La Filosofía Moral y Politica de Habermas-gimbernat

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  • LA FILOSOFA MORAL Y POLTICA

    DE JRGEN HABERMAS

  • Jos Antonio Gimbernat (Ed.)

    LA FILOSOFA MORAL Y POLTICA

    DE JRGEN HABERMAS

    BIBLIOTECA NUEVA

  • Jos Antonio Gimbemat y otros, 1997 Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 1997

    Almagro, 38 28010 Madrid

    ISBN: 84-7030-418-6 Depsito Legal: M-10.646-1997

    Impreso en: Rogar, S. A. Impreso en Espaa - Printed in Spain

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  • ndice

    Presentacin, por Jos Antonio Gimbernat 9

    La recepcin de la filosofa de Jrgen Habermas en Espaa, por Jos Antonio Gimbernat 11

    El nexo interno entre Estado de Derecho y Democracia, por Jrgen Ha-bermas 23

    Constructivismo y reconstructivismo kantianos: Rawls y Habermas en dilogo, por Thomas McCarthy 35

    De la conciencia al discurso: Un viaje de ida y vuelta?, por Javier Mu-guerza 63

    Idea de una fundamentacin comunicativa de la moral desde el punto

    de vista pragmtico, por Lutz Wingert 111

    El pensamiento poltico de Jrgen Habermas, por Ignacio Sotelo 143

    Reconciliacin a travs del Derecho? Apostillas a factiadad y validez de Jrgen Habermas, por Fernando Vallespn 199

    Autonoma del significado y Principie ofcharity desde un punto de

    vista de la pragmtica del lenguaje, por Albrech Wellmer 225

    Verdad, saber y realidad, por Cristina Lafont 239

    Consideraciones finales, por Jrgen Habermas 261

  • Presentacin

    Los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial en 1994 me ofrecieron la excelente oportunidad de plantear un intenso Seminario, de carcter abierto, en cuanto curso programado, con la presencia durante una semana de Jrgen Habermas, acompaado por un destacado grupo de profesores espaoles y extranjeros conocedores de su obra. El Fin propuesto era discutir y hacer balance hasta aquel mo-mento, sin apremios, de temas cruciales en la importante y ex-tensa obra del profesor Habermas. La idea de este encuentro la haba dialogado con l mismo en la primavera de 1992, en su casa de Starnberg (Baviera) con motivo de unas breves va-caciones compartidas. La distancia temporal entre el naci-miento de la idea y su realizacin me permiti encargar con tiempo suficiente a los ponentes la elaboracin de sus inter-venciones y as evitar que la ocasin especial de poder debatir en Espaa con el propio Habermas cuestiones relevantes de su pensamiento, se viera frustrada en parte por la improvisin que a veces afecta a este tipo de cursos. Ello posibilit la calidad y la suficiente homogeneidad que presentan los trabajos que pu-blicamos en este volumen. Con el fin de ordenar el debate di-vidimos los temas de estudio en tres ncleos, filosofa poltica, moral y del derecho, este ultimo de especial justificacin en-tonces por la recientsima obra de Habermas Faktizitt und Geltung, a la que legtimamente se la puede definir como una ambiciosa filosofa del derecho. En ese marco terico estuvo explcitamente presente en muchas de las intervenciones las

  • cuestiones abiertas por La teora de la accin comunicativa, que sin afn de subrayar rupturas, en mi opinin inaugura una se-gunda etapa del pensamiento de Habermas. Poder conferir en aquellos das con Jrgen Habermas, cuya presencia en todas las sesiones fue extraordinariamente activa, signific una ex-periencia llena de inters y proximidad para los numerosos asistentes matriculados, adems de para los profesores espa-oles, unos con textos preparados y los dems invitados a par-ticipar en los debates. La continuidad en la asistencia de casi tocios permiti mantener la dinmica del encuentro. Como muestra de ese dilogo ms vivo y espontneo, adems de las conferencias tenidas, hemos transcrito como cierre de este vo-lumen, la intervencin improvisada con la que Habermas fi-naliz el curso y que recoge su posicin con respecto a alguno de los temas relevantes que nos ocuparon en aquella circuns-tancia.

    Quiero agradecer con toda sinceridad el inters y genero-sidad de Fernando Fontes y Fanny Rubio, responsables como Director y Coordinadora del rea de humanidades de los cur-sos de aquel verano, que primero apoyaron con entusiasmo mi proyecto y despus hicieron lo indecible para sortear las difi-cultades surgidas, permitiendo que excepcionalmente nuestro curso pudiera celebrarse en la semana siguiente a la clausura de todos los dems. A pesar de ello nuestro trabajo tuvo el en-torno y los medios necesarios para su buen quehacer.

    Tambin mi agradecimiento debe extenderse a Cristina La-font, Secretaria del curso, adems de brillante participante, que realiz una colaboracin insustituible.

    JOS A. GIMBERNAT

  • La recepcin de la filosofa de Jrgen Habermas en Espaa

    JOS ANTONIO GIMBERNAT

    Personalmente mi encuentro intelectual con la obra de Jr-gen Habermas tiene lugar al comienzo de la dcada de los 70. Ello se produjo dentro de unas orientaciones reflexivas y pol-ticas que desbordaban la mera inquietud individual y conte-nan elementos de grupos intelectuales de aquella poca. Des-pus de haber recibido el influjo del marxismo estructuralista francs, representado por Althusser, Balibar, Poulantzas, ha-bamos encallado en su impasse, que se reflejaba en la circula-ridad en la que haba quedado sumido su empeo, y se deno-taba en su recortado aliento filosfico, demasiado precario para afrontar los problemas polticos y sociales de aquella poca.

    La revolucin estudiantil de los aos 60 nos haba puesto en contacto con los textos de la teora crtica de la sociedad, transmitida por la llamada Escuela de Frncfort. Ello tuvo lu-gar mediante un conocimiento un tanto desconexo de sus te-sis fundamentales y de sus programas. Ante todo en Espaa conocimos escritos importantes de Marcuse y por entonces poco de Horkheimer y Adorno; todo ello cuando estos auto-res haban finalizado su ciclo creativo. Pero a travs del estu-dio fragmentado de los fundadores de esta Escuela, nos senti-mos impulsados a conocer los trabajos de la siguiente generacin, que se encontraba en plena actividad de creacin

    [H]

  • intelectual. Entre toda su produccin filosfica destacaba una obra de gran aliento y ambicin, Conocimiento e inters de Jr-gen Habermas.

    Simultneamente en los medios de la sociologa espaola haba causado impacto y resonancia an un tanto descon-textualizada, la obra editada por Adorno con el ttulo, La disputa del positivismo en la sociologa alemana. Los dos frentes contrapuestos fueron etiquetados de manera un tanto simplifi-cadora como analticos versus dialcticos. En estos ltimos, na-turalmente estaban alineados los patrocinadores de la teora cr-tica. Entre otras cosas, Conocimiento e inters define la posicin original de Habermas en ese debate; siguiendo en un nuevo ho-rizonte, personalmente creado, la estela de la crtica al positi-vismo realizada por Adorno y Horkhemer.

    Nuestra lectura de entonces de este escrito de Habermas confirmaba nuestra resistencia, a que los impulsos de una filo-sofa con intencin emancipatoria, esto es, prctica, se viera frenada por la pretensin dogmtica de convertir a la tcnica y a la ciencia como saber paradigmtico. Pretensin que era el anuncio de la nueva ideologa, que vista desde hoy, hay que de-cir que slo estaba en el comienzo de un camino de grandes xitos. Representaba el ascenso de la apariencia y la procla-macin de la objetividad del conocimiento, en una nueva ver-sin que trataba de imponer como modelo, lo que los prime-ros frankfurtianos haban denominado la razn instrumental. Habermas en aquel texto revelaba que tras cada tipo o mtodo cognoscitivo, quedaban ocultos por implcitos los intereses rectores de esos conocimientos especficos, que haba que des-velar sta era la propuesta mediante la autorreflexin de cada disciplina cientfica o hermenutica.

    Visto en la distancia, Conocimiento e inters contina siendo una gran obra de filosofa, innovadora y con enverga-dura sistemtica. Pretende hacer un balance e insertarse en la gran tradicin de la filosofa alemana, y al mismo tiempo sig-nifica el giro de un pensamiento filosfico que se empea en reconstruir una filosofa de la prctica, inaugurada por Karl Marx. A la vez en este escrito estn presentes y ya en germen los propsitos de una teora de la comunicacin con intencin prctica, lo que se plasmar mas de dos lustros despus en la Teora de la accin comunicativa.

    A mediados de la dcada de los 70, Habermas comienza a ser en Espaa punto de referencia obligado en congresos, se-

  • minarios, estudios de sociologa y filosofa poltica1. Van siendo traducidas sus obras, y a principio de la dcada si-guiente cada vez ser ms corto el espacio que media entre la publicacin de los textos de su prolfica obra y sus traduccio-nes en castellano. Hoy prcticamente la totalidad de sus libros estn traducidos, con textos importantes tambin en lengua ca-talana.

    Sus obras posteriores desarrollarn temas que estaban ya anunciados en aquel gran programa de filosofa y ciencias so-ciales que es Conocimientos e inters. As, por ejemplo acon-tece en La reconstruccin del materialismo histrico, donde se subraya la unilateralidad del marxismo en destacar la funcin determinante de las relaciones de produccin en la evolucin histrica, relegando el factor comunicativo como poco rele-vante para las transformaciones sociales: marginando as el fac-tor subjetivo (intersubjetivo) y el componente moral, derivado de la comunicacin.

    En esta poca los trabajos de Habermas suponen una apor-tacin de elementos sustantivos para una teora crtica de la so-ciedad. Ello desde nuevos supuestos que los de sus anteceso-res y con un discurso diferente que manifiesta su intencin de proseguir objetivos de la primera teora crtica.

    En este marco de referencias es recuperada tardamente en la sociologa espaola su primera obra de gran relieve, que apa-rece con el ttulo de Historia y crtica de la opinin pblica. En ella se reivindica como factor insoslayable de la constitucin de las democracias modernas la existencia de un discurso pblico, que garantice la participacin potencial de todos los ciudada-nos. De otra manera los Estados democrticos sufrirn un de-bilitamiento de su legitimacin ante la ciudadana, con serios riesgos para su supervivencia. Este nuevo tipo de legitimidad es en nuestra poca insustituible, despus de la prdida de vi-gencia y credibilidad de otras formas premodernas de legiti-midad poltica. Historia y crtica de la opinin pblica, contiene la contribucin de Habermas al debate posterior planteado por otros escritos y autores, acerca de la crisis de legitimacin que en su opinin era ya posible percibir en sus sntomas, en

    1 Para una excelente informacin sobre la recepcin de Habermas en la bibliografa espaola, vase Lpez de la Vieja, M." Teresa, tica. Procedi-mientos razonables, Mos (Pontevedra), Novo Sculo, 1992, pgs. 299-336.

