La pertinencia de la veracidad - UB
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La pertinencia de la veracidad1 Jose E. Chaves
(Departament de Lògica, Història i Filosofia de la Ciència
Universitat de Barcelona
e-mail: [email protected])
Uno de los pasatiempos más extraños de los filósofos, sobretodo si son
analizados desde fuera, es el atacar y defender las verdades que parecen de Perogrullo.
La defensa de una de esas verdades será el objetivo central de este trabajo. Aunque en
principio esta tarea parezca ser una pérdida de tiempo sin interés, creo que hay razones
de sobra que justifican este trabajo. En primer lugar, porque se ha argumentado, a mi
juicio convincentemente, en contra de esa perogrullada. En segundo lugar, porque su
defensa nos obliga a profundizar en ciertas cuestiones que son de vital importancia para
la filosofía del lenguaje, cuestiones como puede ser la de individuar la proposición que
se expresa con una proferencia.
La perogrullada a la que me refiero es que como hablantes esperamos que los
demás piensen que les estamos diciendo la verdad y, como oyentes esperamos que
nuestros interlocutores no nos digan lo que creen que es falso. Estas simples
observaciones juegan un papel central en gran parte de los enfoques que trabajan dentro
de las teorías inferenciales del significado. Estas teorías mantienen en común la idea de
que la comunicación es una actividad de coordinación de intereses y que, dicha
actividad, ha de ser el punto de partida de nuestro análisis del significado. En el análisis
clásico de Grice, al igual que en el de Lewis, este requisito se traduce en una serie de
máximas que deben respetarse en alguno de los niveles que conforman el significado
del hablante. En particular, Grice mantiene que lo que se dice ha de regirse por la
máxima de calidad: no diga aquello que crea que es falso.
Los teóricos de la relevancia, otra de las grandes líneas de investigación dentro
de las teorías inferenciales del significado, cuestionan la necesidad y la fecundidad de
tal máxima, considerando que la verdad de nuestras proferencias es un resultado del
acto de comunicarse óptimamente y no uno de sus requisitos. Wilson y Sperber (2002),
1 Esto es, como mucho, sólo un borrador por lo que los comentarios serán más que bienvenidos. Vayan por delante mis agradecimientos a Esther Romero y Belén Soria, cuyos comentarios tienen mucho que ver con la posible validez de lo que aquí se defiende.
W&S a partir de ahora, consideran que hay dos fenómenos lingüísticos que demuestran
que lo que se dice no puede regirse por una máxima de calidad, máxima que, por seguir
su terminología, denominaremos de veracidad. Según ellos, los usos vagos y las
metáforas, fenómenos totalmente cotidianos, son incompatibles con la máxima de
veracidad o cualquier otro requisito de veracidad.
En este trabajo demostraré que hay una manera de entender la influencia de la
máxima de veracidad en lo que se dice que se escapa a las críticas de los teóricos de la
relevancia y que nos permite un marco teórico más respetuoso con nuestras expectativas
intuitivas de que la gente no nos diga aquello que cree que es falso.
Para poder llevar a cabo lo anterior, en un primer apartado expondré las críticas
de W&S a los requisitos de veracidad, centrándome especialmente en las críticas que
recibe Grice ya que será a partir de algunos comentarios de este autor que podremos
llevar a cabo nuestra defensa de dicha máxima. Hay dos problemas con las críticas de
W&S. El primero es que utilizan una noción de lo que se dice que no está en Grice,
como muestra el hecho de que dicho autor sí que mantiene una explicación de los usos
vagos. Con las metáforas, y los tropos en general, la crítica sigue siendo pertinente si
atendemos a la letra de Lewis y Grice. No obstante, el tratamiento de los usos vagos
sugiere una noción de lo que se dice capaz de diferenciar entre diversos ámbitos de
aplicación del requisito de veracidad, lo cual nos permite, y nos conmina, a dar otro tipo
de explicación del uso figurado del lenguaje. El segundo error de estos autores está en
no considerar que la veracidad pueda tener diversos ámbitos de aplicación.
Así, en un segundo apartado propondré una nueva forma de entender el requisito de
veracidad que está sugerida por los escritos de Grice. Esto me permitirá, en un tercer
apartado, hacerme cargo de los supuestos contraejemplos a la veracidad: el uso vago y
las metáforas.
1. Críticas de Wilson y Sperber a los requisitos de veracidad
Los requisitos de veracidad son aquellos que intentan hacerse cargo de la idea de
que los oyentes y los hablantes esperan respectivamente que no se les diga algo que se
crea falso y que no se les considere faltando a la verdad. Como ya he dicho
anteriormente, Wilson y Sperber consideran en sus críticas sólo dos representantes de
los diferentes requisitos de veracidad que podríamos encontrar en la bibliografía, Lewis
y Grice, manteniendo que son lo suficientemente representativos como para que las
críticas que se desprenden de ellos sean aplicables a cualquier variante posible. Por lo
tanto, W&S pretenden demostrar que el uso de esa máxima o requisito en Lewis y en
Grice no permite dar cuenta de numerosos contraejemplos.
En este trabajo me centraré en las críticas a la versión griceana del requisito de
veracidad, dejando a un lado a Lewis salvo por pequeños comentarios. Hay dos razones
para esta elección, la primera es que la solución que propondré está basada en algunos
textos de Grice. La segunda razón es que el verdadero problema de estos dos requisitos
de veracidad procede de los rasgos comunes que comparte, aún cuando la crítica de
W&S se realice atendiendo a características particulares de cada teoría. Así pues, lo
primero que haré en esta sección será introducir las dos versiones del requisito de
veracidad, la de Grice y la de Lewis, mostrando cuál es el rasgo común entre ellas y qué
les hace vulnerables a las críticas relevantistas, críticas que trataré por separado
fijándome sólo en Grice.
Para entender cómo funciona el requisito de veracidad de Grice hay que tener
presente, al menos, una rápida caracterización del marco en el que trabaja este autor2.
