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CUESTIÓN SOCIAL, REPRODUCCIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO Y POLÍTICAS DE ASISTENCIA

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CUESTIÓN SOCIAL, REPRODUCCIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO Y

POLÍTICAS DE ASISTENCIA

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

CUESTIÓN SOCIAL, REPRODUCCIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO Y POLÍTICAS DE

ASISTENCIA

COMPILADORES: MANUEL W. MALLARDI – LILIANA B. MADRID – ANDREA A. OLIVA

AUTORES: NORMA ALCÂNTARA – BRIAN CAÑIZARES – MARINA CAPPELLO – GILMAISA COSTA –

MARTIN IERULLO – SERGIO LESSA – KATIA MARRO – EDLENE PIMENTEL – TAMARA SEIFFER – ANATILDE SENATORE

Publicación de la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

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Cuestión social, reproducción de la fuerza de trabajo y políticas de asistencia / compilado por

Manuel W. Mallardi – Liliana B. Madrid – Andrea Oliva 1ª ed. – Buenos Aires : Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires 168 p. ; 14,8 x 21 cm – Cuestión Social – Trabajo Social ISBN: 978-950-658-281-4

Diseño de Tapa: CONTE MARIA ANGEL Diseño interior: CONTE MARIA ANGEL La reproducción total o parcial de este libro, cualquiera forma que sea, Idéntica o modificada, por sistemas de reproducción mecánica o electrónica, viola derechos reservados. 1ª Edición, 2011 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 ISBN: 978-950-658-281-4

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Presentación En presente libro incluye distintos trabajos recibidos a partir de la convocatoria

abierta desarrollada por la Carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Dicha convocatoria tuvo como objetivo recopilar trabajos que discutan distintos aspectos vinculados al Trabajo Social, destinados a constituirse en material de lectura de los estudiantes de grado.

Es importante remarcar la repercusión nacional y latinoamericana que la

convocatoria tuvo, habiendo recepcionado trabajos de distintas unidades académicas del país y también, principalmente, de Brasil. Al respecto, queda en evidencia la actualidad de la discusión teórica en la profesión, la variedad de temas y problemas que se están abordando en las investigaciones desarrolladas, como así también la profundidad y calidad de los trabajos desarrollados.

En cuanto a la selección de trabajos, vale mencionar que incluimos un artículo

del Dr. Sergio Lessa, cuya autorización a publicar en el presente libro agradecemos, como así también el aporte de la Mag. Silvina Cavalleri y el Dr. Gustavo Parra que autorizaron la utilización de la traducción por ellos realizada; el resto de los trabajos ha sido evaluado por un comité de referato de docentes/investigadores de Trabajo Social, lo cual garantiza la calidad y pertinencia de los trabajos, considerando que se trata de una publicación destinada a generar materiales de lectura en la formación de grado.

Manuel W. Mallardi Director

Carrera de Trabajo Social FCH – UNCPBA

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ÍNDICE Presentación ....………………………………………………………………………… 7 Prologo – Gisela Giamberardino .…………………………………………………… 9 Capítulo I El Proceso de producción/reproducción social: trabajo y sociabilidad – Sergio Lessa …………… 19 Capítulo II Expresiones de la cuestión social en América Latina – Edlene Pimentel – Gilmaisa M. Costa – Norma

Alcantara ........................................................................................................... 33 Capítulo III La lucha de clases y la política de asistencia en Argentina, 2002-2007 – Tamara Seiffer............... 49 Capítulo IV La organización de los trabajadores desocupados y el enfrentamiento de la cuestión social:

¿Un componente de contrainsurgencia en la política social argentina? – Katia I. Marro ......... 77 Capítulo V Cuestión Social/Cuestión Penal. Tensiones y debates de la intervención profesional ante la

criminalización de la pobreza – Marina Cappello – Anatilde Senatore .............................. 107 Capítulo VI Cuestión social y políticas asistenciales Análisis del afianzamiento de las políticas de asistencia

alimentaria como respuesta a la metamorfosis de la cuestión social – Martin Ierullo ............ 127 Capítulo VII Cuestión social y responsabilidad social empresarial. Aproximación a sus implicancias socio-políticas –

Brian Z. Cañizares.............................................................................................. 149

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Prologo Gisela Giamberardino1

L’ intellettuale debe essere essenzialmente uno che combatte la mistificazione

poiche le masse hanno diritto alla verita. Antonio Gramsci

Los escritos seleccionados para el presente volumen evidencian una pasión

crítica por parte de sus autores que, amalgamando interés teórico con finalidades de tipo político ideológicas, recupera aquellas categorías centrales que el Trabajo Social viene proponiendo en un fuerte intento por consolidar un proyecto profesional emancipador. En el actual contexto de difundidos eclecticismos, esta operación, en apariencia simple enunciación de estudios e investigaciones, puede descifrarse como una apuesta política que ante todo presenta batalla a aquellas concepciones conservadoras y fetichistas que han orientado (más por su acomodaticia superficialidad que por su contundencia analítica o por su perfil ético) el debate de la disciplina y sus prácticas, en los recientes años del oscurantismo neoliberal.

La piedra roja de la provocación se mueve por este caleidoscopio de papel. Cada uno de los autores, le da nueva forma, la completa con especificidades, le da un brillo aggiornado y nos la entrega, a nosotros, lectores, con la confianza de que sepamos, como intérpretes diestros, desentrañar la esencia y renovar la búsqueda.

Reconocemos que esa búsqueda no puede darse simplemente desde el voluntarismo de una mirada atenta, y reconocemos por tanto la necesidad de propuestas teóricas y metodológicas que definidas por el objetivo de la desmitificación nos permitan acercarnos críticamente a la realidad. En el ámbito del trabajo social y sus nociones teórico disciplinares, han ganado espacio concepciones que negando la dinámica de la sociedad y su intrínseca contradicción, proponen caracterizaciones fragmentadas de la realidad, con la inmediata consecuencia de propuestas de intervención focalizadas y de tan corto plazo como de mínimo impacto en las biografías de los sujetos y las comunidades, considerados como meros receptores de un mezquino bienestar, supuestamente vehiculizado por las políticas sociales.

1 Dra. en Sociología, teoría y metodología del Trabajo Social (Università degli studi di Trieste, Italia) - Docente de la carrera de Trabajo Social de la FCH – UNCPBA, Tandil.

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El libro que presentamos posee la particularidad de recuperar la centralidad de la contradicción capital-trabajo a partir de una concepción ontológica, permitiendo develar el entramado que relaciona a la cuestión social con las políticas de asistencia y a éstas con el trabajo en tanto categoría fundamental del modo de producción y del modelo de acumulación que estructura la sociedad actual.

La imagen caleidoscópica que el libro conforma a partir de sus siete capítulos (en cuyo interior cada uno representa una parte imprescindible del trazado completo a la vez que refleja cierto aspecto de los otros), se inicia con una fuerte llamada, dada por las reflexiones en torno a la categoría trabajo.

En el capítulo con el que se inicia el recorrido de la piedra roja, Trabajo abstracto, cuestión social y reproducción de la fuerza de trabajo, Lessa ofrece una contundente hipótesis acerca del trabajo como mediación entre la naturaleza y el hombre y de esta relación como productora de deshumanización, en una sociedad organizada a partir de la relación capital-trabajo. En torno a ello analiza con claridad la génesis del trabajo alienado, afirmando que con la producción de excedente -posibilidad que tiene una sociedad a partir del aumento de la capacidad de las fuerzas productivas de producir más de lo estrictamente necesario para la reproducción del individuo- surge el trabajo alienado. Es esta característica alienada del trabajo la que se instala como una marca fuerte en la organización social generando un proceso continuo de deshumanización socialmente producida, al mismo tiempo en que se producen las relaciones sociales de explotación, lo que Marx y Lukacs han denominado Entfremdung, y que también se conoce como extrañamiento. Con ello el trabajo deja de ser expresión de las necesidades del hombre en cuanto persona humana, para pasar a ser expresión de la necesidad de acumulación de riqueza de una de las clases que conforma la organización social en la sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre, en la sociedad del capital. Si bien esta característica del trabajo asalariado, contiene la de trabajo alienado por el capital, las luchas sociales, definen las diferentes formas que adquiere el trabajo alienado en cada época histórica. Evidentemente Lessa reconoce la centralidad fundante del trabajo en la reproducción de este mundo, sin embargo, se arriesga a más y nos da clara evidencia de la existencia de relaciones sociales que van más allá del trabajo en cuanto tal. Entendiendo que el trabajo no es sólo la relación del hombre con la naturaleza, sino también la relación de los hombres entre sí en el contexto de la reproducción social, propone y da prueba que su desarrollo exige el desarrollo concomitante de relaciones sociales, que a su vez, precisan de la mediación de complejos sociales (como la ideología, la filosofía, el arte, la educación, la sexualidad, la alimentación, el Estado, el Derecho, la política) que no se identifican con el trabajo, o bien se relacionan con este de manera indirecta, constituyéndose en relaciones sociales que se distinguen de las relaciones

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centrales por las distintas funciones sociales que ejercen en el proceso productivo.

Los autores que definen la trayectoria de la piedra roja a partir del segundo capítulo Expresiones de la Cuestión Social en América Latina, retoman la centralidad de la contradicción capital-trabajo reconociendo que ella se expresa en la cuestión social y analizando la heterogénea realidad de los países de América latina. Piedra roja en mano, afirman que una población de trabajadores excedentes es la condición necesaria para la acumulación y para la expansión de la riqueza capitalista. La originalidad del análisis, no estaría en el hecho de reconocer que este modo de producción, en su base material crea concomitantemente riqueza y miseria, afirmación ampliamente compartida, sino en la certeza de que esa contradicción asume hoy, formas acordes al capitalismo mundializado y se reconfigura también en un sentido geopolítico y espacial: así, la contradicción se expande, y su expresión es muchas veces desplazada de los grandes centros productores a los llamados países periféricos (donde se hace posible la explotación de la mano de obra con bajísimos costos económicos). Si la cuestión social es la expresión de la contradicción capital trabajo, constituye también la articulación entre los determinantes de la acumulación capitalista, la reacción de los trabajadores contra la explotación y las respuestas del Estado ante ello (más orientadas a la contención de conflictos sociales y a la conservación del orden vigente que a brindar soluciones de fondo a las demandas de la clase trabajadora). Los autores nos enfrentan a partir de un particular análisis de la situación actual de los países latinoamericanos, a la realidad de un extensivo e intensivo predominio de alienaciones. Un complejo diálogo con la teoría lukacsiana les permite afirmar que bajo el capitalismo, el trabajador repudia el trabajo y en esta relación en la que participa, en aparente libertad, su trabajo no es voluntario, sino forzado, un trabajo en el que no se satisface, pero se degrada, en el que no se reconoce, pero se niega, en la medida en que solo puede conservarse como sujeto físico en calidad de obrero, y no en calidad de hombre: en este proceso los sentidos, físicos y espirituales, son substituidos por la alienación de todos ellos, por el sentido de tener. Por lo tanto, concluyen, las alienaciones más importantes tienen una estrecha relación con las actuales relaciones de explotación. Los autores se resisten a dejar la piedra roja apoyada sobre el punto final de su escrito, y la lanzan conscientes de que solo el protagonismo de la resistencia de los trabajadores podrá volverse un elemento decisivo para la superación de los procesos sociales alienantes.

En La lucha de Clases y la política de asistencia en Argentina, Seiffer, decide orientar el trayecto de la piedra roja, dentro de las fronteras nacionales, y decididamente la obliga a impactar contra la hegemónica visión liberal, que presenta la intervención estatal como un factor externo al movimiento de

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acumulación y la consecuente caracterización de que los problemas actuales de la clase obrera argentina se explican por la ausencia del Estado durante la década del 90 -cuestión que permite armar la falacia de que su presencia resolvería estos problemas-. Dichas afirmaciones, sostiene la autora, se apoyan en una visión voluntarista de la acción estatal, coherentemente relacionada con ideas contractualistas (aquellas que cuando no en clave romántica y si en estrategias manipuladoras, presentan la acción del Estado como expresión de los intereses generales de la sociedad y por ende actuando por el bien común). Evidentemente ello resulta en la predominancia de análisis finalísticos de las políticas sociales, que reducen su interés a aspectos normativos. La propuesta se concretiza en un tan rojo como exhaustivo estudio de la política asistencial a partir de la reconstrucción de las principales políticas de asistencia implementadas durante el período 2002-2007 poniéndolas en su unidad con la evolución de la lucha de clases. La piedra roja de Seiffer plantea un recorrido histórico y geográfico de la resistencia obrera que va desde el Santiagueñazo en la década del 90 –indicado como un punto de inflexión en el movimiento de protesta- pasando por las distintas manifestaciones provinciales que evidencian una fase ascendente en la lucha de clases, hasta el Argentinazo y el Piquetazo. Cabe destacar, en este recorrido por las luchas del interior del país, la recuperación que realiza de la situación vivida en Neuquén a mediados de los 90, en la cual el gobierno de la provincia sanciona la primera ley de asistencia que exige una contraprestación laboral: un salario miserable por un trabajo precario, flexibilizado, en negro y sin derecho a la afiliación sindical… que establecía un nuevo ‘mínimo’ de miseria para el conjunto del movimiento obrero. Acompañado de un importante bagaje de datos y de un lúcido análisis de los mismos, el trabajo logra evidenciar que represión y asistencia fueron dos formas en que los gobiernos de los distintos niveles respondieron a las demandas de los trabajadores en lucha. Para finalizar logra desarmar con brillante destreza teórica los supuestos que están detrás de las principales políticas de asistencia implementadas como el Plan “Familias por la inclusión Social” (PFIS) el “Seguro de Capacitación y Empleo” (SCyE), el Plan “Manos a la obra” (PMO) y el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria “El Hambre más urgente” (PHU). Seiffer nos obliga a buscar la piedra roja dentro de conceptualizaciones sobre la dinámica general de la sociedad argentina, mientras constata un pasaje de la sobrepoblación relativa abierta (desocupación) a la estancada, relacionando dicho cambio con el desarrollo de la política asistencial y entendiendo que no puede aprehenderse la ampliación de la asistencia en dicho período, sin remitir a la lucha de esta porción de la clase obrera por su reproducción. La propuesta que recorre todo el trabajo es aquella del estudio de la política asistencial -y de la política social en general-, ligado al

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examen del movimiento del capital y que evidentemente contenga un análisis de la lucha de clases.

En el cuarto capitulo, La organización de los trabajadores desocupados y el enfrentamiento de la “cuestión social” el trazado de la piedra roja marca un vórtice en el intento de recuperación de la intervención histórica recientemente protagonizada por movimientos de trabajadores desocupados, como una perspectiva de trabajo fundamental para el Trabajo Social. La autora deja planteado claramente el intento de de mostrar cómo las formas de lucha y resistencia de los trabajadores desocupados, más que configurar una supuesta “nueva cuestión social” muestran al desempleo como una forma de existencia de las relaciones capitalistas de explotación. El recuperar esas luchas como un momento de la reconfiguración de las formas políticas del antagonismo de clases y de la redefinición de la identidad de lucha de las clases subalternas, nos permite suponer un cambio (aún en proceso) de la identidad obrera. En este sentido y en consonancia con los análisis propuestos en el capitulo 3, la autora rescata imágenes de rebeliones que se suceden en el interior del país, desde la segunda mitad de la década de 1990, y en las cuales, afirma, puede observarse el surgimiento de un nuevo sujeto social. En este sentido, arriesga que los trabajadores desocupados “desnudan” una expresión de la “cuestión social” de difícil resolución y para la cual escasean mecanismos estructurados de intervención pública. Cuando afirma la consolidación de un padrón social de asistencialización del desempleo de las masas trabajadoras, Marro hace llegar la piedra roja hacia dos puntos, el primero choca y deja a la vista la funcionalidad de dicho proceso respecto de los cambios cualitativos en el régimen de explotación actual. Con el segundo impacto, la piedra roja de Marro evidencia que ese mismo proceso diseñó un perfil de política social con innegables contornos de contra-insurgencia. Esto es, la política social se vio llamada a responder a la insubordinación de las clases subalternas, a la vez que imposibilitada de garantizar medidas sistemáticas con cierta incidencia en la dinámica de explotación del trabajo.

La autora arroja aun más en profundidad la piedra roja, sugiriendo un cierto desvío de las políticas de asistencia social respecto de su rol tradicional, al dejar al descubierto la centralidad que adquieren en este contexto histórico, los programas sociales para dar respuesta al desempleo, entendidas en el marco de la consolidación paulatina de un padrón de asistencialización del desempleo y de la explotación, como vía privilegiada de enfrentamiento de las desigualdades sociales por las clases dominantes argentinas. A través de un recorrido por la historia reciente argentina impecablemente iluminado por fuertes contenidos teóricos, la autora deja al desnudo la perversa funcionalidad política de los programas de asistencialización del desempleo.

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En el capítulo Cuestión Social/Cuestión Penal, las autoras evidencian las tensiones presentes en los debates acerca de la intervención profesional ante los procesos que convergen en la criminalización de la pobreza; así la piedra roja rueda a los pies de los usualmente culpabilizados de lanzar piedras contra el sistema, y acompaña sin demagogias sus pasos, para develar una matriz jurídica que postulando igualdad ante la ley, esconde aquella desigualdad material constitutiva del propio sistema capitalista, la desigualdad producida por la apropiación privada de lo socialmente producido.

Capello y Senatore escriben con una piedra roja en forma de punta de lanza, al definir la cuestión penal como el entramado de prácticas, discursos, leyes y argumentaciones que abordan los problemas derivados de las contradicciones del desarrollo del sistema capitalista en clave penal e identifican la penalización de la pobreza, la criminalización de la protesta y la judicialización de la vida cotidiana de los sectores más vulnerables de la clase trabajadora como estrategias complementarias.

El análisis de la cuestión penal en relación a la denominada cuestión social y en función del desarrollo del sistema capitalista, permite a las autoras dar cuenta de que son las consecuencias problemáticas del orden burgués –y no las individualidades sin moral- las que se abordan mediante el consenso y la coerción, dos estrategias a las que se corresponden el diseño e implementación de políticas sociales y de políticas penales, respectivamente. Este inusitado análisis de la cuestión penal, desentraña la historia del andamiaje jurídico-normativo desde la constitución del Estado-Nación en Argentina y sus cambios condicionados por la inserción del país en la división internacional del trabajo, dejando al descubierto la centralidad de la relación capital-trabajo.

Respecto de la profesión, al considerar que la misma adquiere una existencia propia en virtud de la división del trabajo recuperan la relación inmanente entre la criminología y el trabajo social, dos disciplinas que según el planteo de las autoras, anudan las estrategias de consenso y coerción. Desde esta perspectiva se reconstruyen las transformaciones que las diversas fases del desarrollo del capital han demandado a ambos campos de conocimiento sobre el problema de la criminalidad, dando origen a políticas públicas y a nuevas demandas a las profesiones.

Si las formas de enfrentar las refracciones de la cuestión social adquieren diversos aspectos, las autoras sostienen que en la actualidad se da una agudización en la implementación de políticas penales entendidas como un tipo particular de política social. Por último y a la pregunta acerca del rol que se le asigna al trabajador social en este contexto, la respuesta propuesta y compleja es aquella que sostiene que en este escenario, la demanda hacia el trabajo social refuerza el ideal resocializador y coloca al profesional ante una demanda

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predictiva y terapéutica. A través de un artículo que nos interpela como categoría, Capello y Senatore, apelan en todo el recorrido de la piedra roja lanzada a cuatro manos, a la capacidad crítica de los profesionales del trabajo social.

Continuando con el recorrido en forma de espiral de esta inquieta piedra roja, el sexto capítulo, Cuestión social y políticas asistenciales, propone un estudio de las políticas de asistencia alimentaria como respuesta a la metamorfosis de la cuestión social. Ierullo propone dicho análisis a partir de la propuesta teórica de la estructuración de los riesgos en la sociedad actual y la relación entre la tríada familia-Estado-mercado en torno a la gestión de los mismos, a la vez que relaciona dichos insumos teóricos con el proceso de consolidación de las políticas de asistencia alimentaria, en nuestro país, a partir de dimensiones como la continuidad en el desarrollo de las acciones, la instalación de esta estrategia en los distintos niveles de gobierno (nacional-provincial-municipal) y el tipo de prestaciones de las políticas alimentarias. Evidentemente no todos los riesgos (identifica riesgos asociados al sistema de clase, a la trayectoria vital, a la transmisión intergeneracional, y al sistema de sexo- género) han revestido históricamente un carácter social o público. El reconocimiento de un determinado riesgo como social surge de complejos procesos a través de los cuales se identifica la necesidad de atención pública de determinados cuestiones, lo que a su vez constituye la base para el desarrollo de políticas de atención de los problemas sociales. Respecto de la atención de las necesidades alimentarias, el autor marca tres periodos históricos, relacionados con la evolución del modelo del Estado de Bienestar en nuestro país, que signifcó la asunción por parte del Estado de la responsabilidad en la gestión de riesgos y en la atención de necesidades considerados como sociales o públicos. Sin embargo, llama la atención acerca de que la relación asalariada se constituyó en una relación fundamental, en tanto el empleo constituía el principal medio de inclusión social de los trabajadores y sus familias y a su vez una condición esencial para el acceso a beneficios sociales. En este contexto se integraron dos tipos de intervenciones diferenciadas: por un lado el Estado que proveía bienes y servicios para la atención de determinadas necesidades, principalmente aquellas que resultaban más onerosas para las familias (como por ejemplo el acceso al sistema educativo y sanitario); y por otro lado las familias se ocuparon de la satisfacción de las necesidades materiales cotidianas (alimentación, abrigo, etc.) a través de la adquisición de satisfactores en el mercado y de la generación de relaciones de cuidado y reciprocidad al interior del núcleo familiar. Las características principales de este modelo de Estado continuaron vigentes hasta mediados de la década del 1970, cuando en el marco de una nueva crisis económica mundial y de la irrupción del golpe militar en 1976, se produce un quiebre en la orientación de las políticas desarrolladas. En el campo de la atención de las necesidades

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alimentarias, en primera instancia puede afirmarse que al igual que otras necesidades básicas cotidianas, aparecieron bajo la responsabilidad de las familias. A partir de allí, en nuestro país se aplicaron progresivamente políticas de corte neoliberal que propendieron a la desregulación y apertura de los mercados y a la eliminación del déficit fiscal a través del recorte del gasto público. Estos procesos fueron acompañados por una fuerte desindustrialización y el establecimiento de medidas de flexibilización del mercado laboral. Sabemos que estas políticas que se comenzaron a implementar en Argentina en la década de 1970 se agudizan en la década de 1990, impactando en las condiciones de vida de la población. En este contexto el autor identifica la expresión de la denominada nueva cuestión social, en tanto la precarización de las condiciones de trabajo y la flexibilización de las formas de contratación ponen en cuestión el rol histórico que había asumido el empleo en tanto medio para la inclusión social de las familias. Ierullo hipotiza un punto de inflexión en el campo de las políticas de asistencia alimentaria, a partir del Plan Alimentario Nacional (PAN) que alcanzando una cobertura de 1,34 millones de familias (20% de la población total del país) constituye una innovación política en tanto el tipo de intervención desarrollada en función de la problemática nutricional y en tanto la masividad que adquirió. Aparece aquí la piedra roja dejando un signo importante cuando el autor afirma que el mismo no apunta a un cambio fundamental en la relación Estado-familia-mercado en cuanto a la gestión de los riesgos vinculados a una inadecuada alimentación y así se refuerza la idea que las familias constituyen la instancia de provisión y cuidado en cuanto a los alimentos. El fortalecimiento del proceso de familiarización del bienestar implica que la responsabilidad sobre la provisión de bienestar sobre cada uno de los miembros que integran la familia recae de manera creciente sobre las unidades familiares.

Si bien el autor brinda datos que dan cuenta de la consolidación de las políticas de asistencia alimentaria, él mismo confirma que la asunción de responsabilidad del Estado sobre los riesgos que la situación de pobreza supone en cuanto a la alimentación es sumamente limitada, en tanto se interviene sobre los miembros con mayor grado de vulnerabilidad –niños y ancianos- y en función de la comprobación de la imposibilidad de las familias de gestionar esas dificultades. La destreza analítica de Ierullo se confirma al proponer que desde este tipo de acciones se reproduce un modelo de política social residual, por medio del cual el Estado interviene de manera limitada frente a las necesidades y riesgos a los que se ven expuestos los individuos. En este sentido y con estas características se desarrolla un tipo de intervención cortoplacista que permite abordar solo las manifestaciones más extremas del proceso de pauperización, siendo funcional en cuanto permite contener cierto aspecto de la conflictividad social.

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Con el último capítulo, nuestra piedra roja llega a un ámbito original pocas veces abordado desde una perspectiva crítica, aquel de la Responsabilidad Social Empresarial, sus implicancias y sus estrategias de intervención sobre la “Cuestión Social. Cañizares plantea las tendencias actuales de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) en nuestro país, y toma como caso de estudio, las experiencias de la empresa “El Tejar” a través de su unidad Compromiso con la Comunidad. La singularidad del trabajo, puede encontrarse en el análisis de la implicancia socio-histórica de la RSE como parte de una estrategia de reestructuración del capital que a su vez se relaciona con procesos de privatización y recorte de los servicios sociales. Afirma el autor que este nuevo tipo de “servicio social” trae consigo una serie de características que configuran su particularidad, a la vez que muestra claramente su tentativa de diferenciar su análisis de la RSE y la intervención privada de aquellos estudios provenientes del marketing, el managment y la gerencia social. En tal sentido evalúa las estrategias de la RSE como una forma particular de servicio social que deben ser comprendidas en el marco de la estrategia neoliberal de reestructuración del capital y en función de una estrategia de clase, en tanto se constituyen en la reconfiguración de las formas institucionales de respuesta a las refracciones de la “cuestión social¨.

Una interesante pista para orientarnos dentro del análisis es la explicación de que el fortalecimiento de este tipo de estrategias en nuestro país se asocia al desarrollo del modelo neoliberal, iniciado a mediados de los ’70, lo cual se relaciona con la reforma del Estado y la des-responsabilización estatal en ámbitos tradicionalmente cubiertos por la política social pública. A dichos procesos el autor suma los procesos de privatización (manifiestos y encubiertos) de los capitales públicos nacionales y el socavamiento del sistema de seguridad social, para dar con ello posibilidad a la aparición de las estrategias como la RSE. Tomando aportes de Lukacs, el autor señala las RSE como un complejo social, es decir, una modalidad de organización de las relaciones sociales que tiende a garantizar la reproducción social vigente, imponiendo elementos que garanticen su reproducción, tanto en un plano material como subjetivo. Cañizares profundiza dicho análisis sosteniendo que lo que se pone en juego a través de la intervención social de las empresas, es tanto la transmisión del imaginario burgués, como el establecimiento de mecanismos de control sobre las demandas históricas de la clase trabajadora. La intervención de las empresas sobre la “cuestión social” guarda relación con las múltiples formas de respuesta por parte del capital que implican tanto la atención a las demandas de la clase trabajadora, como la reproducción del modo capitalista.

Por último identifica los rasgos que caracterizan las intervenciones de las empresas con la RSE, entorno a características como su marcado carácter

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focalizador -en consonancia con el patrón de intervención burguesa sobre la “cuestión social”- la negación del carácter social de las problemáticas abordadas, la fragmentación -disociando las problemáticas de sus causas históricas- y la moralización bajo la cual los “valores” juegan un papel central, por cuanto se comprende la desigualdad como producto de la ausencia de esfuerzo, sacrificio o inclusive falta de dedicación al trabajo. En este sentido y retomando a Gramsci la RSE viene a dar respuesta, a la necesidad, por parte de la clase hegemónica, de la existencia de mecanismos que garanticen la reproducción de esa hegemonía.

Luego de un intenso recorrido, la piedra roja ha llegado al fin de esta audaz trayectoria y queda latiendo en nuestras manos, a la espera de nuevos puntos donde impactar. Solo la realidad indicara los hasta hoy ignorados trayectos. Solo nuestras manos podrán asumir el riesgo de lanzarla.

La necesidad de estas audacias presentadas como discursos, se refuerza al considerar la tarea del intelectual como un actor social atento a que las discusiones centrales de la formación y del ejercicio profesional, no sean viciadas ni por idealismos pseudo conciliadores, ni por supersticiones conservadoras teñidas de cientificidad. En este sentido no cabe más que desafiar la afirmación según la cual el prólogo más que una forma subalterna del brindis debiera ser una especie lateral de la crítica. Me permito acercarme a la crítica y debo desde allí reconocer motivos de festejo ante la producción de estos jóvenes colegas, en quienes descubro pasión intelectual y con quienes comparto preocupación militante.

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Capitulo I

El Proceso de producción/reproducción social: trabajo y sociabilidad*

Sergio Lessa

Introducción

¿Cuál es la relación entre los hombres y la naturaleza? ¿Qué convierte al ser

social distinto de la naturaleza? ¿Por qué el trabajo es la mediación entre ellos? Y finalmente, ¿Por qué el trabajo se convierte en trabajo alienado?

El objetivo de este texto es discutir y analizar estas cuestiones. Para comprender la relación entre la sociedad y la naturaleza se debe,

inicialmente, caracterizarlas. La naturaleza está compuesta por el ser inorgánico (mundo mineral) y por el ser orgánico (animales y plantas). Así como las plantas se alimentan del reino mineral y los animales se alimentan de las plantas y de los minerales, los hombres apenas pueden existir en relación con la naturaleza: comenzando por el hecho que sin reproducción biológica de los individuos no hay sociedad posible. Esto es de la mayor importancia: por más desarrollada que sea una sociedad, ella siempre tendrá una base natural. Sin la transformación de la naturaleza por los hombres, y sin la reproducción biológica, no hay historia humana. Sin embargo, el ser social es distinto del mundo natural porque, en la esfera de la vida, la evolución se hace por la desaparición y surgimiento de nuevas especies de plantas o animales; la historia humana es el surgimiento, desarrollo y desaparición de relaciones sociales.

Es esto lo que va a distinguir el mundo de los hombres de la naturaleza, la historia humana es el desarrollo de las sociedades más simples a las formaciones sociales cada vez más complejas y desarrolladas. Desde las hordas y tribus más primitivas hasta la moderna sociedad capitalista, lo que verdaderamente se alteró fueron las relaciones sociales y no el animal biológico homo sapiens.

* Título original: O Processo de produção/reprodução social: trabalho e sociabilidade. Publicado en: Capacitação em Serviço Social e Política Social; Módulo 2: Crise Contemporânea, Questão Social e Serviço Social, Brasilia, CEAD, 2000. Traducción de Silvina Cavalleri y Gustavo Parra.

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I. Trabajo y Reproducción social

¿Por qué el ser social es tan diferente de la naturaleza aunque no pueda reproducirse sin ella?

Para responder a esta pregunta es necesario examinar un hecho común de la vida cotidiana de todos nosotros.

Imagine que alguien tiene necesidad de quebrar un coco. Para ello hay varias alternativas posibles: puede tirar el coco al piso, puede construir un hacha, puede abrir el coco con los dientes, puede quemar la cáscara del coco y así siguiendo. Para escoger entre las alternativas se debe imaginar el resultado de cada una o, en otras palabras, anticipar en la consciencia el resultado probable de las alternativas.

Esta anticipación en la consciencia del resultado probable de cada alternativa posibilita escoger aquella que es considerada como la mejor. Realizada la elección, el individuo la lleva a la práctica, es decir, objetiva la alternativa escogida.

Vamos a imaginar que la alternativa escogida para quebrar el coco sea la de construir un hacha. Al construir un hacha, el individuo transformó la naturaleza: el hacha era algo que no existía antes.

Veamos lo que de hecho ocurrió: 1) hay una necesidad: quebrar el coco; 2) hay diversas alternativas posibles para responder a esta

necesidad (tirar el coco al suelo, construir un hacha, etc.); 3) el individuo proyecta, en su consciencia, el resultado de cada

una de las alternativas, las evalúa y escoge aquella que juzga más conveniente para responder a la necesidad;

4) elegida la alternativa, el individuo actúa objetivamente, esto es, transforma la naturaleza y construye algo nuevo. Este movimiento de transformar la naturaleza a partir de una previa ideación2 es denominado por Lukács, después de Marx, como trabajo3 (Marx, 1983:149 y siguientes).

El resultado del proceso de trabajo es, siempre, alguna transformación de la realidad. Toda objetivación4 produce una nueva situación, pues tanto la realidad ya no es más la misma (en alguna cosa ella fue transformada) como también el individuo ya no es más el mismo, pues él aprendió algo al hacer aquella hacha.

2 Previa ideación o teleología: la construcción, en la consciencia, del resultado probable de una determinada acción. 3 Trabajo: proceso compuesto por la previa ideación y por la objetivación. Resulta, siempre, en la transformación de la realidad y, al mismo tiempo, del individuo y la sociedad involucrados. 4 Objetivación: la transformación de lo que fue previamente idealizado en un objeto perteneciente a la realidad externa al sujeto. Transformación de la realidad en el sentido de la previa ideación.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Cuando él haga la próxima hacha, él sabrá utilizar la experiencia y la habilidad adquiridas en la construcción del hacha anterior. El podrá también incorporar a la nueva hacha la experiencia de uso del hacha antigua (por ejemplo, un mango hecho con una madera es peor que hecho con aquella otra, esta piedra es mejor que aquella otra, etc.).

Esto significa que al construir el mundo objetivo el individuo también se construye. Al transformar la naturaleza, los hombres también se transforman, pues adquieren siempre nuevos conocimientos y habilidades. Esta nueva situación (objetiva y subjetiva, bien entendido) hace que surjan nuevas necesidades (un hacha diferente, por ejemplo) y nuevas posibilidades para atenderlas (el individuo posee conocimientos y habilidades que no poseía anteriormente y, más allá de eso, posee un hacha para ayudarlo en la construcción de la próxima hacha).

Estas nuevas necesidades y nuevas posibilidades impulsan al individuo a nuevas previas ideaciones, a nuevos proyectos y, luego, a nuevas objetivaciones. Estas, a su vez, darán origen a nuevas situaciones que harán surgir nuevas necesidades y posibilidades de objetivación, y así continuando.

Algunos aspectos de este proceso son decisivos para la comprensión de qué es el mundo de los hombres:

1. El hacha es un objeto construido por el hombre y sólo podría existir a través del trabajo. La naturaleza puede producir maíz, pero no puede construir hachas.

2. Sin embargo, el hacha es una transformación de un pedazo de la naturaleza. La madera y la piedra del hacha continúan siendo un pedazo de la naturaleza. Si desarmamos el hacha, la piedra y la madera continúan siendo piedra y madera. El hacha es la piedra y la madera organizadas según una determinada forma y, esta forma, sólo puede existir como resultado de trabajo. El trabajo, por lo tanto, no implica la desaparición de la naturaleza sino su transformación en el sentido deseado por los hombres.

3. La previa ideación es siempre una respuesta, entre otras posibles, a una necesidad concreta. Por lo tanto, ella posee un fundamento material último que no puede ser ignorado: ninguna previa ideación brota de la nada, ella es siempre una respuesta a una determinada necesidad que surge en una determinada situación. Ella es siempre determinada por la historia humana.

4. Como todo trabajo origina una nueva situación, la historia jamás se repite.

5. Y, por último, algo de mayor importancia: el hombre, al transformar la naturaleza, también se transforma. Cuando los hombres construyen la

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realidad objetiva, ellos también se construyen en cuanto individuos. Al hacer el hacha, el individuo también se desarrolló, adquirió conocimientos y habilidades que antes no poseía.

II. La reproducción social

Hemos visto que la construcción de un hacha crea una nueva situación. Ella

modifica la realidad, produciendo un nuevo objeto y, también, modifica al individuo dotándolo de nuevos conocimientos y habilidades.

Es preciso examinar más de cerca este complejo proceso. Cuando el individuo, allá en la prehistoria, decidió hacer el hacha, él tenía un objetivo muy determinado: abrir un coco. Y eso, él consiguió hacerlo. Sin embargo, de hecho, él hizo mucho más que quebrar un coco. Al descubrir el hacha él dio un paso importantísimo en el desarrollo de las fuerzas productivas. Y este desarrollo, millones de años después, posibilitó a los hombres la construcción de naves espaciales y viajes interplanetarios. Al hacer el hacha, aquel hombre primitivo estaba haciendo algo más grande: estaba dando un paso decisivo en el desarrollo de las capacidades humanas para transformar la naturaleza en bienes necesarios para el desarrollo de la humanidad.

De manera similar, al decidir construir el hacha él no podía saber anticipadamente qué nuevos conocimientos y habilidades él adquiriría en el proceso. Sin embargo, estos nuevos conocimientos y habilidades inmediatamente útiles para la construcción de hachas, terminan por tener una utilidad mayor. Por ejemplo, el descubrimiento que las piedras negras son más duras que las piedras rojas, significa un conocimiento mayor del reino mineral y puede servir, en otras circunstancias, para construir una casa de piedra o para un mayor conocimiento de la naturaleza en cuanto tal.

Así, a lo largo de los siglos, los conocimientos y habilidades que van siendo adquiridos en el trabajo terminan por dar origen a los conocimientos científicos, artísticos, filosóficos, etc., mucho más sofisticados, complejos y bastante distantes de aquellos conocimientos más primitivos que están en sus orígenes.

En pocas palabras: todo acto de trabajo, siempre dirigido para responder a una necesidad concreta, históricamente determinada, termina por remitir mucho más allá de sí mismo. Sus consecuencias objetivas y subjetivas no se limitan a la producción del objeto inmediato sino que se extienden por toda la historia de la humanidad.

Es de este modo que, en las tribus primitivas, los actos aislados de recolección de alimentos terminaron por dar origen a las sofisticadas técnicas de la caza y la pesca colectivas, que implican una organización y coordinación mucho más

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desarrollada que los actos de cada individuo. Y, con la aparición de la agricultura, que posibilita por primera vez en la historia a un individuo producir más de lo que necesita para su sobrevivencia (producción excedente), se vuelve lucrativa la explotación del hombre por el hombre. El trabajo, ahora, no será más realizado por todos los miembros de la sociedad, sino que habrá una clase social (la primera de ellas fue la de los señores de esclavos) que explotará el trabajo de la clase trabajadora (la primera de ellas fue la de los esclavos). Sobre este tema volveremos luego al tratar la relación entre trabajo y alienación. Ahora lo importante es que, en estas nuevas condiciones históricas, para que el trabajo se pueda realizar es necesario un ejército que obligue a los esclavos a trabajar, un Estado que forme y mantenga ese ejército, una ideología que justifique la explotación de los esclavos, en fin, para que el trabajo se pueda realizar es necesaria una serie de complejos sociales5 que no se relacionan con el trabajo sino de manera muy indirecta.

Es así que, a lo largo de la historia de los hombres, el proceso reproductivo de las sociedades se complejiza en la medida en que ocurre el desarrollo de las fuerzas productivas. Si, en el estadio más primitivo, el trabajo que convierte a la naturaleza en bienes necesarios a la reproducción social era realizado por todos y de forma bastante directa, en las sociedades más desarrolladas esta situación se transforma radicalmente. Es así que, en las sociedades divididas en clases (esto es, en aquellas en que una clase social explota el trabajo de otra), el trabajo apenas se puede realizar si hay un poder que obligue a los individuos a producir y entregar el fruto de su trabajo a la otra clase.

En otras palabras, sin dejar de ser el complejo a través del cual la sociedad se reproduce materialmente, el acto de trabajo pasa a ser también (pero no apenas) una relación de poder entre los hombres. Y, cuando eso ocurre, es imprescindible una serie de complejos sociales que serán los portadores prácticos de ese poder de algunos individuos sobre los otros. Es por eso que surgen, se desarrollan y se convierten cada vez más importantes para la reproducción social, complejos como el Estado, la política, el Derecho, etc.

Aunque son decisivos para que la explotación del trabajo se realice, estos complejos no se confunden con el trabajo en cuanto tal. Y esto, fundamentalmente, porque en el trabajo siempre tenemos la relación de los

5 Complejo social: es el conjunto de relaciones sociales que se distingue de las otras relaciones por la función social que ejercen en el proceso productivo. Así, la función social del habla (expresar lo nuevo incesantemente producido por el trabajo tanto en la consciencia de los individuos como en la comunicación indispensable entre ellos) es distinta de la función social del Estado (instrumento especial de represión de la clase dominante dirigido a la realización de la explotación de la fuerza de trabajo de las clases dominadas). En este sentido preciso, el Estado es un complejo social distinto del habla.

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hombres con la naturaleza, en cuanto en el Derecho, la política, el Estado, etc., siempre tenemos la relación de los hombres entre sí. En el trabajo, el objetivo, siempre, es transformar la realidad material, mientras que en estos otros complejos sociales, el objetivo es promover una determinada organización de las relaciones sociales, una determinada organización de los hombres. Y esto es una enorme diferencia en la práctica concreta de cada uno, así como su relación con la totalidad de la reproducción social.

En síntesis: todo acto de trabajo resulta en consecuencias que no se limitan a su finalidad inmediata. El también posibilita el desarrollo de las capacidades humanas, de las fuerzas productivas, de las relaciones sociales, de manera que la sociedad se vuelva cada vez más desarrollada y compleja. Es este rico, contradictorio y complejo proceso que, fundado en el trabajo, termina dando origen a relaciones entre los hombres que no sólo se limitan al trabajo en cuanto tal, que es denominado de reproducción social.

En la esfera de la reproducción social, las nuevas necesidades y posibilidades generadas por el trabajo van a dar origen a nuevas relaciones sociales que se organizan bajo la forma de complejos sociales. El habla, el Derecho, el Estado, la ideología (con sus formas específicas como: la filosofía, el arte, la religión, la política, etc.), las costumbres, etc., son complejos sociales que surgen para atender a las nuevas necesidades y posibilidades, puestas por el trabajo, para el desarrollo de los hombres.

Estos nuevos complejos sociales no se confunden con el trabajo, aunque se relacionan con él constantemente. Mientras que el trabajo apunta a transformar la realidad para la producción de los bienes necesarios a la reproducción material de la sociedad, los otros complejos sociales buscan ordenar las relaciones entre los hombres. En esto son radicalmente diferentes.

III. Trabajo y totalidad social Es posible ahora percibir en qué medida los hombres se distinguen de la

naturaleza. Al contrario de esta, la historia de los hombres es la historia del origen y desarrollo de las formas de organización social. Estas formas surgen y se desarrollan porque todo acto de trabajo produce mucho más que el objeto que de él resulta inmediatamente. El produce, en el plano objetivo, una nueva situación histórica y, en el plano subjetivo, nuevos conocimientos y habilidades que se van convirtiendo cada vez más socializados con el paso del tiempo.

Con esto se desarrolla la capacidad humana de transformar la realidad (se desarrollan las fuerzas productivas, sus modos de organización social, la división de las nuevas tareas que van surgiendo se hace cada vez más sofisticada y

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compleja, etc.). La sociedad va dejando de ser aquella formación más simple del inicio de la historia humana, para adquirir una forma cada vez más compleja, articulada y contradictoria.

