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Diciembre 2010 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 22 DICIEMBRE 2010 JOSÉ LUPIÁÑEZ La imagen de Miguel Hernández A finales del pasado año, publicaba Juan Cano Ballesta su libro La imagen de Miguel Hernández (Ediciones de la Torre, Madrid, 2009), un texto que se anticipaba a las muchas celebraciones del centenario del nacimiento del poeta oriolano, con las que hemos venido rindiendo homenaje a su memoria y a la pervivencia de su obra sin- gular, apasionada y renovadora, entre nosotros. El subtítulo del mismo –Iluminando nuevas facetasresulta especialmente revelador y ajustado a la realidad del contenido, porque estamos ante un libro de ensayos, un libro plural, que se detiene en aspectos dispares relacionados con el escri- tor o con su trayectoria literaria y también de su tiempo, marcado por la inestabilidad social y el clima de enfrentamiento que desembocaría en la Guerra Civil. Un tiempo, por otro lado, avi- vado por la agitación de las vanguardias que empujaría hacia el compromiso ético y revolu- cionario a una gran mayoría de intelectuales y artistas y, entre ellos, como figura señera a Mi- guel Hernández. El Profesor Cano Ballesta, Catedrático Emé- rito de Literatura Española de la Universidad de Virginia, ha dedicado gran parte de su es- fuerzo a la investigación sobre el poeta, su obra y circunstancia. La bibliografía que le avala a este respecto es abundante y precursora. La poe- sía de Miguel Hernández (Gredos, Madrid, 1971, 2ª edición aumentada) supuso un acercamiento riguroso y una revelación objetiva del alcance y de la significación del legado hernandiano. A este libro imprescindible ha de sumarse un gran número de artículos, conferencias, ponencias, etc., sin olvidar las imprescindibles ediciones de algunos de los títulos más representativos del autor, con revisiones criticas del texto (El rayo que no cesa, Viento del pueblo...), o las selecciones antológicas de su producción poética (especial- mente Miguel Hernández, el hombre y su poesía, Cátedra, 2006, con veinte ediciones) a través de las cuales se han acercado a Miguel Hernández las últimas generaciones de estudiantes y profe- sores españoles y extranjeros, tanto de institu- tos como de facultades. Iluminar, iluminar en lo oscuro, parece el lema del profesor Cano Ballesta; iluminar los aspec- tos desconocidos de la vida, de la poesía, de los supuestos ideológicos o literarios que llevaron a Miguel Hernández a efectuar ese camino que va desde la imitación de los modelos clásicos a la conformación de una voz propia y de un uni- verso diferenciado y riquísimo. Los diecisiete trabajos que integran este libro vienen precedi- dos de un texto más personal de Cano Ballesta titulado «Mi aventura con Miguel Hernández (Recuerdos nostálgicos)», en donde se nos ofre- cen las razones emotivas que explican esta pa- sión por la obra del escritor oriolano. Una fas- cinación surgida inicialmente del misterio que rodea al escritor en los tiempos del franquismo, al tratarse de un autor silenciado, prohibido en el canon inamovible de la literatura de la época. En los cursos del bachillerato «no se nombraba a Miguel Hernández, como tampoco a otros muchos afamados escritores de las letras espa- ñolas», nos confiesa. A partir de ese misterio inicial, las referencias positivas y laudatorias sobre el poeta, que oye a algunos amigos, de manera confidencial, durante unas estancias es- tivales cerca del mar de Torrevieja, en los años cincuenta, despiertan su simpatía por el autor de El rayo que no cesa; una simpatía que, final- mente, le incitará, ayudado del consejo de un colega, a volcarse en el estudio del poeta y a decidirse a preparar su tesis doctoral sobre el mismo. Tras engolfarse en la edición de su Obra escogida (Poesía. Teatro) publicada en Aguilar en 1952, su determinación fue absoluta. A partir de ahí, una ejemplar labor investigadora le llevó a entrevistarse con distintos conocedores de la obra del creador y amigos del mismo, cuyo re- sultado fue el hallazgo de importantes docu- mentos (como el ejemplar de Perito en lunas de Andreu Riera, por ejemplo, con los títulos o te- mas de las octavas) y el conocimiento de prime- ra mano de novedosas revelaciones sobre el autor y su obra. Tales investigaciones dieron como fruto su tesis doctoral, presentada en ale- mán, y luego traducida al español y publicada en Gredos, en 1962, con el título La poesía de Miguel Hernández. Desde entonces hasta hoy sus estudios sobre el escritor alicantino no han cesado, y esta últi- ma aportación es buena prueba de ello, en tan- to que recoge «ensayos aparecidos a lo largo de cuatro décadas» que nos muestran la recepción, entendimiento y valoración de la obra del poeta «en momentos muy dispares de la historia de España». A pesar de la diversidad, el volumen nos ofrece una visión muy rica y panorámica del autor oriolano, ya que abunda en muchos de los aspectos clave del personaje y de su pro- ducción literaria, al tiempo que nos permite el acceso al corpus esencial de los ensayos del in- vestigador, recogidos aquí de manera casi antológica. En efecto, cuestiones tan interesantes como la implicación del poeta en «el debate cultural de los años treinta», en donde se pondera su relación, poco conocida, con el grupo de artis- tas de la Escuela de Vallecas y en especial con Benjamín Palencia, el escultor Alberto Sánchez o Maruja Mayo, o su papel como poeta en el frente, su activismo, su implicación personal, su movilidad incesante. O las claves que marcaron su evolución estética, desde un barroquismo tra- dicional a una poesía incardinada en su tiempo, entendida como vehículo de compromiso y tes- timonio; su «irrupción como dramaturgo en el ambiente laico de la II República»; su «Paisaje y mundo interior», que pasa de ser un referente estético, fuente de imágenes sensoriales, a con- vertirse en un referente emocional, marcado por el peso de lo humano; o su colaboración con Cossío como «biógrafo de toreros», son algu- nos de las temas que se estudian en primer lu- gar, con una prosa tan amena y matizada que los trabajos, sin perder un ápice de base cientí- fica, se leen con fruición y verdadero interés. Un apartado apasionante lo constituyen los capítulos dedicados a las amistades que impor- taron al poeta: la que «no llegó a madurar» con Lorca; el conocimiento y la relación con Neruda, tan crucial y transformadora, que le induce a «olvidar a Dios» y dar cauce a su poesía expansiva y libre de «aquel infierno de incensa- rios locos»… En la revisión de su vertiente «como crítico literario» se insiste a continuación en el análisis de estas impresiones, a raíz de la reseña sobre Residencia en la tierra, que escribió el poeta para los Folletones de El Sol. En pugna o contraste con la de Neruda, también aparece analizada su compleja y emotiva relación con Sijé, en el trasfondo de la crisis vivida por Mi- guel Hernández, entre pureza y revolución. La parte final del libro se centra, preferente- mente, en el compromiso del escritor, y aborda cuestiones como: su trabajo periodístico, o su labor agitadora de combatientes en las trinche- ras; su ejercicio de una «literatura de urgencia» que es obra de guerra, la de un «soldado de la España de las pobrezas»; sus interesantes prosas con pseudónimo en las revistas Frente Sur y Nuestra Bandera... Incluso se aportan fotos de una celebración de la toma del Santuario de la Cabeza en el frente de Jaén. Abundando en los matices de su compromiso, se añaden los lumi- nosos ensayos «La reflexión del poeta sobre el arte y la guerra» o «Miguel Hernández ante el Guernica de Picasso», así como se nos da noticia actualizada de la visión particular que de Euro- pa nos transmite Miguel Hernández, a raíz de su viaje a la Unión Soviética. Y esto es sólo lo más señero... Una idea oportuna, la de recoger estos ensayos que conforman, desde la plurali- dad de sus asuntos, una imagen más veraz, más exacta, más cercana, de un poeta imprescindi- ble, contradictorio y genial en aquel periodo conflictivo y dramático de nuestra historia; un poeta, en definitiva, que nos expresa a todos.

