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La supervivencia de la antiOedad (I) Por supervivencia de la antigiiedad no entendemos solo la de los dioses y rnitos griegos en la literatura y el arte euro- peos, sino la de toda la cultura helénica, en la que la nuestra hunde sus raíces cada vez más, lo que a lo largo de los siglos acent ŭ a la tensión entre el cristianismo y la tradición clásica; de tal tensión nace en buena parte el dinamismo que caracte- riza a nuestra cultura frente a las antiguas y a las orientales. En un principio el Occidente se asimila soio una parte de la herencia clásica : aunque los romanos conocían el pensa- miento griego, algunas de cuyas facetas fueron difundidas por Cicerón, Lucrecio - y Séneca, apenas se interesaron por las demás ciencias, por lo que el Occidente conserva solo las migajas de ellas recogidas por enciclopedistas y compiladores. El descenso de la cultura producido por las invasiones hace muy dudoso el que Europa pudiera asimilar entonces mucho más. Ya hemos hablado en otro sitio de la contracción que sufren las culturas al decaer y de cómo ello favoreció la eclosión de la nueva cultura cristiana, que de otra forma podría haber sido ahogada por . la clásica, como sucedió en Constanti- nopla. La falta de ciencia dio a nuestra cultura un carácter, literario que la llevó a identificarse con el conocimiento de lengua y autores latinos; su posterior desarrollo fue determi- nado por la paulatina asimilación de la cultura helénica me- (I) Trabajo escrito con ayuda del crédito destinado al fomento de la investigación en la Universidad.

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La supervivencia de la antiOedad (I)

Por supervivencia de la antigiiedad no entendemos solo lade los dioses y rnitos griegos en la literatura y el arte euro-peos, sino la de toda la cultura helénica, en la que la nuestrahunde sus raíces cada vez más, lo que a lo largo de los siglosacentŭa la tensión entre el cristianismo y la tradición clásica;de tal tensión nace en buena parte el dinamismo que caracte-riza a nuestra cultura frente a las antiguas y a las orientales.

En un principio el Occidente se asimila soio una parte dela herencia clásica : aunque los romanos conocían el pensa-miento griego, algunas de cuyas facetas fueron difundidas porCicerón, Lucrecio -y Séneca, apenas se interesaron por lasdemás ciencias, por lo que el Occidente conserva solo lasmigajas de ellas recogidas por enciclopedistas y compiladores.El descenso de la cultura producido por las invasiones hacemuy dudoso el que Europa pudiera asimilar entonces muchomás. Ya hemos hablado en otro sitio de la contracción quesufren las culturas al decaer y de cómo ello favoreció laeclosión de la nueva cultura cristiana, que de otra forma podríahaber sido ahogada por . la clásica, como sucedió en Constanti-nopla. La falta de ciencia dio a nuestra cultura un carácter,literario que la llevó a identificarse con el conocimiento delengua y autores latinos; su posterior desarrollo fue determi-nado por la paulatina asimilación de la cultura helénica me-

(I) Trabajo escrito con ayuda del crédito destinado al fomento de la investigaciónen la Universidad.

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diante diversos renacimientos, el ŭltimo de los cuales, iniciadopor Winckelmann, desembocó en la moderna filología.

Si el de Carlomagno fue el primer intento de restaurarel imperio romano de Occidente, el primer renacimiento fueel carolingio, pues el que hubo .en Roma en el VII y en elVIII fue resultado de la venida de artistas que huían delos iconoclastas y que continuaron la tradición bizantina yno la clásica, que Carlomagno, por el contrario, quiso res-taurar, favoreciendo el buen latín y la imitación de los autoresantiguos y dando a la plástica una orientación muy romani-zante, como vemos en el pórtico de Lorsch y en las columnascorintias de la capilla palatina de Aquisgrán, en las ilumi-naciones de los manuscritos y en los trabajos de los ebora-rios. Hasta el neoplatonismo de Escoto Erígena es como unreflejo, llegado a través del Seudoareopagita, de Plotino ysu escuela. Es natural que entonces se hablara de la aureaRoma iterum renovata y que se haya dicho que el hombreoccidental nace en el siglo IX, pues lo que le distingue noes la posesión de la cultura clásica, sino el deseo de ella, delque sólo encontramos, en lo que se llama el renacimiento delos • Otones, huellas en Hrotsvita, que sigue a Terencio, yen •el tercero de ellos, hijo dé una griega, que sorió en res-taurar el imperio romano desde el Averitino, pero que novivió el tiempo suficiente para imprimir carácter a su época.

