La-Gran-Ola (1)

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1 Txetxu Núñez

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Txetxu Núñez

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La gran OLA

Hugo estaba en el garaje de su casa limpiando su tabla de surf, quería dejarla preparada para cuando le llamase su amigo Nathan. De repente escuchó la voz de su madre:

- ¡Hugo!, ¡Hugo! Aún no has

desayunado, deja lo que estés

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haciendo y sube a desayunar

enseguida.

- Ahora voy ama, estoy acabando

con mi tabla de surf.

- Cuántas veces te tengo que decir

que lo primero de todo es

desayunar, volvió a gritar su

madre.

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- Ya lo sé ama, ahora mismo voy.

Poco después Hugo subía las escaleras que conducían a su casa.

- Ya estoy aquí, dijo Hugo a su

madre con una sonrisa.

- Sabes que no me gusta que dejes

el desayuno para más tarde, casi

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siempre lo tomas frío y eso no

puede ser nada bueno.

- ¡Perdona ama!, la próxima vez

será lo primero que haga.

Hugo cogió el tazón y lo llenó de cereales hasta arriba. Seguidamente lo llenó de leche y empezó a desayunar, en un abrir y cerrar de ojos se había comido todo. De repente sonó el teléfono, la madre de Hugo se fue derecha hacia el aparato, pero cuando lo iba a coger apareció la mano del chico atrapándolo.

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- ¡Es para mí!, dijo Hugo con

una sonrisa.

- Estos chicos, dijo Nati, siempre

es para ellos.

- ¡Dime Nathan!, a que hora

quedamos.

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- A las diez, se oyó la voz de

Nathan.

- ¡Bien!, pues hasta las diez. No

te retrases, últimamente te tengo

que esperar.

Hugo colgó el teléfono y se fue a su habitación para prepararse. Poco después salía vestido con su traje de neopreno.

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- ¡Ama!, no comeré en casa y

llegaré tarde. Comeremos unos

bocadillos en la playa.

- ¡No sabes llevarte un bocadillo

de casa!

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- Hay un bar donde ponen unos

bocadillos exquisitos y además

cuestan poco dinero.

Más tarde Hugo estaba esperando a su amigo en la calle con la tabla de surf bajo el brazo. Hacía un día estupendo, el sol empezaba a calentar. La gente se movía de un lugar a otro como si alguien les persiguiese. De repente se oyó el ruido de un motor de moto. Hugo miró a lo lejos y vio a Nathan que venía a toda velocidad por la carretera. Segundos después paraba su Vespa a los pies de su amigo.

- Tenemos un día estupendo para

coger olas, dijo Nathan con una

sonrisa de oreja a oreja.

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- ¡Sí!, contestó Hugo, espero

aguantar más tiempo sobre la

tabla de surf. Ayer fue un día

nefasto, cuando conseguía ponerme

de pie venía una ola y me tiraba.

- No te preocupes, dijo Nathan,

todo es cuestión de tiempo.

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Hugo miró a su amigo como si no estuviese de acuerdo con lo que le había dicho. Llevaba un mes intentando aguantar sobre su tabla, pero en cuanto venía una ola, le tiraba, no era capaz de aguantar el equilibrio durante mucho tiempo. Enseguida llegaron a la playa de Tamarama, de momento no se veían muchas olas, pero a medida que pasasen las horas seguro que aumentarían. De momento se veían pocos surfistas en el agua. Nathan aparcó la moto y cogiendo su tabla se acercó a Hugo, poco después empezaron a correr hacia el agua. No tardaron mucho en tener el agua hasta las rodillas.

- ¡Brian!, dijo Nathan ¿Qué

haces aquí?

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- He venido con Edu y Jeremey.

Llevamos desde las ocho de la

mañana cogiendo olas.

- ¡Bueno!, más que olas, olillas,

exclamó Hugo. Como no se

anime esto un poco me parece que

hoy poco vamos a hacer.

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- Han dicho que para las once de

la mañana el mar se iba a

enfadar un poco, dijo Edu.

- ¡Chicos!, ya os ha costado venir,

dijo Jeremy. Nosotros llevamos

casi un par de horas en el agua.

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- ¿Dónde están Maxwell y

Omar?, preguntó Hugo.

- Han dicho que vendrían tarde,

que tenían algo urgente que

hacer, respondió Edu.

- ¡Atentos!, gritó Jeremy, viene

una.

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Hugo, Brian, Edu y Nathan giraron sus

cabezas y vieron una ola que se acercaba a ellos a toda velocidad. Todos se agarraron a sus tablas preparados para cogerla. Poco después Brian, Edu y Jeremy consiguieron ponerse de pie sobre sus tablas de surf y deslizarse durante unos metros sobre la ola, pero a Hugo y Nathan la ola se les echó encima antes de que pudiesen ponerse de pie sobre sus tablas. Tuvieron que esperan un buen rato antes de divisar otra ola de las mismas características que la anterior.

- ¡Prepararos chicos!, gritó Edu.

Me parece que aquella que viene

a lo lejos va a ser buena.

Los cinco amigos se agarraron a sus tablas preparados para coger la ola. Hugo estaba nervioso, aún no había conseguido coger una bien. La ola se iba haciendo más grande a medida que se acercaba a los surfistas. En cuanto la ola se puso a diez metros de ellos, Hugo se subió en su tabla y segundos

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después estaba encima de una gran ola que le llevaba hacia la playa a una velocidad increíble, pero un momento de despiste fue lo que le hizo caer hundiéndose en el agua salada. Poco después salía a la superficie con una gran alegría.

- ¿Cómo lo has hecho?, le

preguntó Nathan.

Hugo miró a su amigo con cara de felicidad y

respondió:

- No sé como ha sucedido, pero lo

he conseguido, he cogido mi

primera ola.

Seguidamente se acercaron a él: Brian, Edu y Jeremy.

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- ¡Impresionante!, dijo Edu. Ha

sido una pasada. Cuando he

conseguido salir del agua he visto

que aún te mantenían encima de

la tabla.

Poco después se les unieron Maxwel y Omar.

- ¿Qué tal chicos?, parece que se

empieza a animar esto, dijo

Omar.

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- Teníais que a ver visto a Hugo

encima de la ola, dijo Nathan.

Ha sido magnífico, casi ha

conseguido llegar a la playa sin

caerse.

- ¡Chicos!, atentos que viene otra

ola como la anterior, gritó Edu.

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Todos se agarraron a sus tablas para ponerse encima de ellas en cuanto la ola estuviese cerca. El mar estaba lleno de surfistas intentando coger las olas, pero la playa era tan grande que apenas se les veía en el mar, eran como puntitos metidos en el agua. De repente la ola que había crecido bastante se acercó a ellos y todos los surfistas se subieron en sus tablas para ser llevados por ella, pero la gran mayoría de ellos fueron arrastrados por su fuerza derribándolos, solo unos pocos consiguieron mantenerse encima y deslizarse unos metros por encima de la ola, segundos después solo quedaban dos chicos cabalgando hacia la playa, uno de ellos era Hugo. Esta vez había conseguido llegar hasta cerca de la orilla. Hugo estaba entusiasmado, había pasado por una experiencia única, dentro de él corría la sangre por sus venas aceleradamente, salió del agua y se tumbó en la arena, quería asimilar bien lo que acababa de sucederle.

- ¡Hugo!, te sucede algo, se oyó la

voz de Nathan.

Hugo abrió los ojos y con una sonrisa, dijo:

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- Ha sido increíble deslizarme por

encima de la ola, creo que ahora

entiendo como muchos chicos y

chicas casi amanecen en el agua.

Poco después salían del agua: Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar.

- ¿Ha pasado algo?, preguntó Edu

al ver a Hugo tumbado en la

arena.

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- ¡No!, dijo rápidamente Nathan,

simplemente que Hugo ha tenido

una experiencia única. Hoy ha

conseguido mantener el equilibrio

sobre la tabla y está que no se lo

cree.

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- ¡Bueno!, si únicamente es eso,

estupendo, dijo Jeremy, pensaba

que se había dado algún golpe.

Estaba finalizando el mes de diciembre y aún les quedaban dos meses de verano: enero y febrero para seguir disfrutando de las olas. Australia tenía las mejores playas del mundo para coger olas.

Más tarde Hugo, Brian, Edu, Jeremy,

Maxwell, Nathan y Omar salían de la playa para buscarse algún lugar para poder comer algún bocadillo a la sombra, no tardaron en dar con uno estupendo. Tenía varias palmeras y los rayos del sol no conseguían traspasarlas.

- ¡Aquí se está de cine!, dijo

Brian.

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Poco después todos estaban tumbados en la hierba comiéndose los bocadillos que habían comprado en una taberna cerca de la playa.

- Esto es vida, dijo Edu con una

sonrisa de oreja a oreja.

- Ni que lo digas, subrayó Brian.

Todos los meses tenían que ser

así: sol, playa, chicas,

tranquilidad.

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- ¿Qué vais a estudiar el curso que

viene?, preguntó Maxwell de

repente.

Todos se miraron y se empezaron a reír.

- A quién se le ocurre hablar de

estudios, dijo Omar, con lo bien

que estábamos.

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- Yo creo que estudiaré Medicina,

dijo Hugo. Ya sé que son muchos

años de carrera, pero me gusta

ayudar a las personas a que

recuperen su salud, me da pena ver

a la gente sufrir.

- ¡Yo! Leyes, dijo Brian.

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- Yo Ingeniero Informático, dijo

Jeremy. Ya sabéis que me gusta

mucho la informática.

- Yo iré al Seminario, dijo

Nathan. A mi también me gusta

ayudar a las personas a que sean

felices, y a los que están

perdidos, a que encuentren el

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camino que conduce a la

felicidad.

Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar se quedaron mirando a su amigo, sabían que era un buen chico, pero que quisiera ser sacerdote no se lo habían imaginado. Seguidamente se oyó la voz de Omar:

- Yo quiero ser químico. Ya sabéis

que me gusta hacer experimentos.

- Y tú ¿qué quieres ser?, le

preguntó Hugo a Maxwell, que

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había sido el único que no había

dicho nada.

- Creo que estudiaré Económicas,

respondió Maxwell.

- Porque no dejamos de hablar de

lo que vamos a estudiar el año

que viene y nos centramos en lo

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que tenemos ahí delante, dijo

Edu.

Omar, Hugo, Nathan, Jeremy, Brian y Maxwell miraron hacia el mar y vieron para su asombro que las olas habían crecido bastante. Cada vez había más surfistas en el agua intentando cabalgar sobre las olas.

- ¡Vamos chicos!, ya hemos

descansado lo suficiente. Las

olas nos esperan, dijo Nathan.

El primero en coger su tabla y correr hacia el agua fue Hugo. A continuación le siguieron: Nathan, Omar, Brian, Jeremy, Maxwell y Edu. Poco después todos estaban metidos en el agua con sus tablas buscando la ola ideal. La primera ola que les vino encima ninguno pudo cogerla. Hugo hizo un gesto con la cabeza de su mala suerte y se preparó para la

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siguiente. A lo lejos divisaron la que les venía, cada vez la veían más grande. Todos los surfistas que estaban en el agua miraban la ola que volaba hacia ellos, Hugo estaba en tensión mirando la ola y preparado para subirse en su tabla. Poco después la ola se les echó encima. Muchos de ellos no pudieron aprovechar la ocasión, solo unos pocos habían conseguido subirse en su tabla y salir despedidos hacia la playa a gran velocidad, uno de ellos era Hugo, una vez más había conseguido subirse sobre su tabla y deslizarse sobre ella por encima de la ola. Siete eran los chicos que seguían encima de sus tablas cabalgando hacia la playa, poco a poco fueron cayendo todos al agua. Hugo seguía manteniendo el equilibrio como si estuviese pegado a ella.

Nathan, Omar, Brian, Edu, Maxwell y Jeremy miraban con la boca abierta como su amigo seguía encima de su tabla camino de la playa. Poco después Hugo seguía encima arrastrado por el agua hacia la orilla. Cuando llegó casi hasta la arena saltó de su tabla la cogió debajo del brazo y volvió a meterse hacia dentro en busca de sus amigos. Poco después se tumbó sobre su tabla y empezó a dar brazadas para ir más rápido. Cuando consiguió llegar a su altura sus amigos le miraban con envidia, muy pocos surfistas habían conseguido mantenerse sobre su tabla durante tanto tiempo, Hugo había sido uno de ellos.

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- ¿Cómo has podido aguantar

tanto tiempo encima de tu

tabla?, le preguntó Edu.

- ¡No sé!, contestó Hugo

emocionado.

- ¡Ahí viene otra!, gritó

Maxwell.

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Todos se prepararon para recibir la ola. Poco después Brian, Nathan, Omar, Edu y Hugo salían despedidos con sus tablas encima de la ola, pero ninguno de ellos consiguió mantener el equilibrio durante mucho tiempo, el último en caer fue Nathan, que duró un poco más que sus amigos.

- ¡Bien!, ha estado bien, dijo

Nathan. Este es el mejor deporte

del mundo.

El sol fue cayendo poco a poco, aunque el cielo estaba totalmente azul y el día era claro se había hecho tarde.

- ¡Chicos!, es tarde. Tenemos que

salir del agua, dijo Omar

mirando su reloj.

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Más tarde Hugo, Brian, Edu, Jeremy,

Maxwell, Nathan y Omar salían del agua con sus tablas debajo del brazo.

Poco después estaban regresando a sus casas

para cambiarse de ropa y salir un rato a la calle. A las nueve de la noche todos estaban sentados en un banco del Jardín Real hablando amigablemente.

- Qué os parece, dijo Nathan, si

nos vamos durante tres días a la

Selva Daintree. He oído a los

que han estado allí que es una

verdadera pasada. Lagos de agua

verde, cañones donde todo son

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pasadizos entre rocas, cascadas de

más de veinte metros de altura,

árboles que nadie sabe la edad

que tienen porque son más altos

que algunos rascacielos y tan

anchos donde puede entrar una

cabaña.

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- ¡Para, para!, se dejó oír la voz

de Edu. A mí con todo lo que

has dicho me has convencido. Yo

voy.

- Yo también, dijo Hugo, quiero

verlo con mis propios ojos.

Poco después todos estaban haciendo planes para ir a la Selva Daintree.

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- ¡Bien!, dijo Nathan, pues

saldremos mañana en el tren de

las nueve y media.

- Pero, ¡como!, ya tenías

preparado todo antes de

preguntarnos, dijo Omar.

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- Sabía que ibais a venir, es un

buen plan donde lo pasaremos

estupendamente, dijo Nathan.

Por cierto tenemos que llevar:

tienda de campaña, saco de

dormir, comida para tres días,

sobre todo latas en conserva,

linterna, cuchillo de monte y

ganas para pasarlo bien. Podemos

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quedar aquí mismo a las ocho y

media de la mañana, desde aquí

saldremos todos juntos. Y si

queremos ser puntuales, creo que

es hora de retirarse, son las diez

de la noche y mañana hay que

madrugar.

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- ¡Hasta mañana!, dijo Hugo a

medida que se iba distanciando de

sus amigos.

Poco después no quedaba nadie en el parque. Todos iban camino de sus casas para preparar lo que tendrían que llevar.

Al día siguiente amaneció con un cielo azul y

una temperatura de dieciocho grados, se presentaba un día gratamente bueno para viajar. El primero en llegar al parque del Jardín Real fue Nathan. Cuando las agujas del reloj de Hugo marcaban las ocho y media de la mañana estaban todos menos Maxwell y Omar.

- Omar ya vuelve a retrasarse,

dijo Brian. Siempre hace lo

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mismo, llega tarde a todas

partes.

- Solo ha pasado un minuto, dijo

Hugo. Tenemos tiempo de sobra

para llegar a la estación de tren,

todo está programado, hasta los

retrasos.

Nada más terminar de hablar Hugo, vieron a lo lejos venir a Omar y Maxwell.

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- ¡Ahí vienen!, dijo Jeremy.

- Cinco minutos tarde, exclamó

Brian, poniendo cara de

circunstancias.

Poco después todos estaban juntos.

- ¡Bien!, dijo Nathan. Ya

estamos todos. Tenemos que coger

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el metro para ir a la estación de

trenes.

Seguidamente, Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar cargados con sus mochilas se dirigieron hacia el metro. Poco después cogieron el primer metro. Más tarde llegaron a la estación de trenes donde estaba el tren que les llevaría hasta Kuranda, desde allí tendrían que ir andando hasta la Selva Daintree. El viaje resultó bastante ameno porque Maxwell sabía un ciento de chistes. A las doce del mediodía el tren les dejó en Kuranda.

- ¡Ya hemos llegado!, dijo

Nathan. A partir de aquí

tendremos que hacer una buena

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caminata para llegar a nuestro

destino “La Selva Daintree”.

Más tarde salieron de Kuranda internándose en un bosque tropical.

- Pues esto también es una

maravilla, dijo Brian.

- Tened cuidado con los cocodrilos,

pueden estar escondidos en

cualquier parte, dijo Nathan.

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Brian que se había quedado atrás, al oír esto corrió hacia Edu. A partir de ese momento no se separó de él. Jeremy llevaba un machete en la mano, con él iba golpeando a algunas plantas que les cortaban el paso. Todos iban en fila india por el camino que les llevaría a la Selva Daintree. Tres horas más tarde seguían caminando, pero el camino hacía tiempo había desaparecido. Ahora marchaban por un sendero apenas visible a la vista dada la gran cantidad de vegetación que había por todas partes.

- Será mejor que paremos para

comer un poco, dijo Nathan, son

las tres y aún nos queda un buen

trayecto para llegar.

Poco después todos se habían acomodado como habían podido entre los árboles y arbustos y habían sacado de sus mochilas la comida. La mayoría de ellos estaba comiendo un bocadillo con una lata de refresco. Media hora más tarde, se oyó la voz de Nathan:

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- Ya que hemos recuperado las

fuerzas tenemos que seguir. Son

las cuatro de la tarde, si no me

equivoco para las ocho habremos

llegado a nuestro destino.

- Pues pongámonos en camino, dijo

Edu. Tengo ganas de llegar,

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plantar la tienda y tumbarme en

el suelo para descansar.

Todos estaban de acuerdo, tenían ganas de llegar para montar sus tiendas y tumbarse a descansar. Más tarde seguían caminando entre árboles y arbustos. El viaje se hizo largo, parecía que no iba a terminar nunca, encima hacía un bochorno horrible y había mosquitos por todas partes. Cuando parecía que no iba a terminar nunca aquella caminata se oyó la voz de Nathan:

- ¡Hemos llegado!

Todos se le quedaron mirando, pensaban que era una broma. El paisaje apenas había cambiado, eso era lo que les tenía un poco asombrados, pero de repente el paisaje cambió: palmeras enormes llenas de hojas en forma de abanico, árboles llenos de enormes hojas y con unas flores rojas brillantes, lagos bordeados de árboles con un agua cristalina donde se veían cantidad de peces de colores.

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- Esto es asombroso, dijo Omar

con la boca abierta.

