La Iglesia Durante La Guerra Civil Espanola

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Hilari Raguer

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La Iglesia, 1936-1939

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La Espada y la Cruz(La Iglesia 1936 1939)

Hilari Raguer

Editorial Bruguera, S.A.

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Hilari Raguer - 1977 J. Snchez 1977

La presente edicin es propiedad de EDITORIAL BRUGUERA, S.A. Mora la Nueva, 2, Barcelona (Espaa) 1. edicin: marzo 1977

INDICE

Prefacio 1. La Iglesia y la Repblica 2. Pronunciamiento o cruzada?

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3. Los halcones y las palomas: intentos de mediacin 76 4. Persecucin y represin 5. De las catacumbas al comisariado de cultos Eplogo: una iglesia hipotecada Bibliografa 125 152 211 217

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PrefacioA pesar de la inmensa bibliografa sobre la guerra civil espaola, no existe an una obra completa y objetiva sobre su aspecto religioso. No caeremos en el tpico de decir que este libro viene a llenar un vaco entre otras razones porque el vaco es demasiado grande para poderlo colmar con un volumen tan modesto como el presente. Pretende slo ser una divulgacin de materiales inditos que, superando prejuicios de cualquier color, nos aproximen a la realidad histrica. Los aos transcurridos, los documentos aparecidos y las memorias publicadas han permitido, en los dems aspectos de la guerra civil el militar y el poltico, llegar sustancialmente a una aproximacin entre las dos versiones vencedores y vencidos de aquellos mil das trgicos. Claro que quedan enigmas histricos y puntos controvertidos, pero existen una trama y una gran masa de datos sobre los que se ha logrado el general consenso de los entendidos. Es la tercera dimensin de la guerra, la dimensin religiosa, la que encrespa an los nimos. Cosa curiosa: todos insisten en la extraordinaria importancia que en nuestra guerra tuvo, y sin embargo, es el menos estudiado de todos sus aspectos. Siguen frente a frente ms o menos como en 1939, las dos visiones, ms pasionales que historiogrficas, sobre el papel de la Iglesia en la guerra civil: la del nacionalcatolicismo triunfalista y la del anticlericalismo resentido (que cuando, por un complejo de culpabilidad, es aceptada por cristianos que presumen de avanzados, habr que calificar de masoquista). La historia cientfica no se puede hacer sin las fuentes documentales, y la documentacin de la Iglesia espaola no se ha publicado an. Slo ha empezado a aparecer el archivo del carHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 4

denal Vidal i Barraquer, en lo que corresponde a los aos 1931 y 1932, de la mayor importancia para comprender los antecedentes poltico-eclesisticos de la contienda. Su aparicin tal vez haya estimulado la publicacin, que acaba de anunciarse, de los archivos de los cardenales Gom y Pla i Deniel; ojal la edicin sea tan completa, ntegra y bien anotada como la de Vidai i Barraquer. Y quiera Dios y permita el Gobierno que las oleadas de amnistia, cada vez ms generosas, despus de haber beneficiado a todos los hombres, alcancen tambin a los papeles, y podamos, los simples mortales, acceder al Archivo de Salamanca, cautivo hasta ahora de los historiadores del rgimen. Por nuestra parte, hemos podido manejar tres archivos particulares sumamente importantes para nuestro tema: los de Irujo, Vidal i Barraquer y Torrent. Manuel de Irujo y Ollo, ex ministro de la Repblica, adems de concederme varias entrevistas, puso en mis manos el archivo que haba logrado salvar de la catstrofe. En el xodo de enero de 1939, a pesar de las dificultades de transporte, sacrificando muchas otras cosas que sin duda le hubiera gustado llevar consigo, puso a salvo los documentos ms importantes de su archivo oficial y particular. En su segundo exilio de Francia a Inglaterra durante la ocupacin alemana, dej toda la documentacin, cuidadosamente empaquetada, a una familia amiga, pero sta, ante los registros de la Gestapo, tuvo miedo y la destruy. Irujo, con la tenacidad que le caracteriza, procedi a reconstituirla al terminar la guerra mundial mediante fotocopias o copias autnticas que peda a sus corresponsales, y tambin gracias a la precaucin que haba tenido de depositar otras copias de los documentos de mayor importancia en manos amigas. Del archivo Vidal i Barraquer, como hemos dicho, slo han aparecido los dos primeros aos de la Repblica. Debemos al seor Josep Vidal i Barraquer, sobrino del cardenal, el mayor agradecimiento porque no slo nos ha permitido utilizar la parte indita, correspondiente a los aos de la guerra, sino que, conociendo muy bien la correspondencia de su to y las circunsHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 5

tancias histricas en que se movi, nos ha orientado mucho en la investigacin. Finalmente, debo agradecer a los PP. Oratorianos de San Felipe Neri de Barcelona la consulta de la correspondencia del padre Josep M. Torrent, que rigi durante la guerra la dicesis de Barcelona, con Irujo y con el cardenal Pacelli. De estos tres archivos proceden los datos ms importantes y ms desconocidos que se encontrarn en este libro. Adems, evidentemente, se han consultado muchos otros documentos, as como peridicos y parte de la ocenica bibliografa sobre la guerra civil. Dado el carcter de la coleccin en que nuestra obra aparece, hemos prescindido de todo aparato de notas y de referencias bibliogrficas, indicando slo en forma breve, en los casos ms importantes, la fecha y el origen de un texto o una cita. Al final sugerimos la bibliografa esencial sobre el tema. Para quien desee conocer con mayor precisin las fuentes de nuestras afirmaciones, o ms amplia bibliografa, nos remitimos de una vez por todas a nuestra tesis doctoral, La "Uni Democrtica de Catalunya" i el seu temps (1931-1939) (Publications de l'Abadia de Montserrat, 1976), extenso estudio monogrfico iniciado en Pars bajo la direccin de Maurice Duverger y continuado en Barcelona bajo la de Manuel Jimnez de Parga. Los lmites de extensin impuestos a este libro, en atencin a su propsito de divulgacin, nos han obligado a omitir muchos datos interesantes. Es como un iceberg, del que slo una pequea parte sobresale del nivel del mar. Nuestro intento ha sido, escogiendo los hechos ms significativos y dejando hablar en lo posible a los personajes de ah la transcripcin, a veces algo extensa, de textos reconstruir ante el lector el hilo principal de los acontecimientos y el ambiente en que se desarrollaron. En lo que respecta al plan de la obra, nos ha parecido conveniente no sujetarnos a un orden estrictamente cronolgico, sino que hemos agrupado por materias o temas el material a exponer. As, tras un captulo inicial dedicado a los antecedentes de laHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 6

guerra civil, los captulos sucesivos versan sobre la confesionalizacin de la guerra dicho de otro modo, si fue o no fue una Cruzada; la repercusin de la guerra entre los cristianos extranjeros, especialmente los intentos de mediacin; la represin en ambas zonas; la vida de la Iglesia en la zona republicana y los esfuerzos por restablecer el culto pblico; y, a modo de eplogo, unas palabras sobre la situacin en que se hall la Iglesia al trmino de la contienda. Por lo dems, no tratamos de defender ninguna tesis, poltica o religiosa, sino de exponer lo ms objetivamente posible la historia. Seguramente se pueden obtener muchas enseanzas de aquellos aos, pero cada lector deber hacerlo por su cuenta, libremente, a partir de la verdad histrica y en funcin de su propio sistema de valores. Una sola conclusin, de orden estrictamente histrico, nos atrevemos a formular: la correlacin entre dos grandes modos de entender el cristianismo y dos actitudes opuestas durante la Repblica y la guerra civil. Como ste no es un estudio teolgico, no nos toca juzgar cul de las dos mayoritaria una, minoritaria la otra era ms conforme al Evangelio. Slo decimos que dos actitudes cristianas se tradujeron en dos opciones polticas. O fue al revs?

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1 LA IGLESIA Y LA REPBLICAUna herencia decimonnica La cuestin religiosa no la invent la Repblica caprichosamente, sino que es uno de los graves problemas que Espaa arrastraba y que los pases democrticos ya haban encauzado desde haca ms de un siglo. Todos los polticos y pensadores que han enumerado los problemas con que la Repblica tena que enfrentarse, citan entre los principales el religioso. Para Jimnez de Asa, las cuatro reformas que la Repblica tena que emprender eran: una reforma tcnica (la militar); una reforma liberal (la religiosa); una reforma tarda (la agraria) y una reforma patritica (los problemas regionales). Segn Alejandro Lerroux, los cuatro grandes problemas de la poltica espaola eran el religioso, el agrario, los presupuestos y el Estatuto de Catalua. Y Manuel de Azaa, poco antes de ser elegido presidente de la Repblica, o sea, en plena primavera trgica de 1936, deca en las Cortes, respondiendo a una interpelacin de Ventosa y Calvell sobre el orden pblico: Se admiraba el seor Ventosa de algunas cosas que ocurren en nuestro pas y que no suceden en naciones extranjeras. Se refera el seor Ventosa a la intranquilidad pblica y a las alteraciones del orden pblico, a esta situacin febril por la que atraviesa nuestro pas y a la inquietud reinante, con las consecuencias que sealaba en el orden econmico y de otro gnero en Espaa; y el seor Ventosa se preguntaba o nos preguntaba: "Cmo estas cosas pasan en nuestro pas y no ocurren en otras naciones?" Seor Ventosa: yo s poco, peroHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 8

tengo el atisbo de que en estos pases han ocurrido antes muchas otras cosas que en Espaa no han sucedido todava; que en nuestro pas no han ocurrido los trastornos y los choques que han tenido teatro en los principales Estados europeos durante el siglo pasado, y que nuestro pobre pueblo ha ido pasando del autntico antiguo rgimen, o sea, del absolutismo monrquico, al actual, de una manera vacilante, sin gua, sin propsito, sin energa. Por qu? Por mltiples causas. O por falta de una clase media suficientemente liberal y vigorosa para llevar adelante la revolucin liberal del siglo pasado; o por la miseria econmica de la inmensa mayora de los espaoles, porque para hacer revoluciones hay que estar por encima del hambre, seor Ventosa; porque la cultura de los espaoles haya sido, en el orden poltico, excesivamente vaga o dbil, no s. Por mil razones que cualquier crtico o historiador le pueden dar a Su Seora, pero lo cierto es que la evolucin poltica de nuestro pas no ha pasado por los grados de fiebre que en otras partes. Y ahora nos encontramos en la vida espaola con problemas de orden social y poltico de complejidad extraa. Estamos ahora viendo el auge y el alzamiento poltico de clases proletarias que enarbolan las mismas enseas que en los paises ms evolucionados polticamente, junto a manifestaciones de retroceso y de regreso en el orden poltico y social que han desaparecido ya en los otros pases avanzados. Si en Espaa se hubiera hecho como en ellos la revolucin liberal del siglo XIX, ahora los trabajadores estaran luchando aqu con una burguesa fuerte, potente, productora, que habra impulsado el progreso espaol por los caminos por donde lo ha impulsado la burguesa en los pases europeos. Aqu, de eso no ha habido apenas nada, y hemos pasado del rgimen feudal, seorial de las grandes casas histricas espaolas venidas a decandencia sin haber perdido el poder poltico y econmico hasta que ha venido la Repblica; hemos pasado, digo, a las primeras manifestaciones revolucionarias del proletariado que empuja hacia el poder poltico y econmico hasta que ha venido la Repblica; hemos pasado,Hilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 9