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Diciembre 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 22 DICIEMBRE 2010

JOSÉLUPIÁÑEZ

La imagen de Miguel HernándezA finales del pasado año, publicaba Juan Cano

Ballesta su libro La imagen de Miguel Hernández(Ediciones de la Torre, Madrid, 2009), un textoque se anticipaba a las muchas celebraciones delcentenario del nacimiento del poeta oriolano,con las que hemos venido rindiendo homenajea su memoria y a la pervivencia de su obra sin-gular, apasionada y renovadora, entre nosotros.El subtítulo del mismo –Iluminando nuevas facetas–resulta especialmente revelador y ajustado a larealidad del contenido, porque estamos ante unlibro de ensayos, un libro plural, que se detieneen aspectos dispares relacionados con el escri-tor o con su trayectoria literaria y también de sutiempo, marcado por la inestabilidad social y elclima de enfrentamiento que desembocaría enla Guerra Civil. Un tiempo, por otro lado, avi-vado por la agitación de las vanguardias queempujaría hacia el compromiso ético y revolu-cionario a una gran mayoría de intelectuales yartistas y, entre ellos, como figura señera a Mi-guel Hernández.

El Profesor Cano Ballesta, Catedrático Emé-rito de Literatura Española de la Universidadde Virginia, ha dedicado gran parte de su es-fuerzo a la investigación sobre el poeta, su obray circunstancia. La bibliografía que le avala aeste respecto es abundante y precursora. La poe-sía de Miguel Hernández (Gredos, Madrid, 1971,2ª edición aumentada) supuso un acercamientoriguroso y una revelación objetiva del alcance yde la significación del legado hernandiano. Aeste libro imprescindible ha de sumarse un grannúmero de artículos, conferencias, ponencias,etc., sin olvidar las imprescindibles ediciones dealgunos de los títulos más representativos delautor, con revisiones criticas del texto (El rayoque no cesa, Viento del pueblo...), o las seleccionesantológicas de su producción poética (especial-mente Miguel Hernández, el hombre y su poesía,Cátedra, 2006, con veinte ediciones) a través delas cuales se han acercado a Miguel Hernándezlas últimas generaciones de estudiantes y profe-sores españoles y extranjeros, tanto de institu-tos como de facultades.

Iluminar, iluminar en lo oscuro, parece el lemadel profesor Cano Ballesta; iluminar los aspec-tos desconocidos de la vida, de la poesía, de lossupuestos ideológicos o literarios que llevarona Miguel Hernández a efectuar ese camino queva desde la imitación de los modelos clásicos ala conformación de una voz propia y de un uni-verso diferenciado y riquísimo. Los diecisietetrabajos que integran este libro vienen precedi-dos de un texto más personal de Cano Ballestatitulado «Mi aventura con Miguel Hernández(Recuerdos nostálgicos)», en donde se nos ofre-cen las razones emotivas que explican esta pa-sión por la obra del escritor oriolano. Una fas-cinación surgida inicialmente del misterio querodea al escritor en los tiempos del franquismo,al tratarse de un autor silenciado, prohibido enel canon inamovible de la literatura de la época.En los cursos del bachillerato «no se nombraba

a Miguel Hernández, como tampoco a otrosmuchos afamados escritores de las letras espa-ñolas», nos confiesa. A partir de ese misterioinicial, las referencias positivas y laudatoriassobre el poeta, que oye a algunos amigos, demanera confidencial, durante unas estancias es-tivales cerca del mar de Torrevieja, en los añoscincuenta, despiertan su simpatía por el autorde El rayo que no cesa; una simpatía que, final-mente, le incitará, ayudado del consejo de uncolega, a volcarse en el estudio del poeta y adecidirse a preparar su tesis doctoral sobre elmismo. Tras engolfarse en la edición de su Obraescogida (Poesía. Teatro) publicada en Aguilar en1952, su determinación fue absoluta. A partirde ahí, una ejemplar labor investigadora le llevóa entrevistarse con distintos conocedores de laobra del creador y amigos del mismo, cuyo re-sultado fue el hallazgo de importantes docu-mentos (como el ejemplar de Perito en lunas deAndreu Riera, por ejemplo, con los títulos o te-mas de las octavas) y el conocimiento de prime-ra mano de novedosas revelaciones sobre elautor y su obra. Tales investigaciones dieroncomo fruto su tesis doctoral, presentada en ale-mán, y luego traducida al español y publicadaen Gredos, en 1962, con el título La poesía deMiguel Hernández.

Desde entonces hasta hoy sus estudios sobreel escritor alicantino no han cesado, y esta últi-ma aportación es buena prueba de ello, en tan-to que recoge «ensayos aparecidos a lo largo decuatro décadas» que nos muestran la recepción,entendimiento y valoración de la obra del poeta«en momentos muy dispares de la historia deEspaña». A pesar de la diversidad, el volumennos ofrece una visión muy rica y panorámicadel autor oriolano, ya que abunda en muchosde los aspectos clave del personaje y de su pro-ducción literaria, al tiempo que nos permite elacceso al corpus esencial de los ensayos del in-vestigador, recogidos aquí de manera casiantológica.

En efecto, cuestiones tan interesantes comola implicación del poeta en «el debate culturalde los años treinta», en donde se pondera surelación, poco conocida, con el grupo de artis-tas de la Escuela de Vallecas y en especial conBenjamín Palencia, el escultor Alberto Sánchezo Maruja Mayo, o su papel como poeta en elfrente, su activismo, su implicación personal, sumovilidad incesante. O las claves que marcaronsu evolución estética, desde un barroquismo tra-dicional a una poesía incardinada en su tiempo,entendida como vehículo de compromiso y tes-timonio; su «irrupción como dramaturgo en elambiente laico de la II República»; su «Paisaje ymundo interior», que pasa de ser un referenteestético, fuente de imágenes sensoriales, a con-vertirse en un referente emocional, marcado porel peso de lo humano; o su colaboración conCossío como «biógrafo de toreros», son algu-nos de las temas que se estudian en primer lu-gar, con una prosa tan amena y matizada que

los trabajos, sin perder un ápice de base cientí-fica, se leen con fruición y verdadero interés.

Un apartado apasionante lo constituyen loscapítulos dedicados a las amistades que impor-taron al poeta: la que «no llegó a madurar» conLorca; el conocimiento y la relación con Neruda,tan crucial y transformadora, que le induce a«olvidar a Dios» y dar cauce a su poesíaexpansiva y libre de «aquel infierno de incensa-rios locos»… En la revisión de su vertiente«como crítico literario» se insiste a continuaciónen el análisis de estas impresiones, a raíz de lareseña sobre Residencia en la tierra, que escribióel poeta para los Folletones de El Sol. En pugnao contraste con la de Neruda, también apareceanalizada su compleja y emotiva relación conSijé, en el trasfondo de la crisis vivida por Mi-guel Hernández, entre pureza y revolución.

La parte final del libro se centra, preferente-mente, en el compromiso del escritor, y abordacuestiones como: su trabajo periodístico, o sulabor agitadora de combatientes en las trinche-ras; su ejercicio de una «literatura de urgencia»que es obra de guerra, la de un «soldado de laEspaña de las pobrezas»; sus interesantes prosascon pseudónimo en las revistas Frente Sur yNuestra Bandera... Incluso se aportan fotos deuna celebración de la toma del Santuario de laCabeza en el frente de Jaén. Abundando en losmatices de su compromiso, se añaden los lumi-nosos ensayos «La reflexión del poeta sobre elarte y la guerra» o «Miguel Hernández ante elGuernica de Picasso», así como se nos da noticiaactualizada de la visión particular que de Euro-pa nos transmite Miguel Hernández, a raíz desu viaje a la Unión Soviética. Y esto es sólo lomás señero... Una idea oportuna, la de recogerestos ensayos que conforman, desde la plurali-dad de sus asuntos, una imagen más veraz, másexacta, más cercana, de un poeta imprescindi-ble, contradictorio y genial en aquel periodoconflictivo y dramático de nuestra historia; unpoeta, en definitiva, que nos expresa a todos.

