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LA POLÍTICA Y LOS PARTIDOS EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA DANIEL ARZADUN PARTE 1 Los estudios sobre los Partidos Políticos Entre los primeros teóricos que focalizaron sus análisis sobre los partidos políticos, debemos hacer mención a dos nombres: Moses Ostrogorski y Robert Michels. El primero de ellos, escribió en 1902, un estudio sobre los partidos norteamericanos y británicos, en el cual sostenía que la expansión de la ciudadanía constituía un problema para cuya solución se requería de la organización metódica de las masas electorales, mediante formas extraconstitucionales y a través de partidos disciplinados y permanentes, no obstante lo cual, concluía que ello implicaba una oligarquización de la democracia. Por su parte, Michels, luego de analizar en 1911, la organización de la socialdemocracia alemana en la etapa anterior a la Primera Guerra Mundial, se convenció de la imposibilidad de mantener reglas democráticas al interior de las organizaciones, independientemente de las intenciones que detentan los líderes políticos. Su estudio dio lugar a la detección de la denominada “ley de hierro de la oligarquía”. 1 1 Ver Zelaznik, Javier, Partidos y sistemas de partidos. Un relevo teórico con aplicaciones en Latinoamérica, en Kvaternik, Eugenio, Elementos para el análisis político, la Argentina y el Cono Sur en los 90, Bs. As., Ed. Paidós, 1998, pags. 287 y siguientes.

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LA POLÍTICA Y LOS PARTIDOS EN LA ARGENTINA

CONTEMPORÁNEA DANIEL ARZADUN

PARTE 1

Los estudios sobre los Partidos Políticos

Entre los primeros teóricos que focalizaron sus análisis sobre los partidos

políticos, debemos hacer mención a dos nombres: Moses Ostrogorski y Robert

Michels. El primero de ellos, escribió en 1902, un estudio sobre los partidos

norteamericanos y británicos, en el cual sostenía que la expansión de la

ciudadanía constituía un problema para cuya solución se requería de la

organización metódica de las masas electorales, mediante formas

extraconstitucionales y a través de partidos disciplinados y permanentes, no

obstante lo cual, concluía que ello implicaba una oligarquización de la

democracia.

Por su parte, Michels, luego de analizar en 1911, la organización de la

socialdemocracia alemana en la etapa anterior a la Primera Guerra Mundial, se

convenció de la imposibilidad de mantener reglas democráticas al interior de las

organizaciones, independientemente de las intenciones que detentan los líderes

políticos. Su estudio dio lugar a la detección de la denominada “ley de hierro de

la oligarquía”.1

1 Ver Zelaznik, Javier, Partidos y sistemas de partidos. Un relevo teórico con aplicaciones en Latinoamérica, en Kvaternik, Eugenio, Elementos para el análisis político, la Argentina y el Cono Sur en los 90, Bs. As., Ed. Paidós, 1998, pags. 287 y siguientes.

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La ley de Michels, giraba en función de dos cuestiones centrales, la primera

hacía referencia a la necesidad inevitable de una instancia organizativa para

encuadrar la participación de las masas que hacían su entrada en la arena

política. En tanto que el segundo aspecto relevante, tenía que ver con la

tendencia innata de la organización a desarrollar una dinámica oligárquica y

burocrática desde su propio seno que rompía o anulaba toda posibilidad

democrática.

De allí que toda organización partidaria, si bien emergía como necesaria para

canalizar la participación ciudadana, facilitaría inicialmente el proceso

normalizador, pero finalmente y fatalmente, terminaría atentando contra el

mismo. La tendencia a la oligarquización, según este autor, no podía escapar a

ningún partido político.

Otro teórico de renombre en esta temática, es Max Weber, que encuentra una

visión positiva, en donde Michels solo veía lo negativo.

Weber consideraba que la tendencia hacia la burocratización partidaria,

facilitaría la oportunidad de gestar partidos ideológicos y organizados desde

donde emerjan líderes fuertes que apuntalen el desarrollo democrático.

También este teórico, desarrolló una clasificación de los partidos políticos

tomando como base criterios organizativos. De aquí surgió la distinción entre

partido de notables y partido de masas, los primeros eran un instrumento

electoral al servicio de los parlamentarios que hegemonizaban la política,2 en

tanto que los segundos, cobraron fuerza con la incorporación de las masas a la

política (fines del siglo XIX y principios del XX), dado que la hegemonía del

parlamentario sobre esta actividad decayó, para pasar a manos de

“profesionales” a tiempo completo que se mantenían fuera del parlamento.

2 El partido de notables cobró auge con el inicio de la ampliación del sufragio a inicios del siglo XIX y con el ascenso a posiciones de poder de la burguesía.

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Aquí surgen las complejas organizaciones conocidas como los partidos políticos

“modernos”, con estructuras diferenciadas para cumplir una multiplicidad de

funciones (financiamiento, reclutamiento, movilización, propaganda, elaboración

de programas, etc.).

Los partidos pasaban a detentar el poder político por sobre los parlamentarios,

la ideología era el elemento que definía el proyecto de sociedad y se convertía

en la gran arma de la lucha política, en tanto que el ingreso de las masas a la

arena política catapultaba al partido como la instancia central en el proceso de

representación.

La distinción entre el partido de notables (cuadros) y el partido de masas,

también es utilizada por Duverger quien profundiza y operacionaliza la misma

mediante el desarrollo de cuatro dimensiones: tipo de estructura de base de los

partidos, grado de articulación interna, tipo de articulación interna y grado de

descentralización.

Para todos estos autores, la comprensión de los partidos y sus actividades,

únicamente se podía lograr si se ponía al descubierto su “núcleo” organizativo,

es decir, si se tomaba como punto de inicio al partido en tanto organización (su

fisonomía y su dinámica organizativa).

Esta línea de análisis varió en los últimos treinta años, la investigación

politológica y sociológica sobre los partidos políticos, comenzó a hacer hincapié

sobre la dinámica electoral, el funcionamiento de las actividades estatales

sometidas a la influencia de los partidos, las relaciones entre los partidos y las

clases sociales, etc.

A la luz de la teoría de los sistemas, se terminó por desplazar a los estudios de

los partidos tomados en forma individual, para centrar la importancia en el

análisis de los sistemas de partidos, siendo esta la línea predominante entre los

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científicos sociales, lo cual permitió generar importantes avances en la

comprensión de los procesos políticos.

No obstante lo dicho, una cuestión quedó en el olvido: “precisamente la

conciencia de que, cualquiera sea la naturaleza de los partidos y el tipo de

incitaciones a que puedan responder, aquellos son, ante todo, organizaciones, y

el análisis organizacional debe, por tanto, preceder a cualquiera otra

perspectiva”.3

Angelo Panebianco desarrolló un estudio sobre los partidos políticos, desde la

perspectiva de su dinámica organizativa interna, sosteniendo que es

fundamental apoyarse en aquellas teorías y análisis que centran su atención en

la dimensión del poder en la organización y en la explicación del funcionamiento

y las actividades organizativas fundamentalmente, en términos de alianzas y

conflictos por el poder entre los diversos actores integrantes de la organización.

Según este autor, la dinámica que adquiere la lucha por el poder partidario en el

seno de esta organización, se constituye en la clave principal para poder

entender su funcionamiento, como así también las transformaciones que en

ocasiones experimenta, en tanto que, la instancia fundacional de la institución

partido, opera como un condicionante esencial que determinará la evolución del

mismo: “…las opciones políticas cruciales puestas en práctica por los padres

fundadores, las modalidades de los primeros conflictos por el control de la

organización, y la manera que esta se consolida, dejarán una impronta

indeleble. Pocos aspectos de la fisonomía actual así como de las tensiones que

se desarrollan ante nuestros ojos en muchas organizaciones, resultarían

comprensibles si no nos remontáramos a su fase de formación”.4

Los cambios que se produjeron en el mundo político y social luego de la

Segunda Guerra Mundial, la emergencia del Estado de Bienestar, la expansión

de las ideas seculares, la tendencia hacia bienes de consumo masivos, etc.,

3 Panebianco, Angelo, Modelos de Partido. Organización y poder en los partidos políticos, Bs. As., Alianza Editorial, 1995, pag. 14.

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impulsó a otros teóricos a observar las transformaciones que en el marco de

estos cambios sufrían los partidos políticos.

Uno de los estudiosos más renombrados en este aspecto es Otto Kirchheimer,

quien postula el nacimiento de un nuevo tipo de partido denominado “atrapa-

todo” (catch all party), caracterizado por su intento de obtener el apoyo ya no de

un solo sector, sino de la totalidad del electorado.

También el ya citado Panebianco, establece la contraposición entre partido de

masas y atrapa-todo, dando lugar a la división entre dos tipos ideales de partido:

el partido burocrático de masas y el partido profesional electoral.

El primero se caracterizaría por poseer una compleja trama organizativa,

tendiente a incorporar y expresar la voluntad política de sectores sociales

predefinidos, mientras que el segundo estaría constituido por profesionales de la

política, que apuntan a capturar el apoyo de la mayoría del electorado

independientemente del sector social al que el ciudadano pertenezca.

Otros autores, apoyándose en las modificaciones que expresaron los partidos,

hacen mención al partido cartel, en el mismo y a diferencia de los partidos de

masas, los políticos del partido ya no serían delegados de un grupo social

determinado, ni tampoco (como en el caso del “atrapa-todo”), empresarios

encargados de combinar las demandas de diferentes grupos sociales. En este

caso, los partidos se convierten en agencias semipúblicas, y los políticos en

agentes del estado cuya función pasaría por defender las políticas generadas

por la burocracia o proponerse como reemplazantes de aquellos políticos,

ocupando las más altas agencias ejecutivas.

Los cambios generados en el escenario internacional, la imposición del modelo

neoliberal, la caída de los socialismos reales, las nuevas formas culturales

hegemónicas, determinaron fuertes transformaciones en la sociedad y en el

4 Panebianco, Angelo, Modelos…, op. cit., pag. 17.

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mundo de la política, que se tradujeron en modificaciones en el perfil, el

funcionamiento y las finalidades de las organizaciones partidarias.

Sobre estos cambios y su incidencia en las formas políticas se tratará a

continuación.

El escenario internacional en los 90 y su influencia en la política

El modelo socialdemócrata había tenido su apogeo en el plano internacional a

fines de la década del 70, entre sus discípulos más destacados podemos

mencionar a Felipe González en España y a Miterrand en Francia, en tanto que

en los países latinoamericanos emergían figuras como Alan García en Perú,

Paz Estenssoro en Bolivia, Trancredo Neves y Sarney en Brasil, Sanguinetti en

Uruguay y Alfonsín en Argentina, estos hombres expresaban en la primera

mitad de la década del ochenta con distintas variantes, versiones del modelo

socialdemócrata.

El panorama internacional va a mostrar un quiebre drástico, en la segunda

mitad de la década del ochenta, fundamentalmente a partir del año 1989.

La crisis del modelo socialista y la universalización de la democracia como

forma política, conjugada con el capitalismo como forma económica, van a

comenzar a moldear una nueva era en los pueblos de occidente. 5

Esta nueva era va a estar caracterizada por el resurgimiento y la reinstalación

de un paradigma remozado: el neoliberalismo universalizaba su revolución en el

campo de las ideas y en el de las políticas económicas y sociales.

“La nueva doctrina -el ‘neoliberalismo’- predicará la superioridad de la economía

de mercado libre sobre la regulación estatal; del empresario privado sobre el

5 Ver Fraga, Rosendo, El centro derecha. De Alfonsín a Menem, Bs. As., Ed. Centros de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, 1990, pag. 200.

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empresario público. Opondrá la eficacia de un ‘capitalismo de oferta’ al

‘socialismo de demanda’. Exaltará la función positiva de la desigualdad frente al

igualitarismo enervante del esfuerzo y del estímulo individual. Demostrará la

necesidad de preservar los grandes equilibrios macroeconómicos, hará de la

economía monetaria -y no de la economía real- el centro de sus

preocupaciones, y sostendrá las virtudes de la economía ‘abierta’”.6

Margaret Tatcher en Europa y Ronald Reagan en los E.E.U.U, son los

principales ejecutores de este modelo, en tanto que el modelo económico

chileno aplicado por los “Chicago Boys”, abrió las puertas de este paradigma

para los países en desarrollo. Estos primeros ensayos y sus concepciones

desreguladoras, privatistas, desestatizantes y de ajustes económicos

estructurales, progresivamente se expandieron por todo el planeta. Europa,

Latinoamérica, los países de la ex Unión Soviética, comenzaron a abrazar con

entusiasmo las nuevas recetas neoliberales.

La irrupción del nuevo paradigma generó consecuencias importantes en las

distintas sociedades, que veían derrumbarse sus viejas certezas. La

desarticulación de los países comunistas quebró en el campo político el

antagonismo sobre el cual se venía organizando la lucha política en las

democracias occidentales, el quiebre de la contradicción comunismo-

capitalismo, vació a la lucha política de la épica simbolizada en la confrontación

en pos de la búsqueda de alternativas entre órdenes políticos distintos.

La universalización del modelo que conjuga la democracia liberal con el

desarrollo económico capitalista, le robó a la disputa política sus referentes

clásicos sin sustituirlos por otros, derivando como consecuencia de este

proceso el reforzamiento de la apatía política, el debilitamiento de los debates y

los conflictos sobre los cuales giraba la vida social. 7

6 Cafiero, Antonio, El peronismo que viene, Bs. As., Nuevohacer, 1995, pag. 55.

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En lugar de la disputa política que antagonizaba proyectos contrarios de

sociedad, se comenzó a instalar la idea de resignación ante lo existente, la

postura de fin de la historia, la aceptación del advenimiento de una sociedad

regulada por el juego de la oferta y la demanda, el desencanto con la política

como herramienta portadora de un desafío histórico signado por el anhelo

heroico de construir un mundo nuevo.

El concepto de lucha política como portadora de representaciones diferentes y

antagónicas de modelos de sociedad, terminó siendo desplazada por la idea del

consenso sobre el futuro deseable y, en estas condiciones, la política pasó a ser

un instrumento para gestionar el gobierno, en tanto que las diferencias por parte

de los políticos se redujeron a demostrar quien está mejor capacitado para

gestionar la sociedad en el marco de proyectos ya no antagónicos sino, en

esencia, consensuados o compartidos por la mayor parte de los componentes

de la sociedad.

En definitiva, en los años 90 se presenciaron profundas transformaciones en la

relación Estado-sociedad y en el lugar que ocupaban las distintas

organizaciones sectoriales, la opinión pública, los partidos y la política.8

En Latinoamérica, estas transformaciones cristalizaron fundamentalmente en

las elecciones realizadas entre 1989 y 1990 en donde comienza a gestarse una

oleada “populista conservadora” en distintos países. Los triunfos de Collor de

Mello en Brasil, Lacalle en Uruguay, Banzer y Paz Zamora en Bolivia, Violeta

Chamorro en Nicaragua y Carlos Menem en Argentina, son ejemplos de la

instauración y consolidación de los cambios derivados de la universalización del

paradigma neoliberal.

