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Las revueltas populares de Barcelona 1840-1843 Haití: la primera república independiente negra Los otros mundos posibles imaginados por la literatura Reseñas LA HIEDRA La resistencia que se extiende Nº 8 Segunda época | enero-abril 2014 | 3 € - precio librerías 3,5 € La Hiedra/L’Heura es la revista de En lucha/En lluita | www.enlucha.org Entrevista a Xavier Domènech sobre el Procés Constituent ¿Recuperación económica? Un análisis anticapitalista Miguel Sanz Alcántara Nuevo modelo de relaciones laborales, clase y acción sindical A DEBATE LO NACIONAL Razones y potencialidades del andalucismo José M. L. Martínez La novedad histórica de la nación Neil Davidson

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Enero 2014

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Las revueltas populares de Barcelona 1840-1843 Haití: la primera república independiente negraLos otros mundos posibles imaginados por la literatura Reseñas

LA HIEDRALa resistencia que se extiende Nº 8 Segunda época | enero-abril 2014 | 3 € - precio librerías 3,5 €

La Hiedra/L’Heura es la revista de En lucha/En lluita | www.enlucha.org

Entrevista a Xavier Domènech sobre el Procés Constituent

¿Recuperación económica?Un análisis anticapitalista Miguel Sanz Alcántara

Nuevo modelo de relaciones laborales, clase y acción sindical

A DEBATELONACIONAL

Razones ypotencialidades del andalucismoJosé M. L. Martínez

La novedad históricade la nación

Neil Davidson

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El 22 de diciembre la policía irrumpió violentamente en la sede central de la Confederación Coreana de Sindicatos (KCTU) para arrestar a la

dirección del Sindicato Ferroviario. Los trabajadores y trabajadoras de los ferrocarriles mantienen un duro pulso en forma de huelga contra

el Gobierno para parar la privatización del sector. La policía no consiguió arrestar a ninguno de los y las sindicalistas en busca y captura y la

KCTU, en respuesta a la represión antisindical, convocó una huelga general para el 28 de diciembre que tuvo un seguimiento masivo. La jor-

nada previa 100.000 personas se reunieron en Seúl en un gran acto de protesta convocado por la KCTU. Allí se visualizó la ola de solidaridad

y resistencia que está levantando la clase trabajadora surcoreana. En la foto, tomada durante esta protesta, los manifestantes portan carteles

con el lema “Stop a la privatización”.

© Mac Urata / flickr.com

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Editorial

Los distintos tempos de lo social y lo políticoS

aber leer bien el mapa es uno de los principales retos de la izquierda para poder orientarse y hacer propuestas de acorde con la realidad. No es una tarea fácil en el momento presente. Un perío-

do de crisis económica prolongada como el que estamos viviendo genera una fuerte inestabili-dad en la que los cambios se suceden continua-mente, no cesan de romperse viejos equilibrios y de emerger nuevos fenómenos. Todo ello sucede de forma contradictoria, y así podemos ver una maduración en el plano político mientras la lu-cha social pierde la capacidad de impacto públi-co que había tenido con el 15M, o que crezcan las huelgas de mayor duración aunque la evolución del número general de huelgas no haga un cam-bio significativo.

Seguramente uno de los aspectos que llama la atención es la falta de un movimiento que ver-tebre la respuesta al gobierno de Rajoy. Y ello cuando los dos años de gobierno de mayoría ab-soluta del PP han significado un recrudecimiento no solamente de los recortes sociales sino tam-bién de una ofensiva reaccionaria que nos lleva mucho tiempo atrás. Para mencionar solamente dos de los ejemplos más relevantes de esta deri-va tenemos la “ley mordaza”, que da alas a la per-secución de la protesta, o la ley del aborto, que va a implicar dejar fuera de la legalidad el 95% de los abortos que se hacían, con unas restricciones superiores incluso a las de la Ley de 1985.

El giro reaccionario del PP no deja de estar relacionado con las necesidades de la clase di-rigente. El autoritarismo es una respuesta a la fuerte deslegitimación de las instituciones y de los representantes políticos que han ocupado el poder hasta el momento. El PP gobierna por decreto, pero no tiene capacidad de convencer. Desde el verano ha intentando coger aire ven-diendo que se está saliendo de la crisis, cogién-dose al dato técnico de crecimiento económico del 0’1% del PIB en el tercer trimestre de 2013. Pero cualquier triunfalismo es infundado ya que, como analiza Miguel Sanz en su artículo, el ma-sivo endeudamiento es un lastre brutal para la economía española y, al mismo tiempo, el cum-plimento de los objetivos de déficit, con nuevos recortes, pueden volver a empujar el PIB hacia una nueva caída.

¿Lucha social o lucha política?Como decíamos al principio, los tempos de lo po-lítico y lo social pueden ser distintos. En la lucha social nos encontramos con la ausencia de un foco muy claro de contestación, con la excepción

de la PAH, si bien se trata de una lucha muy es-pecífica. Otra excepción es la interesante convo-catoria de las marchas de la dignidad, impulsa-das por el SAT, que convergirán en Madrid el 22 de marzo contra el paro y pidiendo la dimisión del gobierno. Pero está lejos de existir un espacio que permita articular y confluir la lucha social.

Sin embargo, a otro nivel, estamos viendo una positiva proliferación de huelgas indefinidas que indican que, después de más de cinco años de crisis, hay distintos sectores de la clase tra-bajadora que solamente ven posible revertir los ataques llevando a cabo luchas de mayor inten-sidad. No se trata de una dinámica generalizada, pero si que empieza a ser suficientemente signi-ficativa para, si se sustenta en el tiempo, tener la capacidad de inspirar a otros sectores a la lucha e iniciar un proceso de reconstrucción del movi-miento obrero combativo.

Entre las huelgas indefinidas de los últimos pocos meses cabe destacar la huelga de la planti-lla de Panrico (con lleva más de 70 días de paro al cerrar esta edición), la huelga de tres semanas del profesorado de las Illes Balears (con una do-ble dimensión: política, contra los ataques a la lengua catalana, y social, de defensa del sector público y de las condiciones laborales), la huelga de la plantilla de la limpieza del ayuntamiento de Madrid y la huelga de las lavanderías de los 19 hospitales públicos de Madrid, además de otras experiencias en empresas de la informática como HP y Capgemini. Estos conflictos tienen una importancia doble. Por un lado, muestran que, pese a la presión del paro, los despidos y el empeoramiento general de las condiciones labo-rales, es posible hacer luchas de gran intensidad. En segundo lugar indican que, en una situación de “recortes inevitables”, estos se pueden parar y conseguir victorias. La huelga del profesorado de Balears consiguió frenar buena parte del decreto de trilingüismo y la huelga de la limpieza en Ma-drid impidió l.134 despidos y la rebaja salarial del 43%.

Las reformas laborales no solamente han querido abaratar y fomentar el despido y rebajar los salarios, sino también debilitar la capacidad de movilización de la clase trabajadora. Pero es-tos ejemplos muestran también el surgimiento de un sindicalismo combativo en sectores sin una fuerte tradición anterior de lucha, aspectos que el abogado laboralista Vidal Aragonés entra a valorar en su artículo sobre el nuevo modelo de relaciones laborales y la acción sindical.

Prestar atención al desarrollo del movimiento obrero y a las experiencias exitosas de huel-

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Editorial

La Hiedra, la resistencia que se extiende. Septiembre-diciembre 2013. Editor: Joel Sans Molas. Redacción: Manel Barriere, Franco Casanga, Joel Ferrer, Angie Gago, Regina Martínez, Enric Rodrigo, Miguel Sanz Alcántara, Luke Stobart y Ana Villaverde. Web: www.enlucha.org

NUEVO MODELO DE RELACIONES LABORALES DE LA BURGUESÍA, RECOMPOSICIÓN DE CLASE Y ACCIÓN SINDICAL Vidal Aragonés

¿RECUPERACIÓN ECONÓMICA? UN ANÁLISIS ANTICAPITALISTAMiguel Sanz Alcántara

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“EL PROCESO CONSTITUYENTE COMO IDEA ES EL ESPACIO DONDE SE PUEDE INTENTAR PASAR DE LA RESISTENCIA A LA OFENSIVA” Entrevista a Xavier Domènech

LA NOVEDAD HISTÓRICA DE LA ‘NACIÓN’ Neil Davidson

RAZONES Y POTENCIALIDADES DEL ANDALUCISMOJosé María L. Martínez

LO NACIONAL A DEBATE

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gas no es baladí cuando una parte significativa de la izquierda piensa que la crisis y la mayoría ab-soluta del PP bloquea la posibilidad de conseguir victorias en través de la lucha. De hecho, estamos encontrando una expectativa cada vez mayor en priorizar el plano político. Aunque el 15M ayudó a la potenciación de las mareas y a la formación de nuevos espacios locales de activismo, también es verdad que hoy por hoy una buena parte de quienes participaron en él están canalizando sus esperanzas en construir alternativas políticas de la izquierda. En este sentido podemos entender tanto la aparición de nuevos proyectos y candi-daturas de la izquierda, como la difusión de ideas como “gobierno de izquierdas”, “ruptura demo-crática” o “proceso constituyente”.

Que estemos en un momento de metaboliza-ción política de experiencias previas es sin duda un avance en muchos aspectos. Indica el retorno de la política y de los proyectos organizados de la izquierda, algo que en los momentos inicia-les del 15M era cuestionado ampliamente. Pero al mismo tiempo obliga a tener debates sobre la naturaleza de la alternativa política que se necesita y de los límites que pone el propio sis-tema y sus instituciones a la hora de hacer una transformación.

Ello no está desligado de cómo se interpreta el momento. Gran parte de la izquierda achaca los problemas de la situación actual a dos facto-res principales: el neoliberalismo y la crisis del régimen de la Transición. La crisis económica se-ría producto del neoliberalismo y de la financia-rización y la salida se encontraría en un cambio

de régimen hacia una democracia participativa o avanzada. Pero frente a esta visión cabe tener en cuenta que la crisis económica no es un producto del neoliberalismo –algo que se pueda solucionar con unas políticas distintas dentro de este siste-ma– sino del propio capitalismo, que tiende a la crisis de forma periódica.

Por otro lado, la idea de iniciar un proceso constituyente para cambiar el régimen es una idea fuerza de un gran potencial rupturista. Aún así, cabe plantear en este debate la cues-tión clave de cómo desafiar el poder del Estado, un organismo que no es neutral respecto a las distintas clases sociales –de hecho está estre-chamente vinculado con la clase dirigente tan-to en sus altos cargos como en sus políticas–. Y un problema fundamental es que el Estado no se puede confrontar solamente en el plano político, sino que necesita ser respondido con la construcción, a partir de la movilización y la organización desde abajo, de una institu-cionalidad alternativa, o sea de un poder que emane de la mayor parte de la población. Un reto clave es como construir opciones políticas sin despertar ilusiones en cambiar el sistema desde las instituciones, y como construir op-ciones políticas sin desligarlas de las luchas sociales, que sirvan para fomentar la contesta-ción social. Tratamos algunos de estos puntos polémicos en la entrevista que hacemos a Xa-vier Domènech. En ella nos habla tanto sobre el Procés Constituent como proyecto político, como también sobre la idea misma del proceso constituyente.

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LAS REVUELTAS DE BARCELONA DE 1840-1843: LAS CLASES POPULARES ANTE LA REVOLUCIÓN LIBERAL-BURGUESAGuerau Ribes Capilla

HAITÍ: LA PRIMERA REPÚBLICA INDEPENDIENTE NEGRAMireia Chavarria

LOS OTROS MUNDOS POSIBLES IMAGINADOS POR LA LITERATURAPablo Martínez

EL ORIGEN DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL ESTADOFriedrich Engels - Albert García

EL MORFEMA IDEOLÒGICJosep À. Mas - Adelina Cabrera

CHAVS: LA DEMONIZACIÓN DE LA CLASE OBRERAOwen Jones - Adrià Porta Caballé

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Email: [email protected] Tel: 692 911 939. Contacto de La Hiedra para valoraciones, propuestas de artículos o conseguir copias: [email protected]. La Hiedra es la revista cuatrimestral de En lucha / En lluita

HISTORIA

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RESEÑAS

Proceso soberanistaSi hay una cuestión donde la crisis del régimen de la transición está más avanzada es en la terri-torialidad. El proceso soberanista en Catalunya ha dado un paso más con la presentación de una fecha para la consulta sobre la independencia para el 9 de noviembre de 2014. Se abre así un escenario de confrontación abierta entre el de-recho de autodeterminación y el rígido esquema unitarista de la Constitución del 78. Que se pueda celebrar esta consulta será sin duda una batalla clave para todas las personas partidarias de que los derechos pasen por encima de la legalidad. El congreso español no va a autorizar la consulta y, lo que sería el otro mecanismo jurídico posible, que el Parlament de Catalunya haga una ley de consultas, presumiblemente será impugnado por el Tribunal Constitucional.

Todo ello indica que la única forma en que se podrá realizar la consulta será desobedeciendo al gobierno español, una idea que está tomando fuerza dentro de Catalunya desde distintos sec-tores de la izquierda. Desde CiU se ha expresado que van a respetar la legalidad, lo que significa que si no hay autorización desde Madrid, se iría a unas elecciones anticipadas. En palabras de Ar-tur Mas: “Igual podrán evitar una consulta en un día concreto, pero si no nos dejan hacer el refe-réndum, llegará otro día que habrá elecciones”. Esta opción trataría de desactivar temporalmen-te la confrontación con el Estado para reconducir el proceso hacia otro Parlament, donde la inicia-tiva estaría de nuevo en los partidos políticos, en lugar de la ciudadanía en el caso de una consulta.

En el resto del Estado posicionarse en favor de la celebración del referéndum será impor-tante para combatir el ascenso de nacionalis-mo español -algo que está utilizando el PP y UPyD- y mostrar que el conflicto no es entre pueblos sino entre clases populares y el régi-men español.

Más allá de la realización de la consulta, de-fender en ella el Sí a la independencia de Cata-lunya -responder a la doble pregunta del Estado propio y de la independencia con un doble sí- es progresista porque debilita al régimen de la tran-sición y abre un proceso constituyente donde se puede replantear qué modelo se quiere. El “sísí” es en este sentido la concreción de la idea de rup-tura democrática. Todo ello es un gran reto que obliga a juntar permanentemente dentro de Ca-talunya la reivindicación democrático-nacional al avance social, para confrontar las posiciones de la derecha catalana de Artur Mas.

Esta especial coyuntura abre otras preguntas más generales sobre la cuestión nacional que en este número tratamos en dos artículos. El pri-mero es “La novedad histórica de la nación”, del destacado historiador marxista Neil Davidson, en el que se hace un recorrido sobre la formación del nacionalismo vinculado al ascenso del capita-lismo y sus distintas clases sociales. El segundo, de José Maria Lucero, analiza la reivindicación nacional en Andalucía vinculada al particular de-sarrollo económico del Estado español y del rol subordinado de este territorio. Es por ello que el andalucismo ha ido de la mano de la revindica-ción social y obrera. ■

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Nuevo modelo de relaciones laborales, viejo paradigma neoliberal

El periodo junio de 2010-agosto de 2013 supone sin duda una nueva realidad para las rela-ciones laborales que se derivan de la legislación del Estado

español. Ley 35/2010, Real Decre-to 7/2011, Ley 3/2012, Real Decreto 11/2013, no son meros cambios legisla-tivos sobre los Derechos Laborales sino que constituyen un cambio absoluto de paradigma y la imposición del modelo neoliberal. Ello tendrá, de hecho ya lo tiene, un efecto radical sobre las condi-ciones materiales de la clase trabajado-ra e incluso sobre su propia estratifica-ción, así como sobre las organizaciones obreras y la acción sindical.

Al hablar de la significación del cambio normativo introducido a lo lar-go de los últimos tres años, debemos recordar que las últimas tres décadas ya habían consolidado una realidad sociolaboral diferente a la existente con la aprobación en 1980 del Estatuto de los Trabajadores. El mismo fue la máxima expresión de la correlación de fuerzas de la etapa anterior y el inicio de las dinámicas que descubriríamos con posterioridad: conquista de dere-chos derivados de la etapa más álgida de la lucha de clases en el Estado espa-ñol y renuncias justificadas a través de

la Paz y el Diálogo social. Debiéramos recordar que, con independencia de la situación de crisis económicas de me-diados y finales de los 70, la normativa laboral más avanzada que se ha conoci-do en el Estado español se corresponde con los años 1976 y 1977, reflejo direc-to del mayor momento de expresión de huelgas y movilizaciones.

El periodo 1980-2010, desde el pun-to de vista de los derechos laborales, ha supuesto: aumento de contratación temporal, legalización de las E.T.T.’s y no limitación de la subcontratación, facilitación del despido y reducción de las indemnizaciones, ampliación de los supuestos en los que se podían modi-ficar las condiciones de trabajo, desre-gularización salarial en la negociación colectiva, desarrollo y permisividad ante trabajado excluido de laboralidad. La imposición durante aquellos trein-ta años fue de la mano de prácticas de concertación social de las direcciones de los sindicatos mayoritarios. Ello no significaba siempre la aceptación de las medidas pero sí la negativa a llevar a cabo procesos de movilización sosteni-da que iban a romper con la paz social.

Si bien las organizaciones sindicales mayoritarias tienen la primera y gran responsabilidad sobre la constante pérdida de derechos, no podemos que-darnos en un análisis tan determinista y simplista del proceso. La gran derro-

ta de la clase obrera ha sido de carác-ter ideológico y organizativo. Paula-tinamente y fruto de las desilusiones que provocaban las organizaciones de izquierdas, las mismas se vaciaban de trabajadores y trabajadoras, hecho que provocaba y/o permitía, a su vez, nuevos giros a la derecha. De igual forma, la mejora de las condiciones sociales de toda una generación y el crecimiento económico de buena parte de los años 80, 90 y primeros años del milenio crearon una visión posibilista del capitalismo entre la mayoría de la clase trabajadora.

Cuando la burguesía apuesta por acabar con los Derechos Laborales con-quistados fundamentalmente en las lu-chas obreras del tardofranquismo, tan sólo procede aplicar la Doctrina del Shock a las Relaciones Laborales: “la manera de salir de la crisis es minoran-do derechos”. Ha sido posible llevarlo a cabo por una combinación entre la debilidad política de la clase trabaja-dora y el conocido posicionamiento de las organizaciones sindicales mayori-tarias. Que los representantes del PP manifestasen que entendían que los sindicatos mayoritarios convocasen una huelga general nos indica que la necesidad era otra: romper con la paz social en centros de trabajo, convenios colectivos y relaciones instituciona-les. Lejos de ello, las convocatorias de

Desde el inicio de la crisis económica ha habido una fuerte regresión en salarios y condiciones de tra-bajo ¿Qué modelo de relaciones laborales hay detrás de los ataques del Gobierno del PP? ¿Cómo afec-ta a las posibilidades de organización y lucha de la clase trabajadora? Vidal Aragonés, abogado labo-ralista del Col·lectiu Ronda, analiza estas cuestiones al mismo tiempo que apunta algunos elementos sobre los que puede asentarse la reorganización sindical.

nuevo modelo DE RELACioNES LAboRALES DE LA buRGuESíA, recomposición DE CLASE y ACCióN SiNDiCAL

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Huelga General tuvieron como objeti-vo recuperar el diálogo social y legiti-marse como interlocutores válidos.

Se impone así el modelo neoliberal para las relaciones laborales: el tra-bajo es una mercancía más y como tal se debe comprar, modificar y vender con total facilidad y bajo o inexisten-te coste. Si trasladamos esta idea a la regulación laboral vemos que las re-cientes contrarreformas laborales han actuado sobre las instituciones básicas del Derecho del Trabajo: negociación colectiva, contratación, condiciones de trabajo y despido. Así, tanto de manera individual como desde una perspectiva colectiva, las organizaciones sindicales y la clase trabajadora en su conjunto se debilitan.

El objetivo de la burguesía a corto plazo es el mantener el nivel de bene-ficios a través del incremento de la ex-plotación de la clase trabajadora, con un sistema en crisis de crecimiento y por tanto, de consumo y de compra, el incrementar la plusvalía es la única manera de minorar pérdidas o mante-ner beneficios: que la crisis la paguen las trabajadoras y los trabajadores. También se busca poder aumentar las exportaciones por una reducción de costes en base a la mano de obra, pero ello no tiene importancia desde el pun-to de vista cuantitativo. La inserción de la economía peninsular en el mercado

europeo provocó que no hubiese una capacidad real de competir más allá de invertir en tecnología pero no por la reducción de costes de mano de obra. A medio plazo el objetivo es también el debilitar los derechos colectivos y la acción sindical.

Efectos sobre la clase trabajadora: quebramiento generacional y atomización. Aumento del conflicto laboral.Seguramente a partir del año 2015 se producirá una recuperación del PIB y del empleo que será visto como una salida de la crisis. Sin embargo, di-

fícilmente se llegará a los niveles de desempleo existentes antes del 2008. La nueva sociedad que se configura-rá combinará una desocupación alre-dedor del 10% con un aumento de la rotación en el empleo, bajos salarios y contratación a tiempo parcial.

El primer efecto salvaje de las con-trarreformas es eliminar toda una rea-lidad de condiciones laborales dignas. El facilitar el despido ha provocado la expulsión del mundo del trabajo de los sectores más pauperizados y la salida del mismo de un buen número de tra-bajadores y trabajadoras que todavía ostentaban realidades laborales no precarias. Sus condiciones de trabajo no serán recuperadas en un futuro in-mediato; al contrario: serán sustituidas por empleo barato y temporalidad. Así, se ha acelerado el proceso de sustitu-ción generacional que se había iniciado en los primeros años noventa a través de un procedimiento muy simple: des-pidos colectivos en sectores de dignas condiciones laborales e incorporación masiva de juventud al mundo del tra-bajo en condiciones precarias.

La nueva realidad de facilitación del despido y reducción de sus costes construye un formal contrato inde-finido hasta el momento en el que la empresa decide que se extingue. Ello quebrantará todavía más la estabilidad laboral, provocando mayor tem-

El primer efecto salvaje de las contrarreformas es eliminar toda una realidad de condiciones laborales dignas

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Manifestación en marzo de 1976 en Vitoria, ciudad que vivía una situación de huelga generalizada desde principios de año. La gran conflictividad obrera a finales del franquismo fue el elemento clave para la conquista de los derechos laborales más avanzados.

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poralidad y rotación en el empleo, ya no como una realidad de empleo tem-poral a empleo temporal sino de etapas de trabajo a etapas sin trabajo.

Las contrarreformas laborales ten-drán efecto también sobre el salario di-recto (las retribuciones que abonan las empresas como contraprestación di-recta del trabajo), el indirecto (los ser-vicios públicos) y el diferido (el FOGA-SA y las pensiones). No podemos tratar los graves efectos que sobre estos dos últimos tiene y tendrán los cambios normativos por escaparse del objeto del presente, pero sí que podemos cen-trarnos sobre el salario directo. El mis-mo sufrirá una caída en picado a través de las nuevas regulaciones del contra-to de aprendizaje y la modificación de condiciones de trabajo pero sobre todo de la negociación colectiva.

Esta última cuestión, la negociación colectiva, tendrá una afectación directa sobre los salarios en una permanente caída. Pero también afectará a los sin-dicatos. La regulación incluida en el Estatuto de los Trabajadores de 1980 -fase final de La Transición- sustrajo la centralidad del proceso de negociación del ámbito de la empresa y la situó en el marco más general del sector, sin pretender generar superiores derechos ni reforzar visiones de clase. El objeto era hacer desaparecer lo que en aquel momento era una realidad de fortaleza laboral en el ámbito de empresa y que respondía a dinámicas de participación de la clase trabajadora mediante asam-bleas, enfatizando otra realidad don-de el protagonismo se traslada a una representación sindical separada del día a día de los centros de trabajo. En el 2013, en una inversión del tránsito previo, se pretende desplazar la nego-ciación a la empresa, donde ya no exis-ten de manera generalizada dinámicas de participación asamblearia sino que la negociación resulta totalmente des-igual en detrimento de los intereses de la parte social. La realidad anterior no puede entenderse sin la preferen-cia aplicativa del convenio colectivo de empresa sobre el convenio de sector, cuyo efecto será un desinterés claro y paulatino hacia la negociación en el ámbito sectorial, dificultando en el ac-tual momento una posible expresión de clase de la parte social y la conse-cución de garantías de unos mínimos aceptables en los diferentes sectores. En definitiva, se trata de debilitar a los sindicatos como organizaciones fuer-tes y representativas a la hora de nego-ciar y potenciar el habitual chantaje del cuerpo a cuerpo negocial en el ámbito de empresa. En una realidad de crisis, se dará un efecto dominó en el cual la firma por parte de una mercantil de un convenio de empresa que empeore las

condiciones contempladas en el conve-nio de ámbito superior «obligará» a las sociedades competidoras a degradar a su vez sus propias condiciones labora-les, algo solamente evitable por un sin-dicalismo combativo. Si ello, por sí mismo, no fuese suficientemente preocupante para la sociedad del fu-turo, otras novedades como la posibi-lidad de inaplicación del convenio co-lectivo incorporadas por la ley 3/2012

agravan todavía más la realidad y de facto, hacen desaparecer la negocia-ción colectiva como tal. Ahora, la par-te patronal también encontrará la posi-bilidad y las facilidades que se requie-ran para no aplicar aquello pactado. Por último, el potencial laudo obligato-rio por falta de acuerdo en las normas paccionadas nos sitúa ante un modelo de negociación colectiva más próximo a lo que se desarrollaba en la dictadura

franquista que al posterior desarrollo de la materia durante los últimos 33 años. Es indudable que hay quien pre-tende transformar el diálogo social en monólogo empresarial y el acuerdo en-tre partes, en la decisión de un tercero que nunca puede ser neutro.

La nueva realidad jurídico laboral se proyectará en un futuro inmediato en el que se quiebra generacionalmente a la clase trabajadora y se la atomiza y se pauperizan las condiciones laborales. En todo caso, esa realidad de inestabi-lidad laboral y bajos salarios irá acom-pañada de diferentes situaciones: con-tratos administrativos, falsos autóno-mos, becas, falsas becas, inmigrantes ilegalizados por el Estado, trabajo sin altas en la Seguridad Social, contratos a tiempo parcial, contratos fijos dis-continuos, inexistencia del centro de trabajo, teletrabajo, etc., etc.

La formación de la clase trabajado-ra y el crecimiento de la conciencia de clase se desarrollaron de la mano de la cohesión y las mejoras materiales; ahora, con dinámicas de atomización y pauperización social, se debilita tanto la clase como los procesos de toma de conciencia. En los últimos 20 años ha existido una pérdida de conciencia de clase con el elemento político e ideoló-gico como determinante y con la actual debilidad material y las nuevas reali-dades de pérdida de homogeneidad de clase se profundiza la pérdida de forta-leza de la misma.

Hablamos de un proceso de pérdi-da de conciencia de clase que a su vez puso las bases para una derrota en cuanto a las condiciones materiales. La etapa que se inicia, de mínimos for-males derechos laborales, acrecentará el conflicto de clase. Así se puede ini-ciar un proceso a la inversa, por el cual a través del conflicto laboral se abren posibilidades para la recuperación de la conciencia de clase. En la dialéctica de estos procesos jugará un papel de-terminante la capacidad de incidir del sindicalismo alternativo que se acom-pañe de un fuerte discurso crítico.

Más allá de la derrota material for-mal que suponen los cambios norma-tivos, debemos tener muy claro que en la existencia de Derechos Laborales lo determinante no son las leyes ni el apa-rato judicial sino la capacidad de lu-char. Si bien el Derecho es la voluntad de la clase dominante erigida en ley, el Derecho Laboral como rama especia-lizada y separada del Derecho priva-do, también expresa la correlación de fuerzas entre burguesía y movimiento obrero en cada momento. Las leyes formalizan derechos y los tribunales interpretan su significación, la movili-zación colectiva es la que conquista y mantiene los mismos.

