La nostalgia de los muertos: Bite 3
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2 añoscomo editorial
11 añoscontigo


La nostalgia de los muertos está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual
4.0 Internacional.

CC 2014Virtual Bread Editorial Libre
La nostalgia de los muertos
Historia: Hideo Shirow Arte: Laughtman
Ilustración de portada: Diseño de portada:
Corrección de estilo:
Editor:Diseño editorial:
LaughtmanTourner
Tourner
TournerVirtual Bread
Agradecimientos especiales:
A todo el equipo que, con paciencia y empeño nos apoya desde hace años:
Hideo ShirowLaughtman
Fulanito de talTourner
AnémonaMui MinaPink StarIsa Ias
Christopher PongRodrigo Rodriguez
Aster CrowleyMarco Antonio R O
Kasuo WurraySilver Neko
Artificial SilentMary Maya
Jonathan YannFélix OrlandoLizbet AguilarCitlalli Mildred
Hedone Existencial
MUCHAS GRACIAS.
Y a nuestros queridos lectores de prueba
Hecho en México.
Ventas: [email protected]+52 66434640

Bite 03

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Pocos sobreviven en la devastada ciudad de México, muchos otros
están muertos, desaparecidos o se convirtieron en cosas que no tienen
conciencia sobre sus actos, cosas violentas que carecen de control
de sus pulsiones, devora carnes que sólo trajeron el caos y la muerte
a la antes llamada ciudad de los palacios, con la siguiente historia
tenemos un poco de información sobre cómo comenzó el llamado
apocalipsis zombie de México, el relato que se narra se reconstruyó
a partir de los testimonios de familiares, a ellos gracias.

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Bite 3 Final.
Las noches en la ciudad de México siempre han sido de lo más extrañas -como en
cualquier otra ciudad del mundo-, pero sólo la llamada ciudad de los palacios tiene ese
sabor extraño entre amargo y dulce, que hace pensar que lo mejor que pudiste haber
hecho ese día era el haberte quedado en casa. Muchas de las historias que se cuentan
en la ciudad nunca llegan a conocerse -siempre nos hemos mantenido sordos ante la
tormenta de dolor y de sufrimiento que se encierra entre los muros de la ciudad- las
historias de las que hablamos no se construyen en el plano de luz de la ciudad, sino
que los relatos más raros son contados por aquellos que sobreviven en la noche. Esos
personajes que pueden aparecer en el día, pero que pertenecen a la noche: los adic-
tos, los vagabundos, los ladrones, las prostitutas, esta historia es precisamente de un
personaje de la noche, la cual tuvo la oportunidad de evitar el fin del mundo.
Ya casi eran las 8 de la noche de un sábado común y corriente, Diana se preparaba
para dejar su pequeño departamento y llegar a su lugar junto a Calzada de Tlalpan en
donde ofrecía sus servicios a jóvenes inexpertos, aventureros o a quienes ansiaban
una plática con alguien del sexo opuesto, mientras se estaba maquillando vigilaba a
su pequeña hija, mientras la niña jugaba con sus muñecas, Diana no quería la vida
que ella tenía para su hija y haría todo lo posible para dejar la vecindad en donde
vivían, regresar a Guadalajara para poner una farmacia y poder dejar esa vida llena
de arrepentimientos, de vacíos y de humillaciones.
La vida de Diana era su pequeña hija Madahí, la niña tenía cuatro años, su padre
las abandono cuando ella nació llevándose el poco dinero que había juntado como
mecánico, el padre fugitivo trajo a Diana a la ciudad diciendo que tenía un terreno
en la ciudad y que construirían pasados los gastos de la niña, el hombre se fue por
cobardía, Diana al ser una mujer sin estudios, no pudo encontrar un trabajo rápido
así que tampoco tenía dinero para regresar a su ciudad natal.

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Alguna vez, en una de sus largas caminatas que hacía con la niña en brazos, llegó
hasta la Calzada de Tlalpan en donde un travesti se compadeció de ella y de la niña
al verlas en un estado bastante malo, les dio dinero para comida y las acompaño
a un pequeño restaurante de Chinos, el travesti que dijo llamarse “Fanny” le dijo
que era bastante guapa y que si no encontraba trabajo podía ganar algo de dinero
rentando su cuerpo, -Por lo menos no te mueres de hambre, comes una vez al día
pero no te mueres de hambre- le dijo, Diana al no tener otra opción, siguió su con-
sejo, pero le pidió a Fanny que le acompañara, y que no la dejara sola durante las
primeras noches.
Ya habían pasado cuatro años desde que ella comenzó con esa vida, durante ese
tiempo pudo haber regresado a Guadalajara, pero el pensar en qué diría su abuelo
y su padre con respecto a lo que pasó y como se ganó ese dinero le hacía sudar
frio, se acostumbró a la ciudad de México, a pesar de que había presenciado cosas
realmente terribles también había conocido a gente que era bastante curiosa.
-Todos unos personajes- reía mientras los recordaba.
Trataba de esconder los recuerdos dolorosos o aquellas experiencias en donde
su vida corría peligro, al verse al espejo su mirada se perdía en la imagen de la virgen
de Juquilla que había colocado cerca pidiéndole su protección, ya se le había hecho
un poco tarde, tomó un par de tacones rojos con detalles en dorado, se acercó a
su hija, y le dio un beso en la frente.
-¿Sabes que te adoro? Me tengo que ir, ahorita viene la señora Mari, para que te
quedes con ella, regreso temprano, Te amo hija.
La niña la abrazó muy fuerte.
-No quiero que te vayas, mami ¿Puedo ir contigo? –dijo la niña.
-No mi amor, espérame aquí, regreso en la mañana, dale besito a mamá.
La pequeña niña obedeció y acompaño a su mamá a la puerta, Diana cerró con
cuidado para no lastimar los dedos de la niña, cerró la puerta, Madahí se fue a la
ventana para despedir a su mamá, Diana movió la mano, camino un poco y tocó en la

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puerta de la vecina para avisarle que su niña se quedaba sola, la señora Mari salió,
platicó con Diana y finalmente la persigno, otra noche que comenzaba para Diana.
El ruido de los autos a toda velocidad era el sonido de fondo de aquellas pláticas
que inician como encuentros entre cercanos, donde se habla de precios sobre
el amor y cómo y dónde puede llevarse a cabo la transacción, todo aquel que ha
visitado a las princesas de la noche recuerda con extrañeza y algo de humor su
primer encuentro con una dama de las calles, Diana como muchas de las chicas
esperaba que algún auto se acercara a ella, nunca iniciaba un contacto directo
con los peatones, eso sería arriesgado.
Diana estaba atenta a los autos de la avenida cuando una figura apareció por
detrás y la espantó, se trataba de Fanny, aquel travesti que hacía ya cuatro años
que le brindó su ayuda, se habían hechos buenas amigas, Fanny a pesar de las
apariencias era una persona amable y algo extraña que había entrado al mundo
de la prostitución por problemas con una madre enferma de cáncer de mama y
un novio colombiano que le pedía dinero para sus drogas. A pesar de vivir juntos,
Fanny sabía que su pareja llevaba mujeres cuando ella salía por las noches.
-¿Qué paso mi amor hermoso? –gritó Fanny con alegría.
-Hola, chiquita ¿Cómo estás? ¿Ya cenaste algo? –contestó Diana con la misma
alegría.
-Sí, pase a comer ahí en la casa, ese cabrón se puso de niña y me dijo que
quería que le cocinara algo, así que pues ahí me ves con todo y delantal –río
fuertemente Fanny.
La plática continuó tocando diferentes temas, cosas que habían pasado en los
hogares, los precios de cosméticos y de algunos vestidos, Fanny hacía reír a Diana
contándole chistes relacionados a su trabajo, Diana sólo comentaba lo cercano de
algunos chistes a la realidad, y de cuánto deseaba que ambas salieran de ese medio,
que pusieran un negocio o que aprendieran a cortar el cabello y a arreglar uñas.
Diana no deseaba que las personas que quería vivieran en la oscuridad de la ciudad.