7 Ver Chereski, Isidoro, La innovación política. Políticas y derechos en la Argentina contemporánea, Bs. As., Editorial Universitaria de Bs. As., 1999, pag. 72. 8 Ver Novaro, Marcos - Palermo, Vicente, Los caminos de la centroizquierda. Dilemas y desafíos del Frepaso y de la Alianza, Bs. As., Ed. Losada, 1998, pag. 29.

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La emergencia neoliberal, también se extendió hacia la gestión de otros

presidentes de origen “populista”. Tal es el caso de Carlos Andrés Péres en

Venezuela, Rodrigo Borja en Ecuador y Fujimori en Perú, que implementaron

políticas de ajuste, de privatizaciones y de cambios estructurales en la

economía.

En esta línea también se anotan Rodríguez en Paraguay, mientras que Aylwin,

en Chile, ejecuta una continuidad económica respecto del modelo pinochetista.9

En el marco de estas transformaciones y yendo específicamente al caso

argentino, en consonancia con los cambios que en la arena política se

produjeron en el mundo occidental, se observó que la misma dejó de estar

dividida por incompatibles alternativas de sociedad, imperando un consenso

democrático implícito aceptado por los principales contendientes políticos, y que

expresó el borramiento del histórico clivaje peronismo-antiperonismo que desde

la mitad de la década del cuarenta en adelante se había constituido en el eje

organizador de la vida política nacional.

En tal sentido, en nuestro país se pudo observar que en el campo político, se

produjo una profundización de la crisis en las identidades políticas, expresada

en la falta de adhesión global y permanente a los partidos políticos tradicionales

y que se traducían en la caída voto cautivo de la ciudadanía hacia los mismos.

El apoyo a las fuerzas políticas comienza a estar caracterizado por una alta

volatilidad, en base a decisiones que coyunturalmente los ciudadanos toman

ante cada oportunidad electoral, donde evalúan a las fuerzas partidarias no en

función de históricos criterios identitarios e ideológicos sino principalmente, en

función de los resultados que dichas fuerzas expresan ante el desafío de

gestionar la realidad.

De esta manera, se observa un debilitamiento de la política y los partidos en el

sentido que si bien los mismos aún retienen su rol de organizadores de la

competencia política, tanto la comunicación política como así también la

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formación de los dirigentes, comienzan a circular por otros canales. Este

debilitamiento de la política, estaría en directa relación con el hecho de que la

actividad política ya no está necesariamente ligada a confrontar alternativas

antagónicas de sociedad.

La extensión amplia del consenso acerca de un determinado tipo de sociedad,

actuaría como instancia que tiende a neutralizar la percepción de las diferencias

y alternativas, favoreciendo el debilitamiento de la representación política y por

ende, la “despolitización”.

Los estudios desarrollados sobre la evolución del sistema político argentino en

los últimos años, tienden a coincidir en el debilitamiento de los partidos políticos

a partir de 1989 y a realizar referencias coincidentes sobre la crisis de

representación.10

Estas referencias están en sintonía con otros diagnósticos que comprenden la

evolución contemporánea de los sistemas políticos latinoamericanos y con los

cambios vislumbrados en el nuevo contexto económico, estatal e internacional.

La crisis de los partidos políticos, emerge como una postura extendidamente

enunciada y tratada por numerosos teóricos en la materia, el surgimiento de

nuevos actores y recursos en la vida política, como la “videopolítica”, el auge de

la personalización, el rol de la opinión pública, los extrapartidarios, la

tecnocracia y la profesionalización, constituyen un conjunto de factores que

parecen incidir en la crisis de representación y de identidad de los partidos

políticos, que comienzan a perder tanto sus capacidades de orientar la toma de

decisiones gubernamentales, como su capacidad de mediación con la sociedad.

En el ítem siguiente se buscará analizar los factores que operan como

detonadores de esta crisis de la política y de los partidos.

La crisis de la política y de los partidos

9 Ver Fraga, Rosendo, El centro-derecha…, op. cit., pag. 200. 10 Ver Novaro, Marcos – Palermo, Vicente, Los caminos…, op. cit., pag. 25.

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La creciente literatura que da cuenta de la crisis de los partidos políticos en

occidente, no deja de reconocer que los mismos continúan siendo un actor

central dentro del proceso político democrático, pero advierte sobre la

desvalorización pronunciada de dicho actor frente a la opinión pública, tanto en

las nuevas democracias latinoamericanas como en las más estabilizadas de la

Europa occidental y del mundo anglosajón.

Lo que emerge según estos análisis como crisis, es el partido en tanto actor

central del proceso de representación, en función del auge y del impacto que

progresivamente en este sentido, adquieren los medios masivos de

comunicación sobre la acción política en general y los partidos en particular.11

Acorde a lo descripto, hay autores que señalan que en general en occidente y

en particular en la Argentina, se perciben signos de crisis y transformación de

las formas políticas que expresan una tendencia general en la cual se vislumbra

el debilitamiento de los partidos políticos, el desinterés ciudadano en los

asuntos públicos y la personalización de la política cristalizada en la aparición

de fuertes liderazgos mass-mediáticos.12

En sintonía con lo enunciado, los cuantiosos estudios sobre los países

latinoamericanos, focalizan sus análisis en la emergencia de “fuertes liderazgos

que forman su base de apoyo y gobiernan tomando distancia de las estructuras

partidarias y relativizando o ignorando las reglas institucionales de división de

poderes y del ‘gobierno de la ley’”.13

11 Ver Zelaznik, Javier, Partidos y sistemas…, op. cit., 285. 12 Ver Chereski, Isidoro, La innovación política…, op. cit., pag. 69. 13 Torre, Juan - Novaro, Marcos - Palermo, Vicente – Chereski, Isidoro, Entre el abismo y la ilusión. Peronismo, democracia y mercado, Bs. As., Grupo Editorial Norma, 1999, pag. 10.

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La relación directa entre el surgimiento y reforzamiento de liderazgos

ejecutivistas y personalistas y el relegamiento y debilitamiento de los partidos

políticos es planteada de esta forma por varios autores.14

La crisis de la política y de los partidos reconoce además otra arista que, como

se enunció en el ítem anterior, estaría vinculada a la ruptura de los grandes

antagonismos que históricamente venían organizando el campo de la lucha

política.

En el marco de la existencia de la contradicción capitalismo-comunismo, la

política emergía como la instancia portadora de los conflictos expresados en la

relación de explotación económica, en tanto que sus protagonistas, los políticos

y los partidos, ejecutaban su acción cristalizando la representación de los

sujetos sociales inmersos en esta disputa y como portadores de los intereses de

un actor típico simbolizado en el concepto de clase social.

Con el advenimiento del neoliberalismo y su postura extendidamente impuesta

de “pensamiento único”, el lugar asignado a la política y a los partidos comenzó

a desdibujarse en sintonía con la pérdida de significación de los conflictos

derivados de la sociedad industrial, de la ideología como instancia portadora de

una concepción global de sociedad y de cambio y de los actores que

expresaban esta realidad político – social, de allí que: “En lugar de la voluntad

política, de la disputa entre representaciones de la sociedad y de proyectos de

reforma se instala la apología o la resignación ante lo existente. Las

representaciones generales del orden pierden consistencia a la par que pierde

vigencia la crítica del status quo”.15

La política de esta manera, perdió el sentido que antaño tenía, como instancia

que contenía una alternativa radical de cambio social, para pasar a expresar la

14 A modo de ejemplo, ver Novaro, Marcos, Piloto de tormentas…, op. cit., pag.73. 15 Chereski, Isidoro, La innovación…, op. cit., pag. 23.

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posibilidad de gestionar la sociedad en el marco de proyectos extendidamente

consensuados.

En este proceso, la forma partidaria pareciera mutar en cuanto a sus

características esenciales, dando lugar a la aparición de un nuevo tipo de

partido predominante en las sociedades contemporáneas: asistimos así, a la

progresiva desaparición del partido ideológico y de masas y a la emergencia y

consolidación del partido profesional electoral.

La emergencia de este nuevo tipo de partido parece expandirse por todo el

mundo occidental y particularmente en los años noventa, comienza a tener una

presencia fuerte en la Argentina.

Este tipo de partido habría de conformarse, a partir de la centralidad que en esta

etapa adquieren los liderazgos personalistas, por donde comienzan a circular

las decisiones políticas en desmedro de las estructuras partidarias tradicionales

que, además, sufren un desplazamiento por la creciente influencia de los

expertos o profesionales de la gestión gubernamental, del marketing político y

de los medios de comunicación masivos.

Los liderazgos así constituidos, comienzan a tener un pronunciado despegue en

relación a los nexos que entre estos y los tradicionales partidos de masas

históricamente se habían establecido; la independencia de estos liderazgos,

comienza a tornar secundaria los condicionamientos que antes ejercían los

grupos de influencia que monopolizaban las estructuras de los partidos, ya que

el poder del líder, se basa en gran parte en la popularidad y el apoyo que, a su

figura, proviene de una opinión pública que crece con independencia de los

lazos de identificación con las organizaciones partidarias y mucho más ligada a

los escenarios generados por los mass-media, constituidos en verdaderos

canales de circulación de la información política y productores de escenarios

políticos en donde accionan, influyen y son influidos los candidatos.

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Es decir que el progresivo declive del partido de masas, con su actividad

militante organizada territorialmente, con sus periódicos y el contacto directo en

los mitines políticos con los afiliados y simpatizantes y con las concentraciones

públicas, comienza a verse desplazado por la comunicación política alrededor

de los mass-medias y sobre todo de la televisión. Es este el nuevo espacio de

circulación de la realidad política y es a partir de este espacio que se generan

los debates, las decisiones políticas y la promoción de los líderes dirigentes.

La relación directa que se establece entre el espacio mediático y los candidatos

o figuras estrellas de la política, termina por relegar la mediación que, en esta

relación, otrora cumplían las organizaciones partidarias a través de sus

militantes.

La mediación a través de la T.V permitió por un lado el surgimiento de partidos

(un ejemplo en el caso de Argentina está dado por el Frepaso), sin grandes

“aparatos” y con escasos recursos y por otro lado, condicionó a un mínimo

umbral la participación política de la ciudadanía, la cual comienza a discurrir por

los carriles de una participación virtual caracterizada por el nexo espectador –

actor propio de la lógica televisiva, en donde las decisiones políticas de la

ciudadanía parecieran responder a los parámetros de una racionalidad más

centrada en la reflexión individual.

En la era del partido profesional electoral, el juego político electoral comienza a

girar por las pantallas de T.V, por la difusión de la propaganda mediática

centrada en consignas de simple comprensión y efectistas, referenciadas en las

figuras de los candidatos actores por sobre las propuestas programáticas, y en

actos políticos cuya expresión más característica es la “caravana”.

En este marco los actores políticos tradicionales como la “militancia”, cobran un

rol a todas luces secundario que expresa el cambio drástico que ha sufrido la

organización partidaria; el militante reduce su accionar a un mínimo de actividad

territorial (que cobra una importancia más elevada en las elecciones internas),

generalmente de acompañamiento a la estrategia política desarrollada por los

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equipos profesionales del candidato y tendiente a resaltar las virtudes de la

personalidad política del mismo.

Es decir que el partido político parece dejar su lugar de centralidad para pasar a

convertirse en una máquina electoral al servicio del candidato estrella, los

canales de mediación que generalmente cumplían las extendidas redes de

organizaciones del partido, por donde transitaban las demandas y respuestas

entre los actores políticos y la sociedad, comienzan a ser relegadas por la

función que en este caso pasan a cumplir los sondeos de opinión o las

encuestas, transformadas en los ojos y los oídos del candidato para diagramar

su discurso frente a la sociedad.

La política pasa a ser evaluada acorde a su eficacia en la gestión cotidiana, por

una sociedad que se traduce en la forma de “opinión pública”, los actores

sociales, diluidos sus lazos identitarios con los partidos, utilizan criterios

atravesados por una creciente independencia en cuanto a su capacidad de

decisión, para determinar sus posturas en función de los resultados

desarrollados por la propaganda y los líderes mediáticos desplazando así a la

acción de la militancia y las estructuras partidarias.

En definitiva, en todo el proceso descripto, aparecen una serie de ítems que

configuran los grandes ejes sobre los cuales se asientan las transformaciones y

los nuevos modelos organizativos, a partir de los cuales se despliegan las

formas partidarias contemporáneas.

A continuación se intentará describir y analizar los mismos.

a) La crisis de identidad y de representación:

La crisis de las identidades políticas, entendida como crisis de los sentidos de

pertenencia a grupos o proyectos colectivos,16estaría vinculada al debilitamiento

de la política en occidente, a partir de una serie de procesos que relacionan

16 Esta definición de crisis de identidad política se puede observar en Novaro, Marcos, Piloto de tormentas…, op. cit., pag. 32.

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entre sí a la crisis del Estado de bienestar, la crisis del marxismo y la caída del

comunismo, cuestiones que en su concatenación expresan las transformaciones

ideológicas que emergen en el mundo contemporáneo conjuntamente con la

difusión del esquema del pensamiento único y fin de la historia, produciendo

como oportunamente se enunció, la esfumación de los clivajes o antagonismos

ideológicos que habían organizado el campo de la lucha política.

La desactivación de la crítica al capitalismo como discurso organizador de la

resistencia política que expresaba un proyecto colectivo de cambio social, y su

progresivo reemplazo por el discurso del progreso social a partir del crecimiento

económico del libre mercado, condujo a la instauración predominante de

estrategias de vida orientadas por el concepto de éxito y del camino de la

actitud individualista.

La desaparición de la opción de cambio social radicalizado, desató su influencia

sobre las fuerzas políticas tradicionales, reduciendo el campo de las diferencias

y obligándolas a difundir posturas que, necesariamente, deberían llevar la

impronta de un marco ideológico de límites muchos más abiertos y difusos ya

que estaban guiadas por la necesidad de captar a un electorado, que también

había volatilizado sus anclajes ideológicos acorde con el cambio que en las

formas políticas y culturales impuso el advenimiento del paradigma neoliberal.

La desaparición en el campo político occidental de la división entre alternativas

antagónicas de sociedad y la emergencia en su lugar del consenso que

combina democracia con desarrollo económico capitalista, aceptado por los

principales protagonistas de la política, se correlaciona con el decaimiento de la

adhesión permanente a las fuerzas políticas, cristalizado en el progresivo

acotamiento del voto cautivo.

En síntesis, se puede afirmar que los partidos expresaban fuertes identidades

políticas, en la medida que cobraba fuerza e intensidad el conflicto que

levantaba el comunismo como vía alternativa al capitalismo y la democracia,

pero el colapso de la vía comunista y la universalización del consenso

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democrático capitalista, quebró uno de los polos de esta disputa sin colocar en

su lugar un referente sustituto, como consecuencia de esta situación que iba a

dar lugar a una extensión del consenso de los valores democráticos y

capitalistas, las diferenciaciones ideológicas entre los partidos sufrieron un

progresivo debilitamiento dado que los mismos ingresaron en la lógica de

aceptación de la variante capitalista, generándose el acotamiento de las

diferencias sobre las cuales se anclaban las identidades propias de cada

partido, ligadas a su vez, a los antagonismos que habían organizado la vida

política en el pasado pero que en la actualidad, se desdibujaban frente a la

caída de uno de los polos que motorizaban dicha disputa.

