La toma de Arica

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LA TOMA DE ARICA En el año 1927, Don Arturo Benavides Santos ( el mismo autor de “Seis años de vacaciones”), publicó “Historia compendiada de la Guerra del Pacífico”. En el capítulo del ataque al puerto de Arica, tiene especial interés el hecho que la descripción la hace alguien que participó en el asalto, ya que él servía en el regimiento Lautaro, con solo 15 años de edad. Lo hace en la siguiente forma: ASALTO Y TOMA DE ARICA Para completar la ocupación por los chilenos del departamento de Tacna, y del territorio peruano hasta el confín Norte del de Moquegua, solo faltaba que los chilenos tomaran el puerto de Arica, distante como sesenta kilómetros de Tacna, a la que está unido por ferrocarril. Para efectuar esta operación se designó a los regimientos que en la batalla de Tacna formaron la Gran Reserva, a la que se agregó el Regimiento Lautaro, tres baterías de artillería, el escuadrón de Carabineros de Yungay Nº 1, y uno de Cazadores, formando un total como de cuatro mil hombres; y se nombró jefe de la división al coronel Lagos.

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Relatos del ataque al puerto de Arica, durante la Guerra del Pacìfico

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LA TOMA DE ARICA

En el año 1927, Don Arturo Benavides Santos ( el mismo autor de “Seis años de vacaciones”), publicó “Historia compendiada de la Guerra del Pacífico”.

En el capítulo del ataque al puerto de Arica, tiene especial interés el hecho que la descripción la hace alguien que participó en el asalto, ya que él servía en el regimiento Lautaro, con solo 15 años de edad.

Lo hace en la siguiente forma: ASALTO Y TOMA DE ARICA Para completar la ocupación por los chilenos del departamento de

Tacna, y del territorio peruano hasta el confín Norte del de Moquegua, solo faltaba que los chilenos tomaran el puerto de Arica, distante como sesenta kilómetros de Tacna, a la que está unido por ferrocarril. Para efectuar esta operación se designó a los regimientos que en la batalla de Tacna formaron la Gran Reserva, a la que se agregó el Regimiento Lautaro, tres baterías de artillería, el escuadrón de Carabineros de Yungay Nº 1, y uno de Cazadores, formando un total como de cuatro mil hombres; y se nombró jefe de la división al coronel Lagos.

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Las defensas de Arica consistían: por el Norte, cerrando el camino que

corre paralelo a la costa, los fuertes Santa Rosa y San José, al oriente, los denominados Dos de Mayo y Ciudadela; y a continuación el fuerte Este, cerca del Morro, que queda al Sur. Esta famosa fortaleza es un cerro de piedra como de 150 metros de altura, cortado casi a pique por el lado del mar, y constantemente azotado por las olas.

Con excepción del Morro, que tenía once cañones de buen calibre , en

los demás solo había dos o tres; todos tenían guarnición especial de infantería y estaban unidos por una red eléctrica de minas, a fin de hacer explotar a varios de ellos desde el hospital. En los alrededores y en los caminos por donde suponían que el ejército chileno pasaría, habían colocado bombas automáticas que explotaban al pisarlas. El total de las fuerzas que defendían la plaza alcanzaba a 2.500 hombres, y estaban al mando del coronel Bolognesi.

El 2 de Julio comenzaron a llegar por ferrocarril los cuerpos chilenos que

debían atacar la plaza, y acamparon en las inmediaciones del estero de Chacayuta, entonces seco, muy cerca de la playa, y como a diez kilómetros al norte de Arica.

El cinco, los chilenos bombardearon la plaza por mar y tierra, como

notificación que iban a intentar tomarla. Suspendido el bombardeo, el general Baquedano envió al mayor Salvo

como parlamentario, a intimar al jefe de la plaza que la rindiera, para evitar derramamiento de sangre. Bolognesi reunió un consejo de los jefes de más graduación, y después de deliberar, hizo llamar ante ellos al mayor Salvo, y le respondió que quemaría el ultimo cartucho antes de rendir la plaza.

El día seis, algunas compañías del Buin y un batallón del Lautaro,

simularon un ataque a los fuertes Santa Rosa y San José, mientras la artillería y los buques de la escuadra chilena bombardeaban los fuertes, sin causar daños, porque se disparaba a gran distancia y las granadas se enterraban en la arena sin explotar. Lagos ordenó ese simulacro para hacer creer a los peruanos que atacaría por ese lado, a fin de inducirlos a que reforzaran ese sector con parte de las guarniciones de los otros, que serían más difíciles de tomar. Este ardid tuvo éxito.

En las primeras horas de la noches del seis, el Buin y el Tercero y

Cuarto de línea, se corrieron con gran sigilo hacia el poniente rodeando a gran distancia la ciudad y los fuertes; poco después de la media noche, avanzó el Lautaro de frente al Sur, pegado a la costa, y en absoluto silencio.

En el campamento quedaron los fuegos encendidos, y en él, el batallón

Bulnes, la artillería, la caballería y las bandas de músicos. El Cuarto de Línea debía atacar los fuertes Este y Morro, el Tercero el

dos de Mayo y Ciudadela, sirviendo de reserva a ambos el Buin; y el Lautaro, el

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Santa Rosa y San José, que cerraban el camino de la costa, sirviendo de reserva el batallón Bulnes. El ataque debía ser simultáneo, por sorpresa y al amanecer del día siete.

El plan se ejecutó como lo había ordenado el comando chileno. Cuando todavía no aclaraba, los regimientos chilenos estaban en las

inmediaciones de los fuertes que debían atacar, y se abalanzaron sobre ellos impetuosamente.

El Lautaro fue divisado de los fuertes, y a poco más de un centenar de

metros antes de llegar a ellos; y momentos después los peruanos, creyendo que ya era tiempo, los abandonaron y los hicieron explotar.

La precipitación para proceder, hizo que les fallara el intento de concluir

con el regimiento chileno en esa forma; pues, la explosión se produjo cuando faltaban como cien metros para llegar a los fuertes.

El Tercero de línea solo fue avistado cuando llegaba a los fuertes Dos de

Mayo y Ciudadela. Con las bayonetas y cuchillos, los soldados chilenos rompieron los sacos rellenos con arena que servían de parapetos, y entraron por los huecos que quedaron al vaciarse, trabándose dentro del fuerte, feroz pelea a arma blanca. Los peruanos sólo resistieron algunos minutos y precipitadamente los abandonaron e hicieron explotar, causando muchas bajas.

Al mismo tiempo el Cuarto de Línea asaltaba el fuerte Este, que resistió

pocos minutos; y a la carrera, pero esquivando las bombas de que estaba sembrado el camino, se dirigió al Morro que quedaba a poca distancia. En este fuerte, además de su guarnición, estaban los fugitivos de los otros fuertes, que en él se habían refugiado.

El coronel Bolognesi procuraba resistir en ese último baluarte, y el

pabellón peruano flameaba en su elevada asta. Las compañías del Cuarto de línea, confundidas, invadieron el fuerte calando bayonetas, y mataron a gran parte de los defensores del renombrado fuerte, cayendo entre ellos el coronel Bolognesi.

La bandera peruana fue arriada y en su lugar flameó la chilena, a la que

saludaron, con una salva, los buques chilenos. Desde el principio del asalto, hasta el cambio de la bandera del Morro,

habían pasado cincuenta y cinco minutos.

El acorazado Manco Capac, fondeado cerca de la playa, disparó unos cuantos cañonazos sobre el regimiento Lautaro sin causarle daños. Su tripulación tomó en seguida los botes y le abrieron las válvulas, sepultándolo en el océano.

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La lancha torpedera peruana Alianza, intentó escapar, pero se varó en una caleta inmediata. Los peruanos tuvieron 22 jefes y oficiales muertos y 128 heridos, y de tropa 1.151 entre muertos y heridos; y se tomaron 102 jefes y oficiales prisioneros y más de 500 de tropa. De los chilenos cayeron 117 muertos, entre los que había tres oficiales y el comandante del Cuarto de Línea San Martín, 18 oficiales y 338 soldados heridos. Además de los cañones de los fuertes, se tomaron muchos rifles y municiones. Este relato es en términos generales, pero en su otra obra, “Seis años de Vacaciones, hace en forma personalizada lo que Don Arturo experimentó en el ataque que hizo su regimiento. Uno más amplio y detallado, es el que hace el corresponsal de El Mercurio inmediatamente después del combate, el cual debía ser enviado por barco a Valparaíso lo más rápido posible, para satisfacer la demanda de los lectores ávidos de noticias y en lo posible, antes que lo publicaran los otros periódicos.

