La Litera Fantastica

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1 L L A A L L I I T T E E R R A A F F A A N N T T Á Á S S T T I I C C A A Rudyard Kipling

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cuento

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    LLAA LLIITTEERRAA FFAANNTTSSTTIICCAA

    Rudyard Kipling

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    Una de las pocas ventajas que tiene la India comparada con Inglaterra, es la gran facilidad para conocer a las gentes. Despus de cinco aos de servicio, el hombre menos sociable tiene relaciones directas o indirectas con doscientos o trescientos empleados civiles de su provincia, con la oficialidad de diez o doce regimientos y bateras, y con mil quinientos individuos extraos a la casta de los que cobran sueldo del Estado. A los diez aos sus conocimientos duplicarn las cifras anteriores, y si contina durante veinte aos en el servicio pblico, estar ms o menos ligado con todos los ingleses del Imperio, de tal manera que podr ir a cualquier parte sin tomar alojamiento en los hoteles. Los enamorados de la vida errante que consideran como un derecho vivir en las casas ajenas, han contribuido ltimamente a desanimar en cierto grado la disposicin hospitalaria del ingls; pero hoy como ayer, si pertenecis al Crculo Intimo, y no sois ni un Oso ni una Oveja Negra, se os abrirn de par en par todas las puertas, y encontraris que este mundo, a pesar de su pequeez, encierra muchos tesoros de cordialidad y de amistosa ayuda. Har quince aos, Rickett, de Kamartha, era husped de Polder, de Kumaon. Su propsito era pasar solamente dos noches en la casa de ste; pero obligado a guardar cama por haber sufrido un ataque de fiebre reumtica, durante mes y medio desorganiz la casa, paralizo el trabajo del dueo de ella y estuvo a punto de morir en la alcoba de mi buen amigo. Polder es tan hospitalario que todava hoy se cree ligado por una eterna deuda de gratitud con el que le honro alojndose en su casa, y anualmente enva una caja de juguetes y otros obsequios a los hijos de Rickett. El caso no es excepcional, y el hecho se repite en todas partes. Caballeros que no se muerden la lengua para deciros que sois unos animales, y gentiles damas que hacen trizas vuestra reputacin, y que no interpretan caritativamente las expansiones de vuestras esposas, son capaces de afanarse noche y da para serviros si tenis la dicha de caer postrados por una dolencia, o si la suerte os es contraria. Adems de su clientela, el doctor Heatherlegh atenda un hospital explotado por su propia cuenta. Un amigo suyo deca que el establecimiento era un establo para incurables, pero en realidad era un tinglado para reparar las mquinas humanas descompuestas por los rigores del clima. La temperatura de la India es a veces sofocante, y como hay poca tela que cortar y la que hay debe servir para todo, o en otros trminos, como hay que trabajar ms de lo debido y sin que nadie lo agradezca, muchas veces la salud humana se ve ms comprometida que el xito de las metforas de este prrafo. No ha habido mdico que pueda compararse con Heatherlegh. y su receta invariable a cuantos enfermos le consultan es: "Acostarse, no fatigarse, ponerse al fresco". En su opinin es tan grande el nmero de individuos muertos por exceso de trabajo, que la cifra no est justificada por la importancia de este mundo. Sostiene que Pansay, muerto hace tres aos en sus brazos, fue vctima de lo mucho que trabajo. En verdad, Heatherlegh tiene derecho para que consideremos sus palabras revestidas de autoridad. El se re de mi explicacin, y no cree como yo que Pansay tena una hendidura en la cabeza, y que por esa hendidura se le meti una rfaga del Mundo de las Sombras. A Pansay -dice Heatherlegh- se le solt la manija y el aparato dio ms vueltas de las debidas, estimulado por el descanso de una prolongada licencia en Inglaterra. Se portara o no se portara como un canalla con la seora Keith Wessington. Para m, la tarea del establecimiento de Katabundi lo saco de quicio, y creo que por su tras-torno mental hizo algo ms que un galanteo de los permitidos por la ley. La seorita Mannering fue su prometida, y un da ella renuncio aquella alianza. Le vino a Pansay un resfro con mucha fiebre, y de all naci la insensata historieta de los aparecidos. El origen de todo el mal fue el exceso de trabajo. Por el exceso del trabajo anterior prospero la enfermedad y mato al pobre muchacho. Cunteselo usted as, tal como yo lo digo, a ese maldito sistema de emplear a un hombre para que desempee el trabajo correspondiente a dos y medio. Yo no creo en esta explicacin de Heatherlegh. Muchas veces me qued a solas con Pansay cuando el mdico tena que atender a otros enfermos s por azar estaba cerca de la

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    casa. Con voz grave y sin cadencia, el infeliz me atormentaba describiendo la procesin que pasaba constantemente por los pies de su cama. Impresionaba esa palabra doliente. Cuando se restableci, le dije que deba escribir todo lo acontecido, desde el principio hasta el fin, y se lo dije por creer que su espritu descansara haciendo correr la tinta. Pero al escribir estaba muy agitado, y la forma terrorfica que adopt era poco propicia para la calma que necesitaba ante todo. Dos meses despus, fue dado de alta, pero "en vez de consagrarse en cuerpo y alma a auxiliar en sus tareas a una comisin sin personal suficiente que impetraba su cooperacin, Pansay opt por morir jurando que era vctima de terrores misteriosos. Antes de que l muriera recog su manuscrito, en el que consta la versin que dej de los hechos. Lleva fecha de 1885, y dice as:

    I Mi mdico asegura que yo necesito nicamente descanso y cambio de aires. No es poco probable que muy pronto disfrute de ambas cosas. Tendr el descanso que no perturban mensajeros de casaca roja ni la salva de los caones del medio da. Y tendr tambin un cambio de aires para el que no ser necesario que tome billete en un vapor destinado a Inglaterra. Entretanto, aqu me quedar, y contrariando las prescripciones facultativas, har al mundo entero confidente de mi secreto. Sabris por vosotros mismos la naturaleza precisa de mi enfermedad, y juzgaris de acuerdo con vuestro propio criterio, si es posible concebir tormentos iguales a los que yo he sufrido en este triste mundo. Hablando como podra hacerlo un criminal sentenciado, antes de que se corran los cerrojos de su prisin, pido que cuando menos concedis atencin a mi historia, por extravagante y horriblemente improbable que os parezca. No creo en absoluto que se le conceda fe alguna. Yo mismo, hace dos meses, habra declarado loco o perturbado por el alcohol, a quien me hubiera contado cosas semejantes. Yo era hace dos meses el hombre ms feliz de la India. Hoy no podr encontrarse uno ms infortunado, desde Peshawar hasta la costa. Esto lo sabemos nicamente el mdico y yo. Su explicacin es que tengo afectadas las funciones cerebrales, las digestivas y hasta las de la visin, aunque muy ligeramente: tales son las causas de mis ilusiones. ilusiones en verdad? Yo le digo que es un necio, lo que no impide que siga prestndome sus atenciones mdicas con la misma sonrisa indulgente, con la misma suavidad profesional y con las mismas patillas azafranadas que peina tan cuidadosamente. En vista de su conducta y de la ma, he comenzado a sospechar que soy un ingrato y un enfermo mal humorado. Pero dejo ms bien el juicio a vuestro criterio.

