La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

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LA MASACRE DE TACANA * Trabajo forzado y violencia en el mundo rural bajo el régimen de Jorge Ubico Edgar Ruano Najarro Introducción A mediados de la década de 1930 existía una figura de la burocracia guatemalteca, que arrastraba ya un largo pasado, pero con la cuasi obsesión que el presidente de la República, general Jorge Ubico, tenía por militarizar y reglamentar hasta los últimos detalles de la administración pública y no pocas veces hasta la vida social y política de los guatemaltecos, la llevó a su plenitud y le concedió un poder en el nivel departamental superado solamente por el propio Presidente de la República. Se trata de la figura de Jefe Político. En la división político administrativa del país por departamentos, un Jefe Político era el delegado en el departamento del Poder Ejecutivo, tanto en el “Orden político o gubernativo como en el administrativo.” 1 Para el cumplimiento de sus funciones los Jefes Políticos gozaban de las prerrogativas inherentes a un alto funcionario y no podían ser sometidos a juicio criminal, por razón de delito, sin previa declaratoria de haber lugar a formación de causa, proferida por un tribunal competente. Los Jefes Políticos tenían una larga lista de atribuciones y mandatos que cumplir correspondientes a cada una de las carteras ministeriales del país, pero de hecho gobernaban como un verdadero presidente departamental en cada ramo administrativo, en Gobernación, Salud, Educación, Fomento, Agricultura, etcétera. 2 Un artículo correspondiente a Gobernación decía: “El Jefe Político vela por el orden y tranquilidad de las poblaciones sujetas a su mando, haciendo uso de todo su poder.” Otro, de mucha importancia para la vida cotidiana de las poblaciones, rezaba: “(El Jefe Político deberá) Perseguir la vagancia, dando a la Policía órdenes terminantes para la captura de los que la ejerzan, debiendo poner inmediatamente a los detenidos a la disposición de los jueves competentes.” Incluso, con la autorización del ministerio de Relaciones Exteriores, los Jefes Políticos podían extender pasaportes. * El presente ensayo es una versión resumida de un trabajo de más aliento que el autor tiene en preparación.

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LA MASACRE DE TACANA*

Trabajo forzado y violencia en el mundo

rural bajo el régimen de Jorge Ubico

Edgar Ruano Najarro

Introducción

A mediados de la década de 1930 existía una figura de la burocracia guatemalteca, que

arrastraba ya un largo pasado, pero con la cuasi obsesión que el presidente de la República,

general Jorge Ubico, tenía por militarizar y reglamentar hasta los últimos detalles de la

administración pública y no pocas veces hasta la vida social y política de los guatemaltecos,

la llevó a su plenitud y le concedió un poder en el nivel departamental superado solamente

por el propio Presidente de la República. Se trata de la figura de Jefe Político.

En la división político administrativa del país por departamentos, un Jefe Político

era el delegado en el departamento del Poder Ejecutivo, tanto en el “Orden político o

gubernativo como en el administrativo.”1 Para el cumplimiento de sus funciones los Jefes

Políticos gozaban de las prerrogativas inherentes a un alto funcionario y no podían ser

sometidos a juicio criminal, por razón de delito, sin previa declaratoria de haber lugar a

formación de causa, proferida por un tribunal competente. Los Jefes Políticos tenían una

larga lista de atribuciones y mandatos que cumplir correspondientes a cada una de las

carteras ministeriales del país, pero de hecho gobernaban como un verdadero presidente

departamental en cada ramo administrativo, en Gobernación, Salud, Educación, Fomento,

Agricultura, etcétera. 2

Un artículo correspondiente a Gobernación decía: “El Jefe Político vela por el orden

y tranquilidad de las poblaciones sujetas a su mando, haciendo uso de todo su poder.” Otro,

de mucha importancia para la vida cotidiana de las poblaciones, rezaba: “(El Jefe Político

deberá) Perseguir la vagancia, dando a la Policía órdenes terminantes para la captura de los

que la ejerzan, debiendo poner inmediatamente a los detenidos a la disposición de los

jueves competentes.” Incluso, con la autorización del ministerio de Relaciones Exteriores,

los Jefes Políticos podían extender pasaportes.

* El presente ensayo es una versión resumida de un trabajo de más aliento que el autor tiene en preparación.

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En el ramo de Agricultura se establecía para los Jefes Políticos una función cardinal

para la economía guatemalteca, que era la regulación de las relaciones laborales entre los

finqueros y los jornaleros, como se llamaba a los trabajadores de las fincas. Así, el Jefe

Político debería

Conocer directamente de las demandas entre patrones y colonos o jornaleros; y, en

revisión, respecto de las resoluciones que dicten las autoridades inferiores de su

jurisdicción sobre los mismos asuntos; Librar órdenes de captura a solicitud y bajo

la responsabilidad de parte legítima, contra los mozos fraudulentos que se fugaren

de las fincas; y, una vez habidos, si el patrón no quiere tomarlos los enviarán a las

Obras Públicas, para que, con la custodia necesaria, presten su trabajo remunerado

y se les descuente de los haberes que devenguen las cantidades que fija el

reglamento para hacer los pagos correspondientes.3

Para el Estado guatemalteco de aquellos días era crucial regular y administrar la

fuerza de trabajo para las fincas y plantaciones agrícolas y para la construcción y reparación

de caminos y puentes del país. En este último aspecto, en de los caminos y puentes, el Jefe

Político debía “Levantar en la debida oportunidad el censo de las personas obligadas a

prestar el servicio de vialidad, teniendo en cuenta las excepciones establecidas por la ley

respectiva; y remitir a la Secretaría de Agricultura dicho censo; Poner toda su actividad y

empeño en el desarrollo del plan de trabajo de caminos correspondiente al departamento de

su mando, con la cooperación de las Juntas Departamentales de Agricultura y Caminos

cuando tal plan hubiese sido autorizado por el Gobierno.” Larga era la lista de atribuciones

de ese gobernante departamental, todas las cuales le hacían concentrar un enorme poder en

su puesto.

Pero, había otra cosa más en la que realmente residía la clave de ese poder con el

que contaba un Jefe Político en el Departamento a su cargo. De conformidad con un

antiguo Acuerdo Presidencial, todas las personas que fueran nombrados Jefes Políticos o

Comandantes de Armas de los departamentos de la República, que no fueran militares,

debería de asimilárseles al grado de coronel en servicio activo y por ello gozar de las

prerrogativas que les concedían las leyes militares.4 Desde entonces, la fuerza de la

costumbre hizo que casi no se nombraran Jefes Políticos civiles, pues había que asimilarlos,

de modo que generalmente fue designado como Jefe Político de un Departamento un oficial

del ejército con el grado de coronel. Sin embargo, las cosas no terminaban allí, ya que al ser

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nombrado un coronel como Jefe Político, a éste se le nombraba también Comandante de

Armas del Departamento y de esa cuenta, un jefe político tenía las atribuciones civiles

establecidas y a la vez era el jefe militar del Departamento. Con ello, el Jefe Político era un

verdadero dictador militar en su departamento.

Con todo ese poder en sus manos, el coronel José Miguel Ramón Ydígoras Fuentes

(37 años) llegó a San Marcos como Jefe Político y Comandante de Armas. No era un

novato en ese cargo, pues ya había sido Jefe Político y Comandante de Armas de

Retalhuleu en 1921; luego en 1927 con los mismos cargos en Petén y Jalapa y finalmente

en marzo de 1932 cuando arribó a San Marcos e inició un largo mandato. Así, en enero de

1937, a punto de cumplir cinco años al frente de la Jefatura Política san marquense, el

coronel Ydígoras despachaba con la normalidad y tranquilidad acostumbradas leyendo los

telegramas y partes de sus subordinados en todo el departamento, quienes le informaban o

enviaban peticiones sobre los asuntos más variados y a los que les impartía las órdenes

correspondientes para cada caso.

En una carta fechada el 12 de enero, el administrador de la Finca Las Cruces,

ubicada en el municipio de El Tumbador, se dirigía al Jefe Político con una queja contra el

Intendente Municipal de aquel poblado porque este pretendía que toda la gente

(trabajadores) de la finca se fuera a hacer el servicio de vialidad lo cual ponía en riesgo de

grandes pérdidas a la finca, pues era el momento de la cosecha y el grano debía cortarse en

esos día o se echaba a perder.5

Otra misiva, del Intendente Municipal de Comitancillo, fechada el 16 de enero,

informaba que en cumplimiento de las órdenes del Jefe Político, “remitía” (ERN: lo

enviaba custodiado por un agente y amarrado) al mozo “fugo” (ERN: que supuestamente

no había cumplido su contrato con una finca y había huido) Nicolás Gabriel, pero advertía

que había varios mozos con ese nombre, razón por la que no estaba seguro de que el

remitido era el mozo que Ydígoras había ordenado capturar.6 En otro oficio, el Secretario

de la Presidencia de la República, Lisandro de León Manrique, se dirige a Ydígoras y le

dice que acusa recibo de su oficio del 14 de enero y de “Los dos ejemplares de la hoja que

tiene el membrete Frente Revolucionario Guatemalteco, México, D.F. que usted se sirvió

enviar con su citado oficio.” 7 Y así, sucesivamente.

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Unos días después, el 6 de febrero, llegó un oficio procedente del municipio de

Tacaná con un contenido fuera de lo común. El Intendente Municipal de esa localidad, el

señor José Amézquita, se dirigía al coronel Ydígoras informándole que el día jueves 28 de

enero desde las diez de la mañana, y a lo largo de todo el día, hasta las seis de la tarde, los

habitantes indígenas de las aldeas vecinas a Tacaná se habían estado presentando por

grupos de aldea con el objeto de “suplicarle” intermediar ante el Comandante Local de

Tacaná en varios puntos, que literalmente decían:

1. Intermediar con el Señor Comandante Local, para que no sean los castigos con tanta

dureza para sus compañeros.

2. Quitarles la tarea de 50 adobes por cada habitante.

3. Quitarles el acarreo de piedra laja.

4. Que no formen en la

5. montada los que tienen solo bestias de carga y que los dueños no saben montar.

6. Que no se les quite el pelo por diez centavos.

7. Que se tome en cuenta sus trabajos de tierra fría para no perseguirles como vagos como

se ha estado haciendo.

8. Que no se les decomise la lana de sus ovejas como lana de Méjico, pues no tienen otro

medio de pasar la vida.

A continuación, en varias hojas de papel sellado aparecían las firmas, mejor dicho

los nombres, de 431 personas, todos campesinos indígenas, agrupados por grupo de aldea,

aparentemente según fueron llegando. El Intendente Amézquita, con un lenguaje

sumamente cuidadoso terminaba su oficio diciendo al coronel Ydígoras que “Les manifesté

a los presentados, cuya lista tengo el honor de adjuntar: que no tenía yo ninguna

incumbencia en los asuntos del Señor Comandante Local quien indudablemente obraba con

orden de la superioridad, pero que lo pondría en conocimiento del Señor Jefe Político y

Comandante de Armas quien puede únicamente dictar lo que convenga.”

Luego, añadía que el Comisionado Militar de la aldea Sanajabá, Juan Gálvez, le

había contado que ocho familias con sus respectivos pases se habían marchado a la vecina

república de México en busca de mejor vida, porque en Tacaná “ya no se puede vivir.” Otra

persona, Zenaida Escobar, informaba al Intendente Municipal que “A los tacanecos en el

otro lado (México) les dan medios de vida, regalándoles tierras y facilitándoles maneras

fáciles para nacionalizarse.”8

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La reacción del coronel Ydígoras al leer el oficio enviado por José Amézquita desde

Tacaná no se hizo esperar y fue a partir de entonces que comenzó una larga cadena de

hechos que finalmente dieron por resultado una matanza de campesinos mames, habiéndose

revelado con toda su crudeza, la relación que el Estado oligárquico de aquellos días

mantenía con la población campesina, especialmente con aquella de ascendencia maya.