- Pues aún no has visto nada, dijo

Nathan, esto solo es el

comienzo. Podemos acampar

aquí, junto al lago, creo que será

un buen lugar para pasar la

noche.

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Media hora más tarde todos tenían puestas sus tiendas de campaña. Edu se encargó de preparar un fuego en el centro del campamento. Había empezado a anochecer y las llamas hacían que se produjesen sombras siniestras sobre las tiendas de campaña. Hugo, Omar, Brian, Nathan, Edu, Maxwell y Jeremy estaban cenando alrededor del fuego antes de meterse en sus sacos de dormir, nadie hablaba, todos estaban cansados de la larga caminata que habían tenido que hacer para llegar hasta allí. A medida que iban terminando de cenar sus bocadillos de diferentes menús se iban despidiendo desapareciendo en el interior de sus tiendas. Cuando el reloj de uno de ellos empezó a dar los pitidos de las doce de la noche, solo quedaban Nathan y Hugo hablando cerca de la hoguera.

- ¡Qué bien se está aquí!, dijo

Hugo, esta soledad me gusta

tanto como coger olas en el mar.

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- Te entiendo, dijo Nathan. A mí

también me gusta estar en medio

de un bosque a estas horas de la

noche, lejos de todo el mundo.

Poco después Hugo también se retiró a su tienda. Nathan sin embargo se quedó allí con los ojos fijos en el fuego, quería aprovechar hasta el último momento. Meditar en el más allá, en la otra vida. Como podía haber personas que no creían en Dios. Todo lo que veían sus ojos le llevaban a pensar en el Creador.

En cuanto amaneció, el primero en levantarse

fue Jeremy. Al salir de su tienda le saludaron con sus cantos todas las especies de pájaros que vivían en aquel bosque. A Jeremy le hizo mucha gracia aquel recibimiento. Poco después removió un poco las brasas del fuego que se habían quedado dormidas. Seguidamente echó unas cuantas ramas secas encima para que empezasen a arder. A continuación echó varios palos secos y seguidamente puso varios troncos. El fuego no tardó en apoderarse de la

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madera, las llamas empezaron a lamer cada uno de los troncos hasta que empezaron a subir y bajar como si se tratase de un baile. Poco a poco fueron saliendo de sus tiendas: Hugo, Brian, Edu, Maxwell y Nathan, el último en aparecer fue Omar.

Más tarde todos estaban desayunando.

Nathan, Hugo y Brian asaron al fuego unas salchichas y unos trozos de beicon. Jeremy y Omar se prepararon unos huevos fritos y Edu y Maxwell tenían bocadillos para seguir comiendo. Cuando todos acabaron su desayuno, Nathan les propuso:

- Vayamos a explorar un poco.

Quiero que veáis con vuestros ojos

lo que hay en esta selva.

No tardaron en ponerse en camino, Nathan

iba por delante abriendo paso en medio de la selva. Poco después llegaron a un lago donde vieron unas cabañas de madera suspendidas en el aire por medio de unas poleas.

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- ¿Quién puede vivir aquí?,

preguntó Omar perplejo.

- Esas cabañas, dijo Nathan, son

de personas que todos los años

vienen a pasar sus vacaciones

aquí.

- ¡Increíble!, dijo Edu.

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- Pero fijaros. Mirad allí, a lo

lejos, parece un cocodrilo. Este

lugar debe estar lleno de

cocodrilos, o sea, que vayámonos

de aquí cuanto antes. Ya no me

gusta tanto este lugar, dijo

Maxwell.

Siguieron andando entre árboles centenarios. Cada vez que iban avanzando por la selva se encontraban con árboles más grandes, algunos eran enormes, se perdían en el cielo. Poco después

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salieron a un claro del bosque donde había un río lleno de grandes pedruscos, algunos eran tan altos como los chicos y mucho más anchos.

- Me voy a meter al agua, dijo

Brian.

Rápidamente se descalzó y se metió en el río, el agua era cristalina, se veía a peces de colores que iban de un lugar a otro.

- ¡Estupenda!, dijo Brian

contento. Tenía ganas de

refrescarme los pies sin peligro de

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que algún cocodrilo estuviese

cerca.

Edu y Jeremy se reían de la ocurrencia de su amigo. Seguidamente ellos también se descalzaron y se metieron junto a él dentro del río. De repente salió detrás de una de las rocas una serpiente de agua.

- ¡Cuidado!, gritó Nathan. Una

serpiente.

Edu, Jeremy y Brian salieron del agua a toda velocidad. Hugo, Maxwell, Nathan y Omar se empezaron a reír al ver las caras de sus amigos.

- Pero si las culebras de agua no

son venenosas, dijo Omar.

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- Como se ve que no estás bien

informado, dijo Hugo. En el

agua también hay serpientes y son

venenosas.

Poco después, cuando Edu, Jeremy y Brian se habían recuperado del susto, el grupo siguió avanzando hasta que se encontraron de frente con un árbol que debía ser uno de los más viejos de aquella selva. La vista difícilmente podía ver donde terminaba el árbol, se perdía en las nubes y era tan ancho que entraba en su interior una pequeña cabaña. Además se veía que había como una especie de hueco por donde se podía entrar. Nathan se acercó y miró dentro, pero estaba muy oscuro.

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- Ya me gustaría meterme dentro y

ver a donde conduce este agujero,

dijo Nathan.

- Pues ¿porque no lo hacemos?,

preguntó Hugo a sus amigos.

Tenemos tiempo de sobra.

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- A mí también me gustaría, dijo

Brian.

Nathan miró a los demás y ninguno puso ninguna objeción, es más, en la cara de todos se podían ver las ganas que tenían de internarse en aquel árbol, querían saber dónde terminaba aquel agujero. Querían explorar, para eso habían ido a aquella selva.

- Pues si queremos entrar ahí

tenemos que volver al campamento

y coger las linternas, dijo

Nathan. Está más oscuro que la

boca de un lobo.

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- Pues regresemos, replicó Omar.

Ya tengo ganas de meterme dentro

de ese árbol, igual encontramos

algún tesoro antiguo escondido

por algún pirata.

Poco tiempo les costó regresar al campamento. Una vez allí cogieron las linternas y regresar al pie del árbol.

- ¡Bueno!, preparados, dijo

Nathan. Mirad donde ponéis

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los pies, no me gustaría perder a

ningún amigo ahí dentro.

Todos se echaron a reír. Nathan fue el primero en dirigirse hacia la entrada del árbol, le siguió Hugo y detrás de él fue Omar, seguido los demás. Todos iban en fila india, unos detrás de otros. Nathan encendió su linterna y la dirigió primeramente hacia el suelo para ver donde tenía que poner los pies, a continuación alumbró hacia delante. Hugo, Omar y los demás también encendieron sus linternas y siguieron los pasos de Nathan.

Llevaban un buen rato andando desde que se

habían metido dentro del árbol. Habían ido bajando, el suelo tenía una pequeña inclinación. Parecía que se habían metido en el interior de una cueva, el suelo era de tierra, pero las paredes y el techo parecían de piedra, poco a poco tanto las paredes como el techo se fueron agrandando hasta que llegaron a una galería donde había un lago.

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- ¡Increíble!, dijo Nathan.

Habéis visto alguna vez algo tan

hermoso.

Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar se acercaron a Nathan alumbrando con sus linternas y todos se quedaron boquiabiertos, nunca habían visto nada igual en sus vidas. ¡Cómo podía haber un lago dentro de un árbol gigante!, todos se hacían esa pregunta en su interior.

- Parece tan grande como una

piscina olímpica, dijo Brian.

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- ¡Sí!, más o menos es de ese

tamaño, contestó Jeremy que iba

a natación y conocía bien la

largura y anchura de una piscina

olímpica.

Los chicos se acercaron un poco más al lago con intención de verlo mejor en la oscuridad. Todos dirigían los focos de sus linternas hacia el lago para verlo en su totalidad.

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- ¡Qué tranquilo está!, dijo

Omar. Da ganas de meterse y

nadar un poco.

Edu se acercó al agua y metió la mano.

- ¡Increíble!, gritó.

- ¡Increíble! ¿qué?, preguntó

Omar.

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- ¡Está caliente!, el agua está

caliente, repitió Edu sin poder

creérselo.

- No puede ser, dijo Jeremy,

normalmente las aguas de los

lagos están heladas, nos estás

tomando el pelo.

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- Comprobadlo vosotros mismos,

dijo Edu entusiasmado.

Nathan se acercó al agua con la intención de meter su mano y comprobar lo que decía su amigo. Aunque estaba seguro de que se trataba de una broma. Segundos después exclamó:

- ¡Es verdad!, el agua está

caliente. Seguidamente todos se acercaron al lago y

metieron sus manos y todos se quedaron maravillados.

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- Pues yo me voy a meter, dijo

Maxwell, empezándose a quitar

los pantalones.

- ¿Te vas a meter desnudo?, le

preguntó Omar.

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- ¡No!, me meto con el pantalón

de deporte que lo llevo puesto,

contestó Maxwell.

- Pues yo no me metería, dijo

Nathan cuando Maxwell estaba

preparado para meterse en el

lago.

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- ¿Por qué no?, preguntó

Maxwell a su amigo.

- Porque no sabemos lo que puede

haber dentro de esas aguas,

contestó Nathan.

- ¿Qué va a ver?, preguntó Edu.

Es imposible que ningún animal

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haya entrado aquí desde la selva.

Y mucho menos que haya nacido

en el agua.

Maxwell se acercó al lago y se fue metiendo

poco a poco en sus negras aguas.

- ¡Qué bien se está aquí!, cada vez

que me meto más hacia dentro

está más caliente el agua, dijo

Maxwell.

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De repente Jeremy vio que algo se movía a lo lejos.

- ¡Sal de ahí!, gritó Jeremy. He

visto algo que viene hacia ti.

Maxwell que estaba metido en las aguas del lago hasta la cintura se quedó quieto, miró atentamente durante unos segundos, pero estaba tan oscuro que no veía nada. De repente Hugo, gritó:

- Yo también lo he visto, ¡sal

rápido!

Maxwell empezó a correr para salir del agua cuanto antes. Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Nathan y Omar se echaron hacia atrás. El agua del lago se empezó a mover formando una gran ola. Segundos después Maxwell había conseguido salir del agua, pero una gran ola le vino encima golpeándole en la espalda. El chico al notar el golpe de la ola en su espalda, gritó:

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- ¡Ahhhhh!

Pensaba que el animal que había en el lago le

había atrapado.

- ¡No ha pasado nada!, le dijo

Nathan a su amigo al mismo

tiempo que le agarraba del brazo

y tiraba de él hacia donde

estaban ellos, lejos del agua.

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Ha sido el agua que te ha

golpeado.

Omar, Nathan, Jeremy, Edu, Brian y Hugo dirigieron las luces de sus linternas hacia el lago intentando ver a lo que les había asustado, pero no vieron nada. El agua del lago se volvió a tranquilizar y se quedó quieta, pero ellos ya sabían que allí dentro había algo extraño.

- Me he dejado la ropa cerca del

agua, dijo Maxwell.

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- ¿Pues a ver quien es el valiente

que va a por ella?, preguntó

Brian a sus compañeros.

- Lo mejor será dejarla ahí,

contestó Omar aún con el susto

en el cuerpo.

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- ¡Yo iré!, se oyó la voz de Hugo.

Si lo que hay ahí no ha salido

del agua para coger a Maxwell,

no creo que vaya a salir ahora

para cogerme a mí.

- No hay porque arriesgarse, dijo

Nathan. No pasa nada que

Maxwell se quede sin pantalón.

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Hugo empezó a andar hacia donde estaba la ropa de su amigo, estaba muy cerca del agua, dirigió el foco de su linterna hacia la ropa y seguido al agua. Todo parecía tranquilo, el agua estaba totalmente quieta. Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar miraban como su amigo avanzaba hacia el lago, todos estaban nerviosos. Cuando Hugo estaba a un par de metros del pantalón y la camisa de su amigo enfocó su linterna directamente hacia el agua, de repente vio como el agua se empezó a mover suavemente. Hugo se paró. Nathan al ver que su amigo se había parado, dijo desde atrás:

- Ven andando hacia atrás muy

suave, debe estar muy cerca de ti

y si haces un movimiento brusco es

capaz de saltar y cogerte.

Hugo oyó lo que le había dicho su amigo, con mucho cuidado dio un paso hacia atrás sin dejar de enfocar la luz de su linterna hacia el lago. De repente vio que unos ojos enormes salían del agua y le miraban fijamente. Hugo por un momento se quedó

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paralizado, intentaba dar órdenes a sus piernas para seguir andando hacia atrás, pero no le respondían, sentía un pánico horrible. De repente notó que alguien le cogía del brazo derecho y le hacía correr hacia atrás en medio de la oscuridad.

- ¡Grrrrrrrrrrrrrrrrrr!

Se oyó una especie de rugido terrible que reboto en las paredes de la cueva y se multiplicó por cien. Poco después Hugo, Edu, Brian, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar estaban fuera del árbol gigantesco en el que se habían metido. Hasta que no salieron fuera del árbol Hugo no supo quien de sus compañeros le había salvado la vida. Poco después estaba abrazado a Nathan su salvador. Nathan mientras estaban abrazados notaba como el corazón de su amigo estaba desbocado.

- ¡Gracias!, le dijo Hugo a

Nathan, intentaba moverme, pero

no me respondían las piernas.

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- ¿Has visto algo?

Le preguntó Maxwell.

- ¡Sí!, contestó Hugo cerrando los

ojos.

Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar

se acercaron a su amigo para escuchar de sus labios lo que había visto con sus ojos.

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- Cuando estaba a un par de

metros de la ropa de Maxwell,

algo en mi interior me dijo que

primero enfocase con mi linterna

al agua, así lo hice. En ese

momento vi como el agua que

hasta ese momento había estado

totalmente quieta se empezó a

mover ligeramente, entonces me

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quedé quieto. Seguidamente vi

como dos ojos de una criatura

salían del agua. Las caras de

Brian, Edu, Jeremy, Maxwell,

Nathan y Omar sufrieron dos

transformaciones: primero se

quedaron blancas como la nieve y

segunda sus ojos se habían

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agrandado desmesuradamente.

Hugo continuó con su narración:

- Los ojos eran tan grandes como

los faros de un coche y estaban

separados como a medio metro uno

de otro.

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- Eso quiere decir que tenía una

cabeza enorme, dijo Jeremy.

- Eso es lo que yo creo, dijo Hugo

con la cara seria, eso me asustó

aún más.

- ¡Bueno!, dijo Nathan. Ya ha

pasado todo. Estamos bien, eso

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es lo que realmente importa.

Vayamos al campamento,

recojamos todo y sigamos

explorando la selva, pero sin

meternos en ningún lugar

peligroso.

Más tarde todos regresaron donde habían dejado sus tiendas de campaña y sus ropas, empezaron a desmontar las tiendas y recogieron todo. Poco después se pusieron en camino. Cuando llevaban un par de horas caminando entre árboles gigantes llegaron a un río.

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- Creo que aquí podemos montar

nuestro campamento, dijo

Nathan, ¿qué os parece?

- A mí me gusta, contestó Jeremy,

parece un buen lugar.

Poco después todos habían montado sus tiendas cerca del río. Edu, Brian y Omar se dedicaron a recoger ramas secas para hacer un buen fuego. Antes de que el sol se escondiese en el horizonte tenían un gran fuego en medio de las tiendas de campaña que estaban en círculo. Hugo, Brian y Edu estaban junto al fuego recordando lo que les había pasado en la cueva. Jeremy y Maxwell jugaban a la ajedrez. Nathan y Omar preparaban la cena. Sobre las dos de la mañana Nathan se metió en su tienda para dormir, fue el último en retirarse.

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A la mañana siguiente el primero en

levantarse fue Hugo, no había dormido bien y tenía ganas de salir de su tienda y estar al aire libre, se sentó junto a las brasas del fuego y con un palo largo empezó a moverlas intentando que volviesen a coger fuego, no tardó mucho en conseguirlo. Seguidamente se levantó del suelo y recogió varias ramas que había cerca del campamento, poco después las echó al fuego y éste empezó a arder con más fuerza. De repente apareció Nathan junto a Hugo.

- ¡Qué pronto te has levantado!,

le dijo Nathan.

- No tenía ganas de dormir y en

vez de estar tumbado dentro de la

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tienda he preferido salir y

respirar aire puro.

Seguidamente aparecieron: Brian, Edu y Jeremy.

- ¡Qué bien he dormido!, dijo

Jeremy al mismo tiempo que

estiraba los brazos y ponía cara

de satisfacción.

Nathan y Edu empezaron a preparar el desayuno: salchichas fritas, beicon y leche con cereales. El olor de las salchichas y el beicon consiguió despertar a Maxwell y Omar que salieron de sus tiendas diciendo:

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- ¡Qué bien huele! Este olor es

capaz de atraer a todos los

animales del bosque.

- No digas eso, dijo Jeremy

asustado.

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- ¡Tranquilo!, dijo Edu. Antes

de que aparezcan nos habremos

comido todo.

Más tarde habían acabado con todo el desayuno. Poco después habían recogido sus tiendas, apagado el fuego y seguido se pusieron en camino buscando algún lugar mejor para acampar. Tan solo les quedaba un día para explorar aquel territorio salvaje y después tendrían que regresar a sus casas. Cuando llevaban media hora caminando por un sendero en medio de la selva entre árboles increíblemente grandes llegaron a un lugar donde había un puente hecho con maderas y cuerda, colgaba sobre un precipicio y tenía una longitud de unos cien metros.

- Nunca había visto una cosa

igual en la realidad, dijo Edu,

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estos puentes solo los había visto

en las películas de aventuras.

Hugo, Brian, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar se quedaron mirando al puente sin decir nada, después de un rato, Omar fue el que rompió el silencio:

- ¿Lo pasamos, o nos vamos a

quedar aquí hasta que tengamos

que regresar a casa?

- ¡Lo pasamos!, dijo Nathan.

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El primero en dirigirse hacia el puente fue Edu, seguido de Nathan, Hugo, Brian, Jeremy, Maxwell y el último en decidirse Omar, que no estaba muy convencido de porque había que pasar aquel puente viejo y poco de fiar. El puente era estrecho y solo podían pasar de uno en uno. Cuando Edu pisó el puente se movió un poco de izquierda a derecha, rápidamente echó las manos a las cuerdas que había a ambos lados para agarrarse. Seguidamente empezó a adentrarse en el. Cuando llevaba varios metros recorridos, el puente se empezó a mover un poco más. Nathan viendo a su amigo que había avanzado varios metros también se decidió a seguir sus pasos y se metió en el puente agarrándose a las cuerdas que había a ambos lados. Brian, Hugo, Jeremy, Maxwell y Omar miraban desde tierra como sus amigos iban avanzando poco a poco hacia la otra parte del barranco. Cuando Edu llegó a la mitad del puente, éste se empezó a mover de una parte a otra. Nathan se paró donde estaba, aquel puente empezaba a ser peligroso. Brian, Hugo, Jeremy, Maxwell y Omar aguantaron la respiración viendo a Edu como se movía. Poco después el puente dejó de moverse tanto y Edu con mucho cuidado siguió avanzando hacia la otra parte. Nathan seguía sin moverse no perdiendo de vista todos los movimientos de su amigo. Poco después Edu conseguía pasar el puente y tocar con sus pies el terreno verde de la otra parte. Una vez que Nathan vio que Edu había pasado empezó a dar pequeños pasos hacia donde estaba su amigo.