Grosso modo, el significado del hablante, según Grice, está compuesto por dos
elementos diferenciables. Por un lado tenemos el contenido dicho, del que da cuenta la
noción de lo que se dice, que no es más que el significado literal de la oración proferida
una vez que se han eliminado las ambigüedades y se han asignado los referentes
pertinentes. Por otro lado tenemos lo que se implicatura conversacionalmente que es el
contenido que el hablante sugiere a partir de lo que dice y que se obtiene mediante
inferencias pragmáticas. Este tipo de inferencias pragmáticas se realizan atendiendo al
siguiente esquema. El significado del hablante está supeditado al Principio de
Cooperación y sus máximas de tal manera que si alguna de las máximas no se cumple
en el nivel de lo que se dice, entonces se produce una inferencia pragmática que nos
permita reestablecer la cooperación. En este marco, el requisito de veracidad toma la
forma de una de las submáximas de la máxima de calidad: no diga usted aquello que
cree que es falso3. De esta manera, lo que el requisito de veracidad en Grice parece
imponer es que lo que se dice, la proposición literalmente expresada una vez que se han
2 El marco que aquí delineo se corresponde con la interpretación más extendida que se hace de este autor y que W&S asumen. En otros lugares, (Chaves 2004; 2005), he defendido que esta interpretación no resulta del todo coherente si atendemos a varios escritos de Grice. 3 Al haber varias máximas podría argumentarse que el requisito de veracidad no juega un papel central y que, por lo tanto, las críticas de W&S son un tanto tangenciales. No obstante, ellos señalan que la máxima de veracidad para Grice no puede compararse a las demás y que ésta tiene un carácter fundamental de las que otras carecen (W&S, 2002: 586-586).
eliminado ambigüedades y que se han asignado los referentes, no debe ser algo que el
hablante cree que es falso.
Para ver el requisito de veracidad en la versión de Lewis podemos utilizar la
misma cita que utilizan W&S:
My proposal is that the convention whereby a population P uses a language £ is
a convention of truthfulness and trust in £. To be truthful in £ is to act in a certain way:
to try never to utter any sentences of £ that are not true in £. Thus it is to avoid uttering
any sentence of £ unless one believes it to be true in £. To be trusting in £ is to form
beliefs in a certain way: to impute truthfulness in £ to others, and thus to tend to respond
to another's utterance of any sentence of £ by coming to believe that the uttered sentence
is true in £. (Lewis 1975, p. 167)
Si leemos esta cita a la luz de la breve caracterización que se ha dado de Grice,
vemos que en ambos lo que se mantiene es que la veracidad nos exige que el hablante
no crea que la proposición literalmente expresada por la oración proferida es falsa. Esta
es la razón por la que denominaré a todo aquel requisito de veracidad que comparta
estos elementos como ‘requisito de veracidad literal’ (RVL).
Este elemento común es el que pretenden rechazar W&S. Para ellos, no hay nada
que pueda llamarse ‘la proposición literalmente expresada’ a lo que se le aplique el
criterio de veracidad. Lo que ocurre es que, cuando se profiere una oración, obtenemos
semánticamente algo, una forma lógica interpretada, que no es una proposición en un
sentido veritativo-funcional. Sobre esta forma lógica actúa el Principio comunicativo de
la pertinencia, permitiéndonos obtener la proposición expresada por el hablante sobre la
que posteriormente se calculan las implicaturas conversacionales4.
A continuación veremos cómo los usos vagos y las metáforas representan un
problema al requisito de veracidad literal en Grice. W&S señalan que estos no son los
únicos contraejemplos, un primer tipo de contraejemplos a los RVL son las bromas, la
ficción y las mentiras. No obstante, estos autores (2002: 586) admiten que hay una
explicación razonable y óptima de este tipo de casos tanto en Lewis como en Grice. El
4 Esta caracterización está tan simplificada que es prácticamente una caricatura de la teoría de la pertinencia. Para una exposición detallada véase Sperber & Wilson, 1986/1995 o Wilson & Sperber, 2004.
verdadero problema, según W&S, de aplicar la máxima de veracidad literal a lo que se
dice viene de la mano de los tropos y los usos vagos5.
1.1. Usos vagos del lenguaje
Los usos vagos del lenguaje se caracterizan porque en ellos el hablante profiere
una proposición que es estricta y literalmente falsa, pero que ningún participante percibe
como una contribución falsa o espuria a la conversación. Tomemos, por ejemplo, una
proferencia como (1),
(1) La ponencia empieza a las cinco de la tarde
en ella el significado literal nos dice que la ponencia empezará a las cinco de la tarde, ni
un minuto antes ni un minuto después de las cinco. Sin embargo, como todos sabemos,
las ponencias rara vez comienzan exactamente a la hora indicada por lo que si la
ponencia empezara cinco minutos más tarde de las cinco de la tarde nadie acusaría al
hablante de haber mentido o de haber cometido un error de cálculo. Lo que tenemos,
pues, en los usos vagos es que se incumple sistemáticamente el requisito de veracidad
aplicado a la proposición literalmente expresada.
¿Podemos explicar estos casos dentro del marco de un requisito de veracidad literal?
Según W&S, (2002:593), Grice no ofrece ninguna explicación de los usos vagos. Sin
embargo, se podría intentar dar una explicación desde el marco griceano considerando
que al incumplir el RVL en el nivel de lo que se dice se produce una implicatura
conversacional. El problema de este tipo de explicación es que los usos vagos no
encajan en ninguna de las cuatro maneras en las que, según Grice, se pueden incumplir
las máximas, de hecho, los usos vagos no son percibidos como incumplimientos de esa
máxima de ninguna manera.
