LA M.I. EN LA VIDA Por María Silvia Ylarri - MIPK MIRADA ... Misionera 3/la mi en la vida.pdf ·...

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aceptarlo así como es, reconociendo lo sagrado de su vida, ya que cada hermano es como una “zarza ardiente”, a través de la cual Dios se revela. El segundo desafío fue “apartarme del cami- no para mirar”: así como a Moisés, que dejó por un momento de mirar el rebaño, para observar la zarza desde más cerca, también siento que Dios me invitó a darme el tiempo para encontrarme con Él, sabiendo organizar el día de tal manera de poder dejar algunas actividades, el trabajo, la computadora, el celular, brindando más tiempo a la oración. Y en esos momentos de estar con Él, mirar el “espec- táculo de mi vida”: tal vez sin tantos efectos, sin tantos eventos extraordinarios como una zarza que arde sin consumirse… pero dando valor a los pe- queños milagros de cada día: dando gracias por las personas con las que comparto el camino, por el cariño que recibo y el que doy, por la posibilidad de alimentarme, de tener un techo, de moverme, de poder expresar libremente lo que pienso y en lo que creo, aunque pase situaciones difíciles. Creo que darnos cuenta de tantas cosas que poseemos y ser agradecidos, es una manera concreta de solida- rizarnos con tantos hermanos que no tienen nues- tras mismas posibilidades. Para reflexionar: ¿De qué cosas (pensamientos, ideas, prejui- cios) siento que tengo que quitarme-descalzarme para poder vivir relaciones más auténticas y libres? ¿Cuánto tiempo le dedico a la oración (me- ditación de la Palabra, Rosario, Adoración al Santí- simo, o cualquier otra forma de oración) por día? ¿Qué paso más puedo dar? ¿Soy consciente de cuántos espectáculos- milagros tengo en la vida? Te propongo hacer una lista de los bienes (materiales e inmateriales) que posees y rezar una breve oración de agradecimien- to. m LA M.I. EN LA VIDA Por María Silvia Ylarri - MIPK 20 urante el viaje de regreso, tuve tiempo de pensar en tan- tas situaciones vividas y en los rostros que conocí el año pa- sado en esta ciudad, me ayudó a volver a “conectarme” con esta realidad; todavía no había cumplido un año de mudarme y sentía que, en cierta manera, era un “comenzar de nuevo”. Estando inmersa en esos pensamientos y sentimientos, llegó el momento de bajar del colectivo con la valija. Al bajar, vi que la calle estaba inundada, de vereda a vereda (el verano es época de lluvia en Salta), y que sería muy difícil cruzar. Cuando levanto la mi- rada, encuentro a Mirta que había ido a buscarme a la parada. Entre la alegría de volver a vernos después de tanto tiempo y la incertidumbre de cómo cruzar, las dos casi automáticamente nos sacamos las zapatillas, levantamos el ruedo de los pantalones, cargamos la valija al hombro y cruzamos. Y como nuestra casa queda a dos cuadras de allí, seguimos así, descalzas, hasta entrar. Mientras caminaba sobre el asfalto, sintiendo el agua que cubría los pies y con el corazón con esos sentimientos encontrados al estar vol- viendo, recordé el texto del libro del Éxodo: «Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de MIRADA DESCALZA D Dios, Horeb. Allí se le apareció el Án- gel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumir- se, Moisés pensó:“voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume? Cuan- do el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza diciendo: “¡Moisés, Moisés!”. “Aquí estoy”, respondió él. Entonces Dios le dijo: “no te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”» (Ex. 3, 1-5). Así, sentí el primer desafío al que Dios me invitaba para este año, en este lugar: “descalzar- me” para ayudar al hermano -como Mirta hizo conmigo-, para entrar en “su” tierra, en su vida. Descalzarme: quitarme prejuicios, ideas, formas personales de mirar y juzgar al otro; soltar seguridades y salir a su encuentro un poco más “vacía” de mi, para poder recibir su riqueza, su diversidad. Amarlo y El ejemplo de Maximiliano… Ya el año está avanzado y no podemos dejar que se “escurra” en nuestras manos. Personalmente, en este tiempo, he seguido reflexionando la experiencia que tuve al volver a Rosario de Lerma, en el mes de Febrero, después de casi dos meses de estar afuera por misión, estudio y descanso. Maximiliano nos sigue dando el ejemplo con su testimonio de esperanza y confianza de que es posible avanzar en el camino de la santidad. El supo “descalzarse” de cualquier prejuicio o idea, entablando relaciones y aco- giendo en Niepokalánow a tantas personas de diversas confesiones religiosas y formas de vida. También sabía encontrar la manera de te- ner su encuentro con Dios. Muchos señalan que, a pesar de tanta actividad y de estar a cargo de tantas personas en el convento- editorial, la intensa vida de oración era la fuente de energía y de su infalible generosi- dad. El Padre Stryczny lo señala: “a pesar de las cargas, el Padre Maximiliano era hombre de profunda y constante oración. Era su cos- tumbre pasarse mucho tiempo de rodillas... Antes de alguna decisión importante o rela- tiva o alguna situación compleja”. Y el Hno. Lucas Kuszba recuerda “Cuando las cosas en Niepokalánow marchaban bien, se regocija- ba de todo corazón con todos, y agradecía fervientemente a la Inmaculada por las gra- cias recibidas por su intercesión. Cuando las cosas iban mal, seguía contento y solía decir: ¿Por qué hemos de estar tristes? ¿No sabe acaso la Inmaculada, nuestra Madrecita, todo lo que está pasando?” (“Kolbe, un hombre para los demás”, Patricia Treece, pág. 91). Que Maximiliano interceda para que to- das nuestras acciones broten de una profun- da oración y sepamos ser agradecidos, aún en los momentos de dificultad. 21

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aceptarlo así como es, reconociendo lo sagrado de su vida, ya que cada hermano es como una “zarza ardiente”, a través de la cual Dios se revela.

