La Historia del ojo

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La historia de mis dientes V ALERIA LUISELLI

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An essay from george Bataille,

Transcript of La Historia del ojo

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    Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Snchez Snchez y me dicen, yo creo que de cario, Carretera. Adems de saber imitar a Janis Joplin, de ser capaz de poner en equilibrio un huevo de gallina en una mesa, o de saber contar hasta ocho en japons, en su fulgurante trayectoria como cantador de subastas Carretera aparece como inventor del revolucionario Mtodo de las alegricas, en el cual no se subastaban objetos, sino las historias que les daban valor y significado.

    Carretera no siempre fue este showman eminente. Antes de convertirse en subastador ejerci como vigilante en una fbrica de jugos durante muchos aos, hasta que el ataque de pnico de una compaera de trabajo cambi su vida de manera irremediable. En el trnsito hacia su destino Carretera deber enfrentarse a la ira de un hijo al que ha abandonado, llevar a cabo una subasta para ayudar a un cura a salvar su iglesia, y realizar a manera de gran performance final La historia de mis Gustavos personales, una subasta alegrica.

    La historia de mis dientes, segunda novela de Valeria Luiselli, revela una fascinante nueva dimensin en su escritura, y confirma su capacidad para generar atmsferas llenas de enigmas y de sutiles guios en los que cada gesto est cargado de sentido. Con una destreza que muestra el dominio del lenguaje y una estructura atrevida y desfachatada, Luiselli retrata a veces con humor, otras con ternura y unas ms de manera despiadada eso que llamamos condicin humana, al hacer confluir en sus personajes el peso de la historia con ese motor cotidiano que es el anhelo.

    Por modesta que sea, toda manifestacin artstica ha de tener algo de alucinacin, de fuego en los ojos, de delirio. La obra de Valeria Luiselli, rebosante de humor y de horror, de sutiles coincidencias e inaudibles gritos, est llena de esa libertad, de ese fuego y de una inmensa promesa. Tremenda escritora. Y crecedera.

    Rosa MonteRo, El Pas

    Un extraordinario nuevo talento literario.The Telegraph

    VALERIA LUISELLI es autora del libro de ensayos Papeles fal-sos (Sexto Piso, 2010) y de la novela Los ingrvidos (Sexto Piso, 2011), que han sido traducidos a mltiples idiomas y aclamados internacionalmente. Ha colaborado en publicaciones como The New York Times, Granta, McSweeneys y Letras Libres. Ha sido libretista para el New York City Ballet, y colabora regularmente con galeras de arte, como la Serpentine Gallery en Londres y la Coleccin Jumex en Mxico. Vive en Nueva York.

    Zony Maya

    La historia de mis dientesValeria luiselli

    ttulos recientes en la coleccin

    El buscador de almas. Una novela psicoanalticaGeorg Groddeck

    Bajo el techo que se desmoronaGoran Petrovi

    El territorio interiorYves Bonnefoy

    El patrnGoffredo Parise

    En el bosqueKatie Kitamura

    Jota Erre William Gaddis

    En medio de extraas vctimasDaniel Saldaa Pars

    Del color de la lecheNell Leyshon

    El plantador de tabacoJohn Barth

    Todos los perros son azulesRodrigo de Souza Leo

    Como amigoForrest Gander

    Los ingrvidosValeria Luiselli

  • La historia de mis dientesValeria Luiselli

    Ilustraciones de Daniela Franco

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  • Todos los derechos reservados.Ninguna parte de esta publicacin puede ser reproducida,

    transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

    Este libro se realiz con apoyo del Estmulo a la Produccin de Libros derivado del artculo transitorio Cuadragsimo segundo del Presupuesto de Egresos de la

    Federacin 2012.

    Copyright Valeria Luiselli, 2013

    Primera edicin en Sexto Piso Espaa: 2014

    Ilustracin de portada y diseo de portadillasDaniela Franco

    Copyright Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2014Pars #35-AColonia Del Carmen,Coyoacn, C.P. 04100, Mxico, D.F.

    Sexto Piso Espaa, S. L.C/ Los Madrazo, 24, semistano izquierda28014, Madrid, Espaa.

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    DiseoEstudio Joaqun Gallego

    FormacinQuinta del Agua Ediciones

    ISBN: 978-84-15601-61-6Depsito legal: M-7038-2014

    Impreso en Espaa

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  • NDICE

    Libro I Principio Medio Fin 15

    Libro II Parablicas 39

    Libro III Hiperblicas 67

    Libro IV Elpticas 87

    Libro V Alegricas (Notas para un paseo de epgonos) 103

    Libro VI Paseo Circular 135

    Agradecimientos 157

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  • Para lvaro y los tres Garca

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  • Vendr la muerte y tendr tus dientes.

    Annimo

    But I am still around. Ill always be around...and around and around and around and around.

    Johnny Cash, Highwayman

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  • [Cada diente en la cabeza de un hombre es ms valioso que un diamante.]

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  • Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Sn-chez Snchez y me dicen, yo creo que de cario, Carretera.

    Puedo imitar a Janis Joplin despus de dos cubas. S in-terpretar galletas de la suerte. Puedo parar un huevo de gallina sobre una mesa, como haca Cristbal Coln. S contar hasta ocho en japons: ichi, ni, san, shi, ko, loko, sichi, hachi. S nadar de muertito.

    sta es la historia de mis dientes. Es mi carta familiar a la posteridad, mi ensayo sobre los coleccionables y el reciclaje radical. Primero vienen el Principio, el Medio y el Fin, como en cualquier historia. Ya luego vienen las Parablicas, Hiper-blicas, Elpticas, y todo lo dems. Y despus de eso no s qu viene. Posiblemente la ignominia, la muerte, y ms tarde, la fama post mortem; pero de eso ya no me va a tocar decir nada en primera persona.

