicción e impulso en sus acciones, como una identidad de inteligencia y voluntad. Sócrates la nombró phrónesis, por ser una razón que legisla para la vida. “Es Sócrates quien, en sentido estricto, hace que el pensamiento griego considere el problema del hombre como el más importante. No es -dirá él- investigando las cosas del Universo como encontramos la verdad, sino conociéndonos a nosotros mismos. (...) Convive con los sofistas, pero siempre en constante lucha porque no está de acuerdo con su escepticismo, subjetivismo y relativismo normativo. Sócrates trata de restaurar el valor de la razón humana porque piensa que de lo contrario, las actividades específicamente humanas, como el conocimiento, la comunicación y la moral, no serían posibles. La filosofía de Platón. Platón (427-347) desarrolló su teoría del conocimiento de acuerdo con las ideas de Sócrates, Parménides y Pitágoras. De su maestro, desarrolla la tesis de que es posible llegar a una definición universal de las verdades, es decir, expresarlas mediante conceptos. De Parménides, acepta que el conocimiento verdadero no proviene de la experiencia sensible, sino que tiene como origen y fundamento a la razón. Y de Pitágoras, rescata la concepción del número y la geometría. Un conocimiento verdadero, según Platón, debía cumplir dos condiciones: ser infalible y tener por objeto lo que es. La vivencia cotidiana nos enseña que todo cambia y se modifica: al día le sigue la noche, los árboles reverdecen y se marchitan, las civilizaciones, tan pronto llegan a su florecimiento, decaen y son sustituidas por otras. El mundo en el que habitamos se caracteriza por la movilidad y la temporalidad. Bajo estas circunstancias, pensó Platón, es imposible fiarse de la información que nos brindan los sentidos, en cuanto no es de lo universal y necesario; es un conocimiento relativo, de algo que es diferente en distintos momentos: los objetos de la percepción sensible no son los verdaderos objetos del conocimiento. El objeto del conocimiento ha de ser estable, invariable, capaz de ser definido de manera clara y científica y debe constituirse por conceptos ordenados jerárquicamente, que expresen la esencia de las cosas, ideas o formas. Al plantear la diferencia entre el conocimiento sensible y el conocimiento de las ideas o formas, Platón

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no estableció una separación infranqueable entre los dos, más bien los concibió como distintos grados de conocimiento. El nivel más bajo es el de la opinión (doxa), al que se refiere también como mundo sensible; y el nivel más alto lo constituye la ciencia (episteme), o mundo de las ideas e inteligible. Platón, en su diálogo La República, explica la relación existente entre el mundo sensible y el mundo inteligible mediante el mito de la caverna. En donde el mundo sensible no es más que una copia o imitación del mundo de las ideas o inteligible. En otros términos, la realidad absoluta del mundo no está en la percepción sensorial sino en el mundo de las ideas o formas; en consecuencia, el conocimiento de lo que son realmente las cosas, se logra por la razón; las ideas no son meros conceptos sino que existen por sí mismas como esencias separadas de las cosas, a las que dan origen y hacen inteligibles. Los libros, las casas, los perros, el hombre que percibimos, no son más que imitaciones imperfectas de la idea libro, casa, perro y hombre. El conocimiento del mundo de las ideas tiene fines concretos en la conducta de los individuos, en tanto éstos pertenezcan a la polis. Después de observar y vivir los conflictos de clase, Platón, reflexionó sobre ellos en busca de soluciones. Platón, escribió sobre la naturaleza del Estado ideal, de tal modo que oriente a los gobernantes en sus decisiones y armonice su relación con los gobernados a través del ejercicio de la justicia. Dicho Estado ideal lo integran tres tipos de ciudadanos: artesanos-agricultores, auxiliares o guerreros y gobernantes. Cada categoría recibirá una educación de acuerdo a su función social. Así por ejemplo, a los guerreros se les adiestraría en gimnasia y música. Los gobernantes, por su parte, serían educados en el método de la dialéctica, para lograr la contemplación de las verdades eternas, y desarrollar la capacidad de conducir los asuntos del Estado en conformidad con ellas. Sin embargo, ninguna de las cuatro formas de gobierno analizadas por Platón se guiaban por el Estado ideal: la Timocracia o Timarquía estuvo dominada por los ambiciosos. La Oligarquía, se basa en la riqueza material y desestima la virtud y al hombre bueno. La Democracia, permite la excesiva libertad y el surgimiento de demagogos y tiranos. La Tiranía, por último, se rige por los caprichos desmedidos de una sola persona. Para evitar estas desviaciones, Platón sostiene que quien debe de gobernar tiene que ser un reducido grupo de filósofos o un filósofo rey. “Platón, en el diálogo Cratilo o de los nombres, después del análisis de la relación entre los nombres y las cosas, advierte que no siempre hay correspondencia y entonces se pregunta: si no es por medio de los nombres, ¿cuál será el método apropiado para llegar a conocer las cosas? La respuesta aparece en seguida: para conocer el ser de las cosas hay que ir a ellas y estudiarlas. Al emplear el método de la observación directa, empiezan a aparecer los problemas porque: 1. Por una parte, algunos que han observado las cosas, llegaron a la conclusión de que están en un perpetuo flujo o cambio constante. 2. Por otra parte, él había aprendido de Sócrates que la ciencia o conocimiento auténtico debe tener como características la necesidad y la universalidad. Platón, apoyándose en lo segundo, infiere que: o no conocemos el ser de las cosas, o bien, si tenemos algún conocimiento de ese ser, necesitamos suponerlo inmutable y permanente. En otras palabras, para que haya ciencia es necesario reconocer la existencia de seres inmutables y permanentes.

