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1 La pieza del mes… El retrato infantil en la miniatura del Museo del Romanticismo ENERO 2012 Carolina Miguel Arroyo Conservadora del Museo del Romanticismo

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La pieza del mes… 

El retrato infantil en la miniatura del Museo del Romanticismo 

 

ENERO 2012   

Carolina Miguel Arroyo 

Conservadora del Museo del Romanticismo  

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ÍNDICE 

1. La ingenuidad pintada

2. El destino de los elegidos

3. El álbum en marfil

4. La belleza de la inocencia

5. Bibliografía

Detalle en el que se aprecia el trabajo del miniaturista.

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1. La ingenuidad pintada

Nuestra visión del pasado nunca hubiera sido igual sin el retrato, infinitas miradas y rostros, un mosaico de personajes conocidos y otros tantos anónimos, que nos ha permitido abrir una ventana a nuestra historia y dibujar la imagen que tenemos de ella. La idea de perpetuarse a través de la pintura, miniatura o fotografía no era una idea nueva del Romanticismo, pero a diferencia de otros momentos históricos esta posibilidad ya no estaba reservada sólo a la monarquía y nobleza, sino que también se abría para la nueva y boyante clase social, la burguesía. Esta aristocracia de nuevo cuño enseguida hizo propias las convenciones retratísticas incorporadas con el nuevo movimiento artístico que se habían impuesto en la corte y grandes palacios, buscando la naturalidad, la representación social y la individualidad en cada uno de los retratos. Dentro de este género, el retrato infantil en el siglo XIX daba además una inusitada cabida al afecto, inaugurando una corriente plenamente romántica, en la que los niños, no sólo como parte fundamental de las familias, sino además ya como individuos autónomos, participan de la creación artística. El género no era nuevo, baste pensar en los célebres lienzos de las infantas de Diego Velázquez o los que realizara Francisco de Goya, pero sí resultaba novedoso el enfoque. Tradicionalmente, la monarquía había sido el principal cliente de retrato infantil. Las estrictas convenciones estipuladas en el retrato de aparato creadas desde los siglos XVI y XVII se trasladaban casi íntegramente al retrato de los herederos, que con gesto grave dejaban en estos lienzos el testigo del linaje familiar. Sí existían ciertas concesiones con respecto a la retratística adulta como la representación de dijes, sonajeros y otros objetos destinados a ahuyentar el mal de ojo y la alta mortalidad infantil. Los avances médicos y farmacológicos de la primera mitad del siglo XIX unidos a los incipientes hábitos higiénicos hacen que la mortalidad infantil descienda, no de forma significativa, pero sí alentadora. De este modo, perder un hijo se torna aún más doloroso, ante la expectativa de que pueda superar con éxito los difíciles primeros años de vida. El retrato infantil se convierte así en un testigo del amor y afecto que profesan los progenitores a sus hijos, y llega a convertirse en el siglo XIX en uno de los subgéneros más representativos de la pintura. Pero además, fruto de las nuevas corrientes de pensamiento, comienza a concebirse la infancia como una etapa vital con una entidad específica, entendiéndola no ya como

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una simple proyección del mundo adulto, sino con una idiosincrasia propia. Se crea en torno al retrato infantil una simbología e iconografía que de modo paralelo se desarrolla en la pintura de caballete y en la miniatura. Los infantes aparecen representados en un entorno dulce, apacible, normalmente conseguido a través de fondos neutros de colores claros, o inmersos en una naturaleza que parece acogerlos. Flores y frutos pueden aparecer más aisladamente, en las manos, junto al pecho, en el pelo o formando parte de la composición, pero todos ellos remitiendo a la frescura y juventud de aquellos a quienes acompañan. Ese mismo fin persigue la aparición de pequeñas aves, o animales, especialmente perros, que asociados a la fidelidad, juguetean con complicidad.

Los ropajes se cuidan al máximo, ya sean los ricos vestidos, cuajados de detalles, o los uniformes con los que se trata de proyectar el mundo que les espera a los varones. Así, encontramos a jóvenes vestidos con atuendo militar, que acompañan de sables e insignias, haciendo hincapié en su posible faceta castrense, o togados y con libros, enfatizando la vertiente intelectual.

La indumentaria se complementa con toda suerte de adminículos del mundo adulto, asociados a cada género. Así, las niñas aparecen con abanicos, peinetas, pequeños bolsos o pañuelos, versión infantil de los retratos femeninos decimonónicos, mientras que los niños cierran sus camisas con corbatas de lazo y otros adornos, amén de los citados libros.

