La mujer de los 35
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José Ramallo
La mujer de Los 35
LA MUJER DE LOS 35de José Ramallo
© José Ramallo
1ra Edición
Diseño, diagramación y Edición:EDITORIAL UTOPIAS de Jorge NavoneUshuaia - Tierra del Fuegowww.editorialutopias.com.ar
Imagen de tapa: La chica de rojo Formato de Aihtnave“Artista Visual Emergente (Griega-Chilena) nacida en 1967 en el antiguo barrio del Almendral, en Valparaiso, Chile. Actualmente reside en forma permanente en la provincia de Buenos Aires, Argentina.”
Todos los derechos reservadosI.S.B.N: 978-987-1887-93-4
Impreso en Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Queda estrictamente prohibida, sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas por las leyes pertinentes, la reproducción total o parcial de esta obra por cual-quier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.
Ramallo, José La mujer de los 35. - 1a ed. - Ushuaia : Utopías, 2014. 134 p. ; 19x14 cm.
ISBN 978-987-1887-93-4
1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título CDD A863
“Dedicado a mi esposa, madre de mi hija, correctora
ortográfica, escritora y confidente. Sin tu fe en mí, jamás me
hubiese animado a publicar este libro. Me avergüenzo de cada
letra escrita por mi propia mano, al releer este libro. Pero tu
sonrisa y emoción al devorar página por página me invita a
creer que algo bueno debe de haber en esta novela.
A Eva Binetzis Bermudez (Aihtnave) por ser parte de
este proyecto, a cambio de nada. “La chica de rojo” se ha
complementado perfectamente con “La mujer de los 35”, como
si acaso hubiese nacido el uno para el otro. Por su generosidad y
colaboración eternamente agradecido.
A mi familia, por la educación brindada y por creer en
mí . Porque celebraron pequeños reconocimientos en certámenes
literarios, y ahora comparten mi felicidad en este nuevo logro.
A mis amigos, por la influencia que arrojaron sobre mi vida
en estos breves años que nos conocemos. A algunos se los he dicho
verbalmente y a otros se los he demostrado. Leonardo Fernández
e Ignacio Cerminara (Nacho) ustedes en especial saben bien de
qué hablo. Música y Literatura son dos Íconos de sus imágenes
en mi mente.
Finalmente, también lo dedico a la memoria de mi padre
Alberto Ramallo.”
La mujer de los 35
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PróLogo
Admiro su estilo, su madurez al escribir y al hermanar palabra
por palabra para realizar una oración; oración que será transforma-
da en párrafo; párrafo que describirá capítulos; capítulos que narra-
rán una historia. Historia de amor, de novela… Novela que sólo
unos pocos logran formar con ideas extravagantes, y con palabras
seleccionadas al azar en muchos casos y otras por correspondencia.
Admiro cada una de esas letras elegidas. Cada signo de puntua-
ción. Cada idea nueva tan peculiar y original. Cada descripción
como si fuese única o hecha por primera vez. Admiro cada detalle
que el autor apunta y mucho más. Lo admiro a él, un ser excepcio-
nal, único y solitario; pero como decía antes, admiro cada detalle,
hasta el más mínimo, por el sólo hecho de saber que fue él quien lo
apuntó con su puño y letra.
Tiene una forma propia y única de escribir y suele hacerlo siem-
pre bajo un mismo hilo vertebrador. Hilo que solo él sabe enhebrar
como si esas palabras fueran perlas de cristal. Es brillante ya que
las mismas no cambian bruscamente su consistencia y en todo el
trayecto recorrido permanecen siendo hasta el final de cristal.
Es extraño lo que me sucede mientras leo y releo cada párrafo,
cada oración… Pierdo la razón, porque los sucesos, los sentimien-
José Ramallo
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tos, las imágenes van más allá de la razón misma. Son las letras, sus
letras, las que me atrapan, me enredan y me arrastran lentamente
para unir mi propia selección de fonemas hasta formar un algo…
una idea tal vez… una frase… un avance de lo que es la novela.
Es Juan Carlos quien me arrastra consigo durante todo su tra-
yecto de vida, por cada rincón que atraviesa, por cada calle, lamen-
to, dolor, amor…
S… ¡Oh, S! Aprendí a conocerla, a entenderla, a hablar con
ella, a querer ser como ella, a amarla como solo Juan Carlos podía
amarla…
Pero es él, el autor quien le dio vida a un ser perfecto que llamó
Ninfa, Calipso, mujer de los 35, la mujer de los cabellos con una
noche eterna… entonces, en medio de ese juego, de este juego que
llamamos “arte”, “pasión”, “don divino” es cuando nos dejamos
llevar, arrastrar por la corriente y dejamos que los sentimientos, el
deseo y el amor fluyan. Nos abrimos a este mundo que es la litera-
tura y dejamos de ser los otros para convertirnos en “nosotros”…
fue este trío, S, Juan Carlos y José Ramallo, un trío inseparable
que me arrastraron débilmente hasta el borde de un precipicio con
bruma, que me llevan a hacer para lo que nací para escribir, para
escribir como unos pocos comprenderán…porque, como dijo este
brillante autor: “¿Qué sería del arte sin los locos? ¿Y qué sería de los
cuerdos sin los faltos de razón?
Capalbo María Crescencia
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y
casarse con ella. La eligen, te lo juro,los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo
que te parte los huesos y te deja estancado en la mitad del patio. Vos
dirás que la eligen porque la aman, yo creo que es al verse”.
“Rayuela” de Julio Cortazar
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I
¿Qué sería del arte sin los locos? ¿Y qué sería de los cuerdos
sin los faltos de razón? Porque la realidad de los cuerdos no es
más que una falsa impresión de la verdadera realidad, que, mo-
dificada por aquellos que se creen lógicos, termina siendo una
abrumadora manera de coexistir entre varios integrantes de una
denominada sociedad. Los mismos, falsamente, llevan a cabo una
cotidiana costumbre para lograr soportarse mutuamente. Y así,
de esta manera, poder escapar de la verdadera realidad.
En cambio, el loco, el falto de razón, el excluido de la sociedad
posee una visión tan cercana, tan clara, tan acertada de la realidad
que con sus pensamientos, palabras y actos, provocan un espanto
tal en los “perfectos adeptos de una comunidad” que se aíslan (o
los aíslan) en su universo de percepciones y hábitos. Porque si
la verdadera e intangible realidad brotara y fuera aceptada por
todos, este mundo no sería el que todos conocemos. Y, entonces,
todo sería más perfecto, más cómodo, más tolerable. No más hi-
pocresías, no más silencios, no más censuras.
Porque el loco no se calla lo que piensa o lo que desea. Porque
el loco es puro. Porque si todos dijésemos lo que pensamos, hicié-
remos lo que deseamos, o simplemente nos abocáramos a vivir y
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a nada más que a eso podríamos llegar a obtener la más hermosa
definición de lo que es la felicidad.
¿Y el resto? ¿Y el orden, los status, los roles, los hábitos? ¡Al
diablo con todo ello! ¡Se trata de vivir! De llegar a componer una
filosofía de vida que ningún filósofo pueda llegar a refutar, cues-
tionar o modificar: ¿Qué es la felicidad? Es, pues, querido falto de
razón y querido cuerdo, el arte de vivir y nada más…
II
En alguna clínica mental, de la provincia de Buenos Aires, en
la ciudad de Pergamino, para ser un poco más preciso. Alrededor
de las 00:50 horas, luego de que los internos han cenado y se han
retirado a sus habitaciones; las luces de los pasillos se han apagado
y el personal de guardia ya ha llevado a cabo el relevo. La noche
es peculiar, llueve copiosamente, los truenos se suceden de una
manera atemorizante, sin embargo el noventa por ciento de los
internos duermen profundamente. Algunas excepciones pueden
llegar a ser el interno de la habitación 108, que le tiene miedo al
silencio y a la oscuridad. Prefiere dormir durante el día con la luz
del sol, porque sabe que no se va a apagar y no va a dejar todo a
oscuras, lo hace mientras el resto de los internos gritan y hacen
bullicio.
Por la noche se sienta en un rincón de la pieza, adonde lo
alumbra una luz de la calle, junto a él tiene una linterna para
alumbrar en todas direcciones cada cinco minutos. Así mismo
posee un equipo de mate con agua que calentó antes de que apa-
guen las luces, y dos o tres cigarrillos sueltos que le consiguió
el personal de guardia. Al silencio lo combate con el sonido del
chasquido del encendedor, silbando o golpeando las manos. Se
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desespera cuando escucha demasiado silencio y, a veces, realiza
todas estas acciones al mismo tiempo: silba, golpea las manos y
enciende constantemente el encendedor. Es entonces, cuando el
personal de guardia viene y lo regaña por los disturbios, él sonríe
y llora de la alegría porque el silencio desapareció y las luces fue-
ron encendidas.
Pero ésta no es una de esas noches. El ruido de la lluvia, los
truenos posteriores a el roce de las nubes con cargas positivas y
negativas que iluminan, por instantes, el cielo lo tienen tan con-
tento que de a ratitos se duerme contra la pared, sentado en su
rincón habitual.
Quien sí está despierto en esta noche (como todas las noches,
sin excepción alguna) es el interno de la habitación 401, no duer-
me porque dice que ya está viejo y que teme dormir y no desper-
tar más. Según dicen los que lo conocen, a veces se duerme en
medio de una situación cualquiera, por ejemplo cuando están
en el comedor almorzando o cenando. Se siente seguro porque
si la muerte lo viene a buscar sus compañeros lo van a despertar
y él, entonces, va a poder escaparse aunque sea por un día más.
También suele dormirse en el retrete del baño porque piensa que
la muerte no va a entrar si éste está ocupado. Por si acaso, cuando
alguien le golpea la puerta se escapa por una ventanita que tiene
arriba del depósito, corre en todas direcciones, se une a un grupo
cualquiera y, agitado, pero sonriente, les comenta:
-Otra vez lo logré, muchachos, me escapé- Sonríe paranoica-
mente, abre grandes sus ojos, la transpiración le cae por las meji-
llas, mira para todas partes y repite: -No me va a agarrar, todavía,
no me va agarrar-.
Sus compañeros lo rodean, lo palmean y lo felicitan, luego
uno de ellos le sugiere:
-Vení, 401 vamos todos juntos para el medio del patio, allí hay
mucho sol y la muerte sólo anda en las tinieblas, acá estamos en
la oscuridad y tranquilamente te puede agarrar.- Entonces todos
rodean al 401 de tal manera que si alguien quisiese jalarlo para
afuera no podría a causa de lo apretujado que iba.
Al llegar al lugar se quedan mucho tiempo charlando y, luego
de unas horas, el 401 se siente seguro y se va solo.
Ahora es la hora 01:30 AM, está sentado en su cama, apoya la
espalda contra la pared y con una pequeña linterna que sostiene
con los dientes escribe sobre un papel lo que vendría a ser su
autobiografía, o quizás, una historia que oyó contar a algún otro
loco en el internado. Lo que fuese que sea que está escribiendo
lo mantiene entretenido noche tras noche, hace varios meses ya,
quizás, también hace años.
Por lo general, sus momentos de escritura se ven interrumpi-
dos por el 108 que de tanto concentrarse en oír el silencio y de
tanto observar con obsesión las sombras que arroja la oscuridad,
le advierte con desesperación:
-¡401, 401, ahí viene la muerte, va para tu habitación! ¡Corré,
viejo, corré!-
Es entonces, cuando el interno 401 arroja, la linterna, la lapi-
cera, el papel y empieza a correr dando giros dentro de la habi-
tación, soltando alaridos y rasguñando las paredes, tratando de
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treparse y escapar por una ventanita que se encuentra en lo más
alto del cuarto.
Ya quedándose sin fuerzas se arroja de espaldas contra la pa-
red, las manos, los codos, los muslos y los tobillos estampados
contra la misma. El pecho agitado, el corazón retumbando en
los pasillos, los ojos saltones y su paladar, haciendo fuerza para
superar el miedo y no tartamudear, articula:
-108, ¿está ahí? ¿Se fue? ¿La ves?... ¡Contesta, carajo!-
-¡Espera, espera! ¡No, no viejo, no está!... Ya se fue-. Dijo mien-
tras alumbraba con su linterna y el encendedor desde el fondo de
su habitación. -Me parece que cuando diste la tercera vuelta la
perdiste.- Se gritaban a causa de la distancia entre habitación y
habitación.
Se encienden las luces del pasillo, la guardia de turno estaba
irritada.
-¡108, deja de molestar al 401 con tus bromas pesadas!- Ex-
clama uno de los enfermeros. -O te vamos a sacar la linterna y el
encendedor.-
-¡No, Señor, por favor, no! Yo-yo no-no le mentí, 401 es mi
amigo y lo cuido de la muerte. Yo la vi pasar con su túnica negra
en la oscuridad y la oí flotar a un metro de distancia respecto del
suelo. La oí porque no hacía ruido, de haberlo hecho no me hu-
biese dado cuenta porque a mi me gusta el ruido. Créame, Señor.
Yo no miento.-
-Es verdad.- Agregó el interno 401 apoyándose en la ventanita
de su puerta que presume una especie de rejas pequeñas. -108
me cuida de la muerte y yo cada tanto le alumbro la habitación
para que duerma un rato y, si aún así, no concilia el sueño le
cuento una historia y él se queda dormido. Cuando yo culmino
la historia él se despierta automáticamente. Señor, por favor, no
le quite nada.-
-Bueno, bueno.- Mofó el enfermero. -Pero dejen dormir a sus
compañeros, porque sino...-
-¡No, Señor, no, Señor!- Respondieron a dúo los internos 108
y 401. -no volverá a pasar.-
El personal de guardia se retira y, en un tono de voz bajita para
que nadie se vaya a despertar, el 401 le dice al 108:
-Gracias, hermano me salvaste la vida, te estoy en deuda ¿Que-
rés que te cuente una historia para que duermes un rato?-
-No, viejo está bien no tenés que agradecerme nada. Además
te estoy oyendo que hace más de dos horas que estás en silencio,
¿estás escribiendo, nuevamente?-
-Sí, estoy escribiendo una novelita de amor, se va a llamar “La
mujer de los 35”-
-Ah, mirá vos, mirá… parece interesante.- Exclama interesado
el 108. Enciende un cigarrillo, expulsa el humo y agrega: -¿Un día
me la vas a contar?-
-Sí, por supuesto hermano, pero eso recién cuando esté termi-
nada, no me gustaría contarte una historia por la mitad.-
-¿Y te falta mucho?-
-A decir verdad, no, me falta el final... No sé cómo terminarla.-
-(...)-
-Se durmió.- con alegría murmuró el interno 401. -Mejor así,
que descanse.-
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Luego de esto, el 401, se mantendrá gran parte de la noche
haciendo ruiditos para que su amigo no se despierte. Silbará, gol-
peará las lapiceras contra el borde de la mesa, articulando cosas
sin sentido como, por ejemplo, Tarac, tac, tac o Cucu, la, te, pin
y rematará en el aire como si golpeara una batería. Cuando se
canse de estos movimientos se relajará y cantará una canción de
Luciano Pavarotti como, por ejemplo:
Penso che un sogno così non ritorni mai più... -No, no, así no era…-
Penso che un sogno così non ritorni mai piùmi dipingevo le mani e la faccia di blupoi d’improvviso venivo dal vento rapitoe incominciavo a volare nel cielo infinito...-No me acuerdo cómo sigue... A ver una más fácil.- Sentado
en la cama, mira para el techo y golpea su dedo impacientemente
contra su rodilla flexionada. -¡Ah sí, ya sé! Una de Frank Sinatra,
ésta es más sencilla:
And now, the end is near;and so I face the final curtain.my friend, I’ll say it clear,I’ll state my case, of which I’m certain...Y así continuará improvisando casi toda la noche...
Pero todo esto fue ayer y antes de ayer, y será mañana y pasado
mañana.
Hoy, como ya he dicho, el interno 108 duerme placidamente,
entonces el 401 aprovecha para sumergirse en la escritura, ima-
gina que la muerte está sentada junto a una tumba abierta con
una placa que lleva su propio nombre. La imagina sentada, abso-
lutamente mojada, con un reloj de arena brillante que ilumina su
cadavérico rostro, y puede ver que faltan algunos granos de arena
para que llegue su hora y para que ésta lo venga a buscar.
-Pensar que en mi último cumpleaños cumplí tan sólo 35
años… y ahora me faltan minutos para irme de este mundo…-
Se queda pensando cuándo fue su último cumpleaños, pero ni
siquiera recuerda hace cuánto tiempo que está internado.
Un relámpago ensordecedor ha sobresaltado al 401, las luces
de la calle se han apagado, es un apagón general. Se desespera por
el 108.
-¡No le va a entrar luz por la ventana!- Exclama y, se va a arrojar
contra la puerta para ver cómo estaba, pero pronto reflexiona que
semejante estallido lo habrá dormido más, aún. Se tranquiliza y se
alegra por él. Ante la duda se pone de píe, alumbra por la ventanita
de su puerta hacia la del 108 y le silva para comprobar. ..
Nada.
-¡Qué bueno, qué bueno, buenísimo, excelente!- Da saltitos y
agita su puño.- Ahora va a dormir bien, al menos por esta noche.-
Vuelve a su lugar, retoma sus elementos y escribe:
Un individuo avanzado en edad, es hallado por autoridades
del Cementerio Municipal de la Ciudad de Pergamino, junto a
una lápida que no cesaba de acariciar. Al parecer, había permane-
cido junto a ella por varias horas.
Esta situación es la más normal que se puede hallar en un
lugar así, las dificultades vinieron cuando llegó la hora de cerrar
las puertas del cementerio. Un empleado le advirtió que tan sólo
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faltaban diez minutos para el horario de cierre, el individuo no
respondió nada, ni siquiera lo miró.
Minutos después un policía se hace presente en el lugar y, de
manera muy amable, le pide que se retire ya que, el cementerio
había cerrado, pero podría volver al día siguiente, si así lo desea-
ba. El sujeto no opone ninguna resistencia, lo mira con los ojos
en sangre y comienza a volver en sí, poco a poco:
-Disculpe, ¿usted me podría llevar a un hospital, por favor? He
sido molido a golpes en la noche de ayer y me duele mucho el
cuerpo. El policía, viendo que el individuo parecía sincero, aceptó.
-Sí, está bien, suba al patrullero que lo llevaré.- Ya en camino
al Hospital, el policía lo interroga: -¿Qué es lo que le ha sucedido?
¿Un intento de robo? ¿Una disputa que terminó con intercambio
de golpes?-
-No lo sé, en este momento no recuerdo nada, tampoco sé
cómo llegué hasta el cementerio.-
En el hospital lo revisaron y comprobaron que su cuerpo es-
taba moreteado y se hallaba mal alimentado. Esa noche tuvo que
quedar internado para recuperarse de los golpes y alimentarse un
poco. El oficial de policía, sintiendo pena por el individuo que se
quedaba a pasar la noche sin un acompañante, se ofreció como
voluntario para cuidarlo. Se acomodó en una banqueta y le pidió
que le contara un poco sobre su vida, al menos lo que recordara
en ese momento, “quizás de esta manera” (pensaba el oficial) “ha-
blando con alguien se comenzará a sentir un poco mejor.”
El hombre aceptó y comenzó:
-De mi qué puedo decir que no sea que soy un soñador, una
persona que se proyecta más allá de lo que puede llegar a concre-
tar… un ermitaño que se escapó de la cueva de Platón, pero que
aún así continúa viviendo de las abstracciones, de su imaginación,
desechando, así, todo concepto real del sonido e imagen. Un in-
dividuo que escribe porque siente que se expresa mejor de forma
escrita que oralmente, porque mi mente es un ser metafísico, que
se niega a darle órdenes a mis cuerdas vocales y, en cambio, prefie-
re enviárselas a mi puño derecho para que las escriba; y me posee
y me enajena y no estoy en este mundo por el lapso que dura el
dictado de palabras y cuando, finalmente, culmina siento que
alguien o algo me toma por el cuello y me arroja con violencia
contra una pared, una biblioteca, una mesa o lo que sea y me deja
inconsciente. Pero mientras voy perdiendo la conciencia oigo sus
típicas palabras que me gritan “Vete, ya no te necesito. Cuando
lo haga te volveré a utilizar”, y luego una risa macabra retumba
en mi cabeza hasta que quedo desmayado a causa del golpe. “Eso
explica los golpes en el cuerpo, la poca alimentación y la falta de
sueño.” pensó el policía sin querer interrumpirlo.
-También sé, y puedo decir de mí, que soy uno y el universo,
el universo y yo. El universo está en mi y lo compongo y descom-
pongo a mi antojo, pero en su centro está Calipso, mi diosa de
los cabellos hermosos y ella es... ella es. . ¡Por Dios, no sé cómo
es ella! Cómo fue, cómo será, cómo es porque ella es tantas cosas
a la vez que no sé por dónde empezar. Ella es mi Ninfa, la cul-
pable de mi locura, mi prototipo de mujer imposible, pero a su
vez posible, ella es la mujer que me enseñó a reírme del paso del
tiempo, la que me besaba… ¿y será aún la que me besa?... cuando
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me ponía a pensar en la realidad, en mi existencia, en mi futuro,
entonces, ella me tomaba por las mejillas y, con sonrisa profunda
y hermosa, tan hermosa que me resulta imposible de describir,
me decía: “¡No pienses tanto y viví más!” Luego me besaba y
jugaba a morderme los labios, luego el cuello, los oídos y los dos
nos enroscábamos y jugábamos a revolcarnos por el piso, la cama,
la mesa, lo que fuere, y no contaminábamos esa escena con sexo
ya que nos quedábamos agitados, riéndonos a carcajadas porque
uno de los dos se había golpeado la cabeza con el pie de la mesa
o el codo contra el borde de la cama, o había arrojado un objeto
desde arriba de la mesa y lo había roto en mil pedazos. Parecía-
mos dos adolescentes que se negaban a madurar.
En ocasiones, cuando estoy solo, me pongo a pensar si ella
existe, existió o existirá, si es real, vive, murió, ¿dónde está en ese
momento en que pienso en ella? Es entonces, cuando me arrojo
al suelo, flexiono mis piernas, con fuerza presiono mis costillas
y suelto un alarido hasta quedarme sin voz, luego me levanto
y comienzo a arrojar cosas en todas direcciones sin importarme
cuántas cosas puedo romper. Ya, cuando agotado me quedo sin
fuerzas, me dejo caer de rodillas, hundo mi cabeza en el piso y me
la cubro con ambas manos.
Es entonces, cuando oigo aquella voz que pareciera acariciar
el aire al hablar y que ahora me dice: “¿No ves, nene? Te lo dije
desde un principio, vos sos un chico comparado con mi edad, no
te puedo dejar un momento solo que te largas a llorar. ¿No te he
dicho hasta el cansancio que no dependas de nadie para ser feliz?
La felicidad no pertenece a los estúpidos enamorados, sino que
pertenece a los que les buscan el lado positivo de todas las cosas,
¿Cuándo lo vas a comprender?”
Levantando mi cabeza con rapidez, la busco en la penumbra
de mi hogar y no está, entonces, para acomodar mis pensamien-
tos, me coloco frente a un papel y rememoro los últimos hechos
vividos, hago un esfuerzo grande para recordar la mayor cantidad
de cosas posible, tanto en situaciones como en tiempo. Por su-
puesto que lo voy relacionando con lo escrito anteriormente, sino
sería escribir mi autobiografía cada día y sería interminable, ¿me
comprende, oficial?-
-Sí, sí por supuesto...-
-¡Oh, lo lamento! soy un idiota, usted se ha ofrecido a hacer-
me compañía y yo lo aburro con mis absurdas historias de vida...