El florecimiento de la cultura europea en el XI y el XIIse basa en la sintesis agustiniana de cristianismo y neopla-tonismo. Esta es la época en que en las escuelas catedralicias,entre las que se destaca mucho la de Chartres, se afirma larealidad de los universales; en que el saber se centra en elestudio de los antiguos escritores latinos, imitados sobretodo en el norte de Francia, Inglaterra y Alemania, desdedonde vemos ir a Roma a Hildeberto de Le Mans a cantarla belleza de sus ruinas en dísticos que se supusieron del sigloV, a Enrique de Winchester a buscar esculturas para su pala-cio y a Conrado de Hildesheim a deleitarse con lo que conocíasolo por los libros; en que se escriben obras como el De bellotroiano de José de Exeter y la Alexandreis de Gautier de Chá-

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tillon y en que se satiriza del siguiente modo a los enamoradosde la antigtiedad :

Magis credunt Juvenaliquam doctrinae prophetalivel Christi scientiae.

Deum dicunt ese Bacchumet pro Marco legunt Flaccum,pro Paulo Virgilium.

Mientras se cultivan las humanidades en las tierras quehemos mencionado, en las más romanizadas del noreste deEsparia, sur de Francia y valle del Po surge un nuevo estilo,que irradiaría a todo el Occidente. La primacía de las ideaspuras llevó al románico a la exaltación de la geometría, entrecuyos volŭmenes se establecen relaciones tan armoniosas comolas que el oído percibe en la mŭsica, fundada en las existen-tes entre los nŭmeros, con lo que adquieren los edificios unaire muy clásico; aŭn más evidente es el clasicismo de la es-cultura, que renace entonces de la imitación de la antigua, loque en el sur de las Galias se hizo de un modo tan perfectoque se discute si el famoso sarcófago de Saint-Guilhem-le-Désert es del IV o del XII; Borgoria, por el contrario, se alejamucl-15 de los cánones clásicos en busca de una expresividadque trata de lograr por medio del alargamiento y el retorci-miento, que deshumanizan a las figuras. Pero ni allí lo ce-riido de la imitación ni aquí el deseo de expresividad per-mitieron captar la esencia del clasicismo; la subordinaciónde las esculturas al edificio al que se adosaban tampoco podíadarles ese equilibrio orgánico y vida propia que adquiriríanal triunfar con el gótico el principio de axialidad, que lascentra en sí mismas y que llevaría al clasicismo intrinsecode la escuela de Reims precisamente cuando un estilo que,como el románico, hunde sus raíces en la antigliedad es susti-tuido en el norte de Francia por otro que se aparta mucho deella en su arquitectura, en la que se ha llegado a ver el influjode las iglesias nórdicas. de madera.

Tal florecimiento lleva al desarrollo de las literaturas enlengua vulgar. El siglo xii es el siglo de oro de la poesía pro-venzal, cultivada, como el primer románico, desde Cataluria

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hasta Lombardía, arco del que irradia al resto de Europa,provocando en Alemania la aparición de los Minnesinger, enItalia la de la escuela siciliana, antecedente inmediato deldolce stil nouvo, y en Esparia la de la lírica galaico-portuguesa,continuada por la castellana del xiv y el xv; también derivande la provenzal la francesa y la catalana. Mientras tanto, enla lengua de oil se siguen escribiendo poernas épicos y empie-zan a escribirse romans courtois, en los que alternan los te-mas clásicos con los temas célticos y que unen su influjo alde los trovadores para propagar el culto a la mujer. Del xirson también el Cantar del Cid, obra maestra de la épica es-pariola, y el de los Nibelungos, de la alemana.