En la existencia de Derechos Laborales lo determinante no son las leyes ni el aparato

judicial sino la capacidad de luchar

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Nueva realidad sindical y nuevas luchasEl quebrantamiento generacional tiene también una afectación sobre la per-cepción de las organizaciones sindica-les en un doble sentido: por un lado la caída de la afiliación a las organizacio-nes mayoritarias y por otro, la no he-rencia de las tradiciones de sindicalis-mo de clase.

Debiéramos ser conscientes de que en el actual momento los sindicatos mayoritarios se encuentran en su peor situación en los últimos 40 años: muy bajos niveles de participación, vida in-terna en la mínima expresión, supues-tos de corrupción e incluso despidos de buena parte de sus trabajadores y trabajadoras. Esto es consecuencia de su crecimiento como sindicatos de ser-vicios dependientes de las subvencio-nes estatales y responsables de llevar a cabo las mismas prácticas empresaria-les a las que formalmente se oponen. Existen otras dos realidades que debi-litarán aún más a los sindicatos mayo-ritarios: por un lado, el traslado de la centralidad de la negociación colectiva del sector a la empresa y por otro, la inutilidad de su práctica sindical de las últimas dos décadas. Ahora el Pacto Social lo ha quebrantado el Estado y la patronal, ya no existe ni la posibilidad de cambiar desregulación por salario variable y la negociación sin moviliza-ción es simplemente para perder. En un pasado reciente, el discurso sindical de paz laboral se basaba en la existen-cia de empleo y el mantenimiento de algunas condiciones laborales; ese ar-gumento ya no puede existir con altos niveles de desempleo y la pérdida bru-tal de derechos.

Respecto al traslado de la centrali-dad de la negociación al convenio de empresa y no al convenio sectorial, lo determinante no es tanto la determi-nación legal de los ámbitos de negocia-ción sino la postura de solidaridad de clase o de corporativismo empresarial.

Durante tres décadas con los conve-nios de sector como determinantes no se ha evitado el surgimiento de un sin-dicalismo que pensaba en una óptica en la que lo que beneficiase a la empre-sa era positivo para las trabajadoras y los trabajadores. En un sentido diame-tralmente opuesto, durante los años 60 y 70 cualquier conflicto de empresa entendía la necesidad de coordinar las luchas y dar una respuesta global.

El auténtico drama es que el vacío que generará el desangrarse de los sin-dicatos mayoritarios (que nadie piense que van a desaparecer) no será ocupa-do por el sindicalismo alternativo por diferentes cuestiones que nos perfilan un nuevo espacio sindical.

Es evidente que la clase trabajadora no participó como clase en el 15M pero algunos métodos y expresiones del mismo sí han tenido una plasmación en las “Mareas”. Debiera observarse que en Educación, Sanidad y Justicia han existido procesos de movilización que han desbordado a los sindica-tos mayoritarios: en unas ocasiones en una combinación de participación asamblearia y acompañamiento de los sindicatos mayoritarios, en otras por la

existencia de un sindicalismo alterna-tivo como punta de lanza de procesos de lucha.

Existe una construcción mecani-cista por la cual, supuestamente, tan sólo podría haber sindicalismo com-bativo en grandes empresas de secto-res tradicionales y nunca en sectores precarios y de nueva organización del trabajo. La primera premisa no guarda relación con la realidad en la que po-demos apreciar que el sindicalismo de mayor renuncia se ha cosificado en las grandes empresas. A la par debiéramos observar la existencia en los últimos meses de luchas en nuevos sectores productivos sin tradiciones sindicales de la mano de un sindicalismo comba-tivo (en el telemarketing o en empresas informáticas). Esto nos debe llevar a pensar que lo determinante en la exis-tencia de acción sindical combativa y movilizaciones no son tanto las con-diciones objetivas para la lucha como la existencia o inexistencia de condi-ciones subjetivas. Llama poderosa-mente la atención la existencia de una nueva capa de jóvenes sin experiencia sindical pero predispuestos a la lucha contundente a través del sindicalismo alternativo y/o procesos asamblearios.

En la próxima etapa, la reorganiza-ción sindical (que requiere adaptarse a la nueva realidad recuperando mé-todos clásicos) no podrá construirse en base a la estabilidad en el empleo; deberá cimentarse en la existencia de esta nueva generación que se incorpo-ra al sindicalismo desde una perspecti-va crítica con el sistema y al calor de las movilizaciones.

La única alternativa real para la recuperación de Derechos es que el sindicalismo vuelva a ser combativo. Un sindicalismo alternativo sólo será protagonista si pasa por la construc-ción, no sólo de realidad sindical en los centros de trabajo, sino de hegemonía cultural entre la clase trabajadora, en sus barrios y ciudades.■

La reorganización sindical debe cimentarse en la nueva generación que se incorpora al sindicalismo

Manifestación contra la reforma laboral en València el 11 de marzo de 2012.

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¿RECUPERACIÓN ECONÓMICA?uN ANáLiSiS

anticapitalista

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Enero-Abril 2014 La Hiedra 11

Los beneficios de las empresas del Ibex 35 han

crecido un 13% entre enero y septiembre de 2013.

Emilio Botín decía que “es un momento fantástico

para España porque llega el dinero de todas partes”. La economía española se está

recuperando… ¿es esto cierto? ¿hemos salido ya de la crisis? Quizás sea sólo el punto de vista de los ricos y

poderosos. Aun así, ¿es real hablar de recuperación incluso desde este punto de vista? Por

Miguel Sanz Alcántara.

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Durante los últimos meses el Gobierno español, las autori-dades europeas y el aparato mediático vinculado a la gran banca están trasmitiendo el

mensaje de que la economía está en camino de su recuperación definitiva. Los datos de crecimiento económico de los dos últimos trimestres de 2013 en Europa y el Estado español pare-cen respaldar esta afirmación. La zona euro creció un 0,3% en el segundo tri-mestre de 2013 y un 0,1% en el tercero, saliendo así de más de año y medio de crecimiento negativo1. Por su parte, la economía española, según los datos de Instituto Nacional de Estadística (INE), el mismo tercer trimestre de 2013 abandonaba el crecimiento nega-tivo también con un 0,1% de expansión económica.

Las previsiones tanto del Gobierno español como de las entidades privadas más importantes dedicadas al análisis económico prevén además que este crecimiento del Producto Interior Bru-to (PIB) se mantendrá para el último trimestre de 2013 y todo el año 2014. Según el consenso en el mundo de la economía, dos trimestres seguidos de decrecimiento del PIB determinan un estado de recesión –de crisis– econó-mica. Técnicamente, en consecuencia, tanto en el Estado español como en Europa hemos salido ya de la recesión.

Más allá del crecimiento del PIB, ¿dónde estamos en realidad?Utilizar el crecimiento del PIB para determinar la salud de una economía puede ser engañoso. Los beneficios de las grandes compañías financieras es-tán incluidos en los cálculos del PIB o muchas otras actividades económicas que no generan empleo, inversión pro-ductiva, consumo en los hogares o con-sumo entre diferentes empresas. Es en parte la explicación al reciente creci-miento económico en el Estado espa-ñol –pírrico, de un 0,1%–, en el que se está produciendo una entrada masiva de capital extranjero y una reactiva-ción de capitales internos para la com-pra, a precio de saldo, de los restos del estallido de la burbuja inmobiliaria: promociones de viviendas que no se logran sacar del mercado, participa-ciones en las grandes constructoras y entidades bancarias enteras que están siendo adquiridas por capitales que trabajan a corto plazo y en términos especulativos2. Nada de esto generará una reactivación real de la economía.

El aumento de las exportaciones es el gran argumento del Gobierno y la patronal. Pero es un dato que, además de ser engañoso, desvela la injusta es-trategia de fondo del capital español, consistente en la reducción de salarios.

Las exportaciones han aumentado en los últimos trimestres del 2013 a costa exclusivamente de la reducción del cos-te de la mano de obra (los sueldos). La producción es más barata y la minoría de empresas que se dedica regularmen-te a la exportación (un 4,35% del total3) pueden competir mejor en el mercado internacional. La balanza comercial del Estado español –la relación entre lo que se exporta e importa– mejora (otro argumento estrella del Gobierno), pero no tanto porque las exportaciones au-menten, sino por la enorme reducción de las importaciones que se viene pro-duciendo debido a la caída del consu-mo de hogares y empresas.

En general, los repuntes económi-cos en el PIB estatal debidos a las ex-portaciones o a cualquier otro paráme-tro deben verse en un contexto inter-nacional y en una escala temporal más larga, hacia el pasado y hacia el futuro. Las grandes crisis económicas globales en la historia del capitalismo han ne-cesitado un tiempo prolongado de al menos 15 años para recuperar la pauta de crecimiento del periodo anterior a la recesión (lo que constituye la salida real y no sólo “técnica”, momentánea, de la recesión).

En la crisis económica de 1873 –en-tonces llamada la Gran Depresión– en EEUU y Gran Bretaña la recupera-ción no se produjo hasta finales de la década de 1880, mientras que en la Gran Depresión de 1929 el ritmo de crecimiento económico no se recuperó hasta la Segunda Guerra Mundial. En ambas crisis hubo periodos interme-dios de crecimiento del PIB mundial y de las principales economías nacio-nales –algunos de ellos muy inten-sos– acompañados posteriormente de una nueva recaída económica. Es muy probable que nos encontremos actual-mente en el comienzo de uno de esos momentos de repunte (al igual que ocurrió levemente en 2010), pues hay elementos respecto a otras crisis glo-bales del capitalismo que hacen enor-memente difícil la recuperación econó-mica definitiva en esta ocasión. Y esto no es un argumento esgrimido sólo por economistas radicales de la izquierda. Instituciones como la Comisión Euro-pea y analistas privados líderes en el mercado financiero global prevén una alta probabilidad de que se produzca este esquema de comportamiento de la crisis internacional actual4. Una nueva recesión global, como explicaremos más abajo, está muy probablemente aún por producirse.

Cuando invertir ya no merece la penaEl tiempo necesario para la recupera-ción del ritmo de crecimiento en todas las recesiones de mayor o menor

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envergadura desde la Segunda Guerra Mundial ha sido mucho menor que en la crisis actual (ver tabla). ¿Qué tiene de especial esta gran crisis que parece desarrollarse como una larga depre-sión? Dos son los elementos que ca-racterizan el contexto global de la gran crisis de 2007-2009 y su posterior evolución: la baja tasa de rentabilidad de las inversiones productivas y el in-édito nivel de endeudamiento público y privado.

Acompañando a los ciclos empresa-riales creados por el encarecimiento de los factores de la producción durante la expansión y el abaratamiento durante la recesión, la caída de la tasa de renta-bilidad de las inversiones industriales es el mecanismo central del surgimien-to de la crisis en el sistema capitalista. Es lo que Marx denominó la ‘Ley de la tasa decreciente de ganancia o bene-ficios’. Según este planteamiento, la competitividad entre empresas genera una dinámica en la que cada firma in-dividual entra en una carrera con sus competidoras por introducir nueva tecnología y medios técnicos que au-menten la productividad y reduzcan el coste de la mano de obra empleada. En cada ciclo de inversión que realizan las empresas competidoras se reduce la proporción global del gasto en perso-nas empleadas respecto a la inversión realizada en maquinaria e innovación tecnológica. Y en cada nuevo ciclo el coste de la inversión en nueva maqui-naria para mantenerse al nivel compe-titivo que requiere el mercado supone un coste mayor. De esta forma, el ritmo de crecimiento de la inversión indus-trial es más rápido que el de la inver-sión en mano de obra. Pero los benefi-cios en última instancia provienen del trabajo realizado por las personas (del apropiamiento por parte de los capita-listas de una parte del valor generado por los humanos a través de su traba-

jo)5. El resultado es que globalmente la inversión industrial crece mucho más rápido que la fuente de los beneficios (el trabajo humano) y por tanto el rit-mo de la obtención de beneficios en el sistema se ralentiza.

Esta tendencia a la baja de la tasa de beneficios puede ser compensada por diferentes contratendencias. Las prin-cipales son la disminución del coste de la mano de obra (aumento de la tasa de explotación) y el abaratamiento de la inversión en medios técnicos, en ma-quinaria. Cuando la tasa de obtención de beneficios inicia su tendencia a de-caer como consecuencia de la carrera competitiva mencionada, los capitalis-tas tienen que buscar formas de seguir manteniendo su ritmo de ganancias y, si no lo consiguen, la inversión se pa-raliza y comienza la crisis económica.

La tasa de ganancia de las princi-pales economías mundiales alcanzó su último máximo –dentro de un con-texto de bajada desde los años 60– en 20046. Durante 2005 comienza una leve caída, la suficiente para que la economía real no pudiera sostener la enorme cantidad de capital financiero ficticio que había crecido exponencial-

mente desde principios de la década. Finalmente el sector de servicios in-mobiliarios y financiero (las inversio-nes más improductivas del capital) acabaron su boom y comenzaron su contracción.

Muchos analistas de la izquierda no tienen en cuenta este proceso y buscan la explicación para el surgimiento de la crisis en la caída del consumo o en el aumento de la financiarización y el estallido de la burbuja especulativa. Pero en última instancia ambas cosas son un efecto de la caída de la tasa de beneficios a corto y largo plazo, porque la inversión en la economía productiva deja de ser rentable. En este sentido, la enorme financiarización que se ha pro-ducido en el sistema desde la década de los 80 y el papel desmesurado de las finanzas en la economía tienen su ori-gen en la caída de la tasa de beneficios obtenidos de la inversión industrial y en los servicios desde el final del boom económico de la postguerra, a media-dos de la década de los 60 (ver gráficos 1 y 2).

Los capitalistas fueron poco a poco compensando sus ganancias a través de la economía financiera, desviando recursos económicos hacia diferentes burbujas especulativas y dejando de dedicarlos –en la proporción que lo hacían antes– a la inversión industrial. La recuperación de la tasa de beneficios desde mediados de los años 70 corres-ponde a la época de introducción del neoliberalismo, que ha jugado el papel, como decíamos antes, de aumentar drásticamente el nivel de explotación de la mano de obra y ejercer así como contratendencia.

Reestructuración y deudaLa “función” de la crisis económica en el sistema capitalista es, por tanto, la reestructuración de la producción para volver a recuperar la rentabilidad de la inversión productiva. De esta forma, las crisis en términos reales terminan cuando la tasa de beneficios vuelve a alzarse, vuelven a recuperarse las in-versiones y con ellas la pauta de creci-miento económico. Durante la crisis se produce la eliminación de todos aque-llos capitales menos competitivos y los capitalistas que sobreviven adquieren, a precios mucho más bajos, las empre-sas arruinadas y su parte en el mercado de productos y servicios. Si esta rees-tructuración no se produce, no puede haber recuperación de la tasa de bene-ficio, la inversión no volverá y por tan-to no se saldrá de la crisis económica.

Hoy por hoy esta reestructuración del sistema está teniendo lugar, pero aún existe una enorme cantidad de medios técnicos sobrantes que deben ser eliminados o absorbidos por otros

PicoPunto mínimo de la

depresiónFecha de recuperación

Tiempo de recupera-ción (trimestres)

1948 T4 1949 T4 1950 T4 4

1953 T3 1954 T2 1955 T3 5

1957 T3 1958 T2 1959 T2 4

1960 T2 1961 T1 1962 T1 4

1969 T4 1970 T4 1971 T3 3

1973 T4 1975 T1 1976 T3 6

1980 T1 1980 T3 - -

1981 T3 1982 T4 1983 T5 5

1990 T3 1991 T1 1992 T3 6

2001 T1 2001 T4 - -

2007 T4 2009 T2 Sigue adelante 16+

Tabla. El tiempo de recuperación de EEUU después de una recesión (que sirve como referencia de la recuperación económica mundial). Fuente: Fatas and Mihov, 2013.

La Comisión Europea y analistas líderes en el mercado financiero global ven lejana la recuperación definitiva

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Enero-Abril 2014 La Hiedra 13

capitales para que se pueda recuperar la tasa de ganancia. El estado –que en otras crisis jugó el papel de reactivador de la inversión– ha bloqueado en esta ocasión una parte de la reestructura-ción económica, protegiendo a ciertas firmas de su bancarrota por ser “de-masiado grandes para caer”. Son de-masiado grandes porque el proceso de concentración de capitales y creación de enormes firmas no ha parado de aumentar.

Además, en este caso la reestruc-turación tiene otro impedimento no existente en crisis anteriores: la enor-me deuda pública y privada que el sis-tema ha ido engordando desde la dé-cada de los 80. Si la reestructuración del sistema productivo descrita más arriba tuviera lugar en un contexto de reducción del endeudamiento, existi-rían recursos disponibles por parte del estado para ir recuperando el apoyo a la inversión y, por parte de las empre-sas, para ir haciéndose con los medios técnicos que la crisis ha abaratado. Sin embargo, a cuenta de la enorme bolsa de deuda que se ha ido generando en

la economía durante las últimas tres décadas, este proceso se encuentra lastrado.

La deuda a nivel mundial fue cre-ciendo durante todo el periodo neoli-beral y tuvo un incremento descomu-nal desde el surgimiento de la burbuja inmobiliaria a partir de 2002 (ver grá-fico 3). Estamos en un contexto global de deuda pública y privada creciente o al menos de incapacidad para reducir la deuda existente7. La conclusión es que, para recuperar la rentabilidad de la inversión, el sistema necesita aún una enorme disminución de la deuda pública y privada y una eliminación de todo el capital productivo no compe-titivo existente en el mercado. Y este proceso no podrá darse sin un nuevo hundimiento económico general –que reduzca el valor del capital financiero que constituye la deuda– y que dé un nuevo empujón a la reestructuración del capital productivo. Es por eso que existen muchas probabilidades de que aún tengamos que enfrentarnos a una nueva recesión global. Ésta podría ade-más tener a su vez el efecto contradic-

torio de volver a aumentar la deuda pública y privada, si no existen grandes proporciones de “quitas” unilaterales a costa de los grandes acreedores.

La difícil situación de la economía españolaSi analizamos la situación de la econo-mía española en base a los elementos descritos anteriormente entenderemos su dificultad para salir de la crisis, in-cluso en términos puramente capitalis-tas, y por qué la recuperación no será tan milagrosa como quiere hacernos entender el Gobierno. Existen tenden-cias globales que hacen probable una nueva recesión global pero el capitalis-mo español tiene además sus propias dificultades.

La tasa de beneficios en la econo-mía española ha seguido básicamente la misma trayectoria que en la econo-mía global. Como puede observarse en el gráfico 4, durante los años 80 se produce una recuperación muy acusa-da de la tasa de beneficios en el Estado español gracias a la contención salarial emanada de los Pactos de la Moncloa8, la política de desindustrialización (dentro de un régimen industrial ya de por sí con bajas tasas de beneficios) y la introducción de la dualidad en el mercado de trabajo español (la contra-tación temporal, que permitió revertir la caída de la tasa de ganancia a través de un aumento de la tasa de explota-ción del 50% hasta 19969). Durante la década de los 90 se produjo un boom en la inversión extranjera cuando el ca-pital alemán y otras compañías se des-plazaron al Estado español en busca de mano de obra más barata, lo que pro-vocó un aumento del 19% en la propor-ción de capital fijo (medios técnicos) respecto a la mano de obra, renovando así las presiones a la baja para la tasa de ganancia del capital.

El capitalismo español, apoyándo-se en la estructura de propiedad de la vivienda generada desde el franquis-mo, en el bajo coste de los créditos y con la ayuda del BCE y la entrada del Euro, giró hacia la inversión inmobilia-ria que produjo el “milagro” eco-

Las exportaciones han aumentado en los últimos

trimestres de 2013 a costa de la reducción de

sueldos

Gráfico 1. Tasa de beneficio a nivel mundial (indexado 100=1963). Fuente: Roberts, M., 2012. (Nótese que el eje vertical empieza con ‘70’)

100

95

90

85

80

75

70

1965

1969

1973

1977

1981

1985

1989

1993

1997

2001

2005

2009

Media mundial

Media del G7

Gráfico 2. Inversión en capital (% año a año). Puede observarse la tendencia decreciente en los últimos 50 años. Fuente: OCDE.

5

10

0

-5

-10

-15

1964

1967

1970

1973

1976

1979

1982

1985

1988

1991

1994

1997

2000

2003

2006

2009

2012

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nómico de la década del 2000. Todo esto se vino abajo con el estallido de la recesión en 2007, haciendo reven-tar la burbuja inmobiliaria y generan-do, entre otros muchos males, la crisis bancaria que aún está por resolverse. El agujero bancario generado por la es-peculación y las hipotecas “subprime” sigue creciendo, debido a la caída del precio de la vivienda y al constante au-mento de la morosidad.

Desde el punto de vista del endeu-damiento, la economía española se en-cuentra en una pésima situación. Las cifras varían, pero la deuda total de la economía española ronda los 4,5 billo-nes de euros, alrededor del 425% del valor absoluto del PIB10. Por un lado se está dando un proceso de reducción de la deuda privada concentrado en fa-milias y empresas no financieras. Esta reducción de la deuda se está produ-ciendo a costa de la reducción del con-sumo de la gente y de la paralización de

la inversión, bloqueando el conjunto de la demanda interna del Estado es-pañol. El sector financiero, que fue el que empujó la creación de esta deuda privada tan descomunal, continuó in-crementando la suya en plena crisis y

ahora las pérdidas están siendo sufra-gadas por el conjunto de la población por diferentes vías (garantías y avales del Estado, préstamos a los bancos, FROB y SAREB).

La consecuencia directa de este pro-ceso ha sido la explosión de la deuda pública, que ha crecido en relación al PIB del 40,2% en 2008 al 92,3% en 2013 (estaba en el 35,7% en 2007)11, y se situará alrededor del 100% para ini-cios de 2014. Este es el resultado de un Estado que tiene que hacer frente a sus gastos en un contexto de caída de la re-caudación a través de los impuestos y del aumento del desembolso de presta-ciones por desempleo, pero sobre todo, como hemos indicado, la explosión de la deuda está ocasionada por el rescate bancario y las ayudas que están sien-do otorgadas a la banca por diferentes vías12. En el gráfico 5 puede observar-se la carga que ha supuesto el rescate bancario respecto a otros gastos so-ciales del Estado en el presupuesto de 2013. Por su parte, la deuda genera intereses que serán cada vez más difí-ciles de pagar, incluso en un escenario de crecimiento leve o estancamiento prolongado, que sería el otro escenario “más positivo”, alternativo al de una nueva gran recesión.

Con este nivel de endeudamiento resulta cuanto menos aventurado decir que el Estado español está saliendo de la recesión. Pero aún hay más. Una de las consecuencias del crecimiento de la deuda pública es el aumento también del déficit. Desde la Unión Europea existen fuertes presiones para que el Estado español alcance el nivel de défi-cit que se le requiere. Ya se han otorga-do varias moratorias para aplazar los objetivos de déficit, pero ¿por cuánto tiempo aguantarán las clases dirigen-tes europeas esta situación? Nuevas medidas de recortes en el gasto públi-co están siendo exigidas por Europa. En un contexto de nulo o ínfimo cre-cimiento económico, paro en torno al 25%, bajo nivel de consumo y un altísi-mo nivel de deuda pública, las medidas de austeridad que el Gobierno del PP habrá de tomar probablemente empu-jarán la economía española hacia una nueva recesión.

La ‘solución’ del capital español: más explotaciónLa economía española se encuentra en un callejón sin salida. Como hemos visto, el agujero de las pérdidas banca-rias está bloqueando la reducción de la deuda y en este sentido cabe poco que hacer. Para que haya una salida capitalista a la crisis es necesario con-seguir que el Estado español vuelva a ser atractivo para la inversión, que el capital adquiera rentabilidad a la hora

Las medidas de austeridad del Gobierno español probablemente producirán una nueva recesión

Gráfico 3. Beneficios financieros (eje izquierdo) y deuda total. Ambos como porcentajes del PIB. Fuente: Morgan Stanley, 2013.

3%

2,5%

2%

1,5%

1%

0,5%

0%

1954

Era de deuda baja

Beneficiosfinancieros

1960

1966

1972

1978

1984

1990

1996

2002

350%

300%

250%

200%

150%

100%

Era de deuda creciente

Deudatotal

Gráfico 4. Tasa de beneficios (beneficios por capital invertido) en el Estado español. Fuente: Roberts, M., 2013.

33

31

29

27

25

23

21

1963

19

1965

1967

1969

1971

1973

1975

1977

1979

1981

1983

1985

1987

1989

1991

1993

1995

1997

1999

2001

2003

2005

2007

2009

2011

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de realizar inversiones. Pero el gran ca-pital no quiere invertir en un territorio donde la economía está paralizada por las excesivas deudas. De esta forma, la única manera de hacer atractiva –ren-table– la inversión en el Estado espa-ñol es reduciendo los costes laborales, al mismo tiempo que se reestructura la economía. Y esta es la senda que defi-nitivamente quiere ser andada por el capital.

Desde hace meses se viene hablando de la necesidad de una bajada genera-lizada de sueldos en el Estado español. La Comisión Europea, el FMI, la patro-nal española, las entidades privadas de análisis económico… todas coinciden en los beneficios en términos de em-pleo y competitividad de las exporta-ciones que ocasionaría una bajada de sueldos significativa. En noviembre de 2013 el servicio de estudios del BBVA declaraba que una bajada de sueldos del 7% conllevaría un aumento del em-pleo del 10,4%13. Sin embargo, según los sindicatos, los salarios ya han caído desde 2010 un 6,3% y durante los tres primeros trimestres de 2013 los costes laborales se han reducido mes tras mes (algo que nunca había pasado desde que el INE comenzó a realizar la esta-dística de costes laborales por hora en el año 2000). Pero la caída de los sa-larios no ha aumentado la creación de empleo, y es así porque el único efecto inmediato de la caída de costes salaria-les es una disminución del consumo interno, es decir no un aumento de la contratación.

La reforma laboral, que está aún siendo endurecida por el Gobierno del PP, ha abaratado los costes del despido –facilitando al capital su reestructura-ción a bajo coste– y está efectivamente reduciendo la “dualidad” del merca-do laboral entre el trabajo precario y fijo, pero a la baja, acabando con la contratación estable y destruyendo los derechos conquistados por la clase tra-

bajadora del Estado. De esta manera, parece evidente que el único meca-nismo que la clase dirigente española está dispuesta a seguir aplicando para atraer la inversión es reducir los costes laborales en un contexto por retornar al modelo económico de especulación y construcción.

Cuando los costes laborales hayan disminuido lo suficiente en relación a otras economías competidoras, las ex-portaciones de una minoría de compa-ñías sean lo suficientemente baratas y un número muy significativo de empre-sas hayan quebrado –reestructurando así el sistema productivo español–, po-drá recuperarse la rentabilidad de las inversiones y la salida al final del túnel de la crisis empezará a tener luz. Si no cambiamos esta tendencia a través de la lucha en las empresas y el fortale-cimiento de los movimientos sociales, el capitalismo español resurgirá de su catástrofe dejando tras de sí millones de personas desempleadas, niveles de vida mucho más bajos, pensiones ínfi-mas y servicios públicos degradados y privatizados.

Aun así, hoy por hoy la clase diri-gente española está encontrando serios problemas para reflotar la economía.

Estas dificultades se están trasladando al campo político a través de una ines-tabilidad permanente con múltiples expresiones y diferentes frentes abier-tos (descrédito de los grandes partidos, la lucha por la soberanía nacional de Catalunya, la necesidad de una mayor represión de las protestas por parte del Estado…). El escenario de inestabili-dad política generado por estas dificul-tades de la clase dirigente para resolver la crisis económica seguirá abierto du-rante un tiempo –no sabemos cuánto. Por eso todas las iniciativas de resis-tencia deberían tener en cuenta que la salida de la crisis no está ni mucho menos a la vuelta de la esquina.