Pero todo lo que le he dicho es verdad, créame, no le he mentido
en nada. Inclusive le diré que escribo desde mis…17 años apro-
ximadamente, siempre llevé y llevo papeles conmigo y lapiceras,
para anotar las cosas que pienso, no quiero que nada quede ex-
cluido, todo me parece importante.-
-No, no, no, si yo he creído en cada palabra, es más estoy
deslumbrado de su historia y le quería preguntar algo, si no es
mucho atrevimiento... ese papel, donde usted rememora su pasa-
do... ¿Lo tiene aquí? Digo, me gustaría seguir conociendo sobre
su pasado, parece muy interesante...-
-No me molesta en lo más mínimo, por el contrario, me ha-
laga. Lo tengo justo aquí. . Se estiró un poco desde donde estaba
acostado y tomó del bolsillo interno de una campera un anotador
un tanto grande y, en consecuencia, incomodo como para ser
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llevado en ese lugar. Algo así como un libro de bolsillo, pero un
tanto más ancho. Lo toma en sus manos, lo abre en la primera
hoja y comienza a leer:
-Corría el año 2004, octubre aproximadamente. Sólo hacia
cuestión de meses que el joven Juan Carlos Monzón había termi-
nado sus estudios secundarios...-
-Disculpe.- Interrumpió el oficial de policía. -¿Quién viene a
ser Juan Carlos? ¿Usted?-
-Sí, efectivamente soy yo, ese es mi nombre. ¿Lo ve? Si me
preguntaba antes no hubiese sabido decirle con exactitud mi
nombre, pero ahora, gracias a esta genial “ayuda memoria” puedo
decirlo con total convicción.-
-Veo, veo, pero mi duda surge a raíz de que usted está escri-
biendo su autobiografía en tercera persona, ¿verdad? ¿Y por qué
lo hace?
-Bueno, la única respuesta que le puedo dar es que aquella
fuerza metafísica, de la que le hablé anteriormente, me domina y
le ordena a mi puño que lo haga así.-
-Ah, claro, bueno... en realidad, a mí no se me habría ocurrido
una respuesta así. Disculpe la interrupción, continúe por favor.-
-No tiene por qué disculparse, continúo: “Corría el año 2004,
octubre aproximadamente. Sólo hacia cuestión de meses que el
joven Juan Carlos Monzón había terminado sus estudios secun-
darios. La realidad económica que vivía su familia no era buena,
pero tampoco mala, promedio digámosle. En consecuencia, Juan
Carlos debía buscar un trabajo, lo antes posible.”
-Si bien en un principio...” -El oficial observó que el “pacien-
te” comenzaba a hacer fuerzas para que no se le cerraran los ojos
y, de esta manera, evitar quedarse dormido. Entonces, le sugirió
que descansara, que al día siguiente tendrían tiempo de seguir
conversando. Su interlocutor aceptó y así como estaba, sin cam-
biar de posición, se quedó dormido. Por su parte, el oficial se
acomodó un poco más en la banqueta, apoyó la espalda contra
la pared y apagó las luces procurando estar atento al descanso de
este curioso personaje que acababa de conocer. Cerca de las 02:00
A.M, el oficial, supuso que a su nuevo amigo no le molestaría
que él siga leyendo la historia sin el permiso del “autor”. Y así
continuó leyendo:
(…) si bien, en un principio, se tomó un par de días a manera
de vacaciones, en breve tiempo se puso a buscar trabajo en dife-
rentes empresas, las cuales eran acordes a sus estudios “Bachiller
Contable”. La típica frase que oía al momento de entregar un Cu-
rriculum Vitae era “Listo, pibe cualquier cosa te vamos a llamar”
cosa que en realidad nunca ocurría, lo más sincero que a Juan
Carlos le hubiese gustado oír era “Listo, pibe si descubrimos que
tenés un familiar o pariente dentro de la empresa, te vamos a estar
llamando”, eso le daría más tranquilidad y seguridad de que, en
realidad, nunca lo iban a llamar.
El oficial de policías volvió a salir de la historia y mirando al
“supuesto” Juan Carlos, pensaba en voz alta “¿No será que este
tipo me engañó y no se llama Juan Carlos, ni mucho menos, ésta
es su autobiografía? ¿Cómo es posible que recuerde tan minu-
ciosamente todos los detalles y que, encima, haga comentarios
sobre sus propios escritos como si fuera una especie de cuento? La
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fuerza sobrenatural aquella de la que habló. . No, no, no, hay que
estar muy loco para creer en algo así, prefiero creer que alguien
le vendió su alma al Diablo y por eso le suceden cosas extrañas,
pero éste...” Contemplándolo con profundidad, casi con ternura,
manchado con un poco de lastima. “Éste a lo sumo está loco,
pero más que eso...”
Vuelve a la lectura, la curiosidad es más fuerte que su uso de
la lógica:
Finalmente, habiéndose encontrado en la calle con un ex com-
pañero de la escuela, Juan Carlos le comenta que ya está un poco
desalentado de buscar y de no conseguir trabajo. Entonces, su
amigo le dice que trabaja para una agencia de mensajería, es de-
cir, que le hacen mandados a la gente, que por falta de tiempo o
por la razón que fuera, no pueden realizar sus trámites. A causa
de esto, los llaman a ellos y, a cambio de un precio determinado,
llevan a cabo el mandado necesario. Añadió también, que si a él le
interesaba el trabajo, podía ir a postularse, ya que estaba faltando
personal. Juan Carlos, fue con su amigo a la agencia y no sólo se
inscribió, sino que además le pidieron que comience a trabajar al
día siguiente.
Su madre le había obsequiado una bicicleta nueva, cuando él
finalizó sus estudios secundarios, con esta herramienta tan útil,
para aquel tipo de trabajo, comenzaba a ganarse sus primeras mo-
nedas. Los primeros días le resultaron muy comunes y un tanto
agotadores, probablemente, se debiera a la falta de costumbre.
-Trabajo nuevo y bicicleta nueva.- Incurría el joven Juan Car-
los, para darse ánimo en los días de lluvia o en los “viajes largos”.
Sabía que a su madre le había costado mucho esfuerzo pagar la
bicicleta y sabía también, que ella necesitaba de la ayuda de sus
hijos, para sostener económicamente, el hogar donde vivían. Esta
situación, había comenzado a desarrollarse luego del año 2000
con la muerte de su marido. Por esta razón, trataba de hacer mu-
chos mandados, para obtener una buena ganancia al finalizar la
jornada laboral.
-Es lo que hay, por ahora es lo que hay, y hay aprovechar lo
que hay.-Repetía como una especie de trabalenguas, una vez más,
dándose ánimo.
-Sí tuviese una motito...- Jadeando con el viento en su contra.
-No, mejor no, habría que ponerle nafta y eso me produciría pér-
didas.- Nuevamente hablaba solo, a veces, no se daba cuenta y lo
hacía en voz alta. Entonces, la gente lo miraba como si estuviera
loco o como si estuviera haciendo uso del lenguaje egocéntrico.
Pasó algún tiempo y nada cambiaba en la vida de Juan Carlos
Monzón, subía a su bicicleta y, para completar su fama de loco,
tarareaba:
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...No ves que va la luna rodando por Callaoque un corso de astronautas y niños, con un vals me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!Resulta que ésta era otra de las características de Juan Carlos,
era tanguero, pero, por sobre todo, era Piazzollista.
Una mañana, del mes de noviembre, tuvo por primer manda-
do ir a pagar una boleta de luz a la planta que suministra energía
eléctrica a la Ciudad de Pergamino. Debía ir ahí y no a una enti-
José Ramallo La mujer de los 35
26 27
dad Bancaria o a alguna de esas agencias que te cobran todo tipo
de trámites en breves minutos. En un primer momento renegó
porque sabía que en aquel lugar debía esperar mucho tiempo,
a causa de la cantidad de la gente que concurría, esto daba por
resultado un promedio de dos o tres horas de espera. En conse-
cuencia, perdía la oportunidad de realizar muchos mandados y
obtener una buena ganancia. Llegó al lugar y volvió a quejarse
porque, efectivamente, había mucha gente esperando su turno
para pagar, sacó un número y lo comparó con el letrero que indi-
ca los turnos que seguían:
-C37, y recién va por el B11 ¡La puta madre!-
Esto lo pensó y lo dijo en voz alta, sin darse cuenta. Ahora no
sólo era un loco, sino que además, también, era un mal educado.
Miró a su alrededor y encontró una butaca libre, se sentó y co-
menzó a cavilar cosas en su mente:
“Lo bueno de este lugar es que, a diferencia del Banco o de
otras entidades, acá hay asientos y podes descansar las piernas...
Acá parece trabajar mucha gente - observando diferentes pun-
tos del edificio, desde su posición - de seguro habrá que tener
estudios terciarios para lograr una vacante...”
Mira el papel en su mano, levanta la vista y lo compara con el
letrero: “B25, la puta madre, esto sigue lento, ¿no habrá alguien
con quien se pueda charlar?” mira disimuladamente de reojo, casi
girando su cuello, las filas traseras y delanteras para encontrar a
no sabe quién “¿Y charlar de qué? ¡Bah! mejor así, cuando estoy
apurado no presto atención a lo que me dicen...
Ese guardia que está allí, parece un tanto viejito, es más, se lo
ve un tanto agotado. Sí, pero para empuñar un arma no se debe
necesitar mucha fuerza, es sólo un reflejo y ¡pum!... Mejor dejo
de mirarlo, no sea cosa que me encuentre sospechoso y me saque
antes de que yo haya podido pagar...”
Lo que le pasó a Juan Carlos, en los segundos que continua-
ron a aquella situación tan abrumadora, es algo que, de tratar de
explicarse de una manera o de otra, suena hueco y estúpido, in-
clusive. ¿Qué o cómo decir “aquello”? estaba mirando al guardia,
un tanto resignado ya, a la espera de su turno. Proponiéndose
entretener sus ojos y su mente con algo, miraba todo, entonces
casi por reflejo desvía su mirada a unos centímetros del guar-
dia. Unos metros detrás de éste algo se movía; era oscuro, oscuro
como una noche sin luna, como una noche eterna, era lacio y
lo usaba suelto, era peculiar, demasiado para él, para su novata
experiencia de vida, para sus ojos inocentes, para su ingenuidad
era atípico, nuevo, “raro” sería la palabra exacta: “Que mucha-
cha… ¿o mujer?... tan bonita”, pensó Juan Carlos, luego, con
la poca fracción de segundos que le quedaba para contemplarla,
antes de que aquella persona ingresara a la oficina que estaba a la
izquierda del guardia, trató de examinar su rostro, no era muy es-
pecialista en el tema, pero percibió que era joven, brillante, suave,
elegante, bonita y todas las descripciones, que se pueden seguir
bajando del paradigma de los adjetivos calificativos, van a sonar
estúpidos y huecos, como ya lo he dicho. ¿Por qué no resumir y
sencillamente decir que Juan Carlos se enamoró por primera vez?
o bien recurrir a Nietzsche, y decir que “Una persona no puede
prometer a otra, amarla para siempre, odiarla para siempre o serle
José Ramallo La mujer de los 35
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fiel para siempre. Porque los sentimientos son involuntarios”. Es
decir, Juan Carlos se enamoró, sin querer, de una persona que vio
por primera vez, y con eso toda persona que lea esto va a saber
entender qué sensaciones se tiene cuando uno se siente atraído
por otra persona y yo dejaré de hacer el ridículo tratando de ex-
plicarlo. Para complementar su estado de “shock” Juan Carlos
dejó caer al piso las boletas que tenía que pagar, no tuvo palabras
para hacer un comentario de aquella mujer tan particular, recogía
las boletas con apuro y trataba de ordenar sus pensamientos, pero
esa imagen le volvía a ocupar la mente y él sólo repetía para sí
mismo: “¡Qué cabello tan oscuro tiene esa mujer!”
-¡C-37!- Pese a que el cartel luminoso anunciaba el próximo
turno con un “Ding Dong” que te aturdía los oídos, ella los “can-
taba” por si acaso. Sí, la mujer que Juan Carlos caratuló como la
mujer de los cabellos extraños, estaba detrás de la caja de cobros y
le había tocado atenderlo justamente a él. Ahora, éste tenía varias
sensaciones, se interrogaba ¿En qué momento volvió que no la vi
pasar? ¿O es que se habrá vuelto cuando yo recogía las boletas?
Se sentía estúpidamente nervioso sin saber por qué y, a su vez, se
sentía apurado porque quería volver a la agencia para recoger más
mandados. Caminando en dirección a la caja intentó elaborar
un comentario sobre su timbre de vos, ya que le había parecido
tan suave e intenso que le sorprendía el hecho que, pese a la mu-
chedumbre, el ruido de los teléfonos, fax, y demás, él la pudo oír
con tanta claridad ¡Y estando tan distraído como lo estaba en ese
momento! Se conformó con pensar que era muy femenino y, a
su vez… No dijo, ni pensó en más nada por hallarse frente a ella,
tras un vidrio divisorio. Ella lo miraba con ojos extrañamente bri-
llosos, como quien está a punto de llorar, pero me refiero al llanto
que procede a una hermosa alegría, ¿era acaso un brillo mágico
que le daba un aspecto angelical y sombrío a la vez? Todo en ella
era extraño… Ahora la contemplaba más hermosa que la primera
vez que la vio a varios metros de distancia. Vestía un saco negro,
con camisa blanca y un pañuelo rojo que envolvía su cuello, una
simple, pero dulce sonrisa se le dibujo en el rostro cuando le dijo:
-Buen día.- Casi como cantándolo, su voz era, ahora, más fina
y suave que cuando anunció el turno siguiente.
-Hola, vengo a pagar… - Y como si no supiese el final de la
oración le pasó la boleta por debajo del vidrio. Se sorprendió al
leer el nombre de ella en un carné que colgaba de su saco. Co-
nocía de un nombre similar, pero a este le faltaba un fonema, en
consecuencia, era diferente. Una vez más realizó un esfuerzo por
elaborar un elogio, pero esta vez referente a su nombre, mas se
ruborizó al encontrar la mirada fría y seca de aquella mujer con la
de él, mientras le devolvía la boleta sellada y el vuelto.
“¡Estúpido! Ahora pensará que le estabas mirando los pechos,
pronto di algo sobre su nombre.” Pensaba, regañándose Juan
Carlos. Nerviosa e idiotamente dijo:
-Muchas gracias, hasta luego.-
-Gracias a vos. –Respondió ella.-
Juan Carlos se sintió frustrado y amargado, como quien repro-
bó un examen, como cuando presentaba un Curriculum Vitae en
grandes empresas y le decían que lo iban a estar llamando, pero
nunca lo hacían en realidad. Se preguntó por qué se sentía tan
José Ramallo La mujer de los 35
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nervioso frente a aquella mujer que evidentemente era mayor que
él y, por lo menos, lo sería por unos 10 o 15 años, se excusó argu-
mentando que él siempre fue tímido con las chicas. Así mismo,
encontró consuelo al reafirmar que sólo había estando mirando
su nombre y no sus pechos, aunque ahora se arrepentía de no
haberlo hecho. Mientras pensaba en esto, se había vuelto a sen-
tar en la misma butaca para acomodar las boletas en la mochila,
controlaba el vuelto e, inconscientemente, deseaba que hubiese
algún error para poder volver a hablar con ella, pero todo estaba
en orden. Pensó, entonces, en volver a la caja argumentando que
le había dado plata de más ¡Estaba dispuesto a sacar dinero de su
propia ganancia para estar cerca de esta perfecta extraña, por tan
sólo un momento más! Este pensamiento lo golpeó tan fuerte que
se reincorporó casi enojado, observó cómo el guardia se levantaba
el cinto del pantalón con su mano derecha y cómo con la mano
izquierda sostenía un vaso de plástico que, a juzgar por el vapor
que expulsaba el mismo, era café. Se sorprendió al observar la
paciencia con la que se estaba moviendo, siendo que hacía unos
momentos se quejaba de la espera y de no poder hacer más man-
dados hasta salir de allí. Alargó el paso y trató de hacer de cuenta
que no había pasado nada, al llegar a la puerta giratoria volvió a
oír su voz y sin darse cuenta volvió su mirada hacia la caja donde
ella estaba, por supuesto que no le había dicho nada a él, sino que
sólo había anunciado el próximo número. Sosteniendo la puerta
y sin dejar de mirarla hizo una infantil comparación: “Ella usa
ropa de vestir y está detrás de una computadora, yo uso pantalón
vaquero, buzo, gorra y ando en bicicleta... además, es mucho más
grande que yo y debe tener esposo e hijos...”
Extrañamente ninguna de estas hipótesis permitió que Juan
Carlos dejase de pensar en aquella mujer de los cabellos oscuros.
José Ramallo La mujer de los 35
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III
Una vez fuera de la planta de luz, regresando a la agencia en
busca de más trabajo, pensaba en la situación pasada y lo primero
que hacía era rechazar, una y otra vez, la idea de amor a primera
vista. No creía en ello, ni quería creer. Sólo le pareció sentir algo
extraño frente a la mujer y nada más.
Terminó su jornada laboral y al acostarse pensaba: “Quizás
porque a uno se le figure que con ese nombre, ese extraño color
de cabello, esas continuas sonrisas al mirarte, porque no solo con-
migo lo debe hacer, sino que debe ser absolutamente común en
ella, ese estado físico... no es que yo sea un pervertido sexual…”
Se justificaba como si alguien pudiera oír sus pensamientos. “Sólo
digo que perdura en ella una figura considerablemente atractiva
para su edad. Digo “edad” sin saberla con exactitud, pero unos...
35 años debe tener. En fin, también supongo que por esos ojos
que te llenan de vida al mirarte pienso que S... ¡Oh, no! No debo
nombrarla, nadie debe oír su nombre, él sólo le corresponde a
mis suspiros en el anonimato, ese nombre, ese bendito nombre
nadie lo sabrá. Si de tan sólo nombrarla cualquiera se sentiría
atraído o interesado en esta mujer.
Para referirme, y aún para pensar en ella, simplemente le diré
“La mujer de los 35”. Le diré así, no por estar seguro de que ésta
sea su edad exacta, no sólo los aparenta, además soy de la idea
de que las mujeres alcanzan su máximo nivel de madures, y her-
mosura, entre los 30 y los 40 años de edad. Más aún, pienso que
se ven más hermosas y atractivas a esta edad que cuando hayan
tenido 17 o 19 años.”
Durmió pensando en ella e inevitablemente, despertó pensan-
do en ella. Y si despertó pensando en ella, fue porque había soña-
do con ella. Soñó con un lugar oscuro, quizás, una noche oscura,
tan oscura que no podía ver sus manos siquiera. Luego descubría
que, precisamente, aquellas podían tocar algo suave y apacible
provocándole dulzura y paz, tranquilidad y pasión. Sentía ello y
no sabía qué era, ni mucho menos por qué razón no podía verlas.
Se negó a continuar recibiendo aquel placer y atrajo sus manos
hacia su rostro, fue entonces cuando se dio cuenta que acariciaba
el cabello de “La mujer de los 35”. Acto seguido, ella giraba su
rostro tierno como el de una niña, sonriendo, casi como en una
carcajada. Sus ojos brillantes, llenos de vida y llorosos, suponien-
do una gran emoción, gozosa de aquella situación le decía:
-¿Por qué dejaste de hacerlo, no ves que yo lo estaba disfru-
tando tanto como vos?-Y luego ella acomodaba sus cabellos por
detrás de sus oídos y en ningún momento dejaba de sonreír. Era
entonces cuando él despertaba. Soñó varias veces con lo mismo,
en más de una ocasión, como quien pretende dominar a su in-
consciente, deseó besarla, pero algo se lo impidió. Quizás la sen-
sación inusitada de besar a alguien, o, quizás, el juego del amor,
el de limitarse a abrazar y acariciar, negándose al beso que podría
José Ramallo La mujer de los 35
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desencadenar la pasión que antecede al sexo explícito…dos cuer-
pos desnudos, mirándose, tocándose… Esto le provocaba terror,
un miedo absoluto a ser visto por primera vez por alguien que
tenía la edad de, quizás, una hermana mayor.
Tenía miedo de la inexperiencia contra el total conocimiento
que ella podría llegar a tener, y expuesto ante él, lo avergonzara,
humillara o que él mismo se sintiera incapaz de llevar a cabo el
acto sexual. Por esta razón era muy probable que no la besara,
pero también podría ser una muestra de amor verdadero y no de
un momento de excitación debido a su edad y soltería.
Pensaba en ella, como el universo de los dos, de ellos dos, claro
está. Pensaba y de forma inconsciente pensó en Sábato… ¿Sá-
bato? ¿Qué tenía que ver Ernesto Sábato entre ellos dos? Luego
de meditar por un momento, reflexionó y le pareció que alguna
vez había leído algo de dicho escritor relacionado con este tema.
Buscó en sus libros y, finalmente lo halló en: “La resistencia” de
Ernesto Sábato. En ese mismo instante se sentó en el piso y co-
menzó a leer, o mejor dicho a releer, hasta (re)encontrarse con
aquel fragmento que su inconsciente le había traído a la memo-
ria. Lo leyó, subrayó y hasta memorizó aquel pensamiento típico
y único del celebre escritor. “Ni el amor, ni los encuentros ver-
daderos, ni siquiera los profundos desencuentros son obra de
la casualidad, sino que nos están misteriosamente reservados.
¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre
las multitudes de personas en el mundo, nos cruzamos con
aquellos que de alguna manera poseían las tablas de nuestro
destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma orga-
nización secreta o a los capítulos de un mismo libro! Nunca
supe si se los reconoce porque ya se los buscaba o se los busca
porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.”
Luego de leer esto durmió, considerando que ya era tarde y
que al otro día debía trabajar.
Nuevamente soñó con “La mujer de los 35”, pero en esta oca-
sión, el sueño era diferente; diferente, quizás, por lo que había leí-
do, por lo que le había producido. Soñó con su Ninfa, ella estaba
a su lado, al parecer era en una cama o algo parecido, jamás veía
con claridad en sus sueños aquello que lo rodeaba, sólo centraba
su mirada en ella y en nada más. Esta vez estaba convencido de
que no sólo estaban acostados, sino que además estaban desnu-
dos, no lo veía, pero lo sentía. También le pareció que estaban
tapados. Ella lo miraba con tierna tristeza y, casi en un susurro,
le decía:
-Para cuando amanezca volveremos a ser dos perfectos extra-
ños J. C… -
Por su parte, Juan Carlos suspiraba profundamente y emitía
una simple acotación:
-Es la realidad… de la que no podemos escapar… de la que
nunca podremos escapar.-
Luego se abrazaban, se besaban y se prometían amor eterno,
aunque aquel amor parecía abstracto, a juzgar por sus expresio-
nes. Luego de esto hacían el amor...
¡Ahora no sólo rompía con el miedo de besarla, sino que tam-
bién lo hacía con el de verse y tocarse desnudos! Por supuesto
que ni tuvo una imagen clara de ese momento, ni mucho menos
José Ramallo La mujer de los 35
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experimentó la sensación de un beso. Todo fue imágenes y, qui-
zás, deseos. Finalmente se quedaban dormidos y, con un último
aliento se decían:
-Adiós, J. C…-
-Adiós, S…-
Juan Carlos, despertó solo, en su cama, en su verdadera cama.
Palpó como quien buscaba algo, luego examinó en la almohada
para ver si había algún rastro de ella, un cabello, un perfume…
Pero no encontró nada. También recordó que, en el sueño, ellos
habían hablado algo de borrar los números de celulares de sus
respectivas agendas para no volver a encontrarse, a menos que
el caprichoso destino así lo quisiera. Buscó en la mesa de luz su
celular, para ver si aún no había borrado su número y, frustrado,
recordó que él no tenía celular. Definitivamente había sido un
sueño...