RELATO DEL CORRESPONSAL

LA TOMA DE ARICA

(EL MERCURIO VALPARAISO, Viernes, Junio18 de 1880)

Sumario- Sale de Tacna la caballería- En Chacayuta- Partida de la división de reserva – Minas de dinamita – Marcha el Buin y el 4º para el valle de Azapa – La artillería sube al cerro – Cañoneo a la plaza – Se envía un parlamentario – Llegada del Lautaro – Nuevo cañoneo – Bombardeo por nuestra escuadra Averías – El próximo ataque – Entusiasmo – En la noche – Salida del Lautaro – El Bulnes – El Buin, el 3º y el 4º - Avance sobre el enemigo – A diez cuadras del fuerte Ciudadela – El 4º - División en dos cuerpos de ataque – Nuevo avance – El enemigo rompe el fuego de fusilería - ¡A la bayoneta! – Prodigios de valor – Carnicería – La línea del oeste – Fuga hacia el Morro – Los fuertes del Norte – El Lautaro –Estallan las minas – Disparos del Manco – Nuestra escuadra – El Morro en nuestro poder – Moore y Bolognesi – El comandante San Martín – Hundimiento del Manco Capac – La tripulación – Es tomada por nuestra escuadra – La lancha a vapor – Persecución – Arica en nuestro poder – El campo atrincherado – Horroroso espectáculo – La población – Nuestras bajas – Los prisioneros – Jefes y oficiales peruanos muertos – Número de enemigos – Después de la batalla - ¡Gloria in excelsior!

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Arica, junio 7 de 1880 Al editor del Mercurio: El 1º del corriente salía de Tacna, en dirección a este puerto, el segundo escuadrón de carabineros de Yungay al mando del sargento mayor don Rafael Vargas, con el objeto de estacionarse en el puente de Chacayuta, hasta donde llegaban ya los trabajos de reparación de la línea férrea, e impedir que las partidas avanzadas del enemigo encerrado en Arica, practicasen algunas incursiones con el objeto de impedir los trabajos. La línea férrea estaba ya corriente, después de ímprobas fatigas y de abrumadora actividad, mediante el empeño del cuerpo de pontoneros militares. Ese día una locomotora había recorrido la línea hasta llegar a la orilla del cauce, y se daba la última mano de obra, a fin de que al día siguiente se embarcase en Tacna la división de reserva, que debía operar contra la plaza bloqueada. Por diversos conductos se sabía ya que el enemigo encerrado en Arica no había aumentado sus filas con ninguno de los fugitivos de Tacna, y por lo tanto su número era el mismo de los primeros días de Mayo, pudiendo computarse en unos 1.500 a 2.000 hombres. El regimiento de Cazadores y el escuadrón número 1 de Carabineros de Yungay mandado por el comandante Bulnes, seguían también hacia Arica, y el día 2 se embarcaba efectivamente la reserva, compuesta de los regimientos Buin, 3º y 4º y batallón Bulnes , a fin de estacionarse en la ribera Norte del río Chacalluta. * La división de reserva estaba mandada por el coronel don Pedro Lagos, e hizo efectivamente el viaje en ferrocarril desde Tacna hasta el punto de su destino sin hallar el menor tropiezo en su camino. Allí se encontró con la noticia de que la noche anterior, al bajar la caballería al fondo de la quebrada o pequeño valle que forma el lecho del río, con el objeto de dar agua a sus caballos, había hecho explosión una mina de dinamita. El camino real que conduce al valle de Chacayuta, colocado a nuestra derecha respecto del puente de este nombre, es en esa parte la única vía practicable para los caballos. Los peruanos, calculando que nuestras tropas habían de tomar ese paso, tenían allí no menos de diez minas de dinamita esparcidas en distintos puntos del trayecto y hasta en las márgenes pedregosas del río.

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Bajaron primero los Cazadores, y en seguida el 2º escuadrón de Carabineros. Pero, apenas llegados al pié de la bajada, una detonación espantosa ponía en dispersión a las asustadas cabalgaduras, al mismo tiempo que una especie de erupción volcánica brotaba desde el fondo de la tierra, levantando confusos destrozos de piedras, tierra y maderos envueltos entre humo y llamas. El golpe, sin embargo, había resultado fallido, porque los factores de la explosión, engañados por la distancia y la semi-oscuridad crepuscular, inflamaron la mina en los momentos en que la última mitad de los Cazadores y la cabeza de los Carabineros dejaban sobre ella un pequeño claro. Toda la desgracia se limitó, pues, a la fractura de un brazo del corneta que acompañaba al mayor Vargas, habiendo escapado milagrosamente este jefe, lo mismo que el mayor Alcérreca y el capitán Lesmandos, que marchaba junto al él. * Pero nuestros jinetes, sin perder el tino con el peligro, se formaron en ala sobre el borde de la quebrada y avanzaron al galope en busca de los que habían encendido la máquina infernal. A pocos metros del borde de la ribera sur y hacia el lado de la playa se levanta una casita de madera, y desde allí partían los alambres eléctricos que habían servido para causar la explosión. Algunos soldados de caballería, viendo que de ahí salían algunos sujetos en dirección a Arica, se lanzaron en su seguimiento. Como no se detuviesen, sino que uno de ellos por el contrario montaba en un caballo y huía hacia el puerto, los soldados rompieron sobre ellos el fuego de carabinas sin dejar de perseguirlos. A los pocos pasos caía uno de ellos herido en una pierna, y mas adelante eran capturados los otros que iban a pié. El de a caballo, que según se supo era un norteamericano, logró escapar y refugiarse en la ciudad. * Inmediatamente se cortaron los alambres, y al aclarar del día siguiente se practicó una minuciosa pesquisa por todos los alrededores a fin de descubrir nuevas minas. Entre los prisioneros tomados en el momento de la explosión se encontraba un ingeniero peruano, y éste fue puesto en aprietos para que confesara dónde estaban las minas y fuera personalmente a designar los lugares. Poco después en efecto, se descubrían otras nueve minas sembradas en los pasos del río, y se recogía una enorme cantidad de alambres.

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Las tales minas eran hoyos de metro y medio de profundidad, por medio de diámetro, en cuyo fondo estaba colocado un cajón de dinamita de unos ocho o diez kilógramos y comunicado con las pilas por medio de los alambres, que iban a dar en un fulminante. Encima, estaban cubiertos de tierra, y aunque era fácil notarlos, se les confundía con un sin números de hoyos esparcidos por aquel lugar y que son los que sirven a los cholos para tostar el cocaví. * El día siguiente 3, a las 10.40 de la mañana, partía de Tacna un nuevo convoy trayendo al general en jefe y cuartel general. El jefe de estado mayor y sus ayudantes, y cuatro baterías de campaña y una de montaña con su dotación correspondiente. A las 12.40 al puente de Chacayuta, en donde se habían estacionado las tropas, y a las 2.30 de la tarde salían el general y el jefe de estado mayor a practicar un reconocimiento de las posiciones enemigas, escoltados por una parte de la caballería. El descubrimiento de las minas había causado gran conmoción en todos. Se temía que el enemigo tuviera el valle sembrado de aquellas terribles excavaciones, desde que a seis millas de distancia y en un corto espacio se habían descubierto diez de ellas. Esto no arredraba, sin embargo, a nuestras tropas, y era en general el deseo de dar de noche un asalto al enemigo, a fin de inutilizarle hasta cierto punto aquel medio de defensa. Si por desgracia estallaban algunas que nos pudieran causar sensibles pérdidas, peor para los defensores de la plaza, porque nuestra venganza debía ser terrible. * El lugar que iba a ser teatro del nuevo triunfo de nuestro ejército, era una posición fortísima, por la conformación natural del terreno y por el buen partido que se había sacado de ella, levantando obras fortificadas que a la vista parecían inexpugnables. Hacia el lado de Chacalluta se extiende una extensa planicie, que es la ribera meridional del río, o sea hacia el lado de la ciudad, baja suavemente desde la falda de un cordón de cerros arenosos hasta la misma ribera del mar. Aquellos cerros corren casi paralelos con la playa, o sea de Norte a Sur, lamidos en su falda oriental por el río Chacalluta o Salado, y en su extremo Sur por el Azapa o Arica, que desde allí tuerce hacia la población, aunque ya perdido su pequeño caudal entre las hermosas quintas y arboledas de este valle. Los valles de Azapa y Chacalluta, pues, casi paralelos, hasta que al desembocar en la extensa explanada que dejan a su frente los cerros de este, se confunden en el valle de Arica.

