La Modesta Lenteja Es Una Legumbre Que Ha Sido Malquista en Numerosos Periodos De

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“La modesta lenteja es una legumbre que ha sido malquista en numerosos periodos de la historia por unos y por otros, aunque las consumieron con fruición los egipcios; los griegos las saborearon hervidas o en puré y los romanos, como Virgilio, Marcial y Apiano, las elogiaron por ser un alimento básico de la dieta plebeya y el plato esencial de las cenas funerarias porque, cuando las tomaban, volvían locuaz al hombre, alegre y divertido. Incluso el gran maestro coquinario de Roma, Apicio, en sus Diez libros de cocina, ha legado a la posteridad varias recetas de lentejas: con alcachofas, con puerros y con castañas. Durante la Edad Media fue uno de los alimentos principales, acompañado de las habas, el mijo, la arveja y los guisantes. Pero fue a partir de finales de esta misma Edad cuando resonaron las voces que las denostaron por favorecer la epilepsia y la locura, producir dolores de cabeza y hacer soñar sueños espantosos. Arnau de Vilanova apuntó en su Libro de Medicina que las lentejas “engendran mucha melancolía y turban mucho el ingenio”. Bien pudo Cervantes tener en su mente estos avisos sobre los males de las lentejas cuando estableció la carta de la dieta semanal de Alonso Quijano. En época de Cuaresma y en tiempo de sacrificio aumentaba el consumo de lentejas para cumplir con el mandato de la abstinencia. Tal es el caso del hidalgo manchego, comedor de potajes y sopas de lentejas que debía de digerir con más facilidad que los asados de palomino y las ollas de vaca, puesto que no disponía de la dentadura completa. Ya en el Libro de buen Amor, Don Carnal, tras perder la alegórica batalla con doña Cuaresma, sufre la penitencia de la abstinencia: la receta del jueves consiste en lentejas con sal, impuesta por su alto valor disciplinar. Añade el Arcipreste de Hita, con sorna, que cuando mejor le sepan, se las retiren. Sabio es el refranero cuando exhorta: “Lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas” Extracto de Algunas menudencias culinarias en El Quijote Por María Elena Alcázar Murcia

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La modesta lenteja es una legumbre que ha sido malquista en numerosos periodos de la historia por unos y por otros, aunque las consumieron con fruicin los egipcios; los griegos las saborearon hervidas o en pur y los romanos, como Virgilio, Marcial y Apiano, las elogiaron por ser un alimento bsico de la dieta plebeya y el plato esencial de las cenas funerarias porque, cuando las tomaban, volvan locuaz al hombre, alegre y divertido. Incluso el gran maestro coquinario de Roma, Apicio, en sus Diez libros de cocina, ha legado a la posteridad varias recetas de lentejas: con alcachofas, con puerros y con castaas. Durante la Edad Media fue uno de los alimentos principales, acompaado de las habas,

el mijo, la arveja y los guisantes. Pero fue a partir de finales de esta misma Edad cuando resonaron las voces que las denostaron por favorecer la epilepsia y la locura, producir dolores de cabeza y hacer soar sueos espantosos. Arnau de Vilanova apunt en su Libro de Medicina que las lentejas engendran mucha melancola y turban mucho el ingenio. Bien pudo Cervantes tener en su mente estos avisos sobre los males de las lentejas cuando estableci la carta de la dieta semanal de Alonso Quijano.

En poca de Cuaresma y en tiempo de sacrificio aumentaba el consumo de lentejas

para cumplir con el mandato de la abstinencia. Tal es el caso del hidalgo manchego, comedor de potajes y sopas de lentejas que deba de digerir con ms facilidad que los asados de palomino y las ollas de vaca, puesto que no dispona de la dentadura completa. Ya en el Libro de buen Amor, Don Carnal, tras perder la alegrica batalla con doa Cuaresma, sufre la penitencia de la abstinencia: la receta del jueves consiste en lentejas con sal, impuesta por su alto valor disciplinar. Aade el Arcipreste de Hita, con sorna, que cuando mejor le sepan, se las retiren. Sabio es el refranero cuando exhorta: Lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas

Extracto de Algunas menudencias culinarias en El Quijote Por Mara Elena Alczar Murcia