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Diciembre 2010

2 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Semblanzas

Hay ciudades que gozaron de una dimensiónliteraria y hoy ya la han perdido, como es el casode Londres, que la tuvo durante la épocavictoriana y hasta los años treinta, París durantetodo el siglo XIX y casi hasta finales de la déca-da de los setenta o Madrid desde que llegaronAlarcón y Galdós a sus puertas hasta el fin de laguerra civil. Buenos Aires también ha conocidoesa inmensa suerte desde el periodo Modernista,cuando paseaban por sus calles LeopoldoLugones, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez oEnrique Larreta hasta nuestros días. Acerca delmagnífico retrato que hizo de la gran ciudadaustral en ese momento del Modernismo el es-critor Manuel Gálvez en su novela El mal meta-físico ya me ocupé en otro artículo.

Recuerdo que mi primera impresión de Bue-nos Aires en un septiembre ya lejano fue la deestupor. No parecía guardar aquella ciudad nadaexcepcional que explicase la gran literatura quese había escrito en ella y sobre ella. Pero, a lamedia hora de caminar por sus calles, cambiépor completo de opinión. Había bastado unperiodo de tiempo tan breve para que mi sensi-bilidad captase la magia sutil que emanaba deaquellas flores malvas que se abrían por doquier,de sus academias de tango, de sus librerías delance, de sus elegantes edificios venidos a me-nos, de su atmósfera limpia a pesar del tráfico,de la vitalidad y de la inteligencia irónica de sushabitantes…

Sin embargo, iba a ser la generación siguiente ala de los modernistas la que situaron definitiva-mente a Buenos Aires en esa primera línea de lasciudades con altísimo rango literario. Fue un tiem-po en el que llegaron a vivir en la misma autorescomo Adolfo Bioy Casares, José Luis Borges, JoséBianco, Manuel Mujica Láinez, LeopoldoMarechal, Ernesto Sábato, Roberto Arlt, FrayMocho, María Teresa León, Silvina Ocampo, JulioCortázar… Un tiempo donde las editoriales Aus-tral, Losada y Sudamericana no cesaron de publicartítulos y títulos y donde en una calle como la lla-mada Corrientes existían más de cien librerías.

Y muchos de esos escritores han reflejado ensus obras la ciudad e incluso le conceden unprotagonismo grandísimo dentro de sus pági-nas como vemos en los casos de LeopoldoMarechal con Adán Buenosayres, el de Borges connumerosos de sus cuentos, el de Ernesto Sábatocon Sobre héroes y tumbas o el de Manuel MujicaLáinez con Misteriosa Buenos Aires, Aquí vivieron,El gran teatro, etc.

Del nacimiento de este último se han cum-plido cien años en este 2010 que se nos va sinque se lo haya recordado ni poco ni mucho.Perteneció el escritor a una familia de la altaburguesía rioplatense que remontaba sus oríge-nes a los conquistadores de la ciudad y que dioya algún que otro nombre importante a las le-tras argentinas como el de Miguel Cané, el au-tor de Juvenilia. No fue Mujica Láinez hombrevinculado a la política, aunque su exquisitezrayana en lo extravagante y su independencia,en un tiempo donde la demagogia de la ideolo-gías ha satanizado todo aquello que sonaba di-ferente, le valieron la calificación de hombre delas derechas y con ello se lo condenó a unsilenciamiento que hoy sigue vigente. Porqueuna novela como Bomarzo nada tiene que envi-

EL ESCRITORMANUEL MUJICALÁINEZ: POCOSHAN LLEGADOA CONOCER TANPROFUNDAMENTELAS GRANDEZASY MISERIAS DELHOMBRE, Y POCOSHAN DIRIGIDOAL MUNDO UNAMIRADA TAN INDULGENTEE IRÓNICA COMOLA SUYA

FERNANDODE VILLENA

Manuel Mujica Láinez(En el centenario de su nacimiento)

diar a Cien años de soledad y cualquiera de suscuentos supera en estilo a todos los de Cortázar.

He mencionado Bomarzo. ¿Acaso no arrancade ahí toda la narrativa histórica actual? Claroque algunos pontífices de la crítica han dicta-minado que la novela histórica es un géneromenor, como si toda novela no fuese una nove-la histórica. Algo muy distinto son los mamo-tretos comerciales y caducos en los que ha ve-nido a parar el género varias décadas después,pero Bomarzo en 1962 constituyó una vía nuevapara la literatura en lengua española y una cons-trucción prodigiosa como prodigiosas tambiénlo fueron las de El Unicornio, El Laberinto o ElEscarabajo. En suma: que no existen génerosbuenos o malos, sino escritores de calidad o es-critores pésimos.

Además de todos esos ambiciosos proyectosconvertidos en magníficas realidades, ManuelMujica Láinez es autor de otros muchos librosde narrativa: desde Glosas castellanas, de 1936, oDon Galaz de Buenos Aires, donde ya se prefiguratoda su narrativa posterior, hasta Los Ídolos, In-vitados en el paraíso, Crónicas reales, De milagros ymelancolías, Cécil, Sergio, Los cisnes, o Un novelistaen el museo del Prado, y también de algunos librosde viajes y de varias encantadoras biografíascomo la de Anastasio, el Pollo.

El estilo de Mujica Láinez en todo momentoes depuradísimo, lo cual se explica habida cuenta

de que sus principales maestros fueron MarcelProust y Enrique Larreta. Su cultura enciclopé-dica y su cosmopolitismo armonizan siemprecon su amor patrio y sobre todo con su pasiónpor Buenos Aires, cuya historia él ha sabidoliteraturizar como nadie. Pocos escritores ma-nejan con tanta habilidad el párrafo largo, abun-dante en subordinadas; pocos saben airear tanbien la narración en determinados momentoscon alguna ráfaga de fantasía o de lirismo; po-cos han llegado a conocer tan profundamentelas grandezas y miserias del hombre, y pocoshan dirigido al mundo una mirada tan indul-gente e irónica como la suya.

Fue crítico de arte del diario La Nación y seconvirtió en un personaje de leyenda. En Bue-nos Aires, por boca de diversos escritores e in-telectuales que lo conocieron tales MaríaKodama, Julio Bepré o José Carlos Gallardo,recogí decenas de anécdotas referidas a aqueldandi que aún usaba monóculo. En sus últimosaños se construyó en la sierra de Córdoba (Ar-gentina) una mansión donde celebraba fiestasque nada envidiarían a las bacanales romanas.

No, yo no creo en los centenarios ni en otrosseñuelos publicitarios, pero sí en la necesidadde volver sobre la obra de Manuel Mujica Láinez,un narrador imprescindible para la compren-sión de la Literatura contemporánea en lenguaespañola.

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 3

Cultura/Narrativa

ANTONIOENRIQUE

José Asenjo Sedano, el escritor más impor-tante nacido en Guadix tras Pedro Antonio deAlarcón, quiso en sus últimos días volver a lainfancia, y lo hizo con una novela ni mejor nipeor que todas las suyas, sino todo lo contrario,esto es, personalísima, sin pretensiones litera-rias, benevolente; una novela que toma comoasunto un suceso sin importancia acaecido enla casa donde en Guadix vivió de niño, perodonde lo decisivo es la evocación de aquellosdías de posguerra, vista y sentida desde la pers-pectiva de un niño en el que pesa más el des-pertar de la conciencia que el dramatismo deaquellos días miserables. Nunca se ponderarálo suficiente la relevancia de la niñez en los pre-cisamente llamados «niños de la guerra», auto-res englobados en la generación del 50. En susnovelas, lo decisivo no es tanto la guerra civilen sí misma, como la visión del conflicto desdela mirada del niño que entonces fue. Conversa-ciones sobre la guerra (1977) es en este sentido unade las más representativas de este punto de vis-ta que establece la fotografía fija de la guerracivil, no en visión retrospectiva del escritormaduro que rescata los acontecimientos recons-truyéndolos desde la madurez, sino haciéndo-los brotar de su memoria con todos loscondicionantes del niño que por entonces era.