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En efecto, lo que siempre está cambiando, en sentido estricto, ni existe ni es objeto de conocimiento, ya que entonces lo que percibiríamos sería lo que no es. Para compaginar las cosas, decide Platón reconocer dos tipos de seres: los cambiantes, denunciados por los sentidos; y los inmutables, descubiertos por la razón. El ser de estos últimos es el ser auténtico; el ser de los cambiantes, por el contrario, es un ser relativo, ya que únicamente son en la medida en que son copia del ser de los seres inmutables. (...) En el apartado anterior hemos visto que es necesario distinguir dos clases de seres: los cambiantes y los inmutables. Al conjunto de los primeros se le llama “el mundo sensible”, porque sus objetos son perceptibles por los sentidos. Al conjunto de los segundos Platón lo llama “el mundo inteligible” porque tales objetos se pueden captar únicamente por la inteligencia, es decir, no son sensibles sino inteligibles. Dice Platón que hay cierta analogía entre los objetos y los discursos que a ellos se refieren. Los discursos relacionados con objetos estables e inteligibles son también estables e invencibles ante cualquier refutación, mientras que los discursos que se refieren a objetos cambiantes solamente son probables. En el mundo sensible hay dos clases de seres: los objetos sensibles y las imágenes de ellos. El mundo inteligible a su vez tiene dos grupos de objetos: los matemáticos y las ideas. Ejemplo de objetos matemáticos serían el cuadrado, el círculo. Ejemplo de las ideas puede ser la belleza, la justicia, la bondad, la verdad. Respecto a las características de los objetos anteriores nos dice Platón que: Los seres del mundo sensible son mutables, perecederos, temporales, imperfectos, mientras que los objetos inteligibles son inmutables, subsistentes, eternos, inmateriales, trascendentes al mundo sensible, perfectos. La relación entre las dos clases de seres no siempre es entendida de la misma manera por elpropio Platón; sin embargo, la posición que le pareció mejor es la siguiente: los seres del mundo sensible son copias de los objetos inteligibles; éstos son modelos respecto de aquéllos. Ahora, en cuanto a las ideas, la opinión general sostiene que pueden ser entendidas epistemológicamente y ontológicamente. En el primer sentido, las ideas platónicas deben ser interpretadas como idénticas a sí mismas, como principios de inteligibilidad y como fundamentos de la ciencia. Consideradas ontológicamente, las ideas son realidades autónomas, subsistentes y perfectas, lo cual les permite funcionar como modelos del mundo sensible.” La filosofía de Aristóteles. Después de formular su crítica a la teoría de las ideas de Platón, Aristóteles (384-322) determinó la necesidad de interpretar las ideas fuera del sitio en que las colocaba el primero. Al reelaborar dicha teoría, reconoció de modo inmediato que el origen de los problemas se debió a que Platón consideró a las ideas como universales, es decir, como entidades absolutas, perfectas y eternas; las cuales no sufren alteración o cambio y participan de las cosas del mundo. Ideas que existen independientemente de las cosas y que se presentan hasta cierto punto como un género de las cosas particulares. Según Aristóteles, Platón, partía de entidades ideales como el bien, la verdad, la justicia, y las presentaba como universales, como ideas absolutas, cual si fueran modelos del mundo de las cosas físicas y que comparten a las mismas. Por ello, si Sócrates es un buen ciudadano es porque su conducta la orienta por la idea universal y absoluta del bien. Mas no existen, decía Aristóteles, ideas absolutas, como no existen seres humanos perfectos. La

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conducta humana como los conocimientos están orientados a alcanzar un fin: el logro de la felicidad y el conocimiento para comprender al mundo y lo que en éste existe. Para Aristóteles, la separación entre las ideas y las cosas se debía a que Platón afirmó la irrealidad del mundo físico, del mundo sensible, otorgándole a éste último existencia a partir de las ideas. Acaso, explica Aristóteles, por dejarse influenciar por la doctrina de Heráclito, que postulaba el carácter móvil y cambiante de las cosas, mismas que para él no tenían existencia permanente, pues lo mismo son que dejan de ser; también, por la influencia que tuvo Sócrates en Platón, quien le enseñó el ir tras la esencia de los conocimientos, al considerar que la