Notas:1 Datosmacro.com.2 BBC Mundo, 2013: http://bbc.in/HffjQo 3 Nueva Tribuna, Torres, J., 2013: “El mila-gro de Rajoy”: http://goo.gl/F9sNHy 4 Comisión Europea, 2013, p. 18-21 y H. Pa-rikh, S., 2013: http://goo.gl/MI1nz8 5 Para una explicación más detallada de esta ley, ver Harman, C., 2007: “La tasa de ganancia y el mundo actual”. Disponible en http://goo.gl/0tEwLY6 Roberts, M., 2013: “From global slump to long depression”. International Socialism Journal, 140: http://goo.gl/UU9oCk Para una representación gráfica más clara de es-tos datos ver http://goo.gl/PNOiGy 7 Ibid.8 Garzón, A., 2011: “Evolución de los salarios reales en España”: http://goo.gl/kTKRV4 9 Roberts, M.,2013: “Spain: The return of the Inquisition”: http://goo.gl/vNYqMx 10 Laborda, J., 2013: “La segunda fase de la Gran Recesión”. Informes, Fundación Pri-mero de Mayo, p. 39.11 Eurostat, 2013: http://goo.gl/qfiMNe 12 Para un desglose detallado de las ayudas a la banca ver Sánchez Mato, C., 2013: “Por una banca pública”: http://goo.gl/lN1lxy13 BBVA Research, 2013: “¿Puede la mode-ración salarial reducir los desequilibrios eco-nómicos?”: http://goo.gl/n5k8Z2 ■

La inestabilidad política generada por las dificultades económicas seguirá abierta durante un tiempo

1.600.000

1.400.000

1.200.000

1.000.000

800.000

600.000

400.000

200.000

0Gastos en desempleo presupuestos 2013

Serie 1 26.993

Gasto en sanidad estimado 2013

97.320

Gasto en pensiones presupuestos 2013

121.557

Ayudas públicas entidades bancarias 2008-2012

1.427.355

Gráfico 5. Actuaciones de apoyo al sector

financiero español en comparación con otros

capítulos de gasto. Fuente: Sánchez Mato,

C., 2013.

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16 La Hiedra Enero-Abril 2014

EntrEvista

“EL PROCESO CONSTITUyENTE COMO IDEA ES EL ESPACIO DONDE SE PUEDE INTENTAR PASAR DE LA RESISTENCIA A LA OFENSIVA”El Procés Constituent (Proceso Constituyente), a menos de un año de su presentación, ha impactado con fuerza por su gran capacidad de convocatoria y ha abierto muchos debates dentro de la izquierda catalana. Xavier Domènech, profesor de historia en la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del Procés Constituent nos habla, a título individual, sobre las propuestas del Proceso constituyente, cómo ve las alianzas con otras fuerzas de izquierdas y cómo se puede producir un proceso constituyente. Entrevista realizada por Joel Sans Molas.

gobierno, el problema es que están fallando muchas cosas. Y por tanto, el trabajo princi-pal del PC durante estos meses ha sido un trabajo de intentar que la idea del propio proce-so constituyente se difundiera más allá de los sectores polí-ticos más claros, en términos de tejido social. Y esto es a lo que nos hemos dedicado, a ha-cer presentaciones del PC, a constituir asambleas donde los debates sobre contenidos son muy fuertes. De momento ha funcionado bastante bien, son unas ciento diez asambleas por todo el territorio.

¿Puedes explicar más cómo está organizado el PC y que planteáis hacer a partir de ahora?

Básicamente, hay asam-bleas y hay un grupo promotor abierto. El grupo promotor ori-ginal que se reunía en torno a la propuesta se ha ido sustitu-yendo, aunque tiene un carác-ter abierto y va quien quiere, por representantes de asam-bleas. Además hay las sectoria-les y las comisiones de trabajo, que también son abiertas. En esta primera fase no se optó por ningún modelo organi-zativo porque aún estaba en fase de expansión. Cerramos esta fase con el acto del 13 de octubre en Barcelona y vamos a una asamblea en diciembre donde se debatirá básicamente sobre el modelo organizativo.

Hay varias propuestas sobre la mesa, que también van en fun-ción de una organización más activista o de una organización más amplia. La definición que hemos hecho es de movimien-to sociopolítico, porque en nuestra historia es más la que se parecía a lo que queremos hacer. En diciembre se cerra-rá un modelo organizativo, de representación, de toma de de-cisiones. Pero probablemente también será provisional e ire-mos a otra asamblea el próxi-mo año, cuando todo esté más consolidado. En principio no existe la voluntad de consti-tuir una organización política, después sabemos que todo es muy complejo y que todo pue-de cambiar.

Sobre esta tensión que comentabas entre el Procés Constituent como proyecto político y como idea de proceso político. ¿Cómo se combina tener un proyecto político que sabe que él solo no puede hacer un proceso constituyente, con la idea de hacer un proceso constituyente amplio y rupturista?

Estos debates, cara a cara, no los hemos afrontado. ¿Qué hay en el PC? Que es una forma de afrontar este debate. Aquí hay gente muy variada. Hay gente que entra en el PC sin una adhesión política previa

¿Cuál es la idea básica del proyecto del Procés Constituent?

El proyecto tenía en origen dos patas. La primera, que se hizo más espectacular y mediá-tica, es una reedición de la vieja idea en torno a la Syriza catala-na, la idea de si en la situación actual hace falta un frente de izquierdas electoral. Esta era la primera pata, primera pero no principal. Y la segunda, que es la más compleja, se plantea la necesidad de apertura de un proceso constituyente, ade-más, con una serie de puntos programáticos básicos para perfilar ideológicamente la pro-puesta. Esta segunda pata es la que ha tenido más fuerza pos-terior por una razón básica: el Procés Constituent (PC) puede terminar de una manera u otra pero la propuesta sustantiva es esta. A partir del tercer grupo promotor del PC ya se deci-dió que la parte del debate del frente de izquierdas se parali-zaba en tanto en cuanto a dos consideraciones. La primera, que no dependía de la propia gente que pertenecía al Procés Constituent sino de los propios sujetos políticos, que son sobe-ranos para decidir lo que crean mejor o peor. Y, además, que llegar a una mayoría electoral de izquierdas en la situación ac-tual podría cambiar cosas pero no revertiría claramente la si-tuación porque el problema no es sólo tener un programa de

“Llegar a una mayoría electoral de izquierdas en la situación actual podría cambiar cosas pero no revertiría claramente la situación porque el problema no es sólo tener un programa de gobierno”

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“Cualquier proyecto que no tenga en cuenta el conjunto del pueblo o de la izquierda puede funcionar, pero me parece un error”

clara, y esto es un grupo muy importante, con ósmosis, pero no es exactamente lo mismo, con la tradición católica. Des-pués hay otra parte de gente que probablemente -no hemos hecho un estudio- son ex vo-tantes del Partido Socialista, y creo que hay bastantes, porque aquí hay una terremoto político muy bestia. Y aquí está el deba-te. Lo que interpreto que es el debate CUP, que es la construc-ción de un polo anticapitalista a la izquierda de Iniciativa, y que Iniciativa se quede todo el campo hasta el espacio socialis-ta. Creo que esto es una lectura muy mecanicista de la realidad política. Que haya votantes so-cialistas no quiere decir que necesites una opción moderada porque pueden haber sufrido una radicalización. Y el Procés Constituent, como síntoma, coge gente que viene del 15M, gente que viene de militancia anticapitalista, o sea una va-riedad muy amplia. Hay una tensión que es interna, no sólo externa. Por eso veo complejo que el PC evolucione hacia una definición política.

¿Cómo se produce un proceso constituyente? ¿Cuál es la vía, debe ser una vía electoral?

A ver, un proceso constitu-yente puede empezar, según un modelo revolucionario clá-sico del siglo XX, con el asalto al Palacio de Invierno y hacer la revolución. Puede comenzar con la construcción de contra-poderes populares que hagan algo más complejo. Yo creo que un proceso constituyente, y eso la historia lo demuestra, puede emerger de las formas más con-tradictorias posibles. Y si toma-mos el modelo más clásico de nuestra tradición, el de la Revo-

lución francesa, encontramos un proceso que se inicia -la otra cosa es la batalla de hegemonía cultural que hay detrás- con una convocatoria de Estados Generales. Y es la convocatoria de un organismo de Antiguo Régimen -allí no hay nada re-volucionario- que lleva a hacer multitud de reuniones y asam-bleas en Francia, hasta llenar 60.000 cuadernos de quejas, donde se mezclan muchísimas cosas, desde un nuevo discurso sobre el ser humano y los dere-chos del ciudadano, con cosas materiales muy concretas. Esto va a unos Estados Generales y el Tercer Estado, que represen-ta a 28 millones de franceses, cuando ve que no tendrá posi-bilidad de incidir realmente en nada proclama que ellos no son el Tercer Estado sino que son la representación de la nación, por lo tanto son la Asamblea Nacio-nal, la Asamblea Constituyente. Yo creo que ningún revolucio-nario de la actualidad hubiera aceptado este recorrido, pero este recorrido clásico lleva a una ruptura brutal e inicia algo que ya no es clásico sino que es la destrucción del Antiguo Ré-gimen. Lo digo para que no sea-mos demasiado esclavos de las vías revolucionarias heredadas del siglo XX.

Lo que también muestra la experiencia de la Revolución francesa es que una vez se llega a las instituciones y se intenta romper con su lógica, toda la maquinaria del Estado existente se te vuelve en contra y te empieza a reprimir... Y necesitas estar preparado a que esta reacción se puede producir, que no se está hablando.

Porque todavía no hemos llegado a esta fase... Bueno, es evidente lo que me estás dicien-do. Lo que pasa es que si aún no se ha hegemonizado la idea de proceso constituyente, o sea, si cuando estaban llenando los cuadernos de queja hubieran hablado de cortar la cabeza al rey probablemente no habrían llegado ni a los Estados Gene-rales. Y, además, porque no sabían que tenían que cortar la cabeza al rey, lo descubrie-ron en el proceso. Yo creo que el problema de fondo con el

proceso constituyente, se evi-dencia con lo que estás dicien-do tú ahora, pero en el fondo no es eso, porque muchas de estas críticas se han hecho des-de organizaciones que están en el parlamento. El problema del PC es que como no es una tradición ideológica hay una sospecha hacia donde puede evolucionar, que no hacen la retórica complejo sobre la calle y el parlamento... una retórica compleja que es más vieja que el cagar agachado, lo de “somos el partido de lucha y del parti-do de las instituciones”. Pero el problema es: ¿estás dispues-to a cagarla, estás dispuesto a abrirte? Estás en una situación en la que todas las izquierdas han fracasado, por lo tanto nadie puede estar convencido de que sus principios... Aquí hay dos caminos: o generas el camino de una identidad polí-tica muy fuerte, y esperas que este ejemplo en una situación de desarticulación social lleve a que mucha gente asuma esa identidad política o intentas ver que hay un terremoto político y que se debe reconfigurar todo desde la base y esto no significa estar machacando las otras tra-diciones. El PC está en el pro-ceso de apertura absoluta, que tiene muchos problemas, pero que también explica su capaci-dad de convocatoria. Hay dos figuras relevantes delante, pero no es sólo eso. Es también un discurso muy fuerte en la pro-puesta pero muy diluido en las identidades políticas. Además, puede ocurrir que el PC se con-vierta en un partido político, siendo un grupo parlamenta-rio, que se la pegue a las elec-ciones... Y que se acabe convir-tiendo en un anexo de la CUP. Yo creo que esto sería un error, no por la relación con la CUP, sino porque para ser un anexo de la CUP no hacían falta tantas historias, y porque además hay mucha gente que se puede que-dar por el camino. Puede ocu-rrir que acabe siendo un anexo de Iniciativa. Me gustaría ser bastante claro: no hay una pla-nificación previa de cómo debe ser el Procés Constituent.

¿Quién crees que debería ser prioritario a nivel de buscar esta alianza, la CUP o Iniciativa?

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tienes que estar dispuesto a aceptar que en este frente am-plio haya una vertiente social-demócrata e Iniciativa es una vertiente socialdemócrata re-hecha, y tienes que hacer una lucha dentro de este campo para ver qué proyecto acaba teniendo éxito, pero debes par-tir de principio del conjunto. Claro, el problema aquí es la traducción del pacto electoral concreto... También veremos qué pasa con Iniciativa, con este inmovilismo parece que no pase nada pero yo creo es-tán pasando cosas. Valoras que la reacción desde arriba es tan grande que tienes que aceptar una serie de cosas. Pero estoy hablando yo, que quede claro.

Por lo tanto tú crees que el potencial que debería aprovechar es un frente de izquierdas lo más amplio posible, un poco como la idea de la Syriza griega.

Sí, lo que pasa es que esto debe ir combinado con una idea completamente nueva, rupturista. Es decir, no se trata sólo de hacer un programa de gobierno... Porque imagínate que se hace una unidad de las izquierdas y ganan y llegan al gobierno y hay un agotamiento de las ideas. Esto ya existe. O sea el problema no es sólo del poder, es lo que haces. ¿Qué haces cuando llegas allí? Rom-pes con la Unión Europea, sí. Dices que no pagarás la deuda, sí. Y después, ¿qué haces? Sólo estos dos elementos llevan a la necesidad de la configuración de un nuevo tipo de sociedad. ¿Tienes alguna idea de este nuevo tipo de sociedad? No. O sea, tienes algunas ideas, lo que

comentaba David Fernández de los tres tercios: una econo-mía de presencia pública, una de cooperativista y una pri-vada. Bueno, eso son grandes principios generales. Es una izquierda que sabría lo que no quiere pero es más difícil saber lo que se quiere. Un dinámica realmente de izquierdas lleva a elementos de rupturismo y por tanto no es sólo vamos a hacer el “Frente Popular “ de los años 30, donde probablemente los modelos eran más claros que ahora. Es que ahora no hay modelo, en términos de mode-lo hegemónico en la izquierda.

Uno de los referentes para la idea de un proceso constituyente son los procesos de Bolivia y Venezuela, donde se han conseguido avances sociales. Pero aquí en el sur de Europa tenemos diferencias con estos países que tienen unas rentas extractivas de los hidrocarburos, que dan muchos recursos y que los pueden redistribuir sin erosionar mucho los sectores poderosos.

También tenemos referen-tes de procesos constituyentes propios, la Segunda República, la Revolución francesa. Otra cosa es que la idea ha tenido fuerza en unas sociedades que tienen muchas diferencias, que tienen muchos hidrocarburos, con la posibilidad de un “socia-lismo petrolero o del gas”, pero sí que hay similitudes con la deuda. Pero también tenemos elementos aquí que son impor-tantes de valorar. Como he di-cho, el último modelo de cam-

nos de organizaciones políticas, sino de los sectores sociales que representan, en un momento en el que el socialiberalismo está en colapso, estos sectores sociales deben constituir el nú-cleo central de un frente políti-co amplio. Por lo tanto, pensar que los sectores que social-mente representa Iniciativa no interesan porque estuvo en un gobierno del tripartito, o por-que Iniciativa hizo nosequé me parece un error político de una ceguera acojonante. ¿Cómo se parte de esta reflexión a la tra-ducción política? Eso no lo sé, porque es muy problemático. Ahora, esta idea de “no, noso-tros ya tenemos el polo antica-pitalista, hacía años que ya lo intentábamos...” Y es verdad que es un éxito brutal en tér-minos de sistema político en la situación actual pero, ya sé que es bestia decir eso, me parece poco. Cualquier proyecto que no tenga en cuenta el conjun-to del pueblo o de la izquierda puede ir, pero me parece un error.

La dificultad es cómo hacer un proyecto rupturista y que sea suficientemente amplio para lograr una mayoría parlamentaria. Cómo casan todos estos sectores sociales que dices con las realidades políticas existentes. Es decir, ICV es un partido que tiene un aparato basado en el trabajo parlamentario y que tiene una lógica no rupturista con este trabajo.

No tiene una lógica ruptu-rista... bien, pues se les debe pedir que la tengan. De decir,

“Tienes que estar dispuesto a que en este frente amplio haya una vertiente socialdemócrata y tienes que hacer una lucha dentro de este campo para ver qué proyecto acaba teniendo éxito”

t Acto de presentación en Vic del Procés Constituent.

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“La propia declaración de un proceso constituyente en un parlamento catalán ya es una ruptura, un choque brutal, es un acto de ilegalidad profunda”

bio político que tenemos había sido pensado a partir de una insurrección militar o de una huelga general y el mecanismo fueron unas elecciones muni-cipales. De estos ejemplos se tiene que tomar el poder de un municipalismo, con un progra-ma conjunto... todo el mundo se está fijando en el parlamento e igual no es el espacio donde realmente se puede producir la gran transformación. A mí me interesan más los ejemplos in-ternos que los latinoamericanos para ver cómo se puede produ-cir el cambio político aquí.

Avanzando escenarios de lo que sería posible, Teresa Forcades hablaba de que si se conseguía la mayoría parlamentaria la cuestión era disolver el parlamento y crear una asamblea ciudadana. Si se logra esa mayoría de fuerzas rupturistas, ¿qué se podría plantear? Porque las instituciones actuales están muy subordinadas al poder económico y tienen unas normas del juego que delimitan mucho el campo.

Pero es que la propia decla-ración de un proceso constitu-yente en un parlamento catalán ya es una ruptura, un choque brutal, porque no está previsto, es un acto de ilegalidad profun-da. Si quieres es una propuesta muy formal hasta llegar al mo-mento de declaración de proce-so constituyente y a partir de la declaración es una propuesta absolutamente rupturista, rup-turista en términos jurídico- políticos. Sí, pero ¿cuál es la pregunta?

Una vez estás allí, ¿cómo consigues avanzar con todas las constricciones que tienen las instituciones actuales?

Si esto ocurriera debería haber una forma de gobierno provisional, no es sólo disolver el parlamento, y probablemen-te debería haber la adopción de una serie de medidas de ur-gencia. Cómo haces frente al resto de fuerzas del ejército... no hemos detallado hasta este punto. Pero estamos en un es-cenario muy previo a todo esto. Hay un escenario de bloqueo del sistema político catalán que veremos muy pronto, hay

muchos escenarios antes de llegar al proceso constituyente propiamente.

La idea de proceso constituyente está cogiendo mucha fuerza pero es una idea sobre todo en el campo político. Pero el ejemplo de la Revolución francesa muestra que después hace falta una correlación de fuerzas social. ¿Cómo relacionar el campo de la lucha política con el campo de la lucha social?

Sí, y de hecho hay el modelo clásico que dice, primero deben crecer las luchas sociales y una vez hayan crecido las luchas sociales se puede producir una acumulación política. Sucede que esto no acaba de funcionar después en la historia...

Bueno, en Grecia el crecimiento de Syriza obedece mucho a la dinámica de luchas sociales...

Sí, pero por ejemplo en el caso de Ecuador había habido una dinámica de luchas muy potentes que después... Es el debate de la creación de los partidos modernos de la iz-quierda: el Partido Laborista fue el resultado de crecimiento sindical, el partido Socialde-mócrata Alemán no, primero fue la dinámica política y luego fue la dinámica social. El pro-ceso constituyente emerge en un momento bajo comparati-vamente a como estaban las luchas sociales hace dos años. Lo que resultó de aquella ex-plosión del 15M creo que ha ido hacia dos lados básicamente. Hacia un lado que habla mucho más de construcción de red so-cial, de economía solidaria, de economía cooperativa, que en el fondo es decir el mundo se ha transformado radicalmente y debemos crear nuestro mundo dentro del mundo. La otra evo-lución ha sido decir: hace falta una respuesta política, aunque sea para probarlo. El problema es que los dos lados se plantean como unívocos y yo creo que no lo son. En toda la historia de la izquierda han existido y sin una no existe la otra.

¿Pero cómo se hace casar la lucha en el

campo político y en el campo social para que la interacción sea lo más positiva posible?

Lo que pasa es que no hay una relación evidente y no se ha hecho un discurso sobre esto. El debate representamos los movimientos o los movimien-tos nos representan a nosotros, que fue el debate muy en el en-torno de la CUP, este debate no ha estado en el PC. ¿Esto quiere decir que el PC esté absoluta-mente ajeno a los movimientos sociales? No. Por ejemplo tene-mos mucha gente de las PAH de Girona, hay gente como Café amb Llet que hace activismo so-cial, hay gente que provenimos de las luchas contra los recor-tes... La relación del propio PC debe ser una relación dialécti-ca, evidentemente. Ahora si se ha teorizado eso, no. No somos un marco ideológico, no somos el marxismo, por lo tanto no te-nemos una teoría de cómo debe ser la revolución, ni cómo se dará la correlación de fuerzas.

¿Y tu visión personal de cómo casar estos dos campos?

La lucha social en estos mo-mentos es, básicamente, re-sistencia. El caso de la PAH es diferente, pero es el único caso. Aunque hay un componente de resistencia que sí va más allá, de desafío y transforma-ción. El proceso constituyente como idea es el espacio donde se puede intentar pasar de la resistencia a la ofensiva. Esto es la fuerza del PC, la gente pue-de hablar de cómo quiere que sea la sociedad y eso es lo que le da esta capacidad de atrac-ción. ¿Qué relación hay? Estas personas estaban en las luchas, pero querían un espacio donde poder hablar de todo esto desde la pluralidad. ¿Porque sino qué espacios hay? Porque cuando se dice “no, la unidad se debe construir en la lucha”, sí, a la barricada y a la manifestación, pero esto no es una confluencia real. ¿Una confluencia real es la discusión de cómo se debe construir un aparato electoral? Tampoco es una confluencia real. La necesidad de estos pro-cesos es debatir, de encuentro de sujetos diferentes y de con-fluencias reales y eso no se hace sólo estando de acuerdo en con-tra de los recortes. ■

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© orkomedix / CC BY-NC-SA / flickr.com

Lo nacional

a debate

En este número José María L. Martínez comparte una mirada crítica sobre el andalucismo (nacionalismo andaluz), poco conocido en el

resto del Estado, que sin ser un movimiento de masas sí tiene muchos partidarios y partidarias en organizaciones sociales emblemáticas del

territorio andaluz (entre ellas el Sindicato Andaluz de Trabajadores/as).

También hemos querido examinar la historia de la nación, la conciencia nacional y el nacionalismo, temas frecuentemente utilizados pero

pocas veces analizados, publicando un artículo exclusivo de Neil Davidson, historiador escocés y militante socialista revolucionario.

Davidson ha ganado el premio Isaac Deutscher (para escritores marxistas contemporáneos) por su libro sobre la unión histórica entre Inglaterra y Escocia (unión que se revisará bajo referéndum el año que viene). Su

nuevo libro ‘Transformar el mundo: revoluciones burguesas y revolución social’ ha sido prologado por el historiador Josep Fontana con las palabras

“una obra maestra: una de esas que un investigador escribe una sola vez en la vida” -recomendación casi inmejorable que nos ha animado a pedir

su colaboración aquí.

Actualmente estamos ante la segunda gran crisis de ‘España’. La primera surgió después de la pérdida de sus últimas colonias en el mal llamado “Desastre” de

1898, se profundizó durante la dictadura de Primo Rivera y la II República, y fue ‘resuelta’ por la victoria violenta del fascismo en 1939. La actual crisis surge de las crisis de la economía española y del régimen de la Transición (incluyendo su aspecto territorial), se centra principalmente en el pulso entre el soberanismo catalán (con todas sus complejidades) y los planes recentralizadores del gobierno del PP (sin complejidades), pero también se expresa en fisuras en otros territorios del Estado. Dentro de este contexto, y frente a la necesidad de que los y las militantes de la izquierda combativa nos posicionemos de manera inteligente ante los desafíos surgidos, desde La Hiedra estamos publicando una serie de análisis sobre la cuestión nacional del Estado español y en general.

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La NOVEDAD HISTÓRICA

de la ‘NACIÓN’E

l 27 de noviembre de 2013 Ma-riano Rajoy declaró que, si la población escocesa vota en el referéndum de septiembre a favor de la independencia res-

pecto al Reino Unido, el nuevo estado escocés dejaría de ser estado miembro de la UE y tendría que volver a solici-tar su incorporación. Añadió que “de ninguna manera ayuda a las regiones europeas o a nuestra ciudadanía pro-poner divisiones o aventuras en solita-rio en un futuro incierto donde la salida puede parecer clara pero el destino es desconocido”. Por supuesto, Rajoy no está preocupado por Escocia, pero sí por las implicaciones que su indepen-dencia tendría para Catalunya y otras naciones ‘periféricas’ dentro del Estado español.

Hay diferencias importantes en-tre Catalunya y Escocia. Si Catalunya hubiera permanecido como estado independiente en el siglo XVII, se ha-bría convertido en la tercera forma-ción estatal capitalista tras Holanda e Inglaterra. La transición de Escocia al capitalismo, sin embargo, fue solo po-sible después de que su unión con In-glaterra permitiera la destrucción de su feudalismo autóctono. Esto sugie-re que mientras Catalunya ha sufrido opresión nacional dentro del Estado español, Escocia, lejos de haber estado oprimida, ha contribuido a oprimir a otras naciones a través de su despro-porcionada contribución al imperio británico: incluso ahora, a Escocia se le permite un referéndum de indepen-dencia mientras que a Catalunya se le niega. Finalmente, ser escocés, desde la perspectiva del estado británico, for-ma parte de ‘ser británico’, mientras la identidad catalana, desde la perspec-tiva del Estado español, se opone a la identidad española.

A pesar de estas diferencias, hay al-gunos aspectos en común entre la na-cionalidad escocesa y la catalana –así como con todas las otras nacionalida-des, incluidas la británica y la española. El hecho de que las y los revoluciona-rios apoyemos algunos nacionalismos y nos opongamos a otros no debería

cegarnos en este aspecto. El resto del artículo explorará estos elementos en común.

Conciencia nacional y nacionalismoEl sentido de mutuo reconocimiento que implica el término “conciencia na-cional” es distinto al nacionalismo. Es perfectamente posible para la pobla-ción, como por ejemplo la mayoría de gente escocesa en la actualidad, desa-rrollar una conciencia nacional sin ser posteriormente nacionalistas; pero no es posible construir un movimiento nacionalista sin (al menos una mino-ría de) una población que previamente haya desarrollado una conciencia na-cional. Ambas se han desarrollado de forma simultánea, pero para clarificar trataré la conciencia nacional como una expresión de identificación colecti-va entre un grupo social y el nacionalis-mo como la participación en la movili-zación política de un grupo social para la construcción o defensa de un estado (o de particulares libertades lingüísti-cas, culturales o de otro tipo, identifica-das con el colectivo).

Hay tres posiciones básicas para si-tuar las naciones en el desarrollo histó-rico. La primera es el ‘primordialismo’. Más que una teoría es una asunción del sentido común de que las naciones han existido siempre a lo largo de la histo-ria. La segunda es el ‘perennialismo’, según el cual las naciones modernas son simplemente versiones más gran-des y complejas de otros tipos de comu-nidades humanas anteriores. La terce-ra posición es el ‘modernismo’, que

rechaza todos los intentos ahistóricos de asegurar que las naciones son una parte ineludible de la condición huma-na y, por lo tanto, sitúa la emergencia de las naciones en un tiempo mucho más reciente.

El modernismo tiene dos varian-tes principales. Una deriva en partes iguales de la tradición sociológica de Durkheim y Weber para enfatizar la necesidad de las sociedades de alcan-zar cierta cohesión durante los proce-sos de industrialización, superando el impacto desintegrador de los mismos en sociedades agrarias al imponer una cultura común coincidente con el terri-torio del Estado. Aquí el nacionalismo, esencialmente, sustituiría el papel de la religión en lo que los webberianos lla-man “sociedades agrarias” o “tradicio-nales”. En efecto, rechaza la idea de que las naciones son aspectos permanentes de la condición humana previos a la industrialización, pero solo para rein-troducir esa misma noción como váli-da una vez ha empezado el proceso de industrialización.