Pero no es sólo eso. También los individuos se van desarrollando. Pues, para vivir en situaciones sociales crecientemente complejas, para vivir en una sociedad cada vez más sofisticada, contradictoria y desarrollada, los individuos también deben ser cada vez más desarrollados. Ellos deben poseer conocimientos, habilidades, sensibilidades, etc., que no necesitaban antes. Por ejemplo, hace pocos siglos, saber leer y escribir era un lujo de las clases dominantes, hoy es una necesidad para cualquiera de nosotros. Antes, saber contar hasta diez era suficiente para vivir bien, hoy quien no sabe contar hasta los miles (por lo menos) no sabrá vivir en nuestra sociedad. Y así siguiendo...

Por lo tanto, es en el trabajo que los hombres se construyen como seres diferentes de la naturaleza. Es por el trabajo que ellos no apenas producen los bienes necesarios a la sobrevivencia, como también producen, al mismo tiempo, las nuevas necesidades y posibilidades, y las nuevas habilidades y conocimientos de los individuos que posibilitarán a la historia caminar en dirección a la construcción de sociedades cada vez más complejas.

Sin embargo, la sociedad de ningún modo se reduce al trabajo. Pues las propias nuevas necesidades producidas por el trabajo dan origen a complejos sociales que no forman parte del trabajo en cuanto tal. Un ejemplo de esto son las clases sociales. Ellas se desenvuelven a partir de las posibilidades de explotación del hombre por el hombre dadas por el desarrollo de las fuerzas productivas (desarrollo, como vimos, que es generado por los nuevos conocimientos, habilidades, necesidades y posibilidades generadas en el propio trabajo). Sin embargo, la lucha de clases es algo mucho más amplia que el trabajo, aunque ocurra también en esta esfera. La lucha de clases posee un componente político, ideológico, cultural, posee formas de combate social (barricadas, huelgas, manifestaciones públicas, revoluciones, etc.) que, de ningún modo, pueden ser reducidas al trabajo. Así, si el trabajo distingue el hombre de la naturaleza (y, en este sentido, funda el ser social), de ningún modo podemos reducir toda la sociedad al trabajo. El conjunto total de las relaciones y complejos sociales que componen las sociedades en cada momento histórico, es denominado de totalidad social.

IV. Trabajo y alienación

El desarrollo del mundo de los hombres, fundado por el trabajo, -con el inevitable aumento del conocimiento de los hombres sobre sí mismos y de la

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naturaleza-, posibilitó, a través de un proceso histórico que no es posible ser explorado aquí, el descubrimiento de la agricultura y de la ganadería. Con la agricultura y la ganadería, por primera vez en la historia los hombres (individual y colectivamente) pasaron a producir más de lo necesario para su sobrevivencia. Antes no tenía sentido esclavizar a nadie. Su producción era tan pequeña que apenas permitía la alimentación del propio individuo. Era más ventajoso transformarlo en comida y, por eso, durante muchos años las sociedades primitivas conocieron la antropofagia.

Con la producción excedente (esto es, mayor de lo estrictamente necesario para la reproducción del individuo), pasa a ser más ventajoso transformar al prisionero (por ejemplo) en esclavo que devorarlo. Claro que esta transformación implicaba un acto de fuerza sobre el prisionero: este sólo trabajaría como esclavo bajo la presión directa de la violencia. A partir de este momento histórico la sociedad estaba dividida entre dos clases: la que trabaja y produce la riqueza que será apropiada por la otra clase. Con esto surge el trabajo alienado, o sea, el trabajo cuya razón de ser no es más la necesidad del trabajador sino el desarrollo de la riqueza de la clase dominante.

Con la alienación6 del trabajo, la reproducción social pasa a conocer una nueva categoría, que no conocía anteriormente (por lo menos, no en esta forma más desarrollada). El hombre pasa a producir relaciones sociales de explotación, la vida social es cada vez más basada en la violencia que posibilita que una clase viva del trabajo (y de la miseria, por lo tanto) de la otra; en síntesis, los hombres pasan a producir su propia deshumanización. La alienación no es más que esto: la deshumanización socialmente producida por los propios hombres.

Ahora, una pausa para sacar algunas conclusiones importantes. Fue visto que, por la mediación del trabajo, los hombres al transformar la

naturaleza se transforman, también, a sí mismos, dando origen a un complejo proceso de desarrollo de las capacidades humanas. Los hombres (tanto los individuos como las sociedades) aumentan su capacidad de producir los bienes materiales necesarios a su sobrevivencia utilizando un tiempo cada vez menor de trabajo con esta finalidad. Es lo que, de forma más genérica, se denomina

6 Alienación: proceso social por el cual la humanidad, en su proceso de reproducción, produce su propia deshumanización, su propia negación en cuanto ser humano. Es la construcción social de deshumanidades por los propios hombres. Este concepto es objeto de alguna confusión, también, porque, en Brasil, él es denominado de varias maneras. Algunos autores, Ricardo Antunes, por ejemplo, prefieren el término extrañamiento (estranhamento) para designar lo que denominamos alienación. José Paulo Netto ha preferido el término alienación (alienaçao) en lugar de extrañamiento. Lo importante es que el lector tenga en cuenta que ambos se están refiriendo al mismo fenómeno social, y que apenas están traduciendo de forma diferente el término Entfremdung utilizado por Marx y Lukács para designar la producción por los hombres de su propia deshumanidad.

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desarrollo de las fuerzas productivas7. Estas, en su concepto más amplio, están compuestas por todas las potencias humanas empleadas en la producción de los bienes indispensables a la reproducción de una determinada sociedad (desde las técnicas, las herramientas, la división social del trabajo, hasta los conocimientos, la ciencia, la ideología, el derecho, etc., que eventualmente se introduzcan al proceso productivo-material). Este es el aspecto positivo del desarrollo social.

Hay, sin embargo un segundo y negativo aspecto. El desarrollo de las fuerzas productivas amplía la capacidad de los hombres para producir deshumanización. En el límite, y para citar un caso extremo (pero no por eso menos real), el mismo desarrollo de las fuerzas productivas que posibilitó la eliminación de la viruela de la faz de la Tierra -o la construcción de naves espaciales-, también posibilitó que la humanidad construyese bombas atómicas y, con ellas, la posibilidad inédita en la historia de la autodestrucción deliberada y planificada de la humanidad.

En resumen, el desarrollo de las fuerzas productivas posee un aspecto positivo y uno negativo. El positivo es aquel que posibilita el desarrollo humano, tanto de los individuos como de las sociedades, hacia nuevos escalones. El negativo es el que potencia la capacidad del hombre de producir deshumanización, que puede ser cada vez más intensa y englobar de forma cada vez más completa las relaciones sociales. Este aspecto negativo compone el complejo social denominado de alienación.

V. Trabajo asalariado o trabajo alienado por el capital Con el desarrollo de las relaciones de explotación del hombre por el hombre,

también el trabajo se transforma. Y esta transformación ocurre no sólo porque se alteran la división del trabajo,

el desarrollo de las técnicas y métodos de organización de la producción, los conocimientos y aprendizajes de los trabajadores. Claro que todo eso tiene un papel importante en el surgimiento y desarrollo de formas nuevas de trabajo. Sin embargo, la transformación más importante del trabajo en cuanto tal es que, en la sociedad cuya reproducción se basa en la explotación del hombre por el hombre, él deja de ser la expresión de las necesidades del trabajador para expresar las

7 Fuerzas productivas: todas las relaciones sociales que entran en el proceso de reproducción material de la sociedad. Incluyen no sólo la dimensión inmediatamente técnica, los elementos materiales de producción (herramientas, fábricas, etc.) sino también la división social del trabajo y los elementos de la ideología, la política, el derecho, las costumbres, etc.

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necesidades de acumulación de riqueza de la clase dominante. Este proceso alcanza su apogeo con la sociedad del capital8.

Esta transformación del trabajo provoca una ruptura en su propio interior. Antes, el trabajo expresaba la previa ideación del trabajador. Ahora, el trabajador ejecuta las órdenes (previas ideaciones) de su patrón. El acto del trabajo deja de ser algo que, del inicio al fin, expresaba una determinada necesidad (por ejemplo, quebrar un coco), una determinada elección (por ejemplo, construir el hacha para quebrar el coco) de un individuo determinado -para ser expresión de una elección hecha por un individuo y llevada a la práctica por otro, con la finalidad de dar ganancia al patrón que no trabajó. Y el trabajador que ejecuta la orden del capitalista lo realiza como resultado de una coacción: la única forma del trabajador para sobrevivir bajo el capital es vender su fuerza de trabajo, a cambio de un salario, al burgués.

El trabajo asalariado, por lo tanto, no puede dejar de ser un trabajo alienado, independiente del valor del salario. El implica la sumisión forzada del trabajador a las necesidades de reproducción ampliada del capital9. Y como las necesidades de ampliación del capital requieren que el trabajador sea cada vez más explotado, no existe ninguna posibilidad que una sociedad pautada por la relación capital/trabajo asalariado se transforme en una sociedad no-alienada, a no ser, claro, que supere al propio capital.

En otras palabras, todo acto de trabajo en las sociedades dominadas por el capital es mediado por la contradicción entre las clases burguesas y proletaria. Pues, ahora, hay dos momentos distintos del trabajo que son ejercidos por individuos diferentes, y que pertenecen a distintas clases sociales: al trabajar, el trabajador deja de lado sus necesidades en cuanto persona humana y se convierte en instrumento para la ejecución de las necesidades de otro. Él entra en el proceso productivo en cuanto cosa, en cuanto mera energía mecánica a ser gastada en el proceso productivo: en cuanto mera fuerza de trabajo. Sus necesidades humanas son completamente desconsideradas. Es así que el trabajo se convierte en trabajo asalariado/alienado por el capital.

En resumen, en las sociedades de clase en general, pero en especial en el sistema del capital, el trabajo se convierte en un proceso en el cual el desarrollo

8 Sociedad del capital: aquella cuya reproducción social es dominada por la expansión del capital. Esta expansión se da tanto en el sentido del volumen de riqueza acumulado como también en el sentido geográfico del término: el capital termina por convertirse en la forma básica de relación social en todo el planeta con el surgimiento y desarrollo del mercado mundial. 9 Capital: una relación social que se caracteriza por la expropiación de la riqueza producida por los trabajadores dando origen a una forma de propiedad privada que se distingue de otras formas anteriores por su necesidad intrínseca de expansión. Del capital es imposible cualquier reproducción que no sea su reproducción ampliada.

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de las fuerzas productivas implica, también (por lo tanto, no sólo), la producción de la riqueza de la clase dominante y la miseria de los trabajadores.

Observemos ahora otro aspecto de esta relación alienada entre el capital y el trabajo.

El capital se caracteriza por ser una forma de propiedad privada en la cual la riqueza producida por el trabajo es apropiada no por los trabajadores sino por individuos de otra clase social. En esto el capital no es muy diferente de las propiedades esclavistas y feudal. Sin embargo, a diferencia de estas últimas, el capital es una forma de propiedad privada que no puede dejar de expandirse. Diferente de la propiedad feudal, o de la propiedad de esclavos, que podían permanecer por siglos sin alteraciones significativas, el capital es una forma de riqueza que apenas puede existir si sirve para hacer negocios cada vez más lucrativos.

Es lo que el sentido común expresa al decir el dinero atrae el dinero. De hecho el capital sólo puede existir expandiéndose a través de nuevos negocios, caso contrario pierde rápidamente su valor. Este hecho hace que la nueva clase que surge como su propietaria, la burguesía, imponga al desarrollo social una gran novedad. La reproducción de la sociedad se dará ahora en sentido opuesto a lo que ocurría en el feudalismo. Su objetivo no será más reproducir lo que ya existía, sino desarrollar a nuevos niveles lo ya existente. Así, partiendo de un pequeño comercio en el interior de Europa, la burguesía expande incesantemente el comercio hasta que, con las Grandes Navegaciones en los siglos XV y XVI (con Pedro Álvares Cabral, Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes y otros), ella hace surgir el mercado mundial. Y, con la acumulación de capital que el comercio posibilita, la burguesía termina realizando la Revolución Industrial (1776-1830) dando origen a la sociedad industrial que se conoce.

No es posible detenerse en la historia de ese desarrollo histórico. Lo importante aquí es destacar que, tal como el trabajo es alienado al capital al convertirse en trabajo asalariado, también la reproducción social pasa por un proceso de alienación al identificarse con la reproducción del capital. Por dos motivos. En primer lugar, porque el capital sólo se puede expandir aumentando la explotación de los trabajadores y, por lo tanto, aumentando la miseria. En segundo lugar, como las necesidades de la reproducción ampliada del capital no se identifican con las necesidades humanas, cada vez más la sociedad produce no lo que las personas necesitan, sino lo que da ganancia. ¡En lugar de eliminar el hambre y la miseria, se gastan millones de millones de dólares fabricando bombas atómicas y realizando guerras! Así, la producción ampliada del capital es cada vez más la producción ampliada de deshumanidades, de alienaciones, por el propio hombre.

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VI. Nuevamente trabajo y totalidad social Los hombres, por lo tanto, se relacionan con la naturaleza a través del trabajo.

Sin embargo, diferente de lo que ocurre con los animales y las plantas, en los hombres la relación con la naturaleza a través del trabajo termina produciendo mucho más que la finalidad inmediata del trabajo. Al producir un hacha, el hombre también está produciendo posibilidades y necesidades que son mucho más amplias y ricas que la propia hacha. Para responder a estas nuevas necesidades a partir de las nuevas posibilidades, la sociedad va desarrollando sus fuerzas productivas, sus capacidades, en cuanto sociedad, para responder a las nuevas exigencias para su reproducción social. Y, al mismo tiempo, este desarrollo social posibilita y requiere el desarrollo de los propios individuos en cuanto tales. Este desarrollo de los individuos es un momento del proceso más global de desarrollo de la sociedad como un todo.

Es así que, del trabajo, se desarrolla el rico proceso de reproducción social. Para atender a las nuevas necesidades según las nuevas posibilidades, el desarrollo social origina complejos sociales nuevos, diferenciados, que no pueden ser caracterizados en cuanto trabajo, aunque tengan su origen y se relacionen de algún modo con él.

Es así que, por el desarrollo de las fuerzas productivas, no sólo se obtiene el desarrollo del trabajo en cuanto tal. Este desarrollo también conduce a las sociedades de clase, aquellas que se fundan en la explotación del hombre por el hombre. Estas sociedades, para reproducirse, exigen la presencia de innumerables complejos sociales como el Estado, el Derecho, la policía, el ejército, la burocracia, etc., que tienen por función social imponer a los trabajadores el dominio de la clase dominante. De este mismo modo, las luchas de clases, por ejemplo, determinan en gran medida la forma que asume el trabajo alienado en cada época histórica y, sin embargo, no pueden ser caracterizadas como trabajo.

La centralidad del trabajo, tal como es propuesta por Marx, nada tiene que ver con estas concepciones. Para el autor de El Capital, el trabajo es la categoría que funda el desarrollo del mundo de los hombres como una esfera distinta de la naturaleza. Afirmar el trabajo como categoría fundante significa sólo y tan sólo esto: el trabajo funda el mundo de los hombres. Sin embargo, la reproducción de este mundo, su historia, apenas es posible por la génesis y desarrollo de relaciones sociales que van más allá del trabajo en cuanto tal. Pues, como el trabajo no es sólo la relación del hombre con la naturaleza, sino también la relación de los hombres entre sí en el contexto de la reproducción social, su desarrollo exige el desarrollo concomitante (aunque contradictorio) de las propias relaciones sociales. Y estas, a su vez, precisan de la mediación de complejos

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como la ideología, la filosofía, el arte, la educación, la sexualidad, la alimentación, el Estado, el Derecho, la política, etc., para citar sólo algunos.

Es por eso que afirmar la centralidad del trabajo, para Marx, no significa desconsiderar la acción en la historia de los otros complejos sociales. Por el contrario, es sólo siendo, en último análisis, fundados por el trabajo, que los complejos sociales distintos del trabajo pueden interactuar con él, consubstansiando el complejo proceso de desarrollo de los hombres que es la reproducción social.

Y también es por eso que los pensadores (y ellos no son pocos) que tienden a reducir el mundo de los hombres al trabajo (o, inversamente, tienden a generalizar el trabajo hasta transformarlo en la única praxis social) terminan por producir teorías que no reflejan lo que el ser social posee de más característico comparado con la naturaleza: ser un complejo en el cual la centralidad del trabajo se afirma por la creación, a lo largo de la historia, de complejos sociales que no se identifican con el trabajo. Es por eso, por ejemplo, que la libertad es una categoría presente sólo en el ser social, estando completamente ausente en la naturaleza. Sólo por el desarrollo de las fuerzas productivas, fundado por el trabajo, podemos reducir el tiempo necesario a la reproducción material de la sociedad y, de este modo, abrir espacio para un tiempo disponible a la libertad, en el cual realicemos -no las necesidades de reproducción material- sino nuestras auténticas necesidades en cuanto individuos plenamente sociales.

Es este conjunto de características que hacen del ser social algo tan radicalmente distinto de la naturaleza.

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Capitulo II

Expresiones de la cuestión social en América Latina*

Edlene Pimentel Gilmaisa M Costa

Norma Alcântara Introducción

Hablar de América Latina, de su carácter peculiar, considerando la delimitación

de su unidad en medio de la diversidad de países componentes no es tarea sencilla. Son países con variadas manifestaciones culturales, étnicas y lingüísticas que se constituyen en objeto de investigación con soluciones diversas en su interpretación. Aquí, tomaremos como directriz el reconocimiento de que la unidad formadora del carácter histórico de esta parte del mundo con dimensión continental está inserta en una unidad mundial cuyo centro se encuentra originalmente en Europa en su proceso de expansión colonialista. Sin embargo, es necesaria la reflexión de Halperin Donghi cuando afirma que “para América Latina en su conjunto, el plural parece imponerse [...] para reflexionar contrastes desconcertantes hasta en países relativamente pequeños, como Ecuador o Guatemala” (1976: 7)10. O sea, la pluralidad constituye también su naturaleza, lo que le confiere a América Latina un carácter uno y múltiplo en el que el desarrollo puede ser delineado por tres momentos: el colonialismo en el cual se inserta en una unidad mundial con centro en Europa, a través del pacto colonialista; el agotamiento del pacto colonialista con la emancipación y la afirmación de un pacto neocolonial con metrópolis industriales y financieras; el desequilibrio y las tensiones causadas por la crisis del régimen neocolonial con su decisiva inserción en el contexto mundial.

Sin desconocer la diversidad de sus características geográficas, culturales, lingüísticas y étnicas, hay en el continente latinoamericano una herencia * Traducción de Patricia Neyra y Estela Rosa Anijovich 10 DONGHI, Halpering. Historia de América Latina. Río de Janeiro, Paz y tierra, 1976. Este texto es fundamental porque trae un amplio y consistente análisis del proceso histórico de América Latina en sus raíces materiales y humanas, desde la herencia colonial, pasando por el régimen neocolonial y su crisis en el siglo XX. Permite comprender los momentos de cada desarrollo del continente latinoamericano, de los diversos países que le pertenecen, los avances y las crisis de sus economías inseridas en el contexto mundial del capitalismo.

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colonialista, común a los diversos países, cuya expansión secular le asegura alguna unidad histórica y una posición en el plano económico y político-social en el mundo moderno. Proceso siempre permeado por la relación entre el continente latinoamericano y una metrópolis, originalmente España para la mayoría de los países, y Portugal para Brasil, que sometió pueblos con variados niveles culturales y de conocimiento al modelo de colonización, destruyéndolos cuando era necesario y minando sus formas de resistencia siempre que desafiaban el status quo. En el proceso del desarrollo, lo esencial de esa relación se traslada a Estados Unidos, pues este último se transforma en el más avanzado polo central del capitalismo en su expansión.

Fundamentalmente, la riqueza de la tierra contribuyó de modo decisivo para la prosperidad de las metrópolis capitalistas, generando concomitantemente una dependencia que se acentúa gradualmente y permanece en la actualidad. Como dice Eduardo Galeano: “Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder” (1984: 14). La tela de relaciones y de la producción ahí constituida envuelve recursos materiales y capacidades humanas, incorporándolas al engranaje capitalista mundial de un modo que “nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de los otros: los imperios y sus caporales nativos” (Idem, 14. Subrayado en la obra.). Esa ha sido históricamente la posición de América Latina en el contexto internacional, una posición periférica que le transfiere riqueza a los centros capitalistas, acumulando riqueza y pobreza en mayor o menor grado en sus países, siempre expresadas en profundas desigualdades sociales, como le conviene al contradictorio progreso del sistema del capital y su modelo societario.

I. América Latina y cuestión social El continuo movimiento de la explotación capitalista en América Latina ha sido

trasladado del continente europeo a Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. En este proceso, medidas propias a la expansión capitalista repercuten fuertemente en los países latinoamericanos y en la tentativa de adaptación a las exigencias de crecimiento, o también de solución de crisis11. Los efectos

11 Por cierto, en la percepción de István Mészáros: crisis de intensidad y duración variadas son el modo natural de existencia del capital: son maneras de progresar más allá de sus barreras inmediatas y, de ese modo, extender con dinamismo cruel su esfera de operación y dominación” (2002: 795, subrayado por el autor). En general constituyen crisis cíclicas, de carácter temporario, que pueden ser solucionadas en el interior del sistema. Con referencia a la actual crisis mundial, este autor la

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negativos siempre recaen sobre los trabajadores, especialmente agravando las condiciones de pobreza. Ejemplo patente de esta situación en una década reciente es que, con el ajuste de México mediante la liberación y desreglamentación de sus mercados monetario y financiero, bajo fuerte presión política interna y externa: “El desempleo alcanzó el 25% de la población activa, mientras que los sueldos sufrieron una pérdida de poder adquisitivo del orden del 55%, y dos millones y medio de personas más cayeron por debajo del umbral de la ‘pobreza absoluta’. Fue ese el precio que los mexicanos pagaron por haberse ‘adaptado’ al juego de los mercados financieros” (CHESNAIS, 1996: 31-2). Situaciones semejantes vienen ocurriendo hasta el momento, de modo desigual y contradictorio en los diversos países, a pesar de las tentativas de solución en términos de unificación y fortalecimiento de la región contra el dominio de los países ricos. El desempleo constituye uno de los agravantes de la pobreza en el continente, llamando la atención de gobiernos y de analistas cuanto a la ampliación de este fenómeno, inclusive mediante la formulación de políticas sociales y programas de combate a la pobreza, capitaneados por el Banco Mundial e implementados por los diversos países con carácter peculiar. Al comentar el caso brasileño dice Coggiola, 2010:

Un fantasma recorre el mundo... el fantasma de la Bolsa Familia. Los programas sociales compensatorios brasileños son citados urbi et orbi como ejemplo a ser seguido, sea para remediar la plaga del desempleo, que se abate sobre las economías más desarrolladas en virtud de la crisis económica mundial, sea para combatir el “fantasma” (de carne y hueso, más hueso que carne) del hambre mundial, nunca superado en el período áureo de la “economía de la abundancia”, y recrudecido con el alta de los precios de los géneros de primera necesidad alimentar en 2007/2009: “La situación actual recuerda más el aumento lento e impiedoso de una marea, gradualmente arrastrando a más y a más personas a las filas de los desnutridos”, dijo un editorial del Financial Times de abril de 2009, sin preguntarse, entre tanto, sobre las causas y el origen de esa “marea”.

denomina y la reconoce como una crisis estructural del capital que afecta a la humanidad en múltiples aspectos.

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En el cuadro trazado por Bernardo Kliksberg12 en su texto “América Latina: una región de riesgo, pobreza, desigualdad e institucionalidad social”, el aumento de la pobreza y sus impactos sobre las poblaciones en América Latina constituyen el tema de atención inclusive para organismos internacionales. Este cuadro ha sido considerado inquietante por el Director de la UNESCO en Brasil, al comentar que “la cuestión social se presenta hoy en el centro del escenario histórico de la región” (2002: 7). Sobresalen datos del PNUD - Unión Europea, referentes a 1999 como:

Son pobres el 75% de los guatemaltecos, el 73% de los hondureños, el 68% de los nicaragüenses y el 53% de los salvadoreños. En los sectores indígenas las cifras pueden ser aún peores. Así en Guatemala es pobre el 86% de la población indígena frente a los 54% de los no indígenas. En Venezuela, las estimaciones oficiales señalan que es pobre el 80% de la población. En Ecuador se estima que el 62,5% de la población está por debajo del umbral de pobreza. En Brasil se ha estimado que el 43,5% de la población gana menos de dos dólares diarios y que 40 millones de personas viven en pobreza absoluta. En Argentina la tasa de pobreza de las provincias del noreste es del 48,8% y la de las provincias del noroeste, 46%. (KLIKSBERG, 2002: 16).

A estos datos se le agregan los efectos nocivos sobre las familias, en las áreas de educación, salud y saneamiento, además de que: “se vincula también al desempleo y a la informalidad” (Idem, p.7). De modo que el fenómeno de la pobreza afecta a familias enteras cuyo carácter integral tiene repercusiones sobre dimensiones sociales como su salud y su educación, viviendo en condiciones objetivas en las cuales sobresalen problemas de saneamiento básico.

Los datos son, de hecho, preocupantes teniendo en cuenta que vidas humanas no tienen acceso a aquello que fue producido socialmente y sus efectos sobre diversos aspectos no permiten el desarrollo y el crecimiento personal de la totalidad de los individuos y de sus familias en el sentido omnilateral, a pesar de la inmensa capacidad productiva creada por el sistema en múltiples sentidos. Pero, ¿por qué este cuadro aparece como inquietante y la región latinoamericana como una región de riesgo debido a la pobreza y a la desigualdad social?

12 Autor de libros traducidos para diversas lenguas. Asesoró a más de 30 países en gestión pública, desarrollo y gerenciamiento social. Asesor, entre otros, de ONU, OIT, OEA, UNICEF, UNESCO, Director del proyecto Regional para América Latina de Modernización Estatal de la ONU. Es Coordinador del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social del BID (Washington).

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Actualmente la pobreza y el desempleo son reconocidamente fenómenos de proporciones internacionales, cuando la absorción de mano de obra industrial pasa a constituir una amenaza a la reproducción del sistema. Una consecuencia de la reestructuración productiva, particularmente activa a partir de mediados de la década de 1970, ante la cual, supuestamente, la industria fabril no constituye más el modelo básico de la organización capitalista como en su forma clásica. En la percepción de Chossudovsky, profesor de economía de la Universidad de Ottawa y consultor de la OIT, el “desempleo mundial se convierte en una ‘palanca’ de la acumulación global de capital que ‘regula’ el costo de la mano de obra en cada una de las economías nacionales. La pobreza masiva regula el costo internacional de la mano de obra” (1999: 70). De esta forma, estos dos elementos, desempleo y pobreza, están acoplados al proceso contemporáneo de reproducción del capital, cuya lógica no incluye la preocupación por los seres humanos. De tal manera que el pauperismo asume también proporciones mundiales con un doble movimiento de polarización de rendimientos, sea en el plano interno de cada país con disparidades regionales, sea entre países centrales y periféricos, estos últimos denominados por el propio Banco Mundial como áreas de pobreza y no más países en desarrollo.

En realidad el binomio pobreza y desempleo contiene potencialmente un carácter explosivo, presente desde el surgimiento de la “cuestión social” cuando el desarrollo industrial y la ampliación de los mercados en el siglo XIX, en su dinámica interna, afectan directamente las condiciones de vida y existencia social de la clase obrera emergente en términos materiales y políticos. Marx, en su aprehensión de la esencia del capitalismo, va a revelar el real problema del nuevo pauperismo allí emergente en la desigualdad de clases y sus raíces materiales como una consecuencia de la ley general de la acumulación capitalista, tratando también de la vida de la clase obrera.

Problema entendido en una perspectiva amplia, tanto en términos de las diversas fracciones de trabajadores y localidades, como de los tormentos que afectaban a los trabajadores, derivados del propio trabajo y/o también de la falta de éste, consecuentemente, del desempleo. Esto porque una población de trabajadores excedentes es la condición necesaria para la acumulación y para la expansión de la riqueza capitalista, pues con el desarrollo de la productividad del trabajo crece la fuerza del capital, y la masa de riqueza crece e impulsa nuevos ramos de producción, en esos casos grandes masas humanas tienen que estar disponibles para ser explotadas, sin perjudicar la escala de producción en los ramos ya existentes. La industria moderna y los nuevos métodos de producción dependen, por lo tanto, de la transformación constante de una parte de la población trabajadora en desempleados, el ejército industrial de reserva. La tendencia general de la acumulación es producir más con menos trabajadores. De

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este modo, el crecimiento del capital variable, por ende, el número de trabajadores ocupados está relacionado a fuertes fluctuaciones y a la producción transitoria de superpoblación, sea despidiendo trabajadores, sea dificultando la absorción de éstos.

La superpoblación relativa es clasificada por Marx en 3 formas continuas: flotante, latente y estancada. Su condición de vida cae debajo del nivel normal medio de la clase obrera. No sólo la masa de nacimientos y defunciones, sino también la magnitud absoluta de las familias se halla en razón inversa a la cuantía del salario, esto es, a la masa de los medios de subsistencia de que disponen las diversas categorías de obreros. Para él:

La esfera del pauperismo cobija, por último, al sedimento más profundo de la población relativa. Prescindiendo de vagabundos, delincuentes, prostitutas, en suma, del proletariado en harapos (“lumpenproletariat”) propiamente dicho, esta capa social consta de tres categorías. En primer lugar, personas aptas para el trabajo. Basta con mirar superficialmente la estadística del pauperismo inglés para comprobar que la masa de esta categoría se hincha a cada crisis y disminuye a cada reanimación de los negocios. En segundo lugar: huérfanos e hijos de pobres. Éstos son candidatos al ejército industrial de reserva, y en tiempos de gran florecimiento como en 1860, p. e., se les recluta rápida y masivamente en el ejército de los trabajadores activos. En tercer lugar: personas degradadas, envilecidas, que sucumben por la inmovilidad debida a la división del trabajo, o los que sobreviven más allá de la edad normal de los trabajadores, y por último, las víctimas de la industria –mutilados, enfermos, viudas etc.”. (MARX, 1983: 273).

En el periodo correspondiente son creadas las Leyes de los Pobres en Inglaterra, y también instituciones como los Settlements. En Francia, Napoleón se proponía terminar con la pobreza mediante medidas e instrumentos legales13. Tanto es así que, según Coggiola (2009):

Los llamados “programas sociales compensatorios” son más que seculares, si son incluidas en la histórica caridad pública y privada. Su dimensión, funciones y financiación actuales, entre tanto, son diferenciadas en relación a períodos históricos precedentes. Su

13 En Glosas Críticas Marginales al artículo “El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano, Marx reflexiona sobre cuestiones relativas a la política, a la pobreza de los trabajadores y a las tentativas estatales de eliminar la miseria con leyes y programas sociales.

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especificidad debe abordarse, por lo tanto, a través del análisis histórico y comparado, y de la consideración de su contexto mundial.

A pesar de los cambios entre el tiempo de Marx y el mundo actual en virtud del

proceso de expansión y desarrollo capitalista, los aspectos esenciales del modo de producción capitalista en relación a los procesos contradictorios del desarrollo material y subjetivo de las capacidades humanas no desaparecieron. Este modo de producción, en su base material crea concomitantemente riqueza y miseria y esa contradicción se expresa hasta ahora en el capitalismo mundializado. Es decir, la contradicción se expande y es muchas veces desplazada de los grandes centros productores a países periféricos donde se hace posible la explotación de la mano de obra barata.

Ahí se encuentra la base de la “cuestión social” y por eso no puede reducírsela simplemente a un concepto, o a un término. Bajo ese referencial “cuestión social” es una expresión de algo efectivamente existente: la necesaria y conflictiva contradicción entre capital y trabajo, la extracción de la plusvalía como fuente de acumulación del capital, la apropiación privada de los medios y del producto del trabajo. La reacción de los trabajadores en aquel momento original es típica de la lucha de clases contra esa condición de explotación, porque, como diría Lukács (1981), “el hombre es un ser que responde”, y si responde en el sentido de crear la propia existencia material también reacciona ante la realidad de sus condiciones de existencia social. De esa forma, entendemos que se puede configurar la “cuestión social” a partir de la articulación entre los determinantes esenciales de la acumulación capitalista, la reacción de los trabajadores a través de la lucha de clases contra la explotación y las respuestas del Estado en el sentido de conservación de la sociedad y en la contención de conflictos entre clases sociales.

Por eso, la “cuestión social”, originalmente manifestada en problemas sociales como precariedad de vivienda, salud, mendicidad, trabajo infantil, entre otros, constituye en realidad una consecuencia del empobrecimiento del trabajador, generando conflictos en las relaciones de trabajo. Sus bases reales están en la economía capitalista, en su lógica interna bajo el aspecto de creadora de desigualdades sociales, que efectivamente son desigualdades de clase. Pasa a ser reconocida como problema en el plano político, a medida que los trabajadores, de forma organizada, ofrecen resistencia a las malas condiciones de vida y de trabajo a las cuales están sometidos. Conducen sus luchas hacia el despertar de una consciencia de clase acerca del proceso de explotación consecuente de la condición de trabajadores para el capital.

En el proceso de desarrollo capitalista, más precisamente en la fase de los monopolios, en la cual se destaca la búsqueda de soluciones para una de sus

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crisis cíclicas, el capital incorpora parte de esas pautas de lucha, mediante, por ejemplo, los derechos y garantías sociales, haciéndose permeable a las presiones de los trabajadores. Se configura un nuevo momento en que el Estado será llamado a intervenir en la “cuestión social” como árbitro en los conflictos oriundo de las relaciones de trabajo. Es, inclusive, en ese periodo configurado entre 1890 y 1940 que se forman las bases de la institucionalización del Servicio Social como profesión14.

La intervención estatal suele ser entendida como una concesión por la tendencia social demócrata, cuya apariencia es del establecimiento de consensos y minimización del impulso acumulador del capital a favor de la distribución. Sin embargo, en la percepción de Mészáros:

Las concesiones dadas al trabajo por el ‘Estado de bienestar social’ no debilitaron en absolutamente nada el capital. Al contrario, contribuyeron significativamente para la dinámica expansionista del sistema por un período continuo de dos décadas y media tras la Segunda Guerra Mundial. Ni tales concesiones alteraron la relación de fuerzas a favor del trabajo; en realidad, debilitaron su combatividad, reforzando las mistificaciones del reformismo. Naturalmente, eso no significa que se pueda dejar de defender las ganancias defensivas del pasado, especialmente cuando el capital, bajo la presión de una crisis estructural que se profundiza, es forzado a intentar revocarlos. Significa, sin embargo, que las ilusiones asociadas a las concesiones, a lo largo de la historia de la socialdemocracia reformista, deben exponerse por lo que realmente son, y no por la fantasía sobre la viabilidad del trabajo a partir de la ‘alternativa económica estratégica’ neo keynesiana. (2002: 919).

De este modo, las aparentes conquistas del trabajo se articularon

perfectamente a los intereses del capital y su proceso expansionista y de 14 Históricamente la constitución del Servicio Social como profesión fue precedida por la actuación de grupos voluntarios europeos que prestaban asistencia social a las capas más pobres de la sociedad. La actividad del voluntariado, compuesto de personas vinculadas a la medicina social, a la economía, a la sociología y a la dinámica de movimientos sociales que denunciaban la explotación de mano de obra (especialmente infantil) se transforma procesualmente en soporte al modelo de administración capitalista en relación al problema de la pobreza de amplias capas poblacionales. La institucionalización de la profesión ocurre más precisamente en Estados Unidos articulada a las condiciones económico sociales instauradas con el Fordismo. Sólo entonces el Servicio Social se inserta propiamente en la división del trabajo como actividad asalariada. En Capitalismo Monopolista e Serviço Social José Paulo Netto, (1992), hace un amplio análisis de la articulación entre Estado, Políticas Sociales, Servicio Social y Cuestión Social a partir de ese período, análisis realizado del punto de vista de la totalidad social.

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acumulación que en realidad debilitaron más los procesos de lucha de los trabajadores impulsándolos al juego del consumo y deseo de bienestar social, siendo mantenidas las condiciones fundamentales de producción y reproducción del capital. Tanto es que el potencial explosivo del binomio pobreza y desempleo se presenta ahora debilitado, lo que no significa inexistente. Según Coggiola (2010), en el plano más general:

Los primeros meses del siglo XXI fueron testimonios de una profundización de la lucha de clases, de crisis políticas de fondo y una febril intervención política de EEUU. El levantamiento indígena campesino en Ecuador que provocó la caída de Mahuad; la larga y combativa huelga de los estudiantes de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma) en México; las grandes movilizaciones contra Fujimori en Perú; las masivas movilizaciones de campesinos sin tierra en Brasil y en Paraguay; las huelgas generales y las movilizaciones de los “piqueteros” en Argentina; la “guerra del agua” en Cochabamba (Bolivia), que rápidamente se convirtió en rebelión nacional, extendiéndose hasta las bases policiales, que se sublevaron en La Paz; la rebelión contra la privatización de la electricidad en Costa Rica, la pueblada contra los “tarifazos” en Honduras; todas esas movilizaciones y crisis políticas formaban un cuadro radicalizado en América Latina. La onda de movilizaciones populares no enfrentaba dictaduras militares, pero sí los regímenes “democráticos” diseñados por EEUU y las burguesías locales. En esos procesos surgieron formas de organización avanzadas de lucha, en especial en Ecuador, Bolivia y Argentina. En Ecuador, sobre la base del levantamiento del 21 de enero de 2000, se formó un Parlamento Popular. En Bolivia, la Coordinadora por el Agua y la Vida centralizó la rebelión de Cochabamba; en septiembre de 2000 una lucha nacional campesina conmovió al país. En Argentina, huelgas generales y el ascendente movimiento “piquetero” generalizaron el arma de los piquetes y cortes de ruta.

A su vez, la lucha contra la flexibilización de los derechos, extremamente

necesaria debido a los influjos destructivos de las condiciones de vida de los trabajadores, se hace puntual15. Se dirige, por lo menos en Brasil, siempre más

15 Esa debilidad combativa de los trabajadores se debe a las múltiples causas, entre las cuales está la posibilidad que el capital tiene hoy en día de explotar la mano de obra en lugares lejanos a los centros en que los trabajadores ya se encontraban organizados, además del fenómeno del desempleo creciente como aspecto decisivo para el reflujo de la lucha obrera. Agréguesele a eso la tendencia a la heterogeneidad de los trabajadores y el surgimiento de nuevas fracciones de clase debido a la

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hacia la conservación de lo que se había alcanzado históricamente, como jubilaciones, derechos sociales, sindicales y laborales, o hacia su renegociación en nuevas bases para la manutención de los empleos, además de la defensa del carácter público de los servicios con calidad. Fracciones de trabajadores que ni siquiera tuvieron acceso a los derechos manifiestan su inquietud y reivindican la inserción formal en el trabajo, en los servicios y en los derechos. Esa posición de los trabajadores les incomoda a los defensores del sistema, ante la ideología dominante de que las relaciones flexibles de trabajo con negociaciones directas entre trabajadores individuales y patrones serían salidas adecuadas para la crisis del desempleo sin las amarras de las garantías ya alcanzadas. Muestras consideradas exitosas en el combate al desempleo en países de capitalismo avanzado se reflejan en las economías latinoamericanas apoyadas en esas ideologías, casi siempre bajo presión y orientación de organismos internacionales para la redefinición de sus modelos económicos.

Los representantes del capital no están desatentos en relación al problema de que el referido potencial explosivo sea expresivo de las contradicciones de clase, poniendo en riesgo el sistema. Por eso, desde nuestro punto de vista, la situación de América Latina se percibe como inquietante por algunos ideólogos. De esa manera, apuntan para la necesidad de una institucionalidad, de acuerdo a lo que propone Kliksberg, por medio de la creación de un modelo de política social agresivo y activo administrado por el Estado, bajo la perspectiva de que: “El tema no admite postergaciones. Constituye un ‘escándalo moral’ que a inicios del siglo XXI, millones y millones de latinoamericanos vean transcurrir sus días y los de sus familias en medio de privaciones que cercenan sus derechos humanos más básicos.” (2002: 70).

Que desde un punto de vista ético se trata de una deshumanización sin precedentes en la historia, considerando el momento en el que el desarrollo de las fuerzas productivas alcanza niveles altísimos, capaz de sanar problemas básicos del conjunto de hombres en los más diversos aspectos, nadie, en su sano juicio, puede negarlo. Queda pensar, sin embargo, si la lógica acumulativa y expansionista del capital permite una salida de tal naturaleza, dado que ésta comporta en su estructura básica las causalidades de la “cuestión social”, un fenómeno permeado por el impulso alienador ontológicamente presente en el

precariedad del trabajo, a la ampliación de la informalidad, al propio desempleo que tiene hoy carácter estructural, a la descreencia en las posibilidades de transformaciones radicales por consecuencia de las experiencias del este europeo y a la ideología del fin de la historia. Todo eso fortalece la búsqueda de alternativas en el interior del propio capitalismo, algunas veces por vía de una reedición del “Estado de bienestar social”, otras por vía de la institucionalización actualizada de políticas sociales y de distribución de la renta (Ver Coggiola, 2009).

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capitalismo, expresado en el empobrecimiento de los individuos en contraposición al intenso desarrollo de las fuerzas productivas.

II. Cuestión social y alienación

Cuando se profundiza en la reflexión sobre el fenómeno de la “cuestión social” se observa como se le articulan impulsos alienantes si tenemos en cuenta que sus raíces tienen carácter ontológico relacionado a las sociedades de clase, o sea, sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre. Mientras el desarrollo social compuesto en sentido más general por un proceso compuesto por dos procesos articulados e indisociables entre desarrollo de la sociabilidad de un lado, y por otro, de la individuación, se trata de un movimiento unitario y diverso. Hay una contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productivas promovido en el plano de la sociabilidad y el desarrollo de las individualidades particularmente en sociedades de clase.

El desarrollo de la individualidad ocurre de manera desigual en la historia, permeado por la explotación del hombre por el hombre y por intensos conflictos de naturaleza variada, casi siempre sacrificando el crecimiento de los individuos, de sus potencialidades, de su consciencia, en fin, de su sustancia individual. Ahí se encuentra efectivamente el significado de la Alienación (Entfremdung) para el filósofo húngaro Geörgy Lukács. Justamente porque el proceso abarca contradicciones y desigualdades en el que el crecimiento de las capacidades de los hombres y la explicitación de su personalidad suelen oponerse, el enriquecimiento de la personalidad no es una simple y linear consecución del desarrollo de las capacidades humanas. Una oposición que se profundiza de tal modo que: “Hoy en día, el desarrollo de las capacidades, (expresado en el intenso desarrollo de las fuerzas productivas) que va diferenciándose cada vez más nítidamente, aparece inclusive como un obstáculo para el devenir de la personalidad, como un vehículo para la alienación de la personalidad humana” (LUKÁCS, 1978: 15). Por lo tanto, si en el desarrollo histórico, a partir del trabajo hay una tendencia para la constitución de un género humano en sí, portador de una consciencia distinta a aquella de la mera animalidad, la constitución de una humanidad en sentido pleno es intensamente dificultada por la ausencia de unidad entre el género y los ejemplares individuales. En este sentido opera decisivamente el problema de la alienación, mejor dicho, actúan diversos complejos alienantes, limitando el desarrollo de las individualidades al plano meramente particular. El carácter del individuo como ser genérico, miembro de la humanidad, es subsumido por los aspectos particulares que lo definen apenas

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como miembro de una clase, nación, raza, sexo etc., bloqueando las posibilidades de su elevación en sentido integral y omnilateral.