verdadera ciencia es la que trata de lo universal y no de lo cambiante o aparente. Y aunque Sócrates no abstrajo los conceptos de los objetos reales ni declara a éstos separados, Platón lo hará, al negar la existencia real al mundo de lo físico para otorgársela al de las Ideas. Aristóteles encausó su filosofía a resolver el problema presentado por Platón y sus antecesores: la dualidad del mundo. Lo que intentará Aristóteles será traer las ideas universales de Platón para integrarlas a las cosas reales de nuestra experiencia sensible. Partió de las cosas reales tal como se ven y se sienten descubriendo en ellas tres elementos: sustancia, esencia y accidente. La sustancia está compuesta de dos elementos: la materia y la forma. Entendía por materia, aquello de lo que está hecha la cosa; entendía por forma, aquello que hace entrar a los elementos materiales en un conjunto, les confiere unidad y sentido. La forma para Aristóteles, era lo que antes ha llamado esencia, lo que hace que la cosa sea lo que es. Ahora bien, la materia y la forma no pueden existir separadas: pues toda materia tiene una forma y toda forma tiene una materia. Por forma no se entiende algo puramente geométrico, sino aquellos rasgos que confieren al ser su existencia esencial e individual. Y por materia no entiende lo que los físicos comprenden por tal, sino aquello, sea lo que fuere, de lo que está hecho algo. La materia de un libro no es simplemente el papel y la impresión, sino que son también las palabras, los pensamientos, los sentimientos en él expresados. La forma es al mismo tiempo el fin, el telos, de la materia. Aquello que una determinada materia debe ser si quiere ser una determinada sustancia. La materia del hombre, de un determinado hombre, si quiere ser hombre deberá ser un animal racional; sino es racional no es hombre. Todas las cosas llegan a ser en tanto que realizan su forma, en tanto que la materia llena esta forma. Según Aristóteles, la cosa advenía a ser lo que es porque su materia es informada, es plasmada, recibe forma, forma que le da sentido y finalidad. Por ejemplo: si se habla de la construcción de un edificio, este último lo concebimos como la cosa que llegará a ser lo que es: instalación destinada para un cierto uso; su materia, la cantidad de materiales como varilla, alambre, cemento, ladrillo, arena, cal; los cuales se

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utilizan para dar forma, sentido y fin. La forma es la impresión plasmada en la materia y que hace ser al edificio lo que es y no otra cosa. Lo que se realiza tendiente a alcanzar un fin, el edificio hecho, terminado y puesto en servicio, el fin mismo. Aristóteles ligó el movimiento con otro par de conceptos: la potencia y el acto. Dividió el ser según la potencia y el acto; todo ser es en acto y es en potencia; todo ser es algo y al mismo tiempo tiene posibilidad de ser otra cosa. Una semilla es semilla en acto y árbol en potencia; todo hombre es hijo en acto y padre en potencia. Toda potencia está implícita en el acto: el árbol en la semilla, el padre en el hijo; y ninguna cosa puede ser aquello que no está potencialmente en acto, es decir, un embrión humano sólo puede ser humano y no caballo. El movimiento es un dejar de ser en potencia para ser en acto: la semilla deja de ser semilla en acto, para convertirse en lo que era en potencia: árbol. El movimiento es dejar de ser una cosa para ser otra. Todo movimiento supone dos términos, un principio y un fin, un punto de partida y un punto de llegada. Toda actividad natural tiende hacia un fin, y es el fin lo que mueve a la gente a obrar. Es en este sentido que la ética de Aristóteles es considerada como teleológica. Hay diversas clases de bienes señalados en su enseñanza que corresponden a diversas ciencias: el médico con su arte tiene como fin el conseguir y conservar la salud del enfermo, el de la economía, la riqueza. Mas debe haber una ciencia que subordine a las demás y considere un bien último o final, el mejor para todos. Esta ciencia del bien es la política y la ética una rama de ella. Aristóteles hizo referencia del carácter del bien al que tiende el hombre, del bien de lo individual. Piensa que el bien supremo o meta última hacia la que apunta toda acción humana, es la felicidad. La felicidad la logran los ciudadanos al realizar cada uno de ellos la actividad que les es natural y propia. Pero en cuanto la naturaleza humana viene determinada por la actividad del alma, la felicidad consiste en una