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Mientras Fanny continuaba platicando, Diana la miraba con ternura ninguna de
las dos advirtió que un auto se había detenido a su lado, era un auto bastante ele-
gante de color gris plata, las amigas notaron al vehículo, voltearon a verse entre
sí, por un momento se les había olvidado qué hacían ahí.
Fanny fue la primera en acercarse al vehículo, con una sonrisa provocativa vio
cómo descendía la ventanilla del pasajero, pero al ver al sujeto que manejaba se
detuvo con cierta cara de asco, volteó a ver a Diana.
-Es el mismo tipo de siempre, Diana –le dijo a su amiga que se había quedado
detrás suyo.
Diana reconoció al sujeto se acercó al auto, pasó a lado de su amiga, y le dijo:
-Ahorita regreso.
-Ten mucho cuidado –le dijo Fanny.
Diana subió al automóvil que inmediatamente arrancó, el hombre que iba con-
duciendo era un cliente frecuente de Diana, un hombre de unos 40 años, canoso
con un poco de sobre peso, con una quijada fuerte y una expresión que daba la
impresión de que sirvió en el ejército o en la policía, iba vestido siempre de traje,
esta vez con una corbata en color vino que hacía juego con su camisa.
-Pasó mucho tiempo para vernos de nuevo linda- dijo el hombre.
-Algo de tiempo ¿Has tenido mucho trabajo? –dijo ella.
-La verdad cuando estoy contigo de lo último que quiero hablar es de lo hago.
-Lo siento, pero llevo casi 3 años conociéndote y nunca me has dicho a qué
te dedicas, bueno creo que todo mundo tiene derecho a sus secretos, ¿Y ahora
a dónde iremos?- preguntó Diana, que sabía que el hombre no sólo le pedía que
lo acompañara a un hotel, sino que la invitaba a bailar y a cenar, era muy atento
con ella pero no hablaba mucho o era muy cortante a la hora de hablar, aunque
eso ella lo agradecía.
-Iremos a comer algo, muero de hambre mi esposa no preparó nada para esta
noche, a veces me pregunto ¿qué fue lo que vi en ella para considerarla una buena

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esposa? Ella no hace nada por la casa o por los muchachos, simplemente está
en esa casa como un mueble más. –dijo el hombre con enojo.
-No te preocupes cariño, aquí estoy yo, que soy una mujer completa no podremos
vivir juntos pero si quieres algún día me dejas dinero y te preparo una rica comida
hecha en casa, para que no pases hambre- dijo Diana con cariño, el hombre era
un cliente frecuente de ella y siempre la trataba muy bien, en una ocasión hasta
la defendió de unos borrachos que la estaban molestando.
El hombre, sonrió y se acercó a Diana para darle un beso en los labios.
-Si te hubiera conocido hace 14 años, todo sería diferente –dijo el hombre.
La noche siguió como lo habían planeado, fueron a cenar a un restaurante al
llegar la forma de vestir de Diana llamó la atención, su acompañante al notarla
incómoda pidió que le dieran las mesas de un área para ellos, el gerente se burló
un poco, pero el hombre sacó de su billetera cinco mil pesos, el gerente dejo de
reír y los llevo hasta la terraza en donde por cuenta de la casa les sirvieron una
botella de vino tinto.
-Nunca habías hecho esto por mí, pero no se te olvide que cobró por hora- dijo
Diana.
-No se me olvida, la verdad Diana es que está es la última vez que nos veremos,
tengo que irme del país, desgraciadamente la empresa en la que trabajaba muda
sus oficinas corporativas a tierras más prósperas, pero –el hombre hizo una pausa
para dar un gran trago al vino- hay algo más que quiero decirte, te dejare diez mil
pesos para que te vayas de aquí junto con tu hija.
-Espera, ¿Cómo sabes que tengo una hija? –dijo Diana asustada.
-Es cierto que no hemos hablado durante estos años acerca de tu vida privada,
siempre has sido más mi confidente, realmente disfruto cuando me escuchas, a pe-
sar de que tenga que pagarte por ello, es algo triste pero realmente no me importa.
Durante la conversación suena en el fondo música de jazz, la música urbana es
la que ameniza la despedida de los amantes.

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-Creo que todo comenzó por el afán de engañar a mi esposa y salirme de esa
rutina que estaba siguiendo, pero la verdad es que me he enamorado de ti como
un loco Diana, y no quiero que lo que vaya a pasar te atrape a ti también.
-Espera, te agradezco mucho lo del dinero pero ¿Por qué tengo que irme de
la ciudad? –dijo angustiada Diana, sabía que la esposa de su amante tenía los
medios para contratar a gente peligrosa para encontrar a Diana y a su hija, esto
la llenaba de terror.
-Alguna vez has pensado ¿Qué será de nosotros cuando el juicio de Dios esté
sobre este mundo? –el hombre la miró fijamente.
-¿A qué viene eso?
-Digamos que el juicio recaerá sobre todos los hombres, cuando las murallas
del mundo del hombre se derrumben, ya no estaremos seguros Diana, quiero
darte la oportunidad de que te vayas, quiero darte tiempo para que hagas algo –el
hombre tomó de la mano a Diana.
-Dime la verdad, tu esposa nos ha encontrado ¿verdad?
-Siempre lo ha sabido. –contestó el hombre.
-Y ¿Se siente cómoda con esto?
-Mientras le de dinero ella no dirá nada, la pensión que le doy a ella y a su ma-
dre, hace que se mantenga callada, además no dudo que ella también tenga un
amante, pero no me preocupa mientras mis hijos no se den cuenta de todo eso,
pero no nos perdamos del tema, Diana debes irte de la ciudad, no puedo decírtelo
pero por favor dime que tomarás el dinero y te irás, lo que te cuento comenzará
en la madrugada no sé a qué hora, será un momento de terror, y tal vez nunca
entenderás porqué sucedieron así las cosas, pero estoy arriesgando mi vida por
ti Diana, tienes que irte, sino Madahí estará en peligro también.
La música continuaba, la noche en la ciudad tenía el mismo sabor de siempre,
en un restaurante al sur de la ciudad, una aterrorizada Diana y su acompañante
hablaban del fin del mundo.