«La calle donde nací» y «La calle donde cre-cí» son dos de los artículos más bellos queAsenjo Sedano escribió en su vida, y en parti-cular sobre Guadix, que son muchos, unos trein-ta, y todos ellos tocados por el estremecimien-to de la nostalgia, impregnados de un dulce ysensitivo ensueño. En este último, dedicado a laguadijeña calle de la Concepción, nos hace sa-ber que llegó a la casa número 6, en la que seubica, en 1939, con toda su familia, y partió deella en 1960, mozo de 21 años por entonces,rumbo a Cádiz, para buscarse la vida, ciudaddonde permanecería por siete años, marchandodespués a Almería, de la que ya no volvería amudarse hasta que el pasado 12 de agosto de2009 se nos fue con la discreción que había vi-vido. «Toda la calle está llena de resonancias. Alas horas punta, la campana de la Catedral toca-ba el Ángelus o las Ánimas. O repicaba. O do-blaba a muerto. O se echaba a vuelo… Unabandada de palomas sobrevivientes hacía coro-na en torno a la torre y al pararrayos para acam-par de nuevo sobre el tejado. Aunque lo que enverdad regía nuestras vidas era el relojcatedralicio, tridentino y barroco. Sus campa-nadas se oían en el confín», se nos dice en elmencionado artículo, como esto otro, con lo quese completa la sugerente atmósfera de aquelentorno: «De noche, cuando tenía que pasar poraquellos callejones solitarios que daban a la huer-ta-cementerio, echaba a correr quitándome delos talones los fantasmas de las monjas muer-tas. Soplaba el viento, llovía o hacía una lunagrande como la boca helada de un pozo. Lasmonjas nunca faltaban a su cita».

La calle de la Concepción en Guadix no esuna calle cualquiera. Bajándola, tal vez sea unade las más bellas andaluzas, debido al imponen-te escorzo del torreón catedralicio. A su pro-medio, a mansiniestra según se desciende, hayun convento de franciscanas, del tiempo de la

La casanúmero 6

conquista, erigido sobre unos baños moros. Poresta calle descendían a la catedral, en hilván defila de a dos, los seminaristas con sussobrepellices blancos. Y en una hornacina delconvento fundado por santa Beatriz de Silvahabía una Virgen tan real que dicen hubo de sersustituida por otra, ante las miradas ofuscadasde aquellos adolescentes. Es una calle mágica,tan silenciosa, tan recatada, tan acendrada. Yorecuerdo una vez que en un solar, precisamenteenfrente de la casa número 6, estaban unosarqueólogos exhumando la tumba milenaria deuna muchacha, y al mover su cadáver, sonó lacampanilla frágil de una de sus ajorcas. Un ale-gre tintineo, tras tres mil años de silencio.

La casa número 6 es simplicísima de factu-ra. Dos balcones en primera planta, y en la baja,la puerta y una ventana enrejada; nada más,modestísima, vetusta, muy sobria. Pero, pordentro, es otra cosa: escalinata de mármol, puer-tas de biseles multicolores, pasillos en dédalo,salas espaciosas. Precisamente una de ellas, laque da a sendos balcones, posee un artesonadoprodigioso, mudéjar, policromado; sala esta queservía de dormitorio a los numerosos herma-nos que por entonces constituían la familiaAsenjo. La sala en cuestión fue despacho delgeneral francés durante la invasión napoleónica.

Pero la casa también tiene desván, y subterrá-neo, y un huerto. Y en el huerto, un pozo. Deeste pozo, nos cuenta José Asenjo en la presen-te novela, extrajeron una cabeza, barbada y deaspecto espantable. Buscaron el cuerpo y no lohallaron. Horadaron muros y dieron con gale-rías que comunican con la Catedral y la Alcaza-ba. Es muy antiguo el sitio, tal vez el corazóndel castro que en tiempos fue Acci. La novelase devana a partir de este hallazgo, conrememoraciones de la por entonces recienteguerra civil en Guadix. La casa había servido derefugio a muchos sacerdotes de la cercana Cu-ria durante las persecuciones. Es fama que seabrieron entonces huecos en los murosparedaños de las casas, para pasar de una a otraen caso de asalto de una de ellas.

Conocí la casa hace unos quince años, cuan-do era su propietario otro escritor que sólo ve-nía, y la abría, en verano: Manuel FernándezRuiz. Para Asenjo Sedano era una casa pobladade fantasmas; todo el barrio lo está, Guadix esuna de estas ciudades donde pesan más losmuertos que los vivos. José Asenjo Sedano, quedeja otras dos novelas inéditas, nos ofrece estaLa casa número 6 como un regalo. Tan sólo hayque conectar, vía Internet, con la dirección:pepeasenjo.blogspot.com

CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN, EN GUADIX (FOTOS DE TRINIDAD SEVILLANO)

LA CASA NÚMERO 6 PORTADA DEL CONVENTO

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4 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Clásicos

IZQUIERDA: VOLTAIRE, AUTOR DELETTRES PHILOSOPHIQUES, EN DONDE SEOFRECEN DATOS SOBRE EL ORIGEN DE LA VACUNACONTRA LA VIRUELA, QUE EL AUTOR FRANCÉSRELACIONA CON LA NECESIDAD DE LASFAMILIAS CIRCASIANAS DE PROTEGER LA BELLEZADE SUS HIJAS. DERECHA, ARRIBA: GRABADO DE UNMERCADO DE ESCLAVAS CIRCASIANASEN CONSTANTINOPLA. ABAJO: PORTADA DE LAOBRA CITADA, EDITADA EN AMSTERDAM EN 1734

Vacunas de antañoHa llegado, como todos los años, la época

de la vacuna. Dicen que los viejos, los niñosy los enfermos crónicos son sus clientes prin-cipales, pero esto no impide a los demás, si locreen conveniente, optar a ella. Si usted, ami-go lector, es uno de ellos, ¿se le ha ocurridopreguntarse quién es el padre de este prodi-gioso remedio que todos los años nos prote-ge de gripes y neumonías?

Si vuestra merced es además un tanto curio-so, seguro que, después de esta información,inmediatamente se ha preguntado: ¿Y antes? Esla pregunta que uno también se ha formulado ya la que, rememorando en mis viejas lecturas,(entre otros muchos vicios, uno tiene el de lalectura), voy a tratar de responder.

Mientras recibía en el brazo el saetazo meacordé de Voltaire y de una de sus páginas enla que nos habla del tema; fui a sus libros y,en el titulado Lettres philosophiques, en la pági-na 118, carta XI, encontré lo siguiente, quetraduzco sobre la marcha:

«Se dice en la Europa cristiana, que los in-gleses son unos locos rabiosos; locos porqueproducen la viruela a sus hijos para impedirque la tengan». (…) «Los ingleses, por su par-te, dicen: Los otros europeos son cobardes ydesnaturalizados; son cobardes porque temenhacer un poco de pupa a sus niños y desnatu-ralizados porque los exponen a morir un díade la viruela».

¿Podríamos, en consecuencia, decir que losingleses son los padres de la primera vacuna?Hablo naturalmente de la vacuna contra laviruela, de la que proceden todas las demás.¿Se podría atribuir a los ingleses tal descubri-miento? Pues… no; según Voltaire, el inven-to veía de más lejos, de Turquía nada menos.Fue allí, donde en una región pobre, pero que

FCO. GILCRAVIOTTO

producía las chicas más guapas del imperiootomano, la Circasia, tuvo lugar el descubri-miento y, al parecer, fueron mujeres las querealizaron tal prodigio. Traduzco de nuevo:

«Las mujeres de Circasia desde tiempo in-memorial hacen uso de la pequeña viruela,incoándola a sus hijos, incluso a la edad deseis meses, haciéndoles una pequeña incisiónen el brazo e insertando en ella pus que hanobtenido de otro niño. Esta pus hace el efec-to de levadura. Fermenta y la reparte en lamasa de la sangre. (…) Los botones de esteniño al que se le ha producido la viruela arti-ficial sirven para llevar la enfermedad a otros».