operación intelectual en conformidad con la virtud. Esta última no es una tendencia natural del hombre como lo pueden ser las pasiones. La virtud se adquiere y perfecciona con su ejercicio práctico y permanente: la virtud así, es un hábito. Para Aristóteles un hombre virtuoso sería aquél que aspira a hacer el bien y busca evitar el mal. “Réstanos ahora hablar en general de la felicidad, ya que la hemos hecho fin de los actos humanos. Hemos dicho que la felicidad no es una disposición, ya que podría pertenecer a un hombre que pasará su vida durmiendo, viviendo con una vida vegetativa, e incluso a alguno que sufriera las peores desgracias. Debemos pues poner la felicidad en una actividad. Ahora bien, entre las actividades, unas son necesarias y deseables por otra cosa, y otras por sí mismas. Es evidente que la felicidad debe colocarse entre las actividades deseables por sí mismas y no por otra cosa, ya que no carece de nada, sino que se basta a sí misma. Son deseables por sí mismas las actividades que no piden nada fuera de su mismo ejercicio. Tales parecen ser las acciones

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virtuosas, ya que obrar honesta y virtuosamente es de las cosas deseables por sí mismas. Si la felicidad es la actividad conforme con la virtud, es claro que es la que está conforme con la virtud más perfecta, es decir, la de la facultad más elevada. Ya se trate de la inteligencia o de otra facultad, y que esta facultad sea divina o lo que hay más divino en nosotros, la actividad de esta facultad, según su virtud propia, constituye la felicidad perfecta. Y ya hemos dicho que es contemplativa (teórica). Debemos examinar ahora qué es la virtud. Puesto que en el alma hay tres cosas: pasiones, facultades y disposiciones (habitus), la virtud debe ser una de ellas. Llamo pasión al deseo, la cólera, el miedo, la temeridad, la envidia, la alegría, la amistad, el odio, el pesar, en una palabra, todo lo que va acompañado de placer o dolor. Llamo facultad al poder sufrir estas pasiones, por ejemplo, lo que nos hace capaces de sentir la cólera, el odio o la piedad. Por último, las disposiciones nos sitúan en un estado bueno o malo respecto de las pasiones: por ejemplo, para la cólera, si nos dejamos llevar demasiado por ella o no lo suficiente, nos hallamos en mala disposición. La virtud es pues una disposición voluntaria que consiste en el medio con relación a nosotros, definido por la razón y conforme a la conducta del hombre sabio. Ocupa el justo medio entre dos extremos viciosos, el uno por exceso y el otro por defecto. En las pasiones y acciones la falta consiste unas veces en quedarse más acá y otras en ir más allá de lo que conviene, pero la virtud halla y adopta el medio. Porque si, según su esencia y según la razón que define su naturaleza, la virtud consiste en un medio, está en el punto más alto respecto del bien y de la perfección”. Aristóteles observó que el hombre, considerado individualmente, es un ser indefenso e incapaz de vivir por sí mismo, es un ser que necesita de otros para desarrollarse, de otro modo sería bestia o dios. Bajo esta condición, la comunidad humana surge, no porque los individuos así lo quieran: es una exigencia de su propia naturaleza. En consecuencia, los hombres sólo pueden realizarse en cuanto tales, a través de la sociedad: el único lugar donde los hombres pueden hallar su felicidad y perfección. Es así como definió Aristóteles al hombre -como animal político por naturaleza-, y señaló a la polis como el lugar adecuado donde éste debe desarrollarse. Aristóteles llamó libre a aquel sujeto que se tiene a sí mismo como fin y que no es la cosa o propiedad de otro. La libertad, por consiguiente, es la no sujeción a trabajos serviles. Por eso, no deben ser enseñados trabajos de siervo a los hombres virtuosos, ni a los políticos. ¿Cómo organizar la polis? Sería necesario regular la igualdad y desigualdad de la riqueza y, correlativamente, el poder entre los ciudadanos; porque lo más importante no es saber a quién le pertenecerá el poder, sino la manera de distribución de las riquezas. Esto se debe hacer mediante una constitución. se inclinó por la politeía, pues en ella existen una multitud de ciudadanos que, como en un ejército ateniense, son capaces de obedecer y alternativamente de gobernar; del mismo modo la ley que rige da los cargos a los que pueden desempeñarlos bien y lo merecen. (...) Es la comunidad quien otorga el privilegio de gobernar y ella quien vigila el no abuso del cargo. Pero si este abuso se diera, la comunidad revocaría el cargo. “Ahora bien: puesto que ‘constitución’ significa lo mismo que ‘gobierno’ y el gobierno es el supremo poder del Estado, y éste debe constar o bien de un solo gobernante, o de unos pocos, o