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El valle de Azapa está dominado en su intersección con el de Arica, por los cañones de un cordón de fuertes que parten desde el Morro y que forman una especie de triángulo cuya base mira al Sur. El de Arica, o sea el del Norte, abierto y con declive hacia el mar, está dominado a la vez por los cañones del Morro, por los de las baterías del Este, que bordean la barranca occidental del valle de Azapa, y por las del Norte, que protegen la población por ese lado y cuyas sólidas obras de mampostería se notan a la simple vista desde Chacalluta. El cordón de cerros arenosos del Oriente, que separa los valles de Azapa y de Chacalluta, es el único que no está ocupado por el enemigo; pero su extremo norte se haya a enorme distancia de las baterías, 8.000 metros, y su parte sur, mas baja que el cordón del Morro, se encuentra dominado por los fuegos de éstas. * Se vio, pues, que antes de pensar en los medios de rendir o de tomar la plaza era necesario cortar al enemigo su fácil retirada por el valle de Azapa, y con este objeto a las dos de la tarde del 4 cambiaron de campamento el Buin y el 4º, corriéndose tras los cerros del oriente por el mismo valle de Chacalluta, a fin de trasmontarlos en la noche y apoderarse del valle de Azapa. Los Cazadores debían acompañar esta tropa, y en efecto se pusieron en marcha a las diez de la noche del mismo día. A las doce partían de su nuevo campamento los dos regimientos mencionados y tras una penosa marcha llegaban al amanecer al valle de Azapa, sin que lo notara el enemigo. Allí caían en nuestro poder un capitán y dos soldados que formaban parte de una avanzada peruana. La artillería se movía al mismo tiempo para coronar la cumbre de los cerros del oriente, y llegada al río lo atravesaba por un puente improvisado por el cuerpo de ingenieros. La acompañaba el batallón Bulnes, que debía permanecer junto a ella en protección de las piezas. A las dos de la mañana llegaban nuestras piezas a la cumbre y coronaban el cerro. La batería de montaña se colocaba en la extremidad sur de este, y las cuatro de campaña en la medianía, o sea a unos 7.000 metros de los fuertes enemigos. * Al amanecer del sábado 5 estaba completamente sitiada por tierra la formidable plaza de Arica, sin tener el enemigo mas escapatoria que hacia el lado sur, siguiendo el cordón del Morro, en donde el desierto le ponía una infranqueable barrera. Por el lado del mar, los buques de nuestra escuadra, fondeados frente a la desembocadura del Salado, se comunicaban ese día con nuestras tropas, y de esta manera, puestos de acuerdo los jefes de mar y tierra, quedábamos en

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situación de establecer contra la plaza un riguroso asedio o atacarlo combinando nuestras fuerzas marítimas y terrestres. Pero quedando solo el 3º de línea en el puente de Chacalluta para custodiar, junto con los Carabineros, la extensa planicie del valle de Arica por el Norte y necesitándose mayor número de tropas para atacar el nudo de fuertes y reductos del Este y Sur, se acordó traer de Tacna al regimiento Lautaro para que tomase parte también en las próximas operaciones. * A las siete de la mañana del 5 rompía nuestra artillería sus fuegos contra los fuertes y baterías enemigos. La batería de montaña, situada en la extremidad sur de los cerros del este dirigía con preferencia sus disparos al fuerte Ciudadela, que como centinela avanzado ostentaban sus imponentes y escarpados flancos sobre una colina que dominaba todas las cercanías. Mientras las baterías de campaña lanzaban sobre los fuertes del Norte certeros tiros, cuyos proyectiles se veían estallar dentro de los recintos. El enemigo rompió a los pocos minutos sus fuegos en contestación a los nuestros, y la bronca detonación de sus disparos demostraba que todas sus piezas eran de grueso calibre, y algunas de largo alcance. El fuerte Ciudadela, del Sur, el Santa Rosa del Norte, y dos o tres más de distintos puntos hacían retemblar el suelo con sus disparos. Durante tres horas se mantuvo el cañoneo casi sin intervalos de reposo, semejando su conjunto, repercutido por los ecos el sordo estrépito de un prolongado trueno. Mientras tanto el formidable Morro, cual si desdeñara tomar parte en esta fiesta, o como un general que mira batirse a sus soldados, permanecía silencioso, ostentando sus abruptos flancos y formidables trincheras a la codiciosa mirada de nuestras tropas, como si desafiara sus esfuerzos y retara su heroísmo. * Pronto se vio que el ciudadela y demás fuertes del Sur dominaban completamente con sus disparos la batería de montaña establecida en la extremidad meridional de los cerros arenosos y sobre el borde Norte del valle o quebrada de Azapa. Los enormes proyectiles de a 200 y 300 de los cañones Parrot de esas baterías estallaban estrepitosamente alrededor de nuestros artilleros, y muchas pasaban a enorme distancia tras ellas, lo que demostraba el buen alcance de los cañones enemigos de esa parte de la plaza. Nuestra batería de montaña permaneció brevemente, sin embargo, sosteniendo el cañoneo y contestando con certera puntería los disparos de

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ambos fuertes, pero siendo sus proyectiles incapaces de abrir brecha en sus sólidas murallas y en los parapetos de arena de los reductos. Se creyó conveniente retirarla de allí y trasladarla al lugar que ocupaban las cuatro baterías de campaña. Estas, lo mismo que las de montaña, eran impotentes contra los bien construidos fuertes del Norte; pero se vio que los proyectiles chilenos podían dañar al enemigo causándole bajas entre la gente, que servían las piezas, mientras que ninguno de los suyos había alcanzado a llegar a las cumbres que ocupaban las nuestras. * Terminado el cañoneo, y estando casi indecisos el general en jefe y el jefe de estado mayor sobre si continuaría el sitio de la plaza hasta obligarla a rendirse por hambre, o si se daría un asalto a los fuertes con nuestra infantería, se acordó mandar un parlamentarios para intimar rendición al jefe de la plaza. Fue encargado de esta comisión el sargento mayor de artillería don J. de la Cruz Salvo, que regresó en la tarde con la noticia de que el jefe enemigo estaba resuelto a defender hasta el último extremo.

Habiéndole hecho notar el mayor Salvo la inutilidad de una resistencia, desde el momento que de ninguna parte podían esperar socorro, y siendo el ejército chileno bastante poderoso para dar dos o tres ataques aunque fueran rechazados los primeros, el coronel Bolognesi repuso:

- Nuestro país, señor, es una nación muy desgraciada .En la presente guerra no contamos con ninguna acción de brillo, de esas que retemplan el entusiasmo de un pueblo, y yo quiero dar este ejemplo a mi país. Le repuso el mayor Salvo que no era posible sacrificar inútilmente tantas vidas por satisfacer una pueril vanidad, pero Bolognesi se negó tenazmente a entrar en ninguna clase de consideraciones.

*

Al día siguiente, 6, llegaba de Tacna el regimiento Lautaro y entonces se despachó el 3º de línea para que fuera a reunirse con el Buin y el 4º en el valle de Azapa, mientras el Lautaro quedaba custodiando las riberas de Chacalluta.

En la mañana se inició nuevamente un lento cañoneo contra los fuertes

del Norte, concentrando ya todas las baterías en el punto que ocupaban las de campaña.

Poco después contestaba el enemigo con sus cañones de grueso

calibre, cuyos tiros quedaban cortos al principio; pero, rectificando poco apoco su puntería, al fin los proyectiles enemigos iban ganando terreno a cada disparo y estallaban más próximo a nuestras piezas, a pesar de la enorme distancia que tenían que recorrer.

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A las doce del día reventaban algunas granadas en la cumbre misma del cerro, bañando a nuestros artilleros con sus cascos, pero, afortunadamente sin causarles ninguna baja; otras pasaban a la falda del lado opuesto y llegaban hasta el valle de Chacalluta. Esto decidió de la suerte de la plaza. Se resolvió que al alba del día siguientes, 7, Arica sería nuestra por la razón o la fuerza.

Se dio suelta en seguida al torpedista prisionero para que entrase a la

plaza a notificar a su jefe que en la tarde del día siguiente la asaltaríamos, y que si no se rendían hasta las doce de la noche, sus defensas quedarían sujetas a los más crueles horrores de la guerra.

El pobre diablo se negaba a cumplir esta comisión y por nada del mundo

quería entrar de nuevo a la ciudad, temeroso de caer en manos de los nuestros en los momentos del combate, por lo cual fue necesario acompañarlo hasta alguna distancia y ver que en seguida no volviese sobre sus pasos.