Esta crisis de identidad de los partidos tradicionales, está a su vez, asociada a

una crisis de representatividad, es decir, el debilitamiento de las identidades

políticas asociadas al quiebre de la lucha política encauzada en función de la

búsqueda de alternativas de sociedad, generó como consecuencia una

expansión del consenso político y diluyó la posibilidad de percibir diferencias

entre los partidos, con lo cual, la dificultad de estos para capturar los ejes del

conflicto social y plantear posturas diferenciadoras tajantes, repercutió

necesariamente en un debilitamiento de su capacidad de representación.

El débil antagonismo entre partidos influyó en el acotamiento de su potencial

representativo, al diluirse sus identidades tradicionales y los valores culturales

en que se asentaban y que ordenaban el campo del conflicto y la lucha política,

fomentando el comportamiento estable del electorado.

La crisis de representación de los partidos estaría ligada a la volatilidad

electoral, la ampliación de la brecha entre las propuestas políticas y las

demandas de la sociedad y la emergencia de nuevos liderazgos políticos a

partir de la situación de disponibilidad en que se encontraban sectores sociales

cuyas identidades tradicionales habían entrado en un proceso de disgregación y

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los cambios en las actitudes políticas, los sistemas de partido y las

articulaciones entre estos y la sociedad.17

El politólogo norteamericano Philippe Schmitter, traza un panorama claro de la

crisis de representación de los partidos al sostener lo siguiente: “Lo que está

pasando en Europa, y hasta cierto punto aquí, es que los viejos partidos ya no

funcionan. Son rótulos con los que la gente no se identifica, ya no tienen

lealtades, ni se transmite esa lealtad de padre a hijo o de madre a hija. Existe un

enorme problema intergeneracional en este tema. Cuando eso empieza a

descomponerse, la persona se pregunta: qué representa eso, quién me

representa a mí. No me representa nadie. Por eso los jóvenes no votan. Sienten

que nadie los representa. Esa es una respuesta…”.18

La vinculación entre las dos crisis (de identidad y de representación), se

produce porque al diluirse las identidades tradicionales, los ciudadanos votantes

comienzan a procesar nuevos vínculos políticos que reflejan a su vez la

construcción de nuevas identidades, de modo tal que “lo que antes era

‘representativo’ ya no lo es, porque lo que hasta ese momento reclamaba ser

representado ya no existe. En su lugar surgieron nuevos intereses, actores y

estrategias que darán lugar, tarde o temprano, a nuevos vínculos de

representación”.19

En este marco de ruptura de las representaciones tradicionales, se da la

emergencia de un nuevo tipo de representación, simbolizada en el surgimiento

de los liderazgos personalistas y el auge del voto independiente que expresa a

su vez, el creciente debilitamiento de las identidades partidarias tradicionales y

la ruptura de los lazos de lealtad históricos vinculados con el voto cautivo.

De esta manera, el político devenido en líder personalista se transforma en el

nuevo modelo por el cual circulan los ejes de la representación contemporánea,

17 Ver Novaro, Marcos, Piloto de tormentas…, op. cit., pag. 20. 18 Entrevista diario Clarín, Nota: A fondo. Philippe Schimitter, Politólogo, 22-07-01.

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desplazando a la organización partidaria que expresaba el antiguo modelo de

representación (en combinación con otras organizaciones como por ejemplo, el

parlamento).

El nuevo modelo de representación política, se enmarcaría así, en un contexto

particularmente identificatorio de los cambios que se produjeron en nuestra

región, en donde se observa un debilitamiento de las organizaciones partidarias

frente a la fortaleza de los liderazgos personalistas, la influencia de los mass-

medias, el auge de los técnicos y los profesionales de la política, la influencia de

grupos empresariales y el debilitamiento de las identidades políticas

tradicionales.

b) La personalización de la política:

Una de las causas determinantes del proceso de personalización de la política

parecería estar vinculada a la evolución que vienen sufriendo las organizaciones

partidarias.

En efecto, Otto Kirchheimer, al enunciar su teoría de partido escoba que

expresa la metamorfosis a que da lugar la evolución del partido de masas,

sostiene que entre otros cambios se produce el “fortalecimiento del poder

organizativo de los líderes, que se apoyan ahora, para la financiación de la

organización y para mantener sus lazos con el electorado, más en los grupos de

interés que en los afiliados”.20

En este proceso, donde se producen alteraciones significativas en el plano de la

comunicación política, conjuntamente con la emergencia de una opinión pública

en general más heterogénea e instruida, los mass-media operan como un

verdadero condicionante de las campañas electorales, fomentando que en las

mismas los candidatos aparezcan en el centro de la escena política mediática,

derivando por ende en un proceso de “personalización” política, en el sentido de

19 Novaro, Marcos, Piloto de tormentas…, pags. 25-26. 20 Panebianco, Angelo, Modelos de partido…, op. cit., pag. 490.

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que es la persona, es decir, la figura del candidato y no el partido, el eje de la

campaña política electoral.

Las transformaciones que a partir de este nuevo escenario se producen en la

matriz organizativa de las organizaciones partidarias, implican entre otras cosas,

el desplazamiento de la influencia que dentro de dicha matriz tenían los

afiliados, militantes y dirigentes y el fortalecimiento geométrico del peso de los

representantes públicos que ocupan cargos lectivos. De esta manera se iniciaría

un proceso de representación política personalizada.

Este proceso se inscribe en las novedades expresadas por la vida política

contemporánea, en donde (respecto a lo que sucedía dos o tres décadas atrás),

se diluyen las adhesiones estables de los electores a los partidos de masas,

generándose un voto oscilante en función de la capacidad de atracción que

despiertan los candidatos ante cada escenario electoral.

Los partidos políticos, aún cuando mantienen su rol de organizadores de la

competencia política, ven desplazada su centralidad hacia los candidatos

mediáticos y sus asesores profesionales en gestión gubernamental y marketing

político.

La persona del candidato estrella y la construcción de una imagen potable para

el electorado a partir de cuidadosas estrategias de marketing político, tienden a

privilegiarse por encima de las propuestas programáticas y del rol protagónico

de los partidos, a la hora de definir sus posturas frente a las campañas

electorales.

Es decir que “por encima de los partidos aparece ahora la imagen del líder que

cataliza y centraliza las capacidades representativas antes distribuidas en un

conjunto de instituciones y organizaciones, y confiere así unidad al cuerpo

político”.21

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Si bien la centralidad que adquiere la imagen personalizada y mass-mediática

no implicaría un vaciamiento de la política en tanto posibilidad de transformación

de la realidad, sí es observable que muchos de los contenidos de la política a

partir del auge mass-mediático tienden a adquirir un sesgo trivial y

“escenificado”.

En este proceso de personalización de la política, según Manin, la individualidad

del representante, hasta en sus más singulares y concretos aspectos, es la que

emerge como centro en la preocupación de los electores.22

La confianza de los electores se trasladaría así, hacia el líder personalista, que

a partir de su capacidad “decisionista”, tendría la posibilidad cierta de resolver

en forma extemporánea y ejecutiva aquellas cuestiones no previstas por la ley o

los lineamientos programáticos del gobierno.

Los nuevos liderazgos así constituidos, comienzan a independizarse de las

estructuras partidarias, dado que su poder se asienta en una popularidad

mediática conseguida en gran parte por afuera de dichas estructuras que inician

un proceso de dependencia de estos liderazgos, terminando por constituirse en

un aparato al servicio de su éxito electoral.

La personalización de la política también estaría ligada al proceso de

debilitamiento o crisis de las identidades políticas, dado que en la medida en

que se dio la desarticulación de los grandes clivajes organizadores de la lucha

política (por ejemplo el clivaje derecha – izquierda o capitalismo – comunismo),

la acción política quedó más librada a la iniciativa de personalidades y dirigentes

que serían tanto más eficaces cuanto menos condicionados estén por las

estructuras políticas.23

21 Novaro , Marcos, Pilotos de tormentas…, op. cit., pag. 46. 22 Ver Novaro, Marcos, Pilotos de tormenta…, op. cit., pag. 46. 23 Ver Chereski, Isidoro, La innovación…, op. cit., pag.123.

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La crisis de los partidos de masas y del Estado de Bienestar iniciada en la

década del ochenta tanto en Latinoamérica como en los países desarrollados, y

el surgimiento de líderes neopopulistas que expresaron una variante del

desplazamiento de los partidos tradicionales, también están vinculados con este

proceso de personalización. Algunos autores como O’Donnell (1991), plantean

que este proceso expresa el desplazamiento de la democracia representativa a

la democracia delegativa, caracterizada por la cesión de parte de la sociedad de

un amplio mandato de poder a las autoridades gubernamentales para que

desplieguen su gestión acorde a sus propios criterios.

El modelo de la personalización implicaría entonces, el funcionamiento de un

sistema caracterizado por el control de los recursos y la toma de decisiones y

por ende la función de representación, en liderazgos ejecutivistas que se

relacionan en forma directa, es decir, sin mediación de estructuras políticas, con

la ciudadanía. La lógica de la toma de decisiones en el marco de este modelo,

adquiriría una fuerte centralidad y ejecutivismo, dado que en el líder se

concentraría monopólicamente el reconocimiento de las demandas y su

correspondiente satisfacción.

Algunos autores plantean que la consolidación de este modelo, implicaría un

cierto retorno a los fundamentos cristológicos desde donde se justificaba la

legitimidad del Gobernante-Rey durante la edad media.24

Lo cierto es que este proceso de personalización de la política, es un indicador

de las transformaciones que han sufrido las formas partidarias contemporáneas

y expresa un nuevo sistema de representación en donde la figura del líder

aparece desplazando y cumpliendo funciones otrora desempeñadas por las

organizaciones partidarias, los parlamentos o los Estados.

Los liderazgos personalistas definen a su vez, una categoría que cobró realidad

en Argentina, México y otros países de la región, en donde dichas figuras

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concentraron en sus manos el poder partidario y gubernamental a raíz de

profundas crisis económicas.25

c) El rol de la opinión pública, los medios de comunicación, los extrapartidarios

y los técnicos y profesionales:

Uno de los aspectos destacados por la literatura que hace referencia a la

transformación de las organizaciones políticas en el mundo contemporáneo,

pone énfasis en la progresiva profesionalización que se viene dando lugar en

las mismas.26 En efecto, el papel del aparato burocrático, característico de los

partidos de masas tal como lo caracterizan Weber, Michels y Duverger,

consistía entre otras cosas, en asegurar la función de “correa de transmisión”

entre los líderes del partido y los afiliados y, a través de estos, con los grupos

sociales de referencia.

La metamorfosis que en el mundo contemporáneo vienen sufriendo las

organizaciones partidarias, implicaría un desplazamiento en la función descripta

del aparato burocrático y su progresivo reemplazo por “profesionales de la

política”, es decir, por técnicos o expertos que dominan una serie de

conocimientos especializados y que acrecientan su peso dentro de los partidos

a partir del conocimiento experto que detentan.

El conocimiento experto que poseen estos técnicos de la política, los ubicaría en

una mejor posición para desarrollar estrategias que le permitan a los líderes

partidarios, generar una mejor llegada hacia una ciudadanía que experimenta

cambios profundos en su composición social, acorde a las transformaciones que

se venían incubando en las sociedades post industriales o tardo capitalistas,

expresadas en la composición de un electorado social y culturalmente más

heterogéneo y, por ende, menos controlable por las organizaciones

tradicionales de los partidos.

24 Para profundizar esta temática ver Novaro, Marcos, Pilotos de tormentas…, op. cit., pag. 165. 25 Ver Torre, J. – Novaro, M. – Palermo, V. – Chereski, I, Entre el abismo…, op. cit., pag. 75.

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El otro gran cambio expresado por la mayoría de los teóricos dedicados al

análisis de las transformaciones políticas contemporáneas, gira en torno a la

profunda reestructuración de la vida política a partir de la creciente influencia en

el campo comunicacional de los mass – media.27

A partir del rol que in crescendo va a adquirir la T.V. y los mass – media en la

arena política, se va a producir una verdadera metamorfosis en las

organizaciones partidarias mediante la emergencia de nuevas técnicas de

propaganda que fomentan el peso creciente dentro de la organización de los

profesionales de la política y desdibujan el rol tradicional de las burocracias

partidarias, en tanto instancias dedicadas a generar y organizar consenso.

Es decir que los cambios introducidos por la entrada en escena de las nuevas

formas de comunicación política, generan el surgimiento básicamente, de dos

tipos de profesionales que van a tener un fuerte peso en la política. Por un lado

aparecen los técnicos que detentan competencias específicas en el campo de la

comunicación (expertos en marketing político, en sondeos de opinión, etc.); por

otro lado cobran importancia los especialistas o profesionales sobre las distintas

áreas en que se ven involucrados los partidos de cara a plantear una estrategia

electoral o de gestión (economistas, especialistas en seguridad urbana, en

educación, urbanistas, etc.), ya que las campañas electorales, la publicidad y

los debates sobre la gestión de gobierno, comienzan a adquirir desde el campo

de la comunicación política una creciente tecnificación en cuanto al contenido

de los mensajes políticos, acorde a la heterogeneidad, nivel de instrucción y

diferencias de problemáticas que se entrecruzan en el ámbito de la opinión

pública.

De esta manera los mass-media comienzan dentro del campo político a iniciar

su reinado ocupando un lugar de fuerte centralidad, y pasando a transformarse

en la polea de transmisión más importante entre los candidatos estrellas y la

26 Ver Panebianco, Angelo, Modelos de partido…, op. cit., pag. 491.

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ciudadanía, en contraposición al declive que se va produciendo tanto de la

instancia partidaria como tal, cuanto de los actores que hacia su interior e

históricamente, cumplían con ese rol de mediador (dirigentes del aparato

partidario, militantes y afiliados).

Estos cambios generados tanto en el campo comunicacional, como más

genéricamente en la estructura social, contribuyen a vaciar las identidades

tradicionales de las fuerzas políticas que, en el pasado, habían asegurado la

identificación del partido con un electorado altamente estable y que expresaba

el fenómeno de integración social denominado “desde la cuna al féretro”. Por el

contrario, una de las características de la contemporaneidad política, es la alta

turbulencia e inestabilidad del escenario electoral y la permanencia y

crecimiento del voto independiente, que expresa la crisis que afecta a las

identidades de partido, esmeriladas por todos los cambios enunciados.

Es decir que, los cambios profundos que se detectan en la vida política de la

sociedad, se correlacionan con el auge de los medios de comunicación y

particularmente con la centralidad que posee la televisión en tanto principal

canal de información política, tanto es así que un grueso sector de los dirigentes

partidarios y la militancia política, adquieren conocimiento de las decisiones

partidarias a través de los mass-media;28 a su vez, esta polea de transmisión

central expresada en la era de la videopolítica, fomenta una comunicación

virtual pero directa entre los candidatos o líderes políticos y la gente, sin la

mediación que otrora pasaba por la organización de los militantes.