Dos eran los componentes clave de esa relación Estado-población rural campesina,

a saber: el trabajo forzado a que eran sometidos los campesinos a lo largo y ancho del país,

el cual a su vez seguía dos direcciones, el trabajo en las plantaciones y fincas agrícolas,

especialmente las cafetaleras, y los trabajos en la construcción y reparación de caminos y

puentes de todo el país. El segundo factor era el uso por parte del Estado de la violencia

más extrema como forma de dirimir cualquier tipo de conflicto surgido en el área rural que

tuviera como protagonistas a los campesinos, especialmente si eran indígenas.

Ambos elementos, el trabajo forzado y la violencia, no eran novedosos en el mundo

rural guatemalteco, pues su historia se había incubado y desarrollado durante el período

colonial, y en la era republicana se habían recreado especialmente a partir del triunfo

político de los liberales en 1871. En otras palabras, el trabajo forzado y la violencia en el

ámbito rural han sido dos estructuras de larga duración en la sociedad guatemalteca, pero

obviamente, dependiendo del gran período histórico de que se tratara, así fueron sido las

determinaciones que dieron lugar a formas de trabajo forzado y a la violencia contra el

campesinado.

A la altura de la década de 1930, los mecanismos de control de la población

campesina y las diversas formas de trabajo forzado ya eran parte consustancial del modelo

de desarrollo económico impulsado por el Estado, que no era otra cosa que fortalecer y

desarrollar la economía de agroexportación basada en unos pocos productos agrícolas, que

para la época eran principalmente el café y el banano. De esa cuenta, la política económicaa

estatal era en gran parte la promoción de toda medida que se encaminara a favorecer a la

agricultura de exportación sin detenerse en consideraciones legales o morales.

Por tanto, la cuestión económica crucial del régimen del general Jorge Ubico se

centraba en el trabajo agrícola. Al respecto, en mayo de 1934 fue emitido el Decreto N°

1995 que prohibía los pagos anticipados a los jornaleros y mozos colonos de las fincas con

el objeto de evitar la sujeción forzada al trabajo por medio de deudas del jornalero a los

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finqueros. Este decreto fue interpretado como un gran logro en la liberación del trabajo en

el área rural. Sin embargo, al día siguiente fue emitido el Decreto N° 1996, Ley Contra la

Vagancia, con el cual, como se verá unas líneas adelante, la compulsión forzada al trabajo

quedó no solamente vigente, sino que fue recrudecida. Simplemente, lo que sucedió fue que

el Estado les quitó a los patrones la posibilidad de que por medio de un contrato privado

mantuvieran a los trabajadores sujetos a la finca sin que mediaran las autoridades estateales,

pero con la ley contra la vagancia sería el Estado el que administraría la fuerza de trabajo,

tanto para las fincas como para los trabajos de construcción que el mismo Estado llevaba a

adelante.

Ley Contra la Vagancia declaraba vagos a los individuos, entre 14 y 60 años de edad,

que estaban comprendidos en diez categorías, entre las que destaca la novena, que

estipulaba que eran vagos:

Los jornaleros que no tengan comprometidos sus servicios en las fincas, ni cultiven,

con su trabajo personal, por lo menos tres manzanas de café, caña o tabaco, en

cualquier zona; tres manzanas de maíz, con dos cosechas anuales, en zona cálida;

cuatro manzanas de maíz en zona fría; o cuatro manzanas de trigo, patatas,

hortalizas u otros productos, en cualquier zona.9

Vale la pena señalar que por lo menos un 47.5 por ciento del total de las personas

ocupadas en las actividades agrícolas en Guatemala eran propietarias o laboraban en

predios que iban de menos de una manzana a menos de 2 manzanas de extensión, lo cual de

hecho los colocaba en la categoría de vagos, pues no realizaban sus tareas agrícolas en las 3

o 4 manzanas que pedía la ley.10

Las penas a las que se enfrentaban los “vagos”, o los

campesinos que eran calificados como tales, eran de 30 días de prisión simple, con un mes

más si existían circunstancias “agravantes”, o bien otro mes más por cada “reincidencia”.

Dicha pena se podía “conmutar” si hubiera una persona (entiéndase finquero) que se

comprometiera a dar trabajo al reo. Poco más de un año después, en septiembre de 1935,

fue promulgado el Reglamento de la Ley Contra la Vagancia, el cual endureció las penas y

sanciones a los “vagos” y estableció una libreta en la cual debería constar el nombre del

jornalero, su número de cédula, el nombre del propietario de la finca o jurisdicción a que

perteneciera el jornalero y el número de días o jornales trabajados. Estos últimos datos lo

anotaría cada 15 días el propietario o administrador de la finca.

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En segundo lugar, estaba el llamado “servicio de vialidad”, establecido en 1933 por

el decreto Nº 1474, por medio del cual se obligaba a todos los individuos “aptos” a trabajar

dos semanas al año en los caminos públicos durante el período comprendido entre junio y

julio de cada año, pudiendo ser exceptuados de dicho trabajo quienes pagaran un quetzal

por cada una de las dos semanas, con lo cual se les extendía el “boleto de vialidad”.11

Pese a que el servicio de vialidad tenía aplicación universal, los verdaderamente

afectados eran los trabajadores rurales indígenas, ya que los habitantes de los núcleos

urbanos en términos generales podían pagar la cantidad necesaria para la conmuta del

servicio de vialidad o de trabajo para obtener el “boleto” que los liberaba del trabajo.

Además, lo que realmente interesaba al Estado era que fueran los llamados “jornaleros”, es

decir, los campesinos, quienes no pudieran pagar las multas para conmutar su pena y de esa

manera obligarlos a trabajar en los caminos y carreteras que se estaban construyendo por

parte del mismo Estado.

Así, por ejemplo, un informe oficial de 1933 dice que durante ese año se

construyeron 238.4 kilómetros de carreteras y caminos y se repararon otros 1,189.3

kilómetros. Dichos trabajos fueron cubiertos, agrega el informe, con 171 mil jornales

pagados y con 729 mil jornales descontados por vialidad, es decir, por jornales gratuitos

realizados por jornaleros que no pagaron la conmuta respectiva para ser liberados del

trabajo.12

En otras palabras, la obra de infraestructura vial llevada a cabo por el gobierno

del general Jorge Ubico se realizaba en un 81 por ciento con trabajo forzado y gratuito. Este

mismo gobierno llevaba anualmente un meticuloso censo de los “afectos” con el fin de

calcular tanto sus ingresos, como el número de jornaleros que serían llevados a trabajar.

En el mensaje del presidente Ubico a la Asamblea Legislativa en marzo de 1936, se

indica que en el año “natural” de 1935 el censo de afectos arrojó los siguientes resultados:

profesionales, 2,268; empleados, 5,406; obreros, 35,050; agricultores, 69,239; jornaleros,

192,176; diversos, 24,315, todo lo cual ofrece un total de 328,454 personas “afectas” al

servicio de vialidad. Los ingresos obtenidos por el Estado en ese año por concepto de

multas y conmutas ascendieron a 244 mil 501 quetzales.13

Cinco años después, en

19401941, el presidente informó al organismo legislativo que ingresaron al fisco 431 mil

139 quetzales por conceptos de multas y conmutas de vialidad, y que el número de

“afectos” era de 441 mil 945 personas.14

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Pero, más allá de las cifras y estadísticas oficiales, que daban cuenta de los jornales

trabajados por el “servicio de vialidad” y de las carreteras y caminos construidos o

reparados, y más allá también de las leyes y decretos que obligaban a los campesinos a

trabajar gratuitamente en la red vial, en la cotidianidad de la vida rural la forma en que se

llevaba a la práctica este régimen de trabajo estaba basada en la violencia, en los abusos,

atropellos e incluso crímenes.

Así como durante el período colonial la tiranía de ese régimen sobre los pueblos

indígenas era encarnada localmente por los corregidores o alcaldes mayores, quienes a

costa de castigos y extorsiones a la población india cobraban el tributo y ejercían todo tipo

de exacciones, 15

de ese modo en pleno siglo XX en Guatemala, las autoridades locales

como el Comandante local y el Intendente Municipal eran las encargadas de poner en

marcha la maquinaria del trabajo forzado igualmente con el uso del terror.

Para concluir, se puede señalar que el sistema de imponer multas en trabajo y en

dinero a quienes, tanto en el área rural como en la urbana, eran considerados “afectos” al

servicio de vialidad, así como la prisión para los “vagos” (con todos los atropellos

imaginables en el área rural), el Estado guatemalteco resolvía tres problemas a la vez. Por

un lado, contribuía al abastecimiento de la fuerza de trabajo necesaria para las fincas, viejo

problema que desde el último tercio del siglo XIX fue resuelto con la creación de nuevas

formas de trabajo forzado; por el otro, las multas y “conmutas” se convertían en una fuente

de ingresos monetarios para el Estado. En tercer lugar, el Estado se surtía así mismo de

fuerza de trabajo gratuita para cumplir con sus planes y proyectos de construcción y

mantenimiento de carreteras y caminos, obras que a la vez eran vitales para la actividad

agrícola.16

En un contexto general de esta naturaleza transcurría la vida en el medio rural

guatemalteco y en el mismo se desarrollaba la cotidianidad en el apartado y lejano, frío y

montañoso, poblado de Tacaná y sus aldeas circunvecinas. La apacibilidad del mundo rural

de los tacanecos de pronto fue rota por la queja de los aldeanos de los alrededores de su

municipio y en el plazo de pocos días habría de explotar en una tragedia. ¿Qué pasaba y

qué fue lo que sucedió en esa localidad, que una queja a todas luces inofensiva habría de

culminar en una matanza y cómo ayudan a comprender dichos sucesos la relación entre el

Estado de aquellos años y la sociedad guatemalteca, concretamente los campesinos de

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ascendencia maya? Son las dos interrogantes que se espera sean respondidas en las líneas

que siguen.

1. El escenario social y sus actores

Tacaná es un municipio del departamento de San Marcos que está situado a unos 73

kilómetros de distancia de la ciudad de San Marcos, cabecera departamental, buscando el

noroccidente. En su conjunto, el municipio Tacaná cuenta con una extensión territorial de

302 kilómetros cuadrados y comparte una considerable línea territorial con la región del

Soconusco del estado de Chiapas, México. Desde el punto de vista geográfico, el municipio

se asienta en un ramal de la cadena montañosa de la Sierra Madre que penetra desde el

vecino estado de Chiapas, México, quedando el poblado de Tacaná a una altura de 2,410

ms. SNM 17

en medio de un territorio sumamente quebrado y montañoso en el que se

encuentran algunas de las mayores alturas del país, como por ejemplo los dos volcanes,

Tacaná de 4,092 mts. y Tajumulco, de 4,220 mts. y el pico no volcánico Cerro de Cotzic,

de 3,300 metros sobre el nivel del mar.

En la segunda mitad de la década de 1930, el departamento de San Marcos constaba

administrativamente de 29 municipios con una población total de 204,208 habitantes, de los

cuales 150,767 (73.8%) fueron catalogados como población “india”, es decir, población

indígena mayoritariamente perteneciente al grupo étnico lingüístico mam. Tacaná, uno de

esos municipios, estaba conformado por 12 aldeas y 86 caseríos, contaba con un total de 17

mil 394 habitantes, de los cuales 14 mil 756 eran indígenas de la etnia mam (84.8%) y 2 mil

638 (15.1%) eran “blancos y mestizos”. El poblado propiamente de Tacaná, cabecera del

municipio, contaba en ese entonces con unos 700 habitantes.18

Los habitantes del municipio se dedicaban en lo fundamental a las labores agrícolas,

siendo los principales cultivos el maíz, frijol, así como hortalizas y frutas propias de los

climas templados, tales como papas, habas, coles, calabazas, duraznos, ciruelas, peras, etc.