Eran las dos de la tarde del 6, y a esa hora suspendían sus cañones

nuestras baterías de tierra. (Concluirá) EL CORRESPONSAL

Arica, Junio 7 de 1880 Al editor de El Mercurio: Pocos momentos antes que nuestras baterías de tierra suspendieran sus fuegos sobre la plaza, adelantaban hacia el Morro en son de combate los buques de guerra que sostenían el bloqueo del puerto. A la cabeza de ellos y ceñido a la costa Norte, avanzaba el Loa, que iba a probar el cañón Armstrong de nuevo sistema que se le acababa de montar a proa; seguía un poco más afuera, en dirección al centro de la bahía, la simpática Magallanes, y por fin, con la proa en dirección al Morro y mas al oeste, la Covadonga. El primer disparo, como a 8.000 metros de distancia, lo hizo el Loa, dirigiendo su puntería a los fuertes del Norte; y desde ese momento hasta las dos de la tarde continuó lanzando proyectiles, ya a estos, ya a las baterías del Este y del Morro, tras el largo intervalo que necesitaba para cargar y apuntar su única pieza de largo alcance. La Magallanes y la Covadonga seguían acercándose a tierra sin romper el fuego, mientras el Cochrane, que hasta ese momento se había mantenido en

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su fondeadero frente a la desembocadura del río Chacayuta, principiaba a levar ancla, al parecer con el intento de tomar también parte en el combate.

*

Ya la Magallanes se encontraba a 3.500 metros de las baterías enemigas, y en estos momentos rompía sus fuegos contra el Morro y los fuertes del Este, demostrando desde el primer disparo con sus certeras punterías el buen pie de disciplina de su veterana tripulación. La Covadonga, por su parte, internándose atrevidamente hasta hallarse a unos 2.500 metros del enemigo, iniciaba también a los pocos momentos un cañoneo, permaneciendo a la distancia.

El Cochrane, mientras tanto, principiaba adelantar su imponente masa en dirección al centro de la bahía, al mismo tiempo que el Manco Capac, abandonando su fondeadero al pie del Morro, se acercaba más a la playa, junto a los fuertes del norte, como si temiera ser acometido por nuestro blindado.

Ya había este franqueado la distancia que lo separaba de la Covadonga,

y sin disparar un tiro seguía aún avanzando majestuosamente en dirección al fuerte, hasta llegar a colocarse a unos mil metros del Morro. Quizás se creía a bordo que el ataque iba a tener lugar ese día, y que la artillería había suspendido sus fuegos para ganar terreno sobre el enemigo.

* Desde los primeros momentos del ataque habían suspendido sus fuegos contra la artillería los fuertes de la plaza, y al ver que nuestros buques de madera se acercan a tiro, rompían sobre ellos sus disparos. El Morro era ahora unos de los más empeñozos y sus proyectiles llegaban mucho más allá de la línea de nuestros buques de madera. Pero en cuanto al Cochrane hubo avanzado a menos de 2.500 metros, todos los tiros se concentraron sobre él, mientras éste continuaba adelantando siempre impasible. Al fin brotó de su costado una densa humareda, que fue saludada con entusiastas gritos por los que desde la ribera contemplábamos su atrevida marcha y desde ese momento continuó haciendo concienzudos disparos sobre el enemigo. Sus tiros se dirigían, ya a la batería del Norte, ya al Manco Capac, que se movía nuevamente de su fondeadero al ver que uno de los gruesos proyectiles de a 300 levantaba a su costado una inmensa columna de agua, que por un momento lo ocultó de nuestra vista.

* A las cuatro de la tarde suspendían el cañoneo nuestros buques y se retiraban lentamente a sus fondeaderos, sin que durante este tiempo hubiesen secundado sus fuegos nuestras baterías de tierra.

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La Covadonga había recibido cerca de su línea de flotación dos balazos de 150, que le causaban serios destrozos. La Magallanes tenía la fortuna de salir ilesa del combate, aunque muchos proyectiles pasaron por sobre su arboladura y entre las jarcias. El Cochrane por su parte recibía en un costado de babor una granada enemiga, que habiendo chocado contra una de las portas hacía explosión dentro de la bataìa, incendiando dos soquetes de pólvora. La explosión abrasó a veintisiete servidores de las piezas, de los cuales veinticinco están gravemente heridos.

* El número de disparos hechos por nuestros buques fue el siguiente: Cochrane 21 Loa 11 Covadonga 20 Magallanes 28 ______ Total 80 El de las baterías de la plaza estuvo distribuido de este modo: Morro 33 Ciudadela 4 Batería del ferrocarril 4 San José 33 _________ Total 74 Si a estos agregamos seis disparos hechos al aire por el Manco Capac, en los momentos en que se retiraban nuestros buques, se completa el número de 80, o sea una cifra igual a la de la escuadra chilena.

* Esa misma tarde se dieron en tierra las órdenes convenientes para que nuestra infantería atacase las formidables trincheras de la plaza, al amanecer del día siguiente 7. A las doce de la noche debían ponerse en marcha los regimientos Buin, 3º y 4º, estacionados en el valle de Azapa, llevando a retaguardia el regimiento Cazadores, y avanzar durante la noche hasta colocarse a tiro de pistola de las baterías. Con este avance se conseguía evitar los estragos que a mayor distancia pudieran hacer en nuestras filas los cañones enemigos, al mismo tiempo que se libraba a la tropa del cansancio consiguiente a una larga travesía. De esta

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manera también los soldados conservaban todo su ímpetu para asaltar aquellas formidables construcciones y para sostener su esfuerzo, en caso de ser rechazados en el primer empuje. Uno de los regimientos debía quedar de reserva de los dos que atacasen, y disputándose calorosamente aquellos bravos el primer puesto, el puesto de peligro y de la gloria, fue necesario para no herir susceptibilidades de jefes y oficiales, rifar en un sombrero a cual de ellos les tocaría la mala suerte de quedar a retaguardia. Fueron el 3º y 4º los favorecidos por la fortuna y desde ese momento, contentos y parleros como quien se ha sacado la lotería, comenzaron sus preparativos de ataque, afilando sus yataganes y corvos.

*

El Lautaro, espaldeado por el 1º y 2 escuadrones de Carabineros de Yungay, debían ponerse en marcha a las cuatro de la mañana desde el lugar que ocupaba junto a puente de Chacayuta. Su misión era apoderarse por el valle de Arica hasta que uno de sus pabellones se encontrase al amanecer junto a las últimas murallas del fuerte San José, y el otro cerca del situado frente a la entrada del valle de Azapa y que creemos estaba bautizado con el nombre de Santa Rosa. Tomados ambos fuertes y rodeados por lo tanto el de San Antonio, que queda en el centro, debían atacarlo por ambos flancos y marchar en seguida a posesionarse de la ciudad. Los escuadrones 1 y 2 de Carabineros, extendidos en batalla a retaguardia, cortarían el paso a los fugitivos que procurasen escapar por ese lado.

* Este plan atrevidísimo, pero bien combinado y maduramente concebido, no podía estar mas en armonía con la índole del soldado chileno, porque consultaba a la vez sus innatos sentimientos de astucia y de audacia. Además se quebrantó en este caso la rutinaria costumbre del militarismo de la vieja escuela, que consiste en ocultar misteriosamente al soldado o al oficial el objetivo que trata de alcanzarse con la comisión de la tarea que se le confía. De manera que el plan de ataque y la forma como debía llevarse a efecto circulaban esa noche de boca en boca entre los alegres corrillos de soldados que lo aplaudían con toda su alma, procurando cada cual poner de su parte cuanto fuera posible, a fin de que se llevara a efecto de una manera cumplida. Se experimentaba una sensación verdaderamente arrebatadora, al recorrer los círculos de los soldados que departían sobre las probabilidades y contingencias del próximo asalto, y a cualquiera le habría causado admiración, sorpresa y hasta asombro las finas observaciones, los austeros pareceres, los oportunos acuerdos del ilustre “general Pililo” y todo en medio de pláticas, en

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que resaltaba ese heroísmo tranquilo, sin alteración <<sin fantasía>> como dicen ellos, que constituye el puro, el verdadero heroísmo.

* En los siguientes diálogos hemos procurado fotografiar el aspecto que presentaban los campamentos en esa memorable noche: En el Lautaro:

- ¿Se quedará Chile con esto, hombre? - ¡Me! Se tiene que quedar no más pues. ¡Bonito fuese que uno dejara

botada su sangre en la tierra de estos peruanos¡ - Será por lo poco que nos ha costado … - No se te dé nada, hombre, que mañana se acabarán tus penas. - Por si acaso acertáis, chuncho, no se te olvide sacarme el anillo y

llevárselo a mi mujer. - No tengas cuidado; yo me haré cargo de él y de ella … Coro de estrepitosas carcajadas.