El segundo desafío fue “apartarme del cami-no para mirar”: así como a Moisés, que dejó por un momento de mirar el rebaño, para observar la zarza desde más cerca, también siento que Dios me invitó a darme el tiempo para encontrarme con Él, sabiendo organizar el día de tal manera de poder dejar algunas actividades, el trabajo, la computadora, el celular, brindando más tiempo a la oración. Y en esos momentos de estar con Él, mirar el “espec-táculo de mi vida”: tal vez sin tantos efectos, sin tantos eventos extraordinarios como una zarza que arde sin consumirse… pero dando valor a los pe-queños milagros de cada día: dando gracias por las personas con las que comparto el camino, por el cariño que recibo y el que doy, por la posibilidad de alimentarme, de tener un techo, de moverme, de poder expresar libremente lo que pienso y en lo que creo, aunque pase situaciones difíciles. Creo que darnos cuenta de tantas cosas que poseemos y ser agradecidos, es una manera concreta de solida-rizarnos con tantos hermanos que no tienen nues-tras mismas posibilidades.

Para reflexionar:

• ¿De qué cosas (pensamientos, ideas, prejui-cios) siento que tengo que quitarme-descalzarme para poder vivir relaciones más auténticas y libres?

• ¿Cuánto tiempo le dedico a la oración (me-ditación de la Palabra, Rosario, Adoración al Santí-simo, o cualquier otra forma de oración) por día? ¿Qué paso más puedo dar?

• ¿Soy consciente de cuántos espectáculos-milagros tengo en la vida? Te propongo hacer una lista de los bienes (materiales e inmateriales) que posees y rezar una breve oración de agradecimien-to. m

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urante el viaje de regreso, tuve tiempo de pensar en tan-tas situaciones vividas y en los rostros que conocí el año pa-sado en esta ciudad, me ayudó a volver a “conectarme” con esta realidad; todavía no había cumplido un año de mudarme y sentía que, en cierta manera, era un “comenzar de nuevo”.

Estando inmersa en esos pensamientos y sentimientos, llegó el momento de bajar del colectivo con la valija. Al bajar,

vi que la calle estaba inundada, de vereda a vereda (el verano es época de lluvia en Salta), y que sería muy difícil cruzar. Cuando levanto la mi-rada, encuentro a Mirta que había ido a buscarme a la parada. Entre la alegría de volver a vernos después de tanto tiempo y la incertidumbre de cómo cruzar, las dos casi automáticamente nos sacamos las zapatillas, levantamos el ruedo de los pantalones, cargamos la valija al hombro y cruzamos. Y como nuestra casa queda a dos cuadras de allí, seguimos así, descalzas, hasta entrar.

Mientras caminaba sobre el asfalto, sintiendo el agua que cubría los pies y con el corazón con esos sentimientos encontrados al estar vol-viendo, recordé el texto del libro del Éxodo:

«Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de

MIRADADESCALZA

DDios, Horeb. Allí se le apareció el Án-gel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumir-se, Moisés pensó: “voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume? Cuan-do el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza diciendo: “¡Moisés, Moisés!”. “Aquí estoy”, respondió él. Entonces Dios le dijo: “no te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”» (Ex. 3, 1-5).

Así, sentí el primer desafío al que Dios me invitaba para este año, en este lugar: “descalzar-me” para ayudar al hermano -como Mirta hizo conmigo-, para entrar en “su” tierra, en su vida. Descalzarme: quitarme prejuicios, ideas, formas personales de mirar y juzgar al otro; soltar seguridades y salir a su encuentro un poco más “vacía” de mi, para poder recibir su riqueza, su diversidad. Amarlo y

El ejemplo de Maximiliano…

Ya el año está avanzado y no podemos dejar que se “escurra” en nuestras manos. Personalmente, en este tiempo, he seguido reflexionando la experiencia que tuve al volver a Rosario de Lerma, en el mes de Febrero, después de casi dos meses de estar

afuera por misión, estudio y descanso.

Maximiliano nos sigue dando el ejemplo consutestimoniodeesperanzayconfianzade que es posible avanzar en el camino de la santidad. El supo “descalzarse” de cualquier prejuicio o idea, entablando relaciones y aco-giendo en Niepokalánow a tantas personas de diversas confesiones religiosas y formas de vida.

También sabía encontrar la manera de te-ner su encuentro con Dios. Muchos señalan que, a pesar de tanta actividad y de estar a cargo de tantas personas en el convento-editorial, la intensa vida de oración era la fuente de energía y de su infalible generosi-dad. El Padre Stryczny lo señala: “a pesar de las cargas, el Padre Maximiliano era hombre de profunda y constante oración. Era su cos-tumbre pasarse mucho tiempo de rodillas... Antes de alguna decisión importante o rela-tiva o alguna situación compleja”. Y el Hno. Lucas Kuszba recuerda “Cuando las cosas en Niepokalánow marchaban bien, se regocija-ba de todo corazón con todos, y agradecía fervientemente a la Inmaculada por las gra-cias recibidas por su intercesión. Cuando las cosas iban mal, seguía contento y solía decir: ¿Por qué hemos de estar tristes? ¿No sabe acaso la Inmaculada, nuestra Madrecita, todo lo que está pasando?” (“Kolbe, un hombre para los demás”, Patricia Treece, pág. 91).

Que Maximiliano interceda para que to-das nuestras acciones broten de una profun-da oración y sepamos ser agradecidos, aún en losmomentosdedificultad.

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