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Diana se levantó del asiento, dispuesta a irse pero el hombre la detuvo con su
mano.
-Espera, sé que no me crees pero por favor toma el dinero será tu única oportu-
nidad, y quiero te lleves también esto –De uno de sus bolsillos, el hombre sacó una
ampolleta que contenía un líquido azul.
-Por favor Diana cuando veas que todo ha iniciado, debes beber un poco del
contenido de esta ampolleta, o si puedes inyéctala en tus venas, puedes usar el
resto del contenido para tu hija o para alguien más, por favor necesitas llevar esto
contigo –dijo el hombre hablando con un tono que aterró a Diana.
-¿Qué es lo que va a iniciar? Yo no quiero nada de eso, seguro quieres que es-
conda algo de droga de tu familia o de la policía, puedes olvidarlo, no haré nada de
eso.- respondió Diana de forma firme.
-Sólo digamos que sé que algo muy fuerte está por suceder esta noche, por eso
quería verte con urgencia, entiende que esto lo hago por tu bien y el de tu hija, el
contenido de esta ampolleta te ayudará a volverte inmune contra aquello que se
suelte en el ambiente, después de un par de horas se colocará en los alimentos que
contengan benzoato de sodio, o simple sal, por favor cuando todo esto comience
ven a verme a mi departamento, vivo en el primer cuadro de la ciudad, ahí podremos
estar seguros. –dijo el hombre soltándole la mano, Diana no se movía.
-Siempre pensé que eras extraño, no quiero que me vuelvas a buscar, no te molestes
en pagarme nada, digamos que fue mi regalo de despedida, no me busques- dijo Diana.
-Tan sólo llévate la ampolleta, te lo pido por Madahí, llévatela, es más puedes
venderla si quieres, para quien sepa de eso te pagará más de un millón de pesos
o incluso te dará hasta lo que lleve puesto en ese momento te lo aseguro, aunque
espero que no la vendas –finalizó el hombre, dejando la ampolleta en la mesa y
bajando la mirada a la copa de vino servida en la mesa.
-Está bien pero sólo si me dejas en paz –dijo Diana pensando en tirar la ampolleta
cuando saliera del restaurante.

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Comenzó a caminar hacia la salida, pero el sonido del sollozo del hombre le hizo
volver la mirada, parecía que le estaba diciendo la verdad pero ¿Qué era eso tan
terrible que sucedería? Ella regreso al ver al hombre tan afligido, el estar alejados
de los demás comensales les daba cierta privacidad.
-Creo que es a tu familia a la que le tienes que dar este frasco, no a mí –dijo Diana.
-No entiendes, hago esto por lo mucho que significas para mí, cada vez que lle-
gaba a esa casa me sentía fuera de lugar, observar a mis hijos creciendo sin el amor
de un padre y una madre, será mi mayor castigo, tú eres el refugio de la pesadilla
que yo mismo construí, Diana, lo que te estoy dando no tiene otra intención que el
de ayudarte, por favor acepta también el dinero, es duro para mí decírtelo puesto
que representa un golpe para mi familia, pero eres el amor de mi vida Diana, por
favor toma el dinero.
La mujer alcanzó a darle un beso en los labios, tomó el dinero, y volvió la vista a
su amante.
-Si lo que dices es verdad, debo irme ya con mi hija, te extrañaré tanto Armando,
de verdad que sí, déjame ir ahora.
El hombre bajo la mirada y sus brazos perdieron fuerza, pero alcanzó a ver su reloj.
-Diana, ya es la una y cuarto debes irte rápido.
La mujer obedeció salió del restaurante y pidió un taxi, quería llegar rápido a casa,
si la advertencia era cierta tenía poco tiempo en salir de la ciudad de México, tenía
que ir por su hija y regresar a su ciudad natal, le indico al chofer a donde tenía que
ir, el automóvil se alejó de ahí rápidamente siendo vigilado por la mirada triste de
un hombre que en la terraza de algún restaurante de la ciudad, se daba un tiro en
la cabeza para apaciguar la culpa y evitar el sufrimiento que se avecinaba.
Ya habían pasado algunas calles, el automóvil estaba ya acercándose a la casa
de la princesa de la noche, ella respiraba tranquila, después de la charla y le vino
el sueño, parecía vencerla, a pesar de estar acostumbrada a desvelarse, esa noche
no tenía nada de común y los ojos comenzaban a entre cerrarse.

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El taxi siguió avanzando por las calles, una vieja canción terminaba en la radio,
cuando la voz del locutor, anunció la hora, “Son las dos de la mañana” justo cuando
comenzaba la siguiente canción, y una hermosa voz femenina arrullaba a Diana, un
destello apareció en el cielo, la luz cegó por unos instantes al conductor y despertó a
la princesa de la noche, por unos instantes se escuchó estática en la radio, después
de la luz, se escuchó un gran ruido, un gran rugido del león del caos que estaba
por devorar el mundo del hombre, la hermosa princesa de la noche se tapó los ojos
pretendiendo cuidarlos de la luz, pero era tan cegadora que el mismo conductor del
taxi terminó estrellándose contra un poste de luz, la princesa perdió la conciencia.
Al despertar el mundo que había conocido comenzaba a desmoronarse, la prin-
cesa de la noche fue la primera en atestiguar la llegada de la primera ola de zombies
que comenzó a aterrorizar desde la madrugada a la dormida ciudad de México, el
momento fue espeluznante.
Al momento de despertar encontró a un montón de infectados devorando el
cadáver del chofer del taxi, no habían podido llegar hasta ella por el metal que le
rodeaba a causa del choque.
Diana no pudo pensar en otra cosa más que en escapar, la hermosa mujer ahora
se encontraba cubierta de su propia sangre resultado de los rasguños provocado
por el accidente, gritando pateando con todas sus fuerzas las manos de los seres
que pretendían devorar sus carnes, ella gimoteaba esperando poder liberarse del
auto, cuando tuvo un momento de claridad entre su horror, volteó y comenzó a pa-
tear con los pies desnudos (había perdido las zapatillas entre los fierros torcidos) el
parabrisas trasero del vehículo, las astillas de vidrio comenzaron a cortar la carne de
sus pies, Diana pateaba con todas sus fuerzas, hasta que el vidrio termino cediendo,
para suerte de la carne de Diana el parabrisas salió de una pieza.
Ella ya no volteó, salió del automóvil accidentado con heridas en sus pies y unas
lágrimas tan amargas que le quemaban el rostro, ¿Era esto? ¿Esto era el fin del
mundo del que le había hablado su amante? El infierno había llegado a la tierra, al