  • las sociedades industriales avanzadas, a mediados de la dcada de los 70. La lnea conductora de aquella obra ha sido seguida por Habermas hasta su ltimo importante escrito, expresada en el modelo de una poltica deliberativa, en cuanto concepto bsico del procedimiento democrtico.

    Simultneamente se haca entonces manifiesto el inters de la sociologa espaola por los trabajos de Habermas en los que se elaboraba una interpretacin de la modernidad a partir de la teora de la racionalidad de Max Weber. Pero sobre todo in-teres su intenso y amplio debate con el ltimo y competente representante de la teora de los sistemas, Niklas Luhman. Nuevamente en otro espacio, con otros actores, cobraba ac-tualidad el antiguo debate de una sociologa sistmica de ca-rcter funcionalista y un promotor de la teora crtica, ahora en la nueva andadura que representaba su teora de la accin co-municativa.

    Con ese ttulo, Teora de la accin comunicativa, aparece en 1981 una obra decisiva en el itinerario intelectual de Jrgen Habermas. Los temas que en ella se explican venan siendo anunciados en sus trabajos precedentes. El libro significa una comprensin sistemtica de lo que se conoce como el giro lin-gstico en la filosofa. En esa obra Habermas crea un marco referencial apto para abordar sistemticamente los diversos campos hacia los que orientar en el futuro inmediato su inte-rs filosfico.

    A partir de este texto es posible percibir en Espaa un cre-ciente y prioritario inters de los filsofos morales por los tra-bajos de Habermas. Es aceptado junto con los escritos de Apel como gua en la renovacin de la filosofa moral kantiana. Los supuestos de la teora de la accin comunicativa pretenden co-rregir el monologismo de la filosofa de Kant, medante la ac-tividad de la tica dialgica del discurso. As el imperativo ca-tegrico se ve reformulado en el axioma: En lugar de prescribir a todos una mxima, debo proponer mi mxima a todos, para comprobar discursivamente su pretensin de uni-versalidad. De esta forma este inters por la recepcin de Ha-bermas entre nosotros viene marcado por quienes subrayan con empeo los componentes procedimentales de la filosofa moral y discurren en el mbito que aspira a la fundamentacn de las normas morales con pretensin universal. Tambin han sido secundados por todos aquellos que tras el rastro en la fi-losofa moderna ae las nuevas propuestas neocontractualistas,

  • se esfuerzan por elaborar una teora de la justicia de validez universal. Y Habermas no slo despierta gran inters en los pensadores espaoles que congenian con este nuevo marco, re-cuperador en otros parmetros de la filosofa kantiana, sino que tambin significa un importante estmulo indagador para quienes discrepan de los planteamientos de la tica discursiva de Habermas, en el marco de su teora de la accin. Ejemplar de esto ltimo es el trabajo filosfico de Javier Muguerza, que durante ms de una dcada y en este curso dar una muestra de ello. Muguerza ha discutido y sobre todo disentido de las tesis de filosofa moral de Habermas, casi podramos decir en una contienda cuerpo a cuerpo similar, y salvadas todas las dis-tancias, al combateIbblico de Jacob con el ngel, con ardor in-cansable, hasta el amanecer.

    La teora de la accin comunicativa, como ya he sealado, se sita en dilogo y debate con la filosofa del lenguaje con-tempornea. Se culmina as el recorrido iniciado en Conoci-miento e inters, con el extenso estudio dedicado all a la obra de Pearce. En este contexto hace ya algunos aos, la Universi-dad Complutense y el Instituto Alemn de Madrid organiza-ron un Congreso con la intervencin de Habermas y que cont con algunos de los ms destacados analistas anglosajones. Tam-bin particip Thomas McCarthy, hoy presente en este curso.

    Esta presencia permanente de la obra de Habermas entre nosotros se ha podido comprobar en los prolongados debates acerca de las cuestiones controvertidas dla teora de la accin comunicativa y de sus consecuencias en la reflexin moral. As por ejemplo ha sucedido con el intento de desentraar el sig-nificado filosfico y social de la comunidad ideal de dilogo, como premisa del discurso tico de procedimiento argumen-tativo. A la vez se ha inquirido si aquella comunidad de dialo-gantes en paridad introduca subrepticiamente el factor ut-pico en la filosofa de Habermas; algo que ste siempre ha rechazado y de manera contundente y explcita lo corrobora en su reciente obra Faktizitat und Geltung .

    A partir de la Teora de la accin comunicativa, el trabajo filosfico de Habermas gradualmente se ha ido formalizando y no es lcito afirmar que sus intereses filosficos y sociales

    2 Cfr. Faktizitat und Geltung, Frncfort, Suhrkamp, 1992, pgs. 391-395.

  • coincidan sin ms con los de la etapa anterior, en la que per-viva con mayor intensidad la tarea de contribuir a la renova-cin de la teora crtica de la sociedad. Y, sin embargo, la con-dicin de la tica discursiva de que el dilogo pblico para no ser slo una apariencia del mismo y no estar trucado o ser me-ramente estratgico, debe ser paritario, simtrico, de iguales, parece que nos reconduce a replantear una cuestin poltica crucial. Este dilogo hoy en las condiciones exigidas, en su di-mensin planetaria, pues los problemas de la justicia se plan-tean en ese nivel, en nuestro mundo interdependiente e inter-comunicado no es plausible. Para llevarlo a cabo seran necesarias transformaciones sociales, polticas y culturales de absoluta radicalidad. En este sentido sigue siendo pertinente naturalmente en otro contexto social y filosfico la crtica hegeliana a la moral kantiana. Las intenciones morales resul-tan inoperantes sino estn asentadas en instituciones que ten-gan bien ganado el reconocimiento social. No es viable una moral universalista sin sus correspondientes formas de vida. Es el progresivo avance y desarrollo institucional lo que ha hecho posible en las sociedades democrticas el creciente respeto a los derechos de las personas. Y estos derechos son el fruto his-trico de los costosos sacrificios de los movimientos sociales emancipatorios.

    Desde luego hay una preocupacin temtica en la tica dis-cursiva por atender a las crticas provenientes de la tradicin hegeliana, acerca de las carencias institucionales del procedi-miento kantiano. Pero ello no basta. Y as est suficientemente motivada la crtica que concisamente realiza Schnadelbach3 cuando afirma que la tica discursiva acaba abandonando la cuestin de las instituciones a los nsttucionalistas. Desde esta ptica, la pragmtica trascendental muestra sus carencias pre-cisamente en aquello que ante todo pretende ser, una filosofa de la intersubjetividaa. No ha logrado disear el medio que propprcione estabilidad y calidad a las relaciones intersubieti-vas. Esta es la debilidad de su faz kantiana. El propio Haber-mas es sensible a este dficit, cuando seala la impotencia del discurso tico para cumplir las condiciones que hagan veros-

    3 Schndelbach, M., Was ist Neoarstotelismus?, en Kuhlmann, W. (ed.), Moralitt und Sittlichkeit, Francfort, Suhrkamp, 1986, pg. 57.

  • mil la argumentacin libre, de iguales, en el debate moral. Hoy es evidente la ausencia de instituciones de carcter nacional y mucho ms mundial que hagan sostenible la realidad del dis-curso moral, segn se requiere, en condiciones de simetra de los implicados, tanto individuos como colectivos y naciones, con vistas a obtener acuerdos de carcter normativo, ausentes de imposiciones y dominaciones. Tampoco se muestran efi-cientes los procesos de socializacin, capaces de favorecer su-ficientemente las condiciones necesarias para la participacin igualitaria en la discusin moral. En todos los mbitos sociales en los que las relaciones de poder y dominacin existentes des-mienten en la prctica los objetivos de una moral de carcter universal, las cuestiones morales reclaman exigentemente re-sultados institucionalizados, como efectos tangibles de una tica poltica, distinta de la hoy convencional y de generalizada vigencia. Para preservar esta dimensin pblica proclamada con tanto ahnco por el discurso moral, son indispensable pro-yectos polticos, que acten con vistas a transformar profun-damente las formas de vida dominantes, y que estn conduci-dos por una intencin moral prctica. Es el propio Habermas, 3uien ha reconocido tambin los lmites polticos de la tica

    iscursiva. Y remite a la responsabilidad prctica que corres-ponde no a la filosofa, sino a las ciencias sociales e histricas. Hace menos de ima dcada, para subrayar estos lmites de esta filosofa moral, Habermas aduca una cita de Horkheimer: para superar el carcter utpico del pensamiento kantiano, necesitamos de una teora materialista de la sociedad4. En de-finitiva se retorna a proclamar lo indispensable de una teora social, si la accin comunicativa aspira a designar sus condi-ciones sociales de posibilidad. Paralelamente y en este mismo marco, en mi opinin, es una cuestin irresuelta para la teora de la accin comunicativa, el efecto de los que Habermas ha llamado la colonizacin del mundo de la vida. Esta es conse-cuencia del influjo invasor que el subsistema econmico y de la Administracin del Estado ejercen en esos mundos de vida. Mientras en aquellos rige la integracin sistmica, la esfera pri-

    4 Habermas, J., Moralitt und Sittlichkeit Treffen Hegels Einwnde ge-gen Kant auchauf Diskursethik zu?, en Moralitt un Sittlichkeit, ob. cit., pg. 33.

  • vada y tambin la pblica no institucionalizada son el espacio adecuado para la integracin comunicativa. Pero en las socie-dades actuales el sistema y sus valores se extienden ms all de su mbito natural a costa del mundo de la vida, que se ve pe-netrado y contagiado de aquel poder expansivo. Los smbolos del dinero y del poder, regidos por la teleologa de la razn ins-trumental, no slo se han hecho opacos a los procesos sociales de comprensin intersubjetiva, sino que irrumpen en ellos, los fperturban y los distorsionan. Consiguientemente el objetivo de a democratizacin del mundo de la vida se reduce cada vez

    ms a levantar una barrera defensiva entre aqul y los dos sub-sistemas mencionados, pero con pocas probabilidades de ejer-cer influjo sobre ellos.

    Pero si se renuncia a introducir en la economa y en los me-canismos del Estado otros fines que los meramente instru-mentales, no slo resultar improbable la descolonizacin de los mundos de vida, sino que se degradar crecientemente la salud democrtica de nuestras sociedades. Hace tiempo que los filsofos han renunciado a afirmar nuevamente, por su-puesto en otros contextos y con distintos instrumentos, el pro-grama de Karl Marx de llevar a cabo la crtica de la economa poltica y consiguientemente la crtica del Estado. Pero creo que es empricamente constatable, que abandonados ambos te-rritorios al funcionamiento de sus leyes inmanentes, sus pode-rosos dinamismos conducen al debilitamiento progresivo, en primer lugar, de los valores morales del mundo de la vida y en ltimo trmino de la legitimidad de las actuales democracias. Hoy el modelo econmico y poltico de occidente, sobre todo en la ltima dcada, ha demostrado su manifiesta ineptitud para ser presentado como universal y universalizable. Los pro-gramas prolongadamente impuestos como modelo obligado para dirigir la accin econmica y social con la esperanza de obtener un desarrollo poltico y econmico en los pases del Tercer Mundo, en lneas generales han fracasado. No les ale-jan de la pobreza y de la incultura, ms bien incrementa el n-mero de la gran mayora sumergida en ella. Los ndices de desarrollo humano no mejoran, y a la vez se deteriora alar-mantemente el equilibrio ecolgico, que es condicin indis-pensable de la supervivencia de la especie. El modelo de ex-plotacin industrial de lo que se llam el capitalismo tardo, se muestra como impropiado para un desarrollo sostenible de la economa mundial. Ni siquiera en el caso de que fueran

  • muy superiores a los actuales sus logros en la zona sur de nues-tro planeta.