Este sueño lo irritó de tal manera que se mantuvo aislado de
sus compañeros de trabajo todo el día y durante los mandados se
mostró lento y distraído. Pensaba, mientras iba pedaleando, y se
interrogaba: “¿Por qué volveremos a ser dos perfectos extraños?
¿Acaso nuestro destino es ser eternamente amantes y nada más? Y
si esto fuese así, ¿Quiere decir que ella es casada y, probablemen-
te, tenga hijos? ¿Será este nuestro destino? ¿Existe el destino? No
sé… no creo estar completamente de acuerdo con la concepción
de amantes perpetuos, sucede que Sábato lo plantea de una ma-
nera que no termino de estar de acuerdo con él…Quizás él no
quiso decir nada de esto, pero mi interpretación, en este momen-
to peculiar de mi vida, me lleva a interpretarlo de esta manera…
no volver a llamarnos, a buscarnos, ni siquiera a pensar el uno
en el otro, aunque pasen días, meses, años, sin vernos. No bus-
carnos.” Juan Carlos retrocedió en sus palabras y abrió un nuevo
paradigma de ideas similares. “No coordinar un nuevo encuen-
tro, no recordar aquellos momentos, hacer de cuenta que nunca
sucedió, simular que todo fue un sueño… ¿Fue un sueño lo de
anoche?... Sólo esperar que, de entre las multitudes abrumadoras
de personas que circulan por la ciudad, resplandezca su figura
y el universo de los dos surja de las profundidades de la tierra,
barriendo con los caminos rutinarios de la vida. Todo desaparece,
nada queda y sólo con mirarnos sabríamos qué hacer: números
de teléfonos, lugar de encuentro, excusa y volveríamos a ser no-
sotros. No más dos perfectos extraños, sino ella y yo… Amantes
perpetuos… “¿Amantes perpetuos?... No sé, no creo estar muy
seguro de tan sólo querer eso. ¿Qué hay de la convivencia, la
familia, los proyectos, aún de las discusiones? ¿Será que el amor
sólo le pertenece a los amantes? ¿Será que el no compromiso evita
caer en la rutina y, el hecho de estar enamorado, pasó a ser un
recuerdo en el álbum de fotos de los recién casados? ¿Será que la
felicidad de los amantes se acaba cuando se deja de ser “el otro”
y pasa a ser el marido o la esposa y todo se vuelca a un mundo
estructurado y lógico dejando de lado la locura de vivir?”
Definitivamente se estaba apurando a tomar decisiones y a
sacar conclusiones. Y, una de las decisiones erradas que tomó,
fue desafiar a los dioses del destino. No quiso esperar más por
su sagrada voluntad y buscó la forma de volver a ver a “La mujer
de los 35”. La idea que tuvo fue la siguiente: cuando la gente lo
José Ramallo La mujer de los 35
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enviaba a pagar una boleta de luz al Banco Provincia o Nación,
él se ofrecía a ir a la Central Eléctrica, fingiendo que tenía un
“conocido” que trabajaba allí y que le podía agilizar el trámite,
y así no debía esperar mucho tiempo en la fila del Banco. Esta
idea no sólo le resultó mala, por el tiempo que se demoraba en
volver, provocando que la gente se quejara a la agencia para la que
él trabajaba, sino que además, de todas las veces que fue en una
sola mañana, nunca pudo ver a la mujer de cabellos oscuros ni
siquiera por un instante. Ni en la caja de cobros, ni recorriendo el
edificio en alguna dirección.
Un tiempo después se sintió afortunado de ser el escogido en
cargar con la gran responsabilidad de hacerse cargo de un nuevo
método de trabajo implementado por la agencia. Debía juntar
todas las boletas de luz que los clientes querían que les pagaran,
unificar todo el dinero, contar cuánto dinero tenía en total, cuán-
to le había dado cada cliente y cuánto debía abonar cada cliente
en particular. Preferentemente, antes del mediodía iba a la Cen-
tral Eléctrica y realizaba el nuevo y complejo método de trámite.
Su primera impresión, al llegar, fue que no había mucha gente
para pagar, lo cual daba la certeza de que no iba a demorar mucho
en retirarse del lugar, al menos por ese día. Sacó su turno y, no
habiendo terminado de arrancar el papelito del rollo, el cajero le
realizó una seña con la mano para que pasara, miró para ambos
lados, desconfiando de que hubiera alguien antes que él y avanzó.
Extrañamente su humor no se vio modificado por el hecho de
no ser atendido por “La mujer de los 35”, quizás su buen humor
se debía a lo poco que tenía que esperar por su turno y, además,
a que él suponía que tendría que venir todos los días, o al me-
nos varios días a la semana a este mismo lugar y existiría muchas
oportunidades para mirar, hablar y alabar a su amada S…
En resumidas palabras, estaba de tan buen humor que le bus-
caba el lado positivo a todas las cosas. Así mismo, realizó un breve
trabajo de investigación para conseguir información sobre aque-
lla mujer, y la idea que tuvo para conseguir dicho objetivo le
resultó un tanto incómoda. Ya que, se propuso fingir que era otro
tipo de persona y comenzó, mientras el cajero le iba sumando
el valor de las boletas con una calculadora, a hacerles diferentes
tipos de preguntas sobre las mujeres atractivas que trabajaban en
ese lugar y, en caso de no nombrar a S… Juan Carlos le pregun-
taría por una “morocha” muy bonita que en la última ocasión lo
había atendido a él. Pero el plan no funcionó, ya que el cajero
resultó ser todo un caballero devoto de su esposa. Alabó a sus
hijos y a su matrimonio y remató la charla con un “cada uno sabe
lo que hace, yo sé lo que hago desde hace veinte años”. Haciendo
referencia a sus años de casado. Fue allí cuando, Juan Carlos,
frustrado y creyendo no hallar la forma de sacarle información
al cajero, comenzó a despedirse del caballero, que tan rápido lo
había atendido, agradeciéndole por la atención brindada y por la
charla sostenida. De forma inconsciente y como último tema de
charla le dijo:
-Qué pena que usted esté solo acá, en este sector. Digo esto
porque, por lo visto, le gusta conversar y en un día como hoy que
hay poca gente.- Volteó su mirada en dirección a las butacas y
José Ramallo La mujer de los 35
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viendo que no había nadie se retractó.- Mejor dicho, no hay nada
de gente, se debe aburrir mucho.-
-No, más o menos, -respondió el cajero- dentro de un rato
viene mi compañera con el termo y charlamos un rato, mientras
tomamos mate, hasta que llegue gente. Sucede que ahora se fue a
la oficina de cortes de suministros, porque hoy vino mucha gente
por ese tipo de trámite y hay una sola muchacha que lo realiza,
entonces S… le fue a dar una mano.-
-Ah, claro, claro esa oficina que está ahí, ¿verdad?- Y señaló
con la cabeza, mientras se disponía a retirarse habiendo obtenido
nueva información sobre los lugares o sectores donde solía estar
S… Cuando no estaba en la caja de cobros.-
-Claro, claro ésa, ahí, donde está el guardia.- Y señaló con el
brazo extendido por sobre encima de la ventanilla.
-(…) Bueno, jefe muchas gracias, nuevamente, por la aten-
ción, nos estamos viendo.- Le obsequió una sonrisa y saludó con
la mano en alto, mientras se retiraba. Era algo tan sorprendente
que ni él mismo podía creer el dominio que tuvo de sí mismo,
cuando supo adónde podía encontrar a aquella mujer por quien
se había sentido atraído desde un primer instante, y no hizo nada
al respecto para comprobar aquella información o ir a verla. Ca-
minó unos pasos con la mirada en el suelo y sin aguantar más la
tentación la levantó.
Miró en dirección de aquella oficina que tenía la puerta abierta
y en un primer plano pudo ver a “La mujer de los 35” atendiendo
a una persona, a quien, con una admirable paciencia y enorme
dedicación, le explicaba qué tenía que hacer para solucionar su
deuda y lograr que le reestablezcan el suministro eléctrico.
Luego, volvió a mirar al cajero que le respondió el saludo con
el brazo en alto y una sonrisa amistosa. Juan Carlos se retiró tan
contento que parecía alguien que acaba de reencontrarse con un
viejo amigo y esa emoción perduraría aún cuando aquél ya se
ha retirado de su presencia. Nadie, ni siquiera él mismo podía
explicar la alegría por la cual había sido poseído, alegría ¿Por qué?
Nada había sucedido, no habían intercambiado palabras, gestos
o miradas, al menos, sólo la había visto y ella ni siquiera se había
percatado. Pero, aún así, esa pequeña información obtenida, ese
saber que ella estaba ahí, que no había sido producto de su imagi-
nación, que seguía resultándole tan hermosa como la primera vez
que la vio, había puesto de excelente humor al joven Juan Carlos
Monzón. Y ahora por sobre todas las cosas comenzaba a creer que
realmente estaba enamorado.
Pasaban los días y los meses, cada tanto tenía que cumplir
con la responsabilidad que se le había asignado, respecto a las
boletas de luz, y él se conformaba con verla en aquella oficina
de cortes de suministro. A veces la veía puesta de pie, charlando
con su compañera de trabajo y, entonces, aprovechaba para rea-
lizar alguna que otra observación sobre ella como, por ejemplo,
cuando pensaba: “Podría ser modelo, a juzgar por su altura… no,
creo que si fuera modelo no me gustaría, además la obligarían
a ser más delgada y no me gustan las mujeres muy delgadas…”
Estos pensamientos llegaban a su fin cuando ella, de repente, se
daba vuelta, como si hubiera oído aquellas palabras y Juan Carlos
José Ramallo La mujer de los 35
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bajaba la mirada, avergonzadamente como si alguien lo hubiera
regañado o hubiese sido identificado como el autor de algún he-
cho desagradable.
Ya no lo resistía más, tenía que hablar con ella, lo necesitaba,
aunque sea obtener de ella un “Buen día” o un “Hola, ¿Cómo es-
tás?” y luego salir corriendo de la alegría. Finalmente, llegó el día
en que Juan Carlos tomó una de las boletas que tenía consigo, la
observó asegurándose de que ésa tuviese deuda y se dirigió hacia
esa oficina para hablar con “La mujer de los 35”, argumentando
que lo mandaba una persona a fin de averiguar sobre su estado
de deuda. Aguardó en la fila a que llegara su turno, contuvo los
retorcijones que le producía el estomago a causa de los nervios,
hasta que oyó a alguien decir:
-El que sigue, por favor.- Y avanzando lentamente, Juan Car-
los comprobó que no había tenido la suerte de ser atendido por
quien él pretendía, sino que una atenta joven y simpática mucha-
cha lo había llamado desde el escritorio que estaba junto al de S...
En un primer instante no supo qué hacer, se interrogó con qué
excusa podría esquivar a aquella atenta muchacha y, así, obtener
la atención de S… resignado a no tener un plan “B” con el cual
escapar de esta situación, avanzó y decidió continuar con su tea-
tro. Sentía una pequeña satisfacción por estar, al menos, a escasos
centímetros de “La mujer de los 35”. Se sentó frente a la mucha-
cha, le contó cuál era la razón por la que iba a esa oficina y, casi en
un reflejo observó que S… había quedado sola, o sea que detrás
de él, en la fila, no había más nadie. En ese momento no supo si
alegrarse o enojarse con su destino, pensaba que si la persona que
estuvo antes que él en esa oficina, hubiese sido una que estaba
luego que Juan Carlos, él ahora estaría frente a la mujer que en
realidad quería ver y no frente a la otra muchacha, que pese a que
era amable, no le servía de nada para sus propósitos.
En ese momento, ocurrieron dos cosas, lo primero fue que la
joven le pidió a Juan Carlos el número de socio de la persona que
lo envió para hacer la averiguación y, de esta manera, ingresar los
datos en la computadora. Juan Carlos, un tanto distraído, miró
la boleta y le respondió que no sabía cuál era el número de socio,
ella sonriendo le dijo que no importaba y, sutilmente, se la quitó
de la mano para observar ella misma el número. Lo segundo que
sucedió, fue que, luego de estar divagando en sus pensamientos,
“La mujer de los 35” habló, sin necesidad de mirar a su compañe-
ra, pero sabiendo que ella era su única receptora en esa situación.
-Este viernes me voy a Rosario. Voy a ir a ver un departamen-
to, si todo sale bien, me voy en enero.-
-¿Ah, sí? ¡No me digas! ¡Qué bueno!... Bueno, mira.- Esto lo
dijo dejando de lado la conversación de su compañera y mirando
a Juan Carlos. -Decile a la persona que te mandó, que debe tres
boletas, que tiene que regularizar su situación antes de fin de mes
o en caso contrario le van a cortar el suministro, ¿Sabes?-
-Sí, sí, sí, por supuesto, claro. Gracias -Se levantó rápido, per-
mitiendo entrever un gran nerviosismo y confusión. No precisa-
mente por la explicación de la muchacha, sino por las palabras
que oyó decir a S… ¿Cómo que se iba?, ¿Qué tenía que salir bien?
Se hizo estas y muchas preguntas más mientras se marchaba y,
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mientras lo hacía, oía retumbar en su cabeza las palabras “Me
voy… Me voy en Enero… Me voy a Rosario.
IV
Tarde que me invita a conversar con los recuerdos, pena de esperarte y de llorar en este encierro... Tanto en mi amargura te busqué sin encontrarte... ¿Cuándo, cuándo, vida, moriré para olvidarte? Quiero verte una vez más, amada mía, y extasiarme en el mirar de tus pupilas; quiero verte una vez más aunque me digas que ya todo terminó y es inútil remover las cenizas de un amor...
Sin lugar a dudas, el tango lo hacía sentir bien, aunque la letra
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de los mismos, por lo general, poseen un significado melancólico,
para Juan Carlos no era así, sino todo lo contrario. Era la perfecta
expresión de lo que a él estaba pasando en ese momento de su
vida. Jorge Falcón cantaba con una pasión única “Quiero verte
una vez más” el título era excelente, ideal para aquel momento.
En otras ocasiones, imaginando un futuro junto a S… le había
“dedicado” -o al menos cantaba pensando en ella- “Cuando es-
temos viejos”.
En varias ocasiones, en momentos de ocio, el joven había
confeccionado una lista de situaciones o cosas que le producían
alegría o tristeza. Por aquel entonces, no había considerado esta
situación, este factor, este elemento, esta cosa llamada amor. El
amor desconocido, el amor anónimo… “Amor anónimo, claro.”
Reflexionó Juan Carlos y cambió el disco que estaba oyendo, por
uno de Astor Piazzolla. El tema seleccionado fue “Tristeza de un
doble A” el cual, para su interpretación, sin mucha convicción
hasta ese entonces, significaba Tristeza de amor anónimo. Vaya
a saber uno, si ese doble A quería significar alcohólico anónimo,
o qué, mas a él no le importaba, significaba eso y punto. Era su
concepción de los sentimientos a través de la música Piazzollista.
Paradójicamente, esa “tristeza” no lo hundía en una melancolía
oscura y llena de dolor, sino que le iluminaba el cuarto cuando lo
oía, era como decir “mis sentimientos están hablando” y de sus
ojos brotaban lágrimas de alegría. Ahora, en ese suicida momen-
to, allí tendido en su cama, con la puerta de la habitación cerrada
con llave, pensaba que éste era un amor anónimo porque no era
conocido por quien él amaba, porque nunca llegó a amar, sino
que quiso creer que había llegado el momento de amar, pero a no
ser llevado a cabo ese plan de amor, este último le fue desconoci-
do como sentimiento, anónimo, en consecuencia.
No lloraba, ni suspiraba. Sólo sentía algo que lo oprimía por
dentro y le provocaba retorcijones, como quien quiere gritar, es-
tallar como un volcán, tirarse al suelo y revolcarse, romper obje-
tos... Estaba poseído por sentimientos inusitados… Y no sabía
cómo controlarlo.
Para tratar de calmarlos, se sentó en el borde de la cama y se
dispuso a escribir algo sobre su mesita de luz. Pretendió distraerse
escribiendo algún cuento corto, cosa que era su pasatiempo. Pero
hizo algo diferente, escribió:
A cada momento te mato más,
y de matarte muero yo
porque olvidarte es matarte
y matarte es destruir parte de mi ser.
Ser que captó algo de ti
que es parte de mí
y, al ser tú y yo una sola cosa,
olvidarte es olvidarme
olvidarme es dejarme morir
dejarme morir es vivir sin ti.
Y, si tú te vas,
¿Crees que me quedan ganas de vivir?
¿A dónde partes mujer extraña,
cabellos misteriosos,
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dime a dónde te marchas?
Parte junto a mí y nunca estarás sola
parte junto a mí y te abrigaré, alimentaré
y seré tuyo día y noche.
Parte junto a mí
y, aunque el cruel y tirano tiempo
aclare tus oscuros cabellos,
será nuestro amor siempre joven y fuerte.
Y, aunque en tu piel haya arrugas
y en tus ojos lágrimas,
te acariciaré con mis manos,
también arrugadas.
Y te secaré, provocándote
una sonrisa, recordándote
que, mientras ellos me continúen
transmitiendo vida,
mi amor seguirá latiendo por ti.
Culminó la escritura y se dio cuenta que estaba llorando.
Encendió un cigarrillo y se tranquilizó. Al fin y al cabo el ciga-
rrillo era su compañía y las lágrimas eran una manera de sentirse
mejor cuando se sentía mal. Pese a que eran las dos de la mañana,
se reincorporó con el deseo de hacer algo, valga la redundancia
“algo”. Ni él mismo sabía qué quería hacer. Observó, detenida-
mente, todo aquello que lo rodeaba. Su cama vacía y desordena-
da, una gran cantidad de libros aún sin leer y otros tanto leídos,
una carpeta con “sentimientos escritos” -no le gustaba la palabra
poema o poesía, prefería llamar a sus escritos “sentimientos escri-
tos” que, a veces, lo alternaba con “escritos” simplemente- entre
ellos uno dedicado a su padre, que nunca había podido terminar
por no gustarle el final. Una discografía completa de Astor Piaz-
zolla, un poco de ropa fuera del armario, una Biblia cubierta con
polvo y un cenicero lleno de filtros.
Con todo esto, sólo se dedicó a releer “El cuervo” de Edgar
Allan Poe. Sintiéndose mejor, colocó un disco de Piazzolla, en-
cendió un cigarrillo más y se dejó raptar por Morfeo.
Sintiendo que no podría “pisar lo pasado” -como lo dice el
dicho- y, al no encontrar un buen argumento para dejar de ser el
encargado de pagar las boletas de luz y, en consecuencia, seguir
obsesionándose cada día más con S… decidió renunciar a esa
mensajería e ingresar a otra.
Se sentía cómodo y capaz de recobrar fuerzas como para cen-
trar sus sentimientos en alguna otra persona. Enero aún no había
pasado y esto, un poco, lo preocupaba, pero estaba decidido a no
volver a verla, sería imposible volver a padecer el sentimiento que
sufrió aquella noche. Estaba listo para intentar un noviazgo con
cualquier otra persona, aunque tal vez no existiría otra mujer así.
Y eso, de alguna o de otra manera, Juan Carlos lo sabía...
Enero del 2005, fecha clave e inolvidable para Juan Carlos. No
pensaba en “La mujer de los 35” hacía varios días, ya. Ese día, su
madre le pidió que se dirija hacia la planta de luz, para averiguar
sobre una orden de corte de luz, que le había llegado esa mañana.
-Vos que andas canchero en estos trámites.- Le dijo su madre
en tono burlesco, tratando de ponerle un poco de “humor” a la
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mala noticia recibida esa mañana. -Andá a averiguar cómo pode-
mos solucionar este problema.- Lo que ella no suponía o sabía era
que a su hijo, le resultaba más trágico, el simple hecho de volver
a ese lugar, a esa oficina, en aquella fecha, que el hecho de que le
cortaran la luz a su propia casa.
Tomó su bicicleta, para aplacar un poco la ansiedad, se colocó
unos auriculares y escogió una radio al azar: “INFLUENCIAS”
de Charly García…
Puedo ver y decir,
puedo ver y decir y sentir:
algo ha cambiado
para mí no es extraño.
Yo no voy a correr,
yo no voy a correr ni a escapar
de mi destino,
yo no pienso en peligro.
Si fue hecho para mí
lo tengo que saber.
pero es muy difícil ver
si algo controla mi ser.
Al llegar observó que, a diferencia de la última vez, había poca
gente en la fila...
yo no voy a correr,
yo no voy a correr ni a escapar
de mi destino...
Esperó y la atenta empleada, alta y simpática no lo llamó, sino
que lo hizo S…
-Adelante, ¿Cómo estás?- Como si lo conociera de toda la
vida. -Toma asiento, por favor.-
-Hola, sí gracias ¿Qué tal?-
-Bien, gracias. ¿En qué puedo ayudarte?-
-Trabajo como mensajero y, en varias ocasiones, me mandaron
a realizar este mismo trámite, pero jamás imaginé que llegaría el
día en que el aviso de corte de luz lo enviaran a mi casa.- Hacien-
do una mueca de sonrisa, que “La mujer de los 35” le devolvió.
Y no sólo eso, sino que, en un determinado momento, ella
rozó con su mano la de Juan Carlos, al tomar la boleta de luz para
ingresar el número de socio...
En el fondo de mí,
en el fondo de mí veo temor
y veo sospechas
con mi fascinación nueva.
Yo no sé bien qué es
yo no sé bien qué es,
vos dirás: son intuiciones...
Inmensa, poderosa e imperiosamente, Juan Carlos Monzón,
fue feliz. Se sintió tan cómodo como si estuviesen en una charla
de café -aunque a él mucho no le gustaba el café- estaba tan rela-
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jado que no se daba cuenta de la fluidez con la que hablaba frente
a ella...
Debo confiar en mí,
lo tengo que saber.
Pero es muy difícil ver
si algo controla mi ser.
Puedo ver, y decir y sentir
mi mente dormir…
Ella era tan alegre, tan sencilla que lo voseaba, lo trataba de
“Che”. En todo momento, Juan Carlos se sintió capaz de todo,
porque ella lo alentaba con esas miradas únicas, llenas de vida…
Esas mirada que siempre le transmitía algo peculiar. Hablaron
de varias cosas, pese a que había mucha gente esperando por su
turno en la fila, cada comentario era una risa.
-Che, y decime.- Mientras ingresaba los datos en la computa-
dora. -¿No te cansas de pedalear todo el día? Digo, por los días
que hay viento fuerte, las cargas pesadas, los viajes largos… yo no
aguantaría… o será porque ya estoy vieja ¡Ja, ja, ja!- Y la sonrisa
de S... fue lo único que Juan Carlos podía sentir en ese momento,
no podía, ni le interesaba oír los ruidos de los telefax, altavoces,
gente murmurando en la entrada. ¡Nada! Sólo esa dulce voz y
esos ojos hermosos brillar y sentirse vivo, más vivo y enérgico que
nunca...
-No.- Volviendo en sí, recapacitando que, tal vez, ella esperaba
una respuesta. Pese a que no lo estaba mirando, debía decir algo
al respecto. -No digas eso, ni siquiera has pasado los treinta años.-
Mintió para saber su verdadera edad, pero sólo obtuvo una leve
sonrisa, que, más que para él parecía haber sido producto de un
chiste que leyó en la computadora, ya que en ningún momento
quitaba su vista del monitor. Rápidamente, para continuar con
la charla, aunque sea un momento más, agregó. -Vos debes can-
sarte, atendiendo a tanta gente por día, todos los días, con los
mismos reclamos. Eso sí que debe ser agotador. Yo tampoco haría
tu trabajo ¡Ja, ja, ja! ¡Sí hasta me saldrían canas de tanto renegar
con la gente! ¡Ja, ja, ja!-
-Y sí, mirá.- Bajó el tono de voz y dijo: -Tuve una semana bas-
tante difícil.- Se aproximó hacia Juan Carlos apoyándose sobre el
escritorio, abrió sus ojos marrones, mordió la parte inferior de sus
labios con sus dientes superiores y sentenció: -¡Y cada día tengo
más canas! ¡Ja, ja, ja!-
Se ocultó detrás del monitor, para evitar que la gente que es-
taba en la fila, esperando por su turno, no se percataran de lo
“relajados” que estaban estos dos perfectos extraños y así no mur-
muraran nada contra ellos. Sin embargo, luego de esto finalizaron
el trámite. Juan Carlos le agradeció por la atención y se marchó.