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cruzar ese pensamiento por su mente, fijó su objetivo en recuperar a su hija y salir
de la ciudad lo más pronto posible, no le importaba si para eso tenía que correr
descalza, la princesa comenzó a correr, la ciudad comenzaba a ser destruida por
los muertos.
En su andar la princesa de la noche repensaba todo lo que había sucedido en
su vida, pareciera que este cruel sentido de la vida se presentaba como una gran
prueba de su valiente y fuerte temple que la había mantenido con vida durante las
noches en que ella perdía su condición de mujer y adquiría la condición de ser
un mero objeto sexual, se arrepintió por momento de su vida, se arrepintió de las
muchas veces que mintió al decir te amo a rostros anónimos, recordó cuando por
algunos momentos se dejaba llevar por el éxtasis de la intimidad comprada, ella no
podía negar que había momentos en que disfrutaba aquella situación pero nada de
eso podía compensar el dolor y el arrepentimiento que tenía al día siguiente al ver
a su pequeña hija.
La princesa de la noche, seguía corriendo ya no sentía el dolor de sus pies, ya las
heridas habían cicatrizado por momento parecía que ella perdería el conocimiento
ante las terribles escenas que presenciaba en las calles de la ciudad, los primeros
infectados entraron a los hogares y comenzaron a devorar a familias enteras, algu-
nos infectados aparecieron dentro de las casas y departamentos, el caos llegó de
manera casi inmediata, ella siguió corriendo, fue hasta que casi pierde el aliento que
recordó el último momento en que sintió que su vida podría tomar cualquier rumbo.
Ella estaba buscando trabajo en Guadalajara, antes de que toda su vida comen-
zara a tomar el rumbo que la había dejado en la situación actual, ella buscaba algún
trabajo en la zona de bares del centro de la ciudad ya que necesitaba dinero para
partir a la ciudad de México, durante el trayecto chocó con alguien que parecía estar
ebrio, al momento del choque el hombre cayó al suelo, ella se sintió apenada, se
acercó al hombre para saber si estaba bien, a pesar de estar ebrio estaba muy bien
vestido, pero en su rostro se notaba una profunda tristeza.

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-Oye, ¿Sabes que los muertos sienten nostalgia de la vida? Ellos ansían estar con
vida, mientras que existen otros que deseamos estar muertos, no te parece gracioso.
Diana guardo silencio, se sintió profundamente triste por lo que había comentado
aquel hombre, si eso era posible, se entendía que había hombres y mujeres que
nunca estaban satisfechos con nada, incluso los estados absolutos no alcanzaban
a contestar todas aquellas dudas que surgían al no poder justificar la existencia, ya
sea en la vida como en la muerta, si es que en ese momento también puede deno-
minarse como existencia, Diana miro como el hombre trataba de ponerse de pie, al
intentarlo y caer, algunos de los caminantes soltaron una risa, la mujer se acercó y
lo ayudo a ponerse en pie, el hombre la miro, la princesa jamás olvido la expresión
de tristeza de aquel hombre, parecía que la vida lo había abandonado, parecía que
le hubieran roto el alma en pedazos, Diana sintió curiosidad.
-¿Por dónde vive? ¿Tiene dinero para el taxi? –le preguntó la mujer.
-No importa donde vivo, solo déjame estar, necesito descansar, necesito estar
con ella, dile que me perdone que volveré, dile que se lo prometo- lloró el hombre.
-Estás muy borracho, por favor ve a dormir, tiene que ir a casa.
El hombre no contesto solo bajo la cabeza, jugando con algo en sus bolsillos,
del bolsillo derecho sacó una fotografía arrugada donde se veía al que parecía ser
el hombre, su esposa y un pequeño niño de unos 8 o 9 años.
-Este era yo, ¿Quién pensaría que aquel hombre tendría nostalgia de los muertos?
Que aquel hombre tendría ganas de estar muerto.
Diana no comprendió la frase, y ayudó al hombre a ponerse de pie, lo acompa-
ño a un pequeño hotel ya que el hombre le dijo que tenía dinero para dormir ahí, lo
acerco hasta su habitación ante la mirada reprobatoria de las mujeres que pasaban
por ahí, llegaron a la habitación, y sentó al hombre en la cama.
-Bueno, me retiro espero que estés bien y que no pierdas ante tu tristeza, está
borracho seguramente se te pasará mañana.
-¿Cómo te llamas? –dijo el hombre.

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-Diana, y me retiro.
-Gracias Diana, yo soy Dante, gracias por todo.
-No mueras Dante- le dijo cariñosamente.
Donde había quedado esa soñadora, y aquella mujer se preguntaba ahora la
princesa de la noche, pero ese sentimiento no la tenía que detener, tomo aire y
comenzó a correr hacia la vecindad en donde vivía tratando de recuperar al motivo
de su vida, llegó a la vecindad ya hecha un desastre, se tuvo que escabullir por los
pequeños rincones que ofrecía la construcción, por fin pudo alcanzar la entrada del
departamento de su vecina.
Entró de manera violenta ya que la puerta se encontraba trabada por dos peda-
zos gruesos de madera, pero pudo más la necesidad de ver a su hija, encontró a
un infectado devorando a su pobre vecina, Diana reacciono de manera rápida tomó
uno de los pedazos de madera y le asesto un violento golpe al infectado que se
dirigía hacia ella, no tenía miedo, tenía que proteger a su hija, y si eso le costaba la
vida estaba dispuesta a hacerlo.
Ya no se sorprendió por la violenta escena que se mostraba ante ella, solo pensaba
en la pequeña Madahí, la comenzó a llamar de manera desesperada se movieron
unas cajas que se encontraban debajo de la mesa del pequeño comedor y de entre
ellas salió la pequeña niña llorosa que corrió a los brazos de su madre, Diana sintió
su alma estremecerse al sentir a su hija, no le había pasado nada, la mujer lloró
calladamente mientras que la niña rompía en llanto.
Diana apretó a la niña contra su pecho, la alejo un poco y beso su frente, para
después pararse de manera rápida, tomar una maleta de la vecina, tomar a su hija
de la mano y dirigirse hacia su departamento de manera discreta, cuando por fin
pudieron entrar Diana cerró la puerta y colocó el seguro, por unos momentos res-
piraron tranquilas, todavía no había amanecido, tenían que salir de la ciudad antes
de que el sol les impidiera esconderse en los rincones y escondrijos que ofrecía la

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oscuridad, se acercó a su radio y trató de sintonizar alguna estación que diera infor-
mes sobre lo sucedido, hasta que por fin una voz seria se escuchó en las bocinas
mientras decía:
-…la ciudad de México ha entrado en cuarentena, no hay necesidad de salir, pón-
ganse en contacto con sus familiares vía telefónica o por internet, pero no salga a la
calle, aun no se ha determinado la causa de esta situación, repito (el locutor hizo una
pausa para carraspear) a las dos de la mañana hora del centro del país una extraña
luz blanca, apareció sobre el primer cuadro de la ciudad, estamos en espera de los
primeros reportes sobre esa situación, después comenzaron a suceder disturbios
en las colonias cercanas al primer cuadro, que de manera rápida se extendieron por
la ciudad, si usted está cerca de algún puesto militar o policiaco, le anticipamos que
pueden ordenar que abandone su hogar si la situación lo amerita, no lo piense y
vaya con las autoridades, repito anticipamos un despliegue masivo del ejército en la
ciudad, las principales entradas a la ciudad ya se encuentran bloqueadas siguiendo
el plan de emergencia sanitaria, no salga.
Diana abrazaba a su hija, ambas sentadas en una esquina, su amante le comentó
que lo mejor era salir de la ciudad, recordó la pequeña capsula que le dio el hom-
bre, la sacó de su bolsillo, y se le quedó viendo fijamente, el extraño líquido le dio
desconfianza, no era posible que todo esto pasara, pero tampoco confiaba en el
extraño hombre, miro una vez más la capsula y a su pequeña hija.
-Mi vida, si te digo que te tomes esto, no quiero que me pongas peros de que
sepa feo, solo te lo tomas. –dijo Alicia en tono firme.
La niña escondió su cara en el pecho de su madre, ella se sintió muy confundi-
da, y si eso era lo que enfermaba a la gente, tal vez el muy maldito quería parecer
un salvador cuando él había sido responsable de lo que estaba sucediendo, Diana
con la ampolleta en las manos sentía ganas de abrirla, quería confiar pero cuantas
veces había confiado y la habían engañado, cuantas veces le habían fallado, estaba
a punto de romper la ampolleta cuando un nuevo mensaje se escuchó en la radio.