Innegablemente en el capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanza un alto grado, consecuentemente también las capacidades humanas. En esta fase de desarrollo genérico la individualidad llega a un grado elevado de evolución en términos del retroceso de las barreras naturales. Los individuos se vuelven cada vez más complejos con el impulso de la división del trabajo y de la complejidad de actividades que requieren una síntesis de sus capacidades singulares. Pero la relación entre el crecimiento de las fuerzas productivas y de las personalidades igualmente se presenta contradictoria y desigual. Las alienaciones operantes en la producción y en la reproducción de la vida social tienden a bloquear y a reducir la personalidad solamente al plano particular del en sí, cuya referencia básica se encuentra en la aspiración al tener, a la garantía de la reproducción material por excelencia. Aspiración regida por las determinaciones de la reproducción social con base en relaciones de explotación del hombre por el hombre.

La antítesis dialéctica entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el envilecimiento de las individualidades se encuentra en la base de todos los modos de presentación de las alienaciones. Sus manifestaciones, independientemente de forma o contenido, conllevan un desequilibrio entre el desarrollo de la capacidad de los hombres y el formarse de sus personalidades. Así, mientras más las sociedades se desarrollan, más evidente se hace tal contradicción. La historia de los hombres es permeada por diferentes alienaciones, desde aquellas provocadas por un nivel atrasado de desarrollo hasta las que tienen como base un incuestionable progreso objetivo. Lo decisivo, sin embargo, es percibir la diferenciación ontológica entre ellas. Si tomamos como ejemplo las alienaciones de las sociedades primitivas veremos que no contenían el mismo carácter negativo de aquellas originarias de las sociedades de clase, en especial de la sociedad capitalista, en la cual la forma mercantil ejerce una influencia decisiva sobre todas las manifestaciones de la vida. Pues esta última es una forma específica de sociabilidad fundada en la producción generalizada de mercaderías, mediante la cual los hombres pierden el dominio sobre sus actividades. Las capacidades humanas se convierten en propiedad del capital, reduciendo a los trabajadores a una condición de clase cuya media no corresponde ni al potencial desarrollo de las personas, ni permite su crecimiento a la misma altura de las fuerzas productivas hasta entonces alcanzado. El mercado pasa a ser el eslabón entre las actividades humanas, provocando una inversión en la que las relaciones sociales entre los hombres aparecen mediadas por las cosas.

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En la economía capitalista, las fuerzas productivas, al desarrollarse, producen efectivamente individualidades más ricas y desarrolladas en relación a los momentos societarios anteriores, pero, contradictoriamente, desencadenan igualmente un proceso de deshumanización que se eleva a niveles jamás constatados antes. Después de Marx, Lukács reconoce la importancia de tal desarrollo y enfatiza sus límites ontológicos cuando ocurre en el ámbito de una sociedad permeada por intereses de clase, en especial, la sociedad capitalista. El antagonismo al que nos referimos en este instante es por Marx elucidado cuando afirma que “el más alto desarrollo de la individualidad” se obtiene “solamente a través de un proceso histórico en el cual los individuos son sacrificados” (Marx apud Lukács, 1981: 561-2). Esa contradicción es inevitable porque, aunque el proceso de producción sea una síntesis de posiciones teleológicas, su carácter es puramente causal. Si de hecho, pudiera existir un desarrollo teleológico global objetivo, éste difícilmente tendría el carácter de desigualdad peculiar a las sociedades en las cuales la explotación del hombre por el hombre está presente.

Argumenta Lukács que Marx, diversas veces, se refirió a ese problema. Desde los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, por ejemplo, al reflexionar sobre la alienación del trabajo – raíz de todo proceso de alienación –, él afirma que “cuanto más se gasta el trabajador en su trabajo más poderoso se vuelve el mundo de los objetos que crea frente a sí mismo, más pobre se vuelve en su vida interior y menos se pertenece a sí mismo.” (Marx, 1963: 320-1). Como resultado de la producción capitalista, hay un proceso en el que la riqueza material es continuamente transformada en medios de valorización del capital y el trabajador – fuente personal de riqueza – es despojado de todos los medios que le posibilitarían transformar la riqueza que él produce en riqueza propia (Idem, 1963: 203). Se trata de una forma de sociabilidad en la cual la miseria del trabajador está en razón inversa al poder y a la grandeza de aquello que él produce. Hecho profundamente agravado en el mundo moderno, ya que la producción capitalista no produce únicamente al hombre como mercadería, pues, también, lo produce como ser espiritualmente deshumanizado. De esa manera, además de ser expropiado del producto de su trabajo, su capacidad de trabajo se le presenta como algo que no le pertenece. De modo que la capacidad de trabajo, además de producir la riqueza ajena y su propia pobreza, cada vez que es consumida crea nuevo valor incorporado al capital. Por eso, Lukács afirma que el capitalismo introduce modificaciones significativas en la esfera de las alienaciones, pues, al contrario de los modos de producción anteriores, en éste las tendencias alienantes operan no apenas en el resultado, pero también en el propio acto de producción.

La impotencia del trabajo vivo ante el trabajo objetivado es de tal monta que aquello que sería para el hombre manifestación de la personalidad – su

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realización en el y por el trabajo –, para el obrero se convierte únicamente en el medio de sobrevivir. Bajo el capitalismo, el trabajador repudia el trabajo, no se satisface, pero se degrada, no se reconoce, pero se niega, en la medida en que sólo puede conservarse como sujeto físico en calidad de obrero, y no en calidad de hombre que tiene acceso directo a los medios de subsistencia que le ofrece la naturaleza. De esa forma, su trabajo no es voluntario, sino obligatorio, trabajo forzado (Idem, p. 325). Por eso Lukács asegura que las alienaciones más importantes tienen una estrecha relación con las actuales relaciones de explotación. Uno de sus trazos comunes es que:

al operar no apenas en el producto del trabajo, sino también en el propio acto de la producción, las tendencias alienantes tienen como consecuencia una sociedad donde la propiedad privada se hizo tan obtusa y unilateral que un objeto es nuestro sólo cuando lo tenemos, cuando, por lo tanto, existe para nosotros como capital, o es inmediatamente poseído, comido o bebido, cargado sobre nuestro cuerpo, habitado, etc., en fin, utilizado [...]. Todos los sentidos, físicos y espirituales, son, por lo tanto, substituidos por la simple alienación de todos ellos, por el sentido de tener. (Marx apud Lukács, 1981: 773. Subrayado por el autor).

El tener representa en la vida de los hombres en cuanto individuos un fuerte motor para las alienaciones, y eso el capitalismo lo acentúa de tal modo que, hasta para los trabajadores, el poder de tener no se manifiesta como una simple carencia, como un influjo sobre el no tener los medios importantes a la satisfacción cotidiana de las necesidades. Al contrario, se manifiesta como poder de tener explícitamente configurado, como competencia con otros hombres y grupos teniendo en cuenta elevar el propio prestigio personal mediante la cantidad y calidad del tener. Nos encontramos con una realidad en la que la forma socialmente determinada de la actividad productiva, al mismo tiempo que produce mercancías, produce también un creciente valor del mundo de las cosas a cuesta de la desvalorización del mundo de los hombres. Poseer algo se vuelve la medida de todas las cosas y de todas las relaciones, sometiendo el preciso sentido del ser.

Ahí están las bases esenciales de la desigualdad y de la “cuestión social”, que no desaparecen en el proceso de desarrollo social. En lugar de eso, en la expansión capitalista, es imposible desconocer que el desempleo “apalanca” la acumulación global del capital y la pobreza “regula” los costos del trabajo, favoreciendo la manutención de las disparidades regionales y entre países. América Latina carga los efectos de la expansión capitalista y de la reestructuración bajo diferentes formas de adaptación y de resistencia a las

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exigencias internacionales, pero su posición en el escenario mundial no sufrió hasta ahora cambios sustanciales. Los caracteres esenciales del capitalismo en expansión permitieron un crecimiento desigual entre los países con disparidades regionales sometiendo a grandes conglomerados humanos a condiciones de miseria.

Consideraciones finales Ante los argumentos hasta ahora expuestos, puede afirmarse un extensivo e

intensivo predominio de las alienaciones en la sociabilidad capitalista en el sentido de promover el empobrecimiento del trabajador. Al transformar las capacidades humanas en propiedad del capital se resalta el problema de la alienación. En medio de un intenso desarrollo de las fuerzas productivas y de la reconfiguración de la propia clase trabajadora en diferentes fracciones, su manifestación ocurre tanto en el plano individual como en el social, en términos regionales y mundiales. La manipulación y el impulso al consumo de masa presentes en el cotidiano de la vida social no apuntan para un proceso de humanización, al contrario, contribuyen considerablemente para mantener bajo relativo control las resistencias y la formación de un cuadro en el que aquellos que efectivamente producen la riqueza son víctimas de las peores condiciones de pobreza.

Las medidas de política social, aunque de carácter público, necesarias a la minimización de las consecuencias de la expropiación de los trabajadores difícilmente representan, por sí solas, la solución para el problema. La preocupación por su reafirmación en el plano estatal se debe mucho más al potencial explosivo del binomio pobreza y desempleo como expresión del carácter alienador que impulsa hacia el agravamiento de la “cuestión social” en América Latina. La correcta ecuación para su resolución está, en nuestra opinión, en la dinámica de la praxis humana en la que el protagonismo de la resistencia de los trabajadores seguramente constituirá un elemento decisivo para la superación de los procesos sociales alienantes. Bibliografía CHESNAIS, François. 1996. A Mundialização do Capital. Trad. Silvana Finzi Foá.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Capitulo III

La lucha de clases y la política de asistencia en Argentina, 2002-2007T16

Tamara Seiffer

“Los obreros no tenían opción: o

morirse de hambre o iniciar la lucha. Contestaron el 22 de junio

con aquella formidable insurrección en que se libró la primera gran

batalla entre las dos clases de la sociedad moderna”.

Karl Marx, La lucha de clases en Francia

Introducción

La mayoría de las producciones respecto de las políticas sociales que se

hacen en el país desde el campo del Trabajo Social (aunque no es exclusivo de nuestra profesión), cuenta con una serie de falencias comunes. En primer lugar, se observa una ausencia del estudio de las determinaciones generales que explican la existencia de las políticas sociales. Relacionado con ello, se observa la falta de unidad del estudio de políticas sociales concretas con el movimiento de la acumulación de capital en Argentina. Y, por último, se evidencia en el análisis la ausencia de relación entre esas políticas y el desarrollo de la lucha de clases.

Los dos primeros, se deben esencialmente a la hegemonía que tiene la visión liberal que presenta a la intervención estatal como un factor externo al movimiento de acumulación de capital. Prima la idea de que el capitalismo es el sistema económico del “libre mercado” y no la unidad del mercado (en tanto espacio de relaciones indirectas a través del intercambio de mercancías) y de las relaciones políticas y jurídicas (relaciones directas). Un repaso por la historia del modo de

16Este artículo es una adaptación del Capítulo IV de mi tesis de Doctorado, titulada: La miseria del capital. El papel de la política social en la reproducción de la sobrepoblación relativa. Una parte sustantiva (el análisis de las políticas asistenciales del 2003 al 2007) es producto de trabajos anteriores realizados en co-autoría con Jorgelina Matusevicius. Cfr. Seiffer y Matusevicius (2010).

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producción capitalista y, particularmente, por la historia de la conformación de los Estados nacionales, alcanzaría para desmentir ese hecho.

Esta visión abona, al mismo tiempo, la caracterización de que los problemas de la clase obrera argentina se explican por la ausencia del Estado durante la década del ´90. Acorde con esto, es casi parte del sentido común pensar que su presencia resolvería estos problemas. Pero, como hemos demostrado en otros escritos, el Estado no estuvo ausente durante la “década neoliberal por excelencia”, ni siquiera en materia de política social donde, supuestamente, más se habría retirado (cfr. Seiffer, 2011a y 2011b). La razón de los problemas de la clase obrera argentina, se encuentran en otro lugar: en la forma que adquiere la acumulación de capital en nuestro país por la pequeña escala con la que se produce (Iñigo Carrera, 1999 y Sartelli, 2008).

La ausencia de relación entre la acción del Estado y el desarrollo de la lucha de clases en la mayor parte de la bibliografía se desprende, asimismo, de lo anteriormente dicho, pues se basa en una visión voluntarista de la acción estatal. Pero a ésta, se le suma la hegemonía de las ideas contractualistas, que ven a la acción del Estado como expresión de los intereses generales de la sociedad y actuando por el bien común. Por este motivo, predominan los análisis finalísticos de las políticas sociales, es decir, aquellos que privilegian sus aspectos normativos.

En el campo del marxismo, por su parte, la relación entre las políticas sociales y la lucha de clases, salvo contadas excepciones (cfr. Marro, 2009), ha sido más objeto de enunciación teórica que de investigación empírica (Iamamoto y Carvalho, 2007; Iamamoto, 1997; Netto, 2002; Pastorini, 2000).

En este escrito nos proponemos, entonces, realizar un acercamiento al estudio de la política asistencial a partir de la reconstrucción de las principales políticas de asistencia implementadas en período 2002-2007 poniéndolas en su unidad con la evolución de la lucha de clases. El período analizado es el que se abre post crisis de 2001, luego del “Argentinazo”, y se cierra en 2007, con la finalización del mandato de Néstor Kirchner como presidente de la Nación. El inicio del período coincide con la implementación masiva del Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados y su finalización se justifica porque el año 2008 parece inaugurar una nueva etapa política en el país. El aumento del conflicto social en el marco del enfrentamiento interburgués realizado en torno a la Ley 12517 genera un contexto favorable para la discusión respecto del uso de los recursos estatales (Sartelli, op. cit.) y la política de asistencia parece cobrar un nuevo viraje que será necesario estudiar en detalle.

17Nos referimos al conflicto que tomó estado público como “conflicto del campo”.

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Los antecedentes

Si bien nos proponemos analizar las políticas asistenciales a partir del año

2002, es decir, después de lo que tomó por nombre “El Argentinazo”, no podemos entender su desarrollo sin detenernos allí.

En el año 2001, la crisis económica se expresaba con la quiebra de capitales y el estrepitoso aumento del desempleo, que provocó una crisis alimentaria de una magnitud nunca antes experimentada en la historia del país. En este marco, el Estado se declara en quiebra y establece la reducción de salarios de los trabajadores estatales y el congelamiento de los depósitos bancarios.

La clase obrera ocupada se manifiesta con un plebiscito sobre un subsidio a la desocupación convocado por la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y con una huelga general el 13 de diciembre convocada por la CTA y la Confederación General del Trabajo (CGT). Mientras, crecían las manifestaciones sindicales, los “cacerolazos” y la clase obrera desocupada extendía los cortes de ruta y se movilizaba hacia los supermercados para exigir alimentos. “En muchos casos se trataba de verdaderos “cercos” que no ingresaban a los supermercados sino que reclamaban, en los playones de estacionamiento, la entrega de alimentos. Sólo cuando esto no ocurría, los manifestantes “tomaban en sus manos” el reparto de mercaderías” (Oviedo, 2004: 231).

Este tipo de acciones, que había empezado en Mendoza y Rosario, se empieza a extender a lo largo y ancho de la geografía nacional, registrándose, según estimaciones periodísticas, entre 800 y 1000 hechos, y encontrando su punto más álgido el 19 de diciembre de 2001 (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2003).

En ese momento el gobierno declara el estado de sitio. Esta acción, en un momento de claro aislamiento del gobierno respecto de su base social, no hizo sino agravar el conflicto. Comienzan los “cacerolazos” en distintos puntos de la Ciudad de Buenos Aires y miles de personas se movilizan pacíficamente hacia Congreso primero y hacia Plaza de Mayo después, a repudiar la medida adoptada. El gobierno, comprendiendo el carácter subversivo de tal movilización, decide recurrir al uso de la violencia del aparato estatal. A la 1 de la madrugada del jueves 20 la policía reprime a los manifestantes en Plaza de Mayo. La acción represiva lejos de desactivar el conflicto, lo enardece y se desenlaza la lucha callejera. Los manifestantes atacan locales de algunas empresas y a pocas horas se desata otra situación de represión en las cercanías del Congreso. La lucha callejera toma ahora por objeto de ataque a edificios públicos, empresas privatizadas y bancos. Los manifestantes enfrentan a la policía y atacan los

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espacios de concentración simbólica del poder del Estado.18 Se produce una verdadera insurrección obrera que deja como saldo la renuncia del entonces presidente de la Nación Fernando De La Rúa. Los resultados de la represión policial, por su parte, son tres mil detenidos, cientos de heridos y treinta y tres muertos en todo el país.19

Puede decirse que el Argentinazo fue la combinación de una manifestación pacífica de oposición política y una insurrección en la que participaron diversas fracciones de clase. Pero, lejos de ser un “acontecimiento espontáneo” como ha sido caracterizado por algunos intelectuales (Colectivo Situaciones, 2002), el Argentinazo se inscribe en un ciclo de enfrentamientos que se abre mucho antes. En él se despliegan las distintas formas de lucha desarrolladas, al menos, desde 1993: huelga general, revuelta, motín, lucha callejera, cortes de calle, cacerolazos… El Argentinazo fue, de hecho, el resultado de más de una década de lucha de clases, en la que “los participantes fueron experimentando, sacando conclusiones y, por lo tanto, aprendiendo” (Sartelli, 2003: 146).

Su punto de inicio más inmediato puede ubicarse en el mes de agosto de ese mismo año, cuando se llevó adelante el plan de lucha de la Primera Asamblea Nacional Piquetera. Este hecho, conocido como “Piquetazo”, se enmarca en la jornada de protesta contra la ley de déficit cero y ajuste fiscal20 y se trató tres de semanas de cortes de ruta consecutivos a nivel nacional.21 El reclamo, además de comprender demandas económico-corporativas (pago de haberes adeudados, contra el pago de salarios en bonos, por demoras en el pago del aguinaldo o de planes trabajar, etc.), incorpora consignas de cuestionamiento al personal político y al Estado (en el 71% de las acciones realizadas se reclama contra el ajuste). Al igual que en el Argentinazo, las acciones son llevadas adelante por distintas fracciones de clase. “En cuanto a la fracción ocupada del proletariado, es

18Sólo en capital federal, durante el 19 de diciembre se registran un total de 66 acciones, de la cuales 62 son directas, es decir el 94%. De ellas, la mayoría fueron cortes de calle (26%) y movilizaciones (28%). El jueves 20, de las 45 acciones totales, 42 corresponden a acciones directas, es decir también un 94 %. Entre ellas se destacan los ataques a la propiedad privada (más del 35%), las concentraciones (27%) y los ataques a edificios públicos (16%), cfr. VVAA, 2011. 19El grado de enfrentamiento que tuvieron estas jornadas fue elevado. Solo en capital, del total de las acciones realizadas el 19 de diciembre, en casi la mitad hubo enfrentamientos entre manifestantes y la policía. Estos enfrentamientos dejaron, en todos los casos, heridos de diferente gravedad. En 16 acciones se produjeron detenciones a algunos manifestantes. El jueves 20, en 22 acciones se produjeron enfrentamientos, dejando en todos los casos un saldo de heridos y detenidos, cfr. VVAA, op. cit. 20La misma establecía (entre otras medidas) el ajuste a los haberes jubilatorios, salarios de empleados estatales, proveedores y contratistas del Estado nacional superiores a $500, recorte del 13% de las asignaciones familiares. Variaría cada mes en función al pago de la deuda externa. El plan de reducciones afectó al 16% de los jubilados y al 92% de los empleados públicos. 21Sólo en 4 provincias no se registraron acciones a lo largo de las tres semanas.

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llamativa la proporción en que intervino de las acciones, un 67% en total. Asimismo, la fracción obrera desocupada también formó parte notablemente, un 31% del total de las protestas. Sobre la pequeña burguesía, su presencia con diferentes fracciones de la clase obrera, ocupada y desocupada, claramente evidencian la alianza que mencionamos en varias oportunidades” (Cominiello, 2007: 171).

El gobierno respondió a esta medida con cautela y subestimación. Se dedicó a hacer inspecciones de la distribución de Planes Trabajar (a los que nos referiremos más adelante), negoció la entrega de alimentos con algunas organizaciones y entregó discrecionalmente pensiones asistenciales.22

En tanto medida que logró un alcance nacional, la participación de varias fracciones de clase y la importancia del movimiento piquetero como organizador y aglutinante, es posible afirmar que en el Piquetazo, ya está presente en potencia, tanto en su contenido como en su dirección moral,23 el Argentinazo.

El movimiento piquetero, que se convertiría en la dirección moral del Argentinazo, da sus primeros pasos a fines de 1994 en la provincia de Neuquén. Sus antecedentes, sin embargo, pueden encontrarse en las provincias de Jujuy y Santiago del Estero, en los años previos (Oviedo, op. cit.). Jujuy fue el escenario de una crisis fiscal y política muy importante entre los años ´90 y ´94, cuya lucha fue encabezada por los trabajadores estatales que debieron movilizarse para cobrar sus salarios. En este lapso, la provincia contó con el paso de 5 gobernadores (hecho sólo superado por los 5 presidentes que tuvo la Argentina en menos de 2 semanas a fines de 2001 y principios de 2002). Santiago del Estero, por su parte, protagonizó lo que se dio a conocer como “el Santiagueñazo” el 16 y 17 de diciembre de 1993 (Dargoltz, 2011). Éste se representa como un punto de inflexión en el movimiento de protesta en Argentina, abriendo una fase ascendente de la lucha de clases. En un contexto de aumento del desempleo y de la pobreza, la sanción de una ley que implicaba la cesantía de 10 mil empleados estatales y la reducción salarial del resto, dio lugar al desarrollo de un movimiento de protesta que incluyó a trabajadores estatales de la administración, docentes, de salud, de obras sanitarias, estudiantes, jubilados y comerciantes (Cotarelo, 1999). Se realizan huelgas, marchas, concentraciones, cortes de ruta, asambleas y huelgas de hambre y, por último, una acción que 22El Programa de pensiones asistenciales del Ministerio de Desarrollo Social habilita que una parte importante de su presupuesto se destine a pensiones otorgadas por los legisladores. Cada legislador cuenta con un monto de entre $3.000 y $4.000 mensuales para otorgar pensiones de hasta $300 por 10 años. En términos del presupuesto del Ministerio, significa que alrededor del 10% del mismo se maneje de manera totalmente discrecional.23“…la teoría no puede desterrar a las fuerzas morales de su esfera de acción, porque los efectos de las fuerzas físicas y morales están completamente fusionados y no pueden ser separados como una aleación por medio de un proceso químico” (Clausewitz, 1983: 129).

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comienza con una marcha, termina con la destrucción de edificios de los poderes provinciales, de casas de dirigentes políticos y de objetos que simbolizaban el poder político provincial, convirtiéndose en un verdadero motín (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2000). Lejos de ser arbitrarios, los ataques a las viviendas de dirigentes se realizan a quienes impulsaron la sanción de la ley, estaban acusados de corrupción o eran considerados responsables de la política económica provincial. El resultado de esta acción de cuestionamiento de las instituciones gubernamentales termina con la intervención de la provincia.

A partir de allí se registra en el país una activación y radicalización de las luchas sociales protagonizadas por obreros ocupados y desocupados con reivindicaciones mayormente económico-corporativas. Es un proceso que va ganando tanto en cantidad de acciones y de sujetos involucrados, como en calidad política, y va tomando dimensiones nacionales.

Es en la provincia de Neuquén entre fines de 1994 e inicios de 1995 donde se hacen las primeras manifestaciones de trabajadores desocupados. Desocupados que vienen de una experiencia del movimiento sindical, convocan asambleas y arman comisiones que empadronan desocupados y presionan a las centrales sindicales a convocar una marcha con la reivindicación de un subsidio de $500 para todos los desocupados mayores de 16 años. Bajo esta amenaza, el entonces gobernador de la provincia, Sobish, sanciona la ley 2128, un subsidio de $200 para jefes de familia desocupados. Con la sanción de esta ley el movimiento pega un salto al organizarse para exigir su efectiva implementación. Cuando finalmente se reglamenta, el gobierno pone algunas restricciones para acceder al subsidio: hay que ser único sostén de familia con hijos y tener una residencia de 2 y 5 años en la provincia para argentinos y extranjeros respectivamente y, más tarde, exige una “contraprestación laboral”. Al hacerlo, se cambia su contenido. Como plantea Oviedo, al exigir una contraprestación “dejaba de ser un límite impuesto por la lucha obrera a la competencia entre los trabajadores ocupados y desocupados y se convertía en su opuesto: un salario miserable por un trabajo precario, flexibilizado, en negro y sin derecho a la afiliación sindical… que establecía un nuevo ‘mínimo’ de miseria para el conjunto del movimiento obrero” (Oviedo, op. cit.: 33).

Para su administración se estableció el armado de una comisión integrada por el gobierno, la Iglesia, la CGT y la CTA. El gobierno incumplió el pago de la segunda cuota, ante lo cual más de mil obreros desocupados marcharon y la respuesta encontrada fue la represión. Represión y asistencia fueron dos formas en que los gobiernos de los distintos niveles respondieron a las demandas de los trabajadores en lucha (Marro, op. cit.). De allí en más la organización se centró en la movilización para exigir el aumento de los montos y su extensión, tal como era la reivindicación original.

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En la misma provincia, en el año 1996, se encuentra el antecedente más importante de los cortes de ruta: el conflicto de Cutral Có y Plaza Huincul. Este conflicto “tendría la particularidad de ser un hecho a partir del cual un instrumento, el corte de ruta, que fue utilizado frecuentemente con anterioridad, adquiere una significación distinta y se instala como principal modalidad de protesta. Al igual que la personificación social del “piquetero”, que se expandirá luego por casi todo el territorio nacional” (Klachtko, 1999: 121).

A partir de aquí, la calidad del movimiento de lucha gana en calidad, donde asambleas populares construyen un poder cuasi paralelo al estatal (Sartelli, 2003: 146). Es un conflicto en el que se logra sobrepasar la acción de las fuerzas de seguridad y obtener gran parte de los reclamos.

Al año siguiente, en Salta, se realiza un levantamiento que se extiende a todo el norte de la provincia estableciendo una lucha política mucho más abierta y aguda. Desde comienzos de 1997 la movilización venía en ascenso, el 7 de mayo en Tartagal se convocó a Asamblea Popular24 y se realizó el corte de ruta con aproximadamente 100 piquetes.

Es en el marco estas luchas que en el año 1996 el gobierno implementa los Planes Trabajar y las provincias lanzan sus propios planes sobre este modelo. Estos planes consistían en una ayuda económica transitoria de carácter no remunerativo (con una duración de entre 3 y 6 meses) para trabajadores desocupados jefes de familia, en los que los trabajadores debían realizar “obras sociales de infraestructura social y económica” a cargo de municipalidades y organismos públicos.

Al conflicto en el norte salteño, le siguió Jujuy. Allí la acción comenzó con el corte de la ruta 34 a la altura del Ingenio Ledesma por parte de zafreros desempleados. La exigencia era creación de 5.000 puestos de trabajo, subsidio de $300 para toda persona desocupada, planes de condonación de deuda y rebaja de impuestos para desocupados, jubilaciones anticipadas y acciones de la Dirección Nacional de Emergencias Sociales (Kindgard y Gómez, 1998). La represión de la gendarmería, lejos de amedrentar a los piqueteros, extendió el corte, que recién se levanta con la firma de un acta acuerdo en la que el gobierno se compromete a la creación de 12.560 Planes Trabajar con una remuneración de $200 mensuales por 6 meses, 2.000 subsidios para desocupados de $100 y la extensión del seguro de desempleo.

En Gran Buenos Aires, es en el partido de La Matanza donde se dan los primeros pasos de organización de los trabajadores desocupados. En 1996 se hacen los primeros reclamos ante la intendencia y se organizan ollas populares. 24“La Asamblea Popular –que venía de la experiencia de la lucha contra la privatización de YPF-había quedado instalada definitivamente como la instancia popular soberana e incluso único organismo reconocido por las masas” (Oviedo, op. cit.: 77).

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La primera conquista fueron bolsas de alimentos. En junio del año 2000, se realiza un corte en la ruta 3 que se levanta con el compromiso del gobierno provincial de otorgar 9 mil Planes Trabajar, 65 mil kilos de comida fresca, 70 mil kilos de alimentos secos y tres unidades sanitarias. Dado su incumplimiento, se vuelve a cortar y el nuevo pliego de reivindicaciones incluía “10.000 ‘planes Trabajar’, que se agregaban a los ya reclamados; plan alimentario para no menos de 30.000 familias […] un plan de obras públicas para enfrentar la desocupación (hospitales, salitas de salud, escuelas) y un ‘seguro de empleo y formación de 380 pesos por jefe de familia y la asignación de 60 pesos por hijo’” (Oviedo, op. cit.: 143). Se lograron 16 mil planes con la garantía de mantenerlos hasta que bajara la desocupación, el compromiso de la realización de obras públicas, la atención alimentaria de 45 mil familias, becas y zapatillas.

Con la experiencia del corte de La Matanza, el movimiento de desocupados se extendió por todo el Gran Buenos Aires. Se lograron nuevos Planes Trabajar y se evitó su traspaso a planes provinciales de menor ingreso.

A la par de la asistencia, avanzó la represión, abierta por un lado, y silenciosa por otra. Al momento de reunirse la primer Asamblea Piquetera Nacional en julio de 2000 en La Matanza, el movimiento contaba con 2.800 compañeros procesados.

Poco a poco el movimiento fue asumiendo una escala nacional: alcanzó a Santa Cruz con los obreros del carbón y el petróleo, a Tucumán con los obreros del azúcar, más tardíamente, a Catamarca y a Chaco. Las conquistas alcanzadas siempre giraron en torno a alimentos y planes de “empleo”.

Desde el “Santiagueñazo” en 1993 hasta el “Argentinazo” en 2001 se registran un total de 7.643 acciones de protesta. Hay un momento de ascenso de las acciones de protesta de 1993 a 1995, al que sigue un momento de descenso y de allí en más un ascenso ininterrumpido y en gran escala (Iñigo Carrera y Cotarelo, SD).

Es así que, el Argentinazo llega después de un largo recorrido de luchas. Lejos de ser un evento espontáneo o anecdótico es expresión de las contradicciones cada vez más profundas con las que se enfrenta el capitalismo argentino. El capitalismo argentino, es un proceso de acumulación de capital que se caracteriza por su pequeña escala y, dada esta pequeña escala, por la necesidad de reproducirse en base a fuentes extraordinarias de plusvalía. La fuente de riqueza principal a lo largo de toda su historia ha sido la renta diferencial de la tierra y, desde mediados de los ´70, cobra importancia como fuente de riqueza adicional la compra-venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (Iñigo, 1999 y 2007). Por este motivo, si bien la recuperación económica posterior a la crisis de 2001 se ha expresado, a partir del año 2004, en una caída del

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desempleo abierto, parte importante del crecimiento del empleo se debe al aumento de trabajo no registrado, precario y con salarios de miseria.

Este movimiento sugiere un pasaje de la sobrepoblación relativa abierta (desocupación) a la estancada. Ésta, en palabras de Marx, “constituye una parte del ejército obrero activo, pero su ocupación es absolutamente irregular, de tal modo que el capital tiene aquí a su disposición a una masa extraordinaria de fuerza de trabajo latente. Sus condiciones de vida descienden por debajo del nivel medio normal de la clase obrera y [es] esto, precisamente, lo que convierte a esa categoría en base amplia para ciertos ramos de explotación del capital. El máximo de tiempo de trabajo y el mínimo de salario la caracterizan” (Marx, 2000: 801).

Esta situación explica que en un contexto de crecimiento económico y de disminución de la desocupación, el salario real (tanto el registrado como el no registrado) crezca pero sin llegar a recuperar los valores anteriores y permanezcan elevados los indicadores de pobreza e indigencia.

Elaboración propia a partir de los datos

proporcionados por el MECON De esta manera, la mejora relativa post crisis, establece nuevas condiciones

de “normalidad” que son peores que las observadas en décadas anteriores. Esta nueva “normalidad” se evidencia, entre otros elementos, en que no hay un repudio generalizado cuando el INDEC reconoce (aun con sus cuestionados indicadores) que hoy más del 10% de la población Argentina -es decir, más de 4 millones de personas- vive con un ingreso que no alcanza para cubrir las necesidades más elementales.

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Este cuadro de situación, lejos de ser coyuntural, es constitutivo de la acumulación de capital en Argentina por la escala pequeña con que se produce. Ya no se trata simplemente de la absorción y repulsión de fuerza de trabajo por los ciclos ascendentes y descendentes del capital. En tanto la compra-venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor se transforma en una de las condiciones para la reproducción del capitalismo en Argentina, las fases de ascenso no llegan a incorporar a la fuerza de trabajo otrora expulsada en condiciones de reproducción “normales”.

Es un sistema que convierte a una parte de su población cada vez más grande en sobrante a las necesidades de la acumulación y que, al no poder asegurar su reproducción a través de la venta de su fuerza de trabajo (porque no puede venderla o porque no le alcanza el salario), se ve obligada a luchar por la reproducción de su vida de manera directa: en base a comedores comunitarios, a planes de empleo y políticas de asistencia en general.

No puede entenderse el desarrollo y ampliación de la política asistencial sin remitir a la lucha de esta porción de la clase obrera por su reproducción. Como plantea Andrea Oliva: “Las políticas de asistencia social han sido producto de conquistas sociales, es decir: sin demanda colectiva, sin organizaciones de lucha no se habría planteado la necesidad de otorgar recursos” (Oliva, 2007: 7).

El primer momento: de inicios de 2002 a mediados de 2003 Los conflictos no terminan con el Argentinazo, sino que se incrementan,

encontrando su pico en el año 2002. Lejos de la paz social pretendida, el año 2002 concentró una enorme cantidad de protestas: un promedio de 47 cortes de ruta por día, 195 por mes. El motivo predominante de los cortes fue el pedido de ayuda social para desempleados.25 Las últimas semanas del año 2002 y la primer parte del año 2003 tampoco constituyeron una excepción. El origen de las mismas se encontró ligado fundamentalmente a bajas en los planes, a promesas de inclusión no cumplidas y a la exigencia del aumento de su monto.26

En este sentido en el período bajo estudio pueden establecerse dos momentos. El primero corresponde al año 2002 y mediados del 2003 en los que se mantiene el clima político abierto con el Argentinazo, caracterizado por un nivel de conflictividad social en aumento y con la crisis de hegemonía abierta. En este contexto se implementa el Plan Jefes y Jefas de Hogar desocupados y se 25Los datos son tomados de Nueva Mayoría, http://www.nuevamayoria.com/26Cfr. Clarín 16/12/02, 07/01/03, 08/01/03, 10/01/03, 17/01/03, 23/01/03, 29/01/03, 30/01/03, 04/02/03, 05/02/03, 07/02/03, 10/02/03, 19/02/03, 26/02/03, 01/03/03, 19/03/03, 17/04/03, 06/05/03, 13/05/03, 16/05/03, 19/05/03, 21/05/03, 22/05/03, 29/05/03, 05/06/03, 03/07/03.

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extiende la red de asistencia a la pobreza a través de la expansión de los comedores.27

El Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados fue la política de transferencia condicionada de ingresos más importante de la historia del país28 y es considerado referente de este tipo de programas en toda Latinoamérica (Lo Vuolo, 2004). Consistía en un subsidio dinerario de $150 mensuales, de base no contributiva y de carácter no remunerativo. Quienes accedieran al mismo debían ejercer una contraprestación laboral así como demostrar el cumplimiento de vacunas y de escolaridad de los niños a cargo. Aunque el control de cumplimiento de estas obligaciones resultó poco estricto o inexistente en muchos casos, desde su formulación y presentación pública, abonó al supuesto de que todo ingreso debe ser obtenido meritoriamente: un jefe de hogar con hijos a cargo debía “ganarse” los pocos medios de vida que pudiera adquirir con $150 mediante su trabajo. El pago en sumas no remunerativas y en montos miserables, quedó así legitimado.

El principal elemento que lo diferencia de otros programas de transferencia condicionada de ingresos es su extensión. Si bien ya existían programas de características similares, y desde un período anterior puede observarse un aumento del peso de la política de asistencia en el consumo obrero así como del componente asistencial de la política social, nunca antes se había implementado una política asistencial de transferencia de ingresos de una magnitud tal que alcanzara a casi 2 millones de trabajadores. Esta masividad solo puede explicarse por la magnitud del conflicto al que pretendía dar respuesta: la crisis de 2001 abre un momento de lucha abierta de sectores de la clase obrera que pone en cuestión la hegemonía del gobierno. Su implementación se ha constituido en una de las principales herramientas de respuesta a la crisis que atravesaba el país, crisis que puso en discusión el sistema político e institucional vigente.

27En relación con este último punto, se encuentran varias referencias en la prensa de las organizaciones, relacionadas a demandas realizadas al Estado exigiendo mayor asistencia o denunciando el incumplimiento de los envíos de la mercadería comprometida. Cfr. Prensa Obrera, 06/06/2002, 13/06/2002, 25/07/2002, 09/01/2003, 06/02/2003, 20/02/2003. 28La intención inicial del gobierno de Duhalde era llegar a 1 millón de beneficiarios, pero a fines de febrero, al momento del lanzamiento del PJyJHD, ya se hablaba de alcanzar a 2 millones. Como antecedente anterior inmediato de la masificación que significó la puesta en marcha del PJyJHD, el 22 de diciembre de 2001, una vez ocurrido el Argentinazo, el primero de los cuatro gobiernos de transición, hace importantes transferencias a las provincias para brindar ayuda alimentaria y otorga Planes Trabajar para 80 mil desocupados con el objetivo explícito de evitar nuevos saqueos. El año cierra con el segundo de los gobiernos interinos, encabezado por Rodriguez Saá, que, luego de declarar la cesación de pagos, anuncia, como uno de los ejes de sus medidas de gobierno, la implementación de un importante plan de empleo y firma convenios por 120 mil nuevos Planes Trabajar. Cfr. La Nación, 22/12/01.

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En el momento que estamos analizando, los anuncios de la creación de planes de empleo, lejos de desactivar el conflicto, lo reactivaron: cacerolazos, piquetes, asambleas y escraches a bancos siguieron siendo fuente de preocupación a lo largo y ancho de todo el país. Dada esta situación, dos de los grandes temas que aparecen en la agenda política son: cómo desactivar el conflicto social y sobre qué fuentes de financiamiento se sostendrían las políticas anunciadas.29

En el mes de abril se abre un camino de negociaciones con los organismos de crédito internacional plagado de marchas y contramarchas. El punto es si el Banco Mundial y el BID supeditan o no su apoyo crediticio al acuerdo que el gobierno llegue con el FMI y el destino de esos fondos: implementación de planes sociales o pago de deudas.30 El FMI, por su parte, condiciona la ayuda al cumplimiento del compromiso asumido entre la nación y las provincias respecto al gasto31 y centra sus críticas en la forma de implementación del PJyJHD.32 “La queja permanente de los jefes provinciales es que, dada la gravedad de la crisis económica, no tienen margen para aplicar más recortes sin que ello implique una revuelta social”.33

La implementación del PJyJHD pone además sobre la mesa el tema del posible uso clientelar que se le da a este tipo de políticas y se hace mucho énfasis en la necesidad de generar mecanismos que garanticen la transparencia en el uso de los fondos, ya que de esto dependería el financiamiento externo. El gobierno nacional decide transferir el control de los subsidios a un organismo

29Esta expansión se expresa en el importante incremento del presupuesto destinado a gasto social. Cfr. Seiffer, 2011a. 30Cfr. La Nación, 10/04/02, 12/04/02, 13/04/02, 20/04/02, 13/05/02, 14/05/02. 31En el año 2000 está muy presente la preocupación por el déficit público y el balance en las cuentas (debido a recortes en el financiamiento externo y presiones de los organismos internacionales). En general hay acuerdo en que uno de los problemas es la forma del gasto público, pero que reducir el gasto no puede significar tocar las partidas destinadas al gasto social (se busca principalmente afectar lo que hace a la administración, reduciendo personal y recortando salarios). En este marco, se empieza a dar un debate sobre las responsabilidades del Estado nacional y de los Estados provinciales y la coparticipación. El gobierno nacional busca firmar un acuerdo con las provincias (“compromiso federal”) para congelar el gasto primario hasta 2005 (es una exigencia del FMI para otorgar un crédito y no entrar en default). Los gobiernos provinciales, piden aumentos en el rubro de gasto social. La negociación fue difícil y finalmente resultó en la firma de los gobernadores opositores (excepto Kirchner) con el compromiso de aumentar el financiamiento para planes de empleo (y no todo el componente de gasto social). Sin embargo, al momento del tratamiento del presupuesto 2001, el senado vota un aumento y desde el Ministerio de Economía se plantea que de no darse marcha atrás, el gobierno deberá bajar partidas de gasto que podrían, incluso, afectar a los planes sociales. 32Cfr. La Nación, 24/09/02. Más adelante, la exigencia de los organismos internacionales para garantizar la transparencia del programa es que sea controlado por una ONG. Cfr. Prensa Obrera, 06/02/03, La Nación, 11/11/02. Para los acuerdos alcanzados y los requisitos exigidos, ver Clarín, 28/01/03, 29/01/03, 08/02/03. 33La Nación, 27/04/02.

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integrado por representantes del gobierno, ONG´s, la iglesia, sectores empresariales y organizaciones de desocupados.34 Al tiempo que se pone en marcha este organismo, se presentan denuncias en Santa Fe por la posible venta de planes de parte del sector liderado por D´Elía. Éste último incrimina al gobierno de la provincia35 y Reutemann al gobierno nacional.36 A partir de esto, el gobierno de Santa Fe se niega a firmar el acuerdo con el gobierno nacional respecto del gasto que exige el FMI y la situación se pone más tensa.37 Lo mismo sucede con otras provincias con gobiernos a cargo de la oposición (de la UCR o dentro del mismo PJ).38 Otras situaciones de conflicto surgen en distintos distritos: en Provincia Buenos Aires, cuando Solá –entonces gobernador- denuncia que el gobierno nacional ha asignado planes sin el consentimiento provincial39 y en Córdoba, cuando el consejo consultivo provincial presenta una denuncia al gobierno provincial. Este último busca desligarse responsabilizando al gobierno nacional y decide desligarse del manejo del PJyJHD e implementar exclusivamente los programas locales.40 Más adelante, Kirchner –en ese momento gobernador de Santa Cruz- sale con una fuerte crítica al gobierno nacional respecto de los PJyJHD, su uso clientelar y el proyecto político de Duhalde.41

Dada esta crisis política, en el mes de mayo, Duhalde amenaza con su renuncia.42 Esta situación se ve profundizada cuando, cerca de la fecha de tratamiento del acuerdo con el FMI, se realizan nuevas manifestaciones en contra del mismo y de la política económica del gobierno.43 Una de esas

34Cfr. La Nación 14/05/02. En el mes de Agosto, quien fuera el director ejecutivo de este órgano de control, renuncia arguyendo la imposibilidad de realizar una tarea de control por la falta de voluntad de provincias, municipios y Ministerio de Trabajo, cfr. La Nación, 29/08/02. 35Cfr. La Nación 14/05/02, 15/05/02. 36“…me llama la atención porque se dice que hay un acuerdo entre los piqueteros y Buenos Aires, donde se entregan planes de ayuda a cambio de paz social en el territorio. Por eso le digo que no descarto que haya una mano traviesa. En lo personal no me importa, porque sé cuánta espalda tengo. Pero me preocupa que la situación se complique en la provincia. -¿Cuándo notó que el clima empezaba a enrarecerse? -Cuando se empezó a comentar que puedo ser candidato a Presidente. Se ve que algunos se pusieron nerviosos”, entrevista a Reutemann, en La Nación, 17/05/02. 37Cfr. La Nación, 19/05/02. 38Hacia finales de 2003, se contaban 2 mil causas por malos manejos en los planes sociales. La mayoría involucra a punteros y funcionarios públicos que para inscribirlos o para mantenerlos en el plan extorsionan exigiendo una suma de dinero o “contraprestaciones” por fuera de las pautadas (incluidas las sexuales). Cfr. Clarín, 29/12/03, 30/12/03.39Cfr. La Nación, 21/05/02. 40Cfr. La Nación, 22/05/02. 41Cfr. La Nación, 22/07/02. 42Cfr. La Nación, 23/05/02, 26/05/02. 43Cfr. La Nación 20/06/02.