digo, a las primeras manifestaciones revolucionarias del proletariado que empuja hacia el poder poltico, cosa extraordinaria que no ha ocurrido en ningn pas ms que en el nuestro. El anacronismo del planteamiento del problema religioso queda de manifiesto en la virulencia de las dos posiciones antagnicas que polarizaban las actitudes: clericalismo y anticlericalismo. Alguien ha dicho que los espaoles van siempre junto a los curas: o delante con un cirio en las procesiones, o detrs con un garrote en las revoluciones. Lo cierto es que la Repblica, a la hora de enfrentarse con el problema religioso, se encontr con un clericalismo intransigente por una parte y, por otra, con un anticlericalismo feroz y vulgar. La proclamacin de la Repblica signific para la Iglesia espaola el brusco despertar de un sueo dorado: de serlo oficialmente todo pasaba a no ser casi nada, y aun a ser la bestia negra. Leamos el lcido diagnstico que dos sacerdotes, Llus Carreras y Antoni Vilaplana, enviados por el nuncio Tedeschini y el cardenal Vidal i Barraquer a Roma, formulaban en un informe fechado el 1 de noviembre de 1931, medio ao despus del cambio de rgimen: El oficialismo catlico de Espaa durante la monarqua, a cambio de innegables ventajas para la Iglesia, impeda ver la realidad religiosa del pas y daba a los dirigentes de la vida social catlica, y a los catlicos en general, la sensacin de hallarse en plena posesin de la mayora efectiva, y converta casi la misin y el deber del apostolado de conquista constante para el Reino de Dios, para muchos, en una sinecura, generalmente en un usufructo de una administracin tranquila e indefectible. El esplendor de las grandes festividades y procesiones tradicionales, la participacin externa de los representantes del Estado en los actos extraordinarios del culto, la seguridad de la proteccin legal para la Iglesia en la vida pblica, el reconocimiento oficial de la jerarqua, etctera, producan una sensacin espectacular tan deslumbrante que hastaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 10

en los extranjeros originaba la ilusin de que Espaa era el pas ms catlico del mundo, y a muchos, nacionales y extranjeros, les haca creer que continuaba an vigente la tradicin de la incomparable grandeza espiritual, teolgica y asctica de los siglos de oro. No obstante, los que, con juicio ms clarividente y observacin profunda conocan la realidad, no teman confesar que, bajo aquella grandeza aparente, Espaa se empobreca religiosamente, y que haba que considerarla no tanto como una posesin segura y consciente de la fe sino ms bien como tierra de reconquista y de restauracin social cristiana. La falta de religiosidad cristiana entre las lites, el alejamiento de las masas, la carencia de una verdadera estructura de instituciones militantes, el escaso influjo de la mentalidad cristiana en la vida pblica eran signos que no permitan una confianza firme. Fcilmente se advierte que este informe secreto parece confirmacin y glosa de la frase de Azaa, quince das antes, en las Cortes: Espaa ha dejado de ser catlica. De la memorable sesin en que fueron dichas estas palabras hablaremos en seguida. De momento convendr retroceder un poco y poner de relieve el deterioro que para la cuestin religiosa supuso la Dictadura. En esto, como en casi todo, la Dictadura no actu promoviendo vas de solucin positiva, sino como un dique sin desage y que acaba en desastre. La Iglesia durante la Dictadura El golpe de Estado proclamado por el general Primo de Rivera el 13 de setiembre de 1923 desde la Capitana General de Barcelona, ratificado apresuradamente por Alfonso XIII, goz al principio de un amplio margen de crdito ante la opinin. Ortega y Gasset reconoca que si el movimiento militar ha querido identificarse con la opinin pblica y ser plenamente popular, esHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 11

justo decir que lo ha obtenido del todo. En esta simpata general, los representantes de la Iglesia se distinguieron por su adhesin entusiasta y perdurable, hasta el final. Primo de Rivera halag convenientemente tales sentimientos. Su politica religiosa era la de un catolicismo ultra que haca de la Iglesia, como Napolen Bonaparte, el misterio del orden pblico, y tambin se caracteriz por un centralismo que le hizo perder toda popularidad en Catalua, pero que haca ms tolerable la Dictadura a los espaoles en general. El incipiente catolicismo social espaol se pas casi en masa al Directorio, colaborando activamente con el nuevo rgimen. El diario catlico El Debate se distingua al principio por su entusiasmo; tal vez, como apunta Tusell, con la esperanza de que Primo de Rivera acabara con el caciquismo y sern nuestros hombres y nuestras organizaciones segn escriba El Debate las que ocupen los nuevos cauces de la ciudadana. Desde 1927, y ms abiertamente en 1928 y 1929, El Debate fue tomando distancias con respecto al dictador, aunque segua llamndose, antiguo, desinteresado y genuino amigo suyo. En los actos fundacionales de la Unin Patritica el partido ttere del general estuvieron algunos oradores de la ACNP (Asociacin Catlica Nacional de Propagandistas), como Angel Herrera Oria y Jos Mara Gil Robles. Este ltimo fue el redactor de los textos legales sobre elecciones y sobre Estatuto Municipal, pero luego se eclips discretamente. Incluso Manuel Gimnez Fernndez, que ms tarde encabezara el sector izquierdista (o el menos derechista) de la CEDA, colabor al principio, con la intencin de desbancar el caciquismo. El Grupo de la Democracia Cristiana que no era ningn partido poltico, sino un cenculo de catedrticos e intelectuales muy vinculado a la ACNP y a El Debate particip de la misma euforia: su presidente, Severino Aznar, fue miembro de la Asamblea Consultiva, y otros miembros destacados del Grupo, como Salvador Minguijn y Sangro Ros de Olano, siguieron por el mismo camino. Tambin el dominico P. Gafo, con ser una de las figuras ms interesantes del catolicismo social espaol, defenHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 12

sor de la no confesionalidad de los sindicatos y hasta, eventualmente, de la accin conjunta con los socialistas, se pas al dictador. El Partido Social Popular, modesto intento de democracia cristiana fundado en el ao 1922 con elementos procedentes del Grupo de la Democracia Cristiana, de la ACNP, del tradicionalismo y del maurismo, recibi un golpe de muerte con el advenimiento de la Dictadura. Los historiadores de esta tendencia (Tusell, Alzaga), hablan de escisin. Sera ms realista decir que, con alguna honrosa excepcin, como la de Angel Ossorio y Gallardo, el PSP aplaudi la Dictadura, colabor con ella y, en el curso de esta colaboracin, languideci hasta morir sin pena ni gloria a fines de 1924. Prrafo aparte merece el cannigo de Oviedo Maximiliano Arboleya, a quien recientemente Domingo Benavides ha dedicado un minucioso estudio. Con la misma sinceridad con que en plena guerra civil, y en la zona republicana, se declar pblicamente monrquico, reconoci, en una serie de artculos publicados durante los ltimos aos de la Dictadura y recopilados en 1930, su adhesin inicial: ...Me sum a los incontables espaoles que saludaron con jbilo y entusiasmo el advenimiento, que consideramos providencial, de la Dictadura, y por esta razn fui uno de los aludidos en la interesante y popular revista de Pars Le Mouvement, que se mostr sorprendida y admirada de que los "demcratas cristianos" espaoles nos hubiramos puesto al lado del general Primo de Rivera (...). La democracia fue entre nosotros un mito gracias a la inmoralidad de la poltica reinante, y esto de ahora es un cauterio que nos volver a la normalidad verdaderamente democrtica. Vamos a la democracia por la Dictadura. A los pocos das de inaugurado el Directorio militar, Arboleya se burlaba del ridculo y absurdo sufragio universal, basado en la consabida estolidez: un hombre, un voto; se complaca en la esperanza de que esto habra ya pasado a la historia y en adelanteHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 13

se legislara sobre la base de una Espaa organizada corporativamente, mediante asociaciones profesionales. Pero ya el 1 de noviembre de 1924 escriba que tanta adhesin de los elementos militantes del "clericalismo" al Directorio no ha de quedar impune. Le dola que los catlicos, en vez de mover a Primo de, Rivera a una reforma social enrgica, lo frenaran: Parece que las leyes sociales se promulgan en contra de los catlicos. En realidad, eran los socialistas invitados a colaborar con la Dictadura quienes, contra los catlicos y venciendo la oposicin de stos, imponan los postulados de la escuela social cristiana; por ejemplo, a propsito de los comits paritarios. Las palabras de Arboleya lo mismo se aplican a la Espaa de entonces que a la de despus de 1939: Lo que se hizo, que yo sepa, fue decir de diversas maneras que ramos unos inaguantables "pesimistas" y aguafiestas los que echbamos tan de menos la accin aqu donde nada en realidad haba que hacer, pues el Gobierno dictatorial trataba con toda consideracin a la Iglesia, colocaba excelentes y conocidos catlicos en los gobiernos civiles, en las alcaldas, en los ayuntamientos, en las diputaciones, y en cambio tena a los revolucionarios totalmente amordazados y acorralados. Qu ms se puede pedir...?, nos preguntaban. (...) "Nosotros" sin duda estamos bien, pues como nos contentamos con poca cosa y adems venimos mal acostumbrados, parcenos que esto de ver a la Iglesia en el honor, y a sus pastores justamente reverenciados, y a los catlicos ms conocidos por diputaciones, ayuntamientos y gobiernos civiles, es cuanto hay que pedir y apetecer... Cmo no nos recuerda todo esto la magnfica escena del Monte Tabor...? "Nosotros" acaso tambin "estemos bien" aqu, bajo la Dictadura que nos protege y nos distingue y coloca a los nuestros en los ms elevados cargos; pero podemos estar satisfechos hasta el punto de no creer necesario ocuparnos de ms? Es que con toda esa proteccin (que doy por supuesta) de la Dictadura no se acrecientan nuestros deberes de atender a los dems? Y en este caso "los dems" no son poca cosa, sino muchos millares, tal vez alguHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 14

nos millones de hermanos nuestros, que no por pertenecer en general a las clases humildes dejan de ser hombres y de tener un alma que salvar. En febrero de 1937, Arboleya resuma as la confusin entre reaccin social y religiosa creada por la Dictadura: Hubo una verdadera borrachera de triunfo en ciertos sectores sociales, que no colocaron a los gobernantes en los altares, porque estaban ocupados. Donde ciertamente no se deseaba elevar a Primo de Rivera hasta los altares era en Catalua. Comentando precisamente el libro de Arboleya, escriba el 25 de setiembre de 1930 en el diario catlico social de Barcelona El Mati, su director, Josep Maria Capdevila: Creemos que el seor Arboleya sufre un error, que viene ya de los seis aos de Directorio; y es el de creer que la Dictadura haya sido jams favorable a las derechas, o si se quiere al orden, a la decencia, a ningn aspecto del civismo, a ningn gnero de sindicalismo que represente algn tipo de organizacin justa y vigorosa. (...) La Dictadura, no slo no trat a la Iglesia respetuosamente, sino que podramos recordar intervenciones, a menudo acanalladas, y violencias que no son precisamente demasiado respetuosas. Ms razn tiene el seor Arboleya cuando sospecha que "tal vez sera fcil evidenciar que no es aqulla la manera ms adecuada de servir los intereses trascendentales de la Iglesia catlica, y quin sabe si tampoco es la manera ms deseable". (...) El seor Arboleya se obstina en repetir en cada pgina que era un tiempo y unas circunstancias favorables. Y a nosotros nos parece que, al contrario, era preciso que no fuera un tiempo de paz con el poder, sino de lucha. Si desde el primer momento no tuvieron las derechas castellanas bastante lucidez para verlo, haba que rectificar y empezar la lucha en seguida.

