LA PRINCESA QUE DIO EL SALTO

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1 LA PRINCESA QUE DIO EL SALTO AUTORA: Paula Gómez Rosado ILUSTRADORA: Ximena Ahumada MAQUETADOR: Jorge Bernat Gómez

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Un cuento coeducativo

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LA PRINCESA QUE DIO EL SALTO AUTORA: Paula Gómez Rosado ILUSTRADORA: Ximena Ahumada MAQUETADOR: Jorge Bernat Gómez

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La princesa se despertó al escuchar la voz dulce de su institutriz dejando junto a la almohada el hermoso sueño de un futuro prometedor y maravilloso ¡Era su gran día!.

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Se levantó y se dejó vestir con el traje nuevo confeccionado por los más grandes modistos de la corte. Estaba compuesto por dos piezas cuyo cuerpo iba ceñido con un ajustado corpiño de seda salvaje, adornado por delante con aguamarinas y zafiros. Sus anchas mangas se pegaban al brazo desde el codo a la muñeca en una hilera de pequeños botones de oro con un diamante diminuto en el centro. La falda, que cubría las piernas hasta los tobillos, era de terciopelo azul como las mangas y llevaba una orla de pedrería a juego con el corpiño.

Mientras sus damas admiraban la riqueza y elegancia de

la prenda, ella se entristecía pensando “¡Estos sastres tejen y confeccionan para ser admirados, pero a ninguno les ha preocupado lo más mínimo mi comodidad!”. Y es que el peso total del vestido rebasaba los quince kilos, sin contar los complementos (diadema de oro, diamantes y rubíes; pendientes de platino y esmeraldas azules; collar de perlas gigantes del Caribe y pulseras varias).

A pesar de la incomodidad, pensó que todo fuera por ese

príncipe azul que esperaba desde siempre para compartir vida y trabajo, inquietudes y ternuras, preocupaciones y sueños, responsabilidades y diversiones. Y así dejó que la terminaran de vestir, por primera vez en su vida, lo que la hacía sentirse un poco inútil.

Salió de su habitación con cierto aire cansado que creyó

se repondría cuando tomase su apetecido desayuno. Bajo la atenta mirada de su querida institutriz a la que cariñosamente llamaba “Ama”, se dirigió al salón que recibía los últimos toques para la gran fiesta que se celebraría aquella misma noche en palacio con motivo de su cumpleaños y, sobretodo, por su entrada en la edad casadera.

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Al llegar observó que habían sacado los mejores manteles de hilo bordados a mano en tiempos de su tatarabuela la reina Isis, los cubiertos de oro y plata fundidos por antiguos orfebres del país Dorado lucían ya sobre algunas mesas junto a las vajillas de porcelana regaladas por el emperador oriental para la coronación de su abuelo. Las esculturas de jade, herencia del antiguo imperio, que representaban las distintas actividades de las mujeres y los hombres del reino, habían sido colocadas estratégicamente junto a cada una de las columnas de mármol labrado que rodeaban el salón, separando el comedor de la pista de baile que se hallaba cubierta con ricas alfombras procedentes de la India y adquiridas para la ocasión. Al fondo de la sala un pequeño escenario flanqueado por unas bailarinas de ébano y marfil procedente de las mejores manos artesanas de África y sobre él lo más prestigioso de la música del reino ensayaba sus más solemnes partituras creadas especialmente para la celebración.

Tanto lujo la aturdió un poco y, por no pensar en todo lo

que se le venía encima, se dirigió a la cocina para desayunar. Pero tal era el trajín que las cocineras se traían preparando las viandas de la cena de gala, que la princesa decidió coger un par de frutas del huerto y comerlas paseando por el jardín.

Al salir se enganchó con un rosal y estuvo a punto de

estropearse el vestido, si no es por su dama que la paró a tiempo y retiró la rama con cuidado. Siguió andando por los estrechos senderos de la rosaleda, ya con más cuidado, hasta que le salió al paso su gatita Mika. Esta le saltó encima, como de costumbre, con idea de acurrucarse en su pecho pero al notar la dureza del corpiño y las pequeñas piedras que pinchaban su piel, volvió a tirarse al suelo y se alejó corriendo dejando a la princesa desilusionada y con ganas de recibir el calor y cariño de su mascota.

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Llegaron por fin al extenso huerto donde se prodigaban

los manzanos, naranjos, perales, melocotoneros, cerezos y albérchigos que durante todo el año estaban cargados de las más exquisitas frutas. Intentó subirse a un mandarino cuyo penetrante olor le había hecho ansiar el refrescante jugo de las naranjas en su garganta. Su “Ama” la interrumpió de forma cariñosa pero decidida, ¡no podía subir con el vestido, ya era una princesa mayor de edad!. Obediente, esperó que una hortelana le bajara unas cuantas y se las ofreciera con una respetuosa reverencia, aunque echó de menos su frase de siempre: “Para la princesa más fea y antipática, la fruta más ácida; para la más bella y generosa, la fruta más jugosa”.