    Es inadecuado para satisfacer las reales necesidades huma-nas, a la vez que es ostensible su enemistad con respecto a la progresin democrtica de los mundos de la vida. Los autores del Ensayo sobre la cuestin democrtica {Die demokratische Frage)5 han destacado el componente de apora de la teora de Habermas en la relativa impermeabilizacin entre los subsiste-mas econmico y estatal y los mundos de la vida. Pero su res-puesta de propugnar la radicalizacin de la democracia y sus expectativas expresadas, para resolver sin demasiada proble-maticidad dentro de ese marco lo que ellos vuelven a llamar la cuestin social, aun concediendo su limitacin de base por ser un planteamiento eurocntrico, es una propuesta que rebosa ingenuidad.

    Consiguientemente aquello que Habermas llama propues-tas morales de carcter comunicativo, con sus pretensiones in-manentes de verdad, justicia y autenticidad, peligran de verse abocadas a refugiarse en los intersticios sociales, en donde con frecuencia slo representan una resistencia minoritaria, que puede ser estimada como desconectada de la praxis intersub-jetiva cotidiana. Pues el dinero y el poder se han convertido en

    1 irantes de las normas que definen lo que es v-

    Ms bien el signo de la historia parece que nos conduce no a una radicalizacin de la democracia, sino a la trivializacin de la misma. La actual decadencia acelerada de la democracia italiana es la muestra en el extremo de la simplificacin inad-misible de la poltica. La corrupcin inscrita en aquel sistema democrtico ha desembocado no en su regeneracin, sino en su banalizacin. Los grandes actores econmicos han logrado ocupar el espacio asignado a los polticos, estimados ahora in-necesarios o superfluos, y aquellos mismos, sin mediaciones, se han erigido en los representantes polticos de sus propios in-tereses . Todo ello mediante los efectos devastadores de una

    5 Rdel, V., Kenberg, G. y Dubiel, H., Die demokratische Frage, Frncfort, Suhrkamp, 1989.

    6 Reflexiones hechas durante el turbulento perodo del gobierno Berlus-coni, en Italia.

  • cultura de masas ms bien habra que decir, una incultura po-ltica de masas, manejadas implacable y eficazmente, utilizando el exacerbado poder de los medios de comunicacin social, en unas magnitudes que slo se atrevieron a sospechar los funda-dores de la Escuela de Frncfort.

    Pero la amplitud de perspectivas de la obra de Habermas hace que las crticas que se le puedan dirigir queden relativi-zadas. Su reciente obra, Faktizitat und Geltung es una crtica del derecho en cuanto institucin. Se afirma y mantiene la ten-sin necesaria entre los dos polos indisolubles. La positividad del derecho como un fctum que crea progreso jurdico y la pretensin normativa con la que aqulla tiene que confron-tarse. Es una obra ambiciosa que ofrece mltiples elementos para abordar una teora crtica del derecho.

    Y, adems, Habermas es un defensor de los grandes obje-tivos de la modernidad, que considera inconclusa y necesitada de renovada actualizacin. Sigue siendo un programa la ilus-tracin de la ilustracin. Ello frente al avance neoconservador que considera la modernidad cerrada, y en contra de las pro-

    uestas postmodernas que la consideran liquidada. Son las am-ivalencias, fracasos, frustraciones, expectativas decepciona-

    das, las que han conducido a un sector del pensamiento actual a declarar liquidado su proyecto. Nos hablan de la despedida de las grandes narraciones, que han mostrado su inviabilidad o fracaso. Es la despedida anunciada de una emancipacin glo-bal de la humanidad. Frente a ello la filosofa de Habermas es un punto de apoyo fuerte, reivindicando la puesta al da de los grandes objetivos de la modernidad ilustrada.

    En otras obras, artculos y ensayos Habermas se muestra un testigo activo y crtico de su poca. La unidad alemana, los movimientos sociales, el fin de la civilizacin del trabajo o la disputa con los historiadores acerca de la interpretacin del pa-sado nazi en Alemania, son ejemplo de ello.

    Este ltimo debate de alguna manera revive la necesidad de la confrontacin con el pasado que la dcada de los 60 con enorme coraje moral, desde la perspectiva del psicoanlisis, emprendieron Margarita y Alexander Mitscherlich. Pensaban entonces que la gran tarea intelectual de los alemanes, era dis-cernir cmo se podra haber producido con el apoyo de la so-ciedad aquella barbarie sin freno. Margarita Mitscherlich est tambin presente en este curso para aportar esta perspectiva. Es un motivo de orgullo su participacin en este curso. Ha-

  • bermas ha afrontado esa cuestin dcadas despus, desde su filosofa, con coraje semejante.

    En este curso vamos a encarar tres lneas de la obra de Ha-bermas, la filosofa poltica, moral y del derecho, en lo que se refiere a su recepcin en Espaa. Para complementarla tam-bin analizaremos aspectos de la recepcin en Estados Unidos y en la propia filosofa alemana.

  • El nexo interno entre Estado de Derecho y Democracia

    JRGEN HABERMAS

    (Traduccin: Jos Antonio Gimbernat)

    En el mundo acadmico con frecuencia hablamos de dere-cho y poltica como de cosas inseparables, pero a la vez nos he-mos acostumbrado a considerar el derecho, el Estado de de-recho y la democracia como objetos pertenecientes a distintas disciplinas. La jurisprudencia trata del derecho, la ciencia po-ltica lo hace de la democracia. La primera percibe el Estado de derecho desde el punto de vista normativo, la segunda desde una perspectiva emprica. La divisin cientfica de estos trabajos tampoco permanece fija, cuando los juristas se ocu-pan, por una parte, del derecho y del Estado de derecho, por otra, de la formacin de la voluntad poltica en el Estado cons-titucional de derecho, o cuando los expertos en ciencias socia-les, en cuanto socilogos del derecho, se confrontan con el de-recho y el Estado de derecho. Estado de derecho y democracia nos aparecen como objetos totalmente diversos. Para ello exis-ten buenas razones. Puesto que toda dominacin poltica se ejerce bajo la forma del derecho, existen por tanto tambin or-denamientos jurdicos en donde el poder poltico todava no se ha visto domesticado por el Estado de derecho. Dicho bre-vemente, existen ordenamientos jurdicos sin instituciones pro-pias del Estado de derecho, y existen Estados con derecho sin Constituciones democrticas. Estas razones empricas para una

  • discusin acadmica de ambos objetos, de ninguna manera equivalen a la afirmacin de que desde una consideracin nor-mativa pueda darse un Estado de derecho sin democracia. Por el contrario, quiero subrayar que existe un nexo interno y con-ceptual entre Estado de derecho y democracia.

    Me propongo tratar a continuacin esta vinculacin bajo varios aspectos. 1) Es deducible desde el mismo concepto del derecho moderno; 2) lo es tambin por la circunstancia de

    ue el derecho positivo no puede ya producir su legitimidad esde un derecho superior. 3) El derecho moderno se legi-

    tima en la autonoma acreditada de manera igual para toaos los ciudadanos, de forma que la autonoma privada y pblica se presuponen mutuamente. 4) Este nexo conceptual rige tambin en aquella dialctica entre la igualdad jurdica y fc-tica, que frente a la comprensin jurdica liberal, primero ofreci el paradigma jurdico del Estado social y hoy viene exigido por una autocomprensin procedimental del Estado democrtico de derecho. 5) Este paradigma jurdico proce-dimental lo explicitar al final en el ejemplo de las polticas feministas de la igualdad.

    1. PROPIEDADES FORMALES DEL MODERNO DERECHO

    Desde Locke, Rousseau y Kant, no slo en la filosofa, sino constantemente en la realidad de las Constituciones de las so-ciedades occidentales se ha impuesto un concepto jurdico que a la vez tiene en cuenta su carcter positivo y las garantas de libertad del derecho coercitivo. La circunstancia de que las for-mas protegidas mediante la amenaza de sanciones del Estado dependen de las decisiones en s modificables de un legislador poltico, se halla vinculada a la exigencia de legitimacin con-sistente en que un derecho regulado debe garantizar homog-neamente la autonoma de todas las personas jurdicas. Ade-ms el procedimiento democrtico de la promulgacin de leyes debe satisfacer tambin la misma exigencia. De esta manera, por una parte, se produce un nexo conceptual entre el carc-ter coercitivo y la modificabilidad del derecho positivo con el modo jurdico de produccin de legitimidad. Por tanto desde el punto de vista normativo existe no slo una relacin hist-rico-casual entre teora de derecho y de la democracia, sino un nexo interno y conceptual.

  • En una primera percepcin todo ello puede aparecer como un truco filosfico. De hecho, este nexo interno se encuentra profundamente radicado en los presupuestos de nuestra pra-xis jurdica cotidiana. En el modo de validez propia del dere-cho se abrazan la facticidad que supone la imposicin del de-recho por el Estado y la fuerza fundante de la legitimidad, que caracteriza un procedimiento legislativo con pretensin de ser racional, puesto que fundamenta la libertad. Esto se manifiesta en la propia ambivalencia, con la que el derecho se dirige a aquellos a los que concierne y de los que espera obediencia. A stos les deja en libertad de considerar las normas slo como una limitacin fctica de su espacio de accin, a la vez que es-peculan de manera estratgica con el clculo de las conse-cuencias que tendra la posible transgresin de las leyes; o tam-bin, si con actitud performativa quieren extraer las consecuencias de las leyes respetndolas como el resultado de una configuracin comn de la voluntad, que reclaman legiti-midad. Ya Kant con l concepto de legalidad haba destacado la vinculacin de ambos momentos, sin los que no se puede re-clamar la obediencia al derecho.

    Las normas jurdicas deben quedar constituidas de tal forma que bajo distintos aspectos pueden ser consideradas a la vez como leyes coercitivas y leyes de la libertad. Este doble as-pecto pertenece a nuestra comprensin del derecho moderno. Percibimos la validez de una norma legal como equivalente con la explicacin de que el Estado garantiza simultneamente la vigencia fctica del derecho y la legitimidad de las leyes. Es-tos son, por una parte la legalidad de los comportamientos en el sentido de un cumplimiento generalizado de las normas, que si es necesario son impuestas mediante sanciones, y, por otra parte la legitimidad de las reglas mismas, que debe hacer po-sible en todo momento el cumplimiento de las normas por el respeto a la ley.