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- ¡Venga! Que te queda poco, le

gritó Edu a Nathan dándole

ánimos.

Nathan seguía avanzando poco a poco para que el puente se moviese lo menos posible. Poco después había conseguido tocar tierra. Hugo siguió el camino de sus amigos haciendo lo mismo que habían hecho ellos, se agarró a las cuerdas que había a ambos lados del puente y empezó a dar pequeños pasos para que el puente se moviese lo menos posible. Poco después conseguía atravesarlo y abrazarse a Edu y Nathan. Brian miró a Jeremy, Maxwell y Omar, éstos le dijeron:

- ¡Ánimo!, ahora te toca a ti.

Briam con pocos ánimos puso el pie en el puente agarrándose a las cuerdas y empezó a andar. Poco a poco llegó a la mitad del puente, éste se empezó a mover de izquierda a derecha y Briam se puso nervioso. Media hora más tarde seguía en el

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mismo sitio, le había entrado el pánico y no era capaz de dar un paso.

- ¡Briam!, gritó Nathan,

¡escúchame! No mires abajo, ni

siquiera al puente, dirige tu

mirada hacia mí y no la apartes

en ningún momento.

Briam después de oír a su amigo, hizo lo que le había oído, dejó de mirar al puente y miró a Nathan, poco después volvió a oír:

- ¡Ahora!, ven hacia nosotros sin

bajar la vista.

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Briam empezó a dar pequeños pasos hacia

delante y poco después había conseguido pasar al otro lado. Jeremy cogió aire varias veces llenando sus pulmones y dijo en voz alta:

- ¡Ahora te toca a ti!, ánimo, lo

puedes conseguir.

Maxwell y Omar se miraron al ver a su amigo tan decidido a pasar. Más tarde Jeremy había llegado a la otra parte del precipicio. Maxwell no se lo pensó dos veces y enseguida puso los pies en el puente agarrándose bien a las cuerdas que había y empezó su prueba. Cuando llegó a la mitad del puente se paró en seco, el aire había cambiado, ahora pegaba con fuerza, eso hacía que el puente se moviese más. La cara de Maxwell se puso blanca, aquello no le gustaba nada.

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- ¡No te preocupes!, gritó Hugo

desde la otra parte. El puente es

fuerte, agarrate con fuerza y

cuando veas que no se mueve tanto

continua avanzando.

Maxwell así lo hizo, aguantó como pudo aquel

fuerte viento y cuando amainó un poco siguió avanzando lentamente hasta que consiguió llegar hasta donde estaban sus amigos. Una vez allí se tumbó en el suelo, nunca lo había pasado tan mal, por un momento había pensado que no iba a conseguirlo. Todos miraban a Omar, el único que estaba en la otra parte del puente.

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- ¡Venga Omar!, solo quedas tú.

Ya has visto que el puente resiste.

Omar miraba a sus amigos y miraba hacia atrás y hacia los lados intentando ver si había algún otro camino para pasar sin tener que meterse en aquel puente, pero después de un rato se dio cuenta que la única forma de pasar era atravesarlo. Sus amigos le gritaban desde la otra parte para que se animase, pero él estaba como ido. De repente Hugo se metió en el puente y empezó a hacer el camino de regreso en busca de Omar. Nathan, Brian, Edu, Jeremy y Maxwell se le quedaron mirando admirados. Poco después había conseguido llegar hasta donde estaba Omar.

- ¡Vamos! Dijo Hugo, ponte

detrás de mí y sígueme.

Más tarde Hugo por delante y Omar por detrás iban pasando el puente. Cuando llegaron a la mitad, el viento volvió a cambiar y sacudió el puente con gran violencia, éste se movió como si se tratase

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de un trapo a merced del viento. A Omar le entró el pánico y se soltó de las cuerdas del puente agarrándose a Hugo. Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Nathan cerraron los ojos, no querían ver a sus amigos subir y bajar por el aire de aquella manera tan horrible. Hugo se agarró con fuerza a las cuerdas y aguantó el peso de su amigo abrazado a él, después de unos minutos escalofriantes, el viento les dio una tregua y pudieron seguir avanzando hasta que consiguieron llegar a la otra parte.

Nathan, Brian, Edu, Jeremy y Maxwell se

abrazaron a Hugo y Omar, el abrazo duró varios minutos, todos habían pasado unos momentos muy malos.

- ¡Bien!, dijo Nathan. Lo hemos

conseguido, todos estamos sanos y

salvos.

Poco después se internaron en la selva, en la inmensidad de aquel bosque donde había árboles más altos que muchos rascacielos de las grandes ciudades, donde había gran cantidad de animales de especies desconocidas para el hombre, donde el aire

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era tan puro que al respirar hacía daño a los pulmones. Cuando llevaban varias horas caminando entre árboles, Nathan dijo:

- ¡Acampemos aquí!, no es buen

lugar, pero estamos cansados y

parece que todo lo que nos rodea

es igual.

Poco después habían montado sus tiendas de campaña entre los árboles, en vez de un fuego, hicieron tres, para protegerse de lo que pudiese esconderse en aquella selva desconocida, comieron lo que pudieron y rápidamente todos estaban dentro de sus tiendas durmiendo.

A la mañana siguiente todos se despertaron

rápidamente, aún no se les había pasado el susto del día anterior, desayunaron en silencio mirándose unos a otros como si no se conociesen de nada. De repente alrededor de las tiendas empezaron a aparecer aborígenes (indígenas) de aquellas tierras. Todos ellos llevaban lanzas y machetes y estaban

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pintados con rayas blancas desde la cabeza hasta los pies, impresionaba su aspecto fantasmal. Casi sin darse cuenta: Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar iban caminando en medio de aquellos indígenas que les llevaban lejos de allí. Hugo se fijó en varios de ellos, tenían brazaletes en los brazos, también se dio cuenta que todos tenían feas cicatrices en la cara, el pecho, la espalda, los brazos y las piernas. Dos horas más tarde seguían andando en medio de la selva entre los mil ruidos que había en su interior. Cuando el sol se empezó a esconder llegaron a un poblado donde había un grupo de chozas echas con ramas de los árboles, todas ellas tenían forma redonda. De repente uno de los indígenas dijo algo en un idioma desconocido para los chicos. Seguidamente varios aborígenes les empujaron y les metieron a todos en una de las cabañas.

- ¿Qué querrán de nosotros?,

preguntó Omar con un hilo de

voz.

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- Seguro que todo es una confusión,

contestó Hugo para dar ánimos a

sus amigos. Ya veréis como sin

tardar mucho nos dejaran

marchar.

Nadie más dijo nada, los demás prefirieron estar callados y esperar acontecimientos. Pasó el tiempo y todo seguía igual. La noche cayó sin avisar y la oscuridad se adueñó de todo. De repente los aborígenes empezaron a cantar alrededor de un gran fuego que habían hecho en medio del poblado y las voces se empezaron a oír dentro de la cabaña donde estaban: Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar. Aquellas voces graves impresionaban a cualquier bicho viviente, poco después se empezó a oír una melodía tocada con algún instrumento para acompañar a los que indígenas que cantaban y bailaban. Las voces no se apagaron hasta muy entrada la noche.

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A la mañana siguiente, muy temprano, se

abrió la puerta de la cabaña y dejaron dentro unas hojas enormes de palmera llenas de: escorpiones, cucarachas, hormigas y gusanos. Brian al ver el desayuno se echó hacia atrás como si le hubiese mordido una serpiente.

- ¿Qué pasa?, preguntó Nathan.

- ¡Mira lo que nos han dejado

para comer!, dijo Brian

asustado.

Nathan se acercó a la puerta y vio con horror

lo que acababa de ver su amigo.

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- ¡A ver quién es el valiente que se

come eso!, dijo Nathan

horrorizado.

Hugo, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar se acercaron para ver de cerca lo que les habían dejado para desayunar y todos se echaron hacia atrás aterrorizados.

- ¡Qué asco!, dijo Maxwell. Y

eso que estoy hambriento.

Poco después un aborigen entró en la cabaña y vio que no habían comido lo que les habían dejado. El aborigen les dijo algo, pero ellos no entendieron nada de lo que les había dicho. Seguidamente echó las manos sobre lo que tenían para comer y delante de ellos empezó a comer: un escorpión, un puñado de hormigas, varios gusanos, varias cucarachas... Los chicos a medida que el aborigen se iba metiendo

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todos aquellas cosas en la boca y se las iba comiendo empezaron a sentir nauseas, sin embargo la cara del aborigen tenía una felicidad increíble, cualquiera diría que se estaba comiendo un manjar. Cuando terminó con toda la comida, el aborigen les mandó salir fuera de la choza. Ellos salieron y se encontraron con toda la tribu esperándoles y al jefe de ellos sentado en una especie de sillón en medio. De repente de entre todos los aborígenes salió uno: de piel muy negra y pintada con rallas blancas, con el pelo ensortijado y una nariz ancha, se acercó a Nathan y haciéndole señas con las manos le dijo que si se querían salvar uno de entre ellos tenía que enfrentarse en una prueba de natación contra él, si ganaba les dejaban libres a todos, si perdía, todos morirían.

Nathan nada más ver al aborigen pasarse el filo de la mano por la garganta entendió bien lo que le quería decir y tragó saliva. Seguidamente se giró hacia sus compañeros y les dijo:

- Me ha dicho que uno de nosotros

tiene que enfrentarse en una

prueba de natación contra él, si

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gana, estamos salvados, si pierde,

moriremos todos.

Todos se quedaron mirando a Jeremy, él pertenecía a un equipo de natación y nadaba bien. Había ganado varias medallas en su trayectoria como nadador. Jeremy al verse atosigado por sus compañeros, dijo:

- Está bien, lo haré. Estoy

preparado para competir.

Seguidamente se acercó al aborigen y le dijo

señalándose el pecho. Yo soy el que va a competir contigo. El jefe del poblado se levantó de su asiento y empezó a salir fuera del poblado, le siguieron todos los aborígenes y Hugo, Brian, Edu, Maxwell, Nathan y Omar. Jeremy iba por delante con el aborigen que se iba a enfrentar a él en aquel duelo. No tardaron en llegar a un río, Jeremy lo miró con

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detenimiento para ver por donde se podía nadar mejor. El río tenía una longitud de unos cien metros, esa distancia la había nadado muchas veces entrenando y compitiendo. Antes de empezar la prueba le dijeron por señas que tenía que llegar hasta la otra orilla y regresar nadando hasta salir completamente del agua, justamente hasta donde estaba en aquel momento de pie.

El aborigen y Jeremy se situaron cerca del río

preparados para empezar la prueba. El jefe de los aborígenes y todo su pueblo junto con Hugo, Brian, Edu, Maxwell, Nathan y Omar se pusieron en los mejores sitios para ver competir a los nadadores. Segundos después el aborigen se lanzó al río ante la mirada de Jeremy, pero enseguida reaccionó y se lanzó detrás de él. El aborigen no nadaba con mucha rapidez, pero marchaba a un ritmo constante. Jeremy le cogió enseguida y le pasó rápidamente.

Hugo y Nathan apretaron sus puños de

alegría, dentro de poco estarían libres y podrían regresar al campamento para seguido marcharse a sus casas. Hugo se giró y para su sorpresa vio que los aborígenes que estaban detrás de ellos tenían sus machetes en las manos.

Jeremy cada vez se iba alejando más y más de su contrincante, le veía cuando miraba hacia atrás, entonces decidió bajar el ritmo porque notaba que tanto sus brazos como sus piernas cada vez le pesaban más, aquel río no era como la piscina, había una pequeña corriente que hacía que sus miembros

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se cansasen más rápidamente. Poco después llegó hasta la otra orilla del río y empezó a volver, para su sorpresa se dio cuenta que el aborigen le había recortado un par de metros, cada vez estaba más cerca de él. Jeremy intentó forzar la marcha, pero notaba que los brazos no le iban como al principio, la fuerza se le iba por momentos. Miró hacia atrás y vio al aborigen bastante más cerca por detrás de él, le había recortado mucho en poco tiempo. Cuando llegó a la mitad del río el indígena estaba pegado a sus pies. Jeremy intentaba sacar fuerzas de flaqueza, se daba ánimos para acabar como siempre había hecho en las competiciones, “lanzando un sprint”, pero tanto sus brazos como sus piernas se negaban. El aborigen había conseguido cogerle, ambos iban a la par y tan solo quedaban unos diez metros para terminar la prueba. Jeremy cuando sacó la cabeza del agua para lanzar el brazo vio a su contrincante a la misma altura, eso le aterrorizó, sabía que aquella prueba acababa en vida o en muerte para ellos, no podía permitirlo. De repente el aborigen se adelantó un palmo sobre Jeremy faltando solamente varios metros. Jeremy apretó los dientes y se lanzó hacia delante para ganar. Seguidamente ambos salían del agua al mismo tiempo.

Nathan, Hugo, Brian, Edu, Maxwell y Omar se miraban entre ellos y miraban a sus captores para ver que les iba a suceder. El jefe de la tribu se acercó a Nathan y por señas le dijo que los nadadores habían empatado, que tenían que repetir la prueba. Nathan miró a Jeremey y le vio totalmente agotado, si tenía que volver a competir perdería, y ellos

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morirían. Entonces Nathan vio a otro aborigen que se ponía en medio de ellos para competir. El jefe de la tribu le dijo por señas a Nathan que ese iba a competir, pero esta vez tenían que enfrentarse luchando. Nathan miró a su amigo Omar y le dijo:

- Me parece que ahora te toca a

ti.

- ¡A mí!, dijo Omar asombrado.

Si yo soy muy malo nadando.

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- Esta vez no tienes que nadar,

dijo Nathan. Ahora tienes que

luchar contra ese aborigen que ves

ahí.

Omar se giró y vio a un aborigen tan alto como él y algo más corpulento.

- Lo tienes bastante fácil, le dijo

Brian a Omar. Tú eres cinturón

negro de judo y has competido

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muchas veces contra otros chicos

mucho más fuertes que tú.

Omar volvió a mirar a su contrincante tratando de analizarle antes de la pelea, verle algún punto débil, pero el aborigen tenía: brazos fuertes, espalda ancha y piernas largas y fuertes.

Poco después ambos contrincantes estaban

en medio de todos los aborígenes y de Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Nathan. De repente el aborigen se echó sobre Hugo para cogerle con sus poderosos brazos, pero Omar puso sus brazos por delante para no dejarle que le atrapase. Durante un tiempo se estuvieron repeliendo con las manos. Omar sabía que le iba a ser difícil ganar a su adversario, no tenía casi por donde agarrarle, solo llevaba un taparrabos, sin embargo él llevaba pantalón y camisa. De repente el aborigen consiguió coger a Omar por la camisa y por un brazo. Omar se giró rápidamente en redondo sobre el aborigen agarrándole del brazo con las dos manos se lo echó a la espalda y le tiró por encima cayendo el aborigen al suelo dándose un gran golpe con la espalda en la tierra. El aborigen se levantó del suelo poco a poco, se había hecho daño, giraba su brazo para estirarse. Omar estaba cerca de él esperando el próximo ataque de su contrincante. De repente, mientras el

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aborigen hacía que se estiraba trató de pillar desprevenido al chico, agachó la cabeza y empezó a correr con la cabeza por delante hacia Omar. El chico al verle se dejó caer de espaldas al suelo justo cuando la cabeza del aborigen llegaba a donde estaba él. Omar al mismo tiempo que caía al suelo subió ambas piernas poniéndoselas al aborigen en el estómago y agarrándole de la cabeza le impulsó hacia atrás, el aborigen dio la vuelta en el aire volviendo a caer de nuevo de espaldas al suelo dándose un gran golpe. Omar se levantó rápidamente para ver como había quedado su adversario, se había dado un golpe terrible, de momento el aborigen no se había movido desde que cayó al suelo, estaba en la misma posición que hacía varios minutos.

- ¡Hemos ganado!, gritó Edu,

está fuera de combate.

Poco después el aborigen se volvió a levantar del suelo. Omar le miraba asustado, había encajado dos golpes fortísimos en su espalda y sin embargo seguía allí de pie con ganas de seguir luchando. Tenía que intentar hacerle alguna presa y lesionarle para que no pudiese seguir luchando, sino estarían luchando todo el día y él no tenía fuerza ni moral para seguir luchando durante mucho tiempo.

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El aborigen viéndose animado por su pueblo

se abalanzó sobre Omar con los brazos por delante para atraparle, pero en el momento que los brazos del aborigen intentaban cogerle, el chico se agachó poniéndose de cuclillas y agarrándole al mismo tiempo de las piernas a la altura de los tobillos y golpeándole con su cabeza en el estómago, el aborigen perdió el equilibrio cayendo al suelo y volviéndose a golpear terriblemente con la cabeza y la espalda en el suelo. Omar sin perder tiempo se echó sobre su contrincante que aún estaba tumbado en el suelo y agarrándole de uno de los brazos y haciéndole con sus pies una presa sobre su cabeza empezó a estirarle el brazo hasta que el aborigen empezó a gritar de dolor.

El jefe del poblado paró la lucha y dio como

vencedor a Omar. Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Nathan se echaron sobre su amigo para felicitarle por haberles salvado la vida. Más tarde el jefe de los aborígenes les dijo a los chicos por señas que estaban libres, que se podían ir.

- ¡Chicos!, dijo Nathan,

larguémonos de aquí cuanto

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antes, quiero regresar a casa y

pensar que todo lo que hemos

pasado ha sido tan solo un sueño.

Poco después, Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar regresaron a su campamento. Tres horas les costó llegar hasta donde tenían las tiendas de campaña puestas. Más tarde tenían todo recogido.

- Bueno chicos, dijo Nathan.

Creo que hemos pasado tres días

estupendos aquí, pero yo ya tengo

ganas de regresar a casa y estar

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tranquilo, vivir sin sobresaltos.

No quiero vivir otra aventura

donde me tenga que jugar la

vida. ¡Regresemos a la

civilización!

- ¡Regresemos!, gritaron todos.

Poco después empezaron el camino de regreso, tenían que coger el tren que les llevaría a Sidney. Cuatro largas horas invirtieron en el trayecto que les llevó a Kuranda, se acercaron a la estación y sacaron los billetes, no tardaron mucho en estar sentados en su compartimento.

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- ¡Por fin!, exclamó Jeremy,

pensaba que no íbamos a poder

salir de la Selva Daintree.

Hubo un momento que estaba

rezando por mi vida.

- Yo también, dijo Edu, nunca

había pasado tanto miedo.

Primero en aquel árbol que era

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una cueva, vete a saber que

animal se escondía allí y nada

más salir nos cogen los

aborígenes.