La otra variante es la tradición mar-xista, que no enfatiza la industrializa-ción como tal sino la dominación del modo capitalista de producción: dado que en algunas áreas el modo capitalis-ta dominaba mucho antes que la propia industrialización, la conciencia nacio-nal –y en algunos casos un nacionalis-mo completamente formado– existió allí antes de la segunda mitad del siglo XVIII. Argumentar que las naciones solo aparecieron en algún punto de fi-nales del siglo XVIII sería tan absurdo como argumentar que el capitalismo solo apareció en ese mismo periodo. De hecho, la conciencia nacional tar-dó tantos siglos en convertirse en una forma de conciencia dominante como tardó el modo de producción capitalis-ta en convertirse en el modo de produc-ción dominante, y lo hizo precisamente como consecuencia de esto último.

La conciencia nacional evolucionó en tres etapas. La primera de ellas, la formación psicológica, ocurrió entre la emergencia del absolutismo a media-dos del siglo XV y la consolidación

Por Neil Davidson

Trataré la conciencia nacional como una expresión de identificación colectiva y el nacionalismo como la participación en la movilización política

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de la revolución inglesa en 1688. En la segunda etapa, la extensión geográfica, entre 1688 y el estallido de la revolución francesa en 1789, el éxito de algunos grupos con una emergente conciencia nacional a la hora de convertir este nue-vo estado psicológico en movimientos políticos en Holanda e Inglaterra llevó a otros (primero en Norte América, Ir-landa, Francia y luego se generalizó) a aspirar a un status nacional, incluso si su nivel de desarrollo social no había permitido que surgiera previamente una conciencia nacional. En la tercera etapa, la difusión social, entre 1789 y la ‘Primavera de los Pueblos’ en 1848, la conciencia nacional empieza a emerger entre las clases sociales bajo los gober-nantes de los nuevos estados-nación, en parte como resultado de un adoctri-namiento deliberado, pero sobre todo por el inevitable modo de vida experi-mentado en sociedades moldeadas por el estado-nación.

Formación psicológicaEn el origen de la conciencia nacional se combinaron cuatro elementos princi-pales. Todos reflejan en mayor o menor medida el impacto del capitalismo en la sociedad feudal. El primer elemento fue la formación de áreas de actividad económica externamente demarcadas e internamente conectadas. Europa había emergido de la primera crisis del feudalismo en la segunda mitad del si-glo XV como un sistema de estados que aún estaba dominado por el sistema feudal de producción. Era un sistema que, a pesar de todo, incorporaba de forma creciente elementos del capita-lismo. En este contexto, la importancia del desarrollo capitalista reside menos en la esfera de la producción que en la circulación: debido a la creación de redes comerciales, el capital comercial comenzó a vincular comunidades rura-les dispersas, tanto entre sí como con los centros urbanos, para formar un amplio mercado interno.

Directamente ligado a este ele-mento hubo un segundo aspecto: la adopción de una lengua común por las comunidades que estaban siendo interconectadas a nivel económico. La necesidad de comunicarse por motivos de intercambios mercantiles empezó a descomponer los dialectos locales dis-tintivos, forjando un lenguaje común o al menos comprensible para todas y to-dos. De este modo, el lenguaje empezó a demarcar los límites de las redes eco-nómicas mencionadas anteriormente, límites que no necesariamente coin-cidían con los reinos medievales. De hecho, el establecimiento de fronteras estatales frecuentemente determina los límites entre ser el dialecto de una len-gua particular o ser otro idioma. El fla-

menco y el holandés hoy se consideran idiomas distintos, pero si el Estado ale-mán se hubiera desarrollado hasta in-corporar a la Bélgica de habla flamenca y Holanda, hoy en día el flamenco y el holandés se considerarían dialectos del alemán.

La configuración de formas estándar de lenguaje se vio enormemente favo-recida por la invención de la imprenta y las posibilidades que presentó de co-dificar la lengua en obras producidas en masa. De los 20 millones de libros publicados antes del año 1500, el 23% fueron en lenguas vernáculas, en lu-gar del latín. No se habrían publicado a menos que existiera una audiencia que entendiera sus contenidos, pero su efecto fue extender el tamaño de esa audiencia dado que las imprentas no podían publicar las obras en cada dia-lecto local, solamente en aquellos que habían emergido como la forma ‘están-dar’ o en aquellos que podían competir para serlo. La primera traducción nor-te-alemana de la Biblia en 1479 se tuvo que publicar a doble columna, una para cada dialecto del idioma, sajón y frán-cico –una edición que abarcara solo los principales dialectos del sur de Alema-nia habría sido imposible de producir en forma legible. La creciente estanda-rización del lenguaje reforzó entonces su fundamento económico originario, pues los mercaderes, cuyas redes de co-mercio habían definido originalmente el abasto de territorios de comprensión lingüística, se identificaban creciente-mente con ese territorio, excluyendo a los rivales que hablaban un idioma dis-tinto. El auge de las lenguas autóctonas estuvo acompañado por el declive del latín como lingua franca, un proceso que virtualmente se completó a media-dos del siglo XVI y quedó expresado en la nueva profesión de intérprete, aho-ra necesaria para hacer intercambios diplomáticos regionales mutuamente comprensibles.

Como sugiere esta referencia a las relaciones internacionales, el tercer elemento era el carácter de los nuevos estados absolutistas. El absolutismo fue la forma que tomó el estado feudal durante la transición económica del feudalismo al capitalismo. Las juris-dicciones locales que caracterizaron la época clásica del feudalismo militar empezaron a dar lugar a mayores con-centraciones de poder, notablemente a través de la introducción de ejércitos permanentes y, en parte para pagarles, de un sistema tributario centralizado y regular. Ambos, la muerte y los im-puestos, involucraban a burocracias que requerían una versión del lenguaje local, comprensible en todo el territo-rio estatal, con la cual llevar a cabo sus negocios, fortaleciendo el elemento

La conciencia nacional tardó tantos siglos en convertirse en una forma de conciencia dominante como el capitalismo en convertirse en el modo de producción dominante

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‘lingüístico’ antes mencionado. Tam-bién tuvieron dos efectos no intencio-nados. Por un lado, la introducción de un sistema tributario regular y la adop-ción de políticas mercantilistas refor-zó la unidad económica que había ido emergiendo espontáneamente de las actividades de los capitalistas mercan-tiles. Por el otro lado, la rivalidad mili-tar que caracterizaba al nuevo sistema necesitaba movilizar el apoyo activo de la minoría burguesa como fuente de respaldo financiero y experiencia administrativa.

A pesar de estas innovaciones es im-portante no equivocarse con el rol del absolutismo en el nacimiento de las nacionalidades, que fue el de comadro-na, no el de madre. Este tema se elu-de frecuentemente con referencias a la influencia del “estado moderno” en la creación de las naciones, para disolver las diferencias entre el estado absolu-tista y los estados burgueses genuina-mente modernos que le sucedieron. La ley es importante en este sentido. El auge de las obras jurídicas llamadas ‘institutos’ o ‘instituciones’ en el siglo XVII no implicó la unificación de le-yes, sino la simple adición de todas las distintas leyes que pertenecían al terri-torio estatal. No se estableció una ley nacional unificada hasta la revolución francesa de 1789: la llegada de la na-cionalidad no coincide con el estableci-miento del estado absolutista, sino con su derrocamiento.

El cuarto y último elemento fue la emergencia de ciertos tipos de perte-nencia colectiva popular, siendo las manifestaciones locales de la creencia religiosa global lo más relevante para esta discusión. La ideología del absolu-tismo destacaba las obras de figuras re-ligiosas como los santos asociados con el territorio del reino, pero con la Re-forma la religión devino algo más que

un piadoso realce ideológico a imagen de la dinastía dominante. Allá donde el protestantismo se convirtió en la reli-gión dominante después de 1517, con-tribuyó a la formación de la conciencia nacional al permitir que las comunida-des de fe se definieran a sí mismas con-tra las instituciones intra-territoriales de la Iglesia Católica Romana y el Sacro Imperio Romano. En parte fue a tra-vés de la disponibilidad de la Biblia en lenguas vernáculas, pero a su vez esto dependía de la preexistencia de marcos lingüísticos donde las transacciones de mercado y la administración estatal pudieran llevarse a cabo.

A corto plazo, el protestantismo actuó como un estímulo para la con-ciencia nacional sólo en la medida en que el desarrollo del capitalismo había provisto el marco para hacerlo. Natu-ralmente el proceso llegó más lejos en Inglaterra, pero incluso allí el protes-tantismo no llegó a separarse del rei-nado de la monarquía hasta la muerte de Elizabeth en 1603. En algunos casos, como en el Estado español, la identidad colectiva forzada pudo estar basada en un enfoque esencialista de la identidad religiosa. El establecimiento por parte de los Reyes Católicos de un imperio comercial centrado en asaltar la rique-za de las Américas se vio acompañado

en 1609 por la expulsión de la penínsu-la de los cientos de miles de “moriscos” (conversos del Islam al Cristianismo). Esto convirtió la persecución religiosa característica de la era feudal, que ya había conllevado la conversión o el exi-lio del territorio de la gran población musulmana de la península, en lo que se podría llamar una persecución más “étnica” –un posible preludio del na-cionalismo étnico que se desarrollaría más tarde.

Extensión geográfica¿Qué precipitó la formación de la con-ciencia nacional a partir de estos cuatro distintos elementos? Fueron las revo-luciones burguesas las que efectuaron la transformación final del término ‘nación’ en donde ‘pueblo’ significaba un grupo racial a otro donde ‘pueblo’ representa una comunidad, –aunque tal y como argumento en “Transfor-mar el mundo: revoluciones burguesas y revolución social”, uno de los temas más conflictivos en los movimientos revolucionarios burgueses fue precisa-mente cómo debería definirse ‘pueblo’. En un sentido, la gran revolución fran-cesa fue un intento –en algunos casos a la fuerza– de extender la definición de la clase dirigente de ‘nación francesa’ a una población de veinte millones de personas. Sin embargo, cualquiera que fueran los límites de tal pertenencia, la lucha contra el absolutismo requirió de la movilización de al menos una impor-tante minoría del ‘pueblo’ para conse-guir la expulsión o destrucción de la dinastía real. Solo fue posible hacerlo proporcionando cierta forma de identi-dad que pudiera englobar las a menudo muy diferentes formas de oposición a la corona, sin importar si el dirigente en cuestión era extranjero (como en el caso de la dinastía Habsburgo española en la revolución holandesa) o na-

El rol del absolutismo en el nacimiento de las nacionalidades fue el de comadrona, no el de madre

El Congreso español niega la posibilidad de un referéndum en Catalunya.

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tiva (como en el caso de la dinastía Es-tuardo en Inglaterra). El nacionalismo proporcionó esta identidad.

Al inicio fue una identidad adoptada principalmente por la burguesía. Re-conocer el papel de la burguesía como soporte inicial de la identidad nacional puede prevenirnos de malentendidos históricos. Antes comenté la necesidad de distinguir entre conciencia nacional y nacionalismo por motivos analíticos, sin embargo en su origen ambos eran inseparables. La conciencia nacional no podía prosperar, o ni siquiera echar raíces, sin un proceso de desarrollo capitalista, y para que se consolidase por toda Europa, incluso sólo entre la burguesía, tuvo que darse al menos un caso donde este proceso transitara exi-tosamente hacia el nacionalismo y lue-go se encarnara en un estado-nación donde la ciudadanía o los súbditos fue-ran vistos como una comunidad. Solo cuando hubo ejemplos concretos de nacionalidad fue posible que distintos grupos adoptaran una conciencia na-cional, sin importar si después ellos mismos fueran a desarrollar sus pro-pios nacionalismos.

El estado-nación capitalista sólo se convirtió en una característica perma-nente del sistema internacional esta-tal hacia el final de los cien años que transcurren entre el final de la revolu-ción inglesa de 1688 y el principio de la revolución francesa de 1789. A partir de entonces se podrían fabricar nuevas naciones sin importar que los elemen-tos originales estuvieran presentes o no –aunque tendrían que ser introducidas en algún momento, por necesidad, la infraestructura económica y una len-gua común, para consolidar la concien-cia nacional.

La dominación ideológica del nacio-nalismo sobre la población dependía, no obstante, de cuándo ocurría una particular revolución dentro del ciclo mundial de revoluciones burguesas. En los dos estados donde la revolución burguesa fue completada exitosamen-

te antes o durante 1688 –la holande-sa y la inglesa–, la existencia de una conciencia nacional fue directamente proporcional al grado en que el estado posrevolucionario desarrolló un apara-to centralizado, en lugar de una estruc-tura federal o confederal. En este senti-do, el nacionalismo inglés se desarrolló con mucha más anticipación que su predecesor holandés y su sucesor nor-teamericano, que se mantendría de for-ma similar como un estado de alianzas semi-autónomas hasta 1865.

Después de 1848 todos los intentos de las clases dirigentes de crear esta-dos con el modelo francés o británico se vieron forzados a incorporar el na-cionalismo, no porque individualmen-te fueran capitalistas, o incluso, más ampliamente, burgueses, sino porque todos –’junkers’ prusianos, samuráis japoneses, monárquicos italianos e in-cluso burócratas estalinistas– se dedi-caron a la construcción de sociedades industriales dominadas por el modo de producción capitalista. El ejemplo italiano es típico de como las clases di-rigentes se enfrentaron a la necesidad de difundir la conciencia nacional des-de las élites hacia las masas de la po-blación, de la cual una gran y creciente proporción no era ni la burguesía ni la pequeño-burguesía que habían forma-do inicialmente la nación, sino trabaja-dores y trabajadoras. En muchos aspec-tos, no obstante, las dificultades para el desarrollo de esta conciencia entre las y

los trabajadores eran menos extremas que en el caso del campesinado.

Difusión socialLa conciencia nacional normalmente no compite directamente con la con-ciencia de clase revolucionaria por la lealtad de los y las trabajadoras, pero sí como elemento central en la concien-cia de clase reformista (porque ambos asumen la existencia del estado-nación capitalista). De hecho, se podría decir que la gente corriente sigue siendo na-cionalista en la medida en que sigue siendo reformista. Y desde el punto de vista de la clase capitalista en naciones particulares es absolutamente necesa-rio que sea así, o de lo contrario siem-pre se corre el peligro que de que los y las trabajadoras que crean la riqueza no se identifiquen con el interés ‘nacio-nal’ de ‘su’ estado, sino con la clase a la que están condenados a pertenecer, sin importar la localización geográfica accidental. Por lo tanto, el nacionalis-mo no se debe ver como algo que solo ‘sucede’ por un lado en movimientos pro-independencia o por otro lado en manifestaciones imperialistas o fas-cistas: el sistema capitalista genera el nacionalismo como algo necesario, una condición diaria para su continua existencia. Y esto ocurre tanto con los nacionalismos dominantes asociados a los estados existentes como con los na-cionalismos de los pueblos oprimidos.

El nacionalismo de masas entre la clase trabajadora fue ciertamente un producto de la industrialización, pero es importante no centrarse totalmente en la funcionalidad del nacionalismo para las sociedades industriales capi-talistas. Al menos debería prestarse la misma atención a la manera en que la industrialización, y los procesos de ur-banización relacionados, produjeron conjuntamente los cambios en la con-ciencia humana que hicieron posible el nacionalismo (para las clases subordi-nadas), así como a la forma en que esas sociedades más complejas que sur-

Generalmente el nacionalismo está investido con el carácter contradictorio de la visión reformista del mundo

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gieron hicieron del nacionalismo algo necesario (para la clase dominante). Es muy fácil pasar por alto como estas experiencias sin precedentes existieron (y siguen existiendo) para las personas sometidas a ellas.

La industrialización y la urbaniza-ción, en particular cuando se combi-nan en un mismo proceso, desarrolla-ron nuevas capacidades estructurales, nuevas formas de experiencia y nuevas necesidades psicológicas en la gente que tenía que trabajar en las fábricas y vivir en las ciudades. El nacionalismo, en ausencia de una conciencia de cla-se revolucionaria, y en conjunción con una conciencia de clase reformista, cu-bre esa necesidad de pertenencia a un colectivo con el cual superar la aliena-ción, esa necesidad de compensación psíquica ante los daños sufridos por la sociedad capitalista. Podría decirse que los orígenes de la conciencia nacional ven la emergencia de un conjunto iden-titario adecuado a las condiciones his-tóricas de impotencia alentada por la tiranía de la explotación en el lugar de trabajo. La experiencia inicial de la po-blación campesina y trabajadora rural arrancada de sus comunidades y lanza-da a las infernales fábricas urbanas de Barcelona, Berlín, Glasgow o Turín es claramente relevante para el periodo que discutimos aquí, pero las necesida-des producidas por la industrialización capitalista son permanentes aunque los y las trabajadoras se agrupen en oficinas, centros de teleoperaciones u hospitales.

El papel ideológico que juega la cla-se dirigente para reforzar el nacionalis-mo sólo es posible, por lo tanto, porque el nacionalismo provee una forma de satisfacer las necesidades psíquicas creadas por el capitalismo. Una vez establecido el estado-nación, quienes controlan el aparato siempre buscan consolidar el soporte del nacionalismo entre la población que habita su terri-torio. Los estados necesitan reclutas para sus ejércitos, una ciudadanía que

pague impuestos, trabajadoras y tra-bajadores que acepten que tienen más en común con quienes les explotan en su propio país que con los explotados en el extranjero. Es imperativo ase-gurar la lealtad al estado, y la nación es el medio. Nunca nos preguntan si aceptamos aumentos en las tasas de interés, recortes en salarios y servicios públicos, participar en guerras impe-rialistas, para beneficio del capitalismo británico o español, sino siempre para el ‘interés nacional’ de Gran Bretaña o el Estado español. No es solo el es-tado quien hace estas interpelaciones. Las mismas organizaciones de la clase trabajadora refuerzan la conciencia de clase reformista en un contexto nacio-nal. Al nivel más elemental es porque tales organizaciones no están dispues-tas a desafiar el nacionalismo a través del cual se lleva a cabo el discurso polí-tico, por miedo a ser tildadas de antipa-trióticas. Pero sobre todo, sin embargo, es porque buscan o bien influenciar o bien determinar políticas dentro de los límites del estado-nación existente. Por lo tanto, generalmente el nacionalismo está investido con el carácter contradic-torio de la visión reformista del mundo.

Internacionalismo socialista y nacionalismoEl internacionalismo es un componen-te de la política y la conciencia revolu-cionaria tanto como el nacionalismo lo es de la política y la conciencia refor-mista. Tiene dos aspectos. Por un lado, incluye a las clases subalternas de una nación que ofrecen solidaridad a tra-bajadores y pobres de otras naciones, incluso si eso implica un coste para sí mismas: aquí el asunto es la unidad de los intereses de clase contra los jefes o el estado, sin importar los límites na-cionales. Por otro lado, el internacio-nalismo incluye también a la clase tra-bajadora de una nación que da solida-ridad a las aspiraciones nacionales de otro pueblo, que por definición incluirá a no-trabajadores y que usualmente

será liderado por fuerzas de clase bas-tante ajenas: por ejemplo, la oposición a la invasión de Iraq que se formó en todo el mundo.

En relación al primer aspecto, el in-ternacionalismo no es un simple impe-rativo moral al cual los y las trabajado-ras puedan responder o no, de acuerdo a sus inclinaciones, sino una necesidad práctica dada la naturaleza del orden capitalista. Además, es una necesidad que hace posible la interconectividad del sistema –su ‘internacionalidad’– ya que no es simplemente una cuestión de qué ropa viste la gente en los progra-mas de televisión que vemos, sino una relación compartida en la reproducción de un sistema internacional. Los aspec-tos culturales de la ‘internacionalidad’, debido al aumento de los medios globa-les, han hecho a la gente más conscien-te de las similitudes entre sus luchas y las que suceden en otras partes del mundo.

Quiero, sin embargo, insistir breve-mente en el segundo aspecto del inter-nacionalismo, dado que es una de las grandes fuentes de confusión, princi-palmente debido al efecto del estalinis-mo y la basura ideológica que dejó a su paso. Es importante señalar primero que no existe un metafísico ‘derecho de las naciones a la autodeterminación’ (el desafortunado título del indispensable folleto de Lenin). Apoyar a los nacio-nalismos “buenos” tampoco ha sido nunca la posición marxista. A veces se argumenta que los nacionalismos ‘étni-cos’ que supuestamente condujeron a la purga de poblaciones enteras, como en Yugoslavia, pueden ser combatidos por una alternativa, un nacionalismo ‘cívico’ basado en la política, no tribal. El nacionalismo ‘cívico’ se presenta frecuentemente como la única forma auténtica de nacionalismo. Se dice que ciertos nacionalismos, como el serbio, son inherentemente opresivos precisa-mente por estar basados en una identi-dad étnica. A menudo se contrasta en-tre este tipo de nacionalismo y el

El estado-nación capitalista sólo se convirtió en una característica permanente del sistema internacional

después de la revolución francesa de 1789

t Manifestación de la campaña Radical Independence a favor de la independencia de Escocia.

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otro descrito como ‘cívico’ o ‘social’ –el apoyo a la independencia escocesa, por ejemplo, con frecuencia se justifica de esta manera, en particular por los pro-pios nacionalistas escoceses.

Los y las marxistas distinguimos entre distintas formas de nacionalis-mos, en particular el de los opresores y el de los oprimidos, pero esto no es lo que discutimos aquí. Lo interesante acerca del argumento sobre el naciona-lismo ‘cívico’ es precisamente que se ha usado históricamente para defender el nacionalismo opresor multi-nacional o multicultural, como el de Gran Bretaña o EEUU. Tal y como esto sugiere exis-ten dificultades importantes para los y las revolucionarias a la hora de usar el nacionalismo ‘cívico’ como una alterna-tiva al nacionalismo ‘étnico’. Destacan dos en particular. La primera es que la categoría ‘cívico’ evita cualquier com-promiso respecto al hecho de que hay ciertas actividades que los estados-na-ción deben emprender, independiente-mente de lo no-étnicos que puedan ser. La segunda es que tales etnicidades pueden ser inventadas para categorizar grupos tanto por parte de sus enemi-gos como por una forma de autoiden-tificación de esos mismos grupos, sin ninguna referencia a relaciones de pa-rentesco reales o imaginadas: la cultura puede ser potencialmente la base de la etnicidad tan fácilmente como el triba-lismo de sangre y territorio. No obstan-te, precisamente porque la etnicidad es una categoría socialmente construida, las categorizaciones étnicas puede pro-ducir en cualquier lugar los mismos resultados desastrosos que hemos vis-to en los últimos diez años en los Bal-canes. En consecuencia, no hay razón por la cual el nacionalismo ‘cívico’ no pueda ser transformado en nacionalis-mo ‘étnico’ bajo determinadas circuns-tancias, tal como sucedió en Alemania (sociedad capitalista moderna, desa-rrollada y altamente culta) durante los años 30. Los defensores del naciona-

lismo ‘cívico’ se preocupan por evitar esta conclusión, pero no hay naciones en el mundo, por muy ‘cívico’ que sea su nacionalismo, donde las divisiones ‘étnicas’ no puedan ser inventadas y la ‘limpieza étnica’ impuesta si las condi-ciones materiales son adecuadas.

Los y las revolucionarias no debe-rían apoyar el nacionalismo, deberían apoyar demandas nacionales específi-cas bajo ciertas condiciones, y ser parte de movimientos nacionales cuando es-tos van en interés de las clases traba-jadoras. ¿Qué demandas deberíamos apoyar? Está más o menos claro allá donde los pueblos oprimidos están lu-chando contra el imperialismo y sus agentes locales; el ascenso a la plena dignidad humana de pueblos que antes se han considerado (y en algunos casos se consideraban a sí mismos) ‘natu-ralmente’ inferiores a sus amos colo-niales, el efecto de debilitamiento que las revueltas nacionales tuvieron en el sistema mundial, la oportunidad que dieron a los y las revolucionarias de ais-lar a los trabajadores occidentales del racismo y el imperialismo y, en conse-cuencia, demostrarle a la población de las colonias que la clase trabajadora occidental le apoyaba a ella, en lugar de a sus propios capitalistas o a su pro-pio estado. Nada de esto implica que simplemente se adopte la política de los movimientos nacionales. Ni mucho menos asumir el efecto distorsionador del estalinismo al convencer a la ma-yoría de la izquierda internacional que esos movimientos nacionales tenían un contenido revolucionario (con lo cual, una vez quedó expuesta su naturaleza real, como por ejemplo en el régimen de Camboya, se contribuyó a la desilu-sión con la idea del socialismo).

Sin embargo, para el socialismo re-volucionario la cuestión de si apoyar o no unas demandas nacionales con-cretas (en oposición a nacionalismos concretos) viene determinada por sus relaciones con la lucha revolucionaria,

sin importar que la nación en particu-lar esté oprimida o no. Por otra parte, debe realizarse abiertamente con el propósito de debilitar el apoyo de la clase trabajadora al nacionalismo. En este contexto nos debemos varias pre-guntas. ¿El apoyo refuerza o debilita al estado capitalista o imperialista? ¿El apoyo refuerza o debilita la conciencia de clase y la organización de la clase trabajadora? ¿El apoyo refuerza o debi-lita la tolerancia de la gente de distintas naciones entre ellas? A veces estas no son preguntas sencillas de responder, en particular donde (como por ejemplo en Escocia) la opresión nacional es más percibida que real, pero no pueden ser eludidas.

El nacionalismo es inevitable bajo el capitalismo y es una de las condiciones de su reproducción. Por lo tanto, aun-que los y las revolucionarias apoyemos movimientos nacionales –y no nece-sariamente solo a los oprimidos– para ayudar a socavar el sistema, nuestro objetivo final es luchar contra el capita-lismo y, para hacerlo, incluso la forma-ción de nuevos estados-nación podría ser necesaria en el proceso.

Lecturas recomendadas:· Anderson, Benedict, 2006: Comuni-dades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica de España.· Billig, Michael, 2006: Nacionalisme ba-nal. Editorial Afers.· Davidson, Neil, 2013: Transformar el mundo: revoluciones burguesas y re-volución social. Barcelona: Pasado y Presente.2007: “Reimagined communities”, Inter-national Socialism Journal, nº117. Dispo-nible en: http://www.isj.org.uk/?id=401; 2000: The Origins of Scottish Nation-hood. Londres: Pluto Press.· Hroch, Miroslav, 1993: “From national movement to the fully formed nation”. New Left Review I/198. marzo-abril. Dis-ponible en: http://goo.gl/Fg4Ziy ■

El nacionalismo es inevitable bajo el capitalismo y es una de las condiciones de su reproducción

La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix. las revoluciones burguesas en Europa

acabaron con el absolutismo.

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La incipiente articulación en Andalucía de un eje nacional radical es ya una realidad con el Sindicato Andaluz de Traba-jadores/as (SAT), el Colectivo

de Unidad de los Trabajadores – Blo-que Andaluz de Izquierdas (CUT-BAI) de Sánchez Gordillo y otras iniciativas municipales y nacionales que han sur-gido y están surgiendo estos últimos años, como la Juventud Gilenense o la Asamblea de Andalucía, además de las organizaciones de la tradición independentista.

Si bien el eje nacional de izquierdas y combativo muestra gran potencia-lidad, a día de hoy no tiene capacidad para generalizar una alternativa sin-dical y política, más allá de determi-nados sectores laborales y municipios concretos.

En Andalucía, el debate nacional no existe con entidad significativa al mar-gen del debate social. La primera y úni-ca vez en la historia que las demandas andalucistas han tenido un carácter masivo fue durante la llamada Transi-ción Democrática a finales de los años setenta, con la aparición del andalucis-mo obrero, un movimiento que estuvo vinculado al debate autonómico y a la necesidad de un marco político propio que respondiera a la situación de las clases populares andaluzas, bajo una situación con características sociales y económicas compartidas, a pesar de no representar un mapa homogéneo.