En este momento se acercaba un cabo ordenando apagar todos los fuegos. Eran las siete de la noche.

- ¡Ba¡ Aquí se le fueron los pavos a mi general. - ¡Qué sabes vos, hombre! - ¿Pues no? Mira: dejando prendidas las fogatas engañábamos mejor

a los cholos. Mientras ellos estuviesen con la boca abierta mirando las llamitas, llegábamos nosotros a los castillos, y de repente,¡tras! … ¡a la carga muchachos!

- Si; y si no apagamos el fuego lo pasamos toda la noche platicando, y amanecemos mañana lacios y con el cuerpo malo para dar el encontrón.

- Decís bien hombre.

Y todos empezaron inmediatamente apagar los tizones.

*

En el 4º: -¿Será cierto, hermanito, que el fuerte de aquella loma está foseado? - ¿Ahora no más estás en eso?¡Y la laya!. Por algún ladito ha de tener para que salgan de adentro. - Bueno, digo yo: ¿y si no nos toca ese? - Si no nos toca, no hay más que rellenamos la zanja con los que vayan cayendo. - Mire, hermanito: no me ponga muy debajo si me voltean los cholos. - A mí póngame donde quiera señor. Si me toca la mala, más bien que sirva de algo.

*

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En el Lautaro: - ¿Cómo se llaman los castillos de nosotros? - El de arriba Santa Rosa, el otro San Antonio y el de la playa San José. - ¡Hombre! Estos diablos han buscado a los santos más milagrosos. - Contra nada no más. Mi comandante es abogado de Santa Rita, abogado de lo imposible.

* En el Buin:

- ¡Bien haya, amigo, que somos fatales! - ¡No me diga nada, señor!, creo que estamos empecatados. - Pero; pudiera ser que nos tocara alcanzar a tocar. El fuerte del 3º es

crudito. - ¡Pchè!. Si esos niños son bravos como perros… Se van a lo que es

bayoneta no más. - ¿Y los cuartinos? - También son buenazos. Mi comandante San Martín no afloja un

pelo. - ¡A eso viene uno aquí! Los demás pelean y uno se queda mirando. - Pero; qué malditas cédulas.¿No nos meterían trampa? - ¡Quien sabe, señor!. ¡Mi comandante Castro es tan caulisto…

*

En el 3º:

- ¿De qué serán las trincheras que vamos atacar nosotros? - Son de sacos de arena, hombre. - Mala está la cosa, pues, porque son anchas y altas. - ¡Vaya hombre!.¿Para qué andai con corvo entonces? - ¿Y de ahí? - ¡Y de ahí! Se le mete el corvo al saco de abajo, como rasgarle la

guata a un cuico, y entonces verás como lueguito abrimos pasada. - ¡Cierto, pues hombre! Se caen los de arriba , y …

El gran Napoleón supo lo que hacía cuando disfrazado recorrió su

campamento la víspera de Austerlitz.

* En cumplimiento a la orden recibida, a las cinco de la mañana se ponía en marcha el Lautaro por el valle de Arica, para atacar de frente las baterías del Norte. La noche estaba oscura y encapotada; pero su ceño no se había comunicado a aquellos valientes, que marchaban alegres y ligeros a estrellarse contra las espesas murallas de los fuertes del norte.

Iban, sin embargo, silenciosos y procurando ocultar su presencia a pesar de las tinieblas.

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El terraplén de la línea férrea forma hacia el lado de la playa una pequeña barranca, y toda esa parte del valle está tapizada de pequeños arbustos y plantas anfibias, que dejan a veces pequeños claros, por los cuales puede marchar agazapado un hombre.

Las descubiertas peruanas y los centinelas de los fuertes no

podían, por lo tanto, descubrir al Lautaro, cuyos soldados marchaban en orden disperso y arrastrándose como culebras, pero resueltos a convertirse en leones cuando estuvieran al pié de las sólidas obras enemigas.

Principiaba a pardear el día cuando se encontraban en el deseado

lecho del río Arica o Azapa, y pocos momentos después, siempre ordenados y precavidos, principiaban a subir la pequeña cuesta en cuya meseta, que semejaba la base o falda del Norte, se levantan, primero los tres fuertes del Norte, y más allá, separada por una angosta cintura de quintas y terrenos baldíos, la pequeña pero refloreciente ciudad de Arica.

Eran las seis y media de la mañana, y ya todo el regimiento

Lautaro se encontraba en su puesto. Ambos batallones, acurrucados junto a las altas murallas de los fuertes San José y Santa Rosa y habiendo ya reconocido sus fosos, sus escarpas y sus aproches, esperaban solo que se sintieran fuegos de fusilaría en el Morro para asaltar, como brotados de la tierra, los dos fuertes que se les había designado.

La marcha se había verificado con tal maña, que los suspicaces

peruanos ignoraban por completo que estuviese allí un regimiento entero de chilenos.

*

El Bulnes permanecía, mientras tanto, estacionado a la altura de los cerros que ocupaba nuestra artillería, en protección de ésta, pero listo para acudir en apoyo del Lautaro si se prolongaba demasiado la resistencia del enemigo.

Además, de que algunos grupos de peruanos emprendiesen a la

desesperada la fuga tratando de trasmontar esas lomas, debían cortarles la retirada y tomarlos prisioneros.

Pero este papel no estaba muy en armonía con los deseos de los jefes, oficiales y tropa del batallón santiaguino, que hubiera deseado tomar parte en lo más reñido de la lucha, como sus afortunados compañeros.

*

El Buin, el 3º y el 4º, que debían recorrer mayor distancia y por un camino más accidentado y lleno de peligros que el Lautaro, se movían a las doce de la noche de su campamento en el valle de Azapa, calculando encontrarse al alba al pie de los fuertes que debían atacar.

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La marcha se hizo, como es natural, tomando un verdadero lujo de precauciones a fin de no ser descubiertos, cañoneados y quizás aventados por el enemigo.

Desde la toma de Piragua y derrota del ejército de Buendía, se temía en Arica un desembarco de nuestras tropas por la caleta Vìtor, al Sur de Arica, y no habiendo por ese lado otro camino practicable que el valle de Azapa, era natural que el generalísimo Montero hubiese acumulado allí toda clase de obras de defensa a fin de cortar a nuestras tropas el paso al Morro y a la ciudad de Arica.

Estas precauciones, avivadas después por la proximidad de

nuestro ejército, debieron ir aumentando día a día el número de obras de defensa, y al introducir entre ellas la novedad de las minas, quizás no habrían descuidado aquella parte importantísima de sus lados vulnerables.

Nuestros soldados avanzaban, por lo tanto, con toda la previsión

imaginable, pero al mismo tiempo con todo el deseo de estrecharse cuanto antes con el enemigo. Así habían ya avanzado rápidamente terreno, y ya antes que aclarase, todo el Buin como el 3º y el 4º, se encontraban a solo 2.500 metros del fuerte Ciudadela , es decir, dentro del alcance de sus cañones.

* Allí quedó estacionado el pobre Buin, listo para prestar apoyo al que lo necesitase y viendo alejarse con envidia a los cuerpos que debían entrar desde luego en acción. El 3º y 4º continuaron avanzando por el fondo del valle en dirección al fuerte Ciudadela, hasta llegar a unos 1.200 metros de sus parapetos, y por lo tanto a tiro de fusil. Eran en estos momentos las seis de la mañana, y la luz apenas permitía ver confusamente los objetos. De repente se oye el estruendo de un cañonazo. Es el enemigo, que habiendo tenido noticias, y por medio de sus avanzadas en el valle, de la marcha de los chilenos sobre las baterías del Este, rompía en esos momentos el fuego de cañones sobre nuestras columnas.

*

Por ese lado estábamos descubiertos. Dos regimientos – 1.800 hombres – iban, pues, a batirse de frente, a pecho descubierto, sin mas armas que el rifle y la bayoneta, contra un enemigo casi igual en número 1.400 hombres – defendidos por 19 cañones de grueso calibre, 2 ametralladoras , posiciones formidables, casi inexpugnables, y un total de 16 magníficos fuertes y reductos de

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dificilísimo acceso, cada uno con su recinto minado para que los asaltantes, aún triunfadores, volaran despedazados después de cada victoria; la mayor parte de ellos dominado por la construcción vecina, para que, aun en el caso de que alguno escapara de los estragos de las minas, continuara todavía a merced de los fuegos enemigos y tuviera que recomenzar una, dos y tres veces la hazaña que acababa de consumar. Y todavía, fuera de estas terribles defensas, cada uno de los 1.400 defensores tenían, como los asaltantes, su bayoneta, su rifle y sus municiones. ¿Y sería posible que aquellos 1.800 hombres triunfaran, que se apoderaran de los diez y seis fuertes? SI; era indudable que triunfarían. Era indudable - nadie lo dudaba – que arrasarían la bandera peruana de las 16 fortalezas, que plantarían en ella la bandera de Chile. Y era indudable solo porque aquellos 1.800 hombres eran chilenos, solo porque eran soldados del ejército de Chile, de esta patria que aman con idolatría.