    *

    Hay hombres con suerte y hay hombres con carisma. Yo tengo un poco de los dos. Mi to Venustiano Snchez Fuentes, vende-dor de corbatas de calidad italiana, deca que la inteligencia y la belleza se gastan, y que son una carga pesada para quienes las poseen porque perderlas es la ms triste y lenta de las muer- tes en vida. A m no me afligen esa clase de preocupaciones porque nunca tuve cualidades efmeras. Carretera slo tiene de las permanentes. De mi to Venustiano hered precisamente el carisma y tambin una corbata elegante, que es lo nico que se necesita en esta vida para volverse un hombre de pedigr.

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    *

    Nac con cuatro dientes prematuros y el cuerpo enteramente cubierto de una capa muy fina de vello negro. Pero yo de eso estoy agradecido, porque la fealdad, como deca mi otro to, Everardo Lpez Snchez, forja carcter. Mi padre pens al verme que a su verdadero hijo se lo haba llevado la recin parida del cuarto de al lado. Trat por varios medios chantaje, intimidacin, burocracia de devolverme a la enfermera que me entreg. Pero mam me recibi en brazos desde que me vio: rojo, hinchado y diminuto, estremecindome como almeja de agua clara en mi cobija de hospital. Mam estaba entrenada para asumir la porquera como destino. Pap no.

    La enfermera le explic a mis padres que mis cuatro dientes eran una condicin rara en nuestro pas, pero no poco comn entre otras razas. Se llamaba Denticin Prenatal Congnita.

    Y por ejemplo qu razas?, pregunt mi padre a la de- fensiva.

    Concretamente los caucsicos, seor, dijo la enfermera.Pero si este nio es prieto como el petrleo, replic l.La gentica es una ciencia llena de dioses, seor Snchez.Esto ltimo debi consolar un poco a mi padre, que fi-

    nalmente se resign a llevarme en brazos hasta nuestra casa, envuelto como tamal en una cobija gruesa de franela sueca.

    *

    Mam lavaba ajeno. Pap no se lavaba solo ni las uas. Las tena recias, speras, negras. Se las cortaba con los dientes. No por ansioso; yo creo que por holgazn y prepotente. Mientras yo haca la tarea en la mesa, l se las estudiaba en silencio frente al ventilador, tirado en el silln de terciopelo verde que mam hered de Julio Cortzar, nuestro vecino del 4A que muri de ttanos. Cuando los hijos del seor Cortzar vinieron a lle-varse sus pertenencias, nos dejaron a su guacamaya Criterio,

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    que a su vez muri de tristeza a las pocas semanas, as como el silln de terciopelo verde donde Pap se empez a arrella-nar todas las tardes. Abismado, estudiaba las constelaciones de humedad del cielo raso, escuchaba Radio Educacin, y se arrancaba las uas; dedo por dedo.

    Empezaba con la del meique. Prensaba una esquina en-tre el diente incisivo central superior y el inferior, despren-da apenas una astilla, y de un solo jaln tiraba la medialuna de ua colgante que le sobraba. Despus de arrancrsela, la entretena unos instantes en la boca, haca un taquito con la lengua, y soplaba: la ua sala disparada y caa encima de mi cuaderno de tareas. Los perros ladraban afuera en la calle. Yo la miraba, muerta y mugrosa, a unos milmetros de la punta de mi lpiz. Entonces dibujaba un crculo alrededor de ella y segua haciendo las planas, cuidando de no escribir encima del crculo que haba trazado. Iban cayendo uas del cielo sobre mi cuaderno Scribe de raya ancha, como meteoritos propulsa-dos por el aire del ventilador: anular, medio, ndice, y pulgar. Y luego la otra mano. Yo iba acomodando las letras de la plana para rodear los pequeos crteres circunferenciados que iban dejando sobre la pgina las inmundicias voladoras de pap. Cuando terminaba la plana, reuna las uas en un cerrito y las guardaba en el bolsillo de mi pantaln. Luego, en mi cuarto, las meta en un sobre de papel que tena debajo de mi almo-hada. Mi coleccin lleg a ser tan grande que a lo largo de mi infancia llen varios sobres. Fin de recuerdo.

    *

    Pap ya no tiene dientes. Ni uas, ni cara: lo cremaron hace dos aos y por peticin suya fuimos mam y yo a depositar las cenizas a la baha de Acapulco.

    A mam la enterr junto a sus hermanas y hermanos en la ciudad de Pachuca, la Bella Airosa, un ao despus de eso. Voy una vez al mes a verla, de preferencia en domingo. Casi siem-pre est lloviendo y casi no sopla el aire en Pachuca.

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    Nunca llego hasta el cementerio a ver a mam, porque soy alrgico al polen y en los cementerios hay muchas flores. Me bajo del autobs no muy lejos de ah, en un hermoso camelln adornado con esculturas de dinosaurios tamao real. Ah me quedo parado, entre las mansas bestias de fibra de vidrio, casi siempre mojndome, rezando padresnuestros, hasta que se me hinchan los pies y me canso. Luego vuelvo a cruzar la ca-lle cuidando de saltar los charcos, redondos como los crteres de mis cuadernos de nio, y espero el autobs que me lleva de vuelta a la estacin.