    A esto se une ciertamente la cuestin de cmo debe fun-damentarse la legitimidad a travs de reglas que pueden ser Eermanentemente cambiadas por el legislador poltico. Tam-

    in las normas constitucionales son modificables; e incluso las normas fundamentales que la Constitucin declara como in-mutables, como todo derecho positivo, comparten el destino de poder ser derogadas, por ejemplo, despus de un cambio de rgimen. Mientras era posible apelar al derecho natural, fundado religiosa o metafsicamente, mediante la moral poda

  • contenerse el torbellino de la temporalidad en el que se intro-duca el derecho positivo. El derecho positivo transitorio, en el orden de una jerarqua de leyes deba permanecer subordinado al derecho moral, de validez eterna, y al mismo tiempo deba recibir de ste sus permanentes orientaciones. Pero aun prescindiendo de que de todas formas en las socie-dades pluralistas se han desmoronado tales imgenes del mundo de potencial integrador y tambin las ticas que vin-culaban a la colectividad, el derecho moderno, en razn de sus propiedades formales, se sustrae a la intervencin directa de una conciencia moral, que pudiramos llamar postradicional y que finalmente hubiera permanecido como la nica.

    2 . LA RELACIN COMPLEMENTARIA ENTRE DERECHO POSITIVO Y MORAL AUTNOMA

    Los derechos subjetivos con los que se construye el mo-derno orden jurdico tienen el sentido de desvincular de ma-nera nueva a las personas jurdicas de los mandatos morales. Con la introduccin de los derechos subjetivos, que conceden a los actores espacio para una accin conducida por las propias preferencias, el derecho moderno en general da validez al prin-cipio de que todo est permitido, si explcitamente no est prohibido. Mientras que en la moral, por su entidad, se da una simetra entre derechos y deberes, las obligaciones jurdicas se muestran como una consecuencia de lo justificado de las limi-taciones legales de las libertades subjetivas. Esta situacin de privilegio del derecho, frente a los deberes, de carcter con-ceptual fundante, se explica a partir de los conceptos moder-nos del sujeto del derecho y de la comunidad jurdica. El uni-verso moral limitado en el espacio social y en el tiempo histrico se extiende a todas las personas naturales en la complejidad de su historia vital; la misma moral protege la integridad de los par-ticulares plenamente individualizados. Frente a ello la comuni-dad jurdica, localizada en el espacio y en el tiempo, protege la integridad de sus miembros precisamente en cuanto stos asu-men el status, creado artificialmente, de portadores de derechos subjetivos. Por tanto, entre derecho y moral existe una relacin ms bien de complementariedad que de subordinacin.

    Esto rige en una extensa perspectiva. Las cuestiones que requieren regulaciones legales son al mismo tiempo ms limi-

  • tadas y ms amplias que los asuntos de relevancia moral: ms limitadas porque slo son accesibles al comportamiento exte-rior, coercitivo de la regulacin jurdica, y ms amplias porque el derecho como medio organizador de la dominacin pol-tica remite no slo a la regulacin de los conflictos inter-personales de accin, sino a la consecucin de los objetivos y programas polticos. Por tanto, las regulaciones jurdicas no slo afectan a las cuestiones morales en el sentido ms estricto, sino tambin a las cuestiones pragmticas y ticas, as como al logro de compromisos entre intereses contrapuestos. Y a dife-rencia de la pretensin normativa de validez con claros con-tornos, propia de los mandatos morales, la pretensin de legi-timidad se apoya en las normas jurdicas, basndose en diferentes clases de motivos. La praxis legislativa justificatoria necesita una ramificada red de discursos y negociaciones y no slo de discursos morales.

    Es errnea la idea, difundida por el iusnaturalismo acerca de una jerarqua de derechos de distinta dignidad. Es mejor entender el derecho como complementario funcional de la mo-ral. El derecho de validez positiva, legtimamente promulgado y reclamable, es capaz de desembarazar a las personas que juz-gan y actan moralmente de las serias exigencias cognitivas, motivacionales y organizativas de una moral superpuesta to-talmente a la conciencia subjetiva. El derecho puede compen-sar las debilidades de una moral muy exigente, que si se con-templan las consecuencias empricas slo proporciona resultados cognoscitivamente indeterminados y motivacional-mente inciertos. Naturalmente ello no libera ni al legislador ni a la justicia de la preocupacin por la consonancia entre el de-recho y la moral. Pero las ordenaciones jurdicas son dema-siado concretas para poderse slo legitimar por el hecho de que no contradigan los principios morales. De quin, si no de un derecho moral superior, puede recibir el derecho positivo su legitimidad?

    Como la moral, tambin el derecho debe proteger homo-gneamente la autonoma de todos los participantes y concer-nidos. De esta forma tambin el derecho manifiesta su legiti-midad bajo este aspecto. Es interesante observar cmo la positividad del derecho obliga a una particular escisin de la autonoma, para la que no existe un paralelo en el campo de la moral. La autodeterminacin moral en el sentido de Kant es un concepto unitario en cuanto exige de cada particular en pro-

  • pia persona obedecer de manera precisa las normas que l se propone a s mismo, segn su propio juicio imparcial - o co-mnmente con todos los dems. De esta forma la vinculacin de las normas jurdicas no queda slo referida a los procesos de formacin de la opinin y del juicio, sino tambin a las con-clusiones colectivamente vinculantes, nacidas de las instancias que legislan y aplican el derecho.

    De ello se desprende con necesidad conceptual una divisin de funciones entre autores que legislan (y expresan el derecho) y los concernidos, que correspondientemente se ven sometidos al derecho en vigor. La autonoma que, por decirlo as, en el campo moral est hecha de una pieza, en el terreno jurdico aparece en la doble figura de la autonoma privada y pblica.

    Estos dos momentos deben mediarse de tal forma que una autonoma no lesione a la otra. Se posibilitan mutuamente las libertades subjetivas de accin del sujeto privado y la autono-ma pblica de los ciudadanos. A stos se acomoda la idea de que las personas jurdicas slo pueden ser autnomas en la medida en la que en el ejercicio de sus derechos ciudadanos fiueden entenderse como autores cumplidos de los derechos a os que como concernidos deben obediencia.

    3 . LA MEDIACIN ENTRE LA SOBERANA POPULAR Y LOS DERECHOS HUMANOS

    Por consiguiente, no puede sorprender que las teoras del derecho racional hayan ciado respuesta a la cuestin de la le-gitimacin, por una parte, con la referencia al principio de la soberana del pueblo y, por otra parte, con la referencia al do-minio de la ley, garantizado a travs de los derechos humanos. El principio ae la soberana del pueblo se expresa en los de-rechos de comunicacin y participacin, que aseguran la auto-noma pblica de los ciudadanos; el dominio de la ley, a su vez en aquellos clsicos derechos fundamentales, que garantizan la autonoma privada de los ciudadanos. El derecho se legitima de esta manera como medio para asegurar homogneamente la autonoma privada y pblica. Ciertamente la filosofa poltica nunca se ha tomado en serio equilibrar la tensin entre sobe-rana popular y derechos humanos, entre la libertad de los an-tiguos y la libertad de los modernos. La autonoma poltica de los ciudadanos debe expresarse en la auto-organizacin de

  • una comunidad, que se da sus leyes mediante la voluntad so-berana del pueblo. La autonoma privada de los ciudadanos debe por otra parte cobrar forma en los derechos fundamen-tales, que garantizan el dominio annimo de las leyes. Cuando la senda est iniciada, una idea slo puede lograr validez a costa de la otra. Se difuminan el origen comn de ambas ideas

    ue intuitivamente nos aparecan como iluminadoras. El repu-licanismo proveniente de Aristteles y del humanismo pol-

    tico del Renacimiento siempre ha otorgado mayor rango a la autonoma pblica del ciudadano. El liberalismo, originado en Locke, ha conjurado el peligro de la tirana de las mayoras y ha postulado el rango mayor para los derechos humanos.

    En un caso los derechos humanos deben su legitimidad al resultado de la autocomprensin tica y a la autodeterminacin soberana de una comunidad poltica; en el otro caso ellos mis-mos deben constituir lmites legtimos que impiden a la vo-luntad soberana del pueblo la intervencin en las esferas sub-jetivas de libertad que son intocables. Rousseau y Kant han {>erseguido el objetivo, mediante el concepto de autonoma de a persona jurdica, de unir de tal manera la voluntad soberana

    y la razn prctica, que la soberana popular y los derechos hu-manos se interpreten mutuamente. Pero ellos mismos no pue-den mantener el origen comn de ambas ideas. Rousseau su-giere ante todo una lectura republicana, Kant ms bien una liberal. Fallan en la intuicin que queran expresar concep-tualmente: la idea de los derechos humanos, que se expresa en el derecho de la igual libertad subjetiva de accin, no puede simplemente imponerse al legislador soberano como un lmite exterior, ni como un requisito funcional para cuyo objetivo se ve instrumentalizada. Para expresar correctamente esta intui-cin hay que recurrir al punto de vista de la teora del discurso con el fin de atender al procedimiento democrtico, que en las condiciones del pluralismo social y cosmovisional es el nico que proporciona fuerza legitimadora al proceso legislativo. No voy a pormenorizar el principio que habra que explicar de que precisamente pueden pretender legitimidad los ordenamientos en los que toaos los posibles concernidos podran aceptarlos como participantes de un discurso racional. Si ahora discursos y negociaciones cuya limpieza, por otra parte, se basa en el procedimiento fundado discursivamente configuran un lu-gar en el que se puede constituir una voluntad poltica racio-nal, entonces aquella presuncin de racionalidad que debe fun-

  • amentar el procedimiento democrtico, debe fundamentarse ltimamente en un acuerdo comunicativo muy elaborado: Se trata de definir las condiciones en las que pueden institucio-nalizarse jurdicamente las formas de comunicacin necesarias para una legtima accin legisladora. El buscado nexo interno entre derechos humanos y soberana popular consiste en que a travs de los derechos humanos deben cumplirse las exigen-cias de una institucionalizacin jurdica, de una praxis ciuda-dana del uso pblico de libertades comunicativas. Derechos humanos que posibilitan el ejercicio de la soberana popular no pueden ser impuestos a esta praxis como una limitacin de fuera. Estas reflexiones iluminan slo inmediatamente los de-rechos de los ciudadanos, esto es, los derechos de comunica-cin y participacin, que aseguran el ejercicio de la autonoma poltica; no lo hacen en cambio con respecto a los clsicos de-rechos humanos, que garantizan la autonoma privada de los mismos. Ante todo pienso en el derecho fundamental a la ma-yor dimensin posible de la misma libertad subjetiva de accin, pero tambin en los derechos fundamentales que constituyen tanto el status de la pertenencia a un Estado como la amplia proteccin jurdica individual. Estos derechos, que deben ga-rantizar en general una consecucin en igualdaa de oportuni-dades de los fines de su vida privada, tienen un valor intrn-seco, y en todo caso no se reducen a su valor instrumental para la formacin de la voluntad democrtica. La intuicin del mismo origen de los derechos clsicos de la libertad y de los derechos polticos de los ciudadanos slo la podr sostener si preciso a continuacin la tesis de que los derechos humanos posibilitan la praxis de autodeterminacin de los ciudadanos.