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Pero si hay objetos que no pueden disociarse del retrato de niños son los juguetes. La aparición de éstos no sólo estaba relacionada con el ideario infantil, sino que además ayudaban a los pequeños a soportar las tediosas horas posando. Pelotas, aros, aparecen recurrentemente acompañando a los infantes.

El temor a la desaparición del ser querido también es palpable en las composiciones, que se cuajan de elementos profilácticos que protejan a los menores. Abundan las creaciones en la que las niñas lucen joyería de coral, especialmente coral rojo, color de la sangre de la mitológica Gorgona. Este material estuvo muy en boga durante el Romanticismo ya que, además de su valor económico, tenía una gran carga mágica y de protección. Esa misma finalidad tenían ciertos instrumentos musicales también presentes en los retratos, como las panderetas, que siguiendo el folklore musical de muchas zonas, ayudaban a alejar los malos espíritus.

Si estas características eran comunes a la pintura de caballete y la miniatura, ambas tuvieron una trayectoria diferente. La miniatura es una manifestación pictórica en sí misma, que toma su nombre los códices miniados, hasta que poco a poco se independizó como una técnica independiente y la nomenclatura se asoció a las reducidas

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dimensiones en las que se ejecuta. El retrato en pequeño formato ya se había practicado desde el siglo XVI, pero será a partir del reinado de Felipe V cuando tenga un especial desarrollo. Con Carlos III y Carlos IV se crean puestos específicos en la Real Cámara para miniaturistas, lo que unido a la presencia ya en el siglo XIX en nuestras fronteras de algunos de los mejores miniaturistas internacionales de la época como el holandés Guillermo Ducker o el suizo Henri L´Évêque, supone un impulso decisivo a esta técnica. El uso institucional más frecuente del retrato miniatura era en forma de joyel, regalo diplomático que los monarcas ofrecían a los embajadores y personal de confianza, siendo para el que lo ostentaba una muestra de su cercanía a la corona, y por tanto de estatus social. Los infantes reales también participaban de esta costumbre ya que estos regalos testimoniaban su crecimiento, aspecto de especial relevancia en el caso de los herederos al trono. A esto se unía el uso como joya de adorno, colgante o inserto en brazaletes y otras alhajas, un uso más privado e íntimo, en el que el retrato miniatura infantil tenía un papel destacado. En ocasiones aparecía también decorando otros objetos como pequeñas cajas o joyeros.

Jean-Baptiste Isabey (atrib.) Caja con miniatura Placa de esmalte en caja de marfil Mediados siglo XIX Inv. CE1170 Museo del Romanticismo Sala de Juego de Niños (Sala XIV) Durante esta centuria, la miniatura se realiza generalmente sobre marfil, que cortado en finísimas láminas, blanqueado y tratado con productos específicos, contribuía a dar una especial luminosidad a los rostros. No obstante, los avances técnicos hacen que se desarrollen

Broche con miniatura Gouache / marfil

Siglo XIX Inv. CE1128

Museo del Romanticismo

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nuevos materiales artificiales, de gran parecido a éste, pero de menor coste, por lo que no tardarían en proliferar y sustituir paulatinamente este material. Sobre el marfil se hacía un cuidado dibujo, bien con lápiz o directamente con pincel, y luego se pintaba al gouache o acuarela con finísimos pinceles, siendo los de pelo de marta y meloncillo los más apreciados. Existían dos técnicas importantes, el punteado, que se utilizaba especialmente en los rostros, y el tramado o rayado, acompañándose ambos de pinceladas más o menos traslúcidas para trabajar el resto de detalles. En ocasiones se trabajaban las carnaciones buscando un mayor efecto de luminosidad, para lo que se colocaban láminas metálicas bajo el rostro. En los retratos infantiles se usaba el color azul para representar la delicadeza de los jóvenes rostros. Las miniaturas generalmente se montaban en marcos, a menudo colgantes, y cerrados por un cristal convexo, asegurando la protección y conservación de la obra. Poco a poco, el triunfo de la fotografía, más económica y con posibilidad de lograr varias reproducciones de una misma imagen, hace que la miniatura caiga en desuso, siendo reemplazada paulatinamente por las cartes de visite, formato inventado por el galo André Adolphe Eugène Disdéri, a mediados de siglo.

Morales (Málaga) Retrato de niña Copia positiva a la albúmina 1862-1870 Inv. CE30026 Museo del Romanticismo

La colección de miniatura del Museo del Romanticismo está compuesta por más de trescientos ejemplares, de los cuales unos treinta son retratos infantiles, en los que nos vamos a centrar a continuación.