    *

    El primer trabajo que tuve fue en el puesto de peridicos de Rubn Daro, en la esquina de la calle Aceites con la calle Me-tales. Tena ocho aos y ya se me haban cado todos los dientes de leche. Los haban reemplazado otros, anchos como paleto-nes, cada uno apuntando en una direccin distinta.

    La esposa de Rubn Daro, Azul, tena un ligero retraso mental. No era fea pero tena cara de simple y risa de simple. Fue mi primera amiga, aunque me llevara ms de veinte aos. Rubn Daro la tena encerrada en la casa. Me mandaba a las once de la maana con un juego de llaves para ver qu estaba haciendo Azul, y para preguntarle si no se le ofreca nada de la calle.

    Azul casi siempre estaba echada en la cama en paos menores, con el Sr. Unamuno frotndosele encima. El Sr. Unamuno era un viejo baboso que tena un programa en Radio Educacin. El programa empezaba siempre igual: Con ustedes, Unamuno: modestamente deprimido, simpticamente eclctico, sentimentalmente de izquierda. Pendejo.

    Cuando yo entraba al cuarto, el Sr. Unamuno se levantaba de un solo brinco, se fajaba la camisa usualmente manchada de caf o de salsa verde, macha, roja y se abrochaba con torpeza el pantaln. Yo mientras tanto miraba al suelo y a veces, de reojo, a Azul, que segua acostada en la cama, mirando el techo,

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    pasendose las yemas de los dedos por el vientre semidescu-bierto. Ya vestido y con los lentes puestos, Unamuno vena y me daba un zape en la frente con la palma de la mano.

    No te ensearon a tocar la puerta, Cucaracha? Azul me defenda: Se llama Carretera y es mi amigo. Y

    luego soltaba una carcajada a la vez honda y simple, sus col-millos desconcertantemente largos y achatados en las puntas.

    Cuando el Sr. Unamuno por fin se escabulla, lleno de ansiedad y culpa, por la puerta trasera, Azul se echaba encima la sbana, como capa de superhroe, y me invitaba a sentarme en la cama. Vamos a jugar billar de bolsillo, mira, ven para ac. Cuando terminbamos, me regalaba un pedazo de pan y un agua en bolsa con popote, y me mandaba de vuelta al puesto de peridicos. De camino, yo me acababa el agua y me guar-daba el popote en el bolsillo del pantaln, para luego. Llegu a tener ms de diez mil popotes, palabra de honor.

    Qu estaba haciendo Azul?, me preguntaba Rubn Daro cuando volva al puesto.

    Yo la cubra, detallando alguna actividad inocente:Estaba noms tratando de ensartar un hilo en una aguja pa-

    ra remendar el ropn de bautizo del hijo de su prima segunda. Qu prima?No dijo.Ha de ser la Sandra; o la Berta. Ac est tu propina y ya te

    me vas yendo a la escuela. Fin de recuerdo.

    *

    Curs la primaria, la secundaria, la preparatoria y pas desaper-cibido y con buenas calificaciones porque soy de los que nunca hacen olas. No abra la boca ni cuando llamaban mi nombre al pasar lista, y no por miedo a que me vieran la dentadura chue-ca, sino por comedido.

    Cuando cumpl veintiuno me dieron trabajo como guar-dia privado en una fbrica de jugos en Va Morelos, yo creo que por lo mismo del comedimiento. Ah estuve diecinueve

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    aos. Restndole seis meses de baja por una hepatitis, tres das por una caries ominosa que culmin en una doble endodoncia molar, y las semanas que me tom de vacaciones, estuve exac-tamente dieciocho aos y tres meses como guardia privado en la fbrica.

    Pero un da cualquiera cambi mi suerte, como dice Na-polen, el cantante. A Salvador Novo, Operador de Pasteuriza- cin, le dio un ataque de pnico mientras atenda a un mensajero de dhl, un seor repuesto, de mediana estatura. Jenny Lpez, secretaria del Supervisor de Polmeros, nunca haba presen-ciado un ataque de pnico, y pens que el mensajero de tamao mediano estaba asaltando a Salvador Novo, porque ste se haba llevado las manos al cuello, se haba puesto morado como una ciruela, haba entornado los ojos y se haba dejado caer hacia atrs, desplomado y patilnguido.

    Joselito Vasconcelos, de Servicio a Clientes, me grit que fuera a detener al mensajero de mediana estatura. Atend la orden y enfil hacia el presunto criminal. Con la punta de la macana le pegu en la cima de las nalgas ni siquiera recio y, entonces, el pobre seor se ech a llorar inconsolablemente. Mientras lo jalaba por la oreja hacia la puerta de salida le ped, ya en tono ms amable, que se identificara. Con una mano en alto, meti la libre a su bolsillo y sac una cartera. Luego, con la otra, sac su credencial de elector. Me llamo Manuel Maples Arce, dijo el pelmazo, sin poder sostenerme la mirada. Joselito Vasconcelos, de Servicio a Clientes, me orden que regresara de inmediato a atender al compaero moribundo, porque Sal-vador Novo segua tirado en el piso y no poda respirar. Dej ir al seor Maples Arce que no se fue sino que se qued parado ah, llorando, dirase baado en lgrimas y corr con Salva-dor Novo, abrindome otra vez camino entre los curiosos con la punta de la macana. Me arrodill junto a l, lo tom en mis brazos y, a falta de mejor solucin, me dediqu a apapacharlo en silencio hasta que sali de la crisis de pnico. Despus me toc consolar al seor Maples Arce, hasta que se recompuso l tambin.

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    Al da siguiente, el seor Octavio, gerente de la fbrica, me llam a su oficina y me anunci que me iban a ascender de puesto.