*

Tras el primer cañonazo resonaron otros dos, y pronto un nutrido fuego de fusilería vino a unir su redoble a los imponentes rugidos del cañón. El 3º y el 4º continuaron avanzando reunidos hasta llegar a un punto equidistante del fuerte Ciudadela y de otro que se levantaba a nuestra izquierda llamado, según creemos 1º del Este. Ahí se separaron ambos regimientos, avanzando el 3º en columnas hacia el Ciudadela por el frente que mira al sur, y destacando al instante dos compañías que se desplegaron en batalla frente a los lados Este y Oeste. El 3º, rompía en ese momento sus fuegos contra los defensores del fuerte, a una distancia de 500 metros. El fuego se hizo mas nutrido por parte del enemigo. El 2º jefe del 3º, teniente coronel don José A. Gutiérrez, marchaba a la cabeza del primer batallón, que fue el que inició el ataque. El segundo batallón, mandado por el tercer jefe del cuerpo, sargento mayor don Federico Castro, permaneció unido, pronto a enviar los refuerzos que reclamase el 1º. El primer jefe del regimiento, comandante don Ricardo Castro, tenía la dirección superior de ambos batallones.

*

Las balas del enemigo causaban numerosas bajas en las filas del 3º , pero todos avanzaban con ímpetu y denuedo, contenidos sus arranques por la rígida disciplina militar que moderaba sus apetitos de tigres rabiosos, obligándolos a marchar en perfecto orden y sin alterar

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un momento la recta formación de sus filas. Una vez que la voz de << al asalto >> les diera rienda suelta, serían irresistibles. Por ahora solo se encontraban al pié de la escarpa y principiaban a trepar aquella empinada subida, mientras el enemigo continuaba haciéndoles bajas. Ellos contestaban sus fuegos apuntando difícilmente, porque la trinchera ocultaba a los peruanos y porque el coraje hacía temblar sus manos. En esto el coraje y el miedo se parecen. Los enemigos pudieron fusilar impunemente al 3º, pero al verlo temblaban. Les parecía ver avanzando hacia sus débiles pechos una viviente muralla de hierro y de granito. Por eso, aunque los 300 hombres ahí encerrados hacían nutrido fuego, eran pocos los nuestros que caían, con relación al número de balas que disparaban los peruanos.

* ¡Al fin! Han llegado al pié de las murallas de arena y al mismo tiempo que respiran, casi libres ya de las balas enemigas, sacan sus corvos, rasgan los sacos, se desmorona la arena, la ayudan a desmoronarse, y al fin, se derrumba una hilada de sacos. Sigue otra, la misma operación. El enemigo tiembla. ¿Qué significa aquel silencioso trabajo?. ¿Tienen minas los chilenos. ¡No; tienen corvos! Algunos miserables principian a huir. Se escabullen por la estrecha salida que da al ángulo noroeste del fuerte, atraviesan el foso por una calzada de tierra y escapan. Entre ellos van algunos jefes de cuerpos. Entre ellos - ¡oh! Vergüenza, ¡oh! dolor – se encuentra el jefe del batallón Iquique, Saenz Peña; ¡un argentino! … Monta un caballos oscuro, y huye, huye a todo escape,¡huye como peruano!. Los soldados del segundo batallón del 3º, apostados para dar caza a los fugitivos, lo cubren con una lluvia de balas, pero Saenz Peña escapa con vida. Solo una alcanza a marcarlo en el brazo derecho, porque quizás no merecía morir. Dejaba solo un batallón, un batallón peruano, mandado por oficiales peruanos, y corría, volaba a refugiarse en el Morro. Y los oficiales y soldados peruanos del Iquique se batían, y caían y morían; salvo los que salvaron … , como Saenz Peña. Mientras tanto los corvos continúan su operación. Ya han caído tres hiladas de sacos. Solo falta una - ¡Prepararse! Cae ¡A la carga! Y como fieras escapadas de sus jaulas sedientas de sangre, los soldados entran como un torrente, por la abierta brecha , y sus

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yataganes describen terribles círculos, las culatas de sus rifles dan horrorosos golpes , sus bocas espantosas gritos de << ¡Viva Chile!¡Mueran, mueran los peruanos!>> Jefes y oficiales procuran calmar aquellos hombres embriagados con la más terrible de las embriagueces: la embriaguez de la sangre. A duras penas lo consiguen, pero al fin lo consiguen. Sin embargo, no están hartos aún de innoble sangre peruana. Todos ellos son antiguos repatriados, antiguas victimas de aquellos miserables que están allí a sus pies temblando, llorando, pidiéndoles perdón. Muchos soldados del 3º han sido vejados, han sido insultados, han sido azotados por aquellos cobardes. Aquellos cobardes han insultado mil veces a Chile, han calumniado a Chile, han procurado infamar a Chile, ¡ y Chile es la madre de los chilenos!. Por eso los soldados del 3º habían jurado << beberles la sangre>> Por eso, si se contienen, ¡ah! es porque han estado sometidos durante más de un año a la férrea disciplina militar, y sus y oficiales, sus jefes les mandaban que se contengan. Ellos entraron de soldados por vengar sus ofensas y las de la patria. ¡Y ahora les mandan contenerse! …

* De repente resuena un sordo mugido y al instante, sin un segundo de intervalo, se abre la tierra, saltan los sacos, se desquician las cureñas, sube al cielo un pelotón confuso de humo, de tierra, de trozos de fierro, de piernas, de cabezas de cadáveres. Ha estallado una mina. Han muerto veinte peruanos. Pero han muerto también diez chilenos; allí están sus miembros mutilados, sus carnes palpitantes; aquella mina estaba destinada para ellos. ¡No hay cuartel ! La sangre pide sangre. Las minas corvo. Y todos son pasados a cuchillo. Nadie escapa. El suelo humea con los cálidos torrentes. Se forman pantanos de sangre. Hay allí no menos 450 cadáveres. Quizás hay 500. ¿Quién sabe si no llegan a 600? Se acabó la ridícula caballerosidad. Contra las minas, los corvos. Sépanlo los de Lima

* El 4º había avanzado, mientras tanto, en dirección a los dos fuertes de su izquierda, mientras el más próximo, el primero de la línea llamada del Este, y el otro el primero del Oeste, o sea de cordón de

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fuertes que, siguiendo la dirección de la barranca del mar, van terminar en el Morro. Al llegar frente al primero del Este, a unos 600 metros del recinto, el primer batallón, que marchaba desplegado en guerrilla, continuó avanzando para atacar al primero del Oeste. El segundo batallón, que a distancia de 30 metros del primero iba paralelo a él, en formación unida, se dirigió al fuerte que tenía a su frente, al mismo tiempo que disparaba sobre sus defensores una granizada de balas. El enemigo contestaba al principio con mucha entereza, con un fuego no menos nutrido que el del 4º, haciendo en nuestras filas muchas bajas, gracias a la formidable posición que ocupaban. Desde ella se domina el fuerte Ciudadela, que en aquellos momentos acallaba sus fuegos al llegar los nuestros al pie de la muralla; pero esta poción está dominada a su vez por el primero de Oeste, a donde se había dirigido el primer batallón. Fuera porque el enemigo tuviese temor de verse flanqueado, fuera porque lo impuso la ordenada marcha del 4º, que avanzaba en perfecta formación, y temiera verse rodeado y acuchillado como los del fuerte Ciudadela, el enemigo no sostuvo los bríos con que había iniciado sus fuego y poco a poco fue aflojándolos, hasta el punto de suspender por completo y emprender la fuga. El segundo batallón del 4º tomó posición del fuerte y comenzó a disparar desde él sobre los fugitivos, que habiendo tomado, unos el camino de la ciudad, otros el del Morro, y otros, en fin, el de otro fuerte situado en la misma línea que el recién ocupado por nuestras tropas y que llamaremos el 2º de Este. * El primer batallón, entre tanto, había llegado frente al costado sur del primer fuerte del Oeste, defendido por dos reductos de sacos de arena, en cada uno de sus ángulos sureste y suroeste. En ambos reductos y en el fuerte había un numeroso cuerpo de tropas. Este fuerte no estaba bien terminado aún, porque solo se veían las obras preparatorias para montar las piezas, sin que hubiese ninguna colocada; pero ya tenían concluida su muralla provisoria de sacos de arena, y parapetados tras ella hacían los enemigos nutridos disparos sobre el primer batallón de 4º, poniendo a muchos soldados fuera de combate. Este fuerte ocupaba una eminencia que domina, no solo a las baterías circunvecinas, sino al Morro mismo, al propio tiempo que tiene ancho campo de tiro hacia el lado del mar. Su importancia era, pues, muy grande, y así lo comprendieron los peruanos, que, parece querían construir allí una fortaleza de primer