En su momento, consideró la idea de reprocharle que él no
veía ninguna cana en su cabeza, aunque, quizás, esto fuese algo fi-
gurativo, pero supuso que toda palabra de más, era arruinar aquel
principio de no se sabe qué cosa... mas, para Juan Carlos era un
“volver a intentarlo”.
Durante algunos días estuvo leyendo y reflexionando sobre un
poema de Neruda, que hablaba sobre arriesgar todo por aquello
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que se desea, de romper esquemas, de abandonar la sensatez y
aceptar la locura de lo irracional. Por supuesto, que todo lo rela-
cionó con ella…
No teniendo tiempo para planificar un nuevo encuentro, y
hacer “algo” al respecto de sus sentimientos, se encontró con el
teléfono en su oído y una llamada que por tanto tiempo había es-
tando esperando. Debía presentarse al día siguiente en calle Santa
Fe 451, supermercado “El Rosarino”. Un CV que había man-
dado, vía correo electrónico, hacía unos cinco meses, había sido
seleccionado para la toma de nuevo personal y debía presentarse
a la brevedad.
V
Juan Carlos está…en algún lado, pero está…sostiene con su
mano derecha una lata de arbejas, que hace un momento, de
forma accidental o de forma incidental, obedeciendo a la ley de
gravedad, cayó. Se rompió y despidió un poco de su contenido
líquido y otro tanto de su contenido sólido.
-¿No será acaso lo mismo, sustancia y líquido…existencia…
no es lo mismo? - se preguntaba Juan Carlos.
Esta había sido la causa-consecuencia que provocó que Juan
Carlos Monzón, el nuevo empleado de supermercados “El Ro-
sarino”, fuese enviado a aquel sector, para limpiar lo que ahora
sostenía con sus manos. El secador de piso, el balde con agua
y, su respectivo trapo, estaban junto a él, apoyados sobre una
góndola. Juan Carlos no sólo no volvía de su universo de ideas,
abstracciones, reflexiones, etc.; sino que además de ello, al oír el
alta voz emitiendo un Ding-Dong continuado de un: “Personal
de limpieza, favor de dirigirse al sector de lácteos. ¡Ding-Dong!”,
el joven empleado voló con su mente hacia otros tipos de pensa-
mientos, ajenos a lo que realmente estaba haciendo en ese mo-
mento. Este sonido, tenía por intención llamar su atención y ha-
cerlo volver de su intangible mundo de las ideas, para luego darle
José Ramallo La mujer de los 35
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una orden, mas, por cuestiones conductistas o por lo que fuera,
el sonido lo enviaba más lejos aún. Ya que esta onomatopeya era
la misma que oyó aquella primera vez que conoció a su Calipso,
el mismo llamado de atención, el próximo turno, las caricias que
arrojaba al viento aquella mujer cuando “cantaba” el número que
indicaba el cartel electrónico, sus miradas oscuras y profundas,
misteriosas como una obra de arte Barroca…
“¡Ding-Dong!” Nuevamente. -Personal de limpieza, favor de
dirigirse al sector de lácteos.- “¡Ding-Dong!”
Juan Carlos vuelve. Se queja realizando un sonido con su
boca, su rostro se transforma en una mezcla de inconformismo
con fastidio. Recoge sus elementos y sale caminando con pies
ligeros, pero con aspecto pesado.
No encuentra el sector, su fastidio va en aumento, aún es nue-
vo, desconoce el lugar en su totalidad. Le pregunta a un com-
pañero que cruza en sentido contrario, éste le indica el camino.
Finalmente, llega al lugar con más fastidio, del que tenía al mo-
mento de partir de un destino a otro.
Un empleado de seguridad privada, que se encuentra cum-
pliendo horas en aquel lugar, lo contempla. Desvirtúa su rostro
duro, casi militar y lo convierte en el de un humano reflexivo,
comprensivo, sociable, sencillo, sensible…el uniforme no es más
que una circunstancia y él lo sabe bien.
Espera a que Juan Carlos empiece a limpiar, se le acerca y le
dice:
-¡Hum! No te dieron descanso ¿eh? Te estuve observando des-
de que tomé el servicio, te la pasaste laburando y tus compañeros
se hacían los giles para que vos, que sos nuevito, vayas de un lado
para otro.-
Juan Carlos se reincorpora, había estado agachado recogien-
do elementos que estaban en el suelo, lo mira de pies a cabeza,
el uniforme blanco, el rostro transparente, la postura rígida. Sus
palabras le habían cambiado el humor… alguien lo comprendía.
-¡Ja!- Acompañado de un movimiento de cabeza que expre-
saba afirmación.- Y sí, soy nuevo, como bien vos decís - se quita
el guante de goma, expresa una sonrisa, estira el brazo derecho y
le ofrece su mano. -Juan Carlos Monzón, empleado y ciudadano
nuevo, en Rosario. Soy de Pergamino.- El guardia quita su mano
derecha de atrás de su cintura y se la estrecha con firmeza.
-Leonardo Fernández.- Su rostro era extraño, al igual que su
entonación. Con sus dientes, lengua y labios articulados lenta,
pero eficazmente, casi con afirmación, con orgullo, con un tono
militar, pero, insisto, pausado. Provocó que Juan Carlos se diera
cuenta en ese momento de que éste, no era un Fernández cual-
quiera, sino que era diferente…
-¿Así que sos de Pergamino?- Interrogó Leonardo. -Y discúlpa-
me, sin ánimo de ofender, ¿Dónde queda Pergamino?-
-No es ofensa, queda al norte de la Provincia de Buenos Aires,
a 200 kilómetros de aquí, más o menos… -se queda pensando-
Creo que un poco más. Es la primera vez que vengo, no recuerdo
con precisión los kilómetros recorridos.-
-¿Es la primera vez que venís? ¿Y dónde estás parando? ¿Que-
rés que vayamos a conocer la ciudad, uno de estos días?-
-Sí, estoy alquilando una casita, linda, económica, cerca de
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acá. Me encantaría conocer la ciudad, tomar unos mates en algún
parque, charlar ¡Muy buena idea!-
-Ja, ja.- La alegría se ha apoderado de ellos dos, y cada palabra
venía acompañada de una sonrisa. Aún más, de una carcajada
incontenible.
-Dale, dale, pareces buen loco.- Expresó el guardia. -Seguro
vamos a ser grandes amigos ¿Hoy a qué hora salís, tenés planes?-
-Hoy salgo a las 18:00 horas, pero tengo que hacer unas averi-
guaciones. ¿Mañana?- -No hay drama, viejito. Cuando vos pue-
das. Buscame o bien preguntale a alguno de los otros guardias, en
qué horario me podes encontrar.-
-¿No usas celular? Digo, para ubicarte más fácilmente…- Pre-
guntó Juan Carlos.
-No, hermano, no uso. ¿No me digas que vos sí?-
-(…) Pues, sí… ¿Por qué?- Levantando sus hombros con cara
de preocupación.
-Pero, amigo ¿Vos no leíste el contrato de compra? ¿Y aún así
lo firmaste?-
-Bueno, a decir verdad, me lo regaló mi madre. Pero no en-
tiendo, explicame ¿Qué tiene de malo?-
-¡Hummm! ¡Claro, tu mamá! Pobre…y sí, las madres hacen
cualquier cosa por sus hijos. Mirá, te explico. Como habrás vis-
to; seguramente en alguna ocasión, en algún lugar; esas minitas
descendientes de Medusa, te hipnotizan con palabritas y sonri-
sas envolventes, luego te ordenan que firmes en tal o cual lugar,
convenciéndote de que no hay necesidad alguna para que leas el
contrato. Una vez hecho esto, varios sujetos corpulentos saldrán
de un lugar oculto, algunos de ellos te sostendrán con fuerzas,
para que otro te anestesie y, una vez dormido, te abran la piel y te
inyecten un chip que te convierta en su esclavo de por vida.
El resto es pura injusticia y bronca. Cada dos años tendrás que
cambiar el equipo, porque los mismos fueron fabricados para au-
todestruirse en ese período. Si necesitas hacer algún reclamo vía
telefónica, te derivarán con una persona grosera, mal educada y
cobarde que te estará hablando desde algún remoto lugar del pla-
neta Tierra, adonde jamás podrás encontrarla si es que la buscas
para hablar personalmente. La misma, se limitará a contestarte:
“No nos importa en lo más mínimo si usted está conforme o no
con el producto adquirido, pague y callese la boca”. Finalmente,
te cortarán la comunicación y por algún tiempo no volverán a
atender un reclamo tuyo.
Seguramente tu mamá lo sabría, y por eso se sacrificó por vos.
Para que se mantengan en contacto, a la distancia, sin que vos
sufras…
Yo por eso uso teléfono con línea, solamente, lo tengo con
tarifa fija. Cuando no me alcance la guita para seguir mantenién-
dolo, sé que puedo ir a la central, pedir la baja del mismo y los
tipos no van a tener ninguna clase de inconvenientes en cumplir
con mi petición. En cambio, estas empresas que te ofrecen líneas
de celulares con abono fijo, te hacen la vida imposible cuando le
pedís la baja del servicio. Porque, claro está, una vez que te inyec-
taron el chip, tu vida ya no es más tuya, sino que por el contrario,
ahora es de ellos y no les importa en lo más mínimo si podes
pagar o no. Tenés que hacerlo sí o sí y darles de comer día a día.-
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-Mira vos, estos cerdos capitalistas cómo nos tratan, y encima
les pagamos para ello.-
“Ding-Dong” -Personal de limpieza, favor de dirigirse al sec-
tor de cajas.- “Ding-Dong.”
-¡Hum! Hablando de capitalistas, anda, viejo que estos cerdos
se enferman por seducir al consumidor. Y, al menor detalle, les
basta para echarte en cara el mugriento sueldo que te pagan, para
que vos muevas la cola cuando ellos te digan: ¡pichichu!-
-Ja, ja es verdad, Leo. Nos estamos viendo…-
Juan Carlos terminó su jornada laboral y salió a caminar por la
ciudad, ya tenía pensado adonde se dirigiría esa tarde, pero antes
optó por caminar un poco. Pensar en cosas que lo perturbaban
hacía un tiempo, ya…Caminaba y pensaba:
“En ocasiones, la vida se asemeja enormemente a un proceso
kafkiano de adaptaciones y readaptaciones a situaciones absurdas
y sin sentido. Situaciones que no sólo deben afrontarse, sino que
además de aceptarlas como tal, se debe estar a la expectativa de
que se puedan repetir y, de esta manera, recomenzar un mismo
proceso u otro aún más difícil, pero adaptable al fin y al cabo. Por
ejemplo, yo ahora me enfrento a un proceso un tanto común,
pero a su vez difícil, viéndolo desde diferentes puntos de vistas.
El proceso de acostumbrarme a estar lejos de mi familia. Más
allá de poder viajar todos los fines de semana o, al menos, cada
quince días. El proceso de ser un integrante activo de la sociedad,
activo en el sentido de repetir costumbres sociales y no hacer algo
diferente, algo que realmente me guste, pero no. Todo está esque-
matizado para funcionar de la misma manera para todos, sino, no
encajas. Trabajar, comer, dormir, pagar, vestirse, consumir. Todo
es muy aburrido. Conocer a una persona, casarte, tener hijos,
criarlos (vivir para ellos y ya no para uno mismo), envejecer, tener
nietos, morir. ¡Nada de todo eso tiene sentido! Descartes tenía
razón cuando hablaba de pensar y luego existir, según él, nada
es realmente verdadero. Nuestros sentimientos nos engañan, en
consecuencia, son estados de ánimo falsos. También Nietzsche
habló de eso “Una persona no puede prometer a otra amarla para siempre, odiarla para siempre o serle fiel para siempre, ya que los sen-timientos son involuntarios. Lo que sí, se puede hacer, es demostrar con actos mientras perdure un estado emocional y modificarlos por otros que sean contrarios a los primeramente manifestados, cuando haya llegado a su fin ese estado emocional. O bien haya sido trans-formado en otro” o algo así decía. Claro, entonces ¿En qué proceso
kafkiano me encuentro realmente yo, en este momento?
En el proceso de olvidarme de S… ¡Vaya, no hay nada más
absurdo y sin sentido que eso! ¡Olvidarme, como si alguna vez
hubiese ocurrido algo realmente! ¡Una confesión, una relación
de amistad, de compañerismo, aunque sea de conocidos! Pero la
realidad es que nunca ocurrió absolutamente nada ¿De qué me
tengo que olvidar? Justamente, ahí está el punto de inflexión, en
esa nada, en ese misterioso silencio por descubrir entre ella y yo.
Ese tenebroso mundo de dudas, ese morboso lenguaje de miradas
y sonrisas, ¡Ese loco sentimiento de amar sin saber qué es el amor!
Entonces, si me hallo en el proceso de olvidarme de una per-
sona, por más absurdo que sea esto de olvidarme de alguien que
ni siquiera conocí, lo único que debo hacer es dejar de recordar.
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Pensar en otra cosa, dejar de pensar. Claro, claro dejar de pensar,
dejar de existir según Descartes, si yo no pienso, no existo y si
yo no existo, nada más existe (al menos para mi) entonces yo ya
podría salir de este proceso kafkiano. Pobre Kafka, tantas cosas
interesantes que publicó y uno sólo conserva la concepción suya
del absurdo y del sin sentido, como sello de sus obras…
Aún, para mayor eficacia y mayor rapidez de exilio, lo que
puedo hacer es -se sienta en el banco de una plaza por la cual se
hallaba cruzando y continua con sus pensamientos- interrogar-
me a mí mismo qué haría si me llegara a encontrar con ella en
este preciso momento. A ver Señor Macho -golpeándose el pecho
y sentándose derechito, como quien quiere sacar pecho estando
sentando - ¿Qué harías? Quizás ella sea amable, entonces, si ella
cruzara caminando por esta plaza, en este momento, yo me pararía
y le diría:
-Hola, S…soy de Pergamino, ¿Me recuerdas?-
-¡Ay!…no...¿De dónde me conoces y cómo sabes mi nombre?-
-Me llamo Juan Carlos, e iba a tu trabajo a hacer mandados.
Entre ellos, iba a averiguar el estado de deuda, de los socios de la
Planta suministradora de Luz. ¿Ahora sí me recordas?-
-No, la verdad es que no…disculpame…y…decime… ¿Te pue-
do ayudar en algo, estás perdido o algo así? ¿Por qué me paraste?”
Allí se acabó la imaginación de Juan Carlos, y también las ganas
de caminar. Se paró vio un colectivo a lo lejos y lo abordó, se subió
sin saber hacía dónde iba, ni siquiera sabía cuánto salía el pasaje,
quería escapar de sus cavilaciones, hablar con alguien, con quién
fuese. Se acordó de Leonardo. También se acordó que él se negaba
a usar celular. Sacó el celular del bolsillo y lo apagó con rabia, lo
sostuvo en su mano derecha por un tiempo. Minutos después, el
colectivo cruzaba el puente Rosario-Victoria, era el momento pro-
picio, miró a sus acompañantes, no quería que nadie lo viera, pero
el colectivo avanzaba y pronto sería tarde. “¿Y si me ven qué tiene?”
Se preguntó Juan Carlos. “¡Qué me importa si alguien me ve!” Y
lo arrojó con un odio inusitado que, a su vez, también, era un
sentimiento placentero, bellísimo. Quiso gritarle: “¡Hasta nunca,
engendro del infierno!” Pero contuvo sus ganas.
Juan Carlos no volvió a usar celular desde aquella tarde, en
que lo vio volar por la ventanilla del ómnibus y, seguramente,
hundirse en las profundidades del Río Paraná.
Se negó a salir a conocer la ciudad aquella tarde con su nue-
vo amigo, porque ya tenía planes, compromisos, averiguaciones.
Entonces se bajó del ómnibus, sin saber con exactitud en dónde
estaba ubicado.
Preguntó a una muchacha joven y atenta, cómo podía hacer
para llegar hasta la Facultad de Humanidades y Artes, ésta le son-
rió, se quitó los anteojos de sol y le dijo:
-Mirá, yo voy para ese mismo lugar, ahora estoy esperando el
cole (ctivo). Ya debe estar por llegar.- Y estiró su cuello, al mis-
mo tiempo que se puso en puntas de pies para ver, por sobre los
autos que venían de frente a ella, si a lo lejos llegaba el ómnibus.
Juan Carlos, en tanto, contenía su respiración, su corazón latía
tan fuerte que le parecía que su interlocutora podía oírlo y asus-
tarse por la fuerza con la que golpeaba el mismo. Contiene sus
pensamientos, los desvía a un perfecto precipicio, anula todas las
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hipótesis planteadas, sabe que ese es el momento de hablar, antes
de que llegué el ómnibus tenía que decirle “algo”…
-Gracias, S… ¿Te molesta si me siento con vos o, al menos,
cerca para que me indiques dónde debo bajar?- “La mujer de los
35”, se quitó los anteojos de sol, los colocó sobre su cabeza, el
sol le dio de frente, tuvo que hacerse un poco de sombra con su
mano derecha. Su rostro se ha transfigurado, de la sonrisa dulce
pasó al terror absoluto. Lo desconocido siempre produce miedo.
-¿Quién sos? ¿Cómo es que sabes mi nombre?-
-Sos…bueno, vos sabes quién sos, pero tengo mis dudas…soy
Juan Carlos Monzón.- Y le estiró la mano derecha como lo había
hecho con Leonardo Fernández. Este gesto le produjo gracia a
S…a causa de la formalidad, mas no se atrevió a besarlo en la
mejilla porque aún no salía de su asombro. Hizo una mueca para
contener la risa y le dio la mano, con ternura. -Soy de Pergamino,
al igual que vos… ¿verdad?-
-Sí…al menos yo sí, vos no sé.- Y, nuevamente, volvió a conte-
ner la risa hundiendo sus labios y achicando sus hombros.
-¡Ja!- Ella, con sus actos, provocaba que él se relajara y pudie-
ra desenvolverse con mayor soltura. -Sí, sí…ja…te conozco de
la planta energética, trabajabas allí y yo iba a hacer mandados,
trámites. De ahí te recuerdo… ¿Vos no?-
-Tengo la facultad de recordar los rostros, quizás los nombres
no, pero los rostros, sí. Y el tuyo… ¡Ahí viene el cole (ctivo)!
Contame más cuando estemos arriba…-
-Allí hay dos asientos, vamos a sentarnos ahí… ¿Cómo dijiste
que te llamas?-
-Juan Carlos, Juanca, para mis amigos…si querés…-
-Juanca, listo. Juanca, contame, hacías mandados y de ahí me
recordas y…a ver, ¿Algo más para ayudarme a recordar…?-
-Bueno…resulta que siempre…o, al menos, desde la primera
vez que te vi me pareciste muy…muy hermosa.- Juan Carlos de-
seó ser el celular de alguien, apagado, apretado en un puño, listo
para ser arrojado por la ventanilla y romperse en pedazos cuando
impacte contra el piso o lo que fuera. También se sintió idiota,
por la rapidez e inocencia de sus palabras, pero el huracán de sen-
saciones hizo erupción en Juan Carlos, y lo primero que expulsó
fue eso. Luego, volvió el torpe y centrado (torpe, insisto) Juan
Carlos. -No te ofendas, por favor. Sólo te lo quería decir…ahora
me siento estúpidamente bien, casi vacío…-
-No me ofende, me sorprende. Pero, vos sos joven comparado
conmigo ¿Sabes qué edad tengo yo?-
-¡35!-
-¡No! Ja, ja. En aquel momento quizás sí, pero ahora tengo…-
-¡35! ¡Tenés que tener 35 años, por favor! Aunque sea para mí,
te inmortalicé con esa perfecta edad y quisiera que así continúe…
por favor.-
-Bueno, todo esto es muy raro, pero…está bien. Decime ¿De
dónde venís ahora, de Perga (mino) o estás viviendo acá? ¿A qué
te dedicas, actualmente?-
-¡Cuántas preguntas! ¿Te las respondo a todas ahora? Ja, ja.-
Juan Carlos se dio cuenta que había expuesto claramente su infan-
tilismo aún no superado, que a S…no le había producido gracia
su comentario fuera de lugar. Le resultaba una lucha interna, esto
José Ramallo La mujer de los 35
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de abandonar la mente de adolescente y modificarla por la de un
adulto. Apenas tenía 18 años, era demasiado brusco el cambio,
torturarse día a día, momento a momento con Shakespeare: “En
nuestros locos intentos renunciamos a lo que somos por lo que
esperamos ser”. Cambiar, ser otro, no ser uno más en la sociedad,
ser diferente, no seguir una rutina, ser uno y el universo, pero
¿Cómo?...fue la mañana en que Juan Carlos Monzón cumplió
sus 17 años, cuando se levantó y dijo “Hoy dejo de ser un niño
y me convierto en hombre, por lo tanto no tomaré más leche, de
ahora en más tomaré mate”. Fue el principio de una patología
que lo perseguiría día a día, una lucha interna entre el niño y el
hombre…y el niño siempre ganaba…
-Tenemos que bajarnos en la esquina, desde ahí caminamos
tres cuadras y ya llegamos.- Ordenó S…
Con un reflejo absolutamente enajenado de sí mismo, tomó
de la mano a S…y la llevó hasta la puerta trasera, bajaron los
escalones corriendo, prácticamente, le pidió que no lo suelte que
vayan juntos adonde fuera, pero que, por favor, no lo soltara. Ella
accedió a su pedido y, en el breve lapso que tardaron en bajar los
escalones S... susurró:
-Me haces mal…-
-¿Cómo que te hago mal, con qué…?- Juan Carlos se da cuen-
ta de su error y suelta la mano de S…el ómnibus se aleja, esta-
ba entrando en una caos general. Su cuerpo se derrumba, nunca
había hecho tantas idioteces juntas, necesitaba arrojarse de un
décimo piso, sentir las lágrimas correr por su cuerpo a medida
que iba cayendo; el calor en la piel a medida que el cuerpo adqui-
ría mayor velocidad, expulsar el aire de los pulmones al golpear
contra el asfalto, escupir sangre, romper todos sus huesos en un
microsegundo, castigarse de una manera brutal por su acto estú-
pido. Se colocó las manos en la cintura, agachó la cabeza, apretó
los dientes superiores contra el labio inferior para contener la ira,
sus ojos se llenaron de lágrimas, la impotencia era incontenible,
lo desbordaba, no sabía qué decir, qué hacer.
-Es todo muy raro lo que ha sucedido hasta ahora, pero si nos
tranquilizamos…si te calmas.- Ella le buscaba el rostro escondi-
do, pero como él no la miraba, S… lo tomó sutilmente del men-
tón y lo obligó a levantar su cabeza, ella le expresaba ternura, ca-
lidez, tranquilidad, dulzura. Él, en cambio, estaba avergonzado.
En su rostro lleno de pudor, aún perduraban rastros de lágrimas
contenidas en sus ojos.