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manifestaciones, el 26 de junio, termina con el asesinato de Kosteki y Santillán, (militantes de los MTD de Guernica y Lanús respectivamente) casi un centenar de heridos y más de 150 detenidos. El resultado final de esta crisis política terminaría en el adelantamiento del llamado a elecciones en marzo de 2003 que daría por ganador a Néstor Kirchner.44 El segundo momento: de mediados de 2003 a fines de 2007

A partir del año 2003, se empieza a evidenciar una merma en el nivel de

conflictividad. Se observa una caída importante de los cortes de ruta que se mantiene relativamente constante hasta el año 2006, donde se observa una nueva caída que se ve profundizada en 2007.

En este marco, se ponen en marcha el “Plan Familias por la Inclusión Social” y el “Seguro de Capacitación y Empleo”, planes que vienen a reemplazar el PJyJHD, sospechado de generar clientelismo, pero, sobre todo, base de poder de muchas organizaciones piqueteras. Por otra parte, los comedores comunitarios, empiezan a ser responsabilizados por la “pérdida de la centralidad de la familia” y se plantea la necesidad de recuperar la “comensalidad”. Así puede verse en los documentos de política presupuestaria del Ministerio de Desarrollo Social de 2005 en adelante, donde aparece como objetivo: “Procurar revertir progresivamente la política de los comedores sociales comunitarios, transitando el camino de ‘volver a comer en casa’” (MDS, 2005 y 2007).

En oposición al surgimiento y desarrollo de instancias colectivas de resolución de las necesidades que conllevan un proceso de sociabilización potencialmente movilizador, se desarrolla una política de atomización que busca reprivatizar la reproducción apelando a la familia como “guardiana del orden social”. En vez de comedores comunitarios se destinan recursos alimentarios a cada familia para que cada una de ellas haga un consumo particular de los mismos.

A la estrategia del “retorno al hogar”, el gobierno suma la diferenciación entre “duros” -con quienes no se podría negociar (Polo Obrero, MTR, MTL, MIJD, CTD, MTD Aníbal Verón, Cuba)- y “blandos” –dispuestos al diálogo (FTV, CCC).45 En

44La asistencia social y el “problema piquetero” se constituyeron en los ejes de la campaña electoral de Néstor Kirchner. 45Cfr. Clarín 31/01/03, 01/02/03, 05/02/03. El entonces candidato presidencial Kirchner tiene un acercamiento con una de las organizaciones piqueteras “blandas”, la FTV. “El gobernador de Santa Cruz explicó que una de las diferencias que mantiene con el Gobierno es, precisamente, su defensa de los reclamos piqueteros”, en Clarín, 01/02/03. “La FTV también planea tender puentes con el "delfín" presidencial, el precandidato del PJ Néstor Kirchner. El grupo liderado por D'Elía analiza invitarlo a su plenario nacional "para que explique su propuesta social", dijeron fuentes piqueteras”,

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este marco se empiezan a cristalizar dentro del movimiento piquetero las diferencias de caracterización de la etapa.46 Desde finales del año 2003 hasta el 2005, se avanza aún más en la búsqueda de la desmovilización a través de intentos de regimentación del movimiento piquetero, del establecimiento de mayores controles y de la criminalización de la protesta.47

En este contexto de reflujo de la lucha, las políticas masificadas en el momento anterior empiezan a ser atacadas. El Plan Jefes y Jefas es culpado de fomentar la vagancia e ir contra la cultura del trabajo,48 de ser “utilizado políticamente” por las organizaciones piqueteras49 y de constituirse en base para el desarrollo del aparato clientelar de los gobernadores opositores.50 Ejemplo de esta situación es que hacia finales del año 2003, el obispo de San Isidro, con el apoyo del entonces presidente Néstor Kirchner, hace pública una crítica a los planes sociales por “la vagancia” que fomentan y exige su “despolitización”.51 Por otro lado, se ataca fuertemente a la modalidad de las protestas.52 El intento de deslegitimación y criminalización a la protesta se profundiza en los años siguientes. En el año 2004, Aníbal Fernández, Ministro del Interior, acusa a grupos piqueteros de querer Clarín, 04/02/03. La FTV y la CCC son las organizaciones piqueteras que administraron la mayor cantidad de planes, concentrando más del 76% de los planes en manos del movimiento piquetero. 46Así, D´Elía (líder de la FTV) planteaba refiriéndose a quienes se nucleaban en el Bloque Piquerero: “Sus acciones de protesta son funcionales a la derecha”. A lo que Néstor Pitrola, del Polo Obrero, contesta: “El de los cortes de ruta es un debate falso porque ellos cortaron hace 10 días un puente. Lo que pasa es que ahora pactaron una tregua política con el gobierno de Duhalde, al igual que las centrales obreras de Moyano, Daer y De Gennaro”, Cfr. Clarín, 15/02/03, 16/02/03. 47Es en el mes de octubre de 2003 cuando el gobierno nacional endureciendo sus posiciones frente a la protesta, plantea su negativa a aumentar la cantidad de planes y criminaliza a los sectores más combativos. Este cambio de actitud tuvo un rechazo de todos los sectores piqueteros, y los más combativos presentan un plan de lucha que se inicia el 4 de noviembre y finaliza el 20 de diciembre con el nuevo aniversario del Argentinazo, cuyas consignas principales son: trabajo, ayuda social y contra la criminalización de la protesta. Cfr. Clarín, 24/10/02, 25/10/03, 26/10/03, 29/10/03, 4/11/03, 5/11/03, 25/11/03, 26/11/03, 29/11/03, 13/12/03. En cuanto a la política de control, aparece como propuesta con la expansión misma del sistema de asistencia. A modo de ejemplo, a fines del año 2002, Chiche Duhalde plantea que el Ejército, la Gendarmería y Prefectura colaboren con el reparto de alimentos. Tarea que le permitiría realizar un control e individualización del activísimo de las organizaciones. Cfr. Prensa Obrera, 21/11/2002. 48Cfr. Clarín, 21/11/03, 25/11/03. 49A quienes empezó a diferenciar como quienes “quieren insertarse en el mundo del trabajo” y quienes “usan a los desocupados como base de sustentación de espacios políticos marginales y poco representativos”, Cfr. Clarín, 22/12/03.50Ninguno de estos elementos es novedoso. Estos temas aparecen en la agenda pública respecto de los Planes Trabajar durante el año 2001 a la par que crecen los conflictos a los que ya se hizo mención. Cfr. La Nación, 22/06/01, 20/7/01, 09/08/01. En ese contexto se hacen denuncias directas a algunas organizaciones y se suspende a varias de ellas como intermediarias en la gestión de los planes. Cfr. La Nación, 07/08/01, 10/08/01. 51Cfr. Prensa Obrera, 27/11/2003. 52Esta posición contó con el apoyo de Hugo Moyano, líder de la CGT. Cfr. Clarín, 10/12/03.

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extorsionar o llevar a reprimir al gobierno para que amplíen los planes.53 Ante los sucesivos cortes de ruta y calles por manifestaciones, mientras algunos sectores reclaman al gobierno la represión física, otros amenazan con la suspensión de planes.54 La “inseguridad” comienza a hegemonizar el debate sobre el qué hacer con los reclamos de las organizaciones piqueteras.55

En sintonía con el conjunto de los empresarios, la Iglesia emite comunicados para “pacificar” la situación y trata de violentos a los luchadores sociales. Desde los medios de comunicación empiezan a personalizar e individualizar a diferentes movimientos y líderes, generando mayor presión e intentando desgastar y atemorizar la lucha. El Ministro Fernández anuncia que se ampliaría el gasto público dedicado a la política de seguridad en 237 millones de pesos.56

Las discusiones sobre cómo erradicar la pobreza, sobre el asistencialismo de los planes y la falta de salidas laborales continuaron vigentes a lo largo del año 2005. Los medios no oficialistas plantean que los mecanismos de implementación de planes y programas son incorrectos y no buscan soluciones eficaces.57 Hacia mediados de 2005, ante el anuncio de algunas organizaciones de futuros piquetes, Aníbal Fernández anuncia que cada movilización que se quiera realizar debe pedir su respectiva autorización58 y el gobierno empieza a disponer de fuerzas represivas (FFAA, policía federal, gendarmería) para controlar las diferentes movilizaciones o cortes.59

Por otra parte, en el transcurso de este año se producen enfrentamientos entre el gobierno y sectores de la burguesía agraria por las retenciones a la exportación.60 La burguesía agraria realiza fuertes críticas al gobierno por su incapacidad de generar una fuente de riqueza distinta.

53Cfr. La Nación, 09/02/2004, Clarín, 06/02/2004, 07/02/2004, 08/02/2004, 09/02/2004, 12/02/2004, 13/02/2004. 54La amenaza de la suspensión de la asistencia es una constante frente a las acciones de movilización de los trabajadores. Vale la pena mencionar los hechos ocurridos a finales de 2010 en el Parque Indoamericano, en donde la declaración del gobierno fue “Es una decisión nacional. Todo aquel que usurpe un terreno, tanto público como privado, no tendrá derecho a percibir o acceder a un plan de vivienda ni a ningún otro plan de asistencia social”, en Clarín, 15/10/10. Es una declaración realizada por el mismo gobierno que se jacta de tener una política de asistencia universal.55Cfr. Clarín, 06/01/2004, 16/01/2004, 31/01/2004, 10/02/2004, 16/02/2004, 19/02/2004, 20/02/2004, 26/02/2004, 27/02/2004, 03/03/2004, 05/03/2004, 12/03/2004, 16/03/2004, 17/03/2004, 19/03/2004, 30/03/2004, La Nación, 15/02/2004, 18/04/2004, 05/07/2004. 56En este contexto ya se empieza a discutir la posibilidad de la baja de imputabilidad a 14 años. Cfr. La Nación, 27/06/2004, 05/07/2004, 06/07/2004, 03/08/2004, 05/09/2004. Clarín, 02/08/2004. 57Cfr. La Nación, 05/09/2005; Clarín, 25/08/2005. 58Cfr. La Nación, 02/09/2005, 04/09/2005; Clarín, 01/09/2005, 02/09/2008, 03/09/2005. 59Cfr. La Nación, 10/09/2005, 17/11/2005. 60Cfr. La Nación, 24/07/2005. Los mismos encontrarán su punto culmine en el año 2008.

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Como se sigue de este desarrollo, en este contexto, las luchas que se generan en torno a la asistencia son tan importantes que marcan gran parte de la agenda política del período y organizan el mapa político.

Por otra parte, en este contexto de reflujo, el retroceso frente al grado (relativo) de universalización que se había alcanzado con la implementación del Plan Jefes y Jefas, se tradujo en una mayor fragmentación de la política de asistencia que pasó a focalizarse en grupos específicos. Las principales políticas de asistencia implementadas en el período fueron los ya mencionados Plan “Familias por la inclusión Social” (PFIS) y el “Seguro de Capacitación y Empleo” (SCyE), el Plan “Manos a la obra” (PMO) y el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria “El Hambre más urgente” (PHU).

Este último se implementa en el marco de la declaración de la emergencia alimentaria, ocupacional y sanitaria declarada en el año 2002 en uno de los momentos más álgidos de la crisis y prorrogada en sucesivas oportunidades.61 Tiene en cuenta: “Asistencia alimentaria a familias en situación de vulnerabilidad social”, “Incentivo a la autoproducción de alimentos en las familias y redes prestacionales”; “Asistencia a comedores escolares”; “Asistencia a huertas y granjas familiares”; “Atención a la embarazada y al niño sano”; y “Fortalecimiento de la gestión descentralizada de fondos” y se destina a “familias vulnerables, con atención prioritaria de las necesidades básicas [de] familias con embarazadas, niños menores de catorce (14) años, desnutridos, discapacitados y adultos mayores sin cobertura social”.

Como todas las políticas sociales, se sostiene sobre una serie de supuestos. El primero de ellos es que el “hambre” es consecuencia de una crisis que aparece como coyuntural. Se plantea que la imposibilidad de una parte importante de la población obrera argentina de acceder a través de su trabajo a los alimentos necesarios para reproducirse, no sería algo propio de la forma que adopta la acumulación de capital en Argentina, sino una excepción. Si se tienen en cuenta los índices de evolución de la pobreza de los últimos 30 años, así como las cifras que el Ministerio de Desarrollo Social destina en política alimentaria de manera sostenida, este supuesto se pone rápidamente en cuestión. Parece que más que una excepción, la forma de acumulación de capital en Argentina condena de manera normal y sostenida en el tiempo a una parte de su población obrera al límite de su existencia. Es por ello que el Estado debe aumentar el presupuesto que le destina año tras año.

El segundo supuesto sobre el que se sostiene, es que la solución al hambre va a hallarse en la llamada “economía social”. Lo que es expresión de la degradación más terrible a la que es sometida parte de la clase obrera argentina, que tiene

61Res. MDS 2040/03, Ley 25561, decretos 39/03, 1353/03, 1506/04.

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que buscar la forma de reproducir su vida de manera absolutamente precaria, aparece como algo que debe ser estimulado y alentado. Por definición, los “micro” emprendimientos no cuentan con la capitalización suficiente para producir a escala normal, por lo cual los trabajadores deben extender al límite de lo posible sus jornadas laborales para obtener los medios de vida más indispensables.62 Al mismo tiempo, al plantear como objetivo el autoabastecimiento de alimentos, oculta el hecho que la población argentina se asienta en espacios eminentemente urbanos,63 limitando esta posibilidad por el pequeño tamaño de las tierras que pueden ponerse a producir.

El tercer importante supuesto que está presente en la formulación al plantear que la resolución del problema “hambre” se soluciona con “educación, promoción y generación de capacidades y conductas”, es que es el individuo (o la familia) quien debe ser transformado para solucionar el problema. El hambre se explica por una carencia de orden cultural de los sujetos respecto de cómo se accede a una buena alimentación, afirmación que construye el problema como problema de individuos y se constituye en mecanismo de culpabilización individual.64

Por último, otro supuesto que está en la base del plan es la búsqueda de la “inclusión social”. Esta concepción se basa en la idea de que el problema actual de las sociedades capitalistas no es la explotación del trabajo por el capital sino la “exclusión”. La exclusión es producto de la pérdida de una seguridad antes provista por el llamado “Estado de Bienestar” a través de las prestaciones asociadas al salario y de las relaciones que devenían del vínculo salarial. La ponderación del problema “inclusión – exclusión” se basa en la falaz suposición de la posibilidad de un capitalismo en que el proceso productivo ocupe la totalidad de la fuerza de trabajo existente, es decir, ocupe al total de la clase obrera en condiciones de vender su fuerza de trabajo. Pero el desarrollo capitalista, considerado a nivel mundial, se sostiene justamente sobre la base de la producción de una cada vez mayor sobrepoblación obrera relativa.

El plan se dirige, precisamente, a la porción consolidada de la sobrepoblación. Se trata de aquellos sectores de la clase obrera que sólo se reproducen al límite

62El desarrollo de la llamada “economía social” y el planteo del desarrollo de las PyMes (es decir, de los pequeños capitales) es, no sólo voluntarista, sino directamente reaccionario. Para una crítica a estas posturas, ver Kornblihtt, 2007. 63Se considera como población urbana a la que habita en localidades de más de 2000 habitantes, representando el 89,4% de los habitantes del país (INDEC, 2001). 64La idea de la educación como vía de resolución a los problemas se desliza en varios documentos del organismo. Esta concepción, propia del funcionalismo desarrollista es presentada crudamente en su Documento de Política presupuestaria del año 2010, en donde plantea: “Sólo el esfuerzo, el trabajo y el desarrollo de las riquezas y capacidades a través de la aplicación sostenida de políticas sociales permitirá sentar las bases socio-culturales que creen las condiciones del desarrollo social en el territorio nacional.”

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de su existencia biológica. Carecen de un salario estable, por lo tanto no logran conseguir las mercancías que constituyen sus medios de vida. En tanto esto sucede, se produce su deterioro físico, psíquico y social. Lo que en apariencia asume la forma de una “exclusión” es la manera que adopta la reproducción de individuos que no pueden poner su fuerza de trabajo en movimiento en una sociedad en la que los hombres se relacionan de manera indirecta, a través del producto de su trabajo. Esta parte de la población, al no tener mercancía que vender, puesto que su fuerza de trabajo no es de interés para el capital, no puede reproducir su existencia de la forma general. Para evitar su eliminación física es necesario que les sean provistos los medios de vida de manera directa (Iñigo Carrera, 2009). La provisión de alimentos, ya sea de manera directa a las familias obreras o a través de comedores, constituye entonces una forma de acercar algunos de esos medios de vida al consumo obrero.

El Plan “Familias por la inclusión social” (PFIS)65, así como el “Seguro de Capacitación y Empleo” (SCE) dependiente del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, estuvo dirigido a desactivar el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (PJyJHD), criticado por producir clientelismo y pasividad, para dar lugar a una “política activa” que permitiera recuperar la “cultura del trabajo”. Se separó a la población perceptora del PJyJHD según sus condiciones de “empleabilidad”66 quedando los “empleables” a cargo del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y los “inempleables” bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social.

El PFIS es un subsidio de prestaciones monetarias y no monetarias. El monto del ingreso no remunerativo comenzó siendo de $175 a $275 dependiendo de la cantidad de hijos, lo que implicó un avance respecto del PJyJHD al tener en cuenta la composición del grupo familiar y elevar el monto. A pesar de que los montos sufrieron variaciones, nunca alcanzaron los valores de la canasta básica de alimentos (es decir que no se garantizó a las familias beneficiarias la superación de la condición de pobreza). Estas variaciones, por otro lado, no están previstas en la formulación original, la cual, al igual que en el PJyJHD, no considera mecanismos de actualización de las asignaciones. A ese monto se suma una “asignación mensual de $50 para los jóvenes y adultos de los núcleos familiares que continuaran sus estudios de terminalidad educativa o formación profesional”. Las prestaciones no monetarias refieren principalmente a actividades de “apoyo escolar y […] talleres de desarrollo familiar y comunitario”.

Según su formulación, el Plan se dirige a “familias en situaciones de mayor vulnerabilidad social (por número de hijos y niveles de deserción escolar) con

65Res. MDS 825/05. 66Decreto 1506/04.

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menores posibilidades de acceder o sostenerse mediante el empleo” titulares del PJyJHD. La diferenciación entre supuestos empleables e inempleables, al tiempo que naturaliza las diferencias entre los distintos trabajadores como algo inherente a (y problema de) los individuos, tiene la “ventaja” de operar sobre las cifras de empleo. Una de las críticas que se le ha realizado al PJyJHD es, precisamente, que elevó la tasa de participación de las mujeres en el mercado de trabajo, ya que la mayoría de los que fueron perceptores, estaban previamente catalogados como “inactivos”.67 El PFIS así, desalienta la participación de las mujeres en el mercado de trabajo y erige a la familia como “guardiana del orden social”. A diferencia del PJyJHD, no exige contraprestación laboral, pero “demanda el compromiso del núcleo familiar con la educación y la salud de los menores a cargo”. El programa plantea que las familias se han visto despojadas de derechos y de obligaciones, lo que da lugar a la responsabilización de las familias por la no resolución de sus necesidades. El Estado tiene que intervenir solicitando, para la obtención del subsidio y como contraparte, el cumplimiento del acceso a la educación y salud de los niños, devolviendo a las familias aquellos derechos (bajo la forma de la asignación) y obligaciones (que se supone las familias se encuentran en condiciones de cumplir, habiendo recibido la asignación).

Este plan se erige sobre el supuesto de que la sociedad requiere de la “cohesión del tejido social” y de la existencia de sujetos que estarían integrados o excluidos, razonamiento que ya se ha criticado anteriormente. La cohesión del tejido social, desde la concepción durkheimniana, se realiza a través de la moral (Durkheim, 2004), lo que fundamenta los contenidos moralizadores del programa.

Según la formulación del programa, el Estado debe garantizar “mínimas condiciones de calidad de vida”, afirmación que se sostiene sobre el supuesto de su papel subsidiario en la reproducción, que debe principalmente quedar en manos del mercado y de la familia. Al mismo tiempo se convierte en fundamento para los exiguos montos de la asignación. Dando por hecho que con estos montos una familia no puede reproducirse, la percepción del subsidio es compatible con la generación de otros ingresos en el hogar siempre y cuando no superen el Salario Mínimo Vital y Móvil.68 Además de que el límite de lo que se

67Algunos estudios señalan que muchos de sus destinatarios no sólo eran “inactivos”, sino que además no eran “jefes de hogar”, sino “cónyuges” (Cortez, Groisman y Hoszowski, 2008). Igualmente, más allá de las disquisiciones metodológicas, la realidad es que las estadísticas bajo la categoría de “inactividad” ocultan situaciones de desempleo real, sea por “desaliento” ante la falta de expectativas de obtener un empleo, como por el déficit de servicios sociales que permitan poner cierta fuerza de trabajo a disposición (centros de desarrollo infantil, por ejemplo). Estos “cónyuges inactivos”, son claramente desocupados. 68El Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM) es fijado por el Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y alcanza a todos los trabajadores comprendidos en la Ley de Contrato de Trabajo

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acepta como compatible es bajo, se sostiene el supuesto de que si la asignación es “alta”, se desalienta el trabajo.

Por último, se puede afirmar que el PFIS se dirige fundamentalmente a la sobrepoblación consolidada y a la estancada. De la primera: fundamentalmente mujeres inactivas, solas y a cargo de niños. De la segunda: mujeres activas o que conviven con un sujeto activo, permitiendo la compra-venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Pero mientras se desinteresa por la fuerza de trabajo de la mujer, se ocupa de la fuerza de trabajo futura en tanto busca organizar su reproducción en el plano de la crianza (a través de la obligación de controles de salud y de escolarización). Esto tiene, a partir del trabajo doméstico realizado en el hogar, el resultado de disminuir los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, lo que, a su vez, permite disminuir los salarios (Topalov, 1979).

El “Seguro de Capacitación y Empleo” se constituyó, junto al PFIS, en una herramienta para la desactivación del PJyJHD. Consistía en un subsidio dinerario de $22569 de carácter no remunerativo y de base no contributiva. Mientras el PFIS se quedó con los considerados “inempleables”, a este programa le correspondió e atender a los “empleables”.

El mismo tiene como premisa que aún con el crecimiento de la economía, hay un conjunto de personas que no logran insertarse laboralmente porque necesitan mejorar sus condiciones de empleabilidad. Es decir, el problema del desempleo recaería en la oferta de mano de obra y no en la demanda. Reconoce a la actividad de capacitación, así como a la búsqueda de empleo como un trabajo. Los beneficiarios firman un convenio en el que se comprometen a participar de talleres de orientación laboral, realizar actividades de formación y aceptar propuestas de empleo. A diferencia del PJyJHD, establece una duración máxima de 24 meses y es compatible por un período de tiempo con la obtención de un empleo (6 meses en el sector privado y 12 meses en el público).

Por último, el Plan de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra” (PMO)70 se constituyó en la política nacional más importante en términos de llevar adelante la propuesta de “economía social”, y en la política rectora del Ministerio de Desarrollo, con el objetivo principal de superar el “asistencialismo”. El plan contenía “Apoyo económico y financiero a emprendimientos productivos, a cadenas productivas, a servicios a la producción y a los Fondos Solidarios para el Desarrollo”; “Fortalecimiento institucional, tomando en cuenta el desarrollo de actividades productivas desde una perspectiva de desarrollo local en el marco de políticas sociales”; y “Asistencia técnica y capacitación para pequeñas unidades 20.744 y modificatorias, los de la Administración Pública Nacional y de todas las entidades y organismos en que el Estado nacional actúe como empleador. 69Más exactamente $225 los primeros 18 meses y $200 los siguientes 6 meses. 70Res. MDS 1375/04.

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de producción y sus titulares de derecho en los proyectos de desarrollo local y economía social” y se destinaba “prioritariamente a personas, familias y grupos en situación de pobreza, desocupación y/o vulnerabilidad social y que conformen experiencias productivas y/o comunitarias”.

Se sostiene sobre el supuesto de que la generación de empleo puede quedar en manos de pequeños emprendimientos productivos, negando el papel de la competencia en el mercado que impide la generación de emprendimientos sustentables con baja concentración de capital. Sin embargo, al mismo tiempo, al llevarse adelante bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo y no del de Trabajo, se reconoce en cierta forma, que el mismo no constituye una política de generación de empleo. No es casual que, tanto en el caso de la Ciudad como en el de la Nación, estos proyectos sean financiados por la dependencia que se ocupa en términos generales de las políticas asistenciales. Como contracara tenemos que desde el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTEySS) este tipo de estrategias no se considera viable en términos de recomposición del empleo.

El segundo gran supuesto es el de la necesidad de recuperar una “cultura del trabajo” que se ha perdido, y que tal cultura va a desarrollarse por la puesta en práctica de estos emprendimientos que “enlazan las actividades productivas con la reproducción social”. Así, la “economía social” se encontraría en un espacio intermedio entre estas dos esferas, que se corresponden a su vez con el mercado y la familia respectivamente, principales responsables de la satisfacción de las necesidades de los sujetos. De alguna manera se considera a los emprendimientos como la posibilidad de la recomposición productiva de espacios territoriales específicos (desarrollo local). Se propone reutilizar las capacidades ociosas (recursos materiales y humanos) con el objetivo, no de favorecer y ampliar la economía informal, sino de generar proyectos sustentables que puedan estar integrados a la economía formal. El horizonte propuesto que se deduce de estas formulaciones es que los proyectos tiendan a convertirse en PyMes con un tinte particular (se formulan como parte de una “economía social”) y articuladas con la economía estatal. Se piensa que con esfuerzo y voluntad se pueden cambiar las relaciones económicas.

El PMO se dirige a tres tipos de sobrepoblación. A la sobrepoblación fluctuante (aquella que entra y sale de forma continua del mercado de trabajo), especialmente a los jóvenes, les permite mantener sus atributos calificándolos para el trabajo. Para la sobrepoblación estancada se convierte en una compensación de los ingresos de una fuerza de trabajo que se vende de forma permanente por debajo de su valor. Ha sido una de las estrategias desplegadas por el capital para “gestionar” fuerza de trabajo disponible a bajo costo. Si es necesario que exista una masa disponible de fuerza de trabajo barata, es necesario que esa fuerza disponible no se degrade al punto de que pierda todos

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sus atributos productivos (entre los cuales se encuentra la disciplina del trabajo). Los proyectos de microemprendimientos (individuales y colectivos) mantendrían estos atributos. Pero la política social de este tipo reviste al mismo tiempo un carácter de subsidio para conseguir los medios de vida, a los que estos trabajadores no pueden acceder por medio del salario, esto es a la sobrepoblación obrera consolidada.

Los microemprendedores muchas veces llegan a altos niveles de autoexplotación que se manifiestan en intensas y prolongadas jornadas de trabajo. En la rama textil, una de las más desarrolladas en cuanto a microemprendimientos, es bastante frecuente encontrar pequeños talleres con menos de diez trabajadores o, incluso, empresas familiares que reciben los insumos de grandes empresas y entregan a éstas la producción.

Una evaluación realizada por la Fundación de Investigaciones Económicas y Sociales en agosto de 2005 plantea que “sobre los ingresos casi dos tercios se mueve en un rango de $300/500 [60%] inferiores a las necesidades del hogar, lo que se relaciona con la presencia de quienes tienen otro trabajo [21%] o buscan tenerlo para complementarlos [22%]” (Hintze, 2007: 99).

Dado que se insertan en ramas poco mecanizadas, la tendencia a la descalificación es menos profunda, por lo cual se requiere un conjunto de calificaciones mayor al que se pone en movimiento en tareas más simplificadas. Por ellos, los trabajadores que se organizan en torno a algún emprendimiento productivo, por lo general, cuentan con algún tipo de calificación, que en la mayoría de los casos han adquirido como trabajadores asalariados. Cuando no es así, la operatoria se vuelve casi impracticable dada la necesidad de la existencia de ese saber-hacer previo.

Si observamos el recorrido de los proyectos que se desarrollan bajo el ala de este programa, vemos que sólo muy pocos se constituyen en fuentes de ingreso “genuino” para los trabajadores que lo integran. Muchos de ellos deben sostenerse sobre la base de subsidios estatales (ingreso monetario para los que participan del mismo) y no muchos consiguen sostenerse en el tiempo.

El PMO es al mismo tiempo, una respuesta al reclamo que los trabajadores hacen ante la pérdida del empleo, significa la posibilidad de garantizar su subsistencia. Por eso luchan por ello. Para los capitales individuales implica contar con la posibilidad de una fuerza de trabajo barata que, al trabajar por cuenta propia, disminuya los costos laborales.71

71A partir de 2009 aproximadamente, se da en el PMO un proceso de desfinanciamiento. Hacia finales de ese año, el Ministerio lanza un nuevo Programa, “Argentina Trabaja” (Decreto 2476/10), que, basándose también en los supuestos de generación de empleo a través de la economía social, prevé la creación de cooperativas de trabajo. Ambos quedaron enmarcados en el plan “Ingreso Social con trabajo”. El Argentina Trabaja se distingue del PMO principalmente porque financia salarios de forma

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Los planes descriptos, a diferencia del PJyJHD, se implementan en un contexto de reflujo de la lucha y reconvierten la estrategia desplegada adecuándose a las necesidades de recomposición de la hegemonía según las modificaciones del mercado laboral. Mercado que requiere de trabajadores precarizados que acepten vender su fuerza de trabajo muy por debajo de su valor.

Palabras finales Una vez hecho este recorrido, estamos en condiciones de afirmar que no es

posible abordar cabalmente el análisis de la política asistencial -y de la política social en general-, desligado del movimiento del capital y de un análisis de la lucha de clases.

Por otra parte, la reconstrucción histórica realizada permite dar cuenta de que la demanda inmediata al Estado que deben hacer sectores cada vez más amplios de la clase obrera por la reproducción de sus condiciones de vida, conlleva una politización potencial. Así sucedió en el largo proceso que dio lugar a la conformación del movimiento piquetero y al estallido social en diciembre de 2001.

Este proceso de politización se observa, asimismo, en la forma en que la discusión en torno a la asistencia determina la agenda política en el período.

La posibilidad de que esta politización latente se efectivice guarda relación con la capacidad del Estado de sostener las políticas asistenciales, de allí la importancia en el debate respecto del gasto público y las fuentes de financiamiento. Pero el sostenimiento de este aparato asistencial depende de los mismos factores que el crecimiento del empleo y los salarios: el crecimiento de la economía. Por eso, mientras la economía esté en expansión y el Estado pueda recaudar, se puede extender el gasto en asistencia. Y, como sabemos, la economía argentina está atada a la suerte del agro. Por ello, la pregunta con la que nos enfrentamos es qué pasará cuando caiga la demanda de mercancías agrarias producidas localmente o disminuya su precio, poniendo un límite a esta situación. ¿Es posible que estos sectores de la clase obrera se vuelvan a expresar políticamente a la manera que lo hicieron en diciembre de 2001?

directa, por lo que los ingresos de los beneficiarios no dependen de la sustentabilidad del proyecto. En general, el tipo de tareas que se realizan son similares a las de la contraprestación del PJyJHD.

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Capitulo IV

La organización de los trabajadores desocupados y el enfrentamiento de la cuestión social: ¿Un componente de contrainsurgencia en la

política social argentina? Katia Marro

I. Introducción Consideramos que el análisis de la intervención histórica reciente

protagonizada por los diversos movimientos de trabajadores desocupados para inicios del siglo XXI, constituye una perspectiva de trabajo fundamental para el Trabajo Social, puesto que su propio ámbito de actuación a partir de las expresiones de la “cuestión social” está atravesado de luchas sociales (más o menos explícitas) que se estructuran a partir de las tensiones y conflictos de clase de nuestra sociedad.

Por otro lado, la actual configuración de las políticas sociales es incomprensible si no nos remitimos a los sujetos sociales que a partir de sus experiencias de lucha y organización reivindican respuestas estatales a sus demandas legítimas: la medida en que la intervención social del Estado materializa o incorpora dichas demandas expresa complejos procesos políticos y económicos que evidencian las correlaciones de fuerza vigentes entre clases y grupos sociales.

Más allá de la aparentemente “adormecida” gravitación de las luchas de los desocupados en la escena social contemporánea, no deberíamos atar nuestra lectura de la realidad a los “parcos” resultados institucionales que las mismas conseguirían, desde el punto de vista de su capacidad de incidir en la construcción de un perfil más progresivo de política social. Aún hay mucha “actualidad” en la apuesta por descifrar, no apenas los procesos de politización de las condiciones de vida y de trabajo protagonizados por los desocupados – que nos muestran los trazos de disputa y resistencia que constituyen esa “cuestión social”72 –, sino también el significado político del perfil vigente de intervención social del Estado, destacando la afirmación de un componente de contra-

72 Es necesario reconocer que sus ensayos de auto-organización también explicitarían nuevas mediaciones históricas que concretizan a la “cuestión social” desde los procesos organizativos de los grupos subalternos.

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insurgencia en la política social – fundamentalmente explícito en escenarios de crecimiento de la insubordinación de los grupos subalternos73.

Para una profesión que pretende reconocerse en la defensa y ampliación de la ciudadanía de las masas subalternas, inclusive a “contramano” de prácticas clientelistas y negadoras de derechos sociales, el diálogo y la articulación con los procesos organizativos de los movimientos sociales contemporáneos es una apuesta “urgente” que debe teñir nuestras investigaciones, experiencias de intervención, prácticas universitarias, espacios de formación académica y articulaciones político-profesionales. He aquí nuestra apuesta...

II. La organización de los trabajadores desocupados y la explicitación de la “cuestión social” desde los procesos colectivos de lucha

Las luchas de los trabajadores desocupados que se expanden a partir de la segunda mitad de la década de 1990, forman parte de un contexto mayor de “agitación” de las clases subalternas que florece en las brechas de un proceso de precarización del vínculo de representación con las clases dominantes: consenso pasivo, empobrecimiento de la vida política, vaciamiento y precarización de los instrumentos electorales74, orientación para la “pequeña política”. Esa realidad, al mismo tiempo que evidencia los rebatimientos de la substantiva erosión del trabajo en la organización de los trabajadores, participa de la gestación de un ambiente de contestación que alimenta la crisis de hegemonía que se manifiesta abiertamente para finales del 2001, desafiando los mecanismos transformistas de dominación75.

73 Es importante señalar que esa misma lectura puede ser encontrada en el discurso de varios MTDs, a través de panfletos y documentos producidos, así como en los trabajos de Pacheco (2004); Flores (2005); MTD Anibal Veron (2003). Ver también exposición de un militante del MTD de Solano en el Seminario “Desafios da Integração Sul-americana” (22 a 26 de maio de 2006), promovido por el CFCH de la UFRJ (Brasil). 74 Un síntoma de esa situación se observa a partir de las elecciones de 1991 (año de aplicación del Plan Cavallo), donde aumenta progresivamente el voto en blanco y la abstención, registrándose los siguientes porcentajes: 15.6 % en 1983; 23.6 % en 1991; 24.9 % en 1993; 34.9 % en 1994; 23.4 % en 1995 y 25.8 % en 1997 (Cotarelo, 1998). En la votación para senadores y diputados de octubre de 2001, esa tendencia se agudizaría, donde el “voto repudio” llegaría a representar el principal agregado a nivel nacional (25 % de votos ausentes, 8 % de votos en blanco, 15 % de votos nulos). 75 Inspirados en Gramsci (2000), nos referimos al proceso de “decapitación pacífica” y de “incorporación molecular” de intelectuales orgánicos y segmentos de las clases subalternas, como estrategia de dominación privilegiada por las clases dominantes a lo largo de la década de '90, en función de perpetuar la pasividad de esas masas. La desorganización, la fragmentación, la degradación de la vida política a través de prácticas como el clientelismo, retratan una burguesía que gobierna a través de la construcción de consensos pasivos y de represión, excluyendo a las clases

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Pensar a los desocupados como un momento de esa agitación nos permite buscar – más allá de su inmediata presencia temporal en la escena política que evidencia su reflujo desde 2003 – el significado histórico de su actuación: proponemos recuperar esas luchas como un momento (fugaz, aunque determinante) de la reconfiguración de las formas políticas del antagonismo de clases, de la redefinición de la identidad de lucha de las clases subalternas, en el marco de un cambio (aún en proceso) de la identidad obrera. De ahí su potencia para reeditar, en la memoria de las luchas para un “nuevo” cuadro histórico, experiencias históricas de agregación territorial de las masas explotadas (hilvanando la experiencia de clase “más allá de la fábrica”); polémicos debates político-organizativos relativamente adormecidos en la cultura política de izquierda (democracia y acción directa, autonomía y auto-gestión, inserción territorial y trabajo de base, vínculos de militancia flexibles y horizontales, toma del poder y construcción de poder popular); ensayos de auto-organización y de politización de las condiciones de vida y de trabajo de esas masas que desafiaron los regresivos parámetros de intervención social vigentes.

Por ello, es posible rescatar “imágenes” de diferentes rebeliones que se suceden en el interior del país a partir de la segunda mitad de la década de 1990, en las cuales puede observarse el surgimiento de un nuevo sujeto social que alcanza un rápido protagonismo en la estructuración de las protestas de la época: son los trabajadores desocupados que “desnudan” una expresión de la “cuestión social” de difícil resolución, para la cual escasean mecanismos estructurados de intervención pública. Es importante notar la evolución que se sucede desde las rebeliones que “explotan” en el interior del país, para la consolidación de experiencias organizativas de trabajadores desocupados, destacándose aquellas que trasladan el foco del conflicto para el centro urbano del país (los MTDs de la periferia bonaerense), del punto de vista de su capacidad de explicitar trazos de resistencia y disputa en el enfrentamiento de la “cuestión social”: es la “dialéctica del conflicto” que se configura entre la multiplicación asistemática de programas sociales para contener las crecientes demandas de los desocupados y su politización paulatina a partir de los procesos organizativos (con ciertos grados de autonomía) de esos sujetos.

A partir de las primeras protestas que señalan la centralidad del desempleo en la configuración de la “cuestión social”76 – como en Cutral-Có y Plaza Huincul (Neuquén) en 1996 y 1997, Tartagal y General Mosconi (Salta) em 1997, 1999,

subalternas de cualquier compromiso duradero (como por ejemplo, el que se observa en la experiencia del Peronismo, a mediados del siglo XX). 76 Vale recordar que en ese contexto, las estrategias de intervención social del Estado abordaban la “cuestión social” en términos de “pobreza”, inclusive, de forma desarticulada de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, como analizaremos a seguir.

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2000 y 2001, y Corrientes en 1999 – el Estado acciona dos mecanismos que se articulan para su administración en el marco de la crisis social: cuando la acción represiva no consigue los efectos de desmovilización esperados, programas asistenciales (inclusive con un fuerte carácter asistencialista) son el mecanismo privilegiado para conseguir la reinstitucionalización y disipación de los conflictos. Es en este contexto, donde los desocupados comienzan a ensayar formas alternativas de organización de las contra-prestaciones exigidas por los programas de transferencia monetaria, politizando las condiciones de vida y de (ausencia de) trabajo a partir de procesos colectivos de lucha y resistencia de las masas subalternas, a contra-mano de las prácticas institucionales vigentes (con fuertes trazos clientelistas) de despolitización y criminalización de las desigualdades sociales.

Estamos hablando de políticas de “funcionalización de la pobreza” (Oliveira, 2007) como una imagen clara del escenario de disgregación social que enfrentan las luchas de los desocupados – las primeras expresiones de esas políticas se observan en respuesta a las rebeliones del interior del país, hasta alcanzar contornos más sistemáticos en los programas sociales de asistencia al desempleo que se estructuran desde final de la década de '90 para contener un movimiento de dimensiones nacionales. Su versión mas acabada, el Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (PJJHD)77 que unifica nacionalmente la respuesta asistencial contra el desempleo en el auge de la crisis que inaugura el año 2002, acompañada de una intervención represiva contundente – la Masacre del Puente Pueyrredón78 – son las vías privilegiadas por las clases dominantes para “contener” la irradiación potencial de sus luchas hacia otros segmentos de las clases subalternas en el marco de la recomposición de la autoridad estatal, que había sido amenazada por la crisis de hegemonía de 2001. En ese movimiento de “borrar” los trazos de resistencia presentes en la “cuestión social”, se torna necesario resituar la gestión de la política social en los desafiados marcos institucionales (buscando evitar la organización autónoma de las contra-

77 El programa social en cuestión es un programa de transferencia monetaria, creado en enero de 2002 por el gobierno de Duhalde en el contexto inmediato posterior a la crisis que se manifiesta en diciembre del 2001, constituyéndose en la época como el beneficio asistencial de mayor alcance nacional ya creado en la historia del país para dar respuesta a los crecientes índices de desempleo que alcanzan a segmentos considerables de las masas trabajadoras: datos del INDEC señalan que en ese período, en torno del 40 % de la PEA presenta problemas de empleo (al sumar índices de desempleo y subocupación), siendo que los índices de pobreza superan el 50 % de la población argentina. 78 Nos referimos al asesinato, por fuerzas policiales, de dos trabajadores desocupados en el marco de la jornada de lucha del 26 de junio de 2002, en la cual cuatro organizaciones piqueteras bloquearían los accesos a la Capital Federal con el objetivo de dar visibilidad a sus demandas en un contexto de aumento vertiginoso del desempleo y del empobrecimiento de la población.

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prestaciones exigidas79), para, posteriormente, emprender una reorganización de los beneficios asistenciales en otros marcos programáticos, como en el gobierno de Kirchner (2003-2007), aunque sin alterar las principales orientaciones regresivas de la política social que se habían delineado desde la década de 1990.

En ese sentido, buscamos traer las principales características de las políticas sociales (su significado político en la acción de los grupos subalternos) que se afirman como una marca indeleble de nuestra época. La hipertrofia de la asistencia social como mecanismo privilegiado de enfrentamiento despolitizante del desempleo de esas masas superfluas, evidencia las limitaciones de una repuesta transformista (adversa a cualquier intervención progresiva de esas masas en la vida estatal) que se torna incapaz de garantizar derechos sociales. Sin embargo, es su organización creciente en los movimientos de desocupados lo que “desnuda” la funcionalidad contra-insurgente de esas políticas, que buscaron mucho más diluir los componentes de resistencia y disputa en el enfrentamiento de la “cuestión social” (en el significativo ensayo de ejercicio de derechos, desde procesos colectivos de unificación), que ofrecer posibles garantías de protección social para las condiciones de vida y de trabajo de esos segmentos empobrecidos.