En esta época aumenta mucho el interés por la culturaislámica, con la que Europa entra en contacto en Esparia ySicilia. Los 'árabes sufrieron el impacto helénico al conquistaren el siglo vir Siria y Egipto; en vez de asimilar, como los ro-manos, la literatura y el arte griego, 'por su aversión a lofigurativo y por disponer solo de traducciones se aplicaron ala filosofía y a las demás ciencias, juntando a la helénica mu-cho de la de la Mesopotamia, el Irán y la India en una sintesisque los situaría muy por encima del resto del mundo, dondeno había entonces filósofos ni matemáticos, médicos ni as-trónomos comparables a los musulmanes. Ya en el x y en elxr se traducen del árabe al latín muchas obras científicas enlos monasterios catalanes, adonde. Gerberto, el futuro papa Sil-vestre II, vino a estudiar con los maestros a quienes debe elOccidente la introducción del astrolabio y los nŭmeros árabes.También existía en Salerno una escuela de medicina que seenriquece con lo recogido de los árabes mediante muy toscastraducciones. Toledo, reconquistada el 1085, se convierte enel principal foco de esta actividad por obra del arzobispo donRaimundo, que hizo colaborar en estas traducciones a morosy judíos con sabios cristianos; la primacía científica de estaciudad es reconocida en Inglaterra a mediados del xII porRoberto de Chester al regular sus Tabías astronómicas por elmeridiano de Toledo, donde se traduce a Aristóteles y Eucli-des, Tolomeo y Galeno y a sus principales comentadores. Mu-cho se traduce también en Sicilia. Aunque estas traducciones,

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11.-Pórtico de Lormelt

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3. - Catedral de Iteints. La Anuneiacian y la Visitación

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11,41.~ M1101111.4. - Ro m a Estancia della Segnatura. La disputa del Santisimo Sacramento

Roma. Estancia della Segnatura. La escuela de Atenas

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hechas del árabe, eran muy imperfectas, gracias a ellas co-menzó a extenderse por Europa la ciencia helénica y Aristó-teles empezó a ser cristianizado entre condenaciones que prue-ban el recelo que despertaba y que no era infundado, pues,como se vio en los averroistas, en toda su pureza sus doctrinaseran incompatibles con el cristianismo. La necesidad de pro-fundizar en su pensamiento hizo que muy pronto RobertoGrosseteste tradujera del griego le Etica a Nicómaco y Gui-llermo de Moerbeke las más de sus obras.

Como, segŭn Aristóteles, a la realidad solo se llega desdelo sensible, el aristotelismo produjo una revalorización de lanaturaleza y un verismo en la literatura y en el arte que enel siglo xiv se intensificaron por •obra del nominalismo deGuillermo de Occam, franciscano de Oxford, universidad queen el xiii había sido menos aristotélica que París, pero quese había adelantado en la asimilación de las ciencias particu-lares con el ya mencionado Roberto Grosseteste, quien creeque las matemáticas, enriquecidas por los árabes con el álge-bra, son la clave de la naturaleza y que tiene ideas muy avan-zadas sobre la formación del universo, el movimiento de losplanetas, la reforma del calendario, la luz, los colores, lasmareas y el sonido. Discípulo suyo fue Roger Bacon, quiencomo casi todos los franciscanos quiso armonizar agustinia-nismo y peripatetismo, pero que en las ciencias particularespone la experiencia por encima de la autoridad y aun de larazón, incapaces de remover las dudas y de darnos esa cer-teza que solo adquirimos con la observación, ayudada porinstrumentos y por la numeratio y la figuratio o interpreta-ción matemática de lo sensible. Tal ciencia, a la que él da elnombre de experimental, descubre lo que no se deduce deningŭn principio y aumenta mucho nuestro poder sobre la na-turaleza; gracias a ella pudo denunciar los errores de Tolomeoy anunciar los barcos de vapor, los automóviles, los puentescolgantes, los telescopios, las exploraciones del fondo del mary el uso bélico de la pólvora. Aunque nunca se funda en expe-riencias por él realizadas, sino en lo que sabe de las hechaspor otros, es indudable que la idea de la ciencia como instru-mento de dominación se debe a Roger Bacon.