Según Grice, hay cuatro formas en las que se pueden incumplir las máximas. En
primer lugar, se puede violar una máxima tranquilamente y sin ostentación, lo que
puede dar lugar a algunos errores y suele ser el caso en el que el hablante miente o hace
alguna broma (normalmente, mala). En segundo lugar, se puede optar por no seguir ni el
Principio de cooperación ni ninguna de las máximas. Obviamente, los usos vagos no se 5 Wilson y Sperber consideran que ciertos tropos, como la metáfora, son casos particulares de usos vagos. No obstante, mantienen sus críticas por separado. Además, aunque ellos comienza hablando de los tropos en general, su argumentación se centra en el caso de las metáforas por lo que yo obviaré en este trabajo las figuras del discurso no metafóricas.
corresponden a ninguna de estas dos maneras, el hablante se percibe como cooperando y
no hay ninguna intención por su parte de llevar a confusión a su interlocutor. Otra
manera en que se incumplen las máximas se produce cuando dos, o más, máximas no se
pueden seguir a la vez. En este caso, el hablante incumple una máxima para poder
cumplir otra. Aunque W&S no consideran este caso en su crítica a Grice asumiré que no
se puede dar una explicación unificada de los usos vagos atendiendo a un conflicto de
máximas. Por último, el hablante “puede mofarse de una máxima; esto es, puede dejar
de cumplirla descaradamente” (Grice 1975/1989: 30). Esta última situación, en la que
diremos que se está explotando una máxima, es la que da lugar característicamente a las
implicaturas conversacionales. Los usos vagos, como he dicho, no se perciben como
incumplimientos descarados de la máxima de veracidad por lo que la conclusión de
estos autores es que un marco como el griceano no puede explicar los usos vagos
(W&S, 2002: 594).
W&S exploran otras posibles explicaciones de los usos vagos de la mano de
Lewis, que sí propuso una explicación de este tipo de fenómenos. Sin extendernos
demasiado en los detalles, la idea es intentar hacer que los RVL involucren grados de
aproximación, esto es, hacer que el hablante no mantenga una proposición literal a
menos que sea aproximadamente verdadera. Hay varios problemas con este tipo de
solución que equipara el fenómeno pragmático de los usos vagos con el de la vaguedad
semántica. El primero es que no todos los ejemplos de uso vago es susceptible de una
explicación en términos de estándares de precisión como ocurre, según W&S, con (2),
(2) Debo de irme corriendo al Banco antes de que cierren
proferida por alguien al que acaban de ofrecerle una invitación a una cerveza en un
grupo de amigos. Con este tipo de proferencias nadie espera que esa persona vaya a salir
literalmente corriendo ni nadie la tacharía de mentirosa si simplemente se bebiera la
cerveza rapidamente y se fuera caminando a un paso vivo hacia el banco. El que una
explicación de este tipo de ejemplos en términos de estándares de precisión no este
disponible se debe a que ‘andar a diferentes velocidades’ no es equivalente a ‘correr’
bajo ningún estándar de precisión6.
6 Una posible respuesta a esta crítica de W&S es que su análisis de la situación es muy sesgada, esto es, se puede entender que lo que es equivalente a ‘correr’ es ‘moverse a distintas velocidades’ con lo que si podríamos establecer un continuo en el que establecer estándares de precisión. El problema de esta
No obstante, W&S consideran que incluso en los casos en los tal explicación
parece disponible hay problemas que la hacen poco deseable. Fijándonos en nuestro
ejemplo inicial, (1), parece que una explicación dada en estándares de precisión nos
debería decir que hay un radio, pongamos de cinco minutos, en el que esta proferencia
se consideraría verdadera, esto es, si la ponencia empieza en un intervalo comprendido
entre a las cinco menos cinco de la tarde y las cinco y cinco de la tarde debería
considerarse dentro de los límites del requisito de veracidad literal. Sin embargo, W&S
señalan que hay una asimetría entre empezar cinco minutos antes y empezar cinco
minutos después, lo primero nos parecería totalmente inapropiado y haría falsa a la
proferencia (1); lo segundo nos parece lo habitual y algo totalmente acorde con (1). Esta
asimetría es algo de lo que una explicación análoga a la vaguedad semántica no puede
dar cuenta (W&S, 2002: 596-600).
1.2. Metáforas
Según Wilson y Sperber (2002: 587), tanto la explicación griceana de los tropos
como la de Lewis son deudoras de la explicación de la retórica clásica. Lo que
comparten estas tres aproximaciones a los tropos, según W&S, es la aceptación de dos
supuestos:
a) Las proferencias literales y las figuradas se diferencian no en el tipo de
significado que tienen (luego, si el significado literal es veritativo-
funcional, entonces también lo es el figurado), sino en la manera en que
esos significados son generados.
b) Los significados de las proferencias figuradas son generados a partir de
sus significados literales por desviaciones sistemáticas7.
El supuesto controvertido, y que W&S rechazan en su explicación, es el
segundo, a saber, el que los significados figurados se obtengan por desviaciones respuestá está en que es dudoso que podamos redefinir todos los ejemplos que ellos propusieran en unos términos que nos permitan el análisis en estándares de precisión. 7 La explicación de las metáforas que exploraré en el siguiente capítulo mantiene el primer supuesto, a), pero niega b), que el significado metafórico de una proferencia sea una desviación sistemática de su significado literal. Es fácil ver que esto se debe a que la aceptación del supuesto b) ya presupone un ámbito de aplicación del requisito de veracidad.
sistemáticas a partir de los significados literales de la oración proferida. Lewis acepta
explícitamente este supuesto conforme a la interpretación de las metáforas. El problema
está en que no explica qué tipo de desviaciones son las que generan los significados
figurados a partir de las sistemáticas.
Con Grice la situación es, de algún modo, la contraria. Esto es, Grice no se
adhiere explícitamente a este supuesto, aunque sí que nos da una explicación de cómo
se producen esas desviaciones sistemáticas.
Este supuesto lo que mantiene es que para interpretar una proferencia figurada
primero hemos de interpretarla literalmente y, con esa interpretación literal, calcular la
interpretación figurada. Así, lo que se dice en Grice sería el significado literal de la
proferencia. Una vez obtenido lo que se dice, el significado literal, los tropos se
generarían porque en lo que se dice se incumple la máxima de calidad. De esta manera,
el significado figurado se calcularía como una implicatura conversacional, sería un
proceso que se da en dos pasos. W&S consideran que el principal problema de esta
explicación está en el primer paso, en lo que se dice.
Lo que se dice es una noción ambigua en Grice, argumentan Wilson y Sperber
(2002: 589), que admite dos interpretaciones. En la primera, lo que se dice es
meramente expresar una proposición y, por tanto, la primera máxima de calidad se
parafrasearía como no exprese proposiciones que crea falsas. En esta interpretación, los
tropos se generarían porque el hablante expresaría una proposición que cree que es
falsa, siendo el significado figurado una implicatura que reestablecería la burla a la
máxima de calidad. El problema está en que, tal y como dicen Wilson y Sperber (2002:
589), los tropos burlan la máxima de calidad de una manera en que no se puede
reestablecer con una implicatura: añadir información a una proposición que creo que es
falsa no la convierte a ésta en una que creo que es verdadera.