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Primo de Rivera haba actuado muy torpemente en su poltica catalana, lo que le vali la animadversin de un amplio sector del clero cataln, a diferencia de lo que ocurra en el resto de Espaa. La Santa Sede, inexactamente informada por el nuncio Tedeschini y presionada diplomticamente por el marqus de Magaz, embajador espaol ante el Vaticano, hizo pblica a partir de fines de 1928 una serie de decretos que, al decir de La Cierva, son el nico triunfo que la diplomacia espaola ha obtenido de Roma en todo este siglo. Un decreto de la Penitenciaria Apostlica de 16 de noviembre de 1928, dando por cierto (cuando no lo era) que los sacerdotes catalanes niegan la absolucin a los penitentes de habla castellana que se confiesan en su propia lengua, ordena a los obispos que extirpen tal abuso (inexistente). Un decreto de la Congregacin de Ritos de 12 de setiembre prohibe las casullas amplias, que eran una de las manifestaciones del movimiento de renovacin litrgica y de dignificacin del arte sacro, iniciado en el Congreso litrgico de Montserrat de 1915, y ordena que en Catalua las casullas, en el plazo de un ao, Se adapten a las formas que, segn costumbre, se emplean en toda Espaa. El 21 de diciembre, la Congregacin de Seminarios orden que se negara la ordenacin a los clrigos contagiados de catalanismo, esto es, de espritu separatista, que se expulsara de los seminarios a los profesores catalanistas y que la enseanza de la lengua y de las tradiciones catalanas se limitara a lo estrictamente necesario. El decreto de la Congregacin del Concilio de 4 de enero de 1929, si bien sale respetuosamente al paso del decreto del Directorio que haba prohibido la enseanza del catecismo en cataln, da unas curiosas normas sobre la predicacin sagrada. Supone la mal informada Congregacin romana que los sacerdotes catalanes no predican ni catequizan en la lengua del pueblo, sino en un lenguaje artificioso creado por fillogos poltizados con intenciones separatistas, incomprensible para la mayora del pueblo cataln. Consecuentemente, prohibe emplear la lengua catalana modernizante o literaria, puesto que los mismos catalanes, con excepcin de unos pocos, no la entienden. Algo as como si ahora saliera de Roma un decreto ordenando a todos losHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 16

sacerdotes espaoles predicar y dar las clases de religin en el argot madrileo de Forges, alegando que l es el nico espaol que la gente entiende. El mismo decreto del 4 de enero de 1929 ordenaba que en los seminarios se estudiara el castellano (cosa que nunca se ha dejado de hacer) y dispona que la entidad barcelonesa Foment de Pietat Catalana, acusada de difundir publicaciones piadosas en cataln, suprimiera de su nombre el adjetivo Catalana, publicara tambin en castellano y se sometiera a la vigilancia de la autoridad civil. Convena recordar estos antecedentes del tiempo de la Dictadura para entender mejor lo que sucedi cuando, al caer Primo de Rivera, y tras el perodo de transicin de Berenguer y Aznar, Alfonso XIII se vio obligado a abdicar. Proclamacin de la Repblica: primeras reacciones Las elecciones del 12 de abril de 1931, ocasin prxima a la cada de la monarqua, fueron, al decir de un observador neutral, las ms pacficas y las ms notables por el nmero de votantes que los espaoles de esta generacin hayan conocido jams (Alfredo Mendizbal). La historiografa derechista posterior, con la intencin de justificar la rebelin militar del 36, ha insistido en su ilegitimidad, alegando que los monrquicos alcanzaron ms votos globales y ms concejales elegidos que los republicanos, y que, en todo caso, de unas elecciones convocadas como municipales no poda salir un cambio de rgimen. No era esto lo que entonces se deca. Un monrquico como Ventosa y Calvell, en un discurso de 1932, confesaba que aquellas elecciones, en cuanto a sinceras, no tenan precedentes en Espaa, ni han tenido imitacin despus. La verdad es que por el sistema de los partidos de turno y el influjo del caciquismo, en gran parte de Espaa las elecciones eran habitualmente una comedia. Farsa el sufragio, farsa el Gobierno, farsa el Parlamento, farsa la libertad, farsa la patria, escriba Joaqun Costa en 1902. El famoso articulo 29 del reglaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 17

mento electoral daba por elegidos automticamente a los candidatos que no encontraban adversario, y quin se atreva, sobre todo en un partido judicial rural, a enfrentarse con el candidato del cacique? Segn ha calculado Miguel M. Cuadrado, en las elecciones del 12 de abril el artculo 29 priv de su voto a un 20,3 por 100 de los electores, y del censo electoral restante se abstuvo el 33,1 por 100; la suma de ambos factores afect al 46,7 por 100 del censo electoral total. Adems, la corrupcin electoral, en los pueblos especialmente, era corriente. De ah que moralmente las cifras globales y el voto monrquico de las zonas rurales pesaran poco, y que se atribuyera una importancia poltica decisiva a los resultados de las circunscripciones urbanas e industrializadas, de mayor sensibilidad poltica. Y es en ellas donde el triunfo republicano fue sorprendentemente claro. Gil Robles cuenta en No fue posible la paz su reaccin al ver que en su seccin madrilea, siempre monrquica, haban ganado los otros: No acertaba a comprender el resultado (...). Corr al centro electoral con la certificacin del escrutinio en la mano. Confiaba en que el resultado de mi seccin fuera casi excepcional en el distrito; me esperaba, sin embargo, una decepcin mucho mayor. De todas las secciones, de todos los distritos se reciban impresiones desoIadoras (...). De casi todas las capitales de provincias llegaban noticias catastrficas. En la Casa del Pueblo ondeaba, como expresin bien clara del significado de la contienda, una enorme bandera roja. Nos encontrbamos todos oprimidos, desalentados... La monarqua acababa de recibir un golpe de muerte. El conde de Romanones declaraba a los periodistas: El resultado de las elecciones no ha podido ser ms lamentable para los monrquicos (...). Han sido ocho aos que al fin han hecho explosin. Y cuando el 13 por la tarde los periodistas preguntaron al jefe del Gobierno, almirante Aznar, si era cierto que se haba planteado la crisis ministerial, les contest: Crisis? Qu ms crisis desean ustedes que la de un pas que se acuestaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 18

monrquico y amanece republicano? Si los mismos monrquicos reconocieron entonces que haban sido claramente derrotados, y el propio rey confesaba que, habiendo perdido el afecto de sus sbditos, tena que abdicar, iba a ser la Iglesia ms monrquica que los monrquicos y el rey? Muchos catlicos acogieron la Repblica con ilusin y esperanza. El Gobierno provisional de la Repblica recin nacida estaba presidido por un catlico, Niceto Alcal Zamora, y otro catlico desempeaba la cartera de Gobernacin, Miguel Maura. Segn La Cierva, parte de los miembros del bajo clero espaol se haba pasado al republicanismo porque Primo de Rivera, que tanto mimaba a las altas jerarquas, les tena muy olvidados. En Catalua, ya lo hemos visto, no era slo el bajo clero: incluso el cardenal Vidal i Barraquer haba sido objeto de vejaciones y calumnias. El episcopado espaol era lgicamente monrquico, dado el derecho de presentacin de la Corona, pero en general era alfonsino. Los carlistas e integristas eran minora, y slo durante la Dictadura lograron alcanzar una serie de sedes importantes. Claramente integrista era don Manuel Irurita, obispo primero de Lrida y luego trasladado a Barcelona. El 16 de abril escribi una carta pastoral de tono apocalptico, como si la cada de la monarqua fuera casi el fin del mundo. Nada de optimismo o aplauso al nuevo rgimen; al contrario: todo son consideraciones sobre la gravedad del momento y exhortaciones a no desfallecer en las pruebas, confiando siempre en el Sagrado Corazn. Dispona que los sacerdotes no se mezclaran en disputas polticas y que en la predicacin evitaran alusiones directas o indirectas al estado actual de las cosas y se guardaran con las autoridades nuevas los debidos respetos, pero deca tambin, como si Cristo Rey tuviera que ser el refugio de los monrquicos derrotados: Sacerdotes: sois ministros de un Rey que no puede abdicar, porque su realeza le es sustancial y si abdicara se destruira a s mismo, siendo inmortal; sois ministros de un Rey que no puede ser destronado, porque no subi al trono por votos deHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 19

los hombres, sino por derecho propio, por ttulo de herencia y de conquista. Ni los hombres le pusieron la corona, ni los hombres se la quitarn. Con todo, Vidal i Barraquer logr que el obispo Irurita le acompaara el 18 de abril para saludar al presidente Maci. Para ello tuvo que vencer el cardenal de Tarragona no slo la repugnancia del obispo de Barcelona, sino tambin la de algunos de los consejeros del presidente de la Generalitat, que teman la reaccin de los radicales y de los sindicalistas. Fueron recibidos con todos los honores y la entrevista fue cordialsima. Maci expres el deseo de evitar toda violencia y llegar a un entendimiento con la Iglesia, y el cardenal, segn contaba poco despus en carta al secretario de Estado del Vaticano, procur inclinar el nimo del presidente a soluciones de armona con Madrid, pues el 14 de abril, antes de que se proclamara en Madrid la Repblica, Maci haba proclamado en Barcelona el Estado cataln bajo el rgimen de una Repblica catalana que libremente y con toda cordialidad anhela y pide a los dems pueblos de Espaa su colaboracin en la creacin de una Confederacin de pueblos ibricos. Vidal i Barraquer quera anticiparse con su visita a posibles medidas anticlericales, pues, como escriba a Pacelli, es preferible prevenir que protestar o enmendar un dao hecho. Tambin el cabildo de Madrid rindi visita, el 17 de abril, al ministro de Justicia. El 24 de abril el nuncio Tedeschini escribi a todos los obispos comunicndoles de parte del cardenal secretario de Estado ser deseo de la Santa Sede que V.E. recomiende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su dicesis que respeten los poderes constituidos y obedezcan a ellos para el mantenimiento del orden y para el bien comn. Los obispos cumplieron esta orden pontificia con ms o menos entusiasmo, segn los casos. Ya hemos visto la reaccin del obispo de Barcelona. Otro integrista, el doctor Gom, entonces obispo de Tarazona, escribi una pastoral que reflejaba su hostilidad a la Repblica. En carta alHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 20