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Para que tal idea resultara fecunda había que superar elmecanismo de la ciencia griega, lo que hizo Duns Escoto, dis-cípulo de Roger Bacon y maestro de Gillermo de Occam, exal-tando la libertad y el poder de Dios, a cuya imagen está hechoel hombre, que en adelante inventaría entes de razón y deimaginación, artefactos y máquinas inconcebibles antes del

siglo en el que nace la ciencia moderna de la conjuncióndel escotismo y del occamismo. Tal nacimiento fue condicio-nado por la crítica de la física aristotélica y el florecimientode las matemáticas, visible en la sistematización de la trigo-nometría y en el desarrollo del álgebra sincopada.

Mientras Europa acusa de este modo su originalidad y susescritores se apartan de la imitación de los antiguos, vemosen la arquitectura cómo el clásico acanto del decorado es sus-tituido por el roble, la hiedra y el cardo, y en la escultura cómoal clasicismo de la Visitación de Reims sucede el goticismo desu Anunciación y cómo se diluyen en tal goticismo los elemen-tos clásicos que aŭn hallamos en un Nicola Pisano o en el arcode Capua, donde probablemente se introdujeron por orden delemperador Federico II, quien imitó en sus augustales las mo-nedas romanas.

En la Edad Media se creía que los dioses paganos habíansido héroes, inventores y legisladores divinizados por la gra-titud, segŭn la teoría de Euhemero, aceptada por la mayoríade los autores cristianos. Por eso su recuerdo no se perdiónunca, aunque sus representaciones fueran muy distintas delas aceptadas por la antigŭedad. Thmbién contribuyó a man-tenerlo vivo su identificación con los planetas, que ha sobre-vivido en los nombres de los días de la semana, que se impu-sieron a pesar de la Iglesia. La integración de la astrologíaen la cultura clásica, tan necesaria para los cristianos, llevóa armonizarla con la religión mediante la teoría de que losastros no influyen sobre el albedrío, sino solo sobre la com-plexión, que condiciona las inclinaciones; a pesar de esto, elque en la Escritura se dijera que los dioses son demonios, alos que se debe la propagación de la idolatría, hizo a los cris-tianos mirar la astrología con mucho rce1o, pues, segŭn los

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filósofos, eran los díoses los que movían las esferas. Tal recelose disipa cuando en el xm se afirma que son los ángeles losque hacen esto, lo que permitió fundar cátedras de astrologíaen las principales universidades y a los astrólogos entrar alservicio de reyes y papas. Resto de la creencia de que los dio-ses regían las esferas fue la magia astral, que usaba comotalismanes camafeos o entalles con la imagen del dios, esdecir, del demonio al que en cada caso hubiera que aplacar.Hasta los que condenaban la astrología lo hacían por su es-caso provecho para las almas y no por su falsedad, solo de-mostrada por el sistema copernicano.

La idea de que en los mitos hay provechosas enserianzasfue muy grata a los neoplatónicos, siempre inclinados a suennoblecimiento y purificación. El deseo de los padres dedesentrariar los sentidos ocultos de la Escritura, el de inmuni-zar a los fieles contra el necesario manejo de autores paganosy el de dar cuerpo a abstracciones, como las de Prudencio ensu Psychomachia, llevó a los cristianos a interesarse por laalegoría y a buscarla en los mitos, que acabaron por conver-tirse en una especie de filosofía moral que fue cultivada enel siglo vi por Fulgencio, en la época carolingia por Teodulfoy en el xII por Alejandro de Neckam, Bernardo de Chartres yJuan de Salisbury. Con esto el interés de los lectores se pro-yecta hacia Ovidio, cuyas Metamorfosis fueron comentadaspor Arnolfo de Orléans y por Juan de Garland y luego a prin-cipios del xiv por el autor del Ovide moralisé, seguido por unalegión de exegetas que hasta descubrieron en él la crítica delas diversas clases sociales. Todavía en el xv se escribió enInglaterra una mitología que identificaba dioses y virtudes.