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2. El destino de los elegidos

En ocasiones nos encontramos con que el devenir histórico ha hecho inmortales a personas que, bien por cuna, actos destacados o mera casualidad, han grabado sus nombres en las páginas de la memoria colectiva. Muchos de ellos, conscientes de su destino, se hicieron retratar acuñando para siempre la imagen que las generaciones venideras tendrían de ellos. Esta costumbre, que las monarquías pronto supieron aprovechar, tuvo un reflejo idéntico en el ámbito infantil, dejando muestras imborrables de la retratística de infantes en la miniatura. El primero en ver la luz de los niños aquí citados fue el infante Jacobo, Duque de York (Inv. CE2140). Recortado sobre fondo neutro aparece representado de medio cuerpo girado a la izquierda, con un gorro a modo de casquete y un traje de listeles amarillos y azules. Entre las manos sostiene un pequeño fruto de color naranja. Este modelo, realizado por un miniaturista anónimo, está basado en el cuadro que pintara Anton van Dyck en 1635 titulado Los tres hijos mayores de Carlos I de Inglaterra, conservado actualmente en la Galleria Sabauda de Turín. En el lienzo, Jacobo aparece acompañado de su hermano Carlos, primogénito y futuro Carlos II, y María, princesa real. El heredero, Carlos, es el único que mira directamente al espectador, y tanto su pose como sus ropajes y la intencionada distancia con sus hermanos marcan su predestinación al trono. Jacobo y María están tratados con más dulzura. El pequeño Jacobo, de un año de edad, representa el punto más amable de la composición por lo que no es casualidad que pose delante de un rosal. La muerte de su hermano Carlos sin descendientes provoca que Jacobo ascienda al trono en 1685. A partir de ese momento, esta representación de Jacobo pasa a convertirse

Anónimo Jacobo, Duque de York

Gouache y acuarela / marfil Siglo XIX

Inv. CE2140 Museo del Romanticismo

Alcoba femenina (Sala XVI)

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en la imagen infantil más icónica del monarca, llegando a ser muy reproducida en la Escuela inglesa. Esta miniatura está realizada con una técnica que nos remite más a la acuarela que a la propia de la miniatura, al estar trabajada con pinceladas muy acuosas sobre el dibujo, como puede observarse en los ojos o en la puntilla del escote. Cromáticamente destaca el fondo intencionadamente oscuro, más frecuente en el retrato adulto, y las tonalidades amarillas que inundan la tez del menor. El siguiente caso también está basado en una obra pictórica y de nuevo un retrato colectivo, que en esta ocasión sí reproduce en su totalidad. Se trata del retrato de María Antonieta y sus hijos (Inv. CE2225), según el lienzo pintado por la artista parisina Louise Élisabeth Vigée-Le Brun (1755-1852), custodiado en el Musée National des châteaux de Versailles et de Trianon (Inv. MV 4520). El cuadro, pintado en 1787, nos presenta a María Antonieta en el papel de madre, una visión dulce y amable que no hace presagiar el trágico final que la Revolución francesa iba a depararle.

Anónimo

María Antonieta y sus hijos Gouache y acuarela / marfil

Finales del siglo XVIII Inv. CE2225

Museo del Romanticismo Alcoba femenina (Sala XVI)

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La reina sostiene en el regazo a Luis Carlos (Luis XVII), mientras la hija mayor, María Teresa le agarra cariñosamente el brazo. Luis José aparece a la derecha, jugando con una cuna vacía que se cubre con un gran velo. No obstante los hijos, en este caso, no son sino una excusa para enfatizar el carisma de la reina, verdadera protagonista de la obra. En la miniatura, el autor, del que no tenemos constancia, ha plasmado la composición de Vigée-Le Brun, pero curiosamente los colores utilizados nada tienen que ver con el lienzo original, en el que dominan los tonos cálidos rojos y anaranjados. El vestido de Maria Antonieta no es de terciopelo carmesí, sino de un azul grisáceo, quizá preconizando el destino de la reina, resultando en conjunto una obra dominada por los tonos oscuros y fríos. Llama la atención el detalle del velo de la cuna. En el cuadro éste es negro, ya que cuando se pintó estaba retratada en el interior la infanta María Sofía Helena Beatríz. Tras la prematura muerte de la infanta, se eliminó su retrato y el velo se tiñó de oscuro en señal de luto. El miniaturista no debía conocer este extremo, ya que usa el rojo para el velo. También es posible que el autor de esta miniatura hubiese conocido el lienzo por medio de estampas o litografías, que reproducían la obra en blanco y negro, lo que explicaría el uso del color tan alejado del original. Otro niño nacido para llegar a lo más alto y de nuevo con un destino truncado fue el hijo de Napoleón y Maria Luisa, conocido como Napoleón II, Rey de Roma. Desde su más tierna infancia fue retratado, ya en brazos de su madre o en solitario, como testigo del crecimiento del que fuera la gran esperanza del imperio acuñado por su progenitor. El Museo del Romanticismo conserva una miniatura oval en la que aparece con una larga melena cuajada de tirabuzabones (Inv. CE2270), y vestido con el uniforme de húsares, ricamente aderezado con varias condecoraciones como la Banda y la Gran Cruz de la Legión de Honor del país galo, haciendo alusión a la faceta de militar que habría de desarrollar en su madurez. Se dan cita en esta pequeña obra dos rasgos importantes del retrato miniatura infantil, el primero de ellos el uso del fondo azulado. El otro, especialmente significativo, es la inscripción que aparece en el lateral derecho en la que se lee “Napoleon 1811”. La fecha no indica el año en que fue realizada esta pequeña obra, sino el año en que nació el vástago del emperador, costumbre adoptada en el retrato miniatura para preservar la memoria de los niños, debido a la alta mortalidad infantil. Nuevamente se trata de una composición basada en obras de autores de renombre, en este caso un dibujo realizado por Jean Baptiste Isabey (1767-1855), que sirvió de modelo para numerosas imágenes del efigiado, sobre todo estampas, que se conserva en el Castillo de Malmaison, así como del retrato en miniatura en brazos de su madre María Luisa, de la Wallace Collection de Londres. La calidad de la obra nos remite al círculo de Isabey o su taller, aunque existen otras obras