Pero al recibirlas, se limitó a decir:

- Gracias, señora hortelana. Siguió por el camino e intentó pelar las naranjas cortando

pequeños trocitos de cáscara con las manos que tiraría al suelo, como otras veces, para que se los comieran los animalitos que poblaban el huerto. Su dama la paró porque podía estropearse las uñas y mancharse el vestido. Se dirigieron al merendero y esperaron al jardinero mayor que colocó dos lujosos cojines sobre los asientos de mármol; se sentó la princesa y después de colocarle bien el vestido, lo hizo su dama, extendiendo un pequeño mantel sobre la mesa. Sacó a continuación una pequeña navaja con el mango de nácar y caoba con la que peló las frutas, las abrió en gajos e invitó a la princesa a comer, después de ofrecerle una servilleta. De nuevo la joven princesa se sintió inútil. Y aunque ingirió las frutas con apetito. Le supieron menos sabrosas que otras veces.

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Siguieron allí sentadas un largo rato, repasando cada detalle de la ceremonia. La dama le aconsejó poner su mejor sonrisa y mostrarse ocurrente sin parecer descarada, ante los príncipes que le ofrecerían los regalos más valiosos. Después debía bailar con todos sin comprometerse especialmente con ninguno, hasta recibir la aprobación del rey y de la reina. Por último, si había compromiso lo mantendría en secreto hasta que el rey y su futuro esposo sellasen el pacto y lo hiciesen público. En los próximos días, le dijo, irían aprendiendo poco a poco, todas las responsabilidades que como fiel esposa y reina debía asumir, para acatar las órdenes de su rey y contentar a su marido. La princesa no dijo nada pero un nudo empezó a llenar su garganta y en su mente aparecía una vez y otra un delicado pero inútil objeto mercante de los que todo el mundo admira pero se limitan a dejar sobre una mesa y limpiar el polvo antes de que lleguen las visitas.

Se levantó y pidió a su acompañante que la dejase pasear

un rato sola porque necesitaba pensar en todo lo que habían hablado. Estuvo andando por todos los lugares que hasta ese día habían sido testigos y cómplices de sus juegos y actividades más placenteras. Recordó con cariño y nostalgia como ayudaba a los jardineros a regar, o la recogida de fruta con las hortelanas subiéndose a las ramas más altas donde ellos no se atrevían por temor a que ante su peso la rama cediese, o como cortaba flores con las doncellas y mayordomos, para después hacer ramos y adornar el palacio; pero sobretodo lo que se divertía jugando al esconder con el chico de las caballerizas.

Había sido feliz y se había sentido querida por toda

aquella gente que hoy empezaban a tratarla como a una desconocida. Se sentía incómoda incluso sola ante la nueva situación. El reino de su padre no sería para ella, sus

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proyectos no importaban y tendría que obedecer a un extranjero que sería el dueño real de todo, incluso de su vida.

Siguió recordando, ensimismada todo lo que ahora dejaba

atrás y repasando lo que le esperaba, cuando oyó el balido de las ovejas e intentó acercarse a la valla para saludar a la pastorcita y acompañarla un rato como había hecho en tantas ocasiones. Le gustaba salir con la zagala a jugar en el prado un rato o contarse confidencias de niñas, después de ordeñar a los animales. Ahora, ya mayores, solían hablar de chicos y, sobretodo, le contaba la vida del pueblo tan distinta a lo que ella vivía en palacio, lo cual la mantenía al tanto de las necesidades y problemas de la población. Pero por más que le gritó, muchacha y rebaño siguieron su camino sin oírla y ella no podía darse más prisa porque el peso del vestido se lo impedía impidiéndole darle alcance.

Por primera vez veía con claridad lo que suponía haber

crecido en palacio y ser una princesa. Dos gruesas lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, al comprobar que se acababa su libertad y a partir de ese momento ya no tendría vida propia.

La princesa siguió largo rato en el jardín sin escuchar las

llamadas de la dama que ante su tardanza empezaba a intranquilizarse. Pero sí oyó con claridad cencerros y balidos que de nuevo se acercaban y con diligencia, a pesar del gran peso que soportaba, se acercó a la verja a tiempo para ver llegar a la pastora y preguntarle el porqué de su vuelta. La chica le contó que los prados se habían helado y entonces debía marcharse a pasar el invierno a los valles del sur, más cálidos y ahora verdes. Es lo que hacía todos los años al llegar los primeros fríos.