- No penséis en eso, dijo Hugo.

Ya estamos a salvo y dentro de

poco estaremos otra vez en

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nuestras casas y viviendo dentro

de la civilización.

De repente sonó un pitido muy fuerte y el tren se puso en marcha.

- ¡Gracias a Dios!, dijo

Nathan. Pensaba que el tren no

se iba a poner en marcha en la

vida.

Durante el viaje de regreso ninguno de ellos volvió a hablar. Todos se quedaron dormidos en sus asientos, habían pasado varios días en tensión y ahora estaban totalmente relajados y cansados de tanta emoción. Cuando se quisieron dar cuenta habían llegado a Sydney. Omar fue el primero en bajarse del tren, una vez que sus pies tocaron tierra

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se agachó y besó el suelo. La gente que salía de los otros vagones se le quedaban mirando pensando que estaba loco.

- ¡Estoy en casa!, decía Omar.

¡Estoy en casa!

Poco después cogieron el metro que les llevaría a sus casas. Tuvieron que pasar por varias estaciones hasta que por fin llegaron a su destino.

- Mañana iré a coger olas a las

ocho de la mañana, le dijo Hugo

a Nathan, ¿te animas?

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- ¡No!, respondió éste

rápidamente. Mañana pienso

quedarme en la cama hasta tarde.

Quiero recuperar las horas que he

perdido en estas minivacaciones.

- ¡Alguno se anima!, levantó

Hugo la voz para que los demás

le oyesen.

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Ninguno respondió, todos estaban de acuerdo con Nathan, querían dormir a pierna suelta. Poco después todos se despidieron hasta el día siguiente a la tarde.

Al día siguiente nada más amanecer Hugo se

levantó de la cama y preparó la mochila para ir a la playa de Bronte, esa playa era salvaje, siempre había olas en abundancia para poder practicar el surf. Poco después cogió la bici y con la tabla en una mano y con la otra en el manillar empezó a pedalear camino de la playa. Media hora le costó llegar, el ir con la tabla en una mano y la otra en el manillar no era fácil y había que ir despacio, pero por fin llegó. Desde arriba vio que ya había algunos surfistas metidos en el agua, iba pensando que sería el único a esas horas tan tempranas, pero se equivocó. Más tarde después de encadenar la bici a una farola, bajó a la playa con la tabla de surf. A medida que se iba acercando al agua veía como las olas subían y bajaban con violencia. La adrenalina empezó a correr por todo su cuerpo sintiendo una agradable sensación de bienestar, se metió en el agua y sintió en los pies como una caricia que le hacían las olas como recibimiento a su reino. Poco después estaba sentado sobre su tabla con las manos metidas en el agua, veía como una gran ola se le acercaba con gran majestuosidad, se preparó para cogerla y casi sin darse cuenta estaba encima de su tabla deslizándose sobre la gran ola a una velocidad increíble. Hugo cabalgaba sobre la ola dejándose llevar por ella casi hasta la arena, esto se repitió una y otra vez hasta

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que después de bastante tiempo decidió salir del agua para tomarse un tiempo de descanso.

Cuando estuvo fuera del agua se tumbó sobre

la arena caliente para devolver a su cuerpo el calor que había perdido durante el tiempo que había estado dentro. Cerró los ojos y dejó que los rayos del sol jugasen con sus cabellos. De repente alguien le despertó, Hugo abrió los ojos y vio a Nathan, Brian y Edu junto a él.

- ¿No decías que ibas a coger

olas?, le preguntó Nathan.

- ¿Qué hora es?, preguntó Hugo

con otra pregunta.

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- ¡La una!, contestó Edu.

- ¡La una!, repitió Hugo

levantándose de un salto. Hace

poco he salido del agua. He

cogido muchas olas y estaba

empezando a tiritar de frío.

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- Yo diría, empezó diciendo Brian,

que en vez de coger olas has

estado esperando la oportunidad

de hablar con esas chicas tan

guapas que tienes detrás.

Hugo miró hacia atrás y efectivamente había cinco chicas que les miraban sonriendo. Poco después aparecieron Jeremy, Maxwell y Omar.

- ¡Oye!, preguntó Omar, ¿os

habéis fijado en esas chicas que

tenéis detrás?

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- ¡No!, respondió Edu, no nos

habíamos dado cuenta, respondió

irónicamente.

Brian, Edu, Nathan y Hugo se echaron a reír. De repente las chicas se levantaron de sus toallas y pasando junto a los chicos se dirigieron al agua. Los chicos se sentaron en la arena mirando como entraban en el agua. Se metían poco a poco para que la temperatura corporal de ellas no se disparase bruscamente. Desde el agua una de las chicas con la mano les hizo una seña invitándoles a que se metiesen con ellas al agua.

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- ¡Habéis visto!, dijo Jeremy a sus

amigos, quieren que vayamos con

ellas.

Todos menos Hugo y Nathan que se quedaron hablando se levantaron y corrieron hacia el agua en busca de las chicas. Media hora más tarde, tanto los chicos como las chicas salían del agua como si se conociesen de toda la vida. Todos se acercaron a donde estaban Hugo y Nathan. Jeremy adelantándose a los demás empezó a presentar a las chicas a sus amigos.

- Os presento a: Karen, Elma,

Kyla, Yanira y Yohanna.

Nathan y Hugo se levantaron del suelo y empezaron a saludar a cada una de las chicas. Poco después los chicos cogieron sus toallas y fueron al lugar donde estaban ellas y se pusieron a hablar.

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Hugo desde donde estaba él veía que las olas iban creciendo y la gente se iba saliendo del agua por miedo, solo quedaban algunos surferos gozando de las olas.

- ¡Mirad!, gritó Edu.

Los chicos y chicas dirigieron sus miradas hacia el agua, vieron para su asombro como las olas iban creciendo de tamaño a medida que pasaba el tiempo. Hugo se levantó de la arena, cogió su tabla de surf y corrió hacia el agua.

- ¿A dónde vas?, le gritó

Nathan. Hugo había empezado

a meterse en el agua y no le

había oído.

Tanto los chicos como las chicas se quedaron mirando a Hugo adentrarse en el agua con su tabla.

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- ¡Cómo se puede meter en el agua

con esas olas! Dijo Karen

alarmada.

- No te preocupes, se oyó la voz de

Nathan, Hugo sabe lo que hace.

Poco después Hugo tumbado sobre su tabla iba remando con sus manos hacia la ola que le venía al encuentro. De repente el chico se levantó sobre su tabla al mismo tiempo que la ola entró en contacto con él.

Desde la playa Nathan, Omar, Brian, Edu,

Jeremy, Maxwell, Karen, Elma, Kyla, Yanira y Yohanna se habían puesto de pie mirando a Hugo como cabalgaba sobre la ola.

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- ¡Impresionante!, se oyó decir a

las chicas.

Hugo seguía bajando por la ola encima de su tabla que le llevaba a una velocidad impresionante. De repente la ola se rompió por detrás de él y la gran espuma que originó bajaba en busca del surfista.

- ¡Le va a coger!, gritó Elma.

Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan, Omar,

Karen, Kyla, Yanira y Yohanna miraban alarmados como Hugo seguía bajando por la rampa de la ola seguido de cerca por la que había roto detrás suyo. De repente la ola le envolvió y los chicos le perdieron de vista. Poco después una gran espumareda siguió pasando por donde había desaparecido él, su tabla salió flotando a la superficie y poco después apareció Hugo.

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- Qué susto nos ha dado, dijo

Nathan con el rostro blanco por

la tensión del momento.

Poco después Hugo salía del agua con su tabla de surf bajo el brazo, sus amigos le miraban como a un valiente y las chicas como a un héroe. Cuando llegó a su altura, Nathan le dijo:

- Eres un insensato, podía haberte

sucedido algo.

Hugo miró a su amigo con cariño y le dijo:

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- Gracias por preocuparte por mí,

perdona si te lo he hecho pasar

mal, pero esa ola tenía que

cogerla, me estaba llamando.

Karen, Elma, Kyla, Yanira y Yohanna miraban a Hugo como si no fuese humano, las había dejado asombradas. Poco después las chicas se despidieron de los chicos para ir a comer a sus casas. Los chicos sin embargo habían llevado bocadillos y pasarían el día en la playa.

Al día siguiente Hugo volvió a madrugar para

ir a coger olas, pero esta vez fue a la playa de Coogee, era famosa por sus olas, era una playa abierta al mar, eso hacía que estuviese llena de surferos desde primeras horas de la mañana. Cuando llegó y puso sus pies sobre la arena sintió una especie de bienestar difícil de explicar, se quedó mirando a las olas que iban apareciendo intermitentemente a lo lejos, cualquiera que le viese allí plantado no sabría decir si era una persona o una estatua de bronce. Todo su cuerpo estaba pintado por una capa dorada

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producida por los rayos del sol. Poco después salió de su letargo para encaminarse hacia el agua salada, la que tantas veces había cubierto su cuerpo bronceado. En cuanto sintió que el agua acariciaba sus pies sintió un escalofrío, no por la temperatura del agua, sino por la lucha que iba a mantener con las olas.

Media hora más tarde estaba sentado sobre

su tabla y remando con sus manos en busca de alguna ola digna de ser cogida, pero pasó el tiempo y las pocas olas que aparecían a lo lejos llegaban sin fuerza, parecía que el mar se estaba dando un respiro para más tarde. Hugo aprovechó para salir del agua y sentarse hasta que el mar le concediese la oportunidad de cabalgar de nuevo sobre sus olas. Mientras tenía su mirada perdida en el horizonte oyó que alguien mencionaba su nombre, se giró y vio a una chica de pie junto a él.

- ¡Hola!, no se si te acuerdas de

mí. Me llamo Yanira, soy una

de las chicas que conociste ayer.

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Hugo se quedó mirándola a los ojos como si

no hubiese entendido lo que le decía, segundos después, dijo:

- ¡Perdona!, estaba pensando en

otra cosa. Sí, me acuerdo de ti.

- ¿Puedo sentarme a tu lado?, le

preguntó Yanira al verle tan

pensativo.

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- Desde luego, contestó Hugo

sonriendo.

Yanira se sentó junto a Hugo y le dijo:

- Parece que hoy no vas a tener la

suerte de ayer, se ven pocas olas.

- Han dicho en la radio que para

las doce del mediodía el mar se

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iba a encabritar y habría olas de

gran tamaño, dijo Hugo.

Pasó el tiempo y ninguno de los dos volvió a hablar, ambos se quedaron mirando al mar. Poco después Yanira fue la que rompió el silencio y le preguntó:

- ¿Qué vas a estudiar el año que

viene?

Hugo se quedó mirando a Yanira y descubrió

que era muy guapa, hasta ese momento no se había dado cuenta. Tenía una larga cabellera pelirroja, ojos verdes y una figura que podía pasar por modelo. El, sin embargo, era moreno, tenía los ojos marrones y el cuerpo se podía decir que era atlético.

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- Voy a estudiar Medicina,

contestó Hugo.

- El año que viene terminaré el

bachillerato y después estudiaré

Económicas, dijo Yanira

sonriente.

Hugo no dejó en ningún momento de mirar a los ojos a Yanira, poco después ella tuvo que apartar los ojos de él ruborizada. Hugo que se dio cuenta, dijo:

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- ¡Perdona mi atrevimiento!, es que

nunca había visto a una chica

pelirroja con ojos verdes. La

verdad es que te quedan bien.

- ¡Gracias!, dijo Yanira.

De repente empezaron a aparecer en la playa grupos de chicos y chicas con tablas de surf. Hugo y Yanira les oían hablar de un campeonato que parecía se iba a celebrar. Un hombre de unos cuarenta años se acercó a Hugo y le dijo:

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- Vamos a celebrar el XII

Campeonato de Surf de Sidney,

pero nos falta un chico para

completar una de las series de

seis. ¿Te gustaría competir?

A Hugo se le abrieron los ojos como platos. Miró a Yanira como para pedir su conformidad. No sabía que responder, entonces oyó la voz de su amiga:

- ¡Ahí tienes tu oportunidad!

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- ¡Sí!, contestó Hugo al mismo

tiempo que se ponía de pie

cogiendo su tabla de surf.

- ¡Tranquilo!, le dijo el señor.

Puedes seguir sentado con tu

amiga. Cuando llegue tu turno

de competir te avisaré.

Seguidamente se alejó con los demás chicos. Hugo miró a Yanira y le dijo:

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- ¡Gracias!, si tu no me hubieses

animado no le habría dicho que

sí.

- Espero que cojas una buena ola,

dijo Yanira.

Más tarde por la megafonía que habían puesto en la playa dio comienzo el Campeonato de Surf de Sidney.

El mar se había encabritado, las olas

empezaban a coger una buena altura. Poco después empezaron a competir los primeros surfistas. En la primera serie de seis surferos, solo uno había conseguido mantenerse encima de la ola sin caerse. En la segunda serie, dos fueron los que aguantaron sobre sus tablas hasta que sus olas se fueron

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marchitando y en la tercera serie le tocó participar a Hugo.

- ¡Ánimo!, le dijo Yanira, espero

que hagas un buen papel.

Hugo sonrió a su amiga, cogió su tabla, la puso debajo del brazo y empezó a andar hacia el agua. Cuando el agua le llegaba a las rodillas se sentó en su tabla y empezó remando con sus manos. Poco después se tumbó sobre su tabla y siguió remando con los brazos en busca de una buena ola. Tuvo que esperar un tiempo hasta que de repente la vio, allí venía, aquella era una buena ola para cabalgar sobre ella. Se preparó, el cuerpo en tensión y los ojos puestos sobre ella, no tardó mucho en estar encima de una montaña de agua, se puso de pie sobre su tabla y empezó a deslizarse hacia abajo, la velocidad que había cogido era impresionante.

Desde la playa el jurado compuesto por tres

hombres y dos mujeres no le perdían de vista a Hugo. Miraban todos los movimientos que hacía con su tabla. Yanira tampoco quería perder de vista a su amigo y le animaba desde la orilla.

Hugo seguía bajando por la ola sin perder el

equilibrio y ésta le llevaba en una carrera desbocada

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hacia la playa, poco después terminaba la prueba ante el aplauso de las muchas personas que estaban viendo la competición.

Cuando terminó la competición el jurado se

reunió para deliberar a que chicos seleccionaba para competir por Sydney. Tanto los participantes como sus acompañantes y todas las personas que habían visto la competición esperaban expectantes los resultados. Después de un tiempo, una mujer morena de unos cuarenta y cinco años se acercó al micrófono y dijo:

- Ya tenemos a los dos clasificados

que competirán por Sydney. La

chica es Anaia Braun y el chico

Hugo Smith.

Yanira al oír el nombre de su amigo se acercó a él y en un arranque de euforia le dio un beso en la mejilla. Hugo se puso rojo y sobresaltado, no se esperaba semejante agasajo. Mientras Hugo recogía

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su tabla de surf llegaron a la playa sus amigos: Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar.

- ¿Qué pasa aquí?, preguntó

Nathan al ver a tanta gente.

- Hugo, que se ha clasificado para

representar a Sydney contra otras

ciudades, contestó Yanira.

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- ¡Qué!, dijo Edu incrédulo. No

me digas que ha estado

compitiendo y no nos ha dicho

nada.

- No os he dicho nada, se oyó la

voz de Hugo, porque yo no iba a

competir.

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- No entiendo nada, dijo Omar,

que alguien me lo explique.

- ¡Vamos a ver!, dijo Yanira.

Hugo y yo estábamos sentados en

la arena hablando, de repente se

acercó un señor y le preguntó a

Hugo si quería competir porque

les faltaba uno de los

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participantes en una serie. Hugo

respondió que sí y después de

competir, ha sido el mejor. Ha

cogido una ola que le ha traído

hasta la misma playa. Pero eso

no es todo, a medida que la ola

le llevaba iba subiendo y bajando

con su tabla continuamente, en

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una palabra iba toreando a la

ola.

- Espero que a la próxima

competición que vayas nos avises

antes para ir a verte, dijo

Nathan.

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- ¡No te preocupes!, os lo diré con

antelación, dijo Hugo.

De repente apareció la cabeza de un hombre

entre el corro de amigos.

- ¿Dónde está Hugo Smith?

Todos lo miraron con curiosidad, fue Yanira

la que contestó:

- ¡Ese es!, el que está agachado.

El hombre se acercó a Hugo y tocándole la espalda por detrás, le dijo:

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- La próxima competición será el

día veinticinco en Canberra, es

domingo. Con que estés a las

ocho de la mañana será

suficiente.

Sin más el hombre desapareció de la vista de todos, levantándose Hugo dijo:

- Ya habéis oído todos. La

próxima competición será el día

veinticinco en Canberra, es

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domingo. Yo tengo que estar a

las ocho de la mañana, pero

vosotros no es necesario que estéis

tan pronto, me imagino que

empezaremos a competir sobre las

diez.

Nathan alzando la voz para que todos le oyesen, dijo:

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- Había pensado que podemos jugar

a campo quemado con las chicas,

¿qué os parece?

- Yo creo que es buena idea, replicó

rápidamente Edu. Pero aquí solo

está Yanira.

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- ¿Por qué no llamas a tus amigas

para que vengan a la playa a

jugar un partido?, le preguntó

Nathan.

Yanira se quedó mirando a Nathan sin saber

que responder, pero enseguida se decidió y cogiendo el móvil empezó a marcar el número de sus amigas. Poco después había llamado a todas.

- Dentro de media hora estarán

aquí, dijo Yanira a Nathan.

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Mientras tanto los chicos aprovecharon para darse un chapuzón en el mar, seguían en el agua cuando aparecieron: Karen, Elma, Kyla y Yohanna.

- ¿Qué tal chicas?, las preguntó

Yanira que estaba junto a

Hugo.

- Supongo que ese partido que has

mencionado estará en pie, dijo

Elma.

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- Por supuesto, contestó Brian que

acababa de salir del agua.

Poco después se le unieron Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar. Las chicas se empezaron a quitar la ropa apareciendo segundos más tarde en bañador.

- ¡Estamos listas!, dijo Elma.

- Dejadnos descansar un poco, dijo

Nathan. Llevamos un buen rato

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en el agua y parece que no, pero

nadar cansa un montón.

Más tarde habían pintado las rayas sobre la

arena de un campo quemado.

- Ya está, dijo Jeremy. Cuando

queráis podemos empezar a jugar.

No tardaron mucho en estar las chicas y los chicos en sus campos respectivos para empezar a jugar.

- ¡Que saquen las chicas!, dijo

Hugo, tenemos que ser corteses.

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- Muchas gracias, dijo Yanira.