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similares, como el pequeño retrato sobre porcelana firmada por Virginie Boullanger en 1827. De hecho, en el museo se conserva otra pieza de menor calidad tanto técnica como cromática que reproduce este mismo retrato (Inv. CE2297), en esta ocasión firmada por D. Isabey. Napoleón II sobrevivió a una infancia difícil, pero no pudo llegar a cumplir su destino, ya que murió afectado de tuberculosis cuando contaba veintiún años de edad.

La escuela inglesa nos obsequia con uno de los más bellos retratos infantiles, el de Charles William Lambton (CE2168), hijo de Lord Durham, noble inglés dedicado a la política. Su vástago, nacido en 1815, fue inmortalizado hacia 1825 por Thomas Lawrence, en un lienzo conocido popularmente como El niño de rojo (Colección particular), y que supone uno de los retratos infantiles más célebres del movimiento romántico inglés. Lawrence fue un gran maestro de la pintura, siendo especialmente reconocido por los retratos infantiles y por la especial captación de sus personajes a través de la mirada. El óleo original, a diferencia de esta

Anónimo Napoleón II, niño

Gouache y acuarela / marfil ca. 1815

Inv. CE2270 Museo del Romanticismo Sala de Juego de Niños

(Sala XIV)

D. Isabey Napoleón II, niño Gouache / marfil

Siglo XIX Inv. CE2297

Museo del Romanticismo

Anónimo, Charles William Lambton (detalle) Gouache / marfil Siglo XIX, Inv. CE2168 Museo del Romanticismo

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miniatura, muestra a Charles de cuerpo entero sentado en un paisaje propio del Romanticismo, con la mirada perdida en un momento de ensoñación. En la escuela española también el retrato de niños insignes tuvo su representación. De especial belleza es la miniatura de Carlota de Godoy y Borbón (Inv. CE1133) realizada hacia 1806 cuando la menor contaba con unos seis años. Apenas se conservan retratos de la hija del Príncipe de la Paz. Única descendiente de Manuel de Godoy, y Maria Teresa de Borbón y Vallabriga, fue apadrinada por los reyes Carlos IV y Maria Luisa de Parma, con quienes convivió tras el exilio al que se vieron forzados tanto éstos como su progenitor. Fernando VII impidió el regreso a España de Carlota, y se opuso a varios matrimonios de la joven, quien finalmente obtuvo el beneplácito de su primo en 1821 para desposarse con el noble romano Camilo Ruspoli.

Anónimo Carlota de Godoy y Borbón, Duquesa de Sueca, niña Gouache y acuarela / marfil ca. 1806 Inv. CE1133 Museo del Romanticismo Antesalón (Sala III)

El último infante ilustre que forma parte de la colección del museo es Pedro Téllez Girón (Inv. CE7600), que llegaría a ser el XI Duque de Osuna. La familia Osuna siempre había contado con los mejores pinceles para inmortalizar a los miembros de su familia, entre los que sin duda destacó Goya. En miniatura, el abuelo de este niño se había hecho retratar también en estas fechas por el destacado miniaturista de origen holandés Guillermo Ducker en una espléndida obra que se conserva en el Museo Nacional del Prado (MNP. Inv. O-821). La obra que nos ocupa está firmada y fechada por el noble y militar José de Rojas en 1813, un miniaturista que obtuvo el título de