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de la masa de los ciudadanos, en los casos en que el gobernante, los pocos que gobiernan o los muchos lo hagan con la mira puesta en los intereses comunes, estas constituciones deben necesariamente ser justas, mientras que aquellas que orienten su administración con la mira puesta en el interés privado de uno, de pocos o de muchos son desviaciones. Nuestra manera habitual de designar el gobierno de uno solo que tiende al bien común es ‘realeza’ o ‘monarquía’; para el gobierno formado por más de uno, aunque solamente sean unos pocos, usamos el nombre de aristocracia -sea porque los que gobiernan sean los mejores, sea porque gobiernan con la mira puesta en lo que es mejor para su Estado y para sus miembros-, mientras que, cuando es la comunidad la que gobierna el Estado con la mira puesta en el bien común a todas las formas de gobierno, es el ‘gobierno constitucional’. Las desviaciones de las constituciones mencionadas son: la tiranía, que corresponde a la monarquía; la oligarquía, que corresponde a la aristocracia y la democracia, que corresponde al gobierno constitucional; la tiranía, en efecto, es una monarquía que gobierna en favor del monarca; la oligarquía, un gobierno que mira a los intereses de los ricos; la democracia, un gobierno orientado a los intereses de los pobres; y ninguna de estas formas gobierna con la mira puesta en el provecho de la comunidad. Ahora bien: la tiranía, como se ha dicho, es una monarquía que ejerce un poder despótico sobre la comunidad política; se da la oligarquía, cuando el control del gobierno está en manos de los que poseen todas las propiedades. La democracia se da, por el contrario, cuando el poder está en las manos de aquellos que apenas poseen nada, antes son pobres”. El Cristianismo y la Patrística. Como recordarás, los filósofos griegos trataron de explicarse racionalmente los fenómenos que ocurrían en la naturaleza. Posteriormente, no sólo se refirieron al mundo natural, sino que además trataron de entender de manera objetiva y sistemática el orden social. Las causas que produjeron los fenómenos naturales o sociales se buscaron en los objetos mismos. Empero, en Judea, empieza a generarse un movimiento religioso que no solamente va a romper con otras creencias religiosas, sino que va a proponer un nuevo modo de ver las cosas: el cristianismo. La religión cristiana ya no se va a preocupar por buscar la explicación de las cosas en las cosas mismas. El fundamento de este mundo ya no será el mismo. La explicación y base de todo cuanto existe va a ser Dios: creador de todas las cosas. Quien acepte esto lo aceptará por fe y no por algún tipo de comprobación. El cristianismo, ante los ojos atónitos de los pensadores que compartían las ideas de la Filosofía Griega, irrumpió en el mundo como una religión revelada. Ya no se trataba de verificar por la experiencia, ni organizar racionalmente la doctrina que se difundía. Ya no fue preciso presentar al credo que se proponía como un sistema de creencias sólidamente fundadas sobre alguna filosofía. El punto central radicaba en una actitud diferente ante la vida y ante las personas. El punto que rige su doctrina es el amor y la fe a Dios ante todo, y también a nuestro prójimo. La vía para llevar a cabo la fe y el amor es la práctica y no la teoría. El cristianismo nace como religión, no como reflexión filosófica. El cristianismo surgió como una religión revelada que, en consecuencia, no necesita de ningún apoyo racional ni empírico para ser creída; sin embargo, al tomar fuerza y asentamiento, fue objeto de ataques por parte de aquellos que no estaban de acuerdo con sus creencias: desde ataques políticos hasta impugnaciones intelectuales que contaban con sólidas bases filosóficas. Las objeciones llegaron a tal grado que los cristianos mejor preparados intelectualmente, se vieron