    4. LA RELACIN ENTRE LA AUTONOMA PRIVADA Y LA PBLICA

    Los derechos humanos pueden ser bien fundados desde la perspectiva moral, pero no pueden imponerse de forma pater-nalista a un soberano. La idea de la autonoma jurdica de los ciudadanos exige que los concernidos por el derecho puedan entenderse a s mismos como sus autores. Esta idea se vera re-plicada, si el legislador de una Constitucin democrtica en-contrara los derechos humanos como algo previo en cuanto he-cho moral, que slo tendra que positivizar. Por otra parte no

  • se debe pasar por alto que los ciudadanos en su papel de co-legisladores no tienen a disposicin la eleccin del medio en el que ellos slo pueden hacer real su autonoma. En la labor le-gisladora slo participan como sujetos de derecho. No pueden disponer del lenguaje del que quieren servirse. La idea demo-crtica de dotarse a s mismo de leyes debe adquirir validez en el medio del derecho.

    Pero en los presupuestos de la comunicacin, en la que los ciudadanos a la luz del principio del discurso juzgan si el de-recho que se dan a s mismos es legtimo, y piensan que deben ser jurdicamente institucionalizados en la forma de derechos cvicos, consiguientemente entonces el cdigo jurdico en cuanto tal debe estar disponible. Pero para la constitucin de este cdigo es necesario producir el status de personas jurdi-cas, que en cuanto portadores de derechos subjetivos pertene-cen a una libre asociacin de personas con ese ttulo y que en el caso dado reclamarn efectivamente sus pretensiones lega-les. No existe derecho alguno sin la autonoma privada de las personas jurdicas. Pues entonces no existira ningn derecho fundamental que asegurase la autonoma privada de los ciuda-danos, ni ningn medio para la institucionalizacin jurdica de aquellas condiciones bajo los cuales los ciudadanos en su papel cvico podran hacer uso de su autonoma. Por tanto, la autonoma privada y pblica se presuponen mutuamente, sin que los derechos humanos puedan reclamar un primado frente a la soberana popular, ni sta ante aqullos.

    De esta forma se explcita la intuicin de que, por una parte, los ciudadanos slo pueden hacer un uso apropiado de su autonoma pblica, si son suficientemente independientes, en razn de una autonoma privada, asegurada igualitaria-mente; y a la vez slo pueden alcanzar una regulacin capaz de consenso de su autonoma privada, si como ciudadanos hacen un uso apropiado de su autonoma poltica.

    Este nexo interno de Estado de derecho y democracia ha sido ocultado durante mucho tiempo por la competencia en-tre los paradigmas jurdicos, vigentes hasta hoy. El paradigma liberal cuenta con una sociedad econmica institucionalizada por el derecho privado ante todo mediante el derecho de propiedad y contratacin que permanece entregada a la ac-cin espontnea de los mecanismos de mercado. Esta socie-dad jurdica privada ha sido amoldada a la autonoma de los sujetos jurdicos, que en su papel de participantes en el mer-

  • cado persiguen sus propios proyectos vitales de manera ms o menos racional. Con ello se vincula la expectativa normativa de que slo puede producirse justicia social a travs de la ga-ranta de este status jurdico negativo, esto es, slo mediante el correspondiente deslinde de Tas esferas de libertad indivi-dual. De una crtica a estos supuestos, se desarroll el modelo del Estado social. La objecin se obvia: Si la libertad de po-der tener y adquirir debe garantizar la justicia social, debe existir una igualdad jurdica de ese poder. Con la creciente desigualdad de las posiciones econmicas de poder, de for-tuna y de la situacin social se destruyen de hecho creciente-mente los presupuestos fcticos de un uso en igualdad de oportunidades de las competencias legales. Si no queremos que el contenido normativo de la igualdad jurdica se con-vierta en su contrario, por una parte, hay que especificar en su contenido las normas existentes del derecho privado, y, por otra parte, deben introducirse derechos fundamentales ae ca-rcter social, que fundamenten las pretensiones de una repar-ticin ms justa de la riqueza producida socialmente y adems garanticen una proteccin mejor ante los riesgos producidos socialmente.

    Entre tanto esta materializacin del derecho ha dado lugar al efecto no deseado de un paternalismo del Estado social. Evi-dentemente la equiparacin buscada de las situaciones fcticas de la vida y de las posiciones de poder no deben conducir a intervenciones normalizadas, de forma que los presumibles beneficiarios se vean limitados en su espacio para decidir una configuracin autnoma de sus vidas. En el largo transcurrir de la dialctica entre libertad legal y fctica se ha mostrado que ambos paradigmas jurdicos en cierto modo se han identificado en la imagen productivista de una sociedad industrial de eco-noma capitalista, que debe funcionar en la expectativa de que la justicia social puede cumplirse a travs de una prosecucin privada, autnoma y garantizada de la concepcin de cada uno de lo que es la vida buena. Ambas partes slo disputan sobre la cuestin de si la autonoma privada puede ser garantizada inmediatamente por medio del derecho a la libertad o si la pro-duccin de esta autonoma de carcter privado debe verse ase-gurada a travs

  • 5. E L EJEMPLO DE LAS POLTICAS FEMINISTAS DE LA IGUALDAD

    Para terminar, de mano de las polticas feministas de la igualdad, quisiera mostrar que la poltica jurdica flucta inerme entre ambos paradigmas tradicionales, mientras per-manezca restringida la percepcin de la garanta de la autono-ma privada y se haya difuminado la conexin interna entre los derechos subjetivos de los individuos privados y la autonoma

    {)blica de los ciudadanos, participando en la accin legis-adora. ltimamente, los sujetos de derecho privados ni siquiera

    pueden alcanzar el disfrute de las mismas libertades subjetivas, si ni ellos mismos llegan a aclararse sobre los intereses justifi-cativos y las pautas apropiadas en el ejercicio comn de su au-tonoma de ciudadanos y si a la vez no llegan a un acuerdo acerca de los relevantes puntos de vista bajo los cuales deben ser tratados los iguales como tales y los desiguales de manera desigual.

    La poltica liberal apuntaba primeramente a desconectar la adquisicin del status del hecho de la identidad de los sexos y a garantizar a las mujeres una igualdad de oportunidades neu-tral en sus resultados, en la competencia por el puesto de tra-bajo, en pretigio social, en la formacin, en el poder poltico, etc. La igualdad formal, conseguida en parte, dej al descu-bierto de manera ms patente el trato factico desigual de las mujeres. A ello ha reaccionado la poltica social del Estado con reglamentaciones especiales, ante todo en el campo del dere-cho social, laboral y de la familia. As, por ejemplo, en lo refe-rente al embarazo y la maternidad o con respecto a la discri-minacin social en caso de separacin matrimonial. Entre tanto se han hecho objeto de la crtica feminista no slo sus exigencias no cumplidas, sino tambin las consecuencia ambi-valentes de programas sociales defendidos con xito, por ejem-plo el mayor riesgo del puesto de trabajo de las mujeres a causa de las compensaciones logradas, la sobrerrepresentacin de las mujeres en los grupos de salarios inferiores, el problemtico bien de los hijos, en general, la progresiva feminizacin de la pobreza, etc. Desde un punto de vista jurdico existe una ra-zn para esta discriminacin producida reflexivamente, en lo que respecta a clasificaciones demasiado generales para sita-

  • ciones y grupos discriminados. Estas falsas clasificaciones condujeron a intervenciones normalizadas en las formas de vida, que hacen que la pretendida igualdad en los perjuicios se convierta en una renovada discriminacin, y as la garanta de libertad acaba en la sustraccin de esa libertad. En el terreno del derecho femenino, el Estado social deviene paternalista en su sentido literal, en cuanto se orienta en el mbito legislativo y jurdico a los modelos interpretativos tradicionales y contri-buye por tanto a consolidar los estereotipos existentes, acerca de la identidad de los sexos. La clasificacin de las funciones de los sexos y de las diferencias derivadas de los mismos, afecta a estratos elementales de los supuestos culturales de una so-ciedad. Slo hoy el feminismo radical ha hecho aflorar a la con-ciencia el carcter falible, revisable y fundamentalmente dis-cutible de estos supuestos. Con razn insiste en que deben aclararse las perspectivas bajo las cuales se hacen relevantes las diferencias entre experiencias y situaciones de vida de (deter-minados grupos) de mujeres y hombres, a fin de una utiliza-cin en igualdad de oportunidades de las libertades subjetivas de accin en la esfera pblica poltica, y ciertamente en el de-bate pblico acerca de la interpretacin adecuada de las nece-sidades y criterios vlidos. As en este combate por la igualdad de las mujeres, se demuestra especialmente bien el necesario giro en la comprensin jurdica paradigmtica.

    En lugar de la disputa de si la autonoma de las personas jurdicas se asegura mejor medante las libertades subjetivas {)ara la competitividad de las personas privadas o a travs de as pretensiones de actuacin, objetivamente garantizadas, en

    favor de los clientes por parte de las burocracias de los Esta-dos del bienestar, surge una concepcin procedimental, segn la cual, el proceso democrtico debe asegurar a la vez la auto-noma privada y pblica: los derechos subjetivos, de que las mujeres deben ver generalizada una configuracin privada y autnoma de sus vidas, no pueden ser formulados adecuada-mente, si antes los concernidos no han participado en discu-siones pblicas, que permitan articular y fundamentar las pers-pectivas relevantes para el trato igual y desigual en los casos tipo. La autonoma privada de los ciudadanos de derechos iguales, slo puede quedar asegurada si se activa su autonoma de ciudadanos del Estado.

  • Constructivismo y reconstructivismo kantianos: Rawls y Habermas en dilogo*

    . THOMAS MCCARTHY

    (Traduccin: Antonio Valdecantos Alcaide)

    Una secuela lamentable del cisma entre la filosofa anal-tica y la continental en los Estados Unidos ha sido el pos-tergar la confrontacin entre dos de las teoras polticas de nuestro tiempo ms altamente desarrolladas y diferenciadas. Pues desde hace un par de dcadas largas, Jonn Rawls y Jr-gen Habermas han estado recorriendo caminos distintos desde su punto de partida comn en la filosofa prctica de Kant y, a pesar de las diferencias que los separan, han permanecido lo bastante prximos para que de sus desacuerdos haya algo que aprender. Esto no ha pasado inadvertido por entero ni en Ale-mania donde se halla en curso una discusin sobre las forta-lezas y debilidades de ambos enfoques ni tampoco en los Es-tados Unidos En lengua inglesa nay interesantes discusiones

    * Deseo dar las gracias a Kenneth Baynes, John Deigh, Reiner Forst, Jr-gen Habermas, John Rawls, Connie Rosati y Paul Weithman por sus utiles discusiones y comentarios en torno a este escrito. Desde luego, ninguna de las personas mencionadas habr de mostrarse necesariamente de acuerdo con el resultado final.