José de Rojas y Sarrió Don Pedro Girón de niño Gouache / marfil 1813 Inv. CE7600 Museo del Romanticismo

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académico de honor de la Academia de Bellas Artes. En este momento existen miniaturistas, como en este caso, que se dedican al retrato miniatura a pesar de no tratarse de pintores profesionales, sino más bien aficionados. Es significativo que José Miguel de Rojas, conde de Casa Rojas y marqués del Bosque tenga entre sus principales clientes a personajes de la alta sociedad. Esta miniatura, a pesar de no estar trabajada con una técnica muy depurada, supone un documento de gran valor. Montada en un marco rectangular, en el cartón trasero se lee “Dn Pedro Giron / de edad de 3 años / 1813”. Lo más llamativo de esta obra es cómo a la tierna edad de tres años aparece ataviado con uniforme, un dolmán azul oscuro con decoración de hilos entorchados, mientras sostiene entre sus manos un sable y una correa. Sin duda, al igual que sucedía en el retrato de Napoleón II, el autor ha tratado de marcar la faceta castrense en la que fue educado, ya que de niño practicó con éxito el esgrima y la equitación. Pero tuvo más peso en su vida la vertiente artística, llegando a ser gran protector de las artes y la música. Murió en “El Capricho”, la casa familiar, cuando sólo contaba con 33 años de edad. De nuevo ni el apellido ni la fortuna pudieron librarle de su trágico destino. 3. El álbum en marfil

Dentro de la colección del Museo destaca, por su significación, un conjunto de obras que conforman un peculiar álbum familiar. Se trata de los retratos que el miniaturista sanluqueño José Delgado Meneses realizó de sus descendientes durante unos veinte años, y de los cuales el Museo del Romanticismo conserva diez. Pintados sobre marfil y en formato rectangular, suponen un testimonio de la época y del especial afecto que el pintor profesaba por su familia. La mayor parte de ellos son retratos infantiles, en los que el autor hace gala de su firmeza en el dibujo y su maestría en el uso del color. Las imágenes de sus nietos se nutren de pinceladas azuladas que consiguen emular el tono de la joven piel al ser aplicado con delicadeza sobre el marfil. Este autor, formado en su tierra natal en platería y que se matriculó en Madrid en la Academia de Bellas Artes fue uno de los miniaturistas preferidos de la reina Maria Luisa de Parma. Pero será en estos retratos de sus allegados donde deja traslucir la dilección que siente por los aquí representados, suponiendo su paso al Romanticismo al participar de estar corriente plenamente decimonónica. En fechas tempranas, hacia 1825, encontramos los retratos de Manuel y Carmen Miralpeix (Inv. CE1474 y CE1476 respectivamente), en los que el autor se vale de los recursos del retrato infantil. Ambos aparecen inmortalizados al aire libre, en un paisaje idealizado con

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vegetación y azulado cielo, y se acompañan de atributos como flores, frutos o juguetes, iconografía que enfatiza el carácter ingenuo y la frescura propia de la niñez. Manuel viste una chaqueta azul con forro de cuadros, pantalón también a cuadros y camisa blanca que adorna con una corbata-lazo. Tanto la indumentaria como su postura, apoyado sobre una basa de columna, pueden remitirnos al retrato adulto, pero el autor lo matiza con el fondo de paisaje y sobre todo con la incorporación de la rosa y el aro. El retrato de Carmen Miralpeix muestra un carácter más infantil. La naturaleza forma parte de la composición, recogiendo de forma dulce y acogedora a la niña que, sentada, gira levemente la cabeza en actitud grácil y delicada. Luce un vestido de tul con grandes lazos, resaltando la temprana edad de la retratada. Sin dirigir la mirada al espectador, se rodea de un cesto de flores, una pandereta en el suelo, unos frutos y un abanico.

José Delgado Meneses Manuel Miralpeix Delgado y Meneses Carmen Miralpeix Delgado y Meneses

Gouache y acuarela / marfil ca. 1825

Inv. CE1474 y CE1476 Museo del Romanticismo

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José Delgado Meneses, Manuel Miralpeix Delgado y Meneses Gouache y acuarela / marfil,

1827 Inv. CE1475, Museo del

Romanticismo

En 1827 José Delgado vuelve a retratar a su nieto Manuel (Inv. CE1475). Han pasado dos años y Manuel Miralpeix se nos presenta ya como un estudiante, ataviado con una toga verde, un libro abierto y con una mirada seria, lejos de la candidez de su primera imagen. Inaugura el pintor con esta obra lo que será una constante en el resto de los retratos de este particular álbum familiar, el fondo neutro, que él trabaja con un magnífico rayado corto y una sutil iluminación. El pequeño Domingo Miralpeix (Inv. CE1481) aparece tras una mesa en la que se representan nuevamente flores y una pequeña naranja sobre la que el infante coloca su mano con un logrado escorzo. De nuevo el artista juega con los atributos infantiles esta vez contrapuesto al fondo neutro, en la que resulta una obra de gran fineza y meticulosidad.