-Si te calmas, si te calmas, si te calmas.- Sonriendo. -Podemos
hablar. Me dijiste que sos de Perga (mino) y que me conoces de
la planta de Luz, eso está bien y normal. Ahora, yo trabajo en un
comercio de acá hace un tiempito, quería estudiar Antropología
y nunca pude por cuestiones laborales, ahora se me dio una opor-
tunidad laboral en esta ciudad y la aproveché, más que nada para
poder cumplir mi sueño de estudiar esta carrera que te dije. No
sé si con la edad que tengo, que no me dejas decir…- Una vez
más sonriendo.
-Aprendes rápido ¡ja!- Retomando el ánimo y la confianza.
-Decía que no sé si me va a servir de algo el título con la edad
que tengo o, lo que es peor aún, si me va a “funcionar” la cabeza
José Ramallo La mujer de los 35
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para estudiar una carrera terciaria. Pero bue (no) vamos a inten-
tarlo.-
-¿Querés venir a tomar un café?- Preguntó Juan Carlos con
mayor tranquilidad. -Conozco un bar cerca de acá, lindo, tran-
quilito; ahora que miro el lugar, yo ya estuve paseando por acá,
por eso me acuerdo.-
-No me gusta el café…-
-A mí tampoco, pero tenemos que charlar, ¡Es necesario!-
-¿Por qué? No me gusta que hables en imperativo, además, yo…
-¿Vos qué?- Colocando ambas manos suyas en los hombros de
ella. Sentía que se le quebraban las piernas, que el rubor volvía a
su rostro. -¿Sos casada, juntada, tenés novio? ¿Qué? ¡Contesta!-
-Tengo miedo, soltame, por favor. Me quiero ir.- Juan Carlos
quita sus manos de los hombros de S…y el pánico lo vuelve a in-
vadir, estaba pasando de un extremo a otro. -Estás muy excitado,
apenas te conozco y ya…-
-No, no, no, esperá. Siento que no te voy a volver a ver y eso
me da miedo, por eso me descontrolé. Perdón, por favor discúl-
pame, quiero hablar con vos, al menos una vez y luego dejarte
tranquila, de una vez y para siempre…-
-Pero dijiste que venías a inscribirte en la facu (ltad) nos vamos
a ver todos los días.-
-Sí, pero ahora no, no sé, te veo y…no sé qué pensar, qué
decir. Todo antes de este momento es nada y, lo que pueda llegar
a suceder luego, puede ser todo. Por favor, por favor…-
-Bueno, pero por mi parte un agua mineral va estar bien.-
-Sí, claro lo que sea. Creo que pediré un café con leche. Es acá,
a dos cuadras.
Juan Carlos encendió un cigarrillo y S…lo miró de reojo, mas
no le dijo nada. Entonces, él dijo, también sin mirarla más que
de reojo.
-Todo está demasiado pos-modernizado como para cambiar-
lo, modificarlo, arreglarlo. Pretender hacer campañas antitabaco
con el lema “el fumar es perjudicial para la salud”, es similar a
pretender colocarle un parche a la capa de ozono y cerrar todas
las fábricas del mundo.
Todo es consumo, capitalismo, egoísmo, ambición, lujuria,
poder. Es una bomba nuclear volando el existencialismo en tri-
llones de partículas, pero en cámara lenta para que duela más
¿viste?-
“La mujer de los 35” permaneció callada por un instante, qui-
zás un tanto sorprendida, pero no tardó demasiado tiempo en
agregar:
-Claro, es como el celular, la computadora, el DVD, la tele-
visión ¡Ja! ¡La televisión!- Ríe con ironía y desprecio. -Ese aparato
que idiotiza a la gente, y les quita el tiempo que deberían inver-
tir en la lectura de buena literatura. Así se podrían aculturar un
poco, tanto el hombre como la mujer. Todo lo que se muestra
está relacionado con la mujer como objeto sexual ¡Y encima las
pendejas se prestan a eso, qué odio que me da! ¿No viste cómo
salen vestidas a la calle?-
-Sí, y me da lástima, sinceramente. Ayer, casualmente, leí un
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artículo en el diario referido a este tema. Estaba relacionado con
la visita de la máxima autoridad del Vaticano, a París…-
-¡Ja! ¡Otro más! El Vaticano cubierto de oro y cuántos países
inundados de pobreza, pero claro, como todo es para Dios y no-
sotros tan sólo somos simples mortales…-
-Espera, sí, tenés razón en eso que decís, pero yo apuntaba a
otra cuestión. Por eso le doy la razón. Él dijo que la sociedad ha
dejado de lado el mensaje del Señor Jesucristo y se ha obsesiona-
do con las riquezas y la lujuria. Que el pecado sobreabunda en
las mentes de cada cristiano. Pareciera que todo entrara por los
ojos y nada por el uso de la razón doctrinal que nos han dejado
las Santas Escrituras. Aún los representantes del Santo Padre, se
han hecho presas del capitalismo al adquirir autos lujosos, vesti-
mentas caras, que sólo presumen poder, altivez, egocentrismo y
pasión desmoderada. Por otra parte, toda esta rueda consumidora
ha despertado una ola de inseguridad que no pareciera tener fin;
los individuos que no tienen la posibilidad de lograr el status
social que han logrado otros, se llenan de impotencia y se arrojan
a la delincuencia a fin de obtener por el mal camino lo que otros
adictos al lujo sí, han conseguido…a todo esto, un Jesucristo, es-
tacado en una cruz, sobre el monte Calvario nos recuerda “Amaos
los unos a los otros en el amor de Cristo y el resto de las cosas os
serán añadidas.”-
-¡Que interesante! ¡Lo recordaste todo de memoria, eso tam-
bién es impresionante!-
-El discurso fue mucho más largo y yo lo parafraseé un poco,
de igual manera lo recordé porque me gustó mucho lo que dijo…-
-¿Crees en Dios?-
-¿En serio que no querés tomar más nada que un poco de
agua? Podemos comer algo, yo invito…-
-No… Bueno está bien, pero pagamos a medias, sino, no.-
-De acuerdo, llamo al mozo y le pido dos cafés con medialunas.-
-Dale.- Y “La mujer de los 35” sonrío con satisfacción. Por su
parte, Juan Carlos, quiso encender otro cigarrillo mientras espe-
raba, mas el mozo, con una indicación desde la ubicación donde
se hallaba, le señaló un cartelito de “Prohibido fumar”. A Juan
Carlos no le quedó otra alternativa que guardarlo mientas hacía
una mueca con la boca.
-¿Crees en Dios?-
-¿Qué?-
-Que si crees en Dios ¿A dónde te fuiste?-
-¡Ah! ¡No. Sí…esperá!- Se acomoda en la silla como si hubiera
ocurrido un temblor o algo que lo corrió de su lugar, refriega sus
ojos con los dedos de su mano derecha. -Sucede que me quedé
molesto con esto que me planteó el mozo. Como si pudieran ha-
cer algo para detener la contaminación ambiental o las muertes
por tabaquismo. Ya es demasiado tarde. La justicia siempre es
lenta.-
-Es la Ley, ¿Acaso no has leído “El proceso” de Franz Kafka?-
-¡Puf! Que si lo habré leído, es genial. Es como para analizarlo
de diez maneras, al menos. Una obra sensacional. Una de mis
favoritas, por cierto.-
-¡Y bueno! ¿Entonces de qué te sorprendes? ¿Acaso no captas-
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te el mensaje? La ley es inaccesible, en consecuencia, injusta. La
burocracia, Juanca, la burocracia…-
-La ley….ya estás como para refutarlo a Platón.-
-¿Por qué? ¿Qué dice Platón? ¿Qué libro es? –
-Nada, no importa. Se llama “La república”. En realidad él
toma las enseñanzas de su maestro Sócrates y las plasma en un
breve, pero muy interesante, librito lleno de enseñanzas para una
República democráticamente correcta. A lo que yo iba es que el
autor del libro define a la Ley como una herramienta útil en ma-
nos de los representantes de un pueblo. En caso de ser utilizada
de manera incorrecta se la denomina injusticia. Como ahora, por
ejemplo, pero no importa. Sólo era un chiste.-
-¿Me vas a contestar lo que te pregunté o no?-
-Sí, ¿Me lo preguntaste por lo que dije sobre Benedicto XVI?-
-Sí, por eso.-
-Bueno, me parece que Jesús ha sido un extraordinario ser hu-
mano, ética y moralmente correcto. Pienso que su doctrina es
absolutamente posible de llevar a cabo y en eso hago mucho hin-
capié, ya que hoy por hoy, la considero una doctrina muerta. La
sociedad, poco a poco, fue desplazando la fe a un costado, junto a
ella colocó el usó de la razón para algunas cosas, y para otras con-
servó la fe. Pero, en sus comienzos, la doctrina que predicó este
hijo de carpintero no sólo era predicada, sino que además se la
ponía en práctica ¡Y eso hubiese sido genial de poder presenciar!
¿Podes imaginarte a una persona que permite que la abofeteen y
no se le despierte ni el más remoto de los malestares, sólo porque
tiene que amar a su prójimo como a sí mismo? ¿Podes imaginarte
a un tipo parado delante de un ciego y con sólo decirle “tu fe te
ha sanado” el que era no vidente de repente comienza a ver? ¡O
mejor aún! ¿Podes imaginarte a una gran cantidad de personas
llorando por un difunto, que hacía dos días ya que había muerto,
y, viniendo este muchachito, le dice “Lázaro, sal fuera” y el que ya
despedía olor nauseabundo, sale caminando de su tumba como
quien estuvo de excursión y salió porque lo llamaron solamente?
S….este tipo nos enseñó a ser semidioses, aún más, si desarrollá-
ramos ese don de la fe que nos enseñó Jesús ¿Sabes la armonía que
habría en este mundo? ¡Seriamos como los 12 dioses del Olimpo!
Lamentablemente, todo se fue perdiendo y ahora, para dejar de
renegar con ser simples mortales, tenemos que conformarnos con
Buda, Lao Tsé o cosas así, que nos eleve nuestro espíritu y mente
mucho más allá de nosotros mismos.-
-Que impresionante. Me dejaste sin palabras. ¿O sea que, para
vos, ya no existe Dios alguno que nos pueda dar una puta espe-
ranza respecto a que si, realmente, hay una vida mejor, después
de la muerte?-
Juan Carlos baja la cabeza, toma un sorbo de café, lo saborea,
espera que ella haga lo mismo y contesta:
-Está dentro de nosotros vivir lo más correctamente posible,
buscando la armonía con la mente y el espíritu. No afanarse por
cuestiones innecesarias, sólo vivir y dejar vivir. Como lo recordó
el Papa, como estaba está escrito en la Biblia “amaos los unos a los
otros en el amor de Cristo y el resto de las cosas os serán añadi-
das”. Jesús existió, vivió y murió por su doctrina, está en nosotros
José Ramallo La mujer de los 35
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revivirlo, pero, con nuestras actitudes transgresoras, hemos hecho
de su predicación una filosofía de vida, más que una doctrina.-
Luego de esta charla, ambos hicieron silencio y bebieron café.
Juan Carlos se apoyó sobre el respaldo de la silla y contemplaba
un escarbadientes, que encontró sobre la mesa, mientras lo hacía
girar. Deseaba que el mismo fuera un cigarrillo encendido, que
despidiera humo y se fuera consumiendo paulatinamente. Que
ese consumo lento pero efectivo del papelillo relleno de nicoti-
na, fueran sus nervios que iban desapareciendo con el paso del
tiempo; que pasaba frente a aquella, su Ninfa, su deseada, su co-
diciada. Pero no lo era, sólo era un pedazo de madera inútil en sus
manos y no aquel humo envolvente que le nublaba la mente, lo
mareaba, y, a su vez, le daba la confianza suficiente como para de-
cirle aquello, que ni siquiera él estaba seguro de qué era. Se puso
a pensar , en aquel Bar, mientras ella estaba allí sentada frente a
él, perdida en las abstracciones del mundo exterior como poseí-
da, que podía tocarla y acomodarle el mechón oscuro que caía
sobre sus mejillas detrás de su oído. Sentirla en carne, acariciarla
y decirle no sé qué, con un lenguaje silencioso, gestual. O que
ella lo mirara y lo entendiera sin necesidad de decirlo. Sintió que
ninguna palabra era acorde para esa situación, que todo estaba de
sobra ¡Aún él estaba de sobra! Porque aquella criatura celestial,
inhumana, perfecta y provocadora de suspiros, era lo único en ese
momento del universo y de la historia que importaba.
Que tocarla con sus ásperas manos era lastimarla, que besar-
la era contaminarla, pensó, y más que pensar, se preguntó a sí
mismo, casi con fastidio, ¿Qué sentía por “La mujer de los 35”?
Se confundió aún más, cuando concluyó que estaba disfrutando
enormemente de ese momento, y que una amistad era aún mu-
cho más poderosa que el mismísimo amor, pero que, a su vez,
sentía que la quería sólo para él y para nadie más. Que la celaba
como a una hija, y no terminaba de ser convincente la compara-
ción, pero que el sentimiento era también inexplicable a la razón.
Tuvo ganas de salir corriendo y no volver a verla nunca más,
sentía que estaba perdiendo la razón, comenzaba a enloquecer sin
saber bien por qué, se toma la frente como para medirse la tem-
peratura, ya que todo esto le parecía irreal. Entonces, ella habló.
Sin necesidad de mirarlo, habló:
-A veces tengo un sueño, es siempre el mismo, lo soñé tantas
veces que ya creo que es real. Lo he escrito, no pude evitarlo, soy
presa de esa película que se reitera en mi mente inconsciente-
mente, me está atormentando. Me atormenta tanto, que me vi
obligada a escribirlo.-
-¿Al sueño?- Interrogó Juan Carlos.
-No, es algo parecido. El núcleo del sueño, digámosle. Un sen-
timiento, un temor, es demasiado para ser una simple palabra.-
-¿Me lo contarías?-
-Sí…debo hacerlo. Es así: me encuentro en un lugar que pare-
ce pertenecerme, pero no sé dónde o qué es, estoy sentada sola, en
mi intimidad, absorta en mis sentimientos. Tomo un papel y es-
cribo. Lo hago con tinta roja e imprenta mayúscula: ESPERAN-
ZA. Luego lo guardo en un bolsillito cercano a mi corazón. Antes
de ello.- Continuó S… -Lo doblo en pedazos iguales, cuidadosa-
mente. Lo doblo y lo guardo. Luego, no pasado mucho tiempo,
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lo reviso, lo saco con mucho apuro, lo abro como si tuviese miedo
de que esa expresión se hubiera borrado. Me desespero y, no. Ahí
está: ESPERANZA. Lo aprieto contra mi corazón, lo deslizo so-
bre mi rostro con suavidad y me doy cuenta de algo: lo arrugué.
Me enfurezco de una manera increíble, no sé contra qué o
quién. Lo hago un bollo con todo mi odio y lo arrojo contra un
rincón. Rincón en el cual se encuentra el tacho de basura o, al
menos, allí hay mucha basura acumulada.
Entonces entra él, -Juan Carlos se acomoda en su asiento y
le presta toda su atención a S…ella ha dicho una palabra cla-
ve- lo miro, lo contemplo de lejos, miro el bollito en la basura
y lo suplanto. Ahora mi esperanza es él, lo abrazo y lo beso con
desesperación y, aunque en realidad él no lo sea, es algo. Es la “E”
de esperanza, al menos…-
Cuando terminó de contarle el sueño, volvió su mirada hacia
Juan Carlos, lo miró con tristeza, dulzura y duda, todo al mismo
tiempo. Metió dos dedos en el bolsillo izquierdo superior de su
campera de Jean y sacó un papel doblado en partes iguales. Lo
abrió y, en el mismo, estaba escrito con mayúscula imprenta y
color rojo la palabra ESPERANZA.
-Siempre lo llevo conmigo. Junto a mi corazón, por lo general,
y ahora no sé. Sentada frente a vos, sin saber bien por qué… ¿¡Por
qué carajo le estoy dando pelota a un pendejo desconocido, que
dice conocerme!? Estando él allá, en Pergamino, deseoso de que
llegue el fin de semana para verme.- Dijo “La mujer de los 35”,
irritada y con lágrimas contenidas en los ojos.
-Entonces, S… ¿Tenés…?-
-Novio, sólo eso. Hace seis meses. Pero ahora venís vos y me
planteas cuestiones que no sólo me interesan, sino que siento que
pensamos igual, en cambio con él (…) con Ramiro, no coordi-
namos en nada (…) no sé ni qué le vi, qué me gustó (….) estuve
mucho tiempo sola, me sentía débil. Necesitaba un poco de ca-
riño, sentirme querida, amada, deseada.-Ya no contenía las lágri-
mas, las dejaba caer y se secaba en parte con las manos, en parte
con una servilleta de papel. -Hoy es jueves, en sólo dos días debo
verme con él, y no sé qué voy a hacer. Estoy confundida.- Miraba
para afuera, se mordió los labios inferiores con los dientes supe-
riores, tomó el último trago de café.
-Quiero volver a verte, por favor.-Juan Carlos tomó las manos
de “La mujer de los 35” mientras le decía esto, pero inmediata-
mente se las soltó arrepentido.
-Sos un nene comparado conmigo Juanca ¿No te das cuenta?
Eso nos va a resultar un problema, estoy segura.
-Por favor, quizás, si dejamos pasar un tiempo, podríamos vol-
ver a charlar más tranquilos. ¿Qué decís, te parece bien?-
-Dame tiempo, yo te llamo. Dejame un número de teléfono
con el cual te pueda contactar.- Juanca quiso escribir sobre el pa-
pel de S…pero ella se lo quitó.
-¡No, ahí no!- Cortó una servilleta de papel y se la dio.
-Yo te voy a llamar, en serio, sólo tenés que tener paciencia.
Pedí la cuenta así me voy.-
-Yo pagó, si querés.-
-¡No! Ya te dije que no.-
Juan Carlos se dio cuenta que “La mujer de los 35” estaba un
José Ramallo La mujer de los 35
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tanto molesta, y que lo más prudente sería no seguir contradi-
ciéndola. Se levantaron juntos y, una vez fuera, él encendió un Le
Mans. Ella lo miró con una profundidad absoluta, él permitió esa
mirada, devolviéndosela. S…lo miraba como buscando algo, qui-
zás recordar esa cara, pero más que nada era estudiar ese rostro.
Recordó que la primera conversación que mantuvieron, también
estuvo precedida del chasquido de un encendedor y el rostro de
un niño concentrado en la punta de un cigarrillo. Y, finalmente,
una vez conseguida la invasión del humo entre ella y él, como
una especie de barrera que, paradójicamente, provoca el deseo de
ser atravesada; ella, para romper con aquel enigmático desenlace,
sonríe y le dice:
-Te desesperaba más hacer éso que darme un beso ¿eh? Ja, ja, ja.-
Juan Carlos sonrío y sin saber qué decir, ni qué hacer bajó la
mirada.
Ella, viendo a un niño-hombre atemorizado por el abandono,
agregó a modo de despedida:
-No te preocupes, te voy a llamar, te doy mi palabra. Dame
tiempo.- Lo besó en la mejilla y se perdió en la noche rosarina…
VI
Juan Carlos está sentado en el patio de su casa en Rosario.
Aunque ya ni siquiera los fines de semana viaja para Pergamino.
No, desde aquel fin de semana, posterior a su primer encuentro
con la mujer de los 35. En aquellos días, Juan Carlos había optado
por viajar a Pergamino. No lo hizo en forma coordinada con S…
que también viajaba, sino que lo tenía planeado de antemano, y
no halló motivos para anular esa visita a su familia. Por lo tanto
fue, visitó a su madre y hermanos, a sus amigos y, finalmente,
quiso visitar a sus abuelos. Fue en el trayecto que compone la casa
de sus padres con la de sus abuelos, cuando vio lo que no pudo
soportar ver. Primero sintió un estúpido sentimiento de alivio al
ver esa imagen. Estúpido e irracional sentimiento de alivio. Irra-
cional por tratarse de una obsesión de su inconsciente. Estúpido
por la forma en que lo razonó. Sintió que ella lo rechazaba de una
manera expuesta, que le daba un mensaje sin palabras, ni señas.
Tan sólo ese gesto, Ramiro y S…supuestamente, no sabían que
Juan Carlos caminaba detrás de ellos o quizás S…sí, lo sabía y era
Juan Carlos, quien no se había dado cuenta de que ya había sido
detectada su presencia.
Juan Carlos observó, que Ramiro abrazaba a “La mujer de los
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35” por la cintura con una mano y con la otra sostenía un para-
guas abierto, para evitar que la copiosa lluvia los mojara. En cam-
bio, ella, llevaba las dos manos metidas dentro de los bolsillos de
una camperita que llevaba puesta, como quien presume tener un
frío terrible: “¿Quién puede tener frío con una lluvia de verano?”
Se preguntó Juan Carlos.
Llevaba las manos de esa manera y la cabeza inclinada, como
quien no quiere que la vea, ni siquiera esa persona que está junto
a ella, abrazándola.
Iba como poseída, como arrastrada, como resignada a que ésta
era su última carta, su última esperanza de amor y que en la vida
ya no tendría otra oportunidad. Era esto o soledad perpetua. Un
amor falso, no recíproco, sólo de una parte y no era el de ella
precisamente. Esa imagen le generaba, a Juan Carlos, una idea de
puntos suspensivos.
Parecía que ella, con aquellos puntos suspensivos, quería decir
algo más y no le salían las palabras, no las encontraba. Entonces
se confundía, se olvidaba, las desechaba. Unos puntos suspen-
sivos que no se animan a decir lo que quieren, por temor a la
represión moral, al qué dirán. El temor a equivocarse y confundir
deseo con rutina. Una dictadura sentimental…
Todas estas percepciones, de aquella única situación, fue el
motivo que obligó a Juan Carlos a no volver a viajar a Pergamino,
al menos por un tiempo…
Está acostumbrado a la vida de ermitaño…ceba un matecito
dulce y caliente, cruza la pierna derecha por sobre la izquierda,
enciende un Le Mans, expulsa el humo con placer, extiende su
brazo derecho y presiona “play” en su grabadorcito. El universo
de Juan Carlos ahora está completo, Piazzolla había llegado y el
tercer elemento era tan importante como el primero, y viceversa;
mate, cigarrillos y Piazzolla.
Esta era la fórmula para su completa felicidad, un comple-
to sentimiento de relajación se apodera de él. Por un momento,
piensa que un cuarto elemento infaltable, debía ser un libro, no
cualquier libro, pero un libro al fin y al cabo.
La razón por la que rechazaba esta verdad absoluta era porque
no podía palpar a Piazzolla y, a su vez, sumergirse en la lectura de
un libro. Eran dos sentimientos tan hermosos como imposibles
de fusionar.
Así mismo, consideraba que quedaba fuera de un momento
de relajación el hecho de realizar una “actividad”. Entiéndase por
“actividad” a la acción de tener que abandonar por un instante la
lectura, para controlar la cebada del mate, para que la yerba no se
lave, para no echarle demasiada azúcar (…) y ni hablar si el agua
se enfría, tener que levantarte a calentarla nuevamente ¡Eso sí,
que era molesto!
Por estas razones, descartaba la posibilidad de agregar un cuar-
to elemento a su universo íntimo y perfecto.
Vuelve a la realidad, deseando no irritarse al imaginar situacio-
nes que, en realidad, no estaban sucediendo actualmente y todo
estaba perfectamente bien: el agua caliente, la yerba aún nueva,
varios Le Mans por consumir, y, finalmente, Piazzolla interpre-
tando “La casita de mis viejos”. En el primer suspiro de bando-
neón, una tremenda nostalgia inundó a Juan Carlos. Visualizó
José Ramallo La mujer de los 35
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en su mente una ciudad con fachada de pueblito viejo, pero rico
en historia, el mismo estaba lleno de (…) bueno, en realidad aún
no tenía bien claro de qué estaba llena esa imagen. Bajó varias
opciones del paradigma de los adjetivos calificativos, y no encon-
tró alguno que lo dejara conforme (…) Aspiró el cigarrillo con
profundidad, cebó otro matecito, suspiró y volvió a la imagen.