La segunda interpretación posible de la noción griceana de lo que se dice
involucra no solo que el hablante exprese una proposición, sino que se comprometa con
su verdad. La primera máxima de calidad, por tanto, le exige al hablante que no afirme
proposiciones que crea falsas. El problema de esta interpretación, según Wilson y
Sperber (2002: 589-90), es que no parece que sea necesaria una máxima de calidad que
garantice la veracidad de lo que se dice si nos hemos comprometido ya con la verdad
del contenido de lo dicho. Así, Grice no tendría una explicación viable de los tropos.
En Grice, los tropos se generan porque se burla la máxima de calidad, se dice
algo que se cree falso. El principal problema es que en los tropos no hay una
proposición mínima que haga que el hablante no mantenga una proposición que cree
que es falsa, por lo tanto, no hay nada que se diga y que nos permita calcular la
implicatura que restablezca el incumplimiento de las máximas. En este punto, Grice
recurre a la noción de hacer como si se dijera permitiendo que se puedan generar
implicaturas a partir de ella. Pero si los tropos se producen por una violación de la
máxima de calidad ha de decirse algo y no simplemente hacer como si se dijera. Éste es
un problema que no encuentra solución en los textos de Grice8.
2. Requisito de veracidad: una propuesta
Hasta ahora hemos visto cómo un requisito de veracidad literal impuesto sobre lo
que se dice, entendiendo lo que se dice como el significado literal de la oración
proferida, no es capaz de explicar coherentemente ciertos fenómenos como son las
metáforas y los usos vagos. La propuesta de W&S es la de eliminar cualquier requisito
de veracidad a favor de un requisito de pertinencia que sí nos permite una explicación
coherente de esos fenómenos.
Sin embargo, este requisito de pertinencia difiere de los requisitos de veracidad
considerados no sólo en el contenido sino también en el ámbito en el que se aplican,
esto es, ellos consideran un requisito de pertinencia aplicado no tanto al significado de
la oración sino como una guía para construir el contenido explícito de una proferencia.
Lo que pretendo en esta sección es proponer un requisito de veracidad que se aplique al
mismo nivel que el principio de pertinencia, esto es, proponer que la veracidad no sea
algo que se aplique al significado literal de la oración sino que sea lo que nos permite
sacar9 lo que el hablante dice al proferir una oración. Para diferenciarlo de los requisitos
de veracidad literales, RVLs, lo denominaré ‘requisito de veracidad expresivo’ (RVE).
Este requisito de veracidad está inspirado, por un lado, en el bien conocido análisis
que hace Grice de las implicaturas convencionales y, por otro, en el análisis griceano de
los usos vagos del lenguaje. Aunque este último análisis es usualmente ignorado en la
bibliografía, como muestra el hecho de que W&S le critiquen precisamente la ausencia 8 La teoría de la metáfora como implicatura que tiene su origen en Grice ha intentado vérselas con estos problemas de diversas maneras aunque siguen presentándose argumentos en su contra (Romero & Soria, en preparación). 9 La expresión ‘sacar’ no es demasiado buena. El problema que me he encontrado es que la expresión más natural en este contexto sería la de ‘calcular’, expresión normalmente relacionada con implicaturas o con todo tipo de procesos inferenciales. Sin embargo, yo no quiero comprometerme con la tesis, propia de la teoría de la pertinencia, de que todo proceso pragmático se lleva a cabo mediante una inferencia pragmática análoga a las implicaturas conversacionales.
de tal explicación, mantiene una coherencia con la explicación griceana de las
implicaturas convencionales, así como con otras partes de su obra, que nos permite
formular una propuesta que puede ser plausible mantener en el marco en el que nos
movemos. Con esta idea, expondré qué unifica tanto a las implicaturas convencionales
como a los usos vagos.
La noción de implicatura convencional, como ya he dicho, es ampliamente
reconocida y ha sido y sigue siendo discutida bajo diferentes versiones. No obstante,
parece que ha pasado desapercibido, o al menos no se le ha dado la importancia que
puede llegar a tener, que en ella el requisito de veracidad actúa en un nivel anterior al de
la proposición expresada, esto es, se trata de casos en que el requisito de veracidad se
utiliza para que una parte del significado convencional de una expresión no forme parte
de lo que se dice, la proposición expresada, cuando se profiere dicha expresión.
Lo que se implicatura convencionalmente, según Grice (1975: 25-26), depende
del significado convencional de las palabras. Una implicatura convencional es un tipo
de implicación semántica que se caracteriza por ser un contenido que no fija las
condiciones de aplicabilidad de la proferencia, esto es, que puede ser falso aún siendo la
proferencia que lo implicature verdadera. Así, en una proferencia normal de (3)
(3) Es inglés; por lo tanto, es valiente
podemos distinguir tres proposiciones: 3a, él es valiente como consecuencia de que él es
inglés; 3b, él es inglés; y 3c, él es valiente. La primera, 3a dependerá de parte del
significado convencional de la expresión "por lo tanto", aunque sólo se ha
implicaturado. Si esto es así, nos enseña Grice, es porque esta contribución es falsa,
estrictamente hablando, en tanto el que él sea valiente no es una consecuencia lógica de
que él sea inglés. Sin embargo, esto no impide que, si lo que decimos con la proferencia
de (3) fuese sólo que él es inglés, 3b, y él es valiente, 3c, hagamos una contribución
verdadera, en el caso de que el referente del deíctico ‘Él’ tenga estas propiedades. Así el
criterio por el que proposición 3a se incluye en lo que se implicatura es que si al proferir
(3) se dijera dicho contenido, el hablante estaría manteniendo algo que es falso y que
tanto su interlocutor como él, creen que es falso, se violaría la primera máxima de
calidad del Principio de Cooperación. Es en este sentido en el que un criterio de
veracidad nos permite decidir si cierto contenido semántico forma parte de lo que se
dice o no. Si, por el contrario, el requisito de veracidad se aplicara al significado literal
o semántico de la oración proferida sin más, si tuviéramos un RVL, lo que tendríamos
sería que las implicaturas convencionales no existirían, serían casos en los que el
hablante siempre viola ese requisito al nivel de lo que se dice.