Para la realidad argentina, la consolidación de un padrón social de asistencialización del desempleo de las masas trabajadoras no sólo resultó funcional a los cambios cualitativos en el régimen de explotación que se configura como parte de la actual dinámica de acumulación capitalista (nos referimos a un nuevo piso de empobrecimiento, desempleo e “informalización” de la fuerza de trabajo), sino que también diseñó un perfil de política social que adquirió claros contornos de contra-insurgencia para evitar cualquier escenario de contestación político-social. Nos referimos a la afirmación de un trazo de contra-insurgencia en la política social que se vio llamada a responder a la insubordinación de las clases subalternas, pero imposibilitada de garantizar medidas más sistemáticas que incidiesen progresivamente en la actual dinámica de explotación del trabajo.

Sin embargo, es la “dialéctica del conflicto” que se configura entre esa modalidad socio-estatal de enfrentamiento de la “cuestión social” y las contradictorias tentativas de los trabajadores desocupados por politizar sus condiciones de vida (y de ausencia de trabajo), lo que reabre en la sociedad argentina un horizonte de abordaje de los derechos sociales desde los procesos colectivos de lucha y organización de las masas trabajadoras. Es cierto que esa “agitación” no sería suficiente para provocar una alteración substancial de las relaciones de fuerza entre el Estado y los grupos subalternos – la “fugaz” disputa 79 Recordemos que, según datos trabajados por Svampa & Pereyra (2003), de los 2.000.000 de programas sociales que se ejecutan en el época, entorno del 10 % se encuentra intermediado por alguna de esas organizaciones político-sociales de los trabajadores desocupados.

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de la orientación social de los recursos públicos retratada en la conquista de la “autonomía” en la administración de los programas sociales por esos sujetos, no conseguiría materializar una nueva institucionalidad, en el sentido de mecanismos más contundentes de redistribución social. Pero no podemos desconsiderar que fue de una importancia épica la irrupción de los desocupados que, al buscar reorganizar esos programas sociales desde procesos colectivos de lucha y resistencia (contestando el designio que reducía a los trabajadores a “pobres”, objetos pasivos de políticas sociales residuales, a contra-mano de las tendencias de desciudadanización y disolución de la clase), “desnudó” a las regresivas estrategias socio-asistenciales de control y manipulación de esas masas “superfluas”, y, ensayando experiencias de auto-organización territorial, abrió un escenario de politización (quizás sin plena conciencia de su importancia) de los debates sociales acerca de los modos privilegiados por las clases dominantes en el enfrentamiento de la “cuestión social”.

III. Para la comprensión de la “cuestión social” desde los procesos de lucha y resistencia de las clases subalternas

Partimos del presupuesto de que la existencia de la “cuestión social” en sus múltiples expresiones se explica a partir de la dinámica antagónica propia de las relaciones sociales capitalistas: los procesos de pauperización (relativa y absoluta) y de producción de una población excedente para las necesidades de acumulación del capital (que no consigue reproducir sus condiciones mínimas de existencia), es un componente necesario y constitutivo de la dinámica histórica de explotación de este orden social, o sea, está asociado inversamente al desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y a la producción de riqueza – y no a la escasez, a la falta de cualificación o al nivel educativo de la fuerza de trabajo, o las crisis coyunturales de la economía, conforme rezan las más variadas explicaciones con las cuales polemizaremos.

Puede afirmarse, a partir de la comprensión de la lógica antagónica del orden capitalista que es ofrecida por Marx en El Capital, que la dinámica de la “cuestión social” sólo puede ser explicada a partir de un conocimiento riguroso del proceso de producción del capital – nos referimos a la ley general de la acumulación capitalista80 – y, por lo tanto, es inseparable de las configuraciones y mutaciones asumidas por el trabajo en esta sociedad. 80 Es el capítulo XXIII de El Capital que nos ofrece una explicación de esa tendencia a la disminución relativa del capital variable (empleado en la compra de la fuerza de trabajo) y de la producción progresiva de una superpoblación relativa, de acuerdo al progreso de la acumulación y la centralización del capital, que permiten la utilización de medios de producción más eficientes (aumento

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Para Marx, la producción progresiva de una superpoblación relativa derivada de la “ley natural de la producción capitalista” es “condición de vida” del régimen de acumulación, porque se constituye como un contingente de fuerza de trabajo disponible para el capital – por lo tanto, de masas que pueden estar excluidas del proceso de producción, pero incluidas marginalmente, o que pueden ser subsidiarias de las necesidades de acumulación y valorización del capital (de allí, la necesidad de mantener los atributos productivos de algunos segmentos; realidad que bajo el dominio del padrón de acumulación fordista-keynesiano, se daba por la vía de una estructura consolidada de políticas sociales, fundamentalmente en los países de Europa occidental). En términos generales, entre las funciones del ejército industrial de reserva previstas en el análisis marxiano, puede observarse, tanto su utilización por el capitalista para presionar negativamente los salarios (e incrementar la explotación de la fuerza de trabajo activa), como su condición de ofrecer un volumen de fuerza de trabajo disponible capaz de ser movilizada en cualquier momento – fundamentalmente, en ramas de producción que experimentasen una expansión81.

En el marco de esta lógica antagónica de la producción capitalista retratada por Marx, el trabajo excedente de los segmentos ocupados condena a la ociosidad socialmente forzada a amplios contingentes de trabajadores que, siendo aptos para el trabajo, se tornan innecesarios (aunque puedan ser utilizados como “reserva” de fuerza de trabajo) para las necesidades inmediatas de la producción capitalista (segmentos que se constituyen como excedentes y se suman a los incapacitados para la actividad productiva, beneficiarios clásicos de las políticas asistenciales). Se genera, así, una acumulación de miseria relativa a la acumulación de capital – es la raíz de la producción y reproducción de la “cuestión social” en esta sociedad. En palabras de Marx,

del capital constante), posibilitados por el avance científico y tecnológico, y los procesos de racionalización del trabajo. De esa forma, la acumulación capitalista produce, de forma inherente y como una condición de su desarrollo, una población obrera excesiva para las necesidades medias de explotación del capital. 81 En el análisis que Marx realiza de la Inglaterra del siglo XIX, la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva, como fenómeno específico derivado del modo de producción capitalista, se compone de los siguientes segmentos: 1) flotante: constituida por segmentos de trabajadores de grandes centros industriales que están sujetos a oscilaciones cíclicas de absorción y repulsión, sometidos al empleo y desempleo de su fuerza de trabajo; 2) latente: constituido por segmentos de áreas rurales que migran para regiones industriales frente a demandas y oportunidades de empleo 3) superpoblación relativa estancada: constituida por aquellos trabajadores que jamás consiguen un empleo fijo (que deambulan de una ocupación a otra, con trabajos irregulares), también caracterizada como de “máxima jornada de trabajo y salario mínimo”. En su base, podemos identificar el pauperismo o el “asilo de inválidos del ejército obrero en activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva” (Marx, 1981: 588), integrado por aquellos segmentos de trabajadores que hace mucho tiempo que no encuentran un empleo: huérfanos, hijos de indigentes, viudas.

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“El exceso de trabajo de los obreros en activo engrosa las filas de su reserva, al paso que la presión reforzada que ésta ejerce sobre aquellos, por el peso de la concurrencia, obliga a los obreros que trabajan a trabajar todavía más y a someterse a las imposiciones del capital. La existencia de un sector de la clase obrera condenado a la ociosidad forzosa por el exceso de trabajo impuesto a la otra parte, se convierte en fuente de riqueza capitalista individual y acelera al mismo tiempo la formación del ejército industrial de reserva en una escala proporcionada a los progresos de la acumulación social” (Marx, 1981: 580-581).

Para dar visibilidad a los intereses antagónicos de clase que constituyen el campo de disputa y los trazos de resistencia que configuran la “cuestión social”, es necesario recordar que son los desdoblamientos políticos de la acción de los trabajadores pobres – desde el movimiento luddista, pasando por los cartistas, hasta la formación de una clase obrera con grados importantes de conciencia de su fuerza autónoma, para mediados del siglo XIX, cuyo ápice se despliega en las rebeliones europeas de 1848 –, que la tornan objeto de preocupación de un amplio abanico de críticos y reformadores sociales desde los primordios del capitalismo82. Si el movimiento obrero comenzaba a comprender que la “cuestión social” era constitutiva del capitalismo – situada en el terreno del antagonismo entre capital y trabajo –, la principal “amenaza” derivaba, no tanto del hecho de que sus luchas pretendiesen una politización de esa “cuestión social”, sino de que las mismas se propusiesen su solución como proceso revolucionario – o sea, el peligro de que los trabajadores apuntasen a la “cuestión social” como objeto de intervención revolucionaria (Netto, 2003).

Por ello, dialogando con el análisis de Iamamoto (2008) y Mota (2008), podemos afirmar que la “cuestión social” se relaciona con el proceso de formación y emergencia de la clase obrera – algunos trazos pueden ser rastreados en la bella “genealogía” ofrecida por Thompson (2002) – y su ingreso en el escenario político de la Europa del siglo XIX, a través de luchas colectivas que, al politizar sus necesidades sociales, tornándolas objeto de organización y reivindicación colectiva, amenazan la “paz” del orden establecido.

La lucha de los trabajadores por derechos relacionados al trabajo (derechos sociales y laborales, como la reducción de la jornada de trabajo) y a la mejoría de las condiciones de vida – incluyendo no sólo demandas económico-sociales, sino 82 Sobre el “deslizamiento” para el pensamiento conservador de la expresión “cuestión social” en el contexto de consolidación de la burguesía como clase dominante en la Europa de 1848, como siendo tendencias que oscurecen la vinculación entre desarrollo capitalista y pauperismo (naturalizando las desigualdades sociales), ver Netto (2003).

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también el acceso a la vida cultural y al conocimiento socialmente producido (como fue retratado en la grandeza de las obreras de principio del siglo XX que exclamaban “queremos pan, pero también rosas”) –, exige su reconocimiento como clase por parte del bloque de poder y por el Estado. De esa forma, fueron esas luchas sociales las que rompieron el dominio privado en las relaciones entre capital y trabajo – es la publicización de las necesidades de los trabajadores, en las palabras de Mota (2008) – extrapolando la “cuestión social” para el ámbito público, exigiendo la interferencia del Estado para el reconocimiento de derechos sociales y laborales. Si las condiciones de vida y de trabajo de los grupos subalternos corren el riesgo de ser remitidas al campo de la política a través de estrategias de contestación del orden social, las clases dominantes son forzadas a tornarlas también objeto de “reformas sociales”.

Ya en la Crítica del Programa de Gotha de 1875, Marx polemizaba con diversos intelectuales, sugiriendo que la “solución del problema social” (en los términos de Lassalle), sólo podría afectar las bases de producción de la sociedad burguesa a través de la lucha de clase – y no en la esfera de la distribución, como aún hoy pregonan la gran mayoría de los analistas sociales que buscan explicar la producción de la pobreza a partir de sus manifestaciones más fenoménicas.

Hace más de 130 años atrás, nuestro autor afirmaba: “con la abolición de las diferencias de clase, desaparecen por sí mismas las desigualdades sociales y políticas que de ellas emanan”. Por lo tanto, la polémica con “reformadores sociales” de la talla de Owen, Blanc o Proudhon, que apelaban a la “auto-ayuda” o a la “cooperación” como alternativas para el creciente nivel de desocupación y de empobrecimiento que afectaba a las masas trabajadoras en los finales del siglo XIX (donde los mismos no necesitarían de “empleador” porque podrían intercambiar mutuamente sus productos), tiene una larga tradición en el ejercicio de la crítica de la economía política que se funda con el pensamiento de Marx. Datan de esa misma época, las tentativas que se orientan para una “reforma moral del hombre y de la sociedad”, tendientes a alcanzar las manifestaciones más superficiales de la “cuestión social”, sin tocar en los fundamentos de la sociedad burguesa.

Son estas algunas de las raíces teórico-históricas que alimentan nuestra comprensión de los debates en cuestión, centrada en la noción de que los procesos de pauperización y de producción de una masa de trabajadores excedentes son relativos (constitutivos) a la acumulación capitalista, encontrándose en ese antagonismo la raíz de la producción y reproducción de la “cuestión social" en la actual sociedad capitalista. Situar a la “cuestión social” en el seno del antagonismo capital-trabajo implica reconocer que, a lo largo de la historia, sus múltiples manifestaciones están atravesadas por las luchas y resistencias de esos sujetos (siempre contradictorios) por su auto-afirmación

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como clase. Por lo tanto, “[...] descifrar la cuestión social es también demostrar las particulares formas de lucha, de resistencia material y simbólica accionadas por los individuos sociales a la cuestión social” (Iamamoto, 2007: 59).

Pero hay más: a partir de la profunda erosión del trabajo que se afirma como una tendencia mundial desde las últimas décadas (marcas de un “nuevo cuadro histórico” de ofensiva capitalista), nos preguntamos: ¿que lugar cobra esa tendencia actual de producción de una masa significativa de trabajadores excedentes en la configuración de la “cuestión social” contemporánea?

Si la “cuestión social” cobra inteligibilidad a partir de los procesos de explotación capitalista, consideramos que su dinámica actual es inseparable de las configuraciones y metamorfosis que el trabajo viene sufriendo, así como de las formas organizativas en mutación, privilegiadas por las clases subalternas. El análisis imprescindible de la realidad histórica actual – de sus fundamentos materiales y de los sujetos que la producen – señala la necesidad de conocer las nuevas determinaciones que concretizan a la “cuestión social” en la realidad actual, articuladas a los cambios profundos que se observan en la dinámica de acumulación (y de la ofensiva sobre el trabajo).

Aunque este artículo no nos posibilite profundizar el análisis sobre las líneas de continuidad y de ruptura histórica que existen entre, por un lado, aquella “cuestión social” que cobra contornos específicos y se consolida en el capitalismo monopolista (que tiene como núcleo central los procesos de administración, regulación y reproducción de la fuerza de trabajo, en sus segmentos activos y excedentes), y, por otro lado, la “cuestión social” actual, también determinada por las nuevas formas de trabajo precario y desprotegido, y por la maciza afirmación del desempleo estructural, entendemos que esas nuevas determinaciones se explican a partir de las mutaciones en la dinámica de explotación y en la forma de subordinación del trabajo al capital.

De ahí que nuestra tentativa sea la de mostrar cómo las formas de lucha y resistencia de los trabajadores desocupados, antes que configurar una supuesta “nueva cuestión social” que se retrataría en el concepto de exclusión social83 – porque no hay “externalidad” a las relaciones de explotación de aquellos que “sobran” (incluidos marginalmente como parte constitutiva de las condiciones cada vez más depredadoras de la acumulación contemporánea); en realidad su “desempleo” es una forma de existencia de esas relaciones capitalistas de explotación –, deben ser comprendidas en su ejercicio de confrontación con las

83 Para una crítica de ese concepto, ver Maranhão (2008). Con base en el análisis marxiano, también sintetizado páginas atrás, el autor afirma que es inherente a la dinámica de la acumulación capitalista la creación de una superpoblación de trabajadores que son excedentes a las necesidades inmediatas de la producción, pero que son parte constitutiva de la dinámica de expulsión e integración del trabajador, que supone esa lógica de organización de las relaciones de producción.

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formas actuales de dominación del capital – y de resignificación potencial de la lucha contra la explotación. Las luchas de los desocupados (como un momento “episódico” de las luchas de las clases subalternas) nos impulsan a interrogarnos por la incidencia de las mismas en la explicitación de una “cuestión social” situada en el antagonismo de la relación capital-trabajo, donde, más allá de los procesos de reproducción de la fuerza de trabajo necesaria para la valorización del capital (en un nivel de desprotección inédito), debe observarse atentamente la producción actual en escala ampliada de una población excedente que parece más “dispensable” que “subsidiaria” de esa valorización – algo que se evidencia, fundamentalmente, en el escenario de crisis de hegemonía de final del siglo XX, cuando algunos segmentos experimentan interesantes procesos de organización.

Aunque no podamos ofrecer en este artículo, respuestas conclusas a la altura de la enorme complejidad que el tema demanda84, debemos reconocer que esa tendencia capitalista actual que supone la expulsión y la precarización maciza de la fuerza de trabajo, al mismo tiempo que es una condición para la acumulación – en la dinámica de la acumulación por desposesión retratada por Harvey (2004) – inaugura contradicciones sociales, políticas y económicas que alcanzan contornos inéditos. ¿Estaríamos ante una condición de la acumulación que puede tornarse también un límite?85

Lo cierto es que en este contexto, los programas sociales asistenciales que amplían su abanico clásico de beneficiarios – ahora incluyendo parcelas significativas de segmentos aptos para el trabajo, pero “forzados socialmente a la ociosidad” – o que experimentan un crecimiento acelerado para dar respuesta a escenarios sociales cada vez más conflictivos y “explosivos”, cobran contornos claros de moralización de los comportamientos individuales y familiares de esas masas, frente a la imposibilidad de superar un horizonte de tratamiento de la “cuestión social” – que tiene una expresión central, en la ampliación sin precedentes de la fuerza de trabajo excedente –, más allá de sus manifestaciones inmediatas.

84 Además del trabajo citado en la nota anterior, remitimos a la investigación sobre la relación entre la población excedente y las políticas sociales, que viene desarrollando Seiffer (2007). 85 Autores como Mészáros (2002 y 2003) tratan el desempleo estructural como expresión de los límites absolutos que habría alcanzado el capital en la contemporaneidad. Como ya afirmamos, no podemos responder a esa polémica en este trabajo, inclusive porque aunque reconozcamos el peso “imperativo” de las tendencias objetivas de la lógica del capital, la misma debe ser comprendida siempre a la luz de mediaciones históricas y políticas concretas.

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IV. El tratamiento del desempleo en tiempos de “hegemonía transformista”: las luchas de los desocupados y los mecanismos asistenciales de contra-insurgencia

“[...] el gobierno quería intentar disciplinar al movimiento social. Y una de las herramientas que utilizaría

– a partir de la implementación masiva del Programa Jefes y Jefas – era la instalación de las UGL [unidades de gestión local].

No era casualidad que, en cada barrio donde teníamos una asamblea, ellos fueran armando una UGL,

o inclusive, varias, en aquellos barrios de mayor influencia”86 Debemos entender al neoliberalismo como parte de las profundas

transformaciones en la vida hegemónico-estatal que se ensayan en respuesta a la crisis de acumulación del capital y de la dominación burguesa de los años de 1970, o sea, como un proyecto global de re-estructuración de la sociedad y de las relaciones entre las clases.

La necesidad de la reorganización económica y espacial del capital en busca de nuevos terrenos de acumulación que le permitan “sortear” su crisis – en el marco del llamado padrón de acumulación flexible y de una re-composición que adquiere características cada vez más depredadoras y destructivas –, posibilita la comprensión del regresivo recetario contenido en el Consenso de Washington, y en las estrategias de intervención de los organismos internacionales de financiamiento. Para los países de América Latina, si la desregulación comercial, de las finanzas y de la producción tienen por objetivo la apertura al comercio internacional y a la inversión extranjera (condiciones para los TLCs, los flujos de capitales financieros sedientos de lucros “fáciles”), la reducción del gasto público, el ajuste fiscal y las privatizaciones de los servicios sociales y del patrimonio público (que tornan disponible esas actividades económicas rentables para nuevos espacios de acumulación privados), responden a la garantía de un superávit fiscal permanente necesario para el pago de la deuda externa.

Estamos hablando de un recetario característico de la década de 1990, también necesario para la profundización del liderazgo económico y del dominio militar de los Estados Unidos en la región latinoamericana, que, en la década subsiguiente, conocería nuevos capítulos a partir de propuestas como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Sudamericana (IIRSA), destinadas a garantizar el acceso a mercados decisivos y al control de recursos naturales estratégicos,

86 MTD de Varela (en MTD ANIBAL VERÓN, 2003: 152).

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complementando por otras vías la ya extendida presencia norteamericana retratada en las bases militares que cercan la región. Recordemos que, dentro de la segunda región en importancia energética en el mundo (biodiversidad, petróleo y agua) se encuentran países como México y Venezuela, con reservas importantes en Colombia, Argentina, Ecuador, en el área de las Malvinas y en el mar territorial de Brasil. El “Plan Puebla-Panamá”, el “Plan Colombia”, el “Plan Dignidad” en Bolivia, así como los intentos de materializar negociaciones individualizadas con los países a través de TLCs, suponen estrategias que combinan iniciativas económicas, militares y socio-culturales para el control de esas áreas estratégicas87 – contexto dentro del cual debe ser comprendido ese recetario que estructura el perfil regresivo de la intervención social del Estado para los países de América Latina desde la década de '90, de la mano de organismos como el BM y el BID.

En este escenario, no sólo la instalación de bases y fuerzas militares tiene el sentido de prevenir o contener posibles procesos de contra-insurgencia en la región: el propio padrón de intervención del Estado frente a la “cuestión social” también debería cumplir esa tarea de ser un “antídoto” contra cualquier situación potencial de organización de las clases subalternas.

De este modo, la impugnación del Estado como principal garante y responsable por el bienestar social, que retrata el recetario neoliberal, se expresa en el retroceso histórico hacia una política de “beneficencia pública” que coloca a la protección social en el ámbito privado, cuyas fuentes “naturales” serían la familia, la comunidad, y los servicios ofrecidos en el mercado. La destrucción de la idea de derechos – idea que fuera ampliada en sus restrictos márgenes liberales a partir de las luchas obreras del siglo XX, luchas que la asociaron a una relativa universalidad, igualdad y gratuidad de los servicios sociales – se materializa en un conjunto de estrategias para la política social que se orientan en el sentido de la capitalización del sector privado, la re-mercantilización de los servicios, y el deterioro y el desfinanciamiento de las instituciones públicas, articuladas a la ofensiva del capital por desestructurar el poder y las organizaciones reivindicativas de la clase trabajadora.

Entre algunas estrategias características de la década de '90 podemos señalar: 1) el recorte del gasto social con la eliminación de programas y la reducción y deterioro de beneficios sociales, cada vez más distantes de la posibilidad de garantizar derechos; 2) la focalización del gasto y la canalización selectiva de programas para grupos que comprobasen su indigencia, algo que, en 87 El trabajo de Ceceña (2003) ofrece una seria de mapas que muestran la coincidencia de la localización geográfica de los recursos naturales estratégicos de América Latina, con el posicionamiento de las bases militares norteamericanas y los movimientos sociales más expresivos y radicales de la región.

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las actuales condiciones de precarización del ámbito público, favorece prácticas asistencialistas y procedimientos que estigmatizan a sus usuarios; 3) la descentralización en el nivel local, tornando inviables mecanismos de mayor democratización de la planificación y de la gestión social al funcionar como vía de desestatización por la insuficiencia de recursos y de infraestructura básica; 4) la privatización del financiamiento y de la producción de los servicios sociales, proceso impulsado de forma selectiva con la ayuda de políticas estatales que contraen el gasto público social, ofrecen incentivos económicos y fiscales al sector privado, brindan garantías económicas y de estabilidad para su expansión88.

La década en cuestión escenifica una profunda modificación del padrón de intervención social del Estado, articulada a la substantiva mutación del “mundo del trabajo”: en el caso argentino, desde la “reforma” del sistema de salud y de previsión social en la “era Menem”, hasta la constitución de un perfil de política social residual-emergencial (predominantemente asistencial) para tratar de las consecuencias sociales del ajuste neoliberal, expresan la “construcción” de una “cuestión social” que es abordada en términos de “pobreza” (primero) o “desempleo” (desde mediados de la década de '90), pero de forma desarticulada de las condiciones de utilización y de explotación de la fuerza de trabajo89. Para retratar esa realidad traemos la siguiente lectura sociológica:

“Efectivamente, la problematización de lo social en torno del trabajo que toma forma en la época en que Bialet Massé elaboró su informe [1904] y del cual ésta es una de las primeras expresiones, se cerrará en 1980 con la publicación del ‘Mapa de la Pobreza en la Argentina’ [Indec]. El ‘Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas’ y los estudios actuales sobre la pobreza deben compararse en torno de tres registros: ¿como está representada la cuestión social (clase obrera versus pobres)?; ¿como enfrenta el Estado estas diversas cuestiones sociales (una Ley Nacional de Trabajo destinada al establecimiento de las primeras medidas de protección de los trabajadores versus la descentralización y la focalización de las políticas sociales)?; ¿como tratan las ciencias sociales estos problemas (de los debates sobre el lugar del trabajo en el seno de la sociedad versus la cuantificación de los pobres y la descripción de sus modos de vida)?” (Merklen, 2005: 117)

88 Para un abordaje más profundo de las tendencias neoliberales de la política social y sus desdoblamientos actuales, pueden ser consultados los trabajos de: Soares (2000), Laurell (2004), Behring & Boschetti (2007). 89 Para un retrato más detallado de las tendencias neoliberales para la política social argentina, consultar Danani (en Lindemboim & Danani, 2003) y Grassi (2003 y 2004).

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A contra-mano de la recetada “minimización del Estado”, reformas

administrativas, mecanismos de estabilización y resolución de conflictos políticos (por ejemplo, aumentando el presupuesto que se destina a “engordar” las funciones dictatoriales y represivas del Estado), muestran su “máxima” disponibilidad para ofrecer determinadas garantías para la expansión de la acumulación del capital, en las actuales condiciones históricas. No por casualidad, entrados los años '90, las recomendaciones de los organismos internacionales de financiamiento reorientan paulatinamente la agenda de reformas sociales, preocupados por procesos de “ajuste con rostro humano”, capaces de garantizar modernización y crecimiento económico en condiciones de mayor estabilidad social y política. Para finales de la década (pensemos en la incidencia de las luchas de los desocupados y de los crecientes índices de pobreza y desempleo), el Estado pasa a ser más interpelado como “promotor” del desarrollo social. De esta forma,

“[...] en los documentos del Banco Mundial, las primeras alusiones a la pobreza formaban parte del argumento que intentaba probar el fracaso de las políticas populistas e intervencionistas en correspondencia con el momento de mayor satanización del Estado. En una segunda instancia, fue el riesgo de conflictividad social lo que pasó a ser la primera preocupación e hizo reaparecer el tema como advertencia a los gobiernos. Gradualmente, el Estado volvió a ser interpelado en su función de regulación de lo social, demandándole políticas sociales más activas, aunque éstas no hayan perdido su carácter asistencialista y de subordinación a la economía (Grassi, 2004: 182-183; subrayado nuestro).

En esta lógica, los llamados “Programas de Combate a la Pobreza” se constituyen como repuestas de emergencia que consolidan una intervención social residual del Estado en los parámetros de una supuesta inversión social “más eficiente”: la garantía de mínimos de educación, salud y alimentación (a través de distribución de recursos monetarios que substituyen servicios sociales y políticas públicas más abarcadoras); la concentración de recursos en programas de nutrición y en grupos de riesgo; o la creación de programas de empleo de emergencia – en verdad, programas de asistencia al desempleo, como los Programas Trabajar (PTR) creados a partir de 1997 en el marco de intensos conflictos regionales protagonizados por trabajadores desocupados –, forman parte de la programática financiada por esos organismos para “aliviar la pobreza” (Draibe, 1993), en el sentido de diluir tensiones y evitar convulsiones sociales de envergadura en la región latinoamericana.

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Los llamados “Programas de Combate a la Pobreza” (estructurados como programas de transferencia monetaria) que se expanden en la mayoría de los países del continente a partir de la década de 1990, tendrían también una funcionalidad “oculta” de contra-insurgencia, que adquiriría nuevas dimensiones en la década subsiguiente, cuando numerosas rebeliones en países como Bolivia, Ecuador, Argentina y Venezuela, amenazarían la aparente “paz” neoliberal.

Apenas para citar algunos ejemplos, con base en el caso ecuatoriano, Zibechi (2006) muestra que el “Proyecto de Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador” (Prodepine) financiado por el BM en los años '90, enfatiza estrategias que buscan orientar el movimiento para un discurso “etnicista excluyente”, reduciendo sus demandas a la gestión de obras sociales y programas que evitasen levantamientos y protestas: “La experiencia de los Andes del Ecuador muestra tremendas limitaciones como entidades calmantes de la pobreza, y al mismo tiempo, su extraordinaria eficiencia en la cooptación y aislamiento de los pisos intermedios del movimiento indígena” (Zaldívar, 2001, apud Zibechi, 2006: 187).

Para ilustrar mejor la funcionalidad de esos programas sociales con las estrategias de control y desmovilización de las luchas sociales de la región, es interesante recurrir también al ejemplo de Bolivia, retomando las principales líneas de intervención social de la USAID90 con posterioridad a la insurrección de octubre de 2003, donde podemos observar la estrecha relación con la dinámica de configuración de la disputa de clases en ese país – esa intervención retrata intentos por orientar los recursos naturales para el mercado mundial (con el falso argumento de que los mismos posibilitarían el desarrollo de los países pobres) y de criminalización de los procesos auto-organizativos del movimiento indígena. A su vez, Zibechi (2006: 61) reflexiona sobre la producción de un informe comandado por esa entidad con el objetivo de promover un conjunto de acciones sociales y de infraestructura urbana para dar respuesta a las demandas de los movimientos de El Alto, y su relación con los objetivos de neutralización de la organización territorial (asentada en las juntas de vecinos) y de control social del espacio geográfico.

90 Agencia de los EEUU para el “desarrollo internacional que posibilita la cooperación económica, técnica y financiera para el gobierno de ese país”. Entre sus líneas de intervención se destacan: 1) democracia; 2) oportunidades económicas; 3) medio ambiente – donde sugiere la idea de “bosque, agua y recursos de la biodiversidad administrados para promover el crecimiento económico sustentable”; 4) salud; 5) desarrollo integral alternativo – que reza “economía lícita y con crecimiento económico sustentable en áreas asociadas a la producción de coca”; 6) seguridad alimentaría; 7) iniciativas democráticas – donde se sustentan proyectos sociales que buscan “reducir tensiones en áreas conflictivas a través del desarrollo comunitario”. Nótese que es evidente el interés en torno de los recursos naturales estratégicos y la tentativa de controlar la organización de los líderes indígenas de la región. Ver www.usaidbolivia.org.bo (acceso en: 15 de febrero de 2007).

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Pero detengámonos en el caso argentino. Podemos afirmar que desde inicios de la década de '90 surge una “batería” de programas públicos sociales de forma directamente proporcional a la evolución de la tasa de desempleo y al crecimiento del conflicto social, buscando incidir en los efectos más visibles e inmediatos del problema. Aunque en su mayoría, los programas estuviesen situados en el ámbito del Ministerio de Trabajo, ya podemos observar determinados trazos de asistencialización del desempleo, los cuales se tornarán nítidos con el crecimiento de la lucha de los desocupados. Inaugurados en los primordios de los años '90 con un impacto presupuestario y fiscal marginal, éstos se estructuran como respuestas paliativas al crecimiento del desempleo y de la pobreza, al mismo tiempo en que son acompañados de agresivas medidas de flexibilización laboral y de reducción de los “costos” del trabajo: la Ley Nacional de Empleo, sancionada en 1991, inaugura las medidas de flexibilización del trabajo, las cuales crean modalidades de contratación que suprimen o rebajan los beneficios sociales, que estipulan el ajuste salarial y que justifican la creación de supuestos “programas de empleo”, que facilitarían la incorporación de los trabajadores al mercado de trabajo.

En el período 1992-1996 existe una gran cantidad de programas sociales caracterizados por la baja cobertura, la escasez de recursos, la alta movilidad, los diseños semejantes y la superposición de los mismos (sólo en el período 1995-1996, años de mayor tasa de desempleo de la década, existen casi 30 iniciativas simultaneas). Sin embargo, para el final de esa década, puede constatarse cierta tendencia a la concentración numérica y organizativa de los mismos (Golbert, 2004). Además del empobrecimiento de las camadas subalternas que se observa para 1995 – cuando aproximadamente 29.4 % de los ciudadanos se encuentran bajo la línea de pobreza y 7.9 % bajo la línea de indigencia –, las incipientes rebeliones protagonizadas por trabajadores desocupados en el interior del país explican la creación de líneas de intervención más sistemáticas y abarcadoras, dentro de las cuales podemos mencionar, entre tantos otros programas nacionales y locales que se superponen, el ejemplo del “Programa Trabajar” (PTR), dependiente del Ministerio de Trabajo, el cual inaugura o retrata una relación de negociación entre el gobierno y las organizaciones de desocupados.

Podemos observar que desde entonces, esas medidas de corte asistencial se tornarían irreversibles con el pasar de los años, debido al aumento vertiginoso del desempleo y el crecimiento de los procesos organizativos de los grupos subalternos: los programas sociales que buscan dar respuesta a esa realidad pasan de un promedio aproximado de 40.000 beneficiarios en 1994, para cifras que no superan los 428.00 beneficiarios en 1998 (lo que expresa su baja cobertura, alcanzando a menos del 10 % de la población beneficiaria potencial en

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la época), dando un salto vertiginoso que llega casi a los 2 millones de beneficiarios del PJJHD en 2003 (Ver IEF-CTA en Lozano, 1999; Golbert, 2004).

Al referirnos a este último programa (PJJHD) debemos resaltar que el mismo se estructura como una de las respuestas privilegiadas de gobierno de Duhalde al crecimiento de los movimientos de desocupados en un contexto inédito de desempleo, empobrecimiento y desprotección generalizada de las masas subalternas. Relación entre cortes de ruta, cantidad de beneficiarios del PJJHD e índices de desocupación, subocupación, pobreza e indigencia. Enero de 2002 – Mayo de 200391

Período Beneficiarios del PJJHD*

Índice Desocupación

Índice Subocupación

Índice Pobreza

Índice Indigencia

Cortes de ruta

Ene-02 20.131 198 Feb-02 170.175 290 Mar-02 349.925 325 Abr-02 509.048 132 May-02 1.074.650 21,5% 18,6% 53% 24,8% 514 Jun-02 1.639.711 162 Jul-02 1.387.863 107 Ago-02 1.651.004 111 Set-02 1.820.756 67 Oct-02 1.734.840 17,8% ** 19,9%** 57,5% 27,5% 86 Nov-02 1.797.692 162 Dic-02 1.858.657 182 Ene-03 1.904.682 104 Feb-03 1.909.196 207 Mar-03 1.962.186 65 Abr-03 1.988.135 78 May-03 1.992.498 15,6%** 18,8%** 54,7% 26,3% 137

* Total de PJJHD de los decretos 165/02 y 565/02 ** Esos índices de desocupación incluyen el cómputo de los beneficiarios del

PJJHD en la condición de “ocupados”

91 Readaptación del cuadro elaborado por Maneiro & Gaitán (2005), con datos extraídos de Golbert (2004), Indec (2005) y Centro de Estudios Nueva Mayoría.

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Si nos detenemos en la coyuntura político-económica que inaugura el año 2002, es posible afirmar que existe una estrecha relación entre la expresividad de la lucha de los desocupados – retratada en el crecimiento considerable de los cortes de ruta que pasan de 132 en el mes de abril, para 514 en el mes de mayo, período en el que el índice de pobreza alcanza el 53 % y el desempleo supera el 20 % de la PEA – y el aumento vertiginoso de los programas sociales – en ese mes de mayo, el PJJHD duplica su número de beneficiaros (de 509.048 en el mes de abril pasa a 1.074.650 en mayo y para 1.639.711 en junio) – en un contexto caracterizado por la tentativa de las clases dominantes de recomposición de la autoridad estatal (en el cual la Masacre del Puente Pueyrredón debería funcionar como un marco represivo capaz de destruir la capacidad contestataria que estaba potencialmente delineada en esas luchas)92.

En ese sentido, esos programas sociales – funcionales a las estrategias de prevención, disuasión, persecución y eliminación de cualquier escenario de movilización popular – crecerían de forma tímida en los primeros años de la década de '90 (tal como fue retratado en la experiencia ecuatoriana o en la argentina, a partir de los PTR), y vendrían a tornarse, en el nuevo siglo que se abre, la medida privilegiada de enfrentamiento de las desigualdades sociales en la mayoría de los países de la región. Con pequeños cambios de tono en su fundamentación (pero centrado en el individuo y en la familia, dando un lugar destacado para la mujer en la reproducción social y en el cuidado de aquella; exigiendo contra-prestaciones laborales o contrapartidas de salud y educación de los hijos), los programas de transferencia monetaria prevalecen en la América Latina contemporánea como un dato permanente. Y, a pesar de que en nuestro análisis privilegiamos la dimensión política de esos programas, no podemos desconocer que su presencia se explica a partir de la producción actual de una masa de trabajadores superfluos para los cuales no existen mecanismos socio-económicos más sólidos de abordaje o capaces de revertir esa tendencia.

Debemos destacar que las graves consecuencias de las políticas económicas y sociales que se expanden durante la década de 1990 (redistribución regresiva de la riqueza, desempleo estructural, reducción y precarización de salarios, desprotección acelerada del trabajo) expresan problemas sociales estructurales de difícil resolución, inclusive cuando al masivo empobrecimiento de las camadas subalternas se agrega un empobrecimiento que presenta un nuevo perfil de clase – al afectar a sectores medios y trabajadores estables históricamente organizados. En este cuadro de crisis social general, las medidas residuales

92 Para un análisis más detallado ver nuestro trabajo (Marro, 2009), así como los trabajos de Maneiro & Gaitán (2005), Golbert (2004).

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ensayadas resultan absolutamente insuficientes para revertir las dimensiones más graves y urgentes de la “cuestión social”.

Si pensamos en el caso argentino, podemos afirmar que la crisis de hegemonía que inaugura el nuevo milenio también evidencia los límites de esas respuestas de emergencia en la garantía de una “clientela política” que no es otra cosa que una imagen degradada y precaria de un “imposible” pacto de clases en tiempos de “hegemonía transformista”, en tiempos de políticas neoliberales que guardan minúsculos espacios para la incorporación de cualquier compromiso duradero con las clases subalternas.

Sabemos que dichas contra-reformas neoliberales han provocado profundas alteraciones en las bases sobre las cuales fueron edificados los sistemas de protección social, articulados al padrón de acumulación fordista-keynesiano que se observara en algunos países del capitalismo central y sus “desgastadas” versiones latinoamericanas, en el trienio que se extiende desde la segunda posguerra hasta la crisis de 1970-1980.

En el caso argentino, la precarización de las condiciones de sustentación de una política social históricamente asentada en la relación salarial93 – por el desempleo masivo y la desprotección del trabajo que se observa – no es posible de ser revertida con políticas asistenciales que se expanden sin producir impactos significativos en las condiciones de vida y de trabajo de las masas trabajadoras. Hablamos de un tipo de respuesta social que, al renunciar a interpelar las condiciones de empleo y explotación de la fuerza de trabajo, los niveles de los salarios o los mecanismos de protección social del trabajo, debe limitarse a la “administración” de las expresiones inmediatas del desempleo y de la pobreza.

La hipertrofia de las respuestas asistenciales en el contexto posterior a la crisis de 2001, implícita en la generalización de programas de transferencia monetaria – incapaces de garantizar derechos o protección social frente a la ausencia de una inversión pública en infraestructura y en servicios sociales más abarcadores – como mecanismos privilegiados de enfrentamiento y administración despolitizante de las expresiones más bárbaras de la “cuestión social”, tiene como contra-cara el endurecimiento de las funciones represivas del Estado. La profundización de ese perfil de política social en el marco de la presencia política destacada de las organizaciones piqueteras en los primeros años del nuevo siglo, imposibilita cualquier referencia a los derechos sociales de las clases subalternas, tornando inviable la constitución de sujetos o interlocutores políticos capaces de potenciarse en la materialización de conquistas sociales. 93 Grassi (2003: 222) señala a la política de asistencia social como una política históricamente residual en el país, por el alcance de los derechos asociados al trabajo hasta la década de 1970, tendencia que se revierte claramente en los años '90, cuando la misma cobra un peso destacado en la intervención social del Estado.

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V. A modo de conclusión: ¿el fundamento inabordable de la lucha de los desocupados?

Buscamos mostrar que, más allá de las diversas versiones de programas sociales que se accionan a lo largo de una década (comprendida entre mediados de 1990 y los años que se suceden a la crisis de 2001) para dar respuesta a las demandas de los desocupados, todos ellas comparten rasgos comunes que evidencian la continuidad de un perfil de política social compensatorio de las depredadoras condiciones de explotación del trabajo que imponen el actual padrón de acumulación.

En esos tiempos transformistas de reacción burguesa – contra-reformistas y contra-revolucionarios en la expresión de Behring (2008) – las políticas sociales parecen reducir a una mínima expresión cualquier capacidad potencial de ofrecer protección social y garantía de derechos sociales para las masas subalternas. En el caso argentino analizado, si la más “cruda” ofensiva contra el trabajo (y la configuración de un necesario papel residual y emergencial para la política social) se retrata, sobre todo, en la “década menemista”, los cambios político-institucionales del nuevo siglo no son suficientes para revertir los contornos regresivos que se consolidan como “permanentes”.

En el marco de la dinámica contemporánea de la acumulación capitalista, denominada por Harvey (2004) como acumulación por desposesión, el capitalismo periférico de nuestros países ofrece para el “centro” del sistema, nuevos campos de inversión más lucrativos, así como el acceso a recursos naturales escasos y fuerza de trabajo desvalorizada – de ahí la expansión del trabajo subcontratado, precario, temporario, que se torna condición de esa valorización en los días actuales (Antunes, 2001).

La reactivación de la economía argentina desde 2003 posibilita una generación relativa de empleo – los índices de desocupación se reducen considerablemente, aunque en el segundo semestre de 2006 aún se mantienen elevados, con una tasa de 9.5 % –, caracterizándose por los bajos salarios y un elevado nivel de “informalización” de la fuerza de trabajo94. Refiriéndose al deterioro de los salarios frente a la inflación, un analista del grupo de los Economistas de Izquierda afirmaba en 2007:

94 Es importante recordar que la caída de los salarios reales a partir de 2002 fue un efecto de la devaluación, considerado el “principal fundamento de la recuperación de la tasa de lucro” en la lectura de Paiva (en Anario EDI, 2007: 64). A su vez, según Féliz (ídem: 70) el nivel de los salarios del capitalismo posterior a la convertibilidad en la Argentina está por debajo del promedio de los últimos 30 años. Por otro lado, datos del INDEC analizados por Del Bono & Gaitán (2005) para los cuatro trimestres de 2003, muestran alarmantes tasas de empleo informal que rondan el 50 % de la PEA.

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“El costo salarial medio para la industria se llegó a reducir casi en un 50 % entre 1997 y el pico de la crisis a mediados del 2002. Aún hoy, a pesar de los aumentos logrados por los trabajadores, el costo salarial industrial medio está un 22 % por debajo de los niveles de 1997. Si a esto le añadimos los aumentos de productividad, podemos afirmar que la plusvalía extraída por la industria aumentó un 54 % con respecto a 1997” (Castillo en Anuario EDI, 2007: 130).