    Los guardias son de segunda categora, me dijo en priva-do, y t eres un hombre de primera categora.

    Segn haban dispuesto los directivos, a partir de ese mo-mento yo tendra una silla y un escritorio propios y mi trabajo consistira en consolar al personal que lo requiriera.

    Usted se va a dedicar al Manejo de Crisis de Personal de la empresa, me dijo el seor gerente, con esa sonrisa lige- ramente siniestra de los que han ido muchas veces a un dentista.

    Pasaron dos semanas, y como Salvador Novo estaba de baja temporal, en realidad no haba nadie en la fbrica que re-quiriera consuelo. Haba llegado un nuevo guardia, un gordito caimebin que se haca llamar Hochimn y que se pasaba el da tratando de hacerle pltica a la gente. Puedo jurar que cada tanto el susodicho Hochimn se extraa serosidades de la oreja, las haca bolita entre los dedos ndice y pulgar, y se las llevaba a la boca: el comedimiento es una cualidad que pocos aprecian y todos necesitan aprender. Yo lo observaba con ms curiosidad que aversin desde mi nuevo escritorio. Me haban dado una silla giratoria de altura ajustable y un escritorio con un cajn donde haba una coleccin divina de ligas y clips. To-dos los das me guardaba una liga y un clip en el bolsillo del pantaln y me los llevaba a casa. Alcanc a tener una buena coleccin.

    Pero no todo fueron ptalos de terciopelo y nubes de mal-vavisco, como dice Napolen. Algunos empleados de la fbrica, en particular Joselito Vasconcelos, se empezaron a quejar de que ahora me pagaban por comerme las uas aunque nunca en mi vida me he llevado un solo dedo a la boca, mucho menos una ua. Algunos empleados, incluso, elucubraron una teora segn la cual Salvador Novo y yo habamos fingido el nume-rito para que a l le dieran un mes de descanso pagado y a m me ascendieran de puesto. Tpicas patraas y engaifas de los miserables que no pueden con la suerte de uno.

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    Tras una junta a la cual por supuesto no estuve convocado, don Octavio dispuso que se me mandara a tomar cursos es- pecializados, con el fin de mantenerme ocupado, y de paso adquirir habilidades para manejar las peridicas crisis del personal de la fbrica.

    *

    As empec a viajar. Carretera se volvi un hombre de mun-do. Tom cursos y talleres a lo largo y ancho de la Repblica y hasta del Continente. Dirase que me volv un coleccionista de cursos: Primeros Auxilios, Control de Ansiedad, Nutricin y Hbitos Alimenticios, Escucha y Comunicacin Asertiva, Crea-tividad Administrativa, Photoshop, Nuevas Masculinidades, Programacin Neurolingstica, Diversidad Sexual. Fue una poca de oro. Hasta que se acab, como todo lo bonito y bello.

    El principio del final empez con un curso que tuve que tomar en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. Lo imparta la hija de don Oc-tavio, el gerente. No poda oponerme a tomar el curso ese sin poner en riesgo mi empleo. Acept. El taller se llamaba ho-rror, vergenza y desconcierto Danza Contact-Impro.

    El primer ejercicio del taller consisti en inventar una co-reografa, en parejas, con la cancin de Jeanette Porque te vas o Por qu te vas nunca he sabido si es pregunta o res-puesta. Me toc de pareja una tal Flaca, que no era bonita pero tampoco fea. La Flaca me empez a hacer un baile al estilo de la otrora escultural y extica artista Tongolele, mientras yo tro-naba noms los dedos tratando de seguir el ritmo tan difcil de la cancin. Ella no respetaba el ritmo en absoluto. Me emba-rraba el cuerpo, me acariciaba el pelo, me iba desabrochando botones. Yo segua tronando los dedos aplicadamente, sin perder el ritmo. Cuando termin la cancin, la Flaca estaba en la flor de su feminidad y yo completamente desflorado, convertido en bailarn de Danza Contact-Impro, de pie y semidesnudo en un foro de piso de parquet de la Facultad de

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    Filosofa y Letras, los testculos del tamao de dos ajolotes. Fin de recuerdo.

    Para salvar mi honor, no me qued de otra que casarme con la Flaca unos meses ms tarde. Etctera, etctera y se em-baraz. Dej mi trabajo en la fbrica de jugos porque a la Flaca le pareca que no deba desperdiciar mi natural talento como bailarn de danza contempornea. La Flaca haba llegado a no-vicia en un convento pero a la hora de la verdad se haba arre-pentido y tras un periodo de liberacin y experimentos con el poliamor en un retiro ubicado en el pueblo de Tepoztln, se haba vuelto ayudante de dentista. Ella, muy moderna, me mantendra si lo de la danza no traa dinero. En una de esas, un da, me podra arreglar ella misma los dientes. Gratis. No opuse resistencia. Rentamos un departamento en la calle Fa-rolito No. 3. Y como sucede siempre, al cabo de un tiempo ms bien corto, la Flaca se volvi una Gorda. Y por supuesto, nunca me cumpli lo de los dientes.

    *

    Por ms lan que le ech y a pesar de la perfeccin material de mi corporalidad, no consegu trabajo como bailarn de con-temporneo. Hice audiciones en la compaa caro Cado, en Dimensin Alterna, Raza Csmica, y hasta en el grupo Espacio Abierto, que como indica su nombre, es muy abierto y a todo mundo acepta. Nada. Casi me aceptan en FolclorArte, pero al final se qued con el lugar un tapn con cuerpo de lombriz, llamado, pretenciosa y ridculamente, Brandon.