    II Hace tres aos tuve la fortuna -y la gran desgracia sin duda- de embarcarme en Gravesend para Bombay, despus de una licencia muy larga que se me haba concedido. Y digo que fue una gran desdicha mi fortuna, porque en el buque vena Ins Keith Wessington, esposa de un caballero que prestaba sus servicios en Bombay. No tiene el menor inters para vosotros inquirir qu clase de mujer era aqulla, y debis contentaros con saber que antes de que llegramos al lugar de nuestro destino, ya nos habamos enamorado locamente el uno del otro. El cielo sabe bien que lo digo sin sombra de vanidad. En esta clase de relaciones, siempre hay uno que se sacrifica y otro que es el sacrificador. Desde el primer momento de nuestra malaventurada unin, yo tuve la conciencia de que Ins senta una pasin ms fuerte,

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    ms dominadora -y si se me permite la expresin-, ms pura que la ma. Yo no s si ella se daba cuenta del hecho, pero ms tarde fue evidente para ambos. Llegamos a Bombay en la primavera, y cada cual tom su camino, sin que volviramos a vernos hasta que al cabo de tres o cuatro meses nos reunieron en Simla una licencia que yo obtuve y el amor de ella para m. En Simla pasamos la estacin, y el humo de pajas que arda en mi pecho acab, sin dejar rescoldos, al fin del ao. No intento excusarme, ni. presento un alegato en mi favor. La seora Wessington haba hecho por m todos los sacrificios imaginables, y estaba dispuesta a seguir adelante. Supo en agosto de 1882, porque yo se lo dije, que su presencia me haca dao, que su compaa me fatigaba y que ya no poda tolerar ni el sonido de su voz. El noventa y nueve por ciento de las mujeres hubiera demostrado el mismo desvo, y el setenta y cinco por ciento se habra vengado al instante, iniciando relaciones galantes con otro. Pero aquella mujer no perteneca a las setenta y cinco ni a las noventa y nueve, era la cnica del centenar. No producan el menor efecto en ella mi franca aversin ni la brutalidad con que yo engalanaba nuestras entrevistas. -Jack, encanto mo. Tal era el eterno reclamo de cuclillo con que me asesinaba. -Hay entre nosotros un error, un horrible desconcierto que es necesario dispar para que vuelva a reinar la armona. Perdname, querido Jack, perdname. Yo era el de toda la culpa, y lo saba, por lo que mi piedad se transformaba a veces en una resignacin pasiva; pero en otras ocasiones despertaba en m un odio ciego, el mismo instinto a lo que creo, del que pone salvajemente la bota sobre la araa despus de medio matarla de un papirotazo. La estacin de 1882 acab llevando yo este odio en mi pecho. Al ao siguiente volvimos a encontrarnos en Simla1; ella con su expresin montona y sus tmidas tentativas de reconciliacin, y yo con una maldicin en cada fibra de mi ser. Muchas veces no tena valor para quedarme a solas con ella, pero cuando esto aconteca, sus palabras, eran una repeticin idntica de las anteriores. Volva a sus labios el eterno lamento del error; volva la esperanza de que renaciera la armona; volva a impetrar mi perdn. Si yo hubiera tenido ojos para verla, habra notado que slo viva alimentada por aquella esperanza. Cada vez aumentaban su palidez y su demacracin. Convendris conmigo en que la situacin hubiera exasperado a cualquiera. Lo que ella haca era antinatural, pueril, indigno de una mujer. Creo que su conducta mereca censura. A veces, en mis negras vigilias de febricitante, ha venido a mi mente la idea de que pude haber sido ms afectuoso. Pero esto s que es ilusin. Cmo era posible en lo humano que yo fingiese un amor no sentido? Eso habra sido una deslealtad para ella y aun para m mismo.

    III Hace un ao volvimos a vernos. Todo era exactamente lo mismo que antes. Se repitieron sus imploraciones, cortadas siempre por las frases bruscas que salan de mis labios. Pude al cabo persuadirla de que eran insensatas sus tentativas de renovacin de nuestras antiguas relaciones. Nos separamos antes de. que terminara la estacin, es decir, hubo dificul-tades para que nos viramos, pues yo tena atenciones de un gran inters, que me embargaban por completo. Cuando en mi alcoba de enfermo evoco los recuerdos de la estacin de 1884, viene a mi espritu una confusa pesadilla en la que se mezclan fantsticamente la luz y la sombra. 1 Simla, lugar en que se desarrolla la accin de este cuento, es cabeza del Distrito de su mismo nombre, en la Divisin de Delbi, en el Punjab, India. Es una estacin climatrica, y residencia veraniega del Virrey.

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    Pienso en mis pretensiones a la mano de la dulce Kitty Mannering; pienso en mis esperanzas, dudas y temores; pienso en nuestros paseos por el campo, en mi declaracin de amor, en su respuesta ... De vez en cuando me visita la imagen del plido rostro que pasaba fugitivo en la litera cuyas libreas negras y blancas aguardaba yo con angustia. Y estos recuerdos vienen acompaados del de las despedidas de la seora Wessington, cuando su mano, calzada de guantes, haca el signo de adis. Tengo presentes nuestras entrevistas, que ya eran muy raras, y su eterno lamento. Yo amaba a Kitty Mannering; la amaba honradamente, con todo mi corazn, y a medida que aumentaba este amor, aumentaba mi odio a Ins. Lleg el mes de agosto. Ktty era mi prometida. Al da siguiente, movido por un sentimiento pasajero de piedad, me detuve en el sitio ms apartado de Jakko para decrselo todo a la seora Wessington. Ya ella lo saba. -Me cuentan que vas a casarte, querido Jack. Y sin transicin, aadi ests palabras: -Creo que todo es un error, un error lamentable. Algn da reinar la concordia entre nosotros, como antao. Mi respuesta fue tal, que un hombre difcilmente la habra recibido sin parpadear. fue un latigazo para la moribunda. -Perdname, Jack. No me propona encolerizarte. Pero es verdad, es verdad! Se dej dominar por el abatimiento. Yo volv grupas, y la dej para que terminara tranquilamente su paseo, sintiendo en el fondo de mi corazn, aunque slo por un instante, que mi conducta era la de un miserable. Volv la cara y vi que su litera haba cambiado de direccin, sin duda para alcanzarme. La escena qued fotografiada en mi memoria con todos sus pormenores y los del sitio en que se desarroll. Estbamos al final de la estacin de lluvias, y el cielo, cuyo azul pareca ms limpio despus de la tempestad, los tostados y oscuros pinos, el camino fangoso, los negros y agrietados cantiles, formaban un fondo siniestro en el que se destacaban las libreas negras y blancas de los jampanies2 y la amarilla . litera, sobre la cual vea yo distintamente la rubia cabeza de la seora Wessington, que se inclinaba tristemente. Llevaba el pauelo en la mano izquierda y recostaba su cabeza fatigada en los cojines de la litera. Yo lanc mi caballo al galope por un sendero que est cerca del estanque de Sanjowlie, y emprend literalmente la fuga. Cre or una dbil voz que me llamaba: -Jack Ha de haber sido efecto de la imaginacin, y no me detuve para inquirir. Diez minutos despus encontr a Kitty que tambin montaba a caballo, y la delicia de nuestra larga cabalgata borr de mi memoria todo vestigio de la entrevista con Ins. A la semana siguiente mora la seora Wessington, y mi vida qued libre de la inexpresable carga que su existencia significaba para m. Cuando volv a la llanura me sent completamente feliz, y antes de que transcurrieran tres meses ya no me quedaba un solo recuerdo de la que haba desaparecido, salvo tal o cual carta suya que inesperadamente hallaba en algn mueble, y que me traa una evocacin pasajera y penosa de nuestras pasadas relaciones. En el mes de enero proced a un escrutinio de toda nuestra correspondencia, dispersa en mis gavetas, y quem cuanto papel quedaba de ella. En abril de este ao, que es el de 1885, me hallaba una vez ms en Simia, en la semidesierta Simia, completamente entregado a mis plticas amorosas y a mis paseos con Kitty. Habamos resuelto casarnos en

    2 La palabra Jampanee es de origen japons. El plural Jampanies se emplea frecuentemente mencionado en este cuento. Jampanee es por definicin el hombre que conduce un Jampan. Y el Jampan es una silla de manos llevada en varas de bamb por cuatro hombres. - La palabra japonesa se aplica en la India a los hombres que arrastran calesines. En la India, en China y en Malaca, coole es todo indgena empleado por los europeos para tareas materiales.