Esa tendencia que es global (nos referimos a la producción de un nuevo piso de desempleo, precarización e informalidad del trabajo), se retrata también en los índices de pobreza e indigencia que persisten con fuerza en los años inmediatos a la gran debacle (llegan a 57.5 % y a 27.5 % respectivamente, en octubre de 2002, siendo que para el segundo semestre de 2006, permanecen en 26.9 % y 8.7 %, según registros del INDEC-EPH). Esos datos evidencian una estructura de desigualdad social consolidada, en la cual prácticamente 1/3 de la población argentina aún vive en la pobreza, en el período analizado. Esos valores, no sólo no revierten, ni se igualan a los de la década de 1990 (como aparentemente sí lo hacen los índices de desempleo), sino que parecen alcanzar contornos más graves. ¿Qué evidencian esos altos índices de pobreza, indigencia, desempleo y desprotección de la fuerza de trabajo?

A partir de este cuadro, proponemos una comprensión de los límites estructurales de una política social que debe ser funcional e, inclusive, “administrar” los potenciales efectos desestabilizadores de un padrón de acumulación que supone la superexplotación del trabajo y la generación creciente de una masa de trabajadores superfluos – como un trazo que parece tornarse “permanente” en la sociedad argentina. La hipertrofia de la respuesta asistencial – característica de la década de '90 y consolidada en el escenario posterior a la crisis de 2001 – para abordar una situación de desempleo masivo de amplias camadas subalternas (en el auge de la crisis, prácticamente 40 % de la PEA presenta problemas de empleo!) expresa la imposibilidad de ofrecer un tratamiento más progresivo para las condiciones de vida y de trabajo de las clases trabajadoras, en el marco de las relaciones sociales y económicas vigentes. Como señala Mota,

“Ante la imposibilidad de garantizar el derecho al trabajo, sea por las condiciones que éste asume en la contemporaneidad, sea por el nivel de desocupación, o por las orientaciones macro-económicas vigentes, el Estado capitalista amplía el campo de acción de la Asistencia Social. Las tendencias de la Asistencia Social revelan que, además de los pobres, los miserables y los inhabilitados para

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producir, también los desocupados pasan a componer su clientela” (Mota, 2008: 16; traducción nuestra).

El recorrido analítico ensayado ha buscado mostrar que la centralidad que cobran, desde la última década, los programas sociales para dar respuesta al desempleo (ampliando su abanico de beneficiarios o creciendo aceleradamente en escenarios sociales conflictivos) debe ser entendida en el marco de la consolidación paulatina de un padrón de asistencialización del desempleo y de la explotación, como vía privilegiada de enfrentamiento de las desigualdades sociales por las clases dominantes argentinas – lo que inclusive, sugiere cierta mutación del papel clásico de las políticas de asistencia social, que se encuentran llamadas a cumplir funciones (políticas y económicas) que extrapolan sus finalidades y posibilidades.

Tanto los programas de la década de 1990, como en el PJJHG o en los “nuevos” programas que se crean a la luz de la reorganización de la asistencia en el gobierno de Kirchner (2003-2007)95, los mismos representan imágenes de una política asistencial que se torna una vía (degradada) de abordaje de los conflictos sociales. Así, analizábamos cómo los conflictos sociales de clase, otrora negociados en las tensas relaciones Estado/ trabajo/capital, en este escenario se tornan objeto de una intervención asistencial, que es llamada a soldar un (im)posible pacto de clases. La hipertrofia de la respuesta asistencial evidencia también, cambios regresivos en las formas de enfrentamiento estatal de la “cuestión social” y del propio conflicto de clases.

Al reducir a los trabajadores a objetos pasivos de políticas sociales compensatorias – por la vía de “definir este segmento de clase como 'excluidos' y los programas de Asistencia Social como estrategia de inclusión” (Mota, 2008: 141) – dichos programas tienen efectos claros en la despolitización de las desigualdades de clase (es la “pasivización” de la “cuestión social”), que pasan a ser tratadas por la vía de “mistificadoras” promesas de modificación comportamental del individuo y de la familia. No por casualidad, frente a la

95 Varias son las razones que explican la reorganización de la política social observada en el gobierno de Kirchner a partir del período 2004-2005. Teniendo como foco principal la reestructuración del PJJHD, este programa debía restringirse a los desocupados “con posibilidad de ser empleados” (son palabras del entonces Viceministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, en una nota del Diario Clarín del 25/10/04), creando nuevas respuestas para los segmentos considerados “vulnerables” o “no empleables”, que, en verdad, retratan de forma clara aquellos segmentos estancados en la condición de superfluos para las necesidades de acumulación del capital. Por otro lado, no podemos dejar de observar que en términos políticos, era necesario garantizar una respuesta social que reconociera algunas demandas reivindicadas por las luchas de los desocupados, evitando los trazos de contestación y resistencia accionados por esos sujetos en el enfrentamiento de la “cuestión social”, a partir de algunas experiencias de organización “autónoma” de las contrapartidas exigidas por esos programas sociales que se consolidan desde finales de la década de 1990.

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dinámica de expulsión del proceso de producción de grandes segmentos de la población, se multiplica, de forma complementar, el discurso moral de la política social y del trabajo: el empleo se torna importante a “cualquier costo y en cualquier condición” (Grassi, 2003) – de ahí que, para el discurso de opinión conservador alimentado por los medios y consolidado en el “sentido común” de las camadas medias, sea más “digerible” (y más invisible!) un trabajador precarizado, sometido a regímenes de superexplotación del trabajo (retratado en las altas cifras de informalidad), que un trabajador desocupado que demanda, de forma colectiva, respuestas sociales del Estado.

El tratamiento (mistificador) del desempleo de esas masas trabajadoras excedentes como siendo una “cuestión” de política de asistencia96, no hace otra cosa que consolidar las orientaciones regresivas de la década neoliberal pasada. Cuando se pretenden articuladas al mercado de trabajo, sus intervenciones suponen actividades residuales, de baja calificación o con limitados impactos en las condiciones de vida y de trabajo de esas masas (son insuficientes para revertir el desempleo de largo plazo, aunque puedan funcionar, en algunos casos, como mecanismos para evitar la pérdida absoluta de atributos productivos de determinados segmentos utilizados en condiciones de superexplotación); tienen efectos indirectos funcionales a los procesos de precarización y desvalorización de la fuerza de trabajo (desde la utilización de esa fuerza de trabajo para la construcción de precarios edificios públicos, hasta sus impactos perversos como un encubierto salario mínimo); y actúan sobre los efectos más visibles de la creciente desigualdad social – en coyunturas económicas críticas tienen el poder de reactivar relativamente la capacidad de consumo de las masas trabajadoras, así como pueden camuflar los índices de desocupación, aunque sin revertir su situación de pobreza.

Cuando además, se presentan como políticas sociales de asistencia a la pobreza, su carácter focalizado y selectivo expresa la ausencia de cualquier política redistributiva, imposibilitada también por la permanencia de un regresivo sistema tributario (los impuestos al consumo recaen, fundamentalmente, sobre los trabajadores). A pesar del agravamiento de las expresiones de la “cuestión social” en la última década, el período posterior a la convertibilidad implicó una relativa reducción (de hecho) del ya parco gasto público social, reducción esa que fue impuesta por la devaluación/inflación, y que quedó implícita en la estricta disciplina fiscal que caracterizó a la administración Kirchner (2003-2007): según datos analizados por Peralta Ramos (2007: 419), en el 2004 el gasto consolidado,

96 Mota (2008: 144) reflexiona sobre el papel – imposible en términos estructurales – que es llamado a desempeñar la política de asistencia social como mecanismo “integrador” en el lugar del papel desempeñado por el trabajo.

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a precios constantes, en educación básica, salud pública y promoción y asistencia social, fue 20 % más bajo que en el recesivo período de 1998-2001.

Pero, cual es el significado político de este tipo de intervención social sobre la situación de desempleo de esas masas superfluas? En palabras de Mota,

“Se instala una fase en la cual la Asistencia Social, más que una política de protección social, se constituye como un mito social. Menos por su capacidad de intervención directa e inmediata, particularmente a través de los programas de transferencia monetaria que tienen impactos en el aumento del consumo y en el acceso a los mínimos sociales de subsistencia para la población pobre, y más por su condición de ideología y práctica política, robustecidas en el plano superestructural por el ocultamiento del lugar que la precarización del trabajo y el aumento de la superpoblación relativa tienen en el procesos de reproducción social” (Mota, 2008: 141)

El foco de nuestro argumento se encuentra en la perversa funcionalidad política de esos programas de asistencialización del desempleo y de la explotación de esas masas trabajadoras. A su vez, hablamos de la afirmación de un trazo de contra-insurgencia en la política social que se ve llamada a responder a la reacción contestataria de las clases subalternas (desde el PTR de la década de 1990, el masivo PJJHD de la era duhaldista, hasta la pretensa reorganización de la asistencia en el gobierno de Néstor Kirchner), pero imposibilitada de garantizar medidas más profundas que incidan de forma progresiva en la dinámica de explotación y expulsión de fuerza de trabajo (en sus segmentos activos y excedentes).

La hipertrofia de la respuesta asistencial como mecanismo privilegiado de enfrentamiento y “administración” despolitizante de las expresiones más bárbaras de la “cuestión social”, se complementa con el endurecimiento de las funciones represivas del Estado, que la tornan también una “cuestión penal”. Funcionales a las estrategias socio-políticas de prevención, disuasión, persecución y eliminación de cualquier escenario potencial de organización de clase, esas medidas “correctivas” son, tal vez, la marca de nuestra época. Tal como analizamos, esa marca perversa que expresa también las determinaciones desintegradoras del capitalismo contemporáneo es desnudada – en sus “límites hegemónicos”, pero también en sus avasalladores victoriosos efectos transformistas – en las complejas tramas que explicitan desde los procesos de resistencia de los desempleados (episódicos y contradictorios), la desigualdad de clases retratada en las diversas expresiones de la “cuestión social” (donde “pobreza” y “desempleo” dejan de ser “carencias individuales” desarticuladas).

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Por ello, frente a la incapacidad de revertir o limitar los componentes destructivos de la dinámica capitalista contemporánea que las produce, las repuestas sociales accionadas por el Estado que se multiplican no superan el horizonte de los “ajustes correctivos” dentro del orden; antes que ello, suponen una naturalización de las relaciones sociales y la multiplicación de acciones moralizadoras de los comportamientos de las clases subalternas, buscando escamotear los antagonismos del capital e impedir cualquier visión potencial de clase a partir de los sujetos del trabajo. Estamos hablando de respuestas sociales que, en el mejor de los casos, alivian los síntomas de la crisis – porque producen respuestas socio-económicas a nivel de las manifestaciones inmediatas de la crisis estructural, dejando intactas las causas –, cuando no se complementan con crueles mecanismos represivos de eliminación social y criminalización de la pobreza.

En ese marco, proponemos comprender el significado político de ese perfil de política social – en el contexto de las transformaciones neoliberales de la intervención social del Estado que se materializa en la privatización de los servicios, en la reducción de los derechos sociales, en la precarización y en el desfinanciamiento de las políticas públicas, en el aumento de las respuestas asistenciales – a partir de su relación con los mecanismos socio-culturales accionados por las clases dominantes tendientes a la neutralización de las potenciales intervenciones políticas de las clases subalternas. De ahí que la funcionalidad de esas transformaciones – que evidencian una profunda ofensiva del capital hacia el trabajo – se oriente en el sentido de facilitar la destrucción de un tipo de trabajador y la configuración de una sociabilidad claramente regresiva: una vez que la composición de la clase trabajadora ha sido ampliamente redimensionada por los procesos de reestructuración productiva, se impone la tarea de “administrar” socialmente las secuelas más expresivas de la “cuestión social” (como el desempleo crónico), pudiendo subsidiarla, cuando fuese necesario, con los “crudos” mecanismos represivos disponibles.

Resulta interesante observar que, al rastrear algunos fundamentos de la “cuestión social” contemporánea (nos referimos a las mutaciones materiales del trabajo y de sus formas políticas de organización), se torna visible la compleja “dialéctica” que se produjo entre el padrón emergencial de abordaje de una expresión de la “cuestión social” como el desempleo – evidenciando cambios sustantivos en las características de la intervención social del Estado y la inexistencia de mecanismos socio-institucionales permanentes y progresivos de canalización de una realidad social pautada por las transformaciones profundas del mundo del trabajo y el aumento vertiginoso de los segmentos de trabajadores excedentes – y las tentativas de organización y disputa de los trabajadores desocupados que buscaron enfrentar esa realidad desde sus luchas colectivas –

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constituyéndose como una “imagen episódica” (aunque marcando la experiencia histórica argentina) de un cambio en proceso de la identidad de las clases subalternas.

Si las profundas transformaciones históricas por las cuales transitamos también anuncian que las formas políticas del antagonismo capital/trabajo están en mutación, nos preguntamos: ¿que parámetros societarios podrán garantizar derechos sociales para esas masas trabajadoras? Las necesarias y siempre urgentes banderas de lucha por la garantía de políticas universales y derechos sociales, ¿podrán enfrentar esa suerte de fundamento inabordable que caracterizó a las luchas de los trabajadores desocupados en los primeros años del nuevo siglo?

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Capitulo V

Cuestión Social/Cuestión Penal. Tensiones y debates de la intervención profesional ante la criminalización de la pobreza

Marina Cappello

Anatilde Senatore

I. Presentación

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. (Marx, 1980:8)

Entendemos por cuestión penal al entramado de prácticas, discursos, leyes y

argumentaciones que abordan los problemas derivados de las contradicciones del desarrollo del sistema capitalista en clave penal, mediante estrategias complementarias de penalización de la pobreza, criminalización de la protesta y judicialización de la vida cotidiana de los sectores más vulnerables de la clase trabajadora.

Resulta imprescindible explicitar que entendemos las lecturas sobre la realidad como construcciones histórico-concretas que están consciente o inconscientemente sobredeterminadas por la ideología (Gruner, 2006: 108), cuya función objetiva central es la de aportar a la construcción de hegemonía desde un particular modo de pensar el mundo, producto y productor de un tipo de relaciones sociales, las relaciones sociales inherentes al modo de producción capitalista.

En este sentido, teniendo el ámbito de la cuestión penal como escenario, nos planteamos algunas líneas de discusión a partir de identificar qué elementos configuran la legitimidad social (Montaño, 2000: 48) del profesional cuyo espacio socio ocupacional se liga directamente con políticas criminales, mismas que operan flagrantemente como mecanismos de penalización de la pobreza, en escenarios de democracias formales, en los cuales se advierte la consolidación de una matriz mercado céntrica (Cavarozzi, 1996: 23) donde la pobreza resultante del modo de producción capitalista en la fase actual se lee en términos de problema sectorial cuya relación con el conjunto de la sociedad es analizado en los siguientes términos: si no pueden mejorar su nivel de vida (los pobres) no pueden contribuir al crecimiento nacional, gráfica expresión de Guillermo Perry, Jefe del Banco Mundial para Latinoamérica.

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El trabajador social, en tanto trabajador asalariado, se halla sumido muchas veces en demandas administrativistas, con condiciones de trabajo precarias, con un escaso reconocimiento institucional hacia sus competencias profesionales. Sin embargo, pese a estas condiciones, empieza a debatir colectivamente acerca de un problema que enmascara los procesos de criminalización primaria y secundaria y fortalece el traspaso de una lógica de construcción del hommo criminales hacia una lógica del hommo penalis, es decir desde el sujeto que es penado por una trasgresión al sujeto criminal-sujeto delincuente-sujeto a corregir.

Esto es posible a partir de una lectura fundada en el positivismo biologicista que busca explicaciones al delito desde la lógica de la desviación.

Desde esta lógica, los procesos de repetición de hechos legalmente reprochables (nombrados como delitos) serán reducidos a porcentuales de reincidencia o reiterancia y serán causa de revocación de beneficios -tal como se denomina a las medidas alternativas y/o morigeratorias del encierro- fortaleciendo de este modo la premisa según la cual se puede predecir eficazmente las poblaciones de riesgo y por tanto, punibles -hommo penalis (Pavarini, 1995: 22).

Simultáneamente y en una dirección ideológica, ética y política contraria, las medidas alternativas al encierro acrecientan su relevancia, toda vez que ۔en el mundo- más de 8 millones de hombres y mujeres se hallan privados de su libertad.

En este nudo de tensiones, la tarea asignada al trabajo social se desenvuelve entre lo predictivo (del diagnóstico al pronóstico) y lo terapéutico (el tratamiento de la desviación, la terapéutica de la reintegración97).

Entendemos que aportar al debate disciplinar sobre los mecanismos de criminalización/penalización de la pobreza es un desafío pendiente para fortalecer la tarea profesional apostando así a un proyecto societal emancipador.

II. Punir la pobreza

¡Pequeños controles, éstos, los penales, que sólo sirven para castigar a los pequeños! Aniyar de Castro (2006:24)

97 Podemos sustituir este término con cualquiera de sus acepciones: re educación, inserción, socialización, habilitación, etc. Hemos seleccionado el de reintegración, en consonancia con la propuesta de Baratta, quien plantea que esta función debe ser primordial no a partir del encierro sino a pesar del mismo

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Devenir clase obrera es aceptar la lógica del trabajo asalariado por la cual el obrero cede al patrón un día, una semana o un mes de trabajo en espera del salario, reconociendo la disciplina de la fábrica como algo natural. La acumulación de riqueza y la creación del ejército industrial de reserva se producen mediante procesos diversos y contrapuestos. Las estrategias conjugadas de eliminación física, política y territorial implementadas mediante políticas de terror en los siglos XVII y XVIII (Foucault, 1977) van cediendo paso a una nueva tecnología disciplinar que articula procesos convergentes: el proceso de acumulación de riquezas necesariamente engarzado al proceso de acumulación de hombres útiles (Pavarini, 2003), útiles en tanto fuerza de trabajo.

El modo de producción capitalista, sustentado sobre una matriz jurídica que postula la igualdad de todos ante la ley, requiere de una desigualdad material que le es constitutiva: la desigualdad producida por la apropiación privada (y en manos de unos pocos) de lo socialmente producido. Las relaciones sociales inherentes a este modo de producción, evidenciarán la necesaria tensión entre las clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.

Pese a la multiplicidad de estrategias implementadas para consolidar el orden social necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, el proceso de construcción de una fuerza de trabajo dócil y adecuado en cantidad y calidad no ha sido lineal y sin tropiezos.

Los problemas derivados de este modo de producción serán interpretados de manera fragmentaria e individualizante, aglutinados en la denominada cuestión social. Ésta será asumida por parte del Estado, consolidado como instrumento de clase.

Así, los las consecuencias problemáticas del orden burgués se abordarán mediante el anudamiento de dos estrategias: consenso y coerción. Para la primera, el diseño e implementación de políticas sociales. Para la segunda políticas penales. Ambas se entrelazan y permanecen en tensión, en tanto la coerción no se sostiene exclusivamente por la vía represiva, sino fundamentalmente, por vía de la moralización, actuando como control social informal –y no por ello menos eficaz- tornando universales los valores burgueses y construyendo parámetros de lo socialmente aceptable que moldearán las conductas esperables y meritarán negativamente aquellas que pongan en evidencia la conflictividad social, situándolas en el plano de la pura individualidad: de este modo, las conductas desviadas serán leídas desde una perspectiva psicologizante y, por lo tanto, individual y patológica.

En este sentido, es importante subrayar que un vasto sector poblacional quedó por fuera de la incorporación al sistema productivo en término de fuerza de trabajo. Dentro de esta población, se distinguen dos segmentos: el conformado

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por quienes no trabajan porque no pueden (huérfanos, viudas, enfermos y ancianos) y quienes no trabajan porque no quieren.

Para los primeros, la respuesta construida en términos de políticas sociales se verifica la implementación de un internamiento asistencial: el hospicio, el asilo, el orfelinato. Para los segundos, es decir, para quienes no se ajustan a la lógica fabril, el internamiento correccional: las casas de corrección, la cárcel. Ambas modalidades de internamiento (asistencial y correccional) se plantean como estrategias diferenciadas, pero las prácticas han dado cuenta de una íntima ligazón: destinadas a resolver la defectuosa integración al mundo del trabajo.

Desde esta premisa, la pérdida de la libertad será el modo en que se retribuya la desviación. Esta retribución, aunque no sea pecuniaria, expresa en sí misma el carácter clasista de la pena, toda vez que la libertad medida en su valor de uso se transforma en fuerza de trabajo y por tanto, en valor de cambio, la privación de la misma será privación de la única pertenencia que el trabajador posee.

Así se produce la primera inversión central en la lógica que primó durante la edad medieval: la cárcel ya no es el lugar donde esperar la pena el menor tiempo y donde el veredicto debía ser tan inmediato como sea posible.

Este será el trayecto inicial hacia las primeras formas de conocimiento criminológicas y la estrategia penitenciaria será consolidada en el pasaje hacia la edad de los monopolios, en la cual el criminal será el sujeto de intervención y conocimiento. El desafío político de estos tiempos será conciliar autonomía particular con sometimiento de las masas. Aparece con fuerza el contrato: en tanto la clase trabajadora debe resolver sus necesidades, careciendo de los medios para ello, no hay vínculo jurídico que obligue al sometimiento, sólo la necesidad de satisfacer las demandas de la producción y reproducción cotidiana llevarán a las masas expropiadas a vender contractualmente su fuerza de trabajo. El contrato se establece así entre personas libres e iguales.

El tema contractual resulta ser: cómo educar a los no propietarios para que acepten como natural su estado de proletarios, cómo disciplinar a las masas para que no atenten contra la propiedad y garantizar la libertad y la autonomía para que el mercado se autorregule.

El primer paso será la reforma penal y procesal, el eje será el contrato fundamentado en el pacto social por el que el estado se erige en propietario del poder represivo y será el Estado quien determine qué es lícito y qué no lo es, su voluntad se expresará en la ley.

Se consolida así el cuestionamiento a la pena de muerte: si el poder del príncipe (el Estado) viene del ciudadano es con el objeto de garantizar la paz social que no puede ser obtenida a cambio de un bien superior como lo es la vida.

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El criterio de la sanción penal será retributivo: un sufrimiento que equivalga a la ofensa. Aparece, entonces, la codificación para ordenar. El fin último sigue siendo establecer reglas de juego claras que permitan el desarrollo del mercado.

Las nuevas relaciones sociales de propiedad determinan que se recompensan actividades útiles y se condenan las dañosas sobre aceptación apriorística de una desigual distribución de la riqueza, definitiva e inmutable. El principio de igualdad entre hombres no se extenderá a la crítica sobre la distribución clasista de oportunidades. La ley penal definirá por decantación las formas lícitas de satisfacer necesidades.

La acción imputable queda entonces en un plano formal. No se consideran las condiciones del hombre para establecer la pena porque significaría asumir la diferencia clasista de oportunidades.

Si la violación a la norma es una forma propia de la condición de los no propietarios se puede entonces definir al criminal como irracional, primitivo, peligroso. Esto fundamenta el corrimiento de sentido hacia el trabajador, homologado como delincuente potencial y, por tanto, irracional, primitivo y peligroso.

Se enmascara la contradicción originaria, el principio de igualdad jurídica basado en un principio de expropiación económica.

III. Las disciplinas del disciplinamiento Los trabajadores sociales son aceite en

la maquinaria, una especie de consejo de seguridad. ¿Podemos funcionar sin ellos? ¿Estarían la víctima y el agresor en peor situación? (Christie, 1992:177)

Mencionamos que se produce una primera segmentación entre quienes no

pueden trabajar y quienes no quieren hacerlo. Para los primeros, las sociedades de beneficencia98 implementaban respuestas partiendo de la caridad y la filantropía; para los segundos, la labor del trabajador social implica una pronta detección de los factores de riesgo que propendan a incurrir en acciones lesivas, a partir de las definiciones elaboradas por el saber criminológico.

98 Se reconoce como una de las funciones de la Jefa de Personal de la casa de la Misericordia para Pobres Vergonzantes San José (sito en San Nicolás de los Arroyos) el atender a proveedores, familiares y asistentes sociales

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Para ambos, la mirada de inspección y control. Una muy bien intencionada Mary Richmond dirá: El problema de saber si el aspecto repulsivo de María B. y sus robos eran debidos a causas innatas e individuales o a un medio desfavorable, se presentó inmediatamente... lo logramos... gracias a la ayuda de médicos y psiquiatras expertos... la asistente social contemporánea es mucho más apta para descubrir con rapidez y exactitud que cualquier otra persona perteneciente a otra profesión. (Richmond, 2004: 32).

Con mecanismos de coerción, con estrategias de contención, como agente de asignación de recursos institucionales, como veedor del nivel de acatamiento a la norma y observador de la magnitud de internalización de la ley, se desarrolla la categoría profesional, respondiendo a la demanda de la burguesía de ampliar las bases de la práctica asistencial, otorgándole nuevos patrones de eficacia, eficiencia y racionalidad (Martinelli, 1997: 42).

El pasaje del capitalismo competitivo hacia el monopólico requirió el despliegue de estrategias centradas en la construcción de una sociedad de iguales; estas dinámicas convergentes requirieron del trabajo social y la criminología -entre otras disciplinas- para garantizar el ordenamiento que permitiera la maximización de los lucros con la menor resistencia posible.

Al desandar el proceso histórico social que liga íntimamente al trabajo social con la criminología observamos cómo se gesta, desde sus matrices, un perfil de trabajador social que, respondiendo desde la inmediatez, resulta funcional a los requerimientos del desarrollo del capital; porque es sobre la psicologización de las relaciones sociales que avanzará la auto representación de la sociedad burguesa en la etapa imperialista (Netto, 1997: 87).

A partir de considerar que la profesión adquiere una existencia propia en virtud de la división del trabajo (Marx, 1972: 25), recuperamos aquí relación inmanente entre la criminología y el trabajo social, las cuales anudan las estrategias de consenso y coerción como marca de fuego, reproducidas en intervenciones sustantivas en torno a las diversas expresiones de la cuestión social -entendida como las múltiples expresiones de la contradicción entre el capital y el trabajo.

Es posible identificar -desde esta perspectiva y a lo largo del recorrido histórico de ambas disciplinas- las transformaciones que las diversas fases del desarrollo del capital ha demandado, visualizando cómo a las diversas conceptualizaciones que el discurso del orden impone sobre el problema de la criminalidad le siguen políticas públicas que enfocan una arista del mismo, introduciendo nuevas demandas a las profesiones.

Vemos en la actualidad cómo los discursos sobre el orden y su alteración (el delito) se contraponen y coexisten generando controversias tan profundas como la que se halla aún en el escenario público sobre el aborto. Del mismo modo, comprobamos cómo se confrontan y conviven posiciones antagónicas acerca de

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la profesión. Para quienes trabajamos en el ámbito penal, el entrecruzamiento de ambos campos en disputa necesariamente llevan a confusiones y perplejidades. Los debates son de tal magnitud y complejidad y las condiciones de trabajo tan difíciles –por simplificar al máximo la definición de las mismas- que resulta una tarea titánica su abordaje. Para entorpecer este contexto, la concepción positivista sobre las disciplinas y su ilusoria especificidad abonan la parcelación de los saberes, dejando para la abogacía la primacía sobre el derecho, extendido excepcionalmente a otros profesionales especializados: antropólogos, psicólogos, sociólogos, psiquiatras forenses o criminólogos. Además, los debates sobre las corrientes criminológicas y los discursos del orden requieren de una formación que el trabajador social no ha desarrollado aún.

Desentrañar la cuestión penal permite visualizar cómo se fue perpetrando el fenomenal andamiaje jurídico-normativo desde la constitución misma del Estado-Nación en nuestro país, al ritmo de la inserción de Argentina como agroexportador en la división internacional del trabajo, al tiempo que posibilita desentrañar la centralidad de la relación capital-trabajo en la misma.

En esta relación, el Estado adquiere un protagonismo inherente al desarrollo mismo del sistema, que se acentúa en economías subsidiarias como la nuestra. La estructura jurídica que se erige como mecanismo de legitimación y en un interjuego dialéctico se torna, a su vez, condición misma de existencia del propio sistema, establece una serie de agencias punitivas que promueven valores, los valores burgueses, que producen y reproducen mitos y creencias en un sistema de representaciones sociales que convierten a las instituciones de socialización primaria en las primeras agencias de penalización.

La familia, en aras de un marcado deber ser, fundará los cimientos de un sistema de premios y castigos, de roles y premisas que de ningún modo pueden ser desvinculados de la posición que ocupan en la división social del trabajo, aún cuando su imbricación llegue a niveles muy profundos. Esta tarea se continuará con eficacia en la escuela y será acompañada tenazmente por los medios masivos de comunicación., cercando así al sujeto en el corset de la socialización primaria. Así, la acción del Estado podrá recaer eficazmente sobre una población ya seleccionada y aleccionada en la rutina de violación de sus derechos y en la fragilización de sus potencialidades.

En un contexto de creciente desigualdad, con predominio de políticas de represión, la criminalización de la pobreza se agudiza, en el marco de flagrantes violaciones a los derechos humanos

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IV. Criminalización de la pobreza. Procesos convergentes

La lucha contra la pobreza responde siempre a las necesidades de los que no son pobres. (Simmel, 1999: 76)

En los últimos años asistimos a un complejo cuadro en el cual conceptos y

prácticas se entraman, otorgando confusos sentidos a procesos que anudan discursos de seguridad a una lógica puramente sancionadora, vinculando monolíticamente el concepto de seguridad ciudadana, a partir de entenderla, siempre y solamente en relación con los lugares públicos y de visibilidad pública o con relación a un pequeño número de delitos que entran en la así llamada criminalidad tradicional que están en el sentido común y son dominantes en la alarma social y en el miedo a la criminalidad (Baratta, 2004: 206).

De este modo, procesos complementarios quedan invisibilizados. Entre estos procesos, señalamos la convergencia de tres mecanismos cuya relevancia es irrefutable: la judicialización de la vida cotidiana, la penalización de la pobreza y la criminalización de la protesta social.

Si bien el plexo normativo -referido a las diversas instancias de la vida cotidiana y sus múltiples relaciones- reconoce sus orígenes en la conformación de los estados nación, su crecimiento reciente en ámbitos y competencias resulta inobjetable, desde la intervención sancionadora de la medicina higienista en conventillos y barriadas periféricas, hasta la penalización ante incumplimiento de los deberes alimentarios, cada instancia de la cotidianeidad aparece regulada. Si resulta indiscutible la importancia de muchas de estas pautas para cubrir vacíos legales que protejan los derechos individuales, con el mismo énfasis resulta inobjetable su clara perspectiva clasista, no solo porque su poder sancionador se expresa fundamentalmente en la clase trabajadora sino porque la construcción social de las respuestas posibles promueve una mayor apelación a instancias jurídicas en los sectores más pobres. En este sentido, la psicologización de los problemas sociales, tornándolos problemas ético morales (Netto, 1992) lejos de resolver, agrava el problema99. Pensar en términos críticos el problema de los jóvenes, por ejemplo, implica remitirse a la realidad material en que se inscribe su historia100. Así, la judicialización de la vida cotidiana presenta efectos

99 Como ejemplos de este tipo de intervenciones mencionamos los procesos de revictimización de mujeres y niños víctimas de diversos tipos de violencia 100 Adam Crawford, en su libro Prevención del crimen y seguridad de la comunidad. Políticas, policías y prácticas plantea que uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos no estudia ni trabaja y sólo el 40 por ciento termina la escuela secundaria, cincuenta millones están fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo. No tienen acceso a un primer empleo… existe un 50% más de

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diferentes ante problemáticas iguales, fundamentando esta diferencia en indicadores socioeconómicos: quiénes apelan a la justicia para dirimir este tipo de situaciones tanto como qué respuestas obtienen denuncian la matriz clasista de esta estrategia.

Para Alberto Moreno, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo la llamada “penalización de la pobreza” se considera cada día más como la razón central de la persistencia de la desigualdad, el problema no es simplemente que los pobres no tengan dinero. El problema es más bien la alta proporción de sus modestos ingresos que tiene que invertir la gente de la base de la pirámide económica para cubrir servicios básicos, y por la dificultad que encuentra para obtener créditos y mejorar sus negocios.

Pese a esta aseveración tan conveniente a los intereses dominantes, una revisión crítica del proceso que define la penalización de la pobreza, resulta indispensable: es preciso pensar desde una perspectiva de totalidad que incorpore los múltiples vectores que integran esta estrategia central del sistema capitalista (ver Netto, 1992; Martinelli, 1997; Pavarini, 2003). Más de un siglo de prácticas de penalización de la pobreza se re dimensionan: la construcción del sujeto punible supera la mirada recortada que propone la perspectiva penal garantista, que en palabras de Zaffaroni responde a la selectividad del sistema penal, en este sentido, coincidimos con Baratta acerca de una instancia previa a la selección, integrada por procesos de penalización intergeneracionales, productores de subjetividades ancladas en los límites normativos.

En un comienzo, identificamos en la construcción de la clase trabajadora, una primera implementación de esta estrategia, cuando fue necesario que la masa de expropiados deviniera clase obrera, la categorización entre trabajadores y disidentes (Pavarini, 2003) habilitará la intervención punitiva institucionalizada con la participación de disciplinas específicas.

En este sentido, es sumaria la conceptualización de Netto acerca de la psicologización de los problemas sociales como pre requisito para un abordaje refractario que potencie su pulverización como expresión de la cuestión social, congruente con las explicaciones que las agencias económicas del capital definen: creo que ha llegado el momento de aplicar un nuevo enfoque: menos macroeconomía y más microeconomía. Tenemos que atacar directamente los obstáculos que impiden que la gente de bajos ingresos de nuestra región mejore su nivel de vida (Moreno, 2006: 3).

desempleo femenino –de donde surge gran parte de la prostitución, 20 millones de niños menores de 14 años son explotados laboralmente y siete millones en las más degradantes tareas como la prostitución, la pornografía y el tráfico de drogas. América latina produce alimentos que permitirían satisfacer las necesidades del triple de su población actual. Sin embargo 53 millones carecen de alimentos suficientes.

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Y en esta apelación a lo micro, los movimientos sociales, mas allá de sus características resultan una clara amenaza. La respuesta más categórica del sistema no hizo esperar: la criminalización de la protesta social, vigente desde la ley Cané (1902) se reactualiza con nuevos institutos penales, el Dr. Cortina (2003: 12) asesor letrado de la Federación Judicial Argentina, explica sus efectos: el verdadero peligro de los procesos penales no está en la condena sino en el proceso mismo, que significa toda una serie de restricciones y amenazas encubiertas o silenciosas… Muchas veces, el denunciante sabe perfectamente que el hecho no da para una denuncia, pero la hace igual porque de esa manera crea un riesgo. Y una denuncia no muy sustentada, sumada a otra de las mismas características, a otra más y a otra más, termina armando un paquete… que no es visible salvo para la persona que la tiene sobre su cabeza revisar citas, hay dos formas diferentes. V. Políticas sociales-políticas criminales

La desigualdad de clase es una desigualdad que tiene sus raíces en la estructura y el funcionamiento normal de la vida económica, y que se conserva y acentúa por las principales instituciones sociales y jurídicas de la época. (Mandel, 1977: 6)

Partimos de subrayar que, para el enfoque de estas reflexiones, no se emplea

indistintamente las adjetivaciones penales o criminales para las políticas destinadas a tratar punitivamente los problemas sociales. Los mecanismos enunciados remiten a determinaciones mayores, cuyo génesis solo es identificable recurriendo a un análisis estructural de las relaciones sociales producidas en la sociedad capitalista. El enfrentamiento de las clases fundamentales, como motor de la historia se expresa en los modos en que esta relación antagónica se desarrolla.

La cuestión penal, latiendo en el seno mismo de la cuestión social -como complejo de dispositivos, prácticas, discursos y normativas- pone de manifiesto los modos en que la aparente igualdad jurídica choca abruptamente con la desigualdad inherente al modo de producción capitalista.

En la actualidad asistimos a una agudización de esta contradicción, en palabras de Borón (2006) con la aparición de tres novedades producidas en el funcionamiento del capitalismo contemporáneo: hipertrofia del sistema financiero internacional, el papel de EEUU como potencia integradora y organizadora del sistema imperialista y la existencia de nuevos instrumentos de dominación que

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reemplazan o complementan los dispositivos clásicos: las agencias imperialistas facilitando el control de las economías periféricas y el desarrollo de dispositivos culturales de dominación imperialista.

En este contexto, recrudecen viejos problemas y se gestan nuevos conflictos cuyo abordaje se sustancia, como es histórico desde la consolidación del capitalismo, por la doble vía del consenso y la coerción. Las políticas sociales, como dispositivos gestados en esta confluencia, operan como componentes de una estrategia global anticrisis (Rossetti Bering, 1999) cuyos efectos son a la vez económicos y políticos101.

Las formas de enfrentar las refracciones de la cuestión social adquieren diversos aspectos, en este sentido presenciamos una agudización en la implementación de políticas penales entendidas como un tipo particular de política social, en tanto cumplen con las funciones reconocidas para esta estrategia del estado monopolista:

a. Abordan las refracciones de la cuestión social, en este caso, por la vía de la criminalización de las mismas, cuyos efectos se enmascaran con el mito terapéutico que permite cerrar el circuito con la promesa de tratamientos que retornen el sujeto desviado como sujeto útil.

b. Su implementación se halla en estrecha relación con los ciclos económicos del capital, incrementando su alcance y profundizando sus efectos en las crisis de onda larga del capital, propiciando la retracción de la clase trabajadora en sus procesos de conquista de derechos con el consecuente recrudecimiento de los mecanismos de coerción.

c. Su eficacia política es dual: sobre un flagrante reduccionismo del concepto de seguridad responde a la demanda social de protección y con la colaboración de los medios de masa crea y sostiene una presunta agudización del problema de la delincuencia cuya eficacia argumentativa es innegable, en tanto no existen constataciones objetivas de tal proceso.

Será en la década de los `70 que la criminología crítica comience a procurar desarmar este andamiaje aséptico, problematizando la génesis de las políticas criminales, desnaturalizando su construcción, en tanto imprimen una perspectiva criminal a los problemas sociales. Así, las respuestas ante problemáticas que remiten a la agudización de las contradicciones generadas por el sistema se leen en clave criminal, cuya sanción recae insoslayablemente sobre las consecuencias y no sobre la génesis del problema. 101 Para la autora es nodal recuperar esta doble función, superando la mirada simplificadora y dicotomizadora que coloca a las políticas sociales como estrategia de compensación o mecanismo de consenso.

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Al respecto, la ley de estupefacientes, la penalización de la prostitución y los delitos contra la propiedad son claros exponentes de estas afirmaciones.

En el caso de la ley 23.737, su formulación como prescripción jurídica de un problema de salud pública indica una clara opción ideológica y política sobre la temática, las estadísticas denuncian que más del 90 % de las causas penales iniciadas bajo esta normativa, se vinculan con el consumo y no con el tráfico, y cuando esto sucede, siempre se trata de pequeñas cantidades, insignificantes frente a lo que implica el tráfico de drogas.

En cuanto a la prostitución, la sanción invariable de las trabajadoras sexuales obvia la raíz más dolorosa de un problema creciente en la región: la trata de blancas, con su red de proxenetas y clientes prestigiosos que motorizan el mercado más denigrante desarrollado.

En cuanto a los delitos contra la propiedad, los que suman más del 80 % de las causas penales, son profusas las elaboraciones acerca de su rol en la invisibilización de los delitos económicos.

De este modo, entendiendo que las políticas sociales son mecanismos implementados por agencias estatales -o pertenecientes a la sociedad civil- destinadas a abordar las refracciones de la cuestión social, con una doble dimensión -económica y política- es posible pensar las políticas criminales como un segmento de las políticas sociales cuyo aspecto distintivo resulta de leer los problemas sociales en clave criminal.

Sin embargo, este aspecto distintivo debe ser subrayado enfáticamente, por cuanto su naturalización aporta a un ocultamiento de la génesis del problema y tiende a naturalizar uno de los más perversos mecanismos de control cuya producción de significados se materializa en normas y prácticas.

VI. Trabajo social en la contemporaneidad

Preguntar por la identidad… significa preguntar por su

papel en el proceso de producción de nuevas relaciones sociales y de transformación de la realidad, teniendo presente que cada momento tiene en si la fuerza de lo inaugural, el impulso creador de lo nuevo. (Martinelli , 1997: 194)

Para poder dar cuenta de la perspectiva que se sustenta se debe explicitar la

concepción acerca del Trabajo Social, que afirma que el proceso de consolidación de la profesión se da en el marco de la maduración del capitalismo monopolista y del ideario reformista burgués, a partir de la posición que la misma ocupa en la división socio-técnica del trabajo, confiriéndole un rol eminentemente político.

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Para Iamamoto se trata de realizar un esfuerzo de comprender la profesión históricamente situada, configurada como un tipo de especialización del trabajo colectivo dentro de la división social del trabajo peculiar de la sociedad industrial (Iamamoto, 1995: 24).

La Cuestión Social pasa así a ser tratada en sus refracciones, donde se operacionalizan los llamados “recortes” de la realidad que, a modo de proceso de ocultamiento, pretenden la pérdida de sustancia de la comprensión de la misma como totalidad. Se constituye lo que Netto denomina un “simulacro” donde el todo es ecualizado como integración funcional de las partes. Éste es el carácter de la Cuestión Social que el Trabajo Social deberá “administrar” en el marco de la sociedad burguesa.

Iamamoto (1997) afirma que el significado social de la profesión en la sociedad capitalista se encuentra en que la misma expresa la contradicción entre las relaciones de clases, dice al respecto (…) la actuación del asistente social es polarizada por los intereses de tales clases, tendiendo a ser cooptada por aquellos que tienen una posición dominante. Reproduce, también, por la misma actividad, intereses contrapuestos que conviven en tensión (Iamamoto, 1997: 89).

Esta dinámica que se expresa en las respectivas prácticas sociales, posibilita al Trabajo Social hacer rupturas necesarias para posicionarse, como disciplina, desde una perspectiva critica que interpele el lugar asignado de control y vigilancia.

Una profesión que pueda desplegar todas sus potencialidades en el compromiso y aporte a los diversos proyectos societales emancipatorios, considerando que los mismos se constituirán al interior de la compleja trama que el propio proceso histórico de la lucha de clases genera.

Es así como en nuestro colectivo profesional se debe afianzar este aporte a partir de la construcción de múltiples y diversos proyectos éticos – políticos que articulen efectivamente con dichos proyectos societales.

Es necesario precisar en qué momento se encuentra la profesión hoy; qué desafíos debe sortear; qué respuestas debe elaborar, pero fundamentalmente en qué situación socio-política interviene. Que el servicio social se de un baño de realidad plantea Iamamoto a propósito de centrar el esfuerzo en romper cualquier relación de exterioridad entre profesión y realidad. Se trata de incorporar a ello, el desafío de desentrañar esa realidad que se nos presenta inmediata, confusa para entender la génesis de la Cuestión Social, las situaciones particulares y los fenómenos singulares con los que el Trabajador Social se enfrenta en sus lugares de trabajo. La misma autora afirma que este ejercicio supone investigar para acompañar la dinámica de los procesos sociales que involucran esas realidades (Iamamoto, 1997: 207).

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Para comprender la esencia de estos fenómenos se parte de concebir la realidad como una totalidad concreta, como afirma Pontes (2003), se trata de la categoría ontológica que representa lo concreto, como síntesis de múltiples determinaciones, la concepción de totalidad entendida como un complejo constituido por otros complejos. Tal como lo descubre Marx (2005:301) lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso.