Las calles con adoquines, las paredes llenas de musgo, los postigos
de la ventanas destruidos, sostenidos tan sólo por dos clavos y un
poco de alambre; una desolación afectiva, un sentimiento inex-
plicable, un palpitar tan lleno de, tan lleno de (…) Sigue sin ha-
llar la palabra. El timbre del teléfono lo sorprendió de tal manera
que, a causa del susto, se volcó el mate en la pierna derecha y, en
el reflejo por quitarse la yerba mojada -y el agua caliente-, con la
mano izquierda, derrumba el termo, éste cayó al piso y se rompió,
el atado de puchos cayó junto al mismo y se hicieron “pato”.
Molesto, pero apresurado, sin saber quién se había tomado
el atrevimiento de expulsarlo de su extraordinario momento de
relajamiento, levanta el tubo:
-Hola.- Frío, seco, deseando que quién llamara tuviese algo
realmente interesante que decirle.
-Soy yo…- Preocupada, ansiosa, un tanto nostálgica. Apresu-
rada, sin darle tiempo a Juan Carlos para que reaccione, agregó:
-Necesito saber cuál es tu palabra favorita, aquella que me mues-
tre cómo sos, quién sos y qué vas a ser para mí. Una palabra, sólo
tiene que ser una. Necesito saberlo, ahora.-
Juan Carlos titubeó, tragó saliva, sintió que su cuerpo entero
le temblaba, se fusionaron dos pensamientos y contestó:
-Identidad... ¡Identidad, esa es la palabra!- Sin darse cuenta
hablaba consigo mismo. Se glorificaba de haber hallado una pala-
bra que definiera el concepto representante de aquellas imágenes,
que habían pasado por su mente hacía tan sólo unos instante.
Había encontrado una palabra, que le servía para responder es-
tas dos cuestiones peculiares que se le presentaban. S…tampoco
se dio cuenta de que Juan Carlos hablaba consigo mismo, y no
sólo eso sino que además ella, también, comenzó a hablar consigo
misma:
-Identidad, claro, claro, identidad (…) es una palabra muy
grande.- Ya casi en un susurro. Con tono aún más preocupante,
que antes, restablece el diálogo. -Está bien. Bueno, mirá la mía es
Libertad ¿Me oíste bien? Libertad…-
-Sí, sí.- Responde Juan Carlos, aún sin reaccionar.
-Bueno, pensalo. Te voy a volver a llamar ¿Sí? Chau, un besito.-
-Chau, otro para vos…- Deseando que la comunicación con-
tinuara.
Juan Carlos volvió hacia el patio de su casa, murmurando, en
voz baja, de forma enajenada:
“Identidad (…) Pergamino está lleno de Identidad. Esa es la
palabra, ese es mi lugar. Yo pertenezco allí. Un día volveré, pueblo
mío (…) yo no soy de acá…”
Se volvió a sentar y, al salir de su estado de shock, observó el
desastre que había provocado su atropellada salida: el mate vol-
cado en el piso (eso implicaba lavarlo y ponerle yerba nueva), el
atado de Le Mans, absolutamente mojado por el agua del termo
(eso implicaba caminar hasta el kiosco de la esquina y comprar
José Ramallo La mujer de los 35
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otro atado), el CD de Piazzolla que seguía girando, pero que en
ese momento de malestar generalizado, era imposible que pudie-
ra seguir robando toda su atención (…) no quiso mirar más. Tor-
ció su boca hacia la izquierda, expresando disconformidad, tomó
el atado de puchos con dos dedos, delicadamente, con un solo
ojo observó la posibilidad de hallar, al menos, un cigarro seco.
Tuvo existo en su búsqueda, quitó el más “sequito” que halló y lo
encendió a la brevedad.
Un tanto más tranquilo, se dirigió hacia su habitación. Allí
tenía una mesa con un pequeño velador, papel y lapiceras. Dis-
puesto a no considerar el paso del tiempo, comenzó a escribir:
No conforme, lo escribió de otra manera.
Lo contrario a rutina: por ejemplo
matrimonio, hijos, trabajo,
normas y pautas de una sociedad, etc. Significado
incompleto, necesita de otra palabrapara existir que,
en este caso, viene a ser sujeto a…
dependiente de… prisionero, esclavo,
siervo.
Libertad
Sinónimo deindependiente:
palabra inexistente…
siempre sedepende de algo
1er conclusión: S…es una mujer
imposible.Nunca va a estar sujeta a alguien.
Nunca se va a casar.No permite que la
repriman, sólo buscaobtener su propio
placer.
Los fonemas L, B, T y D son altos y
elegantes, muestran seguridad y se
ubican al principio,medio y final del
morfema.
Libertad
2 da conclusión: A S… le gusta ocupar todo el espacio, no comparte su lugar con nadie y está
demasiada segura de sí misma a causa de su belleza y altura.
Al igual que los fonemas citados,que son altos y
elegantes…
3 ra conclusión: elmismo morfema
escrito de diferentes modos presenta una
ambigüedad, Libertad es
sinónimo deindependencia. No tiene un real significado, a no
ser por su opuesto, osea, dependencia. S… se muestra
demasiada segura de misma como
para depender dealguien, pero a no
ser por ese “alguien” que se muere por estar a su lado, su
seguridad y suindependencia noexistiría ¡S… me
necesita.
José Ramallo La mujer de los 35
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VII
Está amaneciendo en la Clínica de la mente, de la Ciudad de
Pergamino.
El interno 401 miró su reloj despertador y, con sorpresa, ob-
servó que restaban unos pocos minutos para que fueran las 08:00
horas.
“Ya van a servir el desayuno.- Pensó el 401. -Voy a sentarme
cerca del 108 para dormir un rato, y que él me cuide de la muer-
te. Después de todo, él descansó bien a causa de la tormenta.” Se
incorporó, estiró todo su cuerpo al punto tal de provocar el cru-
jido de sus huesos. Apagó la linternita y se quedó mirándola con
asombro. Pensó que las pilas debían ser de muy buena calidad, ya
que la había tenido encendida toda la noche y su intensidad no
había disminuido. Realizó un gesto de admiración con su rostro
y la colocó sobre la mesita de luz.
También se sintió orgulloso de sí mismo, por haber permane-
cido despierto toda la noche. Se vistió, higienizó y caminó en di-
rección a la puerta de la habitación. Esperó que se la vayan a abrir
de un momento a otro. Pero algo sucedió, una demora inespera-
da, murmullos en los pasillos, pasos acelerados. El 401 pegó sus
ojos y nariz contra el marco de una ventanita que poseen todas las
puertas de las habitaciones. La del interno 108 estaba abierta, en-
tonces pudo ver con absoluta claridad cómo un enfermero tapaba
con una sábana blanca el cuerpo duro y ya sin vida del interno.
El mismo había sido víctima de un paro cardíaco. Al parecer,
había despertado en un momento de la noche y la luz de la calle
ya no alumbraba por la ventana de su habitación, a causa de un
apagón general. Su linterna y su encendedor se encontraban en
el rincón del cuarto, donde él solía estar sentado toda la noche.
Por primera vez, desde su internación, se había animado a salir
de aquel lugar y dormir en la cama, en la oscuridad, confiando en
el ruido de los relámpagos y truenos. Habría despertado y, al no
tener con qué alumbrar a su alrededor, sufrió un ataque de ner-
vios. No pudo golpear las manos porque no se las vio, el mismo
temblor no le permitió gritar ni mucho menos silbar. Entonces,
sencillamente, dejó de respirar.
Cuando los enfermeros lo encontraron tenía los ojos desorbi-
tados, la boca abierta en su totalidad (un alarido silencioso, segu-
ramente) y ambas manos cerradas, aferradas a las sábanas, como
quien pretende arrancarlas.
Durante el entierro del interno 108, al que asistieron -custo-
diados por autoridades de la clínica- todos sus compañeros, el
401 colocó sobre la lápida de su difunto amigo un papel, cuya
letra había sido escrito a mano por el mismo interno 108. Dicho
texto no era otra cosa que un simple y breve epitafio. Tembloroso
y lleno de recuerdos dejó brotar incontables cantidades de lágri-
mas y materia mucosa, mientras pegaba con cinta el papel sobre
la lápida. El texto tan sólo decía:
José Ramallo La mujer de los 35
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Epitafio para mi muerte.
No morí, no
sino que, mientras
no se borré mi nombre
de todos los libros,
de la memoria
de todos los que me conocieron,
¡Viviré!
No morí, no
sino que, por cada ocasión
que alguien lea este epitafio,
volveré a vivir
en el recuerdo,
en el conocimiento,
en la existencia de la palabra
¡Viviré eternamente!
El interno 401 apretó el papel con sus manos, casi con rabia
deslizó sus dedos una y otra vez. Se aseguró que no se fuera a
despegar, pero a su vez veía mentalmente una película que le re-
cordaba cómo aquel escrito había llegado a sus manos: Era una
mañana fresca, 401 se encontraba sentado en su cama, tomando
mates y oyendo las noticias en la radio. -Toc toc.- Pronunció al-
guien bajo el marco de una puerta que estaba abierta de par en
par. Mirándolo parado en el umbral de la habitación, siguiendo
el juego de su amigo, le contesta:
-¿Quién es?-
-Pamela, su vecina rubia, alta, delgada, ojos celestes, soltera.
¿Tendría un poquito de azúcar para obsequiarme?-
-Lo siento, Pamela, soy diabético. Hasta luego.-
-¡Ja, ja, ja!- Rieron ambos a grandes carcajadas, de sus propias
ocurrencias. Mientras el interno 108 finalmente se decidía a in-
gresar al cuarto del 401 con un papel en la mano.
-¡Sos un tarado, 401 ja, ja.-
-¡Me contagié de vos, 108 ja, ja! ¿Qué decís, amigo? ¿Venís a
tomar unos mates conmigo?-
-Algo así, che. ¿Estabas ocupado?-
-No, en lo absoluto compañero. ¿Amargo o dulce?- Mientras
le elevaba el mate a la altura de los ojos.
-¿Qué, en serio sos diabético?-
-¡Ja, ja! ¡No! Era broma. Te pregunto por las dudas…-
-¡Ah, bueno! Como vos estés tomando, amigo. No tengo pro-
blema si es amargo o dulce. ¿Sabes? En realidad vengo a pedirte
un favor. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero…-
-¡Ey, amigo no tengas vergüenza conmigo!- Centrando toda
su atención en lo que decía el 108 y alcanzándole un mate, como
quien quiere calmar los nervios de su interlocutor. -Sabes que lo
que digas quedará acá adentro. Como todas nuestras conversa-
ciones.-
-Sí, es verdad. Voy a ir al grano. Anoche escribí algo. Sé que
vos sos escritor y….no sé….me gustaría saber si vos podes con-
servar este papel y publicarlo algún día en alguno de tus libros.
José Ramallo La mujer de los 35
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No me importa que le pongas tu autoría. Sólo deseo hacer lo
mismo que hace todo escritor….pasar a la inmortalidad…-
-Te noto muy triste 108 ¿Qué te está pasando? ¿En qué pen-
sás? Por supuesto que puedo hacerte ese favor. Pero si no le pongo
tu nombre, jamás vas a pasar a la inmortalidad porque nadie va a
saber cuál es el nombre del Dios que hay que venerar y recordar
para siempre. Así funciona la inmortalidad de los escritores. Per-
mitime que lo lea, por favor.-
-Sí. Cómo no. Aquí está.- Y se ceba otro mate él mismo,
mientras su amigo lee aquel texto titulado EPITAFIO PARA MI
MUERTE.
-Che 108…la verdad es que me has impresionado…no sabía
que tenías este talento para la escritura. Creo que…-
-¡Vamos 401! No es necesario que me elogies tanto! Solamente
escribí unas palabritas sueltas y salió eso…-
-No, amigo, no te estoy mintiendo. En realidad me gusta
mucho tu manera de escribir. Lo que también debo confesar es
que me preocupa la temática que has escogido para escribir…-
-Es inevitable hermano. Ambos lo sabemos. Todos lo saben.
Tarde o temprano nos va a venir a buscar. Yo sólo quise adelan-
tarme a los hechos. No sé cuánto faltará para que eso ocurra. Pero
sentí el deseo de hacerlo anoche y así lo hice…-
El resto de la conversación que sostuvieron esa mañana, no
era recordada con claridad por el interno 401 a causa de las lágri-
mas y el llanto desgarrador que arrojaba sobre aquella tumba. De
repente, entre tantos lamentos y llantos se oyó un frío silencio.
Una oscura presencia invadi aquel lugar. Casi como si viniera de
bajo de la tierra. Se comenzó a oír una macabra risa. 401 elevó
su rostro lentamente, comenzó a girar su cabeza en dirección a la
zona de donde provenía el sonido. Finalmente, pudo ver con ab-
soluta claridad, a través de la muchedumbre, la sombría imagen
de la muerte, sosteniendo con su mano izquierda el espíritu del
interno 108, que colgaba como si aún permaneciera dormido. Lo
sostuvo desde el pescuezo, rió a carcajadas y luego con ímpetu
arrojo el espíritu hacia arriba y, en un movimiento extraño, pare-
ció habérselo tragado.
El 401 se agitó y comenzó a retroceder tambaleándose, preso
del terror. Le sorprendió que nadie oyera aquella risa escalofriante
ni, mucho menos, que hayan visto los movimientos que la muer-
te realizó con el espíritu del 108.
Ante la actitud extraña que aquél realizó, la custodia policial
lo sujetó por temor a que intentara escapar bajo aquel pretexto.
José Ramallo La mujer de los 35
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VIII
Con la absoluta certeza que la palabra IDENTIDAD signifi-
caba varias cosas y, a su vez, una sola, “La mujer de los 35” tomó
un papel blanco, excesivamente blanco, sin renglones, ni márge-
nes, ni colores, ni marcas, con una virginidad y un liberalismo
absoluto. Su tamaño era A4 “No me gusta la exactitud” reflexio-
nó frente al papel. “Mejor lo corto un poco…” Y lo recortó de
tal manera que no respetaba ninguna medida exacta. Lo tomó,
lo colocó de costado con el fin de ocupar todo el espacio y no
dejar lugar a agregados. Escogió un color de lapicera…rojo, por
supuesto. Y con letra mayúscula e imprenta, escribió: LIBER-
TAD. Luego, lo dobló de tal manera que puedo ingresarlo en un
pequeño sobre para cartas, y se lo envió a Juan Carlos.
Días después, halló un sobre similar al suyo, que había sido in-
gresado por debajo de la puerta. Lo abrió y leyó: IDENTIDAD.
Tomó otro papel y escribió sobre el mismo. Se lo envía, nue-
vamente a Juan Carlos.
Este último, recibió en su hogar el sobre, lo abrió y leyó: ES-
PERANZA
Él optó por responder: ¡DOLOR!
Ella escribió: AMOR.
Él respondió: ¡LOCURA!
Ella le escribió: ¡PAZ!
Él respondió: CARICIAS.
Ella escribió: UNIVERSO.
Él respondió: EXISTIR.
Ella escribió: YO SOLA.
Él respondió: UNO MISMO.
Ella escribió: ¿ME EXTRAÑAS?
Él respondió: AGONISO.
Ella escribió: ¿ME DESEAS?
Él respondió: ENLOQUESCO.
Ella escribió BÉSAME.
Él respondió: MIENTES.
Ella escribió: TÓMAME.
Él respondió ¡BASTA YA!
Ella escribió TE…
Él respondió: (…) AMO.
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IX
En la agónica espera de nuevas llamadas telefónicas o “cartas”
provenientes de S..., Juan Carlos tomó la violenta decisión de
viajar un domingo por la madrugada a Pergamino. Tenía el deseo
de arribar lo más temprano posible, y dirigirse a un solo lado, al
único lugar que podía ir para expulsar ese fuego que le consumía
el pecho y le provocaba constantes deseos de suicidio. ¿Por qué?
Bien no lo sabía, demasiada nostalgia acumulada, suponía. Lle-
gó a Pergamino, era la hora 07:50, aproximadamente. Se sintió
relajado, feliz, tanto que optó por comprarse un alfajor y una
gaseosa, suprimiendo así al “acompañante-impaciente-cigarrillo”,
al menos por una vez.
Se sentó en un banquito y comió el alfajor. Mientras esperaba
el colectivo, disfrutaba del silencio y la tranquilidad de su ciudad,
tuvo la sensación de jamás haber estado allí. Por un instante, sin-
tió el deseo de pronunciar la palabra “identidad” pero, peculiar-
mente, se contuvo.
Ve llegar un colectivo. Lo detiene e interroga al chofer del
mismo:
-¿Éste va hasta el Cementerio Municipal?-
-Sí, flaquito, pero te voy a pedir que me esperes cinco minu-
tos, que voy hasta el baño y luego salimos ¿Dale?-
-Sí, sí.- Masticando y tragando rápido el alfajor para hablar
con mayor precisión.
-Cómo no, jefe. Yo mientras tanto me termino el alfajorcito.-
Exponiéndolo con su mano derecha.
Una vez comenzado el viaje, no volvieron a intercambiar pa-
labras, pese a que Juan Carlos se sentó en el primer asiento y, por
varias cuadras, fue el único pasajero. Cuando llegó a destino se
levantó de su asiento, caminó hacia el fondo del colectivo, presio-
nó el timbre y, al colocar el pie en el primer escalón, con su mano
izquierda en alto exclamó:
-¡Hasta luego, gracias!- El chofer lo miró por el espejo retrovi-
sor y le contestó.
-Chau, flaquito. Gracias a vos.-
-Flaquito, flaquito -Murmuraba Juan Carlos ya ingresando al
cementerio.
Se sentó con las piernas cruzadas, frente a la tumba de aquella
persona, que lo había obligado a realizar semejante viaje, su pa-
dre. Se disponía a encender un cigarrillo, pero lo consideró una
falta de respeto, ya que Juan Carlos no comenzó a fumar sino
hasta un tiempo después de la muerte de su padre.
De igual manera, los colocó sobre la lápida “por si acaso”. En
una mochila que traía consigo, Juan Carlos llevaba sus “cosas”
escritas.
Las mismas estaban dentro de una carpeta y cada hoja con un
folio.
José Ramallo La mujer de los 35
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Abrió la carpeta, y, mirando a la placa que llevaba grabado el
nombre de su padre, comenzó un diálogo:
“Usted sabrá bien por qué estoy acá, Padre”. Jamás había
tratado de usted a su padre, pero, en esta peculiar circunstancia,
Juan Carlos tomó a su padre como a una especie de semidiós, que
estaba en condiciones de darles todas las respuestas a las pregun-
tas que lo acomplejaban. Ya que él, había obtenido la respuesta
al mayor interrogante que puede llegar a tener todo ser humano
¿Existe la vida después de la muerte? Pregunta usual para todo
filósofo. Juan Carlos, consideraba que sí, la había, y por ello se
dirigía con tanto respeto hacia su padre, ahora semidiós.
“Escribí algo para usted”. Murmuró Juan Carlos, mirando a
la placa, en casi un susurro, como una voz que se quiere quebrar,
pero que se contiene.
También era similar al niño que le confiesa a su padre algu-
na travesura, mirando al piso por vergüenza, con su voz temblo-
rosa a causa del castigo que sabe que le van a imponer por haber
hecho aquello. “A decir verdad -continuó - son varias cosas, pero
sólo leeré una de ellas y luego la dejaré junto a su nombre. Deseo
que le guste”:
Réquiem para mi padre
¡Oh, Dioses de la muerte!
¡Oh, arrebatadores del aire y la esperanza!
¡Oh, malditos engendros del infierno
que han brotado en enfermedad sobre la piel de mi padre!
¡Oh, rapases y angustiadores mensajeros de la muerte
que han obligado a callar para siempre
a aquél me dio la vida!
¿Con qué derecho juzgáis y determináis
que éste debía ser el punto final de la carretera
por la cual transitaba aquel singular señor?
Que por más normal que pareciera
era más que un hombre, ¡Era mi padre!
Lo cual no es poca cosa;
digo, ser padre, y mí padre en particular.
¡Y tú, inútil y repugnante foso putrefacto!
¿Por qué demonios has llamado a Alberto Monzón
a ser parte de tu desolación?
Aún contesta más, umbral de las lágrimas
¿Por qué maldita razón permitiste su ingreso
antes que el de sus padres,
lo cual hubiese provocado menos dolor
en el corazón?
Digo lo que digo, y con comprobación de hechos,
ya que la naturaleza de la vida dice
que un padre y una madre engendran un hijo
le otorgan educación, amor, salud, disciplina
para luego ellos, habiendo culminado su trabajo,
despedirse de la vida y no de su razón de la misma
llorando por sus rincones al hijo que ya no está.
¡Oh, injustas y diabólicas circunstancias del destino!
¿Acaso engendraré, yo también, un hijo
José Ramallo La mujer de los 35
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y te lo llevaras al lecho eterno antes que a mí?
O si no puedes responder aquello, al menos, dime
¿Existe una recóndita ilusión de que, en algún lugar,
de algún tiempo, pueda yo volver a mi padre abrazar?
¡Oh, infierno de los infiernos!
¡Dolor de los dolores!
¡Angustia de las angustias!
¡Contestadme!
¿Cuándo culminará el llanto?
¿Cuántos son los años de mi vida,
y cuántos los que faltan para que éste vil y angustiado hijo
ocupe un lugar similar al de su padre?
¿Hasta cuando la ausencia figurada de mi creador?
¡Oh, mensajeros de la muerte!
¡Ángeles del destino!
¡Umbrales de eternidad!
¿Cuál es el itinerario de papá,
para que yo lo pueda seguir?
¡Contestadme!
¡Os lo exijo!
Terminó de leer, secó las lágrimas de sus ojos con el puño de
su camisa, quitó la hoja del folio de la carpeta y la colocó entre la
placa de su padre y la lápida que encabezaba su tumba.
“Si usted es un semidiós.” Dijo Juan Carlos, retomando el
diálogo “vendrá a buscar esta hoja y se la llevará consigo. Si es que
le gustó lo que escribí en su honor, claro está.
En ocasiones, me pregunto qué consejo me daría usted en di-
ferentes tipos de situaciones. También me pregunto si, físicamen-
te, yo me asemejo a usted. Me intriga saber si tengo actitudes,
mentalidad y, aún más, posturas como las que adoptaría usted
en algún pasado. Mamá dice que adopto la misma manera de
parame que usted cuando me voy a sacar una foto (…) eso es
algo, ¿verdad?
Todas las respuestas a estas preguntas no me servirían de nada,
en sí, pero crearían en mí una especie de alegría, al saber que me
parezco, aunque sea en algo, a la persona que yo admiro. Sí, yo
lo admiro a usted, padre. Lo admiro por lo poco o por lo mucho
que compartimos durante su estadía en el mundo de los morta-
les. Lo admiro cuando hablo con gente que lo conoció a usted
íntimamente, y, al saber que yo soy su hijo, me estrechan la mano
con firmeza y me dicen: “Ojalá que a lo largo de tu vida seas tan
buena persona como lo fue tu padre. Ha sido un inmenso placer
conocerte”.
Por lo general, esa fuerte estrechada de mano viene acompa-
ñada de un brillo en sus ojos que me miran con profundidad,
como buscándolo a usted, padre, en lo hondo de mi ser, como si
yo fuese una reliquia.
La circunstancia que me trae hasta aquí, usted ya la sabe. Le
diré más, creo que ni yo podría definir, mejor que usted, lo que
me está sucediendo emocionalmente. Me siento atraído por una
mujer, padre, pero no sé qué tipo de atracción es. Recién le hablé
de admiración y yo creo… No, no es que creo, estoy seguro de
admirar su estética, ella es bella, elegante. Pero, a su vez, es senci-
José Ramallo La mujer de los 35
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lla, para nada voluptuosa, físicamente es lo que debe ser, tampoco
me interesa en lo absoluto esa cuestión, no sé por qué lo dije.