Aunque el caso de las implicaturas convencionales sea el más conocido y por lo
tanto el caso que puede conllevar más aceptación no es el único ni el que más nos
interesa aquí dadas las críticas de W&S. Pese a las ya señaladas críticas de W&S, Grice
propone una explicación de los usos vagos10. Esta explicación griceana de los usos
vagos nos proporciona otro tipo de ejemplos en los que el requisito de veracidad
conforma a lo que se dice. Grice (1978/1989: 44) nos pide que imaginemos una
proferencia como (4).
(4) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que ambos saben
que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del mismo objeto,
A profiere:] Ahora es verde claro y bajo esta luz tiene un toque de azul
Aunque parte del significado convencional de la oración proferida en (4) indica que hay
un cambio real de color de la corbata, esa parte del significado lingüístico de la oración
no contribuye a lo que se dice al proferirla. Con (4), A dice lo mismo que si
considerásemos lo que dijo en (5).
(5) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que ambos saben
que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del mismo objeto,
A profiere:] Ahora parece verde claro y bajo esta luz parece tener un toque de
azul
Que (4) y (5) expresen la misma proposición, pese a tener significados
lingüísticos diferentes, se explica porque en (4) el contexto de la proferencia, el
conocimiento tanto del oyente como del hablante de que las corbatas no cambian de
color, permite un uso vago de las expresiones involucradas. Para Grice, este uso vago
10 Aunque el fenómeno que tanto Grice como W&S denominan ‘usos vagos’ sea el mismo, el proceso por el que se da son totalmente diferentes. Esto puede comprobarse si se compara la explicación griceana de los usos vagos que aquí se ofrece con la ofrece Carston y que se verá al tratar las metáforas. No obstante, estas diferencias son inocuas para nuestra tesis, lo único que necesitamos es que Grice tenga una explicación coherente del fenómeno.
consiste en una cancelación contextual de parte del significado lingüístico11 que se
produce para evitar que el hablante mantenga algo que cree que es falso. De ahí que una
característica de los usos vagos sea que el oyente puede exigirle al hablante que hable
más estrictamente (Grice 1978/1989: 45), que produzca (5)12. Lo que me interesa ahora
subrayar es que la motivación de la explicación griceana de los usos vagos y de las
implicaturas convencionales es la misma y que con ella aparece tanto una noción
favorecida de lo que se dice como un requisito de veracidad distintos de los que se le
atribuyen a Grice en las críticas de W&S.
La motivación a la que me refiero resulta obvia si atendemos a lo que unifica
ambos casos. Tanto en las implicaturas convencionales como en los usos vagos lo que
ocurre es que una parte del significado literal no se considera como parte de la
proposición expresada por el hablante porque, en caso contrario, éste diría algo que cree
que es falso. Pero imponer que el hablante no diga algo que cree que es falso no es más
que aplicar el requisito de veracidad. Como ya he dicho, hay varios, al menos dos,
ámbitos en los que los requisitos de veracidad cumplen una función determinada. Por un
lado, tal y como señalan W&S, el requisito de veracidad actúa sobre el contenido dicho
en forma de la primera máxima de calidad, permitiendo que se generen implicaturas
conversacionales por la trasgresión de la máxima. Este tipo de requisito es el que he
denominado literal. Por otro lado, el requisito de veracidad puede actuar a un nivel más
básico, esto es, puede actuar sobre la proferencia para ayudarnos a generar el contenido
dicho por el hablante, esto es, para saber si algo es o no parte de la proposición
expresada, lo que se dice, por el hablante13. Este segundo requisito de veracidad es lo
11 La cancelación al ser contextual no supone que se recupera un contenido y luego se quita, sino simplemente que no se llega a recuperar ese contenido aunque convencionalmente lo signifique la expresión. 12 Esta explicación de los usos vagos impide que puedan asimilarse a ejemplos de implicaturas conversacionales como intentan W&S en su crítica, porque si bien ambos contenidos son cancelables, el contenido dicho de los usos vagos es desligable, como puede verse en (5), mientras que toda implicatura conversacional ha de ser indesligable. Por otro lado, siendo el contenido de los usos vagos desligable como para las implicaturas convencionales, estas últimas no son cancelables. La opción que quedaría en la propuesta de Grice es que sea una presuposición pero las presuposiciones en Grice son indesligables y no cancelables y además tienen que ser verdaderas para que se pueda decir algo. Esto nos muestra que hay partes del contenido que pueden ser cancelables y pertenecer a lo que se dice: “unfortunately one cannot regard the fulfillmentent of a cancelability test as decisively establishing the presence of a conversational implicature” (Grice, 1978/1989: 44). Para una exposición más detallada de los usos vagos en Grice, así como una defensa de que estos usos minan la interpretación tradicional de este autor y de su noción de lo que se dice, vid. Chaves, 2004. 13 Al introducir dos requisitos de veracidad que actúan en ámbitos diferentes eliminamos la posible ambigüedad que señalaban W&S en lo que se dice pero introducimos un factor de riesgo, esto es, aún tenemos que aclarar cúal es la relación entre estos dos requisitos y si son realmente necesarios los dos. Las pocas líneas de Grice en la que podríamos apoyarnos para solventar este problema indican que ambos
que he denominado el Requisito de Veracidad Expresiva (RVE), cuya formulación
simplificada es:
RVE:
Un elemento del significado determinado pragmáticamente [contextualmente] o
convencionalmente es parte de lo que se dice syss es requerido para que el
oyente piense que el hablante no mantiene una proposición que cree que es
falsa.14
En esta formulación lo que tenemos realmente es que el RVE se perfila como el
criterio por el que podemos decidir qué proposición es dicha o expresada por el
hablante, obteniendo de esta manera lo que sería el punto de partida de las implicaturas
conversacionales.