Esto implica recuperar el movimiento de lo real desde un proceso de aprendizaje que incorpore la ruptura como momento cualitativo de síntesis de nuevos conocimientos que se integran desde las dimensiones teórico-metodológica y ético-política. Desde esta concepción se trata de una construcción de aproximaciones sucesivas, provisorias, que nos conducen a nuevas esferas del conocimiento del objeto. Tal como afirma Lessa (2000: 202) es inevitable tener siempre algo nuevo que conocer, por eso el conocimiento es un proceso de aproximación inagotable.

Desde esta perspectiva ontológica, que concibe al punto de partida desde el concreto-real, es que se adquieren los insumos necesarios para poder dar cuenta de las categorías centrales para el Trabajo Social. Esto requiere el esfuerzo de construir las correspondientes mediaciones conceptuales.

Retomando a Lessa (2000: 226) se recupera la concepción metodológica marxiana, según la cual, para que la subjetividad pueda recabar las determinaciones de la realidad bajo la forma de teoría, es necesario que sobrepase la inmediaticidad de las representaciones meramente dadas, y que, por medio de “abstracciones aisladoras” descomponga analíticamente la realidad, y en seguida opere la síntesis que conduce al ´universal concreto.

Desde la complejidad colocada por esta perspectiva se propone el desafío de

poder desplegar algunos de estos aspectos de la intervención profesional en el ámbito de la cuestión penal.

VII. Trabajo social en el ámbito de la cuestión penal Bajo la aparente neutralidad de un denominador común, el espacio socio

ocupacional delimitado como justicia, presenta una complejidad que interpela la capacidad crítica de los profesionales, siguiendo a Iamamoto aprehender el carácter de clase de las organizaciones en las cuales trabaja el profesional… es condición para desvendar el significado de esa institución y los efectos sociales de la práctica de sus agentes (Iamamoto, 1992:149).

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Siguiendo a Cadematori (2007:96) en la particularidad de la provincia de Buenos Aires el estado el principal empleador para el trabajo social, la ley de congelamiento de vacantes torna inviable la incorporación de los profesionales en la planta permanente del poder ejecutivo, salvo que esto se gestione por vía de la excepción. En este sentido, son las agencias de control las que pueden realizar esta incorporación: el Ministerio de Seguridad (como agente de policía) y Justicia (en el Servicio Penitenciario y en el Patronato de Liberados).

Debiendo acotar el análisis, nos centraremos brevemente en este último esquema, propuesto por la ejecución penal.

Las argumentaciones acerca de la finalidad del encierro pivotean entre la prevención general positiva, y la prevención general negativa. La primera es entendida como la construcción de consenso y confianza acerca del buen funcionamiento del orden social.

La segunda, es decir la prevención general negativa, coloca a la pena como ejemplificadora, como medio de disuasión para quienes piensan en transgredir las normas.

A casi dos siglos de consolidación de la privación de la libertad como pena casi excluyente, los discursos legitimadores del encierro se debilitan.

Por su parte, se desenmascara la farsa del mito terapéutico, bajo el argumento de la prevención especial positiva, justifica el encierro desde una perspectiva correccionalista, no es sustentable argüir una finalidad resocializadora para la pena, cuando se ha fundamentado sobradamente el carácter meramente punitivo del encierro, con un poder iatrogénico incontrastable, la verdadera finalidad del sistema punitivo aflora devastadora: la prevención especial negativa, la necesidad de delimitar al otro diferente, al potencial enemigo, por efecto o por defecto. Sobre esta ideología, la palabra autorizada de Charles Murray el Gobierno pierde tiempo y dinero con los programas de ayuda social, teniendo en cuenta que la naturaleza, es decir, los genes, tiene mucho más que ver con el éxito que la educación. Más todavía: esos programas son la raíz del mal, porque mantienen la dependencia y contribuyen a la propagación de los bajos coeficientes intelectuales (Demaría, 2007:3).

La criminalización de la pobreza emerge en toda su demoledora vitalidad. Sin embargo, la heterogeneidad de posicionamientos, la superficialidad con que se aborda muchas veces el problema, la diversidad de discursos que circulan, proveen las coordenadas propicias para una multiplicidad de prácticas que, en muchos casos, procuran sostener el ideal resocializador.

¿Que rol se le asigna al trabajador social en este contexto? Hace un tiempo venimos sosteniendo que en este escenario, la demanda hacia el trabajo social refuerza este ideal y coloca al profesional ante una demanda predictiva y terapéutica: predictiva en tanto se espera que pre anuncie los

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comportamientos esperados y sus posibles alteraciones, terapéutica, en tanto se remite al tratamiento como estrategia adaptativa, como espacio de reflexión y revisión de conductas y decisiones que permita construir un proyecto diferente en la misma sociedad que lo construyó como sujeto punible.

El Patronato tiene su epicentro en el control del cumplimiento de las pautas compromisorias impuestas judicialmente y la inclusión en programas asistenciales queda supeditada a este cumplimiento entre otras condiciones restrictivas. El Servicio Penitenciario acota los derechos de la población trocándolos en beneficios intercambiables, negociables por sometimiento a pautas institucionales y el espacio profesional se restringe por la sobre demanda de tareas.

En este escenario, ¿como pensar en la construcción de legitimidad social? siguiendo a Montaño (2000) ésta solo es posible en la relación oferta-demanda de servicios, pero… cuando la intervención estatal se acota a una intervención punitiva y el profesional es parte de esa estrategia, ¿cómo se construye esta legitimidad social indispensable?, cuando la intromisión de lo público en el espacio de lo privado -entendiendo que la privación de la libertad es la mayor intromisión que el estado realiza en la vida de una persona- ¿cuáles son las posibilidades de aportar efectivamente a la ampliación de los derechos mínimos que hombres y mujeres tenemos por el solo hecho de ser humanos? ¿Cuáles son los límites que la ética impone? La criminalizacion de la pobreza, nos convoca a pensar nuevos modos de intervención que permita enfrentar estos procesos de barbarizaciòn de lo social

La categoría profesional se halla atravesada por lecturas divergentes y contradictorias acerca de la cuestión penal, producto de la confluencia indiscriminada de corrientes criminológicas cuyo sustrato teórico aparece difuso, permeable -y permeado- por discursos en pugna que se presentan desde la asepsia institucional como demandas de intervención específicas de las agencias estatales tanto pre nociones adquiridas en el transcurso de la formación.

Contingentemente, los avances en la investigación permiten identificar nudos problemáticos, aportando a la construcción de conocimientos específicos en el área de justicia y proveen insumos para la elaboración de propuestas de extensión, implementando proyectos que propongan vías de abordaje a los problemas visualizados.

Entendiendo que…la vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica (Marx, 1980:8) , la forma dialéctica en que investigación, docencia y extensión se imbrican, permiten identificar áreas de vacancia en la formación, proponiendo modos de intervención, articulando y fortaleciendo una red relacional que integre las miradas disciplinares

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

involucradas en la construcción de la cuestión penal como objeto de estudio y las agencias de justicia, como ámbito de intervención.

Si bien la formación de grado proporciona elementos básicos para la intervención, las transformaciones en la Cuestión Social, la reconfiguración del Estado, con una agudización de las políticas de penalización y judicialización de la pobreza, así como nuevos planteos en la legislación penal, con graves consecuencias para los sujetos involucrados, constituyen un escenario de creciente complejidad, interpelando la capacidad de generar respuestas acordes con el desafío que esta realidad nos plantea.

El desempeño profesional en la temática debe contar con espacios adecuados en la academia para revisar y objetivar la intervención, proporcionando elementos para repensar críticamente la formación de grado y disponer de instancias adecuadas en cuanto a la formación de pos grado.

Siguiendo a Barroco pensamos que toda intervención profesional interfiere en la realidad (re)produciendo valores sociales y políticamente direccionados. En nuestra doble inscripción de docentes y profesionales insertos en el ámbito de la cuestión penal, apostamos a una profunda revisión de las instancias y condiciones de formación del colectivo profesional y a la organización política del colectivo, pilares constitutivos para la creación de alternativas, reafirmando la relación entre competencias teóricos metodológicos y compromisos éticos políticos.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Capitulo VI

Cuestión social y políticas asistenciales

Análisis del afianzamiento de las políticas de asistencia alimentaria como respuesta a de la metamorfosis de la cuestión social102

Martin Ierullo

Introducción

A través del presente trabajo se pretende analizar el afianzamiento de las políticas de asistencia social, en especial los programas de asistencia alimentaria, en el marco de la metamorfosis que sufre la cuestión social.

En este sentido, el trabajo se estructurará en dos partes: • En la primera de ellas se analizará desde la perspectiva de

Esping Andersen y otros teóricos asociados, la estructuración de los riesgos en la sociedad actual y la relación entre la tríada familia-Estado-mercado en torno a la gestión de estos riesgos. A partir de estos aportes, se realizará un análisis del proceso de constitución de instituciones de protección social en nuestro país en el marco de la constitución de Estados de Bienestar en diversos países del mundo, y el proceso de debilitamiento de muchas de estas instituciones en el marco de la aplicación de políticas neoliberales a partir de la década del setenta.

• En la segunda parte, se analizará el proceso de consolidación de las políticas de asistencia alimentaria, en nuestro país. Para realizar este análisis se tomará en cuenta las siguientes dimensiones: a) continuidad en el desarrollo de estas acciones, b) instalación de esta estrategia en los distintos niveles de gobierno (nacional-provincial-municipal) y c) tipo de prestaciones de las políticas alimentarias alimentarias.

102 Las consideraciones expuestas en el presente trabajo constituyen la presentación de los avances del proceso de investigación y reflexión desarrollado en el marco de la elaboración de la tesis de posgrado del autor.

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PRIMERA PARTE La estructuración de riesgos y su gestión en la sociedad actual

Siguiendo a Esping Andersen (2000), puede argumentarse que la vida de los seres humanos está expuesta a distintos riesgos, cuya probabilidad de efectivizarse se distribuye al interior de la sociedad de manera diferencial. Este autor sostiene que las regularidades sociales en cuanto a la distribución de los riesgos pueden comprenderse en función de tres ejes:

1) Riesgos asociados al sistema de clase: Los mismos están asociados a la posición que el sujeto o colectivo ocupe en la estructura social. La probabilidad de un riesgo social de este tipo se distribuye de manera desigual en los distintos estratos sociales. Por ejemplo, el riesgo a padecer determinadas enfermedades laborales o a no acceder a los medios suficientes para satisfacer las necesidades nutricionales, etc.

2) Riesgos asociados a la trayectoria vital: Refiere a la distribución de los riesgos de acuerdo a la etapa evolutiva por la que atraviesa el sujeto. Desde esta perspectiva se identifican riesgos específicos para cada etapa de la trayectoria vital. Puede afirmarse entonces, que los riesgos a los que se ven sujetos los niños pequeños son claramente diferentes a los de los adultos o de los ancianos, por ejemplo con respecto a la posibilidad sufrir determinadas enfermedades o a la dependencia de otras personas que garanticen su cuidado.

3) Riesgos asociados a la transmisión intergeneracional: Se asocian a la transmisión que se produce de generación en generación. En este sentido se visualiza que determinados individuos de las generaciones actuales presentan desventajas relativas frente a otros de su misma generación en función de estructuras de desigualdades heredadas. Por ejemplo, el desigual acceso a la educación en función del nivel educativo alcanzado o inserción laboral de los progenitores.

A estos ejes, otros autores (Martínez Franzoni 2008; Sojo 2007) incorporan los riesgos asociados al sistema de sexo- género, en tanto afirman que las estructuras de las relaciones entre los géneros constituyen otro factor a tomar en cuenta a la hora de entender la distribución de los riesgos al interior de la sociedad.

Estas dimensiones nos permiten comprender la complejidad de factores que intervienen en la distribución de riesgos al interior de nuestra sociedad y la diversidad de riesgos que pueden reconocerse.

Sin embargo, los riesgos no revisten en todos los casos ni han revestido históricamente un carácter social o público. El reconocimiento de un determinado

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

riesgo como social surge de complejos procesos a través de los cuales se identifica la necesidad de atención pública de determinados cuestiones y no de otras, lo cual constituye la base para el desarrollo de políticas de atención de los problemas sociales.

Tal como desarrolla Martínez Franzoni (2008:23) “las estructuras de riesgos socialmente interpretadas y su reflejo en las decisiones colectivas, por ejemplo la política pública, no son aleatorias ni inmutables. Se cristalizan en prescripciones tanto en el plano individual e interpersonal como en el plano de las políticas públicas. Estos son paradigmas de la política pública un conjunto relativamente articulado de proposiciones sobre la realidad y sobre cómo debe ser abordada. Como parte de estos paradigmas (…) las nociones sobre riesgo pueden conllevar definiciones sobre cómo prevenirlo, mitigarlo o atenderlo”.

En cuanto a la gestión o cobertura de estos riesgos, Esping Andersen (2000) identifica tres principales fuentes de gestión de los mismos, las cuales poseen principios y lógicas distintas. Estas fuentes son la FAMILIA, el ESTADO y el MERCADO.

La familia en tanto fuente de gestión de los riesgos se basa en los lazos de solidaridad y en la distribución de responsabilidades entre los géneros y las generaciones que integran los hogares. Históricamente, la familia ha sido el espacio fundamental en donde se han compartido y gestionado los riesgos, principalmente aquellos asociados a la trayectoria vital.

Con respecto a la cobertura de riesgos a través del mercado, se produce a través de la compra o contratación de seguros o servicios privados. En este sentido se produce un acceso diferencial en función de la posición socio-económica y de los ingresos que los individuos poseen. Tanto la oferta como el valor que adquieren estos seguros o servicios, dependen del cálculo mercantil acerca de la probabilidad que el riesgo se concretice en el corto o mediano plazo y los costos que demandaría la cobertura en caso de necesitar hacerse efectiva.

Con respecto al Estado, tal como fue analizado anteriormente el reconocimiento del carácter público o social de determinados riesgos (y en función de esto, su identificación como situaciones que requieren la intervención estatal) constituye uno de los factores fundamentales para la conformación del Estado como fuente de gestión de los riesgos.

Estudios más recientes de este autor (Esping Andersen, 2001) incorporan también a las instituciones sin fines de lucro u organizaciones de la sociedad civil como otra instancia de gestión de los riesgos, distintas a las enunciadas anteriormente.

En función de las relaciones y distribución de responsabilidades que se generan entre las fuentes de gestión antes desarrolladas (familia-Estado-mercado-organizaciones de la sociedad civil), podrá hablarse de distintos

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regímenes de bienestar. Tal como desarrolla Martínez Franzoni (2008), existen tres dimensiones de análisis que permiten operacionalizar el régimen de bienestar:

1. Grado de mercantilización de la fuerza de trabajo. Esta dimensión se refleja en la capacidad del mercado laboral de proveer trabajo remunerado a la población y la calidad de dicho trabajo.

2. Grado de desmercantilización del bienestar. La presente dimensión hace referencia al grado en que el Estado, a través del desarrollo de políticas sociales, debilita los vínculos monetarios al garantizar derechos a las personas independientemente de su participación en el mercado.

3. Grado de desfamiliarización del bienestar. Esta dimensión refiere al grado de reducción de la dependencia del individuo respecto de la familia, o sea de la capacidad del individuo de control sobre los recursos económicos, independientemente de las reciprocidades conyugales o familiares.

En función de los conceptos y dimensiones descriptas, se procederá a analizar las relaciones y distribución de responsabilidades entre las distintas fuentes de gestión de los riesgos en nuestro país, en especial en cuanto a los riesgos asociados al hambre en tanto problemática social. La atención de las necesidades alimentarias en distintos períodos históricos de la Argentina

Tomando en cuenta las consideraciones desarrolladas anteriormente se

analizarán las diversas formas que ha asumido la atención de las necesidades alimentarias en los distintos períodos históricos en nuestro país y las políticas sociales desarrolladas en este campo de intervención.

a) Primer período: La constitución del Estado Nacional. (1880-1930) A partir de la estructuración del Estado argentino a finales del siglo XIX se

consolida el modelo agroexportador por medio del cual se fortalece el sistema de mercado en el país y se logra una inserción en el sistema capitalista mundial en tanto nación productora de bienes primarios. La posibilidad de ubicar parte de la producción agrícolo-ganadera en el mercado internacional impactó en el afianzamiento de los sectores oligárquicos los cuales eran propietarios de grandes extensiones de tierras dedicadas a esta actividad, y a su vez en la orientación del mercado en función de las necesidades de intercambio internacional, perdiendo de vista los requerimientos del mercado interno.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

En el marco de la consolidación de este modelo económico se conforma el Estado Nacional desde el cual desarrollan diversas políticas en pos de la fortalecer la identidad nacional y se implementan una serie de políticas liberales que apuntaron a garantizar el desarrollo del modelo de exportación de productos primarios y la consolidación del sistema de mercado.

En cuanto a la atención de las necesidades alimentarias, las mismas aparecían como una cuestión ligada al ámbito doméstico y a las posibilidades de cada grupo familiar de participar en el mercado para acceder a los productos.

Desde el campo de la salud se observa en este período una creciente preocupación por la alimentación y las condiciones de higiene de los sectores empobrecidos. Esta preocupación se materializó a través de acciones de vigilancia y disciplinamiento de las familias populares en el marco de la estrategia médico-higienista que se llevó a cabo en nuestro país.

La asistencia social y en particular la asistencia alimentaria, no constituyeron una política sistemática por parte del Estado. En cambio se legitimó la acción de la Sociedad de Beneficencia y de otras instituciones de bien público en la atención de las problemáticas de la pobreza urbana, focalizando su atención en aquellos individuos que presentaban mayores condiciones de vulnerabilidad (niños, ancianos, discapacitados, etc).

Sin embargo puede argumentarse que la crisis económica mundial de 1929 planteó fuertes limitaciones al modelo agroexportador y de políticas liberales desarrollados en esta etapa. Lo cual se expresó en la necesidad de repensar las medidas de protección del mercado interno y de atención de las situaciones de carencia que se multiplicaron como consecuencia de la crisis mundial. En este marco y luego del primer golpe militar en 1930 se desarrollaron medidas que apuntaron a la protección del mercado interno. También en este marco se observan las primeras discusiones acerca de la necesidad de encarar acciones de asistencia social desde el Estado.

En este contexto posterior a la crisis económica de 1929 y de afianzamiento a nivel mundial de los Estados de Bienestar, emerge en la Argentina el movimiento justicialista a partir del cual se consolidaron los procesos antes enunciados y se propendió a la conformación de un nuevo modelo de estado.

b) Segundo período: El Estado Social en Argentina (1946-1976) A partir de la asunción de J. D. Perón a la presidencia en 1946 se apuntó a

consolidar los procesos de industrialización sustitutiva y de protección del mercado interno. Al mismo tiempo, se observa un incremento en la inversión en diversas áreas de políticas sociales en pos de fortalecer las intervenciones universales, principalmente en los campos de la salud y la educación.

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Las acciones proteccionistas, la nacionalización de servicios y la creciente intervención estatal, facilitaron a que pudiera reforzarse el sentimiento de pertenencia nacional.

En el campo laboral, puede sostenerse que se apuntó al sostenimiento del pleno empleo y de niveles considerables de salarios con el objeto de estimular el consumo de bienes y servicios desde los sectores populares y las clases medias.

Además se reconocieron diversos derechos sociales vinculados a la condición de trabajador, los cuales no solamente surgieron de la voluntad política del gobierno, sino también de los procesos de lucha emprendidos por el movimiento obrero.

Estos derechos sociales plantearon beneficios tanto al varón jefe de hogar (el cual se inserta laboralmente en forma prioritaria) como así también a su grupo familiar. Los mismos son por ejemplo el sistema de obras sociales, el sistema de seguridad social y las asignaciones familiares, entre otros.

Los procesos antes desarrollados se enmarcaron en el contexto histórico mundial de constitución de los Estados de Bienestar en diversos países, los cuales significaron la asunción por parte del Estado de responsabilidad en la gestión de diversos riesgos o la atención de necesidades que eran considerados como sociales o públicos.

Si bien existen controversias acerca de si se constituyó un Estado de Bienestar en la Argentina debido a las características que desarrolló la intervención estatal en este contexto, puede observarse que Argentina, al igual que Chile y Uruguay, constituyeron casos especiales en relación al resto de los países latinoamericanos, debido al alto nivel de trabajo asalariado que se sostuvo hasta mediados de la década del setenta y a la constitución de instituciones de protección social (Barbeito, Zuazua, Rodríguez Enriquez; 2003). Esta afirmación se refuerza con el análisis realizado por Svampa (2005), desde el cual se sostiene que:

En un contexto de pleno empleo – y más allá de las asimetrías regionales y los bolsones de marginalidad- la pregnancia del modelo nacional-popular fue tal, que durante mucho tiempo se consideró que la Argentina estaba más cerca de las “sociedades salariales” del Primer Mundo (con quienes compartía índices de distribución de la riqueza, tasas de sindicalización y fuerte desarrollo de las clases medias) que de otros países latinoamericanos, donde la fractura social aparece como una marca de origen, en muchos casos, multiplicada por las diferencias étnicas (Svampa, 2005:75)

La relación asalariada se constituyó en una relación fundamental, en tanto el empleo constituía el principal medio de inclusión social de los trabajadores y sus familias y a su vez una condición esencial para el acceso a beneficios sociales.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

En este contexto se integraron dos tipos de intervenciones diferenciadas: por un lado el Estado que proveía bienes y servicios para la atención de determinadas necesidades, principalmente aquellas que resultaban más onerosas para las familias (como por ejemplo el acceso al sistema educativo y sanitario); y por otro lado las familias se ocuparon de la satisfacción de las necesidades materiales cotidianas (alimentación, abrigo, etc.) a través de la adquisición de satisfactores en el mercado y de la generación de relaciones de cuidado y reciprocidad al interior del núcleo familiar.

De esta manera, se apuntaba a mitigar (aunque no siempre de manera efectiva) la persistente conflictividad social, la cual en el marco de los altos niveles que alcanzó la sindicalización y la movilización política de la clase trabajadora estuvo lejos de desaparecer. Aún cuando la cobertura de las necesidades básicas a partir de los ingresos obtenidos por el salario en el marco de un alto nivel de empleo, el fortalecimiento de las políticas sociales en distintas áreas y el afianzamiento del modelo patriarcal, favorecieron la conformación de una malla de protección social fuerte y estable que facilitó los proceso de integración social.

Las características principales de este modelo de Estado continuaron vigentes hasta mediados de la década del 1970, cuando en el marco de una nueva crisis económica mundial y de la irrupción del golpe militar en 1976, se produce un quiebre en la orientación de las políticas desarrolladas.

En el campo de la atención de las necesidades alimentarias, en primera instancia puede afirmarse que al igual que otras necesidades básicas cotidianas, aparecieron bajo la responsabilidad de las familia, en tanto las unidades domésticas debían comprar en el mercado los bienes necesarios para garantizar la ingesta de nutrientes, al mismo tiempo que garantizar los cuidados alimentarios al interior del grupo familiar.

Sin embargo, a diferencia del período anterior, se evidencia que desde el Estado se realizan acciones de regulación del mercado alimentario en pos de garantizar precios accesibles en los productos de primera necesidad. Este aspecto significó un quiebre con respecto a las formas de intervención que se habían desarrollado en el período anterior. Dicha política se materializó a través de la aplicación de incentivos, regulación de precios de los productos de primera necesidad y control de importaciones y exportaciones.

Las políticas asistenciales constituyeron un campo residual de intervención estatal (Andrenacci, 2005), debido a que en el marco del sostenimiento de altos niveles de empleo asalariado la pobreza estaba concentrada en pequeños bolsones en centros urbanos y en zonas rurales (ligadas al problema de la marginalidad social).

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c) Tercer Período: Crisis del Estado Social en la Argentina (a partir de 1976)

Hacia mediados de la década de 1970 se produjo a nivel mundial una crisis que puso en cuestión la legitimidad de la intervención del Estado en la regulación de la economía y el rol protagónico que había asumido en la provisión de bienestar a las familias.

Como consecuencia de esta crisis, la cual afectó también a nuestro país se aplicaron progresivamente políticas de corte neoliberal que propendieron a la desregulación y apertura de los mercados y a la eliminación del déficit fiscal a través del recorte del gasto público. Estos procesos fueron acompañados por una fuerte desindustrialización y el establecimiento de medidas de flexibilización del mercado laboral.

Estas políticas que se comenzaron a implementar en Argentina en la década de 1970 en el marco de la Dictadura Militar y que se agudizan en la década de 1990, impactaron en las condiciones de vida de la población. Esta situación se manifiestó en el incremento de los índices de desempleo y pobreza, y en la proliferación de situaciones de precariedad laboral.

Puede sostenerse que en este contexto se expresa lo que Castel (2006) denomina metamorfosis de la cuestión social. En tanto se observa que si bien las relaciones de desigualdad esenciales del sistema de producción capitalista se mantienen, la precarización de las condiciones de trabajo y la flexibilización de las formas de contratación ponen en cuestión el rol histórico que había asumido el empleo en tanto medio para la inclusión social de las familias.

Puede afirmarse, entonces, que en este contexto la cuestión social se redefine en términos de pobreza (Merklen, 2005), en tanto el problema de la pobreza irrumpe en la agenda pública y en el afán estadístico. Tal como señala Merklen (2005), “la denominación de pobres de los que eran considerados hasta entonces trabajadores comporta una redefinición de los problemas sociales y de los dispositivos capaces de servir al combate de la nueva plaga” (Merklen 2005:111).

En este marco, las políticas sociales adquieren un carácter focalizado sobre los grupos considerados con mayores niveles de vulnerabilidad, convirtiéndose en acciones compensatorias frente al afianzamiento de los procesos excluyentes. Siguiendo a De Martino (2004) puede afirmarse que:

En líneas generales, la política social es encarada como una serie de medidas que apuntan a compensar los efectos negativos de los ajustes macroeconómicos realizados. (…) Parecería que las Políticas Sociales pierden su función integradora y son concebidas como transitorias en la medida en que luego de una fase inicial, el modelo económico producirá crecimiento y generación de empleos, haciendo innecesarios los programas sociales. (De Martino, 2004:115)

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

En cuanto a las políticas vinculadas con la alimentación se presentan dos procesos principales: a) se debilitan los instrumentos de regulación del mercado alimentario, a través de la promoción de una política aperturista y neoliberal. Esta política se refuerza en 1991 con la creación de un decreto de desregulación económica que termina con los entes reguladores creados en el contexto posterior a la crisis de 1929 y los mecanismos generales de regulación de precios. b) se sostiene una serie de políticas de asistencia alimentaria destinada a la población en situación de pobreza.

Sobre este segundo punto, se detendrá la segunda parte del presente trabajo, analizando en forma pormenorizada las características que asumieron las políticas asistenciales implementadas a partir de 1984. SEGUNDA PARTE El Plan Alimentario Nacional (PAN) como punto de inflexión en el campo de las políticas de asistencia alimentaria

La implementación del Programa Alimentario Nacional se produce en el marco

de la asunción del Dr. Raúl Alfonsín como Presidente de la Nación. Dicha asunción resulta significativa, debido a que constituye el primer presidente electo luego de última Dictadura Militar (1976-1983). Raúl Alfonsín, declama desde la campaña presidencial el desarrollo de acciones que apunten a la recuperación plena de la democracia. Entre dichas acciones se encuentra el desarrollo de un plan de asistencia alimentaria que permita intervenir sobre las poblaciones en situación de pobreza de todo el territorio nacional103.

Pocos días después de la asunción, el Presidente Alfonsín envía al Congreso Nacional un paquete con 22 proyectos de ley sobre diversas temáticas, entre los cuales incluye uno que planteaba la creación del Programa Alimentario Nacional, tal como había sido anunciado en la campaña partidaria. En la fundamentación de dicho proyecto de ley puede observarse que la problemática no se fundamenta en la existencia de informes que arrojaran datos empíricos acerca de la situación de pobreza de la población o del grado de carencia alimentaria. En cambio, se fundamenta en el reconocimiento de los efectos que habían tenido las políticas

103 Si bien dicho tipo de intervención sobre la desnutrición y el hambre constituye una innovación en el territorio nacional, se enmarca en un proceso de consolidación de los planes de asistencia alimentaria implementados en la región latinoamericana. En un estudio realizado por la Organización Panamericana de la Salud (1990), se relevan entre los años 1980-1984 la existencia de 105 programas de intervención alimentaria-nutricional en América Latina, los cuales constituyen un crecimiento elevado en relación a los 47 programas relevados para el quinquenio 1970-1975.

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implementadas desde la Dictadura Militar, tanto en el crecimiento del desempleo como en el ataque a los valores solidarios y participativos.

Se reconocen que sus causas no radican en problemas en la producción de los alimentos (ya que los alimentos que se producen no resultan escasos), sino en la distribución de los mismos, en tanto existen familias que no poseen los ingresos suficientes para acceder a los mismos a través de su compra en el mercado.

Se asume desde el Estado Nacional que la situación de carencia de la población, demanda una intervención urgente. Esta imposibilidad de permanecer ajeno ante esta situación se asocia al contexto socio-político de recuperación de la democracia, en tanto se entiende que es necesario garantizar el acceso a los alimentos para asegurar la democracia de manera plena.

Aldo Neri (Ministro de Salud Pública y Acción Social alfonsinista) sostenía en el marco de presentación del Plan al Congreso Nacional que “el Plan Alimentario Nacional no constituye una nueva modalidad de beneficiencia ni una acción dadivosa por parte del Estado, sino la satisfacción de un legítimo derecho del sector de la población que ha pagado más por este período de política económica de retroceso. (…) Es una necesaria reparación a la marginalidad sufrida por los sectores castigados por las políticas anti-populares” (Clarin, 1983). En este sentido, se refuerza la idea del Programa como política reparadora frente a la población más castigada por las políticas aplicadas en la Dictadura.

Dicho proyecto de Ley fue aprobado en el Congreso Nacional, donde se registraron discusiones acerca del Programa, las cuales culminaron con una mayor delimitación de algunos aspectos del proyecto (realización de un censo para determinar la dimensión del problema, participación de las provincias, duración acotada a dos años, etc.).

El Programa Alimentario Nacional comenzó a aplicarse en 1984 a partir de la aprobación de la Ley Nº 23.056 y se extiende hasta 1989 (cuando finaliza el gobierno radical). El mismo consistió en la entrega de cajas con alimentos (principalmente alimentos secos), los cuales cubrían un 30% de las necesidades nutricionales de las familias (Hintzé, 1984: 194). Se alcanzó una cobertura de 1,34 millones de familias, las cuales representaban cerca de un 20% de la población total del país.

Tal como fue afirmado anteriormente, puede reconocerse que el Programa Alimentario Nacional constituye una innovación política en tanto el tipo de intervención desarrollada en función de la problemática nutricional y en tanto la masividad que adquirió el programa. Sin embargo, el mismo no apunta a un cambio fundamental en la relación Estado-familia-mercado en cuanto a la gestión de los riesgos vinculados a una inadecuada alimentación. Se plantea como una intervención provisoria y coyuntural, de apoyo a las familias frente a la situación

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

de pobreza durante el corto plazo. Se refuerza la idea que las familias constituyen la instancia de provisión y cuidado en cuanto a los alimentos, el Estado prestará ayuda a estas familias en función del reconocimiento de la imposibilidad de las mismas de hacerse efectivamente cargo de esta función otorgada.

Si bien el programa permitió abordar las necesidades nutricionales de las familias, en tanto las condiciones de vida de la población se vieron fuertemente deterioradas por la falta de desarrollo de políticas de reactivación económica y por la crisis hiperinflacionaria que tuvo lugar en 1988-1989, estas intervenciones manifestaron sus limitaciones e insuficiencias en cuanto a su impacto en un contexto de crisis. Consolidación de las políticas de asistencia alimentaria

1. Continuidad en el desarrollo de acciones de asistencia alimentaria Con respecto a este punto, primeramente se tomará en consideración el

análisis del gasto consolidado en asistencia y promoción social (en el cual está incluido el gasto en políticas de asistencia alimentaria). La evolución de dicho gasto en el período 1980-2005, puede evidenciarse en el presente gráfico:

Gráfico Nº 1: Gasto consolidado en asistencia y promoción social (en

porcentaje de PBI). República Argentina, 1980-2007 Elaboración propia. Fuente. Dirección de Gasto Consolidado, Ministerio de

Economía de la Nación.

137

A partir del análisis del mismo puede observarse un crecimiento sostenido del porcentaje de PBI afectado a este tipo de políticas104, en el marco del crecimiento también sostenido de los índices de pobreza y desempleo.

El crecimiento del gasto consolidado en asistencia y promoción social surge del desarrollo de diversos programas, entre los cuales se encuentran los planes de asistencia alimentaria. Los mismos se desarrollan de manera sostenida desde el Estado Nacional a partir de 1984. Tal como puede evidenciarse en el Anexo Nº 1 (Programas de asistencia alimentaria desarrollados desde el Estado Nacional), se observa una continuidad en cuanto al desarrollo de estas acciones. Dicha modalidad de intervención frente a la pobreza se fue instalando en el sistema de políticas sociales argentino, subsistiendo hasta la actualidad. A lo largo de los últimos 25 años, pueden observarse el desarrollo de distintos planes y programas surgidos al compás de las crisis socio-económicas, la creciente pobreza y el grave deterioro del mercado de trabajo.

Con respecto a la cantidad de prestaciones desarrolladas desde estos programas, se evidencia un crecimiento considerable en el período analizado en el Gráfico Nº 2 (1995-2009), lo cual pone de manifiesto el crecimiento que han tenido estos programas en los últimos años.

Gráfico Nº 2: Prestaciones ejecutadas por año por los programas nacionales

de asistencia alimentaria familiar (en millones de prestaciones). República Argentina 1995-2009

104 Aunque puede observarse que el gasto en política asistencial presenta un carácter pro-cíclico (Lo Voulo, Barbeito, 1998), ya que durante las situaciones negativas a nivel contextual, la inversión desciende (esta tendencia se observa en la crisis hiperinflacionaria de 1989-90, el efecto tequila en 1994-95 y la crisis nacional en 2001-02).

138 138

Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Elaboración propia. Fuente: Ministerio de Economía de la Nación: Indicadores de la Administración Pública (1994-2004), Cuentas de Inversión (2003-2007) y Presupuestos Nacionales (2008-2009)

Estos programas presentan continuidades principalmente con respecto al

sostenimiento de un tipo de estrategia de abordaje de las consecuencias más extremas de los procesos de pauperización, conteniendo de esta manera la conflictividad social.

En este sentido, puede analizarse que los mismos no se basan en el reconocimiento de derechos sociales de las familias, sino en la identificación y comprobación de necesidades de las familias sobre las que el Estado interviene puntualmente.

2. Instalación de las políticas de asistencia alimentaria en los distintos niveles de gobierno

El análisis de gasto consolidado permite dar cuenta de los recursos ejecutados en determinado período por cada nivel de gobierno (nacional, provincial y municipal). Por lo cual, partiendo de la tendencia creciente de este gasto en el período 1984-2005 (la cual fue analizada en el apartado anterior), se procederá a analizar la proporción de gasto asignado a cada nivel de gobierno por año:

Gráfico Nº 3: Composición del gasto consolidado en asistencia y promoción

social según niveles de gobierno. República Argentina, 1980-2007.

Elaboración propia. Fuente. Dirección de Gasto Consolidado, Ministerio de Economía de la Nación.

139

A partir del análisis del presente gráfico, puede observarse desde la década de

1990, que los fondos son ejecutados fundamentalmente por los niveles subnacionales. Esta modificación se ocasiona principalmente como consecuencia de dos mecanismos:

1. Creación del fondo POSOCO- PROSONU (1991). A través de la Ley 24.049 se dispone la transferencia de instituciones educativas y del personal dedicado a esta función a la instancia provincial y además se crea el fondo POSOCO-PROSONU. El mismo consiste en la transferencia a las provincias de la responsabilidad sobre los comedores escolares (financiados anteriormente por parte del Gobierno Nacional a través del Programa Social Nutricional –PROSONU- desde 1973) y sobre las políticas asistenciales (llevadas a cabo en el marco de los fondos destinados por la Ley 23.767 para el desarrollo de Políticas Sociales Comunitarias –POSOCO- desde 1989, programa que había surgido como sucesor del Programa Alimentario Nacional105).

En este sentido, a partir de 1992 se transfieren recursos a las jurisdicciones vía coparticipación con el objeto que sean destinados a la planificación y ejecución de estas líneas de acción. Dicha transferencia se sostiene hasta la actualidad. Este proceso de descentralización de fondos al nivel provincial vía coparticipación se da en el marco de un proceso más amplio de descentralización que abarca también las áreas de salud y educación. A partir de este proceso se apunta a que las provincias puedan desarrollar programas de asistencia frente a la situación de pobreza de la población.

2. Transferencia de fondos de programas nacionales para su ejecución por parte de las provincias. Los programas de asistencia alimentaria implementados en las últimas dos décadas se alejaron progresivamente del modelo centralizado en el nivel nacional que sostenía el PAN, optando por una gestión descentralizada que pone en el centro de la escena a los gobiernos provinciales en cuanto a la definición de las políticas asistenciales (Véase Anexo Nº 2). Si se analiza, por ejemplo el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria (el cual se encuentra en vigencia desde 2003), se observa que se formalizaron convenios de transferencias de fondos con la totalidad de las jurisdicciones que componen el país y que los fondos transferidos a las instancias provinciales principalmente y en menor medida a las

105 Véase Anexo Nº 2, Descripción de los programas de asistencia alimentaria desarrollados desde el ámbito nacional.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

organizaciones sociales y municipios, corresponden en promedio al 83% de la asignación presupuestaria de dicho programa.

En resumen, los mecanismos que operan en el proceso de descentralización de las políticas de asistencia social, toman como principal destinatario a provincias, las cuales asumen la responsabilidad de brindar ayuda a la población afectada por los procesos de pauperización.

Estos fondos descentralizados también son complementados con fondos propios de las jurisdicciones y derivan en la aplicación de diversos planes asistenciales jurisdiccionales. Entre los mismos, los planes de asistencia alimentaria constituye una de las intervenciones más utilizadas por los gobiernos provinciales106.

Otro aspecto que debe tomarse en cuenta es que a partir de 1990 cerca de un 30% del gasto en asistencia y promoción social es ejecutado por los gobiernos municipales. Con respecto a este punto, si bien en algunas provincias se evidencia la descentralización de recursos al nivel municipal (ya sea para la ejecución de programas provinciales como para el desarrollo de planes locales), la asistencia social se constituye en un sector emergente de intervención municipal (Clemente y Girolami, 2006). En tanto el mismo se conforma a partir de las problemáticas sociales que se manifiestan coyunturalmente y de la asunción por parte de los municipios de acciones en este campo, sin existir en muchos casos una asignación explícita de funciones en la legislación ni un proceso de descentralización de gasto que lo justifique.

En el marco del agravamiento de los índices de pobreza y desempleo, los gobiernos locales optan por una intervención que permite en el corto plazo abordar una de las manifestaciones más extremas de la pobreza a través del desarrollo de programas focalizados. Sin embargo, esta intervención que fue concebida originalmente como respuesta a una situación de emergencia/ crisis que se creía pasajera, se consolida y constituye en el nivel local una de los principales sectores de intervención estatal en lo que a gasto se refiere. Si se analiza la composición del gasto social consolidado municipal por función/finalidad, se evidencia que la asistencia y promoción social se consolida a partir de mediados de las década de los noventa como uno de los principales gastos de este nivel de gobierno.

En función de los procesos analizados en este apartado, puede afirmarse que las políticas de asistencia alimentaria se instalaron en los distintos niveles de gobierno. Si bien este proceso se vincula a la descentralización del gasto de 106 Si se analiza la composición del gasto que destinan los Ministerios de Desarrollo Social jurisdiccionales de las cinco jurisdicciones con mayor población del país, puede observarse que el gasto en programas de asistencia alimentaria es en promedio cercano a la mitad del total de los gastos presupuestados

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asistencia y promoción social a través de los mecanismos antes analizados, se evidencia que en el marco de la pobreza creciente las instancias sub-nacionales asumen un rol central en la cobertura de ciertas necesidades de reproducción a las familias, excediendo al proceso de descentralización.

3. Tipo de prestaciones de los programas de asistencia alimentaria

Con respecto a las políticas de asistencia alimentaria destinadas a las familias que se desarrollaron desde los distintos niveles de gobierno, pueden reconocerse diversos tipos de prestaciones, las cuales pueden clasificarse de la manera que se expresa en el siguiente cuadro:

Entrega de

bolsones alimentarios

Distribución de tickets o vales alimentarios

Sistema bancarizado de

asistencia alimentaria

Apoyo alimentario a

organizaciones comunitarias

Transferencia a las familias

Transferencia a las familias

Transferencia a las familias

Transferencia a organizaciones

sociales

Tipo de beneficio

En especies Complementación de ingresos (a

través de vales que representan una

suma determinada en dinero)

Complementación de ingresos (a

través de la transferencia de montos en tarjeta

de débito)

Monetaria o en especies

Forma de satisfacción

de necesidades

familiares

Directa (a través de la provisión de alimentos)

Indirecta (a través de la

complementación de medios para la

adquisición de alimentos)

Indirecta (a través de la

complementación de medios para la

adquisición de alimentos)

Mediada por la organización

Grado de formalidad

Variable (pueden

realizarse entregas

esporádicas o sistemáticas)

Medio/ Alto (requiere

planificación a mediano plazo,

sostenimiento de recursos y

articulación con actores locales)

Alto (requiere planificación a mediano plazo,

sostenimiento de recursos y

articulación con el sistema bancario)

Variable (pueden

realizarse entregas

esporádicas o sistemáticas)

Elaboración propia La entrega de bolsones alimentarios representa el modelo intervención con

mayor tradición en nuestro país. La aplicación de este tipo de intervención, va desde planes formalizados de asistencia (como lo fue el Programa Alimentario

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Nacional o el Plan Vida en la Provincia de Buenos Aires) hasta acciones esporádicas o asistemáticas de entrega de bolsones ante situaciones de necesidad puntuales.

En los últimos años se observa una tendencia a la transformación de los programas de entrega de bolsones a planes de distribución de vales o tickets alimentarios y programas bancarizados de asistencia alimentaria.

Dicha transformación fue impulsada fundamentalmente desde el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria (PNSA), el cual desde 2006 prioriza el financiamiento de proyectos que adoptan esta modalidad. A nivel jurisdiccional, se observa que casi la totalidad de los programas provinciales de asistencia alimentaria adoptaron esta modalidad (proceso que se desarrolla en la mayoría de los casos a partir de 2007). Con respecto a los planes municipales de asistencia alimentaria, esta transformación se produjo fuertemente en los municipios del Conurbano Bonaerense y en algunos otros municipios grandes (aunque en menor medida)107.

Este cambio que se consolida en los últimos años implica un mayor grado de formalización de dichos planes con respecto a los desarrollados anteriormente, en tanto para el desarrollo de programas bancarizados o de distribución de vales alimentarios se requiere de una planificación a mediano plazo y articulación con otros actores. En este sentido, puede afirmarse que la modificación del tipo de prestación otorgada favorece la consolidación de las políticas de asistencia alimentaria.