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-Alerta, nos están informando que se está llevando a cabo una evacuación ma-
siva de la ciudad, los puntos en donde podrán encontrar ayuda es precisamente el
primer cuadro de la ciudad, a pesar de la situación de la luz en el lugar se cuenta
con la capacidad para reunir a la población según nos informa autoridades, por
favor diríjanse al primer cuadro de la ciudad, por favor abandonen la ciudad, para
la evacuación.
Diana dejo de lado sus pensamiento y tomo la maleta que había dejado en una
esquina de la recamara mientras Diana metía ropa de la niña en la maleta y dinero
que ahorraba debajo de su colchón, recordó que tenía que llevarse el camafeo de
su abuela, aquel ultimo recuerdo de la persona que le había enseñado a ser una
madre excelente, lo tomó del cajón de cosméticos de su tocador, y se lo coloco en
el cuello.
Tomó a la niña de la mano y se encaminaron a la puerta, tenían que llegar al Zócalo
para salir de ahí, Diana miró hacia todos lados tratando de encontrar algo con que
defenderse se acercó a la cocina y tomo un cuchillo ella necesitaba encontrar valor
para poder seguir adelante, al ver su reflejo en el arma suspiro, miró a su pequeña
Madahí y se dio cuenta de que no necesitaba un mayor motivo que el mantener con
vida y sacar a su hija de ese infierno.
Se acercó a la puerta, pero esta vez en vez de tomar a la niña de la mano, la cargo
con su brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha empuñaba el cuchillo,
el amor y la necesidad de no ver a su hija caer ante ese infierno, le dieron el valor
suficiente para afrontar lo que sea, a quien sea y como sea, era una madre deses-
perada por salir de la ciudad, llegaría al primer cuadro y saldría para siempre de la
que ahora era una ciudad maldita, la niña miró de manera tierna a su madre acercó
su pequeño rostro al cuello de la mujer y respiro tranquila al notar el aroma de Diana.
Con cuidado y con sutileza abrieron la puerta, algunos vecinos ya iban corriendo
hacia las puertas evadiendo a los pocos infectados que ya se habían adentrado a
la vecindad; Con maletas, cosas personales y demás cosas pesadas, eran alcanza-

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dos de manera casi instantánea al llegar a las calles, Diana notó esto así que dejo
la maleta con una expresión de susto, comenzó a respirar fuerte pero mantuvo su
valor, comenzó a recordar que podía llegar a otros edificios por los techos de los
edificios, así que en lugar de correr hacía la entrada principal, corrió hacia la azotea
del edificio.
Al llegar ahí, Diana miró hacia todos lados para asegurarse de que no viniera
ninguno de los atacantes por ellas, al sentirse confiada se adentró a las jaulas de
metal que servían para colgar las ropas húmedas recién lavadas, la niña se mante-
nía callada abrazada al cuerpo de su madre, mientras pasaban de manera rápida
Diana echó un vistazo hacia abajo, solo para ser testigo de cómo los devora car-
nes agredían a una familia, ella ahogo un grito y siguió su camino, no podía perder
los estribos en un momento como este, cuando el mundo se nos viene abajo, la
situación siempre exige que mostremos coraje ante los grandes golpes de la vida,
incluso si ese golpe es la completa extinción de la humanidad, incluso ahí tenemos
que mantener la cordura.
Como pudo Diana bajó con la niña en brazos a través de los metales y restos de
tabique que por la prisa que llevaba lastimaban los pies de la joven madre, respiro
un poco más tranquila al notar que nadie las seguía así que bajó a la niña y se hincó
un poco para que pudiera descansar, la niña no se alejó mucho, Diana respiraba de
manera pesada, la pequeña Madahí mantenía una expresión de susto al ver a su
madre, pero este gesto se convirtió en un rostro de terror cuando entre la oscuridad
surgía un infectado, la niña gritó de terror.
Diana pudo reaccionar en el momento en que el infectado se lanzaba hacia ella, el
maldito monstruo fue recibido por Diana, con un golpe seco que la mujer le propinó
con un pedazo de tabique, pero el golpe fue tal que la mano derecha de Diana se
lastimo y se manchó de sangre de manera casi inmediata, además de que el cuerpo
del infectado cayó sobre ella sacándole el aire del estómago, ella al sentir el suelo

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en su espalda sintió como sus vertebras recibían el impacto, como pudo se quitó
al infectado, mientras trataba de recuperar el aliento tomó a la niña de la mano y
siguió su camino, cuando por fin pudo respirar con un poco más de facilidad, de
nuevo tomó a la niña en brazos y avanzaron un poco más rápido hasta que llegaron
al final de la hilera de azoteas, tomaron la escalera de emergencia, procurando no
hacer mucho ruido, todo esto sucedía mientras una ola de lamentos, maldiciones y
violencia arrasaba la ciudad de México.
Pasaron momentos de angustia mientras salían de las infestadas calles de la co-
lonia en donde ella vivía, por momentos Diana sentía que las fuerzas se le iban de
las piernas al encontrarse corriendo durante tanto tiempo, pero el observar el rostro
de su hija le hacían regresar a la realidad; En el devenir de la huida encontraban
escenas terribles, lo único que podía hacer Diana era tapar la mirada de su hija con
la palma de su manos.
Durante la huida, Diana recordó que su amante le comento que tenía un depar-
tamento en el primer cuadro de la ciudad, específicamente donde se encontraba
un gran hotel exclusivo para turistas extranjeros, si no podía llegar a escapar, por
lo menos podía refugiarse en ese lugar, en lo que pensaba como podía liberarse de
aquel infierno, al llegar de nuevo a calzada de Tlalpan solo tenía que llegar al zócalo,
pero en ese momento la avenida estaba envuelta en violencia.
-Durante esta hora, hay poca gente en el Metro, será más fácil.
Sentenciado este movimiento, la mujer y su hija se dirigieron a la entrada del metro,
en donde tuvieron que saltar los torniquetes, y comenzar a correr por las vías, los pocos
infectados que estaban en la estación de tren comenzaron a perseguirlas, al ir corriendo
las mujeres atrajeron la atención de los infectados fuera de la ruta del Metro, que gol-
peaban de manera torpe contra la cerca teniendo como único instinto el alimentarse.
Diana notó todo esto, y algunas lágrimas de desesperación comenzaron a correr
por su mejillas, pero se contuvo al ver a su hija tenía que mantenerse fuerte ante