Y todo esto, ¿por qué y para qué? Ahoraviene la explicación de Voltaire. Traduzco denuevo:

«Los circasianos son pobres y sus chicas sonhermosas; es con ellas con las que se realizamayor tráfico: abastecen de bellezas los harenesdel gran señor de Sofía de Persia y de todos losque son bastante ricos para comprar y mante-ner esta preciosa mercancía. Ellos educan a sushijas en todo y muy especialmente en saber aca-riciar a los hombres. (…) Ocurría a veces queun padre y una madre, después de haber dadouna buena educación a su hija, de pronto se veíanfrustrados de toda esperanza: la pequeña virue-la entraba en la familia. (…) Los circasianos sedieron cuenta que de mil personas apenas seencontraban dos que fuesen atacadas dos vecespor la misma enfermedad. También observa-ron que, si las viruelas son benignas y su erup-ción no traspasa una piel delicada, no dejan nin-guna huella en el rostro. De estas observacio-nes concluyeron que, si un niño de seis meses oun año tenía una viruela benigna y no moría,no quedaría marcado y estaría libre de esta en-fermedad para el resto de sus días».

Era la gran solución para no vender averia-da su mercancía de mujeres guapas. Pero cabepreguntarse, ¿cómo llegó a Inglaterra tal re-medio? Fue, nos vuelve a informar Voltaire,obra de un embajador; mejor dicho, de la es-posa del embajador, madame de Wortley-Montaigu, según el mismo escritor, una delas mujeres más inteligentes y valientes de suépoca; tanto que, a pesar de los avisos en con-tra de su capellán, que no cesaba de decirleque tal remedio era propio de infieles y nopodía dar resultado entre cristianos, tuvo elatrevimiento de hacer la prueba con su pro-pio hijo. Fue todo un éxito. Cuando embaja-dor y embajadora volvieron a Inglaterra, laseñora de Wortey comentó el caso con la prin-cesa de Gales, la cual, por si las moscas, pre-firió probar con cuatro criminales condena-dos a muerte. Nuevo éxito: los cuatro salva-ron la vida por dos veces: se libraron del ver-dugo y de la viruela. Sólo entonces la prince-sa se atrevió a utilizar el remedio con sus pro-pios hijos. Fue así como esta práctica comen-zó a extenderse entre las damas de la alta so-ciedad de Londres y posteriormente llegó ala plebe.

Todo esto lo escribió Voltaire en 1727. En-tonces nadie podía adivinar que el rey de Fran-cia, Luís XV, el mismo que lo había recluidoen la Bastilla durante tres meses, iba a morirunos años después victima de la viruela. ¿Lohubiese salvado el remedio de turcos e ingle-ses? Nadie lo sabe. Seguro que Luís XV, queno fue un rey muy dado a la lectura, se fue alotro mundo sin haber leído el libro de Voltairey, en consecuencia, sin saber que contra laviruela ya había remedio. La ignorancia mata.Tal podría ser la moraleja de estas inolvida-bles páginas de Voltaire.

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Diciembre 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 5

Cultura/Semblanzas/Reseñas

Se llamaba Francisco Pérez Martínez, peroen ese trasegar perpetuo entre vida y literatura,acabó convertido en Francisco Umbral. Él, sinembargo, tan aficionado siempre a enmarañarlotodo, se apresuró a negarlo: «La pluma no tienemucho que ver con el hombre» (Mortal y Rosa);al final no tuvo más remedio que reconocerlo:«...he contado muchas cosas, pero sólo he aspi-rado a contarme yo...», «el oficio de escritor con-siste, precisamente, en decirse a sí mismo todoel tiempo, toda la vida, ininterrumpidamente.»(Un ser de lejanías, F. Umbral).

La obra de Umbral empieza con la invencióndel personaje Francisco Umbral, de ahí que elprotagonista de todas sus novelas no pueda serotro que él mismo.

Umbral, que no tenía por costumbre confe-sarse de nada, se confesó «no-novelista», de estasuerte que ninguna de sus novelas resistiera taltratamiento y mucho menos el de novelas his-tóricas, a pesar de que la historia fluía entre suspáginas como una niebla persistente. La novelahistórica de Umbral, si es que existe, es unanovela de cenizas, de restazos de desmemoria...Umbral se inventaba la historia a partir de loscuatro datos que le dio la vida. Era demasiadoanárquico para sujetarse a ningún tipo de regla,le tiraba demasiado esa voluntad de estilo quele sirvió para dar a luz páginas inclasificables,verdaderas joyas de la literatura como Mortal yRosa. La Historia es un acto de fe y la novelahistórica mucho más; revolver entre los escom-bros del pasado tratando de reconstruir el edi-ficio de la Historia, no es tarea fácil y lo es mu-cho menos cuando como en el caso de Umbral,ni siquiera escribía con esa intención: «Sólo me

Francisco Umbralinteresa el presente porque es el sitio donde voya pasar el resto de mi vida» (Un ser de lejanías),puede que tal vez sea por eso, por lo que la no-vela de Umbral puede ser cualquier cosa menosuna novela de arqueología, que es como defineC. W. Ceram la novela histórica, o si lo es, esuna novela de arqueología interior o «novela dela memoria», como prefería llamarla Umbral;tiene razón Sanz Villanueva cuando califica laobra de Umbral como una «crónica vibrante dela cotidianeidad» (Sanz Villanueva, Historia de laliteratura española); la Historia que Umbral noscuenta está hecha a golpe de recuerdos, es unacrónica al aire libre del día a día. El propioUmbral lo dice en sus Cuadernos de Luis Vives:«La literatura, no es sino una masacre dulce quese hace a costa de la vida...».

Umbral ha mantenido siempre que, lo quemenos le interesa de una novela es, precisamen-te, la historia que cuenta, que lo que le interesaes el estilo, esa forma peculiar y eficaz que tieneel escritor de decir las cosas, de dejar su huella,«...escribir las cosas como no las escribe nadie,no digo mejor ni peor, sino distinto.» (Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué).

Alguien ha dicho que el estilo de Umbral noes más que una pose. No, el estilo de Umbral esun derroche de adjetivos, de hipérboles y demetáforas... un prosista del vértigo, un drogatade las imágenes, como afirma José AntonioMarina en su prólogo a Los Alucinados.

Memorias de un niño de derechas (1972) marcó elpunto de salida en la recreación de la memoriade España, luego llegarían títulos como Los he-lechos arborescentes (1980), A la sombra de las mu-chachas rojas (1981), Pío XII, la escolta mora y un

general sin un ojo (1985), Y Tierno Galván ascendió alos cielos (1990), Leyenda del César Visionario (1991),La década roja (1993), Las señoritas de Aviñón, no-velas todas en las que la ficción y la historia con-viven sin decantarse entre los claroscuros deltiempo y con ellos y entre ellos, Francisco Um-bral, como un personaje más.

Francisco Umbral acabó sus días proclaman-do a los cuatro vientos que ya no leía novelas:«tengo bastante con la gente de la calle comopara meter gente pintada en mi hogar». Padecíauna especie de agotamiento de biografías, uncierto asco de las historias y de la Historia, quele hacía preferir, «partir de cero cada mañana».

Umbral escribió sobre sí mismo: «Animal defondo, siempre en lo sombrío de las cosas, pro-penso a hundirme en los sótanos del tiempo,en lo subterráneo de las cumbres, que no sonsino subterráneos/inversos». Este tal vez sea elmejor testimonio que ningún escritor haya dadosobre su propio estilo.