cardenal Vidal i Barraquer calificaba de monstruosidad el cambio de rgimen; soy absolutamente pesimista, deca. Estos y algn que otro obispo daban muestras pblicas e inequvocas de su pesar por la cada de la monarqua. Ordenar aquellos das rogativas extraordinarias con el Santsimo expuesto y escribir documentos de tono jeremaco equivala a asimilar el advenimiento de la Repblica a una catstrofe pblica, o a los pecaminosos das de carnaval. Acaudillaba esta reaccin de los obispos integristas el cardenal primado de Toledo, Pedro Segura. Amigo notorio de Alfonso XIII, a los quince das de proclamada la Repblica public una pastoral en la que haca el elogio de la monarqua y de los bienes que a travs de la historia haba procurado a la Iglesia, e incluso dedicaba sus alabanzas al soberano destronado. La Iglesia no puede ligar su suerte a las vicisitudes de las instituciones terrenas (...) pero la Iglesia no reniega de su obra. Dando por supuesto que la Repblica perseguira a la Iglesia, alegaba el derecho de sta a defenderse, y exhortaba a todos los catlicos a unirse y a actuar disciplinadamente en el campo poltico, sobre todo de cara a las elecciones para las Cortes Constituyentes, que subrayaba decidiran la forma de gobierno. De este modo, en vez de cumplir la consigna pontificia de acatar el nuevo rgimen, planteaba la cuestin de la restauracin monrquica. Fue tal la reaccin suscitada por este inoportuno documento, que el cardenal Segura tuvo que pedir el pasaporte y salir de Espaa. A este tropiezo se aadieron, en los primeros meses de la Repblica, tres incidentes que repercutiran negativamente en la solucin del problema. religioso. Tres incidentes graves El primero es la quema de conventos, el 11 de mayo. Miguel Maura, catlico practicante, dedica un captulo de sus memorias a este incidente, tan doloroso para l. La imprudente provocacin de unos monrquicos suscit un alboroto popular que, coHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 21

mo en tantas ocasiones anteriores, degener en atentados contra locales eclesisticos. Maura hubiera querido cortar los primeros brotes de violencia sacando la Guardia Civil a la calle, pero sus compaeros de gabinete no se lo permitieron. Maura dimiti entonces, rechazando las presiones de incontables personalidades que le instaban a reconsiderar su decisin. Slo retir la dimisin al pedrselo el nuncio, quien en una larga conferencia telefnica le deca que no poda desertar de su puesto como catlico. Por otra parte, los dems ministros, al tener noticia de la extensin de los incendios, reconocieron su error y le prometieron que tendra plenos poderes en materia de orden pblico y que podra emplear la Guardia Civil sin tener que solicitar autorizacin de nadie, ni siquiera del presidente. Es con estos plenos poderes que Maura actu en sentido opuesto en las expulsiones de Mgica y Segura. Don Mateo Mgica Urrestarazu, obispo de Vitoria, se dispona a realizar una visita pastoral a Bilbao. Maura supo que carlistas y nacionalistas vascos le esperaran con banderas y emblemas y organizaran una manifestacin, y que por otra parte elementos obreros y republicanos, conocedores de tal intento, decan que lo impediran por la fuerza. Maura pidi entonces a Mgica, a travs del gobernador civil, que aplazara la visita, a lo que el obispo se neg. Maura insisti, ya en forma conminatoria, y finalmente le comunic que tendra que salir inmediatamente para Francia. Aquella misma tarde, el 16 de mayo, acompaado por el gobernador civil de Vitoria, fue llevado con todos los miramientos, pero sin vacilaciones, hasta la frontera de Irn, donde les esperaba el gobernador civil de Guipzcoa. Al saberlo Alcal Zamora se enfad mucho y quera dimitir, pero esta vez todos los ministros se hicieron solidarios de Maura y convencieron al presidente de que la expulsin haba sido necesaria. Ms adelante se permiti al obispo Mgica regresar a Espaa, pero no a su dicesis. Un ao ms tarde anotaba Azaa en su diario que le haban visitado el nuncio y Mgica para solicitar el regreso de este ltimo a Vitoria. Es un hombrecillo de aire rstico, simple y parlanchn. Prontamente familiar. Me hace muchas cortesasHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 22

porque he consentido en recibirlo (...). Me cuesta trabajo creer que este hombrecillo sea peligroso, a pesar del fanatismo vasco. Muy distinto era el cardenal Segura. Un autor tan catlico y de derechas como Pemn ha escrito de l: Tena su figura un volumen colorista que casi le haca parecer un torero de dificultades doctrinales y pastorales. Adems de sus escritos, estaban las frases que soltaba en sermones o en conversaciones privadas y que, tal vez exageradas, corran de boca en boca con aplauso de catlicos intransigentes e indignacin de republicanos. A ello se prestaban sus alocuciones en las funciones sabatinas que celebraba en la catedral de Toledo, en una de las cuales parece ser que dijo que habra de caer la maldicin de Dios sobre Espaa si la Repblica se consolidaba. Con la misma audacia dijo en otra funcin sabatina, esta vez despus de la guerra, en Sevilla, con escndalo de los fieles: Nuestro papa Po XII, felizmente reinante, y al cual yo no vot... A raz de la pastoral del 1 de mayo de 1931, de la que ya hemos hablado, el Gobierno pidi a la Santa Sede su remocin de la sede primada de Toledo. Pero su situacin empeor al sobrevenir un nuevo incidente. El 11 de mayo la polica de fronteras comunic a Maura que el cardenal Segura haba entrado en Espaa por Roncesvalles, legalmente, pues tena su pasaporte en regla. La polica le haba perdido la pista, y durante tres das, mientras trataban en vano de localizarlo, Maura estuvo en vilo, pendiente de dnde y cmo iba a aparecer. Finalmente supo que se hallaba en la casa coral de Pastrana y que haba convocado para el domingo siguiente una reunin de prrocos en Guadalajara. Una de las convocatorias haba cado en manos de la polica. Sin consultar a los dems ministros, Maura orden su expulsin. A las ocho de la tarde de aquel domingo pasaba la frontera y al da siguiente el Gobierno y el pueblo a la vez se enteraban de que Segura haba entrado y de que haba sido expulsado. Otra vez se indign Alcal Zamora, y otra vez los ministros dieron razn a Maura y calmaron al presidente. Pero la foto del cardenal Segura saliendo del convento de los Pales de Guadalajara rodeado de policas y guardias civilesHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 23

no ha dejado de exhibirse desde entonces como uno de los testimonios ms clamorosos de la persecucin contra la Iglesia. Estando ya Segura y Mgica en Francia, un tercer y ms grave suceso acab de deteriorar las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El 14 de agosto la polica detuvo al vicario general de Vitoria, don Justo Echeguren, cuando se dispona a pasar la frontera con unos documentos sumamente delicados. Las idas y venidas de este eclesistico haban llamado la atencin, por lo que Maura dio orden de que se le registrara la prxima vez que entrara en Espaa. Lo que le encontraron fue una carta multicopiada de Segura a todos los obispos de Espaa, fechada el 20 de agosto, en la que les comunicaba las gestiones que haba realizado en Roma y las facultades especiales que la Santa Sede haba otorgado a los obispos, dada la situacin especial del pas y en previsin de dificultades crecientes. Las concesiones de Roma no causaban ningn problema a la Repblica: normas sobre sustento del clero, fundaciones, capellanas, dispensas de rezo de breviario o de ayunos y abstinencias, etc. Lo que poda alarmar al Gobierno era el permiso para colocar seguros, dentro o fuera de Espaa; los bienes consistentes en ttulos de la Deuda Pblica y para que las dicesis y los monasterios vendieran sus bienes muebles o inmuebles. Pero en esto la Santa Sede se limitaba a facilitar los trmites que segn el derecho cannico hay que seguir para las enajenaciones de bienes eclesisticos. Lo realmente grave era el dictamen adjunto, emitido por el abogado catlico de la ACNP Rafael Marn Lzaro, sobre la mejor manera de salvar los valores, de dejar fuera de peligro los inmuebles y de invertir con seguridad el capital. Aconsejaba, entre otras cosas, las ventas ficticias de los bienes inmuebles a personas interpuestas y la evasin de bienes muebles, especialmente adquiriendo Deuda Pblica francesa o inglesa, preferible a la espaola. Al trascender el suceso, las reacciones de ambos lados fueron apasionadas: las derechas catlicas protestaban por la detencin arbitraria del doctor Echeguren (por ms que ste, puesto en libertad rpidamente, pudo ir el 16 de agosto a Francia a conHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 24

tarles a los dos obispos desterrados su tropiezo); las izquierdas anticlericales aireaban con indignacin el contenido de los documentos. La correspondencia de Vidal i Barraquer, recientemente publicada, permite apreciar hasta qu punto este incidente perjudic las negociaciones, de las que inmediatamente hablaremos, con las que se trataba de llegar a un acuerdo entre la Iglesia y la Repblica. Vidal i Barraquer se siente en el deber de escribir a Alcal Zamora protestando por la detencin y ocupacin de documentos reservados, pero escribe a la vez a Roma desolado por la imprudencia de Segura, que compromete as a la Santa Sede. Alcal Zamora le contesta denunciando la desatentada conducta de los que juegan a la cuarta guerra civil, aadiendo: No s desde qu punto de vista es ms condenable tal imprudencia, si desde el nacional o desde el religioso. Se quejaba tambin de que, al estar fechado el dictamen de Marn Lzaro el 8 de mayo, o sea antes de la quema de conventos, revelaba un plan anterior que ningn pretexto justificaba. Aquel dictamen implicaba un grave ataque al crdito y a la Hacienda de la Repblica, mediante actos delictivos y fraudulentos. Lo grave, para l, era que Segura deca atenerse a instrucciones de la Santa Sede. El equvoco escribe a Vidal i Barraquer no puede continuar: o bien el Papa est de verdad solidarizado con la actitud del cardenal, y entonces toda conciliacin hceseme imposible, o el cardenal es el solo responsable, y entonces la desautorizacin ha de ser precisa y visible, a fin de que desaparezca todo obstculo a las buenas relaciones entre Roma y la Repblica. El Gobierno deliber sobre el asunto el 18 de agosto. Algunos ministros queran que el Gobierno formulara querella ante el Tribunal Supremo contra el cardenal primado por los delitos de contrabando y fraude fiscal, pero Alcal Zamora logr evitarlo hacindoles ver que el proceso exigira el retorno del cardenal y que de acusado se convertira en mrtir, que era precisamente lo que quera l y no convena a la Repblica. Finalmente se acord limitarse a suspender las temporalidades o haberes a Segura y Mgica, presentar una nota de protesta formal ante el nuncio y dictar un decreto que prohiba a las entidades eclesisticas la venHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 25