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todo lo que se presentara, ya casi llegando a la parte en donde el metro comienza
su viaje subterráneo se detuvo un momento, observó para atrás y vio que ya no eran
unos pocos infectados lo que las seguían eran ya un grupo bastante respetable de
15 infectados, recupero el aliento y se adentró a la oscuridad.
Los pasillos del Metro eran demasiado tétricos, muchos sonidos confundían a
Diana entre ellos gritos de agonía de los trabajadores que estaban siendo devorados,
la pobre mujer avanzaba entre la oscuridad esperando encontrar a alguien que la
guiara, alguna señal de esperanza para ella y su hija, que las acercará a su destino,
en esos momentos sus pensamientos se dirigían a Dios, procurando encontrar un
consuelo en la desesperación, la pobre mujer siguió desvalida hasta que por fin vio
a lo lejos la luz de una estación:
-Mira mami, por fin llegamos a la luz- susurro la asustada niña.
Diana camino más rápido pero antes de cruzar el umbral se detuvo y respiro,
sintió algunas lágrimas correr por sus mejillas abrazo a la niña y entro a la estación,
no había absolutamente nadie, pero la mujer desconfiaba de todo ya para ese mo-
mento, siguió avanzando, se acercó al filo de las vías, subió con cuidado a la niña
y después subió ella, la infante tomó a su mamá de la mano para sentirse segura.
Ya en la estación siguieron caminando ahora hacia la salida de la estación, ya esta-
ban bastante cerca del zócalo y podrían esconderse en el departamento del amante
de Diana hasta que llegara la ayuda para salir de la ciudad, eso daba esperanza,
eso daba firmeza a sus pasos eso daba valor, entre los muertos eso les daba vida.
En la estación reinaba una tensa calma, la madre y su hija avanzaron lo más rápido
para salir de esa inmensa soledad, es extraño como la ciudad pretende venderte
la idea de que estás seguro en la selva, una selva donde cualquier puede ser tu
depredador, algunos extraños sonidos detenían los pasos de las asustadas mujeres
pero estos se iban haciendo cada vez más fuertes, siguieron avanzando hasta que
encontraron el motivo del incremento en los ruidos, un montón de infectados se

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amontonaron sobre una de las entradas a la estación, gruñendo y motivados por el
olor de las víctimas, los desgraciados empujaban las rejas que poco a poco iban
cediendo ante el peso de los cuerpos.
Nuestra hermosa heroína se encontraba presa del pánico, mientras abrazaba a
su hija algo dentro de ella le paralizaba de manera horrible, el observar los rostros
deformes de aquellos infelices que habían quedado expuestos al terrible virus que
los mutó en horribles criaturas, le provocaba un terrible miedo que solo podría ser
superado por el asombro al pensar a donde había llegado el mundo, los infectados
ahora dominaban la zona, lo que en algunas horas más iba a ser una trampa mortal
para todos aquellos incautos que pretendieran seguir su rutina en una ciudad que
era reclamada por la muerta, la ciudad de los palacios, era un trampa mortal.
Pero dejando de lado los horribles pensamientos, Diana tomó a su hija y comenzó
a correr con destino a la salida de la estación que salía del lado contrario de la ave-
nida, cuando comenzaron a correr, se dieron cuenta que la reja por fin había cedido
al peso de los cuerpos de los infelices, la desesperación se apodero de la niña que
comenzó a gritar, los infectados moviéndose lentamente gruñían, desprendiendo un
olor a amoniaco, su cuerpo estaba cediendo a la infección. La mujer siguió corriendo
hasta que notó a un hombre que sostenía una escoba y un trapeador mismo que
se quedó paralizado al ver la horda de cuerpos que se acercaba en su dirección.
-¡Corra! ¡Por el amor de Dios, corra! –gritó Diana.
Pero el hombre no hizo caso, tan pronto Diana lo dejo atrás, la figura del hombre
fue destruida por los infectados ansiosos de carne, los infectados avanzaban des-
trozando todo lo que encontraban a su paso, la mujer y su hija corrían desesperadas
tratando de encontrar una salida, al fin después de un camino lleno de terror pudieron
ver el camino por el cual el hombre que recién había sido devorado, había entrado,
las dos mujeres salieron de forma violenta de la estación solo para encontrarse con
la calle solitaria, no perdieron tiempo y corrieron lejos, después de un rato de estar

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corriendo, la niña comenzó a jadear, Diana se dio cuenta de esto, y se percató de
que faltaba poco para llegar a las calles que la conducirían al primer cuadro de la
ciudad, lugar donde se llevaría a cabo la extracción de los supervivientes, la mujer
cargó a su hija y se dirigió hacia el primer cuadro.
La mujer corría aterrorizada por la calle 16 de Septiembre, esperando lograr en-
contrar algún helicóptero militar o algún tipo de señal humana, pero solo encontraba
infectados cuya piel pareciera estar derretida sobre sus huesos y músculos, aquellos
pobres infelices fueron los primeros en verse expuestos al terrible virus que había
sido detonado por la bomba, ellos tenían una movilidad más lenta a comparación
de los primeros infectados que había encontrado Diana. Al ir corriendo entre los
muertos y los tejidos muertos, la mujer solo pensaba que esto se trataba de un mal
sueño, que todo era una pesadilla, tal vez aquél infeliz con el que se encontraba en
el bar la había drogado y ahora estaba alucinando, si tenía suerte sobre una camilla
en algún hospital, pero no, todo esto era real, y el dolor que sentía en sus piernas
y brazos le recordaba a cada momento lo crítico de la situación, la fatiga casi la
vencía, hasta que observó que en alguno de los restaurantes existía una débil luz
esperando encontrar alguna ayuda se dirigió al lugar.
Al llegar al lugar Diana comenzó a golpear las puertas, el ruido atrajo la atención
de algunos infectados, su lento andar se dirigía hacia las mujeres, la pequeña niña
se dio cuenta de esto y comenzó a llorar gritando: Se acercan, mami, los mons-
truos se acercan, las dos estaban a merced de los infectados cuyas mandíbulas
comenzaron a chasquear, hambrientos, desesperados, Diana abrazó a la niña y le
protegió el rostro:
-Pase lo que pase, estaremos juntas mi amor- le dijo amorosamente Diana a la niña.
La presencia de los infectados ya se encontraba encima de las mujeres, cuan-
do ambas sintieron un tirón muy fuerte en sus brazos, era un hombre de mediana
edad que las miraba con angustia, mientras cerraba con unos tablones el paso al
restaurante en donde se encontraban escondidos.