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obligados a dar una respuesta racional y filosófica a aquellos que los cuestionaban. Para ello recurrieron a los elementos filosóficos que habían producido los filósofos griegos. Entre los pensadores que respondieron los ataques dirigidos al cristianismo, se encuentran los Padres de la Iglesia del siglo II d. C., conocidos como apologetas, quienes son considerados como los primeros filósofos cristianos, por aprovechar, en pro o en contra, el arsenal filosófico de los intelectuales griegos. Flavio Justino. A los treinta años comenzó a utilizar los rudimentos aprendidos de la Filosofía griega, que utilizó en la explicación de los misterios de la Revelación y la Trinidad. Buen lector de Platón, incursionó en la teoría platónica de las ideas del mundo inmaterial. Comparó a Sócrates con Jesucristo. Tertuliano. Enemigo declarado de la filosofía griega, sostuvo que la fuente por la cual podemos avanzar en los terrenos incomprensibles de la Revelación es, únicamente, la fe. Y no sólo eso, puesto que la razón no tiene lugar en la religión cristiana, la verdad consiste en creer lo absurdo. Clemente de Alejandría. Ve a la filosofía como un regalo de Dios y a la razón como el instrumento por el cual podemos llegar a la verdad revelada. Pensaba que Platón había tomado sus conocimientos de Moisés. “El cristianismo no fue una Filosofía, ni vino a suplantar a los filósofos griegos. Cristo tampoco fue un filósofo, sino un Mesías, un Salvador. Nació en circunstancias maravillosas, inexplicables por la razón. Predicó el amor entre los seres humanos, en la medida en que los veía como hijos de un mismo Padre. Para mofa de muchos murió en la cruz, entre gritos de angustia, y su reino no era de este mundo. Ni una palabra de Filosofía en todo esto. Cristo hizo hincapié en la fe: ‘El que creyere y se bautizare se salvará’. Ésta fue su buena nueva. Naturalmente, a su muerte comenzó a interpretarse este sencillo mensaje a la luz de la razón, tratando de entenderlo y de dotarlo de coherencia. Pero dicho mensaje fue dado gratuitamente y revelado por la fe. (...) Paulatinamente, pues, los cristianos, al sistematizar el ejemplo de Cristo en forma de doctrina cristiana, fueron elaborando un sistema conceptual y filosófico riguroso, hasta llegar un momento en el que los límites entre las distintas aportaciones de uno y otro lado se hicieron borrosas, se difuminaron. Ahí surgió, precisamente, la falsa ilusión de que cristianismo y Filosofía son una misma cosa. Durante el siglo I los principales autores cristianos serían los apologetas. Una apología es una defensa o alegato jurídico ante el Emperador para lograr la libertad de culto cristiano. (...) En el siglo II nos encontramos con el gnosticismo, que llevando al límite la postura de los apologetas sería considerado más tarde fuera de la Iglesia. Los gnósticos creían nada menos que en el conocimiento directo de Dios. En los siglos III y IV se desarrolló la Patrística. La Patrística es, en sentido amplio, el conjunto de las obras cristianas que datan del tiempo de los Padres de la Iglesia, si bien no todas ellas tienen a los Padres de la Iglesia como autores, y ni siquiera se encuentra rigurosamente precisado ese título. (...) La Patrística arraigó en Alejandría y, en el seno del Imperio Romano, coexistió con el culto a la religión egipcia. Judíos helenizados y cristianos apelaban allí comúnmente al Antiguo Testamento. Clemente de Alejandría (150-215) se situó ya entre los que daban serios pasos dirigidos a la hibridación entre Filosofía y cristianismo. Estos pasos fueron los siguientes: Primero, un discurso de exhortación para que se abandonase la idolatría. Una vez convertido el

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idólatra, había que reformar sus costumbres. Por fin, habría que escuchar la inteligencia, de raíz grecolatina: ‘Si Dios ha querido la razón, es buena para algo’. Conviene que apreciemos el camino de Clemente. Primero fe, sin la cual todo es muerto. Luego Filosofía, para intentar comprender o justificar.” La filosofía de San Agustín. San Agustín nace de padre pagano y madre cristiana en Tagaste, provincia de Numidia, en el norte de África, en el año 354; zona perteneciente al Imperio Romano, donde el cristianismo se difunde con gran fuerza, pero también lugar donde la herejía está presente y las diferentes religiones entran en conflicto. (...) En 373 lee el Hortensius de Cicerón, se forma como filósofo y se adhiere al maniqueísmo. En el 386 se convierte al cristianismo al leer las epístolas de San Pablo. En 394 es nombrado arzobispo de Hipona. En 398 escribe Las confesiones, y en 412 inicia La ciudad de Dios que termina en el 426. Muere el 28 de agosto de 430. “Llegué a un libro de un tal Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no así su fondo. Este libro contiene una exhortación