Las transformaciones ya mencionadas que, en este marco, se producen en las

sociedades posindustriales o tardo capitalistas, también se expresan en el

corrimiento observado del clásico concepto de pueblo hacia la noción más

contemporánea de ciudadanía u opinión pública.

27 En tal sentido, el año en que se realizaron las elecciones presidenciales de los E.E.U.U, 1960, aparece como fecha emblemática, a partir de la cual los mass – media cobran una creciente influencia en la política. 28 Ver Cheresky, Isidoro, La innovación política…, op. cit., pag. 17.

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Este cambio de concepto no simboliza simplemente una moda discursiva, sino

que refiere a una transformación profunda en la lógica política contemporánea.

En efecto, mientras que el concepto de pueblo, refería a un colectivo movilizado

y organizado en distintas instancias, una de cuyas expresiones era el partido y

otra el sindicato, en la actualidad, el traslado al concepto de ciudadanía refiere a

un sistema de derechos y a una entidad inasible y cambiante, comúnmente

sintetizada en la expresión “opinión pública”. Esta abstracción, al no

representarse en una organización precisa en forma permanente, como podía

ser en el pasado el partido político que se constituía como portador de los

valores, la identidad y los intereses de una determinada clase social, pasa a

estar expresada por la medición constante que de dicha opinión pública realizan

las encuestas o los test electorales.

Este abstracto denominado opinión pública, si bien expresa una situación de

parte de la ciudadanía caracterizada por una participación virtual, pasiva y de

potencial fragmentación y mutabilidad, no excluye su componente de específica

politicidad, cristalizado en el hecho de que el “estado de opinión” auscultado por

las encuestas, posee un alto grado de condicionamiento político, en el sentido

de que la política en general y los líderes y candidatos en particular, deben

ajustar sus propuestas y acciones conforme las pautas dictadas por dicho

estado de opinión.

La opinión pública se constituye así en la nueva fuente de legitimidad política,

como antes lo era el “pueblo” o la “clase social”.

Este nuevo actor que se articula a través de la técnica de construcción

mediática y las mediciones de los sondeos, parece desempeñar en las

sociedades contemporáneas un doble rol, expresado en la dicotomía pasividad /

participación.

Por un lado la opinión pública aparece como una entidad pasiva auscultada en

sus preferencias por los mass- media pero, por otro lado, expresa componentes

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específicamente políticos evidenciados en una participación más que nada

virtual, pero de peso condicionante para el escenario político, a tal punto que las

decisiones políticas en su amplia mayoría parecen tener en cuenta la evolución

de la opinión ciudadana.

En síntesis, esta doble faz de la opinión pública, se caracteriza por el peso que

la misma adquiere en la vida política contemporánea, y por su exposición a la

posible manipulación mediática, potenciada por el hecho de estar constituida

por individuos aislados, que ven limitadas sus posibilidades de movilización

política a una participación virtual en el juego democrático, esta participación

expresaría una voluntad popular de carácter atomizado e individual, informada

pero poco participativa.29

En definitiva, las transformaciones descriptas redundan en que el “elector se

hace más independiente, más autónomo, menos controlable y menos expuesto

a las presiones de las ‘oligarquías’ descriptas por Michels, pero también más

solo y más desorientado”.30

En el marco de esta crisis de los partidos tradicionales, se observa la

emergencia de nuevos líderes políticos diferenciados de los caudillos partidarios

que monopolizaban la vida política de las organizaciones, como así también un

progresivo arribo a la arena política de un sector dirigencial, que no procede de

las estructuras tradicionales y que carece de antecedentes políticos partidarios,

son los denominados “extrapartidarios”.

Este nuevo modelo dirigencial, se caracteriza en líneas generales por la escasa

dependencia que los nuevos líderes manifiestan con respecto a las estructuras

partidarias, por su intento de buscar un contacto más directo con la gente,

relegando la función mediadora del partido y desactivando los vínculos con el

“aparato” tradicional del mismo, de modo tal de lograr aglutinar en su figura, la

29 Frente al debate en torno a la posible manipulación mediátia de la opinión pública, existen posturas encontradas, por ejemplo, E. Verón considera las ventajas de la democracia audiovisual, en tanto que para una postura contraria y muy crítica ver Zolo, D, Democracia y complejidad, Bs.As., Nueva Visión, 1994. 30 Panebianco, Angelo, Modelos de partido…, op. cit., pag. 510.

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concentración y personalización de las decisiones y las funciones de

representación. Estas intenciones cobran posibilidad de concreción, gracias a

que las mismas tienen anclaje en la progresiva desconfianza hacia los partidos

tradicionales y su estilo de representación.

En definitiva los nuevos liderazgos, los extrapartidarios y el auge de los técnicos

y profesionales en la vida interna de las organizaciones son indicadores claros,

de la profunda metamorfosis que los partidos políticos experimentan en el

mundo contemporáneo.

Todos estos procesos, han tenido un fuerte impacto en la Argentina, sobre la

peculiaridad de estos cambios, tratará el último ítem de este capítulo.

Las transformaciones de los partidos políticos en la argentina contemporánea

En primer lugar deberíamos decir que en la República Argentina, como en

general en el mundo occidental, existen indicadores que permiten sustentar los

análisis que sostienen la existencia de crisis y de transformación de las

estructuras políticas, los cuestionamientos a las mismas se expresan en una

serie de aspectos cuyos emergentes son el desinterés de la ciudadanía en los

asuntos públicos, la personalización de los liderazgos con fuerte exposición

mediática y un proceso de metamorfosis, que habla del debilitamiento y

finalmente la adaptación de los partidos políticos, a los cambios que operan en

la realidad.

En la Argentina de la década del 90, se comenzó a dibujar un diagnóstico de

creciente crisis de representatividad de la sociedad política, que vio ensanchar

su brecha con respecto a la sociedad civil favoreciendo por ende, la posibilidad

de diluir la credibilidad en el sistema.

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Esta ruptura entre la clase política tradicional y la sociedad civil, estaría

vinculada en forma directa con la crisis económica y estatal que dicho país

venía arrastrando desde décadas anteriores y que explotó con furia en 1989,

año en el que se combinó la crisis política del gobierno radical con una situación

económica hiperinflacionaria.

En tal sentido, se puede afirmar que las transformaciones ocurridas en los

partidos políticos argentinos a partir del año 1989, expresaron una continuidad

con respecto a los cambios que en los mismos se venían dando desde la etapa

de recuperación de la democracia iniciada en 1983.

La apertura de esta etapa democrática, expresaba un contexto político en el

cual se conjugaba la crisis económica estatal con la competencia política

partidaria; en este escenario, las organizaciones partidarias se encontraban

sumergidas en un proceso novedoso expresado por la fuerte volatilidad del voto

ciudadano, por un progresivo debilitamiento de sus anclajes identitarios y por la

debilidad también progresiva de sus recursos institucionales tradicionales que le

permitían solventar sus organizaciones de masas, territoriales o sectoriales. Los

recursos obtenidos por los partidos argentinos, a partir del control que estos

tenían sobre el aparato del Estado, ya a principios de los años ochenta se

encontraban debilitados y continuaron este proceso durante la transición

democrática y el agravamiento de la situación económica y fiscal hacia el fin de

la misma.31

Otros indicadores de la crisis de representación que sufrían los partidos

argentinos, estaban dados por el agudizamiento paulatino de la cantidad de

ciudadanos indecisos hasta poco antes de cada elección, la disminución

significativa de los porcentajes electorales que expresaban su confianza o

pertenencia a algún partido y de quienes remotamente se identificaban con

alguna tradición partidaria. En el año 1984 las valoraciones positivas hacia los

partidos, según los sondeos de opinión, alcanzaban un porcentaje alto

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cristalizado en la cifra del 84%, en tanto que hacia 1989, esa cifra experimentó

una fuerte caída que rondaba alrededor del 15%. A su vez, en el año 1995, los

ciudadanos con derecho a votar encolumnados en la categoría de

independientes ascendían al 66%, y también se observaba una caída

pronunciada en la militancia voluntaria, la movilización sectorial y territorial de

los partidos. 32

Los políticos encuadrados en las estructuras de los partidos tradicionales,

sufrían un fuerte desprestigio y observaban que sus organizaciones territoriales

ni siquiera le permitían controlar a sus propias fuerzas, no era negocio para

ellos, a esa altura, difundir su perfil “partidista” por el contrario, si difundían ese

perfil, hasta era posible que los votantes les negaran su apoyo. La historia

partidaria de ser un curriculum virtuoso, pasó a convertirse casi en una etiqueta

que simbolizaba un vicio y la virtud consistía en buscar la mejor manera de

operar su ocultamiento.

Todo ello favoreció la emergencia de nuevos liderazgos, muchos de los cuales

provenían desde fuera del aparato del partido, o bien convocados por las

mismas elites dirigenciales conscientes de su debilidad, o bien gestando sus

propias organizaciones partidarias. 33

Tanto el Partido Justicialista como la Unión Cívica Radical, que eran una cabal

expresión de los partidos argentinos tradicionales, lograron sobrevivir a la crisis

de los partidos desatada con fuerza hacia fines de los años ochenta en tanto

expresión de las fuertes turbulencias económicas, políticas y estatales que

desataron el proceso hiperinflacionario, el descrédito en las instituciones en

general y en los partidos en particular y el agotamiento de la capacidad fiscal y

la autoridad del sector público.

31 Ver Novaro, M – Palermo, V, Los caminos de la centroizquierda…, op. cit., pag. 30. 32 Ver Torre, J. – Novaro, M – Palemo, V.- Chereski, I., Entre el abismo…, op. cit., pag. 96. 33 Un análisis detallado de este fenómeno, donde entre otros liderazgos se analizan los casos de Bussi y Ortega, se puede observar en Novaro, Marcos, Pilotos de tormentas…, op. cit., 1994; también ver el trabajo de Adrogué, 1993.

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Pero la adaptación de estos partidos a los cambios experimentados en la

sociedad toda, implicó que dichas organizaciones partidarias también asumieran

profundas transformaciones en su seno, que indican una intensa redefinición de

sus relaciones con la ciudadanía y de los clivajes identitarios que durante años

habían organizado el campo político.

Tanto el P.J como la U.C.R, habían consolidado sus características de partidos

de masas a partir de 1983, lo que se expresó con fuerza desde 1989 es

justamente, el progresivo cambio de las características de este tipo de partido

expresadas en fuertes subculturas internas y un aparato cristalizado en férreas

y movilizadas organizaciones de militantes.

Esta transformación es una expresión del nuevo impulso que cobraron los

cambios que en las estructuras partidarias, venían incubándose a lo largo de la

transición democrática iniciada en 1983.

Uno de los datos más significativos, en cuanto a su capacidad referencial para

comprender las transformaciones que sufrieron los partidos políticos en la

Argentina de la era democrática, está dado por el fin del antagonismo que signó

la historia política en nuestro país, expresado en el clivaje peronismo –

antiperonismo, postura en la que coinciden diversos intelectuales abocados al

estudio de los partidos en Argentina.34

La superación de este clivaje en la Argentina contemporánea, aparece como

uno de los cambios más significativos de la vida política ya que, como

oportunamente se mencionó, dicho antagonismo desde 1945 se había

transformado en el principio organizador de la vida política nacional y la

oposición radical que el mismo generaba, cristalizaba en una constante

inestabilidad de la arena política e institucional, dado que los movimientos

políticos que, en torno a esta contradicción se configuraban, tenían la pretensión

34 En esta postura de fin del antagonismo peronismo – antiperonismo, existe acuerdo entre distintos intelectuales, entre otros a modo de ejemplo se pueden citar a Chereski, I. (1999), Novaro, M (1994) y Palermo, V. (1996).

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de representar en forma global y hegemónica los intereses de la nación. Esta

situación daba lugar a una lógica de lucha política progresivamente radicalizada

que, entre otras cosas, expresaba la imposibilidad de encontrar una estabilidad

democrática desde donde sustentar el funcionamiento institucional del país y la

competencia estable entre las organizaciones políticas.

A partir de la vuelta democrática en 1983 y con el proceso desencadenado de

progresiva erosión de las subculturas políticas, de desconfianza hacia los

políticos y los partidos tradicionales, las identidades partidarias se tornaron más

difusas y el antagonismo que condicionó la dinámica política de la Argentina

terminó por diluirse.

La desaparición final de este clivaje, no derivó en su reemplazo por otros

antagonismos de la misma magnitud, más bien abrió paso a una fragmentación

de la ciudadanía y a un consenso extendido entre los principales partidos

políticos, evidenciado sobre todo a partir del desafío expresado en la década del

noventa: la posibilidad de conciliar un modelo viable de capitalismo con el

régimen democrático.

Los partidos políticos tradicionales, tanto el P.J como la U.C.R, consolidaban así

un proceso de fuerte debilitamiento en cuanto a sus ejes de diferenciación

políticos e ideológicos35, notándose a su vez una evolución organizativa en los

mismos, en donde parece destacarse el desplazamiento desde el modelo de

partido de masas hacia otro modelo que genéricamente adquiere los rasgos de

partido profesional electoral.

En este nuevo modelo partidario, comienzan a tener auge la emergencia de los

líderes personalistas, el ingreso a las estructuras políticas de los

extrapartidarios, la profesionalización de la política, la caída del peso de los

35 En los partidos tradicionales otro signo de debilidad estaba expresado en la dificultad creciente que demostraban para movilizar masivamente a sus adherentes a los actos políticos, como así también en el hecho de que en sus locales barriales se realizaban actividades que poco tenían que ver con la formación de militantes y dirigentes, con la selección

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dirigentes tradicionales, de los “punteros” territoriales y en general de la

militancia partidaria, en el marco del auge que adquieren los mass-media, la

denominada videopolítica y los expertos en marketing político.

Los partidos argentinos tradicionales, sufrieron así, una fuerte reconversión, en

términos generales pasaron a constituirse en maquinarias electorales cuyo

epicentro se desplazó hacia la figura del líder o candidato, este comenzó a

orientar sus discursos, decisiones y acciones, en función de la evolución que vía

sondeos de opinión expresaba la emergencia de un nuevo actor denominado

“opinión pública”, cuya identificación con las figuras políticas y las propuestas

partidarias, experimentaba una alta volatilidad y una identidad relativamente

móvil propia del proceso de progresiva ruptura de los lazos de lealtad partidarios

y del debilitamiento del voto de pertenencia a los partidos tradicionales.

Las transformaciones operadas en los partidos argentinos, también expresaban

la dependencia de estos para capturar apoyos electorales, de los nuevos

liderazgos mediáticos de perfil personalista y ejecutivista, lo cual es un indicador

claro de la metamorfosis que estos partidos sufrieron en su estilo de

representación tradicional.