También se practicaba la crianza de ganado lanar, aunque a escala doméstica nada más,

dada la escasez de pasturas. Según un informe del Jefe Político del Departamento, en el

año 1936 fueron cultivadas 10,500 cuerdas de maíz, habiendo obtenido 8 mil quintales del

grano; 8 mil cuerdas de trigo, con una producción de 2,500 quintales; 2,500 cuerdas de

papas, con 2,500 quintales de producción y 4,500 cuerdas de frijol, con una producción de

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1,500 quintales.19

Con respecto al régimen de tenencia de la tierra, se puede afirmar que el grueso de

los productores agrícolas del municipio de Tacaná pertenecía a la categoría de

minifundistas, pues del total de las propiedades agrícolas del municipio una importante

mayoría estaba comprendida en esa categoría. Lo anterior significaba que en su mayoría

los campesinos de Tacaná apenas lograban una pequeña producción agrícola destinada al

autoconsumo, mientras que sus necesidades de otros bienes eran compensadas con el

intercambio de otra pequeña parte de su producción en el mercado local y con el ingreso

proveniente de los trabajos en los que se empleaban en las fincas de la bocacosta. Algunos

viajaban a la zona mexicana del Soconusco con el mismo fin, es decir, emplearse en las

haciendas cafetaleras chiapanecas por espacio de una temporada anual.

Un cuadro de esta naturaleza no difería en nada al régimen socioeconómico del

resto del departamento de San Marcos en particular, y del país en general, en lo que a la

población campesina se refiere. Por ejemplo, el régimen de tenencia de la tierra

correspondiente a todo el departamento de San Marcos señalaba que el 67.7 por ciento de

los 34 mil 261 predios agrícolas registrados eran menores de 5 manzanas (3.4 hectáreas).

Así, pues, el minifundismo era la forma predominante del régimen de tenencia de la

tierra.20

Desde el punto de vista de la estructura poblacional, Tacaná seguía el patrón

establecido durante el período colonial para los núcleos poblacionales de las regiones altas

del país, cuyos habitantes eran indígenas de ascendencia maya. Esto es, que en un cuadro

central en el pueblo estaba asentada la población blanca y mestiza, entre la cuales se

encontraban los artesanos del pueblo, los pequeños comerciantes y en general los

propietarios de labores agrícolas de fincas situadas en los alrededores o simplemente en la

jurisdicción del municipio.

Alrededor de Tacaná se encontraban (aún se sigue dicho modelo de asentamiento)

las aldeas de indios, es decir, las aldeas y los caseríos en cuyo territorio residía la población

indígena, situadas, además, al lado o muy cerca de sus sementeras. Estas aldeas de alguna

forma servían de abastecedoras del municipio de Tacaná de los productos agrícolas de

alimentación. Tales aldeas eran Sanabajá, Toacá, El Rosario, Tocheché, Las Majadas,

Tuicoché, Chanjulé, Chequin, Sajquim, Cunlaj, Sujchay y San Rafael.

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La estructura política local, como la que regía para todo el país, estaba constituida

por el municipio, el cual, según la Ley Municipal de la República de Guatemala vigente

entonces, era la “Asociación legal de todas las personas que residen en un distrito

municipal.”21

El gobierno o dirección político administrativa del municipio correspondía al

Intendente Municipal, figura que con la nueva ley municipal sustituyó a la de Alcalde. El

Intendente Municipal era nombrado por el Ejecutivo, es decir, por el Presidente de la

República,22

quien podía removerlo de su cargo o bien trasladarlo con el mismo puesto a

otro municipio. Las atribuciones del intendente municipal ocupaban un listado muy largo,

pero lo que interesa destacar en este punto es la relación entre los cargos de Intendente

Municipal y el de Jefe Político.

Según la ley municipal, el Intendente actuaba bajo la dirección del Jefe Político

(Art. 42) y le debía informar detalladamente dentro de los primeros cinco días del mes

sobre los trabajos de su municipalidad. Toda petición del Intendente al gobierno central

tenía que ser enviada por medio de la Jefatura Política. Entre las 44 atribuciones legales del

Intendente había una que no deja de llamar la atención, dada la connotación ideológica

sobre la visión de los habitantes indígenas del país que contiene. El Artículo 12 de la citada

ley municipal señala que el Intendente debe “Procurar, por cuantos medios estén a su

alcance, por el mejoramiento de las condiciones del elemento indígena de su jurisdicción,

particularmente en lo que respecta a su educación moral, física e intelectual, informando

mensualmente a la Jefatura Política de lo que se hubiere hecho en ese sentido.”

Otro artículo, de suma importancia dentro de las atribuciones del Intendente, rezaba

que dicho funcionario debía “Conocer las demandas de reclamación entre patronos y

colonos o jornaleros, admitiéndose contra lo resuelto el recurso de revisión de que conocerá

el Jefe Político.” Así, pues, el Intendente Municipal hacía las veces de juez de trabajo en las

fincas y el Jefe Político era una especie de sala de corte de apelaciones. Con ello, los

jornaleros, como le llamaban en aquella época a los trabajadores de las fincas, quedaban

completamente a merced, tanto de hecho, como frente a la ley, ante las autoridades

gubernamentales locales y los finqueros de la zona.

Al comenzar 1937, el Intendente Municipal de Tacaná era el señor José Amézquita

(42 años de edad), originario de Retalhuleu. Era un telegrafista que ejercía su profesión en

el municipio de Tejutla, pero el 31 de julio de 1936 nombrado por el Presidente de la

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República como Intendente Municipal de Tacaná. Amézquita era un funcionario que

cumplía con las órdenes y leyes establecidas. Encarcelaba mozos o jornaleros bajo la

acusación de vagos, por no cumplir su contratos de trabajo, etcétera, pero no los vejaba ni

se aprovechaba de ellos como generalmente sucedía con los intendentes municipales de

todo el país, aun desde tiempos remotos cuando todavía eran llamados alcaldes. El

intendente Amézquita dirigía un pequeño equipo integrado por concejales, síndicos y

regidores y un tesorero municipal.

El otro polo de la estructura política del municipio lo representaba la Comandancia

Local, en la que realmente residía el poder local. Este cargo lo ocupaba un Comandante

Local, quien, como se acostumbraba en la época, generalmente era un oficial medio del

Ejército de Guatemala. En el caso de Tacaná, el Comandante Local a principios de 1937 era

el mayor de artillería, Miguel Vásquez Martínez, de 36 años de edad, originario de Jalapa.

Como el Intendente Amézquita, también tenía poco tiempo de haber llegado a Tacaná, pues

fue nombrado en septiembre de 1936. Era un hombre de tez blanca, típico del oriente de

República, de mediana estatura y complexión fuerte, que usaba un bigote largo, con vuelta

en las puntas al estilo francés. Dado que llegó solo, sin familia, es probable que se haya

hospedado en una pequeña pensión propiedad de la señora Concepción Peralta viuda de

Pivaral.23

En todo caso, lo seguro es que sus tiempos diarios de comida los hacía en la casa

de la viuda Peralta.

La señora Concepción Peralta, madre de siete niños, era dueña también de una labor

agrícola en las cercanías del pueblo, que había heredado de su marido, ya fallecido, y quizá

también el “negocio” de “habilitador” “enganchador” o “contratista”, apelativos con los que

se conocía a las personas que reclutaban jornaleros para las fincas de café de la costa,

especialmente durante la época de la cosecha del grano, pues su esposo se dedicaba en vida

a dicha actividad. Asimismo, la señora ocupaba el cargo de tesorera de la municipalidad de

Tacaná. Sin embargo, lo que destacaba en ella era su hermosura, ya que hay muchas

referencias de que se trataba de una mujer muy guapa. Aparentemente, Miguel Vásquez

Martínez quedó enamorado de Concepción.24

El Comandante Local era un funcionario militar de gran peso e importancia en el

nivel local. Era el jefe de una pequeña tropa del ejército nacional cuyo número estaba en

consonancia con la importancia del municipio, de su extensión territorial, el número de sus

Page 13: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

habitantes y otros aspectos colaterales. Para un poblado del tamaño de Tacaná, la tropa

estaba compuesta por 12 soldados. Además, el comandante local era de hecho jefe de la

Guardia de Hacienda y de la Policía Nacional de la localidad, las que en realidad eran

dependientes del Ministerio de Gobernación y por lo tanto en el nivel local deberían de

obedecer las órdenes del Intendente Municipal.

Sin embargo, tratándose de un Estado militarizado, como era el Estado

guatemalteco en aquellos años, en los hechos el Comandante Local detentaba el poder de

mando en los cuerpos armados policiales, que por lo demás en Tacaná no superaban la cifra

de cinco o seis hombres. Por si fuera poco, el Comandante Local estaba obligado por la ley

a entrenar militarmente a los campesinos de las aldeas de su circunscripción en unos

contingentes denominados milicianos, los que deberían estar prestos en caso de emergencia

de guerra en el país.

El Comandante Local era el encargado de cumplir las órdenes provenientes de la

Comandancia de Armas, situada en la cabecera departamental, en algunos aspectos fuera de

lo puramente militar. Por ejemplo, si era necesario reclutar mozos para las fincas o bien

para los trabajos en los caminos, este funcionario apoyaba al Intendente Municipal en esas

tareas, las que en los hechos se convertían en una verdadera pesadilla para los campesinos,

ya que los soldados o los policías bajo el mando del Comandante local todo el tiempo

detenían a los campesinos para exigirles la presentación del libreto de jornaleros en donde

se asentaba el contrato que tenían con alguna finca y así no ser considerados vagos, como

lo tipificaba la ley al respecto.25

Estos procedimientos eran, pues, una fuente de abusos y vejaciones para los

campesinos indígenas de todo el país, dado que con cualquier pretexto eran encarcelados o

enviados a los caminos a trabajar para el Estado sin ninguna remuneración. Con pocas

excepciones (la de Amézquita era una), un intendente municipal y un comandante local

constituían una pareja que se coludía para sacar ventaja personal de su autoridad a costa de

los abusos a los campesinos, ya fuera para hacerlos trabajar en tareas para su provecho

personal o bien para obtener algún dinero a cambio de no enviarlos a los trabajos.

La rutina principal era detener a cuanto varón se encontraban los soldados de la

escolta en los caminos o en los alrededores de las aldeas para exigirles la presentación del

boleto de vialidad y, especialmente, el libreto de jornaleros o libreto de trabajo. El boleto de

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vialidad, como ya se sabe, tenía anotados los jornales que el campesino, “mozo”, como se

le llamaba, había trabajado en la construcción o reparación de caminos y puentes de la red

vial del país. El boleto de jornaleros debía tener anotada la cantidad de jornales que el

jornalero había contratado con alguna finca y los jornales que ya había trabajado. Si no

tenía nada de eso, o bien en sus boletos no había anotación de trabajo vigente, era

considerado vago o “fugo”.

El Comandante Local de Tacaná recibía en su pequeño cuartel a los detenidos y a

cambio de algún dinero los liberaba. Si no podían pagar nada los sometía a crueles castigos

que no guardaban ninguna proporción por el delito de “vagancia”. Tacaná es de clima frío y

a los campesinos castigados los sumergía de cabeza en una pila de agua y los enviaba luego

a los calabozos, sino posibilidad de secarse, para que el secado del cabello se hiciera

solamente a la sombra o por la noche. Luego, les cobraba diez centavos por cortárselos. Ese

era el sentido de algunos de los puntos contenidos en de las peticiones que hacían los

aldeanos en sus quejas al Intendente Amézquita.

El mayor Vásquez parecía ser activo en su cargo, razón por la que también realizaba

trabajos de construcción en su cuartel. Este edificio tenía muros, piso y tejados muy

envejecidos, lo que hizo que el comandante local emprendiera algunos trabajos de

reparación. Para ello, tomaba la fuerza de trabajo necesaria entre los campesinos indígenas,

no solamente de los castigados, sino de los que pudiera reclutar para ese fin, además de que

era obligatorio que ciertos materiales los pusieran los indígenas por su propia cuenta. Así,

el mayor Vásquez exigió a cierto número de aldeanos cincuenta adobes cada uno, lo que

significaba que tenían que fabricarlos en su casa y luego acarrearlos hacia el cuartel. Para

darse una idea delo que eso significaba basta señalar que cada adobe pesaba unas 25 libras.

Lo mismo sucedía con las lajas de piedra que servirían para los pisos de las aceras y patios

del cuartel. En fin, cada petición hablaba por sí sola y daba una idea de los abusos del

mayor Vásquez contra la población indígena.