La segunda interpretación de lo que se dice que proponen Wilson y Sperber, que
vimos en el apartado 1.2, se asemeja a la que se está defendiendo aquí con el RVE. Sin
embargo, hay una diferencia muy notable. Para estos autores, la segunda interpretación
de lo que se dice contiene a la primera, esto es, al decir que p el hablante expresa la
proposición p, el significado literal de su proferencia, y se compromete con la verdad de
p. Así, Grice sería lo que se ha dado en llamar un minimista lingüístico. Por el contrario,
en la noción de lo que se dice que estoy defendiendo ésta vendría dada por la mínima
proposición con la que el oyente piensa que el hablante podría comprometerse. El
compromiso con la verdad no se realiza sobre una proposición, sino que, como he
repetido hasta la saciedad, es lo que nos permite construir la proposición que pertenece
a lo que se dice. De esta manera, el RVE nos proporciona una razón de porqué la
primera máxima de calidad cumple una función distinta a las demás máximas, esto es,
porqué es, de alguna manera, la que tiene un carácter fundamental con respecto a las
demás tal y como nos sugiere Grice y dan por garantizado W&S. Además, nos permite
eliminar la ambigüedad de la noción de lo que se dice, hay una única noción de lo que
se dice en Grice15.
requisitos pueden coexistir, por el contrario, mi tendencia es a quedarme sólo con RVE. De todas maneras, no voy a considerar este problema en este trabajo ya que resulta irrelevante para la tesis central. 14 La forma específica que toma el RVE está sugerida por los diferentes principios minimistas que Carston propone para intentar clasificar las formas en las que se ha delimitado qué contenido pertenece a lo que se dice. 15 He defendido esta reconstrucción del marco griceano en Chaves, 2005.
3.- Usos vagos, metáforas y veracidad
En este apartado mostraré cómo podemos hacernos cargo de las críticas de W&S
a los requisitos de veracidad, esto es, mostraré como con el RVE tenemos una
explicación coherente tanto de las metáforas como de los usos vagos. Creo que a la luz
del apartado anterior resulta obvio que Grice tiene solución para el uso vago del
lenguaje. Para W&S una teoría basada en la máxima de veracidad no puede dar cuenta
de un uso vago del lenguaje, uso que no nos da problemas como hablantes competentes
y que está ampliamente extendido. El error de la argumentación de Wilson y Sperber es
que parten de una noción de lo que se dice que no está en Grice. En efecto, los usos
vagos constituyen un serio problema para todo aquel que mantenga un minimismo
lingüístico, deudor del RVL, pues estaría obligado a recuperar información de la oración
proferida que haría falsa la proposición dicha, chocando de esta manera con las
intuiciones de que en los usos vagos no se dice nada falso. Pero si tenemos en cuenta un
criterio como el RVE, no podríamos mantener que en esos casos se dice algo que es
falso, simplemente se produce un proceso de cancelación contextual de parte del
significado semántico de algún componente de la oración, de tal manera que la
proposición que se expresa, lo que se dice, no mantenga algo que sea falso.
Cuando introduje las críticas de W&S basadas en los usos vagos del lenguaje
señalé algunos de los problemas que tenía una explicación como la de Lewis. Los
problemas de este tipo de explicación provenían de considerar los usos vagos del
lenguaje como un fenómeno análogo al de la vaguedad semántica. La solución que
encontramos en Grice no está sujeta a este tipo de crítica ya que es completamente
diferente a la de la vaguedad semántica.
¿Podría hacerse cargo Grice de las críticas a su propuesta de la metáfora como
implicatura?
Tim Wharton (2002) defiende que si atendemos a todos los trabajos de Grice,
centrándonos en los de su última etapa, encontramos que hay una explicación de las
metáforas alternativa a la explicación en términos de implicaturas que es la que
conforma la base de la crítica de W&S. A continuación expondré esa alternativa que
puede ser suficiente para minar la idea de que una teoría basada en los requisitos de
veracidad no puede dar una explicación coherente de las metáforas. No obstante, creo
que esta explicación no es la más apropiada en un marco griceano y que tiene problemas
propios, por lo que propondré una explicación que puede acomodarse perfectamente con
el RVE.
Wharton basa su argumentación en la defensa de que en sus William James
Lectures 1967 Grice presentó un programa de trabajo que dejó inconcluso, aunque en
1987, “Retrospective Epilogue” hizo algunas aportaciones que nos permiten revisar el
programa16. En esa última etapa, Grice pretende encontrar un criterio para diferenciar lo
que es parte del significado literal y lingüístico de una oración proferida (lo que él llama
formalidad) y lo que es parte de lo que el hablante dice al proferir esa oración (lo que
denomina dictividad). En ese contexto, Grice considera diversos casos en los que esas
dos características, la formalidad y la dictividad, se pueden combinar. De estas cuatro
combinaciones, Wharton se centra en la que nos proporciona dictividad sin formalidad,
esto es, en la que el hablante dice algo al proferir una oración sin que se corresponda
con el significado literal de la oración proferida:
Supongamos que alguien, en un contexto apropiado, dice ‘Heigh Ho’. Es posible que él
quiera decir algo como “bueno así es como el mundo funciona”. O de nuevo, si alguien
dijera “Él es un evangelista”, podría querer decir, quizás, “Él es un santurrón, hipócrita,
racista, reaccionario, avaro”. Si en cada caso su significado fuera como se sugiere,
puede afirmarse que lo que él significa era de hecho lo que sus palabras dicen; en cuyo
caso sus palabras serían dictivas pero su contenido dictivo sería no-formal y no sería
parte del significado convencional de las palabras usadas. Podemos entonces encontrar
dictividad sin formalidad.
(Grice 1987/1989: 361)
Obviando la dificultad que supone la concepción de lo convencional de Grice, la
importancia de esta cita está en que separa el significado convencional de las palabras
de lo dicho con ellas. En base a esto, Wharton rechaza la interpretación clásica y más
extendida de Grice, interpretación que se corresponde con el bosquejo dado al principio
de este trabajo y en el que está basada la crítica de W&S. Esto le permite a Wharton
defender que si Grice hubiera continuado con su programa habría modificado algunas
de sus propuestas teóricas a favor de una explicación de corte contextualista en
consonancia con la evolución que encontramos en su obra.