CELIACORREA

GÓNGORA

Cine, viajesy hadas

La editorial Zumaya ha publicado sus prime-ros libros. Mariluz Escribano es su directorageneral, además de tutelar específicamente lalínea de poesía. Remedios Sánchez es la direc-tora editorial y Rafael Jiménez, su director co-mercial. Zumaya nace en Granada –donde yahubo una colección Zumaya de poesía, vincula-da a la Universidad, en los años setenta–, con lapretensión de sacar dos títulos anuales de cadauna de sus catorce colecciones, que abarcan unapluralidad de géneros y temáticas. El propósitoes «ofrecer a los autores valiosos un lugar deprestigio a fin de dar salida a sus inquietudesliterarias o investigadoras».

La colección «Varia» comienza su andaduracon Serenata Cine, de José María López Sánchez(Sanlúcar de Barrameda, 1938), libro de poe-mas que constituye un homenaje al séptimo arte.Con un tamaño de 13,5 x 22 cm. y cuidada pre-sentación, el volumen reúne en 96 páginas poe-sías escritas por y para películas, que abarcandesde El lago de oro de Fritz Lang (1919) hasta laAlicia en el País de las Maravillas de Tim Burton(2010). José María López Sánchez es un hom-bre de teatro. Fue director del TEU y estrenóentre 1959 y 1962 obras emblemáticas como

MAURICIOGIL CANO

Esperando a Godot. Recuerdo todavía su repre-sentación de Las manos de Eurídice, que ofrecióen la Mezquita de Jerez, allá por los primerosaños de la democracia. En esta primera décadadel siglo XXI ha publicado varios libros de poe-sía y uno de cuentos.

Serenata cine recoge setenta poemas en tresapartados, nominado cada uno con un color:«Rojo», «Verde» y «Azul». Hay cierta conjunciónde clasicismo y vanguardia en los versos deLópez Sánchez. Más allá del aparato culturalistade cinéfilo, los textos poseen carácter autóno-mo, aunque la referencia cinematográfica acre-cienta su valor. A veces, el poema está dedicadoa un director, o a una actriz. También aparecen

referencias literarias, a Sartre o a Dostoiewski,o citas de poetas, como la de Alejandra Pizarnik,con la que encabeza un poema escrito por Lastres caras de Eva, de Nunnally Johnson, que secontagia de la perpleja estructura poética de laautora argentina. El conjunto arranca con unpreámbulo de ritmo clásico que define poética-mente el cine: «De la fértil imagen secuenciada/que se ordena en escenas/ y desarrolla tramas/adonde asoman vidas/ que sirven de alimentoa la mirada». Libro escrito con serenidad, desdela sabiduría que aporta la experiencia vital: «Sabemi cuerpo/ que pienso de él que sólo es un re-lato/ sostenido por huesos». El resultado es estadeliciosa serie de poemas, plagados de guiños

PRIMERAS OBRAS DE LA NUEVA EDITORIAL GRANADINA ZUMAYA

EL ESCRITOR FRANCISCO UMBRAL

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Diciembre 2010

6 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Reseñas/Opinión

cinematográficos, donde lo lúdico se armonizabellamente con lo profundo.

Para abrir la colección de poesía «Calíope»,dedicada exclusivamente a escritoras y dirigidapor Paloma Fernández Gomá, la editorial Zu-maya ha elegido Lluvia de aljófar, de Encarna León(Granada, 1944). También 96 páginas, pero conun tamaño menor: 20 x 11,2 cm. La obra estáconsagrada a la memoria de Miguel Fernández(Melilla, 1931-1993), poeta que obtuvo el Pre-mio Nacional de Literatura en 1977. Su autoranos invita a encandilarnos con los lugares quevisitó en compañía del vate melillense. La pri-mera parte, de igual título que el libro, recoge lavisita a la capilla de San Antonio de la Florida

(Madrid). La segunda parte, «De frondas y decirios» ofrece un recorrido por La Granja (Mur-cia), «el local público más barroco de España»,según Encarna León. La tercera parte, «Un rocecon el tiempo», conduce por otros itinerariosvividos junto al poeta Miguel Fernández, estavez en Melilla y en ciudades marroquíes; aun-que los últimos poemas transcurren ya sin eladmirado amigo y maestro, por lugares comoAlcalá de Henares, Mallorca y Sevilla, su recuer-do permanece. Encarna León (Granada, 1944),ha publicado diversos libros de poesía y narra-tiva.

Por fin, Neverland, de José María GarcíaLinares (Melilla, 1977), inicia la colección de

poesía «Varia», de idénticas dimensiones que«Calíope». Se trata de una incursión en el mun-do de la infancia, un volver la vista atrás paraajustar cuentas con afectos y sollozos: «rastrosde tiempo,/charcos rotos del ayer». Poemasdedicados a las hadas y al capitán Cook, a lasgolondrinas y a las hojas secas, para concluir:«Crecimos al final/y, aunque mayores,/ segui-mos dejando abierta las ventanas». GarcíaLinares es licenciado en Filología Hispánica yprofesor. En 2007, publicó su primer poemario,Oposiciones a desencuentro. Una obra inédita suya,Muros, recibió la Mención Especial del Juradodel XXXI Premio Internacional de Poesía «Ciu-dad de Melilla», en 2010.

El PAPEL (Pacto Andaluz por el Libro) esuna institución que depende de la Consejeríade Cultura de la Junta de Andalucía y que cuen-ta con un Consejo Asesor en el que figuran otrasConsejerías, varias asociaciones de editores y li-breros, así como otras entidades. A instanciasde dichas siglas, se decidió institucionalizar,como Día de la Lectura en Andalucía, el 16 dediciembre, fecha del nacimiento del poeta Ra-fael Alberti y del homenaje que en 1927 el Gru-po Poético de la Generación del 27 rindió enSevilla al poeta Luis de Góngora con motivo desu tercer centenario. He aquí mi particular vi-sión de la lectura:

«Leer es dejarse abrazar, mecer, acariciar,engañar, seducir… por algo tan dudoso, con-tradictorio y desleal como un libro, un objetoextraño incrustado en los entresijos de nuestroespíritu, algo ajenamente nuestro, que nos eligecomo un predador selecciona a su presa.

Tú, lector, puedes llegar a pensar que eresquien elige un libro. ¡Torpe ingenuidad! Es suextraña irrealidad (la campaña previa de publi-cidad, la reseña leída en un periódico, la reco-mendación de alguien de tu entorno, la posi-ción en el expositor de la librería, el impactovisual de su portada...) quien te selecciona a ticon un fatal determinismo para el que no tienesdefensa alguna, pues llegado el libro a tus ma-nos, lector, caerás en el impulso atávico de sen-tarte en torno a una hoguera imaginaria, paraescuchar lo que te dice el chamán, que te des-grana, palabra a palabra, un universo que sinser el tuyo, pasa irremisiblemente a ser tu pro-pia entidad, tu ser más profundo, repitiendo unaliturgia mil veces vista: la de dejarte seducir porlo que ese libro-chamán quiera proponerte, seabuscar por los siete mares a un obsesivo mons-truo llamado Mobby Dick, perpetrar una ven-ganza largamente meditada desde la prisión in-justa de la isla de If, sentir la zozobra espiritualde una Ana Ozores o una Emma Bovary, divi-dida entre mil impulsos antagónicos, compro-bar en Macondo que las estirpes condenadas acien años de soledad no tendrán otra oportuni-dad sobre la tierra, o seguir la atormentada bio-grafía del jorobado Orsini, cristalizada en laspavorosas estatuas, llenas de una convulsa be-lleza, con que llenó su misterioso jardín.

Y es que el libro, como una tentación, estálleno de formas seductoras; como una cortesa-

na experta, está lleno de promesas; como unacriatura mítica, te propone perderte en un labe-rinto de emociones; como un simple objetodoméstico, que te rodea a diario, apenas per-ceptible, te llena de pequeños placeres caseros,en cuyas redes caerás inexorablemente.

Libros: objetos que te liberan al tiempo quete hacen su presa, que te eligen en el momentoen que los eliges, que te hacen suyo en el mis-mo momento en que decides adquirirlos, quete enredan en su trama y que te obligan a abra-zar causas, en muchas ocasiones perdidas, ab-surdas, ajenas, inexplicables... Que juegan con-tigo tan caprichosamente como los antiguosdioses jugaban con sus criaturas.