Al parecer, la gota que había derramado el vaso fue la de la exigencia de que debían

realizar trabajos para la señora Peralta. Esa queja no aparece en el escrito de quejas de los

aldeanos, pero quedó en la memoria del pueblo y se menciona en algunos artículos de

prensa publicados muchos años después. Encima de todo, el comandante local Vásquez

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Martínez era aficionado a las bebidas alcohólicas, lo cual era un acicate para expoliar a los

indígenas en cualquier forma.26

2. La masacre

El coronel Ydígoras reaccionó al escrito que contenía la queja de los aldeanos de Tacaná

enviada por el Intendente Municipal Amézquita con un telegrama imperativo, de fecha 10

de febrero, dirigido al comandante local de Tacaná, mayor Miguel Vásquez Martínez, que

decía: “Al Comandante Local de Tacaná para que me informe punto por punto lo referido

por el Intendente Municipal de ese lugar en el oficio que antecede.” 27

Vásquez Martínez no perdió tiempo. Convocó a su despacho a los campesinos de

las aldeas circunvecinas de Tacaná para “tomarles declaraciones”. De esa cuenta, el 17 de

febrero se reunió con un grupo de vecinos de las aldeas de Tacaná y de una manera

solemne les preguntó “en calidad de plática” si se habían presentado a la Intendencia

Municipal el día jueves 28 de enero y cuál había sido el objeto de esa visita. Los

campesinos que estuvieron presentes, que en realidad no fueron muchos, dijeron que en

efecto habían llegado a la Intendencia Municipal esa fecha, pero para averiguar y realizar

distintas diligencias, tales como arreglar unos asuntos de límites entre terrenos; que también

le preguntaron al intendente qué para qué era la laja y el adobe que se les pedía y como éste

respondió que eran para el cuartel, entonces estaban conformes; otros respondieron, que

aunque estaba su nombre en la lista no se habían presentado en esa fecha a la Intendencia

Municipal. 28

El acta en la que constan las declaraciones de los campesinos que se retractaban de

lo dicho en el escrito de quejas la envió el Comandante Local al Jefe Político junto con una

carta suya en la que aclaraba punto por punto las acusaciones contenidas en el primer

escrito de quejas. En su misiva personal, Vásquez Martínez decía que era falso que apresara

y castigara a los indios, que solamente cuando había varios de ellos prisioneros por

cualquier falta o delito los ponía a trabajar en el arreglo de las calles de Tacaná, ya que

éstas estaban en un estado lamentable y la municipalidad (es decir, el Intendente

Amézquita) no hacía nada; que era falso lo de pedirles cincuenta adobes, que eso solamente

lo hizo cuando algunos indígenas no cumplían con su cuota de una laja por persona,

entonces les imponía la pena de 25 adobes; que ciertamente sus soldados habían

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decomisado lana a varios individuos, pero no en la casas de éstos, sino cuando los

encontraban en extravíos (veredas o atajos) muy cerca de la frontera con México.29

Finalizaba el mayor Vásquez Martínez recomendando al Jefe Político que no diera órdenes

al Intendente Amézquita “Que por su importancia merezcan reservarse, pues en realidad le

desconfío demasiado porque en lugar de vigilar y cumplir las órdenes, antes creo que las

divulga.”30

Mientras tanto, el coronel Ydígoras tenía sus propios planes. En esos días había

pedido autorización al Secretario (ministro) de Guerra para llevar a cabo su recorrido anual

por los pueblos de tierra fría del departamento y pensó que podía aprovechar una visita a

Tacaná con ese propósito, pero también para averiguar personalmente qué era lo que

sucedía entre lo que él consideraba malas relaciones entre el Comandante Local Vásquez

Martínez y el Intendente Municipal Amézquita. Por ello, telegrafió el lunes 22 de febrero al

Intendente de Tacaná con la siguiente orden: “El jueves próximo por la tarde llegaré a esa

población procedente del volcán Tacaná. Como hay varios escritos de quejas firmadas por

vecinos sírvase hacer saber mi llegada para que estén presentes.” 31

Así, pues, fue el propio

Jefe Político quien ordenó la presencia de los vecinos quejosos.

Pero, al mismo tiempo, el coronel Ydígoras telegrafió al comandante local, Miguel

Vásquez, a quien ordenó que fuera a encontrarlo a Canjulá (del municipio de Sivinal) para

recorrer puestos fronterizos. De modo que, el Jefe Político Ydígoras Fuentes arribó a

Tacaná la tarde del jueves 25 acompañado del mayor Vásquez Martínez. Según una

versión, que parece muy factible, el mayor Vásquez habría aprovechado el recorrido que

hizo con Ydígoras para hablar mal del Intendente Amézquita y así predisponer al Jefe

Político contra aquel.32

Cuando llegaron a Tacaná, los esperaba una muchedumbre de campesinos indígenas

en los alrededores de la Intendencia Municipal. Al parecer, al momento de inquirirles

cuáles era sus quejas, fueron muchos los hombres que se quejaron directamente contra el

Comandante Local, con lo cual se venía abajo la defensa del funcionario militar. Uno de los

campesinos, llamado Francisco Díaz, quizá porque dominaba mejor el idioma castellano, o

porque tenía algún liderazgo en las comunidades, fue quien llevó la voz cantante y explicó

mejor las acusaciones y quejas contra el mayor Vásquez. El Jefe Político Ydígoras no dijo

nada, se limitó a escuchar a los aldeanos.

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Al día siguiente, Ydígoras pidió a los dos funcionarios, el intendente municipal

Amézquita y el Comandante Local Vásquez, que lo acompañaran de regreso a la cabecera

departamental San Marcos hasta un lugar llamado Cumbre de Cotzic, que limitaba el

municipio de Tacaná con el de Ixchiguán, que sería más o menos a la mitad del camino.

Cada uno en su caballo, cabalgaron hasta la cumbre indicada. Al momento de la despedida,

el Intendente Municipal sacó de una alforja una botella de coñac para obsequiarla al coronel

Ydígoras, pero éste no la aceptó. Y así, ambos funcionarios de Tacaná emprendieron el

regreso al poblado, pero en dicho recorrido, que sería de unos treinta y siete kilómetros,

habrían de precipitarse los acontecimientos que terminarían en la tragedia.

Unos diez minutos después de haberse despedido del coronel Ydígoras, el mayor

Vásquez Martínez, aparentemente amistoso, entabló plática con el Intendente Amézquita y

en determinado momento le dijo que se apearan de los caballos, pues estaba cansado de

cabalgar. Una vez en el suelo, siempre en forma amable, le dijo que se sentaran a descansar

a la sombra de unos matorrales, luego le reclamó a Amézquita por haber citado a los

campesinos indígenas a la reunión con el coronel Ydígoras, a lo que éste respondió que

había sido una orden del Jefe Político. Vásquez insistió en que antes de avisar al Jefe

Político debería haberle dicho a él lo que pasaba y así hubieran podido ponerse de acuerdo

entre los dos.33

La conversación estaba tomando un sesgo que no gustó a Amézquita y por ello le

dijo que continuaran el viaje y se incorporó, pero al momento de hacerlo, Vásquez logró

extraerle la pistola de su cartuchera y le dijo visiblemente furioso: “No lo quiero matar con

su misma pistola; sólo le voy a demostrar quién es Miguel Vásquez Martínez” y lanzó el

revólver hacia el mozotal 34

del lugar. Amézquita intentó montar en su caballo para huir,

pero Vásquez le propinó un puñetazo en una oreja, que lo derribó al suelo. Allí lo golpeó y

pateó repetidas veces, hasta que por fin Amézquita pudo incorporarse; Vásquez logró que

Amézquita quedara hincado, lo tomó con una mano del cuello y con la otra le puso su

pistola en la sien para dispararle, pero Amézquita apenas tuvo tiempo para tomar el arma

por el cañón en el mismo momento que disparaba.

La bala pasó entre dos dedos de Amézquita, pero éste no soltó el arma y así pasaron

varios minutos forcejeando, golpeándose y hasta mordiéndose, intentando cada uno

quedarse con la pistola. En esos momentos, atinó a pasar frente a la escena de los golpes un

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vecino del lugar, que resultó llamarse Pedro Pérez, que iba acompañado de su esposa

Cecilia Mejía. Amézquita, quien estaba en desventaja por la mayor complexión física de

Vásquez, pidió auxilio a lo que Pérez pudo arrebatar momentáneamente la pistola.

Amézquita aprovechó la ocasión para lanzare en una carrera en la que se caía y se levantaba

atropelladamente golpeándose aún más con las rocas dispersas en el paraje.

Así llegó Amézquita maltrecho a una pequeña choza en la que un muchacho lo

recibió y dio a aviso al regidor de aldea, Librado González. Luego fue trasladado, en la

misma aldea, a la auxiliatura en donde dio sus primeras declaraciones. Librado González

regresó al lugar de los hechos y comprobó que había un sombrero en el suelo (propiedad de

Amézquita), una botella de coñac sin destapar y señales de lucha en el pasto y matorrales,

así como el caballo del intendente de Tacaná. El Comandante Local Vásquez ya se había

retirado del lugar de los hechos.

En las horas y días siguientes se registró un intenso cruce de telegramas entre

diversos funcionarios municipales y jueces locales de los municipios de Ixchiguán, Tejutla,

Tacaná y Sivinal y el Jefe Político del departamento de San Marcos, coronel Miguel

Ydígoras Fuentes, que le dieron curso legal a la denuncia que presentó Amézquita contra

Vásquez Martínez por lesiones y golpes. Los intendentes de Sivinal y Tejtula ordenaron el

mismo día 26 la captura del mayor Vásquez Martínez, pero un juez de San Marcos

telegrafió al Comandante de Armas, Ydígoras Fuentes, en el que le indicó que las

diligencias judiciales que se estaban llevando a cabo contra Vásquez deberían ser

trasladadas a la Auditoría de Guerra, ya que éste, en su condición de oficial del Ejército,

gozaba del fuero militar. Así, sin ser detenido, Vásquez fue interrogado en la Comandancia

de Armas departamental.

Vásquez negó todo los cargos y más bien relató los hechos al revés, es decir, que el

Intendente Amézquita había sido el iniciador de los golpes porque acusaba al comandante

local de servil frente al Jefe Político. También fueron a declarar las primeras personas que

auxiliaron a Amézquita, entre ellos Pedro Pérez y su esposa Cecilia Mejía. El mismo

Amézquita también fue citado y ratificó todo lo dicho en su primera declaración.

Se tuvo a la vista también los daños físicos que se le infringieron a Amézquita y

resultó, según declaración de Guadalupe Robledo, empírico en medicina, que: “Presenta los

ojos congestionados de sangre, el derecho con un golpe contundente abajo del párpado y

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amoratado; el dedo índice de la mano derecha presenta una lesión en la articulación de la

falangeta en la parte superior que solo le interesó la piel y lo tiene dislocado e inflamado; el

antebrazo izquierdo presenta raspones leves. Estos golpes y lesión del dedo índice son de

carácter leves y con cinco días de atención médica puede quedar bien, sin dejarle

impedimento alguno más que solamente la cicatriz en el dedo índice.”35

El resultado de todo el proceso judicial fue la sentencia de la Auditoría de Guerra,

que tan rápidamente como pudo, el 6 de marzo, falló a favor del mayor Miguel Vásquez

Martínez por “no haber mérito suficiente para motivarle auto de prisión.” Este fallo se basó

en el hecho, en el que Ydígoras Fuentes insistió mucho, de que las heridas no eran graves y

que en seis días sanarían por completo.

Por su parte, Ydígoras Fuentes había hecho otro movimiento. Aun estando en

Tacaná había telegrafiado al Presidente de la República recomendando trasladar a

Amézquita de Tacaná al municipio de El Quetzal. Esta sugerencia la amplió el martes 2 de

marzo en los términos siguientes:

Como me permití dar parte a usted, el día viernes 26 hubo una dificultad entre el

Intendente Municipal y el Comandante Local de Tacaná. Contra ambos empleados

se había recibido quejas y al aproximarse mi última visita a ese lugar ordené al C.

Local que me fuera a encontrar a Canjulá (Sivinal) para recorrer puestos fronterizos.