    1 Vase, por ejemplo, Rainer Forst, Kontexte der Gerechtigkeit, Francfort del Meno, Suhrkamp Verlag, 1994.

  • llevadas a cabo por tericos que militan en los dos flancos del debate, entre ellas un excelente libro de Kenneth Baynes2. Pero la publicacin en el otoo de 1992 de la obra de Haber-mas Faktizitat und Geltung parangonable en complejidad ar-quitectnica a A Theory ofjustice y en la primavera de 1993 de Political Liberalism de John Rawls muestra a las claras que la discusin apenas ha comenzado3. Tratar aqu de hacer avanzar un poco ese dilogo. Doy por supuesto que el lector conoce en sus rasgos esenciales la teora de la justicia de Rawls y comenzar en la seccin I con un esbozo de los rasgos fun-damentales de la teora moral y poltica de Habermas. En la seccin II se abrir un frente de crtica contra Rawls desde una perspectiva habermasiana. A esto le seguir en la seccin III un argumento contra Habermas desde una perspectiva rawl-siana. No har falta proclamar que en absoluto se intenta que este ejercicio dialctico vaya a zanjar la discusin. Tan slo quiero apuntar en cierta direccin que procurar aclarar en la seccin IV.

    2 Kenneth Baynes, The Normative Grounds of Social Criticism, Albany, SUNY Press, 1992. Vase tambin: Seyla Benhabib, Critique, Norm, and Utopia, Nueva York, Columbia University Press, 1986, captulo 8; Georgia Warnke, Justice and Interpretation, Cambridge, Massachussetts, The MIT Press, 1993, captulos 3 y 5, y Rawls, Habermas, and Real Talk: Reply to Walzer, en Michael Kelly (compilador), Hermeneutics and Critical Theory in Ethics and Politics, Cambridge, Massachussetts, The MIT Press, 1990, pginas 197-203. No faltan, en fin, tericos que se comprometen al mismo tiempo con Rawls y con Habermas al elaborar sus propios enfoques en teo-ra de la democracia, Es ste el caso de Joshua Cohen, Deliberation and De-mocratic Legitimacy, en Alan Hamlin y Philip Pettit (compiladores), The Good Polity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, pgs. 17-34, y de Charles Lar-more, Patterns of Moral Complexity, Cambridge, Inglaterra, Cambridge Uni-versity Press, 1987.

    3 Jrgen Habermas, faktizitat und Geltung, Frncfort del Meno, Suhr-kamp Verlag, 1992. Hay traduccin inglesa de William Rehg, Between Pacts and Norms, Cambridge, Massachussetts, The MIT Press, 1995. John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, Massachussetts, Harvard Univer-sity Press, 1971 (hay traduccin castellana de Mara Dolores Gonzlez, Teora de la justicia, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1978) y Poli-tical Liberalism, Nueva York, Columbia University Press, 1993 (hay tra-duccin castellana de Antoni Domnech, El liberalismo poltico, Barcelona, Crtica, 1996).

  • I

    Habermas cambia el foco de la crtica de la razn sustitu-yendo las formas de la subjetividad trascendental por las for-mas de la comunicacin. Kant, que miraba al horizonte de la conciencia individual, entendi la validez objetiva en trminos de estructuras de Bewusstsein berhaupt, conciencia como tal o en general. Pero, segn Habermas, la validez est ligada al acuerdo razonado respecto de aspiraciones dignas de defensa4. La clave de la racionalidad comunicativa es la invocacin de razones o fundamentos la fuerza inerme del mejor argu-mento para que esas aspiraciones obtengan reconocimiento intersubjetivo. De acuerdo con ello, la idea de Habermas de una tica discursiva puede verse como una reconstruccin de la idea kantiana de razn prctica en trminos de razn co-municativa5. Dicho de modo sumario, la idea de Habermas im-plica una reformulacin procedimental del imperativo categ-rico: ms bien que atribuir a otros como vlidas aquellas mximas que yo puedo querer que sean leyes universales, lo que debo hacer es someter esas mximas a los otros con el pro-psito de probar su pretensin de validez universal. Ya no se hace hincapi en lo que puede querer cada uno sin contradic-cin, sino en aquello con lo que todos pueden estar de acuerdo en un discurso racional. La validez construida como aceptabi-lidad racional no es algo que pueda ser certificado en forma privada; anda ligado a procesos de comunicacin en los que las pretensiones de cada uno se prueban argumentativamente por medio de la ponderacin de razones en pro y en contra.

    A semejanza de Kant, distingue Habermas tipos diversos de razonamiento prctico y les asocia sus respectivas formas de deber: las correspondientes a lo pragmticamente conve-niente, lo ticamente prudente y lo moralmente correcto6. Los

    4 Habermas usa validez como trmino general referido tanto a la ver-dad de las aserciones como a la correccin de las normas.

    5 Jrgen Habermas, Conciencia moral y accin comunicativa, trad. R. Co-tarelo, Barcelona, Pennsula, 1985. Una excelente exposicin de la tica dis-cursiva en el contexto de la teora moral contempornea es el libro de William Rehg, Insight and Solidarity, Berkeley, University of California Press, 1994.

    ^ Vid. Jrgen Habermas, }ustification and Application. Remarks on Dis-cursive Ethics, traduccin de C. Cronin, Cambridge, Massachusetts, The MIT Press, 1993, en particular los captulos 1 y 2 y la introduccin del traductor.

  • clculos de eleccin racional proporcionan recomendaciones idneas para el logro de propsitos contingentes a la luz de preferencias dadas. Cuando lo que surge son cuestiones graves de valor, la deliberacin sobre quin es uno y lo que quiere cede el paso a las intuiciones sobre la buena vida. Pero si se trata de asuntos de justicia de juzgar lo que es correcto o justo entonces se exige la consideracin equitativa e impar-cial de los intereses en conflicto. Y, a semejanza de Kant y de Rawls, Habermas cree que el objeto adecuado de la teora mo-ral son las cuestiones de este ltimo tipo ms bien que las es-pecficamente ticas. Esto no significa negar que el discurso tico sea racional ni que posea estructuras generales de una n-dole peculiar; pero el desencantamiento progresivo del mundo ha dejado la pregunta cmo debo vivir (o cmo debe uno vivir? o cmo debemos vivir?) abierta al plura-lismo irreductible de la vida moderna. Ha dejado de ser plau-sible suponer que las preguntas tocantes a la buena vida de las que se ocupaba la tica clsica la felicidad y la virtud, el ca-rcter y el ethos, la comunidad y la tradicinpueden ser res-

    ondidas de manera general y que sean los filsofos quienes an de responderlas. Las cuestiones de la autocomprensin y

    la autorrealizacin, arraigadas como estn en las culturas y en las historias de las vidas particulares, no admiten respuestas ge-nerales; las deliberaciones de tipo prudencial sobre la buena vida que se llevan a cabo en los horizontes de los mundos de vida y de las tradiciones particulares no proporcionan pres-cripciones universales. Si tomar en serio el pluralismo mo-derno significa renunciar a la idea de que la filosofa puede es-coger un modo privilegiado de viaa o proporcionar una respuesta a la pregunta cmo vivir (yo o nosotros)? que sea vlida para todos, ello no impide, a juicio de Habermas, una teora general de un tipo ms limitado, esto es, una teora de la justicia. De acuerdo con ello, el propsito de su tica dis-cursiva es tan slo reconstruir el punto de vista moral a partir del cual pueden zanjarse equitativa e imparcialmente cuestio-nes de derecho7. Como ya he dicho, este punto de vista se ajusta, a semejanza de la tica de Kant, a lo que todos podran querer que fuese obligatorio para todos por igual, pero cam-

    7 Se la podra haber llamado mejor, por tanto, moralidad discursiva o justicia discursiva.

  • bia el marco de referencia: antes lo era la conciencia moral kan-tiana, solitaria y reflexiva y ahora lo es la comunidad de suje-tos morales que dialogan. Se sustituye as el imperativo cate-grico por un procedimiento de argumentacin prctica dirigido a alcanzar acuerdos razonados entre quienes estn su-jetos a las normas en cuestin. Ms an, al exigirse que la toma de perspectiva sea general y recproca, la tica discursiva in-troduce un momento de empatia o de toma ideal de rol den-tro de la representacin del procedimiento ideal para llegar a un acuerdo razonado8. Como ilustran los avatares de la discu-sin en torno a la nocin de Rawls de un equilibrio reflexivo, la carga de la prueba es enorme para los tericos morales que aspiren a fundar una concepcin de la justicia en algo ms uni-versal que las convicciones de nuestra cultura poltica. Y, puesto que Habermas quiere hacer precisamente eso, son cruciales los vnculos que establece con la teora de la accin; estn concebidos para mostrar que nuestras intuiciones mora-les bsicas se hallan arraigadas en algo ms universal que las particularidades de nuestra tradicin. La tarea de la teora mo-ral, segn su opinin, es articular, refinar y elaborar reflexiva-mente esto es, reconstruir el meollo intuitivo de las pre-suposiciones normativas de la interaccin social que pertenece al repertorio de los actores sociales competentes en cualquier sociedad. Las intuiciones morales bsicas que reconstruye el terico se adquieren, como vio Aristteles, en el proceso ce so-cializacin; pero, arguye Habermas, comprenden un ncleo abstracto que no es particular de ninguna cultura, sino de la especie. Los miembros de nuestra especie se convierten en in-dividuos al socializarse en redes de relaciones sociales recpro-

    8 Esto es, por cierto, una diferencia con respecto al artificio de repre-sentacin favorito de Rawls, la posicin original, que imagina a egostas ra-cionales que contratan tras de un velo de ignorancia. Rawls representa slo lo racional directamente y lo razonable indirectamente, por medio de las condiciones de deliberacin; mientras que Habermas, a causa del papel que el discurso desempea en su teora, quiere directamente representar las deli-beraciones racionales y razonables de agentes que han adoptado ellos mismos el punto de vista moral. Consiguientemente, Habermas no insiste tanto como Rawls en la distincin entre lo racional y lo razonable y usa casi siempre am-bos trminos de modo intercambiable para connotar la capacidad para la ponderacin de razones al hablar y al actuar y la sensibilidad hacia dicha pon-deracin. Vid. Jrgen Habermas, Teora de la accin comunicativa, 2 vols., tra-duccin de M. Jimnez Redondo, Madrid, Taurus, 1987, vol. 1.