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orden, al menos a juzgar por los muchos materiales que habían acumulado en él. En este fuerte se hallaba, además, la oficina central de las máquinas infernales, cuyos hilos de cobre partían todos de aquel punto. De manera, pues, que lo defendieron tenazmente, a lo menos hasta el momento en que las tropas del 4º, con su comandante San Martín a la cabeza, llegó hasta los reductos, y armando los soldados sus terribles bayonetas, cargaron sobre el enemigo. Este no esperó la furiosa arremetida y emprendió la fuga en dirección al fuerte siguiente de la línea, dejando en poder nuestro, todos los hilos de las malditas minas. * No fue, sin embargo, tan oportuna la toma de posición que llegase a evitar hiciera explosión el segundo fuerte del Este, asaltado por la misma tropa del 4º, y que los informes destrozos de la muralla, de las cureñas y de los otros materiales cercanos matasen algunos de los nuestros e hiriesen, entre ellos algunos oficiales. Tomado este segundo fuerte de la línea del Este, quedaba ya únicamente en poder de los peruanos la línea del Oeste, o sea el cordón del Morro, exceptuando, sin embargo, el primero, o sea el de los hilos eléctricos, de que acababa de posesionarse el primer batallón del 4º. Todas estas conquistas se habían hecho con una celeridad verdaderamente asombrosa, como que los <<cuartinos>> en lugar de detenerse para tirar sobre el enemigo, no hacían mas que avanzar a paso de carga, disparando al mismo tiempo sus rifles y llegando así en un santiamén a cada trinchera. Serían las siete de la mañana, y ya era un hecho indudable que triunfábamos, pues aunque el Morro fuera inexpugnable, desde el primer fuertes del Oeste lo teníamos dominado con nuestros fuegos y lo podíamos obligar a rendirse sin necesidad de marchar al asalto. * Pero nuestros soldados no estaban ese día para ahorrar sacrificios, y cobrando nueva indignación y nuevo empuje con la explosión del segundo fuerte del Este, se unieron aceleradamente los dos batallones del 4º y pisando los pies a los peruanos, siguieron tras ellos como sedientos leones. Cuatro fuertes y cinco reductos más cayeron en pocos minutos en poder del incansable regimiento, unidos ya todos ahora bajo las órdenes del teniente coronel don Juan José de San Martín, a cuyo lado iba como segundo el sargento mayor don Luis Solo de Saldìvar.

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Los soldados, con sus bayonetas caladas iban ensartando por la espalda a algunos enemigos durante la fuga; pero a pesar de su esfuerzo en la carrera, no conseguían alcanzar al grueso de los escapados, porque más parecían gamos que hombres, como dice Leoncito Zabaleta. La mayor parte corrían a refugiarse en la fortaleza del Morro, porque muchos de los otros que huían por la derecha hacia la población eran cazados, también como gamos por el 2º batallón del 3º , que saliendo del fuerte Ciudadela, había avanzado hacia el Oeste para apoyar al 4º en caso de necesidad. * Pero éste no lo necesitó, aún cuando, llegado al fuerte del Oeste, colindante con el Morro, fue recibido por los numerosos defensores de la reputada inexpugnable fortaleza con un terrible fuego de rifle y ametralladora. Para llegar desde aquel fuerte al Morro es necesario atravesar una hondonada de extensas faldas y pendiente declive, que, mediante la obra de la naturaleza, semeja por su tersura una ancha escarpa construida por manos de cuidadoso artífice. Esta hondonada era la que le faltaba atravesar al 4º, antes de hallarse a las puertas del codiciado Morro. El enemigo allí parapetado, compuesto, además de su guarnición normal, de todos los fugitivos que habían logrado asilarse tras sus trincheras – entre ellos Saenz Peña - hacía sobre el 4º un desesperado fuego, gracias a la presencia en el recinto del coronel Bolognesi, jefe de la plaza, y el comandante Moore, jefe de la batería del Morro, dos valientes, dos héroes. Considerando que eran peruanos, aunque el calificativo le conviene mucho mejor a Bolognesi, que no tenía culpa alguna que lavar ni reputación que salvar, como la tenía el infortunado Moore. Estos dos valientes habían logrado organizar la resistencia – y una seria resistencia – con aquellas parvadas de temblorosos cholos, que habían llegado allí más muertos que vivos, vacilando quizás entre creer que los chilenos eran dioses o demonios, y dispuestos, ya a adorarlos de rodillas, ya a tirarse boca abajo para no verles las caras. Pero tan grande era el poder de un hombre superior, que aquellos entes disparaban sus fusiles, y sus disparos nos causaron la pérdida más lamentable de toda la batalla: la del teniente coronel don Juan José de San Martín, comandante accidental del 4º de línea. *

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Venía el comandante San Martín a la cabeza de sus tropas, como era ya en él antigua costumbre, junto con el mayor Solo de Zaldìvar, que seguía sin esfuerzo su ejemplo. Demostrando una agilidad que no se hubiera sospechado en su cuerpo pequeño y regordete, no se dejaba vencer en el asalto por ninguno de sus altos y fornidos granaderos, y espada en mano en actitud de héroe, llegaba a la cumbre de la falda de la hondonada, y al divisar el Morro sus trincheras, sus cuarteles y sus tropas, gritaba entusiasta como quien ha visto un objeto de su predilección: - << ¡A la carga, muchachos! ¡Aquí está el enemigo! Y, sereno, resuelto, sonriente sin mirar atrás, se adelantó solo, seguido de cerca por el mayor Zaldìvar, y emprendió la carrera hacia la fortaleza del Morro. Se hubiera dicho que se sentía con ánimo para tomarlo solo. En efecto, San Martín era un valiente de sangre, de raza, de esa clase de valientes que lo son sin esfuerzo y << sin fantasía >> como nuestros heroicos soldados. Amaba el peligro, y le sonreía como se le sonríe a un buen amigo; pero esta vez el peligro lo desconoció. La muerte de Moore y Bolognesi bien valía la de San Martín. Apenas había adelantado veinte pasos, entre nubes de balas, que lo rodeaban como un nimbo de gloria, caía herido por un proyectil que le atravesaba de parte aparte el vientre. Pero aferrando su espada, procuraba levantarse, arrastrándose al fin algunos metros en busca todavía del enemigo y del peligro, porque eran el peligro y el enemigo de su patria. A las once del mismo día exhalaba el último suspiro, en ese mismo cuartel del Morro en cuyos umbrales había recibido su mortal herida, y moría sereno, sonriente, alegre de verse alojado en la formidable trinchera enemiga, como si se hallara alojado en la gloria. Poco después pasaba a ella en efecto: pasaba a la gloria inmaculada de los héroes, porque había merecido ser inscrito en el gran libro de la patria, en donde solo deben entrar héroes como San Martín, como Ramírez, como Prat. Sus últimas palabras, sus últimos recuerdos, como todos los nobles corazones enviados en esa familia que se llama el ejército, báculo y defensa de la gran familia chilena, fueron para su regimiento, para sus hijos los soldados, y como el inolvidable Santa Cruz, se enternecía al pensar qué suerte les esperaría sin su apoyo y sin su aliento. Ellos también lo lloraban, aquellos hombres de acero que acababan de triunfar contra fortalezas de granito; y esas lágrimas de los

