La Tóxica Culpa

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La tóxica culpa Publicado por hooker el 19 diciembre, 2014 ¿Qué son las culpas? ¿Flagelaciones a nuestros cuerpos y nuestra conciencia por obra de la hipócrita moral cristiana? ¿Justificaciones a la violencia machista por obra del sistema patriarcal? Se me dio por compartir algunas pinceladas donde las culpas en unos casos me reprimieron deseos, y en otros, pretendieron atribuirme una responsabilidad que no tenía por qué cargar nunca jamás. Recuerdo que de pequeño en la primaria, desde primer grado, me atribuían que me gustaban dos niñas. Yo no estaba seguro de sentir alguna atracción, sin embargo a veces me daba por ser detallistas con ellas y les regalaba tarjetitas con mensajes de amistad que en varias ocasiones yo hacía. Algunos compañeros me coreaban “Franklin se muere por un amor que no le conviene, no le conviene, no le conviene”. Era chistoso porque de lo que si llegue a estar seguro era que me gustaba un compañerito de clase que conocí desde segundo grado. Nos hicimos bien amiguitos. Compartíamos merienda que lleváramos de casa, lo que comprábamos en el recreo, hablábamos de gokú y otras series animadas que veíamos, no compartíamos mesa en clase, pero a veces nos buscábamos para estar juntos y estar charlando. Siempre nos

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La tóxica culpaPublicado por hooker el 19 diciembre, 2014

¿Qué son las culpas? ¿Flagelaciones a nuestros cuerpos y nuestra conciencia por obra de la

hipócrita moral cristiana? ¿Justificaciones a la violencia machista por obra del sistema

patriarcal? Se me dio por compartir algunas pinceladas donde las culpas en unos casos me

reprimieron deseos, y en otros, pretendieron atribuirme una responsabilidad que no tenía por

qué cargar nunca jamás.

Recuerdo que de pequeño en la primaria, desde primer grado, me atribuían que me gustaban

dos niñas. Yo no estaba seguro de sentir alguna atracción, sin embargo a veces me daba por

ser detallistas con ellas y les regalaba tarjetitas con mensajes de amistad que en varias

ocasiones yo hacía. Algunos compañeros me coreaban “Franklin se muere por un amor que

no le conviene, no le conviene, no le conviene”.

Era chistoso porque de lo que si llegue a estar seguro era que me gustaba un compañerito de

clase que conocí desde segundo grado. Nos hicimos bien amiguitos. Compartíamos merienda

que lleváramos de casa, lo que comprábamos en el recreo, hablábamos de gokú y otras

series animadas que veíamos, no compartíamos mesa en clase, pero a veces nos

buscábamos para estar juntos y estar charlando. Siempre nos buscábamos. En tercer grado

recibí varios pellizcos en la tetilla por parte de mi maestra o regaños por hablantín.

Con él todo llegó hasta tercer grado. De pronto dejó de llegar a clases. Su mamá notificó que

estaba enfermo y perdió el año. Obvio que me puse triste. Ya luego lo matricularon

nuevamente en la misma escuela, pero en turno de la tarde porque lo catalogaron como

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repitente. Nuestra amistad nunca más fue la misma. Si acaso lo veía en actividades patrias o

de la “hispanidad” donde asistíamos los dos turnos de la escuela.

Nuestra directora era religiosa, siempre nos hacía repetir versículos y un salmo completo que

cambiaba cada mes. Nos lanzaba discursos de cómo ser buenos siervos de “Dios”. Entre

tantas disertaciones salió aquello de que los homosexuales, las brujas, prostitutas y no sé

quienes más, que no heredaran el reino de los cielos (me da pereza buscar una biblia y justo

ahora que escribo no estoy conectado a internet para guglear). También hablaba bastante del

pudor, criticaba a la juventud de esa década –los 90- y señalaba como tenía que ser una

buena mujer y un buen hombre, para que tomáramos esos consejos.

Aquello que yo sentía por mi compañero era un “pecado” ¿Que crueldad que aun niño se le

haga sentir eso no? xD Bien podía decir que me gustaba determinada niña y no pasaba nada,

no obstante eso que sentía por mi amiguito era algo que debía guardarme solamente para mí.

Nunca lo comenté con nadie. Fue uno de mis tantos secretos de niñez.