Y tú, lector, ingenuo e inerme, sólo puedesdoblegarte, aceptar tu irremediable destino degozosa víctima; rendirte a tu libro, a la peripe-cia de sus personajes, a las pasiones que los azo-

tan al mismo tiempo que a ti, incauto lector,que te adentraste cándidamente en sus páginas;someterte a los ritmos, cadencias y tempos de suposesiva música, una música a cuyo son, bailarás,como una diabólica marioneta, lo que el libro de-termine; aceptar que cuando terminas su lectura,las situaciones, conflictos y personajes se han me-tido de manera inexorable en tu alma, de la que yaserán indisolubles; que cuando lo devuelves a labalda de tu estantería, cuando abandonas a esospersonajes, algo se rompe en tu universo interior,pues es una dolorosa despedida, si no unatraumática separación en toda regla, aunque abier-ta a eventuales reencuentros, a relecturas…

De este modo, el libro, finalmente, te posee-rá, lector, y no tendrás más remedio que dejarteabrazar por la fatalidad del destino, extrañamen-te decidido por ese objeto que tú pusiste, inge-nuo, entre tus manos.»

ALBERTOGRANADOS

Dejarte

abrazar

CAYETANO ANIBAL, TORRE DE LEYENDAS, 2010

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 7

Cultura/Narrativa

Antonio Costa, poeta, narrador y ensayistagallego, es un lucense sin fronteras, pero en lasvenas de su literatura corre la savia celta deRosalía de Castro, Curros Enriquez y ValleInclán. Del Maestro Mateo, autor del Pórticode la Gloria, es muy poco lo que se sabe. Asíque alguien debía inventar su biografía. Des-pués de muchos siglos, Costa decide escribirlay consigue que la leamos como si fuera unahistoria verdadera, al menos en el mundo delas ideas platónicas.

La primera parte de la obra es lo que se sue-le llamar «novela de formación». El autor nospresenta al niño Mateo haciendo su aprendi-zaje en el taller compostelano de su padre yluego lo manda a completar su educación porlos caminos de Europa. Es decir que, comodicen los teóricos alemanes, después de sus«años de aprendizaje», Mateo realiza sus «añosde viaje».

Costa nos presenta al niño con las caracte-rísticas de ciertos genios de la cultura. El padrees un escultor artesanal que prepara a sus hijospara que hereden sus técnicas. El mayor siguelas normas del padre, que son las de la tradi-ción plástica cristiana. Esas normas no debentransgredirse. Pasa como en la pintura clásicachina, donde toda innovación es un desacato.Pero el niño Mateo, en vez de reproducir con-sabidas figuras de santos o patriarcas, se divierteesculpiendo o grabando en la piedra imágenesde la vida cotidiana que le valen algunos ca-chetes de su padre. Esa rebeldía del genio seva acentuando con la edad, pero, poco a poco,el padre y los altos funcionarios eclesiásticospara quienes trabaja, reconocen el talento deMateo.

El joven aprendiz de escultor pasa algúntiempo viajando por España y por Francia. Vi-sita varias catedrales y se inicia en los secretosdel naciente estilo gótico. Pero su viaje educa-tivo no se limita a las artes plásticas, sino quetambién se pone en contacto con las cancio-nes trovadorescas y observa a la gente comúnque puebla los campos y las ciudades. En Ávilavisita al viejo maestro Fruchel que le aconsejaadquirir mucha experiencia y observar solida-riamente la alegría y el dolor humano. Solo asípodrá llegar a ser un creador. Es decir, lo mis-mo que Rilke siglos después aconsejaría en susCartas a un joven poeta.

En varias ocasiones se encuentra con perso-najes de la aristocracia francesa que le invitan asus castillos donde se habla del amor cortés,del mundo caballeresco. Alguno de los asisten-tes ha estado en una cruzada o está a punto desalir en busca del Santo Grial. En todo ese airedel romántico medioevo, se inserta el fervoro-so afán del joven Mateo por encontrar el amorabsoluto que, en efecto, consigue por unos díasen París. Son notables las escenas nocturnascon una desconocida a orillas del Sena. La damaresulta ser persona de alta clase y un fornidocriado la vigila a distancia prudencial. Aunquesu casa debe de ser un palacio, no quiere usarlay prefiere hacer el amor en sitios insólitos: unacapilla por ejemplo.

En la Edad Media, como es sabido, los cris-tianos conviven con otras dos razas que deja-

JOSÉ LÓPEZ

RUEDA

Una novela sobre Mateo,el Maestro de Compostela

viaje a pie desde Cumaná a orillas del Caribehasta la ciudad del Cuzco. Ese viaje hay quehacerlo sin dinero. Mendigando si es necesa-rio. El viaje material es el correlato físico delviaje espiritual.

Por eso también aparece en la novela el pro-ceso del desarrollo místico. Hay un capítulo enque Mateo cae en una depresión tremenda. Letienta el hastío y nada le interesa del mundo.No cree ni en su obra. En esos días de tediohubiera podido decir como Rimbaud –otromístico en estado salvaje– que lo mejor seríaemborracharse y dormir en el suelo en cual-quier rincón. Ese estado de ánimo tan doloro-so en el que caen a veces los creadores y losmísticos, es ni más ni menos «la noche oscuradel alma», para decirlo con palabras de San Juande la Cruz.

En cuanto al estilo, empezamos a leer la no-vela pensando que el narrador nos está con-tando una historia realista, pero pronto adver-timos que la cosa no va por ahí. Cuando llega a«Una noche en el Sena», el narrador pega unsalto inesperado, abandona el realismo y nospresenta una especie de canto amebeo de su-bido romanticismo entre el Maestro Mateo yla misteriosa dama de la que hablábamos an-tes. Mateo vivirá por unos días el amor de suvida. No la verá más en el mundo real; pero síen la luminosa fiesta que el narrador nos pre-sentará más adelante, en un capítulo que es yaliteratura fantástica químicamente pura. El lec-tor asiste a una velada que se celebra en honorde Mateo en una especie de palacio secreto.Los invitados son personajes que significaronmucho en la vida del Maestro, pero también,para sorpresa del lector, importantes figuras desu Pórtico como el propio apóstol Santiago yel profeta Daniel, ambos simpáticos, risueñosy enamorados de la alegría terrestre y celeste.Por si esto fuera poco para ejemplificar sucosmovisión optimista, Costa nos presenta másadelante otro personaje histórico que contri-buyó a crear una visión gozosa de la vida cris-tiana en la Edad Media europea. Mateo se loencuentra subido en un andamio y conversan-do alegremente con los ancianos del Pórtico.Es un joven peregrino que ha venido de Asís yse llama Francisco.

Antonio Costa ha escrito algunos poemariosen su vida. Por eso en su prosa de frases cortasy cuidadosamente modeladas, el poeta asomapor todas partes. Para muchos narradores, in-cluidos los buenos, el lenguaje es un instrumen-to de comunicación. Para Costa es además unobjeto de arte que hay que trabajar como unorfebre. Sin hablar para nada de influencias,Costa se halla en una línea de narradoresestilistas en la que figuran grandes escritorescomo Quevedo, Azorín, Valle Inclán, GabrielMiró, Cela, Umbral y un glorioso etcétera.

Aunque estamos de acuerdo con losestructuralistas en que para estudiar una obraliteraria nos basta con el texto que tenemos antelos ojos sin recurrir a la biografía del autor (lafalacia genética), no queremos terminar estasbreves notas sin observar que el Maestro Mateode la novela es en muchas ocasiones un Anto-nio Costa disfrazado.

rán en nuestro país huellas culturales y biológi-cas. El protagonista se encuentra en varias oca-siones con musulmanes y judíos. Es curioso queel narrador elige una esclava musulmana para queMateo viva con ardoroso entusiasmo el amor fí-sico. El joven maestro explora y goza el cuerpode la mora como si fuera una ceremonia religiosay el cuerpo de la mujer fuera un altar. Es impre-sionante ese cunnilingus que parece una comu-nión con el alma del universo.