    Anduve un rato, a decir de Napolen, como lea verde que no enciende y rbol que no echa raz. Trabaj como masajista, luego como mecnico de bicicletas y luego como vendedor de helados afuera de una librera que se llamaba El Parnaso. Nada me duraba ms de dos o tres semanas. Despus decid tomar un curso de profilaxis para cuando fuera a nacer mi hijo o hija. Lo tom yo solito porque la Flaca no crea en cosas de sas. Finalmente, hasta me met de oyente a estudiar filologa

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    clsica en la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, por-que siempre me haban gustado las historias de romanos y si iba a ser padre necesitaba poder contar historias de grandes hroes de la humanidad a mi hijo o hija. Yo no s si fui buen estudiante porque nunca me entregaron calificaciones de nada, pero sirvi para leerme a los clsicos. Los le enteritos; palabra de honor. Mi favorito hasta la fecha es Gayo Suetonio Tranquilo, a quien sigo leyendo casi todas las noches antes de dormirme.

    Tambin me puse a leer el peridico de cabo a rabo, so-bre todo en los das en que me sumerga en la autocompasin que haba engendrado para conmigo mismo tras los rechazos constantes del mundo de la danza. Cierta maana, en la cafe-tera de la Facultad de Filosofa y Letras, le una nota sobre un seor, un tal Samuel Pickwick, que se haba rehecho la denta-dura completa. Al Samuel Pickwick este le haba alcanzado para esa costosa operacin trescientas mil libras esterlinas de en-tonces porque haba escrito un libro. Un libro! Vi mi destino clarito delante de m. Decid ahorrar. Si ese escritor fulero se haba rehecho la boca, yo me la hara tambin, y mejor. Re-cort la nota sobre el caso y me la guard en la cartera. La sigo trayendo siempre conmigo, de talismn.

    *

    El 19 de septiembre de 1985 tembl fuerte en la Ciudad de M-xico, como haba vaticinado el astrlogo de El Economista. Tam-bin naci, en el Hospital General La Raza, Ratzinger Snchez Tostado. As le puso la Flaca a nuestro hijo. En ese entonces el otro Ratzinger, el famoso, todava no era el Papa Benedic-to XVI, sino slo el Prefecto General en la Cofrada de la Fe y Presidente de la Comisin Internacional Teolgica. La Flaca le tena respeto y sobre todo miedo porque cuando haba estado en el convento lo haba odo dar escalofriantes sermones en la radio. Supongo que le puso Ratzinger al nio como un modo de pagarle a la iglesia lo que le deba en culpa acumulada por

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    haber abandonado la carrera de monja. A m, en cambio, me gustaba el nombre Yoko, como la artista Yoko Ono, porque siem-pre me han gustado la cultura japonesa y los Beatles. Pero como nos sali varn tuve que aceptar la propuesta de la Flaca. En eso habamos quedado.

    Ratzinger naci bien y sin seas particulares. No dira que sali bonito, pero tampoco feo. Fin de comentario.

    *

    Cuando Ratzinger ya gateaba y la Flaca haba salido por fin de la depresin post parto, invit a comer a nuestro departamento a Joselito Vasconcelos, el de Servicio a Clientes de la fbrica. La visita haba sido incluso disfrutable, y habamos rememo- rado con nostalgia los viejos tiempos, hasta que la Flaca sirvi los cafs y Joselito me cont que se haba encontrado haca unos das a Hochimn, el guardia de reemplazo que co-ma cerumen sebceo en pblico. Lo haba visto en una canti-na, vestido con un traje caro y en compaa de una mujer muy atractiva.

    Cmo le hizo?, le pregunt a Joselito Vasconcelos, disi-mulando la envidia que ya se me andaba atorando como hebra de queso derretido en la garganta.

    Se hizo cantador de subastas, dijo.As noms?, pregunt, pasndome con esfuerzos el caf.Joselito Vasconcelos me explic. Al parecer los cantadores

    de subastas eran gente muy cotizada. Y lo mejor de todo era que cualquier persona poda aprender a hacerlo, dijo que dijo el joven Hochimn. Haba que tener el don, noms. Eso tambin lo haba dicho el presumido se: Hay que tener el don. Pero haba cursos para aprender y perfeccionar la tcnica. Cuan-do yo haba dejado el trabajo en la fbrica, Hochimn le haba pedido al gerente que le diera permiso de tomar un curso para prepararse en caso de crisis del personal, yo creo que porque quera ser como yo. Lo mandaron a uno de primeros auxilios noms, pero Hochimn haba aprovechado las horas libres que

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    le garantizaba el permiso para meterse a un curso de subasta-dor en la Zona Rosa de la Ciudad de Mxico. Un mes despus, haba renunciado al trabajo en la fbrica y haba empezado a subastar coches en la Colonia Portales. Le iba bien. Mejor que a todos nosotros juntos, dijo Joselito Vasconcelos.

    *

    Al da siguiente tom el metro y luego el camin hasta la Zona Rosa y me puse a recorrer las calles en busca de algn letrero que anunciara subastas, subastadores, o lo que fuera que tuvie-ra alguna relacin con el tema. Tras varias horas infructuosas de bsqueda y con el alma devastada por el hambre, entr en un local de comida coreana y ped un kimchi, el platillo que vena recomendado en el men como la especialidad de la casa.

    En una esquina del local, un joven que pareca fantasma tocaba una guitarra y cantaba una cancin de esas pegajosas, sobre un hombre que pierde de vista a una mujer en el metro Balderas. Me puse a hojear un peridico, tratando de torear los embates implacables de melancola que golpean cuando uno come sus comidas a deshoras.