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    los ltimos das de junio. Os haris cargo de que, amando a Kitty como yo la amaba, no es mucho decir que me consideraba entonces el hombre ms feliz de la India. Transcurrieron quince das, y estos quince das pasaron con tanta rapidez, que no me di cuenta de que el tiempo volaba sino cuando ya haba quedado atrs. Despertando entonces el sentido de las conveniencias entre mortales colocados en nuestras circunstancias, le indiqu a Kitty que un anillo era el signo exterior y visible de la dignidad que le corresponda en su carcter de prometida, y que deba ir a la joyera de Hamilton para que tomasen las medidas y comprsemos una sortija de alianza. Juro por mi honor que hasta aquel momento haba olvdado en absoluto un asunto tan trivial como el que trataba con Kitty. Fuimos ella y yo a la joyera de Hamilton el 15 de abril de 1885. Recordad y tened en cuenta -diga lo que diga en sentido contrario mi mdico- que mi salud era perfecta, que nada perturbaba el equilibrio de mis facultades mentales y que mi espritu estaba absolutamente tranquilo. Entr con Kitty en la joyera de Hamilton, y sin el menor miramiento a la seriedad de los negocios, yo mismo tom las medidas de la sortija, lo que fue una gran diversin para el dependiente. La joya era un zafiro con dos diamantes. Despus de que Kitty se puso el anillo, bajamos los dos a caballo por la cuesta que lleva al puente de Combermere y a la pastelera de Peliti. Mi caballo buscaba cuidadosamente paso seguro por las guijas del arroyo, y Kitty rea y charlaba a Mi lado, en tanto que toda Simla, es decir, todos los que haban llegado de las llanuras, se congregaban en la sala de lectura y en la terraza de Peliti; pero en medio de la soledad de la calle oa yo que alguien me llamaba por mi nombre de pila, desde una distancia muy larga. Yo haba odo aquella voz, aunque no poda determinar dnde ni cundo. El corto espacio de tiempo necesario para recorrer el camino que hay entre la joyera de Hamilton y el primer tramo del puente de Gombermere. haba sido suficiente para que Yo atribuyese a ms de meda docena de personas la ocurrencia de llamarme de ese modo. y hasta pens por un momento que alguien vena cantando a mi odo. Inmediatamente despus de que hubimos pasado frente a la casa de Peliti, mis ojos fueron atrados por la vista de cuatro jampanies con su librea de urracas, que conducan una !itera amarilla de las ms ordinarias. Mi espritu vol en el instante hacia la seora Wessington, y tuve un sentimiento de irritacin y disgusto. Si ya aquella mujer haba muerto. y su presencia en este mundo no tena objeto, qu hacan all aquellos cuatro jampanies, con su librea blanca y negra, sino perturbar uno de los das ms felices de mi vida? Yo no saba quin poda emplear a aquellos jampanies, pero me informara y le pedira al amo, como un favor especialsimo, que cambiase la odiosa librea. Yo mismo tomara para mi servicio a los cuatro portaliteras, y si era necesario, comprara su ropa a fin de que se vistieran de otro color. Es imposible describir el torrente de recuerdos ingratos que su presencia evocaba. Kitty -exclam-, mira los cuatro jampanies de la seora Wessington. Quin los tendr a su servicio? Kitty haba conocido muy superficialmente a la seora Wessington en la pasada estacin, y se interes por la pobre Ins vindola enferma. -Cmo? En dnde? -pregunt-. Yo no los veo. Y mientras ella deca estas palabras, su caballo, que se apartaba de una mula con carga, avanz directamente haca la litera que vena en sentido contrario. Apenas tuve tiempo de decir una palabra de aviso. cuando para horror mo, que no hallo palabras con qu expresar, caballo y amazona pasaron a travs de los hombres y del carricoche, como si aqullos y ste hubieran sido de aire vano. -Qu es eso?- exclam Kitty-, por qu has dado ese grito de espanto?. No quiero que la gente sepa de este modo nuestra prxima boda. Haba un espacio limitado entre la mula y la terraza del caf, y si crees que tengo nociones de equitacin... Vamos!

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    Y la voluntariosa Ktty ech a galopar furiosamente, a toda rienda, hacia el quiosco de la msica, creyendo que yo la segua, como despus me lo dijo. Qu haba pasado? Nada en realidad. O yo no estaba en mis cabales, o haba en Simla una legin infernal. Refren mi jaco, que estaba impaciente por correr, y volv grupas. La litera haba cambiado de direccin, y se hallaba frente a m, cerca del baranda de la izquierda del puente de Gombenmere. -Jack! Jack! Querido Jack! Era imposible confundir las palabras. Demasiado las conoca, por ser las mismas de siempre. Repercutan dentro de mi crneo como si una voz las hubiese pronunciado a mi odo. -Creo que todo es un error. Un error lamentable. Algn da reinar la concordia entre nosotros como antao. Perdname, Jack. La caperuza de la litera haba cado, y en el asiento estaba Ins Keith Wessington con el pauelo en la mano. La rubia cabeza, de un tono dorado, se inclinaba sobre el pecho. Lo juro por la muerte que invoco, que espero durante el da y que es mi terror en las horas de insomnio!

    IV No s cuanto tiempo permanec contemplando aquella imagen. Cuando me di cuenta de mis actos, mi asistente tomaba por la brida el jaco gals, y me preguntaba si estaba enfermo y qu senta. Pero la distancia entre lo horrible y lo vulgar es muy pequea. Descend del caballo y me dirig al caf de Peliti, en donde ped un cordial con una buena cantidad de aguardiente. Haba dos o tres parejas en torno de las mesas del caf, y se comentaba la crnica local. Las trivialidades que se decan aquellas gentes fueron para m ms consoladoras en aquel momento que la ms piadosa de las meditaciones. Me entregu a la conversacin, riendo y diciendo despropsitos, con una cara de difunto cuya lividez not al vrmela casualmente en un espejo. Tres o cuatro personas advirtieron que yo me hallaba en una condicin extraa, y atribuyndola sin duda a una alcoholizacin inmoderada, procuraron caritativamente apartarme del centro de la tertulia, pero yo me resista a partir. Necesitaba a toda costa la presencia de mis semejantes, como el nio que interrumpe una comida ce-remoniosa de sus mayores cuando lo acomete el terror en un cuarto obscuro. Creo que estara hablando diez minutos aproximadamente, minutos que me parecieron una eternidad, cuando de pronto o la voz clara de Kitty que preguntaba por m desde afuera. Al saber que yo estaba all, entr con la manifiesta intencin de devolverme la sortija, por la indisculpable falta que acababa de cometer; pero mi aspecto la impresion profundamente. Por Dios, Jack, qu has hecho? Qu ha ocurrido? Ests enfermo? Obligado a mentir, dije que el sol me haba causado un efecto desastroso. Eran las cinco de la tarde de un da nublado de abril, y el sol no haba aparecido un solo instante. No bien acab de pronunciar aquellas torpes palabras, comprend la falta, y quise recogerlas, pero ca de error en error, hasta que Kitty sali, llena de clera, y yo tras ella, en medio de las sonrisas de todos los conocidos. Invent una excusa, que ya no recuerdo, y al trote largo de mi gals me dirig sin prdida de momento hacia el hotel, en tanto que Kitty acababa sola su paseo. Cuando llegu a mi cuarto, me d a considerar el caso con la mayor calma de que fui capaz. Y he aqu el resultado de mis meditaciones ms razonadas. Yo, Teobaldo Juan Pansay, funcionario de buenos antecedentes acadmicos, perteneciente al Servicio Civil de Bengala, encontrndome en el ao de gracia de 1885, aparentemente en el uso de mi razn, y en verdad con salud perfecta, era vctima de terrores