16 Ambas obras están contenidas en Grice, 1989.
En concreto, Wharton considera que Grice explica el ejemplo de “Él es un
evangelista” como un uso vago del lenguaje. Para Wharton, siguiendo en esto a los
teóricos de la relevancia, dicho ejemplo es claramente una metáfora. De esta manera,
parece que Grice estaba en condiciones de abandonar una teoría de la metáfora como
implicatura a favor de una teoría que considerase el uso metafórico del lenguaje como
un caso especial de uso vago en el sentido relevantista.
Estoy de acuerdo con Wharton en que la evolución en el pensamiento de Grice
nos puede llevar a rechazar algunas partes de su teoría, en concreto su defensa de la
metáfora como una implicatura. Es más, la propuesta del RVE no es más que una
revisión de su teoría a la luz de esa evolución. Sin embargo, no creo que Grice estuviera
cambiando conscientemente su teoría de la metáfora y mucho menos que lo hiciera
porque “él es un evangelista” sea un ejemplo de uso vago. En lo que sigue defenderé
que es un error considerar ese ejemplo como un caso de uso vago, un error que le lleva a
Wharton a equivocar sus apreciaciones del sistema griceano. En un primer lugar
señalaré que esa concepción de la metáfora tiene sus propios problemas como para
considerarla una alternativa deseable. Sin embargo, lo importante no está en las virtudes
o en los defectos de la metáfora como uso vago, sino en que la misma cita de Grice que
utiliza Wharton parece incompatible con esa explicación.
La explicación del uso metafórico como un uso vago del lenguaje que sigue
Wharton la podemos encontrar, entre otros, en Carston (2002). Según Carston, en la
proferencia metafórica de ‘Él es un evangelista’ se da un proceso de relajación de
contenido17 mediante el que creamos un concepto ad hoc, EVANGELISTA*, que se
construye al quitarle algunas condiciones de aplicabilidad a EVANGELISTA, de tal manera
que el concepto que hemos obtenido se pueda decir de quien estamos hablando.
EVANGELISTA* sería un concepto en el que sólo se recogen las propiedades de ser un
santurrón, un hipócrita, un racista y un avaro, propiedades que se aplicarían literalmente
de quien se está hablando y que son parte del significado convencional de “evangelista”.
El problema, ajeno a la obra de Grice, de esta explicación es que si bien en todas las
proferencias metafóricas seleccionamos algunas de las propiedades asociadas a los
términos que van a cambiar de significado y olvidamos otras, lo que no puede
conseguirse es que se seleccionen propiedades que puedan atribuirse literalmente a
17 Un proceso de relajación se produce cuando se da un uso vago del lenguaje. La denominación que he escogido no parece muy afortunada pero tiene la ventaja de que nos permite eliminar la confusión que se puede dar con los procesos de vaguedad semántica.
aquello de lo que se está hablando porque en la mayoría de las proferencias metafóricas
las propiedades seleccionadas han de cambiar de significado para que se pueda atribuir
a aquello de lo que se está hablando. ¿Qué propiedad de las excavadoras podemos
atribuir a Juan literalmente cuando profiero “Juan es una excavadora”? Mas bien se
seleccionan las propiedades que transformándose pueden atribuirse a aquello de lo que
se esté hablando.
Pero más importante para nosotros es que si apelamos al trabajo de Grice, este
ejemplo se explica como un ejemplo de dictividad sin formalidad y, por ello, Grice
niega explícitamente que en el significado de “evangelista” estén incluidas esas
propiedades. El ejemplo ‘Él es un evangelista’ en Grice no es un caso de uso vago del
lenguaje porque para él los usos vagos son ejemplos de formalidad sin dictividad, casos
en los que hay un contenido literal de la oración que no es parte de lo que se dice. Si
Grice estuviese en disposición de aceptar que ‘Él es un evangelista’ es una metáfora, la
explicación de corte relevantista en metáfora no le parecería adecuada. No se trata de
que “evangelista” pierda significado convencional para dejar una parte que intervenga
en lo que se dice. Su explicación, supone dejar de lado totalmente en lo que se dice el
significado convencional de “evangelista”.
¿Cuál es, entonces, el proceso por el que elaboramos el valor semántico que
interviene en lo que se dice? ¿Cuál es el proceso por el que elaboramos “ser un
santurrón, un hipócrita, un racista y un avaro” en la interpretación de la proferencia de
‘Él es un evangelista’? En este trabajo me decantaré por una explicación en la línea de
la teoría de la interacción. Con ella habría que plantearse si se puede explicar cómo
cambian algunas de las propiedades que asociamos con las expresiones cuando las
usamos metafóricamente, como cambia el significado de “evangelista” en una
proferencia metafórica para que podamos tener dictividad sin formalidad.
En este sentido, la interpretación que aquí he favorecido de la noción griceana de
lo que se dice y del RVE sería compatible con la propuesta sobre metáfora de corte
interactivo desarrollada por Romero y Soria (en prensa). En lo metafórico, según estas
autoras, una vez establecido uno de los significados convencionales de cada uno de los
componentes más básicos, aplicamos una serie de procedimientos que nos permiten
elaborar algún significado provisional metafórico relacionado con alguno de los
componentes. Hay una dependencia asimétrica del significado metafórico con respecto
al significado convencional de las unidades léxicas en la medida en que el significado
metafórico se elabora a partir del significado convencional-literal de los constituyentes
más básicos18.