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heroicos soldados y la sangre heroica de San Martín han santificado el Morro, como santifico Prat la cubierta del Huàscar, y como éste, el Morro será nuestro. * Caído el comandante San Martín, los oficiales y soldados del 4º, antes de detenerse a llorarlo procuraron vengar su herida. Como una avalancha humana hicieron irrupción en el Morro, yendo a la cabeza el mayor Solo de Zaldìvar, sin hacer caso de la granizada de balas que llovían sobre sus cabezas, ni detenerse a mirar quién caía y quién seguía. Los inconscientes cholos, que hasta ese momento habían continuado sus disparos, los suspendieron como si hubieran visto una aparición maravillosa, y arrodillándose delante de nuestros soldados decían : - << ¡Perdón! ¡Viva Chile! >> , como quien recita una oración. Solo Moore y Bolognesi continuaron haciendo fuego con su revólver, hasta que un soldado tendió muerto instantáneamente a éste de un balazo que le atravesó el cráneo. El mayor Zaldìvar se adelantó entonces hacia Moore intimándole rendición; pero éste, en lugar de contestarle, hizo contra él un disparo de revólver y Zaldìvar entonces, con el suyo le dio uno en el pecho que le causó al instante la muerte. Cayó al lado de Bolognesi, es digno de figurar a su lado. Así se le dejó hasta la tarde, mientras se buscaban los medios de enterrarlos dignamente, como lo merece los bravos que mueren por su patria. Sin embargo, ni Moore ni Bolognesi eran peruanos de raza. El primero pertenecía a una mezcla feliz de fortaleza, de grave gracia y de firme carácter que resulta de la liga anglo-sajona con la de Hispano-América, y el segundo había heredado el hermoso tipo, la lealtad ingénita, la caballerosidad natural de sus progenitores. Moore era hijo de norte-americano, Bolognesi de francés

El Perú está, pues, condenado a no tener ningún heroísmo puro. Este es mestizo.

*

Apenas sintió el Lautaro que en el Morro resonaban tiros de fusilerìa, abandonó su prolongado escondite y se presentó a la vista de los defensores de los fueres del Norte. Estos ni siquiera intentaron resistirse. Asombrados con la presencia de aquellos hombres, que parecían brotados de la tierra o llovidos del cielo para castigarlos, huyeron despavoridos en dirección a la ciudad.

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Pero el Manco, que al ver la fiesta mala en el Morro, había abandonado su fondeadero bajo aquella ala protectora, para correr de aquí allá sin rumbo fijo; alcanzó a divisar a los soldados del Lautaro, que marchaban a tomar posesión de los abandonados fuertes, y ya sea una señal convenida, ya que quisiera acometer alguna empresa heroica, antes de consumar la cobardía de suicidarse, lanzó un disparo de a 500 en dirección al Lautaro. La granada estalló sin causar daño alguno, aunque bastante cerca de la tropa, y pocos segundos después se oía una nueva y más terrible detonación: los cañones y una parte de la muralla del fuerte San José acababan de volar, con una mina de dinamita. Tras nuevos movimientos y nuevos caracoleos de perro loco, lanzó otro disparo hacia tierra, y apenas se hubo oído el estampido del proyectil, resonó una nueva explosión en el fuerte Santa Rosa. San Antonio resultó más milagroso, porque no dio ningún estallido; aunque Santa Rita también hizo de las suyas: ni con los disparos del Manco, que alcanzaron a cinco, ni con las mina, ni << el disparo >> de los defensores de los fuerte, hubo ni un solo lautarino muerto ni herido. Pasada la bulla, colocada la “rana” en el centro de la bahía, estando ya muy cerca nuestra escuadra por el Norte, hallándose ya toda la tripulación del Manco en los botes, entregó su viejo cascarón a las tacas, a las siete y media de la mañana de hoy 7 de Junio. Que en paz descanse. Eso sí que a los peruanos no se les escapa esta oportunidad. Van a comparar el hundimiento del Manco en Arica, con el de la Esmeralda en Iquique. Don Nicolás estará a estas horas redactando el decreto, para concederle la cruz de acero de primer orden.

* La tripulación del Manco avanzó heroicamente en los botes con dirección a nuestra escuadra, llevando sendas banderas blancas, sin duda en señal de que no se rendían. Los <<náufragos >> fueron recibidos por el Itata, en donde están muy orondos y pinchados, mirando a los que van a bordo como para decirles: -<< Yo fui del Manco >> y esperando la primera oportunidad para irse a dar un paseo a Chile y llegar a su tierra, contando nuevas hazañas y nuevos heroísmos en otros campos, para ellos tan estériles como el de la guerra. Pero, en fin, lo harán. Para eso son peruanos. He aquí su lista: RELACIÔN nominal de los jefes, oficiales, tripulación y guarnición del monitor “MANCO CAPAC”.

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(Aparece listado de nombres )

* Quien hizo una verdadera jugada o diablurita peruana, por vía de sainete o fin de fiesta de gran drama trágico – heroico, fue la lanchita a vapor, que procuró escapar hacia el Norte y que ya se sabe como cayó después en nuestro poder.

* Las bajas que hemos tenido en esta gloriosìsima jornada son las siguientes, calculadas hoy mismo en el campo de batalla y consultando las opiniones de varios oficiales de los distintos cuerpos combatientes que nos favorecen con sus informaciones: Muertos Heridos Buin - 6 3º de Lìnea 50 110 4º de Lìnea 70 230 _______ _________

120 346

La gloriosa jornada de Arica, en que con tanta desventaja combatimos, nos cuenta, pues, un total de 466 bajas más o menos, porque es imposible que esta cifra sea rigurosamente exacta. Hoy mismo partimos para el Sur en el Toltèn y no hay tiempo de rectificarla o confirmarlo.

* ( Se publica lista de oficiales chilenos muertos o heridos y a continuación las de los peruanos)

* En cuanto al número de enemigos que defendían la plaza, al pie de esta correspondencia publicamos su estado completo que pudimos proporcionarnos. Aunque, como se verá ese documento tiene fecha del 1º de Mayo, el señor Saez Peña tuvo la amabilidad de decirnos que desde entonces no se había alterado absolutamente el número de los defensores de la plaza, salvo dos o tres que por enfermos habían ingresado a la ambulancia. Y a propósito del señor Saenz Peña, y conociendo la curiosidad de los lectores, les diremos que es un caballero muy elegante, de muy buena cara y muy afable en el trato. Es lástima que un joven tan buen

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mozo no haya muerto en su puesto como valiente, sino que haya pedido perdón, junto con los demás jefes prisioneros. Ellos estaban encerrados en el cuartel del Morro cuando murieron Bolognesi y Moore. Y; ¡miren qué clase de gente! Uno de ellos, el comandante Latorre (a quien los soldados respetaron creyéndolo hermano del nuestro) decía con mucha formalidad hablando de Bolognesi y Moore.

- Nosotros, pues, queríamos rendirnos. Pero la terquedad de esos hombres, pues. ¡La tontería! Y luego que como ellos no querían rendirse, pues, no era propio que nosotros los subalternos nos opusiéramos. No queríamos, pues, pasarla de cobardes. Por supuesto, aquí no la van a pasar. ¡Y hágame usted, pues, héroe en el Perú!

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La batalla de Arica, como plan, como ejecución y como resultado, es una de las mas hermosas acciones de guerra que hemos presenciado en la campaña. A lo menos en la guerra terrestre no ha habido ninguna en que los resultados previstos de antemano hayan dado un éxito tan feliz y tan completo. Lo único con que le cabe comparación es el combate naval de Mejillones, que le dio por resultado la toma del Huàscar y la muerte del poder naval del Perú. En esta operación terrestre, como en aquella operación marítima, hubo plan, acuerdo, consejo, combinación de pareceres y de voluntades, y por eso ambas han dado tan felices resultados: al fin es necesario que nos convenzamos de que esta es la única manera de dar una batalla que sea digna de Chile, y de que no hay nadie tan altamente colocado por sus talentos militares que puede llevar sereno sobre sus hombros la carga de la sangre de tantos soldados y las lágrimas de tantos hogares, derramadas inútilmente en una mal dirigida acción de guerra. No sabemos de quién será el plan para atacar Arica, aunque ya hemos visto proclamados algunos nombres. Tenemos más bien fundamentos para creer que su autor es anónimo, porque este plan fue la obra de la consulta de todas las inteligencias y de la combinación feliz de todos los planes. Si así fuera, y el general en jefe lo hubiera aceptado, este sería el mejor elogio para el general Baquedano. EL CORRESPONSAL

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Museo del Morro de Arica.- Restos de fortificaciones.

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Museo del Morro de Arica.- Primera bandera chilena izada en el Morro

El Morro, visto desde el Norte

El Morro, visto desde el Sur

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Arica.- Casa de la Respuesta, actual Consulado de Perú.

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Arica.- Iglesia de San Marcos, construida durante la administración peruana en el año 1876, para reemplazar a la iglesia Matriz destruida en el terremoto de 1868.