Hacia 1838 el orgulloso abuelo retrata a sus nietas Carmen, Rosa y Esperanza (Inv. CE1477, CE1478 y CE1479, respectivamente). Las tres composiciones son muy semejantes. Las hermanas llevan el mismo vestido, de escote recto y mangas con tres volantes bajo drapeado, cambiando únicamente las tonalidades de los mismos y los detalles de la blonda. Las mayores, Rosa y Esperanza, visten con tonalidades más frías, y ambas lucen igual peinado, con raya en

José Delgado Meneses Domingo Miralpeix Delgado y Meneses Gouache y acuarela / marfil ca. 1835 Inv. CE1481 Museo del Romanticismo Alcoba Femenina (Sala XVI)

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medio y moño trenzado alto dejando caer dos tirabuzones que enmarcan los rostros. Rosa luce pendientes de oro, haciendo alusión a su mayor edad, aspecto que el autor ha destacado aplicando un fondo más oscuro que el de sus hermanas.

Por su parte, el retrato de Carmen es de una belleza y delicadeza sin igual. Las tonalidades cálidas y el fondo más luminoso aportan un tono dulce a la imagen de la niña. La iconografía vuelve a subrayar el carácter de esta miniatura, ya que Carmen sostiene delicadamente una rosa en la mano, y adorna su cabello con otra flor. No faltan los elementos de protección, al igual que en el retrato en el que la propia Carmen Miralpeix, diez años antes, que aparecía, como hemos visto, junto a una pandereta. En esta ocasión luce pendientes de coral rojo, recordemos que se trata de un material muy usado por su asociación a cualidades profilácticas. Precisamente fue Carmen quien heredó los retratos familiares que hizo su abuelo, y los legó a su muerte a su sobrino Pedro Sarrais, cuya familia ofreció estas joyas al Museo del Romanticismo en 1960.

José Delgado Meneses Carmen, Esperanza y Rosa Miralpeix Delgado y Meneses

Gouache y acuarela / marfil, ca. 1838 Inv. CE1477, CE1478 y CE1479

Museo del Romanticismo Alcoba Femenina (Sala XVI)

José Delgado Meneses Gonzalo Miralpeix Delgado y Meneses Gouache y acuarela / marfil ca. 1840 Inv. CE1482 Museo del Romanticismo Alcoba Femenina (Sala XVI)

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Cronológicamente el último retrato infantil de la familia Miralpeix Delgado es el de Gonzalo (Inv. CE1482), pintado hacia 1840. Además de acompañarse con flores, sostiene un gorrión contra su pecho, de nuevo aludiendo a la ingenuidad y juventud. Viste con una larga camisa blanca dejando un hombro al descubierto, y está situado detrás de una baranda. En este caso el fondo vuelve a ser neutro, pero el autor no ha utilizado el rayado corto, como en los anteriores, sino que lo aplica en pinceladas más largas, combinando tonos azules y rosáceos, creando una zona iluminada detrás del infante. Destaca el brillo en la mirada, limpia y serena, trabajada magistralmente con suaves pinceladas. Con este retrato Delgado Meneses cierra las páginas de este particular álbum con el que nos hace partícipes de su expresión más romántica. 4. La belleza de la inocencia

El Museo del Romanticismo conserva un nutrido grupo de miniaturas de niños que un día fueron inmortalizados fruto de gran afecto, pero cuya identidad la historia se ha encargado de diluir. Se trata de más de una decena de ejemplares, de desigual calidad, que completan una mirada inocente y sutil al mundo de los más pequeños.

Algunas piezas están trabajadas con un excesivo tratamiento ingenuo de los pinceles. Es el caso de sendos retratos ovalados de una niña y un niño. Aunque la factura de ambos resulta plana, sólo los rostros están tratados con mayor minuciosidad, suponen un excelente testimonio de la época. La niña (Inv. CE2146) luce un vestido azul de mangas abullonadas ceñido por un cinturón amarillo. Pero lo más significativo son los complementos con los que aparece representada, mezclando

elementos del mundo infantil, de nuevo el profiláctico coral, en este caso en un collar, con el adulto, como el abanico, la peineta, el pañuelo blanco o el pequeño bolso. Esa misma dualidad la observamos en el retrato del niño (Inv. CE2289) ya que a pesar de su evidente juventud se enfatiza su papel intelectual al representarlo sentado en un sillón y con un libro en su mano.