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    que me apartaban del lado de mi prometida, como consecuencia de la aparicin de una mujer muerta y sepultada ocho meses antes. Los hechos referidos eran indiscutibles. Nada estaba ms lejos de mi pensamiento que el recuerdo de la seora Keith Wessington cuando Kitty y yo salimos de la joyera de Hamilton, y nada ms vulgar que el paredn de la terraza de Peliti. Brillaba la luz del da, el camino estaba animado por la presencia de los transentes, y de pronto he aqu que contra toda la ley de probabilidad, y con directa violacin de las disposiciones legales de la Naturaleza, sala de la tumba el rostro de una difunta y se me pona delante. El caballo rabe de Kitty pas a travs del carricoche, y de este modo desapareci mi primera esperanza de que una mujer maravillosamente parecida a la seora Keith Wessington hubiese alquilado la litera con los mismos cuatro cooles. Una y otra vez d vuelta a esta rueda de mis pensamientos, y una y otra vez, viendo burlada mi esperanza de hallar alguna explicacin, me sent agobiado por la impotencia. La voz era tan inexplicable como la apa-ricin. Al principio haba tenido la idea de confiar mis zozobras a Kitty, y de rogarle que nos casramos al instante para desafiar en sus brazos a la mujer fantstica de la litera. -Despus de todo -deca yo en mi argumentacin interna- la presencia de la litera es por s misma suficiente para demostrar la existencia de una ilusin espectral. Habr fantasmas de hombres y de mujeres, pero no de calesines y coolies. Imaginad el espectro de un nativo de las colinas! Todo esto es absurdo. A la maana siguiente envi una carta pemtencial a Kitty, implorando de ella que olvidase la extraa conducta observada por m en la tarde del da anterior. La Deidad estaba todava llena de indignacin, y fue necesario ir personalmente a pedir perdn ante el ara. Con la abundante verba de una noche dedicada a inventar la ms satisfactoria de las falsedades, dije que me haba atacado sbitamente una palpitacin cardiaca, a causa de una indigestin. Este recurso, eminentemente prctico, produjo el efecto esperado, y por la tarde Kitty y yo volvimos a nuestra cabalgata, con la sombra de mi primera mentira entre su caballo rabe y mi jaco gals.

    V Nada le gustaba tanto a Kitty como dar una vuelta en el Jakko. El insomnio haba debilitado mis nervios hasta el punto de que apenas me fue dable oponer una resistencia muy dbil a su insinuacin, y sin gran insistencia propuse que nos dirigiramos a la Colina del Observatorio, a Jutogh, al Camino de Boileau, a cualquier parte, en suma, que no fuera la ronda de Jakko. Kitty no slo estaba indignada, sino ofendida; as, ced temiendo provocar otra mala inteligencia, y nos encaminamos hacia la Chota Simla. Avanzamos al paso corto de nuestros caballos durante la primera parte del paseo, y siguiendo nuestra costumbre, a una milla o dos ms abajo del Convento, lo hicimos andar a un trote largo, dirigindonos haca el tramo a nivel que est cerca del Estanque de Sanjowlie. Los malditos caballos parecan volar, y mi corazn lata precipitadamente cuando coronamos la cuesta. Durante toda la tarde no haba dejado de pensar en la seora Wessington, y en cada metro de terreno vea levantarse un recuerdo de nuestros paseos y de nuestras confidencias. Cada piedra tena grabada alguna de las viejas memorias; las cantaban los pinos sobre nuestras cabezas; los torrentes, henchidos por las lluvias, parecan repetir burlescamente la historia bochornosa; el viento que silbaba en mis odos, iba publicando con voz robusta el secreto de la iniquidad. Como un final arreglado artsticamente, a la mitad del camino a nivel, en el tramo que se llama La Milla de las Damas, el horror me aguardaba. No se vea otra litera sino la de los cuatro jampanies blanco y negro -la litera amarilla-, y en su interior la rubia cabeza, la cabeza

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    color de oro, exactamente en la actitud que tena cuando la dej all ocho meses y medio antes. Durante un segundo, cre que Kitty vea lo que yo estaba viendo; pues la simpata que nos uni era maravillosa. Pero justamente en aquel momento pronunci algunas palabras que me sacaron de mi ilusin. -No se ve alma viviente. Ven, Jack, te desafo a tina carrera hasta los edificios del Estanque. Su finsimo rabe parti como un pjaro seguido de mi gals, y pasamos a la carrera bajo los acantilados. En medio minuto llegamos a cincuenta metros de la litera. Yo tir de la rienda a mi gals y me retras un poco. La litera estaba justamente en medio del camino, y una vez ms el rabe pas a travs, seguido de mi propio caballo. -Jack, querido Jack. Perdname, Jack! Esto deca la voz que hablaba a mi odo. Y sigui su lamento -Todo es un error; un error deplorable ... Como un loco, clav los acicates a mi caballo, Y cuando llegu a los edificios del Estanque volv la cara: el grupo de los cuatro jampanies, que parecan cuatro picazas de blanco y negro, aguardaban pacientemente debajo de la cuesta gris de la colina. El viento me trajo un eco burlesco de las palabras que acababan de sonar en mis odos. Kitty no ces de extraar el silencio en que ca desde aquel momento, pues hasta entonces haba estado muy locuaz y comunicativo. Ni aun para salvar la vida habra podido entonces decir dos palabras en su lugar, y desde Sanjowlie hasta la iglesia me abstuve prudentemente de pronunciar una slaba,

    VI Estaba invitado a cenar esa noche en la casa de los Mannering, y apenas tuve tiempo de ir al hotel para vestirme. En el camino de la colina del Elseo, sorprend la conversacin de dos hombres que hablaban en la obscuridad. -Es curioso -dijo uno de ellos-, cmo desapareci completamente toda la huella. Usted sabe que mi mujer era una amiga apasionada de aquella seora -en la que por otra parte no vi nada excepcional-, y as fue que mi esposa se empe en que yo me quedara con la litera y los coolies, ya fuera por dinero, ya por halagos. A mi me pareci un capricho de espritu enfermo, pero mi lema es hacer todo lo que manda la Mesahib. Creer usted que el dueo de la litera me dijo que los cuatro jampanies eran cuatro hermanos que murieron del clera yendo a Hardwar -pobres diablos!-, y que el dueo hizo pedazos la litera con sus propias manos, pues dice que por nada del mundo usara la litera de una Memsahib3 que haya pasado a mejor vida? Eso es de mal agero, dice. De mal agero! Vaya una idea! Concibe usted que la pobre seora Wessington pudiera ser ave de mal agero para alguien, excepto para s misma? Yo lanc un carcajada al or esto, y mi manifestacin de extemporneo regocijo vibr en mis propios odos como una impertinencia. Pero en todo caso, era verdad que haba literas fantsticas y empleos para los espritus del otro mundo. Cunto pagara la seora Wessington a sus jampanies para que vinieran a aparecrseme? Qu arreglo de horas de servicio habran hecho esas sombras del ms all? Y qu sitio habran escogido para comenzar y dejar la faena diaria? 3 Sahib, seor, caballero, amo. Se emplea para mencionar a los europeos dignos de consideracin. Entre indgenas es un ttulo, como General Sahib. Memsahib, tratamiento que dan los indgenas a las damas europeas.