Ya había triunfado entonces en Italia el renacimiento pro-piamente dicho, que aspira a la completa recuperación de lacultura clásica. Petrarca, que lo inicia, interpreta la historiade modo distinto a como hasta entonces se había interpreta-do, pues en vez de centrarla en la Encarnación, entusiasmadocon la antigua Roma, cree que su ascensión fue una época deluz y su decadencia una época de sombras, que disipará la res-tauración del esplendor romano. Para Boccaccio esto había

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empezado con Petrarca en la literatura y en la pintura con elGiotto, del que nos dice que imitó la naturaleza tan bien que

,muchos se equivocaban, quello credendo esser vero che era di-pinto. La aparición en el xv de Brunelleschi y de Donatellollevó a incluir entre las artes restauradas a la arquitectura ya la escultura, que, lo mismo que la pintura, se dice que sonsimilares a las liberales, con lo que se acuria el moderno con-cepto de las bellas artes. A fines del xv incluso se hablaba derenacimiento de las ciencias, cuyas fuentes griegas podíanestudiarse en el original.

• Aunque desde el principio se vio en Brunelleschi el deseode edificar alla romana y en Donatello su imitación de los an-tiguos, en los pintores se siguió elogiando su fidelidad a lanaturaleza hasta que adoptaron las categorías de la retórica :la invención, la disposición, que en ellos se convierte en com-posición, la elocución, que aquí fue primero luminosidad yluego colorido, y finalmente la armonía o conveniencia de cadaparte con las demás, lo que subordina la imitación de la na-turaleza a una selección condicionada por las matemáticas yla arqueología, pues para determinar el largo de una piernao la anchura de un muslo había que combinar la observacióny el cálculo con el estudio de las esculturas antiguas. Lo cualllevaría a la organización racional de la forma y a buscar elsecreto de la proporción que los antiguos habían conocido.Con esto el retorno a la antigiiedad de la pintura se convierteen el retorno a la antigŭedad de las otras artes.

La teoría de la proporción se aplicó también a la arqui-tectura, pues se creía que los griegos habían estudiado la na-turaleza al descubrir las leyes del diserio y de la perspectivay que las columnas de los tres órdenes reflejaban • las propor-ciones del cuerpo del hombre, de la mujer y de la doncella;a esta humanización de la arquitectura se debe el que la basí-lica de S. Pedro no parezca tan grande, mientras que en lascatedrales góticas el tamario está subrayado por la oposiciónentre sus proporciones y las humanas. Esta idea de proporciónacabó por ser el comŭn denominador de todas las artes, orien-tadas hacia el clasicismo por ver en la representación del hom-

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bre: no como es, sino como debiera ser, la forma más puradel naturalismo. Después del retorno á la antigŭedad de lapintura a comienzos del xVI, la mŭsica cierra el círculo aladoptar los temas clásicos en el melodrama.

La unidad de este movimiento de asimilación de la culturaantigua, vista por primera vez en su totalidad, pues ahora logriego se estudia al lado de lo romano, y como un sistema deideas y de formas, lo distingue de los anteriores renacimientos.Si el carolingio apenas trasciende de la literatura y las artesmenores; si el del xi y el xii, cuya arquitectura emula la . ro-mana y cuya escultura imita la antigua, no Ilega a la pinturay ve en la poesía latina la sustitución de la métrica clásica porla moderna; y si el del xm, que es un resultado de la recupe-ración de la ciencia helénica, está artísticamente muy influidopor las tradiciones nórdicas, el renacimiento por antonoma-sia se manifiesta en todos los terrenos y alcanza un profundoconocimiento de la antigŭedad, quizás por mirarla por pri-mera vez como un confín luminoso y lejano, lo que si por unlado engendra nostalgia, por el otro da la perspectiva necesariapara poder estudiarla con rigor científico.