    Ya he dicho que Carretera es un hombre con suerte. Mien- tras masticaba un pedazo de una verdura indistinguible, po-siblemente lechuga pasada, mis ojos fueron a parar sobre un letrero escrito a mano, pegado con yrex en una de las pare-des del local. En letra bonita vi el llamado a mi destino: El arte de subastar. xito asegurado. Tcnica Yushimito. Mien-tras la mesera preparaba mi cuenta anot la direccin en una servilleta.

    *

    El curso intensivo de iniciacin al arte de la subasta se im-parta de 3 a 9 pm todos los das durante un mes, en el cuarto trasero de Hair Karisma, una peluquera japocoreana en la calle Londres. El maestro, de origen japons, se haca llamar

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    Seor Oklahoma, porque ah haba estudiado para subastador, en Oklahoma, usa. Su nombre verdadero era Kenta Yushimito, y su nombre occidental, Carlos Yushimito. Era un hombre de gran envergadura, elegancia y distincin; era el ejemplo vivo del comedimiento.

    El pundonor que me caracteriza as como la lealtad a mi maestro y al oficio, no me permiten revelar los secretos del arte de la subasta. Pero una cosa de la Tcnica Yushimito puedo explicar. Hay cuatro tipos de subastadores: circulares, elpti-cos, parablicos e hiperblicos. La estirpe del subastador est determinada, a su vez, por el valor relativo de la excentricidad (psilon) de su mtodo; es decir, el valor de la desviacin de su seccin cnica respecto de una circunferencia. La escala de valores es la siguiente:

    La psilon del mtodo circular es igual a cero.La psilon del elptico es mayor a cero pero menor a uno.La psilon del parablico es igual a uno.La psilon del hiperblico es mayor a uno.Con el tiempo, yo desarroll y agregu una categora ms

    a los mtodos de subasta del maestro Oklahoma, aunque no la puse en prctica sino hasta muchos aos despus. Se trata de la subasta alegrica, cuya excentricidad (psilon) es infinita y no depende de variables contingentes ni materiales. El mtodo, por supuesto, est aprobado por l y tengo el honor de decir que incluso lo ha incorporado al corpus de teoras de su programa de estudios.

    Durante nuestro primer encuentro, el maestro Oklahoma se sent en una silla de peluquero frente a nosotros y, para de- mostrar el mtodo parablico el primero que nos ense y el ms interesante, subast un pltano. Lo subast exito- samente, contando una historia breve y sencilla. As noms, un pltano. A pesar de que todos estbamos ah, sentados frente a l con cuadernos y lpices en mano, enteramente conscientes de que ramos sus estudiantes y no un grupo de comprado- res de ningn tipo dado que ya habamos pagado el precio exorbitante del curso, el maestro sac un pltano maduro de

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    una bolsa Ziplock y nos trabaj el cerebro hasta que uno de nosotros, el Sr. Morato, sac su cartera y pag setecientos cin-cuenta pesos por la fruta.

    Lo ms importante en esta vida, deca el maestro Okla- homa al finalizar cada sesin, es tener un destino. Nos repa-saba las caras con una mirada insondable y una sonrisa apenas dibujada. Despus, contbamos hasta ocho en japons, res- pirando hondo con los ojos cerrados, y la sesin haba termi-nado. Nos despedamos reverentemente de l y de nuestros colegas con una inclinacin de cabeza.

    Yo tena un objetivo claro, un destino: me iba a volver un subastador para poder rehacerme los dientes, como el seor Samuel Pickwick con su libro. Me iba a rehacer los dientes, antes que nada, para poder dejar a la Flaca, que ya para siem-pre iba a ser una vil gorda. Y despus, para casarme con otra tal vez la Vane, la Vania, o la Vero, las tres estudiantes mejor hechecitas del curso.

    La Flaca, adems de gorda, era una abusadora represora. Me obligaba a hacer pip sentado, para no salpicar; me man- daba a dormir en el silln, porque roncaba; me tena prohibido andar descalzo, porque los pies me sudaban y dejaba huellas en nuestro piso de duela laminada. Cuando se enojaba, me deca Gustabo o a veces hasta Gustapo o Gestapo. En mis noches de insomnio, yo visualizaba que la Vania me deca Rey; la Vane, Mueco; la Vero, Tigre. Me daba vueltas en la cama, inquieto y acelerado rey, mueco, tigre, pensando en mi flamante futuro como subastador; en mis futuros dientes.

    *

    Mi constancia, discrecin y disciplina en el curso del maestro Yushimito me agenciaron una beca para tomar un curso de dos semanas de perfeccionamiento en la escuela de subastadores de Missouri, en Estados Unidos. La beca a Nueva York, la ms codiciada, se la gan el Sr. Morato, el del pltano. No le retengo rencores; yo creo que se la mereca.

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    El curso de Missouri no alcanz mis expectativas porque se enfocaba en la subasta de ganado, pero vali la pena por-que regres de Los United hablando bastante ingls y hasta un poco de francs; palabra de honor. Adems fue durante mi estancia en Missouri que conceb y desarroll la teora de mi tcnica alegrica. La tcnica es producto de mi genio, por supuesto, pero me inspiraron los sermones diarios de nues-tro gran maestro subastador y cantante de country Leroy Van Dyke. Digo su nombre y me dan ganas de pararme y aplaudir.