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    No tard en recibir una respuesta a la ltima pregunta de mi monlogo. Entre la sombra crepuscular vi que la litera me cerraba el paso. Los muertos caminan muy de prisa y tienen senderos que no conocen los coolies ordinarios. Volv a lanzar otra carcajada, que contuve sbitamente, impresionado por el temor de haber perdido el juicio. Y he de haber estado loco, por lo menos hasta cierto punto, pues refren el caballo al encontrarme cerca de la litera, y con toda atencin di las buenas noches a la seora Wessington. Ella pronunci entonces las palabras que tan conocidas me son. Escuch su lamento hasta el final, y cuando hubo terminado le dije que ya haba odo aquello muchas veces, y que me encantara saber de ella algo ms, si tena que decrmelo. Yo creo que algn espritu maligno, dominndome tirnicamente, se haba apoderado de las potencias de mi alma, pues tengo un vago recuerdo de haber hecho una crnica minuciosa de los vulgares acontecimientos del da durante mi entrevista con la dama de la litera, que no dur menos de cinco minutos. -Est ms loco que una cabra, o se bebi todo el aguardiente que haba en Simla. Oyes? A ver si lo llevamos a su casa. La voz que pronunciaba estas palabras no era la de la seora Wessington. Dos transentes me haban odo hablar con las musaraas, y se detuvieron para prestarme auxilio. Eran dos personas afables y solcitas, y, por lo que decan, vine en conocimiento de que yo estaba perdidamente borracho. Les di las gracias en trminos incoherentes, y segu mi camino hacia el hotel. Me vest sin prdida de momento, pero llegu con diez minutos de retardo a la casa de los Mannering. Me excus, alegando la oscuridad nocturna; recib una amorosa reprensin de Ktty por mi falta de formalidad con la que me estaba destinada para esposa, y tom asiento. La conversacin era ya general, y, a favor del barullo, deca yo algunas palabras de ternura a mi novia, cuando advert que en el extremo de la mesa un sujeto de estatura pequea y de patillas azafranadas describa minuciosamente el encuentro que acababa de tener con un loco. Algunas de sus palabras, muy pocas por cierto, bastaron para persuadirme de que aquel individuo refera lo que me haba pasado media hora antes. Bien se vea que el caballero de las patillas era uno de esos especialistas en ancdotas de sobremesa o de caf, y que cuanto deca llevaba el fin de despertar el inters de sus oyentes y provocar el aplauso; miraba, pues, en torno suyo para recibir el tributo de la admiracin a que se juzgaba acreedor, cuando sus ojos se encontraron de pronto con los mos. Verme y callar con un extrao azoramiento, fue todo uno. Los comensales se sorprendieron del sbito silencio en que cay el narrador, y ste, sacrificando una reputacin de hombre ingenioso, la-boriosamente formada durante seis estaciones consecutivas, dijo que haba olvidado el fin del lance, sin que fuese posible sacar una palabra ms. Yo lo bendeca desde el fondo de mi corazn, y di fin al salmonete que se me haba servido. La comida termin, y yo me separ de Ktty con la ms profunda pena, pues saba que el ser fantstico me esperaba en la puerta de los Manning. Estaba tan seguro de ello como de mi propia existencia. El sujeto de las patillas, que haba sido presentado a m como el doctor Heatherlegh, de Simla, me ofreci su compaa durante el trecho en que nuestros dos ca-minos coincidan. Yo acept con sincera gratitud. El instinto no me haba engaado. La litera estaba en el Mallo, con farol encendido y en la diablica disposicin de tomar cualquier camino que yo emprendiera con mi acompaante. El caballero de las patillas inici la conversacin en tales trminos que se vea claramente cunto le haba preocupado el asunto durante la cena. -Diga usted, Pansay, qu demonios le aconteci a usted hoy en el camino del Elseo? Lo inesperado de la pregunta me sac una respuesta en la que no hubo deliberacin por m parte. -Eso!-dije-, y sealaba con el dedo hacia el punto en que estaba la litera. -Eso puede ser delirium tremens o alucinacin. Vamos al asunto. Usted no ha bebido. No se trata, pues, de un acceso alcohlico. Usted seala hacia un punto en donde no se ve

  • 11

    cosa alguna, y, sin embargo, veo que suda y tiembla como un potro asustado. Hay algo de lo otro, y yo necesito enterarme. Vngase usted a mi casa. Est en el camino de Blessington. Para consuelo mo, en vez de aguardarnos, la litera avanz a 20 metros, y no la alcanzbamos ni al paso ni al trote, ni al galope. En el curso de aquella largusima cabalgata, yo refer al doctor casi todo lo que os tengo dicho. -Por usted se me ha echado a perder una de mis mejores ancdotas -dijo l-, pero yo se lo perdono en vista de cuanto usted ha sufrido. Vayamos a casa, y somtase usted a mis indicaciones. Y cuando vuelva a la salud perfecta de antes, acurdese, joven amigo mo, de lo que hoy le digo: hay que evitar siempre mujeres y alimentos de difcil digestin. Observe us-ted esta regla hasta el da de su muerte. La litera estaba enfrente de nosotros, y las dos patillas azafranadas se rean, celebrando la exacta descripcin que yo haca del sitio en donde se haba detenido el calesn fantstico. -Pansay, Pansay, recurdelo usted: todo es ojos, cerebro y estmago. Pero el gran regulador es el estmago. Usted tiene un cerebro muy lleno de pretensiones a la dominacin. un estmago diminuto y dos ojos que no funcionan bien. Pongamos en orden el estmago, y lo dems vendr por aadidura. Hay unas pldoras que obran maravillas. Desde este momento yo voy a encargarme de usted con exclusin de cualquier otro colega. Usted es un caso clnico demasiado interesante para que yo pase de largo sin someterlo a un estudio minucioso. Nos cubran las sombras del camino de Blessington en su parte ms baja, y la litera lleg a un recodo estrecho, dominado por un peasco cubierto de pinos. Y Yo instintivamente me detuve y di la razn que tena para ello. Heatherlegh me interrumpi lanzando un juramento: -:Con mil legiones del Infierno! Cree usted que voy a quedarme aqu, durante toda una noche, y a enfriarme los huesos, slo porque un caballero que me acompaa es vctima de una alucinacin en que colaboran el estmago, el cerebro y los ojos? No: mil gracias. Pero, qu es eso? Eso era un sonido sordo, una nube de polvo que nos cegaba, un chasquido despus, la crepitacin de las ramas al desgajarse y una masa de pinos desarraigados que caan del peasco sobre el camino y nos cerraban el paso. Otros rboles fueron tambin arrancados de raz, y los vimos tambalearse entre las sombras, como gigantes ebrios, hasta caer en el sitio donde yacan los anteriores, con un estrpito semejante al del trueno. Los caballos estaban sudorosos y paralizados por el miedo. Cuando ces el derrumbamiento de la enhiesta colina, mi compaero dijo: -Si no nos hubiramos detenido, en este instante nos cubrira una capa de tierra y piedras de tres metros de espesor. Habramos sido muertos y sepultados a la vez. Hay en los cielos y en la tierra otros prodigios, como dice Hamlet. A casa, Ramsay, y demos gracias a Dios. Yo necesito un cordial. Volvimos grupas, y tomando por el puente de la iglesia, me encontr en la casa del doctor Heatherlegh, poco despus de las doce de la noche. Sin prdida de momento, el doctor comenz a prodigarme sus cuidados, y no se apart de m durante una semana. Mientras estuve en su casa, tuve la ocasin de bendecir mil veces la buena fortuna que me haba puesto en contacto con el ms sabio y amable de los mdicos de Simla. Da por da iban en aumento la lucidez y la ponderacin de mi espritu. Da por da tambin me senta yo ms inclinado a aceptar la teora de la ilusin espectral producida por obra de los ojos, del cerebro y del estmago. Escrib a Kitty dicindole que una ligera torcedura, producida por haber cado del caballo, me obligaba a no salir de casa durante algunos das, pero que mi salud estara completamente restaurada antes de que ella tuviese tiempo de extraar mi ausencia.