Le decía que estoy enamorado de una mujer” -era la primera
vez que Juan Carlos decía con total seguridad que estaba enamo-
rado de “La Mujer de los 35”. Antes lo había intuido, pensado,
aún declarado, pero sin estar seguro de ello. Como los planteos
que se realizó aquella tarde en el café, estando frente a ella, sin
poder acomodar las ideas y llegar a saber qué sentía por S… “ena-
morado. Sí, padre, ahora aquí sentado frente a usted, su presencia
me lo confirma. Estoy enamorado de una mujer elegante, bella,
tierna, simple, amable, codiciable, hermosa ¡Perfecta!” Se le ilu-
minó el rostro de alegría y deseó tener el cuerpo de su padre de-
lante suyo, para poder abrazarlo y poder agradecerle el hecho de
haberlo ayudado a poner en claro sus sentimientos. No obstante,
no perdió el ánimo, sino que se puso en pie y soltó una carcajada
por la alegría que sentía, sintió que su corazón corría acelerada-
mente. Mas, por no ser desagradecido con su padre, se tranqui-
lizó y procuró no alejarse de aquel lugar ahora que su necesidad
ya estaba satisfecha. Permaneció un rato más, continuó con el
dialogo contándole diferentes cosas como, por ejemplo, el trabajo
en Rosario y su amigo, Leonardo, entre otras cosas. Finalmente,
cuando se disponía a marchar, recogió el atado de cigarros, tomó
uno y lo encendió. Luego, sacó otro para dejarlo junto al papel
que tenía escritas aquellas cosas que Juan Carlos había elaborado.
Lo colocó ahí, y con una sonrisa cómplice se despidió diciendo
en voz alta:
-Ahora que lo recuerdo, usted también fumaba.-
X
Juan Carlos llegó a su casa, ha regresado a Rosario sin siquiera
pasar por la casa de su madre. Tampoco ha visitado amigos.
Los hechos se produjeron de la siguiente manera: Salió del
cementerio desesperado por volver a encontrarse con “La mujer
de los 35”, tomó un remis, llegó a la terminal, compró un boleto
en la primer ventanilla que encontró sin importarle el precio a
abonar, sólo exigió que no tuviera que esperar mucho tiempo por
la llegada del ómnibus. La muchacha que le vendió el boleto le
dijo que había uno que ya estaba en plataforma, y que salía en
cuestión de minutos. Entonces él salió corriendo, mostró su bole-
to al chofer y subió apurado. Notó que había estado transpirando
mucho, demasiado, quizás había levantado fiebre. Se derrumbó
en un asiento y despertó al grito de:
-¡Rosario!- Anunciado por uno de los chóferes del colectivo.
Al llegar a su casa, recogió del suelo un papel que había sido
ingresado por debajo de la puerta. Era de S… “Juanca, por favor
llámame urgente. Ni bien llegues hacelo. Mi número es 0341-
3582546. Yo te estuve llamando toda la mañana y nunca me con-
testate…estoy preocupada… ¿Acaso dejé pasar demasiado tiem-
po? TU MUJER DE LOS 35.”
José Ramallo La mujer de los 35
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Juan quiso analizar letra por letra en la extraña carta de S…
quiso saber qué era aquello de “TU MUJER DE LOS 35.” ¿Des-
de cuándo era de él?
¿Por qué estaba tan ansiosa? ¿Preocupada? Al parecer estaba
sola, libre de compromisos sentimentales y ello la preocupaba, no
podía, no debía estar sola, no ella, al menos.
-¡Hola!- Exclamó alguien al otro lado del teléfono, Juan tarta-
mudeó y contuvo los latidos de su corazón. Sentando en el piso,
abrazó su abdomen con la mano izquierda, ya que el nerviosismo
le produjo retorcijones. La había llamado mientras pensaba en su
carta.
-¡Soy yo! Estuve en Pergamino… Recién llego, perdón, yo no
quise…-
-¡Tengo que verte, tenemos que vernos, tenés que venir!- Rápi-
da, acelerada y hasta desesperada en su tono de voz.
-Sí, sí, sí yo-yo-yo también quiero verte, estuve con mi papá
y-y-y bueno, ¡No importa! ¿Dónde vivís, pasó algo?-
-¡No! Bueno, sí. Pero te cuento acá ¡Vení rápido! Ya sabes dón-
de vivo ¿No te acordas de cuando me mandabas las cartas?-
-¡Ah, sí, sí! Ya voy para allá, llego enseguida.-
-Si no venís me muero…-
-Si no te veo me muero.-
Bajó del remis, ni siquiera controló el vuelto, golpeó con fuer-
za la puerta, se asustó, mira el número en la pared “San Martín
420. Está bien es acá.” Mirando un papel que guardaba en el
bolsillo del pantalón. “Sí, sí, es acá.” Tragó saliva. Oyó el crujir de
la puerta, temerosamente elevó su vista y contempló a su ángel.
Estaba vestida muy sencillamente, pantalón y campera de gim-
nasia, color gris clarito, contrastaba con su cabello negro, oscuro,
noche eterna. Y su rostro era la luna llena, grande, bella, resplan-
deciente, ella sonriendo y un cometa cruzando por delante de
Juan Carlos. Las estrellas estaban en los ojos de S…y él no podía
dejar de mirarlas. Ella acomodaba sus cabellos por detrás de su
oído, y con un gesto lo invitó a pasar.
Juan Carlos tomó asiento en un sillón que S… le indicó con
la mano, ella sonrió cómplice, pícaramente, sonrió mientras no
cesaba de moverse por la casa. Juan Carlos respondió con una
tímida sonrisa y trató de relajarse hundiéndose cada vez más en
el sillón.
Finalmente, ella colocó un disco compacto de Joaquín Sabina,
ingresó en una habitación y salió absolutamente desnuda, con sus
cabellos sueltos acariciando su piel, mientras camina hacia Juan
Carlos; con su rostro mudo pero transparente, sus piernas hermo-
samente naturales, con una silueta protegida pero no sobresalien-
te, el tamaño de sus pechos eran normales, ni grandes, ni peque-
ños, mas eso no importaba, eran los pechos de una mujer y eso
alcanzaba y sobraba. Se detuvo frente a él, que no tenía reacción,
le exigió que la tome, él le reprochaba que no había ido por eso, o
al menos, no sólo por eso. Necesitaba hablar con ella, sobre algo
que había sucedido esa mañana en el cementerio de Pergamino.
Ella lo interrumpió, apoyando su cuerpo arriba de él, le dijo que
no le importaban las palabras, que nunca eran suficientes y que
siempre estaban de más.
-Si me querés, demostralo con actos y no con palabrerías, no
José Ramallo La mujer de los 35
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te enamores de mí, sin que yo antes me haya enamorado de vos.
No me hables de mi belleza estética, no me hables de mi perso-
nalidad, ni de mis cualidades ¡Ámame, conquístame!- Apretando
su pecho contra el rostro de Juan Carlos. Acto seguido lo soltó y
tomó el rostro de él con ambas manos, y le dijo:
-Si yo soy LIBERTAD y vos IDENTIDAD conquistame y
mi libertad será tuya. Porque si tu identidad consiste en ser vos
mismo y no dejar que nadie modifique tu estructura, yo quiero
robar tu identidad. Y si mi libertad consiste en no amar a nadie
más que a mí misma, yo quiero que robes mi libertad y me hagas
tu esclava. Quiero morir cada día por ti y codiciarte a cada segun-
do, sin aburrirme nunca de vos. Quiero vivir enamorada toda mi
vida como en este primer instante, cada día, cada semana, mes,
año, siempre.
Mas, si no lo logras, habrás fracasado como tantos otros que
por hablarme de matrimonio, hijos y demás idioteces, se fueron
de mi vida de un instante a otro, sencillamente porque me abu-
rrieron, porque con sus estúpidos halagos diarios me desenamo-
raron y no lograron que yo me re-enamorase cada vez que los
volvía a ver. Conquistame, Juan Carlos o andate para siempre.-
En ese mismo instante, en otras partes del mundo sucedían
cosas extrañas, tales como aquellas en la que unos individuos que
caminaban por la misma vereda, pero en sentidos contrarios, al
cruzarse, uno golpeaba con el puño cerrado al otro, impactando
en el rostro del mismo. Dicha acción lo tomó tan de sorpresa al
victimario que inmediatamente cayó al piso, sin reacción alguna.
Una vez derribado el rival, el atacante aprovechó para continuar
golpeándolo, dándole patadas en las costillas. Otros tantos que
estaban cerca de la acción, sin ponerse de acuerdo entre sí, se in-
volucran en el conflicto y comienzan a lanzar sus propios golpes.
Algunos atacaban al que estaba tirado en el piso, otros al que
había comenzado la pelea.
Juan Carlos besaba suavemente el cuello de S… y con su mano
derecha recorría la pierna izquierda de ella, variando entre la par-
te delantera y la trasera.
Un anciano salía del Banco de los jubilados luego de haber
cobrado su sueldo. Un joven se le acercó por detrás, le apoyó un
arma de fuego en la espalda y le dijo:
-Dame el sueldo o te quemo, viejito.-
El hombre no titubeó, sin girar su rostro sacó la billetera y se la
entregó. El delincuente miró la cantidad de billetes, sin tomarse
el trabajo de contarlos, y con una maligna sonrisa le dijo:
-Es poco, viejito. No mereces quedar con vida.- Acto seguido
le disparó y se dio a la fuga.
“La mujer de los 35” besó los labios de Juan Carlos. Era una
mezcla de amor y odio, lo besaba, lo mordía, lo quitaba, lo atraía
nuevamente. Todo esto mientras ella le daba la espalda y, en con-
secuencia, él la sujetaba con sus brazos por delante. Apretaba sus
pechos con fuerza y luego con ternura, bajaba su mano derecha y
la colocaba en la entrepierna de S…
El joven que había asesinado al anciano se había dado a la
fuga, pero un policía que estaba cerca del lugar logró alcanzarlo.
Lo detuvo, le colocó las esposas y lo primero que hizo fue pregun-
tarle qué edad tenía. El maleante le respondió que era menor de
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edad y que eso alcanzaba y sobraba como para que lo dejaran en
libertad. Con sinceridad, el policía le respondió:
-La verdad, pibe, es que tenés razón. Estás libre, andate.- El
ladrón lo miró con desconfianza.
-No, no, en serio. Andate.- Insistió el policía. -Si yo te llevo
detenido, algún juez te va a liberar porque sos menor de edad.
Andate.-
El individuo continuaba con las muñecas esposadas pero aún
así comenzó a correr, y al cruzar la calle, se detuvo para gritarle:
-¡Mi papá es Juez! ¡Ja, ja, ja!- Eso lo dijo sin prever que esa
calle era muy transitada y que un vehículo que en ese momento
circulaba a alta velocidad, lo iba a chocar y matar en el acto. El
chofer que conducía el auto, frenó su vehículo media cuadra más
adelante y volvió a acelerarlo, pero esta vez lo hizo en reversa. El
policía que todo lo había visto le gritó:
-¡Listo, compañero! Ya está muerto, ¿Y el camión de la basura?-
-Ya viene, viejo no te preocupes que está todo sincronizado.
Mirá, allá viene.- Ambos policías (uno uniformado y el otro no)
cargaron el cadáver y lo tiraron arriba del camión.
-Llévatelo y préndelo fuego, si es posible, flaco.- Le indicó el
policía civil, al conductor del camión de la basura.
-Señora ¿Usted no podría echar un poco de agua a la calle,
para quitar esta mancha de sangre que quedo en el piso?- Indagó
el policía uniformado a una vecina que estaba en la vereda con
una escoba en la mano.
-Sí, sí, cómo no, Señor. ¡Buen trabajo, bien hecho, bien hecho!-
-Gracias, Doña. Lástima que no pudimos evitar la muerte del
pobre anciano. Pero este pendejo de mierda no va a matar a más
nadie.-
S… sostenía todo su cuerpo sobre sus dos frágiles brazos, que,
a su vez, estaban apoyados sobre el pecho de Juan Carlos. Y mien-
tras cabalgaba sobre él la sostenía por la cintura. De a momentos
giraban, cambiaban de lugar, era una lucha por el dominio del
uno sobre el otro. Uno no quería perder su LIBERTAD, no podía
permitir que lo vencieran. Luchaba y forcejeaba. Cuando sentía
que iba quedándose sin fuerzas, cedía un poco y permitía que él
la atacara despiadadamente. Era entonces cuando ella tan sólo se
defendía, soportaba un tiempo hasta recuperar fuerzas y luego
volvía al ataque.
Su LIBERTAD consistía en ver derrotado al otro y, de esta
manera, no ser su esclava de por vida.
Por su parte, el otro guerrero, peleaba por mantener su IDEN-
TIDAD, la dama debía rendirse a los pies del caballero. Siem-
pre había sido así, las buenas costumbres debían mantenerse. Su
IDENTIDAD no le permitía entregarse al liberalismo. Era en-
tonces cuando decidió comenzar a moverse con mayor velocidad
y ella gritaba y sufría de placer, parecía que no iba a aguantar
mucho más, pero ella volvió a derribarlo y tomó el mando de la
situación.
Ambos jadeaban de cansancio, transpiraban y se reían en sus
propios rostros, cara a cara, pecho a pecho.
“¿Ya te vas a rendir?” Se preguntaban con las miradas acompa-
ñadas de sonrisas cómplices, estrategas, malvadas.
Dos niños jugaban a “las bolitas” en una vereda, el padre de
José Ramallo La mujer de los 35
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ellos sale furioso de su casa porque sabía que, una vez más, iba a
llegar tarde al trabajo. Pisó una “bolita” y cayó al piso. Castigó a
los niños y los mandó adentro de la casa, prohibiéndoles salir en
todo el día.
Ellos descubrieron el fabuloso mundo de los videos juegos y
la computación, y jamás en sus vidas volvieron a jugar a las “bo-
litas”. Durante su adolescencia se masturbaban compulsivamente
mirando pornografía en Internet y, viendo un día a su hermanita
de 15 años con uniforme escolar, la violaron ente los dos, deján-
dola embarazada.
-¿Tenés un cenicero?- Preguntó Juan Carlos a S…mientras
cruzaba su brazo derecho por debajo de la cabeza de ella para
abrazarla y atraerla hacia sí.
-No, pero no importa. Podes tirar las cenizas en el piso, total
no hay alfombra…-
-Sí…de hecho te iba a decir que el piso estaba bastante frío…y
duro…-
-Maricón…vamos a la cama…-
-Con el sofá va a estar bien…-
-¿Adónde tenés los cigarrillos?-
-Ahí…esperá, a ver si puedo…-
-¿Querés que salga de arriba tuyo?- Ya quitándose.
-No, no. Ya está ¿ves?- Trayendo hacia sí el pantalón con la
pierna izquierda.
-¿Querés uno, o no fumas?-
-A partir de ahora, sí.- Y le da una pitada al pucho que había
encendido Juan Carlos.
-Lo haces bien…-
-Siempre…vos también.- Dándole palmaditas de consuelo en
el pecho.
-¡Yo hablaba de fumar! De lo bien que lo hiciste por ser tu
primera vez.-
-¡Y yo también!-
-(…)-
-Ja, ja, ja.-
José Ramallo La mujer de los 35
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XI
-¡Juan Carlos!- Con tono alegre, casi cantando su nombre.
-¡Leonardo!- Levantándose del piso donde se había sentado
para reponer unos productos que se habían agotado. -Que alegría
verte, hace un par de días que no sé nada de vos. ¿Cómo andas?
¿Bien? ¿Cuándo nos vamos a juntar para tomar unos mates y
charlar un rato?-
-Ja, ja.- Dándole palmadas en la espalda, al finalizar el abrazo
fraternal con el que se habían acostumbrado a saludarse. -Hoy
mismo, hermano. Te espero en mi casa a las 19:00 horas. Tengo
un par de cosas para mostrarte ¿Te parece bien?-
-Sí, Leonardo ¡Bárbaro! Ahí voy a estar.- Y se dieron otro abra-
zo a modo de despedida.
Una vez finalizada la jornada laboral, Juan Carlos cumplió con
lo pactado y se dirigió a la casa de su amigo. El mismo vivía con
su abuela, por lo tanto, al llegar la visita esperada “el anfitrión”
realizó las presentaciones correspondientes. Acto seguido, tomó
el “equipo de mate” y condujo a Juan Carlos hacia una de las
habitaciones.
Al ingresar el invitado observó una especie de “Biblioteca par-
ticular”. Su amigo tenía tantos libros en ese pequeño espacio, que
el lugar ya comenzaba a parecer un comercio típico de venta de
libros, más que una habitación ordinaria. Así mismo, Leonardo
poseía una máquina de escribir, con la cual realizaba comentarios
de los libros que iba leyendo y luego los colocaba en una carpeta.
Continuando con la observación del cuarto, Juan Carlos tam-
bién pudo ver que había una gran cantidad de discos compactos y
casets; un cuadro de Quinquela, y luces de colores suaves, ideales
para dormir.
No pudo soportar más la tentación, el invitado tomó entre sus
manos un libro en particular:
-¡Qué maravillosa obra! ¡El ingenioso hidalgo Don Quijote de
la Mancha! ¡Un genio, Cervantes, un genio total! ¿Te ha gustado,
Leonardo? ¿Le has hecho alguna crítica?-
-Mirá Juan, la verdad es que lo compré, lo empecé a leer pero
me aburrió un poco. No le pude dar continuidad nunca. Sé que
representa una obra fundamental para todo buen lector, pero
qué sé yo, no puedo leerlo. ¿A vos qué te pareció?-
-A mi criterio, la obra cervantina ha venido a ser “La Biblia” de
la literatura española. Es excelente en cuanto a su contenido crí-
tico y moralista. Pero si hay algo que destruye por completo esta
obra, es el capítulo 74, es decir el final. Una completa picardía,
un error grandísimo por parte del manco de Lepanto.-
-¿Ah, sí? ¡No me digas, che!-
-Sí, sí hermano. Vos fíjate que…- Buscó en el interior del libro
el capítulo 74 y prosiguió: –Oye esta parte por favor: “Yo tengo
juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia
que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los
José Ramallo La mujer de los 35
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detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y
sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado
tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa
leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a pun-
to de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender
que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco;
que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en
mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al ba-
chiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero
confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se excusó la sobrina con la entrada de los
tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:
-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don
Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis cos-
tumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de
Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me
son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería;
ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas
leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza pro-
pia, las abomino.”
-Te juro, Leonardo que yo leo este fragmento y me lleno de
impotencia. -
-¿Por qué Juan Carlos? ¿Qué es lo que tanto te irrita de ese
texto?-
-Por qué en este último capítulo Don Quijote “recupera” la
razón y deja de ser un loco que cree en sus ideales diferentes a los
del “mundo real”. La obra de Cervantes se vuelve absolutamente
nula con ese fragmento, es conmovedora, sí, mas es desilusionan-
te también. Permitime que te sea un poco más claro: la locura,
como es la de nuestro querido Don Quijote, es un escape a la
ficticia realidad, y un ingreso al mundo de la realidad social. El
loco no alucina, sino que se niega a ingresar al sistema de mentes
manipuladas y distorsionadas. Por ello actúa según corresponde,
en vez de hacerlo según lo hacen los demás sin entender por qué.-
-¿Es decir que para vos lo mejor hubiera sido que Cervantes le
hubiera permitido morir en su locura, sin necesidad de recuperar
la razón? ¿O yo te interpreto mal?-
-¡Exacto! No importaba el modo o el lugar en que muriera.
Lo único que importaba era que Don Quijote jamás abandonara
aquel estado mental en el que se encontraba. Porque Don Qui-
jote no enloquece de tanto leer libros, sino que tiene un quiebre
emocional y súbitamente comprende cuál es el sentido de la vida
y su misión en la misma. Al renunciar a esos dos elementos, vuel-
ve a ser un simple mortal que pasará por la tierra sin pena y sin
gloria. Quizás alcance a ser un Mío Cíd o un Amadís de Gaula
pero jamás será recordado como un hombre que llegó a cumplir
con el objetivo que tenía en su vida, y que tan bien venía cum-
pliendo hasta ese momento. ¿Y por qué sucede esto? Por culpa de
Cervantes. Gracias a él Don Quijote sólo alcanzó a ser un héroe
histórico pero convencional. Su mancha en el curriculum frente
al “Caballero de la blanca luna” no lo ensucia en lo absoluto. Ni
siquiera se puede decir que Don Quijote se ve derrotado porque
al cumplir con su palabra, la promesa que le realizó a dicho ca-
ballero en caso de ser derrotado en el duelo, demuestra fidelidad
José Ramallo La mujer de los 35
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a su locura. Es un caballero andante y como tal debe cumplir
con la palabra otorgada. De no haberlo hecho su imagen de loco
suelto se habría tiznado de falsedad o mentira. Entonces, has-
ta ese momento continúa formando su carácter de “Dios de los
artistas”. Paradójicamente, es otro artista quien lo mata. Es Cer-
vantes quien destruye al mitológico Don Quijote de la mancha,
al escribir en este último capítulo que “El caballero de la triste
figura” recobra la cordura. Aún más, el mismo Cervantes destru-
ye su enorme imagen como escritor/autor de la Primer parte del
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Abandona por
completo su otro yo literario y, en consecuencia, deja de ser aquel
gigante Cide Hamete Berengeli, para volver a ser aquel simple y
mediocre escritor de “Novelas ejemplares.”-
-Bueno, mirá, hermano en realidad me has dejado sin pala-
bras. Como te dije hace un momento, yo no he leído ese libro.
Debería hacerlo para luego saber si puedo refutar o no tu tesis.
Ahora quisiera llevarte un poco más hacía mi fuerte literario.
Hace un rato dijiste algo del sentido de la vida, y yo sobre eso
quería hablarte casualmente hoy.- Mientras buscaba un peque-
ño librito que se encontraba debajo de otros tantos. -Un libro
fundamental para convertirte en un verdadero ser racional, “Del sentimiento trágico de la vida” de Miguel de Unamuno ¿Nunca lo
leíste?-
-No, a decir verdad, ni siquiera conozco al autor. ¿De qué trata?-
-A través de este libro vas a aprender que el conocimiento se
nos muestra ligado a la necesidad de vivir y de procurarse sus-
tento para lograrlo. Éste es el punto de partida de la filosofía, la
religión y la ciencia. Es el sentimiento trágico de la vida, Juan
Carlos, la sed de no aceptar que somos mortales y esto nos lleva a
averiguar el por qué de todo. O sea, vos y yo, Juan inconsciente-
mente renegamos de ser mortales. Somos como los creyentes de
una religión, buscamos el cielo, y esta sed la dio el progreso. ¿No
sé si me vas entendiendo? Ya sé que es como para enloquecerte,
hermano pero…-
-Claro, claro.- Reacciona Juan Carlos. -La posmodernidad
nos ha hecho creer que de alguna manera u otra podremos, algún
día, averiguar el principio de todas las cosas, convertirnos en se-
res tan poderosos, que podríamos crear vida artificial por cuenta
propia y, aún más, dejar de morir. Dejar de ser mortales, para ser
inmortales, ese es el fin del conocimiento. Alcanzaremos nuestro
cielo, cuando seamos inmortales, como los dioses del Olimpo.