Anónimos Niña Niño Gouache / marfil, ca. XIX Inv. CE2146 y CE2289 Museo del Romanticismo

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También de carácter ingenuo resulta la miniatura en que aparecen dos niños abrazándose (Inv. 2211). A pesar de la carencia de un dibujo preciso y del tratamiento excesivamente plano del color, la obra nos permite contemplar un instante íntimo y fraternal, creando en el espectador una sensación de intrusión reforzada por la práctica ausencia de espacio en la composición. Otra obra en la que podemos observar un instante cotidiano es la Niña campesina jugando con un perro (Inv. CE2193), miniatura en la que no falta lo anecdótico.

De reducido tamaño es la placa en la que se representa a un niño con dorados cabellos rizados (Inv. CE2233). A pesar del conocimiento de la técnica y de la delicadeza con la que están realizados algunos de los breves detalles, el autor no ha conseguido salvar esa ingenuidad, reforzada al ocupar el infante toda la extensión del marfil.

Anónimo Niños abrazándose

Gouache y acuarela / marfil Edad contemporánea, Inv. CE2211

Museo del Romanticismo, Boudoir (Sala XV)

Anónimo Niña campesina jugando con un perro Gouache / marfil Edad contemporánea, Inv. CE2193 Museo del Romanticismo

Anónimo Niño Gouache / marfil Finales XVIII - Principios XIX Inv. CE2233 Museo del Romanticismo

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Son pocas las obras que aparecen firmadas. Entre ellas destaca una miniatura de los pinceles de Juan Roja (Inv. CE7598), autor del que no tenemos ninguna constancia documental, en la que nos muestra a un niño ataviado con indumentaria militar. Parece señalar con el índice la rúbrica del autor “Jn. Roja / ft. 1809.

Juan Roja

Joven con uniforme militar Gouache / marfil

1809 Inv. CE7598

Museo del Romanticismo

Firmada por M. de Velasco encontramos una miniatura circular de una niña de corta edad (Inv. CE2230). Más interesante por la composición es la rubricada por R. Cendón en 1858 (Inv. CE2147). Aparece una niña vestida con traje de cuadros en tonos verdes, con pololos blancos y botines, luciendo unos pequeños pendientes dorados. Sostiene en su mano derecha una rosa y en la otra un aro con una vara para empujarlo. Están presentes, como vemos, varios atributos del retrato infantil. Pero lo más relevante es que se la representa junto a un pedestal de una estatua con un murete tras ella y árboles, en lo que parece ser un jardín. Durante el Romanticismo fue frecuente que los niños aparecieran retratados en jardines, naturaleza moldeada por el hombre, haciendo nuevamente referencia a la juventud y candor infantil. Así, el jardín se manifiesta como un lugar amable, en el que los niños pueden esparcirse y jugar, como en esta ocasión. Otro ejemplo semejante lo podemos observar en el

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lienzo que Antonio María Esquivel, sin duda uno de los más afamados retratistas infantiles de la época, dedica a unos niños que juegan con un carnero también en un jardín (Inv. CE2482). La misma intención tiene la miniatura Inv. CE2057, en la que una niña juega con un perrito. Esta pieza está firmada por el filipino Damián Domingo. En la esquina inferior derecha se lee “Damián Domingo, lo pintó en Mamª 1833”. Las influencias españolas y europeas en la pintura filipina fueron muy evidentes, sobre todo gracias a las rutas comerciales y el asentamiento de españoles en dichas tierras. En 1821 se creó la Academia de Dibujo y Pintura en el país asiático que regularía estas enseñanzas, contribuyendo a la transmisión de las corrientes del viejo continente.

Antonio María Esquivel

Niños jugando con un carnero Óleo sobre lienzo

1843 Inv. CE2482

Museo del Romanticismo Sala de Juego de Niños (Sala XIV)

M. Velasco, Niña Gouache / marfil

Siglo XIX, Inv. CE2230 Museo del Romanticismo

R. Cendón, Niña con aro Gouache / marfil 1858, Inv. CE2147 Museo del Romanticismo

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La colección de miniaturas del museo está formada por ejemplares de distintas escuelas. El reducido tamaño de estos objetos favorecía tanto su comercio como su traslado, por lo que no es difícil encontrar miniaturas de diversa procedencia. Atribuidas a Frederick Buck (1771-h.1839) y a Jean Baptiste Soyer respectivamente destacan dos pequeños retratos femeninos de gran belleza. Ambos están montados en marcos con colgante, aunque no

parecen ser originales. La miniatura atribuida al irlandés Buck (Inv. CE7445) muestra a una niña recortada sobre fondo neutro que, girada levemente, dirige sus claros ojos al espectador. De pelo largo y moreno, luce un vestido blanco de tul bordado con plumeti, manga abullonada sobre el codo y escote redondo, bajo el que se ajusta una cinta de seda azul. El detallismo con el que se ha trabajado este retrato mediante rayado corto y apoyado sobre un firme dibujo, confiere a esta obra una especial belleza. El gesto dulce de la niña y los tonos claros subrayan el carácter preciosista de la misma.