  • 12

    El tratamiento de Heatherlegh era sencillo hasta cierto punto. Consista en pldoras para el hgado, baos fros y mucho ejercicio de noche o en la madrugada, porque, como l deca muy sabiamente, un hombre que tiene luxado un tobillo, no puede caminar doce millas diarias, y menos an exponerse a que la novia lo vea o crea verlo en el paseo, juzgndolo postrado en cama. Al terminar la semana, despus de un examen atento de la pupila y del pulso, y de indicaciones muy severas sobre la alimentacin y el ejercicio a pie, Heatherlegh me despidi tan bruscamente como me haba tomado a su cargo. He aqu la bendicin que me dio cuando part: -Garantizo la curacin del espritu, lo que quiere decir que he curado los males del cuerpo. Recoja usted sus brtulos al instante, y dedique todos sus afanes a la seorita Kitty. Yo quera darle las gracias por su bondad, pero l me interrumpi: -No tiene usted nada que agradecer. No hice esto por afecto a su persona. Creo que su conducta ha sido infame, pero esto no quita que sea usted un fenmeno, un fenmeno curioso en el mismo grado que es indigna su conducta de hombre. Y deteniendo un movimiento mo, agreg: -No; ni una rupia. Salga usted, y vea si puede encontrar su fantasma, obra de los ojos, del cerebro y del estmago. Le dar a usted un lakh4 si esa litera vuelve a presentrsele. Media hora despus me hallaba yo en el saln de los Mannering al lado de Kitty, ebrio con el licor de la dicha presente y por la seguridad de que la sombra fatal no volvera a turbar la calma de mi vida. La fuerza de mi nueva situacin me dio nimo para proponer una cabalgata, y para ir de preferencia a la ronda de Jakko. Nunca me haba sentido tan bien dispuesto, tan rebosante de vitalidad, tan pletrico de fuerzas, como en aquella tarde del 30 de abril. Kitty estaba encantada de ver mi aspecto, y me expres su satisfaccin con aquella deliciosa franqueza y aquella espontaneidad de palabra que le da tanta seduccin. Salimos juntos de la casa de los Mannering, hablando y riendo, y nos dirigimos como antes por el camino de Chota. Yo estaba ansioso de llegar al estanque de Sanjowlie para que mi seguridad se confirmase en una prueba decisiva. Los caballos trotaban admirablemente, pero yo senta tal impaciencia, que el camino me pareci interminable. Kitty se mostraba sorprendida de mis mpetus. -Jack -dijo al cabo-, pareces un nio. Qu es eso? Pasbamos por el convento, y yo haca dar corvetas a m gals, pasndole por encima la presilla del ltigo para excitarlo con el cosquilleo. -Preguntas qu hago? Nada. Esto y nada ms. Si supieras lo que es pasar una semana inmvil, me comprenderas y me imitaras. Recit una estrofa que celebra la dicha del vivir, que canta el jbilo de nuestra comunin con la naturaleza, y que invoca a Dios, Seor de cuanto existe y de los cinco sentidos del hombre. Apenas haba yo terminado la cita potica, despus de trasponer con Kitty el recodo que hay en el ngulo superior del convento, y ya no nos faltaban sino algunos metros para ver el espacio que se abre hasta Sanjowlie, cuando en el centro del camino a nivel aparecieron las cuatro libreas blanco y negro, el calesn amarillo y la seora Keit Wessington. Yo me ergu, mir, me frot los ojos, y creo que dije algo. Lo nico que recuerdo es que al volver en m, estaba cado boca abajo en el centro de la carretera. y que Kitty, de rodillas, se hallaba hecha un mar de lgrimas. -Se ha ido ya?,- pregunt anhelosamente. 4 Lakh, 100.000 rupias, o 46.666.

  • 13

    Kitty se puso a llorar con ms amargura. -Se ha ido? No s lo que dices. Debe ser un error, un error lamentable. Al or estas palabras me puse en pie loco, rabioso. -S, hay un error, un error lamentable -repeta yo-. Mira, mira hacia all! Tengo el recuerdo indistinto de que cog a Kitty por la mueca, y de que me la llev al lugar en donde estaba aquello. Y all implor. a Kitty para que hablase con la sombra, para que le dijese que ella era mi prometida, y que ni la muerte ni las potencias infernales podran romper el lazo que nos una. Slo Kitty sabe cuantas cosas ms dije entonces. Una, y otra, y mil veces dirig apasionadas imprecaciones a la sombra que se mantena inmvil en la litera, rogndole que me dejase libre de aquellas torturas mortales. Supongo que en mi exaltacin revel a Kitty los amores que haba tenido con la seora Wessington, pues me escuchaba con los ojos dilatados y la faz intensamente plida. -Gracias, seor Pansay: ya es bastante. Y agreg dirigindose a su palafrenero: -Syce, ghora Ido. Los dos syces5, impvidos como buenos orientales, se haban aproximado con los dos caballos que se escaparon en el momento de mi cada. Kitty mont, y yo asiendo por la brida el caballo rabe, imploraba indulgencia y perdn. La nica respuesta fue un latigazo que me cruz la cara desde la boca hasta la frente, y una o dos palabras de adis que no me atrevo a escribir. Juzgu por lo mismo, y estaba en lo justo, que Kitty se haba enterado de todo. Volv vacilando hacia la litera. Tena el rostro ensangrentado y lvido, desfigurado por el latigazo. Moralmente era yo un despojo humano.