No nos extrarie que entonces lo clásico desbordara el cris-tianismo e incluso ayudara a la creación de un clima favorablea la escisión religiosa, fundada en el libre examen, que seríainconcebible si previamente no se hubiera hecho del hombrela medida de todas las cosas. Pero lo que determina la fiso-nomía del renacimiento es el platonismo, cuyo influjo indi-recto fue muy visible en Escoto Erígena y en la mayoría delos escolásticos del xi y el ahora Marsilio Ficino traducey comenta en la Florencia de los Medici a Platón y Plotino conun éxito solo comparable al del sicoanálisis en nuestros días.Lo unitario de esta filosofía, en la que desaparece la distin-ción entre lo sobrenatural y lo natural al afirmarse que Diosinspira tanto a los filósofos como a los profetas y que el mun-do ha nacido por emanación, y en la que por verse en la her-mosura de la obra de arte un reflejo o vislumbre de la divinase convierte al artista en ministro de la Providencia, contri-buye por una parte al extraordinario florecimiento .de la lite-

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ratura y las bellas artes y por otra al relativo estancamientode las ciencias particulares, pues si aquéllas se fundan en laintuición, éstas necesitan del razonamiento, que distigue ysepara.

Al hablar del estancamiento de las ciencias pienso en el xvy no en la primera mitad del xvi, en que la geografia y lasciencias naturales son renovadas por los descubrimientos deesparioles y portugueses, en que Copérnico revoluciona la as-tronomia y Vesalio la anatomia y en que se resuelven porprimera vez en Italia ecuaciones de tercero y cuarto grado; esverdad que en el xv no se interrumpe la bŭsqueda de datosnuevos, pero éstos se incrustan en los sistemas heredados dela antigiiedad, sin que, fuera de Leonardo, que era mucho másescolástico que humanista, floreciera la ciencia experimental,lo que significa que, aunque el hombre del xv supiera más,por su conocimiento de las fuentes griegas, su saber era menosdinámico. El mayor influjo de la ciencia helénica aumentó elinterés por la astrologia y por la magia, que en su forma demagia natural enseriaba a aprovecharse de las relaciones ocul-tas que hay entre las cosas. A principios del xvi Julio II fijóla fecha de su coronación de acuerdo con los astrólogos yLeón X fundó en la Sapienza una cátedra de astrologia. El re-nacimiento del arte de los lapidarios fue un resultado deldesarrollo de esta clase de magia.

Aunque ahora recobran su belleza los dioses antiguos, de-formados por la Edad Media, la interpretación de la mitologiaque triunfa y se impone es la alegórica, favorecida por losneoplatónicos. Las imprecaciones de Savonarola y las burlasde Rabelais demuestran su arraigo, que se hace a ŭn mayordesde que el barroco busca una nueva integración del cris-tianismo y la cultura clásica, enfrentados en el renacimiento,que pudiera ser simbolizado por la sala della Segnatura, don-de vemos a la izquierda la ciencia griega, representada por laEscuela de Atenas, y a la derecha la cristiana disputando sobreel misterio de la Eucaristia. Al fundirse en el barroco la unacon la otra lo natural queda subordinado a lo sobrenatural yla razón a la revelación. El acierto de tal fusión produce enla Europa del xvii el desarrollo, no solo de la filosofia, las

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letras y las artes, sino de las ciencias particulares, cuyo creci-miento quedó interrumpido por la necesaria asimilación delas fuentes griegas. El esplendor de tal cultura, que cristianizatodas las conquistas del renacimiento, no puede ocultar lafragilidad del equilibrio en que se asentaba y que acaba rom-piéndose en la Francia de Luis XIV a favor del racionalismo yla tradición clásica. El triunfo del primero en la filosofía ydel segundo en la literatura y las bellas artes es el primerpaso hacia la posterior secularización de la cultura, que serealizaría en el siglo xvin. No creo que se haya valorado sufi-cientemente el influjo de la antigŭedad en tal proceso, aunquela preferencia que el neoclasicismo da a lo griego sobre loromano revela el deseo de hundir las raíces a ŭn más honda-mente en el mundo clásico.