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-¿Ustedes se encuentran bien? –dijo el hombre cuya figura apenas se distinguía
por la luz de las velas, los reportes indican que en el momento en que la infección
comenzó las líneas eléctricas fueron desactivadas.
-Muchas gracias –grito Diana al momento de abrazar al hombre –en verdad le
agradezco con todo el corazón que nos haya visto.
- No tienen de que preocuparse, pero ¿díganme hacia dónde iban? –pregunto el
hombre que se revelaba como un hombre maduro de unos 45 años de edad vestido
con camisa y moño negro, con pantalones de vestir, el cabello despeinado producto
de la lucha contra algunos infectados que habían tratado de devorarlo.
-Íbamos hacia la calle donde se encuentra un gran hotel, la calle de Tacuba, para
ser exactos, pero no creo que consigamos llegar a ese lugar, todos esos monstruos
están afuera, ¿qué es lo que está pasando? –susurró Diana al momento de abrazar
a la pequeña y llorosa Madahí.
- Es el juicio de Dios sobre nosotros, los muertos han vuelto a la vida por el día del
juicio final, es lo que pienso, nos quedamos aquí después de que el restaurante en el
que trabajábamos mis compañeras y yo fuera atacado cuando todo esto comenzó,
diablos apenas estábamos por abrir el local, pero no se preocupen tenemos algo
de comida y refugio en la parte de arriba, ¿quieren desayunar algo?
-Muchas gracias por todo – Diana sonrío aliviada.
Diana y Madahí, siguieron al hombre que se identificó como Manuel, por el oscuro
lugar, mientras trataban de hacer el menor ruido posible, mientras el hombre colocaba los
muebles en su lugar mismos que le servían como obstáculos para poder detener a los
posibles infectados. Al llegar a la parte superior, se encontraron con 2 mujeres jóvenes
que se mostraron muy dichosas por verlas llegar, también tenían señales de lucha, pero
ninguna se mostraba herida de gravedad, salvo algunos cortes en las mejillas y rodillas.
-Ana, Mía, reciban por favor a la señora y a su hija denles algo para beber por
favor –ordenó el hombre.

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Las mujeres se levantaron y en el acto trajeron leche y pan para las recién llegadas,
Diana y la niña agradecieron el gesto y por fin pudieron descansar, después de ter-
minar sus alimentos, Manuel le pidió a Diana que contara cómo había llegado hasta
ahí, ella comenzó con el relato pero no mencionando absolutamente nada sobre su
oficio y la conversación con su extraño amante, al terminar su relato, Manuel y sus
acompañantes les dejaron dormir un poco para reponer sus fuerzas.
Ya era más allá de la una de la tarde, cuando Diana despertó, en sus sueños escu-
chaba como algunos infectados se acercaban y devoraban su carne con tal intención
que no dejaban ningún rastro de carne sobre su pálido hueso, los gritos de la mujer
eran callados por los lamentos de los infectados, pero todo había sido un mal sueño,
la mujer se limpió los ojos con la mano, mirando a su alrededor, no pudo notar alguna
presencia ni de Manuel ni de las mujeres, pero si mucho ruido proveniente de la calle,
quiso saber que era lo que estaba pasando, se acercó despacio, y asomó la cabeza,
la escena que se presentaba era sacada de algún tipo de infierno, en una fuente que
se encontraba montada en el restaurante, se encontraba el cuerpo amarrado de un
infectado, le habían colocado cinta canela en la boca para que no hiciera algún sonido,
su cuerpo marchito era bañado por el agua de la fuente, misma que era bebida por
Manuel y las mujeres que entre carcajadas maldecían y gruñían como seres enfermos
mientras que a lo lejos se podían observar a cientos de gentes corriendo en las ca-
lles de los infectados, los incendios y el caos reinaban sobre el zócalo de la ciudad,
parecía que los anfitriones tenían una especie de celebración ante la escena, Diana
retrocedió procurando cuidar sus pasos, se dirigió hacia donde estaba dormida su
hija y con la mirada buscaba un camino para salir de ahí.
Angustiada tomó a la niña, soportando el llanto camino hacia donde se encon-
traban las escaleras, notó los muebles que Manuel había colocado, dejando a la
niña entre dormida y despierta recargada en un muro, Diana comenzó a mover los
muebles uno por uno.

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-Así que esto es lo que nos pagas, hija de puta –gritó el horrible que se dirigía a
Diana frenéticamente- no te irás me oíste tú y la perra de tu hija, serán los alimentos
para el nuevo mundo, hemos sido escogidos que no lo entiendes, de entre todos
los hijos de la tierra nosotros somos los nuevos ángeles, pero antes de ver el reino,
queremos saber cómo era el infierno, ramera, te entregaras a nosotros.
-Deja a mi mami –gritaba Madahí espantada ante el arrebato del espantoso hombre.
Diana sintió como el hombre colocaba sus manos en su cuello tratando de hacerla
desmayar, ella solo tenso su cuerpo y observando a su hija solo atinó en tomar los
testículos del hombre su pantalón y apretarlos, el hombre gritó como un loco, lo que
atrajo a las mujeres que comenzaron a golpear a Diana, para que soltase a Manuel.
Finalmente un golpe, hizo que Diana lo soltara, el hombre se echó para atrás,
cayendo sobre los muebles que todavía le detenían el paso hacia la salida, viendo
la oportunidad, Diana tomo a su hija en brazos y corrieron a la puerta, la mujer no
supo de donde obtuvo fuerzas, pero solo atino en salir rompiendo los cartones y
haciendo a un lado las láminas que Manuel había colocado, al salir, escucho como
Manuel la maldecía y a las mujeres que le indicaban que no podía salir, que solo
saldría hasta que el maestro fuera por su comida.
Diana, por un instante, perdió el sentido del tiempo, observó a su alrededor, y
vio las figuras de los infectados que ya habían notado su presencia los pedazos de
cuerpos humanos que se encontraban en la calle, la sangre de los muchos heri-
dos que servían de alimento a los desgraciados, cuando recupero el sentido de la
realidad, sin pensarlos dos veces, ella echó a correr hacia la calle de Tacuba, con
los pies descalzos, herida y soportando el llanto una vez más, algunos infectados
comenzaron a darle seguimiento, pero encontrando alguna otra víctima perdían el
interés en nuestra princesa de la noche, ella junto a su hija lograron llegar hasta la
calle de su destino, pudo localizar el edificio donde su cliente tenía su departamento,
entraron rápidamente al edificio, algunos infectados se encontraban ahí pero estaban
distraídos devorando a un anciano que les pedía auxilio, la ciudad estaba siendo

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reclamada por los muertos, al subir por las escaleras, Diana no supo que hacer, no
era el mejor lugar para estar pero ellas necesitaban de un refugio.
Soportando las terribles escenas y aromas de los infectados, Diana pudo llegar al
departamento de su amante, recordó que el dejaba las llaves debajo de la maseta
que tenía al lado de la puerta para que ella entrase discretamente las ocasiones que
se encontraban en ese departamento, nerviosa buscó las llaves, cuando las encontró
abrió la puerta, entró con Madahí, la mujer abrazó a su hija, respirando pesadamente,
Diana agradeció haber llegado hasta ahí, miró a su hija, y perdió el conocimiento.
Pasaron algunos días, Diana y Madahí encontraron que el departamento se en-
contraba vació, para su fortuna, no tenía muchas ventanas al exterior, tal vez por
el miedo del amante de Diana a ser descubierto por un paparazzi en alguna de sus
aventuras, pudieron dormir en una cama, a pesar de que las noches eran aterradoras,
pues se escuchaban lamentos de los infectados y los sonidos de los supervivientes
que igual que ellas se habían encerrado.
Pero conforme pasaron esos días el hambre las torturaba más y más, ya que por
alguna extraña razón los alimentos se habían echado a perder, olían espantoso,
Diana trató de hervir unos tomates que se había llenado de algo parecido al moho,
pero el aspecto era repugnante, el hambre era demasiada, muchas veces Diana se
sintió morir, mirando a su hija, su corazón se partía en mil pedazos, pero no podía
permitirse llorar, eso espantaría a la niña, Diana ya casi no iba al baño, ni tampoco
su hija, las dos iban a morir si se quedaban ahí.
Una noche, ya cuando la niña se encontraba dormida, Diana tomó el collar que
le había dado a su hija, miro a la pequeña, y sonrío no iba a permitir que el amor de
su vida muriera de hambre, se acostó junto a ella, le acaricio el pelo, y comenzó a
monologar, frente a la infante.
-Recuerdo el día que naciste, como si fuera ayer…- Diana siguió con su relato
hasta que cayó dormida.