    El maestro Van Dyke haba compuesto el himno de nuestro gremio, la cancin The Auctioneer, que cuenta la historia de un nio originario de Arkansas que quiere aprender a ser subastador y todos los das se pone a practicar en el establo de su granja, frente a sus animales. Entonces, cuando su padre y madre se dan cuenta de que tiene talento, lo mandan a la es-cuela de subastadores. Y luego viene el estribillo:

    25 dollar bid it now, 30 dollar 30 Will you gimmie 30 make it 30 Bid it on a 30 dollar will you gimmie 30. Wholl bid a 30 dollar bid?

    Despus del estribillo el nio ya es un adulto hecho y derecho. Es un subastador, un auctioneer. Y luego viene la parte que me saca lgrimas de emocin:

    His fame spread out from shore to shore. He had all he could do and more. Had to buy a plane to get around. Now hes the tops in all the land. Now lets pause and give that man a hand. Hes the best of all the auctioneers.

    Y luego se repite el estribillo. Escuchando a Leroy Van Dyke cantar The Auctioneer,

    que es adems el tema principal de mi pelcula favorita, What

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    Am I Bid?, encontr el aliento para desarrollar y perfeccionar los detalles conceptuales de mi tcnica alegrica. Me haba dado cuenta de que en mi profesin exista un hueco; me co-rresponda llenarlo. Ningn subastador, por diestra que tuviera la lengua para el canto trepidante de nmeros, o por experto que fuera en la manipulacin del valor emocional y comercial de las cosas, saba decir nada acerca de sus objetos; porque no los entenda o porque no le importaban. Por fin comprend la frase que el maestro Oklahoma haba repetido con tristeza resignada y que yo iba a sepultar en el pasado remoto de la his-toria de la subasta con mi nuevo mtodo: Los subastadores somos meros heraldos asalariados entre el paraso y el infierno de la oferta y la demanda. Qu heraldo ni qu heraldo. Carre-tera iba a reformar el arte de la subasta. Yo no era un vil vendedor de objetos sino, antes que nada, un amante y coleccionista de buenas historias. Fin de declaracin.

    *

    Regres de Los United listo para comerme al mundo y empren- der el camino hacia mis nuevos dientes. Lo primero que hice fue organizar una subasta privada en la casa. Subast todos nuestros muebles viejos a un precio que me permiti com-prar muebles nuevos para m, muebles para la Flaca, y con lo que sobr pude pagar el primer mes de renta de dos depar- tamentos separados. No la volv a ver nunca, gracias a Dios, pero tampoco volv a ver a Ratzinger en muchos aos.

    Eso fue slo el principio. Luego me cas con la Vero. Su-bast coches en la Cuauhtmoc. Me divorci y me cas con la Vania. Comenc a viajar ms que los Rolling Stones. En los viajes, empec a coleccionar objetos que compraba en subas-tas a precios bastante razonables. Me divorci otra vez. Su- bast antigedades en Bratislava; bienes races en la Costa Azul; memorabilia en Tokio. Segu subastando. Me cas con la Vane, me divorci otra vez y as, hasta que la prstata, etc-tera, y ah prale de contar mujeres, pero no subastas. Subast

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    joyas, casas, arte antiguo, arte contemporneo, vinos, ganado, bibliotecas, y vastos patrimonios incautados al narcotrfico. Subast en Morton, Christies, Sothebys, Dorotheum, Tajan, Grisebach y Waddingtons. Me forr, desfalcando millonarios con un golpe de martillo: se va, se va, y se fue.

    Pero no soy ningn carcamn. Calculo que me pude haber comprado diez departamentos en Miami o en Nueva York, y sin embargo, decid comprarme dos terrenotes, uno al lado de otro, en Ecatepec, en la hermosa calle Disneylandia; hay que invertir en bienes races nacionales. Creo que sumando los dos predios eran varias hectreas, aunque nunca me he puesto a sumar porque tampoco soy mezquino.

    En uno de los terrenos alc una casa de tres pisos, cui-dando de dejar las varillas para el cuarto. En el terreno de al lado, al que le dicen el terreno colindante, puse un bodegn en donde fui guardando todos los objetos que coleccionaba en mis viajes por el mundo. Enfrente del bodegn, constru mi casa de subastas. Un da iba a construir un puente colgante que conectara los dos espacios; ya lo tena diseado. Luego iba a inaugurar pblicamente la casa de subastas, en honor a mis maestros, como Casa Oklahoma-Van Dyke. Slo faltaban unos acabados, unos detallitos, y que la municipalidad aprobara el uso de suelo.

    *

    No sera elegante de mi parte terminar de contar mi historia elaborando la lista de logros que mi arduo entrenamiento y, por qu no, natural talento para el canto de subastas, consi-guieron tanto para m como para mi comunidad. Slo quiero dejar constancia biogrfica por escrito de que fue durante un viaje de fin de semana en que tuve que ir a Miami a subastar carros, cuando lleg inesperadamente el da final de esa larga lucha contra la infamia en la cual nac y crec.

    Un domingo en la noche, despus de haber recibido un cheque robusto por haber subastado exitosamente 37 trocas

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    pick-up, fui con algunos colegas a una subasta de memorabi-lia de contrabando que se organizaba en un cantabar de Little Havana. Mis colegas haban conocido a unas periodistas argentinas la noche anterior y haban quedado de verlas ah. Me prometieron que valdra la pena. Yo, los domingos, no hago cochinadas ni negocios, pero resolv acompaarlos noms porque en mi cuarto de hotel no serva el aire acondi-cionado. Slo por eso; palabra de honor.