La elaboración del significado metafórico depende de la descripción de los
conceptos que intervienen en la proferencia metafórica y de establecer cuál es la
relación entre ellos. En concreto, la metáfora, como señala Indurkhya (1992), redescribe
el dominio objeto mediante el dominio fuente, seleccionando, destacando, omitiendo y
organizando los rasgos del dominio objeto. Además, algunos rasgos se crearán a
menudo dentro del dominio objeto, dominio que representa el concepto relacionado con
aquello de lo que se habla en la metáfora. Los dominios representan el significado
convencional de los términos incluidos en su caracterización, significado que se muestra
por las relaciones que tienen con otros términos en la descripción del concepto. La
relación entre los dominios se puede explicar elaborando una aplicación T formada por
una aplicación parcial F desde términos del dominio fuente, D1, a términos del dominio
objeto, D2, y un subconjunto de oraciones O del dominio fuente cuya transformación a
oraciones expresadas sólo en términos del dominio objeto al aplicarle F es coherente
con este dominio. La aplicación T genera un dominio objeto reestructurado
metafóricamente D2' donde D2' = D2 U F(O). La aplicación F permite, a primera vista,
determinar el significado metafórico de los vocablos del dominio fuente, a saber, dicho
significado es el significado de sus contrapartidas en esa aplicación. El significado de
estas contrapartidas o de los vocablos que aparezcan en la proferencia metafórica
depende del dominio objeto reestructurado metafóricamente, en concreto, de la
información que se deriva de la información asociada al dominio objeto unida a la que
se puede traspasar del dominio fuente o sólo de ésta. Esta información fija el contexto
desde el que se interpreta la proferencia metafórica. El uso metafórico del lenguaje,
según Romero y Soria (en prensa), supone un cambio de contexto para su
interpretación. El contexto nuevo es lo que permite establecer en última instancia lo que
se dice mediante una proferencia metafórica.
En (6)
(6) [Sara le pregunta a Marian dónde está su hijo y ésta le responde:] Mi gato está
sobre la alfombra
18 Esto es lo que supone un rechazo o una modificación del segundo de los supuestos de la retórica clásica que mencioné en 1.2.
se ha identificado un uso metafórico del lenguaje y, por ello, debemos interpretar
metafóricamente al menos sus vehículos metafóricos, los términos que se atribuyen
metafóricamente a aquello de lo que se habla. En (6) los vehículos son los términos que
intervienen en la descripción de GATO. ¿Cuál es el significado de “gato” en (6)? El
contexto extralingüístico señala a un niño, al hijo de Marian. No estamos hablando de
un gato en ninguna acepción convencional del término “gato” y, de las acepciones de
“gato”, la que nos sirve para clasificar al niño no literalmente es la acepción de “gato”
como animal doméstico.
Para establecer los significados metafóricos hay que establecer cuál es la
relación metafórica de los conceptos que intervienen en (6). Esa relación consiste en
traspasar un subconjunto de información asociada con el dominio fuente, información
acerca de los rasgos típicos de los gatos, al conjunto de información asociada con el
dominio objeto; en concreto, traspasar aquella que sea coherente con la descripción del
dominio objeto, con el concepto de niño. Esta información que se traspasa es la
información que junto a la asociada con el dominio objeto conforma el significado
metafórico de “gato”. El significado de “gato” es el significado que “niño” tiene en el
dominio objeto reestructurado metafóricamente, es la información que puede describir
coherentemente a los niños cuando son vistos con algunas de las propiedades típicas de
los gatos, se trata de ver a un niño como un ser pequeño, que suele estar a cuatro patas y
que juguetea con lo que tenga a su alcance.
Esa información es el marco que representa el conocimiento desde el que se
interpreta la proferencia metafórica. Por tanto, es aquello que permitirá establecer lo que
se dice mediante (6). Puesto que “gato” aquí significa metafóricamente lo especificado
anteriormente, niño con rasgos típicos del gato, “mi gato” en (6) refiere al hijo de
Marian y Marian es la progenitora del niño al que la hablante se refiere con este
sintagma nominal. Una vez realizados estos cambios, lo que se dice con (6) se construye
composicionalmente, y lo que caracteriza a (6) como metáfora es que ha intervenido un
proceso de interpretación contextual en el ámbito de los constituyentes y que nos
permite tener dictividad sin formalidad. Lo palpable aquí es que el hablante en ningún
momento tiene la interpretación literal de la oración incluida en (6).
Esta propuesta nos permite dar una extensión del sistema griceano bastante
coherente y que unifica las relaciones entre el RVE y la máxima de calidad. He de
reconocer, sin embargo, que un análisis pormenorizado del uso figurado del lenguaje
excede los límites trazados para la investigación acometida en este trabajo.
4.- Conclusión
La tesis de W&S era que ninguna teoría basada en un requisito de veracidad
puede ser aceptable dado que no podría dar una explicación coherente de las metáforas
y de los usos vagos. En este trabajo he demostrado que esta tesis es excesiva, esto es,
hay al menos un requisito de veracidad, el RVE, que sí nos da una explicación de esos
fenómenos. La clave de ese requisito de veracidad está en que se aplica al mismo
ámbito al que se aplica el requisito de pertinencia de estos autores, esto es, es un criterio
no tanto para evaluar un contenido dado literalmente, sino como para obtener qué
proposición es la que el hablante expresa en primer término.
Vistas así las cosas, el RVE nos permite dar una buena explicación de las
metáforas y de los usos vagos sin que ello suponga, como pasa en la teoría de la
pertinencia, violentar nuestras intuiciones acerca de la comunicación verbal.
Referencias:
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Communication, Oxford: Blackwell.
Chaves, J. E.: 2004, “El contextualismo y P. Grice”, Teoría Vol. 19, Num 51: 339-
354.
Chaves, J. E.: 2005, “Grice’s notion of what is said revisited” ponencia
presentada en ECAP’05, Lisboa.
Grice, P.: 1989, Studies in the Way of Words, Cambridge, Harvard University
Press.
Indurkhya, B.: 1992, Metaphor and Cognition: an Interactionist Approach,
Dordrecht, Kluwer Academic Publishers.
Romero, E. y Soria, B.: en prensa, “A View of Novel Metaphor in the Light of
Recanati’s Proposals”, en M.J. Frápolli (ed.), Saying, Meaning and
Refering. Essays on François Recanati’s Philosophy of Language,
Palgrave Studies in Pragmatics, Language and Cognition.
Romero, E, y Soria, B.: en preparación, “Why metaphors should not be
considered implicatures”, ponencia presentada en ECAP’05, Lisboa.
(http://www.ugr.es/~eromero/draft1.htm)
Sperber, D. & D. Wilson.: 1986/1995, Relevance: communication and cognition.
Wharton, T. 2002: Grice, saying and meaning. University College London
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Wilson, Deirdre. 1995. Is there a maxim of truthfulness. UCL Working Papers in
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Wilson, Deirdre & Sperber, Dan. 2002. Truthfulness and Relevance. Mind 111:
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Wilson, Deirdre & Sperber, Dan. 2004. Relevance Theory. In G. Ward and L.
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