Poco después empezó el juego, Kyla tenía la pelota en sus manos mirando a quien tirar. Hugo Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar estaban atentos para no dejarse dar. De repente Kyla lanzó la pelota, pero no le dio a ninguno. Los chicos eran muy rápidos y era difícil darles, pero la pelota fue a parar al otro campo donde estaba la que hacía de capitana. Karen cogió la pelota y tras unos segundos de amagos con la pelota la lanzó dándole a Brian. Poco después Brian lanzaba la pelota dándole a Elma. El juego siguió, tanto las chicas como los chicos se lucieron en muchas ocasiones esquivando la pelota sin que les diese. Media hora más tarde solo quedaban sin dar Hugo y Yanira, cada uno estaba en su campo. Yanira tenía la pelota, Hugo se movía de un lugar a otro de su campo para despistar a su amiga. De repente Yanira lanzó la pelota contra el cuerpo de su amigo. Hugo se echó hacia atrás para que la pelota no le diese cayendo al suelo, pero la pelota fue a parar a Karen que estaba al otro lado del campo. Hugo se levantó del suelo rápidamente para no ofrecer un blanco seguro, de repente Karen le lanzó la pelota, pero como no iba con mucha fuerza Hugo la atrapó entre sus manos. Hugo sonrió, ahora él era el que tenía la pelota, tenía la posibilidad de

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acabar el juego si conseguía dar a su amiga. Yanira se movía de un lugar a otro de su campo para no ofrecerle un blanco seguro. Hugo por su parte hacía que la tiraba una y otra vez para confundirla hasta que por fin soltó la pelota y como iba con mucha fuerza le golpeó a Yanira en un hombro.

- ¡Hemos ganado!, gritó Brian.

- Habéis tenido mucha suerte,

replicó Elma.

- ¡Chicos!, lo verdaderamente

importante es que lo hemos pasado

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estupendamente, dijo Nathan

sonriendo.

- ¡Tengo una idea!, dijo Jeremy.

Por que no vamos a comer a una

pizzería.

- Es la mejor idea que has tenido

en mucho tiempo, le dijo Edu.

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Más tarde los chicos y las chicas salían de la playa en busca de una pizzería. Poco después encontraron una, no tardaron mucho en sentarse y pedir cinco pizzas grandes. Mientras las preparaban estuvieron hablando sobre el partido que habían disputado en la playa. Cuando estaban en una animada conversación el chico empezó a servir las pizzas y los refrescos. Omar fue el primero que echó mano a un trozo de pizza para comérselo, pero...

- ¿Qué haces?, le preguntó

Nathan.

Omar estaba ya con la boca abierta preparado para dar un buen mordisco a su trozo de pizza, pero cuando miró a su amigo se dio cuenta que iba a estudiar para sacerdote y estando él había que bendecir antes de comer.

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- ¡Bendícenos Señor y bendice estos

alimentos que por tu bondad

vamos a tomar.....

- ¡Amén!, respondieron todos.

- ¿Ya puedo comer? preguntó

Omar.

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- ¡Ahora sí!, contestó Nathan.

En segundos empezaron a aparecer manos sobre las pizzas desapareciendo sobre la marcha dos pizzas enteras y varios pedazos de otra.

- ¡Está riquísima!, dijo Elma,

comería todos los días pizza.

- ¡Y quién no!, dijo Edu, es la

comida más rica que se ha

inventado.

Nadie más dijo nada, todos comían y bebían mirándose unos a otros con cara de satisfacción. Los

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primeros en acabar sus raciones fueron: Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Omar, Karen, Yohanna y Kyla. Poco después fueron terminando: Maxwell, Nathan, Elma y Yanira.

- Podemos atacar las otras dos

pizzas y lo que queda de la otra,

dijo Nathan.

No lo tuvo que repetir dos veces, doce manos volaron hasta las pizzas cogiendo un buen pedazo cada uno. Omar fue el primero en acabar su trozo, le siguió Brian, Edu, Jeremy, Hugo, Karen, Elma, Kyla. Nathan, Maxwell, Yanira y Yohanna iban poco a poco, parecía que no iban a poder con sus trozos.

- Si queréis os puedo ayudar dijo

Omar mirando a los que aún no

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habían terminado su trozo y

parecía que les iba a costar

acabarlo.

De repente Yohanna dijo:

- ¡Toma mi trozo!, no puedo más,

estoy llenísima, no sé como podéis

comer tanto.

Omar se acercó a Yohanna y ésta le dio el trozo que le sobraba.

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- ¡Gracias!, dijo Omar con una

sonrisa de oreja a oreja.

Omar de tres mordiscos se comió el trozo de Yohanna, ésta al verle se quedó anonadada.

- Ahora viene lo mejor, dijo

Jeremy. ¡La hora de pagar! He

pensado una cosa, haber que os

parece.

Los chicos y chicas se quedaron mirando a Jeremy, para ver que les iba a decir.

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- Porque no nos jugamos a los

chinos quienes pagan y quienes se

libran.

Karen miró a Elma y ésta a Kyla. Lo mismo hicieron Hugo que miró a Brian y éste a Nathan.

- Creo que has tenido una buena

idea, dijo Nathan. ¿Qué os

parece a los demás?

Ninguno puso ninguna objeción, todos querían jugar.

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- ¡Está bien!, dijo Nathan. Me

imagino que todos sabéis jugar.

Todos dijeron que sí.

- Pues bien, dijo Nathan, vamos a

jugar de la siguiente manera, de

las servilletas que tenemos aquí

todos tenemos que cortar tres

papelitos. Cuando diga yo todos

sacarán la mano cerrada con los

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papelitos que queráis, el que

acierte cuantos papelitos hay en

total se libra. Somos doce, se

libran tres, los demás pagarán

las pizzas a partes iguales.

¿Estáis de acuerdo?

- ¡Sí!, contestaron todos.

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- Pues el juego comienza ya.

Nathan fue el primero en sacar su mano con

el puño cerrado al centro donde estaban todos.

- ¡Ya!, dijo Nathan.

Todos sacaron sus manos con los puños cerrados al frente.

- ¡Empieza tú!, le dijo Nathan a

Karen.

- ¡Treinta! Contestó Karen.

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Seguidamente fueron diciendo los demás: 26, dijo Elma, 12 dijo Kyla, 5 dijo Hugo, 20 dijo Brian, 22 dijo Jeremy....... Cuando terminaron todos de decir, abrieron las manos al frente para que todos viesen los papelitos que tenían y Hugo fue contando.

- Tres más dos cinco, más una seis,

más dos ocho, más tres once, más

uno doce, más tres quince, más

tres dieciocho, más dos veinte,

más tres veintitrés, más uno

veinticuatro y más uno

veinticinco. ¿quién había dicho

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veinticinco? Preguntó Nathan

mirando a todos.

- ¡Yo!, contestó Yanira.

- Pues te has librado de pagar,

dijo Nathan.

Hugo miró a Yanira con una sonrisa, ésta que

le vio se la devolvió.

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- ¡Sigamos!, dijo Nathan. Ahora

sales tú, le dijo a Kyla.

- ¡30!, dijo Kyla. Seguidamente

fueron diciendo los demás hasta

que llegó al último que era

Omar, que dijo: ¡25!

Seguidamente todos abrieron sus manos y fueron apareciendo los papelitos que cada uno tenía en la suya. Hugo empezó a contar:

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- Uno más tres, cuatro; más dos,

seis; más tres, nueve; más uno

diez; más dos, doce; más tres

quince.... más tres, veintiuno

dijo el último. ¿Quién había

dicho veintiuno? Preguntó Hugo.

- ¡Yo!, dijo con una sonrisa

Elma.

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- Bueno chicos, solo se libra uno

más, afinar la puntería, dijo

Nathan.

Seguidamente volvieron a decir el número que cada uno pensaba que iba a ser el ganador. Poco después Yohanna se alzaba con el triunfo. Se habían librado tres chicas de las cinco que había, ningún chico había conseguido acertar.

- Bueno chicos, dijo Nathan a los

que tenían que pagar. Tenemos

que pagar quince euros cada uno.

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Poco después pagaron las pizzas y las bebidas y salieron de la pizzería.

- ¿A dónde vamos ahora?,

preguntó Brian.

- Son las ocho, dijo Hugo, aún

tenemos varias horas antes de que

anochezca.

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- Pues vayamos al parque y nos

sentamos allí, dijo Nathan.

La tarde pasó enseguida, empezó a anochecer y poco a poco todos se fueron despidiendo. Cuando solo quedaban: Hugo, Nathan, Kyla y Yanira. Yanira se acercó a Hugo y le preguntó:

- ¿A qué hora vas a ir mañana a

coger olas?

Hugo se quedó mirándola sin saber que

contestar, pero al final, logró decir:

- ¿Quieres venir tú también?

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- ¡Sí!, contestó Yanira, me

gustaría aprender.

- Pues mañana iré a la playa de

Tamarama sobre las ocho.

- Allí nos veremos, dijo Yanira.

Poco después no quedaba nadie en el parque, todos se habían alejado caminando hacia sus casas. A la mañana siguiente Hugo cogió su tabla de surf y su bici y empezó su recorrido hacia la playa. Cuando

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llevaba recorridos varios kilómetros vio por delante de él a unos cincuenta metros otra bici, iba una chica pelirroja con una tabla de surf en una mano y el manillar en la otra, enseguida se dio cuenta que era Yanira, pedaleó un poco más rápido para alcanzarla, poco a poco le fue ganando terreno hasta que se puso detrás de ella.

- ¡Buenos días Yanira!, dijo

Hugo.

Yanira trató de mirar hacia atrás y casi se cae

de la bici.

- ¡Cuidado!, se oyó la voz de

Hugo.

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Seguidamente Hugo pedaleó un poco más rápido y se puso a la altura de su amiga.

- Un poco más y me caigo de la

bici, dijo Yanira sonriendo

después del susto.

- Conducir una bici y llevar al

mismo tiempo una tabla de surf

no es nada fácil, dijo Hugo.

Poco después llegaron a las inmediaciones de la playa, desde arriba del monte se veía el mar encabritado con pequeñas olas.

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- Hoy vamos a tener suerte, dijo

Hugo. Las olas no son muy

grandes, son olas para aprender.

Después de amarrar las bicis con cadenas a una farola empezaron a bajar la pendiente del monte hacia la playa de Tamarama. Hugo miró su reloj y vio que eran las ocho y media de la mañana.

- Tenemos bastante tiempo antes de

que empiecen a llegar los

domingueros, dijo Hugo, eso nos

va a facilitar para que te

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explique un poco como hay que

coger las olas.

Poco después estaban pisando la arena de la

playa.

- Cada vez que piso la arena de la

playa mirando al mar me siento

otro, dijo Hugo mirando a su

amiga con una sonrisa.

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- A mi me pasa igual, dijo

Yanira, de la playa me encanta

todo.

Poco después ambos estaban metidos con sus tablas de surf en el agua hasta la cintura. Hugo le fue explicando con paciencia como se cogía la tabla y como ponerse encima de ella cuando se cogía la ola, como estar sentado en la tabla esperando a la ola o como ir tumbado en la tabla remando con ambos brazos en busca de la ola. Una hora más tarde Yanira empezó a luchar con sus primeras olas en compañía de su amigo. Hugo iba viendo como su amiga empezaba a hacer sus primeros intentos de ponerse de pie encima de su tabla en el momento que se acercaba la ola, de cada diez olas que intentaba coger Yanira se caía nueve. Hugo se lo estaba pasando en grande viendo a su amiga luchar con tesón por intentar coger una ola en condiciones, gracias a Dios que las olas eran continuas, pero de escaso relieve. Dos horas más tarde Hugo y Yanira estaban sentados en sus tablas de surf mirando al horizonte.

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- Qué bien lo estoy pasando, dijo

Yanira sin dejar de mirar al

horizonte.

- Yo también, dijo Hugo mirando

a su amiga.

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- ¡Chicos!, ¡chicos!, se oyeron

unos gritos que provenían de la

playa.

Ambos se giraron para ver quien les llamaba y vieron a Karen, Elma, Kyla, Yohanna, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar, no tardaron mucho en meterse todos con sus tablas en busca de sus amigos.

- Se nos ha acabado la

tranquilidad, dijo Hugo.

Yanira miró a su amigo, pero no dijo nada, sin embargo en su cara se reflejaba que ella opinaba lo mismo.

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- Ya estamos aquí, dijo Nathan

llegando el primero a donde

estaban ellos.

Yanira y Hugo saludaron a su amigo, seguidamente empezaron a llegar los demás.

- No son muy grandes las olas,

dijo Omar, pero nos podemos

divertir.

Poco después toda la cuadrilla empezó a coger las olas que se les echaban encima, no todos conseguían ponerse en pie y deslizarse con su tabla sobre la ola, de momento solo lo habían conseguido: Hugo, Jeremy y Yohanna. Los demás lo intentaban con más o menos acierto. Edu consiguió ponerse en pie sobre su tabla cuando la ola se le echó encima,

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pero aguantó poco, enseguida la ola lo tiró y lo arrastró, poco después salía a flote nadando.

- Muchas olas no cogeré, dijo

Edu, pero me lo estoy pasando

estupendamente.

Más tarde las olas fueron creciendo, muchos de los surfistas que había en el agua empezaron a salir, entre ellos estaban: Karen, Elma, Kyla, Yohanna, Brian, Edu, Maxwell y Omar, solo se quedaron cogiendo olas: Hugo, Nathan, Yanira y Jeremy. A medida que pasaba el tiempo las olas eran cada vez más grandes, Nathan, Yanira y Jeremy no hacían más que salir de debajo del agua arrastrados por alguna de las olas que se les había caído encima. El único que sabía coger las olas era Hugo, que cabalgaba una y otra vez encima de alguna. Poco después Nathan, Jeremy y Yanira salían fuera del agua arrastrados por las olas que no les dejaban maniobrar.

Desde la orilla todos miraban como Hugo y

tres o cuatro chicos más sabían imponer su ley a aquellas olas que empezaban a dar miedo incluso a

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los que estaban viéndolas desde la playa. Hugo cada día que pasaba dominaba mejor la técnica, había perdido el miedo y eso le hacía ser temerario. De repente una gran ola cayó por encima de Hugo mientras iba surfeando sobre su tabla desapareció a la vista de sus amigos y de todos los que les estaban viendo desde la playa. Yanira se alarmó y con ella también sus amigos al no verle aparecer sobre el agua. Minutos después Nathan corría hacia los socorristas para pedirles ayuda. Los socorristas salieron con una lancha a motor en busca del chico, pero las olas eran tan grandes que la lancha subía y bajaba continuamente por el vaivén de las olas. Media hora más tarde la lancha regresaba a tierra. Yanira y Nathan fueron los primeros que corrieron hacia los socorristas para informarse de lo que le había ocurrido a su amigo.

- No lo hemos encontrado, dijo

uno de los socorristas, no hay ni

rastro de él.

Yanira empezó a llorar y Nathan la agarró de los hombros para consolarla. Seguidamente aparecieron los demás, pero al ver a su amiga

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llorando no preguntaron nada. Poco después el helicóptero de la policía marítima salía en busca del cuerpo, pero lo único que vieron desde el aire fue su tabla de surf sobre el agua que iba de un lugar a otro al son de las olas. Se empezó a hacer de noche y tanto el helicóptero como la lancha de socorrismo se retiraron hasta el día siguiente.

- ¿Quién le dará la noticia a sus

padres?, preguntó Brian.

- ¡Yo!, dijo Nathan con firmeza,

pero asustado de dar una noticia

tan ingrata.

Más tarde Nathan con un policía de paisano subía a la vivienda de su amigo. Cuando la madre de Hugo abrió la puerta y vio al amigo de su hijo con el

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semblante serio y un hombre a su lado con cara muy blanca, se puso pálida y preguntó alarmada:

- ¿Qué le ha sucedido a mi hijo?

Nathan fue el que contestó:

- Estaba cogiendo olas con su

tabla y una ola se lo ha llevado.

En ese momento salió el padre de Hugo alarmado por los gritos de su mujer y al ver a Nathan y a aquel hombre con la cara seria enseguida se dio cuenta que a su hijo le había sucedido algo malo. Poco después Jonatan estaba consolando a su mujer sentada en el salón de la casa.

- Se ha hecho de noche, dijo el

policía, pero mañana en cuanto

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amanezca volveremos a buscarle

con el helicóptero y la lancha.

Nathan seguía allí de pie sin decir nada, estaba por si necesitaban algo.

****************

Mientras Hugo iba cabalgando sobre la ola, otra de gran tamaño por detrás de él le cayó

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encima. El chico perdió el conocimiento. Cuando abrió los ojos y la consciencia volvió a él, estaba tumbado sobre algo duro.

- ¿Qué ha pasado?, se dijo Hugo

agarrándose la cabeza que le

dolía enormemente.

Se levantó del suelo y vio que estaba en una cueva. El agua entraba por la entrada con mucha fuerza. Hugo se metió hacia adentro para que el agua no le golpease contra la pared que estaba llena de piedras que parecían cuchillos, estaba muy oscuro, no veía nada, iba con las manos por delante para no golpearse contra las paredes. De repente en medio de las tinieblas apareció una lucecita diminuta a lo lejos. Hugo se sobresaltó, que podría ser aquello que resplandecía como la luz de una vela, durante un rato fue andando hacia la luz, pero parecía que por mucho que fuese hacia ella estaba a la misma distancia que al principio. Había avanzado durante un tiempo hacia la luz, pero la luz parecía que se alejaba de él. De repente la luz se fue haciendo cada vez más y más grande, era como si se rompiese una pared poco a poco y por el agujero

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entrase un rayo de luz. El chico se quedó quieto en su sitio admirando aquella cosa extraordinaria. Seguidamente empezó a avanzar de nuevo y la luz se fue haciendo cada vez más extensa llenándose la cueva de ella. De repente apareció ante sus ojos una estatua de una mujer bellísima sosteniendo en sus brazos a un niño guapísimo. Hugo se acercó a ella y enseguida se dio cuenta que era la Virgen del Rosario, vestía un traje blanco con un manto azul y el Niño vestía una túnica blanca, ambos tenían encima de sus cabezas una corona de oro. La Virgen tenía en su mano derecha un rosario, sorprendentemente apareció en el suelo a los pies de la Santísima Virgen María un cartel que decía:

El Rosario,

arma poderosa. La

persona que lo rece

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con devoción puede

conseguir grandes

cosas. Hugo se puso de rodillas delante de la imagen

de la Virgen con el Niño y de sus ojos empezaron a caer las lágrimas.

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- Ahora sé que gracias a Ti, dijo

Hugo en voz alta, me he salvado

de morir ahogado.

Poco después Hugo se dio cuenta que una luz entraba por detrás de él, se giró y vio que había amanecido, se levantó y besó el manto de la Virgen y los pies del Niño. Seguidamente empezó a andar hacia la salida de la cueva, poco después estaba viendo el mar, el agua había retrocedido. Miró hacia fuera y vio un helicóptero volando por encima del agua y varias lanchas de la policía yendo de un lugar a otro.

- Seguro que me están buscando a

mí, se dijo Hugo.

Seguidamente salió de la cueva y se lanzó al mar, empezó a nadar hacia las lanchas, pero las olas

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eran grandes y había bastante corriente en aquella parte por lo que le costaba avanzar.

- ¡Allí hay alguien!, dijo un

policía de salvamento.

Una de las lanchas se dirigió hacia Hugo, poco después estaba a salvo dentro de la embarcación.