ta de sus bienes. Pero la Consecuencia ms grave fue la creacin de una hostilidad creciente en las Cortes y la exigencia irreductible, de parte del Gobierno, de la dimisin del cardenal Segura como condicin sine qua non y previa para toda negociacin. Intentos de "ralliement" El 14 de setiembre de 1931 tuvo lugar en casa de don Niceto Alcal Zamora una reunin para tratar de llegar a un acuerdo. De parte de la Iglesia asistan el nuncio, Federico Tedeschini, y el cardenal Vidal i Barraquer, presidente de la conferencia de metropolitanos. De parte de la Repblica estaban el presidente, Alcal Zamora, y el ministro de Justicia, Fernando de los Ros, socialista pero comprensivo: El serfico santo laico antimarxista, como le llamaba Largo Caballero. Los Puntos de conciliacin a que se lleg en aquel encuentro pueden resumirse as: 1. Reconocimiento de la personalidad jurdica de la Iglesia, del libre ejercicio privado y pblico del culto, y de la propiedad y uso de sus bienes. 2. Convenio entre la Repblica y la Santa Sede. La mayora de los ministros aceptaban la forma de concordato, pero Fernando de los Ros slo admita un modus vivendi. 3. Respeto a las congregaciones religiosas y a sus bienes, al menos los actualmente posedos, aunque con sujecin a las leyes actuales. Pero Alcal Zamora y De los Ros hacan constar expresamente el riesgo de que los extremistas excluyeran de esta garanta la Compaa de Jess, si bien ellos se comprometan a defender personalmente ante el Parlamento este punto. 4. Plena libertad de enseanza, o sea que todo espaol, por s o por medio de cualquier asociacin sin excepcin alguna, pueda crear, sostener y regir establecimientos docentes, sometidos a la inspeccin del Estado en cuanto a la fijacin de un plan mnimo de enseanza, expedicin de ttulos profesionales y salvaguardia de la moralidad, higiene y seguridad del Estado.Hilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 26

5. En cuanto al presupuesto del culto y clero: conservar los derechos adquiridos por todo el personal eclesistico en aquel momento en nmina, y amortizacin de dichas partidas a medida que las vacantes se fueran produciendo, de modo que nadie ms entrara en nmina. Supresin de la subvencin de culto y consignacin de una subvencin global para conservacin y reparacin de edificios histricos y artsticos. 6. En cuanto al divorcio, Alcal Zamora lo rechazaba, en tanto que Fernando de los Ros anunci que defendera en el Parlamento el divorcio vincular y el no reconocimiento de efectos civiles al solo matrimonio cannico, pero ambos convenan en que, aunque difcilmente se podra impedir que la Cmara adoptara el divorcio, trataran de obtener que este extremo no se incluyera en la Constitucin, sino en una ley especial; por este motivo dice el documento se excluye del contenido de garantas este extremo. Es de justicia reconocer, en este convenio secreto, el serio esfuerzo que ambas partes hicieron para llegar a una coexistencia pacfica. De parte de los representantes de la Iglesia hay un laudable realismo, que les lleva a aceptar el sacrificio de privilegios econmicos y de la confesionalidad del Estado; se insiste slo en salvaguardar la libertad de la Iglesia para su accin pastoral, que se apoya en el culto, las congregaciones religiosas y la escuela confesional no subvencionada. Este acuerdo fue sometido, por parte de la Iglesia, a la ratificacin de la conferencia de arzobispos, y de parte de la Repblica a la del consejo de ministros, que el 20 de setiembre lo aprob por once votos contra uno: el de Indalecio Prieto. Opinaba este ministro socialista, como l mismo ha expuesto posteriormente, que con aquellos recortes a los privilegios de la Iglesia no se haca ms que araarla, y los araazos, siempre superficiales, suelen irritar mucho ms que las pualadas. Pero incluso despus de esta doble aprobacin la de los metropolitanos y la de los ministros los Puntos de conciliacin convenidos a los cinco meses de proclamada la Repblica no eran ni mucho menos un concordaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 27

to. Ni siquiera tenan fuerza de obligar inmediatamente, pues eran tan slo, por parte de la jerarqua eclesistica, el compromiso de no protestar por lo que Prieto llamaba araazos y de exhortar a los fieles a aceptarlos, y por parte del Gobierno provisional de la Repblica la promesa de presentar a las Cortes Constituyentes, cuando se discutiera el articulado referente a la cuestin religiosa, un texto que se atuviera a lo convenido. Al tratarse de un acuerdo reservado, la eficacia dependa del esfuerzo y del acierto con que cada uno de los ministros comprometidos trabajara, en el mbito de su propio partido varios de los ministros eran a la vez jefes de partido, para arrastrar los votos de suficientes diputados en la deliberacin constitucional. Pero para imponer a sus respectivos partidos una solucin moderada, los ministros exigan tajantemente un gesto previo de parte de la Santa Sede: la remocin del cardenal Segura. La dimisin del cardenal Segura Uno de los puntos de discrepancia entre los dos cardenales primados, Segura y Vidal i Barraquer, era que el primero pretenda dirigir por s y ante s toda la Iglesia espaola, mientras el segundo insista en la necesidad de una direccin colegiada, mediante la Conferencia de arzobispos metropolitanos, con lo que daba un paso importante hacia las conferencias episcopales con las atribuciones que posteriormente el Vaticano II les ha conferido. Segura tomaba decisiones y formulaba declaraciones en nombre de todo el episcopado, y peda la ratificacin a posteriori, o con un plazo de tiempo tan corto que no dejaba espacio para expresar reparos. Adems, el cardenal de Toledo se presentaba no slo como prelado de esta sede primada, sino tambin como delegado pontificio para la Accin Catlica y, como tal, portavoz autorizado de la Santa Sede. A ello se aada la pblica y notoria enemistad personal entre el nuncio Tedeschini y el cardenal Segura. As, mientras el criterio de Secretaria de Estado, de Nunciatura y de la Comisin de metropolitanos, presidida desdeHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 28

la salida de Segura por Vidal i Barraquer, era de buscar el entendimiento con la Repblica, Segura, apoyndose en una minora de obispos integristas, como Gom e Irurita, y en contacto con dirigentes polticos de la extrema derecha, propugnaba la intransigencia y trataba de provocar la ruptura. Una campaa derrotista contra el rgimen republicano vaticinaba la inminente cada del Gobierno y la restauracin de la monarqua. Como deca Jos M. de Urquijo, director-propietario de La Gaceta del Norte, Para qu pactar con la Repblica, si dentro de un mes todo se habr derrumbado? Estos elementos integristas identificaban la causa del cardenal Segura desterrado con la de la Iglesia. Es significativo que, al producirse el escndalo de los documentos comprometedores intervenidos en la frontera, el Gobierno trat de evitar el escndalo y Alcal Zamora se neg a entregarlos al diputado Leizaola que se los peda, y en cambio fue el peridico integrista El Siglo Futuro el que los divulg, y de all pasaron a toda la prensa espaola. Segn escriba Vidal i Barraquer al cardenal Pacelli, no es ignorado que aquella publicacin de El Siglo Futuro es consecuencia de la visita del jefe integrista seor Senante al seor cardenal [Segura] pocos das antes de la referida publicacin. Hace notar asimismo Vidal i Barraquer las campaas emprendidas en torno a la persona y actos del cardenal Segura por peridicos monrquicos, antes poco interesados en asuntos religiosos, y que ahora se complaceran en la lucha abierta entre el Gobierno y la Iglesia, para hacerla servir como catapulta contra la Repblica. Por ello, el 15 de setiembre escriba Vidai i Barraquer a los metropolitanos exhortndoles a concordar la accin pastoral con la diplomtica, es decir, a adherirse a la lnea emprendida por la Nunciatura y la comisin negociadora. La polica vigilaba a Segura en su exilio, y conoca muy bien los contactos que mantena con conspiradores y monrquicos. Por ello el Gobierno haba advertido al nuncio y a Vidal i Barraquer que si la cuestin religiosa se debata en las Cortes antes de que se hubiera producido la renuncia del cardenal Segura, seriaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 29

imposible hacer cumplir los Puntos de conciliacin y la Constitucin que se aprobara sera mucho peor para la Iglesia. No se podra evitar la ruptura, y esto era precisamente lo que las derechas extremistas queran provocar. Segn los clculos que haca Vidal i Barraquer, no pasaban de 70 sobre 476, los votos seguros a favor de la frmula conciliatoria representativos de un criterio personal y firme; el resto, hasta la necesaria mayora, haba que lograrlos del influjo de los ministros a travs de la disciplina de los partidos. En cuanto a sostener la llamada tesis catlica, o sea la confesionalidad del Estado y la situacin de privilegio para la Iglesia, slo la sostendran la minora vasco-navarra y la agraria. El Vaticano siempre ha procedido sin prisas cuando se le pide la remocin de obispos, sobre todo si la juzga injusta. En este caso, aunque el nuncio y Vidal i Barraquer la tuvieron por injusta, la consideraban necesaria y urgente. Para ganar tiempo, se logr que el artculo 3 del proyecto de Constitucin, que estableca la laicidad del Estado, se discutiera ms tarde, junto con el artculo 24 (26 del texto definitivo), que tratara ms especficamente de la cuestin religiosa. Pero se prevea un desastre si a finales de setiembre,cuando se iniciara el debate religioso, Segura era an titular de Toledo. El nuncio en Paris, monseor Maglione, fue finalmente a Tarbes, donde se encontraba el cardenal Segura, a pedirle de parte del Papa el sacrificio de la renuncia voluntaria. Segura le contest que se lo pidiera por escrito. Maglione se resista, pero ante la insistencia del interesado redactaron un documento en el que Segura renunciaba a la sede primada de Toledo, pero haciendo constar que lo haca porque entiende que son para l los deseos de Su Santidad rdenes, y no por voluntad propia. Adems, escribi otro documento dirigido al Papa por el que renunciaba al cardenalato. Po XI le llam a Roma y logr que, para evitar mayor escndalo, rompiera la renuncia al cardenalato, pero al pedirle luego que modificara el otro documento y presentara su renuncia como voluntaria, Segura le contest que estaba dispuesto a obedecerle, pero que aquello sera mentir, y l no podaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 30