No está en duda la existencia de la nacionalidad andaluza, conformada por unas condiciones históricas, cul-turales y económicas específicas, ni hay en este artículo espacio para tales consideraciones, pero la existencia de la nacionalidad cultural no conlleva necesariamente la aparición de una dimensión política asociada. ¿Tiene la clase trabajadora andaluza interés en la unidad de España? ¿E intereses

en una lucha de tipo nacional, por la autodeterminación o la independen-cia? ¿Cuál debería ser la posición de la gente que resiste a la austeridad y los recortes sobre la lucha nacional en Andalucía? Son preguntas que la nue-va izquierda debe realizarse y que este artículo pretende abordar.

Breve contextualización histórica Reproduzco un extracto de un texto de En lucha – Sevilla para contextualizar las diferentes etapas del movimiento nacionalista andaluz a lo largo de la historia:

No carentes de interés, las dos primeras etapas del movimiento nacionalista andaluz (el ‘nacionalismo cultural’ de finales del siglo XIX y principios del XX y el ‘nacionalismo histórico’ hasta la Guerra Civil) fueron movimientos cuyo único arraigo real se produjo entre sectores de la pequeña burguesía urbana progresista. A pesar de que el movimiento nacionalista andaluz careció de una base popular (en parte por el predominio de las ideas anarquistas

y socialistas en el campo andaluz, y en parte por el desinterés de la burguesía dominante en fomentarlo) durante la II República se pone en marcha un proceso autonómico para Andalucía, sin llegar a culminarse antes del estallido de la guerra en 1936. […]

Durante la dictadura franquista se culmina el proceso de apropiación de la cultura andaluza. España usurpa y vacía de contenido crítico muchas de las características y prácticas de la cultura popular andaluza. La dictadura niega cualquier identidad nacional que no sea la española y Andalucía sufre este doble proceso de secuestro de su cultura junto con la negación identitaria.

Desde finales de la década de los 60 comienza a darse una recuperación del sentimiento regionalista andaluz, principalmente entre sectores de la pequeña burguesía progresista sensibilizados con la terrible situación socioeconómica de Andalucía, que debido a la tradicional falta de comprensión de la izquierda española (PCE y PSOE) sobre la cuestión nacional, acaban agrupándose en lo que posteriormente dará lugar al Partido Socialista de Andalucía (PSA). Para mediados de los 70 se está desarrollando ya en Andalucía un movimiento cultural y de recuperación identitaria importante, apoyado e impulsado en la mayoría de los casos por militantes de las organizaciones de izquierda.

Entre el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980 se produce un estallido del sentimiento colectivo de identidad andaluza. La base para que se produzcan las grandes movilizaciones de masas que reclaman un estatuto autonómico al mismo nivel que el de Euskadi y

Razones y potencialidades del

andalucismoLa cuestión nacional andaluza parece un tema olvidado desde las grandes movilizaciones por la autonomía al final de los años 70. Sin embrago, al calor de los diferentes procesos soberanistas en el Estado español, surge la pregunta de qué posición deben tomar los y las andaluzas respecto a ellas, y qué debemos decir respecto a la propia soberanía del territorio andaluz. José María L. Martínez analiza estas cuestiones desde diferentes ángulos.

“Entre el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980 se produce un estallido del sentimiento colectivo de identidad andaluza”

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Catalunya está en el ambiente general de agitación política vivido durante estos años, y en la terrible situación social y económica de los pueblos y ciudades andaluzas. La movilización del 4 de diciembre de 1977 rompe con el mito de que Andalucía carecía de una identidad propia con capacidad para trasladarse al plano político. Las movilizaciones de los meses de diciembre del 77 y el 79 no se trasladan a un movimiento huelguístico generalizado ni de ocupación de empresas, pero sí se desarrolla una potente campaña por el SÍ en el referéndum por la autonomía del 28 de febrero de 1980 que pondrá en movimiento a amplias secciones de la clase trabajadora andaluza. […]

A partir del referéndum del 28 de febrero de 1980, la desactivación de este sentimiento nacional se convierte en una prioridad para la burguesía andaluza y del resto del Estado (no en vano, amenazaba con desestabilizar todo el proceso de configuración administrativa de la España post-franquista). El PSOE se encarga de capitalizar con enorme éxito las demandas de soberanía y, tras su victoria electoral en 1982, comienza a bloquear de una forma explícita cualquier desarrollo de las aspiraciones andaluzas. La decepción que supone el Estatuto de Autonomía de 1981 junto a esta acción consciente por parte de la socialdemocracia acaban diluyendo la memoria de lucha y movilización desarrollada entre 1977 y 19801.

El rol de la economía andaluzaLa situación actual de la economía an-daluza es consecuencia principalmente de los dos últimos siglos de desarrollo capitalista y de la consolidación de la

división territorial del trabajo en la economía española a lo largo del siglo XX.

Tal división territorial del trabajo materializa el acuerdo de intereses de las burguesías industriales y financie-ras de Catalunya y Euskadi, y la bur-guesía terrateniente andaluza, que:

[…] ha estado siempre interesada en el subdesarrollo, para así mantener la estructura en la que apoyaba su poder y hacer posible su alianza estratégica con la burguesía industrial y financiera del resto del Estado. La burguesía terrateniente andaluza se opuso a cualquier diversificación económica de Andalucía –y frenó el crecimiento industrial descapitalizando el territorio- para evitar la competencia con estas otras regiones, que estaban interesadas en el mantenimiento del rol andaluz como exportador de materias primas y mano de obra2.

Según el profesor Manuel Delgado, la división territorial del trabajo se concretaría en Andalucía en “una es-pecialización centrada en la extracción de lo ya producido por la naturaleza y fundada, por tanto, en la explotación del patrimonio natural andaluz”3, ten-dencia que no habría parado de pro-fundizarse desde los años sesenta del siglo XX.

Una economía especializada en la agricultura y escasamente industriali-zada en relación a la economía españo-la, donde buena parte del ya de por sí menguado sector industrial correspon-de en realidad a procesos prácticamen-te inseparables de la producción de materias primas. Delgado analiza así la composición de la industria andaluza:

En Andalucía se produjo la aparición, en algunos momentos,

por razones coyunturales, de ciertos establecimientos industriales, textiles y/o metalúrgicos. […] A pesar de que el nacimiento de estas localizaciones, esporádicas y desconectadas de iniciativas anteriores y del resto del cuerpo económico andaluz, dieron pié a la utilización del término industrialización, nunca significaron más allá del 10% de la producción industrial [de Andalucía]. Si por industrialización entendemos un proceso de transformación de un orden socioeconómico hacia otro en el cual la actividad industrial es dominante, este proceso no ha tenido lugar en Andalucía4.

Andalucía contenía el 20% de la producción industrial española a me-diados del siglo XVIII5, pero el decli-nar de la aportación andaluza se ha ido produciéndo paralelamente a la conso-lidación de Catalunya, Euskal Herria y Madrid como centros industriales durante los siglos XIX y XX. La con-solidación de estas economías conlle-vó progresivamente la especialización asociada de Andalucía como economía primaria aportadora de materias pri-mas, productos ligeramente elabora-dos y mano de obra.

La producción agraria, la minería y la pesca fueron constituyéndose como los únicos sectores en los que Anda-lucía realiza una aportación a la eco-nomía española que está por encima de su peso poblacional. La economía andaluza es por ello principalmente una economía extractiva. La industria agroalimentaria (localizada cerca de los lugares de cultivo y extracción de materias primas) constituye el núcleo de la aportación industrial actual a la economía española. La aportación in-dustrial global de Andalucía pasó de un 20% a mediados del siglo XVIII a un 10% al final de la década de 1970, para

t Manifestación histórica en Sevilla por la autonomía, 4 diciembre 1977

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situarse hoy día en un 8% del total de la industria española6. Aun así, siendo el peso de la población andaluza alre-dedor del 18% de la del conjunto del Estado, de 1961 a 1995 las actividades asociadas a la industria agroalimenta-ria retrocedieron en más de 6 puntos en su participación del total español, intensificándose el carácter extractivo de la economía y aumentando a su vez la participación de la agricultura del 17’9% al 28’9% para el mismo periodo.

Contrariamente a lo que común-mente se piensa, los datos muestran como el sector terciario andaluz (ser-vicios, turismo, comercio…), que apor-ta el grueso del PIB andaluz y emplea a la mayoría de la gente, tiene un peso relativo en la economía española mu-cho menor que la agricultura:

[…] a agricultura, pesca y alimentarias le siguen actividades de servicios, que sobresalen más por la endeblez de las actividades industriales que por su propia entidad.

El valor añadido por el terciario andaluz viene representando alrededor del 12’5% sobre el total español equivalente, de modo que no puede decirse que la economía andaluza tenga una especialización productiva ligada al sector servicios7.

Para el mismo periodo sobre la acti-vidad turística:

[…] los porcentajes de participación del valor añadido por el turismo andaluz en el conjunto de la economía española […] 14’5%, 13’3 y 13’9 [años 1961, 1981 y 1995 respectivamente] son cifras siempre muy por debajo de las que corresponderían a Andalucía […] Es, de nuevo, la ausencia de otras actividades la que hace resaltar, en

este caso una actividad turística espacialmente concentrada en el litoral, que supone un uso intensivo de los recursos naturales –en especial agua y suelo–, y un deterioro importante de una parte del patrimonio natural andaluz8.

Sobre el papel de la economía an-daluza respecto a las economías in-dustrializadas, explica acertadamente Manuel Delgado:

La visión que se nos ofrece desde la economía convencional suele concluir que la situación de la economía andaluza demanda mayor integración en el sistema, cuando dicha situación es en gran medida el resultado de un modo particular de articulación o integración dentro del mismo desde un proceso histórico concreto. La economía andaluza ‘entra en juego’, pero para reforzar el ascenso de los centros ‘desarrollados’. De tal modo que, dentro de esta forma de inserción, dependiente y subordinada, intensificar la integración significa reproducir y profundizar las condiciones y los mecanismos que dan pié a la actual situación9.

Por ello, en todos los momentos his-tóricos en los que Andalucía ha visto crecer su PIB por encima del ritmo del español (especialmente en el periodo entre 1964 y 1975, con un 6,7% anual), el resultado ha sido un incremento de sus problemas de dependencia respec-to a otros núcleos industriales del Es-tado y de su especialización como eco-nomía extractiva. En estos periodos sí se produjo un aumento del número y el tamaño de las industrias andaluzas, pero sólo de aquellas que representa-ban la parte inicial del proceso pro-ductivo (por su cercanía con los luga-

res de extracción de materias primas), intensivas en el consumo de recursos naturales, contaminantes y cuya gene-ración de valor añadido es significati-vamente menor que la que se produce en las fases finales de la producción, localizadas fuera de Andalucía.

Por tanto, la industrialización no es un modelo a seguir bajo el régimen económico y político que ha consagra-do y consagra la actual división terri-torial del trabajo en el Estado español, del que son cómplices interesados los grandes propietarios andaluces, así como los gobiernos autonómicos y central y las instituciones europeas –miembros y representantes políticos de la clase dirigente. Existe una clara base histórica para considerar a An-dalucía como un territorio económica-mente dependiente y subordinado. De ahí que los reclamos para una mayor soberanía política andaluza y un mayor control sobre sus propios recursos pro-ductivos sigan teniendo sentido hoy día, al igual que lo tenían al final de la década de los 70.

Ayer y hoy de las luchas de liberación nacionalSe hace oportuno contextualizar y ana-lizar el desarrollo, las influencias y el carácter de las luchas nacionales y las demandas democráticas a lo largo de la historia contemporánea, a nivel global y comparándolo con sus diferentes ex-presiones en Andalucía.

Los principios convulsos del siglo XX eran los tiempos de la Revolución Permanente, un modelo que teorizó el revolucionario ruso Leon Trotsky (1879-1940) según el cual no era posi-ble la negociación entre la clase obrera y la burguesía e incluso las demandas más básicas y democráticas, como las que preconizaban los sectores andalu-cistas liderados por Blas Infante, solo podrían garantizarse por la lucha

Si por industrialización entendemos un proceso de transformación en el que la actividad industrial pasa a ser dominante, este proceso no ha tenido lugar en

Andalucía

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del movimiento obrero, y solo si este las unía a la lucha global y estratégi-ca por el socialismo. Sin embargo, el andalucismo de aquellos años surgió principalmente vinculado a los intere-ses de la pequeña burguesía, tendente al reformismo radical. Por supuesto, no encontraba apoyos en la gran bur-guesía terrateniente, pero tampoco en un movimiento obrero donde predo-minaba el anarquismo y el socialismo. Esta falta de base social ayuda a expli-car el giro de Blas Infante hacia posi-ciones más rupturistas a lo largo de su vida.

Durante las décadas de los setenta y los ochenta, el nacionalismo andaluz estuvo influenciado por el estalinismo, como la mayor parte de los movimien-tos de liberación nacional en el Estado español. La Unión Soviética había su-puesto un polo de atracción para los países más empobrecidos y las luchas de liberación nacional, fruto de la es-tabilización y expansión del estalinis-mo en el periodo de la Guerra Fría. Al contrario de lo preconizado por la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, durante los años 50 y 60 se desencadenaron procesos donde no era la clase trabajadora asalariada la que jugaba un papel determinante en la consecución de demandas democrá-ticas, sino el funcionariado estatal, la intelectualidad, los pequeños propie-tarios campesinos, guerrillas o sectores del ejército, como sucedió en la China de Mao, la Cuba de Fidel o las luchas de liberación nacional en África. Todos estos tenían (al menos en un principio) a la Unión Soviética como referente en la lucha antiimperialista.

Un sector de la izquierda que rei-vindicaba el marxismo clásico (defen-diendo que la revolución socialista solo puede tener lugar mediante la acción protagónica de las masas trabajadoras)

tuvo que adaptar sus posiciones a esta realidad, al tiempo que mantenía su independencia del modelo estalinista de capitalismo de Estado. Sin embar-go, muchos movimientos de liberación nacional, tanto en los países más em-pobrecidos como en el Estado español, aceptaron esta interpretación de que la lucha por el socialismo podía darse a través de la movilización de una “van-guardia” (una guerrilla, grupo armado, minoría consciente…) y siempre con la salvaguarda de que la liberación nacio-nal antecedería a la consecución del socialismo. Todavía hoy es palpable la influencia y el poso ideológico que esta etapa reciente de la historia dejó, tam-bién en las organizaciones del naciona-lismo andaluz.

Con el colapso de la Unión Sovié-tica y el fin de la Guerra Fría empe-zaría una nueva etapa, aún vigente. Según el marxista palestino Tony Cliff (1917-2000):

El estalinismo, ese gran baluarte que impedía el avance del marxismo revolucionario, ha desaparecido. El capitalismo en los países avanzados ya no se expande, por lo que las palabras del Programa de Transición de 1938 de que ‘no puede haber discusión sobre reformas sociales sistemáticas y elevación de los niveles de vida de las masas’ concuerda con la realidad nuevamente. La teoría clásica de la revolución permanente, tal como fue defendida por Trotsky, está de vuelta en la agenda10.

Por un lado, el nuevo ciclo de movi-lizaciones en el que nos encontramos a escala mundial, como las revoluciones árabes, las recientes protestas en Bra-sil o Turquía o el movimiento 15M en el Estado español en 2011, vendrían a confirmar esta previsión (que la con-

La aportación industrial de Andalucía pasó de un 20% a mediados del siglo XVIII a un 10% al final de la década de 1970, situándose hoy día en un 8% del total de la industria española

andaluciainformacion.es

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quista de demandas democráticas sólo puede lograrse a través de una lucha encabezada por la clase trabajadora).

Por otro lado, y a modo de conclu-sión sobre la relación entre lo nacional y lo social en Andalucía, nos sirven las palabras del profesor Isidoro Moreno:

El nacionalismo andaluz jamás ha tenido, ni podrá tener, las mismas características de aquellos nacionalismos que, sobre todo en sus orígenes –y, en gran parte, en su dirección hasta hoy–, han tenido un carácter burgués. Por la clara razón de que a las oligarquías andaluzas –antes principalmente terratenientes, ahora empresariales– siempre les ha interesado un estado autoritario y centralista que garantizara su poder, incluso con la violencia a ser preciso, y han aspirado a formar parte del bloque hegemónico estatal. El nacionalismo andaluz, e incluso el andalucismo a secas, no puede ser sino popular11.

Del análisis de la revolución perma-nente y sus conclusiones se deduce la potencialidad revolucionaria que tie-nen demandas democráticas básicas en momentos de crisis como el actual o principios del siglo XX, cuando “cada demanda seria” va inevitablemente “más allá de los límites de las relacio-nes de propiedad capitalistas y del Es-tado burgués”12, y del análisis sobre la conformación histórica del Estado es-pañol y el subdesarrollo industrial an-daluz se deriva el carácter progresista y la potencialidad de la lucha nacional en Andalucía.

Si, como analizaba Pere Durán en el número anterior de La Hiedra, es necesario que las personas revolucio-narias impulsemos, en la coyuntura actual del Estado español, alternativas

políticas con un discurso democrático radical, entendidas como parte de la lucha anticapitalista13, cabe ahora pre-guntarse, ¿qué peso puede o debe tener el discurso nacional dentro de la nueva izquierda democrática radical que es-tamos impulsando y empieza a confor-marse en Andalucía?

A quién interesa la unidad de EspañaHay quien desde la izquierda argu-menta que territorios como Andalucía o Extremadura se benefician de la lla-mada “solidaridad territorial” que nos llegaría a través del Estado español desde los territorios más industrializa-dos, como Catalunya o Euskal Herria, motivo por el cual estos no deberían independizarse, pues daría al traste con esa supuesta solidaridad hacia los más empobrecidos. Otra gente enfati-za que al haberse construido el éxito económico de Catalunya sobre el uso de materias primas y mano de obra del sur peninsular, y en buena medida en detrimento de la industrialización de estos territorios, la independencia catalana sería doblemente agraviosa e insolidaria, alimentando el prejuicio xenófobo de que las personas catalanas son tacañas y les importa el dinero por encima de todo.

Pero no es cierto que a Andalucía llegue tal solidaridad territorial a tra-vés del Estado. Si bien el balance fiscal es favorable para Andalucía, el Estado español sostiene la división territorial del trabajo que hace perenne nuestro subdesarrollo industrial, perjudican-do a la mayoría social y beneficiando en primer lugar a los ricos andaluces. La clase trabajadora andaluza debería apoyar el derecho a la independencia de las clases populares catalanas para debilitar al enemigo común –el Estado español– que impone al mismo tiem-

po el subdesarrollo industrial en An-dalucía y la negación democrática en Catalunya.

Además, ¿cómo pueden hablarnos de solidaridad las mismas institucio-nes de las que emana la legalidad de los desahucios, el control del déficit, el res-cate bancario, la deuda y los intereses usureros? No son precisamente ejem-plos de solidaridad. Los mismos inte-reses que hacen titubear a los ricos ca-talanes a la hora de ejercer el derecho democrático a la autodeterminación14, como reivindica la mayoría del pueblo catalán, son los que han convertido a la burguesía andaluza en un parásito que condena a su pueblo al subdesarrollo. El subdesarrollo industrial andaluz y la opresión de los derechos nacionales en Catalunya y Euskal Herria son las dos caras de la moneda del gran capital español.

También debemos valorar que el debate sobre la independencia de Ca-talunya está abriendo grietas y en-frentando a los miembros de la clase dirigente, mientras la nueva izquierda catalana podría ganar protagonismo ante las divisiones y la cobardía de la gran burguesía, alimentando las lu-chas por un proceso constituyente catalán para las mayorías. Frente a la independencia de CiU y ERC para que nada cambie, debemos apoyar una in-dependencia para las clases populares catalanas, para cambiarlo todo. Como indica Guillem Boix:

El crecimiento del independentismo en Catalunya forma parte de la respuesta social a la crisis. Para construir una política de clase y anticapitalista que ponga sobre la mesa elementos clave de la salida anticapitalista de la crisis como el no pago de la deuda, la colectivización de las empresas estratégicas, etc.

La falta de base social ayuda a explicar el giro de Blas Infante

hacia posiciones más rupturistas a lo largo de

su vida

t Ocupación de la finca de Las Turquillas por parte del Sindicato Andaluz de Trabajadores/as

(SAT).

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32 La Hiedra Enero-Abril 2014

Hace falta plantear esas demandas no como contrapuestas a las demandas “nacionales” sino como confluyentes con el proyecto democrático-emancipador15.

Hay quien argumenta que la inde-pendencia de los territorios afectaría a la unidad de acción de la clase trabaja-dora, pero la unidad de lucha no puede construirse y garantizarse simplemen-te a través de estructuras burocráticas, sino a través de la movilización y la presión, de la lucha y la organización desde la base. Si además nos referimos a la estructura de un estado capitalista en tiempos de crisis y en guerra abier-ta contra la clase trabajadora, esto se hace más evidente. Ejemplos de so-lidaridad y unidad de acción son las reivindicaciones anti austeridad de la izquierda alemana respecto a los países más afectados por la política económi-ca de Merkel, o la histórica huelga en el sur de Europa en noviembre de 2012 traspasando las fronteras.

La unidad de España no represen-ta ni la solidaridad de los pueblos ni la unidad de las clases populares de los diferentes territorios. Representa el di-vide y vencerás, el enfrentamiento por la vía del agravio de la clase trabajado-ra de las diferentes comunidades autó-nomas, la imposición antidemocrática, la negación de los derechos nacionales y la desigualdad estructural. El pueblo andaluz no tiene ningún interés en su unidad.

Como alternativa a las ideas patrio-teras y españolistas difundidas por el nacionalismo de Estado ante el avance de los procesos soberanistas de Cata-lunya y Euskal Herria, es importante que desde la izquierda andaluza arti-culemos discursos y campañas solida-rias en apoyo a la autodeterminación de estos territorios para frenar el es-

pañolismo más reaccionario, al calor del cual también intenta crecer el fas-cismo. Unidad Contra el Fascismo y el Racismo en Andalucía (UCFRA) o el más consolidado Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) de Ca-talunya son ejemplos de proyectos uni-tarios en la acción contra el fascismo, pero también debemos articular una respuesta ideológica como alternativa a la reacción, y es aquí donde cobra es-pecial interés la idea de un andalucis-mo inclusivo y multicultural, solidario y popular.

Contra el subdesarrollo industrial andaluz Los capitalistas andaluces le suman a su carácter explotador el de parásitos de su propia tierra, al basar su modus vivendi en la subalternidad económica de Andalucía, entendida como apén-dice de las economías centrales más industrializadas. Se hace oportuna la demanda democrática de reestructu-ración del sistema productivo andaluz:

un plan de economía social contra el subdesarrollo industrial, la austeridad y la lógica del déficit de la Junta de An-dalucía, el gobierno central y las insti-tuciones europeas.

Debemos luchar por una Andalucía que explote sus potencialidades lejos de los criterios desarrollistas, no para competir con otros territorios, lo cual es ajeno a la clase trabajadora, sino como un valor social y en equilibrio con el entorno natural, para distribuir la ri-queza e implementar políticas sociales, para frenar la emigración y desinflar la tasa de paro actual, diez puntos por encima de la media estatal y a la cabe-za de la Unión Europea. Medidas como un nuevo modelo energético basado en energías renovables, una reforma agraria que ponga la tierra a funcio-nar en régimen de cooperativas –que podría acabar con el desempleo en el medio rural andaluz–, la creación de industria textil y agroindustria públi-ca que genere riqueza que permanezca en el territorio, una banca pública que financie estas iniciativas… Estas medi-das y otras deberían estar en nuestro punto de mira.

La nueva izquierda andaluza y la cuestión nacionalEl primer reto de la nueva izquierda es conectar los diferentes proyectos polí-ticos que están surgiendo y ofrecer una alternativa democrática radical, y sin políticos profesionales, a la crisis del régimen de la Transición y el biparti-dismo. Un aspecto deseable sería que la CUT-BAI y sectores combativos de Izquierda Unida por la Base partici-pasen en la construcción de la nueva izquierda andaluza, rompiendo defini-tivamente con el gobierno de los recor-tes de la Junta de Andalucía y el apara-to burocrático de Izquierda Unida que lo sostiene.

La unidad de España no representa ni la solidaridad de los pueblos ni la unidad de las clases populares de los diferentes territorios

t Para muchos catalanes y catalanas, no hay independencia sin justicia social.

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Cada cuatro meses análisis sobre la crisis política y económica, los nuevos movimientos, las luchas de la clase trabajadora, la opresión de las mujeres, ecología, cultura, teoría marxista y mucho más.

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anticapitalismo y revolución

En el Estado español, con una crisis nacional abierta y procesos soberanis-tas en curso, la cuestión nacional anda-luza puede ser útil como apoyo estraté-gico al discurso social, en espera de po-sibles nuevos escenarios derivados de la radicalización política y el avance de los procesos soberanistas en Catalunya y Euskal Herria, y sus posibles ecos en Andalucía. También podría facilitar la visualización de los problemas especí-ficos del territorio, muchas veces invi-sibilizados, y abriría la puerta a nuevos horizontes posibles –aunque no estric-tamente necesarios– para la ruptura democrática en Andalucía. Se trata de apoyar el derecho de autodetermina-ción para Andalucía, siendo conscien-tes de que actualmente no puede ser considerada una prioridad discursiva, al identificarse la mayoría social con la unidad del Estado. En Andalucía debemos priorizar las demandas so-ciales, económicas y contra la depen-dencia y el subdesarrollo industrial. En este sentido, es importante saber

explicar la importancia relativa de la cuestión nacional, y al mismo tiempo contrarrestar los discursos de retórica nacionalista que nos aíslen y alejen de los objetivos. Muestras de cómo conec-tar con éxito lo social y lo nacional ha dejado sobradamente el andalucismo obrero, del que son herederos políticos el SAT (del que fue precursor el anti-guo Sindicato de Obreros del Campo) y la CUT-BAI.

Notas:1 En Lucha Sevilla, 2010: “La cuestión Na-cional Andaluza”: http://goo.gl/LsgEyR. Para una aproximación más profunda a este respecto se recomienda la lectura del libro Moreno, I.,1978: Andalucía: Subdesarrollo, Clases Sociales y Regionalismo. Madrid: Manifiesto.2 En Lucha Sevilla, 2010: op. cit.3 Delgado, M., 2002: “Andalucía en el siglo XXI. Una economía crecientemente extrac-tiva”, en Revista de Estudios Regionales. nº 63, p. 65-83.4 Ibid.

5 Moreno, I. y Delgado, M., 2103: Andalucía: una cultura y una economía para la vida. Atrapasueños. p. 93.6 Ibid.7 Delgado, M., 2002: op. cit.8 Ibid.9 Ibid.10 Cliff, T., 1999: Trotskismo después de Trotsky. Ediciones En lucha: http://goo.gl/GtYGnl.11 Entrevista a Isidoro Moreno: “Andalucía es una nación con un déficit de pueblo”, en Kaos en la Red, 22/02/2011: http://bit.ly/1cNzf50.12 Cliff, T., 1999: op. cit.13 Duran, P., 2013: “La idea del proceso cons-tituyente: límites y potencialidades”, en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/yvlhI3.14 Sans, J., 2013: “Proceso soberanista en Ca-talunya. ¿Ruptura democrática o nuevo pacto entre élites?”, en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/Tq0Vzw.15 Boix, G., 2013: “¿Nación o clase? Las res-puestas del marxismo a la cuestión nacional” en La Hiedra, nº7 (segunda etapa): http://goo.gl/Ib6s5Z. ■

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Las revueLtas de BarceLona de 1840-1843: LAS CLASES POPULARES ANTE LA REVOLUCIÓN LIBERAL-BURGUESA

Las revueltas que se produjeron en Barcelona durante el Trienio Progresista (1840-1843) nos ofrecen claves para reflexionar en torno a las clases populares y

su relación con el régimen liberal en el Estado español en su fase constituyen-te. Vistas en conjunto, configuran un proceso revolucionario dinámico que va ascendiendo en radicalidad política y social. Nos muestran que el liberalis-mo político y económico fue cuestiona-do desde sus inicios. Como veremos, el sujeto socio-político que protagonizó las revueltas fueron las clases popula-res urbanas en proceso de proletariza-ción, junto a una burguesía crítica. El proyecto político que se defendió fue el del naciente republicanismo y el del progresismo radical. Propusieron una vía alternativa a la revolución liberal-burguesa, de carácter democrático, fe-deral, popular-obrerista y socializante.