- ¿Qué haces tú por aquí?, le

preguntó uno de los policías a

Hugo. No has visto en la playa

carteles diciendo que está

prohibido el baño. Ayer se ahogó

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un chico de tu edad y lo estamos

buscando.

- Yo soy ese chico, contestó Hugo

con lágrimas en los ojos.

Por la cabeza de Hugo pasaron muchas cosas en poco tiempo, se dio cuenta que a sus padres les habrían dado la noticia de su muerte y lo estarían pasando muy mal.

- ¿Qué has dicho?, le preguntó el

policía gritando. Ayer a la

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tarde se ahogó un chico y tú nos

estás tomando el pelo.

- Le he dicho que soy yo, dijo

Hugo con lágrimas en los ojos.

Los tres policías que había en la lancha de salvamento se miraron sin saber que hacer, creerle o llevarle a la comisaría para encerrarle por mentiroso.

El helicóptero y la otra lancha seguían

buscando el cuerpo del chico que pensaban se había ahogado el día anterior. La lancha que había recogido a Hugo se fue hacia la orilla para desembarcar al chico y llevarle a comisaría. Había mucha gente viendo como la policía de socorrismo seguía buscando el cuerpo del chico. En el momento que Hugo tocó la arena de la playa con uno de los

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policías que le llevaba cogido del brazo, se oyó una voz:

- ¡Si es Hugo!

De repente salieron de entre el montón de gente que había en la playa: Yanira, Nathan, Karen, Elma, Kyla, Yohanna, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar.

- ¿Quién habéis dicho que es?,

preguntó el policía que llevaba

cogido del brazo a Hugo.

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- ¡Es Hugo!, el chico que

pensábamos que se había ahogado

ayer, contestó Yohanna.

- ¿Qué?, respondió el policía sin

poder creérselo. Este es el chico

que andábamos buscando.

- ¡Sí!, contestó Nathan.

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- Pero como es posible que esté vivo

si han pasado más de veinte

horas, dijo el policía. ¡Estáis

seguros!

- ¡Sí!, contestaron: Karen, Elma,

Kyla, Brian, Edu, Omar.

El policía cogió su radio y llamó a las dos embarcaciones y al helicóptero.

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- ¡Terminada búsqueda!,

¡terminada búsqueda! El chico

que estábamos buscando ha

aparecido sano y salvo, es el

mismo que hemos recogido hace

media hora del agua.

De repente el helicóptero dio media vuelta y desapareció por encima de unas casas. La lancha se dirigió hacia la playa. Poco después desembarcaron los cinco policías.

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- ¡Qué broma es esta!, dijo el

sargento de la policía acercándose

al policía que le había llamado,

a los amigos y a la gente

congregada junto a Hugo.

Poco después cuando se hubo aclarado todo Hugo marchaba con sus amigos hacia su casa. Por el camino iba pensando en la forma de no asustar a sus padres con la noticia de su aparición.

- Si quieres puedo subir contigo, le

dijo Nathan. Fui yo el que tuvo

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que dar la cara con la mala

noticia de tu muerte. Me

gustaría ver la gran alegría que

se van a llevar ahora.

Hugo miró a su amigo, pero no dijo nada, siguieron caminando junto a los demás. Cuando llegaron a pocos metros de su portal, le dijo a Nathan:

- Lo he pensado mucho y he

llegado a la conclusión que tienes

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que subir conmigo a mi casa para

hacer más fácil el reencuentro.

- Lo que tú digas, dijo Nathan

contento.

No subieron en ascensor, empezaron a subir las escaleras, Hugo estaba nervioso. Cuando llegaron al descansillo de su casa, Hugo le dijo a su amigo:

- Creo que la mejor forma es que

tú le digas a mis padres que estoy

vivo. Cuando lo hayan asimilado

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me llamas y entro, mientras

estaré aquí afuera esperando.

Nathan miró a su amigo con cariño y le dijo:

- De acuerdo, yo arreglaré las

cosas.

Nathan llamó al timbre mientras Hugo se escondía en un recodo de la escalera. Se oyeron pasos al otro lado de la puerta y seguidamente se abrió. Apareció el padre de Hugo, se le quedó mirando con los ojos como idos por el dolor. Nathan en ese momento se quedó mudo, no le salían las palabras.

- ¡Hola Nathan!, dijo Jonatan,

aún no te he dado las gracias por

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haber venido aquí el otro día a

darnos la noticia de la muerte de

mi hijo.

Hugo desde fuera lo oyó todo e intentó tragar saliva, pero se le atragantó.

- Pues ahora vengo a daros otra

noticia, dijo Nathan con una

sonrisa.

Jonatan miró a la cara al amigo de su hijo y vio en ella una gran sonrisa.

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- Veo por tu cara que han

encontrado el cuerpo de mi hijo,

dijo Jonatan.

- Mucho mejor, dijo Nathan que

no se atrevía a decirle que estaba

vivo.

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- ¡Mucho mejor!, dijo Jonatan.

¡Pasa adentro!, no te quedes ahí

en la puerta.

Nathan pasó al hall de la casa mientras Jonatan cerraba la puerta, seguidamente le siguió hasta el salón donde estaba Nati, la madre de su amigo.

- Buenas tardes, dijo Nathan sin

saber lo que decía porque aún no

habían dado las doce del

mediodía.

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Nati levantó la cabeza, miró durante unos segundos a Nathan y seguido la bajó. A Nathan le dio muchísima pena ver de esa manera a la madre de su mejor amigo. Nathan se acercó al padre de su amigo y le dijo en un susurro:

- Me gustaría hablar a solas con

usted.

Jonatan le miró de arriba abajo y le dijo:

- ¡Sígueme!

Nathan siguió a Jonatan por un pasillo largo y estrecho, poco después llegaban a una habitación pequeña donde había una cama y dos sillas.

- ¡Siéntate!, le dijo Jonatan al

chico mientras cerraba la puerta.

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Nathan se sentó en una de las sillas y seguido lo hizo Jonatan.

- Tú dirás, dijo Jonatan mirando

a los ojos al chico.

- Es muy difícil lo que le tengo

que decir, empezó diciendo

Nathan.

Jonatan seguía mirando al chico esperando lo

que le tenía que contar. De repente Nathan dijo:

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- ¡Hugo no está muerto!

Nathan se quedó mirando a la cara del padre de su amigo intentando ver alguna reacción, pero pasaban los segundos y seguía igual que antes “seria y blanca”. Después de unos minutos largos pareció que había salido de su letargo y preguntó:

- ¿Qué has dicho?

- Que Hugo no está muerto.

Nathan le seguía mirando a la cara y ahora si

vio en ella una pequeña reacción, fue cogiendo un tinte rosado y sus ojos parecía que habían despertado de una pesadilla.

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- ¡Vuélveme a repetir lo que acabas

de decir!, dijo Jonatan.

- ¡Que Hugo está vivo!, dijo con

una sonrisa.

- No puede ser, dijo Jonatan.

¿Seguro que está vivo?, preguntó

tartamudeando.

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- ¡Sí!, dijo Nathan. Por eso

quería hablar primero con usted.

- ¡Has hecho bien!, dijo Jonatan.

Mi mujer no está nada bien

desde que supimos que nuestro hijo

había muerto. Y ¿dónde está?,

preguntó Jonatan.

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- Está en el descansillo de la

escalera esperando a que yo le

contase que está vivo.

- Salgamos fuera, dijo Jonatan

con una sonrisa nerviosa, quiero

verle.

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- Será mejor que su mujer no se

entere por el momento, dijo

Nathan, antes hay que

prepararla.

- Tienes razón, dijo Jonatan.

Primero quiero hablar con mi

hijo y luego ya pensaré como se lo

diré a mi mujer.

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Jonatan se levantó de su silla seguido de Nathan y se metieron en el pasillo, poco después llegaron al hall donde estaba la puerta de la calle. Jonatan nervioso la abrió y salió fuera, en ese momento vio a su hijo, ambos se quedaron mirando a los ojos durante unos breves segundos, seguido se dirigieron uno hacia el otro y se fundieron en un abrazo, a los dos les caían las lágrimas. Nathan también se pasó la mano por sus ojos, aquel momento fue increíble.

- ¿Cómo se lo diremos a mamá?,

le preguntó Hugo a su padre.

- Será mejor que hoy vayas a

dormir a casa de tu abuela, le

dijo Jonatan a su hijo. Si tu

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madre te ve en este momento le

puede dar algo, primero hay que

prepararla. No vengas hasta que

yo te llame.

- Puede venir a mi casa dijo

Nathan, en mi casa hay sitio de

sobra.

Poco después Nathan y Hugo se habían ido de allí dejando a Jonatan solo en el descansillo de la escalera. Jonatan entró en su casa pensando la manera de decírselo a su mujer sin que sufriera un

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trastorno peor que el que tenía. Cuando hizo su entrada en el salón donde estaba su mujer, le dijo:

- Sabes lo que me ha dicho el

amigo de tu hijo.

Nati ni siquiera levantó la cabeza para mirar a su marido. Jonatan se dio cuenta que su mujer estaba peor de lo que creía, había sufrido mucho con la noticia de la muerte de su hijo, decidió no insistir y esperar al día siguiente. Una noche entera durmiendo le sentaría bien a la cabeza, estaría más despejada.

Al día siguiente al levantarse Jonatan vio que

su mujer no estaba en la cama, fue a la cocina y allí estaba ella preparando el desayuno, aquello era buena señal, pensó.

- ¡Buenos días!, dijo Jonatan.

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- ¡Buenos días!, contestó su mujer.

- ¡Sabes que me dijo ayer el amigo

de tu hijo! Dijo Jonatan

esperando alguna reacción por

parte de su mujer.

Nati no dijo nada, permaneció callada. Jonatan insistió:

- Me dijo que la policía cree que

ayer no se ahogó ningún chico,

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que una embarcación le recogió en

el último momento.

Jonatan miró a su mujer intentando ver su reacción. Pasados unos minutos Nati se giró hacia su marido, pues estaba de espaldas a él y le preguntó:

- ¿Estás seguro?

- ¡Totalmente!, dijo Jonatan.

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- Osea, ¡que puede estar vivo!,

alzó la voz Nati.

- Es casi seguro, dijo Jonatan.

En ese momento Nati empezó a llorar,

Jonatan se levantó de su asiento y abrazó a su mujer. Jonatan sintió que el cuerpo de su mujer despertaba de su letargo.

- Gracias a Dios, dijo en voz

alta Jonatan con lágrimas en los

ojos.

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Más tarde Jonatan cogió el teléfono y llamó a

su hijo.

- ¡Puedes venir cuando quieras!

Seguidamente colgó el teléfono.

- Ponte guapa, le dijo Jonatan a

su mujer. Tú hijo no tardará en

venir, vamos a celebrarlo

comiendo en un buen restaurante.

Más tarde sonó el timbre de la puerta. Nati estaba nerviosa junto a su marido, ambos se dirigieron a la puerta. Nati abrió y allí estaba Hugo. Los tres se abrazaron derramando muchas lágrimas. Poco después Hugo les contó lo que le había pasado desde que cayó al agua dándole por desaparecido.

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- ¡No puede ser!, dijo Jonatan.

En aquellas piedras no hay

ninguna cueva, solo grandes

bloques de piedra.

- Pues yo estuve en una cueva, dijo

Hugo. Allí había una imagen

de la Virgen del Rosario con el

Niño en brazos.

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Al día siguiente Hugo les contó a sus amigos lo mismo que les había contado a sus padres.

- ¿Por qué no vamos a mirar entre

las piedras si encontramos algo?

Preguntó Omar a sus amigos.

- ¡Sí!, contestó Nathan, vayamos

a investigar.

Más tarde Karen, Elma, Kyla, Yanira, Yohanna, Hugo, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan y Omar de dirigieron a la playa donde estaban los bloques de piedra adentrándose en el mar abierto. Cuando llegaron todos se desperdigaron para mirar atentamente cada centímetro de piedra intentando ver algún agujero entre las grandes piedras, algo que les llamase la

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atención. Habían tenido suerte que la marea estaba baja y podían acceder sin peligro. Una hora más tarde ninguno de ellos había visto nada y la marea empezaba a subir poco a poco.

- ¡Chicos! ¿Habéis visto algo?,

gritó Nathan a sus amigos desde

el lugar donde se encontraba.

- ¡No!, fueron contestando uno

tras otro.

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- Será mejor que salgamos de aquí,

gritó Hugo. La marea empieza a

subir y esto se está poniendo cada

vez más peligroso.

Poco después todos habían conseguido salir de entre los bloques de piedra, estaban tocando con sus pies en la arena de la playa. De repente Nathan, dijo:

- Yo te creo, Hugo.

Hugo miró a su amigo con cariño agradeciéndole su apoyo. Seguidamente se dejó oír la voz de Edu.

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- Mañana tienes el Campeonato

de Surf.

- ¡Es verdad!, dijo Hugo, me

había olvidado completamente.

Espero que vengáis todos a

animarme.

- No lo dudes, dijo Nathan.

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Ese día lo pasaron entre la playa y el parque. Cuando se hizo de noche Hugo se despidió de sus amigos, tenía que dormir bien para estar descansado el día de la competición. Al llegar a casa habló con sus padres de la competición de surf. A su madre no le hacía mucha gracia que compitiese después de lo que le había pasado, pero Jonatan poco a poco fue convenciendo a su mujer que no podían encerrar a su hijo en una caja para protegerle. Lo único que podían hacer era convencerle para que tomase las medidas oportunas para no tener otro accidente igual.

Al día siguiente nada más levantarse Hugo su

padre le había preparado el desayuno.

- ¿Qué haces aquí despierto?, le

preguntó Hugo a su padre.

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- Canberra está lejos de aquí,

respondió Jonatan, te llevaré en

coche.

- No es necesario, dijo Hugo,

puedo coger el metro y después el

autobús.

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- No me cuesta nada llevarte

hasta allí, dijo Jonatan, aunque

la tabla de surf no pesa mucho es

un incordio llevarla durante

mucho tiempo.

Más tarde, después de que los dos habían desayunado cogieron el coche y se desplazaron hasta la playa que había en Canberra. Cuando llegaron allí ya había un montón de gente con tablas de surf de un lugar para otro, y otros, los más avispados cogiendo los mejores lugares para ver la competición.

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- Gracias por haberme traído, dijo

Hugo.

Poco después Jonatan dejaba a su hijo en la playa y él regresaba a su casa para estar con su mujer. Nada más meterse Hugo en la playa sintió la caricia de la arena en sus pies, un escalofrío le corrió al chico por la espalda, miró al mar y vio que había muchas olas, pero ninguna de gran tamaño, todas eran normales, eso le ayudaría a demostrar a los jueces su habilidad con la tabla de surf. Algunos chicos y chicas ya se habían metido al agua y estaban calentando, de repente oyó:

- ¡Hugo!

El chico se giró y vio a Yanira que venía corriendo hacia él.

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- ¿Qué haces aquí tan pronto?, le

preguntó Hugo

- Quería que no te sintieses solo.

- ¡Gracias!, dijo Hugo, pero

ahora tendré que meterme al agua

para calentar un poco antes de

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que me toque participar y te

quedarás sola.

De repente oyó otra voz:

- ¡No te preocupes! aquí estamos

nosotros para acompañarla.

Hugo y Yanira se giraron y vieron a Nathan,

Brian y Edu que se acercaban a ellos.

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- ¡Estáis locos!, les dijo Hugo

con una sonrisa, venir tan pronto

para nada.

- Pues ahora vienen Jeremy,

Maxwell y Omar están

comprando unos bocadillos en el

bar porque no han desayunado.

Hugo no sabía si reír o llorar. Seguidamente

se metió en el agua para calentar un poco el cuerpo.

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Poco después estaba sentado sobre su tabla de surf esperando coger alguna de las olas. Yanira, Nathan y los demás amigos, desde la playa miraban como su amigo cogía de vez en cuando alguna ola y cabalgaba encima de ella haciendo giros con su tabla. De repente, por la megafonía que habían puesto los organizadores de la Competición en la playa se oyó decir:

- Que todos los surfistas se

acerquen a la mesa de los jueces.

Los competidores que estaban en la playa se dirigieron hacia donde estaban los jueces y los que estaban en el agua salieron e hicieron lo mismo. Poco después empezó la competición. Hugo competiría en la tercera serie, en cada serie participaban seis surfistas. El mar estaba en perfectas condiciones para competir. Las olas aunque no eran muy grandes eran continuas y eso hacía que los surfistas pudiesen escoger la mejor ola para lucirse.

Media hora más tarde se oyó el nombre de

Hugo por la megafonía de la playa para que saliese a competir. Poco después estaba en el agua a caballo de su tabla mirando a las olas que se acercaban a él. De repente vio a lo lejos una ola que le llamó la

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atención, se tumbó sobre su tabla y empezó a remar con sus brazos en busca de la ola. Nathan, Yanira, Jeremy, Maxwell veían como su amigo se había preparado para coger la ola con la que tendría que luchar. Poco después Hugo se puso de pie encima de su tabla en el mismo momento que la ola le empujaba. El chico se dejó llevar por la ola al mismo tiempo que hacía girar su tabla una y otra vez sobre la ola que le iba llevando hacia la playa, sus amigos no le perdían de vista y de vez en cuando comentaban:

- ¡Bien!, ese giro ha sido perfecto,

dijo Nathan. Lo importante es

que siga aguantando sobre su

tabla y que no se caiga.

Hugo seguía subiendo y bajando por la ola con su tabla de surf que le seguía arrastrando hacia la playa a bastante velocidad. Poco después la ola le dejaba a escasos metros de la orilla.

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- Por ahora no ha habido nadie

que lo haya hecho mejor, dijo

Yanira.

- Aún quedan muchos por competir,

dijo Edu, y seguro de que entre

todos los que quedan habrá

alguno bueno.

Poco después Hugo llegaba a donde estaban sus amigos.

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- ¿Qué tal lo he hecho?, preguntó

mirándoles a las cara.

- ¡Muy bien!, dijo Nathan, de

momento yo diría que estás entre

los mejores.

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- ¡Cómo que entre los mejores!,

dijo Yanira. Ha sido el mejor

por ahora.

Hugo no siguió preguntando más, sus amigos

le querían tanto que ya le estaban poniendo en el podium de campeón sin terminar la competición. Fue pasando la mañana y siguieron compitiendo los que no lo habían hecho, sobre las dos terminó la competición.

- Ahora tendremos que esperar a

que los jueces vayan sumando los

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puntos de cada uno para ver

quiénes son los vencedores.

Media hora más tarde se oyó desde la megafonía donde estaban los jueces la voz de uno de ellos:

- ¡Ya está!, tenemos a los

vencedores de este campeonato.

En tercer lugar está Braian.

El público empezó a aplaudir al tal Braian. Seguidamente se oyó:

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- En segundo lugar ha quedado

Néstor.

Otra vez se escucharon los aplausos del público y algunos gritos de los amigos de Néstor. Hugo estaba nervioso, no las tenía todas consigo, había habido unos cuantos surfistas que lo habían hecho muy bien.

