La Tragedia Griega_ Espejo y Espejismo _ Reflexiones Marginales

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20/9/2015 La tragedia griega: espejo y espejismo | Reflexiones Marginales chromeextension://iooicodkiihhpojmmeghjclgihfjdjhj/front/in_isolation/reformat.html 1/7 La tragedia griega: espejo y espejismo Iván Martínez Para poder conservar la fe en nosotrosla naturaleza nos ha hecho opacos a nosotros mismos, sujetos a una ceguera que genera el mundo y lo gobierna. Si lleváramos a cabo una investigación exhaustiva de nosotros mismos, el asco nos paralizaría y condenaría a una existencia sin provecho. E. M. Cioran La noción de lo trágico está lejos de haber sido suficientemente abordada, menos aún esclarecida. Nicola Abbagnano escribe, en su Diccionario de filosofía que “El concepto de trágico es discutido a veces por los filósofos, no sólo en relación con una forma particular de arte que es la tragedia, sino también en relación con la vida humana en general o con la escena del mundo”.[1] Entendida como arte, la tragedia es, según Aristóteles, la imitación de una acción que, por medio de ella y no tan sólo de la narración, conduce a los espectadores a través de la compasión y el temor, a la purificación de esas mismas pasiones.[2] Desde esta perspectiva y siguiendo con el autor de la Poética, la tragedia es la organización de un espectáculo en donde, a través de una puesta en escena, no sólo se pregonan el éxito y el fracaso humanos sino que se reitera lo efímero de la felicidad y la desdicha como una cualidad consustancial a los seres humanos. Su propósito: purgar el alma humana, corregir las propias pasiones. Eduardo Nicol ha dicho que lo trágico no existía antes de la tragedia griega. Que lo había antes era el infortunio.[3] Por su parte, Abbagnano afirma que son tres las principales interpretaciones que sobre la tragedia predominan: 1) la de Hegel, quien concibe lo trágico como un conflicto que se resuelve continua y permanentemente en aras de un orden de la totalidad, de una armonía absoluta; 2) la de Schopenhauer, quien mira la tragedia en la representación de la vida misma y que se hace evidente a través del terror, del dolor, de la perfidia y del azar; y 3) la de Schiller, que ve en lo trágico una manifestación de la poesía sentimental. Ya sea entendida dialécticamente como desavenencia y entendimiento eternos; ya como drama o destino, como función o como fiesta; incluso como literatura, es decir, como mera expresión del pensamiento

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La tragedia griega: espejo y espejismo

Iván Martínez

Para poder conservar la fe en nosotros…la naturaleza nos ha hecho opacos a nosotros mismos, sujetos a una ceguera que genera el mundo y lo gobierna. Si lleváramos a cabo una investigación exhaustiva de nosotros mismos,el asco nos paralizaría y condenaría a una existencia sin provecho.

    E. M. Cioran

La noción de lo trágico está lejos de haber sido suficientemente abordada, menos aúnesclarecida. Nicola Abbagnano escribe, en su Diccionario de filosofía que “El conceptode  trágico es discutido a veces por los filósofos, no sólo en relación con una formaparticular de arte que es la tragedia, sino también en relación con la vida humana engeneral o con la escena del mundo”.[1] Entendida como arte, la tragedia es, segúnAristóteles, la imitación de una acción que, por medio de ella y no tan sólo de lanarración, conduce a los espectadores a través de la compasión y el temor, a lapurificación de esas mismas pasiones.[2] Desde esta perspectiva y siguiendo con elautor de la Poética, la tragedia es la organización de un espectáculo en donde, a travésde una puesta en escena, no sólo se pregonan el éxito y el fracaso humanos sino que sereitera lo efímero de la felicidad y la desdicha como una cualidad consustancial a losseres humanos. Su propósito: purgar el alma humana, corregir las propias pasiones.

Eduardo Nicol ha dicho que lo trágico no existía antes de la tragedia griega. Que lohabía antes era el infortunio.[3] Por su parte, Abbagnano afirma que son tres lasprincipales interpretaciones que sobre la tragedia predominan: 1) la de Hegel, quienconcibe lo trágico como un conflicto que se resuelve continua y permanentemente enaras de un orden de la totalidad, de una armonía absoluta; 2) la de Schopenhauer,quien mira la tragedia en la representación de la vida misma y que se hace evidente através del terror, del dolor, de la perfidia y del azar; y 3) la de Schiller, que ve en lotrágico una manifestación de la poesía sentimental. Ya sea entendida dialécticamentecomo desavenencia y entendimiento eternos; ya como drama o destino, como funcióno como fiesta; incluso como literatura, es decir, como mera expresión del pensamiento

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y sentimiento humanos, la tragedia fue vista de otra forma por Friedrich Nietzsche,quien afirmó que los griegos no sólo conocieron los horrores y espantos de laexistencia sino que tuvieron necesidad, para hacer la vida digna de ser vivida, detransformar aquéllos en júbilo y en arte.