¡Que increíble! ¿Pero acaso el conocimiento no es infinito, her-
mano, vos qué crees?-
-Sí, sí, Juan por supuesto que sí. Estoy de acuerdo con vos,
el conocimiento es infinito, es la solución a lo eterno. De ahí, es
que yo parto para decir lo que digo. Este libro me ha llevado a
pensar en eso. No soportar el hecho de que somos seres mortales
nos lleva a buscar la eternidad a través del conocimiento. Una vez
adquirida la manera de crear vida y, aún más, de evitar la muerte,
como bien decís vos, seremos dioses inmortales. ¿Te das cuenta
cuál es el sentimiento trágico de la vida?-
-¿Y decime, Leonardo has estado comparando este material
con algún otro a modo de investigación?-
-Sí, sí, he estado leyendo sobre mitología egipcia y lo he rela-
José Ramallo La mujer de los 35
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cionado con la historia del cristianismo, o sea, con el antiguo y
nuevo testamento. Y la verdad es que mientras más investigo, más
me convenzo de la inexistencia real de un dios todo poderoso y de
una verdadera y única religión.-
-Entonces el mesías…aquello de ser el salvador, el modelo a
seguir…-
-Hermano, la idea del Mesías surge en un momento histórico
particular, yo tengo la certeza de que al surgir los dioses, se generó
la religión y el negocio. Hay una necesidad de creer en algo, el
hombre teme a la nada, a lo que viene después de la muerte.
Así surgieron los dioses, el politeísmo, el mono y todos estos
conflictos bélicos, para demostrar quién, en verdad, es el dios en
la Tierra.-
Juan toma en sus manos el libro de Leonardo y lo ojea. Se
detiene a leer un fragmento:
-Escuchá esto, Leonardo: “Verdad es lo que se cree de todo co-razón y con toda el alma. ¿Y qué es creer algo de todo corazón y con toda el alma? Obrar conforme a ello”. Que increíble, hace un
tiempo hablé de esto con una muchacha que conocí. La doctrina
es verdadera en la medida en la que el ser humano la ponga en
práctica, caso contrario, la misma será nula o muerta. ¡Fantás-
tico! Estoy completamente de acuerdo, hermano. Me lo voy a
comprar.-
-Ja, ja veo que sos un buen lector, Juan. No te preocupes, te lo
obsequio. Sé que lo vas a saber cuidar bien. Llévatelo.-
-¡No! ¿Pero, cómo? ¡Si es tuyo! No sabría cómo agradecerte…-
En ese momento alguien golpeó la puerta dos o tres veces en
forma violenta, finalmente, la terminó derrumbando.
Eran más de una persona, algunos tenían trajes con camisas
blancas y corbatas negras, así como lo eran sus anteojos. Otros
tantos poseían túnicas largas, blancas con una gran cruz roja en el
medio de la misma. Sujetaron a Leonardo, lo golpearon, lo arras-
traron, le colocaron una camisa de fuerza y se lo llevaron. A su
pobre abuelita, que no paraba de gritar y pedir explicaciones, tan
sólo le dijeron que era por el bien de la sociedad. Que al Estado y
a la Iglesia no le convenían que revolucionarios y reflexivos seres
como Leonardo Fernández anduviesen sueltos por ahí.
-Imagínese usted, Señora, qué problema enorme sería para el
Estado si todos comenzaran a pensar como su nieto. Sería el fin
de la ignorancia.- Argumentó uno de ellos mientras el resto lleva-
ba a empujones a Leonardo.
Juan Carlos aprovechó la ocasión y se guardó el libro que su
amigo le había obsequiado en el interior de sus prendas. Solicitó
saber a qué lugar se lo llevaban para, al menos, poder visitarlo.
Tan sólo le respondieron que estaría en un lugar oscuro y silen-
cioso para que pudiera olvidarse de todas aquellas ideas extrañas
que tenía. Que por el momento no le darían más información
que esa.
-¿Oscuro y silencioso?- Indagó la pobre viejita. -Mi nieto no
soporta la oscuridad y el silencio, me lo van a enfermar, pobrecito
¡Él no hizo nada malo, déjenlo, déjenlo!- Mientras se secaba las
lágrimas con un pañuelo arrugado y Juan Carlos, a modo de con-
suelo, la abrazaba tiernamente…
José Ramallo La mujer de los 35
118 119
XII
Feria del Libro, incontables adictos a la literatura se hacen pre-
sentes en el lugar. Una hermosa y, un tanto, misteriosa mujer
tomó entre sus manos un libro, cuyo autor era aquel que en una
ocasión se había hecho llamar Julio Denis, el mismo, publicó,
entre tantos otros éxitos, un libro al que muchos ineptos recha-
zaron y criticaron porque su propio autor no sabía explicar qué
significaba aquello de Cronopios y Famas.
La sensual dama que se escondía tras unos lentes negros y ves-
tía un fino vestido azul, que descuidaba sus piernas, mas admitía
lucir mejor sus sandalias grises, acariciaba y le obsequiaba una
sonrisa única a las palabras RAYUELA que se dejaba leer en la
tapa dura del libro.
A lo lejos, un joven de unos veintiséis años, aproximadamente;
pelo largo hasta los hombros, barba que cubría todo su rostro,
camisa blanca, pantalón de vestir negro y zapatos marrones que
brillaban a causa de lo lustrado que estaban, reflexionaba sobre el
título y prólogo de “Sobre héroes y tumbas”. Ojeaba las primeras
páginas y manifestaba un malestar cuando murmuraba “Martín
y Alejandra”, mas exaltaba a Rosas y Lavalle.
“Este tipo es un genio.” Afirmando con la cabeza y golpeando
la portada del libro con el dedo índice.
-¿Por qué primero no y luego sí?- Indagó “La mujer de los 35”
mientras se aproximaba a Juan Carlos. -¿Por qué Sábato?- Insistió
ella, sin darle tiempo a su interlocutor para que pueda contestar
la primer pregunta.
-¿Por qué la sonrisa? ¿Por qué Cortázar?- Contestó pregun-
tando Juan Carlos, sin dejar de mirar el libro. Ella tampoco se ha
quitado los anteojos para hablar con él. Pero, sí, miraba fijamente
a este extraño y casi diferente Juan Carlos Monzón. La misma ini-
ció la conversación sin previo aviso, siendo que hacía varios meses
que no lo veía y por ello, le había costado reconocerlo.
-Por qué sé que a vos te gusta Cortázar…- Respondió ella. -Por
qué siento que te producirá alegría si me compro un libro de él.-
-Por qué sé que a vos te gusta Sábato.- Argumentó Juan. -Por
qué siento que te producirá alegría si me compro un libro de él.-
-Pero a vos no te gusta Sábato ¿Acaso es que has perdido tu
IDENTIDAD?-
-No me gusta el Sábato novelero…sus personajes, su ideología
de que el amor eterno es imposible. Tampoco me gusta la idea de
que la mujer es siempre la que hace sufrir al hombre y nunca al
revés…pero sí, me gusta el Sábato denunciante, el que manifiesta
su malestar por aquella historia de nuestro país que nunca nos
quisieron enseñar en las escuelas y en la sociedad. Me encanta
el Sábato que anticipó el mal que nos haría el efecto de la Re-
volución Industrial. Profetizó que seríamos esclavos de nuestros
propios inventos, y así se cumplió su palabra. Sin duda alguna fue
José Ramallo La mujer de los 35
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un vanguardista. Por eso digo que es un genio. A vos no te gusta
Cortázar ¿Cómo es posible que…?-
-Me acerco a Cortázar para acercarme a vos, Juan Carlos.- Éste
dejó de mirar el libro y posó sus ojos en “La mujer de los 35”,
por su parte ella se quitó los anteojos y lo miró con profundidad.
-Porque sé que en él, estás vos, Juan Carlos. Por qué sé que en
RAYUELA está tu IDENTIDAD, porque Cortázar invita a so-
ñar con un “QUIZÁS MAÑANA”, y vos sos un soñador. Con él
renuevas tus esperanzas diarias. Porque una persona que, desde el
exilio, pudo conservar su identidad al escribir un libro y titularlo
con el nombre de un juego infantil, típico de su patria, por decir-
lo así de alguna manera, es alguien que me puede llevar hasta tu
corazón, Juan Carlos.
Si en Julio Cortázar puedo hallar y aceptar tu IDENTIDAD,
tomándola como propia…entonces habré perdido mi LIBER-
TAD y seré tuya para siempre…-
-Si en Sábato puedo hallar y aceptar tu AMOR LIBERAL,
tomándolo como propio…entonces habré perdido mi IDENTI-
DAD y seré tuyo para siempre…aunque ello implique arriesgar-
me a que un día me abandones y yo sufra para siempre…-
-¡No, Juan, no tiene que ser así! Tu LIBERTAD debe consistir
en no perder tu IDENTIDAD, te lo dije y te lo repito, no te
enamores de mí sin que yo lo haga antes de vos.-
Luego de esto, no pudiendo ya contenerse, se abrazaron y co-
menzaron a besarse locamente, delante y junto a toda la gente
que había en aquel lugar.
Luego, sencillamente, se quedaron abrazados murmurándose
cosas al oído:
-Te extrañé, pendejo.-
-Yo también, loca.-
-Casi me rompes el corazón cuando estuviste tanto tiempo
hablándome sin mirarme a los ojos.- Agregó S...
-Casi me quebrás los ojos cuando estuviste tanto tiempo ha-
blándome con el corazón. - Inquirió Juan.
-¡Ja, ja, Tonto!- Dándole un golpecito en la espalda, al mismo
tiempo que hundía más y más su nariz en el cuello de Juan Car-
los, quien sentía el calor de las lágrimas de S… resbalar por su
cuello y, luego, por su pecho hasta desintegrarse por completo.
Finalmente, ella lo soltó, volvió a tomarlo, pero esta vez lo
hizo con sus dos manos desde las mejillas de él. Cerró sus ojos,
besó sus labios en un acto de ternura y le dijo:
-Estás cambiando…creo que me comenzas a gustar.- Sonrió y
se volvió a colocar los anteojos. Juan Carlos se quedó sin palabras
y no pudo hacer otra cosa más que dejarla ir.
José Ramallo La mujer de los 35
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XIII
Va caminando, lo hace con apuro, de a momentos recuerda los
consejos de su amigo Leonardo: “Viví la vida con tranquilidad, hermano. No pises el acelerador a fondo desde que sale el sol hasta que se pone, hace como los bebés o los ancianos que lentamente llevan a cabo sus actividades y no sólo logran acabarlas, sino que además hayan placer en poder hacerlas. Trata de visualizar una pareja de ancianos que caminan por la ciudad a su ritmo y aún así llegan a su destino. Ahora, junto a ellos coloca a una pareja de jóvenes, su sexo es indistinto, lo importante de la comparación debe ser observar la velocidad con la que hacen las cosas. Hablan rápido (tanto que a veces cuesta entenderles lo que dicen), caminan rápido, al llegar a su destino buscan otra actividad para hacer, la vitalidad que tienen en sus cuerpos, a causa de su juventud, desea ser desgastada día a día sin siquiera ellos mismos saber por qué, pero así lo hacen y no disfrutan nada de todo lo que hacen. O lo que es peor, sienten que el día no le alcanzó (…) Y, por sobre todas las cosas, hermano nunca te dejes lle-var por la corriente. Siempre preguntá el por qué de todo, como hacen los niños cuando comienzan a realizar sus primeras preguntas filo-sóficas y muchos, por qué se piensan que se trata de un simple juego,
les contestan “por qué sí”. Entonces, preguntatelo todo, y que la mejor respuesta sea la que hayas obtenido a través del uso de tu raciocinio”
Juan Carlos recordó estas palabras, y se quedó anclado en me-
dio de la peatonal Córdoba. Más de uno se chocó con el estancado
cuerpo de Juan. Primero por detrás, luego por el lateral derecho,
luego una madre homicida casi lo atropella con el cochecito de
su bebé. Él, en tanto, se corría para un lado y luego para el otro.
A todos los seguía con la mirada, esperanzado en que alguien
volteara y se disculpara. Mas los pocos que le devolvían la mirada,
lo hacían para putearlo.
Ahora comenzó a caminar a paso lento, procurando no ol-
vidarse de ello, caminar a paso lento. Colocó su mano derecha
sobre su frente, a modo de sombra para sus ojos, trató de mirar y
apreciar los colores del cielo, pero los incontables pisos que com-
ponen los edificios interrumpieron su visión. Carteles luminosos,
comercios que exponían sus enormes productos electrónicos, ex-
pulsadores de sonidos ensordecedores que presumían ser música.
Se detuvo nuevamente en medio del camino y miró todo aquello
que lo rodeaba, lo hizo sin disimular su desprecio.
-Todos han perdido su IDENTIDAD.- Reflexionó Juan Carlos.
Suspiró y siguió caminando sin rumbo alguno.
Observó la hora en su reloj de pulsera y dedujo que S…estaba
a punto de salir de su trabajo. Faltaban algunos minutos aún, sin
necesidad de apresurarse llegaría bien, especuló.
Efectivamente, para cuando estaba llegando a la entrada del
edificio donde trabajaba ella, la pudo observar ya fuera del mis-
mo rodeada de dos o quizás tres compañeros de trabajo. Reían
José Ramallo La mujer de los 35
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a carcajadas y realizaban juegos de mano. Finalmente todos se
despidieron y tomaron diferentes rumbos.
S…caminó en dirección a Juan Carlos pero sin percibir hasta
ese entonces su presencia.
-¡Mi amor! No te había visto ¿Qué haces ahí paradito, solo,
en medio de la nada? Te hubieras acercado y te presentaba a mis
compañeros. Bueno, no, a decir verdad no te hubiera presentado,
porque yo a lo que amo no lo comparto con nada ni nadie. Soy
egoísta.-
Todo esto mientras lo re-enamoraba con sonrisas y brillos en
sus ojos que denotaba su inmensa y constante alegría. Luego su-
jetó con su palma derecha la mejilla izquierda de él y lo besó en la
derecha con tal fuerza que sacó a Juan Carlos de sus cavilaciones
y lo llevó a otras.
-¿Estás segura de que no me hubieses presentado por esa sola
razón? ¿No será que…?-
-¡Pero no, Juanca! No seas tonto, yo pensé que habías madura-
do completamente ya, pero resulta que tengo que seguir educan-
dote día a día. Mírame, Juan.- Habían comenzado a caminar, lue-
go del beso de “La Mujer de los 35”, Juan Carlos se había tomado
unos minutos y en un determinado momento realizó aquella pre-
gunta. Entonces ella ahora lo detuvo, lo colocó de frente y le dijo:
-Los celos son una enfermedad, Juanca. A su vez, es algo que
se crea en tu mente y te produce un complejo de inferioridad, no
sólo conmigo, sino que también lo terminará haciendo con todas
las personas que te rodeen, mi vida. Hacete valer por lo que sos,
nunca compitas con nadie, a no ser que sea contra vos mismo.
Con tu YO pasado y superá al presente, para que en el futuro
te desconozcas. Así como yo desconozco al primer Juan Carlos
Monzón chiquilín y caprichoso que conocí tiempo atrás.-
“El joven filósofo” se sintió como un pobre idiota. Le pregun-
tó a su amada por qué sería que cuando alguien se enamora de
una persona, con ciertas cualidades, pretende que aquélla deje de
ser como es, guarde todas sus virtudes en un placard y sólo las
use con aquel que la conquistó y la raptó de la “sociedad de los
solteros/as”, para luego encerrarla en un mundo íntimo y privado
deseando no compartirla con nadie. Como si el amor fuera una
especie de esclavo de la rutina o del matrimonio.
S… optó por no responderle porque interpretó que Juan Car-
los había aprendido la lección, y besó a Juan Carlos en los labios.
Entonces, él pudo recobrar la confianza en sí mismo. A través
de aquel transparente y profundo beso que le demostraba que
ella, “Su mujer de los 35”, era suya. Que pese a los períodos que
pasaban sin verse, ni mucho menos buscarse, el amor que él sen-
tía por ella no sólo era recíproco, sino que además ya se había sido
consolidado.
José Ramallo La mujer de los 35
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XIV
En el cumpleaños número 35 de Juan Carlos Monzón, “La
Mujer de los 35”, había organizado una cena con familiares y
amigos, también había realizado varios obsequios para su amado
“nene”, como ella gustaba decirle. Pero, por sobre todo, le había
dado la gran satisfacción de irse a vivir junto a él...
Muchos de los invitados comentaban y no paraban de sor-
prenderse ante la hermosura, vitalidad y alegría que transmitía
aquella extraña mujer. Más de uno, no pudiendo contener la in-
triga, le preguntó a Juan Carlos la edad de S…y por supuesto,
que su sorpresa era mayor al oír la respuesta, ya que su forma de
vivir la vida la hacía parecer más joven que Juan Carlos y, lo que
es más maravilloso aún, parecía que tenía menos de 35 años…
Cuando todo había terminado, Juan y S…se retiraron a des-
cansar. Él sabía que ella estaba cansada, pero aún así consideró
aquel momento como oportuno para manifestarle toda la felici-
dad que él poseía junto a ella, lo bien que le hacía sentir esa “lo-
cura” que le transmitía, que sólo le bastaba con verla dormir para
suspirar de amor, que cada cosa juntos era volver a nacer…en ese
punto se detuvo, quiso saber y le preguntó su edad, su verdadera
edad. Por su parte S…ni se molestó ni se inquietó, parecía esperar
esa pregunta hacía mucho tiempo, siempre estuvo lista para ella.
Solamente sonrío, luego continuó con una carcajada, fue tanta la
fuerza con la que rió que cayeron lágrimas de sus ojos.
Finalmente, conteniéndose, como pudo, le dijo que al ama-
necer le contestaría, y le pidió un favor a cambio. Acomodó su
cabeza sobre la almohada y le dijo:
-Al dormirme quiero que beses mis ojos, ambos.- Recalcó.
Con mucho placer, Juan accedió al deseo de S…
Durmieron, lo hicieron y Juan Carlos despertó primero, des-
pertó con la ansiedad de un niño en el día de los Reyes magos que
busca su regalo, besó los labios de S… como era la costumbre de
hacerlo cada vez que habían dormido juntos, y la sintió fría, su
piel se había descolorido, en su rostro aún permanecía una sonri-
sa tibia, su cabello seguía suave y oscuro como una noche eterna,
mas en sus ojos ya no había vida.
En su afanoso y loco celo, en la lápida que encabeza su tumba,
no quiso que nadie nombrara a su amada, por lo tanto sólo colo-
có “LA MUJER DE LOS 35.”
José Ramallo La mujer de los 35
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XV
“…cuando el doctor Cárcamo me decía
que debía empezar urgentemente una
terapia psicoanalítica, porque estaba
al borde de la locura.
Seguramente se preocupaba de verdad,
porque era un buen hombre, pero yo le
respondí que sólo me salvaría el arte.”
Ernesto Sábato, “Antes del fin”
El interno 401 levantó la lapicera del papel, se sintió confor-
me, pero titubeó, se preguntó qué le estaba faltando a ese final, le
pareció que era maravilloso, pero sintió que debería explicar qué
había pasado con el policía y con el autor de aquella historia, o
sea, con el hombre que lloraba en el cementerio…acto seguido
retomó su placer y, hablando consigo mismo dijo:
“Bueno, muy bueno ¡Buenísimo!” Estiró las hojas desde am-
bos laterales con un tirón seco, sin considerar que podría rasgar-
las, las elevó a la altura de su rostro, estiró sus brazos y, sonriente,
satisfecho, soñó un poco más y dijo:
“Si esto fuera el guión de una película o novela, la frutilla del
postre sería poner como música de fondo “Sus ojos se cerraron”
interpretado por Julio Sosa, claro está. Con eso bastaría para que
todos los espectadores estallaran en llanto, cuando él la estaba be-
sando y descubre que su amada había muerto. Por supuesto que
el director de cine le agregaría mayor drama a la escena, colocan-
do a un Juan Carlos que desesperado le realiza primeros auxilios a
“La mujer de los 35”, llama a una ambulancia y demás. Todo esto
con la música de fondo, por supuesto. La música debería llegar a
su fin, o al menos interrumpirse por un momento, regulando el
sonido, cuando él la llora en la tumba y una voz relate el por qué
de aquel seudónimo en la lápida. Acto seguido volvería la música
y en la pantalla comenzaría a desarrollarse el listado de responsa-
bles del film. ¡Sería genial!”
“Sí, ahora estoy convencido, cualquier otra palabra, párrafo,
capítulo que pretendan dar mayores aclaraciones, estarían de so-
bra, a nadie le importaría. Estoy convencido.”
Se incorporó con un salto vigoroso, estaba más que alegre, lo
estaba de tal manera que cantaba:
Sus ojos se cerraron
y el mundo sigue andando,
su boca que era mía
ya no me besa más.
Caminó hacia una mesita, donde guardaba el resto de los ma-
nuscritos…
José Ramallo La mujer de los 35
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Se apagaron los ecos
de su reír sonoro
y es cruel este silencio
que me hace tanto mal...
Sabe que de un momento a otro vendrán a abrirle la puerta
para que vaya a desayunar…
Fue mía la piadosa
dulzura de sus manos,
que dieron a mis penas
caricias de bondad,
y ahora que la evoco
hundido en mi quebranto,
las lágrimas trenzadas
se niegan a brotar,
y no tengo el consuelo
de poder llorar...
Cerró el cajón de la mesita donde ha guardado las últimas
hojas escritas y, casi en un reflejo, levantó su mano izquierda para
mirar la hora, y fue entonces cuando oyó una voz que salía desde
un rincón oscuro de la habitación.
-¿Querés saber qué hora es, mi amor?- Aquella voz parecía aca-
riciar el viento cuando fluía, poco a poco una silueta se iba dejan-
do ver. Caminaba lentamente y, a medida que avanzaba, exponía
en su mano derecha un reloj de arena, cuyos granos parecían de
oro a juzgar por su brillo. El interno 401 retrocedió y a causa del
temor ni siquiera pudo articular una palabra.
La muerte con su habitual vestimenta, con su reloj de arena
que marcaba el tiempo cumplido, se detuvo en medio de la ha-
bitación y con su mano izquierda se quitó la túnica. El 401 se
aterrorizó aún más, ahora se sintió capaz de gritar por el horror
que le causaría ver ese cadavérico y, probablemente, putrefacto
rostro. Cayó la túnica y una hermosa mujer de cabellos oscuros,
como el cielo de una noche eterna, cutis blanco, ojos con llamas
de vida eterna se mostró frente a él. El temor pasó, el sentimiento
era otro. La incertidumbre tomó posesión de su ser, sintió rendir-
se, de hecho cayó de rodillas al suelo y la contempló con su boca
entreabierta (que aún continúa temblando). La muerte se llegó
hasta donde estaba su víctima, le acarició el cabello, luego su ros-
tro, se inclinó y, tomándolo de su paladar con ambas manos, casi
con una caricia, frente a frente, boca a boca en un susurro le dijo:
-¿Quieres saber qué hora es, mi amor? Es hora de irnos…-
La muerte besó al interno 401 y él se afirmó sobre el rostro de
ella para besarla con mayor profundidad. Sintió que se elevaba,
que un fuego lo consumía, era como la sensación que producían
las caricias de un bebé, cayeron lágrimas de sus ojos, se quedó
sin fuerzas y, finalmente, cayó en los brazos de la muerte. Ésta lo
acomodó en su cama, quitó los manuscritos de donde los había
guardado el 401 y los colocó sobre el cuerpo de él, para que todos
sepan la verdad. Que un loco escribió la historia de una mujer
que no se sabe si existió, si vive o murió, o si sólo fue parte de su
imaginación. Para que todos sepan que amar es una arte y el arte
José Ramallo
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les pertenece a los locos, porque son los únicos que se compren-
den entre sí, los que ven cosas que otros no pueden o no quieren
ver. Porque amar es imaginar, imaginar es vivir el momento, vivir
sin reglas es una locura y ¿Qué sería del arte sin los locos?