- Y en primer lugar, ¡Hugo!

Hugo cerró los ojos, no se lo podía creer. Nathan, Yanira, Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar se echaron encima de él abrazándole.

- ¡Tienes que salir a recoger la

copa!, dijo Jeremy.

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- ¡Es verdad!, dijo Hugo, me

había olvidado.

Después de recibir la felicitación de sus amigos, se dirigió a donde estaban los jueces. Le costó un poco llegar hasta allí, la gente tapaba completamente el acceso. Cuando por fin consiguió llegar, el juez principal le dio el trofeo de vencedor del Campeonato. Los aplausos se oyeron en toda la playa y seguido los gritos de sus amigos lanzando vítores hacia su persona. Poco después tuvo que salir de allí y tampoco le fue nada fácil, la gente estaba tan apretada que les costaba abrirse para dejarle pasar, pero por fin después de forcejear con unos y otros, lo consiguió.

- Menudo trofeo, dijo Edu.

¡Déjame verlo!

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237

Hugo se lo pasó y Edu lo cogió entre sus manos para mirarlo detenidamente. Era una ola y encima de ella un chico sobre su tabla de surf.

- Desde luego que es bonito, dijo

Jeremy.

Pues ya sabéis lo que tenéis que hacer para ganar uno, dijo Nathan. A partir de mañana a entrenar con Hugo.

Aún quedaba un mes entero para seguir

disfrutando de las vacaciones. Hugo seguía entrenando todas las mañanas, no siempre iba a la misma playa, sino que le gustaba cambiar para ver a otros surfistas como él coger olas, de todos se aprende le oyó decir un día a un gran surfista en la televisión. Por eso Hugo muchas veces se sentaba sobre su tabla de surf y observaba a los demás como cogían las olas, después de observarles durante un buen rato trataba de hacer algunas de las cosas que había visto hacer a los demás y que él no había hecho nunca.

Un día que amaneció lloviendo

torrencialmente Hugo cogió su tabla y se dispuso a salir de casa cuando oyó la voz de su madre:

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- ¿A dónde vas con este tiempo?

- ¡A entrenar!, dijo Hugo sin

inmutarse.

- ¡Pero no has visto el día que

hace!, está lloviendo mucho, dijo

su madre.

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239

- Los surfistas no tenemos en

cuenta el día que hace, solo nos

interesan las olas, dijo Hugo.

Si hay olas es un buen día. Si no

hay olas, no es buen día. Que

haga mucho calor, frío o lluvia

no nos influye para nada.

La madre de Hugo no supo que responder a lo que le había contestado su hijo. Mientras tanto Hugo salía de casa con su tabla debajo del brazo en busca de la bici. Poco después iba pedaleando bajo la lluvia. Cuando llegó a la playa vio desde arriba a una docena de surfistas cogiendo olas, no tardó en bajar a la playa y caminar hacia el agua. Las olas

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empezaban a ser un poco grandes. La cara de Hugo se alegró, poco después estaba tumbado sobre su tabla remando con sus manos en busca de las olas. Seguidamente se sentó sobre su tabla viendo a los demás chicos intentar ponerse de pie sobre sus tablas para deslizarse sobre las olas. No había dejado de llover en ningún momento, tan pronto llovía copiosamente como caía chirimiri. De repente una ola se estaba formando a lo lejos, parecía que cuando llegase hasta donde estaba él podría ser una de las grandes. Hugo no la perdió de vista en ningún momento, todo su cuerpo estaba en tensión a pesar de la lluvia que le estaba cayendo encima. El chico se preparó, aquella hola era para él, le estaba llamando. Poco después se puso encima de su tabla cuando la ola le arrastró, a partir de ese momento se sintió libre, todo su cuerpo se deslizaba encima de la gran ola que le llevaba con una fuerza impresionante. Hugo dejó simplemente que su tabla bajase por la ola mientras su cuerpo se sentía libre. De repente oyó unos gritos:

- ¡Tiburón!, ¡tiburón!

Hugo miró a su alrededor, efectivamente vio una aleta que sobresalía del agua, le iba siguiendo. Trató de no perder la calma, mientras estuviese encima de su tabla no había ningún peligro. Siguió bajando por la ola tratando de no perder el equilibrio, para eso se tenía que dejarse llevar por la

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ola. Miró hacia atrás y allí seguía el tiburón a dos metros escasos de su tabla. La ola seguía arrastrando a Hugo hacia la playa y el tiburón detrás. Poco después la ola fue perdiendo su fuerza y el chico empezó a notar que su tabla ya no iba a la velocidad del principio, en poco tiempo estaría a merced del tiburón. De repente apareció una lancha de socorrismo metiendo un ruido ensordecedor con sus sirenas. El tiburón se asustó y se lanzó hacia alta mar. Hugo en ese momento caía sobre su tabla resoplando.

- ¡De buena te has librado! Oyó

la voz de uno de los chicos que se

había acercado a él cuando vio

que el peligro había pasado.

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- ¡Sí!, nunca me había pasado

nada igual, dijo Hugo aún con

el temblor en el cuerpo.

- Es raro que los tiburones se

acerquen tanto a la playa, dijo

otro, que se acercó para ver como

estaba Hugo. Pero de vez en

cuando aparecen sin avisar.

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Cuando Hugo llegó a su casa no les contó a

sus padres lo que le había ocurrido, no quería alarmarles, ya lo habían pasado mal cuando les dieron la noticia de su muerte por ahogamiento. Sin embargo cuando estuvo con sus amigos si les contó la experiencia aterradora que había pasado viendo a un tiburón cerca de su tabla. Los amigos no se podían creer que un tiburón se metiese en la playa. Sin embargo ese mismo día en las noticias locales dieron la noticia de que un tiburón blanco se había metido en la playa asustando a unos surfistas que estaban cogiendo olas. Por la noche Hugo recibió una llamada de la Federación de Surf de Sydney.

- ¡Dígame! Preguntó Hugo.

- Dentro de quince días competimos

en Byron Bay, entrenate duro,

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pues los vencedores irán a

competir a Tasmania.

Al día siguiente Hugo se lo comentó a sus amigos. En quince días competiría en Byron Bay. Todos le apoyaron y dijeron que irían a verle competir. Hugo siguió entrenando cada día para llegar en perfectas condiciones a la competición. Los días pasaron volando y se plantaron en el día señalado. Esta vez Hugo no fue solo, todos sus amigos le acompañaron desde primera hora de la mañana.

- ¿Qué tal te encuentras?, le

preguntó Nathan.

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- Creo que bien, respondió Hugo.

He entrenado duro y espero que se

vean los resultados.

- ¿Has desayunado bien?, le

preguntó Yanira.

- ¡Sí!. Mi madre en cuanto le

digo que tengo una competición se

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levanta una hora antes y me hace

comer como si tuviese que

atravesar el océano a nado.

- Que madre más maja, dijo

Elma. Eso quiere decir que te

quiere mucho.

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- ¿Qué has desayunado?, le

preguntó Edu.

- Me da vergüenza decirlo, dijo

Hugo.

- Porque te va a dar vergüenza,

dijo Brian, somos tus amigos.

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- Me ha hecho comer un par de

huevos fritos con beicon.

- ¡Sólo eso!, dijo Omar.

- ¡No!, dijo Hugo. Un tazón de

leche con magdalenas, veinte

galletas untadas con

mantequilla, un plátano, un

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zumo de naranja, unas tostadas

con mermelada y unas rebanadas

de pan untadas con miel.

- ¡Increíble!, dijo Nathan. No

sabía que podías comer tanto.

- Ni yo tampoco, dijo Hugo, ni

yo tampoco.

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- No te preocupes, dijo Jeremy.

Antes de que empiece la

competición seguro que te habrá

bajado parte de lo que has

comido.

- Eso espero, dijo Hugo, sino no

necesitaré la tabla para hacer

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surf, con la tripa podré

deslizarme a las mil maravillas.

Todos se echaron a reír ante la ocurrencia de

su amigo, por lo menos tenía buen humor. Más tarde cogieron el autobús que les llevaba cerca de Byron Bay. Una hora les costó llegar hasta allí, nada más bajar del autobús preguntaron por la playa de Bondi Beaach y se pusieron en camino, no les costó mucho el llegar. Desde arriba se veía una playa magnífica, estaba totalmente abierta al mar. Ya se empezaba a ver gran cantidad de gente para ver la competición. Se veía que los demás surfistas también llevaban a sus amigos para que les animasen.

- ¿Estás nervioso?, le preguntó

Yanira.

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- ¡Mucho!, contestó Hugo, espero

que no se me note.

- ¡No te preocupes!, no se te nota

nada.

- Menos mal, dijo Hugo, por

dentro estoy botando. Sin

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embargo cuando me meto en el

agua y empiezo a competir se me

van todos los nervios, parezco

otra persona diferente.

Poco después bajaron a la playa, fue cuando Hugo sufrió la transformación, siempre le sucedía. Cuando sus pies descalzos tocaban la arena todo su cuerpo recibía una descarga de euforia difícil de describir, se podía decir que estaba en su elemento, parecía que la playa y él de alguna manera congeniaban. Seguidamente se acercó al lugar donde la Federación de Surf había puesto una gran carpa para atender a los surfistas que iban a competir.

- Me llamo Hugo Smith.

Uno de los jueces de la Federación cogió unas listas y después de mirar durante un tiempo, dijo:

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- ¡Sí!, aquí estás, Hugo Smith.

Te toca competir en la tercera

manga, estate atento para cuando

te nombremos.

- ¡Gracias!, dijo Hugo con una

sonrisa.

Hugo se dirigió con todos sus amigos hacia la orilla para cambiarse y calentar un poco en espera de que le llamasen. Cuando ya estaba cambiado cogió su tabla y se metió en el mar para mojarse un

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poco y al mismo tiempo calentar los músculos. Se tumbó sobre su tabla y empezó a remar con ambos brazos en busca de alguna ola. Poco después encima de su tabla se deslizaba sobre una ola haciendo giros adelante y atrás. Media hora más tarde salía del agua porque iba a empezar la competición y solo podían estar allí los chicos que iban a competir.

- ¿Qué tal te sientes? Le preguntó

Nathan.

- De momento bien, el cuerpo ha

respondido, pero no todas las olas

son iguales y cualquiera de ellas

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te puede hacer perder el equilibrio

en cualquier momento.

- Me lo imagino, dijo Nathan.

Ahora estate tranquilo hasta que

te llamen.

Poco después los jueces del Campeonato llamaban a los primeros participantes que iban a competir para que se metiesen en el agua. Salieron los seis chicos y se metieron en el agua con sus tablas remando en busca de olas. Una hora más tarde terminaban la prueba. Siguió otra serie hasta que llegó en la que tenía que competir Hugo.

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- ¡Ahora me toca a mí!, dijo

Hugo.

- ¡Tranquilo!, le dijo Yanira. Lo

vas a hacer bien, simplemente

tienes que dejarte llevar de tu

instinto.

A Hugo le hizo gracia lo que le dijo su amiga. Poco después estaba metido en el agua con su tabla de surf en busca de una buena ola. Los seis surfistas de la manga estaban tumbados sobre sus tablas mirando las olas que les venían encima. Uno tras otro fue cogiendo la ola que pensaban les iba a ayudar en su camino hacia el triunfo. Pasó el tiempo

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y el único que aún no había cogido su ola fue Hugo. Seguía mirando al horizonte, pero parecía que no veía ninguna que le motivase lo suficiente.

- Solo le quedan cinco minutos

para terminar la prueba, dijo

Brian. Si no aprovecha ahora

cualquier ola quedará

descalificado.

Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan, Omar, Karen, Elma, Kyla, Yohanna y Yanira miraban a su amigo cada vez más nerviosos, se le estaba acabando el tiempo y no se decidía por ninguna de las olas.

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- Pero ¿Por qué no coge ninguna?,

preguntó en voz alta Elma.

Nadie respondió a su pregunta, todos estaban nerviosos mirando sus relojes.

- ¡Sólo le faltan dos minutos!,

dijo Jeremy.

En ese preciso momento Hugo que estaba sentado sobre su tabla se tumbó y empezó a remar con fuerza con sus brazos hacia el mar abierto.

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- ¡Mirad!, se ha empezado a

mover, dijo Omar. Ha visto

algo.

Pero sus amigos trataban de ver alguna ola a lo lejos, pero no veían nada. El tiempo se terminaba. De repente, dijo Maxwell.

- Ya la veo, parece una ola

enorme. ¡Mirad!

Todos agudizaron la vista y efectivamente se acercaba una gran ola hacia Hugo. El chico estaba preparado para cogerla, segundos antes de que los jueces diesen por finalizada la prueba, Hugo se había encaramado encima de una ola de tres metros de altura. A medida que bajaba por ella jugaba con su tabla haciendo giros que la gente desde la playa exclamaba:

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- ¡Ohhhhhhh!.

- Os habéis fijado como domina la

tabla de surf, decía otro. Lo

difícil lo hace fácil.

Hugo seguía deslizándose sobre la ola sin perder el equilibrio y dando una sensación de dominio absoluto. Segundos después terminaba la prueba ante los gritos de euforia de sus amigos y los aplausos de todas las personas apiñadas allí. Cuando Hugo salió del agua todos sus amigos corrieron hacia él para darle un abrazo, en medio del abrazo, Nathan, dijo:

- ¡Qué mal no lo has hecho pasar!

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- ¿Por?, preguntó Hugo con una

sonrisa.

- Se te estaba acabando el tiempo y

tú parecías que no querías

competir. ¿Qué te pasaba?

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- Estaba esperando la ola

perfecta, dijo Hugo. Lo que

pasaba es que se resistía en

aparecer, pero en cuanto la he

visto a lo lejos todo mi cuerpo se

ha puesto en tensión.

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- ¿Cómo puedes hacer esos giros

tan increíbles con la tabla?, le

preguntó Edu.

- En cuanto estoy encima de la

tabla mi cuerpo se transforma y

empiezo a crear giros y piruetas.

Una hora más tarde terminaba la Competición de Surf. Los últimos surfistas que habían competido acababan de salir del agua y se estaban cambiando a la espera de que los jueces diesen la lista de los vencedores. El gentío que abarrotaba la playa también esperaba el veredicto del jurado. Mientras, hablaban unos con otros de la

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competición que acaban de presenciar. A algunos les había parecido de un alto nivel, otros sin embargo opinaban que había mucha diferencia entre unos competidores y otros, mientras unos estaban en un nivel superior, otros estaban por debajo de ese nivel y eso bajaba un poco la calidad de la competición. Estas y otras muchas conversaciones se oían entre las personas que estaban allí congregadas. De repente se oyó la voz de uno de los jueces por la megafonía.

- Tenemos ya los nombres de los

tres competidores que se han

alzado con el triunfo de la

prueba. En tercer lugar ha

quedado Jeremías. En segundo

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lugar, Frank y en primer lugar

Hugo Smith.

Nathan, Omar y Edu lanzaron un grito de

júbilo, seguidamente les siguieron: Brian, Jeremy, Maxwell, Karten, Elma, Kyla, Yanira y Yohanna. El público también empezó a aplaudir a los tres campeones de la Competición de Surf. Poco después Hugo recibía el trofeo de Campeón de Surf ante el griterío de sus amigos que se dejaban oír desde cierta distancia. Cuando Hugo se reunió con sus amigos enseguida le cogieron el trofeo que había ganado y fue pasando de mano en mano, todos se quedaban mirando lo bonito que era. En el trofeo se veía a un chico con una tabla de surf. Cuando dio toda la vuelta por las manos de sus amigos, el trofeo regresó a las manos de Hugo que lo metió en su mochila.

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- Y ahora ¿dónde tendrás que

competir?

Le preguntó Jeremy.

- Me han dicho que los vencedores,

contestó Hugo, tenemos que ir a

Tasmania.

- He oído que en Tasmania hay

buenos surfistas, dijo Nathan.

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- ¡Sí!, yo también he oído eso,

dijo Hugo, intentaré hacerlo lo

mejor posible.

Varias semanas más tarde, cuando se estaban acabando las vacaciones, Hugo estaba sentado en el salón de su casa con sus padres viendo las noticias de la televisión. Cuando salió el hombre del tiempo empezó a hablar largo y tendido sobre una gran borrasca que se estaba acercando a Australia con vientos superiores a los ciento cincuenta kilómetros por hora y con unas olas superiores a los diez metros de altura. La cara de Hugo cambió de repente, dentro de él había una alegría difícil de describir. En cuanto oyó decir que las olas iban a ser superiores a los diez metros de altura todos sus pensamientos empezaron a bailar dentro de su cabeza imaginándose olas más grandes que muchos árboles.

Al día siguiente cuando estaba con sus amigos

en el parque estuvieron hablando del vendaval que

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se aproximaba a Sydney y de toda la repercusión que tendría.

- Os imagináis olas de más de diez

metros de altura, dijo Jeremy.

- Yo trato de verlas en mi

imaginación, dijo Brian, pero no

soy capaz.

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- ¡Tranquilos!, dijo Nathan. No

tardaremos en verlas en la playa.

- ¿Tú crees que nos las dejarán

ver?, preguntó Omar.

- Si no nos dejan bajar a verlas,

dijo Nathan, yo sé un lugar

desde donde se pueden ver sin

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peligro y sin que nadie nos

moleste.

- Eso me parece bien, dijo Kyla.

- ¿Tú no dices nada, Hugo?, le

preguntó Yanira.

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- Que quieres que diga, contestó

Hugo. Trataremos de verlas.

- Solo dices trataremos de verlas,

dijo Maxwell. Yo no me las

perdería por nada del mundo.

Varios días después Sydney empezó a notar la ciclogénesis de la que habían hablado días atrás en los informativos. El viento y la lluvia era lo más sobresaliente, era peligroso salir a la calle y mucho más acercarse a las playas. Efectivamente Nathan conocía un lugar arriba en el acantilado donde se podían ver las olas del mar sin que nadie les molestase, era una especie de cueva en la roca que pasaba totalmente desapercibida, aquel lugar estaba lleno de árboles y arbustos, tapaba cualquier rastro de que en aquel sitio hubiese algo parecido.

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Nathan llevó a sus amigos hasta aquel lugar.

Les costó mucho llegar porque el viento se lo impedía, aun así consiguieron llegar. Todos cogieron sitio dentro del agujero sentándose cómodamente para ver las grandes olas que se levantaban hacia el cielo, como gigantes en medio del mar, arrastrando todo lo que encontraban a su paso. Por la cabeza de Hugo pasaron muchos pensamientos al ver aquellas olas tan extraordinariamente grandes. Por todo su cuerpo corría una descarga eléctrica incitándole a coger su tabla de surf y bajar a la playa en busca de sus amigas las olas. Todo su cuerpo estaba en tensión y en sus ojos se podía adivinar la gran fuerza que se tenía que hacer para no salir corriendo hacia la playa. Cuando se empezó a hacer de noche se oyó la voz de Nathan:

- ¡Chicos!, creo que por hoy ha

sido suficiente. Mañana será

otro día y estoy seguro que

también será muy diferente al día

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de hoy. Verdaderamente lo hemos

pasado en grande.