  • cas, de modo que la identidad personal se halla entretejida desde el principio con las relaciones de reconocimiento mutuo. Esta interdependencia lleva consigo una vulnerabilidad rec-proca que hace necesarias garantas de respeto mutuo para Ijreservar tanto la integridad de las personas individuales como a red de relaciones interpersonales en la que se forman y con-

    servan sus identidades. Ambas preocupaciones la inviolabi-lidad de la persona y la solidaridad de la comunidad han es-tado en el ncleo de las moralidades tradicionales. En la tradicin kantiana el respeto por el individuo anda vinculado a la libertad de cada cual de actuar en virtud de normas que cada uno pueda aceptar como correctas, mientras que la preocupacin por el inters general se relaciona con la impar-cialidad de las leyes que todos puedan acordar sobre esa base. En la tica discursiva de Habermas, que funda la justificacin de las normas en el acuerdo razonado de quienes estn sujetos a ellas, el igual respeto por los individuos se refleja en la liber-tad de cada participante para admitir o rechazar razones ofre-cidas por va de justificacin y el inters por el bien comn en la exigencia de que cada participante tome en consideracin las necesidades, intereses y sentimientos de todos los dems y les conceda igual peso que a los propios. La prctica efectiva del discurso moral y poltico depende entonces de formas de socializacin y reproduccin social que pueden tenerse en cuenta para fomentar las capacidades y motivaciones exigidas.

    Es, de hecho, posible leer los extensos escritos de Haber-mas sobre poltica y sociedad como un detallado examen de las precondiciones psicolgicas, culturales e institucionales a que est sometida la ejecucin de discursos prcticos y tam-bin de las barreras con que stos tropiezan. Ya muy temprano, en Strukturwandeln der ffentlichkeit, present una exposi-cin histrico-sociolgica del surgimiento, transformacin y degeneracin de la esfera pblica liberal, esfera en la que ha-ba de institucionalizarse la discusin crtica pblica de asun-tos de inters general9. Advirti all la contradiccin entre el catlogo de derechos fundamentales del hombre consti-

    9 Jrgen Habermas, Strukturwandeln der ffentlichkeit, vertido al caste-llano con el ttulo Historia y crtica de la opinin pblica, trad. A. Domnech, Barcelona, Gustavo Gili, 1981. Vid. tambin Craig Calhoun (ed.), Habermas and the Public Sphere, Cambridge, Massachusetts, The MIT Press, 1992.

  • tutivo de dicha esfera pblica y su restriccin de hecho a cierta clase de seres humanos. Y seal las tensiones a que esto dio lugar segn iba expandindose la esfera pblica allende la burguesa con el desarrollo del capitalismo y segn iba inclu-yendo dicha esfera a grupos sistemticamente desfavorecidos por el sistema econmico ascendente que exigan regulacin y compensacin estatales. En otros escritos suyos pueden en-contrarse exposiciones, complementarias de la anterior, sobre la gnesis histrica y los problemas estructurales de la esfera pblica democrtica10. No me interesan ahora los detalles de estas investigaciones, sino ms bien la concepcin procedi-mentalista de la democracia deliberativa que les sirve de punto de referencia normativa.

    Esa concepcin recurre a la idea de justificacin invocando razones generalmente aceptables para las deliberaciones de in-dividuos libres e iguales en una democracia constitucional11. El ncleo de lo que podramos considerar la versin haberma-siana de la estructura bsica es la institucionalizacin de la au-tonoma poltica, esto es, del uso pblico de la razn en el m-bito iurdico-poltico. Teniendo en cuenta el hecho del E j luralismo social, cultural e ideolgico, arguye Habermas que os acuerdos razonados en este mbito implican caracterstica-

    mente los tres tipos de razonamiento prctico arriba mencio-nados el discurso pragmtico sobre cmo lograr mejor nues-tros fines, el discurso tico que se ocupa de bienes, valores e identidades y el discurso moral tocante a lo que es justo e im-parcial, o a aquello que va igualmente en inters de todos. So-bre todo en lo que toca a la satisfaccin de fines colectivos, el proceso poltico exigir tambin a menudo la negociacin y el compromiso, negociacin y compromiso que, si los acuerdos a 3ue se haya llegado han de merecer llamarse razonables, ten-

    rn que regularse de modo que aseguren un equitativo con-trapeso de intereses. De esta manera,la concepcin normativa dla deliberacin democrtica que propone Habermas entre-teje las negociaciones y las deliberaciones pragmticas con los

    10 Vid. especialmente Jrgen Habermas, Faktizitt und Geltung, Teora de la accin comunicativa, ob. cit., y Problemas de legitimacin en el capita-lismo tardo, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.

    11 Sobre lo que sigue, vid. Habermas, faktizitt und Geltung, cap-tulos 3 y 4.

  • discursos tico y moral, y lo hace bajo condiciones que garan-tizan a cada aspiracin que resulte procedimentalmente co-rrecta el merecer el acuerdo de ciudadanos libres e iguales. El concibe los principios bsicos del Estado democrtico consti-tucional primariamente como respuesta a la pregunta de cmo pueden ponerse en prctica tales condiciones de deliberacin racional tanto en el mbito oficial gubernamental como en el extraoficial de la esfera pblica poltica.

    Los foros pblicos independientes, distintos del sistema econmico y tambin de la administracin del Estado (ya que tienen su lugar en asociaciones voluntarias, movimientos so-ciales y otras redes y procesos de comunicacin de la sociedad civil, incluidos los medios de comunicacin masivos) son para Habermas la base de la soberana popular. Idealmente, el uso pblico de la razn en los mbitos no gubernamentales se tra-duce en el poder administrativo legtimo del Estado por me-dio de procedimientos de toma de decisiones legalmente insti-tucionalizados, por ejemplo, procedimientos electorales y legislativos. Con palabras de Habermas: el poder disponible a Ta administracin surge de un uso pblico de la razn... La opinin pblica modelada por procedimientos democrticos no puede "gobernar" por s misma, pero puede encauzar en direcciones especficas el uso del poder administrativo12. En este modelo de descentramiento deliberativo del poder pol-tico, los mltiples y variados mbitos en que se detectan, se de-finen y se discuten los problemas de la sociedad, y el pblico cultural y polticamente movilizado que usa de esos mbitos, sirven de base al autogobierno democrtico y as tambin a la autonoma poltica. La Constitucin se toma como un pro-yecto siempre incompleto y sujeto al ejercicio de la autono-ma poltica, segn lo exijan circunstancias histricas muda-bles. Puesto que el uso pblico de la razn es ineludiblemente abierto y reflexivo, nuestra comprensin de los principios de la justicia debe serlo tambin. Es por esta razn por lo que Ha-bermas se limita a reconstruir las condiciones y supuestos de

    12 Jrgen Habermas, Three Normative Models of Democracy, escrito presentado a la Annual Conference for the Study of Political Thought, New Haven, Connecticut, abril de 1993. Ha aparecido, junto con otros pa-peles de esta reunin, en el primer nmero de la revista Constellations, pri-mavera de 1994.

  • la deliberacin democrtica y le cede al uso pblico de la ra-zn todas las cuestiones sustantivas. Su teora discursiva de la democracia deliberativa se centra exclusivamente en los as-pectos procedimentales del uso pblico de la razn y deriva el sistema de derechos de la idea de institucionalizar jurdica-mente dicho uso pblico. Puede dejar tantas cuestiones abier-tas cuantos asuntos confa al proceso de formacin de la opi-nin racional y de la voluntad13.

    II

    En El liberalismo poltico distingue Rawls de modo hasta cierto punto desacostumbrado entre el uso pblico de la razn y sus usos no pblicos14. Los usos pblicos tienen que ver con espacios y funciones gubernamentales y cuasiguberna-mentales: por ejemplo, debates parlamentarios, actos y pro-nunciamientos administrativos y labores de la judicatura, pero tambin con campaas polticas, poltica de partido, e incluso con el acto de votar (pgs. 215-216; 250-251). La razn no

    13 Jrgen Habermas, Reconciliation through the Public Use of Reason: Remarks on John Rawls's Political Liberalism, Frncfort, 1993, manuscrito, pg. 24. Este ensayo est en curso de publicacin en el Journal ofPbilosophy como parte de una discusin con Rawls. Como es evidente a partir de los de-bates que regularmente acompaan tanto a los nacimientos histricos de las constituciones democrticas como a los proyectos continuos de actuali-zarlas, nuestra comprensin concreta de los supuestos y condiciones de la autodeterminacin democrtica est en s misma sujeta a discusin en la es-fera pblica poltica. El discurso democrtico es reflexivamente abierto: los participantes pueden problematizar la actividad misma en que estn com-prometidos. Aun la interpretacin de tales elementos esenciales de impar-cialidad procedimental como la igual consideracin y el igual tratamiento son esencialmente disputables, como puede verse en los debates contempor-neos sobre los aspectos relevantes en que los ciudadanos han de ser tratados como iguales, por ejemplo, qu aspectos han de considerarse pblicos y cules privados. En este aspecto al menos, la distincin entre forma (o pro-cedimiento) y sustancia puede ser slo de grado y no de tipo.

    M John Rawls, The Idea of Public Reason, conferencia 6 de Libera-lismo poltico, pgs. 212-254. Traduccin castellana de Antoni Domnech, Barcelona, Crtica, 1996, pgs. 247-292. Publicado antes en castellano en la revista Isegora, 9, 1994, pgs. 5-40. Las pginas entre parntesis en el texto y en las notas remiten a esta obra. [N. del T.: Se dar en primer lugar la p-gina de la edicin original y a continuacin, en cursiva, la de la versin cas-tellana de A. Domnech.]

  • pblica, por su parte, tiene que ver con espacios y funciones no gubernamentales, por ejemplo, con las iglesias, las universi-dades, los grupos profesionales y las asociaciones voluntarias de la sociedad civil (pgs. 213, 220; 248-249, 255), esto es, princi-palmente con esas redes no oficiales de gente que se comunica en privado sobre asuntos pblicos a las que Habermas consi-dera el sistema nervioso de la esfera pblica poltica. No hay duda de que en la conceptualizacin de Rawls la razn no p-blica no es por ello razn privada; es, como l dice, de natura-leza social y puede incluso interesarse por los mismos asun-tos polticos de que se ocupa la razn pblica (pg. 220; 255). Sin embargo, las diferencias entre una y otra no son meramente terminolgicas, segn puede verse en lo que afirma Rawls so-bre los lmites de la razn pblica en relacin con el ideal de ciudadana de una sociedad bien ordenada. Aun a riesgo de simplificar demasiado una exposicin compleja, los puntos clave podran compendiarse como sigue:

    1) Los lmites en cuestin se aplican a la discusin p-blica en el sentido de Rawls de asuntos polticos fundamen-tales, esto es, asuntos de esencias constitucionales y de jus-ticia bsica (pgs. 223-224, 227-228; 258-259, 262-263).

    2) Los lmites consisten, dicho de modo rudimentario, en restringir el debate al mbito de la concepcin poltica de la justicia y de los valores polticos que se hallan en el consenso entrecruzado de una sociedad bien ordenada. Con otras pala-bras: en las discusiones pblicas de asuntos fundamentales, las razones esgrimidas desde los bandos en disputa han de ser aquellas que pudiera ser razonable esperar que todos respal-den a la luz de su concepcin poltica compartida de la justi-cia (pgs. 224-225; 259-260). Dicho de modo negativo, no pue-den ser razones peculiares de una doctrina comprensiva particular, sea sta moral, religiosa o filosfica.