Cuando fue pasando el tiempo, fui conociendo más de religiones, y claro que también me

fueron atrayendo otros compañeritos. Visité la iglesia católica y evangélica pero fue la en la

religión mormona donde me bautizaron a los nueve años, aunque todo el tiempo lo negué. Me

daba pena porque no tenía otro compañero o compañera que lo fuera, me daba pena ser

diferente y ser foco de burlas, porque eso solía suceder.

Yo decía que era católico, que era bautizado y confirmado en esa religión, las oraciones las

aprendí en rezos de nueve días, en novenas a la purísima, o bien bastaba ir a una misa para

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aprenderse las aburridas y repetidas oraciones católicas. Eso me salvaba para no ser

expuesto a que descubrieran que era mormón, donde iba cada domingo con mi mamá o mi tía

y mi hermano.

El sentimiento de culpa iba en aumento. Creía que un mal espíritu me hacía pensar que sentía

atracción por niños. Por las mañanas al despertar y por las noches antes de dormir, me

arrodillaba y pedía a “Dios” que alejará de mí esos “malos pensamientos” y que me ayudara a

que solo me gustaran las niñas como a los demás niños, que me convirtiera en un niño

“normal”.

A veces le decía a ese “Dios” que estaba confundido y que ayudara a aclararme, pero ese

“Dios” solo me recetaba culpas y condena. También recuerdo que llegué a odiarme, porque yo

creía que estos deseos no se iban porque “no ponía de mi parte”.

Y así fui creciendo, cargando con la culpa y con tantos fundamentalismos religiosos. Así

llegué a la secundaria. Empezándola arribó un huésped a casa. Un amigo de un primo por

parte de familia materna. Él era un universitario, de una zona rural, se había quedado sin

presupuesto para alquilar un cuarto. Llegó por un tiempo pero poco a poco ese lapso se fue

prolongando y alcanzó estar casi tres años en casa.

Si estaba inseguro de mis impropios deseos, pues acá fui aterrizando más. Me fui aclarando

que los cuerpos masculinos me atraían mucho. Algo tenían que me subían la bilirrubina. Claro

que no todo cuerpo, algunos en particular.

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En mi etapa final de la secundaria, cuarto y quinto año, me tocó estar en la misma sección de

un chico que desde lo conocí en primer año, me despertó cierto interés, gran interés. Él era un

cerebrito. Eso me gustaba. Además yo lo veía bonito. Extrañamente con él nunca pude tener

una amistad a pesar que se sentaba detrás de mí. Algo pasaba ahí. Alguna que otra plática

pero ligerísima. Me gustaba mucho pero no pude entrarle como me pasó con mi amiguito de

primaria.

A pesar de irme descubriendo, sabía que había una sociedad hipócrita en la que alguien como

yo no cabía. No hablaba con nadie de esos temas, mi foco fue los estudios, y así me

justificaba. Siempre decía que me interesaba centrarme en las clases y sacar buenas notas

que en andar pensando con quien jalar.

A propósito de jalar, la masturbación fue otro rollo. Recuerdo que el discurso mormón dirigido

a adolescentes y jóvenes decía que había que evitar todo pensamiento que alimentara el

deseo sexual. Cero pornografía, cero besos y toqueteos en el noviazgo, cero masturbación

¿qué paja no?

Y otra vez yo. Oraciones de noche, oraciones de mañana, pidiendo a “Dios” que alejara de mi

esos impuros deseos. No era solo la masturbación, era también en lo que pensaba mientras lo

hacía xD. La culpa iba subiendo de nivel. Y con eso de que “Dios está en todas partes”, pues

se imaginarán como escalaba la maldita culpa.

Sin embargo, la culpa más tóxica fue la que me provocó un macho que se sintió con toda

propiedad sobre mi cuerpo para descargar en mí deseos que yo nunca compartí con él y que

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en todo momento que sometió mi cuerpo a sus asquerosas fantasías, en todo momento le dije

que NO, que No quería, que me dejara, pero ni mi voz ni mis fuerzas fueron suficientes.

Siempre cargué con la culpa que el culpable era yo porque pude evitarlo, que yo generé ese

escenario para que eso ocurriera. Pero NO, no tuve culpa de NADA.

Permitir que las culpas dominen nuestros cuerpos, es altamente peligroso. Las culpas solo

buscan que renunciemos a la mujer y al hombre que queremos ser para cumplir a cabalidad

con las normas heteropatriarcales y a la vez tratan de justificar todo abuso de poder en

sociedades machistas y patriarcales.