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Un ruido espantoso despertó a Diana y a Madahí, pero no era el sonido de la
puerta, rompiéndose o algún infectado, era el sonido de las hélices y motor de un
helicóptero, la mujer maldijo ahora el no tener una ventana para poder llamar la
atención de los tripulantes, pero un mensaje le detuvo en seco:
-A los que se encuentren sanos y salvos, estamos para realizar un ejercicio de
rescate no podemos acércanos mucho a tierra, por favor busquen la forma de llegar
a la torre latino, por favor supervivientes, diríjanse a la torre latino para que podamos
rescatarlos, a todos los supervivientes, este ejercicio se realizara dentro de una hora,
por favor ármense y busquen una ruta para llegar a la torre –dijo una mujer por un
alta voz desde el helicóptero.
La mujer siguió repitiendo el mensaje, mientras el vehículo se alejaba, Diana supo
que era su oportunidad, recupero la fe y la esperanza, no iba a dejar que su hija se
quedara a pudrirse en ese departamento, tomándola en brazos, Diana apretó contra
su pecho a la niña, las dos comenzaron a buscar ropa y unos tenis para la madre
que les permitieran escapar, por fortuna encontraron dentro del abandonado ropero
del amante de Diana algo de ropa para cubrir a la niña y unos zapatos sin tacón
que la princesa de la noche se colocó con mucho cuidado pues sus pies todavía
se encontraban heridos, pero a pesar de todo el dolor, sabía que esta era la última
oportunidad, se prepararon y rápidamente estuvieron listas para salir, antes de abrir
la puerta Diana acercó a la niña y le dijo:
-Debes saber que incluso con todos mis defectos, mis errores, eres lo más her-
moso que he visto en mi vida, que siempre seré tu mamá y que pase lo que pase,
estaré ahí para ti – al terminar esto Diana dio un beso en la frente a su hija.
La mujer tomo en su brazos a su niña, y sin pensarlo abrió la puerta, para co-
menzar a correr, por todo el pasillo del edificio, algunos otros vecinos que se habían
aventurado se encontraban luchando con los infectados, Diana no se detuvo siguió
adelante con su hija, no pensaba en nadie más, solo en salir de ahí, siguió avan-

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zando, llegó a la calle, los infectados trataban de cerrarles el paso, pero la mujer los
esquivaba y los empujaba ferozmente, gritando, maldiciendo a los infectados, abra-
zando y protegiendo a la niña con sus antebrazos, pudieron llegar hasta una pequeña
tienda de ropa en la calle de Madero, podían ver a lo lejos, la torre latino, Diana sonrío
a la niña, pero la pequeña Madahí, estaba horrorizada.
Los infectados si habían dañado a Diana, las mordidas y las heridas bañaron en
sangre los miembros de la madre, ella no había notado el momento en que le habían
infringido las heridas, pero la pérdida de sangre y el hambre habían hecho mucho daño
en la mujer, que vio a su hija, y dulcemente le dijo:
-¿Quieres que te diga algo?, allá arriba están tus abuelos, es decir mi papá y mi
mamá, tienes que ir con ellos mi amor. Te están esperando yo debo de buscar algunas
medicinas para mis heridas y luego te alcanzo ¿sí?
-Ma…mi, por favor no… lo hagas –dijo llorando la niña-
-No hago nada mi amor, pero debo de curarme, es cierto lo que te digo que tus
abuelos están allá arriba, ¿no quieres conocerlos?
-Pero no mamá, no quiero irme sin ti.
Los infectados ya se encontraban muy cerca, los días que habían pasado que habían
pasado era lo último que se llevaría la princesa de la noche. En un arranque de valentía,
la niña echo a correr hacia la torre, Diana vio cómo su hija se alejaba, recordó cuando
la vio nacer, cuando llegaron a la ciudad, cuando comenzaron a vivir en la vecindad,
su primera noche pagada, el beso de su hija, para la princesa de la noche, el día había
llegado.
Pienso en todas esas personas que se encuentran fuera de aquí, seguramente es un
infierno, quisiera que todos ellos lleguen bien a donde quiera que se dirijan, protégelos
Dios mío, dales fuerza ante la muerte.
La mujer tomó fuerza y arrojo su medallón dentro de la tienda para derribar algunos
de los estantes que se encontraban en la tienda, para llamar la atención de los infec-

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tados, la pequeña niña, que no había avanzado más de algunos metros puesto que
mantenía los ojos en su madre, comenzó a correr con dirección a la torre latino, al
ver que su madre no se daría por vencida, la niña pudo avanzar entre los cuerpos y
los infectados que la rodeaban, ante la escena, Diana angustiada trataba de contener
sus ganas de salir corriendo para proteger a su hija, pero las heridas y su cansan-
cio no le permitirían llegar hasta ella a tiempo, sabía que la única oportunidad que
tendría su pequeña sería que ella sirviera como carnada, comenzó a gritar como
una loca, para llamar la atención de los infectados.
Los malditos trataron de atraparla varias veces, pero Diana forcejeaba y lograba
seguir adelante, trataba de acercarse al centro de Zócalo, mientras esto sucedía su
mente solo estaba fija en la promesa de las personas del helicóptero, y en que su
hija llegara a salvo a la punta de la torre latino, estaba en estos pensamientos cuando
pudo notar que varios supervivientes se acercaban a la torre latino a toda velocidad,
entre el grupo de supervivientes, se encontraban un hombre que le resultó familiar,
junto con dos jóvenes que al notar lo que le estaba sucediendo le dieron aviso al
tercero para ayudarla, el hombre tomó el hacha que llevaba la joven y comenzó a
correr en su dirección.
-¿Eres tú?

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Ahora sabemos que la infección que detonó por parte de un grupo extremista
tuvo dos momentos de incubación, la primera infección que se adhirió al tejido de
los habitantes de la ciudad de México que superviven en la noche, y en un segundo
momento el virus pareciera haberse adherido al tejido de los alimentos, mutando
junto con el Benzoato de Potasio que se encuentra como mayor conservador de los
alimentos, se reportaron infectados cuyo tiempo de re animación fue de 2 minutos
a 40 minutos después de una larga agonía, esperamos que el relato de la princesa
de la noche y los esfuerzos de este escritor ayuden a los supervivientes que se
encuentran en la ciudad.
La Princesa de la noche

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GRACIAS A TI, QUE NOS APOYASTE, CUMPLIMOS 2 AÑOS COMO EDITORIAL Y PRONTO CUMPLIREMOS 11 AÑOS COMO EL SELLO CREATIVO VIRTUAL BREAD
¡Espera sorpresas!