Hasta la época de Luis XIV todos creían a los antiguossuperiores a los modernos. En la famosa disputa que entonceshubo se empezó por decir que éstos pueden muy bien com-petir con aquéllos, pues la naturaleza no ha degenerado, y seterminó afirmando que por ser nuestra religión la verdaderatiene que inspirarnos sentimientos más nobles y proporcionar-nos mejores temas, que los modernos trataremos mejor porsaber más y por nuestro mayor refinamiento. Aunque al finalse reconoció que en la filosofía, las letras y las artes no hayun progreso como el de las ciencias, también se aceptó laposibilidad de que en este terreno los antiguos fueran supe-rados. En esta disputa se hundió la teoría de la imitación yaumentó mucho el sentido crítico y esa comprensión de losgriegos que cimentaría el neoclasicismo del xviii, que se aplicaal estudio de la antigŭedad sin la veneración del renacimiento.

El neoclasicismo, iniciado por Winckelmann como reac-ción contra el prerromanticismo, desemboca muy pronto enel romanticismo propiamente dicho, que unió a la nostalgia dela Edad Media la de la Hélade, como vemos en Alemania conHólderlin, en Inglaterra con Shelley y Keats y en Italia conLeopardi. El que en el prerromanticismo Herder incitaraa Góthe a aplicarse al griego y el que en el Werther suconocimiento sea un signo de distinción espiritual es sig-nificativo. Tal nostalgia de Grecia nace de su identificación

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con lo noble y hermoso, con la naturaleza y con la libertad,y en algunos casos, como en el de Byron, hasta con el desnudoy la licencia. El culto por la antigŭedad toma entonces uncarácter muy anticristiano; abundan los testimonios de la hos-tilidad de Góthe al cristianismo al volver de Roma. Se diríaque la cultura clásica, que en el renacimiento empezó a des-bordar el cristianismo, al que de nuevo fue subordinada porel barroco, toma su desquite, aliada a una ciencia que preten-de oponerse a la revelación que la había hecho posible.

Aunque el desarrollo y la complejidad de los conocimientosno permiten la dedicación a los estudios clásicos más que deun pequerio nŭmero de especialistas, por lo que en el xix lashumanidades dejan de ser el fundamento de la cultura, laverdad es que los clásicos nunca han sido más traducidos nidifundidos. Lo que sucede es que al terminar el proceso deasimilación de la cultura clásica se ha oscurecido el sentimien-to de nuestra dependencia y deuda con ella, con la que tro-pezamos al llegar a las cimas del saber : recientemente se hapublicado en Esparia un libro que muchos creemos el comien-zo de una nueva metafísica, cuyo autor se esfuerza por alcan-zar una visión más exacta y profunda de la estructura de larealidad, superando a Aristóteles, punto de partida y cimientode sus meditaciones.

Otra prueba de nuestro interés por la antig ŭedad son iasmodernas reelaboraciones de leyendas y mitos, en los que sedescubren aspectos nuevos, incluso valiéndose del sicoanálisis.Para subrayar la universilidad de estas fábulas los dramatur-gos no vacilan en multiplicar los anacronismos o en hacerhablar a los héroes griegos como arrabaleros. Muy frecuentees que un personaje evoque por medio de coincidencias yparalelos a otro antiguo, como en el Ulysses de James Joyce,quien hasta encerró su vasto relato en la clásica unidad detiempo. En tales casos la belleza del mito ilumina indirecta-mente la obra moderna, como las de los poetas del renaci-miento son iluminadas por las reminiscencias de los antiguosa quienes imitan.

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