    3) Los lmites impuestos por la razn pblica incluyen tanto restricciones de mtodo como de contenido. A stas las carac-teriza Rawls como lneas directrices de investigacin: incluyen principios de razonamiento, criterios de relevancia y reglas de evidencia. Tambin aqu lo esencial es evitar fundarse en aque-llo que resulta ser objeto de controversia al dar justificaciones pblicas tocantes a cuestiones bsicas. As lo expresa Rawls:

    [A]l proceder a tales justificaciones, tenemos que limitar-nos a apelar a creencias generales presentemente aceptadas y a

  • formas de razonar procedentes del sentido comn, y a los m-todos y a las conclusiones de la ciencia siempre que no resul-ten controvertidos... Hasta donde sea posible, los conocimien-tos y los modos de razonar... tienen que descansar en verdades llanas que, en el momento presente, sean ampliamente acepta-das por el comn de los ciudadanos o sean accesibles a l. De otro modo, la concepcin poltica no suministrara una base pblica de justificacin (pgs. 224-225; 259-260).

    4) Parejo a esta idea de los lmites de la razn pblica es un ideal de ciudadana en el cual, por as decir, dichos lmites se hallan interiorizados. En el corazn del ideal de ciudadana se encuentra el deber de civilidad, por el cual los ciudadanos se ven a s mismos obligados a un uso pblico de la razn cuando discuten pblicamente asuntos fundamentales de jus-ticia (pgs. 217-218; 252-253). Siendo, pues, razonables, en el sentido que Rawls da a la palabra, no apelan a la verdad to-tal tal como ellos la ven (pg. 218; 253), sino que tratan de mostrar cmo puede haber valores polticos que apoyen sus posiciones.

    Un cuadro de la razn pblica como ste, enmarcado den-tro de tales lmites y deberes, dar seguramente que pensar a tericos que sostengan una concepcin ms robusta del dis-curso democrtico. Desde luego, lo anterior sera inadmisible para Habermas, quien no est menos interesado en la crtica fjblica que en la justificacin pblica. Puesto que la crtica po-tico-social apunta a menudo a derechos, principios y valores

    bsicos, desafa comprensiones existentes y persuade a los ciu-dadanos a que alteren su juicio sobre los asuntos fundamenta-les, es precisamente el uso pblico de la razn lo que exige transgredir un consenso entrecruzado establecido. Desde este punto de vista, la concepcin de Rawls parece colocar restric-ciones indebidas al uso de los foros pblicos cuando se ha de pugnar por cambios estructurales bsicos. Ello se refleja en problemas que surgen con la lnea divisoria que l traza entre los usos pblico y no pblico de la razn. En los espacios no gubernamentales de la vida social la cultura de tras-fondo, somos normativamente hablando libres para discu-tir asuntos bsicos de justicia a la luz de cualesquiera conside-raciones que nos parezcan pertinentes y convincentes. Ello rige en particular para discusiones que se lleven a cabo en las numerosas y abigarradas asociaciones y movimientos volunta-rios que son caractersticos de la vida democrtica sana. Y tam-

  • bin tendra vigencia, supongo yo, para la discusin de los mis-mos asuntos en los distintos medios de comunicacin pblicos, escritos o audiovisuales, puesto que el liberalismo poltico se-guro que no impondra restricciones drsticas a autores, edi-tores, publicistas, invitados a programas de televisin y simila-res. Y, de este modo, nuestro ideal social muy bien podra ser prdigo en discusiones pblicas pblicas en el sentido ha-bitual y ms amplio del trmino de toda suerte de asuntos y en todos los niveles, y a la luz de todo tipo de consideraciones. Brevemente dicho, podra contener muy bien aquello que los tericos democrticos consideraran normalmente una esfera pblica poltica sana. Sin embargo, si se tratara de una socie-dad bien ordenada en el sentido que da Rawls a este trmino, la discusin poltica habra de transformarse radicalmente cada vez que el espacio cambiase de modo relevante, aun si las mis-mas personas estuviesen discutiendo los mismos asuntos. Si, por ejemplo, la discusin formara parte de una campaa elec-toral o se llevase a cabo en apoyo de alguna de ellas o se desa-rrollase en el recinto del Parlamento, entonces slo seran apropiadas ciertas partes o, por emplear uno de los trmi-nos ce Rawls, ciertos mdulos de las discusiones no res-tringidas (pgs. 252-253; 288-289). Son tremendos los proble-mas conceptuales, psicolgicos, culturales e institucionales que acarrea esta estrategia de evitacin. Pueden los principios y valores polticos separarse realmente de este modo de los en-tornos de razones que los alimentan? En particular cuando es-tamos debatiendo pblicamente diferencias tocantes a cues-tiones bsicas de justicia que se hallan arraigadas en nuestras distintas visiones comprensivas, deberamos eliminar del de-bate un examen pblico de las consideraciones mismas que dan lugar a l? Puede esperarse razonablemente que los indi-viduos divorcien sus creencias y valores privados de los pbli-cos hasta el extremo exigido por un ideal de ciudadana que, de acuerdo con Rawls, llega a exigir que no votemos en con-ciencia sobre asuntos polticos fundamentales (pg. 215; 249)? Podemos siquiera imaginar una cultura poltica en la que por un lado los ciudadanos formen sus opiniones leyendo, escu-chando y participando en discusiones abiertas de asuntos po-lticos bsicos, pero en la que se espera que participen en cam-paas electorales y den apoyo a programas legislativos y a polticas administrativas sobre fundamentos distintos?

    Me parece claro que no1 hay modo de erigir barreras insti-

  • tucionales entre el pilago de la opinin no oficial y la forma-cin de la voluntad y las islas del discurso oficial y cuasioficial. Ni tampoco, creo yo, hay manera de erigir filtros instituciona-les que pudieran eliminar de estos ltimos todas las creencias y valores sujetos a controversia. Y resulta evidente que ninguna teora del liberalismo poltico querra hacer una cosa as. Rawls es muy claro sobre este punto: no habla de barreras institu-cionales ni de restricciones jurdicas de la libertad de expre-sin sino que se refiere al deber moral de civilidad que implica el ideal de ciudadana (pg. 217; 252). El peso del arte de la separacin recae en definitiva sobre los individuos. Hemos de controlarnos y restringirnos a nosotros mismos para saber cundo estamos hablando en lo que Rawls llama el foro p-blico y cundo no, y conducirnos de acuerdo con ello. Aqu tenemos, o eso parece, una variacin irnica de la problem-tica distincin de Kant entre el yo autnomo y el heternomo. El yo polticamente autnomo de Rawls est tambin cons-truido alrededor de la autoabnegacin; pero lo que se ha de mantener a raya ahora son las convicciones ms ntimas de uno y los pronunciamientos de la propia conciencia. Cada vez que se nos urge a decir toda la verdad en el foro pblico, debemos preguntarnos a nosotros mismos, en palabras de Rawls: Qu nos parecera nuestro argumento si se nos presentase en forma de una opinin del Tribunal Supremo? (pg. 254; 289)*. Esto implica, como l observa, que los tipos de razonamiento que Kant y la mayor parte de los dems filsofos morales y po-lticos tomaron como fundamentos de la justicia han de ser excluidos del foro pblico de una sociedad bien ordenada. Y lo mismo tendra vigencia, se podra aadir, para algunos de los argumentos esgrimidos por los activistas de los derechos ci-viles (por ejemplo, la invocacin de una tradicin religiosa), por las feministas (apelaciones a una visin comprensiva), y por la mayor parte de los otros movimientos sociales que pug-nan por un cambio bsico15. El asunto que me interesa es tan

    * N. del T.: O, en los trminos del contexto espaol, como una senten-cia del Tribunal Constitucional.

    15 Rawls est de acuerdo en que los lmites apropiados de la razn p-blica varan en relacin con las condiciones sociales e histricas (pg. 251; 286). Esta visin inclusiva permite invocar razones comprensivas en contraste con las pblicas cuando la sociedad de que se trata no es una sociedad bien ordenada, segn ocurra a juicio de Rawls con los mo-vimientos abolicionistas y de los derechos civiles (pgs. 249-251; 284-286).

  • slo que hay algo intuitivamente errneo a propsito de estas restricciones. Ellas chocan con nuestras convicciones habitua-les sobre la apertura del debate en la esfera pblica democr-tica, y de manera especial cuando estn en juego asuntos de importancia grave16. Si esto es as, seguro que tendrn que lle-varse a cabo ajustes en otras partes de la teora.

    Desde luego, no voy a intentar ahora una cosa as. Pero me gustara sugerir que el problema anda ligado al hecho de que a lo largo de los aos 80 Rawls incorpor los problemas de es-tabilidad poltica a la teora normativa de la justicia (en parti-cular al segundo nivel de sta)17. A buen seguro que la teora

    Esto se distingue de casos en que la sociedad est ms o menos bien or-denada o est cercana a serlo, situaciones a las que se aplican restriccio-nes ms exigentes (pgs. 247-249; 282-284). Si ninguna sociedad existente estuviese bien ordenada como Rawls parece sugerir a veces, entones la divergencia de facto entre su visin de lo que es permisible en los foros p-blicos efectivamente existentes y la de Hab ermas no sera tan grande como he sugerido yo. Las diferencias terico-normativas, empero, se mantendran. Por llevar esto a una cuestin concreta: quin decide y cmo si hay o no injusticias bsicas que hayan de denunciarse (pg. 248; 283-284) o si la lu-cha poltica pertenece a las condiciones histricas necesarias para estable-cer la justicia poltica (pg. 251; 286)? Lo que argira Habermas es que la decisin sobre esto ha de dejarse a los participantes mismos mediante su in-clusin en la esfera pblica, y esto significa de hecho que las restricciones al discurso pblico que propone Rawls nunca estn justificadas.

    16 La discusin de Rawls del problema del aborto (pg. 243, n. 32; 278, nota 32) es un caso crucial. En una sociedad bien ordenada, escribe Rawls, sera contrario al ideal de la razn pblica votar o hablar en el foro p-blico contra el derecho a elegir (al menos durante los tres primeros meses), ya que cualquier equilibrio razonable de los valores polticos implicados determinar que el valor poltico de la igualdad de las mujeres predomina sobre cualquier otro, y se necesita ese derecho para darle a ese valor toda su sustancia y toda su fuerza. Cualquier doctrina comprensiva que llevase a un equilibrio distinto por ejemplo, una que concediese predominio al valor poltico del respeto debido a la vida humana e impidiese as el aborto sera en esa medida irrazonable. En trminos terico-polticos, es capital la diferencia entre caracterizar un argumento como equivocado o inade-cuado y caracterizarlo como irrazonable y reido con el ideal de la razn p-blic