Cuando llegué a Tacaná a los dos días encontré grandes aglomeraciones de

indígenas provocados por el Intendente quien aprovechó la ausencia del C. Local

para citarlos y hacerles ver la conveniencia de quejarse contra el C. Local, pues éste

era el que los obligaba a la vialidad y a la compañía de voluntarios y últimamente al

escuadrón de caballería. Si el C. Local se excede en el cumplimiento, pues está

reconstruyendo el cuartel, ha reparado muchas calles y está arreglando el agua

potable, en cambio el Intendente es pasivo, les tiene miedo a los indígenas que

siempre han mal informado a las autoridades y de ahí que se hayan distanciado. ..

Desde Tacaná y antes de la riña permitíme consultar a usted permuta del intendente

con el del Quetzal José Uluán Vázquez que creo más caracterizado para un

municipio de las peculiaridades de Tacaná.36

Con este telegrama queda perfectamente claro que el Jefe Político Ydígoras

Fuentes, si guardó silencio frente a los indígenas el día en que éstos se quejaron

personalmente del mayor Vásquez frente a él mismo, fue porque ya tenía un criterio

formado de los hechos. Su confianza estaba con el mayor Vásquez y creía a Amézquita

culpable de las quejas de los indios, que era realmente la versión del mayor.

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No le importó a Ydígoras escuchar personalmente a decenas de hombres mames

quejarse de su propia voz de los abusos que cometía Vásquez Martínez contra ellos. Para

Ydígoras lo importante era que a los aldeanos se les exigiera la vialidad (es decir, enviarlos

a trabajar sin paga a los caminos) y a prestar servicio en la compañía de voluntarios sin

detenerse a pensar en los daños que se les ocasionaba a los campesinos que debían

abandonar sus cultivos. Habiéndose producido la matanza, Ydígoras, con el fin de eludir

cualquier responsabilidad en los suceso, le miente al Presidente cuando dice que encontró

“grandes aglomeraciones provocados por el Intendente quien aprovechó la ausencia del C.

Local para citarlos y hacerles ver la conveniencia de quejarse contra el C. Local.”, ya que

como que como se vio antes, fue el propio Ydígoras quien ordenó a Amézquita convocar a

los aldeanos el día jueves 22 de febrero en ocasión de su arribo a Tacaná.

Amézquita fue trasladado a El Quetzal y a Tacaná llegó como nuevo Intendente

Municipal el capitán José Uluán Vásquez “más caracterizado para un municipio de las

peculiaridades de Tacaná,” pues como había ordenado Ubico, el nuevo Intendente debería

ser militar.

Absuelto de los cargos por haber agredido al señor José Amézquita, o lo que es lo

mismo, habiendo saldado ya su cuenta con Amézquita, el mayor Vásquez debe haberse

sentido más seguro que de costumbre. Sin Amézquita que reprobara su conducta con los

indios y con un nuevo Intendente que podría ser su cómplice, las cosas parecían estar a

favor suyo como nunca antes. Además, contaba con una aliada en la municipalidad, que

era la viuda Peralta.

Faltaban ahora los indios de Tacaná con quienes creía tener una cuenta pendiente.

Así llegó el domingo 14 de marzo, día de mercado y por eso los habitantes del pueblo y de

las aldeas y caseríos vecinos abarrotaban bulliciosamente la plaza central para hacer sus

compras y ventas de la semana, sin sospechar ni por un instante que estaba en proceso una

tragedia. Aproximadamente al medio día, hora de mayor afluencia de gente en la plaza

central de Tacaná, el mayor Vásquez Martínez ordenó a sus hombres capturar y llevar al

cuartel a cuanto hombre indígena se encontrara en la plaza, especialmente a uno de ellos, a

Francisco Díaz. El edificio del cuartel estaba situado frente a la plaza, a un costado de la

iglesia, por lo que no debió haber sido difícil meter en él a los hombres que se iban

capturando.

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Al darse cuenta de las detenciones, los hombres que estaban en la plaza creyeron

que se trataba de exigir el boleto de vialidad o el de jornaleros y muchos de ellos se

escondieron en la iglesia o en las casas cercanas, pero los soldados los sacaban a

empellones, a veces a patadas y tomados del pelo. De la iglesia fue extraído Francisco Díaz.

Mientras los soldados, policías y guardias de hacienda cumplían sus órdenes, el

mayor Vásquez se sentó en un negocio cercano a beber con un amigo suyo, Augusto

Enríquez, hijo del Jefe Político del Departamento de Quetzaltenango.37

Pocos minutos antes

de las tres de la tarde se presentó ante el mayor Vásquez el subteniente Olegario López para

informarle que ya había sido capturado Pancho Díaz, como también era conocido aquel

hombre. Es de imaginarse cómo se levantó el mayor Vásquez para ir al cuartel, con varias

onzas de licor corriendo por sus venas.

Más envalentonado que nunca, el mayor Vásquez penetró al cuartel y a gritos

preguntó “¿Dónde está Pancho Díaz?” Como no obtuvo ninguna respuesta, repitió su grito

quizá un par de veces más “¿Dónde está Pancho Díaz?” De un rincón se incorporó un

hombre que estaba en cuclillas, medio cubierto por sus compañeros. Tenía las manos atrás,

a la cintura. Aquí estoy –dijo– El mayor Vásquez se le fue encima y con la cacha de su

revólver le golpeó la cara, pero Pancho Díaz, en lugar de amilanarse, respondió con un

fuerte golpe en la cabeza de Vásquez con una piedra que tenía en la manos. El mayor

Vásquez murió al instante de aquel golpe y Pancho Díaz fue baleado por uno de los

soldados. 38

El sargento Rutilo Ruiz, al ver lo que pasaba, ordenó al resto de soldados abrir

fuego sobre todos los hombres que estaban detenidos en el cuartel.39

Fue cuando en el

pueblo se escuchó lo que parecía una cohetería. Un niño de diez años de edad, llamado

Benjamín Gálvez, quien vivía muy cerca de la plaza, se encontraba en ella cuando escuchó

las detonaciones y tratándose de que era domingo, pensó que era alguna fiesta que había en

el interior del cuartel. Entusiasmado, corrió hacia el cuartel e ingresó al edificio en plena

carrera sólo para toparse abruptamente con dos hombres tendidos en el piso del patio, uno

sobre el otro. Uno estaba boca arriba y el otro boca abajo encima del primero. El que estaba

arriba era Pancho Díaz y el de abajo era el mayor Miguel Vázquez Martínez, trenzados

ambos en un abrazo mortal.

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Los soldados disparaban con sus fusiles reglamentarios y uno de ellos tomó a

Benjamín de la mano y lo arrastró violentamente hacia la calle, desde donde pudo observar

cómo decenas de hombres se saltaban las paredes del cuartel hacia fuera y caían sobre los

techos de paja de los puestos de venta improvisados al pie del paredón del cuartel hasta que

éstos no resistieron y se hundieron con el peso de los hombres que saltaban sobre ellos.40

Uno de los campesinos, que no pudo saltar la pared, pues en el intento se cayó hacia el

interior del cuartel y allí, tirado en el suelo, fue ultimado de un balazo por el guardia de

hacienda Román Herrera.41

Los aldeanos corrían por donde podían y dado que los soldados cubrían la salida, no

solamente saltaron las paredes del cuartel, sino que muchos salieron por una puerta que

daba a la oficina del telegrafista, Everildo Mauricio, quien al ver huir a los indios los

detuvo y les gritó; “No corran, regresen, porque si no, los van a castigar.” Increíblemente,

los campesinos que pasaban por la oficina del telegrafista obedecieron sumisamente la

orden de Mauricio sólo para volver al patio del cuartel, escenario de la balacera.42

Probablemente, la balacera y la matanza hubiera seguido si no es porque un antiguo

teniente, ya de baja, Juan López, que pasaba por la plaza entró al cuartel y ordenó a los

soldados que detuvieran el fuego. Les habría dicho a gritos, que no fueran “bárbaros”, que

por qué mataban indios indefensos.43

En ese instante entró corriendo al cuartel el

subteniente Israel Santizo, quien dormía la siesta en una casa vecina. Alertado por los

disparos corrió al cuartel a sacar la bandera nacional para protegerla, pero el mismo Juan

Gálvez le dijo que era totalmente improcedente, que ya todo había pasado, que no había

enemigos.44

Todo sucedió a las tres de la tarde en uno o dos minutos.

Dentro del cuartel quedaron los cuerpos sin vida de diez campesinos mames, que

por la ubicación en donde quedaron sus cuerpos se puede tener una idea de cómo los

mataron. “En el interior del cuartel” significa que estaban en el patio del mismo. “En una

pieza en el interior del cuartel donde estaba recluido” quiere decir que los mataron a

mansalva dentro de las celdas. 45

Otro de los muertos, Pioquinto Pérez, fue baleado en una

cadera, pero logró llegar a las afueras del cuartel en donde cayó muerto.

Este es el listado de los muertos esa tarde: Fidel Ramírez (35) con herida de bala en

la sien izquierda, en el interior del cuartel; Alejandro Pérez (45), con herida de bala en la

tetilla derecha, en el interior del cuartel; Cipriano Pérez (19), con herida de bala en el

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cráneo, en el interior del cuartel; Ambrosio Ramírez (50), con herida de bala en el pulmón

izquierdo, en el interior del cuartel; Gregorio González, con herida de bala en las vértebras

cervicales, en el interior del cuartel; José Pérez (50), con herida de bala en la clavícula

derecha, en el interior del cuartel; Francisco Díaz (40), con herida de bala en la tetilla

izquierda, en el interior del cuartel; Rodrigo López , con herida de bala en la ingle izquierda

con salida en el hueso iliaco, en el interior del cuartel; Pioquinto Pérez (43), con herida de

bala que penetró en la cadera derecha, en la esquina noroeste afuera del cuartel; Antolín

Velásquez (40), con herida de bala en el tórax, en una de las piezas del interior de cuartel

donde estaba recluido; Domingo Ortíz (20), con herida de bala en el cráneo, en una pieza en

el interior del cuartel donde estaba recluido. Murió a las 18 horas.

También quedó tendido el comandante local, mayor Miguel Vásquez Martínez (36),

con “lesiones”. Dos días después, el 16 de marzo, en su casa de habitación, situada en la

aldea El Rosario, falleció Benito Pérez (50), con herida de bala en el abdomen.

Presumiblemente, Benito Pérez habría huido herido del cuartel y muerto en su hogar sin

asistencia médica. 46

Como era su obligación, el telegrafista Everildo Mauricio no cesó de enviar a la

Jefatura Política mensajes telegráficos con los pormenores de lo sucedido. El Jefe Político,

coronel Ydígoras Fuentes, al enterarse de los hechos, no perdió tiempo en la cabecera

departamental. En primer lugar, propuso al Presidente de la República, general Jorge

Ubico, que se nombrara como nuevo Comandante Local de Tacaná al coronel Rómulo

Leonardo, quien tomó posesión del cargo apresuradamente el miércoles 17 de marzo. 47

Luego mandó a capturar a José Amézquita, quien, como se sabe, había sido trasladado a la

Intendencia de El Quetzal, pues Ydígoras lo acusaba de haber “dejado predispuestos los

ánimos de los indios de Tacaná contra el mayor citado (Miguel Vásquez Martínez…)” 48

Acto seguido, organizó una compañía de tropa compuesta tanto por soldados de la

Comandancia de Armas, como por “voluntarios” de Tejutla, San Pedro Sacatepéquez, El

Tumbador y otros poblados. Formó la tropa con un mando integrado de la manera

siguiente: comandante, Teniente Rubén González Siguí; teniente Hugo Mendoza; capitán

José María López; capitán Nicholas Minchez; teniente Rafael Barrios; teniente Justo

Germán Fuentes; teniente Alfonso Domínguez; teniente Leoncio de León; teniente Arnulfo

Santisteban; sargento Valentín Juárez; sargento segundo Rómulo Juárez; sargento Nemesio

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González; sargento Pablo Sánchez; sargento Clemente Godínez; sargento Abundio Orozco,

y sargento Simeón González, 49

sargento Gabino González, sargento José María Bámaca y

sargento Félix Navarro

Esta tropa salió rápidamente a Tacaná el mismo domingo 14 por la tarde y el lunes

comenzó a cumplir con las órdenes que se acostumbraban en semejantes casos. Cada vez

que en cualquier lugar del medio rural guatemalteco sucedía algo que las autoridades

consideraban un levantamiento, sublevación o insubordinación de los indios, llegaba una

tropa a “restablecer el orden” y la primera medida que tomaba era siempre capturar a

cuanto sospechoso hubiera de haber participado en los hechos y especialmente buscar a los

“cabecillas” reales o supuestos.