suya a la Filosofía y se llama Hortensius. Semejante libro cambió mis afectos y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas e hizo que mis votos y deseos fueran otros. De repente, apareció a mis ojos viles toda esperanza, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti. Porque no era para suplir el estilo de mis diecinueve años, haciendo dos que había muerto mi padre-; no era, repito, para pulir mi estilo para lo que yo empleaba la lectura de aquel libro, ni era la elocución lo que a ella me incitaba, sino lo que decía.” San Agustín: Confesiones, III, 4. “Y miré de paso -así lo confieso- aquella religión que, siendo un niño, me había sido profundamente impresa en mi ánimo y, si bien inconscientemente, me sentía arrebatado hacia ella. Así titubeando, con prisa y ansiedad, cogí el libro del apóstol San Pablo. Y lo leí todo entero con mucha atención y piedad. Entonces, como rociado por esta feble luz, se me mostró tan radiante el semblante de la Filosofía, que me sentí capaz de mostrar su hermosura.” (San Agustín: Contra académicos, II, 2.) Una de las principales razones por la cual San Agustín escribió La ciudad de Dios fue defender al cristianismo de los ataques de que era objeto, consistentes en culpar a esta religión de la decadencia del Imperio Romano y, en especial, del saqueo que llevaron a cabo Alarico y sus visigodos en Roma. Sin embargo, este intento no va separado de la intención agustiniana de establecer una línea de demarcación entre el Estado y la Iglesia cristiana, representantes ambos en los hechos, y solamente de manera aproximada, de la Ciudad Terrena y la Ciudad de Dios, respectivamente. San Agustín parte de la creencia de que el ser humano es ciudadano de dos ciudades: la Ciudad Terrena y la Ciudad de Dios. De este modo, la naturaleza del hombre es dual. Por un lado está formado de alma y por otro de cuerpo. Por tal motivo es ciudadano del Paraíso y también de la Tierra. El cuerpo se inclina hacia los intereses de los bienes terrenales y el alma apunta hacia la Ciudad Celestial. La Ciudad Terrena se funda en los apetitos carnales y la admiración a Satán. La Ciudad Celestial es el reino de la esperanza, de la salvación y del amor a Dios. La filosofía de Santo Tomás. Santo Tomás de Aquino nació en el año de 1225 en el Castillo de Roccasecca, cerca del pueblo de

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Aquino, próximo a Nápoles. Santo Tomás, hijo del conde de Aquino, desde muy pequeño fue llevado por sus padres a la abadía benedictina de Monte Cassino, donde inició sus primeros estudios. A los catorce años ingresó a la Universidad de Nápoles. Después, ingresa en la orden de los dominicos, aun en contra de la voluntad de su familia, que esperaba hiciera una “mejor carrera eclesiástica”. En 1245 asiste a la Universidad de París, y luego a Colonia, donde conoce a San Alberto Magno, gran hombre de ciencia y profundo conocedor de Aristóteles. A partir de entonces, San Alberto Magno será maestro y guía de Santo Tomás. Santo Tomás vivió dedicado al estudio y a la enseñanza. Murió el 7 de Marzo de 1274. Santo Tomás partió del principio de afirmar que no existe dicotomía entre la fe y la razón. Estableció que no hay oposición entre los datos sobrenaturales que se adquieren por medio de la fe y los naturales que se conocen por medio de la razón. De hecho, en sus obras, sobre todo, en la Summa Teológica y en su tratado De la verdad lo que más le preocupa es establecer un claro deslinde entre lo que corresponde al conocimiento racional y lo que concierne al conocimiento que se alcanza por el camino de la fe. Al afirmar y esclarecer que se trata de dos campos diferentes, el de la razón y el de la fe, no dice que sean opuestos, sino por el contrario, son dos campos plenamente compatibles, donde la razón apoya a la fe y la fe a la razón, aunque también sostiene que existen verdades supremas que sólo pueden alcanzarse por vía de la fe. También creía que tanto el conocimiento que se adquiere por vía de la razón, como el que proviene de la fe, tiene carácter de ciencia y por eso, distinguió dos clases de ciencia: “Las unas se fundan en principios, que se conocen por las luces de la razón, como la Aritmética, la Geometría y otras análogas. Las otras descansan sobre principios que no se conocen sino con el auxilio de una ciencia superior; así el dibujo toma sus principios de la Geometría y la Música debe los suyos a la Aritmética. Y en este sentido la doctrina sagrada es ciencia, porque procede