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La princesa recordó alguna vez que había ido a visitarla lo apacible de aquellas tierras. Así que decidió, sin pensárselo dos veces, acompañarla en su viaje. La pastora intentó disuadirla dado lo duro de la empresa, le habló de la comodidad de la vida en palacio, de lo seguro que resultaban los quehaceres principescos. La princesa seguía empeñada en atravesar la verja.

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De nuevo le habló de lo crudo de los inviernos y del calor del verano; de las dificultades para ganarse el sustento diario y de los obstáculos que la vida nos iba poniendo.

Ella estaba convencida, todos los retos con los que se

encontrase, los iría superando con voluntad y energía, la que ahora le empujaba a intentar saltar la valla una y otra vez, porque le era imposible escalar con el vestido.

La pastora la esperaba y viendo las dificultades de su

amiga para poder salir, le aconsejó ya impaciente: - ¡Quítate esos trapos con tantas piedras, verás como

saltas!. Nuestra princesa se fue despojando de ropas y adornos, a

la vez que se iba soltando de todas las ataduras palaciegas. Al terminar de quitarse los ropajes externos, ya sin aire de princesa, dio un gran salto y se marchó corriendo tras las ovejas mientras su dama la llamaba insistentemente sin entender nada.

Y junto a la pastora se marchó sin saber dónde iba ni qué

le esperaba pero con la firme seguridad de que nunca echaría de menos lo que había dejado atrás porque a partir de ese momento sería dueña de su vida y todo cuanto construyese, sería fruto de su elección y su esfuerzo.

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1- La princesa manda a sus padres este mensaje cifrado:

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2- Busca en la siguiente sopa de letras once palabras que se necesitan para ser una persona libre: R A P I M E N D A L O H E R L A J

D E F E N D E R S E E O C T M O E

E S S O N V U C E M S P M A D E I

S O N P O N D I C A R S E D O M I

E N O I O R D E N A R M A N E P D

N B R N S N S E A S R D E C B S P

V M S A I H S M A M D E S C I D R

O P S R L R A A M O Ñ R E S A C A

L M H B A T R A B A J A R E S A R

V A M M U Y L A O I M A T O S C P

E N A N R A I P M I L A R S F U M

R A N Z M O Z A B O D I S H N I O

S N O E G T A P O T Ñ S Z N U D C

E R N D E C I D I R N M U A U A P

M A R T E L T O N A D E V N R R Ñ

P D E J O A K L Ñ I N O S A N S S

M A U T G C H B S R G F O E M F E

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3- Adivina, adivinanza: (Constitución, autónoma, responsabilidades, libre, persona, mente). 1- Si me miro en el espejo no te veo aunque me hablas y me dices qué he de hacer sin pronunciar ni palabra. 2- Todas las personas dice son iguales en derechos piensen o crean como quieran sean de uno u otro sexo. 3- Sólo me ha de mandar esa aunque a veces me equivoca pero si alguien me quiere respetará mi __________.

4- Lo quiero ser de mayor y tomar mis decisiones para hacer lo que yo crea incluso tener errores 5- Yo sé cuidarme muy bien y trabajar con tesón sé tomar mis decisiones porque esto soy yo. 6- Todas las personas deben las que les toca cumplir y si queremos a alguien las debemos compartir

Ahora ilustra la adivinanza que más te gusta con un bonito dibujo.

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4- Jugamos a las profesiones. Ana utiliza en su trabajo muchos planos que diseña en la

oficina y cuando va a ver cómo van las obras se pone el casco. Ana es _____________

Juan ayuda a las personas enfermas. Le da las medicinas, le

pone las inyecciones. Juan es __________. María trabaja en una empresa de componentes electrónicos y

es la jefa porque es la que más sabe de electricidad. María estudió en una escuela superior y es _____________.

Carlos estudio medicina y se especializó en enfermedades de

los ojos, por eso es _____________. -Si juntas las iniciales de las palabras que has escrito en el

juego anterior solo falta T_. Me lo vas a decir con un dibujo. Yo quiero ser de mayor:

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5- Vamos a jugar a un juego de rol. En el equipo, una persona hará de dama, otra de madre, otra de padre y otra de amiga de la princesa. La princesa se ha ido y están hablando de su marcha Al final, la persona que ha hecho de observadora deberá resumir el desarrollo del juego y la postura adoptada por cada miembro del grupo. (Escribe después aquí tus conclusiones)

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6- Y a continuar el cuento. Escribe la historia de la princesa una vez que se va del palacio. Debe tener un final feliz.