hacerlo. El 30 de setiembre el nuncio comunic oficialmente al cabildo de Toledo la renuncia de su arzobispo. Sin embargo, la renuncia de Segura no bast para calmar los nimos, encrespados por el fanatismo de unos y el sectarismo de otros. La cuestin religiosa se plante finalmente ante las Cortes en un clima nada propicio a la serenidad, y los Puntos de conciliacin quedaron en papel mojado. La semana trgica de la Iglesia espaola Vctor Manuel Arbeloa titula La semana trgica de la Iglesia en Espaa su libro, dedicado a los siete ltimos das del debate parlamentario de la cuestin religiosa. El 29 de setiembre pudo ser rechazada, por escasa mayora de votos (113/82), una enmienda pre sentada por Eduardo Barriobero, Ramn Franco Bahamonde y otros cinco diputados anticlericales la cual, entre otras cosas, pretenda que el voto de obediencia religiosa fuera causa de la prdida de la nacionalidad espaola. Sin ir tan lejos, el dictamen de la comisin redactora, presidida por el socialista Jimnez de Asa y con mayora de este partido, declaraba disueltas todas las rdenes religiosas y nacionalizaba todos sus bienes. Algunas personalidades moderadas, como Amadeo Hurtado diputado cataln independiente, amigo personal de Azaa, Maci y Vidal i Barraquer, lograron que la comisin redactora modificara el proyecto, aproximndolo a los Puntos de conciliacin, pero los socialistas hicieron voto particular de la redaccin anterior, defendida ante las Cortes por Jimnez de Asa con un discurso violento y sectario. Fue entonces noche del 13 al 14 de octubre de 1931cuando intervino Manuel Azaa con el discurso ms importante de aquel debate, y segn algunos de su carrera poltica. Gil Robles escribe en sus memorias que es el discurso ms sectario que oyeron las Cortes Constituyentes. Vidal i Barraquer, en cambio, informando a Roma, deca que la intervencin de Azaa, que con algunas concesiones logr que los socialistas retiraran su voto particular, haba sido el lazo de unin deHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 31

los republicanos hacia una frmula no tan radical como el dictamen primitivo. Para llegar a la unin de los republicanos, evitando as un mayor desastre a la Iglesia, Azaa habl en trminos algo demaggicos, como la famosa frase Espaa ha dejado de ser catlica. Defendi, incluso con rasgos de humor, la existencia de comunidades religiosas inofensivas, as como las modestas actividades con que se pudieran ganar el sustento, pero propuso, como exigencia de la salud pblica, la disolucin inmediata de la Compaa de Jess y la seguridad de que la enseanza no seguira en manos de las rdenes religiosas. Entre los ministros, slo Maura y Alcal Zamora se mantuvieron plenamente fieles al acuerdo secretamente convenido con la jerarqua eclesistica. Alcal Zamora baj del banco azul y desde un escao de simple diputado proclam, con toda la vehemencia de su oratoria castelarina, que el dictamen de la comisin no era la frmula de la democracia, no era el criterio de la libertad, no era el dictado de la justicia. Algunos aos ms tarde lo comentaba as: Todo estaba perdido para la conciliacin, para la paz (...). Aquella sesin, desde el atardecer del 13 hasta la madrugada del 14 de octubre de 1931, fue la noche triste de mi vida (...). El espritu violento de mayo alcanzaba formas de expresin legal. Los dos ministros catlicos dimitieron irrevocablemente cuando el artculo 26 de la Constitucin fue aprobado en los trminos propuestos por Azaa: se prohiba a las entidades pblicas (Estado, regin, provincia, municipio) todo auxilio econmico a las iglesias; el presupuesto del clero se extinguira en el plazo mximo de dos aos; bajo el circunloquio de aquellas rdenes religiosas que estatutariamente impongan, adems de los votos cannicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legtima del Estado, se declaraba disuelta la Compaa de Jess y nacionalizados sus bienes; para las dems congregaciones religiosas se sentaban las bases de una futura ley especial que controlara severamente su economa y les prohibira ejercer la industria, el comercio y lo ms doloroso para le Iglesia la enseanza.Hilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 32

Con esta aprobacin del artculo 26 de la Constitucin poda darse ya por liquidada como dice R. Carr toda posibilidad de solucin negociada y armoniosa de la absolutamente decisiva cuestin religiosa, solucin que haba sido la aspiracin principal del catolicismo liberal. No slo fracasaba el intento de ralliement de la Iglesia con la Repblica, sino que con la Constitucin y las leyes y dems disposiciones ulteriores que la aplicaban, se empujaba a la Iglesia espaola, ya de suyo proclive a la derecha, a identificarse con los sectores ms reaccionarios del pas. Uno de los mejores especialistas en la historia de las derechas espaolas, Richard A. H. Robinson, ha escrito que el error cardinal de Azaa y de sus partidarios fue lanzar primero un ataque frontal contra la Iglesia, ya que esto permiti a los adversarios de la reforma social y de la descentralizacin vincular sus intereses a la causa de la religin. Pero no podemos terminar este captulo, dedicado a los aos de la Repblica como prembulo de la guerra civil, sin exponer dos puntos: la actitud serena que una minora del episcopado, encabezada por el cardenal Vidal i Barraquer, sigui manteniendo cuyo exponente ms relevante es la declaracin colectiva de diciembre de 1931 y la reaccin del nacionalcatolicismo dirigida a desencadenar la guerra santa. La declaracin colectiva del episcopado (20 diciembre 1933) Es creencia general que Po XI era ms liberal que su secretario de Estado, el cardenal Pacelli. El archivo de Vidal i Barraquer, y la documentacin e informacin que con l han sacado a la luz pblica Batllori y Arbeloa, convencen ms bien de lo contrario. Po XI era autoritario por temperamento, si bien los conflictos con los nazis y los fascistas le llevaron a posiciones polticas bastante liberales. En cuanto a Pacelli, su actuacin desde la Secretara de Estado con respecto a la Repblica espaola fue ms propensa al entendimiento que la del Papa. No es raro que un Papa y su secretario de Estado no coincidan enteramente, no slo por diferencias personales sino por razn del cargo. El PapaHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 33

ha de velar por la integridad de la fe y la salvaguarda de los principios, mientras que el secretario de Estado, enfrentado a realidades polticas concretas, ha de sacar partido con realismo de las situaciones de hecho y tratar de crear en ellas espacios de libertad para que la Iglesia cumpla su misin. Ms de una vez una misma persona al pasar de Secretara de Estado al Sumo Pontificado ha cambiado de ptica, evolucionando digmoslo en trminos exagerados y simplistas del oportunismo al integrismo. Uno de los documentos ms curiosos del archivo Vidal i Barraquer es el Dictamen de un grave telogo, mediante el cual Po XI hizo llegar a los obispos espaoles unas consignas mucho ms rgidas que las oficialmente propugnadas por la Santa Sede, transmitidas por la Secretara de Estado, apoyadas por la Nunciatura y tenazmente defendidas por Vidal i Barraquer. El 2 de noviembre de 1931 los sacerdotes Llus Carreras y Antoni Vilaplana, enviados por Tedeschini y Vidal i Barraquer para informar a la Santa Sede, fueron recibidos en Secretaria de Estado con el mayor inters y comprensin. La poltica conciliatoria era expresamente alentada. Pero aquel mismo da, dos pisos ms arriba, el Papa dictaba al padre Enrique de Carvajal, delegado extraordinario del general de los jesuitas para los asuntos de Espaa, seguramente sin consultar con el cardenal Pacelli, el documento citado, que empezaba as: Dictamen de un grave telogo sobre cmo hay que interpretar aquellas palabras del Padre Santo a los catlicos espaoles merced al concurso de todas las buenas energas y por las vas justas y legtimas: Desautorizando implcitamente la actitud oficial adoptada por la Iglesia ante la Repblica, el documento ordenaba: Que los obispos no estn ms tiempo callados, antes de modo claro (...) enseen y amonesten los fieles, a fin de que conozcan con precisin los males que amenazan a la Iglesia o que ya la oprimen, y procuren impedirlos cuanto sea posible, pasiva y activamente, por todos los medios lcitos. Los obispos deban exhortar a todos los fieles a sumarse a la campaa de revisin de la Constitucin, protestar cada vez que se intentara algo contra la Iglesia, promover actos externos, en los templos y si fuera posible tambin fuera de ellos, talesHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 34

como actos de reparacin y rogativas, condenar la mala prensa y promover la buena y, finalmente, si por estas cosas algn obispo fuere castigado por el Gobierno, los dems acudan en su favor, solidarizndose con l. Si, de manera semejante, algn sacerdote o seglar fuere condenado injustamente por el Gobierno, que los obispos lo defiendan. Vidal i Barraquer y los dems metropolitanos quedaron desagradablemente sorprendidos por este documento, tanto por el contenido como por el conducto irregular por el que les llegaba, pero no dudaron de su autenticidad y lo acataron respetuosamente por venir de quien saban que vena. Es posible que, despus de lo ocurrido con los documentos de Segura intervenidos al vicario general de Vitoria dos meses y medio antes, el Papa adoptara esta forma para no encontrarse personalmente comprometido si sus consignas caan en poder del Gobierno. En todo caso, en la conferencia de metropolitanos reunida en Madrid del 18 al 20 de noviembre, el Dictamen de un grave telogo pesaba sobre los debates de los arzobispos. Decidieron que, cuando la Constitucin hubiese sido enteramente aprobada, publicaran un documento colectivo del episcopado protestando por la legislacin sobre la escuela laica, el divorcio, las rdenes religiosas y la tributacin de bienes eclesisticos. Obedientes tambin a la consigna superior, aprovecharan la prxima fiesta de la Inmaculada y otras para intensificar los actos de culto externos y las peregrinaciones a los lugares de mayor veneracin popular para rogar por el bien de la Iglesia en Espaa. Adems de enviar a Roma las actas de la Conferencia de metropolitanos para su aprobacin segn el procedimiento usual, los metropolitanos enviaron al Papa, el 7 de diciembre, una carta de carcter ms reservado que era como una defensa colectiva ante el Dictamen de un grave telogo. En ella, tras un anlisis realista de la situacin espaola, concluan que mientras durara la legislatura de aquellas Cortes no sera posible una rectificacin de la Constitucin o de la legislacin contraria a la Iglesia. Venan a decirle al Papa que ya estaban haciendo todo lo que podan: Para que el movimiento catlico se desarrollara eficazmente, nada hemos omitido, inclusoHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 35

la paciencia silenciosa y la intervencin moderadora, a fin de neutralizar el extremismo integrista, antiguo defecto espaol, el cual pretenda perturbar la campaa revisionista con radicalismos derrotistas y, con riesgo de la divisin de los catlicos, desvirtuaba el prestigio de los mejores adalides de aquella causa, sin detenerse siquiera en la crtica ante la misma dignidad del representante del Papa. En cuanto al Dictamen, que les haba llegado por manos del comisario general de la Compaa de Jess en Espaa, decan que por no haber tenido confirmacin oficial de su autenticidad no le haban dado estado oficial en la Conferencia, pero lo haban tenido presente tal como aconseja la prudencia y permite la realidad, en evitacin de mayores males y consecucin de los posibles bienes. Para la elaboracin de la carta colectiva que los metropolitanos haban decidido publicar, Vidal i Barraquer se sirvi, como de costumbre, del sacerdote Llus Carreras. De este documento, que lleva la fecha de 20 de diciembre de 1931, dijo Unamuno que era el de ms categora que durante un siglo haba salido de la pluma del episcopado espaol, y Muntanyola lo ha calificado de carta magna del episcopado espaol durante la Segunda Repblica. Los obispos elevaban una firme protesta y reprobacin colectiva ante el atentado jurdico que contra la Iglesia significa la Constitucin promulgada, dejando sentado su derecho imprescriptible a una reparacin legislativa. Aplicando al caso de Espaa la doctrina comn de la Iglesia, expresada sobre todo en las encclicas de Len XIII (tan denigradas por los integristas), insistan en el acatamiento a la Repblica: Un buen catlico, en razn de la religin por l profesada, ha de ser el mejor de los ciudadanos, fiel a su patria, lealmente sumiso, dentro de la esfera de la jurisdiccin, a la autoridad civil legtimamente establecida, cualquiera que sea la forma de Gobierno. Distinguan entre el poder constituido y la legislacin: acatando el primero, los catlicos deberan esforzarse, por las vas legtimas, en obtener la revisin de las leyes injustas. Por lo dems, advertan que en el orden estrictamente poltico no se debe en manera alguna identificar ni confundir a la Iglesia con ningn partido, ni utilizar el nombre deHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 36