El teniente Rubén González Siguí no se salió del libreto que siempre seguía el

aparato estatal por medio de sus jefes políticos y comandantes de armas. Capturó a los

“cabecillas” que resultaron ser cuatro campesinos indígenas, Víctor Pérez, Patricio Díaz,

Cipriano Matías y Pablo Morales, acusados todo ellos de sedición.

Luego, el teniente Rubén González le ordenó al capitán José María López, jefe de

escolta, que al mando de un grupo compuesto por los sargentos segundos Rómulo Juárez,

Gabino González, José María Bámaca y Félix Navarro y los cabos Aparicio Gómez y

Apolonio Fuentes, condujera a los cuatro campesinos señalados a la cabecera departamental

de San Marcos. Salieron de Tacaná a las tres de la madrugada del martes 17 de marzo hacia

dicha ciudad con los reos caminando sueltos, sospechosamente con las manos libres.50

Luego de haber marchado aproximadamente un kilómetro y medio, cerca del lugar

llamado Tuiscumbaj, en un terreno muy escabroso, los cuatro reos “se pusieron en fuga”.

Según el informe del jefe de la escolta, José María López, los militares marcaron a los reos

en fuga un alto por tres veces, pero al no acatar éstos las voces persiguieron a uno de ellos a

quien le “hicieron blanco”. Otros dos fueron sorprendidos por los disparos porque, como se

dice en el parte, “tomaron el camino de frente.” Sin embargo, el cuarto, que resultó ser

Pablo Morales, logró escabullirse en la oscuridad de la madrugada y en lo escarpado del

terreno, habiendo los soldados encontrado solamente un sombrero estilo “charro” perforado

por una bala. Ese, pues, fue el castigo para los “cabecillas”. Nuevamente, como en

muchísimas ocasiones antes, había sido aplicada la ley fuga a unos mozos, jornaleros o

campesinos indígenas que se habían atrevido a quejarse.

Page 25: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

Se siguió el procedimiento de costumbre, que revela descarnadamente los crímenes

contra la población campesina indígena. A las seis horas de ese día, se presentaron el juez

de paz de Tacaná y el Cirujano Militar departamental, doctor Enrique Sarti (quien había

llegado con la columna militar encabezada por el teniente González Siguí) al paraje donde

fueron muertos los tres reos. El testimonio escrito de ambos funcionarios fue éste:

(…) En un pequeño zanjón de un metro de profundidad …se encontró el cuerpo de

un hombre recostado sobre su costado derecho con los pies recogidos estando de

Poniente a Oriente con la mano derecha sobre la cara , la izquierda doblada bajo el

cuerpo, es descalzo viste camisa rayada de manta calzoncillo blanco con una banda

roja ceñida a la cintura, no tiene sombrero por haberlo dejado tirado a orilla del

camino, siendo el primero que se detalla, fue extraído de este lugar colocándolo en

otro sitio que permita su registro para descubrir las lesiones que sufrió

encontrándole las siguientes: que el Doctor dá fé de haber tenido a la vista así como

el infrascrito Juez que se detallan así : Una herida con arma de fuego penetrante en

el tórax, ángulo inferior, con orificio de entrada en la región frontal izquierdo a seis

centímetros hacia fuera y hacia debajo de la Clavícula; otra producida en la misma

forma penetrando en el cráneo con orifico de entrada en la región molar del lado

izquierdo.

Se trataba de Cipriano Matías. Sigue el informe:

(…) Como a 100 metros abajo del lugar donde los primeros se fugaron y como en

medio de este se encontró otro cadáver recostado sobre su costado izquierdo boca

abajo teniendo el pie izquierdo recogido más hacia el derecho, tiene una cobija

rayada bajo la cara un sombrero de palma frente a la cabeza estando de sur a norte,

usa cordón de jerga calzoncillo blanco con mancha de sangre en la rodilla una

banda muy ceñida a la cintura, usa caites enrejados de cinchos y una hebilla…

Tiene una herida producida por arma de fuego penetrante en el abdomen con

agujero de entrada en la región lumbar línea media con orificio de salida en el

hipocondrio derecho otra en el antebrazo derecho con orificio de entrada en la cara

externa tercio medio orificio de salida al mismo nivel de la cara otra en la rodilla

derecha (…) Fue registrado en los bolsillos en los cuales se les encontró una libreta

de trabajo No. 32873 pertenecientes a Víctor Pérez Velásquez quien es el occiso,

once centavos, dos boletos de vialidad, dos de ornato y una constancia de trabajo.

Era Víctor Pérez Velásquez. Del tercero, Patricio Díaz, se dice:

(…) A ocho metros otro cuerpo tendido en el mismo camino y en posición superior

de norte a sur con el brazo derecho extendido y el izquierdo sobre el abdomen, viste

cotón de jerga y banda de hilo rojo, teniendo el pie izquierdo sobre el derecho

recogido, con calzoncillo blanco ensangrentado (…) Tiene una herida producida por

arma de fuego, en la región dorsal, penetrante en el tórax a una línea media a nivel

de la tercera vértebra dorsal con un agujero de salida en el borde anterior del hueco

de la axila, otra lesión producida también con arma de fuego penetrante en el

Page 26: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

abdomen (…) Registrándole los bolsillos le fue encontrado un pañuelo morado

guardando en este la cantidad de ochenta y cinco centavos de quetzal y papeles

pertenecientes a Patricio Díaz siendo el occiso, una certificación de haber sembrado

veinticinco cuerdas de Milpa extendida en Tacaná y dos boletos de vialidad y uno

de ornato.

Por las partes del cuerpo en que tenían las heridas de bala los tres cadáveres era muy

probable que les hayan disparado de frente, no en plena carrera, por la espalda, como dicen

los guardias en sus declaraciones. Algo muy dramático era que en sus bolsillos, estos

humildes campesinos portaban siempre sus boletos de vialidad, de ornato, las constancias

de trabajo, la libreta de trabajo, y cuanto documento era requerido por las escoltas, todo ello

para evitar ser considerados vagos y ser objeto de cárcel, castigos y trabajos forzados en

fincas y caminos. Y aun así, ese fue su final.

Informado el Jefe Político del la ejecución de los tres indios y de la fuga de Morales,

Rápidamente envió telegramas con instrucciones para lograr su captura. En primer lugar se

dirigió al nuevo comandante local de Tacaná, coronel Rómulo Leonardo, con estas

palabras: “Queda bajo su responsabilidad la recaptura del reo prófugo Pablo Morales.

Infórmeme qué medidas tomará para lograrlo.” 51

A los pocos minutos le envía a Rómulo

otro: “Averigüe de dónde es Pablo Morales y mande a buscarlo por su casa y la de sus

familiares.”

Luego, le informa al presidente Ubico de la muerte de los tres reos y de la fuga de

Morales. Entonces, recibe un telegrama del Presidente que no puede ser más tenebroso y

que ilustra perfectamente cómo procedía la dictadura militar de aquel tiempo con los

campesinos indígenas o en general contra cualquier ciudadano. Dice así: “Me refiero al

parte de usted contenido en el mensaje Nº 63 de la fecha y es necesario aclarar bien el

asunto y que alcancen al reo fugo Pablo Morales, a quien como sus compañeros debe

imponerse el castigo de ley. (f) Ubico.”

Ydígoras es quien cita esta frase del telegrama del Presidente, pues se la envía a

Rómulo Leonardo en otro telegrama para que éste vea que el propio Presidente está

interesado en la captura de Morales.52

A esas alturas ya es notoria la ansiedad de Ydígoras

provocada por la fuga del reo Morales, pues al parecer es la primera vez que en la

aplicación de la ley fuga se logra escapar una persona. Sin embargo, Pablo Morales nunca

Page 27: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

fue encontrado a pesar del cerco que le tendió Ydígoras. Presumiblemente buen conocedor

del terreno, se fue rumbo a la frontera y así salvó su vida. Nunca regresó a Tacaná.53

Mientras tanto, el teniente Rubén González Siguí continuó con la batida de los

“sublevados”. Capturó a 175 hombres, todos campesinos indígenas, para lo cual debió

recorrer con sus soldados las aldeas y caseríos para sacar y detener en sus propias casas a

los inculpados del “levantamiento”, como ya lo calificaba Ydígoras Fuentes. El clima de

terror que impuso González Siguí hizo que familias enteras abandonaran sus aldeas y se

fueran al amparo de la noche hacia la frontera mexicana a quedarse del otro lado para

siempre.

“Restablecido” el orden, dio inicio otra parte del drama, el traslado de los

capturados a la ciudad de San Marcos, cabecera departamental. La orden de Ydígoras fue

que “Lo sanos carguen a las heridos”, pues en la columna de prisioneros, que penosamente

comenzó a caminar los 73 kilómetros que separan Tacaná de San Marcos, venían 14

heridos, es decir, hombres que habían sido lesionados en la balacera del domingo. El

contingente de tropas y prisioneros avanzó por la carretera de terracería, sumamente

fangosa, que de los 2400 metros sobre el nivel del mar en que está Tacaná, había de subir

por ese camino a 3200 ms SNM en donde está ubicado el poblado de Ixchiguán, para luego

bajar a la ciudad de San Marcos que tiene una altitud de 2300 ms SNM.

La larga columna se acercó a la aldea de San Sebastián, a unos 10 kilómetros de la

cabecera de San Marcos. Allí fueron a encontrarla tres pequeños autobuses enviados por

Ydígoras, que se llevaron la cabecera a los 14 heridos y 6 “cansados” y diez miembros de la

tropa más un oficial. Esos vehículos arribaron a San Marcos a las 0: 30 del día 20. Luego, a

las 11 de la mañana llegó la columna de prisioneros y soldados.54

En la cárcel de San

Marcos había 157 prisioneros por otros delitos, de modo que con los campesinos de Tacaná

la población reclusa se dobló y por ello Ydígoras se dirigió nuevamente al Presidente para

solicitar fondos para la manutención de la población detenida.

En las horas que siguieron Ydígoras dio una muestra de un cinismo de altos vuelos.

Telegrafió al nuevo comandante local de Tacaná, Rómulo Leonardo, informándole de la

llegada de las tropas y los prisioneros a San Marcos y le dio instrucciones para que dijera a

las personas que se le “acercaran”, o lo que es lo mismo a los familiares de los prisioneros

que pudieran preguntar por ellos, que los heridos estaban bien tratados en el hospital de San

Page 28: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

Marcos y que los presos irían recobrando su libertad con forme fuera resolviendo el Auditor

de Guerra, licenciado Alberto Herrarte, que había llegado apresuradamente a Tacaná y

regresaba con la columna militar.

Seguidamente, agrega en el mensaje: “Con un procedimiento conciliatorio de parte

de Ud. y del Intendente Mpal., así como del Sargento de la policía de Hacienda, Sr.

Castañeda, los indígenas irán entrando en confianza y regresando a sus hogares. Procure

Ud. evitar cualquier atropello y por ahora no vaya Ud. ni las otras autoridades a exigir

libretos, ni citas, etc., para evitar molestias. Así regresarán los que se hayan ido a México

huyendo de la bulla.” 55

En otras palabras, parece haber sido necesario el holocausto de 15

campesinos indígenas y las penalidades que habrían de pasar los 175 prisioneros para que

Ydígoras ordenara aflojar la presión sobre los campesinos en las exigencias sobre los

trabajos forzados a que eran sometidos, aunque se cuidó de decir “por ahora”.

Mientras tanto, en Tacaná siguieron los cambios. Con la muerte del mayor Vásquez

Martínez, la señora Concepción Peralta perdió poder e influencia y lo primero que hizo el

nuevo intendente municipal, Ulúan Velásquez, fue solicitar la remoción del cargo de la

joven viuda por su “evidente incompetencia”. Poco después, en abril, el mismo Uluán

Velásquez fue removido por algunos problemas que tuvo, sin que se sepa cuáles fueron.