Las clases populares de Barcelona en la primera mitad del siglo XIXDurante la primera mitad del siglo XIX, Barcelona se convirtió en la ciu-dad más industrializada del Estado, con un sector textil preponderante. Contaba con la clase obrera más de-

sarrollada, una numerosa menestralía (trabajadores y trabajadoras de artes mecánicas, generalmente con taller y obrador) y una potente burguesía. El contexto económico venía marcado por crisis periódicas que incidían en un incipiente e inestable desarrollo industrial. Esto se traducía en un ra-dicalismo político que se hizo eviden-te durante las revueltas de 1835-1837, ocurridas durante la primera guerra carlista (1833-1840). Se produjeron ataques luditas (sabotaje de maquina-ria), el asesinato de autoridades, frai-les y reos carlistas, se quemaron con-ventos, casetas de cobro de impuestos y oficinas de rentas y se destruyeron símbolos absolutistas1. Estas revueltas fueron reprimidas manu militari. No se solucionaron las causas económicas, políticas y sociales que originaron los levantamientos, y no tardarían en vol-ver a estallar.

El proceso de proletarización tuvo distintos efectos sobre los trabajadores y trabajadoras: aumentaron su depen-dencia respecto una demanda de tra-bajo cambiante e inestable,2 disminuyó su control de los procesos productivos y creció la despersonalización de las re-laciones laborales y la polarización so-

cial.3 Muchos pequeños talleres se vie-ron obligados a cerrar, pero también el poder adquisitivo de los obreros indus-triales fue descendiendo entre 1830 y 1850.4 Otro efecto fue que, debido a la elevada movilidad laboral de los y las trabajadoras industriales, era más fácil que entendiesen su situación en términos de clase. Precisamente, el 10 de mayo de 1840, a principios de la re-gencia del general Espartero, se cons-tituyó el primer sindicato del Estado español: la Asociación de Tejedores de Barcelona (ATB). Heredará la expe-riencia organizativa de las sociedades de socorros mutuos y los gremios de oficio precedentes, pero iba más allá y se proponía negociar condiciones y salarios laborales con los patronos. Sus herramientas de lucha eran las huel-gas y la negociación con la patronal y las autoridades. Ofrecía, además, una bolsa de trabajo y pidió un crédito al Ayuntamiento y la Diputación para llevar a término una suerte de fábrica cooperativa para los asociados desocu-pados. Al poco, se constituía la Federa-ción de Sociedades Obreras de Barce-lona, una organización federal obrera unitaria que hacía evidente un nivel de conciencia de clase que traspasaba el

Las revueltas de mediados del siglo XIX en Barcelona nos trasladan al momento de la formación de la clase trabajadora y el inicio de los primeros sindicatos. Guerau Ribes Capilla explora las dinámicas de estos estallidos populares que desafiaron el estrecho marco de las instituciones liberales y reivindicaron una vía democrática, federal y socializante.

historia

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sentimiento de pertenecer a un oficio.La ATB logró que Espartero tolera-

se su existencia, pero con numerosas restricciones: no podía perjudicar a los fabricantes, debía mantenerse apolíti-ca, tenía que limitarse al mutualismo proteccionista y se prohibían todas las reuniones de obreros sin el permiso de las autoridades. La ATB se mantendrá como asociación apolítica, aunque su sintonía con el progresismo y el repu-blicanismo era evidente, cuando no ex-plícita. Significativamente, al compás de las revueltas, las autoridades espar-teristas cerrarían el sindicato.5

No obstante el grado de desarrollo de la clase obrera de Barcelona que acabamos de apuntar, para entender la dinámica socio-política de la primera mitad del siglo XIX es más pertinente manejar el término de clases popula-res, “ya fueran productores de la tierra –pequeños labradores o jornaleros– y de la urbe –los artesanos, los obreros en talleres y fábricas y el pueblo menu-do ocupado en servir (...) también es-tarían incluidos quienes dedicaban sus actividades cotidianas al pequeño co-mercio o al pequeño taller (...) sin ex-cluir (...) gente de pluma: de educación y letras, como institutrices y maestros,

impresores y profesionales nuevos (...): el periodismo y las letras, las pro-fesiones liberales y técnica, la políti-ca.”6 Debemos tener presente que, du-rante la primera mitad del siglo XIX, las fronteras entre artesanos y obreros no eran claras y que la penetración de las relaciones capitalistas seguía dis-tinto ritmo dependiendo del oficio.7 A nivel ideológico, hay que destacar que, tanto sectores de la clase obrera indus-trial, como del artesanado, como una minoría burguesa radical, convergían en sus aspiraciones democráticas y en la defensa de un mundo económico

con desigualdades limitadas que vela-se por el bien común de la mayoría. El conjunto de las clases populares que-ría el progreso en la industria, siem-pre que no fuese acompañado de un empeoramiento en las condiciones de vida y sobretodo, querían un progreso económico que fuera acompañado de progreso político y social, con sufra-gio universal, el derecho a asociación y opinión, el aumento de jornales, el acceso gratuito a la educación o la abo-lición de cargas impositivas que afecta-ban a las clases populares.

El estado de la revolución liberal española el año 1837La revolución liberal española man-tuvo una larga pugna para desmante-lar el Antiguo Régimen, es decir, los privilegios nobiliarios y eclesiásticos propios de una sociedad estamental, el sistema político fundamentado en la monarquía absoluta y un sistema eco-nómico que no permitía al capitalismo romper con el feudalismo. El liberalis-mo, cuando no tenía cauces constitu-cionales para expresarse, recurría a la insurrección. Tomaba como referentes experiencias revolucionarias liberales, especialmente la francesa (1789-

Las revueltas de Barcelona muestran que el liberalismo político y económico fue cuestionado desde sus inicios

Construcción de barricadas en la Plaza de la Constitución (actual Plaza de Sant Jaume) durante la revuelta de Noviembre de 1842. En Van-Halen, A., Diario razonado de los acontecimientos que tuvieron lugar en Barcelona, desde el 13 de noviembre al 22 de diciembre del año de 1842, Madrid, 1843. (AHCB).

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36 La Hiedra Enero-Abril 2014

1799), así como el modelo revoluciona-rio de La Guerra de la Independencia (1808-1814), con levantamientos po-pulares, participación de parte de las élites, la organización del movimien-to a través de juntas que surgieron en distintas localidades del país, su posterior organización en una Junta Central, la celebración de elecciones a Cortes constituyentes y la fijación de las conquistas por medio de una Cons-titución.8 Este modelo no siempre se cumplió en todos sus puntos en los dis-tintos pronunciamientos y golpes de Estado del siglo XIX español. Esto es lo que pasó con las revueltas barcelone-sas de 1840-43, que no llegaron a con-seguir la formación de una Junta Cen-tral y una reforma constitucional y a la postre, fracasaron. ¿Por qué? Conside-ro que la cuestión social y democrática es el elemento central de las revueltas. Sin desviarnos de esta perspectiva, un punto clave para comprender sus éxi-tos o fracasos es el desencaje entre el Estado y la dinámica socio-política de Catalunya. Como hemos apuntado, el Principado, con Barcelona al frente, era la región más industrializada del país y, como se ocupaban de repetir las mismas autoridades estatales, era una región con una larga historia de rebeldía y desafección frente el Estado central.

La Constitución de 1837 estableció un régimen parlamentario, con liberta-des individuales y con representativi-dad limitada (con un censo que oscilaba entre el 2 y el 5% de la población). Fue elaborado por el Partido liberal progre-sista con la intención de lograr el apoyo del Partido liberal moderado durante la guerra civil. Con esta constitución se produjeron una serie de abdicaciones en el ideario progresista que, por otro lado, eran comunes entre los liberales de toda Europa.9 Un hito de los progre-sistas fue la ampliación del sufragio en las elecciones a Ayuntamientos y fijar la Milicia Nacional, una fuerza armada para defender el liberalismo, compues-ta por voluntarios, controlada y man-tenida por las autoridades municipales y dirigida por las burguesías locales, aunque en los períodos de gobiernos progresistas creció la participación de las clases populares y los cargos se hi-cieron electos. El ejército, si bien podía ser –y fue- un agente fundamental de avance del liberalismo, también era la fuerza interior represora del gobierno de turno. La presencia de los militares en la política, propia de la época, se vio reforzada por la guerra civil.

A la izquierda del progresismoEn la década de 1834-1843 se hizo evidente la disyuntiva entre un libe-ralismo patricio y un liberalismo de-

mocrático y popular. Los progresistas seguían invocando la soberanía nacio-nal, pero sus retrocesos políticos les desmentían. No ha de extrañar el sur-gimiento de un republicanismo popu-lar que trataba de incorporar todos los sectores que el progresismo margina-ba, y que el ostracismo y persecución al que le sometía el Estado reforzase su radicalismo. El naciente republicanis-mo era bastante heterogéneo, aunque había núcleos muy activos que procu-raban marcar perfil. La historiografía del republicanismo coincide en otorgar la influencia política más clara a la Re-

volución Francesa y, en particular, al jacobinismo. También se ha destacado la influencia del asociacionismo obre-ro, las sociedades secretas democráti-cas de tipo carbonario, el movimiento humanitario y romántico-social, el so-cialismo llamado utópico de Fourier, Leroux o Cabet, el liberalismo demó-crata de Toqueville y economistas so-ciales como Sismondi, Pecqueur o De la Sagra. Este primer republicanismo fue mayoritariamente federal, defen-diendo un sistema político fundamen-tado en el pacto entre los municipios y pueblos de España que, cuando era

subvertido por alguna de las partes, podía romperse para su reformulación. Este es el federalismo que, durante la segunda mitad del s. XIX, defenderán los republicanos de Francesc Pi i Mar-gall y el que, durante la Segunda Repú-blica, defendieron los presidentes de la Generalitat Lluís Companys y Francesc Macià al proclamar el Estado catalán integrado en la República Ibérica. Más allá de la organización territorial, el fe-deralismo decimonónico siempre tomó partido por el trabajo y las asociacio-nes obreras, defendiendo la limitación de la propiedad privada y la extensión de derechos y servicios fundamentales para las clases populares.

Las revueltas de 1840-43 de Bar-celona mantienen notables similitu-des con las revoluciones europeas de 1848, hasta el punto que se podría ha-blar de un “aviso” del futuro estallido revolucionario. Pero en las revueltas barcelonesas se enfrentaron un libera-lismo autoritario a un republicanismo popular, demócrata y federal con una presencia destacable de la burguesía radical entre sus líderes. En el 48 fran-cés, en cambio, terminaron enfren-tándose republicanismo burgués y re-publicanismo obrero.10 Sería un error acercarse a las revueltas barcelonesas de 1840-43 con el eco de la crítica que hacía Marx a la pequeña burguesía y el republicanismo, hija, en buena medi-da, de la experiencia del 48 francés.11

El proceso revolucionarioEl 1840, el partido moderado, con la protección de la regente María Cristi-na, procedió a limitar la representati-vidad de los Ayuntamientos. El general en jefe del ejército liberal, Joaquín Bal-domero Espartero, se opuso, entablan-do negociaciones con María Cristina en Barcelona, donde, el 18 de julio, se produjo una revuelta contra la regente y los moderados. Participaron sectores populares, milicianos y parte del ejér-cito. Espartero logró que la revuelta no creciese declarando el estado de sitio y depurando la milicia barcelonesa. No evitó que se sucedieran manifestacio-nes, tumultos y muertos en las calles de la ciudad. El 1 de septiembre se pro-dujo un pronunciamiento en Madrid llevado a término por sectores conser-vadores del progresismo. La revuelta triunfó, derrocó el gobierno moderado y se disolvieron sin consideraciones a los representantes de las juntas pro-vinciales que querían formar una Jun-ta Central. María Cristina abdicó el 12 de octubre y Espartero asumió el dis-crecional cargo de la regencia. Empe-zaba el Trienio Progresista.

En octubre de 1841, las autoridades locales de las principales ciudades del Estado, junto a la milicia y sectores del

El 10 de mayo de 1840 se constituyó el primer sindicato del Estado español:

la Asociación de Tejedores de

Barcelona

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ejército, organizaron juntas de vigilan-cia para hacer frente al golpe de Estado moderado que se produjo, y que se lo-gró abortar. La junta de Barcelona fue más allá, tomando medidas como la supresión de impuestos impopulares, la fijación de precios para los produc-tos básicos o la demolición de símbo-los absolutistas como la Ciudadela. Espartero interpretó el levantamiento como una mera traición a la nación. El ejército ocupó la ciudad y quienes ha-bían colaborado con la Junta, fueron depurados, condenados u obligados a emprender el camino del exilio.

El 13 de noviembre del 42 estalló una nueva revuelta. Empezó en un por-tal de la ciudad al exigirse impuestos de consumos a unos obreros. La revuelta creció al converger diversos elemen-tos: la intensa movilización del progre-sismo radical y el republicanismo ca-talán, la represión gubernamental del mismo a través del ejército, el desarme de la milicia, el castigo a las autorida-des locales electas por sus acciones en la junta de vigilancia, el anuncio de una nueva quinta, la supresión de la fábri-ca de tabacos en la que trabajaban 500 obreras y la obligación de reconstruir la Ciudadela. Las fuerzas revoluciona-rias expulsaran el ejército de la ciudad, dando paso a un sitio que culminó con bombardeos indiscriminados desde el castillo de Montjuïc. El día 15 se for-mó una Junta Popular compuesta por progresistas y republicanos, con un

proyecto político democrático, inter-clasista, popular y de tipo federal. Se proclamaba la independencia interi-na de Catalunya del gobierno vigente para reformular el pacto con las otras provincias, se exigía la dimisión del re-gente, que se convocasen Cortes cons-tituyentes y finalmente, se pedía pro-tección para la industria nacional y sus trabajadores y trabajadoras.

El levantamiento repercutió en otras poblaciones del Estado, como Girona, Vic, Olot, Figueres, València, Zaragoza y Sevilla, entre otras. El ejér-cito venció las fuerzas revolucionarias una tras otra, entrando a Barcelona el 4 de Diciembre. El total de muertos se desconoce, aunque se dan cifras de 400-600 muertos en solo dos días de combates y bombardeos de la capital catalana.

Espartero se enajenó sus propias bases y se vio forzado a nombrar presi-dente a Joaquín María López, progre-sista avanzado de práctica reformista. Ante el control pretoriano que ejercía el regente, se produjo una crisis de go-bierno y el ejecutivo dimitió. El 24 de mayo de 1843 estalló un pronuncia-miento anti-esparterista y en defensa del gobierno López y su programa de reconciliación liberal en Málaga. Se ex-tendió rápidamente por todo el Estado. Lo llevaron a cabo elementos modera-dos, progresistas y republicanos. Las noticias fueron llegando a Barcelona y se sucedieron tumultos contra el

En las revueltas se enfrentaron un liberalismo

autoritario y un republicanismo popular,

demócrata y federal

t El general en jefe del ejército liberal, Joaquín Baldomero Espartero, después de derrotar al absolutismo en la primera guerra carlista se convirtió en un auténtico emblema para el pueblo liberal, que depositó sus esperanzas de cambio en su figura. Reproducido en Bahamonde, A., i Martínez, J. A., 1994: Historia de España siglo XIX, Madrid: Cátedra.

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ejército. El 5 de Junio, el Ayuntamien-to, presionado por las manifestaciones populares, secundó el levantamiento, formándose una nueva junta revolu-cionaria que se declaraba indepen-diente del gobierno de Madrid hasta que se convocase una Junta la Central. También exigía que se restituyese el gobierno López para llevar a término la transición a un nuevo régimen cons-titucional. Del programa de la Junta destaca la eliminación de la partida del presupuesto destinada a la Casa Real, la supresión de los cargos politizados de-signados por el gobierno, la reducción del ejército y su limitación a la defensa de fronteras, la libertad religiosa, dejar de subvencionar la Iglesia, impuestos sobre artículos de lujo, prohibición de impuestos sobre productos de primera necesidad, libertad de imprenta...La Junta anunciaba también el escombro de la Ciudadela y de las murallas, que mantenían en el hacinamiento y la in-salubridad los y las barcelonesas.

A lo largo del proceso revoluciona-rio, los moderados fueron ocupando cargos en el ejército y las distintas jun-tas del Estado. El 22 de julio, los gene-rales moderados derrotaron las fuerzas esparteristas y al día siguiente, el nue-vo gobierno, con López de presiden-te, se instalaba en Madrid. Espartero, junto a los líderes progresistas que lo habían apoyado, marchaba al exilio. El día 26, López convocaba Cortes ordi-narias para principios de octubre. Tres días después, la Junta de Barcelona enviaba una declaración al gobierno: seguiría en pie para evitar la monopo-lización del movimiento que estaban llevando a cabo los moderados. Las presiones de estos lograron que López incumpliese su programa y ordenase la disolución de todas las juntas. El día 12, viéndose prácticamente sola en su defensa de Junta Central, la Junta de Barcelona aceptaba autodisolverse. Pero las clases populares barcelone-

sas no estaban dispuestas a ver como se desvanecía, de nuevo, una posible revolución democrática. Aún más, re-tirarse entonces podía suponer –como terminó ocurriendo- un retroceso del progresismo autoritario al moderan-tismo autoritario, huir del fuego para caer en las brasas.

Desde principios de agosto se suce-derán enfrentamientos entre milicia-nos y el ejército en las calles de Barce-lona. El día 17 entraba Juan Prim a la ciudad, después de haberse levantado en Reus y de haber sido nombrado Capitán General de Catalunya por la Junta. Trató de mediar entre el ejérci-to y los revolucionarios, pero los par-lamentos fracasaron y Prim encabezó la salvaje represión del movimiento. A principios de septiembre, diferentes cuerpos de milicianos barceloneses y de pueblos de las cercanías tomaban los principales puntos de la ciudad, ini-ciando la última etapa de las revueltas del período, la de mayor radicalidad.

Aunque era de carácter federal, se llamó revuelta centralista por el hecho de defenderse la constitución de una Junta Central. El mote popular que adquirirá será el de Jamáncia, del caló comida o hambre, fuera por el ham-bre que sufrió la población durante el sitio, fuera por la condición social de

los revolucionarios, fuera por las can-ciones y simbología popular que hacía referencia a freír a los moderados y a Prim a la paella. Como en las tentati-vas revolucionarias previas, se formó una junta en Barcelona que aplicó po-líticas populares. La revuelta triunfó en Mataró, Girona, Hostalric, Figue-res, buena parte del Empordà, en Sant Andreu de Palomar, Tordera, Sabadell y Reus. También en Vigo, Zaragoza, León, Almería y Granada. Pero, desde finales de septiembre, irían cayendo una tras otra ante las fuerzas guberna-mentales. Narváez concentró todo el poder militar y político y ordenó que se acabase con cualquier revuelta a sangre y fuego. El 1 de octubre, como había ocurrido durante la revuelta del 42, se bombardeó indiscriminadamen-te, ahora con más ahínco, la ciudad de Barcelona. Lejos de querer rendirse, el día 3 la Junta formó una nueva compa-ñía armada, compuesta y dirigida por obreros. No era una defensa suicida, puesto que periódicos progresistas y los líderes de la revuelta daban noticia de que había levantamientos centralis-tas en distintas poblaciones del Estado.

El día 8, la reina Isabel era decla-rada mayor de edad. El gobierno Ló-pez, quemado por su incumplimiento del programa revolucionario, cayó. La Junta envió un comunicado al Capitán General diciéndole que no podían ser tratados como rebeldes, puesto que no eran los centralistas quienes ha-bían roto los pactos establecidos por la coalición revolucionaria. Cinco días después, ante el bombardeo incesante, la Junta comunicaba que aceptaba la capitulación. El día 20, la Junta mar-chaba rumbo a Marsella y el ejército entraba a la ciudad.

Bajo la batuta del general moderado Narváez, se disolvieron la Milicia Na-cional y los Ayuntamientos progresis-tas, se censuraron todas las opiniones políticas y se juzgó a todos los que ha-

Tras las revueltas se abre un período de hegemonía de la oligarquía liberal conservadora para todo el siglo XIX y parte del XX

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bían participado en las revueltas. Aún habrá un levantamiento progresista radical en Alacant y poblaciones cer-canas en 1844, pero será rápidamente derrotado y sus líderes fusilados. En una alocución posterior, el Capitán General de València advirtió: “¡Ay del que no se convenza que la hora de la revolución ha pasado!”12. Dará comien-zo un largo período de hegemonía de la oligarquía liberal conservadora que se extenderá, con intervalos, todo el siglo XIX y parte del XX.13

ConclusiónLas revueltas de 1840-43 de Barcelona configuran un proceso revolucionario que tenía como objetivo avanzar hacia una sociedad democrática y socialmen-te menos desigual. Tuvo cuatro picos revolucionarios, en un proceso dinámi-co y ascendente en radicalidad política y social: julio de 1840, octubre del 41, del 13 de noviembre al 4 de diciembre del 42 y finalmente, del 5 de junio al 20 de noviembre del 43. Sus éxitos y fra-casos guardan relación con el desenca-je entre el Estado español y la dinámica socio-política de Barcelona y Catalun-ya. El contexto venía marcado por la industrialización y proletarización de los oficios urbanos y por un liberalismo que, tras vencer el absolutismo en una dura guerra civil, mostraba sus límites con un progresismo autoritario, cen-tralista y cuartelario. De forma natural, las clases populares, con una presencia cada vez más determinante de la clase obrera, se aproximarán al progresismo radical y al republicanismo popular, federal y socializante.

De todas las alianzas de clase, la que me parece más coherente es la de la clase obrera con la clase media, pues-to que el estreñimiento de la pirámide social torna en utopía la supuesta po-sibilidad generalizada de ascenso so-cial. En tiempos de crisis, esta utopía se desvanece a ojos vista. Se acusa a los

revolucionarios de mantener un idea-rio disperso, de ser populistas, pero no lo eran más que los progresistas, aparte de ser apreciaciones sumamen-te subjetivas y descontextualizadas. De hecho, se puede decir que tenían un programa más coherente y concre-to: defendían el sufragio universal, los derechos individuales y colectivos, una reforma fiscal que incluyese la elimi-nación de impuestos que recaían sobre quienes menos tenían y el aumento de los impuestos a quiénes más tenían, el aumento de los jornales, la limitación a la especulación, la promoción de la educación universal, reformas labora-les y promoción de servicios sociales entre las clases populares, la construc-ción de un Estado federal que atendie-se a la pluralidad de pueblos peninsu-lares, la limitación del militarismo es-tatal, la reducción del poder de la Casa Real (cuando no su eliminación) y, finalmente, la defensa de una práctica democrática vigilante que, al no poder desarrollarse por vías institucionales, se veía forzada a la vía insureccional.

Notas:1 Ollé Romeu, J. M., 1994: Les bullangues de Barcelona durant la primera Guerra Carlina (1835-1837). Tarragona: El Mèdol; García Rovira, A. M. 1997: “Radicalismo

liberal, republicanismo y revolución (1835-37)”, en Ayer nº29, 1998.2 Camps, E., 1995: La formación del mer-cado de trabajo industrial en la Cataluña del siglo XIX. Madrid: Ministerio de Traba-jo y Seguridad Social, p. 98. 3 Benet, J.,y Martí, C., 1976: Barcelona mi-tjan segle XIX. El moviment obrer durant el Bienni progressista (1854-1856). Barce-lona: Curial, p. 129. 4 Ibid., p. 178.5 Barnosell, G., 1999: Orígens del sindica-lisme català. Vic: Eumo.6 Lida, C. E., 1997: “¿Qué son las clases populares? Los modelos europeos frente al caso español en el siglo XIX”, en Historia Social, nº 27, 1997.7 Para el estudio del artesanado barcelonés de principios del siglo XIX, véase Romero Marín, J., 2005: La construcción de la cul-tura de oficio durante la industrialización. Barcelona, 1814-1860. Barcelona: Icaria.8 Véase Moliner, A., 1997: Revolución bur-guesa y movimiento juntero en España (La acción de las juntas a través de la corres-pondencia diplomática y consular france-sa, 1808-1868). Lleida: Milenio.9 Santirso, M., 2008: Progreso y libertad. España en la Europa liberal (1830-1870). Barcelona: Ariel. pp. 30-35.10 Una breve síntesis en Hobsbawm, E., 1998: La Era del capital, 1848-1875. Barce-lona: Crítica, pp. 21-38.11 Marx, K: “El 18 Brumario de Luis Bona-parte”, en Die Revolution. Nueva York, 1852. disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm12 Díaz Marín, P., y Fernández Cabello, J. A., 1992: Los mártires de la libertad (La revolución de 1844 en Alicante). Alicante: Instituto de cultura Juan Gil-Albert.13 Síntesis del conjunto de las revueltas en Fontana, J., 2003: “La fi de l’Antic Règim i la industrialització (1787-1868)”, en Vi-lar, P. (dir.), 2003: Historia de Catalunya, vol. 5, Barcelona: Edicions 62, pp.279-294. Para seguir el proceso revolucionario en distintas poblaciones del Estadof: Moliner, A, 1997: op. cit. ■

Las revueltas de 1840-43 configuran un proceso revolucionario hacia una sociedad democrática y menos desigual

t Consejo de ministros durante la regencia de María Cristina de Borbón. Con un censo electoral sumamente restrictivo, con las libertades individuales y colectivas sometidas al albur del color del gobierno de turno, el pueblo no tenía más cauce que la presión popular y la insurrección para hacer sentir su voz.

Los y las barcelonesas ayudan a los milicianos a expulsar al ejército de las calles de la ciudad durante la revuelta de noviembre de 1842. En Van-Halen, A., 1843 (AHCB).

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El uno de enero, en todas las ca-sas haitianas se cuece un caldo especial llamado soup Joumou. Una receta elaborada a base de una especie de calabaza propia

del Caribe, como la tierra que solían cultivar los esclavos y esclavas de Haití (Ayiti en la denominación criolla, que significa “tierra de altas montañas” en taíno). Sin embargo, a estas nunca se les permitía comer estos frutos que de hecho sólo ellas trabajaban; estaban reservados para satisfacer el apetito de los dueños de las plantaciones.

Este primero de enero hace 210 años de la independencia de Haití. El pueblo que supo reivindicar la igual-dad, libertad y fraternidad reales para todos los seres humanos. Que luchó contra los tres imperios que se dispu-taban el mundo y les demostró que la tierra y sus frutos son para quienes la trabajan. Y que cambiar el mundo es posible, aunque ni ellos antes de empe-zar la revuelta ni tampoco los dueños de la plantaciones en el Caribe nunca lo hubieran imaginado.

Esclavitud y capitalismoSi bien es conocido que Colón llegó a América y la “descubrió”, no es tan evidente que este “descubrimiento” no fuese tal porque ya había poblaciones habitando la isla que él mismo apodó “La Española”. Y menos aún que el “progreso” que esto conllevó pasó por la puesta en marcha de un comercio triangular que supuso el exterminio de medio millón de personas que vivían en esta tierra antes que fuera “descu-bierta”, el secuestro de millones de África y su condena a la condición de esclavas. Algunas de ellas se arroja-

ban al mar; otras conseguían deshacer sus cadenas y se tiraban encima de la tripulación, intentando provocar una pequeña insurrección. Las condicio-nes en que eran transportadas eran tan atroces que una de cada diez de ellas moría en el trayecto; las mujeres solían quedarse estériles durante los dos años siguientes.