    Para mi tranquilidad, las cuatro periodistas que se apa-recieron resultaron algo demacradas. Dios me haba librado de esa tentacin. Tambin pens, cuando empez la subasta, que no habra tentaciones de comprar nada, pues la memora-bilia que se estaba ofreciendo era a todas luces de quinta: un reloj de no s qu poltico estadounidense, unos puros de no s qu cubano millonario, las cartas de un escritor yo creo que desconocido, que viaj a Cuba en los aos treinta. No iba en nimo de tronarme mi cheque, pero sin decir agua va el dios de las pequeas cosas puso delante de m el paraso. Y el pa-raso es caro. Quin iba a decirlo: ah noms, en las honduras de la soledad dominguera de una subasta en Little Havana, los encontr, mis nuevos dientes.

    En una cajita de vidrio, que el subastador sostena en alto, reposaba a mi disposicin la sagrada dentadura de la mismsi-ma Marilyn Monroe. As es, los dientes de la diva de Hollywood. Se vean amarillentos, aejados, y quizs un poco chuecos, yo creo que porque las divas fuman. Pero eso no importaba. Eran los dientes de la Marilyn. Hubo tensin y nerviosismo cuando el subastador hizo la primera oferta. Varias damas venidas a menos los codiciaron, incluyendo una de las periodistas ar-gentinas. Un hombre gordo y pasado de moda despleg vul-garmente unos fajos de billetes sobre su mesa periquera y se puso de pie para encenderse un puro, yo creo que para in-timidarnos. Pero me obstin y les gan: me llev los dientes, mis dientes.

    Fue tal la destreza que expuse para obtenerlos, que una de las periodistas argentinas la ms horripilante de las cuatro,

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    una mujer de cabellera tiesa de tan teida y cachetes algo col-gados redact una crnica de la subasta que hasta apareci en internet. Evidentemente envidiosa de mi logro, porque tambin quera mis dientes, hizo un reporte escueto y tergi-versado. No me import, hasta eso. Que con su pan se lo coma, pens; total yo comera a partir de ese momento con los dien-tes de Marilyn Monroe.

    En cuanto regres a Mxico, la dentadura de la Venus de la pantalla grande fue trasplantada a mi boca por un doctor finsimo, don Luis Felipe Fabre, dueo del mejor consultorio y depsito dental de la Ciudad de Mxico, Il Miglior Fabbro. Desde el momento en que sal de la operacin y durante mu-chos meses, no pude dejar de sonrer. A todos les mostraba la carretera infinita de mi nueva sonrisa y, cuando pasaba frente a un espejo o junto a una vitrina callejera que reflejara mi ima-gen, me levantaba el sombrero caballerosamente y me sonrea a m mismo. Mi cuerpo flaco y desgarbado, as como mi vida un poco ingrvida, haban adquirido un aplomo importante con mis nuevos dientes. Mi suerte no tena parangn, mi vi-da era un poema, y estaba seguro de que alguien un da iba a escribir el hermoso relato de mi autobiografa dental. Fin de la historia.

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  • Vale

    ria

    LUIS

    ELLI

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    ia d

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    ient

    es

    Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Snchez Snchez y me dicen, yo creo que de cario, Carretera. Adems de saber imitar a Janis Joplin, de ser capaz de poner en equilibrio un huevo de gallina en una mesa, o de saber contar hasta ocho en japons, en su fulgurante trayectoria como cantador de subastas Carretera aparece como inventor del revolucionario Mtodo de las alegricas, en el cual no se subastaban objetos, sino las historias que les daban valor y significado.

    Carretera no siempre fue este showman eminente. Antes de convertirse en subastador ejerci como vigilante en una fbrica de jugos durante muchos aos, hasta que el ataque de pnico de una compaera de trabajo cambi su vida de manera irremediable. En el trnsito hacia su destino Carretera deber enfrentarse a la ira de un hijo al que ha abandonado, llevar a cabo una subasta para ayudar a un cura a salvar su iglesia, y realizar a manera de gran performance final La historia de mis Gustavos personales, una subasta alegrica.

    La historia de mis dientes, segunda novela de Valeria Luiselli, revela una fascinante nueva dimensin en su escritura, y confirma su capacidad para generar atmsferas llenas de enigmas y de sutiles guios en los que cada gesto est cargado de sentido. Con una destreza que muestra el dominio del lenguaje y una estructura atrevida y desfachatada, Luiselli retrata a veces con humor, otras con ternura y unas ms de manera despiadada eso que llamamos condicin humana, al hacer confluir en sus personajes el peso de la historia con ese motor cotidiano que es el anhelo.

    Por modesta que sea, toda manifestacin artstica ha de tener algo de alucinacin, de fuego en los ojos, de delirio. La obra de Valeria Luiselli, rebosante de humor y de horror, de sutiles coincidencias e inaudibles gritos, est llena de esa libertad, de ese fuego y de una inmensa promesa. Tremenda escritora. Y crecedera.

    Rosa MonteRo, El Pas

    Un extraordinario nuevo talento literario.The Telegraph

    VALERIA LUISELLI es autora del libro de ensayos Papeles fal-sos (Sexto Piso, 2010) y de la novela Los ingrvidos (Sexto Piso, 2011), que han sido traducidos a mltiples idiomas y aclamados internacionalmente. Ha colaborado en publicaciones como The New York Times, Granta, McSweeneys y Letras Libres. Ha sido libretista para el New York City Ballet, y colabora regularmente con galeras de arte, como la Serpentine Gallery en Londres y la Coleccin Jumex en Mxico. Vive en Nueva York.

    Zony Maya

    La historia de mis dientesValeria luiselli

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    El territorio interiorYves Bonnefoy

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    Los ingrvidosValeria Luiselli

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