    VII Heatherlegh, que probablemente nos segua, se dirigi hacia donde yo estaba. -Doctor -dije, mostrndole mi rostro-, he aqu la firma con que la seorita Mannerng ha autorizado mi destitucn. Puede usted pagarme el lahh de la apuesta cuando lo crea conveniente, pues la ha perdido. A pesar de la tristsima condicin en que yo me encontraba, el gesto que hizo Heatherlegh poda mover a risa. -Comprometo mi reputacin profesional --fueron sus primeras palabras. Y las interrump diciendo a mi vez: -Esas son necedades. Ha desaparecido la felicidad de mi vida. Lo mejor que usted puede hacer es llevarme consigo. El calesn haba hudo. Pero antes de eso, yo perd el conocimiento de la vida exterior. El crestn de Jakko se mova como una nube tempestuosa que avanzaba hacia m. Una semana ms tarde, esto es, el 7 de mayo, supe que me hallaba en la casa de Heatherlegh tan dbil como un nio de tierna edad. Heatherlegh me miraba fijamente desde su escritorio. Las primeras palabras que pronunci no me llevaron un gran consuelo, pero mi agotamiento era tal, que apenas si me sent conmovido por ellas. -La seorita Kitty ha enviado las cartas de usted. La correspondencia, a lo que veo, fue muy activa. Hay tambin un paquete que parece contener una sortija. Tambin vena una

    5 Palafrenero

  • 14

    cartita muy afectuosa de pap Mannering, que me tom la libertad de leer y de quemar. Ese caballero no se muestra muy satisfecho de la conducta de usted. -Y Kitty? -pregunt neciamente. -Juzgo que est todava ms indignada que su padre, segn los trminos en que se expresa. Ellos me hacen saber igualmente que antes de mi llegada al sitio de los acontecimientos usted extern un buen nmero de reminiscencias muy curiosas. La seorita Ktty manifiesta que un hombre capaz de hacer lo que usted hizo con la seora Wessington, debera levantarse la tapa de los sesos para librar a la especie humana de tener un semejante que la deshonra. Me parece que la damisela es persona ms para pantalones que para faldas. Dice tambin que usted ha de haber llevado almacenada en la caja del cuerpo una cantidad muy considerable de alcohol cuando el pavimento de la carretera de Jakko se elev hasta to-car la cara de usted., Por ltimo, jura que antes morir que volver a cruzar con usted una sola palabra. Yo di un suspiro, y volv la cara al rincn. -Ahora elija usted, querido amigo. Las relaciones con la seorita Kitty quedan rotas, y la familia Mannering no quiere causarle a usted un dao de trascendencia. Se declara terminado el noviazgo a causa de un ataque de delirium tremens, o por ataques de epilepsia? Siento no poder darle a usted otra causa menos desagradable, a no ser que echemos mano al recurso de una locura hereditaria. Diga usted lo que le parezca, y yo me encargo de lo dems. Toda Simla est enterada de la escena ocurrida en la Milla de las damas. Tiene usted cinco minutos para pensarlo. Creo que durante esos cinco minutos explorar lo ms profundo de los crculos infernales, por lo menos lo que es dado al hombre conocer de ellos mientras lo cubre una vestidura carnal. Y me era dado, a la vez, contemplar mi azarosa peregrinacin por los tenebrosos laberintos de la duda, del desaliento y de la desesperacin. Heatherlegh desde su villa ha de haberme acompaado en aquella vacilacin. Sin darme cuenta exacta de ello, me sorprend a m mismo diciendo en voz que con ser ma reconoc difcilmente: -Me parece que esas personas se muestran muy exigentes en materia de moralidad. Dles usted a todas ellas expresiones afectuosas de mi parte. Y ahora quiero dormir un poco ms. Los dos sujetos que hay en m se pusieron de , acuerdo para reunirse y conferenciaron, pero el que es medio loco y medio endemoniado, sigui agitndose en el lecho y trazando paso a paso el viacrucis del ltimo mes. -Estoy en Simla -me repeta a m mismo-; yo, Jack Pansay, estoy en Simla, y aqu no hay duendes. Es una insensatez de esa mujer decir que los hay. Por qu Ins no me dej en paz? Yo no le hice dao alguno. Pude haber sido yo la vctima. como lo fue ella. Yo no la mat de propsito. Por qu no se me deja solo... solo y feliz? Seran las doce del da cuando despert, y el sol estaba ya muy cerca del horizonte cuando me dorm. Mi sueo era el del criminal que s: duerme en el potro del tormento, ms por fatiga que por alivio. Al da siguiente no pude levantarme. El doctor Heatherlegh me dijo por la maana que haba recibido una respuesta del seor Mannering y que gracias a la oficiosa mediacin del mdico y del amigo, toda la ciudad de Simla me compadeca por el estado de mi salud. -Como ve usted -agreg en tono jovial-, esto es ms de lo que usted merece, aunque en verdad ha pasado una tormenta muy dura. No se desaliente sanar usted, monstruo de perversidad. Pero yo saba que nada de lo que hiciera Heatherlegh aliviara la carga de mis males. A la vez que este sentimiento de una fatalidad inexorable, se apoder de m un impulso de rebelin desesperada e impotente contra una sentencia injusta. Haba muchos hombres no menos culpables que yo, cuyas faltas, sin embargo, no eran castigadas, o que

  • 15

    haban obtenido el aplazamiento de la pena hasta la otra vida. Me pareca por lo mismo una iniquidad muy cruel y muy amarga que slo a m se me hubiese reservado una suerte tan terrible. Esta preocupacin estaba destinada a desaparecer para dar lugar a otra en la que el calesn fantstico y yo ramos las nicas realidades positivas de un mundo poblado de sombras. Segn esta nueva concepcin. Kitty era un duende; Mannerng, Heatherlegh y todas las personas que me rodeaban eran duendes tambin: las grandes colinas grises de Simla eran sombras vanas formadas para torturarme. Durante siete das mortales fui retrogradando y avanzando en mi salud, con recrudecimientos y mejoras muy notables; pero el cuerpo se robusteca ms y ms, hasta que el espejo, no ya slo Heatherlegh, me dijo que comparta la vida animal de los otros hombres. Cosa extraordinaria! En mi rostro no haba signo exterior de mis luchas morales. Estaba algo plido, pero era tan vulgar y tan inexpresivo como siempre. Yo cre que me quedara alguna alteracin permanente, alguna prueba visible de la dolencia que minaba mi ser. Pero nada encontr.

    VIII El da 15 de mayo, a las once de la maana, sal de la casa de Heatherlegh, y el instinto de la soltera me llev al Club. Todo el mundo conoca el percance de Jakko, segn la versin de Heatherlegh. Se me recibi con atenciones y pruebas de afecto que en su misma falta de refinamiento acusaban ms an el exceso de la cordialidad. Sin embargo, pronto ad-vert que estaba entre la gente sin formar parte de la sociedad, y que durante el resto de mis das habra de ser un extrao para todos mis semejantes. Envidiaba con la mayor amargura a los coolies que rean en el Mallo. Com en el mismo Club, y a las cuatro de la tarde baj al paseo con la vaga esperanza de encontrar a Kitty. Cerca del quiosco de la msica se me reunieron las libreas blanco y negro de los cuatro jampanies y o el conocido lamento de la seora Wessington. Yo lo esperaba por cierto desde que sal, y slo me extraaba la tardanza. Segu por el camino de Chota llevando la litera fantstica a mi lado. Cerca del bazar, Kitty y un caballero que la acompaaba nos alcanzaron y pasaron delante de la seora Wessington y de m. Kitty me trat como si yo fuera un perro vagabundo. No acort siquiera el paso, aunque la tarde lluviosa hubiera justificado una marcha menos rpida. Seguimos, pues, por parejas: Kitty con su caballero, y yo con el espectro de mi antiguo amor. As dimos vueltas por la ronda de Jakko. El camino estaba lleno de baches; los pinos goteaban como canales sobre las rocas; el ambiente se haba saturado de humedad. Dos o tres veces o mi propia voz que deca -Yo soy Jack Pansay, con licencia en Simla, en Simla! Es la Simla de siempre, una Simla concreta. No debo olvidar esto; no debo olvidarlo. Despus procuraba recordar las conversaciones del Club: los precios que fulano o zutano haban pagado por sus caballos; todo, en fin, lo que forma la trama de la existencia cotidiana en el mundo angloindio, para m tan conocido. Repeta la tabla de multiplicar, para persuadirme de que estaba en mis cabales. La tabla de multiplicar fue pata m un gran consuelo, e impidi tal vez que oyera durante algn tiempo las imprecaciones de la seora Wessington. Una vez ms sub fatigosamente la cuesta del convento, y entr por el camino a nivel. Ktty y el caballero que la acompaaba partieron al trote largo, y yo qued solo con la seora Wessington. -Ins -dije -, quieres ordenar que se baje esa capota y explicarme la significacin de lo que pasa? La capota baj sin ruido, y yo qued frente a frente de la muerta y sepultada amante. Vesta el mismo traje que le vi la ltima vez que hablamos en vida de ella; llevaba en