Puede observarse también un cambio en la forma de intervención, apuntando a cubrir las necesidades de las familias de manera indirecta –a través de la complementación de ingresos-. Aunque este cambio pierde centralidad en tanto los programas de satisfacción indirecta de las necesidades alimentarias, presentan similitudes con los anteriores en cuanto a la escasez de los montos transferidos a las familias (los cuales oscilan entre los $30 y $120 en la mayoría de los casos –sumas que resultan sumamente bajas en consideración del precio de la canasta básica familiar-) y al mantenimiento de los criterios de selección de los beneficiarios en base a la comprobación de necesidades (y no en virtud del reconocimiento de un derecho social).

En conclusión, puede afirmarse que los programas bancarizados y aquellos de distribución de tickets o vales alimentarios otorgan una mayor formalidad y proyección a las acciones en el campo de la asistencia alimentaria, reproduciendo la orientación originaria de dicha política, la cual estaba fuertemente centrada en intervenir de manera limitada en las manifestaciones más extremas de la pobreza. La continuidad en cuanto a la orientación cortoplacista, sumada a los criterios 107 Para ampliar la información acerca de este tema Véase Ierullo, Martin (2009) “¿El fin de los programas de asistencia alimentaria? Los desafíos frente a la bancarización de los programas de asistencia social” Ponencia presentada al Congreso ALAS a realizarse en agosto de 2009.

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restringidos de focalización y a la insuficiencia de los bienes o recursos transferidos, suponen la consolidación de un modelo residual de intervención sobre las necesidades familiares.

Reflexiones finales

A partir del presente trabajo se ha podido analizar que la asunción de responsabilidad del Estado sobre la gestión de los riesgos sociales surge de complejos procesos históricos que configuran las relaciones entre familia-Estado-mercado.

En el marco de la aplicación de políticas neoliberales puede observarse un debilitamiento de las instituciones de protección social que se habían construido con anterioridad. A lo que se suma el crecimiento de los índices de pobreza e indigencia como consecuencia del deterioro en el mercado de trabajo. Este trae como consecuencia, tal como fue anteriormente analizado, un fortalecimiento del proceso de familiarización del bienestar lo cual implica que la responsabilidad sobre la provisión de bienestar sobre cada uno de los miembros que integran la familia recae de manera creciente sobre las unidades familiares.

En este contexto, se observa la consolidación de las políticas de asistencia alimentaria, la cual se evidencia principalmente en la continuidad que tiene esta modalidad de intervención en el ámbito nacional durante los últimos 25 años y también en los gobiernos sub-nacionales, y en el sostenimiento de los recursos destinados a tal fin.

Puede afirmarse entonces, que esta consolidación supone un reconocimiento por parte del Estado de la necesidad de intervención frente a las situaciones de gran privación de las familias. Sin embargo, la asunción de responsabilidad del Estado sobre los riesgos que situación de pobreza supone en cuanto a la alimentación es sumamente limitada, en tanto se interviene de manera limitada sobre los miembros con mayor grado de vulnerabilidad –niños y ancianos- y en función de la comprobación de la imposibilidad de las familias de gestionar esas dificultades. Se desarrolla un tipo de intervención que en el corto plazo permite abordar las manifestaciones más extremas del proceso de pauperización, conteniendo de esta manera la conflictividad social.

Desde este tipo de acciones se reproduce un modelo de política social residual, por medio del cual el Estado interviene de manera limitada frente a las necesidades y riesgos a los que se ven expuestos los individuos. De esta manera se refuerza la concepción de que es la familia quien es responsable tanto de la provisión de los alimentos (ya que aunque el Estado aporta en este sentido, dicho aporte resulta insuficiente para cubrir las necesidades familiares en su totalidad)

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

como en cuanto a la selección y preparación de los alimentos y el cuidado sobre el estado nutricional de los miembros de las familias (principalmente los niños).

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148 148

Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Capitulo VII

Cuestión social y responsabilidad social empresarial. Aproximación a sus implicancias socio-políticas

Brian Z. Cañizares

Introducción

El presente trabajo sintetiza las reflexiones presentadas en la tesis de grado: “Responsabilidad Social Empresarial. Análisis de sus implicancias y estrategias de intervención sobre la “Cuestión Social. Cuyos planteos pretenden analizar, a partir de una análisis de las tendencias actuales de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE en adelante) en nuestro país, y tomando como caso de estudio, las experiencias de la empresa “El Tejar” a través de su unidad “Compromiso con la Comunidad”, las implicancias sociales de la intervención de las empresas sobre la “cuestión social”, así como la instrumentalización de sus proyectos en la articulación con distintas organizaciones estatales y de la sociedad civil.

Los planteos pretenden aportar elementos de reflexión en torno a la implicancia socio-histórica de la RSE como parte de una estrategia de reestructuración del capital que guarda relación con procesos de privatización y recorte de los servicios sociales, con un fuerte hincapié en la reproducción de las relaciones sociales que sustentan el desarrollo del modo capitalista de producción.

Esta nuevo tipo de “servicio social” trae consigo una serie de características que configuran su particularidad y que vale la pena problematizar. En consonancia con esta intencionalidad, nuestro planteo asume un enfoque dialectico de totalidad (Montaño, 2000), intentando diferenciar nuestro análisis de la RSE y la intervención social privada de aquellos (muy en boga en los discursos oficiales) provenientes del marketing, el managment y la gerencia social, los cuales constituyen una posición acaso oficial en la materia.

Las diferentes estrategias que pretenden intervenir sobre la “cuestión social” son a menudo multifacéticas y diferentes entre sí. Consecuentemente, es posible identificar distintas formas de comprender los problemas sociales, su conceptualización, y la construcción de discursos que fundan las prácticas que dan forma a las intervenciones.

Considerando la existencia de una dimensión política inherente a toda intervención sobre la “cuestión social”, y recalcando la dimensión necesariamente compleja de los procesos sociales, es que se hace preciso analizar el significado

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social de las intervenciones y estrategias reconociendo su contenido en el contexto de la lucha de clases.

Tendencias generales de la RSE en la Argentina

Las estrategias de la RSE como una forma particular de servicio social, deben ser comprendidas en el marco de la estrategia neoliberal de reestructuración del capital, lo cual implica, no solo un cambio en la estructura económica y de producción, sino, de manera mucho más amplia y en función de una estrategia de clase, la reconfiguración de las formas institucionales de respuesta a las refracciones de la “cuestión social”, así como los patrones de interacción intra e inter clase.

En principio, podemos decir que el fortalecimiento de este tipo de estrategias en nuestro país se asocia al desarrollo del modelo neoliberal, iniciado a mediados de los ’70, alcanzando su plenitud en la década del ’90.

Conforme a la reforma del Estado108 y a la des-responsabilización estatal en esferas históricamente cubiertas por la política social pública, sumado a los procesos de privatización (manifiestos y encubiertos) de los capitales públicos nacionales y el socavamiento del sistema de seguridad social que daba forma al pacto keynesiano del Estado Benefactor, estrategias como la RSE cobran fuerza ocupando aquellos espacios librados a la suerte de terceros.

Así, comienzan a desarrollarse intervenciones que, ligadas a una lógica solidaria, pretender intervenir sobre problemáticas sociales consideradas prioritarias.

Al hablar del carácter privado de las estrategias de RSE, debemos marcar una diferencia fundamental respecto de otras intervenciones. Y esto es: su carácter eminentemente corporativo, ligado a la actividad empresarial. No hablamos de privados anónimos, sino de empresas específicas interviniendo sobre determinadas manifestaciones de la “cuestión social”.

El análisis de las distintas experiencias de RSE en Argentina, crecientes en número109, como en magnitud de problemáticas abordadas (entre algunos de los casos de mayor relevancia, podemos mencionar: “ARCOR”; “Telefónica”, “Cementos Minetti”; “Mastellone Hnos.”; “McDonald’s Corporation”; “Mapfre”, etc.),

108 Existe aquí una diferencia teórica respecto a la denominada “ausencia del Estado”, por cuanto se considera que el Estado no se ausenta en ninguna coyuntura histórica, sino por el contrario modifica su agenda y su foco prioritario de repuesta a demandas. El Estado, a diferencia de los regímenes gubernamentales posee históricamente un carácter perentorio. 109 El “Mapeo de promotores de RSE”, a cargo de la Lic. Korin, realizado desde el año 2004, registra más de quinientas empresas e instituciones que se encuentran trabajando o promoviendo la RSE en nuestro país. (“Mapeo de Promotores de RSE (http://www.mapeo-rse.info/, Acceso Febrero 2010).

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

permite identificar algunas tendencias generales de la intervención social de las empresas.

En consonancia con lo planteado, se observa una correspondencia entre el inicio de las intervenciones de las empresas y el desarrollo y fortalecimiento del neoliberalismo, por cuanto el inicio de actividades de RSE de ellas se ubica a fines de los años ochenta y principios de los noventa.

Otra de las características, consiste en que muchas de las empresas asumen para su intervención la forma de fundaciones dependientes de las firmas principales (como la “Fundación Victoria Jean Navajas”, perteneciente al “Grupo Las Marías”, o “Fundación Loma Negra”, perteneciente a la cementera “Loma Negra”, solo por mencionar algunos).

Existe para estas estrategias una notable interacción con el Estado, sea como beneficiario (por cuanto se plantean el apoyo mediante donaciones a escuelas y hospitales públicos entre otros) o en la realización de intervenciones conjuntas.

Puede pensarse en este caso, y analizando los discursos de las empresas, en una intervención que actúa de complemento a la acción estatal y relacionarla en este sentido con una estrategia más amplia del Capital de intervención sobre las refracciones110 de la “cuestión social”, que consiste en la reducción de las políticas sociales a una esfera de problemas a atender, cuyo carácter limitado implica la “necesaria” intervención de otros terceros privados, encubiertos bajo el discurso de la ayuda desinteresada y al solidaridad.

Se identifica asimismo una intención de promover el desarrollo local a través del fortalecimiento de las poblaciones “menos favorecidas”, a la vez que se intenta vincular socialmente a la empresa con su entorno.

Considerando las temáticas abordadas, podemos observar que una de las áreas mayormente abordadas es el campo “Educativo”, principalmente a través del otorgamiento de becas estudiantiles; el apoyo a escuelas (en cuanto a donaciones de material didáctico y mantenimiento edilicio) o la capacitación laboral. “Educación” constituye, quizás el principal foco de atención de las empresas, aun cuando se incursiona en diferentes áreas temáticas.

Respecto al involucramiento desinteresado con la causa solidaria, uno de los principales instrumentos de los que las empresas se valen en sus intervenciones, es el trabajo solidario. Se entiende bajo esta lógica que el “esfuerzo desinteresado” y voluntario en pos de fines solidarios, poseería mayor “valor” que aquel realizado bajo el régimen asalariado.

La defensa de la solidaridad como principio rector de la actividad empresarial, aspecto que reviste la mayoría de los discursos oficiales de la RSE, remite a un choque entre solidaridad y derecho. Según lo planteos de Montaño:

110 La expresión “refracciones de la cuestión social”, pertenece a Netto (1992).

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“Lo que se esconde por detrás de este desarrollo de los lazos de solidaridad particulares, categoriales, voluntaria, es tanto el rechazo al principio de solidaridad basada en derechos universales, como el rechazo de la solidaridad de clase. El concepto de solidaridad empleado en el debate hegemónico del “tercer sector” se basa en el voluntarismo, en la donación. Por lo tanto, elimina el derecho de recibir asistencia y servicios. Esta concepción de solidaridad es diferente a aquella erguida en el keynesianismo-y en América Latina, distinto de aquellas plasmadas en los Estados intervencionistas-, que remite a luchas y conquistas de clase.” (Montaño, 2003: 215).

Por otra parte, es importante señalar que, si bien la emergencia de numerosas experiencias de RSE, así como el pronunciamiento por parte de las empresas de su intención de asumir un rol activo frente un panorama de desigualdad social, ha generado un fuerte debate (aunque incipiente aún en el campo de las ciencias sociales a través de planteos críticos) en torno al significado y la implicancia de estos “nuevos” servicios sociales; no existe hoy en día en la Argentina una legislación propia de RSE de carácter nacional.

Aunque es preciso hacer referencia a algunos avances al respecto, como la ley Nº 2594, de “Balance de Responsabilidad Social y Ambiental”, vigente para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o “Proyecto de Ley de RSE”, S-3735-05, es importante señalar como la ausencia de una legislación general, genera un espacio en el que la intervención de las empresas goza de una libertad plena tanto en su forma de intervenir, como en sus obligaciones para con el Estado. Quizás una de las pocas regulaciones existentes, se aplica a aquellas empresas que llevan adelante programas a través de fundaciones empresariales. Hablamos de la Ley Nº 19.836, que regula las fundaciones en general (sin distinguir entre empresariales o civiles)..

Finalmente, vale la pena analizar la tendencia general por parte de las empresas de expresar en sus misiones y/o visiones discursos que podrían sintetizarse en la búsqueda del “desarrollo” social y en el cambio actitudinal de las personas frente a las situaciones problemáticas. En este sentido, expresa una clara posición de singularización de los problemas sociales y por lo tanto se contrapone a un abordaje complejo de los mismos, comprendidos como parte de una totalidad dialéctica.

Este tipo de abordajes, conforma, según Groppo, la praxis de la RSE. El autor afirma:

“La praxis de las organizaciones del tercer sector, incluso la Responsabilidad Social Empresaria, entre otros resultados va colaborando en el ocultamiento de las causas más generales y fundamentales de estos mismos problemas sociales que dice

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

combatir. Esta praxis refuerza, aunque no siempre intencionalmente, la tesis de que los problemas son causados por la propia incapacidad de los individuos y grupos “excluidos” o empobrecidos, gracias a su falta de instrucción/educación /formación, falta de voluntad, “azar”, etc. También refuerza la tesis de que estos problemas deben ser sanados por la buena voluntad de “ciudadanos solidarios” y/o acciones colectivas desinteresadas del tercer sector.” (Groppo, 2007: 146- Traducción propia-).

Habiendo realizado un recorrido por las principales tendencias de la RSE en nuestro país, se avanzará en adelante en analizar algunas de las implicancias y significados que adquiere la RSE en cuanto complejo social.

La RSE como complejo social

Para aproximarnos a la RSE bajo la idea de complejo social, debemos considerar los aportes de Lukács, retomados por Lessa (1999), bajo los cuáles un complejo social, refiere a un conjunto de relaciones sociales particulares, cuyo fin apunta a garantizar la reproducción de las relaciones sociales en el marco de la división social y técnica del trabajo.

Los planteos de Lukács pretenden diferenciar la categoría “trabajo”, en términos ontológicos, que implicaría la relación del hombre con la naturaleza en pos de la satisfacción de necesidades, de aquellas relaciones sociales, que si bien encuentran su fundamento y principio en el trabajo, se diferencian por su papel en el sustento de un determinado tipo de reproducción material y espiritual. Ejemplos de complejos sociales serían, para esta perspectiva, el derecho, el Estado, pues se trata de modalidades de organización de las relaciones sociales que, como se dijo, tienden a garantizar la reproducción social vigente.

Lessa (1999) sostiene que los complejos sociales poseen una particular teleología, objetivación, exteriorización y alienación, que deriva tanto de su función social en la reproducción de las relaciones sociales, como de su concepción del sistema.

Considerar la RSE como un complejo social, implica analizar cuál es la reconstrucción de la realidad que opera en la definición de finalidades y estrategias de intervención, así como analizar las intencionalidades políticas, económicas y sociales que determinan sus formas particulares de analizar la realidad, priorizar problemas, plantear objetivos y definir estrategias en lo concreto.

En este sentido y considerando que, en consonancia con su estrategia de reestructuración, el Capital necesita reforzar, en pos de su estrategia clase,

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aquellos elementos que garanticen su reproducción, tanto en un plano material como a nivel subjetivo, los complejos sociales como la RSE, adquieren un papel central, por cuanto su objetivo es trasmitir un modelo hegemónico de sociedad basado en la asimetría de poderes.

Lo que se pone en juego a través de la intervención social de las empresas, es tanto la transmisión del imaginario burgués, como el establecimiento de mecanismos de control sobre las demandas históricas de la clase trabajadora, para lo cual se apela a una tergiversación (o franco ocultamiento) de las causas de los problemas sociales y a la construcción de la ficción filantrópica y solidaria hacia los privados.

De esta manera, opera una estrategia de reproducción que implica no solo el plano material de las necesidades sino también su dimensión “espiritual”. No se trata solo de reproducir la fuerza de trabajo como tal, sino también reforzar las relaciones sociales que sustentan la desigualdad entre Capital y Trabajo.

Respecto de esta doble dimensión, Iamamoto afirma:

“El proceso de reproducción de las relaciones sociales no se reduce, pues, a la reproducción de la fuerza viva de trabajo y de los medios materiales de producción, aunque los abarque. Se refiere a la reproducción de las fuerzas productivas sociales del trabajo y de las relaciones de producción en su globalidad, envolviendo los sujetos y sus luchas sociales, las relaciones de poder y los antagonismos de clases. Se desdobla la reproducción de la vida material y espiritual, o sea, las formas de conciencia social –jurídicas, religiosas, artísticas, filosóficas y científicas – a través de las cuales los hombres toman conciencia de los cambios ocurridos en las condiciones materiales de producción, piensan y se posicionan ante la vida en sociedad”. (Iamamoto, 2004; 25 –Traducción propia-).

Así, la reproducción apunta a mantener las condiciones objetivas y subjetivas

que viabilizan el desarrollo del modelo capitalista y los medios de dominación de clase necesarios para tal fin.

La intervención de las empresas sobre la “cuestión social” guarda relación con las múltiples formas de respuesta por parte del Capital, que implican tanto la atención a las demandas de la clase trabajadora, como la reproducción del modo capitalista a fin de mantener “en equilibrio” las contradicciones de clase.

Este principio es el que rige los servicios sociales en la sociedad burguesa en general, y la RSE en particular. Al respecto, resultan pertinentes los planteos de Coutinho, quien señala que:

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

“… no se puede ampliar el nivel de satisfacción de las demandas sociales más allá del punto en que tal ampliación impida la reproducción del capital global, pero en contrapartida, no se puede reducir ese nivel de satisfacción por debajo del límite mínimo […] a no ser que se rompan las reglas consensuales que fundamentan un orden político liberal-democrático”. (Coutinho, 2000: 114).

Como veremos, el planteo de objetivos y estrategias, así como la lectura de la

“cuestión social” por parte de las empresas, circula en esta dirección.

Objetivos y estrategias de intervención en el marco de la RSE

Como mencionamos, en el sentido de abordar la reproducción de las relaciones sociales en sus aspectos materiales como espirituales, la RSE opera como la estructura que viabiliza tanto la transferencia objetiva como subjetiva de recursos. El análisis de los objetivos y estrategias de intervención por parte de las empresas, permite problematizar las implicancias de sus componentes.

Considerando la tendencia por parte de las empresas de abordar problemáticas relacionadas con “Educación” como apuesta al futuro es posible identificar una doble intencionalidad operando en este tipo de estrategias. Así, existe una dimensión manifiesta, bajo la cual: se apoyan instituciones educativas como estrategia de fortalecimiento; se otorgan becas; se promueve la capacitación en distintas temáticas de padres y madres; se realizan actividades de apoyo escolar y complementario; se realizan donaciones de material didáctico y edilicio a diversas organizaciones. Existe por otro lado una dimensión oculta, que implica un proceso de educación distinto al pregonado, y que se asocia a una estrategia de transmisión de hegemonía, de educación conforme al patrón burgués de distribución de la riqueza.

Tras los discursos de la beneficencia, la solidaridad voluntaria, la promoción de valores y la asistencia desinteresada, es que se esconde el verdadero significado y naturaleza de estas intervenciones.

Siguiendo esta línea, podemos citar a Iamamoto quien afirma: “La riqueza social existente, fruto del trabajo humano, es redistribuida entre los diversos grupos sociales bajo la forma de distintos rendimientos […] Parte del valor creado por las clases trabajadoras y apropiadas por el Estado y las clases dominantes es redistribuida a la población bajo la forma de servicios, entre los cuales se encuentran los servicios asistenciales, de previsión o “sociales” […] Es así que tales servicios, en su realidad sustancial,

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no son más que una forma transfigurada de la porción del valor creado por los trabajadores y apropiado por los capitalistas y por el Estado, que es devuelto a toda la sociedad […] bajo la forma transfigurada de servicios sociales […] Aparecen como si fueran donados u ofrecidos al trabajador por el poder político directamente o por el capital, como expresión de la fase humanitaria del Estado o de la empresa privada.” (Iamamoto, 1997:107).

Los enunciados de la autora son clarificadores en cuanto nos permiten pensar

en el origen y las finalidades de las intervenciones basadas en el discurso de la RSE. Bajo esta perspectiva, las intervenciones sociales enmascaran la distribución de parte del valor creado por los trabajadores tras un discurso de solidaridad y ayuda desinteresada.

Ahora bien , la estrategia de reproducción llevada adelante por las empresas precisa fragmentar los problemas de modo de disociarlos de sus causas históricas, asimismo, pretende abordarlos desde una perspectiva moral, bajo la cual los “valores” juegan un papel central, por cuanto se comprende la desigualdad como producto de la ausencia de: esfuerzo, mérito, sacrificio, trabajo. De esta manera, la responsabilidad por la situación es trasladada directamente a la gente.

La lectura que las empresas realizan sobre los problemas sociales proviene de una necesaria comprensión moral de la “cuestión social” e implica tanto su “psicologización” como su fragmentación.

Netto afirma; “En verdad, lo que sucede es que la incorporación del carácter público de la “cuestión social” viene acompañada de un refuerzo de la apariencia de la naturaleza privada de sus manifestaciones individuales […] En la escala en que se implementan medidas públicas para enfrentar las refracciones de la “cuestión social”, la permanencia de sus secuelas es dislocada para el espacio de los sujetos individuales que las experimentan. […] Es obvio que esta posibilidad es significativa: la individualización de los problemas sociales su remisión a la problemática singular (“psicológica”) de los sujetos por ellos afectados es, como vimos, un elemento constante, a pesar de su gravitación variable, en el enfrentamiento a la “cuestión social” […] Ella permite -con todas las consecuencias que de ahí derivan- psicologizar los problemas sociales, transfiriendo su atenuación o propuesta de resolución para la modificación y/o redefinición de características personales del individuo (es entonces que surgen , con repercusiones práctico-sociales de envergadura,

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las estrategias, retóricas y terapias de ajuste etc.).” (Netto, 2002: 26-32).

Consecuentemente, las problemáticas son abordadas despojadas de su

carácter social, o en todo caso, se asume lo social como parte del discurso en boga. De esta manera, se alude a la intervención en “lo social” como favoreciendo la imagen de la empresa (y en última actuando en pos del marketing de los productos de las empresas), como si se tratase de una moda.111. Existe una minimización del carácter social de las problemáticas en las cuales se interviene. En este sentido, ni siquiera se habla de problemas sociales, por el contrario se habla de “ausencia de desarrollo”, “falta de autoestima” y otros eufemismos similares.

Esta concepción apunta a la realización personal de los sujetos antes que a una estrategia compleja de intervención sobre problemas con determinaciones múltiples. Se supone que el desarrollo o el bienestar tendrán lugar cuando las personas echen mano de los recursos o beneficios otorgados por los actores institucionales (en este caso, las empresas) y desarrollen (creativamente) las estrategias necesarias para enfrentar diferentes situaciones problemáticas.

Esta comprensión de la realidad remite a la reflexión de Montaño cuando afirma:

“Efectivamente, vinculada al orden burgués […] se desarrolla un tipo de racionalidad hegemónica que, procurando la mistificación de la realidad […] crea una imagen fetichizada y pulverizada de la misma, que no supera la apariencia de los hechos. Este tipo de racionalidad formal-abstracta […] tiende a considerar los procesos sociales como “cosas”, semejantes a los fenómenos naturales, por eso, independientes de la voluntad de los sujetos y desarticuladas de la estructura más amplia y de otros fenómenos” (Montaño, 2000: 12-13).

Otro de los rasgos que caracterizan a la RSE, en consonancia con el patrón de intervención burguesa sobre la “cuestión social” es su marcado carácter focalizador. Sea del gasto, sea de la población objetivo. Así, aunque pretendidamente en expansión, por lo general la intervención de las empresas no llega a traspasar los límites geográficos de la ubicación de sus instalaciones y, en los casos en que lo hace, se plantean intervenciones fuertemente focalizadas hacia la población con menos recursos. La focalización, en consonancia con la 111 La declaración de González García, Empresario y presidente del “Polo de Desarrollo Educativo y Renovador”, respecto de los desafíos de la RSE, resulta ilustrativa: “Lo social llegó para quedarse. La Sociedad Civil comienza a percibir al empresario como un "ciudadano corporativo". (González García, 2007).

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estrategia de clase del Capital, tiene que ver con la imposibilidad por parte de las empresas de asumir los problemas en su dimensión compleja sin negarse a sí mismas, sin asumir su grado de responsabilidad en la producción de desigualdad y exclusión social.

La ausencia de una legislación específica, sumada a la estructura del Estado mínimo y el fortalecimiento de la intervención social de las empresas a través de la RSE, configura un marco en el cual cobran fuerza los discursos privatistas en relación a la “cuestión social”, y donde, por sobre todas las cosas, los actores corporativos gozan de una notable libertad en cuanto a sus formas y estrategias de intervención, puesto que este tipo particular de servicios sociales, no supone un pacto democrático entre partes (como en el caso de las políticas sociales como forma de conquista histórica de la clase trabajadora), ni incluye en si un componente reivindicativo (como pudieran plantear algunos movimientos sociales de base). Se trata de una intervención arbitraria por parte de las empresas, que, si bien puede establecer lazos con el Estado y la Sociedad Civil, está sujeta a la lógica fundante de las empresas: hablamos de la obtención de lucro y ventajas comparativas.

En el marco del modelo neoliberal, la actividad de la empresa, aparece ganando terreno en el desarrollo de servicios sociales, pregonando una lógica solidaria en contraposición a la del derecho. Intentando paliar los efectos negativos de la actividad capitalista desde la promoción de valores como el esfuerzo personal, el mérito o la solidaridad y asumiendo asimismo el estandarte del trabajo solidario, voluntario, como garante de la transparencia y legitimidad de sus actividades.

Al formar parte de una estrategia de clase en función de un proyecto de largo plazo del Capital, las estrategias de RSE establecen alianzas y articulaciones con distintos actores de modo de llevar adelante sus programas.

La articulación de las estrategias de RSE y su implicancia social

Analizando las tendencias generales de la RSE, podemos identificar la existencia de una fuerte intención de articular los programas y proyectos de RSE con diferentes actores, sea a nivel Estatal como a nivel de organizaciones de la Sociedad Civil.

Un gran número de empresas (por nombrar algunas: Telefónica, Macro, Los Grobo, El Tejar, Arcor.) basa su actividad en el apoyo a programas preexistentes de diversas organizaciones de la Sociedad Civil mediante transferencias de recursos económicos, de capacitación, etc. La misión de las empresas reza a favor del fortalecimiento de los actores locales, vistos como los actores

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

protagonistas de sus realidades, por lo cual se intenta fortalecer los vínculos entre las empresas y las comunidades de las que forman parte.

Este tipo de consideraciones, posee un fuerte anclaje en la concepción conservadora del desarrollo local, según la cual el apoyo a lo comunitario como núcleo de la participación de los ciudadanos, implica la desarticulación con procesos sociales complejos a nivel global. La remisión de las intervenciones a instituciones específicas permite identificar los distintos perfiles de instituciones objetivo de las estrategias.

La principal rama de instituciones apoyadas tiene que ver con instituciones ligadas a la nutrición infantil y a la educación. Asimismo, cobran vital importancia aquellas instituciones ligadas a proyectos productivos y de micro-emprendimientos, al ser considerados como ejemplos de sacrificio y entrega. Haciendo extensivos los planteos de Yazbek (2000), podemos hablar una “dimensión socio-educativa” que opera en esta dirección, la autora afirma que en la intervención existen:

“dos dimensiones: la prestación de servicios asistenciales y el trabajo socioeducativo, a pesar de existir una tendencia histórica a jerarquizar la acción educativa en relación al servicio concreto. En realidad, por la mediación de la prestación de servicios sociales [se] interfiere en las relaciones sociales que forman parte del cotidiano de su “clientela”. Esta interferencia se da particularmente por el ejercicio de la dimensión socioeducativa (y política/ideológica) […] que puede asumir un carácter de encuadramiento disciplinador destinado a moldear al “cliente” en relación a su forma de inserción institucional y en la vida social, o puede dirigirse para fortalecer los proyectos y las luchas de las clases subalternas”. (Yazbek, 2000; 142).

En términos generales, sin embargo, podemos decir que la forma de

intervención permite la transferencia de recursos (con diferentes grados de impacto) a una gran variedad de instituciones entre las que podemos mencionar: comedores infantiles, salitas de salud, centros de día, centros de apoyo escolar, hospitales, escuelas (públicas y privadas), bibliotecas populares, hogares de ancianos, etc.

La articulación con instituciones resulta de una importancia central, tanto a nivel de la transferencia de recursos, como en la implementación y (ocasional) planificación conjunta de proyectos. De esta manera, el establecimiento de alianzas permite establecer una red de trabajo de modo de complementar y racionalizar esfuerzos y sumar voluntades. Con este mismo sentido, se

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establecen alianzas inter-empresariales con el objetivo de articulas las intervenciones y los recursos en los diferentes proyectos y programas de RSE.

Esta tendencia se cristaliza a menudo en la conformación de grupos empresariales y para-empresariales112 quienes no solo realizan intervenciones conjuntas, sino también, llevan adelante actividades de promoción de la RSE de modo de instar a las empresas a intervenir socialmente sobre determinados aspectos de la “cuestión social”.

En consonancia con la intención empresarial de favorecer y alentar el desarrollo de valores como medio de superación de la adversidad, las estrategias de RSE establecen con los usuarios (sean estos usuarios directos o instituciones u organizaciones) una relación premio-castigo en la que se favorecen aquellas acciones consideradas como correctas e imitables por el resto de la sociedad, según los cánones oficiales. Dicho de otra manera, se presenta a través de los programas, un modelo de esfuerzo, trabajo, civismo, respeto, solidaridad, que intenta orientar las acciones de los usuarios a nivel de la conciencia. La utilización de este tipo “valores”, considerados positivos, implica la necesidad de acatar lo dispuesto según los requisitos de acceso a los beneficios. Entonces: “será beneficiado aquel que demuestre, en su condición de necesidad, la dignidad y el esfuerzo necesarios que justifiquen la intervención”.

El componente del trabajo en red, así como la articulación con múltiples organizaciones tanto a nivel de la intervención como de la búsqueda de estrategias comunes, sumado a la dimensión “socio educativa” ya descripta, remite a una cuestión central en las implicancias sociales de la RSE en el marco de la reproducción de las relaciones sociales. Recuperar (y hacer extensivos a nuestro objeto) los aportes de Fleury (1997), resulta pertinente en cuanto la autora sostiene, siguiendo a Foucault, que las políticas sociales (en este caso la intervención social privada a través de la RSE), con su rol en la construcción de la hegemonía que ya hemos mencionado, incluyen una red de micropoderes que se institucionalizan en organizaciones prestadoras de servicios y en prácticas normalizadoras. En este sentido al apoyo a múltiples organizaciones permite conformar una red de normatización de pautas afines tanto a los principios empresariales como a los patrones sociales capitalistas. Se trata de una estrategia de expansión de la cosmovisión burguesa con un alcance mucho mayor al de la simple actividad empresarial.

Estos tipos de mecanismos, se enmarcan, en términos gramscianos, en un proceso de dominación hegemónica de una clase sobre otra.

112 Por mencionar algunos en nuestro país: Grupo de Fundaciones y Empresas; Red Puentes RSE; Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (Cañizares, 2010).

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Portelli (1992), analizando los planteos de Gramsci sostiene la necesidad, por parte de la clase hegemónica, de la existencia de mecanismos que garanticen la reproducción de la hegemonía. El autor afirma que:

“El aspecto esencial de la hegemonía de la clase dirigente reside en su monopolio intelectual, es decir, en la atracción que sus propios representantes suscitan entre las otras capas de intelectuales: “los intelectuales de la clase históricamente `(y desde un punto de vista realista) progresiva, en las condiciones dadas, ejercen una tal atracción que acaban por someter, en último análisis, como subordinados, a los intelectuales de los demás grupos sociales y, por tanto, llegan a crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales, con vínculos de orden psicológico […] y a menudo de casta” […]. Esta atracción acaba por crear un “bloque ideológico” `…] que liga las capas intelectuales a los representantes de la clase dirigente.” (Portelli, 1992: 71).

Es necesaria una determinada estructura orientada en una superestructura

particular ligada al desarrollo del modelo capitalista. Una base de sustento material (intelectualmente orientada) específica que asegure la relación de dominación. Con esto, queremos decir que la RSE revela como función básica de sus intervenciones, la reproducción del sistema capitalista a nivel de las relaciones sociales.

El sistema capitalista necesita adquirir (con el menor costo económico y político posible) mano de obra libre a modo de insumo; mientras que por otro requiere de dicha mano de obra, una cualificación social que resulte afín a los patrones burgueses; que no implique amenazas y por tanto descarte toda intención de cuestionamiento individual o colectivo.

Torrado (2003) analiza esta tendencia y afirma que: “La necesidad de procurarse una oferta de fuerza de trabajo cuantitativa y cualitativamente adecuada a las necesidades de valorización del capital en cada momento histórico, implicó entonces la instauración –en el nivel del conjunto de la sociedad- de instituciones que aseguraran en forma ordenada la formación de dicha oferta. Emergieron así, alternativamente, instituciones como: la caridad privada o confesional; la beneficencia pública; la asistencia pública; la filantropía social; el seguro social; la seguridad social; la educación y la salud públicas; en ocasiones, organismos relacionados con la construcción de viviendas subsidiadas; etc.; instituciones que conllevaron en la práctica una progresiva socialización de modo de satisfacer las necesidades de reproducción

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de la fuerza de trabajo. Por ende, dichas entidades tuvieron y tienen una incidencia decisiva en aquellos comportamientos de las familias que son indispensables para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo en un contexto de mantenimiento del orden social.” (Torrado, 2003: 577).

Nuestra posición pretende problematizar la aparente neutralidad de la

intervención social de las empresas a través de la RSE y considerar la misma como parte de una estrategia histórica de clase, en un contexto de lucha. Los intereses de clase contenidos en la lógica empresarial, requieren un disciplinamiento de la clase trabajadora que actúe como base de sustento de la reproducción del modelo, principalmente a través de la “naturalización” de las desigualdades, la individualización y particularización de los problemas sociales y la familiarización113 (Esping-Andersen, 2001) de las refracciones de la “cuestión social”.

Consideraciones finales

Lo expuesto con anterioridad nos permite afirmar que, la RSE dista de ser una forma de intervención neutra o apolítica sobre las refracciones de la “cuestión social”, sino que, muy por el contrario responde a una estrategia de clase por parte del Capital.

Este rasgo particular, en cuanto es comprendido desde una perspectiva de totalidad, permite aproximarnos a la principal contradicción de la RSE, quien asumiendo las características de un complejo social, ubica, por un lado, la intervención por parte de las empresas, sobre aspectos focalizados de la “cuestión social”; y por otro, la naturaleza competitiva de la actividad empresarial. De este modo, se encuentra entre una encrucijada en lo cual, la consideración política de las causas de los problemas sociales, implicaría la negación misma de las empresas y de las formas capitalistas de reproducción.

Ahora bien, como vimos, la resolución de este dilema bajo la perspectiva empresarial (que no es otra más que la perspectiva del Capital), se ubica en la moralización y psicologización (Netto, 1992) de la “cuestión social”. Así, su visión fragmentaria e individualizante de los problemas sociales, tiende a traducirse en “servicios sociales” desarticulados o alejados de estrategias multi-abarcativas

113 La responsabilización por los problemas sociales, amén de su acepción individual, tiende a trasladarse al ámbito de la familia, considerada como “piedra fundamental” de la vida en sociedad. En tal sentido, se intenta favorecer el ejemplo de los padres y madres de familia desde una concepción de moral que responde a un modelo de sumisión y obediencia hacia la autoridad (sea cual fuera).

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superadoras, conformadas bajo una lógica solidaria regida por la relación “premio-beneficio” y desplazando toda lógica democrática.

Asimismo, podemos observar cómo la articulación con diferentes organizaciones, reporta la función social de la RSE, en tanto complejo social, de la reproducción de las relaciones sociales tanto a nivel material como “espiritual” desde una perspectiva normalizadora. Así, la red conformada por la articulación entre diferentes actores empresariales y organizaciones de la Sociedad Civil y del Estado, conforma un mecanismo de transmisión de hegemonía que opera en diversos niveles.

Sintetizando estos planteos, podemos afirmar que la RSE no pretende resolver los problemas sociales o siquiera comprenderlos como tal, por el contrario, sus planteos forman parte de una estrategia de reproducción de las relaciones sociales en función de los intereses de clase del capital. Bajo esta premisa, interviene sobre determinadas refracciones de la “cuestión social” ocultando el carácter histórico de la desigualdad y divorciándola de las contradicciones inherentes al sistema capitalista.

Consecuentemente, éstos “servicios sociales” no pueden intervenir sobre la “cuestión social” desde una perspectiva superadora sin negarse a sí mismas.

La multiplicidad de temáticas abordadas por la RSE, así como el auge de este tipo de intervenciones, que viene ganando lugar, no solo a nivel de las grandes corporaciones internacionales, sino también a nivel de las empresas nacionales e incluso, aunque tímidamente aún, a nivel de las pymes, exige pensar y re-construir los discursos y las acciones empresariales desde una posición crítica.

Como vimos, en nuestro país la actividad de las empresas en sus intervenciones sociales se encuentra escasamente regulada, al carecer de una ley general que abarque los aspectos referidos tanto a la RSE como a cualquier otra forma de servicio social propuesto por las empresas. Es preciso entonces promover la discusión democrática acerca del significado de este y otro tipo de servicios sociales y su implicancia política. Dicha discusión debiera involucrar fundamentalmente las demandas de la clase trabajadora y plantearse como proyecto a largo plazo el fortalecimiento de lo colectivo en contraposición a la fragmentación de los problemas sociales.

Es preciso re-pensar y re-significar las ideas de lo solidario y lo responsable, lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo, teniendo en cuenta la contradicción fundamental de las estrategias e intereses histórico-políticos de los actores en juego.

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Datos de los autores Sergio Lessa: Profesor del Departamento de Filosofia de la Universidad Federal

de Alagoas. Formado em Filosofía en la UFPB, con maestría en Filosofía (UFMG) y doctorado en Ciencias Humanas por la UNICAMP. Miembro del comité editorial de la Revista Crítica Marxista. Estudioso de la Ontología de Lukács, autor de Para Compreender a Ontologia de Lukács y Trabalho e Proletariado no Capitalismo Contemporâneo, entre otros textos.

Gilmaisa Costa: Doctora en Serviço Social. Profesora del Programa de

Posgraduación de la Facultad de Servicio Social de la Universidad Federal de Alagoas. Autora del libro Indivíduo e Sociedade: sobre a teoria da personalidade em Georg Lukács publicado pela EDUFAL. Organizadora de los libros: Educação, Direitos e Emancipação Humana en 2008 y de Crise Contemporânea e Serviço Social en 2010. Tiene artículos publicados em revistas especializadas. Investigadora a cargo del Grupo de Investigación sobre Reproducción Social.

Edlene Pimentel: Profesora de la Faculdad de Serviço Social de la Universidade

Federal de Alagoas. Vice Coordinadora del Programa de posgraduación en Servicio Social. Doctora en Servicio Social. Autora do libro publicado por la EDUFAL O Pauperismo de Ontem e de Hoje: raízes materiais e humano-sociais da questão social y de artículos prublicados em revistas especializada, encuentros de investigadores em Ciencias Sociales y Servicio Social. Líder del Grupo de Investigación sobre Reproducción Social y Miembro del Comité Científico de la FAPEAL y de la Comisión Científica de la PROPEP/UFAL.

Norma Alcântara: Doctora em Servicio Social y autora de la tesis Alienação e Ser

Social: determinações objetivas e subjetivas. Profesora de la Universidad Federal de Alagoas, en la carrera de grado y posgrado de Servicio Social. Autora de articulos publicados en revistas especializadas, encuentros de investigadores en Ciencias Sociales y de la categoría de los asistentes sociales. Miembro del Grupo de Investigación sobre la Reproducción Social, del comité científico de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de Alagoas - FAPEAL y de la Comisión Científica de la Pró-Reitoria de Pós-Graduação y Pesquisa – PROPEP/UFAL.

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Cuestión Social, Reproducción de la Fuerza de Trabajo y Políticas de Asistencia

Katia I. Marro se graduó como Licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional de Rosario en el año 2001. En el año 2004 finaliza sus estudios de Maestría en el Programa de Pos-graduación de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. En el año 2009 finaliza sus estudios de doctorado en la misma institución. Actualmente es docente de la Carrera de Servicio Social del Polo Universitario de Río das Ostras de la Universidad Federal Fluminense y educadora de la Escuela Nacional Florestán Fernades del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, Brasil.

Tamara Seiffer: Lic. en Trabajo Social y Doctora en Ciencias Sociales por la

Universidad de Buenos Aires. Docente en las materias Trabajo Social I y II de la carrera de Trabajo Social de la misma Universidad. Sus temas de investigación giran en torno al tema de las políticas sociales. Su lugar de trabajo es el Instituto de Investigaciones Gino Germani y es miembro del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (CEICS). Actualmente cuenta con una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica de Argentina (CONICET) para desarrollar sus estudios de post doctorado (2011-2012).

Anatilde Senatore: Lic. En Trabajo Social. Docente de la Cátedra Trabajo Social V

de la Facultad de Trabajo Social, UNLP, Integrante del Área de Investigación sobre Justicia y Cuestión Penal de la FTS, UNLP, Directora del Centro de Orientación para Familiares de Detenidos. Investigadora y extensionista.

Marina Cappello: Lic. En Trabajadora Social. Docente, Prof. Titular de la Cátedra

de Trabajo Social V (2004). FTS. UNLP. Investigadora y extensionista desde hace mas de 10 años en la UNLP, actualmente Co-directora del Proyecto de Investigación “La especificidad del Trabajo Social” – FTS – UNLP. Directora en diversos proyectos extensionistas en la Facultad de Trabajo Social de la UNLP. Coordinadora del Área Investigación sobre Justicia y Cuestión Penal de la FTS - UNLP. Integrante del banco de Evaluadores de Extensión de la UNLP y de la Comisión normalizadora del Instituto de Investigación y Capacitación del Colegio de Trabajadores Sociales de la Pcia de Bs. As.

Martin Ierullo: Licenciado en Trabajo Social y Especialista en Planificación y

Gestión de Políticas Sociales (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires). Docente de la Carrera de Trabajo Social

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(UBA). Integrante de equipos de investigación y extensión universitaria (UBA). Becario de Investigación del CONICET en el Centro Argentino de Etnologia Americana (CAEA).

Brian Zeeb Cañizares: Lic. en Trabajo Social de la Facultad de Ciencias

Humanas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Integrante de la Planta de Colaboradores del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Problemáticas Internacionales y Locales (CEIPIL), Facultad de Ciencias Humanas y Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Tandil, Argentina. Investiga actualmente las dimensiones políticas y socio-históricas de la Responsabilidad Social Empresarial en la sociedad capitalista.

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