Es este el proceso que permitió la acumulación del capital necesario para la puesta en funcionamiento y desa-rrollo de las industrias emergentes en Europa. La obtención de materias pri-mas a bajo coste y el trabajo gratuito que proporcionaba la esclavitud fue invertido generalmente en la industria de la navegación y el ferrocarril. Según explica Marx, “para sostener la escla-vitud velada del trabajo remunerado en Europa era necesaria la esclavitud

pura y simple en el Nuevo Mundo”.

La esclavitud de los siglos XVI, XVII y XVIII“Sin esclavitud no tienes algodón; sin algodón no tienes industria moderna. Es la esclavitud la que ha dado a las colonias su valor; son las colonias quie-nes han creado el comercio mundial; y el comercio mundial es la precondición de la industria de gran escala.”, señaló Marx. También los historiadores ca-ribeños Eric Williams y C.L.R. James destacaron la importancia de la esclavi-tud para el desarrollo de las economías de Europa occidental. Era un negocio redondo, y los beneficios, estratosféri-cos: los productos artesanales proce-dentes de Europa eran vendidos en las costas de África a cambio de esclavos, que eran a su vez vendidos en América a cambio de azúcar, tabaco y algodón, que era posteriormente vendido en Europa.

Eric Williams puntualiza: “La es-clavitud no surgió del racismo; al con-trario, el racismo fue la consecuencia de la esclavitud. La mano de obra for-zosa en el Nuevo Mundo era marrón, blanca, negra y amarilla; católica, protestante y pagana”. En realidad, al principio, la mano de obra procedía de Europa. Eran prisioneros de guerra o gente que, a cambio del viaje a través del Atlántico, trabajaba gratuitamente durante años. Eran los llamados “sier-vos o siervas por deudas” que, tenien-do en cuenta que, como los esclavos o esclavas importadas de África no vivirían más de siete años, salían más baratas que las primeras. Sin embargo, en cuanto el mercado del tabaco y el azúcar creció, los dueños de las planta-

Haití: LA PRiMERA REPúbLiCA iNDEPENDiENtE negraEste primero de enero hace 210 años de la independencia de Haití, el primer país de América Latina que consiguió deshacerse de las cadenas que lo ataban a la metrópolis y construir una nación postcolonial. El país que vivió la primera revuelta esclava exitosa y fundó una república negra. Mireia Chavarria nos ofrece un recorrido histórico por este evento.

“La razón era económica, no racial; no tenía que ver con el color del trabajador, sino con el bajo coste de su trabajo” (Eric Williams)

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ciones decidieron recurrir a África. Sin embargo, este no fue el primer sistema económico basado en la esclavitud1.

“La razón era económica, no racial; no tenía que ver con el color del traba-jador, sino con el bajo coste de su tra-bajo”, explica Eric Williams. Si los es-clavos morían, siempre habría repues-tos. Así pues, tal y como explica Chris Harman, si en 1638 en Barbados había 2.000 siervos por deudas y 200 escla-vos africanos, en 1653 ya eran 8.000 siervos por deudas frente a 20.000 es-clavos africanos2.

La pesadilla de las AntillasEn las plantaciones, las torturas, casti-gos, mutilaciones, humillaciones, vio-laciones eran el pan de cada día para los esclavos y las esclavas. En el caso de las mujeres, no solamente era su-frimiento físico, sino también humilla-ción sexual. Se les daba menos comida que a los hombres y, aunque estuvie-ran embarazadas, les obligaban a cum-plir con su turno en las plantaciones.

Esta era la realidad de la llamada “perla de las Antillas”, descrita por el historiador Laurent Dubois como “el nivel cero del colonialismo europeo en las Américas”3. Los esclavos y esclavas solían hacer jornadas de 15, 16, o hasta 18 horas hasta el día de su muerte. Las duras condiciones de vida a las que es-taban sometidas condujeron a muchas a escaparse a las montañas y a formar comunidades de hombres y mujeres libres. En 1720 eran unos 1.000; y en 1751 ya eran 3.000. Se denominaban “cimarrones” y, durante un centenar de años antes de 1789, supusieron una fuerte amenaza para la colonia.

En la isla, la tasa de mortalidad era

elevadísima; y el suicidio era muy co-mún. De hecho, la muerte simboliza esperanza o el retorno a África. Los mismos esclavos y esclavas se servían de veneno para controlar el número de personas trabajando en las plantacio-nes, o bien para ahorrar a sus parientes las penurias de vivir esta pesadilla.

De hecho, si bien en un inicio los dueños de las plantaciones no eran conscientes del poder del cuerpo fe-menino de reproducción de esclavos, y por tanto de expansión de la fuerza de trabajo, poco a poco se fueron dando cuenta del beneficio que podría conlle-var controlar su cuerpo y reproducción. Tal y como afirma Silvia Federici4, “la condición de mujer esclava revela de una forma más explícita la verdad y la lógica de la acumulación capitalista”5.

En Cuba, cuando se castigaba a una

mujer, los látigos se daban siempre en la espalda. En Brasil, el jesuita Anto-nil recomendaba no dar puntapiés a la barriga de las mujeres embarazadas ni dar garrotazos a los esclavos, porque “pueden herir en la cabeza a un escla-vo eficiente, que vale mucho dinero, y perderlo”6. Hasta había una tortura para controlar la reproducción de las mujeres. A las sospechosas de haber abortado, se les colocaba un collar has-ta el día en que parieran a un hijo. Sin embargo, no es hasta la disminución del suministro de esclavitud africa-na que la regulación de las relaciones sexuales y los hábitos reproductivos se vuelve sistemática. Y es que a partir de la abolición del comercio de esclavos en 1807, tanto en el Caribe como en Es-tados Unidos, se adopta una política de control de los hábitos reproductivos de las esclavas en función de la necesidad de trabajo en el campo. Es así como la procreación se convierte en terreno de explotación.

“Divide y vencerás”En las plantaciones, personas siervas y las esclavas convivían, cooperaban y se socializaban. De hecho, hasta compar-tían ritos, como los cultos africanos, que se arraigaron con mucha facilidad entre la población oprimida, inde-pendientemente de su color de piel. En Haití, era el vudú. Como escribía Eduardo Galeano, “el dios de los parias no siempre es el mismo que el dios del sistema que los hace parias”7.

No había ninguna razón por la que la población blanca odiase natural-mente a la negra. Esta no tenía ningún interés económico sobre aquella. De hecho, en los puertos británicos,

Había una política de control reproductivo de las esclavas en función de la necesidad de trabajo en el campo

Batalla de Santo Domingo, de Janvier Suchodolski, revela un choque entre tropas polacas al servicio de Francia y rebeldes haitianos

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los esclavos y esclavas que huían solían ser acogidos por la gente de los barrios populares. Y en las colonias, el campe-sinado blanco, que no poseía esclavos, no podía competir con los dueños de las plantaciones, que encima tenían acceso a las mejores tierras.

Entre las mujeres esclavas y prole-tarias blancas, también había una fuer-te colaboración, ya que constituyeron una red de compra y venta a partir de los “campos de aprovisionamento”. Allí, cultivaban productos para vender, creando así una especie de mercado de alimentos para esclavas y proletarias blancas al margen de la legalidad de la colonia. Tal y como describe Federici, es así como las esclavas contribuyeron al desarrollo de la comunidad esclava y de las economías de las islas, trans-mitiendo a las mujeres blancas sus conocimientos como “curanderas, vi-dentes, expertas en prácticas mágicas y la ‘dominación’ que ejercían sobre las cocinas y dormitorios de sus amos” .8

El caso de la Rebelión del Bacon (Virginia, 1676) fue paradigmático, ya que se evidenció la fuerza que tenía la unión de la población blanca y ne-gra y, por tanto, la amenaza que podía suponer su alianza para los terrate-nientes9. Es aquí dónde empiezan las políticas que tienen por objetivo trazar una fisura en una comunidad que hasta entonces vivía cooperando. De la mis-ma manera que en Europa se habían demonizado a todas aquellas mujeres consideradas peligrosas por el hecho de tener conocimientos naturales que les dieran determinado poder (sobre su sexualidad, por ejemplo), las llama-das “brujas”, ahora el chivo expiatorio era el hombre negro y a sus relaciones con mujeres blancas.

Como hemos visto, por un lado, era demasiado peligroso permitir que las personas oprimidas se juntaran; por el otro, los ideales de las revoluciones burguesas empezaban a coger fuerza. Delante de la proclama de “Liberté, égalité, fraternité”, ¿cómo se pueden consentir el tipo de relaciones sociales que engendra la esclavitud? Como des-cribe Chris Harman, “en el mercado, las relaciones se sustentan en el princi-pio que, por muy desigual que fuera la posición social de las personas, todas tienen el mismo derecho a aceptar o rechazar cualquier transacción”10. Pero el comercio de esclavos y esclavas se basaba en condenar a personas a las desigualdades más extremas. Real-mente, la única salida que les quedaba para justificar la esclavitud mantenien-do el principio de igualdad entre seres humanos era decir que los esclavos y esclavas no eran seres humanos.

Es así como nace el racismo, que se desarrolla como ideología a lo largo de

tres siglos. En Haití, se crean hasta 128 diferentes tonalidades entre el negro y el blanco para regular la desigualdad que además de todo lo mencionado, impediría el crecimiento económico a las personas mulatas. Hijas de matri-monios mixtos y mayoritariamente ar-tesanas o pequeñas propietarias, algu-nas de ellas estaban empezando a en-riquecerse, alimentando así la envidia y el odio de los colonizadores blancos.

Libertad o muerteA menudo observamos la Historia de manera segmentada y aislada. Pero lo cierto es que los hechos y las ideas que emergen en un momento determinado en un lugar determinado no lo hacen por casualidad, y tampoco se desva-necen y desaparecen completamente. Son los ecos de la Revolución Francesa que llegaron a oídos de los esclavos y esclavas de Haití los que provocaron los rumores que encendieron los áni-mos para la adquisición de igualdad entre seres humanos en la isla. Pero el proceso fue dialéctico: las masas pari-sinas también reivindicaron el fin de la esclavitud en las colonias11. Y a su vez, la consecución de la abolición de la tra-ta y la independencia de Haití forzó a poner en práctica los ideales de la Re-volución Francesa.

Como afirmó Dubois, si los esclavos y esclavas no se hubieran alzado con-tra la trata, “la Revolución Francesa no se habría desarrollado completamen-te; como la Revolución Americana, se hubiera terminado sin acabar con la violación masiva de los derechos hu-manos en el corazón de la existencia de la nación”.

Desde que alguien desembarcó a las costas de Haití anunciando la toma de la Bastilla, la población mulata se or-ganizó para dirigirse a la Asamblea en París y hacer una petición en relación a sus derechos ciudadanos. Esto dividió la Asamblea en dos, poniendo así en evidencia las diferencias entre las dis-tintas fuerzas políticas. En unos meses, se impulsó un decreto en que, sin ha-blar de personas mulatas o esclavas, se ponía en especial salvaguarda a “los colonialistas y sus propiedades”, en-tendiendo que los estas formaban par-te de las segundas. También decretaba que se consideraría crimen cualquier agitación directa o indirecta en contra del comercio en las colonias. Humilla-das en Francia y en casa, las mulatas organizaron una revuelta que fue bru-talmente reprimida.

Esto alimentó el fuego que encen-dería la revuelta esclava de agosto de 1789, empezada en una ceremonia vudú en el Bois Caïman por un grupo liderado por el Papalwa (sacerdote) Boukman. Comenzando en Le Cap, al

Las masas se tuvieron que enfrentar a Napoleón, a quien combatieron y ganaron hasta conseguir la independencia de Haití

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norte del país, quemaron grandes ex-tensiones de tierra y mataron a muchí-simos dueños de plantaciones al grito de “libertad o muerte” con el fin de aca-bar con el sistema que los tenía escla-vizados. La revolución no tardó en ser encabezada por alguien que encarnaba su espíritu y que sería capaz de llevar las reivindicaciones de los esclavos y las esclavas a la concreción, Toussaint Louverture. Al principio partidario de la política de negociación, al serle ne-gadas todas las peticiones, condujo a las masas a la rebelión. Fue muy há-bil aliándose con los españoles, que le proveyeron de armas y munición. Lue-go liderando la lucha contra los ingle-ses, que venían a ayudar a los dueños de las plantaciones, y posteriormente combatiendo a los españoles, que que-rían hacerse con el control de la isla. Finalmente, las masas se tuvieron que enfrentar a Napoleón, a quién comba-tieron y ganaron bajo el liderazgo, esta vez, de Dessalines, hasta conseguir la independencia de Haití.

Los líderes fueron imprescindibles guías, pero fueron las masas las que hi-cieron la revolución haitiana. Una re-volución que se ha querido borrar de la memoria colectiva porque significa la posibilidad de cambiar el estatus quo. Como dijo el marxista negro C.L.R. Ja-mes, “el único lugar donde los negros no hicieron ninguna revuelta es en las páginas de los historiadores capitalis-tas”12. Es por esto que es una parte de la Historia que tenemos que recuperar y reivindicar, y que ha dejado una huella imborrable sobre Haití y sobre el mun-do capitalista.

Aunque la soup Joumou hoy sea para todos y todas las haitianas, el país aún necesita seguir luchando en con-tra del imperialismo: actualmente, es víctima de un neocolonialismo escon-dido en forma de una ayuda humani-taria que hace el país más dependien-te y menos soberano13. También debe continuar enfrentándose al racismo dentro y fuera del país; el ejemplo más reciente es la retirada de la nacionali-dad dominicana a la población nacida en República Dominicana descendien-te de población extranjera (la mayoría, haitiana)14. Además, Haití sigue siendo el país más pobre del continente ame-ricano, y las desigualdades económicas están a la orden del día. Es por esto que aún hoy, el pueblo haitiano se ve obli-gado a organizarse y seguir luchando por sus derechos, como es el caso de las reivindicaciones por el salario mínimo que han tenido lugar durante los últi-mos meses. Por todas estas razones, el precedente de la revolución haitiana de 1801 es un modelo esperanzador, no sólo dentro de Haití, sino también a nivel internacional, si queremos com-

batir el racismo, el fascismo, y aventu-rarnos a desafiar el sistema económico capitalista actual.

Notas:1 La palabra “esclavo” deriva de “eslavo” (de la raíz slob, que significa “gloria”), que era el nombre con que algunos de los pueblos del nordeste de Europa, hablantes de lenguas con un mismo origen, se identificaban. El vínculo entre ambos términos proviene de la conquista y esclavización, en la Edad Media, de estos pueblos por parte del Sacro Imperio Románico-Germánico. De hecho, en la Anti-gua Roma, no se utilizaba el término “escla-vo”, sino “adicto”, es decir, aquel “entregado” o “adjudicado legalmente a” alguien. Y es que la esclavitud no se inventó en los siglos XVII y XVIII, ni con el capitalismo, y tampoco está vinculada necesariamente a la población ne-gra. Pero aunque antes ya existían prejuicios que marginaban a determinadas comunida-des dentro de las diferentes sociedades, nun-ca se habían dado la condiciones que requi-rieran buscar una explicación racional a las desigualdades. Por esto, es en este momento en qué nace el racismo, una ideología que se desarrollará, de la mano del capitalismo, du-

rante tres siglos. 2 Harman, Chris, 2013: Historia mundial del pueblo. Madrid: Akal.3 Dubois, Laurent, 2005: Avengers of the New World. The Story of the Haitian Re-volution. Cambridge: Harvard University Press.4 Federici, Silvia, 2004: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de sueños, p. 139.5 Ibid.6 Galeano, Eduardo, 1971: Las venas abier-tas de América Latina. Madrid: 2003. p. 50.7 Ibid.8 Federici, Silvia, 2004: op. cit. p.174.9 Algunos de los opositores al gobierno ofre-cieron la libertad a la población esclava y sierva por deudas a cambio de ayuda para hacerse con el control de la colonia. Es en-tonces que la Cámara de Burgueses de Vir-ginia se dispuso a reforzar la segregación racial, estableció castigos para las personas negras o esclavas que se comportaran de forma violenta contra una blanca o para las blancas que se casaran con “negras, mulatas o indias”.10 Harman, Chris, 2013. op. cit.11 “Desde 1789, la aristocracia de nacimien-to y la aristocracia de religión han sido des-truidas; pero la aristocracia de piel todavía perdura”, soltó Camboulas, el moderador del Comité de Decretos en la Convention del 3 de febrero de 1794; citado en James, C.L.R., 2003: The Black Jacobins. Toussaint Louverture and the San Domingo revolu-tion. London: Penguin Books. p.113. 12 Ensayo “The revolution and the Negro”. New International. Volume V, December 1939, p. 339-343. 13 Fresnillo, Iolanda, 2013: “Que Filipinas no sea Haití”, en Alternativas Económicas. 18 de diciembre de 2013. Disponible en: http://goo.gl/zDnRMJ14 Rodríguez, Olga, 2013: “Lo siento, però ya no eres dominicano”, eldiario.es, 9 de diciembre de 2013. Disponible en: http://www.eldiario.es/desalambre/inmigracion/siento-dominicano_0_205430073.html ■

Haití es actualmente víctima de un neocolonialismo escondido en forma de ayuda humanitaria

La población haitiana depende mayoritariamente de la agricultura y la pesca.

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La narración fantástica es la más antigua de las formas de narra-ción que existe. Esto, que puede resultar chocante, se puede con-trastar con un pequeño dato:

literalmente la primera narración con-servada en la historia de la literatura, el poema de Gilgamesh (S XVIII AC), con sus plagas divinas y su búsqueda de la inmortalidad, entra de lleno en la narrativa fantástica. Si bien es absur-do restar valor a las formas de narra-ción más “naturalistas” o “realistas”, también es absurdo añadirles valor por eso. Al fin y al cabo no dejan de ser una forma de autorrepresión; el autor genera historias, personajes y situa-ciones inexistentes pero los hace pasar por reales a base de constreñirlos en el reducido espacio de lo “empíricamente posible”. ¿Por qué un terreno más re-ducido para la creación debe conside-rarse la forma literaria “mayor”?

Se podría añadir otra defensa a la narrativa fantástica: el afán de imagi-nar mundos más allá de los contras-tables por la experiencia es en buena parte lo que nos permite generar con-ceptos nuevos y realidades nuevas. Así, por ejemplo, el deseo de levantar el vuelo nos permite imaginar la aviación.

En mi caso, y aquí hago un apun-te absolutamente personal, lo que me hace buscar mundos inexistentes en la

literatura fantástica es en buena parte lo mismo que me hace anhelar socie-dades más justas y más humanas. El mundo por el que lucho y por el que trabajo cada día es un mundo que no he llegado a ver jamás, que aun a veces dudo que se pueda alcanzar. Ese deseo de luchar no sólo por lo “sensato y al-canzable”, sino más allá de eso, por lo que debería ser y no es, es común en más compañeros y compañeras de lu-cha. Tal vez con esta introducción que-rría animarles a que se atrevan no sólo a discutir cómo combatir lo que vemos injusto en nuestro día a día, sino tam-bién, por qué no, a imaginar “ese otro mundo” que buscamos, porque eso nos ayudará a sentirlo más cercano y más posible.

Los problemas del género fantásticoPero hablar de posibilidades no es lo mismo que hablar de obra escrita y ter-minada y, por desgracia, la literatura fantástica o de ciencia ficción es gene-ralmente de muy pobre calidad. Lejos de servir como un terreno de investi-gación de los límites de “lo posible”, ha acabado arrastrando inevitablemente los estereotipos de su origen literario, la narración mitológica, basada en so-ciedades donde la “fuerza masculina” y el “honor” eran considerados los mayo-

res valores. Aún a día de hoy, el héroe masculino que derrota a alguna forma de mal y logra por ello una recompensa –a veces en forma de compañía feme-nina– sigue siendo el estereotipo más reconocible del género.

Uno de los problemas de la litera-tura fantástica o de ciencia ficción, por tanto, es el modo en que se ningunea a la mujer, o se replican estereotipos de género denigrantes. Es curioso ver coómo la presencia de la mujer en al-guna de las obras más conocidas de la literatura fantástica (como por ejem-plo “El Hobbit” de J.R.R. Tolkien) brilla completamente por su completa ausencia, o bien se limita a ocupar pa-peles secundarios (como en “El Señor de los Anillos”, del mismo autor). Es frustrante comprobar cómo aún en los casos en los que alguna mujer ocupa un lugar central en la historia, o bien su papel está fuertemente definido por su rol de género, o bien se ven forzadas a adoptar un papel masculino para ser “tomadas en serio” como héroes.

También resulta sorprendente ver como a pesar de inventar todo tipo de criaturas extrañas y máquinas pro-digiosas, los escritores de fantasía o ciencia ficción eran generalmente in-capaces de hacer lo propio con nuevas formas de organización económica o social. Así, o bien describen algún tipo

Los otros mundos posibLes imaginados por La LiteraturaDesde la literatura fantástica y de ciencia ficción se han proyectado sociedades diferentes a la actual, ya sea imaginando modelos liberadores u opresivos. En este artículo, Pablo Martínez hace un repaso del contenido político más o menos explícito de diversas obras.

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de sociedad “feudal” con una fuerte división de clases (El señor de los Ani-llos, El Mago de Oz, Dune…) o bien se limitan a replicar aspectos del sistema capitalista en el que viven sus lectores (Ubik, El Neuromante, La Estación de la Calle Perdido…). Las razones por las que esto sucede son variadas; por una parte se recurre a la fantasía como un método para destacar aspectos no tan evidentes del mundo en que vivimos. Así, por ejemplo, en “La guerra inter-minable” de Joe Haldeman se describe una guerra futurista donde los com-batientes regresan siglos más tarde a sus planeta de origen para explicar el sentimiento de alienación de los sol-dados en la guerra de Vietnam. Pero en la mayoría de los casos la razón es más sencilla: las y los autores se ven incapaces de explicar una forma de or-ganización social que no han vivido y prefieren quedarse en la “zona segura” de lo que han probado y les funciona.

Sin embargo, ha habido casos de autoras y autores que se han atrevido a atravesar estas barreras de lo “con-fortable” y se han atrevido a recrear mundos y construir sociedades donde nuestras concepciones pueden ser de-safiadas. Me centraré en primer lugar en quienes trataron de imaginar otras sociedades opresivas para advertir de peligros relacionados con determina-

das políticas, y a continuación inten-taré apuntar aquellos que trataron de imaginar nuevas formas de organiza-ción social más justas.

DistopíasUna “distopía” podría definirse como una comunidad o sociedad que es en algún modo terrible o indeseable. El término fue acuñado por John Stuart Mills en un discurso de 1868, como contrapartida de “utopía”, la sociedad soñada o perfecta, tal y como aparece en la obra de Thomas More del mismo nombre.

En la literatura fantástica podemos encontrar muchos más ejemplos del primer término que del segundo, sin duda por el hecho de que es más senci-llo encontrar “jugo” dramático en una sociedad opresiva que en una sociedad perfecta. En muchos casos estas disto-pías solían tener la función de advertir de peligros en determinadas políticas que los y las autoras percibían en sus tiempos como terriblemente dañinas para el ser humano.

Aunque existían ejemplos de disto-pías muy anteriores, como “Rasselas” de Samuel Johnson en 1759, por cues-tiones de espacio nos centraremos en unos pocos autores del siglo XX. Las dos novelas consideradas como las obras seminales de la novela distópica moderna fueron “Nosotros”, de Yevge-ni Zamiatin (1921), y “El Talon de Hie-rro”, de Jack London (1908).

Jack London, un socialista apa-sionado defensor de la lucha obrera y los derechos de los y las trabajadoras, imaginó en “El Talón de Hierro” la aparición de una oligarquía tiránica en Estados Unidos como respuesta de la clase capitalista ante el crecimiento del Socialist Party of America, que se ve obligada a instituir un régimen brutal y represivo para preservar su poder.

Yevgeni Zamiatin, por su parte, escribió “Nosotros” como una sátira dirigida al estado policial en que per-cibía que la Unión Soviética se estaba convirtiendo. En la novela, un único estado gobierna una nación de ciuda-des construidas enteramente de cris-tal, para permitir al gobierno controlar a la gente más fácilmente. La vida se organiza para lograr la máxima eficien-cia productiva, y la ciudadanía marcha siempre en grupo (no está permiti-do ir sin compañía), con las mismas ropas y con un número por nombre, impar para los hombres y par para las mujeres.

Con esta misma vocación crítica de mostrar hasta dónde podía llegar una sociedad totalitaria futura, e inspirán-dose formalmente en las dos novelas anteriores, George Orwells escribió su conocida novela “1984” en 1949. La

novela, con más de un punto en común con el “Nosotros” de Zamiatin, pero sin la sátira de éste, describía una sociedad donde la ciudadanía era vigilada por cámaras las 24 horas del día y una po-licía se encargaba de castigarla por lo que pensaba. Curiosamente, el térmi-no “Gran Hermano”, el líder supremo de esta sociedad, ha acabado siendo más conocido por el de cierto progra-ma de televisión donde las y los con-cursantes se prestan voluntariamen-te a ser vigilados. “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley (1932), presentaba una distopía distinta, en la que lejos de reprimirse los instintos y vigilarse los pensamientos, la ciudadanía vivía una aparente utopía, donde todos los placeres eran permitidos y todos los bienes materiales alcanzables, pero donde la ciudadanía había sido ma-nipulada genética y psicológicamente para no cuestionar la estructura de la sociedad y su lugar en el mundo. Pre-tendía satirizar las novelas utópicas de la época (como “A Modern Utopia” de H.G. Wells) donde se pregonaba una visión esperanzadora del futuro del capitalismo.

Me gustaría tocar brevemente otra novela, “Himno” de Ayn Rand (1938). Rand, una filósofa y escritora de origen ruso que defendía el “egoísmo racio-nal”, el individualismo y el liberalismo económico, se inspiró en “Nosotros” para describir una sociedad futura que ha entrado en una edad oscura caracte-rizada por la irracionalidad, el “colecti-vismo” y las escuelas económicas y de pensamiento socialistas. Con esta bre-ve reseña –que no creo que merezca la pena alargar más– quiero mostrar que no sólo la izquierda escribe novelas de distopía política o “pretende advertir sobre peligros”.

Uno de los problemas de la literatura fantástica es el modo en que se

ningunea a la mujer o se replican estereotipos de

género denigrantes

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Hay muchos otros ejemplos de no-vela distópica y en muchos casos han funcionado más como excusas para crear historias de evasión (la pastelo-sa “Fahrenheit 451”, los holocaustos nucleares de la década de los 80 como “Mad Max”, la más reciente oleada de novelas y películas sobre “holocaustos zombi”, etc.) que como advertencias sobre peligros sociales y políticos rea-les. En cualquier caso, estos son los que me parecía interesante reseñar.

UtopíasA diferencia de la distopía, la utopía ha sido bastante más infrecuente. Sin embargo, las utopías son mucho más anteriores y han servido muchos más objetivos que los simplemente políti-cos. Aún antes que la famosa obra Uto-pía (“De optimo reipublicae statu, de-que nova insula Vtopiae”) de Thomas More (1516) que dio nombre al género y al concepto, se podrían encontrar muchaos otraos. Cada una de las ideas

de paraíso de las distintas religiones – el “paraíso terrenal” católico, por ejem-plo– - podrían considerarse como una forma de utopía.

La utopía, al fin y al cabo, es lo que da sentido a las ideologías y las reli-giones. Es el objetivo final, el lugar so-ñado, la razón por la que se lucha en cada guerra (se podría decir que las mentiras de los diferentes gobiernos a sus ciudadanospueblos para justificar cada guerra –como el “the war to end all wars”, “la guerra para terminar con la guerra” de la Pprimera Guerra Mun-dial– constituyen una forma de “litera-tura utópica”). Es curioso cómo, pese a no existir tal “estado” o “lugar” como la utopía, todos y todas nos identifica-mos e incluso “añoramos” esa noción; una existencia donde no sea necesario odiar, donde las relaciones sean más humanas y más próximas, donde no se viva con angustia… A este estado se refería sin duda Thorstein Veblen (y Albert Einstein en su artículo “Why So-cialism”) cuando hablaba de “superar el estado predatorio de la humanidad”.