A su vez, la emergencia de los nuevos liderazgos personalistas y ejecutivistas

en la Argentina de los noventa, parece ser una respuesta directa a la crisis

desatada en 1989, en donde ante la incapacidad de resolución de la misma por

parte de las fuerzas políticas tradicionales y su “clase política”, dichos liderazgos

emergieron como una suerte de “salvadores”, rodeados de una aureola

providencial mediante la cual se presentaban como única alternativa frente al

caos. En tal sentido, Menem, Bussi y Ortega entre otros, se inscriben en esta

línea.36

de dirigentes y el debate sobre políticas públicas, ver Novaro, M – Palermo, V, Los caminos de la centroizquierda…, op. cit., pag. 70. 36 Ver Novaro, Marcos, Pilotos de tormentas…, op. cit., pag. 182.

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La fuerza de estos liderazgos fue entonces potenciada, por el cuadro de crisis

económica y estatal de los noventa que debilitó la capacidad de los partidos

para gestionar la realidad y su rol mediador con la sociedad, favoreciendo el

margen de acción de dichos liderazgos, para dejar de lado las bases

programáticas expresadas por sus partidos al llegar al poder e implementar a

cambio de esto, planes de ajuste estructurales y reformas neoliberales

promercados.

En definitiva, hacia fines de los ’80 y principios de los ’90, los partidos políticos

en Argentina sufrieron una profundización de los problemas incubados en

épocas anteriores, a los que se sumó el desafío de enfrentar la crisis

económica, política y estatal, todo lo cual incrementó la desconfianza de la

sociedad hacia las instituciones partidarias tradicionales y sus correspondientes

representantes políticos. No obstante dicha situación, los partidos políticos

transformaron sus estructuras y lograron adaptarse a la nueva realidad que

implicaba enfrentar la crítica situación emergente en la Argentina de la última

década del siglo XX.

En cuanto al sistema de competencia política partidaria, la Argentina

históricamente expresó, como oportunamente se enunció, una polarización en

base al eje peronismo – antiperonismo. A partir de 1983, se observó una

competencia bipartidista en donde progresivamente cobraron impulso (en

sintonía con el debilitamiento del clivaje peronismo – antiperonismo), las

decisiones de los electores en función de temáticas puntuales y la imagen de

los candidatos por encima de los programas.

En esta etapa, por lo menos hasta 1993, Argentina expresaba un escenario con

partidos institucionalizados, baja polarización y baja fragmentación,37 con la

U.C.R y el P.J alternando su turno en el poder. A partir de esta fecha, el sistema

de partidos comenzó a evolucionar, el P.J emergió como partido predominante

en un contexto de fragmentación del campo opositor, que expresó como mayor

novedad política el surgimiento de un nuevo partido, el Frepaso.

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El entretejido y consolidación de la alianza opositora, comenzó a configurar la

evolución hacia un escenario caracterizado por un pluralismo moderado, que no

alteró la lógica del comportamiento electoral signado por el voto de opinión

sobre las cuestiones puntuales, ni tampoco el rol creciente de los líderes o

candidatos mass – mediáticos y su centralidad frente a la opinión pública.

El Frepaso, logró abrirse paso en la arena política capturando votos que otrora

anclaban sus preferencias entre los partidos tradicionales, ya sea el P.J como la

U.C.R, y su constitución como tercer partido nacional siguió la lógica de las

transformaciones operadas en las formas políticas nacionales, es decir, un

partido organizado alrededor de un liderazgo personalista sin soporte en un

aparato partidario tradicional, que giró su accionar a partir de una fuerte

inserción mediática y con un discurso de fuerte rechazo a la concentración del

poder, al estilo menemista de gestionar la política, a la corrupción y a las

prácticas cooperacionistas de la U.C.R con el gobierno cristalizadas en el Pacto

de Olivos.

El dinamismo del Frepaso en el escenario político, estuvo dado principalmente

por la acción de un puñado de dirigentes que mediante su inserción mediática,

articularon propuestas sobre los ejes de las reformas sociales y la

reconstrucción institucional combinadas con demandas republicanas,

expresando un espacio de centro – izquierda que en forma acelerada y sobre

todo luego del proceso reeleccionista de Carlos Menem, logró captar las

preferencias del grueso de los sectores que conformaban el arco opositor de la

sociedad, esmerilando la capacidad que había demostrado el peronismo hasta

1995, para tabicar el crecimiento de la oposición radical.

La demanda de esta fuerza de centro – izquierda sobre el inicio de la etapa

social y la denominada “cuestión republicana”, es decir, el pedido sistemático de

37 Ver Zelaznik, Javier, Partidos y sistemas…, op. cit., págs. 310 y siguientes.

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honestidad, de limitación al poder gubernamental arbitrario, de transparencia,

seguridad y justicia independiente, modificó el tablero político de la Argentina

contemporánea, al exponer con fuerza las limitaciones y deudas que el

oficialismo peronista había acumulado sobre la sociedad.

La alianza que esta nueva fuerza política selló con el radicalismo, dio paso a

una competencia política bipolar entre coaliciones que terminó por tumbar

electoralmente al peronismo gobernante, iniciando de esta manera la

alternancia en el poder, que venía a consolidar el funcionamiento del régimen

democrático argentino.

Los cambios en las organizaciones políticas nacionales, expresaban finalmente

la adaptación de estas, ante la fuerte metamorfosis política, cultural, económica

y social que dibujó el escenario de la Argentina de los años ’90.

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LA POLÍTICA Y LOS PARTIDOS EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA

PARTE 2

Neoliberalismo y crisis de los Partidos

El impacto extraordinario que el liberalismo económico impuso sobre

Latinoamérica durante la década del 90, emergió como un pesado desafío para

la sustentación democrática de la región.

La ofensiva liberal transformó las sociedades latinoamericanas con las

consecuentes tensiones en los sistemas políticos de las democracias nacientes.

Partidos y sistemas de partidos entraron en crisis. Las identidades partidarias

tradicionales se diluyeron al compás de las reformas promercados y el vacío de

representación derivó en una fuerte oleada antipolítica y antipartido,

desarticulaciones de fuerzas políticas tradicionales, emergencias de outsiders y

nuevas organizaciones partidarias.

En este marco, los partidos políticos se encontraron frente a la necesidad de

procesar los cambios socioeconómicos de largo alcance y adaptarse a las

modificaciones que sobrevinieron con los mismos. Para ello, en líneas

generales, adoptaron estrategias que, en perspectiva histórica, expresaron

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fuertes antagonismos respecto a sus programas y posturas ideológicas

tradicionales.

El cambio de paradigma económico y las consiguientes políticas de ajuste

estructural que surcaron la región en aquellos años, tamizados por la secuela de

una corrupción también estructural que horadó las bases institucionales de las

democracias latinoamericanas, derivaron en no pocos casos, en profundas

crisis partidarias que afectaron a fuerzas políticas de larga data, los casos de

Acción Democrática (AD) en Venezuela, el partido Aprista (APRA) en Perú o la

Unión Cívica Radical (UCR) en la Argentina, así lo atestiguaron.38

Al modificarse drásticamente el escenario del debate político a partir de una

serie de circunstancias ligadas a los cambios estructurales observados en la

región y las mutaciones planteadas en las condiciones externas tales como la

oleada liberalizadora en la economía, la crisis de la deuda y el colapso

comunista, los partidos políticos latinoamericanos se enfrentaron a durísimos

desafíos.

Este escenario mostró el quiebre de los proyectos tradicionales de izquierda y

de las políticas desarrollistas o de sustitución de importaciones, calificadas en

los 90 como populistas e inflacionarias.39

Como consecuencia de estos cambios las coaliciones sociopolíticas en las que

se sostenían los partidos latinoamericanos comenzaron a erosionarse,

produciéndose bruscas tensiones en las bases electorales de los partidos

establecidos, esencialmente en aquellos que, históricamente, reclutaban sus

apoyos del movimiento obrero organizado y encuadraban sus programas

económicos en un molde orientado al mercado interno.

38 Ver Levitsky, S, Crisis, adaptación..., op. cit. 39 Ver Levitsky, S, Crisis, adaptación..., op. cit.

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De este modo, en líneas generales, los partidos latinoamericanos se

encontraron frente al desafío de implementar y articular dos procesos que, a

primera vista, emergían contradictorios:

1) Construir sistemas políticos de base democrática e inclusivos.

2) Gestionar políticas económicas que permitan superar la crisis desatada por el

quiebre de la matriz estadocéntrica y la caída de una economía que arrastraba

dos problemas crónicos: la inflación y el déficit estatal.40

En este contexto, entre los cambios vislumbrados en los partidos políticos

latinoamericanos se pueden mencionar el pragmatismo ideológico y el discurso

gerencial e inevitabilista que gestó en forma creciente y con particular énfasis

hacia el fin de la década del 90, altos niveles de apatía ciudadana y en algunos

casos terminó por minar la vitalidad del sistema político.41

Actualmente los partidos políticos han perdido su centralidad como instancias

de representación política, esta última función cada vez con mayor intensidad,

se ha ido desplazando hacia otras formas políticas (grupos de interés,

movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales). En tales

circunstancias, los partidos retrocedieron en su rol histórico como organizadores

de las demandas de la sociedad civil.

El peso creciente en las sociedades latinoamericanas de los medios masivos de

comunicación, los profesionales del marketing político, las encuestas y los

sondeos de opinión, dieron forma a una red tecnocrática de singular importancia

en el escenario político con el consiguiente relegamiento de los partidos

burocráticos de masas.

40 Ver Cavarozzi, M – Casullo, E, LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA HOY: ¿CONSOLIDACIÓN O CRISIS?, en Cavarozzi, M – Abal Medina, J (h), EL ASEDIO A LA POLÍTICA. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1992, pag. 11. 41 Ver Cavarozzi, M – Casullo, E., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 27.

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La metamorfosis de estos últimos hacia formatos profesionales electorales

expresados en maquinarias recaudadoras de votos, evidencian una creciente

desvinculación de sus bases sociales históricas. Este fenómeno de

profesionalización y tecnocratización partidaria, derivó en una disminución de

los votantes cautivos en las organizaciones partidarias, gestándose una fuerte

volatilidad electoral y una fluctuación creciente de las adhesiones políticas.42

La crisis de los partidos políticos, encuentra sus razones en los débiles lazos

que los unen a la sociedad civil y en la percepción extendida de corrupción,

clientelismo y patrimonialismo, asociadas a las fuerzas políticas

latinoamericanas.43

La política en la región, en tanto monopolio histórico de los partidos, aparece

cuestionada. Luego de años de ligazón entre economía de mercado y

democracia, esta última parece asentarse sólo en su expresión formal y sobre

bases que resaltan por su fragilidad.

Los partidos políticos expresan así, una serie de tendencias que dan cuenta de

su relación conflictiva con la sociedad. La crisis de representación, la dinámica

desinstitucionalizante, el advenimiento del personalismo político, la emergencia

de movilizaciones sociales y de nuevos formatos partidarios, el protagonismo de

nuevas expresiones ciudadanas y nuevos actores sociales, son algunos de los

fenómenos que han irrumpido con fuerza en la realidad latinoamericana del

nuevo siglo y que muestran con claridad las crisis partidarias en la región pero

que, al mismo tiempo, reflejan una nueva valoración de la política, entendida

como un espacio de reencuentro con el compromiso social y con nuevas formas

de ejercicio ciudadano.

Sobre alguno de estos procesos se tratará a continuación.

42 Para profundizar en esta temática ver Kenneth, Roberts, EL SISTEMA DE PARTIDOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA ERA NEOLIBERAL LATINOAMERICANA, en Cavarozzi, M – Abal Medina, J (h), EL ASEDIO..., op. cit., pag. 55 y siguientes. 43 Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pag. 76.

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Partidos políticos y crisis de representación

A lo largo de décadas, el concepto de representación, expresó una relación de

confianza, fuerte y estable entre electores y partidos políticos. En el mundo

contemporáneo esta relación se encuentra debilitada. Un número cada vez más

creciente de electores vota de manera diferente en cada elección, no

identificándose de por vida (“desde la cuna hasta la tumba” como antaño), con

ningún partido político. Además, anteriormente las diferencias entre partidos

parecían ser consecuencia y expresión de las divisiones sociales, en tanto que

en el mundo actual, los partidos imponen a la sociedad divisiones que, según

los entendidos, son un producto artificial.44

Esta “metamorfosis de la representación” adquiere su formato en sociedades

cada vez más fragmentadas, gobernadas por elites políticas que,

progresivamente, se van alejando de las demandas de los sectores sociales que

representan y de las preferencias de la ciudadanía. De este modo, el lazo

representativo se debilita dando lugar a la erosión de las identidades políticas,

todo lo cual redunda en una serie de fenómenos ligados entre sí, tales como:

fluctuación electoral, ciudadanía con patrones de comportamiento político

cambiantes y más independientes de los partidos, caída en la participación

política, surgimiento de nuevos partidos y liderazgos de opinión no identificados

con las fuerzas políticas tradicionales ni emergentes de sus bases, que logran

notoriedad y reconocimiento público en base a una estrategia de permanente

exposición mediática.45

En las sociedades que abrazaron al neoliberalismo, el incremento de la

exclusión y la pobreza impactó en los partidos dejando estos de monopolizar la

representación política, así “las organizaciones partidarias participan en la

44 Para profundizar en estos conceptos ver Mannin, Bernard, Metamorfosis de la representación, en Dos Santos, Mario, (coord.) ¿Qué queda de la representación política?, Bs. As., Ed. Nueva Sociedad, 1992. 45 En Rodriguez Blanco, M. – Entín, G., - Rodriguez, D., CIUDADANÍA Y EXCLUSIÓN: UN PROBLEMA PARA EL ANÁLISIS DEL VOTO, En Cheresky, I. – Blanquer, J., ¿QUE CAMBIÓ..., op. cit., pag. 289.

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ruptura del pacto social entre los ciudadanos y sus elites políticas”.46 En este

contexto, los partidos tradicionales se debilitaron en su función de agentes

mediadores, de representación de los grupos sociales, de integración y

movilización, de agregación de intereses, de gestión de mecanismos estatales

para distribuir la riqueza, funciones todas ellas, que permitían cristalizar las

relaciones entre elites políticas y ciudadanía.

La sociedad misma en los tiempos de la posmodernidad ha mutado, los

antiguos clivajes de clase que conceptualizaban la mirada social y daban lugar a

la organización de las fuerzas partidarias, dieron paso a la existencia de una

diversidad de grupos sociales y demandas sectoriales que dificultan en extremo

su representación política.

Esta imposibilidad de los partidos para erigirse en el canal privilegiado de

representación de una ciudadanía atomizada generó un “descentramiento de la

política”,47 esta última comenzó a emigrar de los partidos (aunque no en forma

absoluta), para instalarse en el centro de la sociedad civil, lo cual llevó a

incrementar las distancias existentes entre partidos y ciudadanos.