Los alquimistas son unos locos maravillososque intentan con paciencia infinita encontrarla fórmula para transformar metales en oro,pero, en realidad, lo que buscan es un oro sim-bólico, la transformación del alquimista, su fu-sión con lo divino. Mateo se entrevista con unode estos alucinados y coincide con sus ideas,porque, en el fondo, él está buscando lo mis-mo: lo divino en las profundidades de su con-ciencia. Ese oro, que es alegría universal, seencuentra en todos los seres. Y eso es lo que éldesea expresar en su Pórtico.

En León visita a Mateo un cabalista judíoque admira su obra. Le recuerda que para losde su religión, Santiago es también un lugarsagrado. En realidad el nombre del apóstol(Sant-Jacob) es lo mismo que Jacob, el bíblicopersonaje que lucha con el ángel porque quie-re saber el nombre secreto de Dios. Lo que,simbólicamente, equivale a encontrarlo. El ca-balista es por tanto otro compañero en el bru-moso itinerario de la gran búsqueda. Mateo lerecuerda que la apoteosis de su Pórtico, si biencontiene monstruos, es la Gloria final. Y esoes lo que sienten los peregrinos de cualquierpaís, religión o raza.

Hemos hablado de los viajes juveniles deMateo como un complemento de su aprendi-zaje moral y artístico. Pero dado que lo que andabuscando es un encuentro con lo trascenden-te, sus errancias constituyen un verdadero via-je iniciático. Los jesuitas lo siguen haciendo enel periodo de su formación. Los yoghis tam-bién. En mi época yoghista tuve un joven gurúperuano llamado Luis Deza que emprendió un

PORTADA DE LA NOVELA

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Diciembre 2010

8 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/El Canto del Urogallo

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

«Por los pueblos de mi Andalucía / loscampanilleros por la madrugá»… Y por lamadrugada tan madrugadora de los pueblosandaluces, los coros de campanilleros, en es-tos días de diciembre, por los callejones, porlas callejas, haciendo sonar campanillas y gui-tarras, iniciaban los ritos navideños: aquellaliturgia de portones abriéndose y zaguanesiluminándose para recibirlos y escucharlos,recibiendo sus participantes, tras los cantosnostálgicos una copita de aguardiente o decoñac y, luego, se perdían acompasados porlas callejuelas iluminadas ilusoriamente conmacilentas bombillas, tan espaciadas, que másque abundar en claridad, viciaban carnes a lassombras. Quedaban los vecinos, sacados de susdescansos, retozones en breves conversaciones,apretados a sus pellizas y mantoncillos, hastaque, nuevamente, el silencio imponía su impe-rio y la madrugada cuadraba ceremonial sushoras

… «¿Cuando salideres, alba, /alba galana,/cuando salideres, alba?» Y a la espera del ama-necer, la madrugada tan madrugadora del pue-blo, enciende los hornos de las tahonas y unolor de lentisco, retamas y ramón se irá espar-ciendo, ganándole espacio al quiquiriqueo delos gallos… Se alzará la mañana: primero loshombres del campo se alejarán por veredas ytrochas, enjutos, los rostros curtidos, parti-das las mejillas, las frentes, por las hondascuchilladas de la precariedad, siempre al ace-cho, de la diaria intendencia y, ya sin pausa,las mujeres al socorrer incansable de sus ca-sas, hijos, maridos, enlutadas las más, con susmantoncillos de lana apretados contra el sa-grario del pecho. No tardarán en llegar, de dosen dos, portando grandes canastas de caña has-ta las tahonas en las cuales, tras las primerashornadas, el hogar, sin los arrebatos primerosestará listo para introducir las tortas de aceite,los polvorones, las mantecadas, las bizcotelascon sus montecillos de clara montada y, tiempo

GIOTTO DI BONDONE, ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

El sueño de una noche de diciembredespués, el aroma a canela, ajonjolí, clavo, pre-gonarán los gozos de la navidad que ya des-pereza a «las mañanicas floridas/del frío in-vierno».

La memoria desciende por los precipiciosde la edad apoyándose en los salientes delrecuerdo y así recupera aquellas escenas en-trañables en las que fue creándose una sensi-bilidad, una fidelidad y un carácter. Surgenlos rostros amados, los perdidos galeones dela candidez. Pero pese a toda galerna, así erala vida, pulcra, como las limpias mesas demadera de pino, lustrosas de tanto afanadoestropajo, sobre las que se hacía la masa delos dulces navideños y surgen, rescatadas delolvido, aquellas mujeres frescas, lozanas, losblancos brazos arremangados exhibidos has-ta los codos, esparciendo la harina, trituran-do la almendra, batiendo la clara de los hue-vos, espolvoreando el azúcar cande y la cane-la, mermando de los tazones fraileros laspellas untuosas de manteca blanca…«Zagalejo de perlas,/hijo del Alba,/¿Dóndevais, que hace frío/tan de mañana?» Y alZagalejo lo entronizábamos en los nacimien-tos, los belenes, levantados en cualquier rin-cón de la casa, con su nieve de harina, sustoscos pastores de barro, sus ríos de papel deplata, sus encantadores anacronismos, comoaquellas monjitas que hacía mi abuela, las ca-ritas hechas de garbanzos que por la nochese comían los ratones…

La Nochebuena se entraba con sus villancicosacompañados de la música de instrumentosrurales: zambombas, panderetas, el rascado delas botellas de anís y, otra vez, el eterno canto:«La nochebuena se viene/la nochebuena se va/y nosotros nos iremos/y no volveremos más»...Y tan resignados con tal panorama de partidainexorable, cuando de la cocina llegaba el olorlitúrgico de los gallos sacrificados para celebrarque «Caído se le ha un clavel/hoy a la auroradel seno/qué glorioso que está el heno/porque

ha caído sobre él». No recuerdo de aquellas ce-nas navideñas otros alardes culinarios que elmajestuoso pollo, la sopa de picadillo con supimpante hoja de hierbabuena y los crujientespicatostes que Rosario «la Cascarona», la co-cinera de mis abuelos, hacía según una anti-gua receta de mi bisabuela Encarnación; es-perada, con expectación impaciente, la copi-ta de anís o vino dulce que nos escanciaba miabuelo mirándonos con picardía. Los postres,los del tiempo, granadas, manzanas, castañas,melones que como al Zagalejo se guardabanentre pajas. Entre polvorones y mazapanes,la fiesta iba declinando al par que el cisco pi-cón se iba transformando en ceniza: «No ladebemos dormir/la noche santa,/no la de-bemos dormir». Aún podíamos creer en elacontecer milagroso de unos ángeles exalta-dos que cantaban la gloria de Dios en el cieloy el deseo añadido de ansiar «paz en la tierraa los hombres de buena voluntad»…

Pero el pueblo aún duerme… Todo lo queantecede no ha ocurrido aún. Sí, han pasadolos campanilleros y, tras su paso, sólo en lastahonas, arde y aroma el ramón, el lentisco, laretama, calentando los hornos para la prime-ra maquila. Sólo los hombres del campoaprestan su salida al laboreo y, de paso, reco-gerán las grandes hogazas de pan que bajolos olivos, parsimoniosamente, las navajas iránadelgazando en grandes rebanadas que servi-rán de lecho al arenque, al tocino veteado, alchorizo, acompañándose de un vaso de mostode la tierra… Sólo este suceder diario ocurre,como acaece, por patios y corrales, el encendi-do del brasero, con su ascua inicial, el cisco pi-cón avivándose al impulso del soplillo y cautosazuzamientos de las badilas… Un niño expec-tante espera que la luna dé paso a la estrella delalba de su destino. Hay un silencio que quiebrael quiquiriquí de un gallo: «Cata que los gallos,/según me parece,/dicen que amanece». Sí, yaalborea: «Dios está azul».

GIOTTO DI BONDONE, NATIVIDAD