Cerramos este recorrido por las limpias y serenas miradas infantiles con la obra atribuida a Jean-Baptiste Soyer (1752-1828), una elegante niña (Inv. CE7446), que aparece ladeada mirando al espectador. Peina su cabello con moño alto aderezado con un diseño trenzado. Va ataviada con un vestido tipo camisa, de talle bajo el pecho, en color blanco, que contrasta con el fondo neutro, más oscuro.

Frederick Buck (atrib.) Niña

Gouache y acuarela / marfil ca. 1800

Inv. CE7445 Museo del Romanticismo

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Todas estas obras dedicadas a los más pequeños no son sino breves pinceladas de toda una corriente que tuvo un gran impulso en el Romanticismo, no sólo en miniatura, sino también en pintura y fotografía, dejando testimonios de gran alcance de toda una época e inmortalizando para siempre los rostros que han de escribir la historia. 5. Bibliografía BARÓN, JAVIER, El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007. CARDONA SUANZES, A., La miniatura retrato en el Museo Romántico: José Delgado y Meneses y Cecilio Corro (1764-1870), Tesis de

Jean-Baptiste Soyer (atrib.) Niña Gouache y acuarela / marfil ca.1800 Inv. CE7446 Museo del Romanticismo

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Licenciatura, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Arte II (Moderno), 2009, (inédito). ESPINOSA MARTÍN, C., Iluminaciones, pequeños retratos y miniaturas en la Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 1999. ESPINOSA MARTÍN, C., Las miniaturas en el Museo del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2011. EZQUERRA DEL BAYO, J., “Apuntes para la historia del retrato-miniatura en España”, Arte Español, año III, núm. 2, 1914-1915. FOSKETT, D., Miniatures. Dictionary ang guide, Reino Unido, Antique Collectors´ Club, 2000. JUNQUERA, P., “Miniaturas-retratos en el Palacio de Oriente”, Reales Sitios, núm. 27, pp. 22-24, 1971. MORALES Y MARÍN, J. L., Pintura en España, 1750-1808, Madrid, Cátedra, 1994. REYERO, C. y FREIXÀ, M., Pintura y Escultura en España, 1800-1910, Madrid, Cátedra, 1995. TORRES GONZÁLEZ, B., La Guerra de la Independencia. Una visión desde el Romanticismo. Fondos del Museo Romántico (cat. exp.). Segovia, Caja Segovia. Obra Social y Cultural, 2008. VV.AA., Museo del Romanticismo. La colección, Madrid, Ministerio de Cultura, 2011. Coordinación Pieza del Mes: Mª Jesús Cabrera Bravo. Fotografías: Museo del Romanticismo (Víctor Gascón, Juan Gimeno, Pablo Linés Viñuales) Agradecimientos: Juan Gimeno Ramallo y Carmen Linés. Diseño y maquetación: Carmen Cabrejas. NIPO: 551-11-002-2

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LA PIEZA DEL MES. CICLO 2012 Enero Carolina Miguel Arroyo EL RETRATO INFANTIL EN LA MINIATURA DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO   Febrero Mercedes Rodríguez Collado MANTÓN DE MANILA, ca. 1880-1890  Marzo Carmen Linés Anónimo, CONSTITUCIÓN DE 1812, ca. 1820  Abril Antonio Granados PAREJA DE CÓMODAS, Gabinete de Larra, ca. 1830  Mayo Luis Gordo Peláez RUINAS DE SAN JUAN DE LOS REYES DE TOLEDO Y LA CAPILLA DE SANTA QUITERIA, de Cecilio Pizarro, 1846  Junio Mercedes Pasalodos ROOMBOX TEATRINOS  Septiembre Carmen Sanz Díaz  Octubre Isabel Ortega Fernández INFANTE MUERTO, José Piquer y Duart, 1855  Noviembre Laura González Vidales ALFREDITO ROMEA Y DÍEZ, Antonio Mª Esquivel, ca. 1845  Diciembre Paloma Dorado Pérez LITERATURA INFANTIL EN LA BIBLIOTECA DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO

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