la religin para patrocinar los partidos polticos, ni subordinar los intereses catlicos al previo triunfo del partido respectivo, aunque sea con el pretexto de parecer ste el ms apto para la defensa religiosa. Es necesario superar la poltica, que divide, por la religin, que une. Lo bueno y honesto que hacen, dicen y sostienen las personas que pertenecen a un partido poltico, cualquiera que ste sea, puede y debe ser aprobado y apoyado por cuantos se precien de buenos catlicos y buenos ciudadanos: La abstencin y la oposicin a priori son inconciliables con el amor a la Religin y a la Patria. Cooperar con la propia conducta o con la propia abstencin a la ruina del orden social, con la esperanza de que nazca de tal catstrofe una condicin de cosas mejor, sera actitud reprobable que, por sus fatales efectos, se reducira casi a traicin para con la Religin y la Patria. Reaccin del nacionalcatolicismo La catstrofe previa era precisamente lo que la extrema derecha predicaba. En la revista Accin Espaola, fundada, segn explica Felip Bertran i Gell, con la misin expresa de recoger y divulgar textos de grandes pensadores sobre la legitimidad de una sublevacin, empez a elaborarse y a divulgarse una teologa de la revolucin. All, Eugenio Vegas Latapie public, entre 1931 y 1932, un serial en seis entregas titulado Historia de un fracaso: el ralliement de los catlicos franceses a la Repblica, recopilado luego en el libro Catolicismo y Repblica. Un episodio de la historia de Francia (Madrid, 1932), para demostrar que el sacrificio que los monrquicos franceses hicieron de sus preferencias polticas en obsequio a las consignas de Len XIII result estril y hasta perjudicial para los intereses tanto de Francia como de la Iglesia. En todo caso, las consignas pontificias eran para Francia, y Espaa es diferente. Tambin en Accin Espaola escriba Jorge Vign elogiando la firme actitud de Hitler ante la Santa Sede: En Alemania no se har poltica vaticanista, sino alemana. Hitler habr recordado quiz ms de una vez la frase de O'Connell: "Our faithHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 37

from Rome, our policy from home". El cenculo de los obispos integristas no andaba muy lejos del grupo de Accin Espaola. Segura y Gom se expresan en su correspondencia en trminos muy despectivos, cuando no vulgares, al hablar del Papa, del nuncio o del cardenal Vidal i Barraquer. Segn su clave, Ultramar es Roma, Tribuna el Parlamento, Honor el culto, Seleccin las rdenes religiosas, Stok los bienes eclesisticos, palacios episcopales o casas rectorales, Cruz el cardenal Segura, Catal Vidal i Barraquer y Gestor el Gobierno. El 23 de julio de 1933 Gom visit a Segura en Anglet (Pas Vasco francs). Juzg tan importante las cosas que su predecesor en la sede toledana le dijo que, inmediatamente despus de la entrevista, las puso por escrito y las encerr en un sobre con esta indicacin: Reservadsimo y de conciencia. Para el caso de morir sin haberse utilizado estas notas, mis herederos vendrn obligados a echarlas al fuego, cerradas como. van. Pese a tantas precauciones, en julio de 1936, en el registro del palacio arzobispal de Toledo, el Sobre fue hallado y su contenido publicado en Francia. Vale la pena transcribir algunos pasajes: El Papa es un hombre fro y sin afeccin, fro y calculista. Tiene sus simpatas por Catalua porque le recuerda los viejos tiempos de poltico liberalizante, cuando aspiraba a la unidad italiana sin perder la autonoma de las regiones. Las concomitancias y buenas relaciones con el de Tarragona las explica [Segura] por la simultaneidad de nombramiento cardenalicio. Tiene recuerdos de Barcelona por haber tenido all un hermano con algn negocio. La poltica republicanizante del Papa con respecto a Espaa, en cuya rbita han entrado de lleno el nuncio y Herrera con sus huestes, se debe a su criterio de que hay que estar siempre bien con todos los gobiernos. Obsesionaba a Segura la primaca de Toledo; no slo defenderla, sino tambin impedir que Tarragona siguiera ostentando su antiqusimo ttulo de Sede primada. Gom, como cannigo de Tarragona, haba jurado defender este rango, tal como hacan voluntariamente todos los que entraban en aquel cabildo. SeguraHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 38

le exhorta ahora a olvidar la primaca de Tarragona y defender tan slo la de Toledo, as como a prescindir de la conferencia de metropolitanos y dirigir personalmente la Iglesia de Espaa: Hace aos trata Tarragona de destruirla [la primaca de Toledo]. Cree [Segura] que fue invencin desgraciada de Reig lo de los metropolitanos (...). La tendencia de Toledo debe ser que el nuncio quede relegado a su condicin de diplomtico, no asumiendo la direccin de los negocios de la Iglesia de Espaa, separando as la gestin ministerial, que es de los obispos, de la propiamente diplomtica. Le repuse aqu que todo viene del excesivo romanismo que ha predominado entre los obispos espaoles, a lo que asiente, en el sentido de que se considera al nuncio como al mismo Papa y todo el mundo se le rinde; aadiendo que en ningn pas del mundo el nuncio tiene la importancia y las atribuciones que en Espaa. Gom haba sido compaero de seminario, en Tarragona, de Vidal i Barraquer. En 1927 haba sido designado obispo de Tarazona, desde cuya sede se manifest en trminos muy poco favorables contra la proclamacin de la Repblica. Sin embargo, al convocarse las elecciones para las Cortes Constituyentes de junio de 1931 intent presentarse como candidato a diputado republicano autonomista por Tarragona, para lo cual pidi al cardenal arzobispo, Vidal i Barraquer, el necesario permiso. Le contest que no le prohiba presentarse, pero que pensara en las consecuencias negativas que una derrota tendra, tanto en Tarragona como en Tarazona. Gom tante a algunos polticos locales, entre otros Joan Baptista Roca i Caball que entonces era tradicionalista y en noviembre siguiente sera uno de los fundadores de la Uni Democrtica de Catalunya, y finalmente desisti. El 12 de abril de 1933 haba sido designado para la sede de Toledo, vacante desde que, ao y medio antes, haba presentado el cardenal Segura su forzada renuncia. Tanto los obispos integristas como los polticos de la extrema derecha coincidan en creer necesaria la catstrofe previa. No consideraron positivo el triunfo de la derecha moderada, la CEHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 39

DA dirigida por Gil Robles y Angel Herrera, en las elecciones del 19 de noviembre de 1933 y, en el fondo, se alegraron de su derrota en las elecciones del 16 de febrero de 1936, porque era el fracaso de la va legal y ganaba adhesiones para la solucin violenta. La CEDA no era un partido poltico, y menos un partido democristiano, sino como su nombre indica (Confederacin Espaola de Derechas Autnomas), una coalicin electoral constituida el 5 de marzo de 1933 de cara a las elecciones del noviembre siguiente, en la que se unieron diversos partidos y grupos. El principal era Accin Nacional, fundada por Angel Herrera y Gil Robles el 7 de mayo de 1931, recin nacida la Repblica, bajo el elocuente lema de Religin, Patria, Familia, Orden, Propiedad. El 29 de abril de 1932 tuvo que cambiar su nombre por el de Accin Popular, porque la Repblica prohibi el uso partidista del epteto nacional. La Secretara de Estado y la Nunciatura de Madrid favorecan abiertamente en unos trminos que hoy juzgaramos intolerables el aparato poltico manejado por Gil Robles, y hubieran querido que en torno a l se hiciera la unin de todos los catlicos; en tal sentido, por ejemplo, fueron presionados descaradamente unos nacionalistas vascos que en vfsperas de las elecciones de febrero del 36 fueron a Roma. Entenda la Santa Sede que ste era el mejor instrumento para potenciar la defensa de la Iglesia espaola por caminos pacficos y legales. El intento fracas porque, como estamos viendo, la extrema derecha catlica tena otros planes muy diferentes. Por esto no apoy a Gil Robles despus de su victoria, en noviembre del 33. A principios de 1934 escriba en Accin Espaola el capuchino Gumersindo de Escalante: Hemos leido un artculo publicado en La Croix, peridico catlico de Paris, dedicado a comentar la situacin espaola y ms particularmente la de los catlicos espaoles frente al rgimen republicano establecido en Espaa. El articulista, Len Merklen [religioso asuncionista, director del peridico; a finales de la guerra civil, como veremos, fue amonestado por el Osservatore Romano por haberse mostrado partidario de una paz negociada en Espaa], se limita casi exclusivamente a coHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 40

mentar el famoso artculo de El Debate "Los catlicos y la Repblica" [publicado el 15 de abril de 1931, acatando el nuevo rgimen], que tan vivas discusiones suscit en la prensa espaola (...). Los espaoles sabemos muy bien lo que tenemos que hacer con respecto a la Repblica, sin que ningn francs nos lo venga a ensear. Los catlicos espaoles reconoceremos a la Repblica como simple gobierno de hecho, y gracias. Por lo dems, sabemos perfectamente cmo naci este rgimen y los grados de legitimidad que puede alegar; sabemos tambin que el pueblo espaol no ha aceptado todava el rgimen, pues una parte, la ms sana, se ha mostrado siempre hostil, y otra parte muy numerosa se ha abstenido siempre de opinar. No se puede, por tanto, hablar de aceptacin del rgimen por parte del pueblo espaol, a no ser que el seor Merklen entienda por pueblo espaol ese absurdo conglomerado de socialistas, radicales, comunistas y anarquistas, que nos han gobernado durante dos aos mortales. Sin citar expresamente a Gil Robles, Julin Corts Cavanillas le amenazaba, siempre desde Accin Espaola, despus del triunfo electoral de noviembre del 33, en la jerga del ms tpico nacionalcatolicismo: No estn hoy los tiempos en el mundo, y sobre todo en Espaa, para hacer el cuco. No; hay que dar la hora y dar el pecho; hay nada menos que coger, al vuelo, una coyuntura que no volver a presentarse: La de restaurar la gran Espaa de los Reyes Catlicos y los Austrias. Por primera vez desde hace trescientos aos, ahora podemos volver a ser protagonistas de la Historia Universal. Si este gran destino no se cumple, todos sabemos a quines tendremos que acusar. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a ninguna complicidad, ni, por tanto, a un silencio cmplice y delictivo. No hay consideraciones, ni hay respetos, ni hay gratitud que valga. El dolor, la angustia indecible de que todo pueda quedarse en agua de borrajas, en medias tintas, en popularismos mediocres, en una especie de lerrouxismo con Lliga Catalana y Concordato, nosHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 41