Trans-formar es una acción que implica cambio, modificación de la forma. Trans-formar es alter-ar; y alterar es trastornar el estado o el desarrollo de algo, pero tambiénaturdir e irritar. Nietzsche parece no equivocarse. Cuando uno lee, por ejemplo aEsquilo, uno mira a los dioses y a los hombres y los encuentra tan familiares y tanpróximos que termina por re-conocerse en ellos. Y es que la literatura, cualquiera quesea, tiene ese extraño poder de ponernos frente a otros que terminan por ser nosotrosmismos. La literatura encierra un abanico de posibilidades del ser que somos; y seconvierte, mal que nos pese, en espejo en el cual vemos reflejada nuestra existencia.

Ante el espejo uno puede llevar a cabo una operación que, por lo demás, resultaimposible: mirarnos desde fuera. Ante el espejo se asumen los defectos, se adviertenlas imperfecciones, se enaltecen los atributos, se ensalza la belleza, pero también semaquilla un rostro. Ante el espejo el rostro puede tener mil caras. No sólo puedealterarse su fisonomía llegando a construir una imagen distinta o hasta opuesta a laoriginal, sino que ante esa realidad que nos disgusta, bien podemos crear otra. Esohicieron los griegos. Quizá por ello Robert Graves califica ese pueblo de “listo,pendenciero y divertido”.[4]

Pero la tragedia griega no sólo es speculum también es spectaculum. Gracias a ella,pudieron los griegos contemplarse y escenificar la vehemente y patética condiciónhumana. La puesta en escena de lo terrible le permitió a este pueblo especular; esto es,observar y pensar con detenimiento cómo trocar la desgracia en gracia, la adversidad yel disfavor en don y encanto.

Nietzsche asegura que el arte permitió tal transfiguración. En este sentido, los griegosfueron unos extraordinarios malabaristas de la realidad, verdaderos magos que,engañándonos y engañándose a sí mismos para hacer soportable su existencia,hicieron aparecer de su sombrero un mundo ordenado, reglamentado, perfectamentedelineado por la razón y el deber; un mundo que vive paralelo a otro, que es y secaracteriza por su hostilidad y bajeza. Ambos mundos viven como hermanos siameses,uno ligado al otro, unidos por alguna parte irremediablemente. Viviendo uno aexpensas del otro, maniatados, acompañados aun a su pesar, estos mundos estáncondenados a una vida que sólo tiene sentido en razón de otra. Una vida que roba aotra lo suyo para sobrevivir.

Esta realidad malograda; este adefesio que es mitad cordura mitad delirio, sólo pudo

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nacer con los griegos. Fueron ellos quienes se detuvieron frente al espejo y quienes alestar in speculis esse, en observación, a la expectativa, pudieron examinar condetenimiento, avizorar con cuidado, lo horrendo que subyace en toda condiciónhumana. Así, al explorarse, los griegos no se conformaron con mirar sino que seempeñaron en negarse en aras de algo que deseaban ser. Las tragedias griegas,entonces, no son sólo la puesta en escena de la fragilidad humana sino la evidenciamás notable de una fuerza que pudo convertir el llanto en risa y el ocio en negocio.

Entre los griegos pervivió esa indecible manera de apetecer lo aborrecible, de anhelarlo infausto, de procurar lo abominable. Fueron ellos, mejor que nadie, quienes con-jugaron el horror y el espanto con la función y con la fiesta. Y quienes convirtieron,con una fuerza persuasiva envidiable, el espejo en espejismo, la realidad en quimera, lapesadilla en sueño.

Nietzsche afirma en El origen de la tragedia que “[…] esos dos instintos tan diferentesmarchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándosemutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos”.[5] Pero, ¿qué hay dedeleitable en la historia que narra un parricidio? ¿Qué de elegante tiene el relato deuna mujer que mata a su marido y ha de morir a manos de su hijo? ¿Qué de bello tieneel cuento del hijo criminal que se descubrió solo, desamparado ante un destino que,pese a ser suyo, no le pertenece? ¿Qué de excitante tiene la descripción de la sangre,de las muertes, del martirio reiterado, del fracaso repetido de los hombres por cambiarsu sino? ¿Qué de gustoso nace del suplicio?