de principios que nos son conocidos por medio de las luces de una ciencia superior, que es la de Dios y los bienaventurados. Por consiguiente, así como la música acepta los principios que le suministra la Aritmética, del mismo modo la enseñanza sagrada acepta los principios que le han sido revelados por Dios”. Así, según Santo Tomás, mientras que la ciencia sagrada tiene su origen en Dios y es ciencia revelada, las ciencias humanas tienen por fundamento a la razón humana, y por supuesto, la comprensión que éstas obtienen depende del mismo alcance de la razón. De esta manera, la ciencia divina posee un conocimiento directo y completo, en cambio, las ciencias humanas contienen un conocimiento indirecto y muy limitado, pues, nuestra razón no es infinita como Dios. De acuerdo con lo anterior, el objeto de conocimiento de la fe es Dios y el de la razón las criaturas de este mundo sensible. Santo Tomás subrayó que la razón toma a las criaturas como su objeto en tanto que ellas nos conducen al conocimiento de Dios. Santo Tomás nos dice que todo cuanto sabemos, todas nuestras ideas, las hemos obtenido por medio de la experiencia, de cosas y objetos individuales y concretos; por ejemplo, nuestras primeras apreciaciones son en torno a seres específicos y no de todo en general. Se trata, del conocimiento que tengo de tal parque, de mi escuela, de aquella casa. De esta forma, a partir de un proceso de abstracción, que va de lo simple, lo concreto, a lo complejo, lo universal, elaboramos ideas, nociones

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universales acerca de todos los individuos de una especie. Esta afirmación viene a resolver el problema de los universales que tanta discusión causó en la Edad Media. Antes de Santo Tomás existieron dos posturas que expresaban teorías radicalmente opuestas. La del realismo exagerado, representado por San Agustín y San Anselmo, quienes sostenían que los universales existen en sí mismos, antes e independientemente de las cosas, y que son tan reales o más que las cosas mismas. Esta postura, suponía que los universales eran ideas innatas, lo cual implica afirmar que existen desde antes en el espíritu y no tanto en la experiencia. La otra alternativa fue la del nominalismo, representado por Roscelin de Compiegne, quien se inclinó por una interpretación sensualista del origen de las ideas. Según esta corriente, las ideas proceden de la sensación, y sólo existen después de la experiencia; afirmaba que los conceptos universales no tienen ninguna validez, pues no tienen ningún referente real, lo que los reducía a ser meros nombres, palabras sin ningún significado concreto. Ante esas posiciones, Santo Tomás enuncia una tesis que supera sintéticamente tanto al realismo exagerado como al nominalismo, tesis que es una especie de realismo moderado. Santo Tomás, a la par que Aristóteles, afirma que el origen de nuestras ideas están en la experiencia sensible y que los universales se abstraen de las cosas. Esto significa que los universales están en las cosas, que antes sólo estaban en la mente de Dios y que en la mente humana existen sólo después de la experiencia con las cosas. “El universal es concepto y existe sólo en la mente, pero con fundamento en la cosa. El fundamento es, naturalmente, la forma impresa por Dios en las cosas. Así, tomando la cuestión en toda su extensión, el universal tiene una triple realidad: antes de la cosa, en la mente divina, como patrón o arquetipo, con arreglo al cual Dios la creó; en la cosa, como forma de la misma, y después de la cosa, en la mente del cognoscente que la abstrae de las cosas mismas.” En suma, lo que Tomás de Aquino destaca es que la parte activa del alma es la que extrae las nociones universales a partir de los elementos particulares; es ella la que realiza las abstracciones, separando, aislando, intelectualmente las notas esenciales de los objetos de las que son particulares y accidentales. De esta manera, reitera que si bien el entendimiento humano no contiene conocimientos apriori, o ideas innatas, sí posee toda la capacidad para elaborar conceptos universales. Para Santo Tomás, la sabiduría es el conocimiento del bien, pero, no se trata de conocer el bien para buscar un bien particular, sino de buscar el bien comunitario. Lo que cada quien propone y busca como su bien, no lo es si no se realiza de acuerdo con el bien común de todos los hombres. Y este bien común, el mayor de los bienes a los cuales puede aspirar cualquier ser humano, es Dios.