En este escenario de crisis de los partidos se destacan algunas

transformaciones paradigmáticas en los mismos, la desideologización

expresada por estos, favoreció la erosión del partido como comunidad de

militantes conjurados, tornando obsoleta la idea de “una vida, una convicción de

toda la vida, una militancia de toda la vida”; la caída de la fidelidad electoral, que

expresa la reducción del sentimiento subjetivo de identificación de los electores

con sus partidos y la marginalidad del compromiso político; la reducción del

número de afiliados y la emergencia de nuevas y diversificadas formas

46 Martinat, FranÇoise, CRISIS DE REPRESENTACIÓN Y NUEVAS CIUDADANÍAS: LOS CASOS DE COLOMBIA, ARGENTINA Y VENEZUELA, en Cheresky, I. – Banquer, J, ¿QUÉ CAMBIÓ..., op. cit., pag. 289. 47 Martinat, F., CRISIS DE REPRESENTACIÓN..., op. cit., pag. 289.

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participativas en torno a problemáticas específicas, fenómeno propio de la

época de fragmentación posmoderna de valores y estilos de vida.48

La crisis de representación de los partidos, expresa así una “profunda brecha

entre la superficie, aparentemente estable, de las estructuras partidarias y la

manera en que estas estructuras articulan, convocan y reflejan a los actores y

las dinámicas de la sociedad...”49

Específicamente en Latinoamérica, la crisis de representación ha dado lugar a

una mutación que derivó en una “reoligarquización de la representación

política”, consistente en la transformación de los partidos de masas de la región

en partidos “neoelitistas”, articulados alrededor de relaciones de cacicazgo y

redes clientelísticas que expresan los nuevos canales de representación.50

Anclados en este fenómeno, algunos autores plantean que las tendencias

imperantes en la Latinoamérica contemporánea parecen dar lugar a la

emergencia de un “nuevo estilo de política oligárquica”,51 caracterizada por el

surgimiento de personalidades dominantes o camarillas de notables, sobre los

cuales gira la competencia política.

En este marco de debilitamiento de los lazos entre partidos y ciudadanía, los

primeros compiten entre sí para captar el apoyo contingente de votantes

atomizados, sostenidos en la imagen marketinizada y massmediática de los

candidatos, desplazando las antiguas identificaciones en base a “distinciones

programáticas y los patrones estables de organización social”.52

Los partidos latinoamericanos en este contexto de crisis, han tenido suerte

variada, algunos colapsaron (AD venezolano, UDP boliviana, APRA peruano y

la coalición izquierda unida), otros mantuvieron su competitividad electoral (PT

48 Para profundizar en estos procesos ver Von Beyne, Klaus, La clase política en el Estado de partidos, Madrid, Alianza Editorial, 1995, pag. 46 y siguientes. 49 Cavarozzi, M y Casullo, E, Los partidos..., op. cit., pag. 10. 50 Cavarozzi, M y Casullo, E, Los partidos..., op. cit., pag. 23. 51 Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pag. 76. 52 Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pag. 71.

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en Brasil, MNR en Bolivia, PRI en México, los sandinistas en Nicaragua),

finalmente, algunos prosperaron (el bloque chileno Socialista/PPD y el

peronismo argentino). En definitiva, parecen emerger tres tendencias

relacionadas con las transformaciones partidarias en la región:

1) Desinstitucionalización de la representación política (independencia de los

votantes respecto de los partidos).

2) Desmasificación de la representación política (caída de la militancia política,

declinamiento sindical).

3) Verticalización de los lazos entre partidos y sociedad (clientelismo,

profesionalización y personalización de la política).53

Actualmente las democracias latinoamericanas, muestran altos grados de

conflicto e inestabilidad social y fuertes tendencias de descontento y

desconfianza orientadas a la esfera política – partidaria con componentes

antipolíticos y antipartidarios, no obstante lo cual no se vislumbran alternativas

que suplanten a los tradicionales partidos políticos, estos se mantienen como

actores principales para garantizar la viabilidad política y democrática de la

región.54

Este malestar que envuelve a las fuerzas políticas está íntimamente ligado a

que las mismas, en el despuntar del nuevo siglo, no fueron capaces de mejorar

el nivel de vida ciudadano. La imposibilidad de promover el crecimiento

económico y la inclusión social determinó la creciente sensación de frustración

hacia la política y aquí radica una de las causas centrales del debilitamiento de

las funciones partidarias de representación y articulación de intereses sociales.

En las naciones latinoamericanas, esta impugnación a la política se reconoce en

una ciudadanía que percibe a los partidos como canales a través de los cuales,

sus elites pugnan por acceder a los beneficios obtenidos mediante el control del

53 En Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pags. 73 – 76.

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aparato estatal, despreocupándose del destino de sus respectivas poblaciones

concebidas por dichas elites como meros mercados electorales, de allí que hay

autores que sostienen que en Latinoamérica “...las sociedades perciben a los

partidos más bien como partidos vaciadores en el sentido de esos grupos de

inversión que compran empresas con el objetivo de desprenderse de todos sus

activos valiosos y llevarlas a la quiebra”.55

La desarticulación sufrida por los sistemas partidarios venezolano, argentino y

colombiano, se encuadrarían en estos lineamientos, mientras que aquellos

países (Chile, Uruguay e incluso Brasil), donde se observó capacidad de gestión

de gobierno por parte de los partidos, constituyen contraejemplos de la dinámica

descripta, dado que en estas naciones se mantuvo una estructura de

competencia estable o en vías de estabilización.56

El déficit de representación que expresan los partidos en la época actual,

reconoce sus orígenes en la expansión de los ajustes estructurales que en la

década del 90 se dieron en la región, proceso que debilitó las formas

institucionales de representación propias de la matriz estadocéntrica que

cobijaba a los modelos desarrollistas: sindicatos y partidos políticos emergentes

de los movimientos populistas.

El mencionado proceso derivó en la fragmentación de la sociedad civil, en la

desarticulación de los vínculos institucionales y en la caída de las identidades

globales. Es en este contexto y cabalgando sobre estos fenómenos que

emergen en la región líderes personalistas que establecen vínculos verticales

sin intermediación con las masas atomizadas propias de la posmodernidad.57

54 Ver Tanaka, M., LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN EL FUJIMORISMO Y LOS RETOS DE SU CONSTRUCCIÓN, en Cavarozzi, M., - Abal Medina, J. (h), El ASEDIO..., op. cit. pag. 319. 55 Abal Medina, J., y Suarez Cao, J, RECORRIENDO LOS SENDEROS PARTIDARIOS LATINOAMERICANOS EN LA ÚLTIMA DÉCADA, en Cavarozzi, M. – Abal Medina, J. (h), EL ASEDIO..., op. cit., pag. 424. 56 En Abal Medina, J. Y Suarez Cao, J., RECORRIENDO..., op. cit., pag. 425. 57 En Kenneth, R., El neoliberalismo y la transformación del populismo en América Latina. El caso peruano; en Mackinnon, M. – Petrone, M., compiladores. Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la cenicienta, Bs. As., Eudeba, 1999, pag. 405.

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De esta manera, la representación política comienza a mutar, tradicionalmente,

los partidos representaban categorías sociales definidas, pero las sociedades

actuales modificaron sus estructuras y clivajes dando lugar a un nuevo

paradigma de la representación, personalista y massmediático, propio de la

nueva época de volatilidad electoral, de identidades políticas contingentes y de

la centralidad de los medios de comunicación (particularmente la televisión),

como canales privilegiados de comunicación política.

En este nuevo paradigma, los partidos asumen un rol más instrumental

diluyendo su identidad tradicional, convirtiéndose en máquinas electorales al

servicio de liderazgos de popularidad construidos al compás de la expansión y

el peso creciente de los sondeos de opinión y la centralidad de los medios

masivos de comunicación.

El nuevo fenómeno de la representación, reposa así sobre un personalismo

mediático, armado a partir de los lineamientos provenientes de las técnicas del

marketing político.

Los nuevos “videolíderes” centran su acción en las pantallas televisivas

prioritariamente, produciéndose una progresiva autonomización de los mismos

respecto de las estructuras políticas, de la militancia y los cuadros partidarios,

que si bien se mantienen vigentes, cumplen una función cada vez más marginal.

La metamorfosis representativa que este proceso gesta, se evidencia en que los

videolíderes interpelan a una ciudadanía audiencia, a la que procuran reagrupar

en torno a temáticas significativas y transversales respecto a los clivajes

tradicionales (ej.: crecimiento económico, que beneficiaría tanto a empresarios

como a trabajadores y desocupados). Es también esta ciudadanía, auscultada a

través de las encuestas, la que determina las demandas que los líderes

audiovisuales registran y a las que buscan dar respuesta.

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De esta forma parece gestarse la reproducción en clave mediática y

posmoderna de la antigua relación líder – pueblo.58

Algunos autores consideran que este nuevo paradigma representativo da lugar

a “identificaciones por escenificación”,59 apoyadas en la movilización de

recursos simbólicos y desplazando a las históricas “identificaciones por

alteridad”, asentadas en los antagonismos sociales, los comportamientos

electorales estables y lazos fuertes de pertenencia partidaria.

En conclusión, la crisis de representación política que atraviesa Latinoamérica

se vincula con una tendencia cíclica propia de la región. En los últimos veinte

años se observó la emergencia de consensos y liderazgos que luego de

despertar amplias expectativas ciudadanas desembocaron en gestiones

gubernamentales incapaces de procesar y dar respuestas a las demandas

sociales de crecimiento económico y equidad.

Este fracaso terminó por diluir los apoyos que en su momento habían

acumulado los líderes políticos de la región.

Alfonsín, Menem, De La Rúa en Argentina, Sarney, Collor de Mello, Fernando

Henrique Cardozo en Brasil, Alan García, Fujimori, Toledo en Perú, Bucaram,

Mahuad, Gutiérrez en Ecuador, Andrés Pérez, Lusinchi, Calderas en Venezuela

y otros casos que involucran a México y Bolivia, expresan la tendencia

enunciada.

Las dificultades en la construcción de proyectos políticos que arrastren a las

mayorías populares para gestar caminos alternativos al modelo neoliberal

hegemónico, se liga con la incapacidad de las elites políticas latinoamericanas

58 Un análisis de este proceso se encuentra en el artículo de Cheresky, I, La política, de la tribuna a la pantalla. 59 Para este tema ver Novaro, Marcos, Crisis de representación, neopopulismo y consolidación democrática, Revista Sociedad, Facultad de Ciencias Sociales – UBA, abril 1995.

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tradicionales para gestar consensos ciudadanos sobre otros cimientos más

firmes y duraderos.60

En este contexto, los cambios evidenciados en los partidos políticos se

ajustaron a la lógica impuesta por el neoliberalismo en la región: empresas

electorales asentadas en la tecnocracia, el marketing, la ingeniería política, con

profesionales que reemplazaron a los cuadros y militantes y con proyectos de

gobierno que redujeron la política a la mera administración.

En esta lógica, la política devino en mercado y los partidos se transformaron en

maquinarias al servicio de liderazgos massmediáticos que exponen sus

productos en las góndolas sofisticadas de los estudios de la T.V.

La transformación de los partidos y el malestar en la política

La falta de respuesta de los gobiernos democráticos a las demandas de

crecimiento económico e inclusión social enarboladas por amplios sectores de

la ciudadanía junto a las sospechas colectivas de corrupción que atraviesan a

las elites gobernantes, han puesto a las instituciones paradigmáticas de la

política (el Estado, los partidos, el principio de legitimación), en el lugar del

cuestionamiento público.

Las masas ciudadanas perciben que los que ejercen el poder se han

transformado en una nueva oligarquía separada del cuerpo social, aferrada a

sus privilegios, inmunidades y preocupaciones particulares.61

La distancia entre política y sociedad que este fenómeno expresa, deriva en que

la primera pase a ser considerada por gruesos sectores ciudadanos como un

60 Esta línea de análisis se puede observar en Argumendo, Alcira, A propósito de la “transversalidad”, Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales Nº 56 / UBA, Septiembre 2004, pags. 14 – 15. 61 Ver Quiroga, Hugo, LA DIFÍCIL REFORMA POLÍTICA. La crisis de representación en debate, en Cheresky, I. – Blanquer, J., ¿QUÉ CAMBIÓ... op. cit., pag. 60.

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bien privado, un dispositivo que, lejos de servir al bien común, canaliza los

intereses y necesidades de las burocracias partidarias.

Este fenómeno de impugnación de la política da lugar a dos procesos

simultáneos que involucran a esta última: su deslegitimación y

desinstitucionalización.62

La deslegitimación implica deshumanización de la política, la falta de respuestas

satisfactorias a las demandas sociales, mientras que la desinstitucionalización

expresa un desplazamiento de la política desde sus lugares tradicionales

(partidos, comicios, parlamento), hacia otros no convencionales (asambleas

populares, formas de democracia directa), que apelan a recuperar la política

desde el ámbito de la participación y toma de decisiones colectivas.

Este malestar en la política redunda en mutaciones sobre las formas

representativas (fenómeno desarrollado en el apartado anterior) y sobre la

estructura misma de los partidos.

El formato partidario que emerge como paradigma de este proceso es el

denominado “Partido Cartel”, un modelo de partido caracterizado por su

dependencia de los recursos estatales.

En realidad este modelo más que expresar un nuevo tipo de partido, parece

comprender una propuesta para entender las relaciones que en la actualidad se

establecen entre los partidos políticos. De acuerdo a esta línea de análisis los

partidos establecerían intensas relaciones de cooperación recíprocas

constituyéndose una suerte de cartel y, como consecuencia, la competencia

interpartidaria se vería reducida, en tanto que los nuevos partidos emergentes

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que pretenden disputar el control de los recursos del Estado quedarían

excluidos de esa competencia. Los partidos se transformarían de este modo en

agencias semi - estatales.63

Por otra parte, la impugnación de la política también impacta sobre los sistemas

de partidos gestándose tendencias desinstitucionalizantes al no poder gestionar

adecuadamente la crisis representativa que los afecta. La desconfianza y el

rechazo hacia los partidos produjo en varios casos una crisis de hegemonía de

los partidos políticos tradicionales, cuyo indicador más concreto es la ruptura de

los sistemas bipartidistas dando lugar a nuevos sistemas más abiertos y

fragmentados.64

Las tendencias partidarias de alejamiento del mundo social por un lado y fuerte

inserción en el seno del aparato estatal por el otro (partido cartel), con las

consecuentes secuelas de privilegios y corrupción, derivaron en un quiebre

radical en la relación establecida entre dirigentes y dirigidos, partidos y

sociedad, elites políticas y ciudadanos. La reputación de los dirigentes y de los

partidos ingresó así en el centro del cuestionamiento popular.

De esta forma, la política se descentra, comienza a situarse por fuera de las

instituciones partidarias, avanza y se desplaza hacia el seno de la sociedad civil

“se juega en el presente en una trama de redes (formales, informales,

transnacionales) que comunican y articulan entre ellas a los diferentes actores

implicados”.65

Los levantamientos sociales, la protesta popular en contra de los políticos de

aparato, el corte de rutas, la abstención electoral, la emergencia de nuevas

organizaciones sociales, son fenómenos que expresan el proceso de abandono

62 En Quiroga, H., LA DIFÍCIL..., op. cit., pag. 63. 63 El desarrollo de esta temática se puede observar en Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 121 y siguientes. 64 Los fenómenos de ruptura del bipartidismo se observaron claramente en Venezuela (1999), Colombia (2002) y Argentina (2003), al respecto ver Martinat, F., CRISIS..., op. cit., pag. 280 y siguientes.