El antiguo intendente municipal de Tacaná, José Amézquita, al salir del encierro al

que lo condenó Ydígoras, pidió autorización a éste para ir a Tacaná a recoger parte de los

enseres que dejó en su casa luego de su intempestiva salida de ese pueblo el 16 de marzo,

pues acusaba a Eduardo Laguna, condueño de la casa que habitaba, de haberle robado sus

cosas. 56

Poco tiempo después, Amézquita falleció, según se dice, como consecuencia de

los vejámenes de que habría objeto en la cárcel.57

Parte de las tropas que fueron enviadas a Tacaná quedaron en dicha población con el

objeto de vigilar cualquier otro desorden, pero en julio de ese año el comandante local

Rómulo Leonardo, a pregunta de Ydígoras, responde que ya no es necesaria presencia de

tropas en el pueblo. No se sabe cómo ni cuándo fueron liberados los prisioneros, aunque

quizá no hayan pasado mucho tiempo en la cárcel, pero lo cierto es que los aldeanos de

Tacaná no confiaron en los “procedimientos conciliatorios” de los nuevos funcionarios de

ese pueblo.

Page 29: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

Un parte escrito en agosto de ese mismo año enviado al Jefe Político Ydígoras por

un nuevo intendente municipal de Tacaná, Atanasio Barrios, decía: “(…) con motivo a los

sucesos del 14 de marzo del año en curso la mayoría de los indígenas se han ido a la vecina

República (…) los indígenas no han entrado en confianza a pesar de las medidas previsoras

que he tomado para conseguirlo.” 58

La mañana del 7 de abril del mismo año, el Jefe Político Ydígoras Fuentes recibió

una inesperada misiva:

(…) De la manera más atenta, vengo a solicitarle se sirva dar sus órdenes a efecto

de que las cosas pertenecientes a mi marido Miguel Ángel Vásquez Martínez,

muerto cuando desempeñaba la comandancia local de Tacaná el mes pasado, me

sean devueltas a mi costa a Guatemala, ya sea a mi dirección o consignado al

ministerio de Guerra. Hago la solicitud en mi carácter de esposa del mayor Vásquez

Martínez con quien procreé cinco niños a quienes hoy sostengo y por quienes me

urge lo que hubiere dejado de efectos personales. Josefina Villatoro.59

Al año siguiente, el 5 de enero de 1938, el general Miguel Ydígoras Fuentes

mantuvo su cinismo y la personalidad contradictoria que habría de hacerle fama muchos

años después cuando incursionaría en la política y llegara a ser Presidente de la República.

En su “Memoria Anual de la Marcha Administrativa de este Departamento Comprendido a

1937” Ydígoras escribió lo siguiente:

(…) Durante el año fue inalterable (el orden) en el Departamento a excepción de

Tacaná, donde se sublevaron algunos indios el 14 de marzo, cuando estaban

arrestados en el cuartel de aquel lugar y a disposición del entonces comandante

local, Mayor Miguel Vázquez M.; las causas del levantamiento fueron las tropelías

que este comandante cometía con la raza indígena. Dieron muerte al mencionado

comandante y atacaron la guarnición viéndose ésta obligada en su defensa a hacer

fuego, resultando varios muertos y heridos entre los atacantes, que fueron

sometidos al orden, procediéndose a castigar a los culpables (…) 60

Fue la última mención oficial relativa a la tragedia que vivieron los hombres mames

y sus familias de las aldeas de Tacaná aquel año de 1937.

La matanza de campesinos indígenas que se perpetró aquel fatídico día constituyó

un verdadero paradigma de la relación que el Estado oligárquico de aquella época tenía

establecida la población rural campesina, especialmente la indígena, relación que estaba

mediada por procedimientos legales establecidos en una profusa legislación que los

Page 30: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

sujetaba a diversas formas de trabajo forzado, así como por medios coercitivos violentos,

ilegales, en los que actuaba todo el aparato represivo estatal, especialmente el Ejército de

Guatemala.

Epílogo

El lunes 15 de marzo de 1937, el Presidente de la República, el general Jorge Ubico

Castañeda, a la sazón de 58 años de edad, tenía suficientes motivos para sentirse satisfecho

y pleno de felicidad. La mañana de ese día presentaría a la Asamblea Legislativa su último

informe como jefe del Ejecutivo correspondiente al período presidencial 1931-1937, pero

hacía un mes, el 14 de febrero, había sido reelecto como Presidente de la República con lo

que de hecho iniciaba con ese informe otros seis años al frente del gobierno guatemalteco.

Por ello, la mañana del 15 iniciaron en todo el país los festejos oficiales en honor a

dicho acontecimiento. A la seis de la mañana se hicieron salvas de artillería en todos los

fuertes de la ciudad, fue izado el pabellón nacional en los edificios públicos de toda la

República, en tanto que los amigos particulares del mandatario, funcionarios de

instituciones públicas, del Partido Liberal Progresista, generales del ejército, etcétera,

fueron a felicitarle y le enviaron “hermosas ofrendas florales que fueron colocadas en los

corredores de la casa presidencial.” 61

También fueron adornados los edificios públicos con

grandes mantas de los colores nacionales, alfombras de pino y flores naturales. “A las seis

de la tarde fue arriada la insignia patria, con los honores de ordenanza.”62

La prensa capitalina no mencionó absolutamente nada de los sucesos de Tacaná

acaecidos la tarde del día anterior. Las páginas de los diarios estuvieron repletas a partir del

15 y días siguientes de informaciones sobre el informe del Señor Presidente a la Asamblea

Legislativa, del inicio de la nueva gestión gubernamental del general Ubico y de las obras

de su gobierno en los seis años anteriores. Ningún medio de prensa estuvo dispuesto a

empañar esa celebración con un sórdido relato de una matanza de indígenas en un

pueblecito lejano y casi desconocido como era Tacaná.

Hubo que esperar ocho años para que en un diario de la ciudad de Guatemala no

sólo hubiera menciones a los sucesos de Tacaná, sino un relato más o menos

pormenorizado de los mismos. Pero no se trataba solamente de tiempo. Para que la matanza

fuera conocida públicamente fue necesario que el general Ubico fuera derrocado y se

Page 31: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

abriera un período político de apertura en términos de libertades y derechos ciudadanos. En

otras palabras, había estallado la revolución, la revolución del 20 de octubre de 1944.

En ese nuevo contexto político, un joven llamado César Augusto Díaz escribió un

artículo en el diario La Hora titulado !Pobre San Marcos¡ en el que relató por primera vez

en la prensa la matanza de Tacaná acaecida aquel domingo de plaza de marzo de 1937.63

Es

más, Díaz responsabiliza en su escrito al general Miguel Ydígoras Fuentes, quien, como ya

se sabe, era el Jefe Político de San Marcos en ese año.

Unos días después apareció en el mismo diario una respuesta de una hermana de

Ydígoras, María Ydígoras Fuentes de Francesch, quien en defensa de su hermano

rechazaba los cargos hechos contra él por la masacre de Tacaná. Con esta respuesta se

desarrolló una polémica entre ella y César Augusto Díaz, en la cual terciaron Margarito

Orozco y otras nueve personas, quienes enviaron a La Hora sus propios escritos en los que

ampliaban la información sobre la matanza de Tacaná e igualmente culpaban a Ydígoras

Fuentes. Meses después, en diciembre, otro grupo presentó a la Procuraduría General de la

Nación una denuncia contra el general Ydígoras por los hechos de Tacaná en aquel marzo

de 1937, aunque no ha sido posible averiguar si dicha imputación siguió su curso legal.64

Fue así como el autor de este ensayo tuvo las primeras noticias de los sucesos de

Tacaná en marzo de 1937 cuando leía los periódicos de para otro escrito que tenía en

preparación. A partir de entonces emprendió la investigación dirigida a establecer qué fue

lo que sucedió realmente en Tacaná aquellos días.

La mayor parte de la información fue obtenida de los paquetes de las Jefaturas

Políticas existentes en el Archivo General de Centro América, en los cuales, dicho sea de

paso, son innumerables los documentos que por sí solos acusan a los Jefes Políticos,

Comandantes Locales e Intendentes Municipales de infinidad de abusos y violencias contra

el campesinado guatemalteco. Una visita a Tacaná, en donde se obtuvieron las actas de

defunción de los campesinos muertos aquel día y otras informaciones de gran valor, ayudó

a ampliar y enriquecer la investigación.

Por todo ello, es posible concluir que la colisión de la dictadura militar oligárquica

de aquellos tiempos con la sociedad se registraba cotidianamente en el ámbito rural a

propósito de las presiones que sufría la población rural para convertirla en fuerza de trabajo

para la agricultura de exportación y para la construcción de las obras públicas del gobierno.

Page 32: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

Los Jefes Políticos, los comandantes locales y los intendentes municipales, con el Ejército

de Guatemala y las diversas policías existentes bajo su mando, eran el brazo de la

dictadura. Apresaban, conducían y ejecutaban extrajudicialmente a quien fuera necesario

para mantener la maquinaria del trabajo forzado. Era el rostro rural de la dictadura militar

oligárquica.

El trabajo forzado cerró su ciclo durante el proceso de la Revolución de Octubre de

1944, cuando los regímenes revolucionarios emprendieron las primeras medidas para

abolirlo hasta quedar enterrado definitivamente como política económica estatal. Sin

embargo, lo que no parece querer desaparecer es la práctica de la violencia en el mundo

rural.

Desde una perspectiva de grandes períodos históricos, se pueden identificar las

causas de la violencia practicada en el medio rural guatemalteco contra los campesinos,

especialmente los indígenas. Tal como lo señala Severo Martínez Peláez, durante el

período colonial la causa inmediata de las protestas y movimientos fueron las diferentes

exacciones a que eran sometidos, pero de todas, las obligaciones del pago del tributo era la

más importante.65

La violencia colonial era la represión que sufrían los indios

individualmente o en grupo para inhibir esas protestas, que a menudo tomaban la forma de

un motín o un tumulto en la población en donde estaban asentadas las autoridades locales.

En el período republicano, desde su incubación y durante el período pleno del

Estado Oligárquico, la violencia rural tuvo como su causa más importante los abusos y

presiones a la población campesina a propósito del trabajo forzado a que fueron sometidos

los pueblos de ascendencia maya, en particular en las haciendas cafetaleras y en los trabajos

de infraestructura que emprendía el Estado. Una inofensiva protesta como la de Tacaná era

reprimida con el peso de todo el aparato militar estatal, aunque tampoco existieron

solamente tímidas quejas y protestas.

En algunos casos, los campesinos reaccionaron violentamente, como en San Juan

Ixcoy, Huehuetenango, el 17 de julio de 1898, cuando cientos de habitantes kanjobales de

ese poblado asaltaron las viviendas del lugar y fincas cercanas propiedad de los ladinos del

pueblo y luego les dieron fuego, así como al palacio municipal. En medio de la trifulca

dieron muerte a casi la totalidad de los ladinos, que se estiman en una treintena.

Page 33: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

Entre los motivos que se conocieron para tan furioso como radical levantamiento

indígena se destacan particularmente las habilitaciones de mozos para las fincas cafetaleras,

las cuales estaban plagadas de un sin fin de fraudes y engaños para los indígenas y los

malos tratos que en general la población ladina le imponía a los indígenas. No es casual que

en el incendio del edificio municipal se hayan encontrado durmiendo varios de esos

habilitadores de las fincas, quienes de esa manera encontraron la muerte a manos de los

pobladores de San Juan Ixcoy.66

En cualquiera de los casos, la represalia estatal siempre fue

brutal y desproporcionada.

De la violencia generada en el mundo rural por las prácticas del trabajo forzado se

transitó a mediados del siglo XX a la violencia por razones agrarias, es decir, a la lucha por

la tierra, causa que no ha desparecido. En el último tercio del siglo XX la violencia se

enseñoreó en el país por razones de orden político, lo cual significó para los habitantes

rurales indígenas una violencia que alcanzó magnitudes insospechadas mucho más graves

que en cualquier período histórico anterior. En el presente, se está configurando una nueva

causa de la violencia en el mundo rural, como lo es la defensa del territorio contra las

empresas mineras y de proyectos hidroeléctricos.