  • 16

    la diestra el mismo pauelo, y en la otra mano el mismo tarjetero. Una mujer enterrada haca ocho meses, y con tarjetero! Volv a la tabla de multiplicar, y apoy ambas manos en la balaustrada del camino, para cerciorarme de que al menos los objetos inanimados eran reales. -Ins -repet-, dime, por piedad, lo que significa esto. La seora Wessington inclin la cabeza, con aquel movimiento tan peculiar y tan rpido que yo bien conoca, y habl. Si mi narracin no hubiera pasado ya todos los lmites que el espritu del hombre asigna a lo que se puede creer, sera el caso de que os presentara una disculpa por esta insensata descripcin de la escena. S que nadie me creer -ni Ktty, para quien en cierto modo escribo, con el deseo de justificarme-; as, pues, sigo adelante. La Seora Wessington hablaba segn lo tengo dicho, y yo segu a su lado desde el camino de Samjowlie hasta el recodo inferior de la Casa del Comandante General, como hubiera podido ir cualquier jinete conversando animadamente con una mujer de carne y hueso que pasea en litera. Acababa de apoderarse de m la segunda de las preocupaciones de mi enfermedad -la que ms me atormenta-, y como el Prncipe en el poema de Tennyson, "Yo viva en un mundo fantasma". Haba habido una fiesta en la Casa del Comandante General, y nos incorporamos a la muchedumbre que sala de la Garden-Party. Todos los que nos rodeaban eran espectros -sombras impalpables y fantsticas-, y la litera de la seora Wessington pasaba a travs de sus cuerpos. Ni puedo decir lo que habl en aquella entrevista, ni aun cuando pudiera, me atrevera a repetirlo. Qu habra dicho Heatherlegh? Sin duda, su comentario hubiera sido que yo andaba en amoros con quimeras creadas por una perturbacin de la vista, del cerebro y del estmago. Mi experiencia fue lgubre, y, sin embargo, por causas indefinibles su recuerdo es para m maravillosamente grato. Poda cortejar, pensaba yo, y en vida an, a la mujer que haba sido asesinada por mi negligencia y mi crueldad? Vi a Kitty cuando regresbamos: era una sombra entre sombras.

    IX Si os describiera todos los incidentes de los quince das que siguieron a aqul, mi narracin no terminara, y antes que ella, acabara vuestra paciencia. Maana a maana y. tarde a tarde me paseaba yo por Simla y sus alrededores acompaando a la dama de la litera fantstica. Las cuatro libreas blanco y negro me seguan por todas partes, desde que sala del hotel hasta que entraba de nuevo. En el teatro, vea a mis cuatro jampanies mezclados con los otros jampanies y dando alaridos con ellos. Si despus de jugar al whist en el Club me asomaba a la terraza, all estaban los jampanies. Fui al baile del aniversario, y al salir vi que me aguardaban pacientemente. Tambin me acompaaban cuando en plena luz haca visitas a mis amistades. La litera pareca de madera y de hierro, y no difera de una litera material sino en que no proyectaba sombra. Ms de una vez, sin embargo, ha estado a punto de dirigir una advertencia a algn amigo que galopaba velozmente hacia el sitio ocupado por la litera. Y ms de una vez mi conversacin con la seora Wessington ha sorprendido y maravillado a los transentes que me vean en el Mallo. No haba transcurrido an la primera semana de mi salida de casa de Heatherlegh, y ya se haba descartado la explicacin del ataque, acreditndose en lugar de ella la de una franca locura, segn se me dijo. Esto no alter mis hbitos. Visitaba. cabalgaba, cenaba con amigos lo mismo que antes. Nunca como entonces haba sentido la pasin de la sociedad. An-siaba participar de las realidades de la vida, y a la vez senta una vaga desazn cuando me ausentaba largo rato de mi compaera espectral. Sera imposible reducir a un sistema la descripcin de mis estados de alma desde el 15 de mayo a la fecha en que trazo estas lneas.

  • 17

    La calesa me llenaba alternativamente de horror, de un miedo paralizante, de una suave complacencia y de la desesperacin ms profunda. No tena valor para salir de Simla, y, sin embargo, saba que mi estancia en esa ciudad me mataba. Tena, por lo dems la certidumbre de que mi destino era morir paulatinamente y por grados, da tras da. Lo nico que me inquietaba era pasar cuanto antes mi expiacin. Tena, a veces, un ansia loca de ver a Kitty, y presenciaba sus ultrajantes flirteos con mi sucesor, o para hablar ms exactamente, con mis sucesores. El espectculo me diverta. Estaba Kitty tan fuera de mi vida, como yo de la de ella. Durante el paseo diurno yo vagaba en compaa de la seora Wessington, con un sentimiento que se aproximaba al de la felicidad. Pero al llegar la noche, diriga preces fervientes a Dios para que me concediese volver al mundo real que yo conoca. Sobre todas estas manifestaciones, flotaba una sensacin incierta y sorda de la mezcla de lo visible con lo invisible, tan extraa e inquietante que bastara por s sola para cavar la tumba de quien fuese acosado por ella. 27 de agosto.-Heatherlegh ha luchado infatigablemente. Ayer me dijo que era preciso enviar una solicitud de licencia por causa de enfermedad. Hacer peticiones de esta especie fundndolas en que el signatario tiene que librarse de la compaa de un fantasma! El Gobierno querr, graciosamente, permitir que vaya a Inglaterra uno de sus empleados, a quien acompaan de continuo cinco espectros y una litera irreal! La indicacin de Heatherlegh provoc una carcajada histrica. Yo le dije que aguardara el fin tranquilamente en Simla, y que el fin estaba prximo. Creedme: lo temo tanto, que no hay palabras con que expresar mi angustia. Por la noche me torturo imaginando las mil formas que puede revestir mi muerte. Morir decorosamente en mi cama, como cumple a todo caballero ingls, o un da har la ltima visita al Mallo, y de all volar mi alma, desprendida del cuerpo, para no separarse ms del lgubre fantasma? Yo no s tampoco si en el otro mundo volver a renacer el amor que ha desaparecido, o si cuando encuentre a Ins me unir a ella, por toda una eter-nidad, la cadena de la repulsin. Yo no s si las escenas que dejaron su ltima impresin en nuestra vida flotarn perpetuamente en la onda del Tiempo. A medida que se aproxima el da de mi muerte, crece ms y ms en m la fuerza del horror que siente toda carne a los espritus de ultratumba. Es ms angustioso an ver cmo bajo la rpida pendiente que me lleva a la regin de los muertos, con la mitad de mi ser muerto ya. Compadecedme, y hacedlo siquiera por mi ilusin; pues yo bien s que no creeris lo que acabo de escribir. Y sin embargo, si hubo alguien llevado a la muerte por el Poder de las Tinieblas, ese hombre soy yo. Y tambin compadecedla, en justicia. S hubo alguna mujer muerta por obra de un hombre, esa mujer fue la seora Wessington. Y todava me falta la ltima parte de la expiacin.

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