Más tarde todos salían del escondrijo y regresaban a sus casas eufóricos por lo que habían visto. Había sido una experiencia maravillosa.

Al día siguiente a primera hora de la mañana

salieron hacia el mismo lugar. Habían quedado allí, llevaban bocadillos y bebidas refrescantes para pasar el día. El primero en aparecer fue Nathan, poco después Brian, seguido de Edu, Jeremy, Maxwell y Omar. Las chicas fueron las últimas en aparecer.

- ¡Esto es una maravilla!, dijo

Brian sentado entre los arbustos

cerca de sus amigos. Desde aquí

se ve todo fenomenalmente.

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De repente, Omar, dijo:

- ¡Mirad!, un chico se va a meter

al agua.

- No es posible, dijo Nathan, eso

es un suicidio.

Desde donde estaban ellos no se veía bien,

solo veían a un chico con su tabla de surf que se iba a meter en el agua.

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- ¡Hugo!, ¡has visto!, ese surfista

se va a dar un buen susto, esas

olas no hay quien las coja.

Pero nadie contestó.

- ¡Hugo!, volvió a decir Nathan

con un presentimiento en el cuerpo

acelerado.

Todos se miraron, pero Hugo no estaba entre ellos.

- ¡Aquí no está!, dijo Yanira.

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- No es posible, dijo Nathan.

Pero en ese preciso momento el surfista subía

sobre una gran ola hacia el cielo para desaparecer a continuación entre un cadena montañosa de olas gigantes. De repente volvió a aparecer en la cresta de otra ola, pero estaba tumbado sobre su tabla bien agarrado a ella.

- ¡Allí está!, gritó Yohanna.

Todos agudizaron su vista para ver al que

creían era su amigo. Tan pronto le veían como era engullido por una gran ola desapareciendo a continuación sin dejar rastro de él durante un buen rato. Pasó el tiempo y ninguno consiguió volver a verle, habían perdido su rastro, entre las espumas que lanzaban las olas no se podía ver nada. El mar estaba más picado que el día anterior, las olas eran más continuas y más altas.

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- ¡Cómo es posible que no haya

pensado en nosotros!, dijo Karen.

Hugo es un irresponsable. En

cuanto ve una ola pierde el

sentido y no sabe que está

jugando con su vida. El mar es

como un animal salvaje, cuando

está enfurecido hay que apartarse

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de él, sino, te muerde, hay que

saber tratarle.

- ¡Mirad!, gritó Yohanna.

Todos se fijaron y vieron una gran ola, parecía

una montaña, y bajando por ella a un muchacho con su tabla de surf. Nathan trató de agudizar más la vista para ver bien al chico que bajaba por la montaña de agua, de repente, dijo:

- ¡No es Hugo!, nos hemos

equivocado. Ese chico es mayor

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que nuestro amigo. Yo diría que

pasa de los treinta años. Es

mucho más corpulento y alto,

fijaros bien en él.

- ¡Es verdad!, dijo Kyla, no es

Hugo.

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- O es muy valiente, dijo Karen,

o está loco. A quién se le ocurre

meterse en el mar con estas olas.

El chico seguía bajando con su tabla de surf

por la montaña de agua a una velocidad alucinante, por detrás rompió la ola y una gran cantidad de espuma bajaba en persecución del surfista.

- ¡Le va a coger!, gritó Elma

horrorizada.

Nathan, Omar y Brian que estaban juntos se agarraron con sus brazos tratando de protegerse de lo que estaban viendo sus ojos. Aquel chico seguía bajando por la ola, de repente ésta se rompió por detrás, le empezó a caer encima como si se tratase de una montaña que se desploma. El

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chico desapareció de la vista de: Brian, Edu, Jeremy, Maxwell, Nathan, Omar y las chicas.

- Lo ha tenido que matar, dijo

Kyla con pena.

Poco después la ola que había roto iba haciendo un túnel al caer a lo largo de la playa. De repente el surfista volvió a aparecer saliendo de aquel túnel de agua.

- ¡Mirad!, gritó Nathan.

¡Allí!, saliendo del túnel.

Todos miraron y vieron al chico que salía de

aquel embudo de agua.

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- ¡Increíble!, dijo Jeremy. Si no

lo veo, no lo creo.

Poco después el surfista era despedido por la fuerza del agua hacia la arena de la playa.

- ¡Mirad!, gritó Elma. ¡Allí!,

hay una persona con una cámara,

parece de la televisión.

Todos miraron y efectivamente podía ser de alguna televisión que había ido allí para sacar algún documental para echar después en algún programa. Mientras los chicos miraban al que estaba sacando el reportaje, el chico que había estado cogiendo olas en la playa había desaparecido.

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- Se nos ha escapado el tío que

estaba cogiendo olas, dijo

Brian.

Una hora más tarde apareció Hugo donde estaban sus amigos viendo las olas del mar.

- ¿Dónde has estado?, le preguntó

Nathan.

Pero antes de que contestase a la pregunta de su amigo, Brian, dijo:

- ¡Lo que te has perdido! Un tío

se ha metido en medio de esas

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olas que estás viendo y de repente

ha empezado a surfear.

- ¡En serio!, dijo Hugo.

- Pregúntaselo a cualquiera. Ha

sido increíble, dijo Brian.

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- ¡Es cierto!, dijo Yohanna.

Parecía un superhombre encima de

las olas, bajaba por ellas como

si bajase las escaleras del parque.

De repente detrás de él se rompió

otra ola y le cayó encima, pero

para nuestra sorpresa volvió a

aparecer saliendo de un túnel de

agua.

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La noche empezó a caer y los chicos regresaron a sus casas entusiasmados por lo que habían visto sus ojos, aún tenían en sus retinas la imagen de aquel valiente bajar por aquella montaña de agua como si fuese el rey del mar.

Cuando Hugo terminó de cenar fue al salón

para ver el informativo de la noche junto a sus padres. Cuando salió el hombre del tiempo empezó a decir que ya quedaban solo restos del vendaval, y que al día siguiente el tiempo iba a mejorar ostensiblemente, pero de repente, dijo:

- Un compañero de la cadena ha

bajado a la playa de Tamarama

y ha sacado un reportaje de cómo

estaba el mar a mediodía. De repente aparecieron en la televisión las imágenes de las grandes olas que se veían en esa playa. Y siguió hablando el periodista mientras se veían las imágenes.

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- Pero hemos tenido suerte y nos

hemos encontrado con esto. Seguidamente apareció un chico con su tabla de surf encima de una ola de más de diez metros de altura. Hugo miraba atentamente la escena, su cara empezó a coger un tinte rojizo. De repente la madre, dijo:

- ¡Increíble!, pobre madre la de ese

chico. Como es posible que un

joven como ese se juegue la vida

de esa manera.

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- ¡Mamá!, seguramente, dijo

Hugo. Ese chico sabrá lo que

hace, por eso se ha metido, porque

está convencido de que no le puede

pasar nada.

- ¡Tonterías!, dijo el padre.

Meterse a surfear con esas olas

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no es normal. Hay que estar un

poco loco.

Mientras hablaban, el chico que surfeaba empezó a bajar con su tabla por la ola a una velocidad increíble, seguidamente una gran ola le cayó encima y éste desapareció, parecía que la ola le había sepultado en el fondo del mar.

- ¿Has visto?, dijo la madre.

Mira como ha terminado ese

pobre chico.

De repente el surfista salió por dentro de un tubo de agua con su tabla.

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- ¡Increíble!, dijo el padre. Desde

luego a mí también me gustaría

surfear como lo hace ese joven. De repente la cámara se fue acercando al joven que surfeaba. Hugo se echó hacia atrás como si alguien le hubiese golpeado en la cara. Poco después el chico salía del agua con su tabla bajo el brazo. La cámara se fue acercando a él poco a poco hasta que apareció la cara de Hugo.

- ¡Ahhhhhhhh!, gritó la madre.

¡No es posible! Hugo no sabía donde meterse, le habían cazado, pensaba que nadie se enteraría de lo que había hecho y ahora lo sabía todo el mundo.

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- ¡Cómo es posible que hayas hecho

esto!, gritó la madre fuera de sí.

Hugo estaba cabizbajo, no sabía ni que decir, ni que hacer.

- ¡Bueno!, dijo el padre. Ya ha

pasado todo y no ha sucedido

nada. Nuestro hijo está bien y

seguro que no lo volverá a repetir.

¿Cómo has hecho eso?, le

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preguntó el padre haciendo que

estaba enfadado. Hugo miraba a su padre avergonzado, sin saber que contestar.

- Quiero decir, dijo el padre,

¿como se puede bajar una ola

como una montaña? La madre de Hugo no se podía creer lo que le estaba preguntando su marido, aún tenía humor para hacer esas preguntas.

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- La verdad, dijo Hugo. Lo

primero de todo es no tener miedo.

A partir de ahí tienes mucho

asegurado. El padre de Hugo decía sí con la cabeza, pero no entendía como no se podía tener miedo en la cima de una montaña de agua y seguidamente deslizarse por ella. De repente sonó el teléfono. Lo cogió la madre.

- ¿Quién es?, preguntó.

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- Soy Nathan, se puede poner

Hugo.

- ¡Hugo!, te llama Nathan.

- ¡Sí!, contestó Hugo.

- Nos has engañado a todos, dijo

su amigo.

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- Yo no he engañado a nadie, dijo

Hugo. Nadie me ha preguntado

nada. Y yo tampoco he dicho

nada.

- ¡Increíble!, dijo Nathan. Eres

increíble y el mejor amigo que

tengo, eres capaz de enfrentarte a

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una montaña de agua con solo

una tabla de surf y salir

vencedor. Al principio, al ver

que no estabas entre nosotros

llegamos a pensar que eras tú el

que estabas en el agua, pero poco

a poco al ver aquel chico

cabalgar encima de aquella mole

de agua empezamos a pensar que

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298

tú no serías capaz de esa proeza.

Más tarde cuando apareciste

donde nosotros quedó todo claro.

Aquel chico no eras tú, pero nos

equivocamos. Y lo que más me

alucina, siguió hablando

Nathan, es que si el tío que

estaba con la cámara cogiendo

aquellas fotografías no te hubiese

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299

sacado no nos hubiésemos enterado

nunca de que tú eras el “héroe”,

todo habría quedado en una

simple anécdota. Poco después

terminaron de hablar quedando

para el día siguiente.

Nada más colgar el teléfono, volvió a sonar, pero esta vez lo cogió Hugo que estaba cerca.

- ¿Quién es?, preguntó.

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- ¡Eres único!, se oyó la voz de

Yanira. ¡Cómo no nos has dicho

nada!

- ¿Para qué?, yo lo único que

quería era coger aquellas olas

maravillosas. Cuando estaba en

lo más alto me sentía libre, es

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difícil de decir lo que se siente

cuando bajas por una ola de ese

tamaño.

- Ya nos lo explicarás mañana más

detenidamente, dijo Yanira.

Poco después colgaron el teléfono. Las llamadas telefónicas continuaron durante un buen rato hasta que la madre de Hugo le preguntó a su hijo:

- ¿Qué pasa? ¿Por qué te llaman

tanto?

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- Nada serio mamá, me llaman

mis amigos para quedar mañana.

- Seguro que te están llamando

para que les cuentes la tontería

que has hecho hoy metiéndote en

el mar con esas olas como

rascacielos.

Page 303: La-Gran-Ola (1)

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Al día siguiente Hugo después de desayunar tranquilamente bajó al parque donde se solían reunir todos los amigos. Cuando llegó todos le estaban esperando, clavaron sus miradas en él y Hugo sintió que la piel de su cara cogía un tinte rojizo.

- ¡O sea, que eras tú!, el que

cogía aquellas olas increíbles,

dijo Omar.

- ¡Pues sí!, contestó Hugo, para

que voy a decir otra cosa, me

habéis visto por la tele.

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Seguidamente ninguno más dijo nada. Todos seguían mirando a Hugo como si fuese culpable de algo que había hecho. De repente se oyó la voz de Nathan:

- ¡Fue increíble!, cuéntanos que es

lo que sentiste al estar encima de

aquellas olas que eran como

montañas.

- Es difícil de describir, dijo

Hugo con una sonrisa. El estar

metido entre aquellas olas

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gigantes que te llevan de un sitio

a otro te hace sentirte muy poca

cosa, pero al mismo tiempo te

sientes orgulloso, feliz de poder

estar allí metido y poder

deslizarte con tu tabla de surf a

través de una montaña de agua

que parece que nunca la acabas de

bajar porque el camino se hace

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largo, muy largo. Al mismo

tiempo te sientes libre de volar. Brian, Karen, Edu, Elma, Kyla, Jeremy, Maxwell, Yanira, Yohanna, Nathan y Omar escuchaban a su amigo embelesados, estaban viendo a un superviviente que se había enfrentado a montañas de agua y que no habían podido con él. Y ese era su amigo más entrañable.

- ¿Pero no tienes miedo cuando te

metes entre esas olas enormes?,

preguntó Kyla.

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- La verdad es que no, respondió

Hugo. No me dan miedo, me

siento a gusto.

- ¿Cuándo tienes que ir a competir

a Tasmania?, le preguntó Omar.

- La próxima semana, el sábado.

Los días pasaron volando, llegó el día en que Hugo se tenía que desplazar a Tasmania para competir. Cuando sacó la tarjeta de embarque no vio a ninguno de sus amigos por allí.

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- ¡Qué raro que ninguno haya

venido!, se dijo Hugo.

Miró su reloj y marcaba las ocho y cuarto de la mañana. Seguidamente subió al barco y se sentó a la espera de que zarpase. Más tarde notó que el barco se movía y que ninguno de sus amigos lo había cogido.

- ¡Bueno!, esta vez no contaré con

el apoyo de mis amigos, se dijo

Hugo. Una hora más tarde el barco llegaba a Tasmania. Hugo bajó a tierra con mucha gente que al parecer iba a ver la competición. Poco después se dirigió a la playa donde iba a competir. Al llegar vio para su sorpresa a Nathan.

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- ¿Pero que haces tú aquí?, le

preguntó Hugo asombrado.

- He venido a verte, respondió

Nathan. No pensarías que te iba

a dejar solo en un día tan

importante.

Seguidamente aparecieron: Karen, Elma, Kyla, Yanira y Yohanna.

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- Ya me extrañaba que no hubieseis

cogido el barco, dijo Hugo

emocionado por la sorpresa que le

estaban dando sus amigas. A continuación aparecieron: Brian, Edu, Jeremy, Maxwell y Omar. Todos se sonreían.

- No tiene nombre lo que me habéis

hecho, dijo Hugo. Llegué a

pensar que me ibais a dejar solo,

que no vendría nadie de vosotros

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a apoyarme. Y ahora he visto que

me he equivocado y estoy

avergonzado por haber pensado

mal.

- Esta broma se le ocurrió a

Omar, dijo Brian. Y todos

estuvimos de acuerdo.

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- Sois unos amigos maravillosos,

dijo Hugo emocionado. Pondré

todas mis ganas para ganar el

campeonato por vosotros, os lo

merecéis.

- Para eso hemos venido, dijo

Brian, porque sabemos que vas a

ganar, sino no hubiésemos venido.

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- Esta vez no será nada fácil, dijo

Hugo. Aquí están los mejores

surfistas de Australia.

- ¡Lo sabemos!, pero tú eres uno de

ellos, dijo Nathan.

Poco después Hugo dejaba a sus amigos en la playa y se dirigía hacia el agua con su tabla de surf bajo el brazo, no tardó en estar metido en el agua, estaba tumbado sobre su tabla y remaba con sus brazos hacia donde estaban las olas. Más tarde había cogido una de las olas y se deslizaba por encima de ella haciendo cosas increíbles con su tabla. Después

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de un rato de calentamiento mandaron salir a todos los competidores del agua porque iba a empezar la competición. A Hugo le tocaba competir en la quinta de las ocho series que había. Poco después empezó la competición. Hugo y sus amigos miraban desde la playa como competían los seis primeros. Más tarde les tocó a otros seis competir hasta que le llegó el turno a Hugo.

- ¡Te toca!, dijo Jeremy. Hugo lanzó un saludo a sus amigos y se dirigió hacia el agua, por la espalda oyó los gritos de sus amigos:

- ¡Ánimo!, confiamos en ti, gritó

Kyla.

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- ¡Eres el mejor!, gritó Omar.

- ¡Demuéstrales lo que sabes

hacer!, gritó Nathan.

Hugo seguía caminando y sonreía al oír a sus amigos que le apoyaban, se metió en el agua y tumbándose sobre su tabla empezó a remar con sus brazos hacia delante en busca de una buena ola. Uno de los competidores cogió la primera ola y poco después empezó a volar sobre ella. Poco después otro cogía otra de las olas y también empezó su examen. Hugo miraba al horizonte intentando ver la ola perfecta, la que le haría hacer un buen papel, de repente puso su mano sobre los ojos para ver mejor y efectivamente se tumbó sobre su tabla y empezó a remar vigorosamente hacia el horizonte. Los otros tres chicos hicieron lo mismo unas décimas de segundo más tarde que Hugo y eso hizo que desistieran de seguir. Hugo les había sacado unos buenos metros y

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no había quien le cogiese esa ola. Poco después Hugo se puso en tensión esperando a la ola que en décimas de segundo le subió hacia el cielo, en ese momento el chico de un brinco se subió sobre su tabla y empezó la exhibición. Empezó a hacer cosas con su tabla inimaginables, tan pronto la enfilaba hacia arriba de la ola como bajaba y volvía a subir por la ola.

- ¡Es increíble!, comentaba la

gente desde la playa, ese chico

hace cualquier cosa con su tabla,

que fuerza tiene que tener en la

cintura para subir y bajar a ese

ritmo demoledor.

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- ¡Así, así!, gritaban sus amigos

desde la playa, demuéstrales todo

lo que sabes hacer.

Hugo seguía llevando su tabla con una precisión increíble, iba recorriendo la ola de una parte a otra a una velocidad imposible. Poco después terminaba la prueba. Un gran aplauso se oyó en toda la playa. Más tarde continuó la competición hasta que dos horas más tarde dio por terminada. Hugo se reunió con sus amigos esperando el veredicto del público. El jurado lo iba a tener difícil, habían competido muy buenos surfistas y había que mirar con lupa la actuación de cada uno de ellos. Después de un tiempo exagerado que le había parecido a todo el mundo se oyó una voz por la megafonía de la playa, diciendo:

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- Tenemos ya el resultado de la

competición, no ha sido nada

fácil porque ha habido un nivel

muy alto. El segundo y el tercer

puesto están muy equilibrados,

pero después de mucho deliberar

hemos llegado a la conclusión que

Telmo Chap ha conseguido el

tercer puesto. Bart Temple el

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segundo puesto. Y el primer puesto

ha sido para Hugo Smith. Los gritos de los amigos de Hugo se dejaron oír en ese momento. Al mismo tiempo una gran ovación se oyó en toda la playa. Poco después Hugo levantaba el trofeo de Campeón de Tasmania.

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