dar, aun a los menos aptos, voz airada para el anatema y hasta la injuria. Yo, si lo que no quiero fuese, ya s a dnde he de ir. Ya s a qu puerta llamar y a quin sacando de amores, rabias he de gritarle: En nombre del Dios de mi casta; en nombre del Dios de Isabel y Felipe II, maldito seas! Gil Robles sera, pues, traidor al Dios de Espaa si con su mayora parlamentaria no exiga el Gobierno y desde el Gobierno no preparaba el golpe, para volver, no a la monarqua ms o menos liberal de los ltimos Alfonsos, sino a la monarqua absoluta de Isabel I y Felipe II. Del golpe se hablaba cada vez ms abiertamente, y se ironizaba, cuando no insultaba, acerca de los catlicos, obispos o laicos, que intentaban la conciliacin. Desengese deca el obispo Irurita a un periodista de Barcelona, de mentalidad abierta y social; lo que estn intentando es intil. Cristo necesita una espada! En 1935 publicaba Julin Corts Cavanillas un dursimo ataque a la CEDA y al Vaticano con su libro Gil Robles monrquico? Misterios de una poltica. En la portada se lea, sobreimpreso en rojo: Una poltica eclesistica. Una tctica. Historia del mal menor. El autor aireaba intencionadamente la historia de la renuncia del cardenal Segura. Nadie podra negar a ningn catlico dice Corts Cavanillas el derecho de opinar y aun de discutir y censurar la poltica religiosa que la Santa Sede desenvuelve en los diferentes paises donde los intereses espirituales estn dentro de su potestad y de su jurisdiccin. La poltica y la diplomacia no son artculo de fe, y ambas pueden ser falibles. Y en un manifiesto del movimiento Cruces de Sangre, imitacin de las Croix de Feu del coronel De la Rocque, fechado en Barcelona, abril de 1936, leemos : No hay ms derecho que la fuerza. Un empacho de juridicidad ha entenebrecido las inteligencias y ha preposterado las esencias de que dimana (...). Espaa ha de ser vindicada. Y lo ser; caiga quien caiga y sea como sea. Son a millares los voluntarios para acometer las empresas ms difciles. Son hombres: sin maysculas, pero con testculos (...). Toda explosinHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 42

de fuerza ha de ser deificada. Por esto en adelante ha de decirse: la santa dinamita, la santa pistola, la santa rebelda (...). Los misericordiosos, que nos perdonen, pero que tampoco se hagan cruces ni se sulfuren. El da que nuestra victoria sea un hecho, tambin recibiremos la felicitacin de relevantes padres. Pero desde luego no la aceptaremos de Tedeschini, ni de Mgica, ni de Barraquer. A estos a patadas los mandaremos a la Guinea. Eso s, con toda legalidad, con la ms escrupulosa legalidad; pero a patadas. Porque lo legal y lo ilegal, lo lcito y lo ilcito, lo discierne el que, por contar con ms fuerza, se ha encaramado en el poder. Y el poder como personificacin de un rgimen es cosa accidental como asevera la nueva moral cristiana de los Herrera y dems comparsa, y, por lo tanto, lo que se tiene por delito y pecado son cosas accidentales, que an podrn ser estimadas como altas virtudes, si los ladrones y los pecadores imponen su criterio. Viva el Estado totalitario corporativo. Repasando estos textos, y muchos otros parecidos que se podran igualmente transcribir, se llega a dar la razn al cannigo Carles Card cuando, al reconstruir en su Histoire spirituelle des Espagnes el hilo de los acontecimientos, se queja de que la confusin fue tal que los catlicos obedientes eran acusados de traicin hacia la religin, y concluye que la desobediencia a las consignas pontificias ha de ser contada entre las causas que agravaron la situacin y desembocaron en la guerra civil. A quienes Gil Robles y la CEDA traicionaron, ms que al Dios de Isabel y Felipe II, fueron a las encclicas pontificias, en las que decan que su programa se inspiraba. Al llegar al poder emprendieron una vergonzosa poltica reaccionaria. La tmida reforma agraria proyectada por Gimnez Fernndez (ala izquierda de Accin Popular) fue saboteada por el sector agrario de la CEDA, y el propio Gimnez Fernndez fue defenestrado del Ministerio de Agricultura. Se rebaj el salario mnimo fijado por la Repblica. Se derog la legislacin republicana sobre arrendamientos y se reanudaron los deshaucios. Como ministro de la Guerra, GilHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 43

Robles deshizo la reforma militar de Azaa y, con Franco de jefe del Estado Mayor Central, coloc en los lugares clave personas de confianza con las que por tres veces intent dar el golpe los semipronunciamientos de Gil Robles, los ha bautizado De la Cierva sin poderlo hacer por falta de ambiente favorable en los cuarteles. Y aunque en las elecciones de febrero del 36 se haba aliado con el anticlerical Lerroux para tener ms votos "vosotros siempre estis dispuestos a recibir al hijo prdigo; sobre todo si se trae el ternero, dir Bernanos, esto no impidi emprender desde el Gobierno una poltica clerical: En mi Ministerio de Justicia deca en 1968 Rafael Aizpn a Vctor Manuel Arbeloa, con la gran ayuda del padre Roma 5. J., sin contar con las Cortes, por medio de decretos normales, restituimos el 80 o 90 % de los bienes robados a la Iglesia. Desengaado por el fracaso de febrero del 36, y por todo lo que sigui, Gil Robles acept en principio, en abril del 36, un ltimo intento de evitar la guerra civil mediante el proyecto de los moderados de ambos bloques, Besteiro, Maura, Snchez Albornoz y Gimnez Fernndez. Se trataba de formar un gobierno de centro que comprendiera desde la derecha socialista de Besteiro y Prieto hasta la izquierda democristiana de Luca, para oponerse y combatir la demagogia fascista y antipopulista, segn cuenta Gimnez Fernndez. Pero, segn este poltico cristiano, el intento fracas, entre otras razones, por la presin a favor de la guerra civil en la derecha, donde la Juventud de Accin Popular, irritada por los atropellos de la extrema izquierda y la lenidad de los poderes pblicos, pasaba en oleadas al fascismo o a los requets, los financieros volcaban sus arcas en favor de quienes preparaban la rebelin y, finalmente, Gil Robles nos plante a finales de mayo a Luca y a m la imposibilidad de seguir prepararando la situacin centro, que realmente queramos muy pocos, pues la mstica de la guerra civil se haba apoderado desgraciadamente de la gran mayora de los espaoles. Poco despus all por el mes de junio, segn el general Mola; unas semanas antes del Alzamiento, segn Gil Robles,Hilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 44

habiendo tenido ste noticias de que aqul necesitaba con urgencia dinero para los gastos del golpe militar que preparaba, le hizo llegar discretamente medio milln de pesetas, remanente del fondo electoral de la reciente campaa de febrero, creyendo que interpretaba el pensamiento de los donantes de esa suma si la destinaba al movimiento salvador de Espaa (carta de Gil Robles a Mola, 29 diciembre 1936). Y no interpretaba mal.

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2 PRONUNCIAMIENTO O CRUZADA?

Propsitos iniciales del Alzamiento Contra lo que a veces se ha dicho, no es cierto que la guerra de Espaa fuera la de un ejrcito contra el pueblo en armas. Si hubo guerra civil fue porque un ejrcito y un pueblo lucharon contra un ejrcito y un pueblo. Cuando todo el ejrcito de una nacin se alza contra el Gobierno y el pueblo, no hay guerra. El tiempo heroico de las barricadas ya pas. El capitn Alberto Bayo el de la expedicin a Mallorcaescriba con razn que el pueblo desarmado es siempre vencido, ya que cuando contra ametralladoras se oponen solamente pechos ciudadanos, aunque stos vayan a la lucha con un valor heroico, los pechos salen siempre vencidos y ganan en todos los casos las ametralladoras. Como dice Ricardo de la Cierva, el Alzamiento triunf o fracas, sin excepciones, segn la resultante final de las fuerzas armadas en cada guarnicin. Las colaboraciones civiles fueron del todo secundarias, incluso las milicias, coro para la trageda, pero no protagonistas en ningn caso, ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en Navarra, ni en Valladolid. Y en julio de 1936 el ejrcito espaol se dividi: entre los altos mandos prevaleci la fidelidad a la Repblica, y en cambio entre la baja oficialidad, sobre todo los oficiales que acababan de salir de la Academia Militar que haba dirigido Franco, la conspiracin encontraba muchsimos adictos. De los ocho jefes de Divisin Orgnica (nombre dado por la Repblica a las Capitanas Generales), slo se sublev uno, y deHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 46

los veintin generales con mando de divisin slo se rebelaron cuatro. Adems, bastantes jefes que se haban retirado acogindose a las ventajosas condiciones que les ofreca la ley Azaa (podan hacerlo cobrando el sueldo ntegro del grado superior al que entonces tuvieran), parece ser que sentan nostalgia de la vida militar. Otro factor que hay que tener en cuenta es el descontento que entre los militares profesionales producan las desconsideraciones y aun vejaciones de que eran objeto, en la prensa y en la calle, por el imprudente antimilitarismo de las izquierdas, especialmente intensificado despus del 16 de febrero. Naturalmente, estas quejas o reivindicaciones de cuerpo no aparecen en los bandos de declaracin de estado de guerra que los generales sublevados en las distintas capitales promulgaron. Si recorremos estos bandos para encontrar en ellos los propsitos iniciales del Alzamiento, comprobaremos, tal vez con sorpresa, que en ninguno de ellos se invoca la motivacin religiosa. El primer punto en que todos los conjurados estaban de acuerdo era la represin de los nacionalismos peninsulares, y ante todo el cataln, que con grandes dificultades haba alcanzado un moderado rgimen de autonoma. Pero, como dice R. Carr, fue precisamente este xito poltico el que desencaden un proceso de alienacin de voluntades que al fin llegara a un punto crtico. La desilusin de intelectuales como Ortega y Gasset no era demasiado importante. Lo que realmente era importante eran las reservas que empezaron a expresar ciertos sectores del Ejrcito, por tradicin centralista. Ya la intentona del general Sanjurjo, en agosto de 1932, haba invocado la defensa de la unidad de Espaa, y Espaa una e indivisible fue tambin el grito del Ejrcito en 1936. Es curioso que la Junta de Barcelona fuera, en esto, relativamente moderada. Proyectaba una ley sobre autonomas regionales que establecera en lo administrativo, la mxima autonoma; en lo poltico ninguna. La declaracin de principios preparada dira: Ser respetuoso el Gobierno provisional con los usos y costumbres, fueros y foros, idiomas o dialectos de las regiones espaolas. Una vez estallada la guerra, el ambiente, en laHilari Raguer La Iglesia, 1936-1939 pg. 47

zona nacional, fue desde el comienzo no slo anticatalanista, sino netamente anticataln. Son incontables lo