Los griegos, dice el autor de El anticristo, tuvieron la “voluntad” de transfigurar elsufrimiento en talento para asumirlo. Con ellos nace esa capacidad para soportar loinsoportable; esa extraña pericia para con-fundir el dolor con el gozo. Confundir esfundir; mezclar cosas distintas hasta hacerlas inseparables; es también no ver el fondode las cosas; estar contrariados o, peor aún, aturdidos. La tragedia tuvo ese efectoentre los griegos. Los griegos fueron aturdidos a tal grado que ese espectáculo dehorror y de espanto pudieron verlo como una expresión de algo tan propio, tan íntimoy a la vez tan extraño, que fue posible entender una cosa por otra y mudar todoaquello en festín y divertimiento. Recordemos precisamente que un espejismo es unapercepción engañosa, una ilusión. Así, la cólera de Zeus, sus infidelidades, suviolencia, su pasión justiciera; o la furia de Hera y sus celos desenfrenados; la condenade los átridas, amos y esclavos de un destino marcado; Casandra y su locura –esapeculiar condición que le permitió escapar de un mundo desquiciado–; la venganza deClitemnestra por su honor pisoteado, por la hija perdida en aras de unos vientos queaún hoy nos sacuden. Estas y otras historias marcadas por la sangre, regadas con ella ypor ella crecidas, se apoderaron de los griegos quienes, entusiasmados, aprendieron aextasiarse, a perderse a sí mismos.

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Y es que confundir es también olvidar. Y los griegos, pese a su inteligencia; o mejordicho, gracias a ella, fueron capaces, gracias al teatro, de olvidarse incluso de ellosmismos. Sólo por un efecto de embriaguez pudieron suscitar placer a través del dolor.Sólo ebrios y extasiados pudieron brindar por una vida que se desmoronaba ante susojos, por una existencia que paulatinamente se despedazaba.

La embriaguez permutó el sollozo en aplausos; y con vino aprendieron los griegos aolvidar el quebranto. ¿Qué bebedizo mágico tenían en su cuerpo esos hombresaltaneros para gozar la vida de tal modo?, se preguntaba Nietzsche. ¿Por qué brindarpor una estirpe miserable? ¿Por qué confiar en el azar? ¿Por qué no renunciar ante lafatiga?

La genialidad de aquel pueblo consistió en encubrir todos esos horrores, en sustraerloshasta el grado de imaginar que es una bendición toda desdicha. “Aquel pueblo tanexcitable en sus sentimientos, tan impetuoso en sus deseos, tan excepcionalmentecapacitado para el sufrimiento, ¿de qué otro modo habría podido soportar laexistencia, si en sus dioses ésta no se le hubiera mostrado circundada de una aureolasuperior?”.[6]

Si entiendo bien, Nietzsche ha sugerido que la sabiduría griega tuvo que ver con unpoderoso proceso de inversión; esto es, con una no-versión de las cosas, con unanegación que encerraba, en el fondo mismo de su intención, el deseo de afirmar unaversión nueva. Vertere es girar, cambiar de dirección, dar un rumbo distinto a lascosas. Invirtiendo el dolor en placer y el lamento en plegaria, los griegos pudierontorcer la interpretación de la realidad y desviar nuestra atención en aras de una vidamenos catastrófica y sangrienta, menos espantosa y molesta. Y es que resulta curiosoque la literatura griega haya nacido precisamente describiendo la horrorosaprofundidad de su mundo. La Ilíada es, lo sabemos, la historia de una guerra donderesuena el lamento, donde brota la sangre, donde florece la traición y se evidenciantanto la ambición y rapacidad humanas como el equívoco, la fugacidad de la vida y lalucha por la trascendencia y la inmortalidad. La Odisea, por su parte, es en el fondo, latravesía de un hombre que lucha contra su destino y que anhela el regreso no sólo a supatria sino a sí mismo. Es la historia de un hombre perdido, las peripecias por las quepasa un ser extraviado. Sin embargo, como asegura Eduardo Nicol, si bien fue la guerrala primera realidad de la que se ocupó la poesía, lo hizo para “redimir el horror”.[7]

No obstante el problema que veo radica no en la capacidad de los griegos paraimaginar un mundo distinto al que tenían, sino en no poder re-conocer, a la postre, elverdadero mundo. En este sentido, quizá valga la pena preguntar: ¿los griegosconstruyeron historias o fueron construidos por ellas? ¿Fueron quienes seimaginaron?