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progresivo de la arena social por parte de los partidos y que reflejan el malestar

contemporáneo con la política encarnada en las fuerzas tradicionales.

La impugnación de la política, abarca a alguna de sus formas, no cuestiona a la

democracia como sistema ni excluye el compromiso social, por el contrario,

existe un involucramiento intenso de los sectores sociales pero por fuera de las

formas políticas tradicionales, cuyo ejemplo quizá paradigmático se vivenció en

las movilizaciones espontáneas del 2001 en Argentina que no respondieron a

ningún llamado partidario y pusieron fin al gobierno de De La Rúa y también en

aquellas que en Venezuela repusieron a Chávez en el poder luego del golpe de

Estado del 11 de abril. En estos procesos los partidos políticos estuvieron

ausentes.

La participación ciudadana expresa así la consolidación de nuevas prácticas

políticas por fuera de la política institucionalizada, con nuevas redes de

organizaciones barriales, comunitarias, asociaciones cívicas, que se reconocen

autónomas e independientes respecto de los partidos.

Los piqueteros argentinos y las asambleas populares venezolanas dan cuenta

de estos fenómenos que expresan una verdadera transformación en el ejercicio

de la ciudadanía, la tendencia al proceso de cambio que esta sufriendo la

política y en definitiva, el fenómeno de repolitización de la sociedad civil,

procesos todos que, no obstante, no expresan una alternativa válida, ni tienen

capacidad para sustituir a los partidos políticos pero que muestran una

tendencia de fuerte competitividad entre estos últimos y los nuevos movimientos

sociales contemporáneos.

65 En Martinat, F., CRISIS..., op. cit., pag. 290.

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Los partidos así, deben asumir posturas ante todos los problemas que emergen

en las sociedades contemporáneas, se recargan en sus funciones aumentando

las tendencias al “desbordamiento de las expectativas”,66 todo lo cual no

significa que se ingresó en el tiempo del “fin de los partidos”, sino más bien que

estos están sufriendo una trasformación de sus funciones en el marco de las

democracias modernas.

Lo cierto es que el malestar en la política, expresa el escenario predominante en

la época actual, escenario que parece reactualizar la escisión decimonónica

entre lo político y lo social, la falta de adaptación de las formas políticas a la

mutable realidad social contemporánea.67

La disrupción de los lazos entre partidos y sociedad incrementó su dinámica

ante las decisiones de los tradicionales e históricos partidos populares

latinoamericanos de implementar políticas de ajuste estructural que lesionaron

los intereses económicos y organizativos de sus bases electorales, rompiendo

de esta manera sus compromisos programáticos históricos.68

Ante la emergencia de nuevos movimientos sociales que comprendían a

variadas organizaciones (de mujeres, ecologistas, derechos humanos,

indígenas), muchas de ellas de índole local, fragmentadas y con aspiraciones

de autonomía, los partidos políticos manifestaron dificultades para articular

estas expresiones en proyectos políticos globales que permitan sintetizarlas en

un bloque electoral común. La deslegitimación de la clase política, las

instituciones representativas y los partidos extendió así, su presencia en la

región.

66 Von Beyne, K., La clase..., op. cit. pag. 55. 67 En Aboy Carlés, Gerardo, LAS DOS FRONTERAS DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA. LA REFORMULACIÓN DE LAS IDENTIDADES POLÍTICAS DE ALFONSÍN A MENEM., Rosario – Santa Fe, Homo Sapiens, 2001, pags. 28 – 29. 68 En Kenneth, R., EL SISTEMA..., op. cit., pag. 71.

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Esta deslegitimación además de todos los factores enunciados, anida

acusaciones de connivencia, patronazgo, clientelismo y manipulación del

aparato estatal en beneficio de las elites partidarias, en definitiva, el argumento

de una clase política surcada por la corruptela, emerge como un elemento

generalizado desde el cual cobra impulso la crítica a la política en la era

contemporánea.69

La ideología de la antipolítica

El malestar en la política reviste su faceta más radicalizada en la emergencia

del qualunquismo que concibe a la política “...como una interferencia artificial y

perniciosa, generadora de conflictos innecesarios y perjudiciales para la

convivencia social”.70

Este discurso impugnador de las formas políticas tradicionales (partidos,

políticos, legislaturas), parece adquirir una particular adhesión en las clases

medias urbanas aunque atraviesa las distintas capas de la sociedad y reconoce

tradiciones ideológicas diversas (antipoliticismo conservador y neoconservador

de derecha, liberal pero también de izquierda militantemente antipolítica), e

incluso es enarbolado por una variedad de miembros de la actual clase política

que apelan a dicho argumento como un principio de construcción de identidad:

los políticos “nuevos”, representantes de la “nueva política”, que deben

imponerse frente a los “antiguos” representantes corporativos que viven de sus

privilegios y son cómplices de los escándalos de corrupción. En síntesis, el

discurso antipolítico se caracteriza por su condena a la política existente y

argumenta la necesidad de crear una política distinta y mejor.

69 Para un análisis del fenómeno de la corrupción en los partidos políticos latinoamericanos, se recomienda Mujal – León, Eusebio y Langenbacher, Eric, EL ESTADO – PARTIDO EUROPEO DE POSGUERRA: POSIBLES LECCIONES PARA LATINOAMÉRICA, en Cavarozzi, M – Abal Medina, J (h), EL ASEDIO..., op. cit., pag. 77. 70 Mocca, Edgardo, DEFENSA DE LA POLÍTICA (EN TIEMPOS DE CRISIS), en Novaro, M. (compilador), El derrumbe político en el ocaso de la convertibilidad, Bs. As., Grupo Editorial Norma, 2002, pag. 256, en este texto también se puede apreciar el origen de este movimiento de opinión surgido en Italia hacia 1945.

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El peligro de esta retórica antipolítica es que llevada al extremo degenere en

una fase de intolerancia generalizada que corroa los principios básicos en los

que se sostienen las instituciones políticas de la democracia que (aún con todas

sus limitaciones y debilidades), constituyen la única garantía y defensa del

pluralismo político. En última instancia, un sistema que funcione sin partidos y

sin políticos puede ser cualquier cosa menos una democracia.

El antipoliticismo imperante, con sus críticas a las dietas de los legisladores, a

los empleados “ñoquis”, a la falta de renovación de los políticos, a los

escándalos de corrupción, puede derivar así en la peor de sus consecuencias:

la negación lisa y llana de la institucionalidad democrática.71

Es verdad que los cuestionamientos a los partidos, los políticos y la política en

general son instancias que expresan un fenómeno contemporáneo extendido

por el mundo, pero tan cierto como esto es que de la crisis política actual se

sale con más (y mejor) política y no con la eliminación de ella.

El discurso antipolítico reconoce su raíz en el desequilibrio expresado entre el

nivel de demandas y expectativas populares y los recursos políticos disponibles

para su satisfacción, el malestar de una ciudadanía atravesada por múltiples y

complejas problemáticas que no alcanzan a ser resueltas por las gestiones de

gobierno impulsa la impugnación de la clase política en general y el

consiguiente reclamo de renovación dirigencial. De este modo, el desencanto

popular termina erosionando la vinculación entre sociedad y elite política,72 en

tanto que los partidos son cuestionados en su función central como estructuras

de mediación dentro del sistema político.

71 Ver Mocca, E., DEFENSA...,op. cit., pag. 278. 72 Para un análisis de esta temática focalizado en el caso argentino ver Bonvechi, H., Charosky, H., Mocca, E., Novaro, M. y Palermo, V., POST SCRIPTUM: LOS PROBLEMAS DE LA ARGENTINA POSMENEMISTA, en Novaro, M., compilador, El derumbe..., op. cit., pag. 348 y siguientes.

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Ya Norberto Bobbio (1996), había advertido sobre la complejidad del vínculo

entre los representantes y los ciudadanos al sostener que cuanto mayor resulta

ser el ámbito y el número de las materias en las que un representante toma

decisiones que superan holgadamente la propia comprensión de los

representantes, más difícil es huir de la sensación de que estamos frente a una

cadena cuyo eslabón inicial, el representado, se ha convertido en una cantidad

infinitesimal.73

En las heterogéneas sociedades contemporáneas, con ciudadanos que definen

su comportamiento electoral en una forma radicalmente moderna, con menor

apego a las normas tradicionales ideológicas o el origen social y más orientados

a conductas flexibles, pragmáticas y fuertemente temáticas, la brecha entre los

partidos políticos y los votantes se ha agrandado.

De allí que las organizaciones partidarias deban replantear sus programas y

funcionamiento para volver a acompañar el vértigo impuesto por los cambios

sociales en el mundo de la posmodernidad, de lo contrario la tendencia de

debilitamiento de su función mediadora y de integración política de nuevos

grupos sociales, ideas y demandas seguirá profundizándose y la oleada

antipolítica a la que asistimos continuará su dinámica con el consecuente

peligro de crisis para el sistema político en su totalidad.

Pese a todas sus imperfecciones, los partidos políticos son una instancia

imprescindible en el marco de la democracia, una sociedad gobernada por

filósofos reyes o por tumultuosas asambleas de ciudadanos no responden a las

necesidades de las complejas democracias modernas y conllevan el germen del

autoritarismo como solución alternativa frente a la anarquía o el caos social.

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Pero para evitar esto, los partidos populares deben redefinir su rol poniéndose a

la altura de los nuevos desafíos que la historia les impone.

Argentina: consolidación democrática y crisis de representación

El escenario político de la Argentina contemporánea expresa profundas

transformaciones institucionales y políticas.

Las masivas movilizaciones populares del 2001 que pusieron fin al gobierno de

la Alianza reflejaron en forma radicalizada el colapso institucional y el malestar

de la ciudadanía respecto a la clase política. El país logró zanjar la crisis

desatada a partir del respeto a las formas constitucionales pero la legitimidad de

la representación política ha quedado fuertemente cuestionada.

La agonía del sistema de representación política argentino derivó en profundas

modificaciones del sistema partidario, cuestión que con claridad se evidenció en

las elecciones presidenciales del 2003. Un peronismo fragmentado, un

radicalismo agonizante y la emergencia de terceros partidos débiles e inestables

constituyeron los indicadores más certeros de la desaprobación por parte de los

ciudadanos hacia la clase política en su totalidad.

El proceso de impugnación a la política (a una de sus formas), que se dio en el

país y que identifica a la misma como un mero instrumento de acceso y

conservación de poder generó la disgregación del régimen de partidos.74

73 Para un análisis de los problemas que expresa la representación moderna ver Bobbio, Norberto, “Representación e intereses” en Fernández, Santillán, “Norberto Bobbio. El filósofo y la política, Una antología”, México, Fondo de Cultura Económica, 1996. 74 En Quiroga, H., LA DIFÍCIL..., op. cit., pag. 60.

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El malestar con la política en Argentina reconoce como antecedente inmediato y

palpable las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2001 caracterizadas

por el fenómeno del “voto bronca”,75 situación que derivó meses más tarde en el

ya mencionado colapso institucional que puso fin al gobierno aliancista en

diciembre de 2001.

El abismo político en el que ingresó el país, reconoce una triste y lógica

secuencia: cinco presidentes en quince días (De La Rúa, Puerta, Rodríguez

Saá, Caamaño y Duhalde), una terrible crisis económica iniciada con el

congelamiento de los depósitos determinado por el entonces ministro de

economía Domingo Cavallo, seguido por la declaración de default de la deuda

pública anunciado por Rodríguez Saá y continuada con la devaluación y

pesificación forzada impuesta por Duhalde.

En este marco el pueblo se volcó a las calles expresando sus reclamos, la

protesta popular ligaba las demandas de los excluidos y de la clase media que

defendía su derecho de propiedad, la Argentina ingresaba así en una crisis

inédita que adquiría rasgos sistémicos comprometiendo todas las relaciones

que mediaban entre Estado y sociedad,76 con agotamiento progresivo del

principio de autoridad y con un arco de partidos políticos que expresaba

constante fuga y deterioro de poder.

La relación entre políticos y ciudadanía se quebró, los cacerolazos, las protestas

piqueteras y las tumultuosas asambleas que se organizaban en las calles y

plazas de la república tenían un solo destinatario: la crítica radical a la clase

política en su conjunto simbolizada en la consigna popular “que se vayan todos”.

75 Este fenómeno comprendió al voto negativo y la abstención que alcanzó la inusitada cifra del 42.67% del padrón electoral. Más de diez millones de argentinos no eligieron candidatos, en Quiroga, H, LA DIFÍCIL..., op. cit., pag. 67. 76 La categorización de la crisis Argentina como “sistémica”, se encuentra en García Delgado, Daniel, Estado, nación y la crisis del modelo. El estrecho sendero, Bs. As., Grupo Editorial Norma, 2003, pag. 15.

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Los insultos, las persecuciones y agresiones populares a los políticos

expresaban el colapso del sistema de representación argentino.

Este inédito proceso de impugnación a la política iniciado en las elecciones

nacionales de octubre de 2001, reconoce como límite los comicios

presidenciales del 27 de abril de 2003.

El triunfo de Néstor Kirchner inauguró una actitud expectante de parte de la

ciudadanía que puso freno al brutal cuestionamiento a las instituciones políticas

del país pero que no expresa la desaparición del malestar popular al respecto,

malestar que se enmarca en un proceso sumamente vigente de disgregación

del sistema de partidos, con una democracia que goza de un consenso

simbólico en la que se cruzan dos variables peligrosas: desigualdad social y

debilidad institucional.

La desarticulación del sistema partidario argentino expresa un escenario en el

cual se vislumbra un partido dominante (el justicialista) pero sumamente

parcelado y una representación parlamentaria altamente fragmentada.

Los partidos de alcance nacional se encuentran en retroceso, el peronismo se

territorializó y un proceso similar ocurrió con la Unión Cívica Radical, esta última

enfrenta a su vez el dramático problema de una caída electoral que, a nivel

nacional, no registra antecedentes históricos, las fuerzas emergentes como el

ARI de Elisa Carrió o Recrear de Ricardo López Murphy, se caracterizan por ser

estructuras de bajo nivel organizativo al servicio de liderazgos personalistas,

populares y mediáticos que enfrentan el desafío de consolidar un formato sólido

y estable de alcance nacional, cuestión aún no lograda; en tanto que la novedad

política más deslumbrante de la argentina de los últimos años, el Frepaso,

transformado en una fuerza no tradicional capaz de terciar en la lucha para

acceder al poder, sucumbió arrasado por la crisis que se devoró a la Alianza.