Ha habido varios ejemplos intere-santes de novelas utópicas. En algunos casos han sido utilizadas para ensalzar algunos aspectos del capitalismo de cada época –como la oda al modelo fordista que eran las novelas “A Mo-dern Utopia” o “Men Like Gods” de H.G. Wells–, pero en otros son una respuesta a la pregunta legítima de “¿cómo sería el mundo en el que nos gustaría vivir?” o también “¿podría existir un mundo así?”.

Por desgracia sólo he encontrado dos novelas que planteen utopías creí-bles y que me hayan hecho soñar en “ese otro mundo” como en algo posi-ble, y las dos son de la autora Ursula K. Le Guin. Se trata de “Los Desposeí-dos” (1974) y “Always Coming Home” (1985).“Los Desposeídos” describe un planeta con una situación geopo-lítica muy similar al de la Guerra Fría que vivió Le Guin en los 70: dos blo-ques de ideología opuesta enfrentados.

Sin embargo, otro planeta cercano ha sido habitado por quienes escogieron marcharse de ese primer mundo y ha-cer otro más justo. Son las y los “des-poseídos” del título. La historia nos describe una sociedad igualitaria, no carente de problemas y riesgos, y por ello creíble.“Always Coming Home” es a la vez una utopía y una distopía. Una distopía porque parte de un conflicto no narrado que hizo retroceder a la humanidad a un estadio cultural ante-rior. Pero una utopía también, porque la cultura Kesh que nos describe –a través de canciones, poemas, obras de teatro y descripciones de rituales de ese pueblo– es una civilización espiritual y rica, donde sus habitantes viven en paz entre sí y con otros pueblos y respetan la naturaleza. De nuevo Le Guin tiene la maestría de describirnos a estas gen-tes de tal modo que nos parece posible imaginar que pudiera existir un pueblo así.

ConclusiónEste artículo no pretende ser más que un breve apunte sobre los diferentes ejemplos dede la historia de la fantasía y la ciencia ficción, en ningún modo ex-haustivo, sobre los diversos intentos de imaginar el futuro de las sociedades, tanto los peligros advertidos como los paradigmas soñados. Como apuntaba al inicio, la narrativa fantástica cumple una función a la hora de permitir ima-ginar y reflexionar sobre otras formas de organización social, desde mi punto de vista muy necesaria. La razón por la que se lucha no tiene que ver úni-camente con lo racional, sino también (y yo diría que principalmente) con lo emotivo. Alejarnos de esa añoranza más irracional, más visceral, es alejar-nos de la razón misma por la que que-remos otra sociedad.

Para terminar dejo una sola re-flexión; ¿qué dice de nosotros y noso-tras el que luchemos por un mundo nuevo que no somos capaces de ima-ginar? ■

t Frankenstein o el moderno prometeo, escrito por Mary Shelly en 1918, es considerado el primer libro de ciencia ficción.

x Portada de The Female Man (1975), de la autora feminista Joanna Russ.

La razón por la que se lucha no tiene que

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reseñas:

Aprovechando la reedición por Alianza Editorial de una de las obras más populares de Friedrich Engels, El Origen de la familia, la propiedad

privada y el Estado, es importante plantearse por qué es necesario recu-perar y releer de una forma crítica este clásico del marxismo escrito en 1884, época en la cual la antropología y la ar-queología, ciencias que estudian el de-sarrollo y el pasado más remoto del ser humano, apenas acababan de entrar en su adolescencia.

En El origen, Engels presenta las formas sociales y económicas que se han sucedido desde los inicios de la historia humana, es decir, como la humanidad fue aumentando progresi-vamente su dominio sobre los medios de subsistencia hasta el desarrollo de la sociedad de clases. El libro, escrito tras la muerte de Marx en 1883, parte de las notas de éste y del propio Engels, así como especialmente del trabajo La sociedad primitiva del antropólogo norteamericano Lewis H. Morgan, aparecido en 1877. Hay que destacar, sin embargo, que Morgan describió la evolución de la sociedad en unas 560 páginas. El libro de Engels es mucho más breve, sintetizando el material de Morgan y centrándose en las princi-pales diferencias entre las sociedades prehistóricas, bajo lo que Engels de-nomina el “comunismo primitivo”, y la “civilización”, con su sistema de clases y su organización política.

Así pues, Marx y Engels no se limi-tan a repetir los trabajos de Morgan, sino que intentan desarrollar sus im-plicaciones teóricas con el objetivo de explicar principalmente tres aspectos: los estadios de desarrollo de la historia de la humanidad y su relación con los medios de producción; la emergencia de la sociedad de clases y el Estado; el surgimiento de la opresión sexual y la familia nuclear. Este tercer aspecto abordado en El origen es el más nove-doso para la época y el que ha tenido

un clásico sobre el origen del sexismo a actualizar

que la división sexual del trabajo den-tro del sistema de producción econó-mica estaba regida por un criterio de complementariedad y no de jerarquía. Lejos de ver la caza de animales sal-vajes, considerada por razones físicas propia del hombre, como la actividad económica más importante de las so-ciedades “primitivas”, Engels destaca que la recolección de verduras y frutas silvestres tenía también un valor im-portante, cuando no mayor. De esta manera, en las sociedades donde los hombres habrían sido los responsables de la caza y las mujeres, a su vez, de la recolección, ambos sexos habrían des-empeñado tareas económicas igual-mente esenciales para la supervivencia de su comunidad. Este papel central de las mujeres en la economía habría lle-vado aparejado que ellas fueran valo-radas y respetadas en calidad de miem-bros productivos de la comunidad.

El cambio se habría producido con el desarrollo de la agricultura, ya que según Engels ésta comportó una nueva división sexual del trabajo no basada en la complementariedad, al ser apar-tada la mujer por cuestiones físicas y/o biológicas de la producción y relegada al ámbito doméstico. Paralelamente, la aparición de la propiedad privada y el aumento de la riqueza en manos de los hombres habrían acabado forzan-do la transformación de las relaciones sexuales tradicionales, sin restriccio-nes importantes y centradas en la mu-jer como reproductora, y la aparición de la “familia patriarcal” (y posterior-mente de la familia nuclear).

En palabras de Engels, la monoga-mia es “la primera forma de familia que no se basaba en condiciones na-turales, sino económicas, y concreta-mente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común pri-mitiva, originada espontáneamente”. De esta manera, la familia tal y como la entendemos hoy en día “no aparece de ninguna manera en la historia como un acuerdo entre el hombre y la

Libro

El origen de la familia, la propiedad privada y el EstadoFriedrich EngelsAlianza Editorial, 1884 312 pgs. 10,50€

mayor relevancia histórica y política, especialmente en los debates entre el marxismo y los emergentes movimien-tos feministas a partir de la segunda mitad del siglo XX.

El origen de la familia y la opresión sexualEngels, partiendo de los datos etno-gráficos de Morgan, así como de otros autores y fuentes clásicas, llega a la conclusión de que, durante las prime-ras etapas de la historia, la desigual-dad sexual no existía tal y como hoy la conocemos. En efecto, Engels sostiene

Por Albert García.

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mujer”, sino que es el resultado de un “conflicto entre los sexos” y de la “gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”.

Desacralizando a EngelsHay que tener en cuenta que cuando El origen fue escrito, la mayoría del ma-terial arqueológico disponible actual-mente sobre las sociedades de la pre-historia todavía no se había reunido. Además, existe en el libro todo un cú-mulo de datos incorrectos y argumen-tos especulativos que todavía hoy en día son considerados como palabra di-vina por cierto marxismo, y que si nos limitamos a repetir acríticamente pue-den llevarnos a errores fundamentales.

En primer lugar, existe un desfase a nivel de concepto o de visión histó-rica. El evolucionismo lineal propio de la antropología del siglo XIX impregna los trabajos de Morgan y, por consi-guiente, el análisis de Engels. Ello se refleja en la forma de entender las so-ciedades etnográficas que existen en la actualidad (o en la actualidad de Marx y Engels) como “fósiles sociales”, es decir, remanentes “primitivos” de las sociedades del pasado que no han evo-lucionado. Lo cierto es que estas socie-dades han tenido su propio desarrollo, a veces muy dinámico, cambiando sus formas de vida, sin mencionar el gran impacto que ha supuesto el contacto con el capitalismo, en muchos casos ya desde el siglo XVI o XVII. En definiti-va, no las podemos concebir como un testimonio directo de las sociedades del pasado y menos aún dentro de una escala lineal de “salvaje” a “civilizado”.

Asimismo, esta oposición entre so-ciedades “primitivas” basadas en rela-ciones naturales y el desarrollo de una sociedad “compleja” basada en rela-ciones económicas obliga a especular conclusiones. Engels ve como en socie-dades sin clase existe una división del trabajo: “la primera división del tra-bajo –dice recogiendo las palabras de Marx en 1846– es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procrea-ción de hijos”. Sin embargo, no ve en esta división del trabajo más que una distribución espontánea y complemen-taria de las actividades productivas, en función de las capacidades biológicas de los hombres (fuerza) y de las mu-jeres (embarazo). Hoy en día sabemos gracias a los estudios etnográficos pos-teriores que existen sociedades donde las mujeres pescan y cazan igual que los hombres, incluso embarazadas. Dicho en pocas palabras, no hay nada menos natural que lo social, y todas las

sociedades humanas se organizan so-cial y económicamente, vivan en cue-vas o construyan rascacielos.

Así que la pregunta se repite de nuevo, ¿por qué y cómo aparece la división sexual del trabajo? Llegando a este punto, hace falta plantearse un tercer aspecto. En el prefacio a la pri-mera edición de El origen, Engels afir-ma que “Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y reproduc-ción de la vida inmediata”. Pese a ello, Engels únicamente tiene en cuenta la caza y recolección como elementos económicos: si ambos sexos producen lo mismo, no hay opresión económica. Así, la reproducción de la vida social no se contempla más allá del proceso biológico en sí, obviando todo el tra-bajo reproductivo de mantenimiento, en la mayoría de casos etnográficos (aunque no siempre) realizado exclu-sivamente por las mujeres. Reciente-mente, Silvia Federici ha relacionado esta omisión tanto en El origen como en El Capital debido al poco desarrollo del trabajo reproductivo hasta finales del XIX, cuando comienza a aparecer el papel del ama de casa a tiempo com-pleto, con “una clase obrera incapaz de reproducirse… y a la que la muerte alcanzaba en su juventud debido al ex-ceso de trabajo”.

Esta falta de atención va asociada a otra mirada extraviada; la demografía

se presenta como un factor neutral, casi automático, sin tener en cuenta que esta va ligada a las estrategias de control de la reproducción, es decir del cuerpo de la mujer, tanto para incre-mentarla (en las sociedades de clase, con economías de producción) como para limitarla (en sociedades que de-penden de los recursos naturales).

129 años despuésVivimos en un sistema que nos pre-senta la sexualización constante y la cosificación del cuerpo de la mujer como algo normal. Vivimos una crisis cuyas víctimas son principalmente las mujeres. Oímos cada día como se cri-minaliza el aborto y se nos dice que la maternidad “hace a las mujeres autén-ticamente mujeres”. Casi medio siglo después de El origen seguimos vivien-do en un mundo lleno de violencia de género, en cada anuncio, en cada calle, en cada vida.

Mientras tanto, y no es casualidad, nos bombardean de forma creciente con discursos neodeterministas con los que quieren convencernos de que lle-vamos en el ADN los celos, la violencia y la competición entre machos, que es el resultado de nuestra evolución bio-lógica y que, en definitiva, es imposible cambiar lo que somos, nuestra natu-raleza. Frente a todo ello, el núcleo de pensamiento de Engels, de que no exis-te una naturaleza humana inmutable, de que el Estado, la explotación de una clase sobre otra y la opresión sexual y la familia son productos de la histo-ria humana, y que por tanto podemos construir otro tipo de sociedad, es más importante que nunca.

Ahora bien, como ya se ha señala-do, ello no significa que podemos sim-plemente tomar todos los argumentos de Engels y considerarlos sagrados. Él mismo remarcó en 1891 que lo que había escrito en 1884 tenía que ser re-visado en función de los “importantes progresos” en el conocimiento del pa-sado. No es difícil imaginar lo que im-plican no siete, sino 129 años de desa-rrollo científico. Así pues, el principal problema de El origen ha sido la poca continuación que tuvieron sus plantea-mientos hasta como mínimo el último tercio del siglo XX, habiéndose limita-do el marxismo a repetir como un man-tra aquello de “la primera opresión de clases que aparece en la historia coin-cide con la opresión del sexo femenino por el masculino”, como si con decirlo fuera suficiente para entender cómo acabar con la opresión sexual y cómo acabar con la sociedad de clases. ■

reseñas:

La reproducción de la vida social no se contempla más allá del proceso biológico, obviando todo el trabajo reproductivo de mantenimiento realizado exclusivamente por las mujeres

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Libro

El morfema ideolòlicJosep A. MasOnada Edicions, 2008232 pgs, 20€

“¿Qué lengua se habla en el País Valencià?”. “¿Es valenciano o catalán?”. “¿Y si son la misma lengua, por qué parece haber tanto con-flicto?”. Éstas son preguntas frecuentes cuando una perso-na valenciano hablante em-pieza a conversar sobre temas lingüísticos con una persona de otra parte del Estado. Pre-guntas lícitas, obviamente, porque reflejan la controver-sia ideológica existente, la cual puede ser interpretada de muchas maneras.

Entre valenciano ha-blantes las preguntas y comentarios son otros, pero equivalentes. “¿Por qué dices ‘aleshores’ y no ‘entonses’?”. “Se escribe ‘serveix’, pero se dice ‘servix’. “¿Si hablando decimos ‘esta’, por qué es-cribir ‘aquesta’?”. De lo que hablamos cuando decimos estas cosas es de variación lingüística y de modelo de lengua. Simplificando, hay quien propugna que los y las valencianas nos acerquemos a la forma de hablar de Ca-talunya y hay quien pondría tanta tierra de por medio como fuera posible.

El morfema ideològic, de Josep À. Mas, es un libro

publicado en 2008 en la editorial Onada Edicions que analiza la influencia de la ideología en la intencionali-dad de la persona hablante a la hora de ajustarse a un modelo de lengua u otro en el ámbito valenciano hablante. Es la adaptación de la tesis doctoral del autor, por lo que el tono y la forma son técnicos, pero no por ello dejan de estar al alcance de cualquier lectora interesada en la sociolingüística.

Mas realiza una crítica a la lingüística valenciana del momento porque opina que está anclada en conceptos como “conflicto lingüístico”, “normalización lingüsítica” o “autoodio”, los cuales, aunque admite su utilidad durante un período determi-nado, considera estériles para la tarea de entender ahora el complejo entramado de implicaciones alrededor de la lengua.

Para superarlos propone la reelaboración teórica de un término fundamental: “comu-nidad lingüística”. Desmar-cándose de la corriente que ha criticado, defiende que no puede identificarse estricta-mente con una lengua o una variedad concreta sino que ha de acercarse más a la idea de “red comunicativa”. Por ejemplo, aunque por proxi-midad estructural el catalán que se habla en las comarcas del sur de València y el que se habla en Lleida están más cercanos que el de Lleida y el de Barcelona, en realidad la “comunidad lingüística” no existe entre la ciudad del norte y las comarcas valencia-nas y sí entre las dos ciudades catalanas.

Es decir, no es suficiente compartir una variedad lin-güística para formar parte de la misma comunidad lingüís-tica, sino que hace falta que además se dé una red de inte-racciones reales y simbólicas. Según el autor, no existen tales redes a lo largo de los Països Catalans como, según él, se empeña en afirmar gran parte de la lingüística escrita en catalán.

Lo más interesante de la investigación es el análisis que el autor realiza de la fidelidad de una muestra de hablantes a un modelo de lengua determinado. Para ello establece cuatro grupos dependiendo del modelo de lengua que defienden y los hace corresponderse, a gran-des rasgos, con una posición ideológica determinada y también con la identificación con una identidad nacional u otra.

Los grupos son: secesio-nista, particularista, conver-gente y uniformista. El pri-mero se correspondería con la postura más a la derecha en el eje ideológico y con las sensibilidades españolistas y blaveres, es decir, quienes apoyan la secesión lingüística entre valenciano y catalán. Los otros tres, reconociendo la unidad de la lengua, constituyen una gradación según se abogue por mante-nerse más fiel a las formas propias del valenciano o por el acercamiento a las formas del catalán oriental. Según el autor, el particularista es menos de izquierdas que el uniformista y éste es más catalanista que el convergen-te y el particularista.

La investigación concluye que la mayoría de los y las hablantes de la muestra no son claramente inscribibles en un grupo u otro, porque lo que hacen es reproducir la lengua vernacular que, lejos de connotaciones negativas, es usada en el libro para re-ferirse a aquella transmitida de generación en generación sin cambios intencionales que puedan ser marcados ideológicamente.

El estudio no aporta nada al proceso de construccion de unos Països Catalans. Por ejemplo porque identifica directamente los defensores del modelo uniformista con la izquierda independentista y lo hace en tono descalifica-dor. Pero en general es una buena aportación a la psicolo-gía lingüística colectiva de las y los valencianos.

Adelina Cabrera

“No es suficiente compartir una variedad lingüística para formar parte de la misma comunidad lingüística, sino que hace falta que además se dé una red de interacciones reales y simbólicas”

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Libro

Chavs: la demonización de la clase obreraOwen JonesCapitán Swing, 2012360 pgs, 20€

La traducción al castellano del libro de Owen Jones, Chavs: la demonización de la clase obrera, por la editorial Capitán Swing ha vuelto a poner la lucha de clases sobre el tablero y se ha convertido en un im-prescindible para cualquier debate serio sobre la clase trabajadora hoy.

El periodista Owen Jones es, para entendernos, el Pablo Iglesias del Reino Unido. Activista incansable, es capaz de defender a ul-tranza los derechos de “los de abajo” en los grandes medios de comunicación. “Esta obra monumental que es Chavs”, como acertada-mente la califica el Nega, es el libro que le dio a conocer. Un best-seller aclamado por la crítica que es leído y re-leído cada vez más a la luz de los nuevos aconteci-mientos que Jones –aun sin saberlo– ya profetizaba.

El objeto de estudio de Jones son los llamados cha-vs, hijos de obreros y obre-ras inglesas caricaturizados con ropa de marca barata, violentos, desempleados o

en trabajos muy precarios y aprovechados del Estado del Bienestar. Esta demo-nización de la clase obrera rebasa fronteras en un mundo capitalista. En Ma-drid se les llama quillos, en Catalunya, garrulos, y así se pueden encontrar infinidad de variantes de los llamados canis. Pese a las diferencias, hay un común denomina-dor: ser el objeto de burla de las clases medias.

Con esta intuición, Jones emprende una “crí-tica despiadada de todo lo existente” en los medios de comunicación (prensa, publicidad, televisión…). El libro empieza con un capí-tulo dedicado a una niña de clase baja que desapareció en 2008 y no recibió ni una infinitésima parte de la publicidad de la famosa Madeleine. Los ejemplos de odio de clase se multiplican: desde un gimnasio que enseña a “¡dar una buena patada a los chavs!”, hasta una compañía de viajes que asegura unas vacaciones “libres de chavs”, pasando por la célebre protagonista de la sitcom Little Britain, esa caricatura de madre soltera y desempleada cuyo único objetivo es ser es-carnio de las clases medias apoltronadas en sus sofás.

Bien entrado en el libro, Jones busca las raíces his-tóricas de la demonización de la clase obrera inglesa y topa con el Thatcherismo. El período desde 1979 hasta 1990 en que Margaret That-cher fue Primera Ministra acometió la ofensiva más despiadada hacia la clase trabajadora. Aparte de la austeridad, las privatizacio-nes y los salvajes ataques a los sindicatos, el individua-lismo thatcherista consiguió cambiar la misma visión de la clase trabajadora: de representar “la sal de la tierra” se pasó a “la escoria de la tierra”.

Estas son las raíces del odio de clase hacia los chavs y el legado en el que David Cameron, Primer

Ministro tory desde 2010, se apoya para dirigir su política de ricos, pese a la hipócrita promesa de que “todos estamos en el

mismo barco”. Pero Jones no pretende dejar títere con cabeza y es consciente de la deriva hacia la derecha del Partido Laborista. No en vano fue un laborista, y no un tory, quien pronunció el famoso mantra de nuestra generación: “todos somos clase media ahora”.

No nos debe sorprender que el último capítulo de Chavs esté dedicado al auge del fascismo. Es la consecuencia lógica a la demonización que los dos principales partidos han dirigido hacia los y las trabajadoras, así como al vacío de lo que Jones llama una “política de clase”. Y es que al final, Thatcher aplastando a la clase obrera en los 80 y Blair dándole la espalda veinte años más tarde son dos caras de la misma moneda. La gran tesis de Chavs es que la clase dominante ha sido muy hábil al plantear a las y los obreros un falso dilema: o se identifican con los denostados chavs o se resignan a ser clase media. ¡A cual peor!

El objetivo último de esta estrategia está claro para Jones: borrar la clase obrera de la ecuación, de la lucha de clases, negándole cualquier tipo de conciencia de clase. Por eso hoy en la izquierda sufrimos un pro-blema de identidad sin pre-cedentes. De ahí también el brillante debate entre Pablo Iglesias y el Nega sobre qué es la clase obrera hoy. Y es que ya no lo sabemos (o se nos ha olvidado), tras 30 años de neoliberalismo escuchando sin parar que “todos somos clase media” y que quienes no, son chavs o canis. Nos hemos desprovisto de nuestro or-gullo de clase, tenemos que recuperarlo.

Por eso, sea cual fuere la repuesta a qué es la clase obrera hoy, una cosa está clara: esta debe pasar inexo-rablemente por dialogar con Chavs de Owen Jones.

Adrià Porta Caballé

“No nos debe sorprender que el último capítulo de Chavs esté dedicado al auge del fascismo. Es la consecuencia lógica a la demonización que los dos principales partidos han dirigido hacia los y las trabajadoras”

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Enero-Abril 2014 La Hiedra 51

��Contra el capitalismo…El capitalismo produce desigualdad, opresión, hambre, destrucción mediombiental y guerra. Para mantenerse, nos explota cada vez más a los trabajadores de todo el mundo, y nos da a cambio cada vez menos.

��Por la solidaridad…El sistema intenta enfrentarnos los unos contra los otros, con el racismo, el sexismo, la homofobia, las divisiones nacionales. Tenemos que luchar con todo tipo de opresión. Esto significa, entre otras cosas, defender la liberación de la mujer y de la gente LGTB, oponernos a los controles de inmigración, dar apoyo al derecho de autodeterminación para los pueblos...

��Por la revolución…La única forma de acabar con el capitalismo y lo que conlleva es una revolución desde abajo. Apoyamos las reformas pero no son suficiente. Los intentos por arreglar el mundo desde arriba -el estalinismo en los paises denominados ‘comunistas’, las luchas guerrilleras...- con todas sus diferencias, no produjeron el nuevo mundo que buscamos, sino sólo una versión diferente del capitalismo. La derrota de la Revolución Rusa demuestra que hace falta una revolución internacional para acabar con la explotación.

��Dentro del movimiento…Formamos parte del movimiento anticapitalista y luchamos contra el neoliberalismo y la crisis. Participamos en las luchas de la clase trabajadora, así como en la lucha por democratizar nuestros sindicatos. Queremos unir las diferentes luchas, unir los movimientos. El anticapitalismo necesita a los trabajadores, y los trabajadores necesitan el anticapitalismo. Ser revolucionarios y revolucionarias significa que somos parte activa del movimiento, impulsándolo cuanto podemos.

��…Organicémonos!Las personas que compartimos la visión de una revolución desde abajo y del socialismo autogestionado y radicalmente democrático, debemos unirnos y organizarnos. Así podemos contribuir mejor, con movilización y con ideas, a impulsar la lucha por el otro mundo que queremos. Por eso necesitamos un partido revolucionario. En Lucha está lejos de ser este partido pero si estás de acuerdo con nosotros, únete a En Lucha.Escribe a [email protected] o llama al 692 911 939

��Más información: www.enlucha.org

PublicacionEs dE

En lucha y la hiEdra:

lEcturas con idEas y

altErnativas

Los fundamentos sociales de la cuestión femenina y otros escritos.Alexandra Kollontai. 2,5€

1936: Guerra y revolución.Andy Durgan. 2,4€

La Revolución Egipcia. Análisis y testimonio.Sameh Naguib. 2,4€

¿Cuál es la tradición marxista?John Molyneux. 2,8€

Cuba: ¿adónde fue la revolución?Mike González. 2,5€

Libro: Lenin. La construcción del partido.Tonny Cliff. 18€

1989, Europa del Este: una explicación de lo sucedido.Alex Callinicos. 2€

La Transición: movimiento obrero, cambio político y resistencia popular.Mike Eaude. 3€

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Libro: Trabajadores y medio ambiente. Jesús Castillo. 12€

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La crisis económica sigue ensanchando las grietas del sistema. En este número hablaremos tanto de la crisis como de algunas de esas grietas, como la fuerte polémica desatada sobre el derecho de autodeterminación. Asimismo analizaremos momentos del pasado donde las crisis dieron paso a esperanzadoras situaciones emancipadoras.

La crisis ha implicado una fuerte regresión en salarios y condiciones de trabajo. Vidal Aragonés analiza el nuevo modelo de relaciones laborales de la burguesía, así como las posibilidades de organización y lucha sindical. Si bien nos dicen que todo esto es temporal y nos anuncian que la economía española se está recuperando, Miguel Sanz cuestiona su capacidad de mejoría desde una perspectiva anticapitalista.

Los consensos políticos se tambalean. Entre-vistamos a Xavier Domènech sobre cómo impulsar un proceso constituyente y las

posibles alianzas de izquierdas. La sacralizada unidad de España se ve cuestionada. El historiador escocés Neil Davidson nos ofrece una visión panorámica al examinar la historia de la nación, la conciencia nacional y el nacionalismo, mientras que Jose María L. Martínez se aproxima a Andalucía para preguntarse cómo deberíamos posicionarnos ante la cuestión nacional.

En este número también analizamos la realidad del presente a través de la experiencia de las luchas del pasado. Viajando a la Barcelona de 1840, Guerau Ribes Capilla explora las dinámicas de los estallidos populares en plena revolución liberal-burguesa. Saltando el charco, Mireia Chavarria aterriza en Haití para rescatar la historia del pueblo que vivió la primera revuelta esclava exitosa y fundó una república negra.

Viajando a lo desconocido, Pablo Martínez hace un repaso de los otros mundos posibles imaginados por la literatura fantástica y de ciencia ficción.

En la sección de reseñas, Albert García visita el clásico de Engels para plantear algunos debates sobre el origen del sexismo a partir de algunos descubrimientos históricos posteriores. Volviendo a la cuestión nacional, Adelina Cabrera se adentra en un trabajo sobre ideología y lengua en el País Valencià. Y regresando a los ataques sobre la gente de abajo, Adrià Porta Caballé aborda los interesantes debates planteados en el influyente libro sobre la demonización de la clase obrera.

LA HIEDRA

Puedes encontrar LA HIEDRA en las siguientes librerías:Madrid: La Marabunta (C/ Torrecilla del Real, 32) H Barcelona: La Ciutat Invisible (Calle Riego, 35-37, Sants) H Sevilla: La Fuga (C/ Conde de Torrejón, 4) H Iruña: La Hormiga Atómica, (Calle Curia, 4)

blog: enlucha.wordpress.com

L’HEURADisponible part del contingut de la revista en català al blog

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