Lejos de desaparecer, la violencia en el agro guatemalteco sigue viva, o lo que es lo

mismo, se sigue utilizando para dirimir los conflictos sociales. Los corregidores y

funcionarios coloniales, los Jefes Políticos y los Comandantes Locales, al lado de los

Intendentes Municipales, siguen rondando por los rincones de las montañas, altiplanos y

costas del mundo rural guatemalteco.

Page 34: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

1 Asamblea Legislativa, Decreto 1987, de fecha 24/4/34 de 1937. Recopilación de Leyes Tomo 53, Pág. 43.

2 Ibíd.

3 Ibíd.

4 Acuerdo Presidencial del 18 de junio de 1892, firmado por el Presidente José María Reyna Barrios.

5 Archivo General de Centro América (AGCA), Jefatura Política de San Marcos, año 1937, paquete Nº 3.

6 Ibíd.

7 Ibíd.

8 El oficio de quejas completo se encuentra en AGCA, Jefatura Política de San Marcos, Paquete Nº 3.

9 Decreto N° 1996, de fecha 10 de mayo de 1934, Recopilación de Leyes, Tomo 53.

10 Estas cifras se han extraído de cálculos hechos con base en las estadísticas recopiladas por el Censo

Agropecuario de 1950, las cuales son consideradas por el autor como aceptables en la medida en que la

estructura de la tenencia de la tierra en Guatemala no sufrió ningún cambio drástico entre 1937 y 1950. 11

Decreto Nº 1474, de fecha 31/10/33. Posteriormente, el 19 de diciembre del mismo año fue promulgado el

reglamento de dicho decreto, en el cual se estipula que “Están sujetos al servicio de vialidad, todos los

varones de diez y ocho a sesenta años de edad, que residan en la República; y aun los que pasaren de esa edad

si poseyeran más de cien quetzales de capital”. Asimismo, se señala que “Todos los individuos afectos al

servicio, están obligados a portar el boleto de vialidad, o la constancia de la conmuta o excepción, para

exhibirlos a las autoridades u oficinas públicas en el momento que los soliciten.” 12

Revista Agrícola de la Secretaría de Agricultura, Vol. XII, N° 3, pp.238, Guatemala, 24/4/34. 13

Mensaje del Presidente de la República, general Don Jorge Ubico, a la Asamblea Nacional Legislativa al

abrir sus sesiones ordinarias el 1° de marzo de 1936, Recopilación de Leyes, Tomo 55. 14

Mensaje del Presidente de la República, general Don Jorge Ubico a la Asamblea Nacional Legislativa al

abrir sus sesiones ordinarias el 1° de marzo de 1942, Recopilación de Leyes, Tomo 61. 15

En el conocido libro de Severo Martínez Peláez, La Patria del Criollo, se revela el uso del terror que los

corregidores y alcaldes mayores ejercían sobre la población indígena en el cobro del tributo y otras

exacciones. Severo Martínez Peláez, La Patria del Criollo, Editorial Universitaria, Universidad de San

Carlos, Guatemala, 1970, pp. 522524. 16

En realidad, el servicio de vialidad y las multas o conmutas por el mismo no fueron establecidas con el

decreto 1474, pues antes del gobierno del general Ubico el trabajo forzoso en los caminos ya era una vieja

práctica. Bajo el mismo gobierno de Ubico, por medio de diversos decretos, se fue estructurando todo el

sistema del trabajo forzoso hasta llegar al decreto 1474, que recogió toda la legislación anterior y dio, a la vez,

origen a un complicado sistema de control, recaudación de fondos, etc., vinculado todo con el trabajo impago

en los caminos y carreteras. 17

Gall, Francis e Instituto Geográfico Nacional, Diccionario Geográfico de Guatemala, Tomo IV, Tipografía

Nacional, Guatemala 1978. 18

Dirección General de Estadística, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, V Censo de Población

levantado el 7 de abril de 1940. Tipografía Nacional, Guatemala 1942. 19

Miguel Ydígoras Fuentes, Memoria de los trabajos efectuados en el Ramo de Agricultura en el

Departamento de San Marcos en el año 1936. AGCA gobernación Sig. B Legajo 31168 20

Como en el caso de la cita N° 10, estos datos corresponden al Censo Agropecuario de 1950, pero se estima

que no eran diferentes en 1937, por lo que es válido utilizarlos para los propósitos de la descripción del

régimen agrario en 1937. Véase: Dirección General de Estadística, 1955. 21

Decreto Número 1702, de fecha 9 de agosto de 1935, Ley Municipal de la República de Guatemala. 22

Artículo 18, Ley Municipal de la República de Guatemala. 23

Menchú, Aquilino, Ubiquismo-Ydigorismo-Poncismo, Nuestro Diario, 19 de junio de 1950, Pág. 11,

Guatemala. 24

La versión del enamoramiento del Comandante Local de Concepción Peralta ha quedado en la memoria

colectiva de Tacaná.

25

La ley en mención era la Ley Contra la Vagancia, Decreto Nº 1995 de fecha 10 de mayo de 1934. Más

adelante se volverá en detalle sobre esta ley. 26

Aquilino Menchú, Óp. Cit. 27

Telegrama de la Comandancia de Armas de San Marcos, al Comandante Local de Tacaná, 10 de febrero de

1937. AGCA, Jefatura Política de San Marcos, Paquete Nº 3. 28

Copia del acta de esta reunión se encuentra en AGCA, Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3.

Page 35: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

29 Ibíd.

30 Ibíd.

31 A Intendente Municipal, Tacaná Copia de telegrama Nº G 342 fechado el 22/2/37. AGCA, Jefatura Política

de San Marcos, 1937, Paquete Nº 2. 32

Denuncia al Procurador General de la Nación fue presentada el 2 de diciembre de 1945 por Diego López P.;

Bonifilio Pérez R.; Filemón Ramírez; Gonzalo Laparra D.; A.E. Rodríguez; Enecón Pérez; Alberto Reinos; J.

Benjamín García; J. Vidal de León; A. Laparra G. Archivo General de Centro América (AGCA), Ministerio

Público, Leg. 32562. En el documento presentado se hace una narración de los hechos, que aunque contiene

muchas inexactitudes, se apega considerablemente a lo sucedido aquel día, así como también ofrece

información sobre otros sucesos relacionados con el Jefe Político Ydígoras Fuentes. 33

El relato que sigue a continuación es extractado de AGCA, Diligencias instruidas contra el mayor Miguel

Vásquez Martínez, por golpes leves. Sivinal, 28 de febrero de 1937, Juzgado 1º de Instancia de San Marcos,

Ramo Penal, Legajo 10 “L”, pieza 38. 34

Se conoce en Guatemala como mozotal a un campo o espacio abierto cubierto de la planta mozote ((Bidens

pilosa), cuyas semillas pequeñas y largadas se adhieren a la ropa o a la piel de los animales. J. Francisco

Rubio, Diccionario de voces usadas en Guatemala, Editorial Piedra Santa, Guatemala, 1982. 35

Informe de Guadalupe Robledo al Juez Municipal de Tacaná, 27 de febrero de 1937. AGCA Diligencias

instruidas contra el mayor Miguel Vásquez Martínez, por golpes leves. Sivinal, 28 de febrero de 1937,

Juzgado 1º de Instancia de San Marcos, Ramo Penal, Legajo 10 “L”, pieza 38. 36

AGCA, Jefatura Política de 1937, copias del Teniente gamboa, Paquete Nº 3 37

Menchú, 1955. 38

Esta escena, como ha sido relatada, ha sido recogida de numerosos testimonios y versiones que quedan en

la memoria colectiva en la ciudad de Tacaná. La narró así Benjamín Gálvez, el niño que ingresó al cuartel

porque creía que se trataba de una fiesta; el escrito presentado al Procurador de la Nación por Margarito

Orozco y compañeros. Tal vez la única diferencia es que algunos dicen que lo que tenía Pancho Díaz entre las

manos era un leño y no una piedra. 39

En los días siguientes, el coronel Ydígoras Fuentes tenía particular interés por saber quien dio la orden de

abrir fuego y preguntó al teniente Rubén González Siguí, enviado a Tacaná al frente de un contingente de

tropas “a restablecer el orden”. Este oficial averiguó y le comunicó a Ydígoras que había sido Rutilo Ruiz el

que había dado la orden de disparar. 40

Relato hecho por Benjamín Gálvez al autor en entrevista personal en mayo de 2004. 41

Margarito Orozco y compañeros, Óp. Cit. 42

Ibíd. 43

Ibíd. 44

Ibíd. 45

El listado que sigue, la edad de los fallecidos, causa y lugar de la muerte se encuentran anotados con esas

palabras en el Libro de Actas de Defunciones del Registro Civil de la Municipalidad de Tacaná. 46

Ibíd. 47

AGCA, Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3, Telegrama Nº U 236 de la Comandancia de

Armas, 17 de marzo de 1937. Copias del Teniente Gamboa, 48

Telegrama a Ministro de Gobernación del Jefe Político de San Marcos Nº 213, AGCA, Jefatura Política de

San Marcos, 1937, Paquete Nº 3. 49

Aquilino Menchú, Óp. Cit. 50

AGCA, Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3. Informe del capitán jefe de escolta, José

María López al teniente graduado G. Rubén González Siguí. 17 de marzo de 1937. 51

A Comandante Local, Telegrama U 227, 17 de marzo de 1937. Copias del teniente Gamboa. AGCA,

Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3. 52

A Comandante Local, Telegrama U 252, 18 de marzo de 1937. AGCA, Jefatura Política de San Marcos,

1937, Paquete Nº 3. 53

Todas las personas entrevistadas en Tacaná coinciden en que Pablo Morales nunca regresó al pueblo.

Benjamín Gálvez dijo que pasado mucho tiempo desapareció la mujer de Pablo Morales, lo que hace suponer

que se fue a reunir con su esposo a algún lugar, posiblemente de México. 54

Telegrama Nº 74 a Sr. Presidente de la República, Puerto de San José. San Marcos, 20 de marzo de 1937.

AGCA, Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3.

Page 36: La masacre de Tacaná. Edgar Ruano 10.02.14

55Telegrama Nº U 301 a Comandante Local, Tacaná, San Marcos, 20 de marzo de 1937. AGCA, Jefatura

Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 2. 56

AGCA, Jefatura Política de San Marcos, paquete N° 2, 1937. 57

Margarito Orozco y compañeros, Óp. Cit. 58

Oficio Nº E 160 al Jefe Político, Tacaná, San Marcos, 6 de agosto de 1937, Atanasio Barrios. AGCA,

Jefatura Política de San Marcos, 1937, Paquete Nº 3. 59

Carta de Josefina Villatoro al Jefe Político de San Marcos, 7 de abril de 1937. AGCA, Jefatura Política de

San Marcos, 1937, Paquete Nº 3. 60

General Miguel Ydígoras Fuentes, Jefe Político y Comandante de Armas de San Marcos, Memoria Anual

de la Marcha Administrativa de este Departamento Comprendido a 1937. AGCA, Gobernación, Signatura B,

Legajo 31331. 61

Diario de Centroamérica, 15 de marzo de 1937, Pág. 3. 62

Ibíd. 63

César Augusto Díaz, ¡Pobre San Marcos!, La Hora, 10/7 /45, Pág. 10 64

La denuncia al Procurador General de la Nación fue presentada el 2 de diciembre de 1945 por Diego López

P.; Bonifilio Pérez R.; Filemón Ramírez; Gonzalo Laparra D.; A.E. Rodríguez; Enecón Pérez; Alberto

Reinos; J. Benjamín García; J. Vidal de León; A. Laparra G. Archivo General de Centro América (AGCA),

Ministerio Público, Leg. 32562. En el documento presentado se hace una narración de los hechos, que aunque

contiene muchas inexactitudes se apega considerablemente a lo sucedido aquel día, así como también ofrece

información sobre otros sucesos relacionados con el Jefe Político Ydígoras Fuentes. 65

Severo Martínez Peláez, Motines de indios. La violencia colonial en Centroamérica y Chiapas. Universidad

Autónoma de Puebla, Puebla, México, 1984. 66

Adrián Recinos, Monografía de Huehuetenango, Editorial del ministerio de Educación, Guatemala, 1954.