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Los terceros partidos (ARI, Recrear), crecieron en los bordes del sistema a partir

de los espacios disponibles por la erosión de las identidades políticas más

tradicionales. Allí se fue reconstituyendo el espacio de centroizquierda (Carrió)

que retoma la vacante abierta por el fracaso frentista de los noventa y la

centroderecha (López Murphy, Macri, Sobisch) luego de los frustrados intentos

que en este sentido representó el partido neoliberal de Domingo Cavallo.

Hasta el momento estas nuevas estructuras políticas carentes de bases

territoriales consolidadas, cuadros intermedios y sin grandes recursos

económicos, demostraron su capacidad para realizar decorosas perfomances

electorales pero, al mismo tiempo, generaron poderosas dudas para mantener

construcciones políticas estables de largo aliento y para sostener proyectos

políticos de gobierno de alcance nacional.

Un peronismo atomizado pero con fuerte capacidad de gobierno, un radicalismo

en decadencia que conserva un considerable poder institucional legislativo,

provincial y municipal y las comentadas terceras fuerzas de centroizquierda y

centroderecha, grafican el escenario político partidario nacional y expresan una

dinámica en constante evolución que va delineando la reconfiguración del

sistema político del país luego del quiebre de la era bipartidista.

De esta manera, la política partidaria argentina presenta un doble proceso, “...de

un lado la transformación de los viejos partidos; del otro, el surgimiento y la

proliferación de partidos de rasgos novedosos.”77

Entre los cambios más importantes expresados por los partidos tradicionales

argentinos (PJ – UCR), debemos destacar su lógica de fragmentación territorial

con sesgos de autonomía respecto a las respectivas orgánicas de conducción

77 Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 126.

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nacionales, procesos que las estructuras territoriales de estos partidos parecen

desarrollar como una estrategia tendiente a su autopreservación, supervivencia

y crecimiento local. Este proceso comprende un recrudecimiento de la

competencia interna entre facciones y líderes y un abanico sumamente

diversificado de alianzas interpartidarias (ej: alianza entre dos partidos

provinciales que presentan listas conjuntas para cargos locales y al mismo

tiempo apoyan candidatos distintos a nivel nacional).

En cuanto a los nuevos partidos (ARI, Recrear), se trata de fuerzas políticas que

acentúan los rasgos típicos de los partidos profesionales electorales,78 e

ingresaron de lleno en el nuevo formato de la representación política

(personalista, mediático, pragmático, con apoyos fluctuantes y coyunturales). La

debilidad y la fortaleza de estos nuevos partidos esta dada básicamente por su

base de apoyo, consistente en electores mayoritariamente independientes. Esta

ausencia de una base de cautividad electoral, que inclusive es reivindicada por

los líderes partidarios al defender la autonomía del electorado, constituye por un

lado su espacio de apoyo, ya que los votos obtenidos por estos partidos

provienen del ciudadano independiente, pero justamente, esa independencia

ciudadana somete a estos partidos a una constante fluctuación electoral,

fenómeno denominado “transvasamiento no tutelado de votos”.79

El hecho de que la base electoral de estos nuevos partidos este constituida por

la opinión pública independiente que fluctúa de votación en votación, hace que

los mismos sean sumamente dependientes del cambio de humor político de

esta clase de ciudadanos inconstantes y desorganizados, lo cual atenta contra

la posibilidad de que estas nuevas fuerzas logren consolidar en el tiempo un

proyecto político de poder duradero. Por lo expuesto, a este tipo de partidos les

cabe perfectamente la ya añeja definición de Duverger (1996: 317): “...unen a

78 Para una caracterización del partido profesional electoral ver Panebianco, A. (1995). 79 Es decir, los votos así como vienen, se van, sus destinatarios no son en verdad, sus verdaderos dueños. Las transformaciones comentadas aquí en los viejos partidos, así como las características de las nuevas fuerzas políticas en Argentina se pueden observar en Pousadela, I., LOS PARTIDOS..., op. cit., pag. 125 y siguientes.

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menudo a precursores que cometen el error de tener razón demasiado pronto y

de creer que un partido se construye por la cima, sin organización de base”.

El estruendoso fracaso del Frepaso, ejemplo típico de este tipo de partidos,

construidos desde los medios de comunicación y basados en liderazgos de

popularidad televisivos, muestra claramente la posibilidad de crecimiento

meteórico de esta clase de estructuras políticas como también su fragilidad

estructural para mantener un proyecto de poder de largo aliento al carecer de

organizaciones con anclaje territorial y procesos internos o normativas que

permitan rutinizar los liderazgos y lograr la fortaleza organizativa de la que

gozan los partidos tradicionales. Estos últimos, a su vez, están sometidos a las

relaciones de poder provinciales que, progresivamente, cobran mayor influencia

por el grado de autonomía del que gozan los gobernadores respecto de las

autoridades nacionales, tal es así, que hay autores que sostienen que los

partidos de alcance nacional en Argentina son poco más que coaliciones de

organizaciones partidarias provinciales.80

Este desorden que atraviesa a los dos grandes partidos argentinos, aunque con

intensidad dispar (profunda en la UCR, atenuada en el PJ), muestra entre otras

cosas, que las dos estructuras nacionales han sufrido un proceso de cierta

pérdida de enraizamiento social (no necesariamente irreversible), manifestado

en el hecho de que algunos sectores de sus bases tradicionales, clases medias

(UCR), actores sindicales y pobres estructurales (PJ), comienzan a dar signos

de autonomía respecto de las organizaciones políticas que históricamente

encapsulaban sus demandas. Un indicador que sostiene esta interpretación

esta dado por el desarrollo organizativo alcanzado por la alternativa Central de

Trabajadores Argentinos (CTA) y por los distintos movimientos de desocupados

popularizados como “piqueteros”, como así también por los ya comentados

80 Ver Oliveros, Virginia – Scherlis, Gerardo, ¿ELECCIONES CONCURRENTES O ELECCIONES DESDOBLADAS?. La manipulación de los calendarios electorales en la Argentina, 1983 – 2003, en Cheresky, I. – Blanquer, J, ¿QUÉ CAMBIÓ..., op. cit., pag. 188.

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nuevos partidos (Recrear y ARI) que traccionan tras sí sectores importantes de

votantes radicales históricos.

No obstante lo enunciado, el valor agregado que presentan los dos grandes

partidos nacionales argentinos es que, más allá de la crisis que cada uno de

ellos está atravesando, ambos se asientan en bases provinciales consolidadas y

en la medida que emerjan figuras de prestigio nacional, tanto la UCR como el

PJ están en condiciones de rearticular sus estructuras y ponerlas al servicio de

una estrategia nacional, disciplinándose bien por consenso a partir de

elecciones internas, bien forzosamente (cosa que ocurre actualmente con

Kirchner y su relación con el PJ), a partir de los éxitos electorales y de gestión

que los liderazgos emergentes a nivel nacional experimenten.81

Esta realidad contrasta con la debilidad que expresan las noveles fuerzas

políticas argentinas, cuya estabilidad parece recostarse en demasía en su

inserción mediática y en la incorporación de equipos técnicos para delinear y

gestionar la política. Esto no significa que los recursos mencionados carezcan

de valor, pero por si solos resultan insuficientes pues una estrategia de

acumulación de poder basada en el humor de la opinión pública y en grupos de

apoyo informales de bajo nivel organizativo, puede revelarse sumamente frágil

dada la fluctuación y volatilidad constante a que están expuestos los

movimientos de opinión.82 El ejercicio de la política requiere además de otras

condiciones, estructuras organizativas estables en el tiempo, un abanico

multifacético de funcionarios, candidatos para los diferentes cargos y niveles y

una estructura partidaria con capacidad de fiscalizar elecciones,83 estos son los

recursos que los partidos históricos argentinos pueden garantizar y es aquí

donde aventajan claramente a las jóvenes fuerzas políticas emergentes.

81 Dada la crisis que arrastra la UCR, mucho más profunda que la del PJ, esta posibilidad de reestructuración partidaria a nivel nacional se presenta con mayor dificultad en el radicalismo que en el caso del partido justicialista. 82 En líneas generales, esta interpretación se encuentra en Novaro, M., La Alianza, de la gloria del llano a la debacle del gobierno, en Novaro, M., EL DERRUMBE..., op. cit., pags. 102 – 103. 83 Ver Cheresky, I., en Natanson, José, EL PRESIDENTE INESPERADO. El gobierno de Kirchner según los intelectuales argentinos, Bs. As., Homo Sapiens Ediciones, 2004, pag. 25.

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Acorde a lo enunciado podemos decir que los dos grandes partidos argentinos

desde la recuperación democrática reconocen un funcionamiento en dos

grandes niveles, por un lado el espacio mediático en el que ambos partidos

progresivamente fueron insertándose acompañando la lógica dominante de

concepción de la política como espectáculo, cuestión que se ajusta a la

definición de democracia de audiencia (Manin, 1992). Pero por otro lado, estos

partidos se asientan en extendidas redes territoriales que, a partir del control de

gobernaciones, legislaturas e intendencias, proporcionan los recursos

necesarios para el desarrollo de las carreras de los líderes políticos y para el

complejo tejido en el que se articulan las relaciones entre distintos actores

(operadores, cuadros intermedios, punteros, integrantes de locales partidarios y

redes clientelares).84

Esta dinámica derivó en una progresiva cartelización de los partidos argentinos

tradicionales, fenómeno al cual ya se ha aludido y que expresa la

interpenetración entre partidos y Estado, conformando un patrón de cooperación

recíproca entre las principales fuerzas políticas.

Entre los principales desafíos que han de enfrentar las fuerzas políticas

emergentes de la argentina contemporánea, se encuentra la necesidad de

desarrollar territorialmente espacios de organización alternativos a las

extendidas redes de los partidos históricos para lograr encauzar la diversidad de

las demandas sociales, vincularse con los nuevos movimientos sociales,

encuadrar el reclamo a las autoridades y consolidar de esta manera el

desarrollo organizativo de estos partidos abriendo brechas y ganando

influencias en las bases de las fuerzas políticas tradicionales.85

84 Ver Mocca, E., DEFENSA..., op. cit., pag. 284. 85 La imposibilidad de enfrentar este desafío es, según algunos autores, un de las muchas razones que explican el fracaso del Frepaso en su intento de consolidarse como partido, al respecto ver Jozami, Eduardo, FINAL SIN GLORIA. Un balance del Frepaso y de la Alianza, Bs. As., Biblos, 2004, pags. 43 – 44.

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Afrontar con éxito el desafío enunciado implicaría para los nuevos partidos

lograr acceder a una cuestión clave para asegurar su crecimiento y

consolidación: penetrar en el mundo laboral y sindical, en los sectores medios,

en el espacio de la informalidad y la pobreza.

La transformación de estos pequeños partidos mediáticos en partidos masivos y

populares dependerá de cómo resuelvan esta compleja cuestión, que implica

nada menos que abrir una brecha en espacios sociales casi herméticos,

históricamente abordados por las estructuras políticas y sindicales tradicionales,

por lógicas asistencialistas y clientelares apañadas desde el control del aparato

estatal.86

Por lo expuesto, la magnitud del desafío que se les presenta a los nuevos

partidos argentinos es enorme, pero no hacer el intento por afrontarlo implicaría

que toda estrategia de construcción de política partidaria nacional termine

fracasando a mediado o largo plazo.87

Por otro lado, toda estrategia que apunte a consolidar las estructuras

organizativas de los partidos políticos se enfrenta a una alternativa de difícil

solución que podríamos resumir en la siguiente pregunta: ¿es posible construir

estructuras partidarias fuertes con las formas contemporáneas de mediatización

y espectacularización de la política?. Justamente, los nuevos formatos de

personalización de la representación política y el desinterés y desconfianza

respecto de los partidos, atenta contra la posibilidad de gestar estructuras

políticas fuertes y duraderas.

86 Al respecto se recomienda el análisis realizado por Julio Godio (1995) y que en parte está expuesto en Jozami, E., FINAL..., op. cit., pag. 74. 87 La historia política argentina contemporánea muestra claros y abundantes ejemplos de estos fracasos, el Partido Intransigente (PI), la Unión del Centro Democrático (UCEDE), el MODIN y el Frepaso, son entre otros, ejemplos de partidos que llegaron a constituirse como terceras fuerzas nacionales con peso electoral y que luego cayeron en el olvido.

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El obstáculo mencionado debe inducir a los nuevos partidos argentinos a

explorar caminos alternativos que permitan su consolidación y vigencia como

fuerzas políticas. La necesidad de crear estructuras de base que les permitan

echar raíces perdurables en la sociedad emerge como una tarea pendiente y

crucial ya que “...una organización de base enquistada y parcialmente

encapsuladora implica niveles más elevados de ‘adhesividad’ de la base

electoral.”88

El hecho de tener este tipo de organizaciones de base es lo que explica en

parte, la vigencia de los partidos tradicionales argentinos, lo que les permite

sobrellevar sus fracasos electorales y no desaparecer de la escena política.

De esta manera, uno de los dilemas más duros para los noveles partidos

argentinos consiste en ganar bases sociales para gestar una alternativa política

que permita superar la debilidad de recursos que poseen, de lo contrario, estos

partidos estarán condenados a construir sus fortalezas apoyándose

exclusivamente en la crítica a la gestión del poder ejercida por sus pares más

experimentados. De hecho, esto es lo que ocurre en la Argentina actual, donde

el fraccionado abanico partidario se limita a mostrar personalidades políticas

mediáticas o liderazgos de opinión cuya única estrategia parece girar en torno a

la crítica de la gestión gubernamental a cargo del peronismo, partido que

domina el escenario político y que reúne todos los requisitos de poder antes

mencionados.

Una estrategia alternativa de construcción partidaria choca además, como se ha

mencionado, con la frontera del malestar con la política vivenciado por la

ciudadanía. No obstante ello, la experiencia política reciente de la argentina,

88 Levitsky, S., Crisis, adaptación partidaria..., op. Cit.

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mostró signos de involucramiento y compromiso político ciudadano, los nuevos

partidos además de acumular poder en lo que comúnmente se conoce como

opinión pública (aquellos ciudadanos que se interesan y participan de la política

aunque en forma virtual), pueden hacerlo en aquellos sectores que formaron

parte de este fenómeno y esto a su vez puede operar como instancia de

enclave hacia los sectores más organizados de la arena social.

Está claro en definitiva, que la Argentina presenta partidos con debilidades y

fortalezas dispares, con diversidad de formatos y rasgos heterogéneos,

características que expresan el intento de estas organizaciones por adaptarse a

los violentos cambios que experimentó la sociedad de la cual forman parte.

De hecho, los partidos políticos argentinos, han atravesado con suerte dispar, el

punto más álgido de cuestionamiento popular a la política (período iniciado con

el “voto bronca” en las legislativas de 2001 hasta el triunfo de Néstor Kirchner

en las presidenciales de 2003) y actualmente aunque han perdido la centralidad

de antaño, continúan siendo los agentes organizadores de la competencia

política.

Pese a ciertos pronósticos negativos y posturas atravesadas por un

qualunquismo visceral, los partidos políticos, por suerte, han dado muestras de

su vigencia, la salud de la democracia depende de su definitiva mejora y

consolidación.