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Vuelvo al proceso de inversión. ¿No es esta más bien una operación mercantil antes queintelectual? Invertir es emplear una cantidad en un negocio que ha de rendir ciertosbeneficios. ¿No se invierte en virtud de una ganancia? Los griegos, pienso, invirtierontodo su empeño para sustituir por bienes sus males. Quizá fueron ellos quienesinauguraron un régimen, esto es, una manera de regular nuestro proceder, un modo devivir. Consiento, entonces, en decir que nadie mejor que ellos para lucharincansablemente por hacer rentable la vida. Así, el hombre griego, conocedor de sumiseria, se aprestó a comprarse una apariencia y apostó todo a favor de ella. De estamanera, si la literatura griega ha redimido el horror, como afirma Nicol, no sólo lo hahecho para poner fin a una difícil situación sino también para librar al hombre de suempeño y de la convicción de que todo está perdido.

Cabe recordar que el mismo Nietzsche recupera las inscripciones en el Templo deApolo: “Conócete a ti mismo” y “no demasiado”; y lo hace justamente para decirnosque hay, en nosotros, una conjugación de la belleza con la atrocidad.[8] Conjugar,afirma José Blanco Regueira,

[…] se dice ordinariamente de un verbo y, por ende, de ciertas conjunciones pensadaspor la gramática en virtud de ciertos ejercicios sintácticos indispensables para labuena marcha del lenguaje. Pero conjugar, en relación con el tema que nos ocupa,parece cosa distinta. Conjugar es jugar con, evidencia etimológica que insulsa. Pero,¿con qué juega el pensamiento cuando se torna conjugable? Conjugar implica paranosotros, los desgraciados, una suerte de transacción, un dispositivo de negociación,un comercio. Del con-jugar ya sólo nos es propia una versión mercantil, algo así comoun juego de apuestas similar al que recurrió Pascal.[9]

De esta forma, fueron los griegos quienes maquinaron una realidad en la que dos polosantagónicos, opuestos, cerraron un trato haciéndose mutuas concesiones. En estesentido, la visión de Schopenhauer de la tragedia como catástrofe y desprendimientode la voluntad de vivir; como encarnación misma del aspecto más aterrador de la vidaque da cuenta de un espectáculo que funde la miseria humana, el reinado del error, elazar, el triunfo de los malvados y la pérdida, se liga con la de Nietzsche, para quien espreciso entablar un acuerdo con lo catastrófico, fundar un pacto entre lo dionisíaco y loapolíneo; entre la embriaguez y el estado de alerta, entre la crueldad y la benevolencia,entre el caos y el orden.

Si mi lectura es correcta, las lecciones que se desprenden de la tragedia griega tienenque ver con aprender a vivir de otra manera, es decir, con aprender a lidiar con losobrehumano, con soportar una divina pugna que el hombre enfrenta con loirremediable. Y es que, como dice Blanco Regueira, “Si algo hemos de agradecerle a losdioses es que se hayan dignado a reírse de nosotros, a estallar en carcajadas a

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propósito de la hilarante tragedia que somos”.[10]

Citas Bibliográficas

[1] Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía, p. 1148.[2] Aristóteles, Poética 6 1450 a.[3] Cf. Eduardo Nicol, Formas de hablar sublimes. Poesía y filosofía, UNAM, México,1990.[4] Cf. Robert Graves, Dioses y héroes de la antigua Grecia, Millenium, Madrid, 1999.Traducción de Carles Serrat y Prólogo de Ramón Irigoyen[5] Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, p. 41.[6] Friedrich Nietzsche, Op. cit., p. 55.[7] Cf. Eduardo Nicol, Op. cit.[8] En un texto maravilloso, Juliana González afirma que “el hombre es calificadocomo deinóteron, el superlativo de deinós, que significa ‘asombroso’ o ‘maravilloso’, almismo tiempo que ‘terrible’ o ‘aterrador’: digno de horror”, lo hace para subrayar elhecho de que en el hombre aparece una ambigüedad originaria que hace que el rostrotenga muchas caras. Cf. El ethos, destino del hombre, FCE/ UNAM, México, 2007.[9] José Blanco Regueira, La lidia del pensamiento en La Jornada Semanal, SuplementoCultural de La Jornada, México, domingo 2 de noviembre de 2008, número 713. Estetexto corresponde a la versión estenográfica, efectuada por mí, de la últimaconferencia dictada por este filósofo español en la sala de usos múltiples de laFacultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, el 21 denoviembre de 2003.[10] Idem.

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